carretas del espectro
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La obra de historia y ficción “Carretas del Espectro” se fundamenta en los hechos reales que ocurrieron durante el periodo de la primera Invasión Inglesa a Buenos Aires, cuando un gran tesoro compuesto por el acumulo de lingotes y monedas de plata que pertenecían a la Corona Española, debieron de rebato ser evacuados sigilosamente de la Capital del Virreinato del Río de la Plata. El principal período del relato en el cual se desentraña esta aventura, ocurrió durante el invierno de 1806, cuando aún el territorio argentino vivía su penúltimo Virreinato.TRANSCRIPT
Carretas del
Espectro
Carlos B. Delfante
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El valor del dinero es que con él
podemos mandar a cualquiera al
diablo. Es el sexto sentido que te
permite disfrutar de los otros cinco.
William Somerset Maugham
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Introducción
La obra de historia y ficción “Carretas del
Espectro” se fundamenta en los hechos reales que
ocurrieron durante el periodo de la primera Invasión
Inglesa a Buenos Aires, cuando un gran tesoro compuesto
por el acumulo de lingotes y monedas de plata que
pertenecían a la Corona Española, debieron de rebato ser
evacuados sigilosamente de la Capital del Virreinato del
Río de la Plata.
Por tratarse de una historia romanceada, la obra se
convierte en un florilegio descriptivo y verídico asentado
sobre datos y documentos que permitieron al autor
imaginar lo que en verdad ocurrió con los satélites
personajes que participaron de los hechos durante un corto
lapso de tiempo, cuando algunos de los actores fidedignos
se vieron obligados a defender políticas particulares y
estratégicas vitales para ambas Coronas, y entre los que se
pueden encontrar integrantes de la corte del Virrey
Sobremonte, sujetos de estirpe que pertenecían a algunas
familias aristocráticas españolas y criollas, el clero, donde
cada uno a su vez le fue impuesto tener que defender
diferentes ideas y los intereses del momento.
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El principal período del relato en el cual se
desentraña esta aventura, ocurrió durante el invierno de
1806, cuando aún el territorio argentino vivía su penúltimo
Virreinato.
Por aquel entonces, parte de un gran Tesoro fue
substraído por el ejército invasor y prontamente enviado a
la Corte Inglesa, empero, una buena parte del mismo
desapareció para siempre… ¿Será?
Al elaborar la obra, se buscó llevar adelante una
minuciosa copelación de datos que compusieron esta
antología, y donde ha sido menester destacar y relatar todo
el escenario previo a los acontecimientos, así como
describir el ambiente donde habitaban los personajes.
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Durante aquella la noche y parte de la madrugada, el
capitán Martín había conseguido atravesar con éxito las
pocas leguas de distancia que lo separaban de su destino.
La orden que había recibido fuera extrema y la situación le
parecía ser más aún. Pero para lograrlo, había sido
ineludible tener que cabalgar el tiempo todo a galope
limpio y sin dar tregua alguna a su bayo, en cuanto se
sentía protegido por un seguro grupo de soldados
Blandengues de su confianza.
Para alcanzar tal encargo con éxito, le bastaron
algunas paradas rápidas para aguar los pencos, mientras
que el resto fue realizado a toda carrera entre pastizales y
campos vacíos. Sin embargo, durante el desolado
transcurso, el brioso oficial no pudo dejar de percibir que
sus caballos estaban agobiados, sudados, pero mismo así
no quiso realizar cualquier pausa desnecesaria hasta que
finalmente llegasen a la localidad de “El árbol Solo”.
Una vez allí, pronto traspusieron el río para llegar al
centro de la Villa. Más precisamente, aquella topa se
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dirigía a la casona del Alcalde de la Villa de Luján, don
Manuel de la Piedra.
Luego después de la partida, aquella silueta alta y
delgada que iba ahorcajada en la montura, se había
colocado por delante del pelotón, y así cabalgó durante el
tiempo todo. El yermo escenario no llegaba a apremiarlo
en lo más mínimo, pero de cierta forma, durante todo el
recorrido buscó mantenerse reticente, silencioso, evasivo,
como si estuviese buscando esquivarse de alguna mirada
inquisidora. Entendía que no era necesario que les dijese a
sus subordinados cuales eran los motivos de aquella
urgente partida.
-De que valía hablar, si todos ya lo sabían -pensó el
capitán Martín durante algunos instantes de duda, soplos
de vacilación que luego apartaba como celoso militar que
era.- El país estaban siendo invadidos -recapacitaba-, y eso
requería movilización, premura y ejecución de órdenes
ciegas.
Por otro lado, también entendía que el aprieto de la
situación no era para menos, y por eso no quería perder
tiempo tejiendo comentarios desnecesarios con quien
fuese. Si se había requerido de él para llevar adelante un
plan que podría salvar los valores del erario de la Corona,
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entonces ¿para qué ilustrar el asunto con otros pormenores
que nada decían a la tropa?
Al capitán Martín le bastaba con que la orden que le
fuera entregue esa misma tarde directamente del Virrey
del Río de la Plata, estuviese clara, mismo que de ella
resultase imperioso el sacrificio que el grupo sobre su
comando debería realizar a toda costa. Por tanto, las
emergencias no le habían dejado espacio a otras
maniobras. Empero, aquella conversación continuaba a
darle vueltas en la cabeza durante el apurado viaje:
-Le pedí para que viniese deprisa, señor Martín,
porque ya está todo decidido. Acabamos de nos reunir con
el Obispo Benito Lué y Riega y con al secretario del
Consulado de Buenos Aires, don Manuel Belgrano. Por lo
tanto, ahora requiero su máximo esfuerzo. No hay más
tiempo a perder -le anunciara el virrey con un tono de voz
molesto.
Mientras permanecía con el torso encuadrado frente
al gobernante, el capitán notó que el virrey Rafael de
Sobremonte estaba con el semblante agobiado, pero no
cansado. Era una tensión diferente a la de los otros días la
que ahora se le veía estampada en su fisonomía. Pensaba
que era más bien a causa de la exacerbación, aunque para
el oficial ya no era novedad verlo así durante algunos días
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del último mes. Desde que les había llegado la mala
noticia, el palacio se había visto siempre lleno de gentes
esnobs que se avecinaban para traerle sus pesadumbres y
enterarse de cuáles serían los planos para sortear la
situación.
-¿Llevaré conmigo las carretas, señor? -le había
preguntado el capitán, a la vez que cavilaba lo que su
señor se traía en mente, y permitiéndose imaginar por
algún momento, de que su cometido fuese más sugestivo
en lo relativo a la acción a desempeñar.
-No, no. El punto de la orden a que me refiero, es
otro, señor Martín. Por ahora definimos que los caudales
saldrán más tarde, luego después que se le adjunten
algunos otros peculios. Aún me falta ver lo que don
Manuel de Sarratea quiere hacer -le había expresado el
hombre de forma sensata y clara.
Ante la expresión determinada del virrey, el oficial
se mantuvo en posición de sentido, pero casi sin querer
había fruncido el ceño cuando escuchó el nombre de
Manuel, un sujeto que el capitán Martín consideraba ser
un engomado impertinente, hijo de su tocayo, Martín
Simón de Sarratea Idígoras, un nativo de Oñate,
Guipúzcoa, y que no hacía mucho tiempo había vuelto de
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Madrid, a donde su padre lo enviara orgullosamente para
apurar su educación.
-El hombre aún no se ha definido sobre lo que quiere
hacer con los caudales que pertenecen a la Compañía de
Filipinas, -agregó el virrey mientras se paseaba impaciente
a lo largo de la sala haciendo resonar los tacos de su botas,
a la vez que su ayudante de órdenes se avivaba después de
haberse perdido entre pensamientos nada conspicuos.
-Si es así, Señor, así se hará, pero le reitero qué creo
que frente a la situación que nos apremia, lo mejor sería
que nos llevásemos ahora la parte de los caudales del Rey
-le manifestó el contrariado oficial, percibiendo que aun
habían dudas en la determinación de su superior, las cuales
no se las había ventilado.
No en tanto, el exacerbado virrey pronto notó que en
la fisonomía de su auxiliar existía un sentimiento de
preocupación desnecesario, y no demoró en insinuar:
-Comprendo el tamaño de su desvelo, señor Martín,
pero no se preocupe con ese tipo de emergencias, ya que le
advierto que no seré capaz de dejar aquí una sola moneda
para esos británicos, menos aún los lingotes de plata…
Justamente en ese momento, las palabras de
Sobremonte habían sido interrumpidas cuando un lacayo
maestresala hacía alzar su voz grave al solicitar permiso
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para entrar en la sala, advirtiéndole al virrey que ya estaba
en palacio el ya esperado señor Manuel. Pero antes de que
el virrey autorizara su ingreso a la habitación, se volvió de
forma ríspida para su asistente personal, y le anunció
impertérrito:
-Lleve esta carta mía para el señor Alcalde de la
Villa de Luján y, una vez allá, diríjase a la capilla y
encuentre al padre Vicente Montes Carballo, a quien le
entregará este otro mensaje del señor Obispo Benito Lué,
el cual contiene las recomendaciones específicas que el
señor capellán deberá seguir… ¿Entendido? -recalcó el
abrumado virrey.
-¿Y una vez cumplida la misión, Señor, que hago? -
quiso saber el comedido oficial.
-Por ahora, ya es suficiente con esto. Sólo necesito
que usted llegue lo cuanto antes en aquel paraje, y que me
tenga todo pronto para cuando nosotros lo alcancemos.
-¡Si, Señor! -reverenció el capitán-. Llegaré allí lo
antes posible y aguardaré por usted. -Martín anunció de
forma tajante, rostro serio, la frente alta y los ojos
flamígeros. Obediente como se requería de él.
Mientras tanto, en aquel mundo de la Madre de
Dios, enclavada en medio de una llanura casi inhóspita
que se explayaba de una manera casi plana desde el oeste
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de la ciudad de Buenos Aires, quedaba la que era llamada
de Villa de Luján, y resguardada de alguna forma por las
estacas generadoras de atmosfera pastoril que cruzaban
aquel desierto paraje.
En ese momento, el padre Vicente Montes Carballo
ya se encontraba encausando los preparativos necesarios
para la misa de la mañana.
La localidad tenía por aquel entonces menos de
cuatrocientos habitantes o quizás un poco menos, y por lo
general los vecinos eran campesinos y de otras labores
más, quienes no en tanto esperaban morirse de alguna
forma antes de tener que regresar a otros pagos. Además
de la tropa del fortín, existían algunos otros lujanístas
conversos que se ganaban la vida trabajando como
vaqueros y peones en ese emponzoñado desierto.
Sin embargo, el padre Vicente sabía exactamente
cuántos eran los que asistían a la capilla para la misa de
cada mañana. Eran cuatro: la anciana doña María, una
viuda que, según los rumores que circulaban en la región,
había terminado por asesinar a su esposo en una tormenta
de polvo como treinta años antes; también acudirían los
hermanos López, ambos peones que por algún motivo
incierto preferían concurrir a la capilla por la mañana; e
incluso el misterioso hombre viejo de cara marcada por la
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viruela, que invariablemente se arrodillaba en el último
banco y nunca tomaba la comunión. Todos los demás
habitantes preferían acudir a la capilla en otro horario.
Pero ese mañana de casi invierno, en aquel paraje de
mala muerte, a Dios se le había antojado hacer soplar una
fastidiosa tormenta de polvo.
-No hay caso. Está clavado, siempre sopla una
tormenta de polvo antes de que comience a llover, -
murmuró entre dientes el agobiado padre Vicente cuando
tuvo que correr desde la casa parroquial de adobe hasta la
sacristía, mientras buscaba proteger de algún modo la
sotana y el sombreo con una capucha de lienzo negro.
En ese momento, el cura llevaba el breviario
hundido en el bolsillo para mantenerlo limpio. Pero de
nada le servía. Sabía que a cada noche, cuando se quitaba
la sotana y colgaba el sombrero en un gancho de la pared,
la tierra y el polvo caían como si fuesen una cascada
rojiza, como si aquello fuese sangre seca de algún reloj de
arena roto. Y cada mañana, cuando volvía a abrir el misal,
la arena crujía entre las páginas y le ensuciaba los dedos
de polvo.
-Buenos días, padre Vicente -le saludó Pedro
mientras el sacerdote entraba apurado en la sacristía, y
buscaba de algún modo cubrir de inmediato el marco de la
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puerta usando una cortina que había sido confeccionada de
yute bruta por alguna piadosa del pueblo; justamente, para
intentar evitar de alguna manera la entrada de polvo en
aquel templo de la Sagrada Virgen.
-Buenos días. Pedro, mi monaguillo más fiel -le
respondió el cura con una breve sonrisa, palabras que
pronunció en cuanto pensaba para sí que, en realidad,
aquel era su único monaguillo. A seguir se recogió a su
silencio sacerdotal.
Pedro era un muchacho simple, tanto en el sentido
de ser mentalmente lento, como en el sentido de ser
honesto, sincero, leal y afable. El chiquillo ayudaba al cura
a decir la misa todos los días de la semana a las seis y
media de la mañana y dos veces a los domingos, aunque
también a la primera misa dominical sólo asistieran las
cuatro personas de siempre y el puñado restante apareciese
al medio día.
El muchacho sonrió y aquella satisfecha sonrisa
desapareció por un instante mientras se ponía la
sobrepelliz limpia y almidonada sobre la túnica de
monaguillo.
El padre Vicente siguió de largo, acariciándose el
cabello oscuro, y definitivamente abrió el baúl. Afuera, la
mañana invernal estaba oscura como noche de desierto,
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mientras la tormenta de polvo ambicionaba de alguna
manera devorar el amanecer, y la mortecina lámpara de la
sacristía era en el momento la única iluminación de esa
habitación fría y desnuda. Entonces Vicente Montes
Carballo se hincó de rodillas, rezó fervientemente y a
continuación se puso la ropa de su profesión.
Luego el cura se puso el amito, que se deslizaba
sobre la cabeza como una túnica y le llegaba a los tobillos.
El amito de lino blanco estaba inmaculado a pesar de las
tormentas de polvo, y también el alba que venía a
continuación. A la sazón se ciñó el cincho, rezando una
plegaria. Alzó la estola blanca, la sostuvo con reverencia
en ambas manos y se la colgó al cuello, cruzando las dos
franjas de seda.
Detrás de él, el afable Pedro se había quitado las
botas sucias y buscaba calzar un par de zapatillas blancas
de yute que su madre le había ordenado guardar allí para la
misa.
En ese ínterin, el padre Vicente se puso la tunicela,
la prenda externa que mostraba una cruz bordada en la
frente. Era blanca, con una sutil orla púrpura. Esa mañana
-pensó taciturno- él daría una misa de bendición mientras
administraba en silencio el sacramento de la penitencia
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para la presunta viuda y asesina, y para el desconocido que
se arrodillaba siempre en el último banco.
Pedro se le acercó, sonriendo de puro nerviosismo.
El padre Vicente le apoyó la mano en la cabeza, tratando
de aplastarle el cabello rebelde al tiempo que tranquilizaba
al muchacho. Alzó el cáliz, apartó la mano derecha de la
cabeza del joven para cubrir la copa velada y murmuró su
sentimiento.
Pedro dejó de sonreír, embargado por la gravedad
del momento, y lo precedió en su marcha hacia el altar.
Así que transpuso la puerta, el padre Vicente notó de
inmediato que había cinco personas en la capilla, en vez de
las cuatro de siempre. Los feligreses habituales estaban
allí, los que al momento del padre entrar, todos se pusieron
de pie y se volvieron a arrodillar en sus lugares de
costumbre. Pero había alguien más, una persona alta y
silenciosa ubicada en las sombras más profundas, allí
donde el pequeño atrio entraba en la nave.
No hubo caso, esa presencia extraña no dejó de
perturbar al padre Vicente Montes Carballo durante el
transcurso de la misa, por mucho que éste intentaba
concentrarse en el sagrado misterio del cual formaba parte
desde hacía poco.
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-Dominus vobiscum -pronunció el padre Vicente en
voz alta, al mismo tiempo que pensaba que hacía más de
mil y ochocientos años, según lo juzgaba él, que el señor
estaba con ellos, con todos ellos.
-Et cum espiritu tuo -volvió a decir el sacerdote,
quien mientras Pedro repetía las palabras, movió la cabeza
para ver si la luz caía un poco más sobre aquella silueta
alta y delgada. Pero desventuradamente notó que aún
seguía oculta entre las sombras.
Durante el canon, el escrupuloso cura olvidó la
misteriosa figura y logró concentrar toda su atención en la
hostia que elevó presa en sus dedos romos.
-Hoc est enim corpus meum, -pronunció claramente,
sintiendo dentro de él todo el poder de esas palabras y
rogando por la enésima vez que la sangre y misericordia
del Salvador le lavara los pecados de violencia que había
cometido antes de ser ordenado sacerdote.
Como de costumbre, solamente los hermanos López
se aproximaron a tomar la comunión. Luego a seguir el
padre Vicente pronunció otra vez las palabras santas y les
ofreció la hostia. En ese momento resistió sin muchas
ganas al impulso de querer mirar hacia donde se
encontraba la figura misteriosa.
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La misa terminó casi en la misma oscuridad en que
había iniciado. El aullido del viento ahogó las últimas
plegarias y respuestas. La pequeña iglesia no tenía
electricidad, nunca la había tenido, y las diez velas
fluctuantes de la pared parecían no hacer mucho esfuerzo
para disparar una penumbra que se incrustaba estremecida
y titilante en la cal de la pared.
Entonces el padre Vicente dio la bendición final y se
llevó el cáliz a la oscura sacristía, apoyándolo sobre el
altar más pequeño. Pedro se apresuró a quitarse la
sobrepelliz y ponerse su cazadora.
-¡Hasta mañana, padre Vicente! -pronunció el
muchacho así que calzó sus viejas botas y guardó las
zapatillas blancas.
-Sí, gracias Pedro. No te olvides…
Demasiado tarde para responder. El niño ya había
salido corriendo en dirección hacia la carpintería donde
trabajaba con su padre y sus tíos. Mismo así, el sacerdote
pudo percibir que una ligera nubecita de polvo rojizo
enturbió el aire cuando el muchacho abrió la cortina.
Normalmente, el padre Vicente se habría quitado sus
prendas para guardarlas en el baúl. Más tarde las habría
llevado para la casa parroquial para lavarlas. Pero esta
mañana se quedó de tunicela y estola, alba y cincho y
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amito. Intuía que las necesitaría, así como ya había
necesitado ciertas veces de una armadura militar durante
las operaciones de atropello que habían hecho miles de
veces los malones indígenas.
De repente, aquella figura alta y delgada, aun
sumida en las sombras, estaba ahora de pie en la puerta de
la sacristía.
El padre Vicente esperó, resistiéndose como pudo al
impulso de querer persignarse o de alzar la hostia como si
buscase con su descabellado acto protegerse contra
siniestros vampiros o el propio demonio. Le pareció que
afuera, el chillido del viento se había convertido en un
aullido espectral.
Entonces vio la figura avanzar discretamente a paso
comedido bajo la luz roja de la lámpara de la sacristía. En
aquel momento Vicente reconoció que pertenecía al
Teniente Coronel Martín, edecán, asistente personal y
enlace del virrey Rafael de Sobremonte.
-No, -se corrigió de inmediato al darse cuenta de su
error-. Ahora era el capitán Martín, aunque los galones del
cuello de su uniforme sólo eran visibles en la luz roja.
-¿Padre Vicente Montes Carballo? -le preguntó el
capitán con voz firme.
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El sacerdote lo miró serio y lo confirmó con un
gesto de cabeza. Eran sólo siete y media de la mañana en
ese mundo de veinticuatro horas. Sin embargo, el padre
Santiago tuvo el vago presentimiento de que, por algún
motivo, se sentía cansado.
-¿Qué lo trae por aquí a estas horas, Capitán? ¿En
qué puedo ser útil? -le preguntó con una pronunciación
cordial, aunque en el fondo se imaginase que las horas a
seguir pronto alternarían su tranquila rutina.
-Padre Vicente Montes Carballo -repitió el capitán y
esta vez el tono no era interrogatorio-. Estoy aquí para
convocarlo para una reunión urgente en la casa del Alcalde
de la Villa, el señor Manuel de la Piedra. Tiene usted diez
minutos para recoger sus pertenencias y acompañarme. La
convocatoria es efectiva y de inmediato -anunció con el
mismo tono con el que comandaba a la tropa.
El sacerdote suspiró y cerró lentamente los ojos.
Casi sin querer apretó las mandíbulas y sintió locas ganas
de gritar:
-¡Por favor, mi Señor, aparta de mi este cáliz!
Cuando abrió los ojos, notó que el cáliz aún estaba
sobre el altar y el capitán Martín todavía lo esperaba a
resguardo en la penumbra.
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-¿Necesito ir con mis vestimentas sacerdotales? -
preguntó un sorprendido cura.
-No, no es necesario que lo haga, Padre. La situación
por la cual se le requiere, es otra, padre Vicente -manifestó
el oficial al dejar escapar un gesto de maledicencia.
-Está bien. -Murmuró el clérigo demostrando respeto
y obediencia, y a seguir comenzó a quitarse lentamente las
prendas consagradas.
-Si usted no se incomoda, lo aguardaré aquí mismo,
en la sacristía, Padre, pues el viento allí afuera está
insoportable.
-Sí, sin problemas, capitán Martín. Ya estoy casi
pronto -concordó el padre, que en esos momentos se sentía
tomado por un torbellino hecho de pensamientos aciagos
en su cabeza.
Cuando al fin salieron de la sacristía, el
empalidecido y macilento sol que se encontraba
encubierto por nubarrones, se encargaba de a poco de
disipar las negruras de la madrugada, y el abusivo e
intolerante viento daba señal de querer sosegar, lo que de
alguna manera hacía prever que la lluvia los alcanzaría en
ese día.
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A medida que el siglo XVIII fue avanzando en el
territorio argentino así como en las demás regiones
hispanoamericanas que fueron conquistadas por los
ibéricos, la carreta pasó a ser el principal vehículo de
transporte que acabó siendo utilizado por miles de criollos,
hábito que luego fue pasando de generación en generación,
y terminando por constituirse en el importante símbolo de
una época en la cual fue forjada la economía de una nación
que supo transitar con éxito el camino de la conquista
desde la época de la colonia española hasta la
independencia y mismo tiempos después.
Consta que también fue de preponderante
importancia en la ruta de la plata (minería), donde se
aprecia la evolución del transporte terrestre partiendo del
uso de la energía humana, pasando por la utilización de
animales, hasta llegar al empleo de maquinaria. Fue por
tanto, a partir de la conquista española, cuando entonces
llegan al territorio americano las bestias de carga, que
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entonces se sustituye el trabajo bruto de los indios en los
más diversos territorios sudamericanos.
Ocurre que durante el período novohispano, el
transporte de mercancías se hacía por medio de una recua
de mulas, y sólo a partir de cierto momento fue pasando
gradualmente del uso de la energía humana al uso de la
energía animal. Más tarde, la actividad comercial
igualmente hizo uso de la carreta, un vehículo grande de
dos o cuatro ruedas que tenían la capacidad de poder
transportar hasta 1,800 kilos, y era tirada por 6 u 8 mulas o
bueyes enganchados de dos en dos.
El cargamento más valioso de las carretas que
transitaban hacia los puertos era, desde luego, la plata que
ya refinada y acuñada se enviaba a España. Efectivamente
también transportaban cobre, cueros, sal, vicuña y azogue
entre otros menesteres, con destino hacia los centros
mineros lejanos o intermedios. En cambio, a su retorno,
estas mismas carretas llevaban para la creciente población
interiorana, una gran variedad de abastos a modo de
equipo minero como mercurio, plomo además de otras
herramientas destinadas principalmente a las labores tanto
de la ciudad como del campo. Del mismo modo que para
la vida doméstica eran llevados alimentos de todo tipo;
ropa y calzado; productos elaborados o en bruto y de otras
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regiones tropicales; yerbas olorosas y especias; artículos
ultramarinos; enseres domésticos; artículos para el aseo y
limpieza, así como para la salud y demás requerimientos
que se exigiesen por entonces y que no fuesen posibles de
ser elaborados en aquella región.
Consecuentemente, para llevar dichas cargas de
una ciudad a otra, se empleaban estos carretones rústicos
que eran construidos de maderas ensambladas y atadas con
tientos de cuero crudo, y los que en un principio tampoco
empleaban clavos ni tornillos para ajustarse las partes. Sus
ruedas con frecuencia tenían más de dos metros de
diámetro, lo que les posibilitaba poder sortear todos los
obstáculos del camino, en cuanto que la caja del carromato
estaba techada con paja o cuero, según los casos. La gran
mayoría contaba con ejes hechos con madera de naranjo y
ruedas de lapacho, sin llantas, contando sólo con algunas
grampas de hierro, mientras sus paredes eran la mayoría
de las veces quinchadas con parantes de caña tacuara y su
techo de juncos, cubiertos algunas veces con cuero de
potro en su exterior, siempre atados con tientos.
Como fue dicho, estas carretas o carromatos eran
arrastrados normalmente por cuatro o seis yuntas de
bueyes a los que dirigía el carretero, sentado en el yugo. Y
salvo casos excepcionales, las carretas, bien sea
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aprovisionadas de agua, alimentos o los bártulos y
cacharros que fueran, marchaban en caravanas o tropas
para que sus carreteros pudiesen defenderse mejor en caso
de ataque de gentes beligerantes.
Por ejemplo, en la propia Argentina, la tradición
permitió que a posterior se la conociera por la “carreta de
San Martín”, y una muestra similar es conservada hasta
entonces en la finca del general Don Pedro Pascual
Segura, quien fuera dos veces gobernador de Mendoza, y
dueño del solar donde estuvo el campamento del ejercito
de los Andes, denominado el Plumerillo, situado a una
legua de la ciudad, y en donde San Martín hizo construir
cuarteles de tapias para alojamiento de los jefes, oficiales
y tropas.
Consta que en ese célebre campamento se acantonó
años después el ejército argentino desde 1814 a 1817, no
faltando espaldones para tirar al blanco, una fábrica de
pólvora, el famoso batán, donde se preparaba el género
para confeccionar uniformes, la maestranza y otras
dependencias; en fin, no carecía de nada el ejercito que iba
a realizar la proeza militar más grande del nuevo mundo.
Pero esta ya es otra historia que si bien comienza algunos
años más tarde de la que ahora se pretende abordar, no se
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puede desechar que tuvo su inicio luego después de lo que
aquí comenzó a ocurrir con el Virrey.
Por lo tanto, estas eran las pesadas carretas de
antaño que, a pesar de su lentitud, durante muchos años y
todo uso, recorrieron las pampas en medio de los peligros
ocasionados por los salvajes y salteadores, desafiando
como podían las inclemencias de la naturaleza en viajes
llenos de peripecias, y hasta sufriendo vuelcos en los
arroyos y pantanos.
Consta en registros históricos, que para su mayor
seguridad, al igual que lo hicieron durante siglos los
beduinos con sus camellos, las tropas de carretas formaban
en los viajes una partida en caravana con el fin de salvar
grandes distancias, mientras sus hombres se armaban
como les fuese posible para resistir a los indios. También
las utilizaron varios de los Generales que extendieron sus
guerras por los cuatro puntos cardinales del continente,
destinándolas al transporte de toda clase de víveres,
cajones de fusiles, sables, carabinas y otros artículos
indispensables para el parque y la maestranza, y
convirtiendo el viaje, por ejemplo entre Buenos Aires y
Mendoza, una travesía de 200 leguas, a ser realizado en no
menos de tres meses entre ida y vuelta.
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Cabe destacar que en algunas áreas rurales de la
Argentina, una legua equivale a 40 cuadras, es decir, 5.196
m (algunos la establecen en 5.190 metros). Dicho fondo de
la legua significó inicialmente (siglo XVI) la distancia
máxima desde el frente (la entrada) hasta el fondo (linde
opuesto a la entrada) de una propiedad del tipo quinta,
aunque luego la frase “fondo de la legua” pasó
frecuentemente a significar el límite máximo que en una
hora (e incluso una jornada) podía recorrer un jinete.
Pero esta medida variaba según el uso que se le
daba. Por ejemplo: la legua francesa medía 4,44 km (4.440
m), la legua de posta medía 4,00 km (4.000 m). No en
tanto, la legua castellana se fijó originalmente en 5.000
varas castellanas, es decir, 4,19 km (4.190 m) o unas 2,6
millas romanas; y variaba de modo notable según los
distintos reinos españoles, e incluso según distintas
provincias, quedando establecida en el siglo XVI como
20.000 pies castellanos; es decir, entre 5,572 y 5,914 km
(5.572 y 5.914 m).
Efectivamente, esta carreta, aparte de su tradición
histórica, pasó a ser uno de los vehículos más antiguos de
transporte que se utilizaba en la República Argentina,
siendo su característica más notable el tener los ejes y
ruedas de madera sin llantas, las que al rodar iban
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produciendo un estridente chillido que en el silencio del
campo hacía anunciar su llegada desde varias cuadras de
distancia.
Pero como sabemos que las carretas no andaban
solas y querer hablar de los bueyes y mulas no tiene razón
alguna, el asunto preponderante es destacar el surgimiento
del nuevo oficio de los troperos, un elemento humano que
al explorar el servicio pronto acabó por convertirse en un
espacio eficaz de cambio social. Pero lo que resulta más
notable, es advertir cómo, en un tiempo relativamente
pequeño o corto, esos carreteros lograban mejorar su
posición económica, así como el acumular capital y reunir
bienes.
Tal suposición se desprende de la lectura de
algunas memorias y testamentos dejados por algunos
troperos, y en los cuales se indica por un lado, los bienes
que estos entraron al matrimonio y luego, los que ellos
poseían en el momento de testar. Lo que en varios casos
puso en evidencia que, en relativamente poco tiempo,
estos habían logrado sensibles mejoras en sus vidas.
Para enriquecer mejor como eso sucedió, al tomar
algunos casos paradigmáticos de lo que representó esa
mudanza social, incluimos aquí los registros de los señores
Melchor Videla y Mateo Delgado, troperos principales que
Carretas del Espectro Página 28
circularon por el interior argentino en la segunda mitad del
siglo XVIII.
-“Al contraer matrimonio –testó Melchor Videla–
traje a él seis carretas aperadas cuyo número de bueyes
eran los necesarios para viajar… Luego recibí como
herencia de mis padres una cantidad de bienes no
definida”. Pero también consta que su escuadrilla de
carretas subió bruscamente, pues llegó a fletar partidas de
hasta 38 carretas, y terminó por convertirse en el mayor
tropero de la región.
Por su parte, la historia de la movilidad social o el
crecimiento económico de Mateo Delgado la podemos
conocer a través de sus propias palabras:
-“Cuando contraje matrimonio tenía por bienes
míos propios seis carretas con algunos bueyes, de seis a
siete por cada una. Don Francisco Basualdo mi suegro,
después de casado, para hacer viaje para esta ciudad, me
avió con 8 carretas y 100 bueyes, con cargo que le pagase
en esta ciudad a don Santiago Puebla $100 y a don
Ambrosio Vargas otros $100, lo que efectué. Verificados
estos pagos, me aproveché de dichas carretas y bueyes con
cuya ayuda y mi costo principal he reunido lo que hoy
poseo”.
Carretas del Espectro Página 29
A partir de su propio esfuerzo y trabajo personal,
de a poco don Mateo logró consolidarse dentro de lo que
podríamos llamar de “gremio de los carreteros”. Y dentro
de las jerarquías que hemos usado en el presente texto,
Delgado actuó como tropero principal, y logró ser el
segundo empresario del rubro más importante de la región,
después de don Melchor Videla. Según los registros de la
Aduana, este servía la ruta de Buenos Aires a Mendoza
con tropas de hasta 34 carretas.
Pero notase que la evolución de su patrimonio fue
muy interesante; al casarse, éste aportó al matrimonio
bienes por valor de $1.000, en tanto que su mujer “no trajo
cosa alguna”. Pero con su trabajo a través del tiempo logró
acumular un capital que fue, a su vez, redistribuyendo
entre sus hijos.
-“Cuando se casó mi hija, doña María del Carmen,
le di el dote de $1.000. Además, a mi hijo don Juan
Francisco le tengo dado a cuenta de su legítima (herencia),
14 carretas y un carretón con 150 bueyes escogidos, 12
mulas mansas y $300 en plata”.
Consta que también compró propiedades raíces,
como la estancia que adquirió a Norberto Guevara. La
prosperidad de sus negocios le permitió realizar una
acumulación de capital que luego se tradujo en una
Carretas del Espectro Página 30
notable capacidad de operar como agente financiero, tal
como se examinará más adelante.
Otros dos grandes empresarios del rubro, como lo
son Agustín Videla y Tomás Carrasco, experimentaron un
proceso similar: “Cuando contraje matrimonio –señaló
Videla– traje a él nueve carretas aviadas”. Pero resulta que
con el tiempo logró crear una empresa floreciente. Su flota
llegó a poseer 37 carretas que según él: “están bien
aviadas, de todos los utensilios necesarios para ellas”.
Además, Videla llegó a poseer viñedos, campos con
alfalfares y ganado mayor, incluyendo bueyes, mulas y
caballos. Poseía también “12 esclavos hombres y mujeres,
entre chicos y grandes”.
Pero más notable aún puede ser el caso de
Carrasco; quien al casarse, ni él ni su mujer poseían
bienes: “no trajimos cosa alguna al matrimonio, por lo que
todo cuanto hay y hoy tenemos y poseemos, son
gananciales”. Ello incluía, según él:
-“El sitio en que vivo con lo edificado y plantado;
cuatro alfalfares chicos; tropa de 12 carretas con 300
bueyes; las mulas y caballos que sirven a la tropa; un
carretón usado y otro viejo; todo el ganado que se
encuentra en la estancia de Melingüe a cargo de Colman, y
Carretas del Espectro Página 31
lo que se encuentre en la esquina y pulpería que está a
cargo de Feliciano Núñez”.
Por tanto, el caso de Tomás Carrasco es muy
relevante, porque con su trabajo, no sólo acumuló un
apreciable capital, sino que se erigió como uno de los
troperos principales de la región. Por otra parte, don
Antonio Lemos sostuvo que: “traje al matrimonio dos
alfalfares y una huerta de higueras; y mi mujer trajo una
hijuela y una esclava”. Luego él se dedicó a los fletes y
llegó a figurar en la categoría de troperos muy frecuentes,
con partidas de hasta 15 carretas.
Siguiendo la misma línea, los troperos Pascual
Álvarez y Justo Alvarado, también muestran con claridad
aquello que fue un nuevo fenómeno de movilidad social.
Álvarez comenzó sin capital alguno y, en relativamente
poco tiempo, con su trabajo, logró constituir una posición
relevante. Tanto es que dentro del gremio del flete, don
Pascual Álvarez llegó a figurar entre los troperos
frecuentes; se especializó en la ruta de Buenos Aires a
Mendoza, pero podía realizar servicios también entre éste
y San Nicolás de los Arroyos; llevando en sus partidas
entre 14 y 23 carretas. En su testamento, don Pascual
afirma que:
Carretas del Espectro Página 32
-“…cuando contraje matrimonio no entré en él
bienes ningunos ni la dicha mi mujer tampoco. Todos los
bienes que hoy poseemos son habidos durante dicho
matrimonio”.
Al cabo de su vida, sus propiedades incluían: “una
tropa de 20 carretas aperadas con 300 y tantos bueyes, 30
mulas mansas, poco más o menos, una parte de estancia
que compré en El Carrizal, y en ella 150 cabezas de
ganado siendo 60 y tantas de ganado menor, 40 y tantas de
ganado mayor y 80 y tantos caballos”. Además, tenía:
“140 vacas en invernada, siete cuadras de tierra en
alfalfares y otras junto a lo de Figueredo con alfalfares y
una casita”; asimismo poseía dos viñas y otras dos carretas
que había cedido a una hija.
Pero la historia de don Justo Alvarado exhibe
muchos aspectos parecidos. En el momento de casarse,
cuenta que ingresó al matrimonio “…diez varas de terreno
en el sitio de mi morada, en la traza de esta ciudad, y en
las acequias de Gómez, $54 en un sitio que se me debía
por legítima herencia paterna, pues todo el resto de su
valor lo pagué con los gananciales”. Con su trabajo logró
armar una sólida posición económica. Dentro de este
oficio, Alvarado actuó como tropero frecuente en la ruta
Carretas del Espectro Página 33
de Buenos Aires a Mendoza. Llegó a tener tierras
cultivadas con alfalfa y una flota de más de 30 carretas.
La movilidad ascendente se nota también en el
caso de Eusebio Rodríguez, quien relata que al casarse
“…no trajo mi mujer bienes algunos y yo traje una carreta
con sus correspondientes bueyes”. Luego, tras la muerte
de sus suegros, recibieron algunos bienes más, pero la
base del crecimiento fue exclusivamente su trabajo
personal. Llegó a poseer varias propiedades, incluyendo
seis viviendas. Y así fue que en el oficio del transporte,
don Eusebio Rodríguez llegó a estar en la categoría de
troperos principales y se dedicaba exclusivamente a servir
la ruta Mendoza-Buenos Aires; sus caravanas eran de
hasta 26 carretas.
La trayectoria de Francisco Coria es un otro buen
ejemplo de la ascendente prosperidad social de los
troperos de antaño. Natural de Santiago de Chile, don
Francisco se avecindó en Mendoza, donde contrajo enlace
con Isabel Quiroga, nacida en esa ciudad. Llega a citar que
en el momento del matrimonio: “no entré bienes algunos y
mi mujer trajo el sitio y casa en que vivimos”. Durante su
vida de trabajo, Coria se desempeñó como carretero en la
categoría de tropero poco frecuente, con viajes de
Carretas del Espectro Página 34
Mendoza hacia Buenos Aires y Santa Fe. Como resultado
logró mejorar su posición expectante.
Al redactar su testamento, declaró que tenía, junto
con los bienes originales: “el demás terreno que se
encuentra en el sitio, parral de moscatel y todos los demás
árboles y plantas que son habidos durante el matrimonio.
Incluso, compré a Temporalidades 20 cuadras de tierra a
censo redimible en $470”.
Pero este fenómeno ascendente lo experimentaron
no sólo los troperos principales, sino también los más
modestos. Por tanto, Pedro Martínez también muestra la
capacidad de avance social de este grupo. Martínez llevó
al matrimonio: “$500 y mi mujer no trajo bienes
ningunos”.
Pero con el trabajo personal, este llegó a operar
como tropero entre Mendoza y Buenos Aires, fletando
caravanas de hasta 12 carretas. Luego logró mejorar el
patrimonio familiar, el cual llegó a contar con “el sitio en
que tengo edificada la casa de mi morada y además un
viñedo en el Alto Godoy, entre otros bienes”.
Creo que los casos aquí mencionados ya alcanzan
como ejemplos para mostrar un sistema que operaba con
bastante eficacia. Por lo tanto, el oficio de tropero fue un
canal de ascenso y prosperidad social de singular
Carretas del Espectro Página 35
importancia en la época colonial, sin requerir para ello
nada más que mucho coraje e intrepidez.
Muchas familias se iniciaron casi sin bienes, o con
recursos muy modestos, y al cabo de una vida de trabajo
duro al frente de las tropas de carretas, en viajes fatigosos
y no menos peligrosos a través de las pampas, lograron
una acumulación de capital de distintas dimensiones, pero
sin duda, capaz de exhibir una evolución clara del
patrimonio, de menos a más.
Pero no se puede descartar que el transporte
carretero tuviera una doble función desde el punto de vista
de la movilidad social, pues para aquellos criollos pasó a
ser un mecanismo útil para ascenso y enriquecimiento.
Empero, ese dispositivo sólo se lograba conjuntamente
con la consolidación del proceso de explotación de otras
capas sociales, fundamentalmente la situación de los
esclavos de origen africano, que eran una parte importante
de la rentabilidad que se generaba a través del transporte
carretero. En este sentido, se puede aseverar que el
sufrimiento humano de los esclavos, sin duda alguna, fue
parte importante de la prosperidad de los hispano-criollos
del Cono Sur.
Tampoco podemos pensar que, tanto para los
troperos, como la misma realización de los viajes, no
Carretas del Espectro Página 36
representaban riesgos calculables para los empresarios,
pues el viaje de las tropas de carretas a través de las
pampas llegó a plantear dificultades de diferentes tipos.
Por ejemplo, para llegar de Mendoza a Buenos Aires, las
carretas debían recorrer más de 200 leguas, atravesar ocho
ríos y superar largos trechos sin agua. Por tanto, debían
llevar provisiones, incluyendo agua para beber. Así
mismo, a los problemas naturales habría que añadirse los
culturales: no con poca frecuencia las caravanas eran
asaltadas por malones indígenas; además, estaban las
dificultades para disciplinar a los peones, especialmente en
el plano del consumo de alcohol.
Carretas del Espectro Página 37
3
Historiadores llegan a manifestar que el fuerte de
Río IV tenía por misión principal, garantizar la seguridad
de la población de Córdoba, además de la de los troperos y
arrieros que recorrían el camino entre Mendoza y Buenos
Aires. Consecuentemente, Río IV se fue convirtiendo poco
a poco en un lugar de gran animación, tanto por la
presencia permanente de los viajeros y sus carretas,
hombres que llegaban a este punto a fin de reponer
fuerzas, encontrarse en una pulpería, hablar de negocios y
practicar aquella entrañable amistad de los viejos amigos.
Pero Río IV se convirtió también en un lugar de
conflicto cuando en 1740, el gobernador de Córdoba del
Tucumán resolvió gravar el aguardiente en tránsito
aplicándole un impuesto especial. Por aquel entonces se
obligó a los troperos a detenerse, destapar sus botijas para
verificar si llevaban vino o aguardiente, y entonces pagar
el correspondiente tributo de $6 por botija
(posteriormente, a mediados de 1741, este valor fue
reducido a la mitad).
Carretas del Espectro Página 38
Empero, esa decisión acabó por causar un gran
impacto en la industria de bebidas espirituosas, pues
anualmente Cuyo remitía más de 8.000 botijas de
aguardiente a Buenos Aires. Además, la tasa impositiva
era altísima, ya que esta significaba casi el 50% del valor
del producto que, tanto en Mendoza como en San Juan, su
valor comercial por botija oscilaba entre $11 y $11 con 4
reales.
Con tal ordenanza, las tropas de carretas tuvieron
que acatar estas disposiciones, lo cual pronto acabó por
generar una serie de consecuencias inesperadas. En primer
lugar, los empresarios vitivinícolas debieron entregar
dinero en efectivo a los troperos, para que estos lo llevaran
en el viaje y pagaran dicho impuesto. Bajo estas
circunstancias, tampoco tardó en producirse una
conflictiva situación con el manejo del dinero, el que
muchas veces terminaba por ser robado.
Un informe que fue emitido por el Cabildo de
Mendoza, aseveró que: “los guardias les quitan el dinero y
las botijas de aguardiente”. Pero no conformes con esto,
los guardias aun llegaban a despojar a los troperos de otros
bienes. Así consta, por ejemplo, un registro que dice: “a
don Pedro Sánchez le quitaron los platos de plata,
Carretas del Espectro Página 39
cucharas, mate, pie y bombilla, ponchos, frenos y avíos, y
lo mismo a don Domingo Morales”.
Hubo también casos de cohecho o soborno: “…los
guardas de Río IV obligaban a los troperos a realizar
pagos ilegales para incentivarlos a no usar de la fuerza
para entorpecerles el viaje”. Lo que también consta en un
documento elaborado por el Cabildo de Mendoza, donde
se da cuenta que con frecuencia: “se ve precisado el dueño
a darle algo más de lo que le quitaron para que lo dejen
pasar”. Por tanto, además del impuesto, los guardias
sobornaban a los troperos para permitirles transitar hacia
Buenos Aires.
Sin embargo, el hecho de tener que destapar las
botijas en medio del camino, terminó por generar un serio
problema técnico. Los viticultores cuyanos habían logrado
un importante avance en sus métodos de envasado y
conservación de sus vinos y aguardientes para llegar hasta
los puntos de venta con una calidad razonable. Pero estos
procedimientos, que se constituía en el tapado de la botija
con yeso y otros materiales, se hacían en las instalaciones
de las bodegas, y hacía muy difícil repetir la operación en
medio de las pampas. Por lo tanto, ante el registro que
efectuaba la aduana de Río IV, las botijas debían continuar
viaje de allí a Buenos Aires en malas condiciones.
Carretas del Espectro Página 40
Los documentos de la época han explicado el
problema en los siguientes términos:
“…para reconocer las dichas guardias de Río IV
si son botijas de vino o aguardiente, las abren, y
como nunca pueden taparse con la seguridad que
se hace en Mendoza, porque van ya de camino en
la carretería, se vierte muchísimo caldo, con lo
que se ladea o zangolotea la botija en las
caminatas, demás del mucho que hurta la
peonada en el discurso del camino”.
Resulta que al romperse el tapado original de las
botijas, se generaban tres problemas: se deterioraba el vino
en el largo viaje hacia Buenos Aires; se derramaba parte
del líquido por causa del movimiento de las carretas; y se
generaba una situación tensa con los peones, los cuales se
veían tentados con la posibilidad de beber los vinos y
aguardientes. Un otro documento insiste con estos temas:
“se vierte muchísimo aguardiente, además del
que votan los peones de la carretería con
canutos, o del modo que pueden por causa de
dicha apertura. Por tal motivo, llega a Buenos
Aires la botija muy mermada”.
Para simular el hurto, bastaba con usar un poco de
la viveza criolla, y entonces los peones optaron por
Carretas del Espectro Página 41
agregarle agua, lo cual deterioraba aún más la calidad del
producto. Otro documento explica el fenómeno en los
siguientes términos:
“como (las botijas) quedan mal tapadas, con el
zangoloteo de la carreta, se vierten, además del
mucho caldo que hurtan los peones en la
distancia del camino que media de Río IV a
Buenos Aires, a más que por que se llene la
botija, los peones le echan agua y se echa a
perder todo el vino o aguardiente”.
Como puede ser notado, los viticultores cuyanos se
vieron seriamente afectados por el destape de las botijas y
el cobro de los impuestos. Sintieron que la industria de la
vid y del vino estaba amenazada y pusieron en marcha un
plan para obtener la derogación de la medida. Sobre todo,
porque este tributo se sumaba a una abultada carga
impositiva que aplicaba la Corona a una producción que
no tenía ningún interés en fomentar, pues le hacía
competencia directa a una de las pocas industrias que
tenían los españoles en su propia tierra.
Bajo estas circunstancias, muchos empresarios
cuyanos consideraron que debían luchar con todos sus
medios contra este impuesto. Para avanzar en esta
dirección, los Cabildos de Mendoza y San Juan enviaron
Carretas del Espectro Página 42
al viticultor don Miguel de Arizmendi como su Procurador
a la ciudad de Lima, para que lograra del virrey del Perú la
supresión de este impuesto. Tal como se ha estudiado en
otra parte, el viaje de Arizmendi a Perú se vio coronado
con éxito. Pero la derogación del impuesto de Río IV
demandó varios años.
Mientras tanto, el problema seguía pendiente y los
empresarios cuyanos buscando la forma de eludirlo. Por
ello, luego trataron de atravesar las pampas al sur del
fuerte de Río IV, para evitar de alguna forma los controles.
Pero entraron así a territorio indígena, y las consecuencias
fueron todavía más traumáticas.
En efecto, los carreteros, huyendo de esta cobranza
abrieron nuevo camino por el despoblado haciendo que los
guardias de Río IV los persiguieran…
“A algunas tropas de mulas, cargadas de
aguardiente, para huir de la cobranza del
impuesto, las han perseguido y a los arrieros,
comisándolos, los guardias de Río IV, y los han
llevado a la ciudad de Córdoba, donde han
experimentado el perjuicio de perder su
hacienda”.
Por tanto, tenemos que los guardias encargados del
cobro del impuesto no sólo controlaban el camino de Río
Carretas del Espectro Página 43
IV, sino un amplio radio de acción alrededor de este
punto. Ellos patrullaban la zona para atrapar a los troperos
que trataban de eludir el control, el destape de las botijas y
el pago del impuesto. Y los problemas que se generaban a
partir del subterfugio eran muy costosos: el tropero era
arrestado, conducido por la fuerza a Córdoba, castigado y
afectado en sus bienes y compromisos comerciales.
Frente a esta amenaza, los troperos buscaron
alternativas fuera del control real y efectivo de los
hispano-criollos. Mientras más al sur de Río IV se
realizara la travesía, menos riesgo tenían de caer en manos
de los guardias, pero paralelamente aumentaba otro
peligro: el malón indígena. Consta que la muerte del
tropero Hermenegildo Quiroga fue el resultado de este
intento de los carreteros por eludir la guardia de Río IV y
sus impuestos.
Don Hermenegildo debía viajar de Cuyo a Buenos
Aires con 50 cargas, 200 mulas y 10 personas. Pero en
lugar de seguir por la ruta tradicional, se internó por las
pampas abiertas, al sur del fuerte del Río IV. Grande fue
su sorpresa al encontrarse, inesperadamente, rodeado por
un malón indígena, ante el cual se hallaba indefenso. Los
hechos fueron narrados por don Vicente Delgado, vecino
natural de la ciudad de San Juan, el cual señaló que don
Carretas del Espectro Página 44
Hermenegildo fue por el despoblado, dio en manos del
enemigo y perdió la vida con sus peones; más de siete
mataron los indios bárbaros y se llevaron todas las mulas,
los arreos y cargas; solo tres quedaron vivos.
La muerte de don Hermenegildo Quiroga y siete de
sus peones no fue un hecho excepcional. Era parte del
riesgo que corrían los troperos y arrieros en la realización
de su oficio. Así que también hubo muchos otros casos de
heridos y muertos en estos desolados caminos. Entre ellos
podemos mencionar los que se suscitaron en torno a las
pulperías del Desaguadero, en 1805.
Sin embargo, las pulperías aisladas de la campaña,
también podían convertirse en espacio de alta
conflictividad para las tropas de carretas. Sobre todo si los
peones se entregaban al consumo de alcohol, se
embriagaban y perdían luego todo sentido de la
responsabilidad con las tareas y obligaciones asumidas
antes de iniciar el viaje.
En este aspecto, los sucesos de las pulperías tanto
del río Desaguadero como otras, muestran un ejemplo
interesante ocurrido por aquella época. Las pulperías de
Desaguadero surgieron a fines del siglo XVIII, a unas 40
leguas al este de la ciudad de Mendoza, en la ruta entre
ésta y Buenos Aires. Por lo tanto, el permanente flujo de
Carretas del Espectro Página 45
carretas terminó por asegurarles una clientela importante,
y el negocio luego prosperó. Una tras otra, fueron
abriéndose varias pulperías en este sector.
El lugar elegido era muy adecuado para estos fines:
era una parada casi obligatoria, pues allí se debía preparar
el vado del río, ya que cuando este disfrutaba de mucho
caudal de agua, podía ser preciso descargar las carretas
para facilitar el cruce; luego era necesario volver a
cargarlas, con lo cual, el trabajo era pesado e intenso. O
bien, se podía aguardar unos días, hasta que el agua
descendiera, y cruzar más fácilmente el río. En resumidas
cuentas, sea para aguardar el momento oportuno, o para
reparar fuerzas, la zona de Desaguadero pasó a ser muy
adecuada para levantar allí un polo se servicios,
abastecimiento y proveeduría para los troperos y
carreteros.
Los peones llegaban a este lugar después de cuatro
o cinco días de un viaje cansador desde la capital cuyana.
Por tanto, estos ingresaban con gran ansiedad a las
pulperías para reparar fuerzas, alimentarse y gozar de un
encuentro con amigos que llegaban de otras regiones.
Entonces el vino circulaba con generosidad y algunos se
emborrachaban. Al encontrarse achispados y en malas
condiciones, a veces los patrones y capataces tenían
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problemas para lograr que estos retomaran sus tareas,
sobre todo en la delicada misión de cruzar el Desaguadero
en balsas. No faltaron peones que se resistieron a sus
capataces, e hicieron estallar conflictos. En algunos
ocurrieron malos tratos, golpes, heridos y consta que hasta
muertos hubo en los incidentes del 14 de abril de 1805,
cuando un mes más tarde el caso ingresó a la Justicia.
Consta que un grupo de siete troperos, entre
patrones y capataces, se presentó ante las autoridades para
denunciar los hechos y solicitar la clausura inmediata de
todas las pulperías de Desaguadero. Estas fueron
calificadas en términos de:
“…escoria, tropiezo y mal de todas las tropas del
Reino, pues, acostumbrados ya los peones a
parar en ellas y haciendo uso de las bebidas que
se les franquean, no sólo faltan a todo el trabajo,
se quedan y abandonan las tropas y boyadas,
sino que también defectúan de las balseadas
donde hacen peligrar la carga, siendo
imponderables los estrechos en que nos vemos
los amos y capataces sin poder hacer caminar las
tropas, sacar de aquellas pulperías a los peones,
ni contener sus peleas y averías que han repetido
con eso, sin que en tan riesgosas circunstancias
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puedan los amos valerse, en aquellos
desamparos, de arbitrio alguno ni libertar sus
tropas y cargamentos que transitan expuestos por
la embriaguez de las peonadas”.
El documento de los troperos expresaba la acción
de las pulperías en el sentido de romper las pautas de
disciplina laboral entre los peones. Además del problema
laboral, se produjo también una situación de rebelión
general de los peones contra sus capataces y patrones,
hasta llegar al derramamiento de sangre. El documento
señala al respecto que:
“…era notorio que asesinaron hace poco a don
Joaquín Moyano sus propios peones; que
caminaron enojados con el peón que los obligó a
salir de las expresadas pulperías en las que
mataron el 14 de abril a un mozo, los peones de
don Manuel Peralta, habiendo estropeado
malamente al hijo de don Miguel Salomón que
iba con su tropa de carretas sin que sea posible
remediar los males que en general a todos
causan aquellas pulperías y las embriagueces en
ella de todas las peonadas en las tropas”.
Los peones, alegres y borrachos en las pulperías,
no estaban en condiciones de acatar las órdenes de sus
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mandantes. Se rebelaron, mataron a un peón y a un
empresario, a la vez que golpearon al hijo de otro
“notable” del ramo de tropas de carretas. Lejos de la
fuerza pública y de la autoridad oficial, en medio del
desierto y desinhibidos por el alcohol, los peones se
revelaron en forma clara y franca contra sus patrones.
Claro que estos tipos de conflictos eran recurrentes
dentro del gremio. Los troperos afectados por estos hechos
eran empresarios conocidos en el medio. Don Miguel
Salomón figuraba en los registros de Aduana desde 1797,
prestando servicios en la ruta entre Mendoza y Buenos
Aires. Por su parte, don Manuel Peralta era uno de los
mayores troperos de la región. Llevaba cerca de un cuarto
de siglo en este oficio. Su principal trabajo se encontraba
entre Mendoza y Buenos Aires, aunque servía también las
rutas entre la capital cuyana y otras ciudades, como
Córdoba y Santa Fe.
En los nueve años que fueron registrados por la
aduana entre 1782 y 1799, don Manuel realizó 42 viajes
con 633 carretas. Era uno de los cuatro troperos más
importantes de Mendoza. A pesar de todo, se encontró
ante esta difícil y conflictiva situación.
Al observa lo relatado como un todo, tenemos que
las pulperías aisladas de la campaña, la prepotencia de los
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guardias y fortineros, la irrupción del malón indígena y los
conflictos con los peones, eran sólo una parte de las
dificultades que debían afrontar los troperos para llevar
adelante su oficio, mantener diligente el servicio del
transporte y garantizar el sistema regular de cargas entre
cualquier ciudad del interior y Buenos Aires.
Pero pesar de todos los obstáculos, el servicio de
los troperos se abrió camino y logró asegurar el
abastecimiento y el acceso a los mercados.
Carretas del Espectro Página 50
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Antes de proseguir con esta historia, y a manera de
explicar un poco más como era el escenario general en el
cual se desarrolló todo el contexto en inicio de los 1800´s,
resalto que en el año 1514, la entonces reina Juana I de
Castilla le concedió a Lorenzo Galíndez de Carvajal, para
sí y sus herederos, un muy distinguido título que le
permitía explorar el Correo Mayor de Indias y con ello el
monopolio del correo en la América hispánica, contando
con el menudo goce de todos los beneficios que este
servicio postal pudiese producirle. Este privilegio
posteriormente fue confirmado por el rey Carlos V, lo que
permitió que la familia Carvajal monopolizase los
servicios por más de dos siglos hasta 1768. Finalmente, en
1748 el correo llegó en definitiva a Buenos Aires sin ser la
prerrogativa privilegiada de un solo hombre.
Por entonces, el rey de España Carlos III durante la
segunda mitad del siglo XVIII, llegó a consolidar un
sistema de postas por medio de la utilización de caminos
que permitiesen la gestión de realizar cambios de caballos
Carretas del Espectro Página 51
además de proporcionar el descanso de los usuarios de los
medios de transporte de la época. Por consiguiente, los
caminos por los cuales viajaban los correos se convino
llamar: carreras de postas.
Por aquella época, antes de la creación del
Virreinato del Río de la Plata, -hecho que ocurrió en el año
1776-, la región administrativa que actualmente
corresponde a la República Argentina, dependía de Lima,
actual capital de Perú, situada a miles de kilómetros de
distancia y con la consecuente peripecia que significaba
tener que comunicarse a través de zonas inhóspitas,
salvajes y yermas. Por lo tanto, fueron creados los
caminos que permitiesen unir los centros poblados más
importantes, tales como Buenos Aires, Santiago en Chile,
Potosí, en la actual Bolivia y Lima, además de otros
vecindarios importantes que empezaron a surgir con la
colonización.
En Argentina, este recorrido pasó a ser conocido
como el Camino Real del Oeste y comenzaba en la actual
Provincia de Buenos Aires, y en él fueron instaladas las
postas con sus no siempre bien vistas pulperías.
Consecuentemente, partiendo de Buenos Aires y hablando
exclusivamente de esta provincia, las postas estaban
ubicadas en Puente de Márquez (7), Cañada de Escobar
Carretas del Espectro Página 52
(6), Villa de Luján (8), Cañada de Rocha (2), Cañada de la
Cruz (5), Areco (6), Chacras de Ayala (5), Río Arrecifes
(7), Pueblo de Arrecifes (8), Fontezuelas (5), Arroyo de
Ramallo (6) y Arroyo del Medio (5). Así seguían estas a lo
largo de todo el recorrido del Camino Real hasta su
destino, Lima, sin necesidad de agregar que por este
camino comenzaron a circular los troperos con sus
enormes caravanas de carretas y mulas.
Esta iniciativa generó la oportunidad de que
germinara, casi siempre por motivos económicos de
ocasión coyuntural, la fundación de las famosas pulperías,
unas bodegas exploradas por los visionarios hispanos-
criollos para aprovechar el permanente flujo de carretas
que aseguraba una clientela importante, y generaba a su
vez otros prósperos negocios. Pero en aquella época el
límite entre la civilización y el desierto era bastante
confuso.
En lo que por entonces se convino llamar de
desierto, vivían numerosas tribus indígenas como los
Pampas (Tandil y Sierra de la Ventana), los Ranqueles (en
la región central de la pampa seca), los Pehuenches (en la
zona del río Neuquén y al sur de la cordillera) y los
Voroganos (en el sur de Buenos Aires). Por tanto, vivir en
la frontera de la civilización hasta ese momento existente,
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no era nada fácil, pues a veces hasta el hambre llegaba a
ser un enemigo más peligroso que los propios indios.
Con frecuencia, las provisiones se acababan antes
de tiempo y los vecinos tenían que ingeniárselas: cazar
mulitas, avestruces y cuises, comer caballos o los pocos
yuyos duros que se encontraran en la pampa y hasta hervir
las cinchas de cuero de los arreos para meter en el
puchero. Además, las enormes distancias entre un lugar y
otro entorpecían las comunicaciones y, si se necesitaban
refuerzos o armas... no había más remedio que esperar.
Pero antes de comenzar los años del 1800, no
podemos dejar de considerar que los indios atacaban no
solo a las caravanas de carretas, y sí a las estancias o
poblaciones que se fueron fundando a lo largo y a lo
ancho del inmenso territorio. Y a estos acontecimientos se
les pasó a llamar de “Malón”, pues los fieros indígenas se
llevaban las haciendas además de cautivar a los niños y
mujeres como un trofeo. Por tanto, a consecuencia de
estos ataques se dio origen a la creación de una línea de
frontera y a los llamados por entonces fortines, los que
fueron establecidos aquí y allí como forma de protección.
Pero la vida dentro de sus demarcaciones era muy dura y
llena de castigos y penalidades.
Carretas del Espectro Página 54
Explícitamente en Argentina, estos fueron el
principal punto estratégico de batalla para la “Conquista
del Desierto”, o sea, un territorio no controlado por los
españoles y luego explorado por los criollos. Por ende, se
convino la construcción de líneas de fortines que
avanzaban dentro del “desierto”, aunque ocasionalmente
esas mismas líneas retrocedían ante los contrataques de los
pueblos aborígenes, o avanzaban si se conquistaba una
nueva región.
En tales fronteras bastante móviles, los fortines
solían estar localizados entre sí a unas pocas “leguas”,
frecuentemente a unos 10 kilómetros, -o de acuerdo con la
medición tradicional de la legua en Argentina-, a tan sólo
“un par de leguas” uno de otros. Por entonces, las dos
principales líneas de fortines se encontraban una al sur,
entre la región pampeana y el Cuyo, y una otra al norte, en
la región chaqueña. Pero hacia finales de los 1880s, la
función de los fortines en lo que se denominaba por
entonces como “lucha contra el indio”, se volvió obsoleta.
Aunque no parece haber existido nunca un modelo
único para todos los fortines, cabe decir que estos solían
estar construidos del siguiente modo: emplazados sobre el
terreno más elevado, con una rústica empalizada de
Carretas del Espectro Página 55
troncos dispuestos verticalmente en forma de “palo a
pique”.
Tal empalizada era con frecuencia el único muro
perimetral, o sea, un muro de planta rectangular que
rodeaba a un recinto de unos 100 a 500 mt². En el interior
del recinto se ubicaban ranchos que hacían las veces de
cuadras y barracas, y los tales ranchos generalmente eran
la vivienda de la oficialidad o del comandante fortinero.
Además estaban la barraca de las tropas, un arsenal, una
rudimentaria prisión o celda, un depósito de alimentos, un
establo, y más raramente existían una capilla, una
enfermería e incluso una pulpería.
Carretas del Espectro Página 56
Dentro del recinto estaba ubicado un corral para la
caballada y un mangrullo o torre de vigía de no más de 10
metros de altura, confeccionada casi siempre con leños y
recubierta en ocasiones por un techado de “sacate”. Un
pequeño cañón era usado con la pretensión de infundir
temor a los posibles atacantes, aunque la más de las veces
se utilizaban sus salvas a modo de “telégrafo” para dar
señales a otros fortines.
Aparte del muro perimetral, si el suelo así lo
permitía, estaba este en su parte externa circundado de un
foso lo más ancho y profundo posible, como para ser
permisible detener o dificultar la acometida de fuerzas a
caballo.
No obstante, para sus habitantes, la vida en un
fortín no era fácil: la alimentación era mala, estaban mal
vestidos y podían ser castigados por cualquier motivo,
además de que los soldados ni siquiera tenían la certeza de
recibir la paga a tiempo.
Por consiguiente, debido a su valor estratégico, los
caballos -sin los cuales no se podía salir detrás de los
indios-, eran considerados más importantes que los
hombres. Tanto es así, que por las noches, pese a las
bajísimas temperaturas, los animales eran los únicos que
tenían mantas aseguradas.
Carretas del Espectro Página 57
Todos aquellos que servían como soldados, se
levantaban al alba y trabajaban todo el día. Atendían la
caballada, fabricaban adobe, cavaban fosas y preparaban la
tierra destinada a chacras estatales, todo al margen de las
patrullas cotidianas.
Así lo escribió el comandante Manuel Prado en su
obra La Guerra al Malón (Eudeba, l960):
“... Las mujeres de la tropa eran consideradas
como fuerza efectiva de los cuerpos; se les daba
racionamiento y, en cambio, se les imponían
también obligaciones: lavaban la ropa de los
enfermos, y cuando la división tenía que marchar
de un punto a otro, arreaban las caballadas.
Había algunas mujeres -como la del sargento
Gallo- que rivalizaban con los milicos más
diestros en el arte de amansar un potro y de
bolear un avestruz. Eran toda la alegría del
campamento y el señuelo que contenía en gran
parte las deserciones. Sin esas mujeres, la
existencia hubiera sido imposible. Acaso las
pobres impedían el desbande de los cuerpos”.
Con el pasar de los años, muchos de estos fortines
fueron los que dieron lugar al surgimiento de las ciudades
interioranas de Argentina, como por ejemplo las de Tandil,
Carretas del Espectro Página 58
Bahía Blanca, Villa Mercedes, San Rafael, Morteros,
Chascomús, San Antonio de Areco, Salto, Rojas, Lobos,
Navarro, Monte, Ranchos, Chos Malal, Río Cuarto,
Banderaló, General Daniel Cerri, etc.
Al margen de todo esto, la pulpería pasó a ser casi
hasta los inicios del siglo XX, el establecimiento
comercial representativo de las distintas regiones de
Hispanoamérica, encontrándose ampliamente difundidas
desde centro América a los países del Cono Sur.
Su origen data de mediados del siglo XVI, y por
entonces proveía todo lo que fuera indispensable para la
vida cotidiana: comida, bebidas, velas (bujías o candelas),
carbón, remedios y telas, entre otros enseres.
También era el centro social de las clases humildes
y medias de la población rural, cuando allí se reunían los
personajes típicos de cada región a conversar y enterarse
de las novedades. Era en estos lugares donde se podía
tomar bebidas alcohólicas, se realizaban riñas de gallos, se
jugaba a los dados, a los naipes, entre otros diferentes
retozos.
Los establecimientos no eran más que la viva
expresión de la cultura local, como en el caso rioplatense
en donde los parroquianos solían contar con una o dos
guitarras, para que los gauchos “guitarreasen” y cantasen,
Carretas del Espectro Página 59
como igualmente organizaran payadas y bailes entre los
mismos.
Las primeras referencias que quedaron escritas,
pertenecen a cronistas y viajeros del siglo XVII. La más
antigua delinca de Garcilazo de la Vega, refiriéndose al
pulpero con esta denominación, y diciendo que éste era un
“...nombre impuesto a los más pobres vendedores...”. Pero
quien primero legisló su actividad fue Felipe IV en 1631,
y en la Ley XII las avala por “... Necesarias para el
abasto”.
“Las pulperías. Lugar mítico, espacio real,
escenario común, institución y leyenda. Fue
refugio de la paisanada, encuentro obligado para
el ocio y el esparcimiento, alto en la huella, punto
de referencia social, reducto de los excluidos y
provisión de vidas no reclamadas para la
“defensa” de la frontera. Pero también fue el
modo de vida elegido por el sencillo comerciante
español primero, el criollo después y finalmente
recurso del gringo”.
En un documento del Archivo General de la
Nación, se las describe como teniendo una ventana
enrejada al exterior, bajo una enramada, con los
concurrentes a pie o a caballo detrás de la tranquera. Otras
Carretas del Espectro Página 60
descripciones realizadas por los viajeros del sur de la
provincia de Buenos Aires, las refieren como una pieza
muy larga, con “cielorraso” de paja, poca luz proveniente
de estrechas ventanas de vidrio polvoriento, o tan solo
como una choza miserable para el despacho de
aguardiente.
El comandante Manuel Prado en su libro “La
Guerra al Malón”, dirá que... “Era un rancho largo, sucio,
revocado con estiércol, especie de fonda, prisión, pulpería
y fuerte...”. En fin, un enclave para todo en el confín de la
frontera con el indio.
En general, todos coinciden en describirla como
una casa también de barro, cuadrada o larga, baja, rodeada
de una zanjita para que corra el agua, cocinada por el sol y
como una isla en una mar de pastos duros. No en tanto, un
poco mejores, por el mayor acceso a materiales, como la
piedra, la madera o el hierro, eran las de los suburbios de
Buenos Aires o Montevideo (hablando de las
rioplatenses).
Sin embargo, en la región rural todas eran
parecidas. Nada más que un espacio mal iluminado con
algún farol, de piso de tierra, mesas y bancos de madera y
cuero, siempre deteriorados. En el fondo, algún estante
rodeado de un amplio mostrador, siempre enrejado,
Carretas del Espectro Página 61
característica esencial y peculiar de la pulpería, para
defensa del dueño de posibles ataques de gauchos
“achispados” por la bebida, o de ánimo matrero.
Cuando buscamos referencias a su nombre, vemos
que existen dos corrientes explicativas: de los
“americanistas” que hacen derivar el nombre de la voz
mejicana “pulque”, o de la mapuche “pulcu”, o de los
“hispanistas” que se apoyan en el latinismo “pulpa”. En el
primer caso, es poco probable que ese sea su origen, dado
que el contacto con el indio como para incorporar
vocablos fue muy posterior al 1600, cuando definimos que
ya se conocían las pulperías.
En cuanto a la denominación española, el
“pulpear” era comer bien, por llamar pulpa a la carne. Pero
volviendo al vocablo mejicano, “pulquear” era tomar
aguardiente de maíz, que se elaboraba por la fermentación
de la pasta machacada del maíz, que llamaban “pulpa”.
Así que probablemente, de la conjunción de estas dos
voces puede que derive el término “pulpería”. De todas
formas, hay más crónicas históricas que apoyarían a la
génesis hispánica, dado que en el 1600, no tenía el Río de
la Plata casi contacto con viajeros provenientes de Méjico.
Una otra narración cuenta que en el caluroso
mediodía del 13 de febrero de 1788, Ramón Gadea, que
Carretas del Espectro Página 62
ejercía el oficio de pregonero de la ciudad de Buenos
Aires, acompañado en el momento por el escribano, tropas
y banda militar, leía a viva voz un bando que emitiera el
Gobernador Intendente don Francisco de Paula Sanz:
“…los pulperos debían colocar un mostrador en
la puerta o esquinas de sus despachos,
impidiendo así el paso de concurrentes al
interior”.
La intención era que quienes viniesen, compraran y
se fueran, sin reunirse a tocar la guitarra acompañada de
abundante vino carlón y aguardiente. Es que varios hechos
delictivos, peleas y muertes terminaron por alarmar a las
autoridades del momento. Pero el cumplimiento del bando
para el pulpero, no era negocio. Y así, encubiertos por las
sombras de la noche, el 5 de Marzo, diversos grupos
recorrieron las calles destruyendo los mostradores que
colocaban los pulperos obedientes al mando. No en tanto,
el sumario que se levantó para investigar el hecho, no
arrojó resultado positivo alguno.
Comenzó entonces una larguísima puja entre el
Gobierno defensor de las buenas costumbres y el orden y
el interés de los pulperos. El argumento más eficaz de
éstos (quienes debieron organizarse en gremio para su
mejor defensa), era que llovía muy seguido en Buenos
Carretas del Espectro Página 63
Aires y no se podía atender la clientela en la puerta. Este
extenso conflicto acompaño al gobierno de la Colonia
hasta el cambio de siglo a la Revolución de 1810, y a las
juntas y los triunviratos.
Finalmente el 15 de Junio de 1812, se dio por
encerrado este largo capítulo entre las autoridades
españolas primero y nacional después, merced al escrito
del Caballero Intendente de Policía, don Miguel de
Irigoyen que proponía al triunvirato:
“…No saquen a la calle los mostradores, pero sí
que entre el camino de la puerta y el mostrador
haya una 1/2 vara para que las gentes puedan ser
bien atendidas a la vez que se impida la junta de
borrachos”.
Por entonces se recomendaba también tener gente
de confianza que ayudase a mantener el orden. Así fue
como terminó de configurarse oficialmente la fisonomía
de estos locales, con su espacio mostradores y rejas.
Por otro lado, aquel breve lapso de las invasiones
inglesas, para los pulperos resultó ser una novedad la
aparición de ellos en el Río de la Plata, pues a pesar del
asombro y la exasperación que causó la incursión, no
dejaron estos de atender sus comercios.
Carretas del Espectro Página 64
Consta que una vez iniciada la organización de la
defensa de la cuidad a cargo de don Santiago de Liniers, se
restringió el horario y la permanencia de gente en la
pulpería y cafés, a fin de que estos se ocupasen de la
obligación civil de instrucción militar para la defensa y
fabricación de pertrechos.
Esta restricción continuó a posteriori, dado que el
gobierno patriota detectó en estos lugares sociales como
los más propicios para la confabulación contra las
aspiraciones independentistas. Sin embargo, en la medida
que los comercios, por el paso de los años, pasaron de
dueños españoles a criollos, este peligro disminuyó.
También han quedado registros de coplas, nunca
editadas, que ilustran la costumbre que surgió de arengar
las corrientes políticas del momento mediante el canto.
Las primeras coplas registradas son alusivas a la lealtad a
Fernando VII, con marcado tinte político adverso a los
franceses:
“…para libertarnos de las anarquías y lo
Francmasones de la Francia impía, La
Provisional y Gubernativa Junta que ha formado
Buenos Ayres viva”.
Éste es solo el estribillo de una extensa
composición que ilustra la puja surgida en la junta de
Carretas del Espectro Página 65
Buenos Aires, ante la situación en España. Pero luego
aparecieron las composiciones que exaltaban el espíritu de
la independencia. El exponente más conocido de esta
expresión y realidad literaria de la época, fue Bartolomé
Hidalgo.
Sus cielitos, cuya aparición se registra en el Río de
la Plata entre 1810 y 1816, compuestos por él o recogidos
en sus viajes pampeanos, llegan a transmitir el estado
emocional de los criollos de la época:
“Paisanos, los maturrangos. Quieren venir a
pelear. Preparemos los lazos. Para echarles un
buen pial, Cielito, cielo que sí, Cielito de mi
consuelo. Como sigue la historia”.
A pesar de las continuas penalidades dirigidas
hacia las reuniones en las pulperías, éstas continuaron
dado que estaban integradas en el alma del pueblo, que
heredó del espíritu Hispánico el gozo por las reuniones en
las posadas. Además, con distintos nombres, estos
comercios existían desde Lima hasta los confines
fronterizos con el indio.
Pero en la medida en que la Gran Aldea fue
creciendo y derivando en ciudad, sus distintos gobiernos
(Martín Rodríguez y sobre todo Rivadavia) legislaron para
Carretas del Espectro Página 66
desarraigar esta costumbre que consideraban anacrónica
para una sociedad civilizada.
Después, cuando el criollo de la Pampa pasa a ser
perseguido y reclutado para incluirlo en las levas de
gauchos para la frontera, Martín Fierro dirá en sus versos:
“De carta de más me viá, sin saber a dónde
dirme, más dijeron que era vago, y entraron a
perseguirme”.
Es que el gaucho perseguido se acercaba a las
pulperías y ahí caía la Partida con el Juez de Paz, que
hacía una arriada en montón. Claro que esa misma leva
también fue una vieja costumbre hispana trasladada a
nuestra tierra.
Pero como todo pasa del apogeo a la marginación,
cabe mencionar que desde el mismo momento de la
fundación de Buenos Aires por parte de Juan de Garay,
existían leyes que determinaron la aparición de las luego
llamadas pulperías, para utilizarlas como provisión y
medio de vida. Luego se legisló, como vimos, sobre su
forma, también sobre el funcionamiento y sobre todo,
todos los impuestos que debían abordar.
Los nuevos siglos, las nuevas ideas, las
concepciones políticas, sociales y culturales, hicieron que,
Carretas del Espectro Página 67
junto a las nuevas leyes que regían su existencia, las
llevaran lentamente a la marginación y la desaparición.
En las ciudades, las pulperías se fueron
transformando en almacenes, pero en los suburbios fue
donde más sobrevivieron, y también en el campo, ya con
la forma y designación de almacén de ramos generales.
Por lo tanto, la pulpería y el pulpero, como toda
creación humana conllevan en sí como tal, con toda la
carga de imperfección y de necesidad del momento
histórico en que le toca ser, fueron un período destacado
de la historia nacional y mantienen la aureola vernácula
que recubre la inmensidad anónima de hombres hechos e
instituciones que nos precedieron en el entramado
complejo de nuestra identidad.
Carretas del Espectro Página 68
5
Puede que lo dicho hasta el presente en la
narración de la epopeya que esta obra busca abarcar,
signifiquen meros detalles fastidiosos por no ser más que
sentencias que revelan informaciones periféricas. Empero,
aunque no se busca dilatación al intentar entender las
diversas fisiologías políticas, económicas y sociales de una
época colonial en lo interiorano de Argentina o
Sudamérica, es imperativo querer desarrollar tanto el
ambiente de los personajes como el escenario que conllevó
a la gesta en cuestión, principalmente por causa de
invasión inglesa en las aguas del Plata y lo que con ella
acaeció.
Por ello, tiene una especial preeminencia
comprender como se desarrolló el local principal de aquel
teatro. Y eso ocurrió a partir del año de 1615, cuando
entonces surge el primer núcleo poblacional en el Camino
Real desde Buenos Aires a Perú, justamente en el cruce
del río Luján.
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Aunque antes de comenzar a incursionar por este
histórico poblado, vale destacar que aquellas primeras
moradas que se construían en las villas que iban surgiendo
aquí y allí, eran muy humildes. Eran casonas de adobes
con techos de caña y barro. Y que recién alrededor de
1800 los registros historiográficos hablan de casas con
revoques de barro pintados a la cal, y a veces con un
zocalillo de distinto color o revestido de piedra laja. En
casi todas ellas era característica la ancha puerta a la calle,
de hojas macizas de algarrobo, adornadas con clavos de
cabeza y un gran aldabón redondo. Por su vez, las
ventanas tenían rejas de madera o de hierro forjado.
Los solares urbanos, por lo general, tenían 24
metros de frente por 60 de fondo, aunque los había
bastantes mayores. En las casas de las familias más
pudientes, la puerta de calle se abría a un zaguán interno
con arco de medio punto y piso enladrillado o con un
camino de lajas, con habitaciones a uno y otro costado.
Muchas de esas casas tenían hasta tres patios. El primero
se comunicaba con la sala en la que se recibían las visitas;
el segundo estaba rodeado por las habitaciones, mientras
que el tercero, al fondo, era destinado a la huerta familiar,
la cocina y las industrias domésticas.
Carretas del Espectro Página 70
Invariablemente, por el fondo de todas las casas
normalmente corría la acequia que proveía de agua a la
familia. Donde era común ver dos tinas, una para aclarar el
agua de consumo y otra para el baño.
La vida familiar interiorana en la época de la
colonia también tenía costumbres y rutinas muy
arraigadas. Sólo los hijos varones podían estudiar y ayudar
a sus padres en los negocios o la política, o de lo contrario
iban a servir a la iglesia. Las mujeres se casaban muy
jóvenes y estaban totalmente dedicadas al hogar, aunque
también podían servir al clero. Muy pocas aprendían a leer
y escribir en sus casas.
Luego de un día de actividad, que incluía un
almuerzo familiar y una larga siesta, al atardecer las
campanas de las iglesias o capillas llamaban a la oración.
En ese momento la familia se reunía con sus criados y el
padre o la madre guiaban el rezo del rosario. Terminado el
rosario, y a la luz de las velas, se cebaba mate y luego la
familia hacía una comida sobria. Aunque antes de irse a
dormir, en algunas casas se jugaba a las cartas o se leía en
voz alta. Por los sábados, los amigos de la familia se
reunían en tertulias en las que se conversaba y se
escuchaba tocar algún instrumento musical.
Carretas del Espectro Página 71
Por su vez, el gran número de iglesias y capillas
daban la idea de que el país tenía un alto grado de
religiosidad. Era común por las noches hacer sonar las
campanas, bajo cuyo sonido acudía una multitud de fieles.
Las costumbres de la época mostraban que clases bajas
asistían temprano, y las grandes señoras iban a misa de las
doce, llevando grandes mantos negros sobre el rostro,
además de rosarios y crucifijos, y una esclava las seguía
detrás portando el devocionario.
También las fiestas religiosas eran populares y muy
solemnes. Por ejemplo, la de Nuestra Señora de Luján,
patrona de esa Villa, era tan importante que en ella
formaba el ejército, y concurrían las principales
autoridades de la región para asistir al Tedeum en la
iglesia. También se celebraba con gran pompa la fiesta de
Carretas del Espectro Página 72
Corpus Christi, cuando la tradicional procesión recorría las
calles más centrales de la ciudad, a la que asistían
autoridades eclesiásticas, congregaciones, pueblo y
ejército.
Por otro lado y en forma semejante, la fiesta de
Santa Clara, la segunda Patrona de Buenos Aires, se
celebraba también con gran suntuosidad. Asimismo eran
innumerables las fiestas realizadas en honor a distintos
santos, además de destacarse especialmente las
celebraciones de Semana Santa.
Y como todo lo sucedido en esta historia se propició
especialmente en este paraje que mencionamos, eso nos
lleva a buscar datos desde su origen, cuando encontramos
que fue el 3 de febrero de 1536, o sea 44 años después de
Colón descubrir el continente, que Mendoza, el hijo de
doña Constanza de Luján, acabó por fundar el fuerte a
orillas del Plata en honor a la Virgen protectora de los
navegantes, y al que llamó “Puerto de Santa María del
Buen Aire”.
Desde aquellos lejanos tiempos viene la raíz
histórica de esta ciudad, ya que entre los 800 hombres que
descendieron de aquellas 14 carabelas que atracaron por
estos litorales, se encontraba un caballero que dejaría su
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nombre a un pueblo y a una Virgen generadora de un
gigantesco movimiento de Fe: el Capitán Pedro de Luján.
Empero, algunas hipótesis llegan a sostener que el
nombre de Luján deriva de la nación de los indios Lojaes
(primitivos habitantes de esas tierras), mientras que
basados en antiguos documentos, otros biógrafos alcanzan
a afirmar que el río ya llevaba el nombre de Huyan o
Sehuyan. Sin embargo, la discusión quedó cerrada por el
peso de la tradición, o de la versión histórica que pasó a
ser la más aceptada, aquella que afirma que el río lleva el
nombre del capitán español que perdiera la vida en sus
orillas, luego de la batalla que los conquistadores fueron
derrotados en su lucha contra los indios Querandíes, un 15
de junio de 1536, día en que se celebraba la festividad de
Corpus Christi.
Mismo pareciendo una fábula romanceada, la
historia cuenta que los indios poco esperaron para
incendiar las naves y el caserío de los intrusos, y que
entonces, unos 300 españoles salieron en son de
escarmiento y en procura de víveres. Al toparse con los
nativos, sufrieron una avasalladora derrota que les
ocasionó 38 bajas, entre las cuales se encontraba Diego de
Mendoza y el Capitán Luján.
Carretas del Espectro Página 74
Durante el fragor de la batalla, el caballo del capitán
Pedro de Luján se “espantó” sin que éste pudiera sujetarlo
por encontrarse mal herido; y llegando a la orilla derecha
de un río que hoy lleva su nombre, el caballero español
cayó ya sin vida, siendo su despojo encontrados días
después y su caballo pastando en las cercanías.
Según aseveran algunos otros estudiosos, el combate
debió haberse librado no muy lejos de donde 100 años más
tarde se produciría la milagrosa detención de la Carreta de
la Virgen, y el Capitán Luján, habría venido a sucumbir en
los alrededores de un paraje que años más tarde fue
llamado “El Árbol Solo”, y en donde tiempo después
nacería la gran ciudad mariana de Luján.
Se dice que desanimados por la indómita bravura
presentada por los Querandíes, los conquistadores no
tardaron en abandonar estas tierras. Entre tanto, en aquella
inmensa desolación, el ganado vacuno y caballar que
transportaban empezó a multiplicarse a gran escala y en
estado salvaje, al tiempo que los indios comenzaban a
familiarizarse con estos animales y a adquirir una
inigualable destreza en el manejo del caballo, elemento
con el que dieron vida a aquellos aterradores malones que
tanto atormentaron posteriormente a los españoles.
Carretas del Espectro Página 75
Luego de pasados otros 44 años, en 1580, los
conquistadores vuelven a la carga, esta vez a las órdenes
de don Juan de Garay, quien fundó un nuevo fuerte en el
mismo lugar donde lo había hecho don Pedro de Mendoza.
En ese mismo momento, el explorador e colonizador
comenzó a repartir tierras entre sus acompañantes, y un
límite natural para la citada distribución de “suerte de
estancia”, lo constituyó el propio río Luján, el cual, a la
llegada de Garay, ya era llamado con ese nombre. Queda
claro entonces que el río era llamado Luján, y la vasta
región que éste atravesaba, era denominada “Valle de la
Muerte”, “Valle de la Matanza”, o “Valle de Corpus
Christi”, por causa de la batalla del 15 de junio de 1536; y
dentro de esta zona estaba lo que se concilió llamar de “El
Árbol Solo” (posiblemente hasta fuese un solitario sauce),
el cual sirvió de referencia geográfica para el reparto de
estas tierras.
Pero aquel sitio no era nada más que campo pelado
cuando sucedió el “Milagro de la Carreta” en 1630. No era
nada más que la imponente soledad de la pampa, un sauce
y un vado de tierra firme por donde atravesar el río.
Tampoco se puede dejar de tener en cuenta que las
primeras “suerte de estancia” en esta región fueron
adjudicadas en los primeros años del siglo XVII, cuando
Carretas del Espectro Página 76
se da fe que al capitán don Marcos de Sequeyras, le fueron
asignadas estas tierras el 24 de octubre de 1637. Poco
tiempo después, el hombre construyó el casco de su
estancia -un simple rancho de adobe y paja- a orillas del
río.
Pero la razón por la cual debieron transcurrir algunas
décadas desde el primer reparto de tierras, hasta que en el
paraje llamado “El Árbol Solo” se establecieran los
primeros españoles, parece no ser la gran extensión de
tierras asignadas, ni la riqueza natural que ellas ofrecían,
ni la abundancia del ganado vacuno y caballar que parecía
manar de la tierra, pues estos no resultaron ser elementos
suficientes para que los conquistadores vieran sus sueños
realizados.
Más bien, esto ocurrió porque la soledad encontrada
en esas tierras, sumado a la constante acechanza de los
malones, fue lo que en la mayoría de los casos hizo con
que los improvisados estancieros decidieran finalmente
cambiar sus extensas tierras por un poco de tranquilidad,
la cual seguramente la encontraban en Buenos Aires,
abandonando así sus sueños de ser terratenientes. Por esta
razón, sucesivamente las tierras volvían a ser asignadas y
nuevamente abandonadas por idéntico motivo, hasta que
un día volvían a recibir a nuevos dueños.
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No obstante, en cada nuevo intento, cada estancia
iba transformándose en un puesto de avanzada, en un
puesto de frontera. Por tanto, nada más que eso fue este
paraje en sus orígenes, un puesto de frontera en medio de
una inmensidad de la pampa; y antes aún, nada más que un
punto perdido en medio del reino del silencio que
gobernaba esas interminables soledades.
Un lugar sin nombre siquiera, y sin motivo alguno
para tenerlo, pues la fustigaban los pastos resecos por el
sol de enero, o la ingobernable furia del pampero, además
de la siempre acechante ferocidad de la indiada, notándose
explayada alguna yunta de ñandúes allá a lo lejos y poco
más, muy poco más...
Pero cuentan que en los tiempos de la escarcha, era
peor aún, pues una rotunda nada se cernía sobre estos
campos, nada que delatase la presencia de la vida, donde
nada más grande, abierto, callado y misterioso que la
profundidad del silencio de estos campos donde hoy se
yergue una ciudad en la cual los caminos de la Fe y de la
Historia se han dado cita, y que permite elevar el nombre
de Luján hasta un sitial de privilegio en la historia social,
política y religiosa de la nación Rioplatense.
Y fue así que, con todas aquellas marchas y
contramarchas, en medio de esa falsa calma que precedía a
Carretas del Espectro Página 78
la tormenta tanto de los malones como del pampero, que el
español se fue abriendo paso a través de la inmensidad.
Aquello era Luján, el imperio de la incertidumbre, de la
amenaza y de una monotonía impregnada de constante
zozobra.
Corría el año 1630, y si bien era Lima la capital del
Virreinato, y el centro cultural y económico de América
del Sur tenía lugar en Potosí, era hacia esos lugares que
había que dirigirse por cualquier asunto de cierta
importancia. En consecuencia, los más diversos viajeros
que partían desde Buenos Aires para aquellos distantes
parajes, se veían obligados a tener que atravesar por el
vado del río que se encontraba en las cercanías de un
punto geográfico llamado “El Árbol Solo”, en cuya zona,
años más tarde nacería la ciudad de Luján.
Pero vale resaltar que al inicio, éste no era el único
camino para dirigirse hacia las Provincias del Norte, ya
que había un otro que seguía poco más o menos el
recorrido de la actual Ruta Nacional Nº 8, y el cual
terminó por ser declarado en desuso en 1663, al mismo
tiempo que se ordenaba la utilización obligatoria del que
pasaba por el pueblo de Luján, el cual recibió además,
como ya mencionamos, el nombre de “Camino Real para
los Reinos de Chile y Perú”.
Carretas del Espectro Página 79
En todo caso, las raíces más profundas de esta
historia, nos llevan hasta un nombre, el de don Antonio
Farías de Sáa, un portugués residente en Sumampa
(jurisdicción de Córdoba del Tucumán, hoy Santiago del
Estero), quien por aquel entonces quiso construir una
capilla en su propiedad, para dedicársela a la Imagen de la
Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María.
Dicen que en aquel momento le encargó a un amigo
suyo que vivía en Pernambuco (al nordeste de Brasil), una
imagen de María, sabiendo que aquel lugar, al igual que
Bahía, ya era famoso por la fabricación de imágenes
religiosas construidas en terracota. Equivalentemente, el
centro y sureste de Brasil, (Minas Gerais y São Pablo),
también fueron prestigiosos centros de fabricación de este
tipo de imágenes, y documentos recientemente
descubiertos, parecen indicar que en el Valle de Paraíba
(jurisdicción de San Pablo) fue donde se modeló la
referida a efigie.
Pero por otro lado, lo que no está en discusión es el
origen brasileño de la estatua, pues en general, las
imágenes importadas procedían de Europa o del Alto Perú
y eran de madera policromada. Nunca se supo la razón,
pero lo cierto fue que el paisano de Brasil, en lugar de una,
le envió a Sáa dos imágenes. Una conforme lo había
Carretas del Espectro Página 80
solicitado Farías, que era la de la Pura y Limpia
Concepción de la Santísima Virgen María, y la otra era de
la Madre de Dios con el niño Jesús en sus brazos, y que
fue la que realmente llegó a Sumampa, ya que la otra
imagen fue la protagonista del milagro fundador del culto
a la Virgen de Luján.
El 21 de marzo de 1630, el navío “San Andrés”
arribó al puerto de Buenos Aires transportando las dos
sagradas imágenes, las que junto con el resto de las
mercancías fueron decomisadas en la Aduana, en tanto que
Andrea Juan (dueño del navío) y sus acompañantes,
fueron detenidos, posiblemente por tratarse de un asunto
de contrabando.
La oportuna intervención de don Bernabé González
Filiano, de gran poderío económico en aquellos tiempos, y
un amigo de Andrea Juan y de Farías, hizo posible que
todos fueran liberados y que pudieran proseguir con el
itinerario preestablecido. Por lo demás, después de
solucionar su problema con la Aduana, el portugués
Andrea Juan debió esperar un tiempo hasta que una
caravana de carretas partiera con el mismo rumbo que él
debía emprender y así unirse a ellas, ya que tan largo viaje
no podía ser realizado de otra manera. De modo que, a
principios del mes de mayo comenzaron la marcha como
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un viaje más, ignorando que a pocas leguas les aguardaba
un hecho sobrenatural que inscribiría su nombre en los
libros de historia y que daría origen a unos de los cultos
más grandes de la fe mariana.
La lógica recomendaba tomar por el camino de “El
Árbol Solo”, pero razones comerciales o de amistad,
hicieron que marcharan por el otro. Fue así que, al
anochecer del primer día, la caravana se detuvo frente al
río de las Conchas, en un lugar llamado más tarde de paso
de Morales (hoy partido de la ciudad de Morón), y una vez
que reanudaron el camino y vadearon el río, llegaron al
atardecer del segundo día, a orillas del río Luján en la
localidad de Villa Rosa, haciendo noche en una propiedad
que entonces se conocía como la estancia de Rosendo.
La permanente amenaza que constituían los indios,
sumada a otros peligros propios de esas desolaciones,
hacían necesaria la presencia de jinetes armados que
custodiaran la caravana a lo largo de todo el viaje, y fue de
esta manera como llegaron a acampar toda la noche,
formando una especie de fortín con las carretas para
protegerse entre sí, mientras los animales pastaban, bebían
agua en el río y se reponían del cansancio de una larga
jornada de trajín.
Carretas del Espectro Página 82
Los viajeros, reunidos en torno a la fogata, nos
permite imaginar que conversarían seguramente de sus
cosas, mientras se iba poniendo a punto la carne en el
asador, y una vez saciado el apetito, a medida que el fuego
se iba apagando, uno a uno los troperos eran vencidos por
el sueño, mientras que un centinela de turno vigilaba las
inmediaciones. Y cuando las primeras luces del nuevo día
comenzaron a asomar en el interminable horizonte para
dar vida a una nueva mañana de aquella primera quincena
de mayo de 1630, los preparativos para reanudar la marcha
estaban llevándose a cabo, cuando entonces lo
sobrenatural se hizo presente.
Como si estuviese amarrada a la tierra por una
fuerza invisible, la carreta no se movía de su lugar, muy a
pesar de que los robustos y pacientes bueyes emplearan
todas sus fuerzas. No advertido del misterioso suceso, el
carretero ató otras yuntas, a la vez que los troperos de la
caravana iban rodeando la carreta, movidos por la
curiosidad y con ánimo de ayudar. Luego de mil inútiles
tentativas, por consejo de los demás, el carretero bajó toda
la carga al suelo (que no era mucha) y los bueyes lograron
mover la carreta con toda facilidad. El caso mantenía
perplejos a todos los presentes, dado que con esa misma
carga se había viajado normalmente los días anteriores.
Carretas del Espectro Página 83
Se cargaron nuevamente los bultos, y la carreta
volvió a quedar inmóvil. Los rudos y experimentados
troperos estaban atónitos. Uno de ellos (quizá por
inspiración Divina) sugirió bajar a uno de los cajoncitos,
pero los bueyes no pudieron avanzar. Se propuso entonces,
subir dicho cajón y bajar el otro, con lo cual, la carreta
volvió a moverse con toda normalidad.
Aquí fue cuando llegó la admiración a romper el
silencio, al soltarse la lengua de todos en piadosos
clamores y con los ojos a liquidarse en lágrimas de
enternecimiento, levantando todos ellos el grito y
repitiendo a una voz:
-¡Milagro! ¡Milagro! ¡Esto es obra de Dios!
Pasado este primer momento, se apoderó de todos
ellos la natural curiosidad de contemplar la prenda de
tanto valor que estaba encerrada en aquella arca. Uno de
los asistentes, no sin profunda emoción, y sí con legítimo
estremecimiento, procedió a la apertura del cajón; y todos
fueron testigos de que el tesoro que contenía era bien en
efecto, como lo había declarado el portugués conductor
del carretón, un bello simulacro del bulto de la Purísima
Concepción de la Virgen, como de media vara de alto.
¡Encantadora y hermosa se presentó a los ojos de
todos los circunstantes la Sagrada Imagen de María
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Inmaculada! Y cuenta la leyenda que llenos todos de la
más dulce emoción y piedad y postrados en tierra la
veneran; e imprimen en ella sus más fervientes besos,
entre los tiernos afectos que pronuncian sus lenguas en
alabanzas a Dios y a su dulcísima madre, y abundantes
lágrimas de gozo y de consuelo que corren de sus ojos.
Así estuvieron algún tiempo suspensos, llenos de
alegría ante la Sagrada Imagen; pero, luego que sus tiernas
demostraciones de amor dieron lugar a los discursos,
cuando entonces resolvieron llevarla todos juntos y con el
mayor respecto y devoción a la propia morada de don
Rosendo.
Formaron, con este fin, todos los asistentes, una
procesión sencilla y acompañaron así formados a la Santa
Imagen, con más fervor y enternecimiento que aparato y
solemnidad. Llegados a la humilde morada de don
Rosendo, la depositaron luego en el aposento más decente
de ella, y habiéndola colocado en el rústico trono que, en
medio de sus cortos alcances, le improvisaron,
nuevamente se postraron unánimes a rendirle homenaje.
Después de haber, de esta suerte, satisfecho las
ansias de su devoción para con la Soberana Señora, los
felices troperos con harto sentimiento se despidieron de la
venerable Imagen, para proseguir su camino hacia su
Carretas del Espectro Página 85
destino, llevándose consigo aquella otra Imagen destinada
a la Ermita de Sumampa, y esparciendo la voz de los
prodigios de que habían sido testigos, por todos los pagos
de su tránsito; de modo que al poco tiempo, la fausta
nueva fue conocida en todos los ámbitos de la
Gobernación del Río de la Plata y de la de Tucumán.
También cabe mencionar que la detención de la carreta
habría sucedido en la actual localidad de Villa Rosa,
(partido de la actual ciudad de Pilar) ubicada sobre la ruta
que une la ciudad de Pilar con la de Escobar.
No demoró mucho para que el Milagro comenzase a
difundirse, al tiempo que los fieles iban llegándose hasta la
estancia de don Rosendo. Y tres años del portento fueron
necesarios para construir una ermita junto a la casa que en
principio había servido de improvisado oratorio; y de tal
forma que un modesto rancho de adobe y paja, con una
cruz en lo alto era que lo distinguía en aquella dilatada
soledad, y lo que fue la nueva morada de la Santa Imagen
que estaba colocada en un nicho apoyado sobre un rústico
altar. Y así, en aquella pequeña y humilde ermita,
transcurrieron unos 40 años más, durante los cuales el
primer y principal propagador del culto fue un esclavo de
nombre Manuel que había venido como una mercadería a
Carretas del Espectro Página 86
más en el cargamento que vino desde Brasil acompañando
a la Imagen.
Desde el momento del Milagro, el negro Manuel fue
consagrado por completo al cuidado de la Santa Imagen,
aseando el altar y no dejando que por causa alguna le
faltase luz ardiente a su ama, reconociéndose él mismo
como el verdadero y exclusivo esclavo de la Virgen.
Atendiendo a los enfermos, enseñando el camino de Dios
y consolando a los afligidos, eran las obras de misericordia
en las que los peregrinos lo veían siempre ocupado.
En su venerable ancianidad, vestido de tosco sayal,
con una larga barba blanca a manera de ermitaño, y con un
profundo aspecto místico, lo encontró la muerte,
supuestamente en 1686, a los 82 años de edad, cuando el
esclavo de la Virgen había alcanzado una gran influencia
sobre los creyentes, llegando a ser amigo y consejero de
todos ellos.
Y hallándose el negro Manuel en la última etapa de
sus enfermedades, dijo un día que su ama le había
revelado que había de morir un viernes, y que el sábado
siguiente lo llevaría a la gloria. En efecto, su muerte
aconteció el día mismo que había dicho. Y por tradición y
por sus insuperables méritos, su cuerpo fue sepultado
Carretas del Espectro Página 87
detrás del Altar Mayor, descansando a los pies de su
siempre bien amada Madre.
No resultaría extraño que, a la distancia de tantos
años, alguno datos sobre Manuel hayan sufrido algunas
deformaciones, y que el pueblo llegara a idealizar un tanto
la vida de quien sin duda, fue la figura más querible de
esta monumental obra de fe, siendo por ello que su
memoria ha de perdurar siempre bendita en el corazón de
los creyentes.
Pero corría ya el año 1666, y tanto la estancia de
Rosendo como la capilla, debido a la indolencia de los
dueños, habían caído en un total abandono, debiéndose al
negro Manuel que el culto hubiese permanecido vivo en
aquellos largos años de desolación. Casi cuarenta años
habían pasado desde aquella gloriosa mañana de mayo de
1630 y el culto aún no había sido oficializado.
La máxima jerarquía eclesiástica hasta entonces no
se había expedido sobre el “Milagro de la Carreta”, y
siendo sus dueños clérigos de gran influencia, creyeron
mejor librarse de un problema al vender la sagrada Imagen
a doña Ana de Matos (viuda de Sequeyra), cuando esta le
destinó una habitación de su casa para el culto de María,
siempre cerca del río, pero ahora en la cercanía de “El
árbol Solo”, en donde años más tarde florecería el caserío
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fundacional de lo que es hoy Luján, la ciudad mariana de
nombradía internacional.
Empero, la firme voluntad de quedarse para siempre
en esas tierras, había sido expresada por la Madre de Dios
mediante el histórico prodigio con el que se iniciaba la
gloriosa cadena de mil gracias y favores de tan grandiosa
trascendencia.
Pero las dificultades no faltarían, y esto nos enseña
que en la vida, ningún logro auténtico, firme y perdurable,
se obtiene sin perseverancia, sin tenaz lucha en los
momentos difíciles.
Por aquel entonces todo parecía atentar contra el
culto: los devotos, muy obedientes de la voz oficial de la
Iglesia, observaban con preocupación que a 40 años del
Milagro, el culto no había sido oficializado; la estancia y
la capilla habían sido abandonadas por sus dueños; el
camino había sido anulado por el Gobierno, y el negro
Manuel era reclamado por sus dueños desde Buenos Aires.
Un sombrío panorama insinuaba la irremediable extinción
del culto.
Pero no era voluntad de Dios que esto sucediera. En
aquella inmensa desolación sólo surcada por el indio y el
furioso viento pampero, el estoico “Esclavo de la Virgen”,
sin recursos materiales, con su sola inspiración Divina,
Carretas del Espectro Página 89
pudo mantener viva la llamada de aquel agonizante culto a
María. Pero la oportuna aparición de doña Ana de Matos,
cambiaría felizmente tan angustiante situación.
Doña Ana se presentó entonces ante el rector de la
Catedral de Buenos Aires para adquirir los derechos sobre
la Sagrada Imagen, pues Juan de Oramas (el heredero
universal de don Diego Rosendo), quien siendo un hombre
absolutamente práctico como administrador, no dudó en
acceder al deseo de la dama mediante el pago de $200.
Una vez cumplida la correspondiente tramitación, la
señora acudió presurosa a la desolada ermita, y se trajo
consigo a la Santa Imagen, dejando allí al negro Manuel.
Pero una vieja tradición afirma que esa misma noche, la
sagrada Imagen volvió por sus propios medios
(translocación) a la ermita de Rosendo, junto al negro
Manuel. En consecuencia, al día siguiente, en la casa de
doña Ana se agotaron todos los recursos buscándola sin
éxito, hasta que un presentimiento los llevó hasta la vieja
ermita, donde la hallaron junto a su fiel negro.
Colmada de asombro, no comprendiendo del todo a
aquella extraña situación, Ana de Matos dio la orden para
que el traslado se efectuara nuevamente hacia su estancia,
y volvió a colocar la efigie en el mismo lugar del día
anterior; y para mayor tranquilidad, dispuso de una
Carretas del Espectro Página 90
guardia especial en torno a la habitación, para que no se
repitiera el extraño suceso de la jornada anterior. No
obstante tales medidas de seguridad, sin que nadie pudiera
explicarse cómo, la Sagrada Imagen volvió a desaparecer,
siendo hallada junto a su devoto esclavo, quien había
quedado desolado en la abandonada estancia de Rosendo,
sumido en la decepción y la angustia más profunda.
Entonces, sintiéndose seriamente afligida por la
doble desaparición, doña Ana comenzó a presentir que en
todo aquello había algo de sobrenatural, algo de origen
divino; razón por la cual no se atrevió a efectuar un tercer
traslado sin antes exponer debidamente el misterioso
problema ante el obispo Fray Cristóbal de Mancha y
Velazco, y ante el Gobernador don José Martínez de
Salazar.
Luego de un exhaustivo y concienzudo examen de la
singular situación, ambas autoridades coincidieron en la
necesidad de tomar una imperiosa decisión: efectuar ellos
mismos el traslado. Y eso fue exactamente lo que sucedió,
conformándose a tal efecto una gran comitiva integrada
por lo más representativo de la sociedad de Buenos Aires
y una considerable cantidad de público que se unió a ella.
Una vez en la estancia de Rosendo, el Obispo
procedió a informarse minuciosamente de todo lo
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sucedido, inspeccionando el lugar, examinando uno a uno
a todos los testigos de las misteriosas desapariciones, y
luego de esto reconoció sí, la invisible intervención de la
mano de Dios, antes de autorizar la histórica traslación.
Fue así entonces que, la Sagrada Imagen fue levantada en
andas y, en solemne procesión comenzó de a pie aquel
traslado encabezado por un obispo y un gobernador, muy
ancianos ya, mientras también iba entre todo aquel público
un esclavo, el preferido de la Virgen, el negro Manuel.
Según algunos biógrafos, dicho traslado debió
efectuarse en los finales del año 1671, y que quizás en una
fecha muy cercana al 8 de diciembre, como preparativo de
una fiesta de la Pura y Limpia Concepción. El trayecto fue
cubierto en dos jornadas sucesivas de peregrinar rezando a
través del campo, hasta que por fin arribaron al rancho de
Ana de Matos, en donde por espacio de tres días se
celebraron solemnes misas, se rezó el Santo Rosario, se
cantaron las letanías y los himnos a María Inmaculada.
Finalmente, el Prelado dejó autorizado oficialmente
el culto a la Pura y Limpia Concepción del Río Luján,
quedando así, luego de 40 años del Milagro, canonizada la
devoción de un pueblo y proclamado por siempre, el
nombre de Nuestra Señora de Luján.
Carretas del Espectro Página 92
Ahora sí, la Imagen de María se quedaría para
siempre en estos lugares. Vendrían luego el oratorio junto
a la casa de doña Ana, y más tarde distintas capillas
antecesoras de su octavo lugar de culto, la actual Basílica
Nacional de Luján.
Pero resulta que una vez que fue oficializado su
culto, la afluencia de peregrinos fue creciendo a pesar de
que el pequeño oratorio no tenía clérigo estable, razón por
la cual, los oficios religiosos no eran más que
acontecimientos aislados. Pero la siempre creciente ola de
devotos hizo pensar a doña Ana de Matos en la
construcción de un lugar más propicio para albergar la
Imagen de María. Y a título de donación perpetua, cedió
entonces un predio para edificar una Capilla, más una
cuadra a la redonda para que allí se establecieran los
primeros pobladores, y más una porción de estancia al otro
lado del río, que ayudaría a solventar los gastos
demandados por el culto.
Por tanto, con fecha 2 de octubre de 1682 quedó
formalizada la donación, aunque en 1677 por cargo del
Fraile Juan de la Concepción (conocido por la historia
como Fray Gabriel), se habían comenzado a cavar los
cimientos y se estaba construyendo el horno de ladrillos
necesario para la obra.
Carretas del Espectro Página 93
Igualmente, agrupándose junto a la capilla,
dispuestos a hacer frente común a la indiada, los primeros
vecinos lujanenses fueron dando forma al caserío
fundacional, aunque en un principio más que pobladores
estables, eran sólo devotos que pasaban algunas noches en
improvisadas chozas, dejaban sus súplicas y ruegos, y
volvían a sus lugares de origen.
Así nació este pueblo: humilde y silencioso, sin la
llegada de un enviado del Rey para presidir la ceremonia
de fundación, como era de costumbre en aquellos lejanos
años. Y tal vez a eso se deba el hecho de que, aunque la
aldea hubiera nacido antes, sólo en base a la
documentación puede confirmarse su existencia hacia
1740.
Pero las paredes del Sagrado Recinto estaban a
medio levantar y algunos materiales se hallaban acopiados
para continuar con los trabajos, cuando el Fray Gabriel
debió trasladarse a Chile, con lo que la obra quedó
virtualmente paralizada.
Sin embargo, un nuevo y trascendental suceso
vendría a dejar una profunda huella en esta historia, al
aparecer en escena un protagonista clave: el primer
Capellán de la Virgen. Se llamaba don Pedro de Montalbo,
y quien era licenciado además de clérigo presbítero.
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Radicado en Buenos Aires, el hombre de Dios se hallaba
al borde de la muerte, cuando impulsado por su gran
devoción por la Santísima Virgen, decidió realizar el
penoso y largo viaje en un pesado carretón, hasta los
mismos pies de la Sagrada Imagen de Luján.
La tisis pulmonar que padecía, complicada con una
severa afección cardiaca lo redujeron al último extremo,
tanto que, una legua antes de llegar hasta el pequeño
Oratorio junto a la casa de doña Ana de Matos (hoy calle
Dr. Muñiz junto al río) “una crisis respiratoria terminó
con su vida”, según el parecer de los que lo conducían.
Y en ese estado lo presentaron ante el negro Manuel,
quien de inmediato le frotó el pecho con el sebo de la
lámpara que ardía sin cesar ante la Bendita Imagen, hasta
que el moribundo volvió en sí. Mientras esto sucedía,
Manuel le hablaba de la confianza que debía tener en
María, ya que ésta “lo quería para su primer Capellán”. Le
preparó además una infusión con abrojos y cardillos, y
más un poco de lodo que él solía recoger del vestidito de
la Sagrada imagen al regresar Ella de aquellas misteriosas
fugas nocturnas de las que habláramos anteriormente.
Al tiempo de comenzar a ingerir este brebaje en
nombre de la Santísima Virgen María, ya encontrándose
bastante reestablecido, el licenciado prometió entonces
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cuidar a la Santa Imagen hasta sus últimos días de vida, en
caso de recuperar definitivamente su desahuciada salud. Y
sin más, quedó libre de su ahogo asmático y enteramente
sano, a lo que todos los testigos no dejaron de calificarlo
como un nuevo Milagro. Una vez que cumplió el buen
hombre con su promesa, ya que provisto formalmente del
título de Capellán, vivió y trabajó en Luján, hasta el día de
su muerte.
Como mencionamos, al momento de llegar
Montalbo a Luján, las paredes del proyectado Santuario se
encontraban a medio levantar, y convencido de que la
Virgen se merecía algo más grande que el pequeño
oratorio en donde se encontraba, se dedicó
empeñosamente a terminar la obra.
Movió todas sus relaciones, inclusive obtuvo un
importante respaldo económico del Gobernador de la
Provincia, venció mil obstáculos, hasta que finalmente
logró la inigualable satisfacción de inaugurar el nuevo
Santuario al que se trasladó la imagen en solemne
procesión, en 1685, posiblemente, el 8 de diciembre,
pudiendo considerarse a este año, como el punto de partida
de las tradicionales fiestas de los 8 de diciembre.
Por su vez, la fama del Santuario llegó incluso hasta
el Viejo Mundo y eran muchos los hombres de mar que al
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lanzarse en sus intrépidos viajes, se encomendaban al
patrocinio de tan Milagrosa Madre. Y muy pronto la
nombradía de tan excelsa Señora, llegó a Roma, y fue el
Papa Clemente XI quien concedió la primera indulgencia
plenaria:
“a la Capilla Pública de la Santísima Virgen
María, llamada de Luján, situada en la campaña
de Buenos Aires, en las Indias”.
El Fundador del primer grande templo a María de
Luján, falleció en 1701 y sus restos fueron sepultados en
este Santuario; su fe religiosa y su celo por el culto a la
Virgen, pasaron a la posteridad como modelo y ejemplo;
su título de Primer Capellán de la Virgen, es con el cual la
historia trata de rendir homenaje a la memoria del
Licenciado don Pedro de Montalbo.
Casi cien años se pasaron sin que hubiese otros
eventos significativos, a no ser la evolución económica de
la región y los adelantos que ella siempre trae consigo.
Pero vale destacar algunas de esas efemérides, como
aquella que, buscando poblar la región, en 1771 el
gobierno central quiso crear la Reducción Jesuítica de San
Francisco Javier con indios pampas traídos de la región
de Córdoba e instalarlos en la zona de Luján, la que fue
abandonada por los indígenas a los pocos meses, al
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declararse otra epidemia de viruela. En todo caso, la
primera escuela se funda no de forma oficial en el año
1722, y en 1730 Luján es erigida en parroquia, cuyos
límites eran la cañada de la Cruz, el río de la Plata y el de
Las Conchas (hoy Reconquista).
Finalmente, en 1740 la Santa Imagen es colocada en
un templo provisorio hasta que se concluyera el que
comenzara a levantar el obispo Juan de Arregui nueve
años antes. Aunque en 1742, doña Magdalena Gómez,
viuda de Díaz Altamirano y dueña de la estancia que fuera
de doña Ana de Matos, por medio de su testamento dona
una manzana con destino a plaza pública y le ordena a sus
herederos que vendan los solares necesarios para la
formación del pueblo en torno al santuario mariano, cosa
que se practica al año siguiente.
Otra disposición que trajo mudanzas, ocurrió en
1752, ya que para frenar los constantes ataques de los
aborígenes se crea el cuerpo de Blandengues y la Guardia
de Luján. Y en 1753 se derrumba en definitivo la iglesia
iniciada por el obispo Arregui, destruyéndose la “capilla
de Montalbo”. Mientras que el 24 de agosto de 1754, se
comienza la edificación de un templo parroquial bajo la
dirección de don Juan de Lezica y Torrezuri, quien se
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sentía agradecido por los favores recibidos por parte de
Nuestra Señora.
Pero Lezica y Torrezuri logra que el Cabildo de
Buenos Aires aprobase la construcción de un puente sobre
el río Luján, contando con el subterfugio de que cuyos
ingresos de los primeros años se destinarán a las obras del
templo parroquial.
Se pasa otro año, y el 11 de junio 1755 el rey
Fernando VI al fin permite la obra del puente y aprueba
que su producido se aplique a la edificación del templo.
Por consecuencia, el 17 de octubre el gobernador de
Buenos Aires, José Andonaegui, accediendo al pedido de
los vecinos del santuario de Luján representados por
Lezica y Torrezuri, le da el título de Villa a la aldea
formada en torno al templo parroquial, de 260 habitantes.
Ya contando con el título de Villa, en 1756 se instala
el Cabildo, Justicia y Regimiento (único de españoles en la
campaña bonaerense), y la jurisdicción se extiende entre
los ríos Areco, de la Plata y Las Conchas, aunque el rey
Fernando VI sólo ratifique la erección de Luján y la Villa
y la creación de su cabildo recién dos años después, en
1759. Todo iba viento en popa y en 1758 se concluye el
puente sobre el río Luján, -primero de la campaña
bonaerense-, y el Cabildo de Luján proclama al rey Carlos
Carretas del Espectro Página 99
III con la acuñación de una medalla conmemorativa, teatro
y corrida de toros.
Durante la década de 60 se instituye a la Virgen
como Patrona y se inaugura, el 8 de diciembre, el templo
construido bajo la dirección de Lezica en el mismo lugar
en que hoy se levanta la Basílica. Además se instala en
Luján la primera estafeta y se crea la primera escuela
oficial de la campaña bonaerense.
Así es que Luján obtiene su primera escuela, con
maestros que antes de luchar contra el analfabetismo
deben hacerlo con los padres de los niños, que se niegan a
enviarle sus hijos, al punto que uno de ellos golpea
fieramente a un maestro, “estropeándole la máquina
humana”, según lo grafica un acta del Cabildo.
Pues bien, Lujan tiene ahora escuela y el primer
médico rentado. Y en poco dos abogados iniciales. Ambos
recibidos en Charcas. Y ciudadanos americanos. Uno es
José Francisco de Ugarteche, paraguayo, futuro diputado
en las asambleas de 1813 y 1825. El otro, Julián de Leiva,
vecino de Luján, quien como síndico del Ayuntamiento de
Buenos Aires, el 25 de Mayo de 1810 tendrá una pregunta
famosa y no menos evidente: “¿Dónde está el pueblo?”.
Santuario, posta, villa, paradero de Blandengues,
defensa contra el malón salvaje, “poblao” en mitad del
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campo, Luján ve pasar de tanto en tanto las carretas,
muchas de ellas salitreras que vienen de las Salinas
Grandes, proximidades de Bahía, rumbo a Buenos Aires.
Así había terminado el siglo XVIII en la Villa, ya
contando con la primera Oficina de Correos y terminando
la construcción de la Casa Cabildo y Cárcel, hasta que, en
1806, el virrey Sobremonte se detiene en la Villa de Luján
de viaje a Córdoba.
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6
Al abrir la puerta, una vieja sirvienta de tez mestiza
y con el aspecto de ser una buena y servicial matrona, se
hizo a un lado para que el padre Vicente y el capitán
Martín entrasen, no sin antes bajar la cabeza calladamente
en un atento movimiento de genuflexión con el que les
exteriorizaba un buen día apenas susurrado.
-¡Pasen, por favor! -les ordenó ella a seguir,
mientras sujetaba la aldaba de la pesada puerta.
-El señor Manuel dijo que los aguarda en el salón
principal -aclaró enseguida con voz disminuida como si
estuviese contándoles alguna inconfidencia.
Luego después de cerrar la puerta, la mujer se
adelantó a ellos y los precedió por el corto camino
mientras iba arrastrando los pies y emitiendo una leve
farfulla al estilo de quien busca con el mínimo esfuerzo no
despertar al que aun duerme, o quizás esconde en sus
pasos el descontento que los años le proporcionan.
-¡Buen día, señor Alcalde! -expresó el cura, al ser el
primero a trasponer el dintel de la habitación. Su rostro
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demostraba estar indiferente, aunque en su interior
bullesen mil incógnitas.
Al entrar, sin querer sus ojos recorrieron toda la
estancia y no pudo dejar de observar que un mobiliario
austero tomaba cuenta del lugar. Era la primera vez que el
padre Vicente visitaba esa parte de la casa.
Don Manuel los recibió parado debajo de un
crucifijo donde un Jesucristo de rostro severo e implacable
expresaba una mirada que parecía dividir a los hombres en
buenos y malos, rectos y probos. Al padre Vicente le
pareció que para los ojos de ese Cristo no existía un tercer
grupo.
-Buen día para usted también, señor Padre. -
Pronunció el alcalde al momento que doblaba la carta que
había estado leyendo.
-Por favor, arrímese aquí para que podamos
conversar entre todos. Usted también, señor Martín.
-Antes de más nada, le comunico que tengo una
carta del señor obispo Benito Lué y Riega para usted,
padre Vicente, pero le adelanto que no necesita tomarse el
trabajo de leerla, por lo menos ahora, -le aclaró don
Manuel frunciendo los labios-, ya que la urgencia de los
asuntos que nos reúne aquí, exigen cierta premura.
Carretas del Espectro Página 103
-¿Usted está al tanto de lo que sucede ahora en
Buenos Aires, Padre? -preguntó a seguir, con el rostro
severo que exponen todos aquellos que pronuncian
palabras inexorables.
-Digamos que en parte, sí -concordó el cura, a la vez
que buscaba recoger un poco el vuelo de la sotana y se
sentaba en un confortable sillón de terciopelo rojo.
-¿De qué “parte” usted se refiere? -quiso entender el
alcalde, mientras dirigía una mirada inquisidora hacia el
capitán Martín.
-Si disculpa mi intromisión, señor Alcalde, le diré
que no he conversado aun con el padre Vicente, pues
entendí que sería mejor que estuviésemos todos juntos.
Al escuchar el pretexto dado por el oficial, el cura no
pudo esconder un gesto de desconformidad, ya que ambos
hombres estaban hablando de alguna cosa que decía a su
respecto y de lo cual no imaginaba que fuese.
-Está bien, señores, pues ya que ahora estamos todos
aquí en esta confortable sala, no necesitamos andar con
evasivas. Para Dios, -pronunció el padre antes de mudar el
tono de voz-, no hay diablo que le impida ni demonio que
le estorbe; pues ni todos los demonios juntos, ni toda la
creación entera revelándose, oponiéndose, resistiéndole,
pueden detener la mano de Dios.
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-No es para tanto, señor Padre -acotó el oficial,
sintiéndose desorientado por causa de la jaculatoria.
-Pues en Lucas 11:20 está dicho que, “Por su dedo
son echados fuera los demonios”, porque en Su
Supremacía, Él es infinitamente superior a todo -le recitó
el sacerdote, quien juntó la palma de sus manos para
acentuar un poco más su plegaria.
-¡Amén! -respondió don Manuel sin llegar a
persignarse.
-Entonces, ¿me van a decir qué ocurre? -Demandó el
padre Vicente mientras buscaba la mirada de sus
interpelantes. Pensaba que su invocación había logrado
despertar la atención de los dos.
-¿Sabe usted algo sobre esos herejes de los ingleses?
-Se adelantó a preguntarle el capitán.
-Que hace como un mes que ellos están en nuestra
costa y tienen insanas intenciones de atacarnos -le
respondió el padre Vicente con segura alusión.
-O tal vez… -pausó su frase en un suspenso-, como
puedo deducir por vuestro comportamiento actual, pienso
que ya nos han vencido. -dijo con una fehaciente certeza.
-Parte de lo que usted dice es verdad, Padre -
concordó don Manuel mientras se reburujaba en su sillón-.
Pero también es vedad que quizás a estas horas, esos
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bastardos ya se encuentren pisando nuestro suelo, si es que
nuestros valerosos habitantes y las milicias que se
encuentran acantonadas y comandadas por el inspector
Arce para ejercer la defensa de la ciudad, no lograron
parar su avance.
-¡Sí! ¿Quién sabe? Hasta ayer por la mañana los
barcos aún estaban rondando las orillas de Quilmes… -
señaló el capitán, pero fue interrumpido por una nueva
pregunta del padre:
-¿Es verdad que sus barcos superan las dos docenas?
-Por ahora se ha visto a seis barcos de transporte y
seis de guerra. Pero puede que algunos otros luego acudan
en su ayuda. No lo sabemos aún -esclareció el demacrado
capitán, en quien las horas de desvelo ya le comenzaban a
imprimir una aureola negra alrededor de los ojos.
-¿Y supongo que nuestra reunión tenga algo a ver
con eso? -El padre Vicente preguntó con tono desconfiado
mientras mantenía sus ojos clavados en los ojos del
cansado capitán.
-Exactamente, Padre -le afirmó don Manuel-. Por lo
tanto, debo confesarle que se ha preparado una rápida
evacuación de los fondos acumulados en lingotes y
monedas de plata que pertenecen a la Corona, y se ha
dispuesto su expeditivo envío para la ciudad de Córdoba
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por medio de un convoy de carretas custodiadas con tropas
de caballería.
-¡Madre Santísima! -exclamó el clérigo
persignándose tres veces, y abriendo sus parpados de tal
forma, que sus ojos parecían querer saltar de las orbitas.
-¿Esa es una confesión que debo considerar como
siendo una clériga confidencia? -Preguntó estupefacto.
-¡No es para tanto, señor Padre. -Le respondió don
Manuel-. No estamos en su iglesia y todo esto luego se
sabrá… Empero, -continuó a decir el alcalde-, tenemos
entendido que el señor Rafael de Sobremonte traerá
consigo a su familia y un grupo de amigos, ya que está
predispuesto a dejar pronto la capital del Virreinato en
manos de sus segundos, para que, según las circunstancias,
estos negocien honrosamente la capitulación en caso de
que nuestras líneas se rindan.
Mientras el alcalde le explicaba cuáles eran los
planos del virrey, el capitán Martín no pudo esconder un
bostezo y abrió una boca enorme para expulsarlo. El hecho
de estar sentado le iba aflojando los músculos después de
tantas horas de resistencia. Pero mismo así alcanzó a
escuchar el sermón del padre Vicente:
-Pues pienso que la comprensión de todo esto nos
debe motivar, mis hermanos, a hacer un cambio radical en
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“nuestra actitud de fe”, basados en la Supremacía de Dios.
Pues el mismo Señor Jesucristo dijo: “Si puedes creer, al
que cree todo les es posible” -Marcos 9:23-; y si nos
parece difícil decir a un monte: “pásate de aquí para allá”
y que éste se pase -Mateo 17:20-, y veamos lo que hizo
Dios cuando honró la fe de Josué…
-¡Amén! ¡Señor! -corroboró el oficial
interrumpiéndole la cantilena en cuanto se despabilaba
pasándose las manos sobre el rostro.
-Sí, amén, Padre; que Dios nos perdone y también
nos bendiga. Quizás en los próximos últimos días, Él hará
de nosotros dos o tres. -Asintió don Manuel doblando el
pescuezo para mirar la imagen del exánime crucifijo que
estaba sobre su cabeza.
-¿Para cuándo se espera la llegada del convoy? -
Indagó el cura, ya con el rostro circunspecto.
-No creo que demore mucho -anunció un reservado
oficial, cuyo acento de falta de duda sobre lo que ocurriría
no alcanzó a sorprender al alcalde.
-En verdad, suceda cuando suceda y lo que suceda,
padre Vicente, nosotros debemos estar preparados para
recibir el séquito y su escolta -manifestó don Manuel
empujando su pera hacia el frente, como si con ello
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estuviese dando mayor importancia a lo que sobreviniese a
futuro.
-Cuando llegué, usted me dijo que tenía una carta
del obispo Benito Lué… -exteriorizó el sacerdote con
palabras dirigidas para el alcalde, y dejando que la
vacilación asomase en su mensaje.
-¿Por acaso, es un pedido de apoyo a la causa? -
terminó por ponderar.
-Justamente, señor Padre -le confirmó el capitán
Martín al apuntar repentinamente hacia el rostro del
clérigo con el dedo índice.
-Por lo que usted me describe, señor Manuel,
entiendo que serán algunas docenas de carretas las que
llegarán día más día menos -corroboró el cura con las
manos unidas como quien se dispone a rezar una plegaria.
-Yo diría que pueden ser más de un centenar. -
Corrigió el rendido soldado-. No se olvide que además del
tesoro real, debe venir también la familia del señor
Sobremonte acompañada por una muchedumbre de los
amigos de siempre.
-Entonces, déjeme recapitular -exteriorizó el padre,
al comprender un poco mejor la situación-. Cómo no se
trata de simples troperos ni de tan sólo soldados o milicias,
nosotros necesitaremos acomodar confortablemente a
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todas esas nobles familias. ¿Es verdad? -raciocinó con
serenidad.
-Por supuesto que su especulación está correcta,
padre Vicente -confirmó el alcalde enarcando las cejas
para dar más énfasis-. Es por ello que el capitán Martín
precede a la comitiva.
-Este siervo cuya fe es un producto de conocer, -
comenzó a pronunciar el sacerdote con voz solemne-,
entiende y confía en la Supremacía de Dios, y coloca
nuestra capilla a disposición de la familia del Virrey y de
los amigos que lo acompañan. Creo que podremos
priorizar mujeres y niños para cobijarlos bajo el humilde
techo de la casa de Nuestra Señora de Luján -afirmó,
dándose una palmada sobre su rodilla.
Al querer ser tan perentorio en sus palabras, el cura
Vicente imaginaba que ese mismo sería el contenido de la
misiva que le fuera enviada por el señor obispo y la que
aún no había logrado echar mano.
-Evidentemente que sí, Padre -afirmó don Manuel-.
Pero entiendo que le faltará ayuda para llevar adelante tan
noble encomienda. Por lo tanto, me tomé el atrevimiento
de mandar llamar a don Andrés de Migoya, para ver si su
señora esposa puede auxiliarlo en el cometido. Está un
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poco atrasado, pero creo que pronto lo tendremos por aquí
-aseveró el hombre, queriendo ser prevenido.
-No es necesario tanta preocupación de su parte, don
Manuel. Ya cuento con la ayuda de doña María del Pilar y
su beata hija Eugenia, pero no niego que manos
sobresalientes siempre serán bienvenidas -testificó el cura
moviendo lentamente la cabeza en subibaja para confirmar
su opinión.
-Óptimo, pues pienso que devotas demás no le han
de faltar, señor Padre -manifestó el capitán levantándose
del sillón que ocupaba, y cruzando las manos en la espalda
como si estuviese preparándose para meditar.
-Además, tenemos que solucionar otra cuestión que
nada tiene que ver con quién acompaña al señor Virrey -
apuntó el soldado luego de dar tres pasos en dirección a la
pared.
El padre Vicente miró sorprendido a ambos
hombres, pero luego se repuso al premeditar que el tema al
cual el capitán se refería, tendría que ver con los peculios
del tesoro real.
-Desde luego que sí, señor Capitán. -Afirmó don
Manuel, anteviendo que el asunto que deberían tratar
ahora serían los caudales del Fuerte, aparte de remediar las
acomodaciones de Rafael de Sobremonte y su familia.
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-¡Pues bien!, -exclamó el alcalde-. Me detuve a
meditar sobre ello, y concluí que lo mejor sería que los
guardásemos en el Cabildo -anunció el hombre con
firmeza en la vos.
-Tengo entendido, señor Alcalde, que nuestro Virrey
ha sido bien claro en sus disposiciones, y en lo que atañe
al resguardo de los caudales -enfatizó el soldado con el
rostro tenso.
-¿Tiene usted certeza que conviene guardarlos en el
Cabildo? -Le preguntó a quemarropa.
Si bien el tema que allí se estaba tratando no era de
desconocimiento de ambos hombres, no en tanto sí lo era
para un sorprendido clérigo que, ignorante sobre los
asuntos de estado, notaba que los meandros de la trama
escondían mucho más que el resguardo de un tesoro
fabuloso.
-Para una mayor seguridad, estoy dispuesto a
guardar las cajas en el propio Cabildo de la Villa. Aquí
quedarán depositadas bajo una severa vigilancia, y hasta
que el propio señor Sobremonte lo determine -enfatizó don
Manuel, totalmente consciente de que el lugar sugerido
ofrecía las debidas garantías.
-Pues al contrario de lo que usted ha pensado, señor
Alcalde, le diré que yo estuve recapacitando si no era
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mejor dividirlas -pronunció un sugestionado oficial al
hacer un alto en su vago caminar por la habitación.
-Claro que todavía no expuse mi idea al señor
Virrey, pero la lógica y la prudencia así lo indican -acotó
con discreción.
-Comprendo su reflexión, señor Martín, pero no se
olvide que aquí contaremos con el apoyo de toda la
soldadesca del fortín y de los custodios que vienen de
Buenos Aires -deliberó don Manuel, manteniendo la
mirada perdida a través de la ventana.
-Aunque en todo caso, creo que su sugerencia puede
hacer sentido, principalmente por las vicisitudes que nos
rodean. -Exteriorizó el hombre, al reconsiderar sobre
posibles emergencias.
-Pienso que no es prudente que se deje al acaso que
tanto capital sea responsable por quebrar la honradez de
quien sea, ni que este estimule el deseo de apropiarse de
él… -enunció el oficial, cuando de repente lo pillaron las
palabras del sacerdote:
-¿El señor Virrey se alojará en su casa, señor
Manuel? -preguntó el padre Vicente al sentirse sesgado de
todas aquellas deliberaciones.
-Por supuesto, señor Padre. En mi casa, y el la
contigua al Cabildo, la cual ya tomé las precauciones de
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mandar preparar para recibirlos -anunció el alcalde,
subrayando con más afectación “su casa”, como si esta
fuese un palacio a la altura del virrey.
-Me parece muy cordato de su parte, don Manuel -
expresó el cura, acentuando su afirmación con un
movimiento de cabeza, como si ello fuese una condición
para no querer melindrear al alcalde. Al final de cuentas,
le faltaba juego de cintura para esos tipos de oficios y
requiebros.
-En fin -suspiró don Manuel dejando hundir su
cuerpo en el sofá-. Pensar que hace tan sólo unos meses
llegamos a ventilar varias posibilidades, y hasta floreció
entre más de uno la intención de establecer la capital del
Virreinato aquí mismo, en Luján.
-¿No me diga? -manifestó de manera irreflexiva un
cura cada vez más sorprendido con lo que oía.
-En un principio, sí -se vio obligado a concordar el
capitán Martín, acompañando sus palabras con una mueca,
pues le pareció que el comentario realizados por el alcalde
estaba fuera del contexto de la reunión.
-Pero en aquel momento -comenzó diciendo el
concienzudo oficial- muchos de los engomados de la Corte
votaron contra, pues eso obligaría a ellos a tener que
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acantonarse en un lugar yermo y distante de las vieneses
que toda corte proporciona.
-Hace sentido lo que nos cuenta, Capitán. ¿Imagina
usted al obispo y toda la curia viviendo aquí, en la Villa? -
Comentó el cura con un tono jocoso.
-Y ni que hablar de los Sarratea, de los Belgrano, los
Escalada, los Rodríguez Peña, a don Juan José Paso,
Hipólito Vieytes, Agustín Donado, Terrada, Darragueira,
Chiclana, Castelli, French, Beruti, Miguel de Azcuénaga,
Manuel Alberti, Domingo Matheu, Juan Larrea, Mariano
Moreno, a los Viamonte y los Guido, así como tantos otros
-enunció el capitán como si estuviese rezando el rosario, y
con un beneplácito sonriso en el rostro.
-Pero qué eso hubiera resultado fantástico para
nosotros aquí, que no les quepa duda alguna, señores -
agregó el alcalde frotándose las manos al conjeturar no
solamente sobre el avance económico que eso daría a la
región, sino también en el propio impulso político que
ganaría la Villa, y el suyo propio.
-Pues bien, señores, mejor vamos a lo nuestro, que
esos sueños y utopías no nos conducen a nada -les expuso
el capitán de forma categórica, pretendiendo acabar de vez
con los ensueños y quimeras de simples pueblerinos.
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-¡Señor Alcalde! ¿No dijo usted, que ya mandó
llamar a don Andrés de Migoya? -le preguntó el oficial de
manera un poco impertinente-. Quiero conocerlo, para
tener certeza de que todos aquí hablamos la misma lengua.
-Hablar, ciertamente que la hablarán, Capitán, pues
el hombre es un español de pura cepa que se ha afincado
aquí en las redondeces -pronunció don Manuel dando una
carcajada.
-Sí, don Manuel, su broma hace sentido, pero es que
yo pretendía pegar un poco las pestañas antes de que nos
alcance el correo con las últimas noticias, -apuntó el
demacrado oficial, cuyas cuencas de los ojos se veían
rodeadas de un anillo negro.
No se puede poner en tela de juicio que dentro de
aquella sala, estaban reunidos tres indivisos individuos con
preocupaciones diferentes, con ansiedades e inquietudes
desiguales, las cuales de alguna manera los hacía soportar
las expectaciones del momento observándolas desde
diferentes ángulos de esperanza. Cada uno veía la
oportunidad que ahora se presentaba aportando una
perspectiva desigual, ya que a cada uno el futuro le era
incierto, preocupante.
Montones de preguntas ululaban en sus mentes,
pues, ¿qué sería del alcalde don Manuel de la Piedra si se
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instalase allí el Virreinato?; ¿qué sería del padre Vicente si
toda la Curia emplazase la administración de la Iglesia en
la Villa?; ¿qué sería del capitán Martín si el ejército
invasor alcanzara sus intenciones?
Eran muchas las dudas y las aprensiones que se
escondían en sus mentes, ya que dependiendo del
movimiento dado por el propio Rafael de Sobremonte y
los aristócratas caballeros y patricios que componían su
gobierno, esas determinaciones influenciarían de manera
diferente en sus vidas. Ni que decir de los británicos.
-Con su permiso, señor Manuel -advirtió la mestiza
sirvienta, luego que abrió la contrapuerta que daba para la
estancia.
-Sí, Josefa, puedes entrar. ¿Nos has traído el mate? -
le preguntó el alcalde una vez que la mujer asomó su
pesada silueta por la puerta entreabierta.
-No, señor Manuel, el mate no… -corrigió luego ella
con la mirada sumisa clavada directamente en el suelo en
un claro gesto de respeto a su amo.
-¿Entonces, qué?
-Ha llegado el señor Andrés, y pregunta por el
Señor. -avisó la humilde criada.
-¡En buena hora! -prorrumpió don Manuel saltando
de su sillón y poniéndose de pie-. No lo haga esperar,
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Josefa. Vaya, vaya, tráigalo aquí de inmediato -le ordenó
haciendo un ademán en arco con el brazo izquierdo.
El capitán y el padre no hicieron más que
entrecruzar sus miradas mientras observaban al alcalde
acomodarse a la bartola la pelliza afelpada con la cual se
abrigaba la espalda. El padre Vicente no se contuvo y
elevó de pronto sus ojos hacia aquel crucifijo de
contemplación severa, como si buscase en Él un
sustentáculo firme para los quebrantables pasos que
debería dar durante los próximos días.
-¡Buenos días, Señores! ¡Buenos días, Padre! -
resonó de pronto en la habitación la voz de don Andrés, la
cual venía acompañada de una delicada y sucesiva
inclinación de cabeza para confirmar el cumplido.
-Qué suerte que ha llegado, don Andrés. ¡Lo
esperábamos! -pronunció el alcalde aproximándose para
estrecharle la mano.
-Disculpen mi retraso, señores míos, es que a
camino me detuve en la casa de don Epifanio.
-Al padre Vicente usted ya lo conoce, señor Andrés,
pero quiero presentarle al edecán de nuestro Virrey, el
señor capitán Martín -le señaló don Manuel con una
sonrisa simpática en los labios con la cual apartaba
cualquier expectación.
Carretas del Espectro Página 118
Pero sin que el hombre lo percibiese, el capitán ya
estaba observando de arriba bajo al recién llegado. Era
como si estuviese examinando a un forajido. Quizás en su
íntimo, desconfiase que, por la apariencia simple del
hombre, se tratara de un salteador cualquiera dispuesto a la
menor oportunidad hacerse con el botín. Pero al ver la
amenidad con que el padre Vicente y don Manuel lo
trataban, apartó luego esa idea de su cabeza.
-…El viento calmó un poco, pero les apuesto que no
pasa de hoy para que el tiempo mude y tengamos lluvia -
dijo el hombre, cuando el capitán Martín se dio cuenta que
estaba perdido en confusas cavilaciones. -Debe ser el
cansancio-, pensó.
-Si es así como usted lo afirma, señor Andrés -
comentó a seguir el oficial buscando encuadrarse de
alguna manera en la conversación-, los caminos pronto
quedaran estropeados, lo que perjudicará nuestro
cometido.
-¿Es verdad que van instalar el gobierno central
aquí? -Les preguntó don Andrés, mientras paseaba sus
ojos entre los tres hombres que en ese momento lo
miraban con cierta lasitud.
No obstante, el contexto de la pregunta cayó mal a
los oídos del desconfiado capitán, pues le pareció que
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había demasiada ansiedad en el comportamiento de ese
extraño.
-No se sabe, mi amigo -respondió al alcalde mientras
fue tomándolo por el brazo-, todo dependerá de cómo se
desembaracen las cosas en Buenos Aires. Seguramente
que hoy viernes 25 tendremos novedades.
-Pues entonces mande, don Manuel, que mi familia
y yo estamos a disposición para lo que se necesite -
anunció el hombre sacando pecho.
-Todo se sabrá a su debido tiempo, señor Andrés.
Mejor no precipitar las cosas -sugirió el capitán con
entonación recia, como si con el tono de sus palabras
estuviese encuadrando a un subordinado.
-Está bien. Será mejor que mantengamos la calma -
apaciguó el alcalde-, estamos todos nerviosos por saber lo
que sucede, y nada lograremos discutiendo sobre el sexo
de los ángeles en las nubes.
-¡Válgame Dios! -exclamó el padre al ser
sorprendido por aquella frase que le pareció inelegante.
-¿No tiene usted otros parangones para utilizar,
señor Alcalde?
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7
Los perturbadores hechos ocurridos durante aquel
periodo conflictivo, dejan en manifiesto lo que a algunos
historiadores como Enrique de Gandía o Rafael Garzón se
les dio por juzgar, al alegar que el descrédito sufrido por el
virrey Rafael Sobremonte podría haber correspondido a
las intrigas y conspiraciones elaboradas por las logias
masónicas de inspiración británica que por aquel entonces
buscaban favorecer la independencia en varios países de
América.
Por consiguiente, todo hace creer que como paso
previo a una posible revolución, se habría intentado
generar el mayor descrédito posible sobre la figura del
entonces Virrey. En cierto sentido, también puede decirse
que Sobremonte tuvo bastante mala suerte, mientras que
sus detractores fueron más afortunados, empezando
primero por Liniers y siguiendo por todos aquellos que
después liderarían la famosa Revolución de Mayo.
No obstante a lo realmente haya sucedido, la propia
historia y los historiadores han condenado a este hombre
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por su fracaso militar, y por haber preferido apoyarse en
las fuerzas del interior del territorio argentino antes que en
las de Buenos Aires, confundiendo así la historia
Argentina con la de su capital.
En todo caso, cabe destacar que mientras en la
provincia de Córdoba se recuerda a Sobremonte dándole
su nombre a calles, paseos y hasta un departamento de
dicha provincia, no existe en Buenos Aires lugar alguno
que lo homenajee.
Al nacer en Sevilla, el 27 de noviembre de 1745,
había sido bautizado como Rafael de Sobremonte y Núñez
del Castillo, Angulo Bullón y Ramírez de Arellano,
recibiendo posteriormente el título de III Marqués de
Sobre Monte, y de Caballero de la Orden de San
Hermenegildo. Así pues, este noble y militar de pomposo
nombre, fuera enviado por el rey a su protectorado
argentino donde a seguir se convirtió en Administrador
Colonial Español y en el Brigadier de Infantería de los
Reales Ejércitos, Virrey Gobernador y Capitán General de
las Provincias del Río de la Plata y sus Dependientes,
además de Subinspector General de las Tropas de todo su
Distrito, Presidente de la Real Audiencia Pretorial de
Buenos Aires, Superintendente General Subdelegado de
Real Hacienda, Rentas de Tabaco y Naipes, del Ramo de
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Azogues y Minas y Real Renta de Correos en este
Virreinato. Eses eran los encargos de Don Rafael de
Sobremonte, Núñez, Castillo, Angulo, Bullón, Ramírez de
Orellana, Marqués de Sobre Monte.
Consta que desde 1784, y durante casi quince años,
fue gobernador intendente de Córdoba del Tucumán,
destacándose allí como un excelente administrador. Bajo
su regencia, mandó limpiar y arreglar las calles de la
ciudad de Córdoba, ordenó la construcción de la primera
acequia que llevó agua corriente a esa ciudad, proveniente
del río Primero, y también la construcción de las defensas
contra las crecientes del río, como asimismo el Paseo de la
Alameda (hoy Paseo Sobremonte).
Actuando sobre su tutela, abrió la escuela gratuita y
del gobierno, mandó construir escuelas en la campaña,
creó la Cátedra de Derecho Civil en la Universidad de San
Carlos; mejoró administrativamente la atención del
vecindario al dividir la ciudad en seis barrios; como de
igual modo encargó el primer alumbrado público y fundó
un hospital de mujeres.
También durante su gestión se mejoraron las
condiciones de trabajo en las minerías, y se dio impulso a
las mismas en distintas provincias de la actual Argentina.
Consecuentemente, su actuación permitió mejorar la
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situación de la justicia, por entonces muy descuidada por
causa de la distancia con Buenos Aires.
No en tanto, para hacer frente a las contantes
beligerancias de aquella época, mientras ejercía su
administración, Sobremonte fue el responsable por el
establecimiento de diversos fortines y poblados como una
condición directa para lograr combatir a los malones
indígenas. Entre ellos se encontraban los fortines de Río
Cuarto, La Carlota, San Fernando, Santa Catalina, San
Bernardo, San Rafael (Mendoza), Villa del Rosario, y
otros más.
Pero no todo le fue fácil en Córdoba del Tucumán,
pues durante aquel gobierno debió hacer frente a un
partido opositor que por entonces era liderado por los
hermanos Ambrosio y Gregorio Funes, que vivían a
hostigarlo de manera casi permanentemente, ya que estos
se prevalían de la posición del propio Gregorio como
canónigo de la Catedral de Córdoba.
Sin embargo, después de desarrollar tan auspiciosa
administración provincial, en 1797 Sobremonte es
nombrado subinspector general del ejército del Virreinato.
Y fue actuando en ese cargo que se esforzó en asentar
condiciones de resistir militarmente a una posible invasión
británica, o hasta desde Brasil, pasando por entonces a
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fortificar especialmente las plazas de Montevideo y
Colonia del Sacramento. Y para lograr tal efecto, regentó
una espectacular maniobra de todos los cuerpos militares
disponibles en Colonia, realizando un entrenamiento para
buscar repeler una nueva invasión inglesa a esa ciudad,
como la ocurrida en enero de 1763 por el mal sucedido
capitán MacNamara.
Y ya procediendo como subinspector general del
ejército, se preocupó en preparar un reglamento de
milicias regladas para el virreinato, tomando como base
las instrucciones existentes en el Reglamento de Cuba.
Como consecuencia, el rey Carlos IV termina por aprobar
el reglamento el 14 de enero de 1801, cuando lo pasó a
denominar como:
“Reglamento para las Milicias disciplinadas de
Infantería y Caballería del Virreynato de Buenos
Ayres, aprobado por S. M. y mandado observar
inviolablemente”.
Por esa época, el entonces virrey Joaquín del Pino
Sánchez de Rozas Romero y Negrete, ya septuagenario,
cayó enfermo en abril y murió diez días más tarde. Por
tanto, el 11 de abril de 1804, al producirse su fallecimiento
deja designado a Rafael de Sobremonte como su sucesor
en el virreinato del Río de la Plata.
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Es preponderante también destacar que en aquel
mismo año, Gran Bretaña y España acababan de declararse
la guerra luego después de producida la hostilidad contra
cuatro fragatas Reales españolas, así como el consecuente
arresto de un millonario tesoro en el cabo de Santa María,
a orillas de Portugal, motivos por los cuales la sede de
gobierno de Buenos Aires quedaba expuesta a un ataque
inglés en cualquier momento.
Anteviendo una posible ofensiva británica es sus
territorios, Sobremonte buscó pedir auxilio a la corte
española, pero el primer ministro Manuel Godoy le
contestó que la Corona no disponía de recursos, a la vez
que le sugería que lo principal era que los vasallos del rey
se defendiesen como mejor pudiesen.
Tal vez por faltarle vivencia en las armas, el nuevo
virrey creyó que el casi seguro ataque inglés se produciría
en las costas del territorio de la Banda Oriental, y por tanto
buscó fortificar especialmente la ciudad de Montevideo,
una plaza amurallada que era fácil de defender por tropas
españolas, pero también por los posibles invasores que por
ventura la ocuparen. Por ende, envió allí a las mejores
tropas que entonces disponía.
En aquel período, los cuerpos militares del virreinato
habían sufrido muchas bajas durante los últimos tiempos,
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en particular, durante la sublevación indígena liderada por
Túpac Amaru II en el territorio peruano. Sin embargo,
toda la ayuda que Sobremonte recibió de la Corte fueron
unos cuantos cañones y la sugerencia de armar al pueblo
para la defensa. Pero en un primer momento, el virrey tuvo
miedo en darle armas a los criollos, sugestión que no
admitió llevar en cuenta por considerar que esta era una
estrategia peligrosa para los intereses de la Corona.
Por consiguiente, fue así que, en el momento crucial
de la invasión, puede decirse que los oficiales con que
contaba eran pocos e incapaces, y la flota de guerra a su
disposición era aún más reducida que antes. Existe
constancia de que en 1806 su ejército contaba con 2.500
hombres, casi todos milicianos, que por entonces no
sabían ni cargar un fusil.
Entre otras medidas que el virrey hallaba pertinentes
tomar ante un posible ataque, fue la de nombrar al francés
Santiago de Liniers como el comandante del puerto de
Ensenada de Barragán, lugar distante a unos 70 km al sur
de Buenos Aires, y con la misión específica de proteger la
costa.
Luego todo se precipitó, y a principios de junio de
1806 se da inicio a los entretantos de la primera de las dos
Invasiones Inglesas. Efectivamente, el 24 de junio, el
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virrey Sobremonte recibió el informe referente a la
aparición de los barcos británicos en la costa Argentina
mientras él asistía con su familia a una función en el
teatro, cuando entonces fue interrumpido por un oficial
que le comunicó el amago de desembarco del enemigo en
dicha localidad, lo que finalmente acabó por no
concretarse ese día.
La comunicación que le había sido enviada por
Liniers, le señalaba que se trataba de “despreciables
corsarios, sin el valor y resolución de atacar”. Pero a
pesar de ello, Sobremonte se retiró del teatro antes de que
terminara la función, dirigiéndose de inmediato al Fuerte
de Buenos Aires, donde redactó una orden para organizar
la defensa.
Revisando documentación sobre la época,
encontramos que una crónica de aquel momento
destacaba:
Jueves, 24.06.1806 – sociales
ÚLTIMO MOMENTO: 19.00 horas
El Señor Virrey ya se encuentra en el Teatro
Argentino frente a la Iglesia de la Merced.
Función de gala con el estreno, para América,
del gran éxito de Leandro Fernández de Moratín,
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“El sí de las niñas”, estrenado exactamente cinco
meses antes, en el Teatro de la Cruz de Madrid.
Vale recordar por si existe algún distraído en
Buenos Aires que no sepa que es una velada muy
especial para el señor virrey, el marqués de
Sobremonte: festeja el cumpleaños de su futuro
yerno, don Juan Manuel José de Marín y
Quintana, novio de su hija María del Carmen.
Tras el banquete en el Fuerte, alrededor de las
seis y media de la tarde, la familia del virrey se
dirigió al teatro, donde ya estaba reunida la
crema y nata de la sociedad porteña. Iluminación
con lámparas de aceite para alumbrar a las
aristocracias españolas (Alzaga, Santa Coloma,
Sarratea, Villanueva, Rezábal) y criollas (Lezica,
Ocampo, Basualdo, Peña, Balbastro,
Anchorena).
Se espera que este momento de esparcimiento
sirva, además, para esfumar los inquietantes
rumores que circulan desde hace más de un mes,
sobre la presencia de una escuadra inglesa
paseándose por el estuario del Río de la Plata.
Hagamos silencio. La función ya está por
empezar.
Carretas del Espectro Página 129
A la mañana siguiente, los barcos enemigos
aparecieron nuevamente frente a la costa de Buenos Aires
y fueron bombardeados desde el fuerte, pero a las pocas
horas pusieron rumbo a las costas del sur de la ciudad.
El virrey Sobremonte no estaba seguro de que se
tratara de un verdadero ataque, por lo que envió al
brigadier inspector Arce a impedir un posible desembarco
en la localidad de Quilmes. Pero estando al frente de 500
hombres, éste los dejó desembarcar sin atacarlos, seguro
de que los ingleses no podrían cruzar los bañados que
separaban (y separan aún) la playa de las barrancas. Pero
los invasores cruzaron y los hombres de Arce huyeron,
con lo que el 26 de junio los ingleses pudieron iniciar su
marcha sobre la ciudad.
Carretas del Espectro Página 130
8
Al observar los acontecimientos desde el obtuso
ángulo que envolvía las políticas imperialistas del Viejo
Mundo y las muchas luchas que se sucedieron en los
mares y sus ayuntamientos, cabe destacar que la Inglaterra
del Siglo XVI no era una potencia para ser colocada al
mismo nivel de España, ya que recién estaba comenzando
a desarrollar su marina. Y los que por aquella época
actuaban mayormente en los mares, eran tan sólo los
piratas, como Drake que asolaba las costas americanas, así
como Cavendish y otros.
Vale decir que lo que en realidad hizo Inglaterra
durante los siglos XVI y XVII, no fue más que hostigar a
España en el mar y en los puertos americanos,
desarrollando por doquier una especie de guerra de
guerrillas marítimas a través del uso de algunos
“empresarios” privados. Flagelos a lo que también se le
sumó Portugal y Holanda.
Como ejemplo de esa política, vale mencionar que
en 1760 los sajones llegaron a colaborar con los
Carretas del Espectro Página 131
portugueses en un ataque a la Colonia del Sacramento
(Uruguay). Después, en 1962 fue la expedición “privada”
del Almirante Robert MacNamara, la que salió de Gran
Bretaña con escala en Río de Janeiro, contando con nueve
buques de guerra y 3.000 soldados, quienes atacaron
Colonia como paso previo a invadir Buenos Aires. Pero
fracasaron en el intento y el Almirante murió en el primer
combate.
En 1765 estos también hacen un paso fugaz por las
Islas Malvinas, reclamando su soberanía y creando en ese
entonces las bases “ilegales” para en 1833 buscar
ocuparlas definitivamente, echando entonces a sus
pobladores, a los colonos y a los presos del Río de la Plata
que allí redimían su pena con la sociedad. Pero eso ya es
otra historia a ser contada, y desde entonces y en lo
restante de ese siglo, sólo se dedicaron al contrabando de
mercaderías y a la venta de esclavos negros en las
colonias.
Mismo antes de los 1800´s, los ingleses, siempre
ávidos no sólo de gloria sino de los bienes ajenos, habían
incursionado por el Río de la Plata ya que Montevideo
había sido fundada en 1726.
Pero el 5 octubre de 1804, un día antes de llegar a
Cádiz, justo en el cabo de Santa María, en la costa
Carretas del Espectro Página 132
Portuguesa, el comodoro inglés Graham Moore sirviendo
a las órdenes de S.M. británica, mismo no estando ambas
naciones en guerra, ataca y apresa tres de las cuatro
fragatas españolas que, desde Montevideo y al mando de
su ex gobernador y ahora Comandante de la flotilla Don
José Bustamante y Guerra, transportaban un millonario
tesoro español que se dice, estos debían de entregar a
Francia; un hecho fundamental que acabó por motivar la
declaración de guerra por parte de España a Inglaterra.
Vale recordar que en una de esas naves, la “Nuestra
Señora de las Mercedes”, viajaba a España la familia del
ex-gobernador de las Misiones Jesuíticas Mayor Don
Diego de Alvear, falleciendo en aquel ataque su mujer y
siete de sus hijos, mientras Don Diego y su hijo mayor
Carlos, que pertenecía al Cuerpo de los Dragones del
Ejército Argentino, salvaron la vida por encontrarse en
otra nave, “La Medea”. Pero la carga fue apresada y todos
fueron llevados a Londres, donde con el tiempo Don
Diego vuelve a casarse, y recibiendo su hijo Carlos la
educación en institutos ingleses. Posteriormente el
muchacho ingresará al Ejército de España.
Como consecuencia de una guerra que terminaría
por marcar el nuevo vértice de la historia naval en el
mundo futuro, el lunes 21 de octubre de 1805 los ingleses
Carretas del Espectro Página 133
terminan por derrotar en Trafalgar a las flotas aliadas de
España y Francia. Como resultado, los sajones se quedan
con el dominio naval sobre todos los mares. Pero es sabido
que mismo después de la gran batalla naval, España aún
continuaba entregando fuertes sumas a su estimado
“aliado” Napoleón, las cuales obtenía de los “tesoros”
extraídos de sus colonias americanas.
Por tanto, ya hacia fines de 1805, la posibilidad de
una invasión inglesa corría suelta por las calles porteñas y
preocupaba a la gran mayoría de las familias de Buenos
Aires. Y no era para menos, pues esta capital
sudamericana, con sus 45.000 habitantes, era uno de los
puertos más prósperos del Nuevo Mundo, después de
Nueva York, la ciudad más grande por entonces en la
América anglosajona, quien ya contaba con unos 85.000
habitantes.
Por ende, sopesando los acontecimientos
beligerantes que venían siendo desarrollados por los
británico, fue que el entonces virrey del Río de la Plata,
Rafael de Sobremonte, halló mejor solicitar refuerzos
militares a España, un pedido que reiteró sin éxito en
varias oportunidades.
Más bien lo hiso por entender que los cuerpos
militares del virreinato habían sufrido muchas bajas
Carretas del Espectro Página 134
durante la sublevación indígena liderada por Túpac Amaru
II en Perú, aunque siempre le fuera reiterado como única
respuesta, que armara lo mejor posible al pueblo para que
ellos mismos luchasen por su defensa. Pero el virrey
seguía insistiendo en negarse a darles armas a los criollos,
pues muchos de ellos ya actuaban influenciados por las
mal vistas ideas revolucionarias, y creía que esa sería una
estrategia peligrosa para los intereses de la corona.
Sin embargo, el jueves 2 de enero de 1806 arribó al
puerto de la Ensenada de Barragán, el bergantín mercante
Espíritu Santo, cuyo capitán fue entonces interrogado por
el alférez Navarro por orden del Capitán de Puerto,
Santiago de Liniers, hombre de origen francés al servicio
de la corona española.
En su momento, el capitán del navío mercante,
Francisco Paula de Fernández, informó haber avistado una
flota británica en el puerto de Todos Los Santos, Bahía,
Brasil, el pasado mes de diciembre de 1805. No en tanto,
les comunicó que esa flota era parte de la expedición
organizada por Sir David Baird, y que se dirigía a la
colonia holandesa del Cabo de la Buena Esperanza.
Cuando el virrey Sobremonte recibió la confidencia
de que una gran flota británica se había aprovisionado en
el puerto de Bahía, buscó expeditivamente seguir las
Carretas del Espectro Página 135
medidas estipuladas por la corona, y más que de prisa
organizó las escasas tropas virreinales de que disponía
para la defensa del estratégico puerto de Montevideo, el
único fondeadero que poseía suficiente calado para
permitir la entrada de buques de guerra, lo que de por sí ya
lo convertía en la plaza militar más importante sobre el
Río de la Plata.
Fue Santiago de Liniers, entonces, quien recibió la
orden de armar una flota para resguardar ambas costas del
río y cerciorarse de la libre navegación entre Montevideo y
Buenos Aires, siendo para ello designado comandante del
puerto de Ensenada de Barragán, a unos 70 km al sur de
Buenos Aires. Vale agregar que Liniers había sido enviado
a estas tierras en 1788, para desempeñarse como Capitán
de Puerto, y era hermano del Marqués de Liniers, un
poderoso comerciante francés que vivía en Buenos Aires.
No obstante, es sabido que ambos hermanos pertenecían al
grupo de porteños que en aquella época simpatizaban con
Francia.
Dando proseguimiento al tema, y no queriendo dar
vistas largas al asunto ya que el momento le parecía
apremiante, el entonces gobernador de la Plaza de
Montevideo convocó de inmediato a los habitantes y a las
milicias para organizar la defensa ante una posible
Carretas del Espectro Página 136
invasión inglesa. A dicha convocatoria pronto acudió Juan
Bautista Azopardo, segundo comandante de la fragata
corsaria Dromedario; y a este se le asignó la lancha de
obuses Invencible Nº4 para que realizara las misiones de
vigilancia costera. Por entonces, la tripulación tuvo que
componerse con parte de la perteneciente a la lancha
Dromedario.
Dando proseguimiento a los hechos de aquel
entonces, en ese mismo enero de 1806 se producía la
segunda conquista del Cabo de la Buena Esperanza por un
ejército británico al mando del teniente general David
Baird. Por consiguiente, la captura para la corona británica
de la colonia holandesa del Cabo, en Sudáfrica, había sido
lograda con aquella misma flota que había causado alarma
en el Río de la Plata.
Consecuentemente, también por esos días Napoleón
triunfaba en las batallas de Jena y Auerstaedt, hecho que
consolidaría a Francia como una potencia hegemónica en
Europa. Empero, no podemos olvidarnos que Inglaterra ya
dominaba casi todo el acceso comercial marítimo entre el
Océano Atlántico y el Océano Índico.
A su vez, por esa misma época, el Comodoro
Popham mantenía asiduos contactos con algunos
comerciantes establecidos en Buenos Aires, entre ellos
Carretas del Espectro Página 137
William Pío White, a quien le debía una importante suma
de dinero.
En consecuencia, y no sólo pretendiendo recibir la
deuda que Popham tenía con él, el 28 de marzo llega al
Cabo proveniente de Buenos Aires, el barco negrero
Elizabeth, el cual habría llevado en su correo una carta de
White en la que éste indicaba al Comodoro que se
encontraba en la ciudad de Buenos Aires un tesoro de más
de un millón de pesos originarios de las minas de Potosí, y
que se encontraba listo para ser enviado a España en la
mejor oportunidad. En la carta lo incitaba a comandar el
asalto a esa ciudad, ya que una vez apropiado del botín,
Popham bien podría saldar su deuda.
En in primer momento, el oportunista y codicioso
comodoro intentó persuadir al Gobernador Baird para que
éste le brindara su apoyo para invadir los territorios en el
Río de la Plata, valiéndose para ello de varios argumentos
y evidencias mencionadas por su amigo White en la carta,
además de garantizarle que recibirían el apoyo de la
población local. Pero en aquella primera intentona de
persuasión, el general no accedió a su pedido.
Empero, la cosa muy rápido mudó, y el 14 de abril la
flota británica finalmente se encuentra pronta para cruzar
el Atlántico en dirección al Río de la Plata, cuando
Carretas del Espectro Página 138
entonces el Gobernador Baird nombra general al coronel
William Carr Béresford y lo designa para que lidere el
pretendido ataque a Buenos Aires. Así es que el 29 de
abril finalmente llega la escuadra a Santa Elena, una isla
del océano Atlántico ubicada a más de 2.800 kilómetros de
distancia de la costa occidental de Angola, en África.
Fue por entonces que Popham logra persuadir al
gobernador de la isla para que le facilite otros 280
soldados para lograr efectuar su misión con éxito, y envía
una carta a Londres dando a conocer los motivos por los
cuales se dirigía a Sudamérica, asentando todos sus
argumentos en el memorándum de 1804.
Pero lo que Popham desconocía en ese momento, era
que el entonces primer ministro William Pitt había muerto
recientemente, y que en su lugar había asumido William
Wyndham Grenville, del partido opositor Whig.
Empero, una vez que ya estaban de este lado de la
orilla del Atlántico, ahora en el mes mayo, Popham decide
enviar a la fragata HMS Leda por delante de la escuadra
para que sondease la situación en el Río de la Plata, y el
día 19 despacha a un oficial y tres marineros con un bote
rumbo a las costas cercanas de Santa Teresa, para que
estos tomasen notas del litoral y la zona.
Carretas del Espectro Página 139
Pero resulta que los infortunados hombres fueron
capturados por una partida de milicianos que luego los
trasladan sin demora a Buenos Aires, donde después de
tomarles declaración, el Virrey resolvió no tomar ninguna
medida adicional a las ya convenidas, quizás porque no
obtuvo ninguna información del cautivo oficial, o porque
estos prisioneros muy probablemente desconocieran todos
los detalles del plan (por causa de su bajo rango).
Entonces los cautivos resultaron confinados en Las
Conchas.
Por consiguiente, a partir de aquel año las cosas
comenzaron a mudar por estas latitudes cuando se
instalara entonces la estación naval británica en África del
Sud, desde donde los ingleses habían comenzado la
ocupación del territorio sudafricano, echando de allí a los
colonos holandeses hacia el interior del país.
Poco tiempo después la toma del Cabo, la tropa
inglesa ya estaba ociosa, aunque cabe enfatizar que la
propia mente del Contralmirante Home Riggs Popham no
se encontraba holgazana, ya que este continuaba
sugestionado con la idea venir de robar el tesoro que se
estaba acumulando en las colonias españolas del Río de la
Plata.
Carretas del Espectro Página 140
Si bien que en los planes del gobierno de Gran
Bretaña ya figuraba una invasión posterior a varios lugares
del continente americano, por causa de otras prioridades
consideradas más urgentes, ellos habían encarpetado
momentáneamente los mismos. Así que, lo que en aquel
momento sucedió en estas bandas, nos lleva a creer que la
misión que comenzó a gestarse en costas africanas, pueda
ser definida como una especie de “empresa privada” o
“piratería”, ya que no contaban con órdenes expresas de
S.M. Británica ni con la aprobación de su gobierno.
Por lo tanto, todo hace creer que una vez convencido
Popham de las inmensas riquezas que habría guardadas en
Buenos Aires y de la indefensión de la misma, amén del
apoyo local -según las palabras del propio White- que le
prestaría la población, éste se convierte en la “cabeza”
mentora del emprendimiento.
Efectivamente, gastando poca saliva y usando muy
buenos argumentos, ya que en ciertos casos el dinero
facilita las cosas, que finalmente Popham consigue
convencer al comandante David Baird, a que le
“suministrase” los 1.600 hombres necesarios, a cambio de
una buena “comisión” del botín obtenido.
El General Baird definitivamente da su visto bueno
para que se realizara la tarea, pero como ya mencionamos,
Carretas del Espectro Página 141
antes termina por nombrar al General William Carr
Béresford, hombre de su entera confianza, como el Jefe de
la expedición. Cabe aludir que en ese momento Baird
podría encontrarse en una posición algo incómoda, lo que
explicaría por qué le otorgó a Popham el Regimiento 71
escocés, uno de los cuerpos más sólidos del ejército del
Reino Unido, por entonces al mando del teniente coronel
Denis Pack, para que se consumara una misión que no
había sido aprobada oficialmente.
En todo caso, también vale recordar que los
gobernadores ingleses de las colonias remotas, tenían el
poder de decidir acciones militares de urgencia. Y por su
vez, la ley británica también establecía porcentajes
específicos sobre los botines de guerra capturados y que
eran entregues a los participantes y, en particular, a los
militares de alto rango, quienes podían recibir importantes
sumas. Además, todo nos hace pensar que si la expedición
partía sin la ayuda de Baird y fracasaba, Popham podría
acusar a Baird ante un tribunal de guerra.
Pero como sea, antes de llegar al Río de la Plata,
estos sujetos habían tejido una inmensa red espionaje para
garantir las posibilidades exitosas de la invasión, a través
del uso de espías, comerciantes de la ciudad y simples
mercenarios.
Carretas del Espectro Página 142
En definitiva, una vez que partieron, estos
concluyeron que debían dirigirse directamente a Buenos
Aires, porque la oficialidad lo creyó más conveniente; y
esto nos hace pensar que en esta decisión influyó la
seguridad de hallarse en la ciudad los tesoros reales pronto
a embarcarse rumbo a España.
Pero sobre el tema de la elección de Buenos Aires
como plaza a ser atacada, existen documentos en los
cuales consta que Béresford le comunica a Baird que él era
partidario de ir contra Montevideo, pero se decidió a
aceptar el plan de Popham, de atacar Buenos Aires, porque
la flota carecía de todo, y ya se habían consumido todas
las provisiones: “fue nuestra propia escasez la que nos
decidió atacar primeramente a esta plaza”.
Ya a principios de junio de 1806, seis barcos de
transporte y seis de guerra navegaban dentro del Río de la
Plata; historiadores registran que uno de ellos, la fragata
Narcissus:
(…) detuvo una goleta de bandera portuguesa,
un poco más arriba de Montevideo (…) había
además a su bordo un escocés llamado Russel,
(Oliver Russell) quien se ocultó y fingió no
comprender nuestro idioma, pero después de un
prolijo examen, confesó ser súbdito naturalizado
Carretas del Espectro Página 143
de Buenos Aires, después de una residencia de
años, que desempeñaba el puesto de practico real
en el Plata. (…) La noticia dada por Mr. Russel
fue que una gran suma de dinero había llegado a
Buenos Aires desde el interior del país para ser
embarcada con rumbo a España en la primera
oportunidad, y que la cuidad estaba protegida
solamente por poca tropa de línea, cinco
compañías de indisciplinados blandengues,
canalla popular (…)
No obstante, fue el propio Russell quien les informa
sobre la conveniencia de desembarcar en Quilmes, ya que
este era un lugar de fácil acceso hacia el interior del país,
según lo es reconocido posteriormente por Béresford.
De todas formas, es aleatorio pensar que ellos ya
tenían prefijados los posibles lugares de desembarco, y
que uno de ellos era Quilmes.
Carretas del Espectro Página 144
9
El centinela de la torre del fortín distinguió desde su
puesto, la tenue nube de polvo que el apresurado caballero
levantaba atrás de sí con su veloz galopar. Sin embargo, el
soldado no se sobrecogió con la imagen que sus ojos
percibían. Así como estaba siente que no era necesario que
esperase por la aproximación del subrepticio jinete, pues
ya sospechaba quién sería.
Minutos después, el excitable teniente Antonio entró
en la pieza donde se encontraba descansando el capitán
Martín, para despertarlo.
-¡Señor!, parece que un correo se aproxima -le avisó
al moverle levemente el brazo.
-¿Ya llegó? Tráigalo aquí inmediatamente -le
respondió el somnoliento capitán todavía aletargado por el
sueño.
-A estas horas ya debe estar entrando en el fortín,
Señor.
-Óptimo, entonces hágalo que venga sin más
demoras y me entregue el mensaje lo cuanto antes.
Carretas del Espectro Página 145
Necesitamos prepararnos para lo que vendrá -dispuso
Martín, mientras se acercaba a la jofaina, determinado a
echarse agua en el rostro para despabilarse de vez.
-Así será, Señor -le respondió el solícito teniente
haciendo la venia y dándole la espalda para retirarse de la
habitación.
El capitán Martín buscó componer de algún modo su
zurrado uniforme pasando la mano para alisarlo y
ajustando la chamarreta, mientras pensaba con ansiedad
sobre los últimos acontecimientos que estarían ocurriendo
en la capital. En ese momento eran tantos los enigmas que
le atormentaban el pensamiento, que el hombre no llegó a
percibir la entrada del cabo de su pelotón, perfilándose y
extendiendo la mano derecha con el sobre que contenía la
tan esperada misiva.
-Gracias, señor Cabo -pronunció el sorprendido
capitán, a la vez que extendía su mano para tomar el
pliego del correo.
-Póngase a voluntad, pues sé que ha dado todo de sí
para llegar aquí lo antes posible -expresó el capitán, en
agradecimiento por el esfuerzo que el cabo había
realizado.
-¡Si, Señor!
Carretas del Espectro Página 146
-¿Cómo están los caminos? -le preguntó el oficial
con una suave sonrisa mientras desataba el folio.
-Los caminos están tranquilos y desiertos, Señor,
pero creo que en bastante mal estado para las carretas que
saldrán esta noche de la capital.
Aquel cometario lo cogió de sorpresa, y Martín
suspendió por un segundo el mecánico movimiento que
sus dedos realizaban para abrir el despacho, en cuanto
cruzaba sus ojos con los de su subordinado, quien lo
miraba impasible.
-Y se pondrán peor si llueve -alcanzó a comentar el
capitán justo en el momento que abría la hoja y pasaba a
concentrarse en la lectura de la información recibida.
-Pues creo que antes de que ellas lleguen hasta aquí,
se descortinará una lluvia descomunal, Señor -llegó a
comentar el cabo, manteniendo la firmeza de su postura.
-No se preocupe con esos detalles, hombre de Dios,
seguramente también sortearemos con éxito ese
inconveniente -refutó el capitán, abstraído en la lectura.
-Ahora puede retirarse -le ordenó-. Descanse un
poco, que seguramente más tarde necesitaré de sus
servicios.
Minutos después el presuroso oficial salía de la
pieza y se dirigía a paso firme hasta el ayuntamiento en
Carretas del Espectro Página 147
busca del alcalde Manuel de la Piedra. Pretendía
comunicarle las nuevas que había recibido desde la capital.
-Veo que ha descansado un poco, señor Martín -
pronunció el alcalde así que le estrechaba la mano-. ¿Ha
llegado el correo? -preguntó al suponer el motivo de la
visita.
-¡Sí! Y si las carretas parten de Buenos Aires esta
misma noche, conforme está previsto, yo creo que el
domingo ya estarán por aquí, señor Alcalde -manifestó el
capitán con el rostro circunspecto.
-¿Hay alguna mención de cómo nosotros debemos
proceder a su llegada? -inquirió el hombre, pensando más
en la honorable comitiva que llegaría y en lo que debería
providenciar para el resguardo de los valores que estos
traerían junto.
-Primero, debo advertirlo que se trata solamente de
los caudales reales… -comenzó a explicar el oficial, en un
remilgo.
-Ya me lo imaginaba, señor Martín, pues pienso que
nuestro Marqués querrá defender primero nuestras
posesiones sin el constreñimiento de salvaguardar
solamente el oro Real.
-Nunca se sabe, mi Señor, lo que en realidad puede
pasar por la cabeza de un noble aristócrata, pero no creo
Carretas del Espectro Página 148
que sea prudente nosotros discutirlo ahora. -Ponderó el
oficial con reluctancia.
-Entonces, dígame pues que novedades nos envían
ahora.
-En el caso específico que le mencioné, el señor
Sobremonte dictamina que, por las dudas, se separen los
caudales del Rey y los recursos de la Real Compañía de
Filipinas, de todos aquellos que se hallaban depositados en
la Caja Real pertenecientes a particulares.
-Me parece muy sabia medida -manifestó Manuel de
la Piedra, al momento que cavilaba la oportunidad de
agregar los propios a la Caja Real-. Principalmente -acotó-
si los invasores vienen en busca de ellos.
-¿Tiene algo en mente, señor Alcalde? -quiso saber
el oficial al percibir que la imaginación del hombre
discurría por caminos diferentes.
-Creo que sí, pero es mejor que primero lo hablemos
con el padre Vicente, al final de cuentas, pienso que en las
iglesias siempre hay un lugar secreto donde los curas
guardan sus Santos Secretos -pronunció el hombre junto
con una carcajada comedida, no fuese que Dios lo
castigase por su infame apostasía.
-Bueno, hombre, esa parte se la dejo a usted -avisó
Martín sin inmutarse-. Yo me retiraré dentro de poco con
Carretas del Espectro Página 149
un pelotón de apoyo, yendo al encuentro de la caravana
para reforzar su custodia.
-Está bien, así lo haré. Pero cuénteme más, Capitán.
¿Cómo está la situación en la capital? ¿Se menciona algo?
¿Hemos logrado contener la invasión?
-Usted tiene muchas preguntas y yo muy pocas
respuestas -señalo el concienzudo oficial, no queriendo
con su relato generar miedos innecesarios.
-Pero si no las tiene usted, por aquí no las tiene
nadie, Hombre -rebatió el contrariado alcalde-. No sea tan
comedido, pues todos aquí estamos dentro del mismo
barco -agregó el regidor de ceño fruncido.
Al sentirse intimado a tener que contar sobre el
desarrollo de los acontecimientos, el rostro del oficial se
contrajo en una duda, pero consideró que no había porqué
negar lo que dentro de muy poco todos ya lo sabrían.
Reflexionó entonces sobre su determinación y comenzó:
-Señor Manuel, cuando yo partí, el señor Virrey
estaba festejando el cumpleaños de su futuro yerno, don
Juan Manuel José de Marín y Quintana, que, como usted
sabrá, es el novio de su hija María del Carmen.
-Sí, ya sabía sobre el noviazgo de su amada hija, -
expuso el alcalde alzando las cejas.
Carretas del Espectro Página 150
-Pues bien, ese fue el último momento que yo estuve
con él. Pero estaba informado que tras el banquete en el
Fuerte, como alrededor de las seis y media de la tarde, él y
su familia deberían dirigirse al Teatro Argentino, que
queda frente a la Iglesia de la Merced.
-¿No me diga? -ilustró el hombre, sintiendo una
puntada de envidia de todos aquellos que llevaban una
vida distinguida en la capital.
-¿Y se puede saber qué obra esplendorosa ellos
pretendían asistir mientras se nos quema el rancho? -
agregó como si se juzgase celoso de lo que ocurría.
-Creo que su comentario es imprudente y
precipitado, Señor. Pues mismo que la situación fuese
apremiante, comprenderá que hay compromisos
ineludibles a los cuales el señor Virrey está obligado a
participar, mismo como usted lo menciona, “que se nos
esté quemando el rancho”.
-Le expreso mis más humildes disculpas, Capitán. -
manifestó el descuidado alcalde bajando sus ojos al suelo-.
No fue mi intención manifestar cualquier disconformidad
con las prontitudes del señor Virrey y su familia, ni
tampoco con la crema y nata de la sociedad española o
porteña. Tal vez sean estas soledades lo que hace perturbar
mis pensamientos. No se olvide usted que pronto nos
Carretas del Espectro Página 151
llegaran muchas responsabilidades -expresó con voz
comedida y un rostro imperturbable, buscando salvar la
situación.
-Acepto sus justificaciones sin más ponderación,
pero le recalco, señor Manuel, que no podemos perder la
cabeza ante cualquier imperiosa circunstancia que se nos
presente -enunció el capitán Martín, no sin dejar de
percibir que la mirada del alcalde se mostraba conturbada.
-En todo caso, -agregó a seguir-, le diré esa era una
función de gala con el estreno, para América, del gran
éxito de Leandro Fernández de Moratín, “El sí de las
niñas”, el cual ha sido estrenado exactamente hace cinco
meses en el Teatro de la Cruz de Madrid. Dicen que es una
obra maravillosa -acotó por fin.
-Que esplendido sería si un día se nombra a Luján
como la Capital del Virreinato. Bien que esos tipos de
acontecimientos distinguidos y linajudos los podríamos
tener bajo nuestras propias narices. ¿No le parece,
Capitán?
-Sepa disculparme, señor Manuel, pero tales
conjeturas no agregan nada en este momento. Yo debo
partir dentro de poco, así que tenga usted a bien
dispensarme de esta grata tertulia, y no se olvide de
Carretas del Espectro Página 152
encontrar lo cuanto antes una solución junto al padre
Vicente.
Luego del intercambio de los cumplidos habituales,
el capitán se marchó hacia el fortín en busca del teniente
coronel Antonio de Olavarría. Pretendía comunicarle de
las primicias contenidas en el correo, si es que este ya no
las sabía.
-Hay aquí acantonadas dos compañías con 150
soldados cada una, señor Teniente. Por lo tanto, le
comunico que tengo órdenes expresas de partir lo antes
posible con por lo menos 80 Blandengues, como forma de
reforzar las tropas que se encuentran bajo el mando del
inspector Pedro de Arce, quien en estos momentos debe
estar observando el posible desembarco británico en
Quilmes.
Sin embargo, mientras pronunciaba esta resolución,
mal sabía el capitán que por esas horas del día 26, los
sucesos eran bien diferentes de lo se imaginaba, y los
ingleses ya se encontraban en suelo argentino. Por otro
lado, el propio teniente Antonio ya desconfiaba que esa
disposición le llegaría tarde o temprano, pero acreditaba
que él sería incluido en ella, pues al final de cuentas,
aquella región era puro pajonal y desierto en derredor,
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recostada sobre el río que servía también de antemural
para los indios pampas, serranos y tehuelche.
-¿Alguna objeción, señor Teniente? -preguntó el
capitán con voz autoritaria, cuando percibió trazos de
aspereza en el semblante del subordinado.
-No, Señor, ninguna.
-No es eso lo que dice o expresa su rostro, Teniente.
Su propia fisonomía lo acusa.
-Bueno, señor Capitán, es que yo estoy totalmente
dispuesto a acompañar a mi tropa bajo cualquier
circunstancia, pues pienso que de nada serviría que me
queda a guardar un local como este, si nos vemos
invadidos por la canalla inglesa.
-Bien dicho, mi Teniente. Estoy seguro de que si
tenemos muchos otros soldados con su mismo temple,
nuestro Ejército saldrá triunfador en esta contienda -
manifestó un agradecido oficial que había cambiado su
tono de voz y ahora le estaba dando solemnidad a sus
palabras.
-Gracias, mi Capitán. ¿Quiere que elija a alguien
específico para hacer parte de la tropa? -le respondió el
feliz teniente, al considerarse parte integrante del pelotón.
Sin más demora, el destacamento luego quedó
organizado y al caer la tarde ya se veía a los hombres
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galopar a todo trote en busca de su destino. Sin embargo,
ya no se podía advertir la común polvareda que se
desprende de los cascos de los caballos cuando cabalgan a
toda prisa, pues una lluvia fina e insistente había
comenzado a caer y ya fijaba charcos en las hondonadas
del camino.
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En efecto, al producirse la primera invasión inglesa a
Buenos Aires, los sucesos dejaron claro que las órdenes
que impartían del virrey Sobremonte desnudaban
cualquier otros intentos que no fuesen los de revelar una
monarquía española en América, organizada únicamente
con el intuito de extraer y acumular “tesoros” en sus
territorios, a la vez que marginaba con su terca intentona
todo lo relativo a la política gubernamental, social y de
defensa militar de sus provincias.
Por tanto, Sobremonte, al ser colocado frente a ese
duro y difícil trance, probó que su carácter no estaba a la
altura de la situación. Y hasta llegó a creer que los
invasores no realizarían sus propósitos con las escasas
fuerzas que traían, descuidando aun entonces, de armar y
disciplinar a los vecinos. Le bastó a él con limitarse a
organizar algunas partidas para que vigilaran las costas
durante las noches.
Así venía ocurriendo desde el 17 de junio, día en que
fueron vistos los buques ingleses en el estuario, y hasta el
27 del mismo mes, en que desembarcaron en las playas de
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Quilmes y marcharon arrogantemente sobre la ciudad,
cuando por esos días el Virrey no hizo más que dar
órdenes y contraórdenes, se movió de un lado para otro
lado, paseó por las calles acompañado de grandes
comitivas de ayudantes y, en el momento que se decidió a
distribuir armas y municiones, lo hizo en una forma torpe,
inconveniente y ridícula.
Al tomar los apuntes de Pedro Cerviño, vemos que
en su diario nos da los siguientes datos acerca de esa tosca
distribución realizada el día 25 de junio, y allí
encontramos que:
“A las dos de la tarde -dice Cerviño- tocaba de
nuevo la generala, y dada la señal de alarma
corrieron todos con precipitación al cuartel; allí
recibieron de mano del sargento distinguido que
hacía de Brigada don Antonio del Nero, una
espada, una pistola, una canana y porta-espada,
entregándosele suelta una piedra y cuatro
cartuchos. Inmediatamente, y sin darles lugar a
la colocación del armamento expresado, los
hicieron salir a tomar sus caballos en la calle, en
donde el ayudante de plaza, don José Gregorio
Belgrano, sin permitirles la menor demora, los
hizo partir con la mayor precipitación, llevando
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por esta razón todo el armamento en las manos,
hasta el puente de Gálvez, en donde hallaron al
capitán general con algún tren volante y varios
edecanes, que los hizo hacer alto. Con ese motivo
procedieron los soldados a acomodar su
armamento, del que ya habían perdido alguna
parte de los cartuchos y piedras, faltando en
todas las llaves, la zapata para colocar
aquellas”.
Igualmente, se sabe que un otro momento singular
que llegó al extremo de ser considerado risible, se produjo
cuando dos esclavos que ingresaban a la ciudad después
de haber presenciado en la playa de Quilmes el
desembarco de los ingleses, fueron llevados de una
guardia a otra guardia, hasta trasladarlos a la presencia del
Virrey, aunque también conste que más tarde llegaron
otros informantes trayendo noticias abultadas e inexactas.
Pero solamente aquellos dos negros, esclavos de la chacra
de don Juan Antonio Santa Coloma, fueron los que vieron
bien y narraron los hechos sin fantasía.
Al enterarse de los pormenores, y según la expresión
de un privado del Virrey, “aquello no era cosa de broma”,
y fue en virtud de esos datos que se resolvió avanzar con
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las fuerzas disponibles hacia el camino que traían los
ingleses.
Realizándose este propósito y ya frente al enemigo,
se revisaron las armas distribuidas, y que consistían en:
“…espada y pistola: de éstas, las más estaban sin
piedra por el desorden y precipitación con que se
les hizo su entrega, y las demás, o todas las que
carecían de ese efecto, tenían el que las balas de
los cuatro cartuchos por individuo, no venían, de
modo alguno, al cañón de la pistola”.
Esta desbarajustada circunstancia, mismo que
probase la absoluta nulidad de los jefes militares y la del
propio virrey, no amedrentaron a la gente dispuesta a la
lucha, y antes no hizo más que estimularla a pedir que se
les permitiese la entrada, proponiéndose la derrota
enemiga con sólo la atropellada de los caballos.
El brigadier Arce, que por entonces mandaba aquella
malaventurada división de soldados bisoños y desarmados,
se concretó a presenciar la marcha de los invasores,
colocándose en medio de un cuadro formado por los
Blandengues y las milicias.
“…de modo que estaba cubierto por dos filas de
hombres así por vanguardia, como por
retaguardia, sin el menor recelo de ser herido,
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pues aunque estaba a caballo, éste era un petizo
semiburro”.
Cuando el oficial resolvió salir de esa equivocada
inacción, fue para ordenar algunas operaciones
descabelladas que no llevaron perjuicio alguno a las filas
invasoras. Momentos después hizo tocar retirada, y ésta se
convirtió en una desordenada fuga.
Fue a la distancia que se logró reunir a la mayor
parte de los dispersos, y entonces el brigadier Arce no hizo
más que increpar a soldados y oficiales, declarándoles que
“lo habían dejado solo”, y al subir el tono de su voz, como
si con ello buscase contestar a los posibles reproches de su
conciencia, exclamó:
“¡Si alguien cree que ordené la retirada por
cobardía, desafío al más valiente para que salga
en el acto a batirse de hombre a hombre
conmigo!”
Mientras estas escenas ridículas se desarrollaban en
el campo de los defensores, del otro lado, los soldados
ingleses seguían tranquilamente su marcha sobre la
capital, donde el Virrey buscaba poner en orden sus cosas
particulares, dispuesto que estaba a encabezar la huida.
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-¡Está todo dispuesto, Señor! -avisó el brigadier José
Ignacio de la Quintana, en ese entonces Jefe Militar de la
ciudad y Comandante de las Fuerzas del Virrey.
-¡Mi amigo! -exclamó el sugestionado virrey-,
¿quién has dejado tú, como responsable por la instrucción
a ser dada a los solados de la defensa? -le preguntó el
magnetizado Sobremonte.
-No hay por lo qué preocuparse, Señor. Ya está todo
preparado. Será el Inspector Arce aquí en la ciudad,
mientras que la artillería estará al mando de Antonio
Olondriz, además, el Capitán Liniers les dará todo el
apoyo posible por el río. También tengo dispuesta la
caravana para partir, así que usted lo disponga, mi Señor.
-¿Y quién ha encargado usted de tan difícil
comisión, amigo José Ignacio? -quiso saber Sobremonte,
impaciente, más que nada, en querer preservar los
caudales y poco preocupado en defender una ciudad que
ya le parecía indefensable.
-Será el adiestrado carretero Mateo Delgado. Y no se
alarme, mi Señor, pues este es un hombre muy ducho en
sus oficios, y que, además de ser de nuestra entera
confianza, conoce al dedillo aquellos caminos -le
comunicó el tío político del virrey.
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-¡Óptimo! Entonces creo conveniente que
mandemos llamar a los señores Belgrano, Villanueva,
Rezábal y los otros, para que podamos ultimar cuanto
antes los detalles. -Concretó el hombre de Su Majestad por
estas orillas, pretendiendo avisar a los intimados sobre el
resguardo de los caudales de la corona y otros menesteres.
-Mi Señor, ¿tiene usted algún inconveniente de que
haya dejado la artillería bajo el mando del sexagenario
Olondriz? -preguntó el brigadier, más que nada para
certificarse que su determinación era de agrado del virrey.
-No veo inconveniente alguno en su determinación,
mi amigo, para el caso en que los enemigos fuercen el
paso del Riachuelo, aunque creo que habría que ordenarle
a éste la defensa del Fuerte sin reparar en los perjuicios
que ello pudiera ocasionar en la ciudad y sus edificios. -
Manifestó Sobremonte con la mirada perdida.
Poco después Sobremonte también se puso en
marcha junto con unos 600 hombres. Era la tropa de
caballería que había pernoctado en Barracas, además de la
anexión de otros voluntarios que habían venido de Olivos,
San Isidro y las Conchas. En ese momento iban con rumbo
hacia el oeste.
Muchos de los que componían su séquito, entendían
que, con su actitud, el virrey buscaba atacar a los ingleses
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por la retaguardia, cruzando el Riachuelo por el Paso de
Burgos, mientras las fuerzas defensoras buscaban cerrar el
avance inglés por el Paso de Gálvez. Pero cuando el
virrey, desde la Convalescencia alcanzó a ver a las fuerzas
defensoras retrocediendo ante el decidido avance
británico, percibieron que él había mudado de opinión
cuando giró ligero hacia el oeste y, al llegar a la calle de
las Torres (hoy Rivadavia), abandonó la ciudad por los
corrales de Miserere.
Vicente Fidel López, que en ese momento se
encontraba junto al grupo también formado por algunos de
los jefes militares, alcanzó a comentar y más tarde anotar:
-“estos van cabalgando como si los persiguieran
de cerca”.
Pero antes de emprender la huida, Sobremonte quiso
recordar una vez más a su tío político, el brigadier don
José Ignacio de la Quintana, -entonces jefe militar de la
ciudad-, las órdenes que tenía de defenderla, aunque le
prescribiera que si la suerte le fuera adversa, que buscase
negociar con el enemigo una capitulación honrosa.
-“Si tiene tropa y armamento, señor de la Quintana,
le cabe defender la ciudad; pero si no lo tiene, entonces
entréguela” -le dijo el virrey al acompañar sus palabras
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con un gesto displicente, mientras ordenaba con la mano
para que su adalid se retirase de la sala.
A esta altura la suerte ya estaba echada. El día 27 de
junio, convencido de la ineficiencia de todas sus
contradanzas, y cuando los invasores ya pasaban el
Riachuelo y entraban en la ciudad, estando ya con el pie
en el estribo, aún tuvo tiempo para orientar al coronel José
Pérez Brito para que éste se reuniera con algunos jefes
militares, cabildantes e integrantes de la Real Audiencia, a
las 7 de la tarde, para que acordasen juntos los puntos de
la capitulación.
A esas alturas, Sobremonte ya había despachado
los fondos reales a Luján y su propia familia estaba
reunida en la quinta de Liniers (cercana a Plaza Once o
Miserere) para emprender el viaje al interior cuando lo
quisiera el virrey.
Y así entraron las tropas inglesas en una ciudad a la
que habían abandonado sus autoridades, sin dar a los
vecinos más noticia del gravísimo hecho, que aquellos tres
cañonazos de alarma disparados en la fortaleza.
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El ejército invasor, bajo las órdenes del mayor
general William Carr Béresford, estaba formado por un
total de mil seiscientos cuarenta hombres y plasmaba una
plaza con sus diez y seis caballos y ocho cañones de
diversos calibres.
Todas esas fuerzas habían venido en doce diversos
navíos: Diadem, Reasonable, Diomede, Narcisus, Leda,
Encounde, Walker, Triton, Methanto, Ocean, Wellington y
Justinia.
Lo que vale agregar, es que las fuerzas mencionadas
habían logrado pasar el Riachuelo el día 27, sin haber
encontrado en su camino de avance ningún obstáculo que
les pusiese limitación, lo que permitió que en la tarde del
mismo día al fin entrasen en la ciudad en desfile por
columnas. Luego llegaron a las puertas de la fortaleza y
tomaron posesión de ella.
“Fugado el virrey, rendidos los jefes y soldados,
resignadas las autoridades, inerme y al parecer
conforme la población, pudo el conquistador
creer en la realidad de su conquista. Al día
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siguiente de estar instalado Béresford en la
fortaleza, comenzaron a acudir las
corporaciones, haciendo cabeza el obispo y su
clero; se juramentaron oficiales y empleados,
prestaron pleito homenaje y ofrecieron su valioso
concurso “moral” los prelados y priores de
convento. Pronto volvieron a abastecerse los
corrales y mercados, a abrirse las tiendas y
pulperías, como que, por circular en manos
inglesas, no perdían los pesos y doblones su
conocida efigie española.
Si no hubo función de comedias en todo julio,
lidiáronse toros en el Retiro, jefes oficiales
colorados formaban relaciones en sus respectivas
esferas. Las mismas familias en cuyas casas se
hospedaban los oficiales, trataban a éstos con
afabilidad… Decididamente, aquello andaba a
maravilla y la contagiosa ilusión del comodoro,
se trasmitió al general. Como Sancho en la ínsula
Barataria, comenzó Béresford a creer en su
gobernación, y prodigó las órdenes, decretos y
reglamentos, a nombre del soberano británico.
Así irían pasarse algunas semanas sin que los
incautos vencedores se dieran cuenta exacta de la
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situación. Habiendo asaltado la casa y con
facilidad suma desalojado a sus dueños, los
intrusos se instalaron en ella y armaron
francachela, sin sospechar que los propietarios
estuvieran juntando a los vecinos y preparándose
para volver”.
A su vez, los registros oficiales dan cuenta que el
dinero que irían tomar los invasores, formaba un total de
1.438.514 pesos. Pero del dinero que posteriormente fuera
entregue a Popham, quien por entonces mandaba la
escuadra inglesa, sólo fue posible recuperar 130.000.
No en tanto, la sorpresa de las primeras horas se
cambió más tarde por indignación, cuando el numeroso
vecindario de Buenos Aires se dio cuenta de que el miedo
vergonzoso del Virrey los había arrojado bajo la
dominación de un poder extraño.
“Buenos Aires era conquista inglesa: y lo era por
el abandono que de su derecho y su honor
hicieron los agentes de la corona castellana. En
ese día caducó la soberanía de los reyes. El
pueblo no podía esperar la reivindicación de su
nombre y la emancipación de su persona, sino de
su propia energía y su naciente conciencia
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nacional. Días futuros reservaban un alto
galardón a su ánimo viril…”
Por lo tanto, Santiago Liniers, nada más que por
inspiración propia, y ayudado después por los principales
vecinos, quiso tomar a su cargo la obra de la reconquista.
Y en la tarea, secretamente cumplida en cuanto abarcaba
los preparativos en la misma ciudad que había sido
conquistada, tomaron participación algunos miembros del
Cabildo, los comerciantes y los vecinos.
En esos precisos instantes se formó la conciencia
popular que hizo desaparecer el poder de los virreyes,
gobernadores, capitanes, etc., del régimen monárquico,
cuando cada individuo salió a buscar unión con su vecino
para desalojar al invasor, y ponía en juego su voluntad
inspirándola en un ideal. La victoria en esas condiciones,
tenía necesariamente que revelar una gran trascendencia
política, como así quedó revelado posteriormente en la
historia argentina.
Sobre el “amor a los monarcas”, una frase de
declamaciones inconscientes, había un orgullo de raza,
herido por el invasor, y además otros dos sentimientos. El
primero, a pesar de todo, más fuerte que el segundo: el
sentimiento católico de la religión tradicional en el
virreinato, y el amor al suelo en que se había nacido o se
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tenía el hogar y la familia. Pero no es conveniente
saltearnos la historia y su secuencia de hechos, ya que para
que todo esto sucediera, tendrían que pasarse otros treinta
días.
En resumo, gobernaba el virreinato el Señor
Sobremonte, un funcionario que era apegado al
formalismo de las altas posiciones administrativas y sin
contar con las virtudes esenciales de un patriota. Con esas
cualidades, no servía de garantía alguna para la colonia ni
para los pueblos del virreinato, cuando se vivían tiempos
en que España sufría el desorden interior y los ultrajes del
absolutismo napoleónico, y justo cuando en los pueblos
americanos empezaba a sentirse el movimiento de una
idea emancipadora.
Lo que se vio en realidad durante esos días, es que
Sobremonte, sin armas y sin fuerzas militares, ordenara a
último momento armar las milicias, mientras buscaba
ejercer una débil defensa de la ciudad. Sin embargo, al
contrario de buscar aparejarse para hacer frente a las
fuerzas invasoras, lo que éste tenía muy bien organizado,
era una rápida evacuación de los fondos acumulados en
lingotes y monedas de plata, los que rápidamente buscó
enviarlos a la ciudad de Córdoba con un convoy de
carretas custodiadas con tropas de caballería, además de
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llevar consigo a su familia y amigos, y dejando a la capital
del Virreinato en manos de sus segundos para que
negociaran la capitulación.
Como en ese momento el comodoro Popham
mantenía bloqueados los puertos de Buenos Aires,
Montevideo y Maldonado, el iluminado Santiago de
Liniers sintió que era su tan aguardado momento de
intervenir, y concluyó que lo mejor sería emitir una
patente de corso a favor de Juan Bautista Azopardo, quien
pronto alistó la goleta Mosca de Buenos Aires. Esta
patente le permitía ejercer la vigilancia en el área del Río
de la Plata a la vez que tenía comisionada la atención
sobre la escuadra enemiga y la notificación de cualquier
otro posible desembarco.
Desde un principio, la flota británica fuera avistada
frente a Montevideo el 8 de junio, y el 24 de junio
Béresford había amagado un desembarco en la Ensenada,
realizando maniobras frente a Punta Lara y abriendo fuego
contra las fortificaciones.
Recapitulando los hechos, el 25 de junio una fuerza
de unos 1.600 hombres al mando de Béresford, entre ellos
el Regimiento 71 de Highlanders, al fin desembarcó en las
costas de Quilmes sin ser molestados. Recién al día
siguiente se dispuso en Buenos Aires la marchar hacia
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ellos, bajo el mando del nuevo inspector del Ejército,
coronel Pedro de Arce, quien cuando estuvo frente al
enemigo rompió fuego, aunque la carga posterior de las
tropas invasoras forzase a una retirada general de los
defensores.
El desembarque en Quilmes
Se sabe que Sobremonte intentó una estrategia de
defensa, armando tardíamente a la población y apostando
sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en
poder atacar a los británicos de flanco. Pero el reparto de
armas resultó ser un caos, y las desorganizadas tropas no
pudieron detener el rápido avance inglés, de modo que el
virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar
nada en contrario.
Cuando el día 27 de junio las autoridades virreinales
que permanecieron en la ciudad aceptaron la intimación de
Béresford y entregaron Buenos Aires a los británicos, en la
tarde de ese mismo día, las tropas británicas desfilaron por
la Plaza Mayor (actual Plaza de Mayo) y enarbolaron en el
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fuerte la bandera del Reino Unido, que permanecería allí
por 46 días. Entonces, el territorio bajo dominio británico
fue rebautizado bajo el nombre de Nueva Arcadia, en
alusión a la tierra pastoril griega de tanto peso en las
fábulas neoclásicas.
A su vez, Manuel Belgrano, secretario del
Consulado de Buenos Aires (y de todo el virreinato) y
Capitán Honorario de Milicias Urbanas, manifestó la
necesidad de reubicar el Consulado en el mismo lugar en
donde el Virrey estuviese, y se dirigió ante Béresford a
presentar la solicitud. Mientras tanto, los demás miembros
del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación
británica. Cabe destacar que Belgrano prefirió retirarse
“casi fugado”, según sus propias palabras, a la Banda
Oriental del Río de la Plata, donde pasó a vivir en la
capilla de Mercedes, dejando en claro su postura al
pronunciar su célebre frase:
“Queremos al antiguo amo o a ninguno”.
Por otro lado, el formalista virrey abandonó la
capital en la mañana del 27 de junio y se retiró con destino
hacia Córdoba junto con algunos centenares de milicianos
que no obstante no tardaron en desertar. Contrario a lo que
menciona una persistente leyenda, este no llevaba consigo
los caudales, ya que los mismos habían sido evacuados
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dos días antes de acuerdo a un plan que había sido trazado
anteriormente.
Pero una vez que el enemigo se encontró en el
poder, su comandante, Béresford, demandó la inmediata
entrega de los caudales del Estado y advirtió a los
comerciantes porteños que, en caso contrario, retendría las
embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría
pesadas contribuciones.
Pero aun estando en la Ensenada de Barragán
cuando se produjo la invasión inglesa comandada por el
codicioso comodoro Home Popham, el capitán Liniers vio
pasar los buques y dio aviso al virrey Rafael de
Sobremonte, pero no recibió orden de atacar, sino de
regresar a Buenos Aires.
Cuando el 27 de junio se encontró frente al hecho
consumado de la toma de Buenos Aires por parte de los
británicos y la huida a Córdoba del virrey, entonces
Liniers consiguió permiso del gobernador británico para
visitar la capital.
Una vez llegado allí se puso en contacto con los
grupos que organizaba Martín de Álzaga para intentar la
expulsión de los ingleses, y viajó luego a Montevideo,
donde su gobernador, Pascual Ruiz Huidobro, lo proveyó
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de hombres, armas y municiones, además de una
escuadrilla de botes.
Por otro lado, en una de las salidas de la Mosca, el
bergantín HMS Protector y una goleta británica no
identificada a la fecha, entablaron combate con la nave
corsaria. Dada la inferioridad de fuego, Azopardo decidió
fijar rumbo a la costa sur del río con dirección a Quilmes,
donde quedó varado intentando salvar el navío. Los
británicos aprovecharon la oportunidad para asaltar el
buque corsario desembarcando cuatro embarcaciones
livianas que izaron bandera negra. La primera barca fue
capturada con un oficial y cinco marineros, mientras que
las tres restantes regresaron a los buques que se
encontraban fondeados fuera del alcance de los cañones de
la Mosca.
Previsor, Azopardo organizó en tierra una posición
defensiva ante un posible contragolpe británico, y cuando
volvió la crecida, volvieron a balizas. Empero, los
prisioneros fueron remitidos a Buenos Aires y las bajas
totales del navío corsario computaron tres marinos.
Dentro de esa cadena de hechos, en julio de 1806, el
almirante Sir Charles Stirling, que había participado de la
Batalla del Cabo Finisterre, fue designado comandante del
navío HMS Sampson con la orden de transportar las tropas
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del general Samuel Auchmuty a Buenos Aires para brindar
soporte a Popham.
A su vez, en Montevideo, la noticia de la caída de
Buenos Aires en manos de los ingleses produjo una gran
preocupación, ya que era previsible que el objetivo final
de los ingleses fuera apoderarse de toda la rica región del
Plata. Por lo tanto, Pascual Ruiz Huidobro no era
partidario de enviar una expedición a reconquistar Buenos
Aires, dado que en esos momentos solamente contaba con
una dotación militar de alrededor de quinientos hombres.
Sin embargo, los habitantes de Montevideo, de los campos
y los poblados vecinos, se pusieron a disposición del
Cabildo y del Gobernador dejando el ofrecimiento de
contribuir con hombres y recursos para reclutar un
ejército, y así desalojar a los intrusos ingleses de Buenos
Aires antes de que les llegaran nuevos refuerzos.
En una sesión que se realizó en el Cabildo de
Montevideo el día 18 de julio de 1806, se resolvió declarar
que el abandono de su puesto por el Virrey Sobremonte, y
el juramento de sujeción a los ingleses realizado por el
Cabildo de Buenos Aires, colocaba al Gobernador de
Montevideo como la máxima autoridad delegada del Rey
de España en esta parte del continente; y en consecuencia,
éste debía emplear esa autoridad para desalojar a los
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invasores de Buenos Aires y así preservar a la ciudad de
Montevideo.
Bajo ese auspicio se reclutó en pocos días un ejército
de 1.600 hombres, encuadrados en las unidades militares
con asiento regular en la ciudad. Pero ocurrió, entretanto,
que los barcos de la escuadra inglesa aparecieron frente a
Montevideo, creando una importante amenaza para su
seguridad. De modo que el Gobernador decidió
permanecer al frente de las defensas; y encomendó el
mando de la fuerza expedicionaria que se dirigiría a
Buenos Aires, a Liniers. Éste llegó a la Colonia del
Sacramento y allí lo esperaba una escuadrilla reunida por
el capitán de fragata Juan Gutiérrez de la Concha dejando
el suelo oriental el 3 de agosto.
Como por entonces Popham vigilaba las costas y el
río de la Plata, las fuerzas de reconquista lideradas por
Liniers esperaron que se precipitara cierta tormenta
conocida en la región como sudestada: un temporal que
dura días y que produce un intenso oleaje. Por
consiguiente, mientras se desplegaba la sudestada,
cruzaron el río sin ser vistos, a metros de los buques
ingleses y llegaron al Tigre a principios de agosto. Pero al
desembarcar, se encontró con la desagradable sorpresa de
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que los ingleses habían logrado desbaratar un contingente
de fuerzas leales, que supuestamente debían unírsele.
Fue de tal modo que finalmente el 12 de agosto de
1806 se iniciaba la reconquista de Buenos Aires, cuando
Liniers atacó la ciudad, venció a los ingleses y obligó a su
gobernador, William Carr Béresford a rendirse. En ese
momento los rioplatenses se apoderaron de 26 cañones y
de las banderas del regimiento 71. Posteriormente estas
insignias británicas fueron expuestas en la iglesia de Santo
Domingo de Buenos Aires.
Pero nuevamente avanzamos demás con la historia,
y este hecho no hace más que dejar pasar por alto las
maquinaciones del entonces virrey, ya que la noche del 25
de Junio de 1806, el alcalde de la Villa de Luján, Manuel
de la Piedra, había recibido una orden directa del Virrey
Rafael de Sobremonte para que custodiase hasta la ciudad
de Córdoba las 104 barras de plata y 42 cajones de plata
sellada, que formaban parte del tesoro real amenazado por
los ingleses.
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Durante el trayecto, el convoy se movía lento, no
solamente por lo estropeado que se encontraba el camino,
sino por el cuidado que ese diverso centenar de personas
tenía con las bestias y con la carga. El propio don Mateo
Delgado, un carretero habituado a esas lides quien durante
la travesía de la columna venía ahorcajado en una de las
carretas, también estaba preocupado, pues desconfiaba el
ejército enemigo podía aparecer de vez para tomar lo que
por derecho no era de ellos. Perdidos en esos
pensamientos azarosos, de repente el hombre escuchó el
aviso:
-¡Atención! ¡Una partida se nos viene por el lado del
poniente! -Gritó de repente uno de los troperos que venía
por delante de la larga fila.
-Son de los nuestros -exclamó de inmediato uno de
los soldados, una vez que distinguió las divisas de aquella
leva que se les acercaba, buscando con su voz determinada
aquietar los ánimos de los compañeros y el suyo propio,
pues no había duda de que todos estaban tensos, nervioso
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y preocupados con la responsabilidad de la faena que
traían entre manos.
Cuando finalmente las dos fuerzas se encontraron, el
alivio cundió sobre ellos y el capitán Martín pudo
enterarse de algunos pormenores, si bien que no eran
muchos, pues al salir las carretas en la noche del 25, las
fuerzas enemigas ya habían desembarcado en Quilmes y
eso el capitán ya lo sabía, salvo que el señor Virrey había
dispuesto el uso de un grupo de defensores para cerrarles
el paso y hacerlos volver a los barcos.
-¡Teniente Olavarría! -Vociferó de repente el capitán
Martín sin más demora.
-Es mejor que usted siga directo hacia el Riachuelo
con toda la fuerza que traemos, y se una lo cuanto antes al
inspector Arce en la defensa de la ciudad.
-Así será, Señor -respondió el satisfecho teniente al
percibir la oportunidad que tenía de poder mostrar sus
destreza militar.
Mientras el anhelante grupo de oficiales y
subalternos parlaban a un lado del embarrado camino
cambiando opiniones sobre lo que resultaría mejor en ese
momento, las carretas continuaron a pasar lentamente por
ellos haciendo chirriar sus ruedas, en cuanto escuchaban a
los bueyes bufar por causa del esfuerzo que realizaban.
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-Creo que si proseguimos con este ritmo de mala
muerte, no llegaremos nunca -comentó el preocupado
capitán Martín.
-¿Qué nos sugiere? -preguntó alguno.
-No sé, -respondió el sesudo capitán-, pero lo que
más me pregunto es cómo haremos para acelerar la
travesía hasta Luján -agregó, esperando a que alguno de
sus subalternos contribuyese con alguna bendita sugestión.
-Lo mejor sería que no parásemos más -anunció uno
de ellos.
-Sólo resta saber si don Mateo concuerda y si los
bueyes aguantan el tirón sin descansar -comentó otro.
-Déjenlo por mi cuenta -les respondió a seguir el
recio capitán Martín-. Yo me encargaré de convencerlo
para que mañana al amanecer podamos entrar finalmente
en Luján.
Mismo siendo temprano y la lluvia persistiera
aunque sin mucha intensidad, la llegada de esa multitud a
la ciudad causó luego un singular rebullicio, tal era la
aglomeración de carretas, soldados, troperos y peones que,
aliados a los pueblerinos y una plétora de perros que no
paraban de roznar mientras les ladraban porfiados a los
cansados bueyes y caballos, se fueron reuniendo de a poco
frente a la puerta del Cabildo.
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Frente a esa misma puerta estaba parado un solemne
alcalde acompañado por el cura Vicente que, en un gesto
maquinal, se entretenía bendiciendo a cada carreta. Habían
sido avisados de antemano, durante la madrugada, por un
prudente mensajero del ejército.
-Si me permite, señor Alcalde -pronunció el capitán
Martín con una leve inclinación de cabeza en señal de
respeto a la autoridad constituida, mientras lo tomaba por
el brazo y lo apartaba del agitado grupo que lo rodeaba.
-Le diré que mis sugerentes pensamientos fueron
hechos realidad, ya que una nueva resolución del señor
Sobremonte, nos ruega que se separen las cajas que
contienen los valores.
-En buena hora me lo dice, señor Capitán. ¿Tiene
usted noción de como las identificaremos? -quiso saber
don Manuel alzando una ceja.
-Bien fácil. Debemos separar todas aquellas que no
tengan el sello Real o de la Compañía de Filipinas. -
Anunció el capitán en susurros.
-Así lo haremos entonces -concordó el subrepticio
alcalde en un murmullo.
-¿Por acaso, usted ya tiene algún lugar definido? -le
preguntó el capitán Martín, mientras movía la cabeza de
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un lado a otro para cerciorarse de que nadie los estuviera
escuchando.
-Pienso que lo mejor, por ahora, es que dejemos
todas las cajas juntas aquí en el Cabildo, pero por la noche
llevaremos aquellas correspondientes para la bóveda
subterránea de la Iglesia. Creo que en aquel lugar estarán
más que seguras. -Manifestó el alcalde poniendo cara de
circunstancia para disimular un poco su revelación.
-¿Por acaso el padre Vicente Montes Carballo ya
está de sobre aviso? Imagino que usted no ha perdido
tiempo en preparar las cosas para que no nos cojan
desprevenidos -pronunció el capitán Martín con
entonación socarrona, mientras que en su delgado y
demacrado rostro se dibujaba una sonrisa suspicaz.
-No sería para menos, señor Martín, al final de
cuentas, de alguna manera yo también defiendo los
intereses del Rey de sus súbditos, mismo que vivamos en
este fin de mundo.
En ese momento, al realizar una pausa en sus
religiosas consagraciones exorcistas dirigidas a quienes
pasasen a su frente, el padre Vicente percibió que aquellos
dos hombres mantenían una coloquial conversación
apartados a un lado de la entrada del Cabildo. Sin más
comedimientos buscó acercarse a ellos, para enterarse si
Carretas del Espectro Página 182
alguna nueva disposición alteraría lo que ya había sido
combinado.
-¡Buenos días, padre Vicente! -saludó el capitán con
una sonrisa-. Disculpe no haberlo saludado antes, pues no
quise interrumpir sus devotas intenciones. -Agregó
recomponiendo el rostro y dejándolo más solemne.
-Desde ya dese por disculpado, señor Capitán, pues
hoy por la mañana, de diferentes maneras, todos tenemos
nuestros propios compromisos ante Dios y nuestro Rey -le
respondió el clérigo con voz afable.
-Es verdad, Padre, aunque creo que para algunos esa
tarea sea más ardua que para los demás. -Concordó don
Manuel de la Piedra de manera cordial.
-Si no los interrumpo, señores, puedo saber si todo
continúa como combinado -apuntó el cura, dirigiendo su
mirada hacia los dos para ver si descubría en alguno de
ellos alguna confidencia.
-Todo continúan como antes en el cuartel de
Abrantes -le respondió jocosamente el alcalde, mucho más
para despistar los oídos de algún vivaracho que estuviera a
observarlos.
-Si usted no se incomoda, señor Capitán, me gustaría
saber de qué cantidades estamos hablando. Nada más para
estimar el espacio necesario dentro de la bóveda -
Carretas del Espectro Página 183
cuchicheó el cura juntando las palmas de la mano como si
estuviese rezando una plegaria al Santísimo.
-Estamos hablando de 104 barras de plata y 36
cajones de plata sellada de a dos mil pesos cajón, padre
Vicente. Aunque no todo se guardara allí. ¿Cree usted que
haya algún inconveniente en lo que planeamos? -preguntó
el alcalde para cerciorarse que todo estaba bien.
-¡Válgame Dios! -Dijo el cura en voz alta- ¡Por la
Virgen Santísima!, -añadió-, si con todo ese dinero se
podría construir un enorme Santuario para Nuestra Señora.
-Ni pensarlo, señor Padre -murmuró el oficial
encarándolo con severidad-, nosotros somos los
guardianes de esos valores, mismo que ellos sirvan para
muchas finalidades que no aquellas que Su Majestad le
dará.
-Quédese tranquilo, hombre de Dios, que mi hablilla
no fue nada más que un pecaminoso acto de mi parte,
como hombre de frágil carne que soy. Le prometo que me
penitenciaré por haber pensado algo así -le expuso el padre
Vicente bajando su mirada al suelo en señal de humildad.
-Por las dudas -anunció el capitán Martín-, les
comunico que he mandado llamar al señor Valentín
Olivares, que como saben, es el Alguacil Mayor de esta
Villa.
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Al escuchar el nombre de don Valentín, el alcalde lo
miró extrañado. Era la primera vez que escuchaba entre
ellos mencionar al alguacil y no esperaba que el capitán lo
quisiese incluir en el grupo que estaría al tanto de los
pormenores.
-¿Le parece a usted, señor Capitán, que es menester
circunscribir otras personas para dar cuenta de este
enfadoso encargo? -inquirió el alcalde, buscando entender
que ideas tenía el cauteloso oficial.
-Diría que no. Ya somos suficientes…
-¿Y entonces, por qué? -preguntó el padre Vicente
antes que el oficial completase su esclarecimiento.
-En todo caso, digamos que es mejor así, señores.
Por lo menos don Andrés de Migoya estará mejor vigilado
y menos tentado a cometer un disparate.
-¿Usted se refiere al español? -acotó don Manuel
con cara de espasmo al registrar su protesto-. Pero si ya le
dije que el hombre es de confiar, señor Capitán.
-Qué se yo -señalo éste-, tal vez quiera proteger
mejor lo que nos han confiado, y como no lo conozco y no
sé muy bien aún a que grupo este hombre pertenece, nada
mejor que rodearnos de todas las providencias posibles.
-No hay dudas de que su mente maquiavélica
raciocina diferente que la nuestra, señor Martín -arguyó el
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cura, sopesando la astuta salida del capitán, al pretender
incluir un esbirro que otorgaría más seguridad a lo que se
pretendía.
-¡Sí! Nada de confiarse solamente en las
providencias que nos dará Dios.
Cuando todo estuvo descargado de las carretas y
guardado en una bien custodiada habitación del Cabildo,
don Mateo Delgado se despidió del capitán Martín y de
don Manuel de la Piedra, anunciándoles que luego más se
retiraría a las afueras del pueblo y acamparía en las orillas
del rio para aguar los bueyes y los caballares, además de
permitir el descanso de los agotados peones y carreteros.
En todo caso, si era menester continuar con el trayecto
hacia Córdoba, no era más que avisarlo.
-Todo depende de cómo se precipiten las cosas en la
capital, señor Mateo, pero así que sepa algo, le avisaré de
inmediato.
-Por pura intuición -insinuó el cansado don Mateo-,
nomás le diré que la cosa se pondrá fea por aquellos
pagos.
-¿Tiene usted alguna información que nosotros aun
no disponemos? -quiso saber el exaltado alcalde
allegándose a su lado como garrapato al perro.
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-Nada más que lo que saben ustedes, señores, pero lo
dicho no es nada más que una subjetividad de mi parte en
esos asuntos un tanto ladinos.
-Pero su visión beatífica nos augura lo peor, señor
Mateo -pronunció el cura Vicente mirándolo a los ojos,
mientras buscaba en la mirada de los otros dos hombres
por alguna respuesta sagaz.
-Es que pienso que si no tomamos las debidas
providencias cuando todavía era posible, calculo que ahora
es un poco tarde para que reaccionemos ante esa canalla
británica que nos acecha en nuestras propias orillas. -
Recitó el hombre dando de hombros para quitar
importancia a sus palabras.
-Bueno, no hay que precipitarse y pensar en lo peor.
Lo mejor es mantener el espíritu en alto y tener fe en el
Señor. Quizás cuando nos lleguen nuevas informaciones
sobre el desarrollo de la contienda, todo no pase de un
gran sobresalto. -Enunció el clérigo dando aliento a los
que dudaban.
Cuando la noche del sábado 26 cayó en la Villa,
todos los vecinos ya se habían recogido a sus casas para
rezar el rosario y pedir unidos en familia por el buen
término de la disputa que se entablaba en la capital, y para
que ella no los alcanzase allí, en ese desolado paraje.
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Por alguna que otra ventana, desde sus postigos se
escapaban hilos de luz que se había fugado de algún
candil. Vez que otra se escuchaba el ladrido de algún perro
haciendo frente a la sospechosa oscuridad de la noche.
Desde lo lejos, a veces se oía el relincho de un caballo
mañoso y asustado por causa de algún movimiento en la
lobreguez de la noche. Y salvo el crepitar de la leña del
brasero que la tropa había encendido para asar la carne con
que saciarían su hambre, enfrente al Cabildo y a la iglesia
todo estaba quieto.
-Los hombres ya están prontos, señor Capitán -
anunció un teniente de voz ronca.
-Entonces comencemos lo cuanto antes. Pero antes
hágame otro favor, vaya a buscar al señor Cura, y dígale
que se prepare.
Poco después el capitán Martín partió al encuentro
del soliviantado alcalde para concretar el inicio del
traspaso de los caudales que ellos guardarían en el
subterráneo de la iglesia.
-Ya vamos comenzar, don Manuel. -le anunció con
voz firme-. Usted se queda aquí y anota con precisión cada
bulto que salga de esta habitación.
-¿Y los demás? -preguntó el hombre, mismo no
haciendo sentido lo que decía.
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¿El dinero? -respondió el oficial con otra pregunta.
-¡No! Pregunto por los otros, por aquellos que….
-Yo estaré allí afuera, con el resto de la tropa y en
prontitud -se anticipó a responder el capitán-. El padre
Vicente y don Andrés, se quedarán en la bóveda de la
iglesia, mientras que don Valentín permanecerá en la
sacristía volviendo a anotar cada volumen que allí ingresa.
-Me parece correcto, así no corremos riego alguno -
confirmó don Manuel, ya más tranquilo.
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13
La llegada del soldado que portaba un nuevo correo
los sorprendió cuando ya era noche adentro, luego después
que ellos habían terminado de separar y guardar los
valores, y los mayorales se encontraban reunidos frente al
calor de la estufa de la casa de don Manuel, charlando
conjeturas mientras tomaban vino y licor para alegrar el
espíritu.
-¿Qué noticias nos trae? -sondeó el frenético alcalde,
así que el capitán levantaba los ojos de la nota que el
prestadizo soldado le había entregado, el cual mientras la
leía, se le había ido crispando el rostro al sabor de lo que
contenía la misiva.
El soldado, que hasta ese momento se mantenía
inmóvil, de pie, a sólo dos pasos de la puerta, dejó pasear
su mirada por aquel insólito grupo compuesto por el
alcalde, el cura Vicente, el alguacil, el colono de cara
redonda, Andrés de Migoya, y el delgado capitán Martín.
Pero lo que a él más le llamó la atención, fueron las
manchas de polvo y barro que había en el ruedo de la
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sotana del padre, llevándolo a pensar que eso era algo
infrecuente cuando se trataba de una tertulia en la casa de
algún noble patricio. Y en esas especulaciones estaba
perdido el hombre, que no alcanzó a escuchar la pregunta
realizada por don Manuel.
-¿Noticias graves, señor Capitán?
-¡Señores! -anunció reciamente el capitán Martín
haciendo con que su voz se tornase estridente en la sala-.
Con grande pesar, debo comunicarles que nuestras fuerzas
no fueron competentes lo suficiente para detener al invasor
inglés, y a estas horas sus huestes ya deben haber
traspasado fácilmente el Riachuelo -esclareció a seguir el
oficial con un acento de congoja en la pronunciación.
-¿Pero, cómo? ¿No lograron detenerlos en el puente
de Gálvez? -indagó el alguacil, a quien se le instaló una
mueca de espasmo en el rostro cuando hizo la pregunta.
-Dicen que el puente fue quemado -aclaró el
consternado capitán-, y que los ingleses llegaron tarde
para impedir su destrucción, aunque cuando estos
alcanzaron la pasarela fueron recibidos por el fuego de
artillería de nuestros defensores que, en ese momento,
estaban apostados en la otra orilla del Riachuelo.
-¡Que tragedia! ¿Quién los comandaba? -quiso saber
el cura, también con el rostro afligido.
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-¿A los Ingleses? -le respondió el capitán con otra
pregunta, mientras la hoja de la misiva le temblaba al estar
presa reciamente en la mano derecha.
-Por supuesto que no. Me refiero a los nuestros -
aclaró el padre Vicente.
-Pues le diré, que por lo que mencionan, era don
Miguel de Azcuénaga y el coronel de ingenieros Eustaquio
Giannini a quienes se les había establecido la obligación
de conducir la fuerza de infantería, mientras que nuestra
artillería estaba al mando del sexagenario Antonio
Olondriz.
-¡Joder! -protestó español Andrés de Migoya en un
arrebato de ira, mientras el rostro se le encarnecía.
-Disculpe, padre Vicente. No pude contener mis
ínfulas ibéricas -se justificó a seguir, más ruborizado que
antes.
-No se preocupe, ciertamente el Señor, con su
bondad Divina sabrá comprender los motivos de su ira,
señor Andrés -le respondió cortésmente el clérigo.
-Pero cuéntenos, Capitán, ¿qué es lo que ha pasado?
-insistió el preocupado alcalde.
-¡Un desastre, don Manuel! ¡Un desastre!
-¿Cómo que un desastre? -indagó el alcalde.
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-Pues me comunican que el señor coronel José Pérez
Brito iría a reunirse hoy a las 7 de la tarde, hecho que a
estas horas ya debe haberse cumplido, con algunos jefes
militares, cabildantes e integrantes de la Real Audiencia,
para entonces comunicarles oficialmente que el señor
Sobremonte les participa su intención de retirarse al
interior, para el caso que los enemigos forzasen el paso del
Riachuelo; no sólo eso, sino que le habría confiado al
coronel el mando militar de la plaza, ordenándole “la
defensa del Fuerte sin reparar en los perjuicios que
pudiese ocasionar en la ciudad y sus edificios”.
-¡Una catástrofe, señores! -pronunció entonces el
alguacil-. Pues la decisión de este hombre me hace parecer
que la suerte de la ciudad está echada.
-¿Y ahora, qué? -insistió el cura, sin llegar a
comprender muy bien la extensión de lo sucedido.
-Nuestro Virrey -comenzó a relatar el capitán,
realzando la voz para dar más afectación a lo que debía
contar-, logró reunir cerca de 3 mil hombres con los que
marchó a Barracas, con la supuesta intención de enfrentar
allí a los ingleses. Y afirman que se ubicó en la
Convalescencia para observar el movimiento inglés, y que
llegó a constituir su cuartel general en la quinta del
sevillano don Antonio Dorna, en Barracas, ordenando
Carretas del Espectro Página 193
movimientos para una tropa que ya estaba fatigada por el
encuentro con los ingleses en Quilmes.
-¡Joder! No hizo nada más que movimientos
estratégicos tardíos e inconsecuentes -protestó el español
con el puño cerrado.
-Además, señores, nuestro Virrey ubicó a un millar de
los “urbanos” en el edificio de Marcó, al pie de la barranca
y dejando el Parque Lezama a sus espaldas -continuó
relatando el afectado oficial.
-¿Y en qué resultó? -indagó el alguacil con el rostro
duro.
-Otro grupo, los oficiales y soldados del “Fijo”,
reforzado con voluntarios, ocuparon la ribera interna del
Puente Gálvez, con la orden de quemarlo en cuanto se
acercara el enemigo, cosa que se hizo alrededor de las 4 y
media de la tarde.
-¿Entonces, quiere usted decirme que fuimos
nosotros los culpados? -manifestó el cada vez más
indignado Andrés de Migoya.
-Sí, sobre este hecho no hay duda alguna, -tuvo que
concordar el capitán Martín-, pero lo han hecho con tanta
desorganización que, en la otra orilla, dejaron en pie
algunas casas, tras las cuales se guarecieron los invasores
ingleses y hasta desampararon allí varias lanchas y botes
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que sin duda les serán a ellos de mucha valía para cruzar
más tarde el río, si es que ya no lo hicieron.
-Mucho me temo -pronunció el cura, persignándose-
, es que todo se torne incontrolable y esos canallas herejes
de los británicos destruyan nuestra capital, y luego todo el
país.
-¡Calma! No nos precipitemos lanzando augurios
fementidos, señor Padre. En algún punto del territorio,
ciertamente nuestras fuerzas y la unión de los vecinos nos
tornará capaces de poner freno a ese caballo desbocado. -
Declamó el alguacil, depositando la mano derecha sobre la
culata del revólver que llevaba colocado ostensivamente
en la cintura.
-¿Por acaso, señor Martín, se menciona algo en la
misiva sobre las disposiciones del señor Virrey, con
respecto a mudarse para nuestra Villa?
-¡No!, no comentan nada -afirmó el capitán Martín,
frunciendo la boca en un gesto molesto.
-Pienso que todo dependerá de cómo se salga
nuestro señor Virrey en Barracas. -comentó un absorto
alcalde que, con la mano en la barbilla, no paraba de
caminar nervioso por el recinto.
Carretas del Espectro Página 195
-No en tanto, yo pienso que si la mala suerte sigue
acompañando al Marqués, en dos o tres días también lo
tendremos por aquí. -Conjeturó el meditabundo alguacil.
-Para mí, el Marqués de Sobremonte no tiene mala
suerte ni lo acompaña la fatalidad, pues él me resulta muy
protocolar, culón, lampiño y pelucón -protestó don
Andrés, haciendo resaltar más de lo normal en sus
palabras el típico acento ibérico.
-¿Quién sabe, si en lugar de mencionar escarnios tan
sólo movidos por la exaltación de nuestros sentimientos
exasperados, nos unimos todos para orar y suplicar por el
alma de todos aquellos que han donado valientemente sus
vidas para defender los territorios y las poses se Su
Majestad? -Profirió el cura Vicente, repasando la mirada
por los rostros de sus compañeros.
Mientras aquellos cinco hombres se explayaban en
ese parloteo sin ton ni son y dominados por el
enardecimiento, el soldado que había traído la misiva
permanecía en pie junto a la puerta, de tal modo que a él le
daba la impresión de que allí nadie se había molestado en
llevar su presencia en consideración. Fue cuando el
individuo halló por bien carraspear para llamar la atención
de ellos.
Carretas del Espectro Página 196
-¿Qué hace usted aquí, señor infante? -le preguntó el
capitán, al sorprenderse por la presencia del mismo.
No en tanto, el cura Vicente llegó a pensar que
aquella postura tiesa del hombre, más se asemejaba a una
fría estatua de sal, como le había ocurrido a la esposa de
Lot cuando se volteó a ver cómo era destruida Sodoma.
Enseguida se persignó.
-Aguardo su determinación, Señor -le expuso el
cansado soldado.
-Está dispensado. Vaya a descansar. Si por acaso
luego necesito de sus servicios, se lo haré saber -concluyó
el superior, haciendo un ademán para que se retirara de la
habitación.
-Creo que nosotros también deberíamos descansar
un poco, pues tengo certeza que mañana tendremos
muchas novedades con lo qué ocuparnos -propuso el
demacrado alcalde, después de mirar las agujas del reloj
de pared.
Sin embargo, el cura alzó su vista y la clavó en aquel
extraño crucifijo mientras enmendaba una plegaria
silenciosa.
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14
No obstante, se sabe que durante la noche del sábado
26 los ingleses no intentaron realizar el cruce del río, dado
lo avanzado de la noche. Pero durante toda la madrugada
ellos tuvieron que soportar los disparos realizados desde
los dos cañones que los defensores habían acercado hasta
la orilla del río.
El propio virrey Sobremonte constituyó su cuartel
general en la quinta de su compatriota sevillano Antonio
Dorna, en Barracas, donde pasó la noche del 26
reflexionando sobre cuál debería su siguiente paso.
Y así amaneció el domingo, de un lado, los 1600
ingleses esperando por las luces del alba para forzar el
cruce del Riachuelo; mientras del otro, los 500 defensores
de la ciudad, mal armados, todos mojados, esperaban
guarecidos como podían tras unos cercos de tunas.
Pero luego que el capitán Kennet cumpliera la tarea
de reconocimiento que fuera ordenada por Béresford, y
como tal vez para ellos, los ingleses invasores, la situación
y circunstancias no podían admitir la menor demora, su
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comandante mandó acercar 11 piezas de batería cerca de la
orilla, haciéndola escoltar por la compañía de Cazadores
del 71, con la infantería detrás, que quedó puesta a
cubierto en las casas que no se habían destruido durante la
quema apresurada del puente.
El intercambio del fuego fue nutrido de ambos lados,
pero un grupo de marineros ingleses logró cruzar a nado el
río, bien en medio del fuego cruzado, y logró volver con
botes y lanchas. Los primeros fueron usados para el paso
de la infantería, mientras que los segundos para,
amarrados unos a los otros, armar un puente provisorio
que permitiera el paso de la artillería y de los caballos.
Cuando los primeros botes ingleses llegaron a la otra
orilla, las fuerzas defensoras de la ciudad se desbandaron,
dejando la ciudad a merced de las fuerzas invasoras.
En ese momento, la defensa de la ciudad presentó
notorios errores tácticos que ya han sido comentados
anteriormente, así como los comandantes se dieron el lujo
de desoír otras ideas, como la de atacar al ejército inglés
por la retaguardia, así que estos lograsen franquear el río,
una solicitud que fue realizada por 500 marinos mercantes
que requirieron el préstamo de fusiles para llevar adelante
la acción.
Carretas del Espectro Página 199
Luego después de haberse establecido el recio
combate, el virrey Sobremonte marchó con unos 600
hombres, la misma tropa de caballería que había
pernoctado con él en Barracas, además de la unión de
otros vecinos voluntarios que habían venido desde Olivos,
San Isidro y las Conchas, y juntos tomaron rumbo al oeste.
Muchos de los que hacían parte de su escolta
presumieron al inicio que, con ese movimiento táctico, el
virrey intentaría atacar a los ingleses por la retaguardia,
cruzando el Riachuelo por el Paso de Burgos, mientras las
fuerzas defensoras se ocupaban de cerrar el avance inglés
por el Paso de Gálvez.
Mero engaño, pues cuando Sobremonte pudo ver
desde la Convalescencia que las fuerzas defensoras
retrocedían sin demoras ante el agresivo avance inglés,
enseguida dio orden para que todo el grupo virase hacia el
oeste. Pero al llegar a la calle de las Torres (actual
Rivadavia), algo lo hizo mudar de opinión y abandonó la
ciudad atravesando a galope los corrales de Miserere,
junto a sus jefes militares.
La caravana llegó a la chacra de Monte Castro
cuando era casi medio día. Era una amplia propiedad
cubierta de sauces, ombúes y durazneros, donde
Sobremonte almorzó junto a su querida Juana María de
Carretas del Espectro Página 200
Larrazábal y la Quintana, la hermosa esposa porteña con
quien había tenido doce hijos y, mismo así, aun
exteriorizaba un aspecto jovial dentro de sus 43años.
Todos allí lo aguardaban ansiosos para saber los
pormenores de los acontecimientos y poder entonces
enterarse del incierto futuro que los aguardaba. Allí
estaban reunidos desde el mayor de sus hijos, Rafael de
casi 23 años, hasta el menor de todos, José María Agustín,
con tan sólo 6 años recién cumplidos, además de los
amigos y los lameculos de siempre que se ocupan de
merodear toda corte.
-Mi querida Juana, -le dijo su marido cuando estaban
solos en su dormitorio-, tened todas las cosas prontas, pues
dependiendo de las noticias que me traigan esta tarde,
partiremos lo cuanto antes para Córdoba.
-¿Y nuestros hijos, qué será de ellos? -le preguntó
ella con pequeñas lágrimas en los ojos.
-Por supuesto que vendrán con nosotros, mi amada
Juana. He ordenado para que preparen cuatro galeras, a fin
de que ellos viajen confortables junto a nosotros.
-¡Ay!... -suspiro ella entre sollozos, llevándose
enseguida un pañuelo a los ojos para enjuagar un par de
gotas de lágrima que pretendían escaparse por ellos.
Carretas del Espectro Página 201
-No te preocupes, amada mía -le dijo su marido con
un tono consolador-. Nosotros estaremos muy bien
escoltados por nuestra guardia cordobesa, además de
contar con la protección que nos ofrecen estos rudos
soldados de aquí y toda la comitiva que nos acompañará -
manifestó el virrey de forma cordial manteniendo la voz
tranquilizadora, a la vez que le tomaba sus manos entre las
suyas para reconfortarla.
-Si no es por eso que lloro, mi amado marido. -
Acotó Juana entre gimoteos-. Más bien, pienso en lo que
dejaremos para atrás y lo que será de los pretendientes de
nuestras hijas. -pronunció en entrecortados suspiros.
-No te preocupes con tantas puerilidades, querida
mía, que cuando establezca nuevamente la corte en
Córdoba, no escatimaré esfuerzos para reunir una fuerza
de voluntarios para intentar la reconquista de la capital.
A la hora del té, Sobremonte se reunió con parte del
séquito de comparsas que le acompañaban, para discutir y
barajar con ellos las posibles alternativas. Fue cuando por
fin creyó que en ese momento, lo mejor era nombrar a su
tío político, el brigadier José Ignacio de la Quintana, como
Jefe Militar de la Ciudad, dándole órdenes expresas de
defenderla, pero no sin dejar de recalcarle que, si la suerte
le fuera adversa y Dios no lo asistiese como era de esperar,
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que entonces buscase negociar con el enemigo una
capitulación honrosa.
En esas estaba el virrey cuando de repente le piden
audiencia y hacen entrar en la sala al cabo Guanes que
venía acompañado de varios oficiales.
-¿Quién dijo que era usted, Señor? -le pregunta el
sorprendido virrey.
-Cabo Bernardo Guanes, su Excelencia, para lo que
usted guste mandar. -Enunció el hombre con aquel tipo de
pronunciación que es muy peculiar entre los paisanos
crecidos en los pampas, y a su vez sonando chusca al ser
comparada con la de los engominados que estaban en la
habitación.
-Pues entonces diga de una vez a qué ha venido -le
reprochó el nervioso virrey ante el silencio y la admiración
de quien lo cortejaba en la sala.
-Me habían dicho que estaba descansando, pero veo
con orgullo que no es cierto, su Excelencia. -anunció el
cabo.
-Pues, ya ve que no. Así que me abrevie de
hipocresías desnecesarias.
En ese momento, los asombrados componentes de la
comitiva se entregaron a cuchichear sobre las posibles
ocurrencias que estarían aconteciendo en el campo de la
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contienda, llegando a sospechar que los apóstatas
británicos se les venían encima.
-Yo le traigo una partida de gentes -anunció el cabo
con voz sonante-, y es para plantarles lucha a esos
bandidos; pues se dice que una tropa inglesa salió para
acá. Para eso, yo aporto dos cañones, tres carretas de
munición y siete artilleros… ¡Estoy a sus órdenes, patrón!
Sobremonte lo miró de soslayo por escasos segundo
y, en silencio, recorrió la mirada de los presente en la
tertulia, como si estuviese esperando que ellos le
confirmasen lo que él iría a responder. Nadie dijo nada.
-Pues le diré, señor Cabo, que ya puede usted
llevarse todo, porque aquí no hace falta -anunció el virrey
de forma prepotente.
Guanes le responde atónito: -Perdone, su
Excelencia, pero aquí estamos para lo…
-¿Ya escuchó al Marqués, paisano? -le gritó el
exaltado brigadier José Ignacio.
-El Virrey ha de partir de inmediato, y lo que precisa
no son más carretas, sino más prisa… -continuó a
explicarle cuando se vio obstaculizado por el rampante del
virrey.
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-Está dispensado, Cabo -le interrumpe el virrey
moviendo la mano en abanico para indicarle que se retirara
de inmediato.
De pronto el cabo Guanes se encuadra juntando los
pies y haciendo sonar fuertemente los talones,
respondiéndole en voz alta:
-Pues, Señor, si usted dispensa brazos y municiones
estando con el enemigo al frente, será porque estamos
perdidos… -lo increpa- …o porque recula y nos vende a
todos.
-¿Recula? ¡¿Recula y nos vende?! -le gritó el virrey,
con el rostro tomado por la ira y con los labios tremiendo.
Pero justo en ese momento Sobremonte retrocede
algunos pasos y se cae al piso, mientras continúa a
vociferar a todo pulmón y con el rostro enrojecido,
concreta:
-¡Tírenle, maldito, mátenlo!
-¡Que lo hagan! -le retrocó el cabo sacando pecho-.
Yo soy de aquellos que prefiere morir de un tiro que
escondido en el monte…
En ese instante, un oportuno oficial que había venido
con la comitiva, desenvaina rápidamente su sable y lo
apoya sobre el sombrero del cabo Guanes, pero realizando
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el mandoble sin darle el golpe, mientras le dice en voz
baja:
-Cállese, paisanito, que esto ya no tiene remedio…
-¡Amárrenlo! ¡Amárrenlo! -continua a gritar el
virrey desde su ingrata posición.
Cuando fue agarrado con cierta violencia, finalmente
el hombre es detenido por orden del virrey, mientras éste
es auxiliado por sus secuaces a levantarse y componer la
ropa.
-Se lo ha ganado. ¡Que lo estaqueen! -ordena el
brigadier José Ignacio de la Quintana cuando ya se están
llevando al cabo de la habitación.
-¡No! ¡Que lo fusilen! -Vocifera el Marqués de
Sobremonte queriendo hacer valer las prerrogativas de su
cargo.
-No importa, mi Señor. El hombre morirá de todos
modos, bajo la lluvia y la helada -concreta su tío político
de manera apaciguadora.
-Pienso que ahora será mejor que usted se prepare
para partir, mientras yo me voy al Fuerte. -Le avisó el
brigadier, dando a entender que la reunión estaba
liquidada.
Todos salen de la sala, menos Sobremonte, que
recomienza a pasearse por la habitación con las manos
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sujetas atrás de la espalda, poniéndose a meditar sobre los
pasos a tomar. De repente, la puerta se abre de vez y nota
la agitada llegada de su esposa.
-¿Qué os ha pasado, esposo mío? -dijo ella con las
manos aun sujetando un poco en alto el revoloteo del
vestido, como intentando de que el ruedo no le
imposibilitase dar los largos pasos con que debió dirigirse
a la habitación.
El hombre la miro con cara de espanto, como si
viese en su mujer la aproximación de Satanás. Quiso
balbucear alguna cosa, pero las palabras se negaron a salir
de su boca. La indignación causada por el malcriado cabo
aun persistía, y era claro que aquella actitud había hecho
mella en su ánimo.
-¿Estás herido, Rafael? Me han dicho que estabas en
el suelo… ¿Qué ha sucedido? ¡Pensé que los ingleses ya
estaban en nuestra puerta! -exclamó la mujer de manera
frenética y con los ojos enrojecidos por causa del llanto.
-No ha sido nada, mi querida Juana. Tastabillé y caí
al suelo. Pero estoy bien, no te preocupes.
-¿Y esos gritos, qué fueron? -Indagó la enternecida
esposa, sujetándole el brazo en una evidente muestra de
que buscaba en su esposo la manera de aplacar el miedo
que sentía.
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-Pues ya ves, te digo que no ha sido nada, mi linda
Juana. Fue sólo un desentendido con uno de los paisanos
que quiso faltarme con el respeto, y me vi obligado a
ponerlo en su lugar.
-¡Ay! -suspiró ella- ¿Cuándo será que tendremos paz
otra vez? -agregó ahogando su lamento con un lloriqueo.
-Será cuando lleguemos a Córdoba. Te lo aseguro,
Juana de mi alma -manifestó el marido con voz calma,
mientras le tomaba las manos entre las suyas.
-Te pido ahora que te cerciores lo cuanto antes de
que todo esté pronto, pues al alba partiremos, mi querida -
concluyó, dándole un beso en la mejilla.
-¿Es verdad lo que me dices, Rafael? -pronunció la
esposa imprimiendo una leve sonrisa en sus labios.
-¡Sí! Estoy determinado a partir, Juana. Ya tomé las
precauciones necesarias y he dejado a de la Quintana
como jefe militar de la ciudad.
-Entonces vamos, pero antes necesitas descansar un
poco, mi querido Rafael. El viaje nos será largo y fatigoso
con este tiempo horrible -señaló ella, al tomarlo de la
mano retirándose juntos del salón.
Carretas del Espectro Página 208
15
Una copiosa e inclemente lluvia se había
descortinado durante toda la madrugada, pero mismo así,
al clarear el día 28 la caravana ya estaba formada y a
camino, lo que hacía que los caballos, burros y bueyes
hundiesen sus patas sin compasión en el barro de aquella
vía rumbo a Luján. Al hacerlo, las ruedas de las carretas
iban dejando profundos surcos que el agua pronto se
ocupaba de llenar.
Buenos Aires había quedado para atrás, así como las
tierras de Monte Castro, ya que, en la cabeza del Marqués,
esa ciudad representaba poco y nada para la economía
virreinal de aquella época; por tanto, Sobremonte se
disponía en el momento a consolidar y apuntalar su
posición militar desde Córdoba, donde una vez allí podría
reunir las tan anheladas fuerzas necesarias para gestionar
una nueva lucha por la reconquista; esa vez sobre bases
militarmente más sólidas, se había dicho en cierto
momento, pero eso debía ser realizado antes de que a los
invasores les llegasen nuevos refuerzos desde Inglaterra.
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Fue así que, colocándose al frente de una columna
de más de 2.000 hombres, entre ellos soldados, hidalgos,
patricios, vecinos, paisanos, sirvientes, pajes y todo aquel
arquetipo de gente disímil que hace agigantar una
multitud, el virrey emprendió su melancólico traslado
hacia la Villa de Luján primero, pues era allí que se
encontraba guardado el tesoro real hasta su llegada.
Sin embargo, una vez tomada oficialmente la ciudad
de Buenos Aires por el jefe inglés, los comerciantes
locales no perdieron tiempo en ofrecerle los caudales
públicos a cambio de que éste hiciese la devolución de los
barcos y lanchas que les habían tomado, así como
entregarle también los capitales privados que se había
llevado Sobremonte.
Todo se principió luego después que el general
Béresford se había instalado en la fortaleza, cuando
entonces comenzaron a acudir al fuerte las más diferentes
corporaciones.
Haciendo cabeza de ellas concurrió el obispo y su
clero, a la vez que le ofrecieron su valioso concurso
“moral” los prelados y priores del convento. Luego le
siguieron y juramentaron diversos oficiales y empleados
gubernamentales que se dispusieron a prestarle el
respetuoso homenaje, de tal forma, que pronto se
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volvieron a abastecer los corrales y los mercados, se
abrieron las tiendas y las pulperías, como que, por circular
en manos inglesas, no perdían los pesos y doblones su
conocida efigie española.
Vale resaltar que un poco antes de concurrir al
fuerte, el obispo Benito de Lué y Riega, el fray Francisco
Tomás Chambo, además de otros curas y prelados, se
hallaban reunidos alrededor de un candente brasero,
confabulando y buscando esquivar el frio. Pero aquel
cenáculo no ocurría en la catedral, y sí en la casona de un
destacado importador de sotanas.
-¡Hijos!, -pronunció de pronto el obispo en aquella
inusitada reunión, mientras el fray Tomás se masajeaba los
pies-, debemos tomar, con la ayuda de Dios, decisiones
urgentes.
-Es verdad, señor Obispo -concuerda el fray-.
Nuestra ciudad de Santa María de los Buenos Aires acaba
de ser invadida por protestantes, que, sin considerar aquí
otros males, su sola presencia es una ofensa a la Virgen
Santísima.
-También he de recordarles que estos infieles
siempre tuvieron el alma habitada por el demonio y,
después de los judíos, constituyen la raza más codiciosa de
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la tierra. -Agregó el fray Tomás mientras continuaba
frotándose los pies helados.
-Digamos pues, que desviados, alejados de Roma, y
ahora aquí, los vemos izando sus banderas y pregonando
sus beneficios comerciales -concluyó el obispo con voz
harmoniosa, así como si estuviese recitando un Salmo.
-Con todo respeto, señor Obispo, -interrumpió el
fray Tomás-, pero creo que con su sermón nos toma usted
para el pedorreo.
En ese momento, la fisonomía de los curas se puso
tiesa ante las inconvenientes palabras mencionadas por el
fray Tomás, pero notaron que el obispo, en lugar de
enojarse, se sonreía.
-Todos aquí sabemos que estos ingleses son infieles
y endiablados -añadió el fray-. Pero también es cierto, su
Excelencia, que debemos tener en cuenta que estos infieles
han vencido, que ocupan hoy el Fuerte, y que nuestro muy
católico Virrey Sobremonte halló mejor huir para salvar el
pellejo; pero aquí estamos nosotros, los sacerdotes de la Fe
de Roma, sin armas y a su merced.
-Eso también es verdad, hijo mío. ¿Por acaso tiene
alguna sugerencia… directa y práctica, Fray Tomás? -le
preguntó el obispo refregándose las manos entumecidas
por el frío.
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-¡Por favor, su Excelencia! La cosa es más que
evidente. -acota el fraile con el rostro ceñido- ¿O acaso
olvidamos que la religión nos prohíbe a nosotros,
humildes pastores, maquinar contra las potencias
seculares…?
-¡Sí! Ante todo, estuve meditando que es necesario y
urgente dejar en claro esta cuestión ante el Comandante
Béresford, que por lo demás, es todo un caballero… -se
justificó el obispo.
Frente a tal disertación compasiva, los curas callaron
piadosos. Entonces el fray Tomás se levanta, fastidiado,
busca un documento que había dejado guardado dentro de
su breviario, y regresa a sentarse y refregarse sus pies.
-Curas, curas teníamos que ser… -protesta el fraile
una vez acomodado en su silla-. Si me permiten, desde
hace unos días he estado tomando nota de mis plegarias.
Veamos si la Gracia ha querido iluminarme…
-¿Pretende leerlas? -le pregunta el demacrado obispo
sin mover un músculo del rostro. Al final de cuentas, si en
su ascenso hubo algo de nepotismo, eso no significó que él
no fuera el mejor hombre para el puesto. Era
excepcionalmente inteligente, de gran integridad,
ocurrente, magnánimo y agudamente consciente del
absurdo de los hechos y la gente que lo rodeaba. A la vez,
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estaba profundamente convencido de que, como principal
vicario de Cristo en Santa María de los Buenos Aires,
tenía autoridad sobre todo el mundo por debajo de Dios
pero por encima del hombre. Alguien que juzga a todos y
que no es juzgado por nadie.
-Si usted me permite, sí, mi Excelencia -expresó el
fraile apartándolo de sus reflexiones.
Los demás prelados allí reunidos no entendían, o no
hacían cuestión de entender lo que allí ocurría. Prefirieron
todos permanecer en silencio.
Pero tras obtener el consentimiento que le fuera
otorgado por el nuncio con aquel movimiento universal de
cabeza que significa aprobación, la voz del fray Tomás
comenzó a resonar cadenciosa en la cálida habitación:
“Excelentísimo Señor: -les comenzó diciendo-.
Venimos en nombre de los cuerpos que representamos y
en cumplimiento de las capitulaciones celebradas, a dar a
Vuestra Excelencia la debida obediencia y las gracias
afectuosas por la humanidad con que nos han tratado; y
aunque la pérdida del gobierno en que se ha formado un
pueblo suele ser una de sus mayores desgracias, también
ha sido muchas veces el principio de su gloria…”
-¿Qué les parece hasta aquí? -les preguntó el fraile
Tomás al levantar los ojos del papel.
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Finalizada la pregunta, se escuchó un leve murmurio
tomar cuenta de la sala, y el hombre se entretuvo en
observar los gestos de aprobación que le fueron dados por
todos. Entonces, fray Tomás, de pie, retoma la lectura:
-…“Confiamos en que la suavidad del gobierno
inglés nos consolará del que hemos perdido, pues aun
cuando nosotros y Vuestra Excelencia podamos profesar
distinta religión, convenimos todos en que hay un Dios
que premia a los buenos y castiga a los pérfidos…”
-Justísimas palabras, fray Tomás -manifestó el
obispo, dando leves golpecitos de aplauso con las palmas
de la mano, pero más bien era un gesto realizado para
apartar el frío que sentía. Entonces agregó de forma
cordial:
-Y ahora, ¿qué les parece si tomamos un té?
El revoloteo de sotanas que se siguió a la propuesta
del obispo, significaba que todo el grupo concordaba con
la sugestión, y el fray Tomás no tuvo más remedio que
suspender su lectura. Entonces, éste se separa del grupo,
que sigue charlando y bebiendo té. Minutos después, el
obispo le ordena que se junte con los demás y continúe
con su lectura.
-“…La fidelidad a este principio divino, -les
comenzó a decir-, ornamento principal de la Nación
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Inglesa, nos inspira confianza en que Vuestra Excelencia
observará cuanto nos ha concedido generosamente. Y
podéis confiar en que no faltaremos en nada a lo
prometido, y que nuestra conducta y persuasión servirán
de ejemplo y de estímulo a todos los demás”.
A su última palabra le siguió un silencio general, y
repasando la mirada entre los asistentes, anunció con voz
tierna:
-Y así concluimos, señores. ¿Están ustedes de
acuerdo? -finalizó, esperando ahora por comentarios que
no vinieron.
-En todo caso, -advirtió el obispo-, hay que ver lo
que es mejor, si entregarla personalmente, o enviársela por
anticipado por manos de un mensajero.
-Soy de la opinión de que es mejor llevarla
personalmente, y discutir luego con el Comandante
Béresford cualquier punto que sea necesario -puntualizó el
fray Tomás, ya contando con la anuencia de todos.
En todo caso, esa misma tarde del lunes 28 de junio,
una vez que el enemigo ya se encontraba en el poder, su
comandante, el general Béresford, halló por bien
demandar al brigadier de la Quintana y sus oficiales por la
inmediata entrega de los caudales del Estado, además de
hacer incluir en su petición todos los fondos públicos que
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estuvieran en Buenos Aires el día 25, advirtiéndolo que de
no siendo atendido prontamente su reclamo, haría saber a
todos los comerciantes porteños que retendría las
embarcaciones de cabotaje capturadas y les impondría
pesadas contribuciones.
De tal modo que, poco antes de redactar el primer
bando del nuevo gobierno, Béresford pregunta
nuevamente a los cabildantes dónde estaban los caudales
del tesoro real, y porque estos no habían sido entregados
hasta ese momento.
Los cabildantes pretendieron argumentar que esos
caudales habían salido de la ciudad, la noche del 25 de
junio, por orden expresa del Virrey, y que por lo tanto
estos no quedaban comprendidos en las capitulaciones
propuestas por Buenos Aires y aprobadas bajo palabra por
el propio Béresford.
-¿Capitulaciones? -el comandante pronunció de
manera colérica-. Es verdad que el gobernador me remitió
un papel, pero también lo es que yo no lo tomé en cuenta.
Y si entramos en la ciudad, no fue por virtud de ese papel,
sino por no haber hallado oposición -argumentó Béresford.
-Entonces, su actitud nos lleva a creer que ha habido
poca formalidad de su parte, al negarse Vuestra Excelencia
a firmar dicho documento antes de que sus tropas entrasen
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a la ciudad. -Los cabildantes le contestaron de inmediato
con entonación socarrona, haciendo notar la natural y
característica viveza criolla.
-No se olviden, nobles Señores, que cuando yo
intimé al gobernador para que hiciese entrega de la plaza,
le ofrecí respetar la religión, las personas y las
propiedades; y lo he cumplido, así como también le exigí
el tesoro real. -Pronunció Béresford levantando la voz en
demasía, mientras lanzaba en sus palabras una velada
amenaza a la ciudad.
No bien acababa de pronunciar su ultimátum, en ese
preciso momento llega uno de sus edecanes y le informa
que había llegado al fuerte el brigadier de la Quintana,
quien volvía para hacerle una visita de cortesía. Béresford
le indica que lo dejen entrar y lo recibe sumamente
enojado, no perdiendo oportunidad para recriminándole la
falta de cumplimiento en la entrega de caudales. De la
Quintana entonces le contesta:
-¿Pues qué quiere usted, Vuestra Excelencia? ¿Qué
nosotros tengamos que ponernos a pelear entre hermanos
por los caudales que ahora se reclaman?
-Por si no fui claro antes, le reitero por última vez,
señor brigadier de la Quintana, que quiero ya los caudales
reales -vociferó el hombre, visiblemente fuera de sí.
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-Entonces -argumentó el brigadier-, creo que no me
queda más recurso que escribirle al señor Virrey para
reclamar por los caudales -pronunció el hombre haciendo
un displicente movimiento de hombros.
Un profundo silencio tomó cuenta de la habitación,
mientras los dos hombres mantenían las miradas
desafiantes clavadas en los ojos de uno y otro.
-Pues bien, que sea éste el momento -concordó
finalmente Béresford el brazo a torcer.
Como no había tiempo para andarse con más
demoras, el brigadier de la Quintana decide escribir la
lacónica carta a Sobremonte, poniéndolo al tanto del
requerimiento de Béresford, mientras agrega en su última
estrofa:
-…esta ciudad se ve al mismo tiempo reconvenida
por lo mismo y con el sentimiento de que, por defecto de
esos caudales, pueda variar el general de los sentimientos
de humanidad y protección que le ha asegurado.
Sin más vacilación, establece entonces que el propio
inspector Arce sea el responsable de llevar en manos el
referido mensaje, no sin antes avisarlo que esperaba por la
respuesta ese mismo día.
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-Imposible, Señor. -alega el oficial abriendo sus ojos
en demasía-. A estas horas la comitiva ya debe estar en la
Villa de Luján…
-Ni que la vaca tosa, señor Arce -le gritó el brigadier
con severidad-. Estoy seguro que saliendo ya, usted
encontrará el cortejo aun en medio del camino. Por tanto,
le recomiendo que tome todo cuidado para que esta vez las
cosas le salgan bien, ¿comprendió, señor Arce?
El inspector, afligido, se retiró para reunir una
escolta de pocos hombres y luego se lanzó a toda carrera
por los campos encharcados. Una lluvia fina y un viento
ladino le ofuscaban la vista y le ocultaban el sendero.
A la mañana siguiente los hombres retornaron al
fuerte cansados, por causa una larga noche de cabalgada, a
la vez que portaban la respuesta del testarudo de
Sobremonte.
Cuando el brigadier de la Quintana recibe la
correspondencia de manos de Arce, rompe el lacre y se
pone a leerla con cierta impaciencia. La carta era sucinta y
despertó en el hombre cierto grado de ofuscación.
-“Responda a ese usurpador británico, que en la
rendición, estos no estaban comprendidos en los derechos
que da la guerra, como tampoco los recursos de la Real
Compañía de Filipinas que, aunque se hallen bajo la
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protección real, es una compañía particular de
comerciantes” -estaba sucintamente escrito.
Sin demostrar estar de malhumor o algún otro
vínculo de destemplanza en su fisonomía, el brigadier de
la Quintana se dirige nuevamente en busca de Béresford,
para entregarle oficialmente la respuesta de su señor
Virrey, aunque dentro de sí ya anteveía cual sería la
reacción del dominador Comandante.
-¡Maldito sea! -protestó éste cuando se enteró de la
respuesta- ¿Qué se cree este prepotente? ¿Qué se saldrá
con la suya? -despotricó furioso mientras el brigadier lo
miraba con cara de circunstancias.
-¡Créame, Señor! -anunció el irritado comandante-.
Ahora seré yo mismo quien le mandará un nuevo y
definitivo ultimátum.
-Por estas horas, seguramente que lo encontrará en la
Villa del Luján -le respondió de la Quintana haciendo una
mueca.
-Qué sea, señor de la Quintana. ¡Que sea! Pero
puede que también lo sea en el infierno -agregó el colérico
hombre dejando escapar unas gotitas de saliva por entre
sus labios.
-Y le digo más, señor Brigadier, si ese brabucón de
media onza insiste en continuar negándose a entregar los
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caudales, le mandaré también un pelotón inglés para que
vea que no estoy para bromas.
Poco más tarde, el comandante Béresford hizo
despachar nuevamente al inspector Arce, esta vez
portando un mensaje claro, de que no aceptaría otra
alternativa que el envío de los tesoros reales sacados “de
extranjis” por Sobremonte.
Ante la premura que el caso exigía, y ante la
perspectiva de que fuesen decretadas las pesadas
contribuciones que el usurpador les impondría si no se
devolvían los caudales, el Cabildo no vaciló en enviar
también una urgente comisión a Sobremonte, rogándole
que entregara el tesoro a un destacamento inglés que
habría de ser enviado dentro de poco en persecución del
mismo.
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Esa noche el virrey durmió en Luján, más
precisamente, se albergara en la casa contigua al Cabildo,
no para custodiar los valores allí depositados, sino más
bien porque era la única vivienda en condiciones de
abrigar con un poco de comodidad a toda su familia.
-Maldita lentitud -llegó a quejarse Juana una vez que
los dos se encontraban solos-. Además, este barrizal y esta
humedad me dan asco.
El marido la miró sin contestarle nada, o quizás no
quiso en ese momento echar más leña en la hoguera de las
vanidades de su mujer.
-¿A qué hora piensas que podremos retomar la
marcha, mi querido Rafael? No me siento segura aquí, tan
cerca de Buenos Aires -recriminó la mujer haciendo
pucheros con los labios, una vez que su marido se
mantenía callado.
-Pienso que no será posible hasta la salida del sol.
Pero tú no deberías alterarte así, mi amada Juana. Esto ya
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estaba previsto. El problema es este exceso de gentes y,
aparte de tener que movilizar los caudales completos.
-¿Qué pretendes decirme con eso de los “caudales
completos”? -interpeló la esposa.
-¿Qué esperabas tú, abandonar la única razón de esta
incomodidad? -recriminó ella, visiblemente ofuscada.
-¡No! Sólo te digo que el transporte se nos hace muy
lento. Pero pienso que aún podemos agilizarlo -le
respondió su marido, mientras comenzaba a quitarse la
ropa para irse a dormir.
-¡Pues yo no veo cómo las carretas puedan, como tú
mismo me dices, “agilizarse”, teniendo que andar en
medio de este barro del infierno y con esta lluvia del
infierno! -protestó ella, subrayando lo que decía respecto a
la ligereza del convoy.
-Tómalo con calma, amada Juana, con calma. Por
favor, no me exasperes más de lo necesario.
-¡No veo cómo! -insinuó ella.
-Pues verás que mañana la plata se transportará a
buen paso. Garanto que tú nunca has visto como nueve mil
onzas trajinarán tan veloces… Deberías tranquilizarte -le
aconsejó sin remilgos.
-Pues yo te digo que haber llegado ya a Córdoba, es
lo único que me tranquilizaría -manifestó la impertinente
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mujer, que en ese momento estaba sentada frente al espejo
pasándose el peine sobre la larga cabellera.
-Olvídate de todo, Juana de mi alma. Descansa, que
pronto todo se ha de solucionar.
-Si es así, entonces habrá que tener calma. Pero
pienso que lo que retrasa la marcha no es tu oro, sino la
plata… las siete carretas, el tesoro del Rey… -agregó la
perturbada esposa.
-¿Ah sí? Entonces, dime cómo transportarlo sin
carretas y… -pronunció el virrey, parando en seco lo que
estaba haciendo.
-Calma. Con calma -respondió Juana con desprecio.
-Si tú osas usar otra vez la palabra “calma”, juro que
te desheredo -rezongó el esposo mientras miraba la
imagen de ella que se proyectaba linda a través del espejo.
-No hará falta, mi querido Rafael. -Sonríe ella-. Al
César lo que es del César… y al Marqués lo que es del
Marqués. ¿No lo crees?
Sobremonte no vio motivos de por qué no reírse con
lo que acaba de escuchar, y al hacerlo, le responde: -Eres
una maldita cínica…
-Gracias, mi amado esposo, pero aun pienso que la
frase bien podría ser otra. ¿No te parece?
-¿Cómo cuál, por ejemplo?
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-¡Al Inglés lo que es del Rey, y al Marqués su propio
oro! ¿No te suena mejor?
-Tienes razón, mujer. Es una buena sugerencia…
Pero aquellas palabras del virrey fueron cortadas de
repente por los sorpresivos golpecitos de los nudos de
alguna mano en la puerta de la habitación. Los dos
enmudecieron y les tomó de asalto nuevas dudas.
-¡Sí, adelante! -ordenó tajante el hombre, mientras
su esposa se ponía de pie y se cubría el torso con una
mantilla.
-¡Disculpe, señor Rafael! -se justifica su mayordomo
con voz remilgada-. Es que el señor de la Piedra me pide
para verlo con urgencia.
-Pues bien, lo veré ya. ¡Dígale que me aguarde! En
un par de minutos estaré con él -Concuerda, al mismo
tiempo que frunce el rostro en un mar de vacilaciones.
Minutos después, Sobremonte entra en una amplia
sala donde ya lo aguardaban el alcalde, el capitán Martín,
el cura Vicente, un par de vecinos que no conocía, y el
alguacil de la Villa.
-¿A qué debo la interrupción de mi descanso,
Señores? -pronunció el virrey con voz insolente.
-Hallamos mejor conversar hoy, su Excelencia -se
disculpó su edecán.
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-Pues bien, ¿sobre qué?
-Nuestra intención es preguntarle lo qué hacer con el
tesoro, su Excelencia -anunció el alcalde flexionando un
poco la rodilla derecha y bajando la cabeza en señal de
respeto.
-¿Qué hacer? -le contestó el hombre haciendo
resaltar la voz en demasía.
-Pues les diré que mañana temprano se irá conmigo -
enmendó con firmeza.
Todos permanecieron mudos, hallaban que esa sería
la respuesta de su virrey, pero la intención de la visita era
otra.
-No se queden ahí parados, -increpó el virrey-,
donándome sus miradas inquisidoras, sabuesas y
curiosas… Ustedes parecen vacas en el brete del matadero.
-Si me disculpa, señor Virrey, -articuló el capitán
Martín-, pensamos que se podría organizar una línea de
defensa con una pequeña división de voluntarios de
milicias, como para plantarle frente a esos bandidos,
mientras usted…
-¿Con qué? ¿Con quiénes? -arguyó Sobremonte-.
Eso ya lo hemos tentado antes contra esos bárbaros sin
obtener efecto alguno.
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Nadie tuvo tiempo para responder pues el hombre
estaba poseso y con la voz alterada.
-Y ya lo ven ustedes, -enmendó el virrey un poco
recompuesto-, aquí estoy yo reculando como se puede
para mi querida Córdoba.
-Debo decirle, su Excelencia, que nos han llegado
noticias frescas de que, tras la captura de Buenos Aires por
parte del ejército inglés, muchos de los voluntarios se han
negado a aceptar la rendición y se ocultaron en las quintas
y en los campos, mientras en la ciudad se están
comenzando a organizar ya algunos focos de resistencia -
comentó el capitán Martín.
-Quizás si les hacemos frente por aquí, -buscó
articular el alguacil saliendo en defensa de lo que fuera
dicho por el capitán-, podemos dividir sus fuerzas y
vencerlos.
El virrey observaba en silencio a esos potestativos
hombres y sus enaltecidas ideas patrióticas, que se les
había antojado llegar a esas horas a perturbar su descanso.
Maquinalmente, se puso a sopesar las alegaciones que los
inflamados hombres le hacían, y buscó evaluar el riesgo
que representaba, una vez que fuesen derrotados
nuevamente por los ingleses, tener que interrumpir sus
planes de llegar sano y salvo a Córdoba.
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-Como no tenemos un uniforme en común, su
Excelencia -mencionó el cura párroco de la villa, Vicente
Montes Carballo-, hasta pensé en proveer a esta tropa con
cintas celestes y blancas de treinta y ocho centímetros de
largo, que son exactamente los colores de nuestra Virgen
Santísima, y las que les servirían como un elemento de
identificación…
-¡Joder, señor Padre! Qué estas no son horas de que
andemos con mariconadas -protestó el siempre acalorado
de don Andrés de Migoya, interrumpiendo la disertación
del cura.
-¡Señores! -anunció el virrey haciendo resonar
nuevamente su voz-. ¡Está decidido! Partiré apenas claree
el día. Ahora disculpen que me retire, pues necesito
descansar.
-Pero, Señor -intercedió el capitán Martín con la
fisonomía conturbada-. Si usted parte ahora con los
caudales, de seguro que no logrará recorrer una legua, ya
que el barro y la lama del camino cubrirán de inmediato
las ruedas de los carromatos.
-En ese caso, -respondió Sobremonte sin mover un
músculo de la cara-, partiré con mi séquito al amanecer, y
usted, señor de la Piedra, será el responsable por custodiar
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hasta la ciudad de Córdoba las 104 barras de plata y los 42
cajones de plata sellada que le he enviado.
El alcalde lo miró boquiabierto al ser sorprendido
por tal determinación. Sin duda que esa epicúrea osadía
echaba por tierra sus planes de instalar en la Villa la nueva
sede del virreinato. Pero no tuvo como negarse a tan
inoportuno pedido. Mismo así, intentó esbozar un último
alegato:
-Si nuestro Excelentísimo Virrey así lo dispone, así
se hará. -Le respondió de forma pusilánime-. En todo caso,
mientras los caminos no mejoren, debemos precavernos
ante la posible llegada de esos bárbaros.
-Ni siquiera haré un desvío en nuestra marcha hacia
Córdoba, pero les dejaré aquí los caudales del Rey, bajo la
protección de Dios, que como saben, tiene predilección
por su Majestad. -le respondió el petulante del virrey.
-¡Y por su Virrey! -acotó el alguacil con una
disfrazada sonrisa-. Porque si esos piratas encuentran un
millón de pesos fuertes en Luján, no creo que insistan en
perseguirlo a usted, Señor.
-Si deja los caudales aquí, mi Señor, ¿qué partida,
por más británica que sea, se arriesgaría a atacar a vuestra
escolta? -Enmendó el capitán Martín
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-¡Sí! -concordó uno de los vecinos con los ojos más
abiertos que lechuza a media noche-. Déjenos algunos
hombres en Luján para custodiar el cebo…
-¡Ninguno! Los necesito a todos -retrucó el virrey al
interrumpir el pedido del hombre-. Y usted, señor Alcalde,
tome las providencias necesarias -dictaminó con énfasis.
-¡Que Dios y la Santísima Virgen nos ampare! -
manifestó el cura Vicente mientras se persignaba tres
veces.
Al amanecer, mientras se organizaba la partida, los
alcanza el sudado inspector Arce con una escolta de
caballeros que les traía nuevas noticias. No eran muy
alentadoras para el virrey, ya que al leerla fuera informado
del ultimátum del comandante inglés y su obstinación en
echar mano de una vez a los caudales.
-¿De extranjis? -grita el virrey cuando lee la misiva
del inglés.
-Ya llegará el momento oportuno de darle a este
majadero su propio merecido -agregó de pecho inflado y
con el pie apoyado en el pescante de su carruaje.
-¿Debo volver con alguna respuesta, su Excelencia?
-Le pregunta el impaciente Arce, ya cansado de tantas idas
y venidas en vano.
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-¡Señores! -anunció con pompa el virrey-. Mi
silencio será suficiente para que a este inglés le sirva como
respuesta. Todos a sus puestos, saldremos ya -ordenó
implacable, pero alguien se le acercó y colocó su mano
sobre el antebrazo.
-Si me permite, su Excelencia -notificó el capitán
Martín sin afectar la voz.
-¿Qué es lo que sucede ahora, señor Capitán?
-Es que varias de las familias y de las milicias
porteñas que lo acompañan, han manifestado su deseo de
interrumpir aquí el viaje.
-Eso no me sorprende para nada -le contestó el
virrey enarcando una ceja-. De seguro, ellos también
estarán invocando algún motivo oportuno e impertinente,
imagino.
-Señor, es que su mayor parte se niega a tener que
abandonar sus hogares.
-Pues entonces que se queden con esos bárbaros
canallas, a quienes también les han de lamer sus botas
mañana -pronunció finalmente el virrey arreglándose el
gorro.
-De prisa, vámonos ya de aquí -le gritó al auriga
antes de cerrar la puerta de su galera con fuerza en
demasía.
Carretas del Espectro Página 232
Mientras la caravana empezaba a moverse con
parsimoniosa lentitud, el desilusionado virrey se entregó a
meditar sobre lo sucedido, dejando que su vista se perdiera
en los desolados campos de la región.
-¡Rafael, mi querido Rafael!… -le dijo de repente su
amada Juana para ver si lo sacaba de su desaliento.
-¿Te das cuenta? Apenas dejamos Luján y ya el
barro nos cubre la mitad de las ruedas. Noto que nuestra
galera avanza, pero es como si no avanzara. Como si el
barro quisiese detenerla para siempre, como sucedió una
vez aquí con la Virgen.
-Lo sé, amada mía, lo sé, Y es más, ahora ya son
baqueanos y arrieros los que me persiguen; no los
invasores.
-Tal vez tú no te has dado cuenta, querido Rafael,
pues estabas absorto en tu meditación, pero varios han
llegado a pegar el hocico a los vidrios, y hasta me han
escupido. Además, los niños pordioseros me arrojaron
piedras y ratas muertas.
-Nunca lograremos comprenderlos -murmuró el
marido, aun con los ojos perdidos en un horizonte cada
vez más incierto.
-Pueblo miserable. Suciedad de gentes. Perros de
lomo negro y patas descalzas... -comenzó a blasfemar
Carretas del Espectro Página 233
Juana-. ¿Me pregunto qué es lo que hace el Marqués de
Sobremonte metido entre la espuma rabiosa de los
bárbaros?
-Yo mejor diría, ¿qué hace el Virrey huyendo del
criollo, y ya no del inglés? -le respondió el entristecido
esposo.
-¡Sí! ¿Qué hace?
-Pues te digo que debo huir. No hay otra cosa que
esta huida. Es el destino, por eso que los brutos que aquí
se quedan, jamás podrán comprenderlo.
Juana sonríe de manera irónica y le advierte: -Yo
creo que igual, no podremos hacerlo…
-¿Cómo, qué no?
¿No lo has advertido, Rafael? Sólo nos queda la
escolta cordobesa; los demás han desertado… -ella
pronunció balbuceante.
-Pronto percibirás que es mejor así, mi querida
Juana. Verás que sin ellos avanzaremos más rápido…
¡Sí, mi amado esposo! Pero noto que mi carroza se
hunde entre ellos…
Carretas del Espectro Página 234
17
Durante el transcurso del día, la extraña procesión
del virrey fue alcanzada por una nueva partida de soldados
que venían acompañados por cabildantes de Buenos Aires.
Le traían una carta pidiéndole la entrega del tesoro que se
había llevado, y le relataban que el nuevo comandante
inglés estaba dispuesto a valerse de severas sanciones
económicas y comerciales, además de éste estar dispuesto
a formar un destacamento con órdenes expresas de
perseguir y obtener los caudales como fuera, Tropa esta
que por esas horas imaginaban que se encontraba ya a
camino.
-Este hombre es de una persistencia de hierro -
comentó el virrey, rodeado por sus cohortes y los quejosos
cabildantes.
-Persistencia y tenacidad, su Excelencia, como no la
he visto igual y encontrada entre muy pocos -agregó el
capitán Martín.
-¿Qué opinión tiene usted, señor Martín?
Carretas del Espectro Página 235
-Diría que mientras se salven los dedos, pienso que
es mejor que se vayan los anillos, mi Señor -murmuró el
oficial en vos baja.
-¿Cómo así? No lograré entenderle si a usted sigue
insistiendo en hablarme por metáforas -protestó el virrey
con la mirada ambigua.
-Pues a mí me parece que bastaría con que le
entreguemos sólo una parte de los caudales, para que
saciemos la sed de esos herejes, su Excelencia.
-¿Cuándo tú dices “una parte”, te refieres a la mayor,
o a la menor?
-Pienso que usted debe entregarles la mayor, su
Excelencia, ya que esta es más difícil de guardar y
defender -aconsejó el capitán con disimulo.
-Al final de cuentas, recuerde que ellos saben que el
tesoro es de más de un millón de pesos plata, mi Señor.
-¡Ay! -suspiró Sobremonte- Allá se van los caudales
de Su Majestad…
-¡Sí! Ciertamente se irán, pero de igual modo usted
continuará con vida y con su fortuna -le dijo el oficial al
cortar el lamento de su amo.
-Entonces, creo conveniente que juegue la última
carta de que dispongo ahora. Tiene usted razón, mi
estimado Capitán. Y si todo sale bien, no deje que me
Carretas del Espectro Página 236
olvide de tener en cuenta su notoria ayuda -acentuó el
aturdido virrey ante la mirada seria de su subordinado.
-¡A ver! -pronunció el virrey en voz alta- Que
alguien traiga ya una pluma y papel para redactar un
mensaje.
-Disculpe mi intromisión, su Excelencia -preguntó
uno de los cabildantes que hacía parte del grupo, pero que
los discretos hombres lo mantenían apartado mientras
confabulaban.
¿Se la enviará al señor ministro de real hacienda don
Félix Pedro de Casamayor, o al general Carr Béresford?
-A este petulante no le daré ni las horas -comentó el
intransigente del marqués frunciendo el ceño.
-Pero si usted no manda entregar el tesoro, arderá
Troya -retrucó un cabildante con expresión de sorpresa.
-¡No sea tan melodramático, Hombre! -rezongó el
virrey mirándolo de reojo-. ¿Por acaso piensa su señoría
que no sé lo que estoy haciendo?
-No estoy poniendo a tela de juicio sus ordenanzas,
su Excelencia, pero pienso que últimamente no nos
quedan muchas alternativas…
-Pues entonces, mejor sería que usted cierre su boca
y deje de ser teatral -refunfuño el virrey, que ya se
preparaba para dictar la misiva.
Carretas del Espectro Página 237
La misma estaba dirigida al alcalde de la Villa de
Luján, y en ella hacía constar que se entregasen y que sólo
volviesen a Buenos Aires, los caudales del Rey y aquellos
encargados a Manuel de Sarratea que pertenecían a la
Compañía de Filipinas, debiendo continuar los demás del
Consulado y particulares que se hallaban depositados en la
Caja Real en dicho día, así como los suyos propios y otros
de similar naturaleza, y que no se los comprendiese en el
retorno, dándose a estos al destino que ya le había
señalado anteriormente.
El virrey mandó sellar la carta y ordenó que
colocaran el nombre del destinatario en el espejo frontal.
Finalmente se dirige al cabecilla de la partida que había
tenido la impertinencia de interrumpir su camino a
Córdoba, y le orienta para que vuelva lo antes posible a
Luján.
Sin embargo, esa misma mañana el general
Béresford no estaba dispuesto a continuar perdiendo
tiempo. Su propio ayudante, el capitán Arbuthnot, del
Regimiento 20 de Dragones Ligeros, fue inmediatamente
designado a perseguir y obtener los caudales reales que se
imaginaba se encontraban a camino de Córdoba.
Carretas del Espectro Página 238
-¡Señor Arbuthnot! -le dijo el comandante así que el
hombre se perfiló a su frente-. Confío a usted tan delicada
misión, porque sé que está capacitado para comandarla.
-¡Gracias, Señor! ¿Puedo escoger la escolta, Señor? -
manifestó el agradecido capitán, al advertir que su
superior lo encontraba idóneo para llevar a cabo una
gestión de suma importancia.
-Por supuesto. Pero tenga a bien elegir su escolta
entre los 30 mejores soldados del invencible Regimiento
71 “Highlanders”.
-¡Sí, Señor! Creo que también destacaré a los
tenientes Graham y Murray para que me acompañen en la
misión.
-También he tomado providencias -acotó el
comandante de forma determinada-, para que el criollo
Francisco González le oficie de guía en el trayecto.
-¡Sí, Señor! Gracias. Sin duda alguna será un
excelente apoyo -elogió el capitán de forma rimbombante.
-Pues bien, capitán Arbuthnot. Ya que hablamos de
contar con “excelente apoyo”, también creo conveniente
que usted lleve junto al señor William White.
-¿El señor White? -quiso saber el hombre, sin
alcanzar a comprender los motivos de tan asombrosa
indicación. Al fin de cuentas, era un extraño para él.
Carretas del Espectro Página 239
-No es menester que le diga, señor capitán, que este
prestigioso señor, además de ser un compatriota, ha sido
nuestro principal aliado e importante mentor de nuestra
llegada, al mismo tiempo que conoce la región tan bien
como la palma de su mano -concluyó el general Béresford
de manera elocuente y fastuosa.
-Le daré todo mi apoyo, Señor. Nunca está demás
poder contar con quien conoce el talante de estos salvajes
latinos -finiquitó Arbuthnot, dejando aparecer en su rostro
una sonrisa de satisfacción.
-Pues entonces, ande, hombre, que el dinero vuela y
el tiempo se evapora -ordenó el comandante una vez que
daba por terminada la reunión. Antes de traspasar el
umbral, el capitán retrocede sobre sus pasos y lanza una
última pregunta:
-¿Por casualidad, Señor, tenemos alguna
información de donde se encuentra el pecio? -sonsacó el
capitán, para cerciorarse de qué dirección tomar.
-El virrey se ha retirado para Córdoba tomando el
Camino Real, y sé que se detuvo ayer en la Villa de Luján.
Por lo tanto, puede que aun esté allí, o haya partido
recientemente. Cabe a usted descubrirlo, Capitán. -
determinó el superior.
Carretas del Espectro Página 240
Por suerte, mientras esto ocurría en el Fuerte, el
Alcalde Manuel de la Piedra había recibido el mensaje del
virrey a buena hora, y había tenido el tiempo justo de
reunirse con el alguacil Valentín Olivares y con el clérigo
Vicente Montes Carballo, antes que el pelotón de los
ingleses llegara a la Villa esa noche.
Cuando la tropa llegó a la una de la mañana a la villa
de Luján, los hombres se sorprendieron de no ver el
destacamento del fortín apertrechado para combate, ni la
existencia de defensas que indicasen una posible
protección del lugar. Todo les pareció que estaba tranquilo
demás.
-¿Qué ha sucedido aquí? -preguntó el suspenso
White al notar tanta serenidad entre los pobladores, a
quienes, mismo siendo tarde de la noche, se los imaginaba
asustados e impresionados cuando viesen llegar el
contingente de invasores.
-¡No lo sé, señor! -le contestó el también
impresionado capitán Arbuthnot-. Pero busquemos ya por
la autoridad del fuerte para saber lo qué ha ocurrido -
agregó con determinación.
No fue necesario que lo hicieran, pues la figura de
los tres hombres apareció de repente frente a la puerta del
Carretas del Espectro Página 241
Cabildo, como si ellos estuvieran al acecho resguardados
por las sombras de la noche.
Pero ocurrió que la partida británica que se
encontraba al mando del capitán Thomas Arbuthnot,
estaba lejos de comportarse con la debida corrección
británica que todos allí esperaban.
-¡Los aguardábamos, Señores! -pronunció el alcalde
con cierta parsimonia, pero con voz resuelta de quien sabe
lo qué hacer.
El capitán, los tenientes y el propio White cruzaron
sus miradas buscando entender la extraña escena que
tenían por delante. Todos fruncieron el ceño por hallar que
se trataba de alguna celada, pero al fin decidieron
desmontar de sus caballos y aproximarse al triunvirato que
los recibía con una detractora sonrisa, mismo que esta no
fuese amarilla. Entonces los tenientes buscan detener al
alcalde de la villa, amenazándolo de muerte si no le decían
dónde estaban escondidos los caudales.
-Economicemos tiempo, señores. Traigo órdenes
expresas de mi comandante, para coger los caudales que se
han llevado de Buenos Aires -articuló el capitán después
de hacerles la venia con cortesía.
-¿Saben ustedes a dónde están? -agregó perentorio.
Carretas del Espectro Página 242
-Aquí mismo, señor Capitán -le respondió el alcalde
no sin antes mirar el rostro de sus comparsas.
-¿Aquí…? ¿Aquí en esta Villa? -tartamudeó a seguir
el incrédulo White, quien aún desconfiaba que se trataba
de alguna estratagema de los lugareños y de su virrey.
-Claro que sí, Señor -aclaró el cura Vicente, que el
tiempo todo había estado con el crucifijo que le colgaba
del cuello agarrado entre sus manos.
-Pues entonces, señores, tengan a bien indicarme en
donde lo han guardado, para que lo retiremos lo cuanto
antes…
-Por supuesto -dijo el alguacil-, pero me interesaría
saber cómo es que han de llevarlo, si ni carretas o mulas
traen.
Nuevamente el capitán, los tenientes y el propio Pío
White intercambiaron sus miradas indagadoras, ya que ese
punto había sido desconsiderado.
-Queremos verlo primero -les señaló White para
salvar el momento.
-¡Sí! Llévenos hasta donde está, señores -ordenó el
capitán como medida paliativa, mientras reconsideraba un
solución de cómo llevárselo.
-Síganme, Señores, es por aquí -les indicó el alcalde
señalando con la mano derecha la puerta del Cabildo.
Carretas del Espectro Página 243
Ya apropiados de la casa capitular, los soldados
ingleses no dudaron en comenzaron a saquear los archivos
y a romper los muebles del lugar… “Rompieron las llaves
que guardaban el archivo, sacaron y rompieron los
papeles que quisieron”, según lo señaló un testigo de la
época.
Empero, una vez que los siete hombres hubieron
ingresado por el pasillo que los llevaba hasta la habitación
donde se encontraban guardadas las reservas, los celosos
Blandengues que custodiaban el tesoro tomaron sus armas
e hicieron mención de apuntarlas, pero de inmediato el
alguacil les hizo señas para que se tranquilizasen. Cuando
entonces abrieron la puerta, los cuatro británicos se
quedaron perplejos ante la visión de tamaño botín.
-¡Señores! -anunció el alcalde sin mucho alarde a la
vez que buscaba apaciguar aquella horda de valentones.
-Aquí están las 75 barras de plata y los 36 cajones de
plata sellada de a dos mil pesos cajón. Es todo lo que
tenemos.
-Vuelvo a preguntarle, señor Capitán, ¿cómo
pretenden llevarlas? -Indagó el alguacil sin elevar la voz.
Al percibir su error, de inmediato, el capitán
Arbuthnot ordenó a sus dos tenientes para que estos
eligiesen a la mitad de los hombres de la tropa, y que
Carretas del Espectro Página 244
saliesen lo cuanto antes en busca de carretas, mulas o
cualquier cosa que fuese de interesante para efectuar el
trasporte.
-Si los vecinos no le hacen la entrega por las buenas,
tráiganlos juntos para que los pasemos por el chicote -les
ordenó el capitán con el rostro colorado.
-¡Si, señor Capitán! -Respondieron estos al unísono
y se retiraron a toda prisa.
El alcalde, el cura y el alguacil nada digieren. Se
limitaron a observar las determinaciones que los hombres
tomaban mientras ellos intercambiaban miradas
cautelosas, regocijándose por dentro de haber logrado
eludir a los ingleses sin despertar sospecha.
Los británicos se apoderan del tesoro en la Villa de Luján en 1806.
Acuarela de F. Fortuny.
Actualmente en el Museo Histórico de Luján
Carretas del Espectro Página 245
Agregando una nota de color, el restante de los
soldados del Regimiento 71 que se habían quedado en la
plaza, se entretuvieron jugando al fútbol, rompiendo las
tejas de la cárcel y calabozos, cuando subían a buscar, sin
ningún cuidado, la pelota que se colgaba en el techo.
-“Quebraron todas las tejas de la cárcel y
calabozos, pues con motivo de bajar la pelota
con que se divertían andando sobre las tejas,
como si caminaran sobre sólido terreno”-llegó a
testificar uno de los vecinos.
Cabe preguntarse: ¿será esta mención el primer
antecedente histórico de haberse jugado al fútbol en la
Argentina?
En fin, no se sabe, pero cuando aquella tropa partió a
la mañana siguiente rumbo a Buenos Aires, se llevaron
con ellos a un par de carretas y dos docenas de mulas
cargadas.
Nada desconfiaron estos hombres que en las bóvedas
de la iglesia habían quedado escondidas otras 29 barras de
plata y 6 cajones de plata sellada.
Carretas del Espectro Página 246
18
La caravana que retornaba alcanzó la capital en la
mañana del día 2 de julio. El general Béresford los recibió
personalmente en el Fuerte, donde ya había instalado su
comandancia. Tanto al capitán Arbuthnot como al
distinguido señor William White, se les veía hinchados de
orgullo y vanidad por el deber cumplido, mismo que los
motivos de uno no fuesen iguales a los del otro.
-¿Lo han traído todo? -preguntó el comandante con
los ojos brillantes de alegría.
-¡Sí, Señor! -anunció el capitán con una sonrisa
indulgente-. Son 75 barras de plata y 36 cajones de plata
sellada…
-Ya lo veo, pero me gustaría mucho poder saber cuál
es al valor en metálico a que todo esto corresponde, señor
Arbuthnot.
El oportunista de White ya lo tenía todo calculado, y
dando un paso adelante, pronunció canoro:
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-El botín consiste en la suma de un millón
doscientos noventa y un mil trescientos veintitrés pesos
plata, señor Comandante.
-¡Nada mal, mi amigo! Nada mal -exclamó el
comandante con un amplio sonriso y los ojos brillando aún
más que antes.
-Si me permite, señor General, allí está el señor
Francisco González y su gente, queriendo recibir su paga.
-Comunicó el extremado capitán.
-Lo sé. Habíamos combinado que los honorarios se
los pagaría a su retorno -manifestó el comandante-. Pero
que espere un poco más, porque ahora los convido a entrar
y a brindar por nuestro bien merecido triunfo. Al final de
cuentas, es por ello que vinimos -razonó el hombre
señalando las cajas con el pecio que ya estaba en su poder.
Sintiéndose de buen humor como hacía días no lo
concebía, o tal vez achispado por el alcohol con el que
festejó la recuperación del tesoro, el general Béresford
terminó por firmar el acta donde estaban impresas las
condiciones de la rendición de Buenos Aires.
-Al final de cuentas, ya no hace sentido alguno
negarme, pues tenemos en nuestro poder los caudales del
virreinato -pronunció magnánimo para su edecán.
Carretas del Espectro Página 248
Cuando al fin quedó sólo en la que había sido la sala
de trabajo del virrey, Béresford se entregó con placidez a
recordaciones sobre lo sucedido. Las informaciones del
espía inglés William Pío White al final de cuentas tenían
cabimiento. El tesoro que había sido reunido en la capital
del virreinato y que aguardaba por el mejor momento para
ser enviado a España, estaba ahora sobre su custodia.
Tampoco tenía dudas de que correspondía a una fortuna en
lingotes y monedas de plata; además de que, al contar con
la información correcta sobre la poca o nula defensa
militar de la ciudad, todo no había significado más que
una oportunidad que no había sido desaprovechada.
Luego después se entregó a garabatear cálculos y
cómputos en un papel. Y observando con cuidado la
ordenanza vigente del régimen de S.M. británica sobre
presas, llegó a la conclusión que debería separar del botín,
la suma de un millón para ser enviada a Inglaterra.
Sobraban así 291.323, 00 pesos plata para ser distribuido
entre la pandilla, a lo cual habría que restarle primero la
abultada parte que correspondería para sí y para los jefes
de la expedición saqueadora.
Cuando creyó que la lista había quedado concluida y
revisada, mandó llamar al contralmirante Pohopan y al
capitán Arbuthnot para que se reuniesen con él.
Carretas del Espectro Página 249
-He aquí la lista que elaboré, determinando con la
exactitud que corresponde, los valores correspondientes al
reparto del botín que obtuvimos en esta exitosa
expedición… -les manifestó elocuentemente con una
sonrisa burlona.
-Saqueadora -le murmuró lisonjeramente el
contralmirante.
Sin hacer reparos al inconveniente comentario de
Pohopan, a quien sólo lo miró arqueando una ceja, el
comandante propuso leerles el inventario:
-Por la gracia a mi concedida por Su Majestad, blá,
blá, blá…, determino la paga de los valores
correspondientes:
- Al señor gobernador del Cabo, General David Baird,
quien nos facilitó las tropas a cambio de una buena paga:
la suma de veintitrés mil novecientos noventa libras
(Libras 23.990,00)
- Al señor general William Carr Béresford: once mil
ciento noventa y cinco libras (Libras 11.195,00)
- Al señor contralmirante Pohopan: siete mil libras
(Libras 7.000,00)
- A los señores Jefes de Tierra o Capitanes: siete mil
libras (Libras 7.000,00)
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- A los señores Capitanes y Tenientes de marina:
setecientos cincuenta libras (Libras 750.00)
- Para los señores Tenientes de Tierra o Alféreces de
marina: quinientas libras (Libras 500,00)
- Para los señores Sargentos o Suboficiales: ciento
setenta libras (Libras 170,00)
- Para cada soldado y marinero: treinta libras (Libras
30,00)
-¡Óptimo, mi general! Me parece que ha hecho un
buen trabajo -pronunció el contralmirante al levantar el
vaso de whisky para agradecer por la parte que le cabía.
-Más que óptimo, señor Contralmirante. Diría más
bien… ¡Excelente por lo que a mí me toca! -corrigió el
capitán Arbuthnot con un sonriso ancho dibujado en su
rostro.
-No en tanto, mi estimado Comandante, -ponderó
Pohopan ahora con el rostro serio-, creo oportuno
recordarle que, como jefe de las Fuerzas Navales de S.M.,
puesto que me cupo honrar al sojuzgar ésta bien sucedida
misión, soy de la opinión que, una vez obtenido y
apresado el botín, que éste se embarque de inmediato en
alguno de nuestros barcos, y que levantemos anclas lo
cuanto antes alejándonos prontamente de estas extremadas
Carretas del Espectro Página 251
playas, no sin antes, mi Señor, realizar un previo
bombardeo a esta maldita ciudad.
-Bien recordado, señor Pohopan, y aunque no esté
totalmente de acuerdo con eso de “un previo bombardeo”,
concuerdo que no debemos confiarnos en estos criollos y
mucho menos en esos linajudos españoles que ahora nos
quieren lamer las botas.
-Pues a eso mismo me refiero, señor Béresford.
Estamos rodeados de bárbaros, y muchos de ellos ya están
exteriorizando de alguna manera sus ínfulas de protesta y
reconquista… -expuso el contralmirante interrumpiendo
su pensamiento para sorber un trago de su bebida.
-Principalmente en lo tocante al tesoro que le
robamos -subrayó a seguir el alegre Pohopan.
-Hasta puedo imaginar, previdente como es usted,
señor Pohopan, que ya tenga algo premeditado a ese
respecto. ¿Correcto?
-Pues bien, señor Comandante. En los últimos días
me he ocupado en conjeturar sobre algunos pormenores, y
he deducido que no es conveniente que nuestra flota se
retire de vez de estas orillas. Por tanto, creo que lo mejor
sería escoger a la fragata Narcissus, al mando del
venerable capitán Donelly. -Expuso el hombre que hacía
con que sus palabras retumbasen en el ambiente.
Carretas del Espectro Página 252
-¿No le parece peligroso enviar solamente a este
hombre? -preguntó el dubitativo capitán Arbuthnot-. Al
final de cuentas, debemos considerar que serán dos meses
de viaje -agregó con preocupación.
-¿Quién osará querer atacar la bandera de Su
Majestad Imperial? ¿Por acaso ha quedado algún
bergantín en pie después de Trafalgar? -le respondió el
contralmirante a los gritos y de manera colérica.
-¡Señores! ¡Señores! Calma, que nuestra pelea es
contra otros -interfirió Béresford al percibir que sus
hombres se exaltaban por nada.
-Sepa excusarme, señor Comandante. Creo que todo
lo ha ocurrido en estos días nos ha dejado con los nervios
de punta -pronunció el capitán con cara de circunstancia,
ponderado a tiempo que, de seguir discutiendo con el
orgulloso de Pohopan, tendría todas la de perder.
-Es verdad, mi Señor. A veces perdemos la
compostura por bobadas -buscó disculparse el
contralmirante, sin al menos mirar al capitán.
-Imagine usted por un instante, mi Comandante,
como no estarán los ánimos de estos serviles del rey
español y la de todos los engomados que le hacían la corte
al huidizo e hipócrita de su virrey -acotó con sarcasmo.
Carretas del Espectro Página 253
-Debo concordar una vez más con usted, señor
Pohopan. ¿Y por acaso, puede usted decirme cómo piensa
convencer al capitán Donelly? -investigó el comandante.
-Pienso que no será difícil, mi Señor, pues además
de lo que le corresponderá recibir como parte del botín, le
ofreceré otras cinco mil y quinientas libras por concepto
de flete, para que lleve los caudales a Portsmouth.
-Un valor justo -concordó Béresford cómodamente
sentado en su sillón.
-¡Concuerdo! -intervino el capitán que, después de la
amonestación, se había mantenido en silencio-. Al final de
cuentas, le corresponderá trasladar una carga de un total de
alrededor de cinco toneladas de pesos plata.
Pero mientras estos parloteos ocurrían dentro de las
paredes del Fuerte en Buenos Aires, distante de allí, en la
Villa de Luján, acontecía una otra reunión no menos
peculiar, donde estaban cuatro hombres de aspectos
totalmente diferentes, así como eran diferentes sus
motivos y deseos. Sin embargo, el verdadero porqué de
estar allí reunidos, era sólo uno. Y sobre él discutían,
-Pues yo les digo que estos ingleses no son nada
bobos. Pronto descubrirán que los hemos engañado y se
nos vendrán encima como abejas a la miel -increpó el
alguacil, buscando apabullar a sus comparsas.
Carretas del Espectro Página 254
-Comprendo su inquietud, don Valentín, pero
bastará con mantener la boca cerrada para que los
británicos no sepan donde lo hemos guardado -arguyó el
padre Vicente con la candidez característica de un persona
religiosa.
-¡Coño! No me haga reír, Padre. ¿Piensa usted que
está en el paraíso, por si acaso? -despotricó don Andrés de
Migoya haciendo destacar su peculiar acento español.
-Las blasfemas no nos ayudaran a librarnos de
nuestros pecados. Dios dejará caer el peso de su mano
sobre todos aquellos que maldigan en vano… -comenzó a
ensalzar el cura con un sermón insípido.
-¡Señores! -interrumpió el acalde-. Recuerden que
asumimos una responsabilidad enorme cuando nos
dispusimos a hacer valer el último pedido de nuestra
Excelencia, el señor Virrey.
-Además, debemos considerar que todos sabemos
que es imposible guardar secreto cuando tanta gente ha
participado de nuestra burla y, en especial, cuando el
asunto envuelve una fortuna de por medio. -Justificó el
alguacil, moviendo la cabeza con un tic nervioso.
-Ni lo podríamos defender, mismo que formemos
tropas de voluntarios y los juntemos a los pocos soldados
Carretas del Espectro Página 255
que han quedado en el fortín. Seríamos fácilmente
derrotados -articuló el padre Vicente como disculpa.
-Yo soy de la opinión que lo saquemos de aquí lo
cuanto antes -apuntó el alcalde.
-¡Ah, sí! ¿Y se puede saber para donde quiere usted
mandarlo, don Manuel? -quiso saber don Andrés junto con
una careta.
-Pues si el propio señor Virrey no fue competente
para defender lo que le era por obligación, lo justo sería
que le entreguemos lo que hemos salvado poniendo en
peligro nuestras propias vidas -alegó don Manuel.
-Es lo justo -apoyó el padre Vicente-. Se lo
enviaremos a Córdoba junto con las plegarias de nuestros
vecinos -manifestó al momento que se persignaba con
fervor.
-Déjese de santiguados, Padre, que las papas queman
-protestó don Andrés-. ¿No se da cuenta usted, que si se lo
mandamos ahora, con el estado en que están los caminos,
no tardarán esos impíos sajones en echar mano encima?
-Pero podemos sacarlo de aquí, ahora, avanzar un
poco por el camino. Luego escoger un lugar seguro en
donde enterrarlo hasta que disminuya el interés o se
cansen de buscarlo -argumentó el alguacil con
determinación.
Carretas del Espectro Página 256
-¿A usted le parece conveniente? -preguntó el
alcalde.
-Si están de acuerdo con el plan, conozco un lugar
excelente para nuestro propósito -anunció el ministril.
-¿Por acaso podemos saber primero a dónde es? -
investigó don Andrés.
-Estaba pensando en la cañada de los Leones, por
tratarse de un paraje con cerrito, pozos y lagunas capaces
de confundir al más hábil de los baqueanos.
-Me parece que es muy lejos -opinó el alcalde,
sopesando el tiempo que llevaría para alcanzar el objetivo.
-No tanto. Son tan solo unos 130 km. al Noroeste,
señor Manuel. Y nos bastará con dos días de viaje para
llegar y cumplir con el cometido -anunció don Valentín
Olivares, quien ya se incluía entre los que harían parte de
la misión.
¿Quién puede ir en esta misión? -quiso saber don
Manuel.
-Yo no podré acompañarlos -testificó el padre
Vicente-. No puedo dejar la parroquia abandonada, y
mucho menos mis prácticas monacales.
-Lamento, pero yo tampoco los acompañaré -
refrendó don Manuel-. No es posible que deje sin amparo
a esta Villa -argumentara con el rostro serio y reflexivo.
Carretas del Espectro Página 257
-Es verdad, don Manuel. ¿Quién sabe lo que se le
puede ocurrir a esos impíos? -Comentó el español,
quedándose perdido en sigilosos pensamientos al igual que
sus comparsas.
-Bueno, agregó-, si así lo determinan vuestras
mercedes, sobramos el señor Valentín y yo -concluyó don
Andrés sin ninguna reluctancia.
-Como Alguacil Mayor de esta Villa, creo que tengo
la obligación de conducir a los comisionados en esta ardua
tarea.
-Además, es solo usted quien conoce el lugar -
argumentó el padre Vicente.
Una vez organizada la partida y cargadas las
carretas, el alcalde de la Piedra ordena entonces a sus
dependientes que sigan por el camino real y que dirigiesen
su ruta a las Pampas, y así que posible, enterrasen las
barras y cajones en el paraje delante de los cerrillos, y en
distancia igual hasta la cañada de los Leones (actual
partido de Suipacha, Provincia de Buenos Aires).
Carretas del Espectro Página 258
19
Como fue posible apreciar hasta aquí, los problemas
del alcalde de la Piedra no culminaron cuando una parte de
aquel tesoro volvió a Buenos Aires, sino que pronto
aumentaron, porque días después los ingleses se enteraron
de la trampa que les habían tendido cuando el resto de los
caudales no habían sido adjudicados.
-¡Malditos! ¡Sinvergüenzas! ¡Canallas! -comenzó a
maldecir e insultar de forma rabiosa el general Béresford,
así que fuera enterado por William White, de que una
parte de los caudales habían quedo escondidos en la Villa.
-Y no son pocos los valores, mi Comandante -agregó
el espía británico, al observar la turbación del hombre.
-¿De cuánto se trata? -Gritó el agitado general,
dejando aparecer algo de espuma rabiosa en la juntura de
sus labios.
-Se habla de que son 29 barras de plata, y de 6
cajones de plata sellada que nada dicen en los informes
presentados -agregó el interlocutor, haciendo un mohín de
desprecio.
Carretas del Espectro Página 259
-¡Malditos! -volvió a vociferar el conturbado
general-. ¿Se piensan por acaso estos desfachatados, que
pueden lograr estafarme tan fácilmente?
-Seguro que no, mi Señor. Por eso creo que debemos
actuar sobre lo caliente…
¿Se sabe, por un acaso, para donde se lo han
llevado? -interrumpió el comandante un poco más
sosegado y razonando mejor sobre la estratagema de los
adalides locales.
-Aun, no, señor Comandante. Pero seguramente que
si nosotros torturamos a más de uno allá en la Villa, creo
que pronto lo sabremos.
-Tiene usted razón, mi amigo White -concordó el
inquieto general, que no paraba de andar de un lugar a otro
por la espaciosa sala.
-¿Puedo darle mi sugestión, señor Béresford?
-¡Sí! Sabe usted que siempre la he estimado. Ya nos
ha dado buenas muestras de que sus insinuaciones y
consejos son atinados. ¿Por qué no tenerlas en cuenta
ahora? -propuso el general con determinación.
-Pienso que sería conveniente que ordene al capitán
Arbuthnot que reúna de inmediato una partida de hombre
dispuestos a todo, y salga lo cuanto antes.
Carretas del Espectro Página 260
-En eso mismo estaba pensando, mi estimado White.
Inclusive, pienso que debe llevar junto con él al
comisionado Francisco González. El hombre ya demostró
estar de nuestro lado…
-Por supuesto, Señor -confirmó el inglés con una
inclinación de cabeza-. Bien se ha merecido la paga por su
labor, aunque pienso que su trabajo no ha sido completo y
no merece ahora otro jornal.
-Prometo que lo tendré en cuenta, señor White -
confirmó Béresford haciendo una mueca.
-Aún más -intervino el confidente soplón-, tengo un
grupo de doce españoles que dispuestos a terciar con
nuestros hombres en esta maniobra.
-Me parece formidable, señor White. Me parece
formidable ver como usted transita con frugalidad entre
esos hombres de aspecto sospechoso. Admiro su temple.
-Gracias, Señor. Aunque le confieso que un poco de
temor siempre se siente, mismo cuando se anda de ojos
bien abiertos.
-Óptimo, señor White. Pero le recuerdo que mientras
nosotros nos entretenemos con esas mesuras, se nos va el
tiempo y el dinero, incluso el tesoro escondido -manifestó
Béresford para encerrar el dialogo que mantenían.
Carretas del Espectro Página 261
-Pues bien, no le tomaré más el tiempo que lo
necesario. Ahora cabe a usted tomar las riendas del asunto
-declaró el espía del rey, y luego se retiró.
A su salida, el general se dirigió a su mesa y allí
garabateó algunas órdenes para su capitán. Luego
enseguida mandó que fuesen llamarlo a su presencia.
-¿Sabía usted, señor Capitán, que parte del tesoro ha
sido robado? -anunció el flemático general con ojos
saliendo chispas.
-¡Imposible! -advirtió el sorprendido oficial-.
¿Cuándo ha sido? -Interpeló estupefacto.
-No ha sido aquí, ni parte de lo que hemos capturado
-notificó el general, buscando aquietar el ánimo de su
exaltado oficial-. Me refiero a lo que estos desfachatados e
insolentes criollos han escondido en algún lugar.
-¿Pero cómo, si yo mismo verifiqué la nómina de los
caudales antes de retirarlos del Cabildo?
-Usted verificó lo que le dieron para verificar,
Capitán -respondió Béresford arqueando las cejas.
-Ellos han buscado engañarnos en cierto momento.
No sé si durante el trayecto cuando los caudales salieron
de aquí, o cuando estaban sobre custodia de algún acólito
atrevido y lameculos del virrey.
Carretas del Espectro Página 262
-Supongo que usted pretenda que me encargue de la
misión de encontrar y traer los caudales perdidos -expresó
el oficial de manera inclemente.
-¡Perdidos, no! ¡Robados! -corrigió el general de
manera exacerbada.
-Como sea, Señor. Estoy dispuesto a asumir tal
encargo con toda determinación -articuló el capitán
Arbuthnot postrándose con firmeza ante su superior.
-Pues bien, no esperaba menos de usted, mi Capitán.
Ahora acaudille de una vez a su tropa y se junte al criollo
Francisco González, además de una docena de españoles
que ha reunido el eficiente del señor White.
Una vez que se logró reunir a todo el contingente,
los determinados caballeros salieron a revienta caballo
rumbo a la Villa de Luján. Nuevamente nadie los
esperaba. Mejor dicho, no los aguardaban dentro del punto
de vista de defensa ante un posible ataque enemigo. Todo
en el pueblo demostraba estar en el más perfecto orden.
-¿Nuevamente por aquí, señor Capitán? -pronuncio
el alcalde gesticulando estar sorpresa por la nueva visita
de un contingente de invasores.
-Sabía usted que tarde o temprano nosotros
descubriríamos el desfalco que ha sido realizado -
pronunció el oficial aun sobre su montura.
Carretas del Espectro Página 263
-Nosotros no sustrajimos nada -anunció el increpado
alcalde, sintiéndose ofendido con la acusación que le
hacían.
-Sus palabras no hacen más que demonstrar que es
verdad mi imputación sobre la causa en cuestión, Señor.
-Los caudales que ahora usted busca, señor Capitán,
no han sido robados, escamoteados o sustraídos por nadie,
pues ellos no pertenecían ni eran propiedad del tesoro de
nuestro Rey -recitó don Manuel con parquedad dictando
un discurso ya imaginado de ante mano.
-Eso se verá después, señor Alcalde. Ahora estoy
dispuesto a usar la fuerza si necesario, para que
descubramos el paradero de la plata que se ha evaporado.
-Le parece que encontrará aquí, a algún vecino
dispuesto a traicionar a Su Majestad y al propio virrey,
señor Oficial. Su retórica es muy bonita, pero a mí me
suena insustancial.
-Eso lo veremos -respondió el hombre-. ¡Desmontar!
-ordenó de un grito.
Los soldados obedecieron de inmediato y se
perfilaron en posición de ataque como si estuviesen ante
un enemigo oculto, pues ante sus ojos sólo se veía a algún
que otro curioso en la plaza.
Carretas del Espectro Página 264
-No es necesario tanto alarde, señor Capitán -se oyó
decir entre el barullo de los sables al ser desenvainados.
Era la voz del cura Vicente, que al observar la comitiva
desde la iglesia, se apuró en salir en ayuda del alcalde.
-Noto que tan noble comitiva no viene en misión de
paz, señor Capitán -agregó luego de ser saludado por el
soliviantado oficial.
-Si ustedes así lo quieren, juro que no habrá paz
hasta lograr nuestro cometido -amenazó el oficial mirando
hacia el alcalde.
-¡Por favor! señor Capitán, no jure en vano. Dios no
tiene por costumbre perdonar a los infieles que hacen uso
de votos insustanciales y frívolos -le retrucó el clérigo con
una mirada suave y penetrante.
-Pues bien, les voy a repetir la pregunta una vez
más. De no obtener la respuesta que satisfaga mi
curiosidad, seré obligado a obtenerla por medio de la
intimidación y hasta la tortura si así se lo requiere -
amenazó nuevamente el capitán Arbuthnot colocándose
frente al alcalde con las piernas abiertas y los brazos en
bocajarro.
-Ahórrese las palabras, Señor, pues si lo que usted
quiere es saber el destino del pecio, nada tenemos a
confesar, pues este ha salido ya con destino seguro a
Carretas del Espectro Página 265
Córdoba hace tres días -declaró el cura Vicente, ante la
mirada furibunda de don Manuel, quien si pudiese, le
hubiese dado un bofetón en la cara.
-¿Por el Camino Real? -fue lo único que atinó a
preguntar el oficial.
-Por el único que es posible llegar con cierta
seguridad, aunque nadie está libre de sufrir algún ataque
malón en el medio del camino -expuso el cura poniendo
cara de circunstancia.
Los engañados invasores no tuvieron más remedio
que montar a toda prisa, y así siguieron durante dos días el
camino de Córdoba persiguiendo el rastro de las carretas
con el dinero.
Cansados de tan inútil esfuerzo, al volver del
infructuoso viaje, ellos, junto a los rastreadores españoles,
encontraron finalmente las marcas de las ruedas apuntando
en dirección a los pozos y lagunas de Los Leones, donde
en verdad estaban enterrados los caudales.
-¡Señor Francisco! Tenga por bien ordenar a sus
baqueanos para que encuentren de una vez ese maldito
tesoro -dictaminó el frustrado capitán, a quien el
agotamiento de tantos días cabalgando le habían
consumido las energías.
Carretas del Espectro Página 266
-¡Señor Teniente! Que la tropa descanse mientras
estos hombres hacen las pertinentes diligencias -le
comunicó a seguir a los no menos extenuados soldados.
Así transcurrieron las horas del tercer día, unos
descansando mientras que otros buscaban afanosamente lo
que el destino se negaba de cierta forma revelarles.
-Señor Capitán -le comunicó el comisionado
Francisco González, embarrado hasta el alma-, hemos
recorrido estos pajonales de arriba abajo, y nada. Parece
cosa del diablo, pero aquí no hay nada.
-¿Cómo, que nada? -pronunció de voz alterada el
oficial-. ¿Y el rastro de las carretas, que son?
-Pues no sé decirle, Señor. Ellas llegan a cierto
punto y se separan en diferentes direcciones. Algunas de
esas huellas, el barro las ha ocultado, mientras que surgen
otras más adelante sin llevarnos a lugar alguno.
El capitán Arbuthnot no tuvo más remedio que
volver a Buenos Aires de manos vacías, presintiendo
desde ya lo que lo aguardaría a su llegada.
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21
Al relatar los imaginarios hechos paralelos que se
supone ocurrieron con los personajes de esta historia,
algunas reseñas han sido encontradas que merecen ser
mostradas aquí, aunque hasta el presente mucho se ha
escrito y especulado sobre la suerte que corrió el famoso
Tesoro Real desde cuando los ingleses se dejaron ver en el
Río de la Plata en aquel lluvioso invierno de 1806, cuando
luego de tantas idas y venidas, parte del mismo terminó en
manos del invasor.
Aun así, han quedado preguntas sin respuesta, como
por ejemplo: ¿qué parte de él llegó a sus manos? ¿Es
verdad o no, que una parte fue escondida en algún lugar?,
y si fue así, ¿todo se entregó a los ingleses, o un porcentaje
quedó “perdido” para siempre, o cayó en manos de algún
oportunista?
¿Es verdad lo que cuentan sobre el español afincado
en Luján, don Andrés de Migoya, que alcanzó a manotear
un cajón de metálico, agregando que con ese dinero
levantó una casona, en la que ocho años después se
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hospedaría el general Belgrano al cabo de sus derrotas en
Vilcapugio y Ayohuma?
A pesar de que muchos historiadores han buscado
informaciones con el esmero y la dedicación que el caso
exigía, no se han encontrado registros oficiales que
viabilicen la solución de tantos rompecabezas y acertijos,
no pasando lo que se cuenta, de simples iniciativas y
ficciones de aplicados escritores.
Mismo así, con el respecto que se merece quien lo
escribió, me tomo la libertad de transcribir aquí de manera
cronológica, algo de lo que ocurrió durante del mes de
julio de 1806, según lo ha publicado Marcelo de Biase en
el sitio “lagazeta.com.ar”.
Viernes, 02.07.1806 – capitulaciones
Condiciones concedidas a los habitantes de la ciudad
de Buenos Aires y de sus dependencias por los Generales
en Jefe de las fuerzas del mar y tierra de Su Majestad
Británica:
1° Se permite a las tropas de Su Majestad
Católica que estaban en la ciudad al tiempo que
entraron las de Su Majestad Británica, juntarse en
esta Fortaleza y salir de ella con todos los honores
de la guerra, rindiendo entonces las armas y
Carretas del Espectro Página 269
quedando prisioneros de guerra; pero los
Oficiales que sean naturales de la América del
Sur, o casados con nativas del país, o domiciliado
en él, podrán continuar residiendo aquí mientras
se conduzcan como buenos vasallos y
ciudadanos, jurando fidelidad a Su Majestad
Británica, o podrán ir a la Gran Bretaña con los
debidos pasaportes, dando previamente su palabra
de honor de no servir hasta que se haga el canje
regular.
2° Toda propiedad privada, de buena fe,
perteneciente a los empleados, así militares como
civiles, del gobierno anterior, a los Magistrados y
habitantes de esta ciudad y sus dependencias, al
Ilmo. Sr. Obispo, clerecía, iglesias, conventos,
monasterios, colegios, fundaciones y otras
instituciones públicas de esta clase, permanecerá
como siempre libre y en nada se le molestará.
3° Toda persona, de cualquier clase y condición
que sea, de esta ciudad y sus dependencias, será
protegida por el Gobierno Británico, y no se le
forzará a tomar las armas contra Su Majestad
Católica, ni persona alguna de la ciudad y sus
dependencias las tomará, ni obrará hostilmente
Carretas del Espectro Página 270
contra el Gobierno o tropas de Su Majestad
Británica.
4° El Ilustre Cabildo con todos sus miembros, y
los habitantes conservarán todos los derechos y
privilegios de que han gozado hasta ahora, y
continuarán en el pleno y absoluto ejercicio de
sus funciones legales, así civiles como criminales,
bajo todo el respeto y protección que se les pueda
dar por el Gobierno de Su Majestad Británica,
hasta saberse la voluntad del Soberano.
5° Los archivos públicos de la ciudad tendrán
toda protección y ayuda del Gobierno de Su
Majestad Británica.
6° Quedan como hasta ahora los varios derechos
e impuestos que exigían los Magistrados y
oficinas recaudadora; quienes cuidarán por ahora
para recolectarlos y aplicarlos del mismo modo y
a igual efecto que antes, por el bien general de la
ciudad, hasta saberse la voluntad de Su Majestad
Británica.
7° Se protegerá el absoluto, pleno y libre ejercicio
de la Santa Religión Católica, y se prestará el
mayor respeto al Ilmo. Sr. Obispo y todos sus
venerados Ministros.
Carretas del Espectro Página 271
8° La Curia Eclesiástica seguirá en el pleno y
libre ejercicio de todas sus funciones y
precisamente en el mismo orden que antes.
9° Se conceden gratuitamente a sus dueños todos
los buques del tráfico de la costa del Río, según la
proclamación 30 del próximo pasado.
10° Toda propiedad pública, de cualquier clase
que sea, perteneciente a los enemigos de Su
Majestad Británica, se deberá fielmente entregar a
los apresadores; y así como los Generales en Jefe,
se obliguen a hacer cumplir con exacta
escrupulosidad todas las condiciones anteriores
para el beneficio de la América del Sur, así el
Ilustre Cabildo y Tribunales se obligan de su
parte a hacer que esta última condición se cumpla
fiel, debida y honorablemente.
Dada con nuestro sello y manos en esta Fortaleza
de Buenos Aires hoy 2 de julio de 1806: W. C.
Béresford, Mayor General, Home Popham,
Comodoro, Comandante en Jefe José Ignacio de
la Quintana, Gobernador y Brigadier de
Dragones.
Witness the above signatures - Testigos de la
firma
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Francisco de Lezica
Anselmo Saenz Valiente
Geo. W. Kenett, Secretario Militar
Viernes, 02.07.1806 - carta a Baird
Béresford remite los primeros informes al General
Baird en Ciudad del Cabo y al Ministro de Guerra, partes
que saldrán recién a mediados de julio, cuando zarpen los
barcos respectivos.
“Aunque tengo motivo para creer que la conducta
observada con los habitantes de esta ciudad,
desde el momento de nuestra ocupación, los ha
reconciliado en alguna forma con nosotros, como
un gran número de ellos es afecto a un gobierno
que ha existido aquí desde la fundación de la
colonia -escribe a Baird-, algunos aprovecharían
sin duda la oportunidad, de dejar nosotros la
plaza con una débil guarnición, para irritar al
pueblo y sublevarlo contra nosotros”.
Con visión profética, en un informe técnico, prevé
que ante un ataque, no podrá sostener durante 24 horas su
posición en el Fuerte, pues está dominado por casas de
altos. Reclama de Ciudad del Cabo 2 mil infantes y 600 de
Carretas del Espectro Página 273
caballería para asegurar la ciudad que parece (sólo parece)
mansa.
Sábado, 03.07.1806 - igual que ayer, igual que hoy,
igual que siempre
“Hace hoy seis días que los ingleses han tomado esta
plaza con sólo 1.600 hombres; el pícaro, vil, cobarde e
indigno Virrey que teníamos nos ha entregado con la
mayor ignominia, separando sin duda a designio cuantas
fuerzas teníamos, y llevándoselas consigo, para franquear
el paso al enemigo”… De una carta de Juan Manuel de
Pueyrredón a su tío y suegro, don Diego.
Domingo, 04.07.1806 - fidelidad al Rey
Por intermedio del Cabildo, el gobernador Béresford
exigió a las autoridades civiles que seguían en sus puestos
que, a las doce del 7 de julio de 1806, ante su presencia y
la del comodoro Popham para que prestaran su “juramento
de obediencia y lealtad a S. M. Británica”.
Cabe recordar que el día 2 de julio, de acuerdo a las
capitulaciones firmadas en esa fecha, la tropa española, sin
sus oficiales, formó en la calle 25 de Mayo, frente a las
oficinas del capitán Alexander Gillespie y juró su lealtad
Carretas del Espectro Página 274
al rey Jorge III, a cambio de no ser embarcados y
retornados a España.
Lunes, 05.07.1806 - llegaron los caudales
Custodiados por los soldados del Regimiento 71,
llegaron de Luján los caudales reales devueltos por
Sobremonte. Se presentaron reclamos de algunos vecinos,
indicando que había en esos fondos, montos particulares.
Béresford prometió analizar caso por caso y hacer lugar al
reclamo de ser justificado.
Miércoles, 07.07.1806 – juras
Respondiendo a la convocatoria de Béresford, al
mediodía se presentaron para jurar fidelidad a Su Majestad
Jorge III de Inglaterra, los funcionarios que ocupaban
cargos públicos, militares y eclesiásticos prestaran
juramento. El juramento fue realizado por todos los
funcionarios, con la excepción de la Real Audiencia y de
Tribunal de Cuentas, cuyos miembros pidieron permiso
para retirarse de la ciudad y unirse a Sobremonte.
Otros que no se presentaron al juramento fueron
Francisco Ignacio de Ugarte, Manuel Belgrano y su
sustituto en el Consulado, Juan José Castelli. Belgrano
adujo enfermedad, para evitar el juramento, saliendo de la
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ciudad, porque Béresford estaba decidido a que prestara el
juramento.
“Los demás individuos del Consulado, que
llegaron a extender estas gestiones, se reunieron
y no pararon hasta desbaratar mis justas ideas y
prestar el juramento de reconocimiento a la
dominación británica, sin otra consideración que
la de sus intereses” -cita Belgrano.
“No digo a Vuesa Merced nada sobre el
juramento de estos benditos veteranos hechos de
motu propio” -escribe el vecino Gaspar Santa
Coloma en una carta personal-. “Abiertas las
calles de Buenos Aires para salir y quedar fuera
y aptos para la reconquista, el teniente coronel
Gutiérrez, con cuatrocientos hombres, en el paso
Chico, bajó a prestar el juramento de su motu
propio; mi paisano Rameri, con cien hombres
blandengues de Santa Fe, destinado en la
Ensenada, bajó a hacer su juramento, y por este
tenor procedieron todos los militares, que es una
vergüenza y también muchos vecinos que
prestaron su juramento, a bien que no fui yo”.
Miércoles, 07.07.1806 – bandos
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“El Exmo. Sr. Gobernador tiene por justo
mandar por esta proclamación que, todos los que
tengan armas (…) las entreguen a los Alcaldes de
sus respectivos barrios, bajo el concepto de que
él no lo verifique hasta el 12 del corriente mes, y
se le encuentren las armas será castigado
pagando doscientos pesos de multa”.
Bando del gobernador de Buenos Aires, general
William Carr Béresford
Jueves, 08.07.1806 – convivencia
Mientras las autoridades virreinales y los vecinos
más acomodados recibieron de buen grado a los ingleses,
dando muestras de hospitalidad y colaboración, las clases
más bajas, el pueblo en general, se mostró opuesto a los
ingleses, como lo señala la anécdota citada de la moza de
la fonda Los Tres Reyes.
Ya Alexander Gillespie señalaba la buena recepción
a la ciudad, de parte de las mujeres porteñas.
“Los balcones de las casa estaban alineados con
el bello sexo, que daba la bienvenida con
sonrisas y no parecía de ninguna manera
disgustado por el cambio”.
Carretas del Espectro Página 277
Una joven Mariquita Sánchez de Thompson (de 19
años entonces) declaraba en su libro de memorias “Las
milicias de Buenos Aires:
…es preciso confesar que nuestra gente de campo
no es linda, es fuerte, robusta, pero negra. Las
cabezas como un redondel, sucios; unos con
chaqueta otros sin ella, unos sombreritos
chiquitos encima de un pañuelo, atado a la
cabeza. Cada uno de un color, unos amarillos,
otros punzós; todos rotos, en caballos sucios, mal
cuidados; todo lo más miserable y más feo. Las
armas sucias, imposible dar ahora una idea de
estas tropas. De verlos aquel tremendo día, dije a
una persona de mi intimidad: si no se asustan los
ingleses de ver esto, no hay esperanza”. En
cambio, “El Regimiento 71 de Escoceses,
mandando por el general Pack; las más lindas
tropas que se podrán ver, el uniforme más
poético, botines de cinta punzó cruzadas, una
parte de la pierna desnuda, una pollerita corta,
una gorra de una tersia de alto, toda formada de
plumas negras y una cinta escocesa que
formaban el cintillo; un chal escocés como banda
sobre una casaquita corta punzó. Este lindo
Carretas del Espectro Página 278
uniforme, sobre la más bella juventud, sobre
caras de nieve, la limpieza de estas tropas
admirables, ¿qué contraste tan grande?”.
A pedido de Béresford, sus oficiales fueron alojados
en las casas de los principales vecinos. Eso les permitió a
los ingleses convivir y confraternizar con los vecinos más
importantes de la ciudad.
La proverbial belleza de las porteñas no había
pasado desapercibida para los ingleses.
“El bello sexo es interesante, no tanto por su
educación como por un modo de hablar
agradable, una conversación chistosa y las
disposiciones más amables” -cita Gillespie-.
“Era invierno cuando nos adueñamos de Buenos
Aires; durante esa estación se daban tertulias, o
bailes, todas las noches en una u otra casa. Allí
acudían todas las niñas del barrio, sin
ceremonia, envueltas en sus largos mantos, y
cuando no estaban comprometidas, se apretaban
juntas, aparentemente para calentarse, en un sofá
largo, pues no había chimeneas y se utilizaba el
fuego solamente con frío extremo, trayéndose al
cuarto en un brasero, que se coloca cerca de los
Carretas del Espectro Página 279
pies, y entonces ningún extranjero deja de sufrir
jaqueca por los vapores del carbón”.
Por las tarde, la banda del 71 de Highlanders ofrecía
conciertos en el paseo de la Alameda, oportunidad que las
damas más requeridas de la ciudad (como las Marcó del
Pont, Escalada o Sarratea) paseaban del brazo con .los
oficiales británicos, para delicia de los chismosos
porteños.
Un cadete del batallón de Santa Elena, se convirtió
al catolicismo y se casó con una criolla, sirviendo como
oficial (capitán, anota Gillespie) de Liniers, luego de la
Reconquista.
Béresford, con Pack, Campbell y Folley, eran
infaltables al mate de la tarde, que los convidaba la familia
Rubio (José Rubio de Velasco y Juana Rivero, los
anfitriones) que tenía su casa en la calle San Carlos (actual
Alsina). En cierta oportunidad, tras pasear por la huerta
con el anfitrión, Béresford descubrió a la pequeña hija de
José Rubio, la graciosa María del Rosario, ataviada con la
capa, el kepí y la espada del general, dando órdenes a un
pequeño regimiento que había formado con los sirvientes
y esclavos de la casa. El padre reprendió duramente a la
niña que se puso a llorar; Béresford alzó a la niña y le
prometió traerle un regalo al día siguiente. Cumpliendo la
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promesa, le trajo un tambor y un bastón de mando,
nombrándola mariscala de su ejército. La pequeña Rosario
se tomó en serio su cargo, porque visitaba los cuarteles
británicos, acompañada de un esclavo negro que llevaba el
tambor, dándoles órdenes a los soldados que fingían seguir
sus órdenes, para regocijo del general Béresford. Desde
entonces, la pequeña Rosario sería reconocida como la
“mariscala del 71”.
“Los más de nuestros oficiales se alojan en
familias particulares -recuerda Gillespie- que les
otorgaban las más bondadosas atenciones que
asentaron el cimiento de amistades recíprocas.
Dieron muchos ejemplos de bondad natural de
corazón y era tan frecuente y tan generalmente
demostrada, que nos convencieron de que la
benevolencia era una virtud nacional”.
Tal vez, confiado en esa hospitalidad, Béresford
había hecho desembarcar su puro sangre, al que solía
montar algunas tardes, llegándose sin custodia hasta los
altos de Barracas, desde donde podía divisar, con su
catalejo, la ciudad a su mando, la flota británica en el Plata
y la pampa, infinita, extendiéndose contra el horizonte.
Pero bajo la superficie, la reacción contra el invasor,
ya se estaba gestando.
Carretas del Espectro Página 281
Viernes, 09.07.1806 – el héroe de la Reconquista
“Poco después de la rendición de Buenos Aires, el
coronel Liniers, emigrado francés y capitán de su armada
bajo la monarquía, que mandaba una poca fuerza en
Ensenada, consciente de su insuficiencia para defenderla,
resolvió servirse de los desastres recientes de su gobierno,
mediante un sagaz golpe de artería” -escribe Alexander
Gillespie sin disimular su disgusto por el héroe de la
Reconquista.
“Cuando en 27 de junio de 1806 se apoderaron los
ingleses de esta capital; me hallaba yo en la ensenada de
Barragán, comisionado por el Virrey Marqués de Sobre
Monte; reconociendo que este súbito acontecimiento
había ocasionado en los espíritus el último desaliento” -
escribe Santiago de Liniers.
Anteriormente lo vimos asistir, casualmente, al
desbande de las fuerzas defensoras en el Riachuelo. Se
retiró a su quinta, en las afueras y esperó los
acontecimientos. “Me determiné, ante que los infortunios
del Estado se propagasen más, a acercarme a esta ciudad
con el fin de examinar las fuerzas de los enemigos, su
disciplina y método de servicio. Hice con vista de todos
mis combinaciones y el resultado de ellos me aseguraban
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la probabilidad de la reconquista, siempre que encontrase
gente esforzadas que voluntariamente quisieran seguirme
a la grande empresa”.
Dos días después, el martes 29, Liniers arriba a la
ciudad, alojándose en la casa de su suegro Martín de
Sarratea, gerente y socio de la Compañía de Filipinas,
frente a Santo Domingo. Por su condición de militar,
Liniers gestionó un permiso ante las autoridades
británicas, permiso concedido con la ayuda de su amigo,
colaborador de los invasores, Tomás O’Gorman.
Según los informes de Béresford, Liniers se presentó
ante el gobernador invasor, aduciendo que estaba
disgustado con el servicio español por lo que iba a dejar la
carrera de las armas y dedicarse al comercio, con su
suegro Sarratea, quien avaló su afirmación. Por tal motivo,
no le exigió a Liniers, como al resto de los oficiales
españoles, su palabra de no combatir contra los ingleses.
“Fingió una gran franqueza enviando su sumisión y
la de su guarnición al general Béresford, con el pedido de
que se le permitiese entrar en la capital, cuando
consumase su ofrecimiento, empeñando su palabra como
prisionero de guerra; estableciendo también su intención
de abandonar la carrera militar para dedicarse como
antes al comercio” -atestigua Gillespie-. “Bajo esta
Carretas del Espectro Página 283
seguridad fue admitido, y aunque por su delicadez no se le
arrancó una promesa escrita, sin embargo una,
igualmente imperativa, fue declarada por él verbalmente,
a ese fin, bajo palabra”.
Ese mismo día 29, Liniers asiste a misa, en la Iglesia
de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. Tras las
conquista, según el libro de actas de Santo Domingo, “se
experimentó decadencia y cierta frialdad en el Culto por
la prohibición que se expusiese el Santísimo Sacramento
en las funciones que de la Cofradía que tuvo a bien
mandar el ilustrísimo señor Obispo de esta Diócesis. El
domingo primero de julio no hubo más que una misa
cantada sin manifiesto, y habiendo concurrido a ella el
capitán de navío señor don Santiago de Liniers y Brémont,
que ha manifestado siempre su devoción al Santísimo
Rosario, se acongojó al ver que la función de aquel día no
se hiciera con la solemnidad que se acostumbraba”.
Allí pasa de la iglesia a la celda prioral y encuentra
al prior fray Gregorio Torres (el de la arenga obsecuente a
Béresford) y le asegura: “Hoy mismo, en el transcurso de
la misa, he hecho ante la imagen sagrada de la Virgen un
voto solemne. Le ofreceré las banderas que tome a los
británicos si la victoria nos acompaña. Yo no dudo que la
obtendré si marcho a la lucha con la protección de
Carretas del Espectro Página 284
Nuestra Señora”. No obstante la tradición, para Paul
Groussac, la promesa de las banderas no fue hecha el 1° de
julio, sino el 9 o 10 de julio, cuando se embarca para
Colonia.
Liniers asiste a la velada en agasajo a Béresford, por
la devolución de las embarcaciones a sus originales
propietarios, realizada en la casa de su suegro. Allí conoce
al general conquistador y a sus oficiales.
“La permanencia de Liniers en Buenos Aires no
duró más tiempo que el suficiente para darse cuenta de
nuestro número, de nuestro sistema militar, y establecer,
con algunos elegidos en el poder, un plan de revuelta
simultánea” -anota Gillespie.
Tras recorrer la ciudad, tomando debida nota de las
debilidades de los invasores, Liniers pasa a transformarse,
naturalmente, en el líder de la resistencia. Convence a las
otras facciones conspiradas (como la del grupo de
Sentenach) de seguir su plan: viajar a Montevideo y
pedirle al gobernador Pascual Ruiz Huidobro, 500
hombres con experiencia militar, con los que planeaba
reconquistar la ciudad, sumando a los voluntarios que
pudiera reclutar Juan Martín de Pueyrredón en la campaña
bonaerense.
Carretas del Espectro Página 285
“En este tiempo y desde mucho antes, enjambres de
agente franceses estaban desparramados en el país, cuyas
personas y residencias se conocían bien por este
aventurero desleal” -dice con encono Gillespie, de
Liniers-. “Justamente contaba con ellos como cómplices,
siempre que sus servicios fueran necesarios, y aunque no
pudiera reclamar aquellas habilidades, o esa presa, sin
embargo compensaba aquellas deficiencias con una
artería sin principios y con una confianza mayor en los
recursos ajenos, que en los propios. Una vida disoluta y
los hábitos despreciables que usualmente engendran
semejantes asociaciones, lo habían hecho generalmente
conocido y quizás popular entre muchos de clase inferior.
De estos podía sacar miles que le siguiesen al campo”.
Esa noche del 9 de julio de 1806, Santiago de
Liniers pasa la noche en oración, en el santuario de la
Recoleta, rezando por el éxito de su intento de
reconquista, que se iniciará al día siguiente cuando parta
hacia la Banda Oriental.
Sábado, 10.07.1806 – 58 fieles a SMB
Tras la jura de los funcionarios, Béresford ofreció la
posibilidad de que los vecinos de Buenos Aires juraran,
voluntariamente, su fidelidad al monarca inglés. Para eso
Carretas del Espectro Página 286
habilitó una oficina, en la calle Santo Cristo (actual 25 de
Mayo), adonde podían acercarse los vecinos desde el 10
de julio de 1806. Quien recibía los juramentos, era nuestro
conocido capitán Alexander Gillespie: “… casi todas las
tardes, después de oscurecer, uno o más ciudadanos
criollos acudían a mi casa para hacer el ofrecimiento
voluntario de su obediencia al gobierno británico y
agregar su nombre al libro, en que se había redactado
una obligación. El número llegó finalmente a cincuenta y
ocho y la mayor parte coincidían en decir que muchos
otros estaban dispuestos a seguir su ejemplo; pero se
contenían por desconfianza del futuro y no por ningún
escrúpulo político, o falta de apego a nosotros”.
De esos 58 vecinos porteños que juraron fidelidad a
Jorge III no se conservan sus nombres, al desaparecer el
libro que registraba sus nombres. Posteriormente a la
Reconquista, Liniers solicitó dicho cuaderno a Béresford
que adujo haberlo perdido en esos días en que las fuerzas
porteñas recuperaron la ciudad. Pero el libro estaba
celosamente guardado por Gillespie que lo entregó al
Foreign Office en 1810. En los archivos ingleses no se
encuentra el libro, aunque sí las cartas que obran de recibo
de la entrega del libro por Gillespie a las autoridades
británicas. El libro pudo ser retirado del archivo por el
Carretas del Espectro Página 287
marqués de Wellesley, Ministro de RREE británico, o
destruido por el ministro Canning para no comprometer el
nombre de los juramentados.
Lo que sí es más que probable, es que los nombres
de Juan José Castelli y Cornelio Saavedra estuvieran en
ese grupo de 58 vecinos que juraron fidelidad a la corona
británica. En una nota de septiembre de 1810, Gillespie
expresa “de los seis miembros que constituyen la primera
junta revolucionaria de Buenos Aires, tres se registran en
esa lista”.
Sábado, 10.07.1806 – parte Liniers
Discretamente y sin llamar la atención, tras la noche
en oración en el santuario de la Recoleta, Santiago de
Liniers se embarcó en el puerto de Las Conchas hacia
Colonia, en la Banda Oriental (Uruguay). En las mismas
horas, Juan Martín de Pueyrredón hace lo propio y se
encontrarán en los próximos días en Montevideo.
Domingo, 11.07.1806 – confianza
“Tengo confianza en que la conducta adoptada para
con la gente aquí, tendrá como resultado el hacerles
comprender el honor, la generosidad y la humanidad del
carácter inglés…”
Carretas del Espectro Página 288
De una carta del gobernador William Carr Béresford
a Lord Castlereagh, Secretario de Guerra británico.
Domingo, 11.07.1806 – el gran equilibrista
Por sus espías, Béresford estaba al tanto de los dos
grupos políticos que se perfilaban en la sociedad porteña:
los criollos y los españoles. Béresford planeó manipular a
ambos bandos, para sostenerse en el poder, hasta que
pudieran llegar los refuerzos británicos que avalaran los
frutos de la aventura militar que perpetraron con Popham.
Por eso, sus primeras medidas son de mantener a todos en
sus cargos, respetar las costumbres de la población y
liberar el comercio, reduciendo los derechos de aduana,
para ganarse el favor de los criollos.
En un primer momento, mientras descifraban la
actitud futura de Béresford, el grupo esperó antes de tomar
una decisión. La primera oposición a los conquistadores
provino del grupo de los españoles que veían en peligro su
cómoda posición económica. El grupo criollo mantuvo
reuniones con Béresford para que Gran Bretaña asegurase
la independencia de la colonia, a cambio de ayudar a
Inglaterra en su expedición. El miedo principal de los
criollos era que, de colaborar con los ingleses, debieran
soportar la devolución de la colonia a España (como
Carretas del Espectro Página 289
Inglaterra había hecho con Guadalupe y Martinica, más de
una vez, tras sendos tratados de paz) y soportaran la
represalia de los españoles, una vez que éstos recuperaran
el poder. Cuando Béresford no pudo prometer el apoyo
británico (básicamente porque no tenía órdenes para eso,
porque su gobierno no había aprobado inicialmente la
operación militar), el grupo criollo dejó al gobernador
británico librado a su suerte. Algunos como Castelli o
Belgrano, en una actitud prescindente; otros, como
Pueyrredón, uniéndose a las fuerzas españolas y yendo,
directamente, al enfrentamiento militar con los invasores.
Un hecho fortuito reforzó el fracaso del coqueteo
con los criollos. Para estos días, se supo en Buenos Aires
de la muerte del primer ministro William Pitt y el desalojo
de los tories del gobierno británico; en su lugar, asumió la
oposición, los whigs, partidarios de la conquista militar,
más que de los acuerdos políticos.
Como citara Cornelio Saavedra en sus Memorias:
“Pasado el primer espanto que causó tan inopinada
irrupción, los habitantes de Buenos Aires acordaron
sacudirse del nuevo yugo que sufrían”.
Lunes, 12.07.1806 - las andanzas de Sobremonte
Carretas del Espectro Página 290
Tras su huida del campo de batalla, llegó a Córdoba
el marqués de Sobremonte, donde se ordenó un Te Deum
en agradecimiento por el feliz arribo a la ciudad
mediterránea. De inmediato, se puso a reclutar gente para
reconquistar la ciudad que (él todavía no sabía) había
perdido definitivamente. Lejos estaba de sospechar que
sus días como virrey estaban por llegar a su fin y que
Liniers le arrebataría la gloria.
Durante su estada en Córdoba, Sobremonte tuvo la
mala idea de interceptar la correspondencia privada que
iba de Buenos Aires a Perú para conocer la opinión que el
pueblo porteño tenía de su persona. No encontró una sola
carta en que no se lo tildara de traidor, cobarde e ignorante
en las artes de la guerra. Encolerizado amenazó a los
vecinos de Buenos Aires con la horca y la guillotina,
cuando reasumiera el poder, discursos que llegaron a la
ciudad y dispuso a los porteños a no esperar su expedición
“salvadora” para reconquistar por sí mismo la ciudad.
“Desde que se supo en Buenos Aires que venía
Sobremonte no cesaron los porteños de tomarles el pelo a
los cordobeses” -escribe el historiador Carlos Roberts. La
imagen de Sobremonte (el “virrey Tras del Monte” desde
su huida) era de mofa y burla. Las coplas populares
circularon por la ciudad tras la toma inglesa, que
Carretas del Espectro Página 291
mostraban la gracia y la improvisación criolla que hicieron
decir a Alexander Gillespie “como en todos los países
lindantes con un estado natural, la poesía parece el genio
conductor de las clases inferiores en esta parte de
América del Sur, pues al pedírsele a cualquiera que tome
la guitarra, siempre la adaptará a estrofas improvisadas y
convenientes, con gran facilidad”.
Desde el lado inglés, la opinión sobre Sobremonte
no distaba de la de los porteños. Gillespie acierta en un
breve párrafo:
“El marqués de Sobremonte, virrey de la
provincia, había sido de los primeros en
abandonar el campo, y fue también el primero en
dejar el asiento de su dignidad y gobierno. Todas
las lenguas hablaban libremente de su conducta,
y no dudo de que su fuga precipitada dio un
golpe serio y duradero a la autoridad y al honor
de la Corona, en la estimación popular”.
Pero, la más clara de las opiniones de
Sobremonte, provienen del propio Béresford,
cuando juzga, con acertada previsión, la amenaza
de reconquista del virrey: “Si un jefe activo y
emprendedor viniera mandándolas, sin duda
podríamos hallarnos en una situación
Carretas del Espectro Página 292
desagradable. El virrey, sin embargo, no es de
manera laguna de tal carácter y siendo
impopular frustrará, espero, en gran parte, las
disposiciones de cualquier suyo de energía y
habilidad. Fue con estas esperanzas que no hice
ninguna tentativa para apoderarme de S.E., lo
que podría haber hecho, pues viaja con toda su
familia en coches, sobre caminos casi
intransitables por las lluvias, y yo había juntado
400 caballos para montar ese número de
infantes, para con dos piezas, perseguirlo; pero
las consideraciones mencionadas me indujeron a
desistir”.
Martes, 13.07.1806 - planes de reconquista
Uno de los primeros pedidos de Béresford a los
cabildantes, fue que se cumpliera con las raciones
solicitadas para su ejército. Por motivos estratégicos,
Béresford solicitaba raciones por mayor cantidad que la
que necesitaban sus hombres. Como escribe Alexander
Gillespie:
“Para disimular nuestra debilidad se exigían
raciones más allá de las necesidades reales, pero
nuestras guardias formaban todas las mañanas y
Carretas del Espectro Página 293
marchaban desde la plaza principal, donde a
veces se reunía mucha gente, entre la que había
oficiales disfrazados que, contando la fuerza de
cada una y estableciendo sus diferentes puestos
de servicio, fueron, naturalmente, en menos de
una semana, perfectos dueños de la relación de
nuestros efectivos, junto con los puntos más
vulnerables de la ciudad que ocupaban
respectivamente”.
Cuando la población porteña comprendió que las
fuerzas inglesas eran menores de la pensada en un primer
momento, se empezó a poner en marcha los planes
subversivos para retomar la ciudad. Tres planes operaban
simultáneamente. En primer lugar, la expedición de
Sobremonte desde Córdoba. Desde Montevideo, se estaba
preparando otra expedición, al mando del gobernador
Pascual Ruiz Huidobro. La tercera era una insurrección en
la misma ciudad, que contó con el financiamiento de
Martín de Álzaga.
Desde el 29 de junio, empezaron los planes
conspirativos en Buenos Aires. El grupo de la revuelta
urbana estaba encabezada por el ingeniero Felipe
Sentenach, Gerardo Estevé y Llac, Fornagueira, Valencia,
Franci, Esquiaga, Anzoátegui y Dozo, entre otros. Se
Carretas del Espectro Página 294
armaron comisiones secretas para ir reuniendo armas,
fondos, promover la deserción de los soldados ingleses,
etc.
La labor del clero, erosionando la posición inglesa,
no se limitaba sólo a arengar a los feligreses, como
atestigua Gillespie:
“los sacerdotes, en distancia considerable,
ejercían aún los domingos todas sus facultades
para estimular a sus oyentes a tomar las armas”.
Una anécdota, revela el compromiso del clero en la
rebelión. En esos días, los ingleses habían interceptado
una manada de alpacas y vicuñas que venían del altiplano,
a Buenos Aires, como regalo de España a la Emperatriz
Josefina, la esposa de Bonaparte. Los ingleses pensaron
cambiar de mano el regalo y enviarlos al duque de York.
Hasta embarcarlo a Londres, los ingleses confiaron la
manada a un paisano, José Díaz, que todos los días entraba
y salía del Fuerte con su manada. Pero Díaz hacía algo
más que sacar a pasear al rebaño: ponía al tanto al fray
Pedro Agustín Cueli de todo lo que ocurría en el Fuerte,
amén de lograr la deserción de dos soldados ingleses,
escondiéndolos en la calera de San Francisco, en Monte
Grande.
Carretas del Espectro Página 295
El 3 de julio se avisó a Montevideo de este
movimiento urbano y el 8 de julio se llevó una gran
reunión en casa de Martín de Álzaga, rico comerciante
vasco, uno de los principales vecinos de Buenos Aires.
En las labores de espionaje, el capitán Juan de Dios
Dozo (hombre de Álzaga) logró ingresar a la logia
masónica inglesa Southern Cross, instalada en Buenos
Aires por los oficiales del ejército invasor, donde trabó
contacto con Rodríguez Peña, Manuel Aniceto Padilla y
Juan José Castelli, criollos integrantes de la logia.
Varios planes se barajaron, sin mucho orden. Una
propuesta fue una pueblada para tomar de improviso al
ejército inglés cuando estuviera formado en la plaza,
tomando lista, degollándolos antes que tuvieran tiempo de
reaccionar. Otro plan era tomar las naves británicas
ancladas frente al Fuerte, abordándolos con botes, y
llevarlos a Montevideo. Esta última idea parece que llegó
a oídos de Béresford, a través de su red de espías locales,
pues dispuso un operativo, desembarcando tropas de
marinería, con el objeto de tomar por sorpresa a los
conjurados si intentaban desarrollar su plan esa noche,
cosa que no se hizo.
Otra idea, propuesta por el rico estanciero Martín
Rodríguez, era raptar a Béresford y sus oficiales cuando
Carretas del Espectro Página 296
salían a pasear por Barracas, a la altura del Puente de
Burgos. Se lo hizo desistir de ese intento y se le
encomendó que juntara fuerzas con Pueyrredón. Hubo un
plan, sí, que empezó a ponerse en marcha: volar el cuartel
de la Ranchería, donde estaba establecido el Regimiento
71.
Ni la expedición de Sobremonte ni la rebelión
urbana, reconquistarían Buenos Aires. El héroe de esa
acción sería Santiago de Liniers que había elegido, con
intuición militar y política, la opción más promisoria para
sus objetivos (reconquistar la ciudad y sacarse de encima
al virrey Sobremonte): pedir la ayuda a Montevideo.
Miércoles, 14.07.1806 - Córdoba capital del virreinato
Sobremonte nombró a Córdoba como capital
provisional del Virreinato y ordenó que ninguna persona
fuera de Buenos Aires, debiera obedecer a las autoridades
de facto de la ciudad. El mismo día, llega a Montevideo
Juan Martín de Pueyrredón con sus amigos Arroyo y
Herrera para conferenciar con el gobernador Ruiz
Huidobro.
Jueves, 15.07.1806 - jura española
Carretas del Espectro Página 297
En este día, vencía el plazo que tenían los oficiales
españoles, tomados prisioneros por los británicos, para
decidir si querían ser embarcados de regreso a Europa o
permanecer en Buenos Aires, dando su palabra de tomar
parte en la guerra. Todos optaron por esta última
alternativa, por lo que debieron presentarse cuatro veces
por semana, en la oficina del capitán Gillespie, para
testimoniar su presencia.
Jueves, 15.07.1806 - reunión conspirativa
El 15 de julio fue nombrado Sentenach como jefe de
la revolución urbana financiada por el comerciante español
Martín de Álzaga. La conspiración se puso bajo la
advocación de Nuestra Señora de la Concepción. Detrás
del apoyo de Álzaga, se adivinaba la intención de bloquear
un eventual acuerdo entre los independistas y Béresford
(todavía en búsqueda del apoyo inglés a la independencia
del Río de la Plata) y su apetencia por tomar el poder,
cuando se lograra la Reconquista. En su camino se cruzará
Liniers que contará con el apoyo criollo, el primer choque
entre dos figuras que protagonizarán la vida política
porteña de los siguientes años, paradójicamente ambos
fusilados por la Revolución de Mayo, por su fidelidad al
monarca español.
Carretas del Espectro Página 298
También en este día, Llac recibió una carta del
gobernador de Montevideo, Pascual Ruiz Huidobro
comunicándole que preparaba una expedición de
reconquista que desembarcaría en el puerto de Olivos,
instándolo a tomar la ciudad si Béresford salía a batirlo y,
en el caso que así no fuera, intentara tomar los cuarteles.
Viernes, 16.07.1806 - ciudad tranquila
“Esta ciudad y alrededores aparenta no sólo
tranquilidad, sino que cada día aumenta la
satisfacción del pueblo; y de mi información
puedo afirmar que los comerciantes, y sin
distinción todo habitante no español, en mayoría,
desean permanecer bajo la protección de
S.M.B.”.
De una carta del gobernador William Carr Béresford
a Lord Castlereagh, Secretario de Guerra británico.
Viernes, 16.07.1806 - Liniers llega a Montevideo
Llegado seis días antes a Colonia, este viernes arribó
a Montevideo, Santiago de Liniers con el objeto de
entrevistarse con el gobernador Ruiz Huidobro para
ofrecerle un plan para reconquistar la ciudad de Buenos
Aires.
Carretas del Espectro Página 299
Sábado, 17.07.1806 - llegó Pueyrredón
Proveniente de Montevideo, llegó Juan Martín de
Pueyrredón tras entrevistarse con Liniers y Ruiz Huidobro.
Llegado a San Isidro, Pueyrredón, junto a sus amigos
Arroyo y Herrera, se pusieron a la tarea de reclutar
hombres en los partidos de San Isidro, Morón, Pilar y
Luján, para colaborar en el intento de Reconquista de la
ciudad.
Sábado, 17.07.1806 - se van los fondos
Debido al mal tiempo reinante, recién el sábado 17,
al mando del capitán Donnelly pudo zarpar la Narcissus
en la que había sido embarcado, los días previos, los
tesoros reales devueltos por Sobremonte sumados a los
otros fondos incautados en la ciudad.
“Me encuentro ahora en condiciones de enviarle mi
estado de cuentas del dinero que ha sido recibido como
premio, bajo los términos de mi acuerdo con el
gobernador en ejercicio de la plaza, previo a mi entrada a
la ciudad” notifica escrupulosamente Béresford en una
nota al Secretario de Guerra británico. La suma ascendía a
1.086.208 dólares, con la deducción hecha de otros
Carretas del Espectro Página 300
205.115 dólares, “para las exigencias del Ejército y de la
Escuadra”.
Domingo, 18.07.1806 - reunión cumbre
Se produce en Montevideo, la reunión entre
Santiago de Liniers y el gobernador Pascual Ruiz
Huidobro (“un marino muy acicalado y cuyo cuerpo
evaporaba más olores que una perfumería” según
recuerda Paul Groussac), con su junta de guerra.
Tras la caída de Buenos Aires, el Cabildo de
Montevideo declaró que el gobernador Ruiz Huidobro era
la autoridad suprema del Río de la Plata y el indicado para
encabezar el intento de reconquista de la ciudad. En esta
decisión, se deja olímpicamente de lado al virrey
Sobremonte.
Huidobro estaba en los preparativos de la expedición
reconquistadora, cuando el 10 de julio recibió una carta de
Liniers, poniéndolo al tanto de la situación de la ciudad y
ofreciendo sus servicios como militar. Con 500 hombres,
prometía, él estaba seguro de reconquistar Buenos Aires.
El gobernador lo convocó a Montevideo, para la reunión
que tenía lugar ese domingo 18.
Liniers encontró que Huidobro estaba muy avanzado
en la formación de las tropas y que, lo único que lo
Carretas del Espectro Página 301
detenía, era el aviso de Sobremonte que estaba llegando
con sus tropas de Córdoba. Huidobro dudaba de sí esperar
al virrey, para compartir fuerzas. Liniers lo convenció de
no esperar al virrey y el gobernador, con acuerdo del
Cabildo, dispuso darle el mando de las tropas, mientras él
se quedaba a esperar el posible ataque de Popham sobre la
ciudad de la Banda Oriental.
Esta reunión destrabó los conflictos y puso a Liniers
de cara a su destino.
Lunes, 19.07.1806 – deserciones
“Habiéndose probado sin la menor duda que
muchos habitantes de esta ciudad y otros en la
campaña están poniendo en uso todo medio para
inducir a los soldados y sujetos ingleses a que
desistan de su fidelidad y deserten sus banderas
(…) cualquier habitante u otro que sea
descubierto, empeñándose en seducir así algún
soldado o sujeto inglés, será castigado
inmediatamente con pena de muerte”
Con estas palabras, el bando del gobernador de
Buenos Aires, general William Carr Béresford ponía en
evidencia el trabajo de zapa de la insurgencia porteña para
debilitar al invasor. Uno de los aliados en el intento de
Carretas del Espectro Página 302
seducir a soldados ingleses para desertar, fue el clero,
aprovechando la existencia de muchos católicos irlandeses
en las filas británicas, muchos reclutados contra su
voluntad; además, se buscaba atraer a los mercenarios
italianos, alemanes y españoles que acompañaban a los
invasores.
Poco después de este bando, León Sanginés, oficial
de Blandengues, fue sorprendido tratando de hacer
desertar a un británico; su pena de muerte se conmutó por
prisión, la que efectuó en Inglaterra, liberado recién en
1809.
Carlos Roberts cita el caso del asesinato de un
soldado británico que había desertado, por la misma
persona que lo había inducido a desertar y que lo tenía
escondido en su casa, atemorizada de ser ajusticiada si era
descubierta su acción.
Martes, 20.07.1806 – Dios bendiga a los sudamericanos
“Acá estamos en posesión de Buenos Aires, el
mejor país del mundo, y de lo que veo de las
disposiciones de sus habitantes, no dudo que si el
gabinete accediera a sus proposiciones y lo
mandara a usted acá, que su plan tendría tanto
éxito de este lado como del otro. Trate mi amigo
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de venir. (…)Desearía que Ud. Estuviera acá. Me
gustan prodigiosamente los sudamericanos, Dios
los bendiga mi querido general”.
Carta de Sir Home Popham a Francisco de
Miranda
Martes, 20.07.1806 – cambios de aire
En informes a su gobierno, Béresford dice que a
mediados de julio tuvo noticias de las conspiraciones en
Buenos Aires y de que Liniers había salido
clandestinamente de la ciudad. El 20 de julio tomó
conocimiento, con gran disgusto, que su amigo
Pueyrredón estaba reclutando gente en la campaña. A fines
de julio vería como muchas familias empezaban a irse de
la ciudad y aumentar la deserción de sus tropas.
El humor estaba cambiando en la ciudad
conquistada.
Miércoles, 21.07.1806 – el túnel
Entre los tantos planes conspirativos urbanos, la
mayoría desechados por impracticables, hubo uno que
empezó a ponerse en marcha: volar el cuartel de la
Ranchería, donde estaba establecido el Regimiento 71. La
idea era excavar un túnel, desde el Colegio San Carlos,
Carretas del Espectro Página 304
hasta llegar bajo el cuartel. Una vez allí, se minaría el
lugar y al explotar el reducto inglés, se combinaría el
atentado con el ataque de unos 500 hombres que
Pueyrredón estaba reuniendo en la quinta de Perdriel. El
propio Sentenach, disfrazado, entró al cuartel de la
Ranchería, para reconocer la disposición de los
dormitorios y estimar las medidas que debían utilizar los
excavadores. Desde los altos del café de Pedro José
Marcó, enfrente de la Ranchería, vigilaban los
movimientos de los ingleses.
El túnel comenzó a excavarse, pero el plan no se
llevó a cabo. Liniers logró disuadir a los conjurados
urbanos de posponer sus planes, por el temor de que una
acción fuera de tiempo provocará una represalia sangrienta
contra los habitantes de la ciudad. En su lugar, pidió reunir
hombres, al tiempo que él mismo pediría el apoyo de
Montevideo.
No obstante la precaución con que fueron llevadas
las obras de excavación del túnel, los ingleses ya estaban
al tanto del hecho, como lo prueba las anotaciones del
capitán Alexander Gilespie:
“Frente al cuartel del regimiento 71 había un
seminario perteneciente a la orden de San
Francisco, que con todas las casas contiguas,
Carretas del Espectro Página 305
gradualmente se abandonaron por los
estudiantes e inquilinos. Una calle angosta
mediaba entre ambos y se cavó una mina desde el
colegio hasta el ángulo suroeste de las cuadras
de los soldados. Un muchacho tambor en una de
ellas dio cuenta a su sargento de haber sido
repetidamente molestado por un ruido durante la
noche, como si procediese de trabajadores
subterráneos. Se acudió a un expediente,
poniendo varios mosquetes, cañones para arriba,
suavemente asegurados en el suelo, sobre los que
se colocaron algunos alfileres, de modo que se
desarreglaran a la menor concusión. Una
mañana se hallaron en el suelo, mas, aunque se
ordenó una investigación, nada se descubrió,
porque la boca de la mina no pudo retrasarse;
pero el hecho se descubrió después: se trataba de
un infernal complot para hacer volar nuestros
hombres mediante treinta y seis cuñetes de
pólvora”.
Jueves, 22.07.1806 – instrucciones
“En tal inteligencia se pondrá Vuestra Señoría hoy
mismo en marcha; pues que todo está dispuesto para que
Carretas del Espectro Página 306
no se demore un momento” rezaba las instrucciones del
gobernador Ruiz Huidobro a Santiago de Liniers, dadas el
22 de julio de 1806. “se le confirió el mando, no solo de
los quinientos hombres escogidos de la mejor tropa, y más
también se aumentó este número con el de cien de la
compañía de Migueletes que se acaba de formar en esta
Plaza, armada y uniformada en los mejores términos,
haciendo extensivo el mando en jefe de Vuestra Señoría a
las fuerzas de mar que están a las órdenes inmediatas del
Capitán de Fragata Dr. Juan Gutiérrez de la Concha y los
buques que transportan la artillería, municiones y víveres
para las tropas de la expedición”
Entre aclamaciones, la expedición sale de
Montevideo el 22 de julio, cruzando el portón de San
Pedro. Liniers viste “el brillante uniforme azul y rojo,
flordelisado de oro, de capitán de navío, y en el pecho, la
cruz de caballero de Malta; con su alta estatura, su
robusta presencia, su belleza risueña y varonil que formó
parte de su prestigio entre las muchedumbres. Saludaba,
eterno feminista, a las mujeres apiñadas en los balcones y
azoteas, anunciando la victoria que le tenía prometida
aquella voz secreta, misterioso confidente de todo
conquistador. ¡Al fin tenía su hora histórica!” describe
con orgullo su compatriota Paul Groussac.
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Lo que no contaban las instrucciones era la fuerte
sudestada, temporal que afectarás las operaciones militares
de los próximos días, tanto para las fuerzas invasoras
como para las de la Reconquista.
Sábado, 24.07.1806 - Lady Shore
“No había cerrado la noche cuando se nos
acercaron algunos paisanos nuestros, sobre cuyas historia
individuales se cernía mucha oscuridad” nos cuenta
Alexander Gillespie sobre unos compatriotas que se
acercaron a las tropas inglesas, la noche de la toma de
Buenos Aires. “La mayor parte eran personas poco
recomendables” los cita Carlos Roberts. “Algunos, según
se nos dijo, habían sido sobrecargos, o consignatarios,
que abusaron de la confianza en ellos depositada,
haciéndose así eternos desterrados de su país y de sus
amigos, mientras otros se componían de ambos sexos que,
por una violación de nuestras leyes, habían sido
desterrados de su protección, y cuyos crímenes, en parte
de ellos, habían sido todavía más oscurecidos en su tinte,
como perpetradores de asesinato. Estos eran algunos
culpables del delito de Juana Shore” prosigue Gillespie.
¿Qué era el delito de “Juana Shore”? Carlos Aldao,
traductor y anotador del diario de Gillespie, “Buenos Aires
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y el Interior” aclara: Jean Shore era la favorita del rey
Eduardo IV de Inglaterra cuya historia sirvió de base a una
tragedia escrita por Nicolas Rowe (“The Tragedy of Lady
Shore”). El eufemismo alude al crimen de adulterio.
Pero Carlos Roberts tira otra pista: “Criminales de
ambos sexos que habían llegado en la fragata Lady
Shore”. En 1797, se produjo un motín en el barco inglés
“Lady Shore” que llevaba prisioneros a la colonia penal
de Australia. Los amotinados entraron a Montevideo con
bandera francesa, pero las autoridades españolas
confiscaron el navío, apresaron a los hombres y
distribuyeron a las mujeres (alrededor de unas setenta)
entre las familias de ambas orillas del Plata. Algunas
cayeron en la prostitución, pero otras lograron afincarse en
estas tierras, como Mary Clarck (“Doña Clara, la inglesa”)
quien se casó con el capitán Taylor y, en 1810, abrió el
primer hotel de Buenos Aires, en la actual 25 de Mayo,
entre Corrientes y Sarmiento.
“Quienes nunca hayan salido de su tierra para una
región lejana del mundo, no pueden tener sino débil idea
de los nobles sentimientos inspirados por la
consanguinidad nacional. Cada ser brotado de ella, con
quien nos encontramos, parece que mereciese no
solamente nuestra atención sino nuestra amistad; los
Carretas del Espectro Página 309
errores se borran y lo estrechamos contra nuestro pecho.
Todos los de esa lista, exceptuando una sola mujer
disoluta, fueron colocados en empleos decentes y se
condujeron bien y todos compitieron en buenos oficios
para nosotros. Los servicios parciales de algunos pocos
para nuestros desamparados soldados, mientras
estuvieron prisioneros, expiaron muchos grandes
pecados” los recuerda Gillespie.
Mal mirados por la clase acomodada porteña, los
desterrados británicos eran, sin embargo, bien recibidos
por el pueblo, porque se habían convertido al catolicismo
para adaptarse a su nueva tierra del exilio. “Las clases
superiores señalaban este grupo con execración -atestigua
Gillespie- pero el populacho los recibía como campeones
de la causa católica, por haber librado al mundo de tantos
herejes abominables, mientras la iglesia los recibía como
preciosos elegidos en sus campañas espirituales, y como
súbditos convenientes para sus absoluciones impías y
expiatorias”.
Lunes, 26.07.1806 - bando de los esclavos
Cuando los ingleses tomaron la ciudad, los negros
esclavos porteños creyeron que había llegado su hora para
la libertad y comenzaron a sublevarse en masa.
Carretas del Espectro Página 310
Pueyrredón (entonces coqueteando con los ingleses) le
pidió a Béresford que tomara medidas, para reestablecer el
“orden”. El gobernador inglés dictó un bando en la que
informaba “que habiéndose notado en la ciudad que los
negros y mulatos esclavos, después de tomada la plaza
han pretendido y pretenden sacudir la subordinación a
que por su estado están ligados, faltando a la obediencia
que deben a sus respectivos amos, y negándose a todos
aquellos ejercicios, en que por su constitución han sido
empleados hoy; se le haga entender que permanecen en el
mismo estado en que estaban, sin variación alguna, que
deben estar sujetos a su amos, obedecerles en un todo con
absoluta subordinación, y no andar ociosos por las calles,
bajo la más rigurosas penas que tenga a bien imponer el
Exmo. Señor Mayor general británico”.
El bando aprovechaba para exigir la apertura de
pulperías, tiendas y almacenes que habían cerrado por la
inseguridad que se vivía en la ciudad, con la promesa
británica de que se impondría una férrea vigilancia. Para
los negros esclavos de Buenos Aires, la invasión británica
no representaba ningún cambio en su estado.
Martes, 27.07.1806 – concierto en la Alameda
Carretas del Espectro Página 311
Ya con el aire enrarecido y con las noticias de que se
estaba preparando la resistencia a la invasión, Béresford
presenció el concierto de la banda de gaiteros del
Regimiento 71, junto a sus oficiales, en el Paseo de la
Alameda (la costa del río, hoy Leandro N. Alem – Paseo
Colón).
Eran habituales, a la tarde, los conciertos de la banda
del regimiento 71 de Highlanders en el paseo de la
Alameda, oportunidad que las damas más requeridas de la
ciudad (como las Marcó del Pont, Escalada o Sarratea)
paseaban del brazo con .los oficiales británicos, para
delicia de los chismosos porteños. Fueron tan populares
esos conciertos que su director fue requerido como
maestro de música por las familias más acomodadas de la
ciudad.
“Tal era la pasión femenina por la música, que el
maestro de banda del regimiento 71 fue invitado a
convertirse en profesor, muchas discípulas acudieron a él,
y como era excelente compositor, sus pequeñas
composiciones se compraban inmediatamente” -anota
Alexander Gillespie-. “Hicieron todo lo posible para
retenerlo después que nos enviaron al interior, sin
lograrlo; pero amasó dinero suficiente para asegurarle
Carretas del Espectro Página 312
comodidades mientras estuvo prisionero en aquel
continente”.
Pola Suárez Urtubey señala que, no obstante este
interés, había profesores de música en la Buenos Aires
colonial. Enumera a don Víctor de la Prada quien se
destacaba en la flauta traversa y clarinete, Carlos Neuhaus
(violinista húngaro) y David C. De Forest norteamericano,
quien vivía en la casa de Bernardino Rivadavia y fue
corneta del cuerpo de Húsares de Pueyrredón.
Miércoles, 28.07.1806 – en una chacra en las afueras de
Buenos Aires
“Más o menos del día 20 de julio supe también que
algunas personas, que por la Capitulación se habían
convertido en súbditos británicos, habían abandonado la
ciudad y estaban reuniendo tropas” escribió Béresford.
Por estos días, Juan Martín de Pueyrredón y el
comandante de Blandengues Antonio de Olavarría estaban
reclutando gente en la campaña bonaerense, para apoyar a
las fuerzas de Liniers que venían en camino.
“Había un Pueyrredón, una persona que con
frecuencia había estado conmigo, uno de los más
encumbrados, tanto en honor como en fortuna, que estaba
dispuesto a utilizar lo primero y sacrificar lo último para
Carretas del Espectro Página 313
lograr su objetivo” escribe con despecho Béresford.
Pueyrredón, perteneciente al partido criollo de la
independencia, había tanteado la posibilidad de que la
aventura inglesa desembocara en una emancipación
asistida por los británicos. Cuando comprendió que
Béresford no tenía órdenes para asegurar esa alternativa,
se puso en el bando de la Reconquista.
Desde su regreso de Montevideo, Pueyrredón reclutó
caballadas y hombres de los partidos de San Isidro, Pilar,
Luján y Morón. Contó también con el apoyo de los
caciques más cercanos que pusieron a su disposición las
indiadas para pelearles a los ingleses.
En principio, acumuló sus fuerzas en Luján, pero el
28 de julio marchó a las Chacras de Perdriel (actual
partido de San Martín, cerca de Campo de Mayo) la
estancia de don Domingo Belgrano, padre de Manuel (en
esa estancia nacería, años después, José Hernández, el
autor del “Martín Fierro”, hoy un museo), punto más
cercano a la ciudad.
Jueves, 29.07.1806 – ejercicios militares
Tal vez como parte de una campaña psicológica,
Béresford comandó los ejercicios militares que se
realizaron en la fecha. Partieron del cuartel de la
Carretas del Espectro Página 314
Ranchería, 600 ingleses en formación hacia la Recoleta y
luego, hacia los corrales de Miserere (la actual Plaza
Once), terminando la tarde con una parada militar en la
Plaza Mayor.
Justamente, en el amanecer de ese día, el Encounter
había divisado una flotilla de cañoneras en las cercanías
del puerto de Colonia. La flota, al mando de Gutiérrez de
la Concha atacaron al bergantín inglés que aprovechó el
viento para escapar, si bien con algunas averías, de los
barcos enemigos.
Ese mismo día, también, llegó Santiago de Liniers a
Colonia, dos días antes que sus tropas, retrasadas por la
fuerte sudestada.
Sábado, 31.07.1806 – la víspera de Perdriel
Béresford obtuvo de sus espías, la información de
que se estaban reclutando las milicias, en la noche del 31
de julio, “en un punto que se llamaba Perdriel”. Esa
noche, tras concurrir a un concierto en el Teatro de la
Comedia, se puso al frente de poco más de 500 hombres
del regimiento 71, 50 infantes de Santa Elena y 6 piezas de
artillería y salió al encuentro de los conjurados.
Carretas del Espectro Página 315
Epílogo
La Reconquista de Buenos Aires tuvo inicio y
conclusión en la Villa de Luján. De allí salieron las tropas
de voluntarios juntados por Juan Martín de Pueyrredón
para pelear a los ingleses en Perdriel. Y allí recalaron
vencidos el general Carr Béresford y varios de sus
oficiales, entre ellos el coronel Pack, jefe del 71
Regimiento de rifleros escoceses. Confinados en los altos
del Cabildo, en 1807 ambos son remitidos a Catamarca
ante la inminencia de una segunda invasión británica. Pero
al llegar cerca de Pergamino aparecen los señores
Saturnino Rodríguez Peña y Aniceto Padilla, quienes
arguyen órdenes verbales de Liniers para que les sean
entregados los prisioneros. Así se hizo. Y todos huyeron.
Rodríguez Peña y Padilla se radicarán en Río de Janeiro
con pensión vitalicia de 300 libras anuales, giradas por la
corona inglesa.
Recapitulando antes de avanzar con los relatos, en el
Combate de Perdriel, librado el 1 de agosto de 1806 a 20
km de la ciudad de Buenos Aires, las tropas británicas
Carretas del Espectro Página 316
vencieron y dispersaron a una pequeña división de
voluntarios de milicias, inferior en número, armamento,
organización y entrenamiento. Sin embargo, al ser
incapaces de eliminar por completo las fuerzas reunidas en
la campaña, estos no pudieron evitar su reunión con el
ejército que al mando de Santiago de Liniers
reconquistaría la ciudad pocos días después, el 12 de
agosto de 1806, poniendo fin a la primera invasión inglesa
al Río de la Plata.
Como antecedentes a estos hechos, dice el coronel
José Melián en sus Apuntes Históricos:
“Pronto encontramos un caudillo. Don Juan
Martín de Pueyrredón nos pasó la palabra, que
al instante halló eco en todos nuestros amigos.
Nos alistamos más de 300 que debíamos
reunirnos armados en un día dado en la
Chacarita de los Colegiales. Desde allí nos sería
fácil conmover la campaña”.
Mientras tanto, en el periodo que va del 9 al 17 de
julio, en Montevideo, comisionado secretamente por el
cabildo de Buenos Aires, el 9 de julio Pueyrredón pasó a
la Banda Oriental junto a su socio y amigo Manuel Andrés
Arroyo y Pinedo y a Diego Herrera. Allí llegó el día 14 y
se reunió con su gobernador Pascual Ruiz Huidobro,
Carretas del Espectro Página 317
sumándose luego el capitán de navío Santiago de Liniers
quien arribó el día 16.
Ese mismo día Pueyrredón recibió el encargo de
volver a Buenos Aires para organizar fuerzas voluntarias
de apoyo, además de juntar caballadas y víveres para la
fuerza principal que partiría de Montevideo al mando de
Liniers. El 17 regresó con Arroyo y Diego Herrera y tras
desembarcar en San Isidro con la ayuda principal de
Herrera, encaró su misión de levantar la campaña.
Por su vez, la Villa del Luján fue el centro de
reunión elegido. Y en el periodo que va del 18 al 30 de
julio, allí convergieron también las fuerzas de
Blandengues de los fuertes de Chascomús, Salto, Rojas y
Luján y de paisanos y peones de San Isidro, Pilar, Morón,
Navarro, Exaltación de la Cruz, y otras poblaciones de la
zona.
El comandante Antonio de Olavarría, responsable
del regimiento de Blandengues, marchó a unirse junto a
Pueyrredón con sus hombres y dos pedreros de a 2 traídos
de los fortines de la frontera. Muchos de aquellos paisanos
respondían a caudillos o hacendados de quienes eran
clientes. Pero en ese momento era Pueyrredón quien
asistía a sus milicianos con sus propios recursos y con los
suministrados por el asturiano Diego Álvarez Barragaña,
Carretas del Espectro Página 318
cubriendo los jornales de 4 y medio reales con que se los
compensaba por el trabajo perdido.
El propio capitán Manuel Luciano Martínez de
Fontes mencionaría tiempo después que reunió y costeó
una fuerza de 200 hombres que llevó a Luján para
entregarlos al comandante Olavarría, montando muchos en
caballos de su propiedad.
Como no tenían un uniforme en común, el cura
párroco de la villa, presbítero Vicente Montes Carballo les
proveyó de cintas celestes y blancas de treinta y ocho
centímetros de largo (colores y altura de la virgen
respectivamente), que desde ese entonces les servirían
como elemento de identificación.
El día 28 la fuerza de apoyo salió de Luján con 800
hombres siguiendo por el Camino Real y, tras cruzar el río
Las Conchas (Río Reconquista), se dirigieron rumbo a la
Cañada de Morón. De allí siguieron entonces a la Chacra
de Perdriel, en la actual localidad de Villa Ballester Oeste,
Partido de General San Martín y propiedad entonces de
Domingo Belgrano, padre de Manuel Belgrano, secretario
del Consulado y futuro general patriota, a quien le había
sido alquilada a esos efectos por Martín de Álzaga.
Al anochecer del 31 de julio de 1806 llegaban a
Perdriel alrededor de 1050 hombres, al sumarse las fuerzas
Carretas del Espectro Página 319
del hacendado Martín Rodríguez. Allí habían ido
sumándose en pequeños grupos los 900 hombres
reclutados en Buenos Aires a las órdenes de Juan Trigo y
Feijoó.
Estratégicamente Perdriel había sido elegido como
campamento por su posición trascendental, ya que estaba
ubicada a cerca de 20 km al oeste noroeste de Buenos
Aires, pero también de Olivos (13 km) y de Las Conchas
(15 km), que eran los lugares donde Liniers podía
desembarcar.
No obstante el sitio elegido presentaba desventajas:
“…nuestro punto de reunión no fue bien elegido,
pues a tan corta distancia de la ciudad era muy
fácil sorprendernos. Béresford no tenía
caballería. Si nos hubiéramos situado en la
Cañada de Morón o en el Puente de Márquez,
podíamos haber juntado más de 1000 paisanos.
Entonces sin atacar de frente a los ingleses, a
fuerza de amagos y escaramuzas, los habríamos
fatigado, hécholes quemar sus municiones; y
estando cortados, sin retirada, habría quedado
en nuestro poder el coronel Pack con sus
tropas”.
Carretas del Espectro Página 320
Confiando en no haber sido detectados y contando
con días para el arribo de Liniers y el inicio de la campaña,
los hombres recibieron permiso para ausentarse y muchos
se dirigieron a la ciudad. De los restantes, sólo unas pocas
decenas contaban con armas de fuego.
El entrenamiento y organización de las milicias era
prácticamente inexistente. Los voluntarios respondían
fundamentalmente a su caudillo y se carecía de oficiales y
suboficiales que los dirigieran. Incluso el mando superior
era confuso: si bien Juan Martín de Pueyrredón contaba
con el encargo del Cabildo y el mandato de Huidobro, no
tenía jerarquía militar alguna, mientras que Olavarría era
militar de carrera y comandaba a las únicas tropas
veteranas, que por otra parte constituían hasta el momento
el grueso de la división. Esto se tradujo en la división de
hecho de las fuerzas. Mientras los voluntarios de
Pueyrredón permanecían acantonados en el casco de la
chacra, las fuerzas de Olavarría permanecieron separadas
al noroeste de la posición, cercanos al río de las Conchas y
en lo que sería la retaguardia ante un avance británico
desde Buenos Aires.
Pero finalmente llegó el día del ataque (1 de agosto).
Desde mediados de julio el comandante inglés William
Carr Béresford sabía que se conspiraba, y desde el 20 de
Carretas del Espectro Página 321
ese mes que Pueyrredón reunía voluntarios en la campaña.
Esa misma noche del 31 de julio, mientras disfrutaba con
sus oficiales de una función en el Teatro de la Comedia,
recibió informes confirmando la reunión de tropas en
Perdriel. Dispuso de inmediato que parte de las fuerzas
quedaran acuarteladas en estado de alerta y otras, al
mando del coronel Denis Pack, jefe del regimiento 71
Highlanders, se aprestaran a marchar.
Sobre el futuro de los principales personajes de esta
historia, nombramos primero la destitución de
Sobremonte, ya que el 14 de agosto de 1806 un Cabildo
Abierto en Buenos Aires había quitado al virrey el mando
militar de la ciudad. Sobremonte, quien entonces viajaba a
Buenos Aires junto con tropas reclutadas desde Córdoba,
se vio en la necesidad de recibir una comisión enviada a
convencerlo de no entrar en la ciudad. Finalmente aceptó
el virrey delegar el mando de las fuerzas de la capital en
Liniers y el mando político de la ciudad en la Audiencia,
trasladándose las tropas cordobesas a Montevideo.
El 12 de octubre llegó a esa ciudad, pero recibió un
rechazo general, por esa razón instaló su campamento con
las fuerzas que había llevado en las Piedras, a cuatro
leguas de Montevideo.
Carretas del Espectro Página 322
Sobreponiéndose las fechas, es 12 de agosto se
rindieron en Buenos Aires las fuerzas inglesas de la
primera invasión al mando del general Béresford, ante el
comandante de las Fuerzas Patriotas, el capitán de navío
Santiago Liniers y Brémond.
La Reconquista de Buenos Aires. William Carr Béresford entregó su espada a Santiago
de Liniers.
Fueron un poco más de 1500 oficiales, suboficiales y
soldados, además de unas 60 mujeres y niños que
acompañaban la expedición. Entre ellos un general, varios
jefes de regimiento, oficiales antiguos y de rango,
músicos, banderas, banderolas de regimiento y guiones.
No en tanto, la flota naval inglesa al comando del
contralmirante Sir Home Riggs Popham se retiró de
Ensenada sin presentar combate, abandonando a su suerte
Carretas del Espectro Página 323
a los derrotados soldados ingleses ya “prisioneros de
guerra”.
Ya considerados prisioneros, los oficiales y tropa
reciben sus sueldos normalmente, pagos por las
autoridades de Buenos Aires y, durante los primeros
tiempos que viven en la ciudad de Buenos Aires, fueron
alojados en el Fuerte, en la “Ranchería” fuera del fuerte, y
en los cuarteles abandonados de la ciudad. No en tanto, los
oficiales se alojaron en casas de familias importantes,
comiendo en las posadas y pulperías de la ciudad.
Con respecto a los heridos ingleses, algunos, los
menos lesionados, se encontraban alojados en casas de
familia bajo atención médica, mientras que los más fueron
enviados para el Hospital Belén, quien fuera creado para
estos fines, donde llegaron a estar hospitalizados 37
ingleses. Dicho nosocomio estaba bajo la dirección del
Fray José Vicente, de San Nicolás, el enfermero mayor
Fray Blas, de Dolores, y como secretario y ayudante el
Fray José, del Carmen.
No obstante, ante las noticias previas y
posteriormente confirmadas de una nueva invasión inglesa
a Maldonado (en la Banda Oriental), el Cabildo de Buenos
Aires le ordena a Liniers que providencie el traslado y la
internación de la totalidad de los prisioneros. Muchos de
Carretas del Espectro Página 324
ellos ya se encontraban detenidos en los fortines de
campaña, como la Guardia de Salto, Rojas, San Antonio
de Areco, Villa de Luján y otros más.
Por consiguiente, se decide internar bajo fuerte
custodia a 500 de los prisioneros en los fortines del oeste,
a otros 500 a los del norte, y 500 prisioneros más en los
del litoral y Misiones, todos a cargo de los Húsares de
Puyrredón.
Cabe mencionar que los principales jefes ingleses ya
se encontraban encarcelados en la Villa de Luján gozando
de amplias facilidades y consideraciones, cuando fueron
entonces destinados a Catamarca de forma urgente, al
recibir los integrantes del Cabildo bonaerense el informe
de que Montevideo estaba en manos inglesas.
Por consiguiente, el 10 de febrero de 1807 se da
inicio a la marcha a caballo desde dicha Villa a los
siguientes prisioneros: el general Béresford; al jefe del
Regimiento 71, coronel Dennis Pack; el capitán y asistente
Robert W. Patrick, al mayor de brigada Alexander Forbes;
al capitán de Dragones y edecán del general, Roberth
Arbutnot; al teniente Alexander Mac Donald de la Real
Artillería; al teniente Edgard L´Estrange del Regimiento
71; y al cirujano Santiago Evans también del 71.
Carretas del Espectro Página 325
A cargo de la custodia de estos, es designado el
capitán de Blandengues Manuel Luciano Martínez de
Fontes, destinado al fuerte de Rojas, quien debió
presentarse en Luján dos días antes, y allí le fue impuesta
la misión por el oidor del Cabildo de Buenos Aires, Juan
Bazo y Berry, acompañado por el teniente de infantería
Pedro Andrés García, quienes se habían dislocado a Luján
para entregar las dictámenes del traslado de los prisioneros
quienes fueron custodiados por 18 hombres y el tropero
Manuel Álvarez, con órdenes directas de proveer carne a
la escolta y a los prisioneros. El general inglés sería
transportado en una sopanda.
Dicha custodia cesaría en el paraje conocido como
“La Encrucijada”, donde comenzaba el camino que
conducía hacia Catamarca, destino final de los prisioneros.
Allí debían entregar los ingleses a otra escolta que sería
enviada especialmente desde Córdoba, para su cuidado y
vigilancia hasta Catamarca. En ese momento, el capitán
Martínez debería requerir del oficial a cargo de la nueva
custodia, la entrega de un recibo con la cantidad de
prisioneros constando en el mismo el nombre de cada uno
de ellos.
El día 12 de febrero los baqueanos eligen acampar
en la estancia de los Padres Betlemitas, próxima a
Carretas del Espectro Página 326
Arrecifes, a unas 40 leguas de Buenos Aires. Desde allí el
capitán Martínez oficia al gobernador de Córdoba,
Victorino Rodríguez para que prepare todo lo atinente para
que los prisioneros ingleses continúen su camino hasta
Catamarca. En el oficio explicaba que el equipaje de los
ingleses iba acomodado en siete carretas con sus peones,
otra con galleta y además una sopanda con cajones y para
uso del general inglés. Informaba aun, que los oficiales
ingleses eran 8, acompañados por 4 mujeres con dos niños
y quince criados.
El 16 llegaron Saturnino José Rodríguez Peña y
Manuel Aniceto Padilla a la estancia de los curas
Betlemitas, acompañados por los soldados Machuca y
Medina del Batallón de los Cuatro Reinos de Andalucía
participantes de la reconquista de Buenos Aires.
Como acotación extra, se menciona que la hermana
del capitán de Blandengues Manuel Luciano Martínez de
Fontes, María Magdalena, estaba casada con Juan Ignacio
Rodríguez Peña, hermano del mencionado Saturnino J.
Rodríguez Peña. Este vínculo familiar estaba acrecentado
porque Manuel Luciano se había casado con María de la
Concepción Amores, hermana de Gertrudis Amores, quien
se había casado a su vez con Saturnino José Rodríguez
Peña.
Carretas del Espectro Página 327
Pues bien, al llegar, estos manifestaron que debían
entregar una carta de Liniers al general Béresford, y que le
tenía que transmitir al capitán Manuel Luciano una orden
verbal impartida por Liniers y por el Cabildo de Buenos
Aires, que decía “que debía entregar bajo custodia al
general inglés y a otro oficial prisionero”, con la finalidad
de trasladarlos a Buenos Aires, que así lo exigían “razones
de servicio, el bien del monarca español y los intereses de
la Patria”.
Comunicado esto último, el general inglés eligió que
lo acompañase su amigo y futuro cuñado, el coronel
Dennis Pack, a la vez que se le informó al capitán Manuel
Luciano que este debía esperar con sus custodios en la
estancia de Fontezuelas durante siete días, que allí
recibiría nuevas órdenes.
A los seis días este recibió una carta de Saturnino
Rodríguez, en la que le avisaba que al llegar a Buenos
Aires, encontraron tan mal la situación, que debieron
viajar con los oficiales ingleses a Montevideo. Fue
entonces que el capitán Martínez de Fontes advirtió que
había sido víctima de una trampa. A seguir, el capitán se
presentó detenido el día 8 de marzo ante el teniente
Mariano Gazcón, quien lo condujo arrestado a sus órdenes
Carretas del Espectro Página 328
hasta Buenos Aires, donde fue entregado a las autoridades
locales.
Al enterarse de la “fuga y traición”, la clase media y
baja que había sido la que formara el principal núcleo de
las fuerzas de reconquista, quedó contrariada e irritada con
los oficiales ingleses que se habían fugado. Estos mismos
hombres habían dado su pala de honor de “No” escaparse,
ni volver a tomar las armas contra la ciudad, el virreinato
del Rio de la Plata y de España. No aceptaban que al
haberse dado todo tipo de facilidades y libertades bajo su
palabra de honor, estos demostraron ser los caballeros que
no eran.
El proceso final a los verdaderos culpable, lo inicia
el Fiscal Caspe el 6 de diciembre de 1808, encontrándose
algunos de ellos prófugos. De cualquier manera, ha
quedado la duda, si la orden que transmitió Saturnino José
Rodríguez Peña al capitán Martínez de Fontes fue una
orden verdadera o falsa, dado los intachables antecedentes
del secretario privado de Liniers, Saturnino Rodríguez
Peña y del Secretario privado de Martín Álzaga, Juan de
Dios Dozo.
En todo caso, los tres principales involucrados
fueron embarcados el día 8 de septiembre de 1807 desde
Carretas del Espectro Página 329
Montevideo hacia Rio de Janeiro en un navío de guerra
inglés enviado por británico almirante Murray para tal fin.
Como premio por la organización y fuga del general
Béresford y del coronel Dennis Pack, y por su actitud a
favor de Gran Bretaña, Saturnino José Rodríguez Peña,
Manuel Aniceto Padilla y Antonio Luis de Lima -patrón
de la balandra portuguesa “Flor del Cabo”-, fueron
gratificados con una pensión de trescientas libras anuales
hasta su muerte.
Ha quedado pendiente hasta el momento la
información referente al destino que se dio al Tesoro
confiscado. Y sobre él, retrocediendo algunos meses, el
día 17 de septiembre el capitán Donelly finalmente lo
desembarcó en Portsmuth en ocho carros de tiro. Cada uno
de ellos con seis caballos de tiro adornados con banderas,
penachos y cintas azules. Allí fue acompañado por la
banda militar del apostadero y una escuadra de marineros
de Pophan, con uniformes rojos y el capitán sentado
sonriente en uno de los carros.
El día 20 del mismo mes llegaron a las afueras de
Londres, y el tesoro desfiló por las calles de la ciudad. En
ese momento, los “Voluntarios Leales Británicos” bajo las
órdenes del coronel Prescot, escoltaron el tesoro y sobre
las banderas estaba escrita la palabra “Tesoro”.
Carretas del Espectro Página 330
Cerraban la columna los “Voluntarios de Claphan” y
una excelente banda británica tocaba “Dios Salve al Rey”
y “Rule Britannia”. Pararon entonces en la casa del
coronel Davidson cuya señora ofreció cintas con letras de
oro que decían: “Buenos Aires - Pophan - Béresford -
Victória”. Finalmente el tesoro llegó al Banco de Londres
donde más de dos millones de dólares de aquellos tiempos,
fueron depositados.
En definitiva, el gobierno inglés, dado el éxito de la
expedición, la autoriza post facto y sus bucaneros son
aplaudidos como héroes del imperio.
Pero todo eso ocurrió dos meses después que parte
de aquel tesoro fuera embarcado en Buenos Aires, y
mientras tanto ellos aún no sabían en Inglaterra que aquel
baluarte territorial había sido perdido.
Con respecto a aquella parte del tesoro que había
sido tan bien escondida, nada se sabe de aquellas 29 barras
de plata en el valor de cuarenta y tantos mil pesos que
escaparon a la diligencia de los invasores. Hemos
investigado si existe algún otro documento que hable
sobre el particular pero no hemos hallado ningún rastro
hasta el momento.
En verdad, el expediente de su búsqueda se inicia
con un pedido de informe a Manuel de la Piedra para que
Carretas del Espectro Página 331
identifique la cantidad exacta de barras de plata y cajones
con plata sellada que los ingleses desenterraron de las
lagunas y pozos de Los Leones. De la Piedra aduce que él
no sabe con exactitud y que sus dependientes tampoco.
En un otro informe solicitado a Valentín Olivares,
Alguacil Mayor de la Villa de Luján, sobre el particular,
éste dice que los ingleses se llevaron 75 barras de plata y
36 cajones de plata sellada de a dos mil pesos cajón y que
dejaron de buscar por no poder hallar más el restante de
los caudales. Por lo tanto, además de las 29 barras de
plata, les falto desenterrar 6 cajones de plata sellada que
nada dicen los informes presentados.
En definitiva, parece que parte del tesoro de
Sobremonte fue enterrado a unos 130 km. al Noroeste de
Buenos Aires, en pozos y lagunas que forman el
nacimiento del actual río Luján (en el partido de
Suipacha), y no encontrado por los ingleses que, cansados
éstos de buscar dejaron unas 29 barras de plata y 6 cajones
de plata sellada; las que suponemos volvieron a la capital,
y, guardadas por celosas manos, sirvieron para financiar
los futuros movimientos independentistas de la República
Argentina; aunque no hemos encontrado indicios
documentados de ello.
Carretas del Espectro Página 332
Biografías
Azopardo, Mercedes G. (bisnieta) (1961) Coronel de Marina
Juan Bautista Azopardo Serie C Biografías Navales Argentinas
Nº 3. Capítulo I. Invasiones Inglesas. pág. 20-21 .Secretaria de
Estado de Marina, Subsecretaria, Departamento de Estudios
Históricos Navales.
Martínez de Fontes y la fuga del General Béresford. Pág. 88.
Escrito por Oscar Tavani Pérez Colman, Oscar Ricardo Tavani.
Publicado por Editorial Dunken, 2005
Junta Departamental de Colonia - Segunda Invasión Inglesa
(1807)
http://www.lagazeta.com.ar/robo.htm - EL ROBO Y LA
TRAICIÓN DE LA INVASIONES INGLESAS - 1806/1807]
Emilse y Marta Echeverría. 2006. ¿Dónde descansan los
muertos británicos? Invasiones Inglesas 1806-1807.
Jorge A. Bossio. “Historia de las Pulperías”. Archivo General
de la Nación (en adelante AGN), División Colonia, Sección
Gobierno. Cabildo de Buenos Aires. Archivo. Sala 9 19-5-5,
Fojas 670 en adelante. Dpto. Documentos Escritos del Archivo
General de la Nación.
Scenna, Miguel Ángel. Las brevas maduras. Memorial de la
Patria, Tomo I, Ed. La Bastilla, Bs. As., 1984.
Garzón, Rafael. Sobremonte, Córdoba y las invasiones
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Bischoff, Efraín, Historia de Córdoba, Ed. Plus Ultra, Bs. As.,
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Roberts, Carlos, Las invasiones inglesas, Ed. Emecé, Bs. As.,
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Tomos I y II, Ed. Emecé, Bs. As., 2004-2006.
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Argentina, Bs. As., 1998.
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nte
Carretas del Espectro Página 334
BIOGRAFÍA DEL AUTOR
Nombre: Carlos Guillermo Basáñez Delfante
País de origen: República Oriental del Uruguay
Fecha de nacimiento: 10 de Febrero de 1949
Ciudad: Montevideo
Nivel educacional: Cursó primer nivel escolar y secundario
en el Instituto Sagrado Corazón.
Efectuó preparatorio de Notariado en el
Instituto Nocturno de Montevideo y dio
inicio a estudios universitarios en la
Facultad de Derecho en Uruguay.
Participó de diversos cursos técnicos y
seminarios en Argentina, Brasil, México
y Estados Unidos.
Experiencia profesional: Trabajó durante 26 años en Pepsico &
Cia, donde se retiró como Vicepresidente
de Ventas y Distribución, y
posteriormente, 15 años en su propia
empresa. Realizó para Pepsico
consultoría de mercadeo y planificación
en los mercados de México, Canadá,
República Checa y Polonia.
Residencia: Desde 1971, está radicado en Brasil,
donde vivió en las ciudades de Río de
Janeiro, Recife y São Paulo. Actualmente
mantiene residencia fija en Porto Alegre
(Brasil) y ocasionalmente permanece
algunos meses al año en Buenos Aires
(Rep. Argentina) y en Montevideo
(Uruguay).
Retórica Literaria: Elaboró el “Manual Básico de
Operaciones” en 4 volúmenes en 1983, el
“Manual de Entrenamiento para
Vendedores” en 1984, confeccionó el
“Guía Práctico para Gerentes” en 3
volúmenes en el año 1989. Concibió el
“Guía Sistematizado para Administración
Gerencial” en 1997 y “El Arte de Vender
con Éxito” en 2006. Obras concebidas en
portugués y para uso interno de la
empresa y sus asociados.
Carretas del Espectro Página 335
Obras en Español: Principios Básicos del Arte de Vender –
2007
Poemas del Pensamiento – 2007
Cuentos del Cotidiano – 2007
La Tía Cora y otros Cuentos – 2008
Anécdotas de la Vida – 2008
La Vida Como Ella Es – 2008
Flashes Mundanos – 2008
Nimiedades Insólitas – 2009
Crónicas del Blog – 2009
Corazones en Conflicto – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. II – 2009
Con un Poco de Humor - 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. III – 2009
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IV – 2009
Humor… una expresión de regocijo -
2010
Risa… Un Remedio Infalible – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. V – 2010
Fobias Entre Delirios – 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VI – 2010
Aguardando el Doctor Garrido – 2010
El Velorio de Nicanor – 2010
La Verdadera Historia de Pulgarcito -
2010
Misterios en Piedras Verdes - 2010
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VII – 2010
Una Flor Blanca en el Cardal - 2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. VIII – 2011
¿Es Posible Ejercer un Buen Liderazgo? -
2011
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. IX – 2011
Los Cuentos de Neiva, la Peluquera -
2012
El Viaje Hacia el Real de San Felipe -
2012
Carretas del Espectro Página 336
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. X – 2012
Logogrifos en el vagón del The Ghan -
2012
Taexplicado!!! Crónicas y Polémicas
Vol. XI – 2012
El Sagaz Teniente Alférez José
Cavalheiro Leite - 2012
El Maldito Tesoro de la Fragata - 2013
Carretas del Espectro - 2013
Representación en la red:
Blogs: AR http://blogs.clarin.com/taexplicado-/
UY http://blogs.montevideo.com.uy/taexplicado
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CH http://taexplicado.bligoo.com/
ES http://lacomunidad.elpais.com/gibasanez
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