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"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los
trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes
y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas
anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La
historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los
dueños de todas las otras cosas."
Rodolfo Walsh
Vamos a reconstruir la historia de un héroe. Uno de los tantos héroes olvidados
deliberadamente en los grandes medios de comunicación o en la enseñanza académica, raleado
tanto su pensamiento político como su aporte jurídico. Un pensador maldito al que ni siquiera
nadie se anima a discutir seriamente. Un militante incomodo, para aquellos que consideran que
la política es acomodarse en los lujosos sillones del poder. Un hombre que sinti la patria, y la
vivió intensamente como un patriota. Un gordo petiso y rengo que se hizo gigante en la
memoria, marcando el camino de los que quieren la liberación. Un intelectual difícilmente
encasillable en los estrechos parámetros de la matriz eurocéntrica. Un militante que trascendió
la consigna para producir sentido dentro de su propio movimiento.
Suena extraño que el nombre de uno de los mayores cultores del nacionalismo revolucionario
en la Argentina tenga un nombre en inglés: John William Cooke. Era descendiente de irlandeses,
no obstante su nombre se lo debe a la anglofilia de su padre. Cooke, acaso el pensador y
militante cuyo aporte teórico y práctico es imprescindible para comprender el peronismo
revolucionario, nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919. Hijo de Juan Isaac Cooke, dirigente
con larga trayectoria en la Unión Cívica Radical de la Provincia de Buenos Aires, y María Elvira
Lenci. El origen irlandés de la familia Cooke que según su hermano Jorge condensa las principales
características de John “una rara mezcla de bohemio y nómade, totalmente apasionado por la
política” se remonta a una inmigración temprana a fines del siglo XIX. Es decir, al contrario de lo
que sugería su nombre John William, el “Bebe” Cooke, es segunda generación de argentinos. Su
padre fue amigo personal de Ricardo Balbín y militante del radicalismo alvearista. En la década
del veinte, Cooke padre fue Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y en la del
treinta alcanzó una banca de diputado representando a la UCR, que había bajado sus banderas
de abstención revolucionaria pactando con la Concordancia. Juan Isaac Cooke fue, sin embargo
uno de los que miró con buenos ojos la revolución nacionalista e industrialista de 1943 que puso
fin a la década infame. Juan Isaac llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante
el gobierno de Edelmiro Farrell en 1945. Desde allí y sin entrar en contradicción con su anglofilia
libró una fuerte disputa diplomática con el embajador norteamericano Spruille Branden. El alto
perfil de este personaje estadounidense que era orador muchas veces en los actos de la
oposición hizo que se convirtiera en todo un símbolo de la intromisión de una potencia
extranjera en los asuntos internos de nuestro país. John fue el principal colaborador de su padre
durante esta corta gestión, pero sin embargo, aun siendo joven está no fue su primera
militancia. El “Bebe” se inició en la militancia política mientras estudiaba abogacía en la Facultad
de Derecho de la Universidad de La Plata dentro de la Unión Universitaria Intransigente. Se
recibió de abogado en 1943, con apenas 24 años. Mientras estudiaba trabajó con su padre como
secretario en la Cámara de Diputados.
“El paso de Cooke por la Universidad de la década del treinta lo relacionó con la tradicional
liberal y conservadora de la Carrera de Derecho. La práctica de la Universidad argentina
denominada reformista, luego del año 1918 ha sido, más allá de los discursos construidos por
sus protectores, tradicionalmente conservadora y casi sin excepciones, ante la irrupción de
procesos sociales de contenido popular, los docentes y en menor medida los alumnos, se han
manifestado en contra” (Aritz Recalde, 2009, Tiempos Nuevos, Buenos Aires, pag 26)
Una vez egresado trabajo en el área de Defensa del Ministerio de Relaciones Exteriores en el
que trabajaba su padre, a quien siguió acompañando políticamente en su radicalismo heredero
de la tradición antiyrigoyenista.
Por estos años cuando estalla la segunda guerra mundial o interimperialista lo encontró a Cooke
como un fervoroso aliadófilo. “La Guerra Mundial se ha desencadenado y la posición a apostar
resulta una divisoria de aguas para los argentinos, Grandes diarios, intelectuales, maestros,
dirigentes de partidos tradicionales, poetas, profesionales, en fin , la mayoría abrumadora de “la
cultura” (y necesariamente debía ser así porque esa “cultura” había dio difundida por la
oligarquía para defender sus intereses), se manifiesta furiosamente aliadófila, considerando que
Estados Unidos y el Imperio Británico defienden –no su libertad imperialista- sino la libertad del
mundo contra el totalitarismo nazi. Un pequeño sector, expresado en diarios que financia la
embajada alemana y en grupos del nacionalismo reaccionario de cuño uriburista, se manifiesta,
por antidemocrático y antijudío, contrario a los aliados y partidario del Eje, pretendiendo
importar fascismo o nazismo a la Argentina. Finalmente, pequeñas organizaciones,
cuantitativamente débiles, sostienen a rajatabla la posición neutralista. (…) FORJA desde una
posición antiimperialista, rechaza todo apoyo al Imperio que nos domina pero se niega, al mismo
tiempo, a apoyar al imperialismo alemán, posible opresor futuro” (Galasso, 2004: 9).
El golpe de Estado de 1943 más allá de sus contradicciones internas, impulsando un desarrollo
industrial con eje en el mercado interno, abre las condiciones para la quiebra del viejo orden del
país agroexportador. El compromiso de Juan Isaac Cooke desde su función como Canciller, lo
acerca a su hijo como a una importante cantidad de militantes radicales que formaron la Junta
Renovadora, como también a los jóvenes forjistas que el 17 de octubre con la irrupción de los
trabajadores en la historia argentina ve realizadas sus aspiraciones de un movimiento nacional
en marcha.
En su biografía de John William Cooke, el historiador Norberto Galasso le otorga una crucial
importancia a su relación entre el 43 y el 45 con Raúl Lagomarsino y Cesar Marcos. Así de cipayo
y antirrosista se va convirtiendo a las ideas nacionales dejando atrás al niño bien que hablaba
inglés en su casa con sus padres. Cesar Marcos, que llevaba más de diez años al Bebe, era un
hijo de inmigrantes asturianos que apenas pudo cursar la escuela primaria. Pero su formación
de autodidacta era reconocida y respetada. Forjado en el revisionismo histórico y en un
nacionalismo que se va haciendo cada vez más popular por su propio origen de clase, Marcos va
a ser un personaje muy influyente en la vida de Cooke. De su mano John William empieza a
cuestionar las enseñanzas liberales del derecho para empezar a pensarlo críticamente.
Particularmente este acercamiento al revisionismo histórico va a ser la base de su pensamiento
nacional. Para hacer una patria libre era necesario combatir la versión liberal de la historia, por
entonces oficializada en todas las instancias de la enseñanza institucionalizada. Esta historia
oficial que, como dice Cooke “solamente es la representación de sus propios intereses o de los
intereses extranjeros, cubriendo todo ello bajo el manto de los dogmas históricos y de los
dogmas “democráticos” y “civilizadores” (…) Creemos que solamente se puede obtener la
liberación nacional a través de la destrucción de esos dogmas históricos falsamente fabricados”
dice John William en una de sus intervenciones como diputado.
Juntos, Cooke, Marcos y Lagomarsino se van comprometiendo cada vez más con el incipiente
peronismo que escribe el 17 de octubre de 1945 su partida de nacimiento. La clase trabajadora
hizo con esa movilización triunfante su propia irrupción en la historia.
Así define, el propio Cooke años más tarde, el cambio sustancial producido en aquella época: “Y
aquí reside la gran enseñanza, el gran ejemplo del 17 de octubre. Allí existió una movilización
espontánea de la clase trabajadora que rompió los artificiales casilleros que encuadraban el país
en una serie de denominaciones que respondían al formalismo político y no a la realidad
nacional. Las masas argentinas, reducidas hasta entonces a comparsas electorales de los
partidos tradicionales, irrumpieron con violencia para poner soluciones. Cien años de
declamación de las cacatúas coloniales no impidieron que los descamisados intuyeran una
verdad fundamental: que no se estaba dilucidando un episodio político convencional sino algo
mucho más serio y de cuyo resultado dependía la suerte por muchos años de cada hogar
humilde”.
Después de la liberación de Perón se abren las primeras elecciones verdaderamente libres desde
los elección de 1928 que le dieron la segunda presidencia a Hipólito Yrigoyen. Se hicieron el 24
de febrero de 1946, apenas unos meses después de la gesta de octubre. Los partidos
tradicionales por derecha y por izquierda confluyeron en la Unión Democrática que llevaba en
al frente de su boleta a dos radicales antipersonalistas, acompañados de cerca por las embajadas
británica y norteamericana. El peronismo improvisó un partido laborista, construido en base a
las estructuras de los gremios que habían encontrado, en el entonces Coronel Perón, por
primera vez un interlocutor en el Estado que defendiera sus derechos y promoviera sus
conquistas. Aliado a éste estaba la UCR Junta Renovadora y el partido Independiente. La
distribución de cargos fue acordada 50 y 50 para laborismo y el resto. En la Junta Renovadora
hubo elecciones internas cuyo resultado ordenó su participación en la lista. Cooke fue elegido
diputado con apenas 26 años, uno más que el requisito mínimo para ser electo fue de la mano
de la victoria de Juan Perón- Hortencio Quijano (UCR JR) sobre la Unión Democrática de
Tamborini y Mosca, apoyada por todos los partidos tradicionales.
Un joven Cooke impulsado por los radicales (contactos de su padre en muchos casos) y con una
incipiente militancia nacionalista, junto con muchos de su generación ingresaron al peronismo
para transformar la realidad que los movía a comprometerse políticamente. Como decía la
consigna de FORJA, así ellos lo sentían: “Somos una Argentina Colonial queremos ser una
Argentina Libre”. Y para ello era necesario que los trabajadores y el patriotismo impregnaran un
Estado construido para ser el garante de las condiciones de dependencia respecto
fundamentalmente del Imperio Británico.
En el Congreso y debido a su formación jurídica fue designado Presidente de la Comisión de
Asuntos Constitucionales1 de la Cámara de Diputados, de la Comisión Redactora del Código
Aeronáutico y también de la Comisión de Protección de los Derechos Intelectuales, al mismo
tiempo fue también secretario del Bloque Peronista.
Era dueño de una oratoria versátil que podía combinar en un mismo alegato conceptos teóricos
del pensamiento clásico europeo hasta Vladimir Illich Lenin, frases de Homero Manzi y
fragmentos de la historia británica, de la cual era un entusiasta lector.
Pese a ser diputado del oficialismo y defender muchas de sus causas a capa y espada, estuvo
siempre lejos de la obsecuencia que caracterizó a otros de sus compañeros del bloque y criticó
duramente alguna de las decisiones del gobierno del que formaba parte. Los verdaderamente
leales son aquellos que se animan a disentir –como diría muchos años más tarde Dardo Cabo en
una editorial de la revista El Descamisado-, a plantear sus diferencias, a darse la libertad de
pensar y proponer como comprenden lealmente que deben hacerse las cosas.
Para El “Bebe”, lealtad a Perón no significaba ni servilismo ni levantar obedientemente la mano
en la bancada cada vez que se lo requirieran. Para muestra, basta un botón: su voto en disidencia
–uno de los siete de la bancada peronista- contra las Actas de Chapultepec el 30 de agosto de
1946 o, varios años después -ya desde el llano-, en 1954, contra los acuerdos petroleros firmados
con la Standard Oil.
Entre los días 21 de febrero y el 8 de marzo del año 1945, el gobierno de Estados Unidos
desarrolló en Chapueltepec, México, la Conferencia Interamericana sobre cuestiones de la
Guerra y de la Paz. El marco era el de la Guerra Mundial y el objetivo de la nueva potencia
dominante fue organizar no solo un frente opositor contra el ya prácticamente vencido Eje
(Alemania, Japón e Italia) que reuniera a las naciones americanas, sino también ordenar y
sistema militar bajo su hegemonía hemisférica de cara al futuro. Como resultado del encuentro
se firmó la resolución de “Asistencia Recíproca y solidaridad Americana” que de manera similar
a la denominada Doctrina Monroe, caratulaba cualquier agresión a un país del continente como
parte de un ataque al conjunto de los miembros. La llamada política Panamericana habilitaba a
los Estados Unidos para la intervención en conflictos continentales. Durante un tiempo y en la
medida en que se sostuvo la neutralidad, Argentina mantuvo una posición distante hasta que
finalmente el gobierno de Farrell firmó el Acta y la declaración de guerra a los alemanes. El Poder
Ejecutivo en el año 1946 puso al Parlamento a discutir la ratificación de dicha norma. Cooke,
distante de la decisión de Perón, votó en contra, ya que en sus palabras estableció: “Con plena
conciencia del voto que voy a dar, opino que las llamadas Actas de Chapultepec y la Carta de las
Naciones Unidas deben ser rechazadas por el Congreso argentino”. Para Cooke las actas partían
de sostener un: “Sofisma y lo que es peor, es un sofisma peligroso: el de la igualdad de los
Estados”. Luego Continuó con el argumento de que: “Personalmente, pienso que estas actas,
consideradas en su conjunto y la Carta de las Naciones Unidas con ellas, importan una mengua
para nuestra soberanía” (Cooke acción parlamentaria tomo I pag 95). El propio sistema
planteado para la conformación de la voluntad de la ONU con miembros permanentes con
1 Según Richard Gillespie (1989: 22) “los conocimientos legales de Cooke le permitieron jugar un papel importante como miembro de la Cisio de Asuntos Constitucionales parlamentaria, pero se niega a permanecer encasillado y sumiso”.
posibilidad de veto conformados por las potencias vencedoras era inadmisible para el joven
diputado. En resumen, Cooke considera que la soberanía nacional no podía ser solamente
garantizada por actas internacionales. La soberanía solo podía y debía ser defendida por el
Estado, representado por el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores a través de
medidas prácticas y estrechas relaciones de solidaridad con otros pueblos del mundo. La
igualdad entre estados era, para él, un sofisma peligroso: la igualdad jurídica tiene su
contrafigura en la desigualdad material que suele pesar más en la realidad. “Yo creo que las
Actas de Chapultepec son un peligro y no una esperanza para los pueblos de América”.
Para la mirada de Perón, en cambio, ambas actas venían relacionadas, e implicaban no dejar
marginada a la Argentina de un incipiente sistema internacional (no necesariamente justo) de
relaciones entre naciones. Sobre todo firmar Chapultepec era el costo político por no dejar como
un paria internacional a nuestro país bajándole los decibles al enfrentamiento con los
norteamericanos que se oponían al ingreso de Argentina en la Carta de San Francisco (ONU).
Sin embargo, la actuación de Cooke como Diputado no fue solo de oposición a las iniciativas de
Perón. Por el contrario, fue una de las voces cantantes de varios proyectos del ejecutivo. Formó
parte de la redacción leyes relacionadas con el tema educativo y cultural. En esto lo podemos
ver fundamentando el “Crédito de ayuda y fomento a editoriales argentinas”; el proyecto de ley
de “Conservación de cosas muebles e inmuebles de interés histórico, arqueológico,
paleontológico o artístico”; el proyecto de “Organización de academias de cultura e
investigaciones científicas”, entre otros muchos. La defensa del patrimonio cultural o el fomento
del libro no eran proyectos aislados de Cooke, sino que por el contario, formaron parte del plan
educativo general del gobierno establecido en el Primer Plan Quinquenal, es decir, era parte de
la estrategia general del peronismo en el poder. El gobierno relacionó estrechamente la noción
de justicia social, la de soberanía política, y la de independencia económica e industrialización
con el acceso a educación. Sobre la primera cuestión y como lo planteó Perón: “Hasta el
advenimiento del Justicialismo, la enseñanza estaba sólo al alcance de la oligarquía. El hijo de
un hombre del Pueblo no podía nunca llegar ni a la enseñanza secundaria y menos aún a la
universitaria por la simple razón del dinero” (Perón 1958). Como enseña Aritz Recalde el
peronismo desarrolló el Ministerio de Educación de la Nación e invirtió gran cantidad de
recursos en infraestructura edilicia escolar y deportiva y en el mejoramiento de las condiciones
salariales docentes. Asimismo y cuestión trascendente para la historia del sistema de Educación
Superior latinoamericano, el gobierno decretó la gratuidad universitaria y eliminó los cursos de
ingreso a través de los decretos 29.337/49 y 4.493/52. A partir de estas y otras medidas, se
produjo una considerable ampliación de las matrículas, implementando una profunda
democratización del ingreso a la Universidad argentina. Como parte de la implementación de la
justicia social a través del ingreso a la Educación Superior, el gobierno promovió la
implementación de horarios nocturnos para los trabajadores a partir de la fundación de la
Universidad Obrera. La educación en todos los niveles pasó a ser un derecho social universal
(Recalde Aritz e Iciar. Universidad y liberación nacional. Editorial nuevos tiempos. Buenos Aires
2007).
Cooke en la fundamentación de dichas normas y preocupado por el pensamiento nacional
sostenía: “No es admisible que en algunos rubros, el 99 por ciento de los autores publicados
sean extranjeros, con olvido de los autores argentinos que en esos mismos géneros literarios y
en esas mismas materias han producido obras que superan a las de los autores foráneos” (Cooke
Accion parlamentaria tomo I 142).
Las posiciones críticas del Cooke en el parlamento hicieron que no pudiera renovar la banca de
diputado nacional. No fue el único que quedó marginado del gobierno entre los peronistas por
crítico. Arturo Jauretche y los forjistas que colaboraban con el gobierno de Domingo Mercante,
que no pudo renovar en la provincia de Buenos Aires, después de ser el presidente de la
Convención Constituyente de 1949. El autor principal de la misma el doctor Arturo Enrique
Sampay corrió la misma suerte. La revolución peronista sufrió un proceso de empantanamiento
a partir de la hegemonía de los sectores de la consolidación y a veces incluso de la restauración
dentro del movimiento. Cooke definió a ese proceso como de burocratización de las
conducciones que frenó el impulso transformador del primer peronismo.
Eva Duarte le ofreció ser el director del periódico Democracia. Pero Cooke no se llevaba bien
con ciertos sectores que jugaban con ella, como Raúl Alpod que manejaba el sistema de
comunicación durante aquel peronismo. Por eso rechazó el ofrecimiento2.
No estar en un cargo no implicó para Cooke abandonar la política. La actitud de un militante
comprometido es precisamente la que lo diferencia de aquellos que asumen la política solo
como un medio para el enriquecimiento personal.
Se metió de lleno en el Instituto Juan Manuel de Rosas del que llegó a ser vicepresidente y
empezó a dirigir la revista semanal De Frente en 1954, junto con Cesar Marcos. Esta revista, cuyo
subtítulo era “testigo insobornable de la realidad mundial” funcionó hasta 9 de enero de 1956
cuando fue clausurada por la dictadura de Aramburu y llegó a editar 95 números.
Durante estos años asume como titular de Cátedra de la materia Economía Política de la
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Siguió fiel al peronismo durante el segundo gobierno cuando las circunstancias (dos pésimas
cosechas), o los errores (como creer que la guerra de Corea iba a traer la tercera guerra mundial)
o las limites (intento infructuoso de crear una burguesía nacional) llevaron al peronismo a una
desaceleración de las conquistas populares y a pensar en ciertas concesiones sobre todo por la
necesidad de capital y la imposibilidad de avanzar sobre la propiedad tradicional de la tierra,
renta diferencial del país. En estos años creció dentro del propio movimiento una burocracia
cada vez más encaramada en el poder que creían en la infalibilidad de Perón, y ni osaban discutir
sus propuestas. Cooke en cambio, fiel a su estilo cuestionó por ejemplo los contratos petroleros
elaborados por Perón, también la ley de inversiones extranjeras y el Congreso de la
Productividad.
En cuanto al modo que justificó su rechazo a los contratos petroleros, ya sin estar sujeto a un
cargo parlamentario, Cooke consideraba que era un mal precedente, además de no ser el
2 Gillespie (1989: 23) sostiene que le dijo a sus amigos: “No quiero terminar peleándome con esa corte de obsecuentes”
camino indicado para lograr el autoabastecimiento. “La economía no ha sido nunca libre o se la
dirige y controla por el Estado en beneficio del pueblo o la manejan los monopolios en perjuicio
de la Nación” eso había afirmado el propio Perón y John William Cooke era su discípulo más
consecuente.
En el año 1964 Cooke comentó su posición sobre los contratos petroleros desde la Revista De
Frente (segunda época): “Combatí el proyecto. Lo combatí no porque considerase que era lo
mismo que tratase con un consorcio petrolero un gobierno cualquiera que un gobierno que,
como ese, controlaba los resortes de la economía, es decir, el comercio exterior a través del
I.A.P.I., los depósitos bancarios, la emisión, que contaba con una fuerza sindical y con gran apoyo
de masas. Digo esto porque hay que hacer un distingo entre las condiciones en que puede tratar
un gobierno nacionalista de este tipo, y otro cualquiera que, por buenas que sean sus
intenciones, siempre está sujeto a una serie de limitaciones propias de su misma naturaleza, que
llamaremos “democrático – burguesa (...) no obstante esta diferenciación me opuse al contrato
con la California por entender que era un mal precedente, y que no era ese el camino para lograr
el autoabastecimiento; con el agravante de que podía desviar al Movimiento de otras posiciones
de profundo contenido revolucionario” (Cooke, John William. Peronismo y Petróleo (1964). P.
10).
En el año 1953 Cooke es enviado oficial a Viena a la Conferencia de la Paz de los Partidos
Comunistas. Allí fue su primer contacto efectivo con el movimiento comunista internacional. Sin
embargo, no fue una buena experiencia a la que Cooke le diera importancia.
La crisis del modelo peronista, disparada por un par de malas cosechas, implico que Perón
construyera una respuesta desde su nuevo Ministro Gomez Morales (más ligado a la ortodoxia
económica). Esta respuesta y el programa estabilizador fue exitoso ya que consiguió apuntalar
las principales variables del capitalismo argentino: frenar la inflación, recuperar la productividad
agrícola y retomar el crecimiento sostenido que fue interrumpido recién en el año 1955. El
Peronismo no necesitó claudicar en las principales medidas de protección de la economía
nacional y del manejo de los principales recursos estratégicos en manos del Estado. Los sectores
populares siguieron leales al gobierno más allá de algunas privaciones y compensaciones que
equilibraron en un 50 y 50 la balanza entre capital y trabajo. La oligarquía, con su fuente de
poder económico todavía intacto, pudo recomponer sus alianzas logrando penetrar
fuertemente en dos sectores que habían sido importantes para la primera etapa del peronismo
como las FFAA y la Iglesia. La burocratización del peronismo también ayudó para dejarlo falto
de reacción frente al avance reaccionario.
El pináculo de esta ofensiva fueron los bombardeos de 16 de junio de 1955. El intento de
asesinar al presidente constitucional y después del fracaso ir directamente contra las personas
nucleadas en la Plaza de Mayo nos demuestran que esa oligarquía estaba dispuesta a cruzar la
línea de sangre para defender sus privilegios y obtener sus objetivos. Los aviones de la Marina
embanderados en la consigna de “Cristo Vence” descargaron más bombas sobre Plaza de Mayo
que la Luttwafe Nazi sobre Guernica, el símbolo universal de la barbarie en el marco de una
guerra civil, inmortalizado en el cuadro de Pablo Picasso.
“Cooke mismo se transformó en una figura destacada de la línea más militante dentro del
peronismo, sin desafiar los objetivos políticos del peronismo, pero adoptando en realidad una
línea dura de cómo defender el régimen peronista cuando la oposición aumentaba” (Gillespie,
1989: 23). Fue la primera persona en ser convocada después de los bombardeos. El General le
ofreció el cargo de Secretario de Asuntos Técnicos de la presidencia. Cooke le respondió “no es
tiempo de la técnica sino de la política” y entonces fue designado como interventor del partido
peronista de la ciudad de Buenos Aires. Allí, según lo refiere Alicia Eguren se encontró con una
estructura burocrática que no podía ser cambiada rápidamente. Mientras tanto la ofensiva
golpista arreciaba. Cooke no se quedó quieto y salió a recorrer sindicatos y unidades básicas
para sumar voluntades a su estrategia de movilización popular y resistencia armada para frenar
el inminente golpe militar.
Una vez producido el golpe, muchos de los más obsecuentes le dieron la espalda a Perón y al
peronismo. No así John William Cooke. Como lo reconoce el propio General: “El doctor Cooke
fue el único dirigente que se conectó a mí y el único que tomó abiertamente una posición de
absoluta intransigencia como creo yo que corresponde al movimiento que vive nuestro
movimiento. Fue también el único dirigente que sin pérdida de tiempo construyó un Comando
de Lucha en la Capital que confió a Lagomarsino y Marcos, mientras el estuviera en la cárcel. Fue
también el único dirigente que mantuvo permanentemente enlace conmigo y que, a pesar de
sus desplazamientos de una cárcel a otra, pudo llegar siempre a mí con su información y yo a él
con mis directivas” (citado en Peronismo y socialismo. Número 1 septiembre de 1973).
Dice el historiador británico Gillespie (1989: 26): “Durante su detención en la Penitenciaria de
avenida Las Heras, Cooke demostró su coraje al escupirle en la cara a un oficial al ser colocado
contra una pared para un simulacro de ejecución. Después de haber pasado por varias prisiones,
Cooke termino en la cárcel de Rio Gallegos”. Desde allí, junto con Héctor J. Campora por
entonces un de los más obsecuentes del peronismo y ex presidente de la Cámara de Diputados;
José Espejo, ex secretario general de la CGT; el empresario peronista Jorge Antonio y otros
compañeros se escapan para Chile.
John William Cooke fue a quien le tocó la difícil tarea de conducir la inorgánica resistencia
peronista en sus primeros tiempos. Esa posición que se ganó con su acción fue revalidada por el
propio Perón cuando lo nombró no solo delegado sino heredero (cosa que no hizo después con
ninguno de los otros delegados) con carta del 2 de noviembre de 1956. Dice ahí Perón: “En él
[Cooke] reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas
peronistas organizadas en el país y en el extranjero, y sus decisiones tienen el mismo valor que
las mías. En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”.
En Chile, John William Cooke como delegado de Perón recibió la visita de los emisarios de
Frondizi (entre ellos Ricardo Rojo amigo personal del Che Guevara en su juventud). Le proponían
hacer un pacto que le permitiera ganar a la UCR Intransigente comandada por Frondizi
imponiéndose sobre la otra fracción en la que se había dividido el radicalismo: la UCR del Pueblo
comandada por Balbín y Zabala Ortiz (quien tenía el dudoso mérito de ser el único civil en los
bombardeos de personas inocentes en la plaza de mayo en 1955).
Cooke no se oponía a un acuerdo táctico que le diera al peronismo un espacio de respiro en el
cual reorganizar las fuerzas peronistas golpeadas por la represión y usar una ley de asociaciones
profesionales para legalizar la hegemonía peronista en el movimiento sindical. Su primer
impulso de una estrategia insurreccional, alentado por las huelgas que promovieron las
recientemente creadas 62 organizaciones a fines de 1957 y su programa revolucionario de La
Falda, se fueron desvaneciendo en la medida en que avanzaba la represión y la persecución
sobre militantes políticos y sindicales. Era necesario ganar tiempo y legalidad.
Cooke viajó a Caracas y junto con el enviado de Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, firmaron el
llamado pacto secreto de Caracas. Mediante este Perón se comprometía a mandar la orden de
voto a Frondizi y este a hacer una legalización del peronismo y convocar prontamente a
elecciones sin proscripciones. Sus viejos amigos de la resistencia, Marcos y Lagomarsino no le
perdonaban a Cooke su participación en este pacto. Alrededor de 800.000 peronistas
desconocieron la directiva y siguieron votando en blanco como lo habían hecho en la
convocatoria para la convención constituyente de 1957. Los que sí obedecieron a Perón
alcanzaron para que Frondizi saliera electo presidente. Una vez en el poder, éste solo cumple
una pequeña parte del pacto que era la legalización de la CGT, mientras que en el resto se guía
más por el pacto que había hecho con los propios militares. Las fuerzas militares siguieron
condicionando su gobierno durante todo el tiempo de su ejercicio a través de los llamados
“planteos”.
Cooke se encuentra entre dos fuegos por un lado los resquemores de la línea dura por haber
sido parte del arreglo con un gobierno que continuaba las políticas de proscripción, exclusión y
persecución de los militantes peronistas y por el otro lado los de la línea blanda que buscaba
predominar sobre Cooke acusándolo de intransigente, al tiempo que intentaban aislar a los
sectores revolucionarios del peronismo negociando con el gobierno desarrollista.
En estos tiempos Cooke discutía vía correspondencia mano a mano con Perón, logrando que
este se rectifique de algunos de sus errores, pese a que claramente uno era la conducción
estratégica y otro la táctica.
Cooke volvió a la argentina en 1958. Su primera acción fue el apoyo de la huelga que estaban
haciendo los trabajadores petroleros contra el gobierno de Frondizi y su política de
extranjerización del petróleo. Pero ni bien piso el país, fue puesto nuevamente en prisión hasta
fines de ese año.
En enero de 1959, cuando el presidente Frondizi decidió privatizar el Frigorífico Nacional
Lisandro de la Torre, prácticamente regalándoselo a la CAP que nucleaba los grandes
productores rurales de la provincia de buenos Aires, los trabajadores tomaron el frigorífico y
decretaron la huelga general revolucionaria. Cooke se hizo presente e impulsó desde allí la
política insurreccionalista que pregonaba. Cooke como responsable del peronismo difundió la
proclama que decía: “Esta huelga es política, en el sentido de que obedece a móviles más
amplios y trascendentes que un aumento de salarios o una fijación de jornada laboral. Aquí se
lucha por el futuro de la clase trabajadora y por el futuro de la Nación”. El enfrentamiento del
peronismo con las políticas de concentración y extranjerización de la economía de Frondizi era
total.
Cooke estaba en la cima de su influencia dentro del movimiento obrero, aunque este momento
fue de corta duración. Frondizi envió el ejército y los tanques Sherman para recuperar el control
sobre el Frigorífico y todo el barrio de Mataderos que se había solidarizado y movilizado en
apoyo de los huelguistas.
Ante la derrota los políticos de la línea blanda aprovecharon para destituir a Cooke de sus
responsabilidades dentro del peronismo. El historiador Daniel James (en Resistencia e
Integración) interpreta que en el contexto el retroceso de la lucha de masas se sumó al fracaso
de Cooke como jefe de la resistencia de poder contener en su estrategia a todos los sectores del
movimiento, incluso a los más contemplativos con el régimen (fuerza de la restauración dentro
del movimiento), tanto en el terreno político cuando en el sindical.
Frondizi establece un plan de represión llamado Conintes (Conmoción Interna del Estado) por el
cual militariza el control del territorio y encarcela a los miembros más consecuentes de la
resistencia peronista. Desde la clandestinidad John William Cooke ejerció influencia indirecta
sobre la primera experiencia de guerrilla rural que se dio en nuestro país. Esta fue denominada
a partir del nombre de guerra de su jefe “Uturuncos”, palabra quechua que significa Hombre-
Tigre.
Cooke acorralado y desplazado de su rol de conducción del movimiento decide viajar a Cuba,
donde poco tiempo antes se había producido la Revolución encabezada por Fidel Castro, y los
“barbudos” del movimiento 26 de julio.
De la mano de su compañera Alicia Eguren, se identificó plenamente con la revolución cubana y
estuvo dispuesto para servir tanto de instructor de las fuerzas revolucionarias como para
anotarse de miliciano en los tiempos de la invasión (apoyada por los norteamericanos) de Bahía
de los Cochinos, como cuando se pretendió instalar una guerrilla contrarrevolucionaria en las
sierras del Escambray. Pero Cooke era mucho más útil con la cabeza que con las manos. A
menudo se quejaba que los objetos “lo atacaban”. Así de torpe era, además de su tendencia a
la obesidad que en nada ayudaba a ser un combatiente guerrillero. Pese a esos límites se siguió
entrenando en Cuba con la idea de instalar un foco guerrillero en Argentina. Gillespie comenta
“Siempre disfrutó del respeto y el afecto de la Juventud Peronista al igual que de un amplio
prestigio como resultado de su papel en la resistencia, pero su realidad física estaba en creciente
contradicción con la imagen del militante generalmente asociada con él”.
Su nivel de compromiso con la revolución cubana y particularmente con el impulso de la idea
guevarista del foquismo condujeron a Cooke a ampliar sus diferencias con Perón desde 1962.
Sin embargo, su rol va a ser el de conformar un puente permanente entre peronismo y
guevarismo, que tanto peso va a tener en la década del 70. Cooke no solo se convirtió en un
entusiasta de las ideas del Che en Argentina, también fue quien ayudo a realizar un cambio en
el pensamiento de los cubanos respecto del peronismo. La visión sostenida por gran parte de
las izquierdas en el mundo era que el peronismo era simplemente una variante del fascismo. Su
crítica al Partido Comunista Argentino escribió especialmente para Fidel Castro, hizo que el líder
de la revolución cubana tuviera una clara inclinación hacia la simpatía con el peronismo
revolucionario en los años posteriores.
Pese a las diferencias con Perón nunca cuestionó el liderazgo del General en el conjunto del
movimiento y su valor como símbolo para la mayoría del pueblo argentino. Lo que intentó
siempre durante estos años y hasta su muerte fue influir sobre Perón para que dejara su exilio
en el Madrid de Franco para pasar a la Cuba de Fidel. Por intermedio del propio Cooke Fidel
Castro llego a invitar formalmente a Perón. Según Gallego Soto, uno de los colaboradores de
Perón, también se llegó a organizar en Puerta de Hierro una reunión secreta con Ernesto Che
Guevara, que llego a Madrid disfrazado de monje capuchino.
Cuando los sectores de izquierda se ponen a interpretar al peronismo y reivindican a John
William Cooke, hacen una reducción de Cooke a esta etapa donde el adscribe a nivel teórico al
materialismo dialéctico como método de análisis (aunque jamás suscribe la estrategia propia de
los partidos de izquierda). Para la izquierda dogmática Cooke es el eslabón perdido en el
homínido peronista y el verdadero hombre racional y políticamente correcto de ideas de
izquierda. Lejos de eso consideramos que la obra y la acción concreta de Cooke son los
fundamentos de una teoría y una praxis de un peronismo revolucionario que jamás deja de lado
(y esto es una constante esencial de todo el recorrido de su pensamiento) la defensa de los
intereses nacionales y la defensa de los intereses populares (en el amplico concepto que esto
significa) como base de los mismos. Todo esto en una clara concepción de la preponderancia
que debía tener los trabajadores en esa revolución nacional necesaria. Su vida y su pensamiento
fueron siempre una búsqueda de cómo defender mejor en cada momento estos intereses
concretos.
Cooke recién estuvo en condiciones de volver al país durante el gobierno de Illia. De esta época
es la mayor parte de sus trabajos publicados como libros. Uno de los más influyentes fue “El
Peronismo y el golpe de estado, informe a las bases”, reeditado como “Peronismo y revolución”
en 1971. Este texto es un duro análisis del golpe de estado de Onganía y la discusión de las tareas
de la nueva etapa que debía encarar el peronismo.
Por estos años funda una organización que se va a llamar Acción Revolucionaria Peronista que
predica la acción armada contra la dictadura, pero que nunca logra implementar hechos
concretos de esta naturaleza.
Pese a que su influencia se reduce por entonces a pequeños grupos juveniles y estudiantiles es
elegido unánimemente por grupos peronistas y guevaristas para conducir en 1966 y 1967 las
delegaciones de Argentina a la conferencia tricontinental (América, Asia y África) y la OLAS
(Organización Latinoamericana de Solidaridad) que funcionaron como espacios de debate del
movimiento revolucionario, con hegemonía de aquellos que proponían como vía de la
revolución la lucha armada.
Cooke estaba seriamente afectado por un cáncer galopante que se lo llevó cuando apenas había
cumplido 48 años. Fue el 19 de septiembre de 1968 y por una de esas raras coincidencias de la
vida fue el mismo día en que cayó preso un comando de las incipientes FAP (Fuerzas Armadas
Peronistas) en la localidad tucumana de Taco Ralo.
En su testamento escrito poco antes de su muerte John William Cooke escribe palabras
proféticas: “Yo viviré en el afecto de los que me quisieron , pero fundamentalmente viviré en
aquellos que continúan con la misma pasión con que yo lo hice, la militancia por la liberación de
mi Patria y la liberación de Latinoamérica, ese es mi futuro”.
De hecho, Cooke se convirtió en lectura obligada de los militantes del peronismo revolucionario.
Sus trabajos comenzaron, varios años después de su muerte, a ser publicados y leídos
masivamente entre los sectores politizados. Gillespie consigna que entre los libros peronistas
después de los del fundador del movimiento se encuentran los de John William Cooke.
SEGUNDA PARTE: Algunas ideas fundamentales de Cooke.
Vamos a reflexionar sobre el rol de John William Cooke como el brillante jurista que como
primera espada legislativa del peronismo descolló en el ámbito parlamentario. De este modo,
revisaremos su participación en la derogación de la infame Ley de Residencia, su posición ante
los monopolios y su posición en la Reforma Constitucional de 1949. A posteriori, desglosaremos
la frase hizo célebre Cooke: “el peronismo el hecho maldito en el país burgués”. Finalmente,
desarrollaremos los conceptos que trabajó respecto al imperialismo y cómo argumentó que es
imposible resolver la cuestión social sin la nacional y viceversa.
Contra la “Ley de Residencia”
En 1899, el senador Miguel Cané presentó un proyecto de ley que constaba de cinco artículos y
en que se concedía al Poder Ejecutivo facultades para expulsar a todo extranjero cuya conducta
pudiera comprometer la seguridad nacional, turbar el orden público o la tranquilidad social. El
proyecto de Cané no era sino un reflejo del desprecio por lo distinto de una oligarquía que se
sentía invadida por una inmigración que no era como anhelaba anglosajona y del norte de
Europa, particularmente de aquellos que venían escapando de persecuciones en sus lugares de
nacimiento por su compromiso político o sindical. La persecución de los inmigrantes políticos
que fueron quienes se pusieron al hombro la tarea de conformar las primeras organizaciones
obreras y su deportación era en muchos casos una sentencia de muerte, pues estaban acusados
sin defensa en sus países de origen.
Cooke en el marco de un proceso de ampliación de los derechos de los trabajadores llevado a
cabo por el peronismo explica la necesidad de derogar la ley. De acuerdo a lo que expone, el
artículo 2 fue utilizado como arma política para destruir movimientos sindicales perfectamente
lícitos, para coartar la libertad de expresión y para dominar rebeldías. Parafraseando a
Alexander Hamilton, autor de El Federalista: “las leyes se hacen con criterio de que los
encargados de ejecutarlas pueden llegar a su violación. Si se tratara de ángeles, no habría
necesidad de hacer leyes”.
De acuerdo a la visión de Cooke, el problema consistía en determinar si la expulsión de
extranjeros que autorizaba el artículo 2 constituía una pena o era simplemente la ejercitación
del poder de policía. No se puede escapar a la dilucidación que la naturaleza jurídica de la
expulsión es de fundamental importancia por cuanto afecta directamente a la
constitucionalidad de la ley. Incluso para la Corte Suprema, aún en el caso que no constituya una
pena, se estima que el procedimiento administrativo no debe ser arbitrario, secreto, opresivo o
injusto. No obstante, los que han sostenido que la expulsión autorizada por la ley 4144 no es
una pena, se han encerrado a menudo en el círculo vicioso de quitarle el carácter de tal por ser
el Poder Ejecutivo quien lo aplica; y en seguida han sostenido que la puede aplicar el Poder
Ejecutivo porque no es una pena. El diccionario define al “destierro” como pena que consiste en
expulsar una persona del lugar o territorio determinado. Esto es lo que hace el Poder Ejecutivo
en virtud de la facultad que le confiere esta ley. Cuando se sancionó esta ley, el destierro era
parte del Código Penal.
Por otra parte, Cooke criticaba la teoría de un “cuasi contrato” un pacto recíproco en entre el
extranjero y el estado que lo recibe en su seno. No habría un derecho absoluto al ser recibido
sino que su permanencia en ese territorio está siempre subordinado a la voluntad del soberano.
No obstante, la teoría del contrato no es aceptable en nuestro derecho ya que los habitantes de
la Nación no pueden ser privados de las garantías que les acuerda la Constitución, sino en virtud
de sentencia fundada en ley y no sobre la base del arbitrio del Poder Ejecutivo de determinar
violación a un contrato inexistente.
Por último, critica que se apoye la Ley 4144 en fundamentos a que el derecho a residir es de
carácter político y no civil; nuestra constitución no establece la igualdad de derechos políticos y
los extranjeros pueden ser expulsados por El Poder Ejecutivo. Para Cooke, todos los derechos
que consagra la Constitución lo son conformes a leyes que reglamentan su ejercicio, no es menos
cierto que estas últimas no podrán alterarlos que es precisamente lo que hace el artículo 2.
Cuando el extranjero se ha incorporado en carácter de “habitante”, la apreciación de su
conducta debe quedar librada al criterio del Poder Judicial tal como lo expresa el artículo 14. Y
ningún acto legislativo opuesto a la Constitución puede ser válido.
Bajo estos argumentos, Cooke expuso cual era la base de la inconstitucionalidad de la Ley 4.144.
Represión de actos de monopolio o tendientes al monopolio
Uno de los problemas centrales de la economía capitalista es la formación de monopolios que
terminan condicionando la economía. Como John William Cooke sabía, nunca le faltan
defensores a los sistemas monopolistas, con los suculentos beneficios económicos que esto
implica. Sin embargo, Cooke comprende rápidamente la necesidad de confrontar con ellos
porque la restricción de la libertad de los monopolios es condición de viabilidad para la Justicia
Social. Dicho en otros términos: el desarrollo de las potencialidades de una nación no se pueden
hacer sino es enfrentando a los monopolios.
“Se sostiene que la represión del monopolio implica una restricción a libertad de comercio; que
la producción en masa abarata al producto y llega al consumidor a precios más reducidos; que
los salarios son superiores; que la represión del monopolio restringe el desarrollo económico.
Todos estos argumentos son fácilmente rebatibles. La tendencia monopolista va siempre
acompañada de prácticas desleales que traban y dificultan la libre concurrencia a fin de
favorecer a los consorcios (…) Considerando que el monopolio absoluto en el sentido de dominio
y control total, sólo se ve en muy reducidos casos, las leyes antitrust suprimen también actos de
competencia desleal. (…) La conciencia pública de que debe existir una economía nacional se va
abriendo camino y cuando se nos hace el argumento de que alguna forma de producción o la
explotación de algunos servicios requieren el monopolio por medio de prestarse en condiciones
normales, entonces es la hora de contestar que esos servicios deben ser nacionalizados. (…) El
Parlamento tiene una excelente oportunidad de sancionar una ley que si no ha de ser eterna,
porque los medios de concentración monopolista se van aguzando y sutilizando, por lo menos
ha de deparar la posibilidad de que se ponga un freno al sistema de trabas en la libre
concurrencia. Ahora es más necesario que nunca apuntalarlo frente al proceso industrial por el
que está atravesando el país. Hay interesados en que este siga siendo un país agrícola y hay
interesados en que ese proceso industrial redunde en beneficios de pequeños grupos
económicos. (…) El libre juego de oferta y demanda como yo he afirmado no es libre ni juego”.
Cooke, en esta etapa considera que la libertad del mercado es la mejor forma de asignación y
reparto de los recursos para el desarrollo económico, sin embargo esto no significa que los
intereses de los grupos económicos monopólicos sean oponibles por sobre los intereses sociales.
Se trata de una mirada fuertemente critic. En los debates parlamentarios sostiene
expresamente: “El siglo XIX marca la muerte del liberalismo y lo marca en lo conceptual con las
ideas de Litz, pero sobre todo en la realidad de los hechos económicos, con el proceso de
concentración de capitales que vienen a dar plena ratificación a las teorías que combaten ese
sistema de libre cambio. Y el liberalismo, en su doble escuela fisiócrata y manchesteriana, es
derrotado”
“Ya no se puede contentar a los pueblos con declaraciones en el sentido de asegurarles una
igualdad política que contrasta con la desigualdad economía y menos aún, hacerles creer que
para observar la primera deben mantener la segunda. La famosa igualdad de oportunidades de
las viejas teorías es un mito que solo parece en tránsito fantasmal de formulación teórica. Yo
quisiera que alguien le dijese a los obreros de Tucumán, a los mensus, a las clases proletarias,
que ellos tienen igualdad de posibilidades porque nadie les impide veranear en Mar del Plata o
especular en la Bolsa”.
Cooke defendió en el parlamento el rol del Estado en la economía como remedio principal contra
los monopolios. Frente al embate de la bancada radical que renunciando a la tradición
Yrigoyenista hace suyos los argumentos del más crudo liberalismo antiestatal Cooke les
responde: “En otras oportunidades, eso sirvió de predica a los traidores nativos. Alguna vez,
algún ferrocarril pudo ser nuestro, pero se dijo que era poner demasiado poder en manos del
Poder Ejecutivo. Alguna vez, algún presidente quiso tener un Banco Central: Yrigoyen mando su
proyecto, Salaberry lo defendió brillantemente, pero de todos lados surgieron francotiradores
que empezaron a tocar la marchita de la dictadura financiera y del exceso de atribuciones”.
También en la cuestión económica se refiere a la repatriación de la deuda externa y la cuestión
de la soberanía, apoyando las decisiones en este sentido del Ejecutivo. La “deuda externa ha
sido fomentada por los países de penetración imperialista en nuestro continente, porque
muchos gobiernos endeudados han sido arcilla en manos de los fuertes consorcios
internacionales”.
El rol de Cooke durante la Reforma Constitucional de 1949
Cooke no fue convocado por Perón para la Asamblea Constituyente, ni para participar en la
redacción del anteproyecto. Sin embargo, expuso en forma previa durante su actuación
parlamentaria fundamentos políticos, históricos, económicos e ideológicos respecto al debate
de aquella normativa y reveló una estatura de jurista con conciencia nacional. Durante sus
discursos parlamentarios desfilaron conceptos que dieron contenido concreto a una nueva
visión del derecho y la sociedad: economía nacional, imperialismo, países semicoloniales,
liberación social y proletariado. Al tiempo que desmitificaba a la falsa sacrilización de la
propiedad privada, el libre cambio y el libre comercio, incluso la dualidad librecambio o
proteccionismo. Por ejemplo, justificó la reforma argumentando: “Los mitos del librecambio
están abandonando sus sitiales para dar lugar a imágenes todavía imprecisas, cuyas formas se
insinúan pero cuyas líneas definitivas aún no conocemos. La Constitución actual es en parte
síntesis de la realidad argentina, sólo el sistemático y malicioso falseamiento de la historia
argentina ha llevado a muchos espíritus al convencimiento que los errores cometidos por la clase
dirigente tienen por causa la Constitución, eso no es así (…) El texto de 1853 con todos sus
errores pudo haber sido la base de un ordenamiento jurídico político compatible con la realidad
argentina. En realidad, el país se organizó tomando como modelo una sociedad anónima con
directorio en el extranjero (…) Así la Constitución llegó a ser un instrumento que responde a la
interpretación única de la clase dirigente, donde lo que tenía de democrático y social no llegó a
concretarse nunca.” Por otro lado, Cooke explicitó que “no se hizo una revolución contra la
Constitución (de 1853) sino dentro de ella, buscando interpretarla lealmente en lo mucho que
tiene de democrática, de popular y de justiciera.” Calificaba a la reforma de 1949 (ley 13.233)
como una “revolución típicamente americana” que sigue a la reconquista económica y a la
liberación nacional. Además de argumentar a favor de la incorporación del hábeas corpus y los
derechos del trabajador al cuerpo constitucional, Cooke afirmaba, “somos partidarios de la
intervención estatal en todos los órdenes de la vida argentina menos en los que atañe a la
personalidad íntima del individuo”. Para él, la Constitución de 1853 era una buena constitución
pero “fracasada” a causa del apoderamiento de la oligarquía de todos los comandos de la
maquinaria del país. Bien o mal interpretada, “ha servido siempre para justificar las grandes
entregas de soberanía”. Uno de los elementos de la Constitución de 1853, elaborada por los
triunfadores de Caseros, sobre el que más recaían las críticas de Cooke era el referido a la libre
navegación de los ríos interiores: “Hay artículos que son graves, como el 26, que proclama la
libre navegación de nuestros ríos. Es el caso de preguntarse si alguna vez han pensado los
argentinos que –como dijo alguien- los ríos los hemos libertado de nosotros mismos, porque
eran nuestros”.
En el debate parlamentario del proyecto de la Ley 13.233, que declara necesaria la revisión y
reforma de la Constitución Nacional, el diputado John William Cooke expresó: “Creemos que el
Estado debe intervenir en las cuestiones económicas y que debe regular todo tipo de relación
entre capital y trabajo (…) Hay que incorporar los derechos del trabajador, que posiblemente
sean una simple declaración de anhelos, que por sí solos no significan nada, pero que tienen
mucho valor porque cristalizan en el texto constitucional la voluntad de los argentinos de
distribuir equitativamente la riqueza de la Nación”. Ver que pagina de AP Javier Azzali 2014, Pag.
11
El aporte para el debate sobre la necesidad de una nueva Constitución de Sampay estuvo
acompañado de la palabra y la acción de otros políticos populares con formación de juristas. El
joven diputado John William Cooke va a ser uno de ellos que, con motivo de la ley de
convocatoria a la reforma, argumenta la misma desde la economía, la historia y la política,
desplegando toda su capacidad de análisis y argumentativa. No obstante lo cual, el general
Perón tomó la decisión de dejarlo afuera de la constituyente, como también de la redacción del
anteproyecto del partido peronista, para lo cual confió en el catalán Figuerola de posiciones más
moderadas en el marco del movimiento nacional, aunque finalmente el texto Constitucional fue
redactado en su base por Arturo Enrique Sampay, el cual fue asesorado en algunos artículos
fundamentales como el 40 (donde establece el rol del Estado en la economía que garantizan el
ejercicio de los derechos establecidos en otros capítulos) por pensadores nacionales de la talla
de José Luis Torres y Raúl Scalabrini Ortiz.
El Peronismo es el hecho maldito en el país burgués.
John William Cooke, definió al peronismo como “el hecho maldito del país burgués”. Palabras con la fuerza simbólica de la poesía. Y la poesía, es la lengua materna del género humano como decían los románticos, o bien como quería Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro. Explosivas y contundentes como el pensamiento y la acción del hombre que fue jefe de la resistencia peronista en sus años más duros, esta definición del peronismo es justa porque es poética. Son palabras que dividen aguas incluso al interior del tumultuoso y turbulento caudal de ese río de aguas que bajan turbias que es el movimiento peronista. ¿Qué significa “hecho maldito”? ¿Qué significa “del país burgués”? Cooke abre con su palabra un universo simbólico, una lectura compleja y flexible de un proceso histórico que se marcó a fuego como experiencia del pueblo argentino. No es casualidad que el peronismo se haya hecho impronunciable por decreto. Una osadía de la historia que había que prohibir, proscribir, perseguir, encarcelar, torturar, fusilar y sobre todo desaparecer. ¿Si fue tan sólo una triste experiencia de nacionalismo burgués por qué tanto odio? Los intereses dominantes son quirúrgicos, no regalan gratuitamente su odio. Si el peronismo hubiera sido, como lo quiere cierta izquierda dogmática, un freno burgués frente al avance irrefrenable de la clase trabajadora, ¿por qué tanta saña contra sus militantes desatada después de su derrocamiento?, ¿por qué tantos ríos de tinta justificando los males que había provocado al país?, ¿por qué fue tan fuerte la seducción de su barbarie para la pléyade de jóvenes que apenas lo habían vivido como niños pero arriesgaron su vida por él en los años setenta?, ¿por qué atrajo a amplios sectores de una izquierda no dogmática que comenzó a plantearse la cuestión nacional como vértice del proceso de liberación de una nación dependiente?, ¿por qué su continuidad y vigencia aun después de la muerte de su conductor?
Para Cooke en la última etapa de su vida existía un falso dilema, peronismo-antiperonismo, que
la proscripción política a partir de 1966 había eliminado de superficie. La real división no era, a
partir de su adopción del materialismo dialéctico como método de análisis, entre partidos
políticos sino entre fuerzas sociales. Con la supresión del peronismo se liquida la voz de las
fuerzas del proletario y demás sectores populares; con la supresión de la demás fuerzas políticas
no se suprime la voz de la burguesía y del gran empresariado nacional y extranjero que no
manifiestan interés en la política partidista y si en las políticas económicas llevadas a cabo desde
el estado. Ese Estado conducido por la Dictadura de Ongania no solamente los escucha y los
expresa; directamente les pertenece.
Las burguesías europeas que impusieron en sus países la democracia liberal eran clases
de vanguardia en esa época y su hegemonía no se basaba únicamente en el poder económico
que les aseguró el manejo del Estado, sino que también impusieron su concepción de mundo a
toda la sociedad; contaron con el consenso general para sus sistemas ideológicos y sociales. En
cambio, en la Argentina esas instituciones las impuso una oligarquía portuaria comercial y
terrateniente, al margen de la voluntad del Pueblo.
El capitalismo según las palabras de Cooke en nuestro país “estaba decrepito sin pasar
por la lozanía”
En estos tiempos, de donde son la mayoría de sus libros, Cooke hace a la luz del
marxismo una relectura del peronismo. A partir de 1945, bajo el liderazgo de Perón el país
desarrolló un proceso democrático burgués que tenía como sustento en su base de apoyo a la
clase trabajadora, sectores de la clase media y del sector nacionalista del ejército. No obstante
cuando desaparecieron las condiciones de la gran prosperidad de post guerra y se cerró el ciclo
de ingreso nacional creciente, se agudizó esa lucha de clases. El ejército era partidario de una
industrialización pero no de una política social avanzada; una burguesía que una vez que había
progresado en el régimen pretendía alcanzar mayores cuotas de plusvalía aliándose con el
imperialismo y una clase obrera que se fragmentaba entre los burócratas que pretendían
“consolidar lo conquistado” y una corriente popular que se oponía a la pérdida de la dinámica
renovadora. Pese a todo, esa dispersión se disimulaba por el liderazgo de Perón que si bien podía
absorber esa contradicción no las suprimía.
¿Cómo definir a ese "hecho maldito del país burgués", según lo calificaba John William
Cooke? Quizás la mejor manera sea, en primer término, desechar las falsas categorizaciones con
que se ha pretendido aprehenderlo. ¿Se trata acaso de un movimiento fascista porque uno de
sus principales sustentos es un sector del Ejército de reconocida tendencia antibritánica? ¿Se
trata acaso de un movimiento socialista porque el otro sustento fundamental está dado por el
fervoroso apoyo de la mayoría de la clase trabajadora? Ni lo uno, ni lo otro. El fascismo es la
dictadura de la clase dominante de los países capitalistas sin colonias, apoyada en grandes
sectores de la clase media y ex -trabajadores lanzados a la desocupación, cuyo objetivo es
liquidar la izquierda y consolidar el viejo orden a través de una política expansionista. Aquí, en
cambio, la clase dominante se declara abiertamente en contra del General Perón, los
trabajadores se organizan al calor oficial y el enemigo principal -simbolizado por Braden- es el
imperialismo, con la complicidad de amplios sectores de la clase media. Por su parte, el
socialismo, por lo menos aquel que esos tiempos de Cooke se autodenominaba “científico”,
implicaba la colectivización de la propiedad. El peronismo había creido en que la libre inciativa
era motor de la economía, estableciendo el limite del monopolio por un lado y por el otro la
intervención del Estado en el control desde el interes nacional sobre los recursos estratégicos.
Esta concepción comandada en la primera etapa por un "exitoso empresario" (Miguel Miranda)
se verificó en un proceso de desarrollo con base en el mercado interno y con una distribución
de la riqueza como nunca antes se había visto en la Argentina. Las contradicciones del primer
peronismo gobernante son muchas, sin embargo los trabajadores rápidamente comprenden
que la defensa de sus intereses esta contenida en el sentido de ese movimiento, mientras que
los grupos intelectuales, incluidos los que ascribian al marxismo equivocan su interpretación y
se ponen en contra de los avances desde una matriz europea de como concebir a ese fenómeno
complejo que es el peronismo.
El desarrollo de la Argentina industrial, condicionamiento del capital por los altos
salarios y los derechos de los trabajadores que implican una justicia social que es la piedra
filosofal del perononismo, intento sostenido de generar una burguesía nacional (intento
fracasado, pues muchos de los que recibían apoyo a través de créditos blandos se enfrentaban
subjetivamente al peronismo porque no podían tolerar los beneficios de los obreros),
transformación de la propiedad a tarves de la intervecion del Estado en los principales
segmentos de la economía, concepción de la función social de la propiedad y conquistas sociales
que anudan una lealtad de la clase trabajadora a un caudillo de formación militar, hacen del
peronismo un fenómeno singular, incluso difilmente comparables con otros procesos
latinoamericanos como los de Cardenas en Mexico o Vargas en Brasial y desde allí se comprende
la dificultad para descifrar su naturaleza histórica.
Pensando Cooke desde uno de los peores situaciones del peronismo, alejado del aparato
del Estado que lo vio nacer, perseguido y proscripto, con un liderazgo imposible a miles de
kilómetros de distancia (incluso cuestionado y hasta disputado desde el vandorismo), con
fuertes intentos de cooptación (sobre todo desde el desarrollismo) o de domensticasion (aliento
de los partios neoperonistas en los tiempos de Illia), aun asi John William Cooke sigue
comprendiendo la potencialidad revolucionaria de este movimiento que se resiste a ser
encuadrado dentro de los principios liberales del sistema.
Para Cooke, la cohesión y el empuje del movimiento peronista es la de las clases que
tienden a destruir el statu quo. Esto explica que siga siendo el hecho maldito de la política
argentina. Sin embargo, plantea desde allí (y de su adscripicion a la estrategia plasmada en la
revolución cubana) a la ideología del Movimiento que no está en correspondencia con ese papel
indomable que tiene en la historia argentina de aquel tiempo. Por eso entiende al peronismo no
como un partido revolucionario en términos marxistas, lejos de ser una alienación de la clase
trabajadora como planteara la izquiera dogmatica, sino como “el más alto nivel de conciencia al
que llegó la clase trabajadora”. Cuando Cooke califica al peronismo como el hecho maldito no
solo estaba hablando de su rebeldía ante la domesticación que le intentaba imponer el sistema
sino también en términos jauretchianos, está sosteniendo que el Peronismo es ese elemento
que la colonización cultural no logra asimilar.
El Peronismo como gigante invertebrado y miope
Cooke encara la política del peronismo en una etapa complicada donde según sus
palabras la resistencia impide gobernar al enemigo pero no alcanza para imponer un gobierno
propio. Pasar de la resistencia a la ofensiva es un tema central de aquella década del sesenta. Y
todo esto está en Cooke muy cruzado por la estrategia política victoriosa de la revolución
cubana. John Willam Cooke en su etapa mas vinculada al materialismo dialectico como método
de análisis asume que si bien el peronismo ha sido formidable en la resistencia y en la protesta,
al no haber conseguido una teoría adecuada a su situación real en las condiciones políticas-
sociales contemporáneas, es incapaz de vencer al sistema. Por eso es que la enorme adhesión
que el peronismo tiene en el pueblo y en particular en la clase trabajadora que lo constituyen
en un gigante, este al carecer de la organización adecuada y la ideología precisa se convierte en
un gigante invertebrado y miope. Cooke encuentra que esto es producto de la contradicción no
resuelta entre el papel revolucionario del peronismo y la política de sus direcciones.
Sin embargo, este planteo que entusiasma a las lecturas por izquierda de Cooke, como
si tratara de un proceso de conversión religiosa, se da al mismo tiempo que rechaza
categóricamente y desde la política la idea de decretar ideológicamente la superación del
peronismo. El peronismo como identidad y como práctica de la clase trabajadora dice, aunque
le le disguste a “los soñadores de las revolución perfecta con escuadra y tiralíneas” no será
suplantado por la voluntad del izquierdismo. El peronismo será parte de cualquier revolución
real: no desaparecerá por sustitución sino por superación dialéctica; no negándoselo sino
integrándolo a una nueva síntesis. Al mismo tiempo, el único modo que tiene el peronismo de
institucionalizarse y sustituir al régimen es a través de métodos revolucionarios; no a través de
la burocratización de su dirección (que responde a fallas internas del propio peronismo) que
representa mayoritariamente a los sectores más conservadores del movimiento.
Como estructura del nucleamiento de la masa popular-política, el peronismo siempre
ha estado muy por debajo de su calidad como movimiento de masas. Las direcciones
burocráticas, según considera Cooke, no han entendido que el electoralismo en frentes que
gozan del beneplácito militar o el apoyo a diversos intentos golpistas que fueron
configurándose, son un camino infructuoso. El golpismo y el electoralismo con candidatos
“potables” no eran vías antagónicas sino funcionales al sistema, pues implicaban la renuncia a
la naturaleza revolucionaria del peronismo, a su razón de ser como instrumento de las fuerzas
trabajadoras para la conquista del poder. En palabras de Cooke, “el peronismo, incapaz de
traducir su número en fuerza, presta el número a los que detentan la fuerza, subordinándose a
sus designios. Tácitamente, de este modo se está aceptando la proscripción de la mayoría”. En
estos términos define Cooke a la burocracia, refiriéndose mucho más a la burocracia política que
a la burocracia sindical, aunque también la incluye.
Bajo la lectura de Cooke esto no siempre está inspirado por la venalidad o la traición.
Muchas veces resulta producto de un déficit de conducción, de metodología o de compromiso
teórico con la realidad nacional. La burocratización es derivada de una institucionalización de
una capa de dirigentes políticos o gremiales que no enfrentan al régimen globalmente sino que
dentro de él conciben su estrategia y por consiguiente allí buscan su apoyo.
No obstante, Cooke pronostica que aunque la burocracia ignore los antagonismos
fundamentales de la sociedad y se desplace hacia los conflictos secundarios entre las fuerzas de
la superestructura del régimen; no significa que también va a desplazar contradicciones que son
parte de la realidad objetiva y que sólo momentáneamente puede dejan de repercutir en la
conciencia de la clase trabajadora.
Para estos años las posiciones de Cooke se radicalizan y hace una fuerte crítica al
carácter policlasista del movimiento peronista, encontrando en esta cuestión su debilidad, pero
sin abjurar de su potencialidad de masas, sosteniendo que los movimientos pueden ser
“pluriclasistas pero las ideologías no lo son. O se está con los burgueses o se está con los
revolucionarios".
El rol del intelectual revolucionario
Una de las condiciones para que la clase obrera tome el poder es el rechazo de las formas
ideológicas que corresponden a la organización económico social vigente y a la creación de una
visión del mundo propia: eso es la teoría revolucionaria. Lo que la masa trabajadora necesita no
es que la halaguen ni que le digan que tiene razón sino que sus direcciones políticas le vayan
explicando cómo tiene que tener razón y que le enseñen a conocer el mundo a través de sus
propios valores y no de valores ajenos. La teoría revolucionaria es una creación en que se funden
los esfuerzos de los intelectuales revolucionarios y los sacrificios y penurias de la masa
trabajadora. El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un
fin en sí mismo ni como un atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto
pone al alcance de unos pocos y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese conocimiento
sea compartido por las masa y contribuya a que estas enriquezcan su conciencia de la realidad.
Al tiempo de interpelarlos, Cooke distancia a un intelectual revolucionario de un
intelectual de izquierda: implica moverse en un mundo de conceptos revolucionarios perfectos
sin el marco y la erosión de la vida práctica y desde allí juzgan al movimiento peronista. Así como
en esa coyuntura histórica que le toca vivir, no hay revolucionarios sino de izquierda; se puede
ser de izquierda sin ser revolucionario.
La Cuestión Nacional
En el debate sobre la cuestión nacional Cooke se aleja de las posiciones meramente simbólicas,
flokloricas, literiarias o chauvinistas en las que muchas veces caen los nacionalistas reaccionarios
que imitan poses de los nacionalismos europeos. En un sentido similar el brasileño Helio
Jaguaribe plantea “El nacionalimsmo, como se vio, no es imposición de nuestras
particularidades, si simple expresión de características nacionales. Es por el contrario un medio
para alcanzar un fin: el desarrollo”. Así ese nacionalismo que cultivan desde Scalabrini Ortiz y
Jauretche hasta el propio Perón se relaciona con el levantamiento de las fuerzas materiales para
alcanzar el pleno despliegue de las potencialidades argentinas. Así entendido el nacionalismo de
los países periféricos es sustancialmente distinto del de los países centrales o dominantes. Lo
explicaba Cooke en su carta a Eisenhower: “El nacionalismo de ustedes e agresivo, de expansión,
como corresponde a un centro cíclico, nosotros somos nacionalistas que deseamos un país libre
y soberano. Ustedes son una gran nación con una política internacional y una estrategia de
escala mundial; nosotros queremos recuperar nuestra autodeterminación y fijar una línea de
conducta que contemple nuestros intereses y no los de las potencias extranjeras sean de Oriente
o de Occidente” (carta publicada en el diario La Opinión 9 de septiembre de 1973).
A Argentina como país dependiente, oprimido por el imperialismo, no se pueden aplicar
mecánicamente los instrumentos intelectuales generados para interpretar y transformar
revolucionariamente la realidad del mundo imperialista. La cuestión nacional sigue siendo para
Cooke aun en su última etapa una cuestión de primer orden y no un mero ropaje de sus ideas
de revolución social. La revolución no es nacional solo por sus formas pero internacional por su
contenido como plantea la izquierda dogmática.
En “Punto de Vista Antimperialista”, el intelectual peruano Juan Carlos Mariátegui
sostuvo que la penetración imperialista se acrecienta a medida que se desarrolla el
capitalismo, es decir la pérdida de soberanía e independencia es consustancial con el desarrollo
capitalista, y que por ello no se puede esperar de la burguesía, clase dominante en el
capitalismo, y de la pequeña burguesía como clase que aspira a ser burguesía, una consecuente
actitud nacionalista revolucionaria; porque éstas clases ven en la cooperación con el
imperialismo la mejor fuente de provechos, no echan de menos un grado más amplio de
autonomía nacional y conservan la ilusión de la soberanía nacional; además, en el Perú señala
Mariátegui, otro elemento que impide a la burguesía nacional una actitud solidaria con las clases
explotadas consiste en su procedencia de los conquistadores, de los hacendados señores
feudales, que la hace despreciar al pueblo proveniente de las etnias y nacionalidades
conquistadas y preferir a los capitalistas extranjeros, incluso a sus sirvientes como medio de
elevarse socialmente.
La posición antiimperialista de Mariátegui se basa en la concepción económico-social
revolucionaria, el marxismo, es decir en el análisis de las relaciones económicos sociales que
explican la vinculación-dependencia del imperialismo respecto del capitalismo, del cual es su
fase última; por lo que no se puede luchar solamente contra el imperialismo, bajo un supuesto
nacionalismo, y no contra el capitalismo, sin terminar de caer en la conciliación y sometimiento
al imperialismo.
En su reflexión, Cooke altera los factores del análisis de Mariátegui. Si toda lucha debe
partir del conocimiento de nuestra situación de país semicolonial, integrante de un continente
semicolonial, el futuro nacional depende de la superación de la contradicción en el orden
económico, político y social entre la entidad nación-pueblo y la unidad oligárquico-
imperialista. El Imperialismo está presente en la estructura política de América Latina con sus
veinte soberanías teóricas encubriendo la deformación geográfica y el infraconsumo. En sus
palabras, “las masas latinoamericanas no pueden hacer causa común con los verdugos, porque
ellas también están en la lista de víctimas”. Cualquier política de liberación debe ser, ante todo,
antiimperialista. La oligarquía nativa es un subproducto que solamente será eliminado cuando
se liquide la influencia del imperialismo.
Según John William Cooke, la oligarquía intenta distraer la atención del Pueblo de este
núcleo central de la problemática de nuestra america, ya sea negando la existencia del
imperialismo, ya sea superponiéndole otros, que con la ayuda de la propaganda, presenta como
más urgentes. Por ende, el enemigo real de la liberación es el imperialismo, que actúa a través
de la oligarquía nativa y de los engranajes políticos, económicos y sociales a su servicio. Asi
concluye Cooke de modo contundente: No se puede resolver la cuestión social sin la nacional
y viceversa.