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"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas." Rodolfo Walsh Vamos a reconstruir la historia de un héroe. Uno de los tantos héroes olvidados deliberadamente en los grandes medios de comunicación o en la enseñanza académica, raleado tanto su pensamiento político como su aporte jurídico. Un pensador maldito al que ni siquiera nadie se anima a discutir seriamente. Un militante incomodo, para aquellos que consideran que la política es acomodarse en los lujosos sillones del poder. Un hombre que sinti la patria, y la vivió intensamente como un patriota. Un gordo petiso y rengo que se hizo gigante en la memoria, marcando el camino de los que quieren la liberación. Un intelectual difícilmente encasillable en los estrechos parámetros de la matriz eurocéntrica. Un militante que trascendió la consigna para producir sentido dentro de su propio movimiento. Suena extraño que el nombre de uno de los mayores cultores del nacionalismo revolucionario en la Argentina tenga un nombre en inglés: John William Cooke. Era descendiente de irlandeses, no obstante su nombre se lo debe a la anglofilia de su padre. Cooke, acaso el pensador y militante cuyo aporte teórico y práctico es imprescindible para comprender el peronismo revolucionario, nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919. Hijo de Juan Isaac Cooke, dirigente con larga trayectoria en la Unión Cívica Radical de la Provincia de Buenos Aires, y María Elvira Lenci. El origen irlandés de la familia Cooke que según su hermano Jorge condensa las principales características de John “una rara mezcla de bohemio y nómade, totalmente apasionado por la política” se remonta a una inmigración temprana a fines del siglo XIX. Es decir, al contrario de lo que sugería su nombre John William, el “Bebe” Cooke, es segunda generación de argentinos. Su padre fue amigo personal de Ricardo Balbín y militante del radicalismo alvearista. En la década del veinte, Cooke padre fue Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y en la del treinta alcanzó una banca de diputado representando a la UCR, que había bajado sus banderas de abstención revolucionaria pactando con la Concordancia. Juan Isaac Cooke fue, sin embargo uno de los que miró con buenos ojos la revolución nacionalista e industrialista de 1943 que puso fin a la década infame. Juan Isaac llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante el gobierno de Edelmiro Farrell en 1945. Desde allí y sin entrar en contradicción con su anglofilia libró una fuerte disputa diplomática con el embajador norteamericano Spruille Branden. El alto perfil de este personaje estadounidense que era orador muchas veces en los actos de la oposición hizo que se convirtiera en todo un símbolo de la intromisión de una potencia extranjera en los asuntos internos de nuestro país. John fue el principal colaborador de su padre durante esta corta gestión, pero sin embargo, aun siendo joven está no fue su primera militancia. El “Bebe” se inició en la militancia política mientras estudiaba abogacía en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Plata dentro de la Unión Universitaria Intransigente. Se

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"Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los

trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes

y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas

anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La

historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los

dueños de todas las otras cosas."

Rodolfo Walsh

Vamos a reconstruir la historia de un héroe. Uno de los tantos héroes olvidados

deliberadamente en los grandes medios de comunicación o en la enseñanza académica, raleado

tanto su pensamiento político como su aporte jurídico. Un pensador maldito al que ni siquiera

nadie se anima a discutir seriamente. Un militante incomodo, para aquellos que consideran que

la política es acomodarse en los lujosos sillones del poder. Un hombre que sinti la patria, y la

vivió intensamente como un patriota. Un gordo petiso y rengo que se hizo gigante en la

memoria, marcando el camino de los que quieren la liberación. Un intelectual difícilmente

encasillable en los estrechos parámetros de la matriz eurocéntrica. Un militante que trascendió

la consigna para producir sentido dentro de su propio movimiento.

Suena extraño que el nombre de uno de los mayores cultores del nacionalismo revolucionario

en la Argentina tenga un nombre en inglés: John William Cooke. Era descendiente de irlandeses,

no obstante su nombre se lo debe a la anglofilia de su padre. Cooke, acaso el pensador y

militante cuyo aporte teórico y práctico es imprescindible para comprender el peronismo

revolucionario, nació en La Plata el 14 de noviembre de 1919. Hijo de Juan Isaac Cooke, dirigente

con larga trayectoria en la Unión Cívica Radical de la Provincia de Buenos Aires, y María Elvira

Lenci. El origen irlandés de la familia Cooke que según su hermano Jorge condensa las principales

características de John “una rara mezcla de bohemio y nómade, totalmente apasionado por la

política” se remonta a una inmigración temprana a fines del siglo XIX. Es decir, al contrario de lo

que sugería su nombre John William, el “Bebe” Cooke, es segunda generación de argentinos. Su

padre fue amigo personal de Ricardo Balbín y militante del radicalismo alvearista. En la década

del veinte, Cooke padre fue Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y en la del

treinta alcanzó una banca de diputado representando a la UCR, que había bajado sus banderas

de abstención revolucionaria pactando con la Concordancia. Juan Isaac Cooke fue, sin embargo

uno de los que miró con buenos ojos la revolución nacionalista e industrialista de 1943 que puso

fin a la década infame. Juan Isaac llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante

el gobierno de Edelmiro Farrell en 1945. Desde allí y sin entrar en contradicción con su anglofilia

libró una fuerte disputa diplomática con el embajador norteamericano Spruille Branden. El alto

perfil de este personaje estadounidense que era orador muchas veces en los actos de la

oposición hizo que se convirtiera en todo un símbolo de la intromisión de una potencia

extranjera en los asuntos internos de nuestro país. John fue el principal colaborador de su padre

durante esta corta gestión, pero sin embargo, aun siendo joven está no fue su primera

militancia. El “Bebe” se inició en la militancia política mientras estudiaba abogacía en la Facultad

de Derecho de la Universidad de La Plata dentro de la Unión Universitaria Intransigente. Se

recibió de abogado en 1943, con apenas 24 años. Mientras estudiaba trabajó con su padre como

secretario en la Cámara de Diputados.

“El paso de Cooke por la Universidad de la década del treinta lo relacionó con la tradicional

liberal y conservadora de la Carrera de Derecho. La práctica de la Universidad argentina

denominada reformista, luego del año 1918 ha sido, más allá de los discursos construidos por

sus protectores, tradicionalmente conservadora y casi sin excepciones, ante la irrupción de

procesos sociales de contenido popular, los docentes y en menor medida los alumnos, se han

manifestado en contra” (Aritz Recalde, 2009, Tiempos Nuevos, Buenos Aires, pag 26)

Una vez egresado trabajo en el área de Defensa del Ministerio de Relaciones Exteriores en el

que trabajaba su padre, a quien siguió acompañando políticamente en su radicalismo heredero

de la tradición antiyrigoyenista.

Por estos años cuando estalla la segunda guerra mundial o interimperialista lo encontró a Cooke

como un fervoroso aliadófilo. “La Guerra Mundial se ha desencadenado y la posición a apostar

resulta una divisoria de aguas para los argentinos, Grandes diarios, intelectuales, maestros,

dirigentes de partidos tradicionales, poetas, profesionales, en fin , la mayoría abrumadora de “la

cultura” (y necesariamente debía ser así porque esa “cultura” había dio difundida por la

oligarquía para defender sus intereses), se manifiesta furiosamente aliadófila, considerando que

Estados Unidos y el Imperio Británico defienden –no su libertad imperialista- sino la libertad del

mundo contra el totalitarismo nazi. Un pequeño sector, expresado en diarios que financia la

embajada alemana y en grupos del nacionalismo reaccionario de cuño uriburista, se manifiesta,

por antidemocrático y antijudío, contrario a los aliados y partidario del Eje, pretendiendo

importar fascismo o nazismo a la Argentina. Finalmente, pequeñas organizaciones,

cuantitativamente débiles, sostienen a rajatabla la posición neutralista. (…) FORJA desde una

posición antiimperialista, rechaza todo apoyo al Imperio que nos domina pero se niega, al mismo

tiempo, a apoyar al imperialismo alemán, posible opresor futuro” (Galasso, 2004: 9).

El golpe de Estado de 1943 más allá de sus contradicciones internas, impulsando un desarrollo

industrial con eje en el mercado interno, abre las condiciones para la quiebra del viejo orden del

país agroexportador. El compromiso de Juan Isaac Cooke desde su función como Canciller, lo

acerca a su hijo como a una importante cantidad de militantes radicales que formaron la Junta

Renovadora, como también a los jóvenes forjistas que el 17 de octubre con la irrupción de los

trabajadores en la historia argentina ve realizadas sus aspiraciones de un movimiento nacional

en marcha.

En su biografía de John William Cooke, el historiador Norberto Galasso le otorga una crucial

importancia a su relación entre el 43 y el 45 con Raúl Lagomarsino y Cesar Marcos. Así de cipayo

y antirrosista se va convirtiendo a las ideas nacionales dejando atrás al niño bien que hablaba

inglés en su casa con sus padres. Cesar Marcos, que llevaba más de diez años al Bebe, era un

hijo de inmigrantes asturianos que apenas pudo cursar la escuela primaria. Pero su formación

de autodidacta era reconocida y respetada. Forjado en el revisionismo histórico y en un

nacionalismo que se va haciendo cada vez más popular por su propio origen de clase, Marcos va

a ser un personaje muy influyente en la vida de Cooke. De su mano John William empieza a

cuestionar las enseñanzas liberales del derecho para empezar a pensarlo críticamente.

Particularmente este acercamiento al revisionismo histórico va a ser la base de su pensamiento

nacional. Para hacer una patria libre era necesario combatir la versión liberal de la historia, por

entonces oficializada en todas las instancias de la enseñanza institucionalizada. Esta historia

oficial que, como dice Cooke “solamente es la representación de sus propios intereses o de los

intereses extranjeros, cubriendo todo ello bajo el manto de los dogmas históricos y de los

dogmas “democráticos” y “civilizadores” (…) Creemos que solamente se puede obtener la

liberación nacional a través de la destrucción de esos dogmas históricos falsamente fabricados”

dice John William en una de sus intervenciones como diputado.

Juntos, Cooke, Marcos y Lagomarsino se van comprometiendo cada vez más con el incipiente

peronismo que escribe el 17 de octubre de 1945 su partida de nacimiento. La clase trabajadora

hizo con esa movilización triunfante su propia irrupción en la historia.

Así define, el propio Cooke años más tarde, el cambio sustancial producido en aquella época: “Y

aquí reside la gran enseñanza, el gran ejemplo del 17 de octubre. Allí existió una movilización

espontánea de la clase trabajadora que rompió los artificiales casilleros que encuadraban el país

en una serie de denominaciones que respondían al formalismo político y no a la realidad

nacional. Las masas argentinas, reducidas hasta entonces a comparsas electorales de los

partidos tradicionales, irrumpieron con violencia para poner soluciones. Cien años de

declamación de las cacatúas coloniales no impidieron que los descamisados intuyeran una

verdad fundamental: que no se estaba dilucidando un episodio político convencional sino algo

mucho más serio y de cuyo resultado dependía la suerte por muchos años de cada hogar

humilde”.

Después de la liberación de Perón se abren las primeras elecciones verdaderamente libres desde

los elección de 1928 que le dieron la segunda presidencia a Hipólito Yrigoyen. Se hicieron el 24

de febrero de 1946, apenas unos meses después de la gesta de octubre. Los partidos

tradicionales por derecha y por izquierda confluyeron en la Unión Democrática que llevaba en

al frente de su boleta a dos radicales antipersonalistas, acompañados de cerca por las embajadas

británica y norteamericana. El peronismo improvisó un partido laborista, construido en base a

las estructuras de los gremios que habían encontrado, en el entonces Coronel Perón, por

primera vez un interlocutor en el Estado que defendiera sus derechos y promoviera sus

conquistas. Aliado a éste estaba la UCR Junta Renovadora y el partido Independiente. La

distribución de cargos fue acordada 50 y 50 para laborismo y el resto. En la Junta Renovadora

hubo elecciones internas cuyo resultado ordenó su participación en la lista. Cooke fue elegido

diputado con apenas 26 años, uno más que el requisito mínimo para ser electo fue de la mano

de la victoria de Juan Perón- Hortencio Quijano (UCR JR) sobre la Unión Democrática de

Tamborini y Mosca, apoyada por todos los partidos tradicionales.

Un joven Cooke impulsado por los radicales (contactos de su padre en muchos casos) y con una

incipiente militancia nacionalista, junto con muchos de su generación ingresaron al peronismo

para transformar la realidad que los movía a comprometerse políticamente. Como decía la

consigna de FORJA, así ellos lo sentían: “Somos una Argentina Colonial queremos ser una

Argentina Libre”. Y para ello era necesario que los trabajadores y el patriotismo impregnaran un

Estado construido para ser el garante de las condiciones de dependencia respecto

fundamentalmente del Imperio Británico.

En el Congreso y debido a su formación jurídica fue designado Presidente de la Comisión de

Asuntos Constitucionales1 de la Cámara de Diputados, de la Comisión Redactora del Código

Aeronáutico y también de la Comisión de Protección de los Derechos Intelectuales, al mismo

tiempo fue también secretario del Bloque Peronista.

Era dueño de una oratoria versátil que podía combinar en un mismo alegato conceptos teóricos

del pensamiento clásico europeo hasta Vladimir Illich Lenin, frases de Homero Manzi y

fragmentos de la historia británica, de la cual era un entusiasta lector.

Pese a ser diputado del oficialismo y defender muchas de sus causas a capa y espada, estuvo

siempre lejos de la obsecuencia que caracterizó a otros de sus compañeros del bloque y criticó

duramente alguna de las decisiones del gobierno del que formaba parte. Los verdaderamente

leales son aquellos que se animan a disentir –como diría muchos años más tarde Dardo Cabo en

una editorial de la revista El Descamisado-, a plantear sus diferencias, a darse la libertad de

pensar y proponer como comprenden lealmente que deben hacerse las cosas.

Para El “Bebe”, lealtad a Perón no significaba ni servilismo ni levantar obedientemente la mano

en la bancada cada vez que se lo requirieran. Para muestra, basta un botón: su voto en disidencia

–uno de los siete de la bancada peronista- contra las Actas de Chapultepec el 30 de agosto de

1946 o, varios años después -ya desde el llano-, en 1954, contra los acuerdos petroleros firmados

con la Standard Oil.

Entre los días 21 de febrero y el 8 de marzo del año 1945, el gobierno de Estados Unidos

desarrolló en Chapueltepec, México, la Conferencia Interamericana sobre cuestiones de la

Guerra y de la Paz. El marco era el de la Guerra Mundial y el objetivo de la nueva potencia

dominante fue organizar no solo un frente opositor contra el ya prácticamente vencido Eje

(Alemania, Japón e Italia) que reuniera a las naciones americanas, sino también ordenar y

sistema militar bajo su hegemonía hemisférica de cara al futuro. Como resultado del encuentro

se firmó la resolución de “Asistencia Recíproca y solidaridad Americana” que de manera similar

a la denominada Doctrina Monroe, caratulaba cualquier agresión a un país del continente como

parte de un ataque al conjunto de los miembros. La llamada política Panamericana habilitaba a

los Estados Unidos para la intervención en conflictos continentales. Durante un tiempo y en la

medida en que se sostuvo la neutralidad, Argentina mantuvo una posición distante hasta que

finalmente el gobierno de Farrell firmó el Acta y la declaración de guerra a los alemanes. El Poder

Ejecutivo en el año 1946 puso al Parlamento a discutir la ratificación de dicha norma. Cooke,

distante de la decisión de Perón, votó en contra, ya que en sus palabras estableció: “Con plena

conciencia del voto que voy a dar, opino que las llamadas Actas de Chapultepec y la Carta de las

Naciones Unidas deben ser rechazadas por el Congreso argentino”. Para Cooke las actas partían

de sostener un: “Sofisma y lo que es peor, es un sofisma peligroso: el de la igualdad de los

Estados”. Luego Continuó con el argumento de que: “Personalmente, pienso que estas actas,

consideradas en su conjunto y la Carta de las Naciones Unidas con ellas, importan una mengua

para nuestra soberanía” (Cooke acción parlamentaria tomo I pag 95). El propio sistema

planteado para la conformación de la voluntad de la ONU con miembros permanentes con

1 Según Richard Gillespie (1989: 22) “los conocimientos legales de Cooke le permitieron jugar un papel importante como miembro de la Cisio de Asuntos Constitucionales parlamentaria, pero se niega a permanecer encasillado y sumiso”.

posibilidad de veto conformados por las potencias vencedoras era inadmisible para el joven

diputado. En resumen, Cooke considera que la soberanía nacional no podía ser solamente

garantizada por actas internacionales. La soberanía solo podía y debía ser defendida por el

Estado, representado por el presidente y el ministro de Relaciones Exteriores a través de

medidas prácticas y estrechas relaciones de solidaridad con otros pueblos del mundo. La

igualdad entre estados era, para él, un sofisma peligroso: la igualdad jurídica tiene su

contrafigura en la desigualdad material que suele pesar más en la realidad. “Yo creo que las

Actas de Chapultepec son un peligro y no una esperanza para los pueblos de América”.

Para la mirada de Perón, en cambio, ambas actas venían relacionadas, e implicaban no dejar

marginada a la Argentina de un incipiente sistema internacional (no necesariamente justo) de

relaciones entre naciones. Sobre todo firmar Chapultepec era el costo político por no dejar como

un paria internacional a nuestro país bajándole los decibles al enfrentamiento con los

norteamericanos que se oponían al ingreso de Argentina en la Carta de San Francisco (ONU).

Sin embargo, la actuación de Cooke como Diputado no fue solo de oposición a las iniciativas de

Perón. Por el contrario, fue una de las voces cantantes de varios proyectos del ejecutivo. Formó

parte de la redacción leyes relacionadas con el tema educativo y cultural. En esto lo podemos

ver fundamentando el “Crédito de ayuda y fomento a editoriales argentinas”; el proyecto de ley

de “Conservación de cosas muebles e inmuebles de interés histórico, arqueológico,

paleontológico o artístico”; el proyecto de “Organización de academias de cultura e

investigaciones científicas”, entre otros muchos. La defensa del patrimonio cultural o el fomento

del libro no eran proyectos aislados de Cooke, sino que por el contario, formaron parte del plan

educativo general del gobierno establecido en el Primer Plan Quinquenal, es decir, era parte de

la estrategia general del peronismo en el poder. El gobierno relacionó estrechamente la noción

de justicia social, la de soberanía política, y la de independencia económica e industrialización

con el acceso a educación. Sobre la primera cuestión y como lo planteó Perón: “Hasta el

advenimiento del Justicialismo, la enseñanza estaba sólo al alcance de la oligarquía. El hijo de

un hombre del Pueblo no podía nunca llegar ni a la enseñanza secundaria y menos aún a la

universitaria por la simple razón del dinero” (Perón 1958). Como enseña Aritz Recalde el

peronismo desarrolló el Ministerio de Educación de la Nación e invirtió gran cantidad de

recursos en infraestructura edilicia escolar y deportiva y en el mejoramiento de las condiciones

salariales docentes. Asimismo y cuestión trascendente para la historia del sistema de Educación

Superior latinoamericano, el gobierno decretó la gratuidad universitaria y eliminó los cursos de

ingreso a través de los decretos 29.337/49 y 4.493/52. A partir de estas y otras medidas, se

produjo una considerable ampliación de las matrículas, implementando una profunda

democratización del ingreso a la Universidad argentina. Como parte de la implementación de la

justicia social a través del ingreso a la Educación Superior, el gobierno promovió la

implementación de horarios nocturnos para los trabajadores a partir de la fundación de la

Universidad Obrera. La educación en todos los niveles pasó a ser un derecho social universal

(Recalde Aritz e Iciar. Universidad y liberación nacional. Editorial nuevos tiempos. Buenos Aires

2007).

Cooke en la fundamentación de dichas normas y preocupado por el pensamiento nacional

sostenía: “No es admisible que en algunos rubros, el 99 por ciento de los autores publicados

sean extranjeros, con olvido de los autores argentinos que en esos mismos géneros literarios y

en esas mismas materias han producido obras que superan a las de los autores foráneos” (Cooke

Accion parlamentaria tomo I 142).

Las posiciones críticas del Cooke en el parlamento hicieron que no pudiera renovar la banca de

diputado nacional. No fue el único que quedó marginado del gobierno entre los peronistas por

crítico. Arturo Jauretche y los forjistas que colaboraban con el gobierno de Domingo Mercante,

que no pudo renovar en la provincia de Buenos Aires, después de ser el presidente de la

Convención Constituyente de 1949. El autor principal de la misma el doctor Arturo Enrique

Sampay corrió la misma suerte. La revolución peronista sufrió un proceso de empantanamiento

a partir de la hegemonía de los sectores de la consolidación y a veces incluso de la restauración

dentro del movimiento. Cooke definió a ese proceso como de burocratización de las

conducciones que frenó el impulso transformador del primer peronismo.

Eva Duarte le ofreció ser el director del periódico Democracia. Pero Cooke no se llevaba bien

con ciertos sectores que jugaban con ella, como Raúl Alpod que manejaba el sistema de

comunicación durante aquel peronismo. Por eso rechazó el ofrecimiento2.

No estar en un cargo no implicó para Cooke abandonar la política. La actitud de un militante

comprometido es precisamente la que lo diferencia de aquellos que asumen la política solo

como un medio para el enriquecimiento personal.

Se metió de lleno en el Instituto Juan Manuel de Rosas del que llegó a ser vicepresidente y

empezó a dirigir la revista semanal De Frente en 1954, junto con Cesar Marcos. Esta revista, cuyo

subtítulo era “testigo insobornable de la realidad mundial” funcionó hasta 9 de enero de 1956

cuando fue clausurada por la dictadura de Aramburu y llegó a editar 95 números.

Durante estos años asume como titular de Cátedra de la materia Economía Política de la

Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

Siguió fiel al peronismo durante el segundo gobierno cuando las circunstancias (dos pésimas

cosechas), o los errores (como creer que la guerra de Corea iba a traer la tercera guerra mundial)

o las limites (intento infructuoso de crear una burguesía nacional) llevaron al peronismo a una

desaceleración de las conquistas populares y a pensar en ciertas concesiones sobre todo por la

necesidad de capital y la imposibilidad de avanzar sobre la propiedad tradicional de la tierra,

renta diferencial del país. En estos años creció dentro del propio movimiento una burocracia

cada vez más encaramada en el poder que creían en la infalibilidad de Perón, y ni osaban discutir

sus propuestas. Cooke en cambio, fiel a su estilo cuestionó por ejemplo los contratos petroleros

elaborados por Perón, también la ley de inversiones extranjeras y el Congreso de la

Productividad.

En cuanto al modo que justificó su rechazo a los contratos petroleros, ya sin estar sujeto a un

cargo parlamentario, Cooke consideraba que era un mal precedente, además de no ser el

2 Gillespie (1989: 23) sostiene que le dijo a sus amigos: “No quiero terminar peleándome con esa corte de obsecuentes”

camino indicado para lograr el autoabastecimiento. “La economía no ha sido nunca libre o se la

dirige y controla por el Estado en beneficio del pueblo o la manejan los monopolios en perjuicio

de la Nación” eso había afirmado el propio Perón y John William Cooke era su discípulo más

consecuente.

En el año 1964 Cooke comentó su posición sobre los contratos petroleros desde la Revista De

Frente (segunda época): “Combatí el proyecto. Lo combatí no porque considerase que era lo

mismo que tratase con un consorcio petrolero un gobierno cualquiera que un gobierno que,

como ese, controlaba los resortes de la economía, es decir, el comercio exterior a través del

I.A.P.I., los depósitos bancarios, la emisión, que contaba con una fuerza sindical y con gran apoyo

de masas. Digo esto porque hay que hacer un distingo entre las condiciones en que puede tratar

un gobierno nacionalista de este tipo, y otro cualquiera que, por buenas que sean sus

intenciones, siempre está sujeto a una serie de limitaciones propias de su misma naturaleza, que

llamaremos “democrático – burguesa (...) no obstante esta diferenciación me opuse al contrato

con la California por entender que era un mal precedente, y que no era ese el camino para lograr

el autoabastecimiento; con el agravante de que podía desviar al Movimiento de otras posiciones

de profundo contenido revolucionario” (Cooke, John William. Peronismo y Petróleo (1964). P.

10).

En el año 1953 Cooke es enviado oficial a Viena a la Conferencia de la Paz de los Partidos

Comunistas. Allí fue su primer contacto efectivo con el movimiento comunista internacional. Sin

embargo, no fue una buena experiencia a la que Cooke le diera importancia.

La crisis del modelo peronista, disparada por un par de malas cosechas, implico que Perón

construyera una respuesta desde su nuevo Ministro Gomez Morales (más ligado a la ortodoxia

económica). Esta respuesta y el programa estabilizador fue exitoso ya que consiguió apuntalar

las principales variables del capitalismo argentino: frenar la inflación, recuperar la productividad

agrícola y retomar el crecimiento sostenido que fue interrumpido recién en el año 1955. El

Peronismo no necesitó claudicar en las principales medidas de protección de la economía

nacional y del manejo de los principales recursos estratégicos en manos del Estado. Los sectores

populares siguieron leales al gobierno más allá de algunas privaciones y compensaciones que

equilibraron en un 50 y 50 la balanza entre capital y trabajo. La oligarquía, con su fuente de

poder económico todavía intacto, pudo recomponer sus alianzas logrando penetrar

fuertemente en dos sectores que habían sido importantes para la primera etapa del peronismo

como las FFAA y la Iglesia. La burocratización del peronismo también ayudó para dejarlo falto

de reacción frente al avance reaccionario.

El pináculo de esta ofensiva fueron los bombardeos de 16 de junio de 1955. El intento de

asesinar al presidente constitucional y después del fracaso ir directamente contra las personas

nucleadas en la Plaza de Mayo nos demuestran que esa oligarquía estaba dispuesta a cruzar la

línea de sangre para defender sus privilegios y obtener sus objetivos. Los aviones de la Marina

embanderados en la consigna de “Cristo Vence” descargaron más bombas sobre Plaza de Mayo

que la Luttwafe Nazi sobre Guernica, el símbolo universal de la barbarie en el marco de una

guerra civil, inmortalizado en el cuadro de Pablo Picasso.

“Cooke mismo se transformó en una figura destacada de la línea más militante dentro del

peronismo, sin desafiar los objetivos políticos del peronismo, pero adoptando en realidad una

línea dura de cómo defender el régimen peronista cuando la oposición aumentaba” (Gillespie,

1989: 23). Fue la primera persona en ser convocada después de los bombardeos. El General le

ofreció el cargo de Secretario de Asuntos Técnicos de la presidencia. Cooke le respondió “no es

tiempo de la técnica sino de la política” y entonces fue designado como interventor del partido

peronista de la ciudad de Buenos Aires. Allí, según lo refiere Alicia Eguren se encontró con una

estructura burocrática que no podía ser cambiada rápidamente. Mientras tanto la ofensiva

golpista arreciaba. Cooke no se quedó quieto y salió a recorrer sindicatos y unidades básicas

para sumar voluntades a su estrategia de movilización popular y resistencia armada para frenar

el inminente golpe militar.

Una vez producido el golpe, muchos de los más obsecuentes le dieron la espalda a Perón y al

peronismo. No así John William Cooke. Como lo reconoce el propio General: “El doctor Cooke

fue el único dirigente que se conectó a mí y el único que tomó abiertamente una posición de

absoluta intransigencia como creo yo que corresponde al movimiento que vive nuestro

movimiento. Fue también el único dirigente que sin pérdida de tiempo construyó un Comando

de Lucha en la Capital que confió a Lagomarsino y Marcos, mientras el estuviera en la cárcel. Fue

también el único dirigente que mantuvo permanentemente enlace conmigo y que, a pesar de

sus desplazamientos de una cárcel a otra, pudo llegar siempre a mí con su información y yo a él

con mis directivas” (citado en Peronismo y socialismo. Número 1 septiembre de 1973).

Dice el historiador británico Gillespie (1989: 26): “Durante su detención en la Penitenciaria de

avenida Las Heras, Cooke demostró su coraje al escupirle en la cara a un oficial al ser colocado

contra una pared para un simulacro de ejecución. Después de haber pasado por varias prisiones,

Cooke termino en la cárcel de Rio Gallegos”. Desde allí, junto con Héctor J. Campora por

entonces un de los más obsecuentes del peronismo y ex presidente de la Cámara de Diputados;

José Espejo, ex secretario general de la CGT; el empresario peronista Jorge Antonio y otros

compañeros se escapan para Chile.

John William Cooke fue a quien le tocó la difícil tarea de conducir la inorgánica resistencia

peronista en sus primeros tiempos. Esa posición que se ganó con su acción fue revalidada por el

propio Perón cuando lo nombró no solo delegado sino heredero (cosa que no hizo después con

ninguno de los otros delegados) con carta del 2 de noviembre de 1956. Dice ahí Perón: “En él

[Cooke] reconozco al único jefe que tiene mi mandato para presidir a la totalidad de las fuerzas

peronistas organizadas en el país y en el extranjero, y sus decisiones tienen el mismo valor que

las mías. En caso de mi fallecimiento, en él delego el mando”.

En Chile, John William Cooke como delegado de Perón recibió la visita de los emisarios de

Frondizi (entre ellos Ricardo Rojo amigo personal del Che Guevara en su juventud). Le proponían

hacer un pacto que le permitiera ganar a la UCR Intransigente comandada por Frondizi

imponiéndose sobre la otra fracción en la que se había dividido el radicalismo: la UCR del Pueblo

comandada por Balbín y Zabala Ortiz (quien tenía el dudoso mérito de ser el único civil en los

bombardeos de personas inocentes en la plaza de mayo en 1955).

Cooke no se oponía a un acuerdo táctico que le diera al peronismo un espacio de respiro en el

cual reorganizar las fuerzas peronistas golpeadas por la represión y usar una ley de asociaciones

profesionales para legalizar la hegemonía peronista en el movimiento sindical. Su primer

impulso de una estrategia insurreccional, alentado por las huelgas que promovieron las

recientemente creadas 62 organizaciones a fines de 1957 y su programa revolucionario de La

Falda, se fueron desvaneciendo en la medida en que avanzaba la represión y la persecución

sobre militantes políticos y sindicales. Era necesario ganar tiempo y legalidad.

Cooke viajó a Caracas y junto con el enviado de Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio, firmaron el

llamado pacto secreto de Caracas. Mediante este Perón se comprometía a mandar la orden de

voto a Frondizi y este a hacer una legalización del peronismo y convocar prontamente a

elecciones sin proscripciones. Sus viejos amigos de la resistencia, Marcos y Lagomarsino no le

perdonaban a Cooke su participación en este pacto. Alrededor de 800.000 peronistas

desconocieron la directiva y siguieron votando en blanco como lo habían hecho en la

convocatoria para la convención constituyente de 1957. Los que sí obedecieron a Perón

alcanzaron para que Frondizi saliera electo presidente. Una vez en el poder, éste solo cumple

una pequeña parte del pacto que era la legalización de la CGT, mientras que en el resto se guía

más por el pacto que había hecho con los propios militares. Las fuerzas militares siguieron

condicionando su gobierno durante todo el tiempo de su ejercicio a través de los llamados

“planteos”.

Cooke se encuentra entre dos fuegos por un lado los resquemores de la línea dura por haber

sido parte del arreglo con un gobierno que continuaba las políticas de proscripción, exclusión y

persecución de los militantes peronistas y por el otro lado los de la línea blanda que buscaba

predominar sobre Cooke acusándolo de intransigente, al tiempo que intentaban aislar a los

sectores revolucionarios del peronismo negociando con el gobierno desarrollista.

En estos tiempos Cooke discutía vía correspondencia mano a mano con Perón, logrando que

este se rectifique de algunos de sus errores, pese a que claramente uno era la conducción

estratégica y otro la táctica.

Cooke volvió a la argentina en 1958. Su primera acción fue el apoyo de la huelga que estaban

haciendo los trabajadores petroleros contra el gobierno de Frondizi y su política de

extranjerización del petróleo. Pero ni bien piso el país, fue puesto nuevamente en prisión hasta

fines de ese año.

En enero de 1959, cuando el presidente Frondizi decidió privatizar el Frigorífico Nacional

Lisandro de la Torre, prácticamente regalándoselo a la CAP que nucleaba los grandes

productores rurales de la provincia de buenos Aires, los trabajadores tomaron el frigorífico y

decretaron la huelga general revolucionaria. Cooke se hizo presente e impulsó desde allí la

política insurreccionalista que pregonaba. Cooke como responsable del peronismo difundió la

proclama que decía: “Esta huelga es política, en el sentido de que obedece a móviles más

amplios y trascendentes que un aumento de salarios o una fijación de jornada laboral. Aquí se

lucha por el futuro de la clase trabajadora y por el futuro de la Nación”. El enfrentamiento del

peronismo con las políticas de concentración y extranjerización de la economía de Frondizi era

total.

Cooke estaba en la cima de su influencia dentro del movimiento obrero, aunque este momento

fue de corta duración. Frondizi envió el ejército y los tanques Sherman para recuperar el control

sobre el Frigorífico y todo el barrio de Mataderos que se había solidarizado y movilizado en

apoyo de los huelguistas.

Ante la derrota los políticos de la línea blanda aprovecharon para destituir a Cooke de sus

responsabilidades dentro del peronismo. El historiador Daniel James (en Resistencia e

Integración) interpreta que en el contexto el retroceso de la lucha de masas se sumó al fracaso

de Cooke como jefe de la resistencia de poder contener en su estrategia a todos los sectores del

movimiento, incluso a los más contemplativos con el régimen (fuerza de la restauración dentro

del movimiento), tanto en el terreno político cuando en el sindical.

Frondizi establece un plan de represión llamado Conintes (Conmoción Interna del Estado) por el

cual militariza el control del territorio y encarcela a los miembros más consecuentes de la

resistencia peronista. Desde la clandestinidad John William Cooke ejerció influencia indirecta

sobre la primera experiencia de guerrilla rural que se dio en nuestro país. Esta fue denominada

a partir del nombre de guerra de su jefe “Uturuncos”, palabra quechua que significa Hombre-

Tigre.

Cooke acorralado y desplazado de su rol de conducción del movimiento decide viajar a Cuba,

donde poco tiempo antes se había producido la Revolución encabezada por Fidel Castro, y los

“barbudos” del movimiento 26 de julio.

De la mano de su compañera Alicia Eguren, se identificó plenamente con la revolución cubana y

estuvo dispuesto para servir tanto de instructor de las fuerzas revolucionarias como para

anotarse de miliciano en los tiempos de la invasión (apoyada por los norteamericanos) de Bahía

de los Cochinos, como cuando se pretendió instalar una guerrilla contrarrevolucionaria en las

sierras del Escambray. Pero Cooke era mucho más útil con la cabeza que con las manos. A

menudo se quejaba que los objetos “lo atacaban”. Así de torpe era, además de su tendencia a

la obesidad que en nada ayudaba a ser un combatiente guerrillero. Pese a esos límites se siguió

entrenando en Cuba con la idea de instalar un foco guerrillero en Argentina. Gillespie comenta

“Siempre disfrutó del respeto y el afecto de la Juventud Peronista al igual que de un amplio

prestigio como resultado de su papel en la resistencia, pero su realidad física estaba en creciente

contradicción con la imagen del militante generalmente asociada con él”.

Su nivel de compromiso con la revolución cubana y particularmente con el impulso de la idea

guevarista del foquismo condujeron a Cooke a ampliar sus diferencias con Perón desde 1962.

Sin embargo, su rol va a ser el de conformar un puente permanente entre peronismo y

guevarismo, que tanto peso va a tener en la década del 70. Cooke no solo se convirtió en un

entusiasta de las ideas del Che en Argentina, también fue quien ayudo a realizar un cambio en

el pensamiento de los cubanos respecto del peronismo. La visión sostenida por gran parte de

las izquierdas en el mundo era que el peronismo era simplemente una variante del fascismo. Su

crítica al Partido Comunista Argentino escribió especialmente para Fidel Castro, hizo que el líder

de la revolución cubana tuviera una clara inclinación hacia la simpatía con el peronismo

revolucionario en los años posteriores.

Pese a las diferencias con Perón nunca cuestionó el liderazgo del General en el conjunto del

movimiento y su valor como símbolo para la mayoría del pueblo argentino. Lo que intentó

siempre durante estos años y hasta su muerte fue influir sobre Perón para que dejara su exilio

en el Madrid de Franco para pasar a la Cuba de Fidel. Por intermedio del propio Cooke Fidel

Castro llego a invitar formalmente a Perón. Según Gallego Soto, uno de los colaboradores de

Perón, también se llegó a organizar en Puerta de Hierro una reunión secreta con Ernesto Che

Guevara, que llego a Madrid disfrazado de monje capuchino.

Cuando los sectores de izquierda se ponen a interpretar al peronismo y reivindican a John

William Cooke, hacen una reducción de Cooke a esta etapa donde el adscribe a nivel teórico al

materialismo dialéctico como método de análisis (aunque jamás suscribe la estrategia propia de

los partidos de izquierda). Para la izquierda dogmática Cooke es el eslabón perdido en el

homínido peronista y el verdadero hombre racional y políticamente correcto de ideas de

izquierda. Lejos de eso consideramos que la obra y la acción concreta de Cooke son los

fundamentos de una teoría y una praxis de un peronismo revolucionario que jamás deja de lado

(y esto es una constante esencial de todo el recorrido de su pensamiento) la defensa de los

intereses nacionales y la defensa de los intereses populares (en el amplico concepto que esto

significa) como base de los mismos. Todo esto en una clara concepción de la preponderancia

que debía tener los trabajadores en esa revolución nacional necesaria. Su vida y su pensamiento

fueron siempre una búsqueda de cómo defender mejor en cada momento estos intereses

concretos.

Cooke recién estuvo en condiciones de volver al país durante el gobierno de Illia. De esta época

es la mayor parte de sus trabajos publicados como libros. Uno de los más influyentes fue “El

Peronismo y el golpe de estado, informe a las bases”, reeditado como “Peronismo y revolución”

en 1971. Este texto es un duro análisis del golpe de estado de Onganía y la discusión de las tareas

de la nueva etapa que debía encarar el peronismo.

Por estos años funda una organización que se va a llamar Acción Revolucionaria Peronista que

predica la acción armada contra la dictadura, pero que nunca logra implementar hechos

concretos de esta naturaleza.

Pese a que su influencia se reduce por entonces a pequeños grupos juveniles y estudiantiles es

elegido unánimemente por grupos peronistas y guevaristas para conducir en 1966 y 1967 las

delegaciones de Argentina a la conferencia tricontinental (América, Asia y África) y la OLAS

(Organización Latinoamericana de Solidaridad) que funcionaron como espacios de debate del

movimiento revolucionario, con hegemonía de aquellos que proponían como vía de la

revolución la lucha armada.

Cooke estaba seriamente afectado por un cáncer galopante que se lo llevó cuando apenas había

cumplido 48 años. Fue el 19 de septiembre de 1968 y por una de esas raras coincidencias de la

vida fue el mismo día en que cayó preso un comando de las incipientes FAP (Fuerzas Armadas

Peronistas) en la localidad tucumana de Taco Ralo.

En su testamento escrito poco antes de su muerte John William Cooke escribe palabras

proféticas: “Yo viviré en el afecto de los que me quisieron , pero fundamentalmente viviré en

aquellos que continúan con la misma pasión con que yo lo hice, la militancia por la liberación de

mi Patria y la liberación de Latinoamérica, ese es mi futuro”.

De hecho, Cooke se convirtió en lectura obligada de los militantes del peronismo revolucionario.

Sus trabajos comenzaron, varios años después de su muerte, a ser publicados y leídos

masivamente entre los sectores politizados. Gillespie consigna que entre los libros peronistas

después de los del fundador del movimiento se encuentran los de John William Cooke.

SEGUNDA PARTE: Algunas ideas fundamentales de Cooke.

Vamos a reflexionar sobre el rol de John William Cooke como el brillante jurista que como

primera espada legislativa del peronismo descolló en el ámbito parlamentario. De este modo,

revisaremos su participación en la derogación de la infame Ley de Residencia, su posición ante

los monopolios y su posición en la Reforma Constitucional de 1949. A posteriori, desglosaremos

la frase hizo célebre Cooke: “el peronismo el hecho maldito en el país burgués”. Finalmente,

desarrollaremos los conceptos que trabajó respecto al imperialismo y cómo argumentó que es

imposible resolver la cuestión social sin la nacional y viceversa.

Contra la “Ley de Residencia”

En 1899, el senador Miguel Cané presentó un proyecto de ley que constaba de cinco artículos y

en que se concedía al Poder Ejecutivo facultades para expulsar a todo extranjero cuya conducta

pudiera comprometer la seguridad nacional, turbar el orden público o la tranquilidad social. El

proyecto de Cané no era sino un reflejo del desprecio por lo distinto de una oligarquía que se

sentía invadida por una inmigración que no era como anhelaba anglosajona y del norte de

Europa, particularmente de aquellos que venían escapando de persecuciones en sus lugares de

nacimiento por su compromiso político o sindical. La persecución de los inmigrantes políticos

que fueron quienes se pusieron al hombro la tarea de conformar las primeras organizaciones

obreras y su deportación era en muchos casos una sentencia de muerte, pues estaban acusados

sin defensa en sus países de origen.

Cooke en el marco de un proceso de ampliación de los derechos de los trabajadores llevado a

cabo por el peronismo explica la necesidad de derogar la ley. De acuerdo a lo que expone, el

artículo 2 fue utilizado como arma política para destruir movimientos sindicales perfectamente

lícitos, para coartar la libertad de expresión y para dominar rebeldías. Parafraseando a

Alexander Hamilton, autor de El Federalista: “las leyes se hacen con criterio de que los

encargados de ejecutarlas pueden llegar a su violación. Si se tratara de ángeles, no habría

necesidad de hacer leyes”.

De acuerdo a la visión de Cooke, el problema consistía en determinar si la expulsión de

extranjeros que autorizaba el artículo 2 constituía una pena o era simplemente la ejercitación

del poder de policía. No se puede escapar a la dilucidación que la naturaleza jurídica de la

expulsión es de fundamental importancia por cuanto afecta directamente a la

constitucionalidad de la ley. Incluso para la Corte Suprema, aún en el caso que no constituya una

pena, se estima que el procedimiento administrativo no debe ser arbitrario, secreto, opresivo o

injusto. No obstante, los que han sostenido que la expulsión autorizada por la ley 4144 no es

una pena, se han encerrado a menudo en el círculo vicioso de quitarle el carácter de tal por ser

el Poder Ejecutivo quien lo aplica; y en seguida han sostenido que la puede aplicar el Poder

Ejecutivo porque no es una pena. El diccionario define al “destierro” como pena que consiste en

expulsar una persona del lugar o territorio determinado. Esto es lo que hace el Poder Ejecutivo

en virtud de la facultad que le confiere esta ley. Cuando se sancionó esta ley, el destierro era

parte del Código Penal.

Por otra parte, Cooke criticaba la teoría de un “cuasi contrato” un pacto recíproco en entre el

extranjero y el estado que lo recibe en su seno. No habría un derecho absoluto al ser recibido

sino que su permanencia en ese territorio está siempre subordinado a la voluntad del soberano.

No obstante, la teoría del contrato no es aceptable en nuestro derecho ya que los habitantes de

la Nación no pueden ser privados de las garantías que les acuerda la Constitución, sino en virtud

de sentencia fundada en ley y no sobre la base del arbitrio del Poder Ejecutivo de determinar

violación a un contrato inexistente.

Por último, critica que se apoye la Ley 4144 en fundamentos a que el derecho a residir es de

carácter político y no civil; nuestra constitución no establece la igualdad de derechos políticos y

los extranjeros pueden ser expulsados por El Poder Ejecutivo. Para Cooke, todos los derechos

que consagra la Constitución lo son conformes a leyes que reglamentan su ejercicio, no es menos

cierto que estas últimas no podrán alterarlos que es precisamente lo que hace el artículo 2.

Cuando el extranjero se ha incorporado en carácter de “habitante”, la apreciación de su

conducta debe quedar librada al criterio del Poder Judicial tal como lo expresa el artículo 14. Y

ningún acto legislativo opuesto a la Constitución puede ser válido.

Bajo estos argumentos, Cooke expuso cual era la base de la inconstitucionalidad de la Ley 4.144.

Represión de actos de monopolio o tendientes al monopolio

Uno de los problemas centrales de la economía capitalista es la formación de monopolios que

terminan condicionando la economía. Como John William Cooke sabía, nunca le faltan

defensores a los sistemas monopolistas, con los suculentos beneficios económicos que esto

implica. Sin embargo, Cooke comprende rápidamente la necesidad de confrontar con ellos

porque la restricción de la libertad de los monopolios es condición de viabilidad para la Justicia

Social. Dicho en otros términos: el desarrollo de las potencialidades de una nación no se pueden

hacer sino es enfrentando a los monopolios.

“Se sostiene que la represión del monopolio implica una restricción a libertad de comercio; que

la producción en masa abarata al producto y llega al consumidor a precios más reducidos; que

los salarios son superiores; que la represión del monopolio restringe el desarrollo económico.

Todos estos argumentos son fácilmente rebatibles. La tendencia monopolista va siempre

acompañada de prácticas desleales que traban y dificultan la libre concurrencia a fin de

favorecer a los consorcios (…) Considerando que el monopolio absoluto en el sentido de dominio

y control total, sólo se ve en muy reducidos casos, las leyes antitrust suprimen también actos de

competencia desleal. (…) La conciencia pública de que debe existir una economía nacional se va

abriendo camino y cuando se nos hace el argumento de que alguna forma de producción o la

explotación de algunos servicios requieren el monopolio por medio de prestarse en condiciones

normales, entonces es la hora de contestar que esos servicios deben ser nacionalizados. (…) El

Parlamento tiene una excelente oportunidad de sancionar una ley que si no ha de ser eterna,

porque los medios de concentración monopolista se van aguzando y sutilizando, por lo menos

ha de deparar la posibilidad de que se ponga un freno al sistema de trabas en la libre

concurrencia. Ahora es más necesario que nunca apuntalarlo frente al proceso industrial por el

que está atravesando el país. Hay interesados en que este siga siendo un país agrícola y hay

interesados en que ese proceso industrial redunde en beneficios de pequeños grupos

económicos. (…) El libre juego de oferta y demanda como yo he afirmado no es libre ni juego”.

Cooke, en esta etapa considera que la libertad del mercado es la mejor forma de asignación y

reparto de los recursos para el desarrollo económico, sin embargo esto no significa que los

intereses de los grupos económicos monopólicos sean oponibles por sobre los intereses sociales.

Se trata de una mirada fuertemente critic. En los debates parlamentarios sostiene

expresamente: “El siglo XIX marca la muerte del liberalismo y lo marca en lo conceptual con las

ideas de Litz, pero sobre todo en la realidad de los hechos económicos, con el proceso de

concentración de capitales que vienen a dar plena ratificación a las teorías que combaten ese

sistema de libre cambio. Y el liberalismo, en su doble escuela fisiócrata y manchesteriana, es

derrotado”

“Ya no se puede contentar a los pueblos con declaraciones en el sentido de asegurarles una

igualdad política que contrasta con la desigualdad economía y menos aún, hacerles creer que

para observar la primera deben mantener la segunda. La famosa igualdad de oportunidades de

las viejas teorías es un mito que solo parece en tránsito fantasmal de formulación teórica. Yo

quisiera que alguien le dijese a los obreros de Tucumán, a los mensus, a las clases proletarias,

que ellos tienen igualdad de posibilidades porque nadie les impide veranear en Mar del Plata o

especular en la Bolsa”.

Cooke defendió en el parlamento el rol del Estado en la economía como remedio principal contra

los monopolios. Frente al embate de la bancada radical que renunciando a la tradición

Yrigoyenista hace suyos los argumentos del más crudo liberalismo antiestatal Cooke les

responde: “En otras oportunidades, eso sirvió de predica a los traidores nativos. Alguna vez,

algún ferrocarril pudo ser nuestro, pero se dijo que era poner demasiado poder en manos del

Poder Ejecutivo. Alguna vez, algún presidente quiso tener un Banco Central: Yrigoyen mando su

proyecto, Salaberry lo defendió brillantemente, pero de todos lados surgieron francotiradores

que empezaron a tocar la marchita de la dictadura financiera y del exceso de atribuciones”.

También en la cuestión económica se refiere a la repatriación de la deuda externa y la cuestión

de la soberanía, apoyando las decisiones en este sentido del Ejecutivo. La “deuda externa ha

sido fomentada por los países de penetración imperialista en nuestro continente, porque

muchos gobiernos endeudados han sido arcilla en manos de los fuertes consorcios

internacionales”.

El rol de Cooke durante la Reforma Constitucional de 1949

Cooke no fue convocado por Perón para la Asamblea Constituyente, ni para participar en la

redacción del anteproyecto. Sin embargo, expuso en forma previa durante su actuación

parlamentaria fundamentos políticos, históricos, económicos e ideológicos respecto al debate

de aquella normativa y reveló una estatura de jurista con conciencia nacional. Durante sus

discursos parlamentarios desfilaron conceptos que dieron contenido concreto a una nueva

visión del derecho y la sociedad: economía nacional, imperialismo, países semicoloniales,

liberación social y proletariado. Al tiempo que desmitificaba a la falsa sacrilización de la

propiedad privada, el libre cambio y el libre comercio, incluso la dualidad librecambio o

proteccionismo. Por ejemplo, justificó la reforma argumentando: “Los mitos del librecambio

están abandonando sus sitiales para dar lugar a imágenes todavía imprecisas, cuyas formas se

insinúan pero cuyas líneas definitivas aún no conocemos. La Constitución actual es en parte

síntesis de la realidad argentina, sólo el sistemático y malicioso falseamiento de la historia

argentina ha llevado a muchos espíritus al convencimiento que los errores cometidos por la clase

dirigente tienen por causa la Constitución, eso no es así (…) El texto de 1853 con todos sus

errores pudo haber sido la base de un ordenamiento jurídico político compatible con la realidad

argentina. En realidad, el país se organizó tomando como modelo una sociedad anónima con

directorio en el extranjero (…) Así la Constitución llegó a ser un instrumento que responde a la

interpretación única de la clase dirigente, donde lo que tenía de democrático y social no llegó a

concretarse nunca.” Por otro lado, Cooke explicitó que “no se hizo una revolución contra la

Constitución (de 1853) sino dentro de ella, buscando interpretarla lealmente en lo mucho que

tiene de democrática, de popular y de justiciera.” Calificaba a la reforma de 1949 (ley 13.233)

como una “revolución típicamente americana” que sigue a la reconquista económica y a la

liberación nacional. Además de argumentar a favor de la incorporación del hábeas corpus y los

derechos del trabajador al cuerpo constitucional, Cooke afirmaba, “somos partidarios de la

intervención estatal en todos los órdenes de la vida argentina menos en los que atañe a la

personalidad íntima del individuo”. Para él, la Constitución de 1853 era una buena constitución

pero “fracasada” a causa del apoderamiento de la oligarquía de todos los comandos de la

maquinaria del país. Bien o mal interpretada, “ha servido siempre para justificar las grandes

entregas de soberanía”. Uno de los elementos de la Constitución de 1853, elaborada por los

triunfadores de Caseros, sobre el que más recaían las críticas de Cooke era el referido a la libre

navegación de los ríos interiores: “Hay artículos que son graves, como el 26, que proclama la

libre navegación de nuestros ríos. Es el caso de preguntarse si alguna vez han pensado los

argentinos que –como dijo alguien- los ríos los hemos libertado de nosotros mismos, porque

eran nuestros”.

En el debate parlamentario del proyecto de la Ley 13.233, que declara necesaria la revisión y

reforma de la Constitución Nacional, el diputado John William Cooke expresó: “Creemos que el

Estado debe intervenir en las cuestiones económicas y que debe regular todo tipo de relación

entre capital y trabajo (…) Hay que incorporar los derechos del trabajador, que posiblemente

sean una simple declaración de anhelos, que por sí solos no significan nada, pero que tienen

mucho valor porque cristalizan en el texto constitucional la voluntad de los argentinos de

distribuir equitativamente la riqueza de la Nación”. Ver que pagina de AP Javier Azzali 2014, Pag.

11

El aporte para el debate sobre la necesidad de una nueva Constitución de Sampay estuvo

acompañado de la palabra y la acción de otros políticos populares con formación de juristas. El

joven diputado John William Cooke va a ser uno de ellos que, con motivo de la ley de

convocatoria a la reforma, argumenta la misma desde la economía, la historia y la política,

desplegando toda su capacidad de análisis y argumentativa. No obstante lo cual, el general

Perón tomó la decisión de dejarlo afuera de la constituyente, como también de la redacción del

anteproyecto del partido peronista, para lo cual confió en el catalán Figuerola de posiciones más

moderadas en el marco del movimiento nacional, aunque finalmente el texto Constitucional fue

redactado en su base por Arturo Enrique Sampay, el cual fue asesorado en algunos artículos

fundamentales como el 40 (donde establece el rol del Estado en la economía que garantizan el

ejercicio de los derechos establecidos en otros capítulos) por pensadores nacionales de la talla

de José Luis Torres y Raúl Scalabrini Ortiz.

El Peronismo es el hecho maldito en el país burgués.

John William Cooke, definió al peronismo como “el hecho maldito del país burgués”. Palabras con la fuerza simbólica de la poesía. Y la poesía, es la lengua materna del género humano como decían los románticos, o bien como quería Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro. Explosivas y contundentes como el pensamiento y la acción del hombre que fue jefe de la resistencia peronista en sus años más duros, esta definición del peronismo es justa porque es poética. Son palabras que dividen aguas incluso al interior del tumultuoso y turbulento caudal de ese río de aguas que bajan turbias que es el movimiento peronista. ¿Qué significa “hecho maldito”? ¿Qué significa “del país burgués”? Cooke abre con su palabra un universo simbólico, una lectura compleja y flexible de un proceso histórico que se marcó a fuego como experiencia del pueblo argentino. No es casualidad que el peronismo se haya hecho impronunciable por decreto. Una osadía de la historia que había que prohibir, proscribir, perseguir, encarcelar, torturar, fusilar y sobre todo desaparecer. ¿Si fue tan sólo una triste experiencia de nacionalismo burgués por qué tanto odio? Los intereses dominantes son quirúrgicos, no regalan gratuitamente su odio. Si el peronismo hubiera sido, como lo quiere cierta izquierda dogmática, un freno burgués frente al avance irrefrenable de la clase trabajadora, ¿por qué tanta saña contra sus militantes desatada después de su derrocamiento?, ¿por qué tantos ríos de tinta justificando los males que había provocado al país?, ¿por qué fue tan fuerte la seducción de su barbarie para la pléyade de jóvenes que apenas lo habían vivido como niños pero arriesgaron su vida por él en los años setenta?, ¿por qué atrajo a amplios sectores de una izquierda no dogmática que comenzó a plantearse la cuestión nacional como vértice del proceso de liberación de una nación dependiente?, ¿por qué su continuidad y vigencia aun después de la muerte de su conductor?

Para Cooke en la última etapa de su vida existía un falso dilema, peronismo-antiperonismo, que

la proscripción política a partir de 1966 había eliminado de superficie. La real división no era, a

partir de su adopción del materialismo dialéctico como método de análisis, entre partidos

políticos sino entre fuerzas sociales. Con la supresión del peronismo se liquida la voz de las

fuerzas del proletario y demás sectores populares; con la supresión de la demás fuerzas políticas

no se suprime la voz de la burguesía y del gran empresariado nacional y extranjero que no

manifiestan interés en la política partidista y si en las políticas económicas llevadas a cabo desde

el estado. Ese Estado conducido por la Dictadura de Ongania no solamente los escucha y los

expresa; directamente les pertenece.

Las burguesías europeas que impusieron en sus países la democracia liberal eran clases

de vanguardia en esa época y su hegemonía no se basaba únicamente en el poder económico

que les aseguró el manejo del Estado, sino que también impusieron su concepción de mundo a

toda la sociedad; contaron con el consenso general para sus sistemas ideológicos y sociales. En

cambio, en la Argentina esas instituciones las impuso una oligarquía portuaria comercial y

terrateniente, al margen de la voluntad del Pueblo.

El capitalismo según las palabras de Cooke en nuestro país “estaba decrepito sin pasar

por la lozanía”

En estos tiempos, de donde son la mayoría de sus libros, Cooke hace a la luz del

marxismo una relectura del peronismo. A partir de 1945, bajo el liderazgo de Perón el país

desarrolló un proceso democrático burgués que tenía como sustento en su base de apoyo a la

clase trabajadora, sectores de la clase media y del sector nacionalista del ejército. No obstante

cuando desaparecieron las condiciones de la gran prosperidad de post guerra y se cerró el ciclo

de ingreso nacional creciente, se agudizó esa lucha de clases. El ejército era partidario de una

industrialización pero no de una política social avanzada; una burguesía que una vez que había

progresado en el régimen pretendía alcanzar mayores cuotas de plusvalía aliándose con el

imperialismo y una clase obrera que se fragmentaba entre los burócratas que pretendían

“consolidar lo conquistado” y una corriente popular que se oponía a la pérdida de la dinámica

renovadora. Pese a todo, esa dispersión se disimulaba por el liderazgo de Perón que si bien podía

absorber esa contradicción no las suprimía.

¿Cómo definir a ese "hecho maldito del país burgués", según lo calificaba John William

Cooke? Quizás la mejor manera sea, en primer término, desechar las falsas categorizaciones con

que se ha pretendido aprehenderlo. ¿Se trata acaso de un movimiento fascista porque uno de

sus principales sustentos es un sector del Ejército de reconocida tendencia antibritánica? ¿Se

trata acaso de un movimiento socialista porque el otro sustento fundamental está dado por el

fervoroso apoyo de la mayoría de la clase trabajadora? Ni lo uno, ni lo otro. El fascismo es la

dictadura de la clase dominante de los países capitalistas sin colonias, apoyada en grandes

sectores de la clase media y ex -trabajadores lanzados a la desocupación, cuyo objetivo es

liquidar la izquierda y consolidar el viejo orden a través de una política expansionista. Aquí, en

cambio, la clase dominante se declara abiertamente en contra del General Perón, los

trabajadores se organizan al calor oficial y el enemigo principal -simbolizado por Braden- es el

imperialismo, con la complicidad de amplios sectores de la clase media. Por su parte, el

socialismo, por lo menos aquel que esos tiempos de Cooke se autodenominaba “científico”,

implicaba la colectivización de la propiedad. El peronismo había creido en que la libre inciativa

era motor de la economía, estableciendo el limite del monopolio por un lado y por el otro la

intervención del Estado en el control desde el interes nacional sobre los recursos estratégicos.

Esta concepción comandada en la primera etapa por un "exitoso empresario" (Miguel Miranda)

se verificó en un proceso de desarrollo con base en el mercado interno y con una distribución

de la riqueza como nunca antes se había visto en la Argentina. Las contradicciones del primer

peronismo gobernante son muchas, sin embargo los trabajadores rápidamente comprenden

que la defensa de sus intereses esta contenida en el sentido de ese movimiento, mientras que

los grupos intelectuales, incluidos los que ascribian al marxismo equivocan su interpretación y

se ponen en contra de los avances desde una matriz europea de como concebir a ese fenómeno

complejo que es el peronismo.

El desarrollo de la Argentina industrial, condicionamiento del capital por los altos

salarios y los derechos de los trabajadores que implican una justicia social que es la piedra

filosofal del perononismo, intento sostenido de generar una burguesía nacional (intento

fracasado, pues muchos de los que recibían apoyo a través de créditos blandos se enfrentaban

subjetivamente al peronismo porque no podían tolerar los beneficios de los obreros),

transformación de la propiedad a tarves de la intervecion del Estado en los principales

segmentos de la economía, concepción de la función social de la propiedad y conquistas sociales

que anudan una lealtad de la clase trabajadora a un caudillo de formación militar, hacen del

peronismo un fenómeno singular, incluso difilmente comparables con otros procesos

latinoamericanos como los de Cardenas en Mexico o Vargas en Brasial y desde allí se comprende

la dificultad para descifrar su naturaleza histórica.

Pensando Cooke desde uno de los peores situaciones del peronismo, alejado del aparato

del Estado que lo vio nacer, perseguido y proscripto, con un liderazgo imposible a miles de

kilómetros de distancia (incluso cuestionado y hasta disputado desde el vandorismo), con

fuertes intentos de cooptación (sobre todo desde el desarrollismo) o de domensticasion (aliento

de los partios neoperonistas en los tiempos de Illia), aun asi John William Cooke sigue

comprendiendo la potencialidad revolucionaria de este movimiento que se resiste a ser

encuadrado dentro de los principios liberales del sistema.

Para Cooke, la cohesión y el empuje del movimiento peronista es la de las clases que

tienden a destruir el statu quo. Esto explica que siga siendo el hecho maldito de la política

argentina. Sin embargo, plantea desde allí (y de su adscripicion a la estrategia plasmada en la

revolución cubana) a la ideología del Movimiento que no está en correspondencia con ese papel

indomable que tiene en la historia argentina de aquel tiempo. Por eso entiende al peronismo no

como un partido revolucionario en términos marxistas, lejos de ser una alienación de la clase

trabajadora como planteara la izquiera dogmatica, sino como “el más alto nivel de conciencia al

que llegó la clase trabajadora”. Cuando Cooke califica al peronismo como el hecho maldito no

solo estaba hablando de su rebeldía ante la domesticación que le intentaba imponer el sistema

sino también en términos jauretchianos, está sosteniendo que el Peronismo es ese elemento

que la colonización cultural no logra asimilar.

El Peronismo como gigante invertebrado y miope

Cooke encara la política del peronismo en una etapa complicada donde según sus

palabras la resistencia impide gobernar al enemigo pero no alcanza para imponer un gobierno

propio. Pasar de la resistencia a la ofensiva es un tema central de aquella década del sesenta. Y

todo esto está en Cooke muy cruzado por la estrategia política victoriosa de la revolución

cubana. John Willam Cooke en su etapa mas vinculada al materialismo dialectico como método

de análisis asume que si bien el peronismo ha sido formidable en la resistencia y en la protesta,

al no haber conseguido una teoría adecuada a su situación real en las condiciones políticas-

sociales contemporáneas, es incapaz de vencer al sistema. Por eso es que la enorme adhesión

que el peronismo tiene en el pueblo y en particular en la clase trabajadora que lo constituyen

en un gigante, este al carecer de la organización adecuada y la ideología precisa se convierte en

un gigante invertebrado y miope. Cooke encuentra que esto es producto de la contradicción no

resuelta entre el papel revolucionario del peronismo y la política de sus direcciones.

Sin embargo, este planteo que entusiasma a las lecturas por izquierda de Cooke, como

si tratara de un proceso de conversión religiosa, se da al mismo tiempo que rechaza

categóricamente y desde la política la idea de decretar ideológicamente la superación del

peronismo. El peronismo como identidad y como práctica de la clase trabajadora dice, aunque

le le disguste a “los soñadores de las revolución perfecta con escuadra y tiralíneas” no será

suplantado por la voluntad del izquierdismo. El peronismo será parte de cualquier revolución

real: no desaparecerá por sustitución sino por superación dialéctica; no negándoselo sino

integrándolo a una nueva síntesis. Al mismo tiempo, el único modo que tiene el peronismo de

institucionalizarse y sustituir al régimen es a través de métodos revolucionarios; no a través de

la burocratización de su dirección (que responde a fallas internas del propio peronismo) que

representa mayoritariamente a los sectores más conservadores del movimiento.

Como estructura del nucleamiento de la masa popular-política, el peronismo siempre

ha estado muy por debajo de su calidad como movimiento de masas. Las direcciones

burocráticas, según considera Cooke, no han entendido que el electoralismo en frentes que

gozan del beneplácito militar o el apoyo a diversos intentos golpistas que fueron

configurándose, son un camino infructuoso. El golpismo y el electoralismo con candidatos

“potables” no eran vías antagónicas sino funcionales al sistema, pues implicaban la renuncia a

la naturaleza revolucionaria del peronismo, a su razón de ser como instrumento de las fuerzas

trabajadoras para la conquista del poder. En palabras de Cooke, “el peronismo, incapaz de

traducir su número en fuerza, presta el número a los que detentan la fuerza, subordinándose a

sus designios. Tácitamente, de este modo se está aceptando la proscripción de la mayoría”. En

estos términos define Cooke a la burocracia, refiriéndose mucho más a la burocracia política que

a la burocracia sindical, aunque también la incluye.

Bajo la lectura de Cooke esto no siempre está inspirado por la venalidad o la traición.

Muchas veces resulta producto de un déficit de conducción, de metodología o de compromiso

teórico con la realidad nacional. La burocratización es derivada de una institucionalización de

una capa de dirigentes políticos o gremiales que no enfrentan al régimen globalmente sino que

dentro de él conciben su estrategia y por consiguiente allí buscan su apoyo.

No obstante, Cooke pronostica que aunque la burocracia ignore los antagonismos

fundamentales de la sociedad y se desplace hacia los conflictos secundarios entre las fuerzas de

la superestructura del régimen; no significa que también va a desplazar contradicciones que son

parte de la realidad objetiva y que sólo momentáneamente puede dejan de repercutir en la

conciencia de la clase trabajadora.

Para estos años las posiciones de Cooke se radicalizan y hace una fuerte crítica al

carácter policlasista del movimiento peronista, encontrando en esta cuestión su debilidad, pero

sin abjurar de su potencialidad de masas, sosteniendo que los movimientos pueden ser

“pluriclasistas pero las ideologías no lo son. O se está con los burgueses o se está con los

revolucionarios".

El rol del intelectual revolucionario

Una de las condiciones para que la clase obrera tome el poder es el rechazo de las formas

ideológicas que corresponden a la organización económico social vigente y a la creación de una

visión del mundo propia: eso es la teoría revolucionaria. Lo que la masa trabajadora necesita no

es que la halaguen ni que le digan que tiene razón sino que sus direcciones políticas le vayan

explicando cómo tiene que tener razón y que le enseñen a conocer el mundo a través de sus

propios valores y no de valores ajenos. La teoría revolucionaria es una creación en que se funden

los esfuerzos de los intelectuales revolucionarios y los sacrificios y penurias de la masa

trabajadora. El intelectual revolucionario es aquel que no concibe el acceso a la cultura como un

fin en sí mismo ni como un atributo personal, sino como una ventaja que un régimen injusto

pone al alcance de unos pocos y sólo tiene justificación en cuanto parte de ese conocimiento

sea compartido por las masa y contribuya a que estas enriquezcan su conciencia de la realidad.

Al tiempo de interpelarlos, Cooke distancia a un intelectual revolucionario de un

intelectual de izquierda: implica moverse en un mundo de conceptos revolucionarios perfectos

sin el marco y la erosión de la vida práctica y desde allí juzgan al movimiento peronista. Así como

en esa coyuntura histórica que le toca vivir, no hay revolucionarios sino de izquierda; se puede

ser de izquierda sin ser revolucionario.

La Cuestión Nacional

En el debate sobre la cuestión nacional Cooke se aleja de las posiciones meramente simbólicas,

flokloricas, literiarias o chauvinistas en las que muchas veces caen los nacionalistas reaccionarios

que imitan poses de los nacionalismos europeos. En un sentido similar el brasileño Helio

Jaguaribe plantea “El nacionalimsmo, como se vio, no es imposición de nuestras

particularidades, si simple expresión de características nacionales. Es por el contrario un medio

para alcanzar un fin: el desarrollo”. Así ese nacionalismo que cultivan desde Scalabrini Ortiz y

Jauretche hasta el propio Perón se relaciona con el levantamiento de las fuerzas materiales para

alcanzar el pleno despliegue de las potencialidades argentinas. Así entendido el nacionalismo de

los países periféricos es sustancialmente distinto del de los países centrales o dominantes. Lo

explicaba Cooke en su carta a Eisenhower: “El nacionalismo de ustedes e agresivo, de expansión,

como corresponde a un centro cíclico, nosotros somos nacionalistas que deseamos un país libre

y soberano. Ustedes son una gran nación con una política internacional y una estrategia de

escala mundial; nosotros queremos recuperar nuestra autodeterminación y fijar una línea de

conducta que contemple nuestros intereses y no los de las potencias extranjeras sean de Oriente

o de Occidente” (carta publicada en el diario La Opinión 9 de septiembre de 1973).

A Argentina como país dependiente, oprimido por el imperialismo, no se pueden aplicar

mecánicamente los instrumentos intelectuales generados para interpretar y transformar

revolucionariamente la realidad del mundo imperialista. La cuestión nacional sigue siendo para

Cooke aun en su última etapa una cuestión de primer orden y no un mero ropaje de sus ideas

de revolución social. La revolución no es nacional solo por sus formas pero internacional por su

contenido como plantea la izquierda dogmática.

En “Punto de Vista Antimperialista”, el intelectual peruano Juan Carlos Mariátegui

sostuvo que la penetración imperialista se acrecienta a medida que se desarrolla el

capitalismo, es decir la pérdida de soberanía e independencia es consustancial con el desarrollo

capitalista, y que por ello no se puede esperar de la burguesía, clase dominante en el

capitalismo, y de la pequeña burguesía como clase que aspira a ser burguesía, una consecuente

actitud nacionalista revolucionaria; porque éstas clases ven en la cooperación con el

imperialismo la mejor fuente de provechos, no echan de menos un grado más amplio de

autonomía nacional y conservan la ilusión de la soberanía nacional; además, en el Perú señala

Mariátegui, otro elemento que impide a la burguesía nacional una actitud solidaria con las clases

explotadas consiste en su procedencia de los conquistadores, de los hacendados señores

feudales, que la hace despreciar al pueblo proveniente de las etnias y nacionalidades

conquistadas y preferir a los capitalistas extranjeros, incluso a sus sirvientes como medio de

elevarse socialmente.

La posición antiimperialista de Mariátegui se basa en la concepción económico-social

revolucionaria, el marxismo, es decir en el análisis de las relaciones económicos sociales que

explican la vinculación-dependencia del imperialismo respecto del capitalismo, del cual es su

fase última; por lo que no se puede luchar solamente contra el imperialismo, bajo un supuesto

nacionalismo, y no contra el capitalismo, sin terminar de caer en la conciliación y sometimiento

al imperialismo.

En su reflexión, Cooke altera los factores del análisis de Mariátegui. Si toda lucha debe

partir del conocimiento de nuestra situación de país semicolonial, integrante de un continente

semicolonial, el futuro nacional depende de la superación de la contradicción en el orden

económico, político y social entre la entidad nación-pueblo y la unidad oligárquico-

imperialista. El Imperialismo está presente en la estructura política de América Latina con sus

veinte soberanías teóricas encubriendo la deformación geográfica y el infraconsumo. En sus

palabras, “las masas latinoamericanas no pueden hacer causa común con los verdugos, porque

ellas también están en la lista de víctimas”. Cualquier política de liberación debe ser, ante todo,

antiimperialista. La oligarquía nativa es un subproducto que solamente será eliminado cuando

se liquide la influencia del imperialismo.

Según John William Cooke, la oligarquía intenta distraer la atención del Pueblo de este

núcleo central de la problemática de nuestra america, ya sea negando la existencia del

imperialismo, ya sea superponiéndole otros, que con la ayuda de la propaganda, presenta como

más urgentes. Por ende, el enemigo real de la liberación es el imperialismo, que actúa a través

de la oligarquía nativa y de los engranajes políticos, económicos y sociales a su servicio. Asi

concluye Cooke de modo contundente: No se puede resolver la cuestión social sin la nacional

y viceversa.