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La conservación del oso pardo capítulo tercero

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La conservación del oso pardo

capítulo tercero

173El oso cantábrico Censo y Distribución

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El declive de un coloso

Como en otros países, no abundan en España los datos históri-cos que nos permitan reconstruir la historia de los osos ibéricos antes del siglo XIV. En la primera mitad de ese siglo, Alfonso XI de Castilla escribe su Libro de la montería, en el que se incluye una prolija relación de los montes en los que se puede encontrar y cazar el oso. Por aquella época, el plantígrado estaba presente en la mayor parte de los territorios montuosos y montañosos de su reino, desde Tarifa hasta Asturias. Sin embargo, ya por aquel entonces la especie faltaba de las mesetas y los grandes valles fluviales, no solo por ser hábitats menos propicios, sino sobre todo porque habían sido las zonas más transformadas por la agricultura desde antiguo. A la deforestación practicada por los agricultores hubo que añadir la realizada con fines mili-tares, como las reiteradas prácticas de tierra quemada llevadas a cabo por los bandos contendientes en la Reconquista.

Durante toda la Edad Media el bosque y sus recursos, entre los que destacaba la caza, fueron propiedad de la realeza y la nobleza o explotados de manera casi exclusiva por ellas. En el caso del oso, su caza estaba reservada exclusivamente a los poderosos por razones estratégicas. La caza del oso en monte-ría no solo representaba un deporte que cultivaba el cuerpo y la mente de los monteros, sino que su propia dificultad la con-vertía en la actividad más digna para que un caballero midiese su fuerza y su habilidad con las armas. También era el ejercicio más parecido a la guerra que se podía practicar, ya que reque-ría el uso de armas, largas cabalgadas, vida en campaña, el movimiento de gran cantidad de gente —perreros, ojeadores, rastreadores, monteros—, grandes dotes de estrategia y una gran capacidad de coordinación. En suma, una montería de osos se convertía en el mejor entrenamiento para la guerra en tiempos de paz, en una época en la que la actividad bélica te-nía una consideración social mucho más distinguida que hoy en día. Esta circunstancia conllevó, de hecho, la protección del oso frente al pueblo llano, un campesinado que buscaba proteger las tierras que cultivaba y los ganados que criaba del ataque de unas fieras contra las que no le dejaban defenderse.Fueron varias las peticiones en las Cortes de Castilla de los representantes del pueblo ante los reyes en las que mostraban su malestar por esta situación y pedían que se permitiera la persecución de los osos. Aunque en las Cortes de Valladolid de

1542 el rey Carlos I aprobó pagar recompensas por la muerte de los lobos, todavía en las de Madrid de 1563 se hacía la siguiente denuncia:

Otrosí dizimos, que en el Reyno de Galicia y en otras par-tes muchas de estos reinos y señoríos y principados que son de montañas, ay y se crían mucho número de fieras grandes como son osos, lobos, puercos, jabalíes y vena-dos, que destruyen y hacen gran daño, ansí en los panes y otros sembrados como en todo género de ganados de que se mantienen y substentan los labradores y personas de dichos reynos y señoríos, y por causa que en ellos ay muchos grandes y cavalleros y personas que tienen seño-río y mando y esto por su recreación y estado y provecho, prohíben y quitan que los súbditos y particulares y otras personas que poco pueden no corran ni maten dichas fieras; y si alguno lo intenta hazer los maltratan y ponen grandes miedos y amenazas sobre ellos [...].

El hecho es que en 1562 en Álava y en 1578, en Guipúzcoa, ya pagaban seis ducados al que presentase la cabeza de un oso. La persecución había empezado en el reino de Castilla. La consecuencia fue que en la península Ibérica —donde la distribución del oso pardo apenas se había reducido entre el siglo XIV y las postrimerías del XVI—, se produjo a partir de ese momento una rápida disminución que lo llevó a desaparecer en poco tiempo de la mitad meridional de la península y a quedar relegado a la franja montañosa cántabro-pirenaica y a algunas otras montañas de su entorno. La persecución con-tinuó a lo largo del siglo XIX, hasta que, con la desaparición, en 1871, del último ejemplar de los montes vascos, tuvo lugar uno de los acontecimientos que más repercusión tendría para el futuro de la especie, con la separación definitiva entre las poblaciones oseras cantábricas y pirenaicas. En el este, los osos que habían vivido en las diversas sierras prepirenaicas, desaparecían casi por completo hacia el siglo XVIII, quedando como último vestigio de esta población prepirenaica los de la sierra del Cadí (a caballo de las provincias de Lérida, Gerona y Barcelona), que se extinguieron a mediados del siglo XIX. En los años posteriores se produce una recesión apreciable en el Pirineo de Huesca y de Lérida, y la continuidad de la población osera pirenaica se rompe a principios del siglo XX. Así, a partir de la primera década del pasado siglo queda prefigurada en la

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vertiente española la primera gran escisión en la distribución de la especie a lo largo de esta cadena montañosa.

La Cordillera Cantábrica tampoco fue ajena a este proceso de fragmentación ocurrido en la primera mitad del siglo XX. Con la desaparición en los mismos años de los osos de la mitad orien-tal de Asturias y de parte de León, los osos cantábricos también quedaron separados por el vacío creado entre el puerto de Paja-res (Asturias-León) y el territorio leonés de Mampodre-Riaño, configurándose el mapa de distribución actual.

En los años cincuenta y sesenta diversos autores suponían que entre los dos núcleos cantábricos no se superaban los cien ejemplares, cifra que la mayoría rebajaba a tan solo cuarenta o sesenta. Ciertamente estas valoraciones no pueden compa-rarse con las obtenidas con los criterios actuales, pero permi-ten suponer que en aquellos años los osos cantábricos eran muy escasos, y tal vez las primeras medidas de protección (vedas más o menos completas, la creación de reservas nacio-nales de caza y finalmente su declaración como especie pro-tegida en 1973) evitaron la desaparición del oso. El panorama, en aquel momento, era ciertamente complicado. No había la conciencia conservacionista de hoy, y la mayor parte de la población no encontraba ninguna ventaja en que los osos no llegasen a desaparecer. Sin embargo, una no muy nutrida élite de cazadores, algunos miembros de la Administración —tam-bién escasos, pero entusiastas— y un incipiente embrión del movimiento conservacionista lograron mantener la situación contra viento y marea hasta que soplaron aires más favorables para la conservación de la especie.

El mapa del oso cantábrico

El oso pardo es una especie capaz de efectuar grandes despla-zamientos en busca de alimento. La disponibilidad espacial de una fuente de alimento tan fluctuante como es la cosecha de bellotas de robles y de hayucos, hace que en años de escasez de estos frutos los osos se vean en la necesidad de dispersarse durante el otoño en busca de los rodales forestales que hayan tenido mayor fructificación, lo que los conduce a veces a zonas más humanizadas, donde solo se ven osos de cuando en cuando, ya que, una vez agotada la despensa otoñal, desapa-recen tan súbitamente como llegaron.

La movilidad de los machos también se ve estimulada por la presencia de osas en celo, y entonces son capaces de recorrer decenas de kilómetros en pocos días en busca de hembras re-ceptivas. Las osas con crías se desplazan mucho menos que los machos y probablemente eligen, para garantizar el mejor desa-rrollo de su prole, las áreas más ricas en alimento y con mejores refugios. Por esta razón, los territorios con mejores condicio-nes para acoger grupos reproductores son los que constituyen el corazón de las áreas de distribución y donde se concentra la mayor actividad osera. Dichos núcleos reproductores, los más fácilmente delimitables, están rodeados por territorios que también tienen presencia de osos, aunque estos son sobre todo machos o individuos jóvenes, mucho más propensos a realizar movimientos dispersivos. En tales territorios periféri-cos, sobre todo cuando la densidad osera es muy baja, cuesta trabajo distinguir la frontera entre los lugares de presencia habitual y los de presencia meramente errática o esporádica.

A pesar de esta dificultad a la hora de definir las zonas ocu-padas por la especie, se ha podido concretar, tomando como base los abundantes datos sobre la presencia de ejemplares recogidos de forma sistemática, el área de distribución del oso pardo cantábrico, diferenciada en dos poblaciones, separadas a partir de la primera mitad del siglo XX por una franja de más de 40-50 km, en la que hay algunas barreras importantes y prácticamente infranqueables, como la autopista AP-66 y otras infraestructuras de comunicación. En conjunto, puede decirse que el territorio por el que habitualmente se mueven los osos ocupa 4.900 km2 de la Cordillera Cantábrica, aunque de vez en cuando aparecen en zonas alejadas de esta superficie.

La población occidental se extiende por unos 2.800 km2, desde los Ancares de Lugo, por el oeste, a través de las agrestes y boscocas montañas del suroeste de Asturias y del noroeste de León —comarcas de los Ancares leoneses y del Alto Sil—, hasta los valles de Babia y Omaña por la vertiente leonesa y las cabe-ceras del concejo de Lena en la asturiana. Aproximadamente el 70 % de su área de distribución corresponde a Asturias. Este vasto territorio, que alberga la mayor y más pujante pobla-ción de osos cantábricos, se estrangula a la altura del puerto de Leitariegos, que une el Parque Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias, en Asturias, con el Alto Sil leonés. Este estrangulamiento en el área de distribución, conocido como

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el corredor de Leitariegos, está sometido a las amenazas de explotaciones mineras a cielo abierto, por lo que se corre el riesgo de que, si no se garantiza su integridad y la protección de sus hábitats, acabe por provocarse una nueva fragmenta-ción en el área de distribución del oso cantábrico.

Por su parte, la población oriental ocupa unos 2.100 km2, y de ellos algo más del 85 % se localiza en territorio de Castilla y León. Los osos de esta población habitan el Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, entre las cabeceras de los ríos Carrión y Pisuerga, y, en menor densi-dad, se distribuyen también por la Montaña oriental leonesa, desde donde llevan a cabo incursiones por terrenos del oriente de Asturias. Hay también una presencia osuna ya consolidada en los montes cántabros de Campoo de Suso y Liébana, que colindan con Palencia y León.

La separación entre las dos poblaciones cantábricas queda también confirmada por las diferencias genéticas que se apre-cian entre los osos de ambos núcleos. La Fundación Oso Pardo está realizando estudios para tratar de averiguar cuáles son las mejores vías que pueden conectar ambas poblaciones. A pesar de las numerosas infraestructuras humanas de todo tipo exis-tentes entre ambas poblaciones que fragmentan el hábitat en el corredor, ocasionalmente algún oso del sector occidental ha logrado atravesar esta tierra de nadie y llegar hasta la población oriental, pero probablemente esto ocurra a un ritmo de tan solo un ejemplar cada diez o quince años, un flujo insuficiente para evitar el empobrecimiento genético de ambas poblacio-nes. Las dificultades más evidentes para que se produzca esta comunicación radican en las barreras artificiales que suponen las infraestructuras viarias, pero a este factor hay que añadir la importante deforestación producida en la vertiente sur de la Cordillera y particularmente un conjunto de circunstancias geológicas de la vertiente norte que hacen que escaseen las cuevas que las osas precisan para parir en invierno a sus crías. Si no hay refugios, no hay osas; si no hay hembras, no acuden los machos a su alrededor, y así es más difícil que alguno llegue a dar el salto de una población a otra, salvo que la densidad osera aumente lo bastante como para que se vayan instalando osas reproductoras en los extremos más próximos entre sí de las áreas de distribución de ambas poblaciones. Y esto ya está empezando a ocurrir tímidamente en la población occidental.

¿Cuántos osos hay?

No es fácil hacer el censo de osos que hay en un territorio, por-que es una especie forestal, difícil de ver y no siempre resulta sencillo distinguir unos individuos de otros. Para evaluar su población, es más seguro contar el número de osas con crías, aunque solo constituyan una parte del total de aquella, ya que permanecen aquerenciadas en territorios más delimitados y realizan desplazamientos de menor alcance, lo que facilita la tarea de diferenciar los grupos familiares entre sí. Si cada año contamos el número de hembras que se han reproducido podre-mos seguir el devenir de la población y analizar su tendencia, suponiendo, razonablemente, que si el número de grupos familiares aumenta es porque lo hace la población en su con-junto. En los años ochenta comienza a aplicarse este procedi-miento en la Cordillera Cantábrica con el fin de determinar el número mínimo de osas que crían cada año y para tener una idea del estado y la dinámica de sus poblaciones. Con el fin de individualizar los diferentes grupos familiares, se aplica un protocolo que conjuga una serie de criterios que tienen en cuenta aspectos tales como la composición del grupo familiar, los rasgos característicos en el color del pelaje de uno o varios individuos del grupo, la distancia entre avistamientos o la coincidencia de observaciones simultáneas.

Los datos obtenidos de manera sistemática llevaron a la con-clusión de que en la primera mitad de la década de los noventa los osos cantábricos estaban seriamente amenazados. En la zona occidental, el número de familias que localizábamos al año no llegaba a la mitad de las que censamos en la actuali-dad, pero, a partir de ese momento, la población, tras tocar fondo, fue recuperándose lentamente. El indicador utilizado para conocer su estado, las hembras con crías del año, aunque mostraba un crecimiento paulatino, no logró superar la cota de la decena hasta el 2004. A partir de ese momento, cada año fueron mejorando las cifras del anterior, hasta alcanzar la cifra récord de 18 osas paridas en el 2007. El ritmo de crecimiento desde 1994 hasta la actualidad ha sido de un 10 % anual, algo que hace pocos años no podíamos ni imaginar, pero que nos permite vislumbrar un futuro moderadamente optimista.

En la población oriental, la evolución fue, en proporción, más o menos pareja a la seguida por la población occidental. En la

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década de los noventa hubo cuatro años en los que no se cons-tató la reproducción. Las hembras adultas, con oseznos y sin ellos, se contaban con los dedos de una mano, y mediada la década de los noventa tal vez sobraban dedos. Eran tan pocas que la muerte de cualquiera de ellas pudo ser un golpe fatal para la supervivencia de la población. Afortunadamente, des-de 1999 se reanudó la continuidad reproductora, y a partir de entonces siempre ha habido alguna hembra criando, aunque nunca más de tres. En el caso de la población oriental, el ritmo de crecimiento es más difícil de determinar, porque, aunque el incremento es evidente, nos movemos en unos números tan bajos (entre cero y tres hembras reproductoras) que los análi-sis son menos precisos. Aguardamos expectantes el año en el que se observen cuatro o más osas con crías del año, y enton-ces podremos sentirnos un poco más esperanzados sobre el futuro de esta población.

El crecimiento en el número de osas reproductoras no fue la única variable que hubo que considerar para poder confirmar la recuperación de las dos poblaciones cantábricas. También lo fue el número de oseznos por camada, un dato muy sinto-mático a la hora de diagnosticar la capacidad de recuperación de una población. Desde que comenzó el seguimiento en la población occidental, y a medida que fue detectándose un número mayor de osos, se ha observado que sus camadas eran mayores que las de la oriental, lo que se ha interpretado como un efecto de la peor condición genética de esta pobla-ción, que se componía de tan escaso número de ejemplares. La alarma empezó a cundir cuando desde 1992 y hasta 1998 no se observaron partos triples en la población occidental, y todavía hasta el 2003 ver tres oseznos juntos fue un fenómeno raro. Temimos que los efectos de la nefasta consanguinidad se estuvieran manifestando también en la población occidental y dificultaran aún más la recuperación de la especie, pero afor-tunadamente el siglo XXI trajo consigo un número creciente de partos triples. Este bajón en la presencia de familias con tres crías tenía su explicación demográfica. Durante la prime-ra mitad de los años noventa la población había estado bajo mínimos, y gracias a la represión del furtivismo y a la acep-tación social de la especie se había logrado frenar la sangría. A partir de ese punto de inflexión, cada vez más osas jóvenes consiguieron sobrevivir y criar, aunque en sus primeros partos alumbraban pocos oseznos, generalmente uno. Solo cuando

estas osas lograron alcanzar su plenitud reproductora, pudie-ron darse de nuevo partos triples.

Como ya se ha dicho, no es fácil conocer el número de osos que viven en un territorio. Un estudio genético realizado por el equipo de Ignacio Doadrio, del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, permitió individualizar los ejemplares gracias a la técnica conocida como la huella dactilar genética, que consiste en amplificar el ADN de las células del intestino del oso que quedan adheridas a sus excrementos o las de la raíz de los pelos que pueden encontrarse en árboles y encames para buscar las secuencias variables de ese ADN que son caracterís-ticas de cada individuo. Este procedimiento permitió hacer, para el año 2002, una estimación razonable de unos 107 ejem-plares —con un mínimo seguro de 85— para la población oc-cidental en la vertiente asturiana de la Cordillera. Esta cifra de al menos 85 ejemplares coincidía bastante con la estimación de 80 ó 100 osos que se estimaban en la población occidental a partir de los datos de osas con crías complementados con otras observaciones. Años antes, Doadrio y sus colaboradores habían identificado genéticamente más de 20 ejemplares en la población oriental, cuyo censo actual se estima en 25 ó 30 osos.

La buena evolución demográfica de las poblaciones cantá-bricas está permitiendo llevar a cabo en estos últimos años avistamientos de osos, a pesar de que siguen resultando bastante excepcionales, que eran de todo punto impensables hasta hace muy poco tiempo. Así, por ejemplo, durante un curso para técnicos y guardas del Pirineo que celebramos en mayo del 2007, vimos en un solo día 14 osos en varios luga-res diferentes, aunque próximos, del occidente cantábrico. Elías Suárez, coordinador de la Patrulla del Alto Narcea de la Fundación Oso Pardo, vivió en abril del 2008 un envidiable día de osos en un pequeño valle del occidente asturiano. En una mañana fría y húmeda, Elías localizó una pareja de osos en celo en una ladera con los bosques aún sin hoja y salpicada de roquedos y canchales, brezales y abundantes torrenteras. Al poco, y entre dos riegas verdes de la misma ladera, empe-zaron a salir osos, uno, dos… y hasta cuatro ejemplares, que también se encontraban reunidos por un episodio de celo. Se trataba de una preciosa hembra y dos poderosos machos seguidos de cerca por un ejemplar más joven, que parecía ser otro macho. Pero todavía había más, y a algunos centenares

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de metros aparecieron dos jóvenes osos encaramados en un roquedo, dos hermanos de unos quince meses de edad cuya madre era probablemente una de las dos osas que estaban en celo. Con Elías en pleno éxtasis y afanándose por no perder detalle, transcurrió la mañana. Tras un descanso al mediodía descubrió, a última hora de la tarde, lo que parecía imposible: que en aquella ladera pródiga aún cabían más osos. Nuestro afortunado guarda descubrió cuatro bultos oscuros en un cla-ro herboso entre piornales, y el telescopio dejó bien claro que lo que en principio aparentaban ser jabalíes eran osos, nada menos que una osa con sus tres esbardos del año anterior. Una jornada inolvidable: ¡doce osos en la misma ladera y sin moverse del sitio!

Si bien las noticias demográficas actuales son alentadoras y el aumento del número de osos cantábricos es claro e inequí-voco, no lo son tanto las que derivan del análisis espacial de las poblaciones en los últimos años. Cuando los individuos sobreviven en poblaciones separadas, el número que hay que contabilizar no es la suma de las dos poblaciones, sino el número de los individuos que componen cada una de ellas, porque el riesgo de extinción de una es independiente del de la otra y el peligro es mayor cuanto más bajo es el número. De he-cho, la extinción de las poblaciones de osos en España siempre vino precedida por la fragmentación sucesiva y la desaparición de las pequeñas poblaciones periféricas que quedaban aisladas del núcleo principal. Esta es la razón por la que resulta crucial para la supervivencia del oso pardo cantábrico que ambas poblaciones puedan volver a estar unidas de nuevo, o al menos comunicadas por individuos que puedan pasar con facilidad de la una a la otra. Este logro tendría dos ventajas: la posibilidad de comunicación mejoraría las expectativas de la población con menores posibilidades de supervivencia y solucionaría los problemas de endogamia, porque la variabilidad genética conjunta de ambas poblaciones sería normal, y no como ahora, cuando la diversidad genética de las dos, valoradas por separado, se considera la menor, a escala mundial, de todas las poblaciones oseras cuya identidad genética se conoce.

Hasta los primeros años noventa, momento en el que la po-blación cantábrica de osos alcanzó su mínimo histórico, las hembras reproductoras estaban ampliamente distribuidas por toda la zona osera. Había osas criando cerca de los límites

orientales de la población occidental (en los concejos asturia-nos de Proaza y Lena) y lo mismo sucedía cerca del límite oc-cidental de la población oriental, ya que hubo una o dos osas reproduciéndose en Riaño y en la zona del Mampodre (León), de manera que la distancia entre los núcleos reproductores de ambas poblaciones era de unas pocas decenas de kilómetros. Pero eran tan escasas las osas que quedaban en estas zonas intermedias que cuando murieron no fueron reemplazadas por otras. Así, en menos de una década, la distancia que me-diaba entre los grupos reproductores más próximos de cada población, que era de algo más de 40 km, llegó a ser superior a 100 km, y la grieta que separaba a ambas poblaciones pasó a convertirse en un abismo.

La población aumentaba, pero esto no se traducía en un au-mento del área reproductiva en la que se localizan las osas con sus pequeños. Esto ocurre por el comportamiento típicamente filopátrico de las hembras, que tienden a formar agrupaciones matrilineales; los machos jóvenes se dispersan a partir de su independencia, pero las hijas de las supervivientes de los años difíciles se quedaban a vivir cerca de sus madres y cada vez se apiñaban más, aumentando la fragilidad espacial. Las osas se concentraron hacia los extremos más distantes entre sí de cada una de las áreas de distribución, de manera que la pobla-ción occidental se «occidentalizó» todavía más, concentrándo-se en Somiedo y Cangas del Narcea, en Asturias, y en el Alto Sil leonés, mientras que la oriental se acumuló aún más al este, en la Montaña palentina.

Afortunadamente, aunque a las osas les cuesta marcharse fue-ra de casa, en los últimos años se perciben tímidos intentos de reocupación de los territorios de reproducción perdidos, tan necesarios ahora para confirmar la recuperación definitiva de la especie en la Cordillera Cantábrica. En lo que se refiere a la población occidental, tras una década sin reproducción en los montes asturianos de Proaza, una osa volvió a traer al mundo a sus oseznos en este municipio en el 2004. Actualmente, has-ta tres hembras pueden estar reproduciéndose en esta misma zona, aproximándose al límite este de la población occidental. De igual manera, tras haber desaparecido la reproducción en la Montaña oriental leonesa a principios de los noventa, una o dos hembras pueden estar criando en torno al puerto de San Glorio (entre León y Cantabria), lo que representaría el punto

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más avanzado hacia el occidente de la población oriental. Pero, a pesar de esta tímida expansión, todavía queda mucho terreno por reconquistar.

Problemas y retos de conservación

El oso pardo está considerado como uno de los mejores ejemplos entre la fauna ibérica de lo que se considera una «especie paraguas» o «especie bandera». Es decir, una especie que resulta emblemática por su escasez, relevancia ecológica y poder de atracción mediática y con importantes exigen-cias en cuanto a la gran extensión y calidad del hábitat que necesita para sobrevivir. Estas especies son las que despiertan mayor interés de la sociedad por su conservación y a las que se destinan, por tanto, mayor cantidad de recursos de todo tipo. Por ello, al conservar estas especies, como el oso, se consigue indirectamente extender la sombra protectora sobre una infinidad de otros organismos y hábitats, en este caso los de la Cordillera Cantábrica.

Desde hace ya tiempo se han ido planteando y desarrollando medidas activas de conservación que han favorecido el recien-te incremento de las dos poblaciones cantábricas de oso pardo. La aplicación de la mayor parte de estas medidas ha sido posible gracias tanto a la magnífica cooperación existente entre los diferentes actores involucrados en la conservación del oso como a una actitud social mucho más favorable y a la exis-tencia de una buena información científica. El marco norma-tivo también se ha desarrollado de forma notable en la última década, y en la actualidad existen tanto la Estrategia para la Conservación del Oso Pardo Cantábrico —que establece las líneas básicas de actuación para todo el territorio cantábrico en su conjunto— como los respectivos planes de recuperación desarrollados a escala autonómica.

Si consideramos su grado de protección administrativa, la Cordillera Cantábrica es un territorio que destaca por la varie-dad y el número de figuras jurídicas de protección de sus valores naturales con las que cuenta. Las peculiaridades organizativas de nuestro país se manifiestan de manera muy evidente a la hora de plasmar una protección efectiva de la Montaña cantá-brica, dado que aquí confluyen las competencias ambientales del Estado, de al menos cuatro comunidades autónomas y de

varios niveles de Administración local, que se relacionan entre sí con más o menos fluidez y que han ido creando distintos instrumentos de protección para sus territorios. Así, por un lado, la Cordillera cuenta con el único parque nacional inter-autonómico —el Parque Nacional de los Picos de Europa—, que incluye territorios de Asturias, Castilla y León y Cantabria. Por otro, la práctica totalidad del área de distribución del oso está ya incorporada o en proceso de incorporación a las redes autonómicas de espacios naturales protegidos. A su vez, la Red Natura 2000, impulsada desde la Unión Europea por mandato de las Directivas de Aves y de Hábitats, incluye un gran sector del territorio osero en los espacios seleccionados para formar parte de dicha red, y ello se ha debido, entre otras razones, al hecho de que el oso cantábrico está catalogado por la legisla-ción comunitaria como «especie prioritaria», lo que obliga a su protección estricta así como a la de los hábitats en los que vive. Junto a todo este variado espectro de figuras de protección, la Cordillera Cantábrica goza también con el respaldo de otra, que, si bien es menos vinculante, tiene gran prestigio internacional; se trata de las reservas de la biosfera, figura promovida por la Unesco a través de su programa MaB (Man and Biosphere). Se han declarado varias reservas de la biosfera a lo largo y a lo an-cho de la Cordillera, hasta el punto de que se trata de la zona de Europa que alberga mayor número y concentración de espacios con esta acreditación. De hecho, existe el proyecto de que toda la Cordillera acabe convertida en un rosario casi continuo de es-tas reservas, que integrarían lo que se ha venido en denominar la Reserva de la Biosfera de la Gran Cantábrica.

Cabe concluir, por tanto, que las montañas que cobijan al oso cantábrico disponen de un completo abanico de normas de protección, así como de instrumentos de planificación ambiental y de ordenación del territorio, que deberían ser suficientes para garantizar que los usos que se hacen de este territorio sean compatibles con los objetivos de conservación de la biodiversidad y del oso. Pero a pesar de ello no faltan, ni faltarán, proyectos de desarrollo claramente incompatibles con la conservación de los hábitats naturales que pongan a prueba la solidez y vigencia de las normas protectoras.

Otra medida activa de conservación, la lucha contra el furti-vismo, se ha incrementado de forma notable en los últimos años con la presencia constante sobre el terreno de guardas

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y agentes de las Administraciones y de las organizaciones conservacionistas, lo que ha limitado la mortalidad directa por causas atribuibles al hombre. El trabajo de vigilancia se ha visto potenciado con la incorporación de la protección ambiental entre los objetivos del derecho sancionador, tanto administrativo como penal, tipificándose las conductas que ponen en riesgo la conservación de las especies en peligro de extinción e imponiéndose sanciones y penas cada vez más duras. Hoy, el Código Penal prevé toda una serie de castigos para los atentados directos e indirectos contra el oso. Así, es delito la caza de osos, que puede acarrear la pena de dos años de prisión, multas e inhabilitación para cazar; se consideran como acciones de caza no solo el uso de armas de fuego, sino también la colocación de lazos de acero u otras trampas, y de hecho se han dictado recientemente condenas por trampear con lazos de acero en montes frecuentados por los osos.

En conjunto, todos estos avances en la conservación se han visto reflejados en un incremento de la población y en un aumento del número de osas con crías, lo que permite ma-nifestar cierto optimismo. Pero no hay que bajar la guardia, porque todavía existen importantes problemas para la super-vivencia y la recuperación de los osos cantábricos, como son la mortalidad vinculada al hombre, la lenta expansión territo-rial de las osas reproductoras, la falta de conexión entre am-bas poblaciones y la baja diversidad genética, que justifican la clasificación del animal en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas en la categoría «En peligro de extinción».

Las poblaciones de osos soportan mal tasas elevadas de mortalidad no natural, sobre todo si afectan a las hembras reproductoras, y aunque en la dinámica natural de las pobla-ciones cantábricas tienen más peso actualmente los naci-mientos que las muertes, no hay que descuidar la lucha contra el furtivismo. Por ello, las patrullas de la Fundación Oso Pardo dedican una buena parte de su tiempo a buscar y a retirar lazos ilegales, que, si bien se disponen para capturar corzos, ciervos y jabalíes, pueden también atrapar a los osos y causar-les graves heridas y mutilaciones, e incluso la muerte. Desde que los guardas de la fundación empezaron, en 1993, a rastrear el occidente cantábrico, han desactivado más de 1.300 lazos y denunciado a una quincena de tramperos, lo que da una idea del preocupante alcance de este problema. Más alarmante es

el repunte del veneno en todo el mapa de distribución de la especie. Los cebos envenenados con plaguicidas del tipo de los carbamatos, como el carbofurano y el aldicarb, se disponen habitualmente para matar lobos, pero también son consu-midos por osos y animales de otras muchas especies, que encuentran la muerte después de días de horrible y dolorosa agonía. En la última década se han conocido al menos siete casos de osos envenenados, tres en la Montaña palentina, otros tantos en Asturias y uno en Lugo.

En los años ochenta todavía se disparaba a los osos, a pesar de estar ya protegidos, pero por aquel entonces la ley pesaba me-nos que la tradición del hombre que lucha por vencer a la fiera o vengar los daños que ha causado, y la caza del plantígrado era la reacción más común y mejor comprendida en el mundo rural ante sus ataques al ganado, a colmenas o a cultivos. Y eso sin olvidar el ansia de poseer un trofeo de gran valor, que atraía a furtivos urbanos y de alto poder adquisitivo. El aumento de la vigilancia, el agravamiento de las penas, la indemnización por los daños que causaba el oso y el progresivo cambio de mentalidad, fruto de las campañas de sensibilización, fueron reduciendo poco a poco esas reacciones ancladas en el pasado y abriendo la relación entre el hombre rural y el animal a un futuro más esperanzador. Si bien la tolerancia hacia los osos e incluso el orgullo de compartir con ellos el territorio son las actitudes más comunes en la Cordillera, todavía hay desapren-sivos capaces de dispararles, como lo demuestran las recientes confirmaciones de la muerte por tiros de dos machos adultos, uno en el 2005, en la población oriental, y otro en el 2006, en la occidental. Combatir el furtivismo continúa siendo una prio-ridad, y no solo por medio de la acción represiva, sino también a través de campañas de concienciación y sensibilización, que tienen más efecto a largo plazo al conseguir aislar socialmente a los practicantes de estos actos delictivos.

No es posible apostar por una población de osos cantábricos que sea viable sin garantizar la calidad del hábitat en amplios territorios donde no falten los bosques maduros que proporcio-nen abundante alimento y los parajes tranquilos. Ciertamente, puede sorprender la capacidad de nuestros osos para cohabitar en buena vecindad con los habitantes humanos de la Cordillera, pero eso no quiere decir que toleren cualquier tipo de actividad, sobre todo si se desarrolla en sus hábitats más críticos.

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Conocer la influencia de las actividades humanas sobre la especie es de gran relevancia para arbitrar medidas de con-servación, y por ello numerosos estudios tratan de evaluar su impacto. El más relevante emprendido en Europa —que es también una de las investigaciones más importantes sobre la especie realizadas en el mundo— es uno que se está a llevando a cabo desde 1984 con la población de osos de Escandinavia. Ha supuesto hasta ahora el radiomarcaje de más de 600 osos y el análisis genético de miles de excrementos recogidos en el campo. En el marco de este ambicioso proyecto, dirigido por Jon Swenson, un equipo de investigadores, encabezado por Christian Nellemann, acaba de publicar una investigación en la que se analizó el uso del hábitat por parte de 106 osos (55 hembras y 51 machos) radiomarcados en Suecia entre 1985 y el 2002, para determinar el impacto de los núcleos de población (de entre 3.000 y 11.000 habitantes) y de dos centros turísti-cos que incluyen estaciones de esquí, con picos de afluencia a finales del invierno, mediados del verano y el otoño. Los investigadores querían saber cómo influyen estas infraestruc-turas en el uso del espacio por los osos, para lo cual analizaron factores como la cobertura forestal y la orografía del terreno, pero también la edad y el sexo de los osos radiomarcados. Los resultados no dejan lugar a dudas: en hábitats comparables —con un grado similar de cobertura vegetal y de inaccesibi-lidad—, la intensidad con la que los osos usaban el territorio era proporcional a la distancia de las poblaciones y los centros turísticos. Hasta aquí, nada sorprendente. Lo llamativo es que los osos evitan usar de forma intensa los hábitats potencial-mente favorables situados en un radio de 10 km de las pobla-ciones y centros turísticos, lo cual indica que estos tienen una influencia muy superior a la que tradicionalmente se les había atribuido. En la despoblada zona sueca donde se realizó la investigación, la superficie ocupada por las poblaciones y los centros turísticos cubría físicamente menos del 1 % del área de estudio, pero la zona que los osos evitaban (10 km alrededor de las infraestructuras) ocupaba el 40 % de dicha área.

Las tres cuartas partes de las localizaciones de hembras se concentraban en solo un tercio del terreno, calificado como accidentado y localizado a más de 10 km de cualquier pobla-ción o centro turístico. Los osos que vivían a menos de 10 km de tales asentamientos eran bastante más jóvenes que los que vivían lejos: la edad media de los machos y las hembras

que habitaban en los 10 km de influencia del área humanizada era solo de 4,4 años, mientras que la edad media de los que lo hacían a más de 10 km era de 8,9 años para los machos y 6,0 para las hembras. De hecho, los subadultos (osos menores de 4 años) constituían más de la mitad de los ejemplares que vivían en esta zona de influencia humana, y la mayoría de ellos eran probablemente ejemplares en dispersión que se en-contraban en fase de exploración de nuevos territorios donde asentarse. Estas áreas, en cambio, contenían solo el 8 % de los machos mayores de 7 años (en plenitud reproductora); el 92 % restante estaba a más de 10 km de las zonas humanizadas.

Los resultados de este estudio tienen una aplicación muy clara en la Cordillera Cantábrica. En los últimos años se están planteando algunos macroproyectos, como nuevas estaciones de esquí con desarrollos urbanísticos y de infraestructuras asociados, que supondrían la transformación de hábitats clave para la especie y la afluencia masiva de visitantes a las montañas oseras. Pero las investigaciones de los biólogos escandinavos han demostrado que el turismo intensivo es claramente incompatible con la conservación del oso.

El hábitat de calidad para el oso es un bien escaso en la Cordillera Cantábrica y singularmente en lo que se refiere a las denominadas áreas críticas, es decir, los enclaves donde hibernan los osos y los bosques mejores y más productivos donde se alimentan en otoño. Las áreas críticas tienen que ser especialmente tenidas en cuenta por los responsables administrativos de la gestión de la biodiversidad, con el fin de evitar usos que alteren su tranquilidad y actuaciones que disminuyan la calidad del hábitat. La misma atención hay que dispensar a las áreas donde viven las osas con crías, no solo por su valor intrínseco como focos reproductivos, sino también porque la concentración de las osas reproductoras en territorios relativamente poco extensos es un factor que aumenta la fragilidad de la población ante cualquier posible alteración de esas «áreas madre».

Otro de los grandes retos de futuro en la gestión del medio natural vinculada con la recuperación del oso es conseguir la conexión efectiva entre las dos poblaciones oseras cantábri-cas. Hacer más permeable la franja de 40 ó 50 km que separa ambas poblaciones, tanto en su vertiente asturiana como

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leonesa, es un importante objetivo de conservación, sobre todo si se tiene en cuenta el carácter de «especie paraguas» que tiene el oso: si los plantígrados pueden llegar algún día a franquear con facilidad este territorio que conocemos como el «corredor interpoblacional», eso significará que lo podrán ha-cer igualmente otras especies de nuestra fauna de montaña. Conocer los pasillos que podrían utilizar los osos para atrave-sar el corredor, rellenar los vacíos forestales plantando o favo-reciendo la regeneración natural del bosque y facilitar pasos para la fauna en las principales infraestructuras de comunica-ción son tareas urgentes que no hay que tardar en acometer. Si fuéramos capaces de facilitar el movimiento de osos entre las dos poblaciones cantábricas, conseguiríamos mejorar la salud genética de ambas, especialmente la de la pequeña población oriental, que tiene uno de los valores de variabili-dad genética más bajos de entre todas las poblaciones de oso pardo del mundo. Está plenamente asumido que la pérdida de variabilidad genética dificulta la recuperación de las especies amenazadas y acelera su extinción. Por ello, la conexión entre las dos poblaciones mejoraría la calidad genética de ambas y aceleraría notablemente el proceso de recuperación.

El oso como dinamizador del desarrollo rural

Tras muchos años de trabajo, se ha consolidado un sistema de seguimiento de las poblaciones oseras y de control de algunas de sus amenazas, como el trampeo ilegal, que, apo-yado en el trabajo de la guardería de las Administraciones autonómicas y de las Patrullas Oso de la Fundación Oso Pardo, nos está permitiendo tener una radiografía muy precisa y actualizada de cómo evolucionan las poblaciones oseras. En el seguimiento y vigilancia poco más se puede avanzar, pero en cambio queda aún mucho camino por recorrer en lo que se refiere a la cohabitación entre osos y hombres. El gran desafío es ahora conseguir aumentar el apoyo social en el medio rural a las actuaciones de recuperación de la especie, y también acertar en que las fórmulas de desarrollo rural que se apliquen sean compatibles con la conservación de la biodiversidad cantábrica en general y la de los osos en particular.

Resultará también fundamental, para consolidar la recupe-ración de la especie, el fomento de la positiva imagen que el

oso tiene como elemento dinamizador de las zonas rurales, a través de la promoción de actividades turísticas soste-nibles y de la comercialización de productos artesanales o agroalimentarios que puedan servirse de la imagen del oso como símbolo y marca de calidad para su promoción. También habrá que esforzarse en reducir los conflictos en-tre osos y campesinos mediante la prevención de los daños y su indemnización justa y rápida. En resumidas cuentas, habrá que dedicar todos los esfuerzos para que la Cordillera sea un buen escenario para la feliz convivencia entre osos y humanos.

A lo largo de las páginas de este libro, hemos querido mos-trar cómo es la vida de nuestros osos cantábricos y cómo es el peculiar entorno de montaña en el que transcurre la exis-tencia de esta amenazada población osera. Los que llevamos muchos años dedicados en cuerpo y alma a estudiar y velar por la conservación del animal más poderoso y totémico de nuestras montañas, hemos experimentado en la última década un cierto alivio y no poca satisfacción. Tras vislum-brar, a comienzos de la década de los noventa, un futuro realmente incierto para nuestros osos, en los últimos años cada primavera ha traído consigo una nueva esperanza. Al tiempo que el ciclo de las estaciones hacía rebrotar la hoja nueva en hayedos, robledales y abedulares, nuevas osas con crías se iban incorporando, de forma paulatina, a la creciente población osera. Una vez salvado el periodo más crítico en la historia del oso cantábrico, tenemos ahora la sensación de que nos encontramos en un momento crucial para la especie. Logrado en gran parte el control del furtivismo —a pesar de los lazos que aún entrampan nuestros montes—, amparados los mejores territorios oseros bajo un amplio abanico de figuras de protección y erigida la especie en uno de los más queridos iconos conservacionistas, como ONG dedicada a la conservación de esta especie hemos consegui-do ya muchos de nuestros anhelos. Pero todavía quedan mu-chos objetivos que conseguir, que pueden resumirse en uno solo: que la montaña cantábrica siga siendo lo que ha sido hasta ahora, a pesar de los envites del éxodo rural o de los impactos de un desarrollo mal planificado. Si alcanzásemos este objetivo, ambicioso pero posible, estamos seguros de que la Cordillera Cantábrica podría seguir siendo por mucho tiempo «el País del Oso».

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Los osos cantábricos se distribuyen en dos poblaciones aisladas entre sí y entre las que no se produce el intercambio de ejemplares necesario para garantizar la variabilidad genética.

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Aníbal González, guarda mayor de la Administración cántabra en Liébana, y Elsa Sánchez y Vicente Vilda, vigilantes de la Patrulla Oso de Cantabria de la Fundación Oso Pardo, retornan de una fatigosa operación para localizar huellas en la nieve de una osa con sus crías. El censo anual de hembras con crías aporta una valiosa información para conocer cómo evoluciona nuestra población de osos.

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Abilio Canal, fotografiado en su casa del pueblo leonés de Vegacerneja (a la derecha en la imagen), fue guarda mayor de la Reserva de Caza de Riaño (León). Hoy está jubilado y tiene 75 años, pero no ha perdido las ganas de seguir disfrutando de la naturaleza y continúa saliendo al monte siempre que puede. Y como él, otros de su quinta. ¡Qué espléndida generación de guardas! Aunque son muchos más, recordaremos aquí a los asturianos Félix Rodríguez, del pueblo de Corés, y Manolo Rodríguez, de Caunedo, ambos del concejo de Somiedo; Ángel de la Mata, de El Rebollar (concejo de Degaña), y Manuel Lago, Chiquito (del

concejo de Cangas del Narcea), que fue asesinado por los furtivos en el bosque de Muniellos. Si hoy quedan osos, mucho han tenido que ver en ello este puñado de guardas, que, con más pasión que medios y en un ambiente mucho más hostil que el actual, trabajaron duro por nuestra fauna de montaña. Afortunadamente, el buen hacer de Abilio Canal ha sido heredado por sus hijos Federico y Bernardo (a la izquierda y en el centro de la foto); el primero es guarda de la Reserva de Caza de Riaño, y el segundo coordina la patrulla de vigilantes que la Fundación Oso Pardo tiene en la Montaña oriental leonesa.

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El empleo habitual de telescopios para observar y fotografiar a los osos garantiza que las labores de seguimiento se realicen sin molestar o intranquilizar a los animales. Los guardas de la Fundación Oso Pardo José Ángel Ibáñez y César Rueda siguen los movimientos de un oso en la Montaña palentina.

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La lucha contra el furtivismo es una prioridad en la Cordillera Cantábrica, y en esta batalla es fundamental que exista una estrecha cooperación y la mejor coordinación entre las guarderías de las Administraciones autonómicas, el Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil (Seprona) y las ONG. En la imagen, efectivos del Seprona, junto con los guardas de la Fundación Oso Pardo Soraya García, José Manuel Ramón y Elías Suárez, muestran los lazos de acero encontrados durante una operación contra el trampeo ilegal realizada en los montes del occidente asturiano. (Foto: Luis Fernández / FOP)

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Este oso lleva, aprisionándole la cintura, un lazo de acero puesto en el monte por algún furtivo, que ha terminado por incrustarse en su carne hasta provocarle una terrible herida. En las fotos, obtenidas en el límite entre Páramo del Sil (León) y Degaña (Asturias) en agosto del 2008, se aprecian el cable del lazo colgando, la descarnada herida y la extrema delgadez del pobre animal. (Fotos: Pedro García / FOP)

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Amplios territorios sin cobertura forestal y barreras como las que suponen la autopista AP 66 y el embalse leonés de Barrios de Luna dificultan el movimiento de los osos y el intercambio genético entre las dos poblaciones cantábricas.

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Los incendios forestales, provocados tanto por ganaderos que buscan convertir áreas de matorral en pastizales como por otras causas, empobrecen gradualmente el hábitat del oso.

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Aún se conservan, repartidas por el occidente cantábrico, algunas ancestrales construcciones levantadas por el campesino de la Cordillera para proteger las colmenas del ataque del oso. Se trata de los cortines o albarizas, recintos de muro de piedra seca, de unos tres metros de altura y de planta habitualmente circular. Están coronados por unas lajas colocadas de forma extraplomada para dificultar aún más si cabe el acceso del oso. A pesar de su gran valor etnográfico, están en su mayoría muy deteriorados, y bastantes en estado ruinoso, aunque algunos continúan en uso para preservar las colmenas. En las fotos, los guardas de la Fundación Oso Pardo José Manuel Ramón y Pedro García mejoran las defensas de un cortín mediante la instalación de una cerca electrificada.

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195El oso cantábrico

La declaración de Somiedo (Asturias) como parque natural tuvo lugar en 1988; fue el primero en establecerse en la Cordillera Cantábrica. Somiedo no es solo la belleza de sus paisajes salpicados de cabanas de teito o un territorio con una notable población de osos. Es también un magnífico ejemplo de desarrollo sostenible, basado en el aprovechamiento de su excelente ganadería de montaña y en el turismo rural y de naturaleza, así como la mejor prueba de que

la convivencia entre humanos y osos resulta posible. La mayoría de los vecinos de Somiedo hablan con orgullo de sus osos, y los osos contribuyen a mejorar la calidad de vida de los vecinos, y a este éxito no son ajenos el compromiso y el buen hacer de Belarmino Fernández y de José Luis Valle (derecha e izquierda en la foto), que llevan siendo alcalde y teniente alcalde, respectivamente, durante los últimos catorce años.

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El oso tiene el poder de convocatoria necesario para convertirse en un estandarte de la educación ambiental, y en su problemática intervienen muchos de los factores que afectan a la conservación de la naturaleza en general, por lo que resulta un caso paradigmático entre las especies amenazadas. En la Casa del Oso que la Fundación Oso Pardo tiene en el pueblo de Verdeña, en el corazón del Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre-Montaña Palentina, los turistas, y particularmente los escolares, se adentran en el mundo del oso cantábrico, y de una forma amena y con alguna que otra sorpresa conocen cómo son y cómo viven nuestros osos.

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Puede considerarse al 2007 como el año del oso, ya que ha sido la mejor temporada de cría en las dos últimas décadas. Veintiuna osas trajeron al mundo a treinta y nueve oseznos. Y aunque sabemos que el futuro del oso cantábrico aún no está asegurado, porque persisten problemas graves de conservación, esas veintiuna nuevas familias nos han hecho recuperar el ánimo y un moderado optimismo sobre el futuro de la especie.

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Para obtener las fotografías de este libro se ha trabajado intensamente, a lo largo de las cuatro estaciones, en los mejores territorios oseros de la Cordillera: Alto Sil (León), Degaña, Alto Narcea y Somiedo (Asturias) y la Montaña palentina. También hemos realizado caminatas y esperas en otros muchos territorios de Asturias, Cantabria, Lugo, León y Palencia. En el aspecto técnico, para conseguir fotografiar a los osos desde largas distancias, se ha utilizado un potente teleobjetivo de 600 mm, al que casi siempre se añadía un duplicador de focal. Sumado a la cámara, el equipo pesaba más de 9 kg, lo que obligaba a usar un trípode o un monopié.

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Tras la huella del oso

Aquella mañana de primavera llovía con fuerza en las mon-tañas del Alto Sil, en el noroeste de la provincia de León. Las lluvias que traía la nueva estación nos habían impedido salir al monte durante varias jornadas. Pero ese día decidimos ha-cer caso omiso del tiempo. Cuando el temporal parecía ahogar nuestras esperanzas, aparecieron en escena un par de osos jóvenes. Dimos con ellos gracias al instinto de Luis Fernández, guarda de la Fundación Oso Pardo, y fue esencial, como siem-pre que uno intenta fotografiar animales tan esquivos y esca-sos, el tiempo dedicado a la espera, aguardando el momento y estando en el lugar idóneos para captar las imágenes. Todos, osos y humanos, acabamos empapados. El pelaje mojado de los osos brillaba y contrastaba contra el fondo de las rocas cubiertas de musgos y líquenes.

Un par de años antes, cuando Guillermo Palomero me propuso hacer las fotos para este libro, dije: «¡Imposible!». Anterior-mente, ya había tomado algunas fotos de osos en libertad, por lo que conocía la dificultad que entrañaba tal tarea. Ahora, además, debía documentar distintas facetas íntimas de la vida del animal y obtener imágenes de osos alimentándose, en celo, con sus crías, así como de otras manifestaciones de su comportamiento. Y todo ello a lo largo de las distintas estacio-nes del año. El reto era grande, pues a la dificultad de observar osos en libertad se añadía la incertidumbre del tiempo adverso y cambiante que reina en las montañas cantábricas y que pone muchas trabas al trabajo fotográfico. En fin, todas estas variables convertían el proyecto en una auténtica quimera.

Aun así, el reto era apasionante, y la respuesta tenía que ser, a la fuerza, afirmativa. Por ello, poco después de aceptada la proposición, comenzaron las numerosas salidas en busca de los osos. Muchas jornadas terminaron sin ni tan siquiera ver-los; y cuando se conseguía observarlos, en gran parte de las ocasiones tampoco se los podía fotografiar. Pero, como su-cede con la inspiración, un oso, un lince o incluso un caracol, aparecen si se los busca.

Durante los años que ha durado el proyecto, he sido testigo de la labor de los guardas de las patrullas de la Fundación Oso Pardo, sin cuya ayuda hubiera sido inútil intentarlo. Acompa-ñado por ellos, y en muchas ocasiones por el propio Guillermo, tuve el placer de recorrer la montaña, de observar y de foto-grafiar a los osos. Sus conocimientos y sus consejos, además de imprescindibles, fueron toda una escuela. Seguimos a los osos, pero también observamos a las águilas reales, a los lo-bos, a las ardillas y a los rebecos. También tuve la oportunidad de disfrutar de los paisajes en las cuatro estaciones y de vivir los amaneceres y las puestas de sol de cada día. Al final, el tra-bajo en equipo, marcado por el tesón y la perseverancia, dio sus frutos.

Todas las fotos de este libro se han tomado en la Cordillera Cantábrica. Los animales que aparecen han sido fotografiados en total libertad, y siempre con el máximo respeto. Nunca han sido perseguidos ni molestados, y para realizar el trabajo se ha contado con los permisos administrativos necesarios. La ma-yoría de las fotos de osos se han hecho desde lejos, a menudo a una distancia de más de medio kilómetro. Aunque también ha habido ocasiones en las que nos vimos sorprendidos por algún oso que, de improviso, se situó a escasos metros de nuestra espalda, dejándonos con la sangre helada y el pulso acelerado.

Los hábitos de esta especie, que suele moverse al amanecer y al atardecer, han determinado que las fotos fueran obtenidas casi siempre en momentos de escasa luz, en muchos casos rozando la oscuridad, con las complicaciones que eso conlleva. Pero, a pesar de estas dificultades, nuestro afán por reflejar el lado salvaje del oso en su medio nos ha permitido obtener una colección de imágenes que creemos transmiten fielmente el magnífico carácter del oso pardo, un animal excepcional que aún continúa prosperando en las montañas cantábricas.

Andoni Canela

El Oso Cantábrico

El certificado FSC (Forest Stewardship Council) asegura que la fibra virgen utilizada en la fabricación de este papel procede de masas certificadas con las máximas garantías de una gestión forestal social y ambientalmente responsable y de otras fuentes controladas. Consumiendo papel FSC promovemos la conservación de los bosques del planeta y su uso responsable. El Oso Cantábrico

Textos Fundación Oso Pardo · Fotografías Andoni CanelaObra Social cTel. 902 13 13 60www.obrasocialcajamadrid.es

Fundación Oso PardoTel. 942 23 49 00www.fundacionosopardo.org

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