capitulo 11. presas

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Capítulo 11. Presas. -No importan lo que te digan, siempre hay elección... -No, te equivocas, nunca la hubo.  El encargo estaba hecho, le había costado bastante realizarlo pero ya podría volver con la cabeza bien alta entre sus hermanos y hermanas. Había cambiado las ropas raídas y manchadas de sangre por una vestimenta más cómoda y con la que sería reconocida en el barrio de Las Lumbres. A pesar de que sería terriblemente divertido, no le convenía que algunos matones de tres al cuarto se equivocasen e intentasen robarle o algo peor. Unos cuantos cadáveres más no serían un problema, pero podría llamar la atención hacía donde no debía. Por lo tanto decidió esperar a la noche del día siguiente para ver a Karl Van Heist. No sabía si el cliente habría dejado a alguien allí por si ella volvía, pero tras un mes desde su reunión lo dudaba. Por si acaso buscó a un correo, una persona que le llevase un mensaje al comerciante para reunirse con ella. El mensaje era breve “Está hecho, le veré esta noche en el mismo sitio que la otra vez”, esperaba que no fuese tan tonto como para no acudir a la cita, Morea se impacientaba con facilidad. Permaneció oculta en una posada cercana a Las Lumbres que ya había usado como escondite en otras ocasiones. Cuando la noche cubrió la ciudad salió a las frías calles iluminadas por las hogueras, pues el tiempo había dado un descanso a la ciudad y los habitantes del barrio aprovecharon para seguir con sus trapicheos. Otra consecuencia de este descanso era que podría moverse con más facilidad por los oscuros callejones ya que gran parte de la nieve se había derretido durante el día. Llegó a la puerta de la casa en pocos minutos sin que nadie la hubiese visto realmente pues evitó las zonas iluminadas. Se paró bajo el dintel de piedra de la entrada y llamó con la contraseña que ya usara la primera vez que vio al cliente. La portilla se abrió de forma abrupta y unos ojos nerviosos asomaron a través del pequeño mirador. -¿Quién va? preguntó el hombre tras la madera. -Soy Morea, abre la maldita puerta. contestó ella. Le divertía la reacción del hombre, seguramente había visto lo que le había hecho al maldito monje en la puerta de la catedral. Esta vez le mostraría más respeto, seguro. El mayordomo de Karl Van Heist no pronunció ninguna palabra más sino que cerró la portilla rápidamente y descorrió sendos cerrojos para poder abrir la puerta. La luz del interior inundó por un momento el callejón, el tiempo suficiente para que Morea entrara en el vestíbulo y cerrase tras ella. A diferencia de la otra reunión no ocultaba su rostro así que sonrió maliciosamente al mayordomo lo cual provocó en él un escalofrío muy satisfactorio para ella. Luego, sin mediar palabra, tendió una mano en un gesto, indicándole al hombre que fuese a buscar a su amo.

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Capítulo 11. Presas.

“-No importan lo que te digan, siempre hay elección...

-No, te equivocas, nunca la hubo.” 

El encargo estaba hecho, le había costado bastante realizarlo pero ya podría

volver con la cabeza bien alta entre sus hermanos y hermanas. Había cambiado las

ropas raídas y manchadas de sangre por una vestimenta más cómoda y con la que

sería reconocida en el barrio de Las Lumbres. A pesar de que sería terriblemente

divertido, no le convenía que algunos matones de tres al cuarto se equivocasen e

intentasen robarle o algo peor. Unos cuantos cadáveres más no serían un problema,

pero podría llamar la atención hacía donde no debía.

Por lo tanto decidió esperar a la noche del día siguiente para ver a Karl Van

Heist. No sabía si el cliente habría dejado a alguien allí por si ella volvía, pero tras unmes desde su reunión lo dudaba. Por si acaso buscó a un correo, una persona que le

llevase un mensaje al comerciante para reunirse con ella. El mensaje era breve “Está

hecho, le veré esta noche en el mismo sitio que la otra vez”, esperaba que no fuese

tan tonto como para no acudir a la cita, Morea se impacientaba con facilidad.

Permaneció oculta en una posada cercana a Las Lumbres que ya había usado

como escondite en otras ocasiones. Cuando la noche cubrió la ciudad salió a las frías

calles iluminadas por las hogueras, pues el tiempo había dado un descanso a la

ciudad y los habitantes del barrio aprovecharon para seguir con sus trapicheos. Otra

consecuencia de este descanso era que podría moverse con más facilidad por los

oscuros callejones ya que gran parte de la nieve se había derretido durante el día.

Llegó a la puerta de la casa en pocos minutos sin que nadie la hubiese visto

realmente pues evitó las zonas iluminadas. Se paró bajo el dintel de piedra de la

entrada y llamó con la contraseña que ya usara la primera vez que vio al cliente.

La portilla se abrió de forma abrupta y unos ojos nerviosos asomaron a

través del pequeño mirador.

-¿Quién va? –preguntó el hombre tras la madera.

-Soy Morea, abre la maldita puerta. –contestó ella. Le divertía la reacción del

hombre, seguramente había visto lo que le había hecho al maldito monje en la

puerta de la catedral. Esta vez le mostraría más respeto, seguro.

El mayordomo de Karl Van Heist no pronunció ninguna palabra más sino que

cerró la portilla rápidamente y descorrió sendos cerrojos para poder abrir la puerta.

La luz del interior inundó por un momento el callejón, el tiempo suficiente para que

Morea entrara en el vestíbulo y cerrase tras ella.

A diferencia de la otra reunión no ocultaba su rostro así que sonrió

maliciosamente al mayordomo lo cual provocó en él un escalofrío muy satisfactorio

para ella. Luego, sin mediar palabra, tendió una mano en un gesto, indicándole al

hombre que fuese a buscar a su amo.

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  -Mi jefe la espera, no hace falta pedirle su permiso, por aquí. –dijo el

mayordomo entrecortadamente. –sígame por favor...

Morea dió dos pasos hacia la habitación del fondo, en cuanto puso un pie en

la alfombra se detuvo.

-¿Cómo? ¿ahí? –preguntó a nadie en particular, el hombre se paró variospasos por delante.

-¿Disculpe? –respondió el mayordomo, extrañado ante la pregunta sin

sentido que acababa de proferir ella.

Del interior de la capa de Morea apareció una espada como por arte de

magia, debido a la velocidad y al fluido movimiento que hizo para desenvainarla. Los

ojos de la asesina brillaron con la promesa de la violencia y acto seguido levantó la

alfombra con la punta de la espada.

En el suelo, pintado con tiza, había dos círculos concéntricos con runas

escritas entre ellos. Los ojos de Morea se abrieron de asombro durante un segundo,algo inaudito para quienes la conocieran, pero cambió su expresión por un

semblante de odio puro tan rápidamente que cualquiera habría dudado de haberlo

visto.

-¿Qué traición es esta? –le espetó al hombre en la cara, pues con dos

zancadas rodeó el círculo y se había plantado a escasos centímetros de él. Una daga

de aspecto cruel apareció en su mano izquierda y la presionó contra la garganta del

mayordomo.

La casa, hasta entonces en silencio, pareció despertar con el

enfrentamiento. Pasos apresurados acompañados de sonidos de armaduras

surgieron por toda la estructura. Seis hombres surgieron de las sombras, todos

vestían armaduras metálicas ligeras, en sus manos agarraban las espadas mazas

propias de la religión de Alire.

Los hombres se posicionaron alrededor de Morea y del mayordomo, que no

se atrevía a moverse. Parecían mostrarse reacios a atacar, como si esperasen algo,

sin embargo no le llevó mucho tiempo descubrir el qué. La puerta tras la que había

encontrado a Karl Van Heist la última vez salió despedida de sus goznes cuando un

pie acorazado la golpeó desde el otro lado.

La oscuridad pareció recular cuando el hombre que había reventado la

puerta entró en la habitación. Vestía una armadura blanca y dorada profusamente

decorada con águilas y soles, una capa rojo sangre ondeaba suavemente a su

espalda sin que ningún viento la meciera en aquella habitación. Su cara reflejaba una

gran determinación y una sonrisa cruel, un halo de luz parecía enmarcar su cabeza

haciéndole daño a Morea en los ojos cuando lo miraba.

-Aquí acaba tu existencia en las tierras de nuestro Señor, demonio. Regresa

al infierno del que has salido. –dijo el desconocido mientras apuntaba a Morea con

su espada maza.

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  Como si hubieran recibido una orden los seis hombres que la rodeaban

atacaron a la vez. Ella sonrió ante el ataque, acto seguido aparto la daga del cuello

del mayordomo y usó a este como escudo contra una de las mazas que se

acercaban.

En el último momento interpuso al mayordomo entre uno de sus atacantes yella. La cabeza de este pareció explotar, aunque ella sabía que no era así,

simplemente era sangre proyectada y algunos dientes. Aun así se alegró del golpe y

aprovechó el hueco dejado por el explorador de Alire para clavarle la daga en la

axila. El ataque, mortal de necesidad, hizo que el hombre cayese como un fardo al

suelo, arrastrando la daga con él. Mientras, Morea salía fuera del círculo formado

por los exploradores a través del espacio libre dejado por el hombre moribundo.

Los demás corrigieron su rumbo para acosar a la asesina mientras el cazador

de demonios se acercaba lentamente a la confrontación, murmurando plegarias que

hacían daño en los oídos de Morea.Bloqueó una espada maza al tiempo que esquivaba otra, levantando la

pierna y descargando una patada en el casco de un tercer atacante. El hombre salió

despedido hacía atrás pero al momento ocupó su sitio otro de los exploradores que

consiguió acertarle en el hombro izquierdo con su arma. La capa se desgarró al

tiempo que la sangre salía despedida en dirección al suelo. El dolor sorprendió a

Morea que reculó ante sus atacantes.

El brazo de la asesina colgaba flácido mientras la sangre bajaba por él como

un río carmesí, ella lo miró con fascinación, hacía mucho tiempo que nadie la hería.

La locura hizo acto de presencia en su semblante, levantó la mirada hacía los

exploradores de Alire que se pararon en seco ante la inhumana sonrisa que les

presentó.

-Claro que si... no, no voy a deja con vida a ninguno de ellos... –Morea

hablaba sin prestar atención a ninguno de ellos manteniendo una conversación con

el demonio de su interior. –De acuerdo, toma mi alma y acabemos con ellos.

Morea agachó la cabeza como si se rindiera, los exploradores se miraron

unos a otros dubitativamente, cogidos por sorpresa ante el extraño

comportamiento de su presa. Sin embargo el cazador de demonios no era ningún

novato y advirtió a sus hombres al tiempo que se aprestaba a atacar.

-¡Ahora es cuando veréis la iniquidad de los sirvientes de la Oscuridad! ¡No

flaqueéis hermanos, pues el Hacedor está de nuestro lado! –rugió contra un súbito

viento que barrió la estancia cargado de un olor almizclado y penetrante.

Volutas de humo surgieron de la herida del hombro de Morea mientras está

adoptaba una posición más erguida, perdiéndose en el viento que parecía emanar

de ella.

Los exploradores de Alire se aprestaron al combate contra aquel despliegue

de poder. Entonces Morea alzó el rostro y sus corazones empezaron a flaquear de

verdad.

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Los ojos de la asesina refulgían con un brillo violáceo y su semblante parecía

el de otra persona, un gesto de éxtasis lo recorrió mientras se pasaba la mano libre

lascivamente por el cuerpo.

-¡Por fin! –exclamó con una voz que no era la suya. Una voz que parecía

contener la experiencia de siglos de vicios y degradaciones.La asesina observó divertida la sangre que había manchado su brazo

izquierdo. Sin parar de sonreír se lamió la mano en un gesto degenerado y lascivo

que incomodó a sus atacantes. Como si de un rayo se tratase se lanzó contra el que

tenía más cerca y antes de que este pudiese siquiera moverse le escupió su propia

sangre a través de la rendija del yelmo.

El hombre reculó un par de pasos mientras soltaba un grito desgarrador,

dejando caer su espada maza a los pies de Morea. Incapaz de llegar hasta sus ojos

se arrancó el yelmo con un movimiento brusco y empezó a frotárselos con

ansiedad. Casi al mismo tiempo ella le propinó una patada en el pecho, casi delicada,lo suficientemente fuerte para desestabilizarlo y que cayera entre sus compañeros.

El explorador comenzó a tener convulsiones casi inmediatamente, su

espalda se arqueó espasmódicamente mientras soltaba gemidos inarticulados. Uno

de sus hermanos se agachó para intentar asistirlo mientras los demás se encaraban

de nuevo contra la mujer.

Morea se carcajeó con una risa que no era suya y alzando la espada se

abalanzó contra otro de los exploradores. Las armas entrechocaron con un sonido

estridente que resonó por toda la habitación. Otro de sus atacantes intentó

rodearla para atacarla desde atrás pero ella bloqueó el arma con tal fuerza que el

brazo del hombre se entumeció. El pie de la asesina se alzó hacia atrás mientras

realizaba el bloqueo por lo que golpeó con el talón al hombre con el que se hallaba

trabado en la entrepierna, haciendo que se doblase ante el dolor.

Con un movimiento propio de un acróbata se impulsó por encima del

dolorido explorador al mismo tiempo que encajaba su espada entre el yelmo y la

gorjera del hombre. El simple impulso fue tan fuerte que la espada seccionó los

músculos y el hueso, decapitándolo al instante y manchando a su hermano con un

caño de sangre arterial.

Sin esperar ni un solo instante se dirigió contra otro de los exploradores que

se preparó para recibir su acometida. Cuando alzó la espada un dolor agudo explotó

en su mano, haciendo que la soltara y el metal repiqueteó contra el suelo. El arma

cayó junto al hombre al que había escupido en los ojos y que seguía retorciéndose

por culpa de los espasmos de su columna vertebral.

-¡No volverás a tocar a estos hombres demonio! –gritó el cazador mientras

recogía el látigo en que se había convertido su espada maza.

Sin perder la compostura ni la sonrisa de sus labios Morea miró a su

vociferante enemigo mientras reculaba hacia las sombras.

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-Tampoco es que me haga falta cariño... –susurró en un tono que haría

ruborizarse a un sacerdote.

Las sombras tras las que se ocultó parecieron cobrar consistencia y se

expandían por la habitación. Una salmodia blasfema surgió de su garganta y arrancó

el primer atisbo de miedo del cazador de demonios.La luz que emanaba del hombre comenzó a apagarse como una vela ante un

viento huracanado, sin embargo cobró más fuerza en cuanto este recitó sus propios

ensalmos y de repente la habitación se encontró dividida entre una luz y una

oscuridad tan antinaturales que no existía el más mínimo matiz entre ellas.

Los exploradores supervivientes se reunieron en torno al cazador que agarró

con ambas manos su espada maza y cerró los ojos, concentrándose en los versos

sagrados que mantenían a raya a la oscuridad.

Desterrados a una pequeña isla de luz los cazadores se habían convertido de

repente en las presas.