capitulo 11. la iglesia es madre y maestra (sagradas escrituras, magisterio y tradicion)

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Capitulo 11. La Iglesia Es Madre Y Maestra (Sagradas Escrituras, Magisterio y Tradición). Temática: - La Función de la Iglesia como Madre y Maestra del Mundo. Desarrollo: 1) Lectura Bíblica: Mateo 16, 16-20. Pedro contesto: tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo. Jesús le replico: Feliz eres, Simon Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea piedra), y sobre esta piedra edificare mi iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedara desatado en el cielo. Entonces Jesús les ordeno a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Palabra del Señor... R: Gloria a ti Señor Jesús. 2) Reflexión. Los cristianos recibimos de la Iglesia la Palabra de Dios escrita y las enseñanzas de Cristo por medio de los Apóstoles; recibimos los sacramentos que dan vida; los ejemplos de santidad, y el Magisterio seguro e infalible en las verdades de fe moral. La Iglesia, además de enseñar con autoridad, puede también imponer preceptos a sus miembros para ayudarles al mejor obrar y a santificarse; estos preceptos son obligatorios. ¿Cuáles son los principales preceptos de la Iglesia? Son cinco: 1. Oír Misa entera todos los domingos y feriados religiosos de precepto. 2. Confesar los pecados mortales, por lo menos una vez al año, cuando se ha de comulgar y en peligro de muerte. 3. Comulgar una vez al año, preferentemente en tiempo pascual 4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia. 5. Contribuir al sostenimiento de la Iglesia, en la medida de las posibilidades de cada uno. Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontrarán su salvación, con la plenitud de una vida más

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Page 1: Capitulo 11. la iglesia es madre y maestra (sagradas escrituras, magisterio y tradicion)

Capitulo 11. La Iglesia Es Madre Y Maestra (Sagradas Escrituras, Magisterio y Tradición).

Temática: -  La Función de la Iglesia como Madre y Maestra del Mundo.  Desarrollo:1) Lectura Bíblica: Mateo 16, 16-20.

Pedro contesto: tú eres el mesías, el hijo de Dios vivo. Jesús le replico: Feliz eres, Simon Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.  Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea piedra), y sobre esta piedra edificare mi iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedara atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedara desatado en el cielo. Entonces Jesús les ordeno a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Palabra del Señor...R: Gloria a ti Señor Jesús.  

2) Reflexión. Los cristianos recibimos de la Iglesia la Palabra de Dios escrita y las enseñanzas de Cristo por medio de los Apóstoles; recibimos los sacramentos que dan vida; los ejemplos de santidad, y el Magisterio seguro e infalible en las verdades de fe moral. La Iglesia, además de enseñar con autoridad, puede también imponer preceptos a sus miembros para ayudarles al mejor obrar y a santificarse; estos preceptos son obligatorios.  ¿Cuáles son los principales preceptos de la Iglesia? Son cinco: 1. Oír Misa entera todos los domingos y feriados religiosos de precepto. 2. Confesar los pecados mortales, por lo menos una vez al año, cuando se ha de comulgar y en peligro de muerte. 3. Comulgar una vez al año, preferentemente en tiempo pascual 4. Ayunar y abstenerse de comer carne cuando lo manda la Santa Madre Iglesia.5. Contribuir al sostenimiento de la Iglesia, en la medida de las posibilidades de cada uno.  

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontrarán su salvación, con la plenitud de una vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, "columna y fundamente de la verdad", (cf. 1 Tm 3, 15), confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.  En efecto, es la Iglesia la que saca del Evangelio las enseñanzas en virtud de las cuales se puede resolver por completo el conflicto, o, limando sus asperezas, hacerlo más soportable; ella es la que trata no sólo de instruir la

inteligencia, sino también de encauzar la vida y las costumbres de cada uno con sus preceptos; ella la que mejora las situaciones de los proletarios con muchas utilísimas instituciones; ella la que quiere y desea ardientemente que los pensamientos y las fuerzas de

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todos los órdenes sociales se alíen con la finalidad de mirar por el bien de la causa obrera de la mejor manera posible, y estima que a tal fin deben orientarse, si bien con justicia y moderación, las mismas leyes y la autoridad del Estado.  Nada, pues, tiene de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la caridad durante dos milenios, es decir, desde la institución del antiguo diaconado hasta nuestros días, así con la enseñanza de sus preceptos como con sus ejemplos innumerables; caridad qué, uniendo armoniosamente las enseñanzas y la práctica del mutuo amor, realiza de modo admirable el mandato de ese doble dar que compendia por entero la doctrina y la acción social de la Iglesia.  Así, a la luz de la sagrada doctrina del Concilio Vaticano II, la Iglesia se presenta ante nosotros como sujeto social de la responsabilidad de la verdad divina. Con profunda emoción escuchamos a Cristo mismo cuando dice: "La palabra que oís no es mía, sino del Padre, que me ha enviado" (Jn 14, 24). Por esto se exige de la Iglesia que,

cuando profesa y enseña la fe, esté íntimamente unida a la verdad divina (Dei Verbum, nn. 5, 10, 21) y la traduzca en conductas vividas de "rationabile obsequium", obsequio conforme con la razón.  

Pero el oficio de interpretar "auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo" (Dei Verbum, n. 10). La Iglesia en su vida y en su enseñanza, y viene revelada como "Pilar y valuarte de la verdad", (1 Tm 3, 15) incluyendo la verdad respecto a la acción moral. Igualmente "la Iglesia siempre y en todo lugar tiene el derecho de proclamar principios morales, siempre en el respeto del orden social, y de hacer juicios acerca de cualquier aspecto humano, como es exigido por los derecho fundamentales del hombre o por la salvación de las almas" (Código de Derecho Canónico, Canon 747, n. 2). Precisamente sobre los interrogantes que caracterizan hoy la discusión moral y en torno a los cuales se han desarrollado nuevas tendencias y teorías, el Magisterio, en fidelidad a Jesucristo y en continuidad con la tradición de la Iglesia, siente más urgente el deber de ofrecer el propio discernimiento y enseñanza, para

ayudar al hombre en su camino hacia la verdadera libertad.  Al pensar en una madre, en nuestra madre, ciertos sentimientos e imágenes nos vienen a la cabeza. En primer lugar, nos inspira un sentimiento de ternura, de amor; percibimos que nos quiere e, inconscientemente, el sentimiento tiende a ser recíproco. Es inevitable la sensación de protección y seguridad que nos proporciona. Desde pequeños, a quien hemos acudido instintivamente ante cualquier problema es a ella, nos volvemos hacia nuestra madre porque sabemos que a su lado, en sus brazos, no hay peligro. Además una madre, al pensar en su hijo por encima de todo, trata de darle lo mejor. Aunque haya veces que no entendamos por qué hace las cosas, nos queda la certeza de que es lo mejor para nosotros. En segundo lugar, y no por ello menos importante, nos enseña, nos educa; desde la más tierna infancia, ella, junto al padre, son los primeros maestros de cada persona.  A medida que hemos ido creciendo, hemos ido siendo cada vez más libres para decidir y tomar distintos caminos. De esta forma, hemos obedecido o no a nuestra madre. Sin embargo, pasase lo que pasase, ella siempre ha permanecido ahí, esperando con los brazos abiertos hasta que cada hijo volviese.  ¿Y por qué una madre actúa de esa manera? La razón última por la que ofrece y da todo eso a su hijo, es el amor. Un amor desinteresado y libre, un amor que surge desde el primer momento y que no termina.  Pues bien, la Iglesia es nuestra madre hasta el punto de poder establecer la comparación de que el hijo es a la madre como el cristiano a la Iglesia. Ella es esa madre acogedora que ofrece protección y seguridad desde el preciso momento del bautismo

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haciéndonos “miembros del Cuerpo de Cristo”. Todos los miembros estamos a disposición los unos de los otros, cada uno aporta algo, la Iglesia se vale de nosotros mismos para cuidarnos. Como una madre con sus hijos, para ella es muy importante la unidad. Unidad significa comunión. La Iglesia, para ser comunidad, tiene que ser jerarquía, y por eso obedecemos a las personas que la rigen de forma filial. Cuando en ocasiones desobedecemos, siempre tiene una mano abierta en nuestra dirección dispuesta a la reconciliación. Es también esa madre que piensa en nosotros y que, aunque a veces no entendamos el porqué de las cosas, sabemos que ni en ella ni en lo que hace hay maldad y que siempre es por nuestro bien. Ella quiere lo mejor para sus hijos y por eso nos ofrece los Sacramentos para que conozcamos a Jesús resucitado, para que podamos llegar hasta Él y así alcanzar la Salvación. Ella es esa maestra a la que se le confió la ley de Dios para que la transmitiese. La Iglesia, en nombre de Jesús, nos muestra el camino de la felicidad y nos enseña la Palabra de Dios como criterio de vida. A lo largo de su historia, en la Iglesia siempre ha habido personas sabias, escogidas por el Señor para profundizar en el conocimiento de los Misterios divinos y enseñarlos a los fieles. En los dos últimos siglos, tenemos la suerte de haber contado con papas preocupados por todos los temas que interesan al hombre. Los han estudiado y nos han dado a conocer a todos la opinión de la Iglesia sobre ellos. Encíclicas, cartas apostólicas y mensajes de todo tipo se nos ofrecen para completar nuestro conocimiento de los dogmas, la espiritualidad, la moral, la doctrina de la Iglesia en materia social, etc. Constituyen un tesoro que está a nuestra disposición para enriquecernos. No nos dé miedo acercarnos al Magisterio de la Iglesia, no nos dé miedo estar cada vez más formados para poder dar mejor razón de nuestra fe.  Por otra parte, la Iglesia tiene en su seno grandes santos que amaron a la Iglesia profundamente. Un claro ejemplo fue santa Teresa de Jesús, que antes de morir y como resumen de su vida, dijo: “Al fin muero hija de la Iglesia”. La Iglesia, tiene muy presente a sus santos para que los imitemos y aprendamos de ellos. En especial tiene a la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra desde el mismo momento de la muerte de Jesucristo. Es nuestra intercesora ante Dios Padre y en ella encontramos el más claro ejemplo de obediencia y amor incondicional. En definitiva, la Iglesia es el lugar donde el cristiano está llamado a realizar su vocación en comunión con todos sus hermanos.

Afirma San Cipriano: "Nadie puede tener a Dios por Padre, si no tiene a la Iglesia como madre”