capitulo 07. cruce de caminos

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Septimo capitulo de Cazador de demonios

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  • Captulo 07. Cruce de caminos.

    De verdad crees que puedes hacer algo para detenerme?...

    Las murallas de Blackgate se alzaban en el horizonte cuando los seis

    hermanos exploradores y l pasaron el ltimo recodo del camino. Estaba

    anocheciendo y las sucias murallas de color gris reflejaban la anaranjada luz contra

    un cielo cada vez ms oscuro. Como si la propia ciudad estuviese en llamas pens

    el cazador de demonios. Con un gesto seco de la cabeza indic a sus hombres que

    continuaran adelante, l los alcanzara ms tarde, primero quera rezar en soledad

    para agradecer el buen viaje y pedirle al Hacedor que le diese fuerzas para la tarea

    que deba llevar a cabo.

    Comenz por asearse, para ello sac una manta de una de las alforjas que

    llevaba su caballo y la extendi en el suelo cubierto de nieve. La manta haba sido

    bordada a mano especialmente para l y se vea desgastada por el uso frecuente, el

    cazador poda decir con orgullo que nunca haba faltado a sus rezos desde que se la

    haban obsequiado.

    Llen un cuenco con el agua de la cantimplora y lo dej a un lado de la

    manta, en pocos minutos se congelara as que se dio prisa en extraer los dems

    objetos que necesitara. Una navaja, una toalla, el smbolo sagrado de la orden de la

    luz de Alire y el libro de plegarias. Se descalz y se puso de rodillas sobre la tela, la

    espalda rgida en todo momento.

    Su mano, firme y segura, sostuvo la hoja sin un solo temblor a pesar del frio

    helador que le morda la piel. Con rpidos movimientos rasur el vello de su rostro

    mientras murmuraba plegarias de purificacin con los ojos grises puestos en la

    ciudad donde se encontraba su objetivo. Se lav la cara con la glida agua, us la

    toalla y cogi con reverencia el smbolo sagrado con una mano al tiempo que

    sostena el libro de plegarias con la otra.

    Abri el volumen por una pgina en concreto, la letana de la lucha sagrada.

    Los versos fluyeron a sus labios conforme sus ojos pasaban por encima del texto de

    forma mecnica, se saba la splica de memoria pero ver las palabras lo

    tranquilizaba y lo llenaba de gozo. Dej el libro en el suelo sin dejar de leer al tiempo

    que desenvainaba su espada maza. El arma, ms ligera que las que usualmente

    portaban los exploradores y templarios, estaba dividida en varias secciones,

    dndole un aspecto cruel, sanguinario.

    Sac de un bolsillo de su cinturn una piedra de amolar y, metdicamente,

    afil cada una de las hojas del arma. Con cada pasada murmuraba un verso sagrado,

    adquiriendo una cadencia casi militar que no solo aguzaba el filo del acero, sino

    tambin su propia resolucin.

    Cuando hubo acabado recogi todos los brtulos y se encamin hacia la

    ciudad. Un aire de confianza y nobleza pareca emanar de l, su mirada rozaba el

  • xtasis espiritual. Esa abominacin es ma, ms le vale correr pens al tiempo que

    una sonrisa asomaba a sus labios. Si alguien hubiese visto esa expresin habra

    huido despavorido.

    Las estrellas no brillaban la noche que el cazador lleg a Blackgate, las nubes

    que amenazaban con una tormenta de nieve cubran el cielo nocturno sumiendo a la

    urbe en la oscuridad. El fro haba hecho presa de la ciudad y la mayora de la gente

    se encontraba resguardada en sus hogares. Ni siquiera los guardias se hallaban en

    las calles sino que, ante la perspectiva de una ronda miserable, se haban escapado

    al amparo de alguna posada hasta que llegase la hora de volver al cuartel o haban

    ido a visitar la casa de Madame, un prostbulo famoso que dispona de habitaciones

    calientes y una an ms clida compaa.

    Por ello la mujer pas totalmente desapercibida cuando se dirigi al distrito

    de las Lumbres, el peor barrio de Blackgate. Las Lumbres llevaba ese nombre por la

    cantidad de mendigos, ladrones y gente de baja estofa que all vivan y que se

    calentaban por la noche encendiendo fuegos por todo el barrio. Seguramente antes

    tuvo otro nombre pero de ser as haca mucho tiempo que la gente lo haba

    olvidado, los nombres de las calles estaban sealizados en la ciudad con planchas de

    hierro decoradas pero la que perteneca a las Lumbres haba sido robada haca

    demasiados aos.

    Aquella noche sin embargo ningn fuego alumbraba las calles cuyos

    habitantes haban huido del inclemente tiempo. La mujer caminaba sin ms

    impedimento que el de la nieve ya cada, ni siquiera la oscuridad era un problema

    para ella. Embozada en una capa negra sera difcil verla a la luz de un farol, con la

    negrura reinante era imposible.

    Esa parte de la ciudad no haba recibido la planificacin que los arquitectos

    reales de antao le haban dado al resto de la ciudad. Las Lumbres haba crecido

    conforme la gente llegaba all y construa sin orden ni concierto por lo que los

    callejones estrechos y oscuros abundaban en aquella parte de la urbe.

    La figura oscura se dirigi a uno de esos callejones oscuros, en esa noche en

    que la luz no haca acto de presencia bien poda tratarse de una entrada al

    inframundo. La mujer, con la oscura bufanda y la capucha negras gir la cabeza en

    un ltimo vistazo para comprobar que nadie la segua. Si alguien la hubiese visto en

    ese momento hubiera distinguido los dos ojos iluminados por una luz violeta.

    Se adentr entonces en el callejn, cuando lleg a la puerta adecuada dio

    dos rpidos golpes en la madera seguidos de dos ms lentos. Esper a que alguien

    abriese la pequea portilla, inconscientemente se puso en un ngulo que la

    mantuviese lejos de un posible tirador mientras que a la vez sostena fuertemente

    una daga bastante larga y de aspecto letal bajo la capa. Finalmente la portilla se

    abri, derramando la luz de una antorcha al oscuro callejn.

  • -Quin va? pregunt una voz a travs de la portilla, un par de ojos se

    asomaron escudriando el exterior.

    -Soy la mensajera, abre. orden la mujer en un tono que no permita

    excusas.

    El hombre tras la puerta sinti un escalofro y se apresur en descorrer los

    cerrojos que mantenan la madera en su sitio. Tras un par de chasquidos metlicos la

    jamba de la puerta se abri haca dentro con un quejido.

    La mujer entr sin dilacin a la estancia y con la mano libre se sacudi la

    nieve que tena encima, por debajo de la capa sostena an el arma. No segua viva

    por confiar en nadie y las personas con las que estaba a punto de tratar no eran

    nada del otro mundo, pero nunca estaba de ms ser precavida.

    Mir al hombre que le acababa de abrir, a pesar de la ropa desgastada y rota

    en algunas partes cualquiera con dos dedos de frente se hubiera dado cuenta de

    que no estaba realmente sucia y l ni siquiera ola como debera, en cambio un leve

    olor a rosas emanaba del hombre, ella sonri tras la bufanda.

    -Vamos, a qu esperas? le inst la mujer al mayordomo disfrazado de

    matn. Tampoco se le escaparon los dos bribones que esperaban en las sombras

    con sendas ballestas preparadas, guardando el lugar. Se cuid de que el brillo

    violeta de sus ojos quedase oculto bajo la capucha.

    -Espera aqu un momento, tengo que avisar a m jefe. dijo el hombre que le

    haba abierto la puerta, en un vano intento de imitar la jerga de las Lumbres. Ella se

    cruz de brazos bajo la capa y se apoy contra la pared. El hombre le dirigi una

    ltima mirada dubitativa y se alej por un pasillo, desapareciendo tras una puerta

    que dara a donde supona se encontrara su nuevo patrn.

    Mir a uno y otro lado, molesta por el recibimiento. No estaba acostumbrada

    a que la apuntaran durante tanto tiempo, generalmente el que apuntaba un

    proyectil contra ella acababa muerto en lo que sta tardaba en notarlo. Estaba

    haciendo un gran esfuerzo por no atravesar a aquellos dos estpidos con su espada.

    -Bajad esas ballestas si no queris que os corte las manos. dijo ella con un

    gruido bajo y susurrante, incapaz ya de aguantar la amenaza. Los dos bribones

    dieron un paso atrs, atemorizados. No saban quin era la mujer, pero s de dnde

    provena, en ese momento pensaron que lo que les pagaba su patrn no era

    suficiente para incurrir en la ira de la mujer, as que bajaron las ballestas y se

    movieron hasta la luz, las manos levantadas en acto de sumisin.

    Se permiti sonrer bajo la bufanda puesto que ellos no podan ver el gesto,

    pero se mantuvo imperturbable de cara al exterior. En ese momento volvi el tercer

    hombre que, al cruzar la puerta, se qued anonadado al ver a los dos supuestos

    guardaespaldas a la luz de las antorchas con las armas bajadas. Dirigi una mirada a

    los dos buscando una respuesta, estos se encogieron de hombros.

  • Resignado, el hombre se dirigi a la mujer que esperaba apoyada en la pared.

    Mi jefe la recibir ahora mismo, acompeme. tras lo cual se dio la vuelta y al

    llegar a la puerta la sostuvo abierta para la mujer.

    -Gracias. le susurr al pasar por delante de l mientras deslizaba una mano

    enguantada en suave cuero por la barbilla del hombre con aire casi juguetn. Este

    se estremeci sin saber por qu, pero se mantuvo imperturbable hasta que ella

    pas. Acto seguido entr tras ella y cerr la puerta a sus espaldas.

    La habitacin en la que haban entrado estaba ricamente iluminada por

    candelabros de plata en lugar de por las toscas antorchas del pasillo. Un hombre

    bastante siniestro se encontraba al final de una larga mesa de madera, delante de

    varios pergaminos que pareca haber estado leyendo hasta ese momento. El otro

    hombre, sin duda un mayordomo, se situ detrs de su amo.

    Por sus ropas pareca ser un comerciante, nada ms verlo la mujer sinti una

    punzada de nostalgia en el fondo de su ser, pero la desech con crueldad a un

    rincn de su mente donde qued olvidada al momento. Deba de tener bastantes

    tratos sucios y cierto poder si no le importaba hacer semejante tipo de ostentacin

    en un lugar como las Lumbres. Sin embargo a la mujer le importaba bien poco, ella

    provena de lo ms hondo de Blackgate, donde el poder resida en otros sitios, sitios

    llenos de tierra, huesos y flores hace tiempo marchitas...

    Dej de divagar y se centr en el asunto que tena entre manos. El

    comerciante hizo un ademn con la mano invitndola a sentarse, ella rechaz con

    cortesa el ofrecimiento y se acerc hasta estar a cinco pasos de l, una distancia

    que se consideraba educada en su profesin.

    -Me alegro de que hayas podido acudir a la cita. dijo el comerciante con

    cierta formalidad que era incapaz de ocultar la crueldad de su persona, sin embargo

    trataba con respeto a la recin llegada. Menos mal, sabe con quin trata pens

    ella, estaba harta de encontrarse con estpidos que crean que porque le pagaban

    podan tratarla como a sus lacayos.

    -Su encargo ha sido estudiado. contest la mujer desde las profundidades

    de su capucha.

    -Por favor, podrais al menos descubriros la cara? me gusta saber con quin

    hago tratos y ms si son tan delicados como el que nos concierne. le dijo el

    comerciante. Mi nombre es Karl Van Heist, y el vuestro?

    La mujer ri para sus adentros donde otra voz, melosa y sensual se hizo eco

    de su risa. Despacio retir su capucha, dejando libre la larga cabellera negra como

    las plumas de un cuervo y luego baj la bufanda a juego. Su rostro plido pareca

    blanco como la nieve que caa en el exterior al estar enmarcado como estaba entre

    tanto negro. Mantuvo la mirada baja, en lo que podra parecer una seal de respeto,

    sin embargo un espectador avispado habra notado que lo haca para evitar las

    carcajadas que amenazaban con salir en cualquier momento.

  • Cuando por fin pudo controlarse la mujer levant la vista hacia su cliente. El

    mayordomo dio un paso hacia atrs, turbado por la visin de los ojos de la

    muchacha que eran de un violeta antinatural y diablico, el comerciante se limit a

    enarcar una ceja.

    -Mi nombre no es importante querido, pero puede llamarme Morea. La Dama

    de las Malvas le enva saludos Karl Van Heist. Ahora que hemos hecho las

    presentaciones qu tal si entramos en materia? pregunt la mujer con una sonrisa

    que le hel la sangre a los presentes.