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Robó para ser libre un milagro rigurosos a la hora de cumplir estas pautas de pureza e impureza. Por otro lado tenemos que tener presente que estas categorías traían muchos proble- mas a las mujeres de la época, también a los pobres. La mujer era impura porque su cuer- po menstrua cada mes. El Evangelio nos cuenta que la misma María, madre de Jesús, quedo “impura” durante 40 días cuando dio a luz a Jesús, y tuvo que cumplir con los ritua- les de purificación que le correspondían, ver el Evangelio según Lucas 2: 21-24. Todas las mujeres de aquella época debían someterse constantemente a las reglas de purificación. Como podremos darnos cuenta a esta altura del relato, aquellas normas de vida, bajo pre- texto de definir lo puro y lo impuro y de bus- car separar estas cosas, servían para clasifi- car personas dejando así bien claro quiénes eran personas de primera, segunda, tercera y cuarta categoría… Aquella libertad social estaba íntimamente relacionada con estos conceptos de pureza. Nadie que no entrara en estos cánones podía acceder a lo que aquella cultura valoraba como importante y bueno. Pero como ya dijimos, Jesús vivó rompiendo estos estándares de pureza y mostrando que la verdadera pureza e impureza pasaba por otros “lugares”. La historia a la que quiero hacer referencia, aparece en tres de los cuatro Evangelios, por lo que deducimos que caló muy hondo en las primeras comunidades cristianas. Es la his- NetWARD 56 NetWARD 57 capellanía La búsqueda de independencia, o de libertad, es una búsqueda que el ser humano desarro- lla desde que existe en este mundo. Pensar en liberarnos de lo que nos hace daño es casi una constante en cada cultura. Claro que esto que “nos daña” fue visto de distintas formas a lo largo de la historia, pero en el fondo el ser humano busca siempre poder vivir, en lo que entiende como libertad aunque no siempre tuvo las herramientas para comprender qué es lo que lo mantenía lejos de ese anhelo. Quisiera referirme a una historia del Evan- gelio en la que una mujer, de la que descono- cemos su nombre, lucha por su libertad, por volverse independiente de una enfermedad que la mantenía presa, cautiva, no solo físi- camente sino también socialmente, y esta carga la llevaba encima por doce años. Antes de ir a la historia misma, tengo que explicar algunas cuestiones descriptivas de la cultura de aquella época. En la sociedad judía en la que se movía Jesús, las cosas se ordenaban u organizaban a través de un sistema llamado de “pureza”, es decir el comportamiento de la gente esta- ba regulado por lo que se consideraba como puro o impuro ¿De qué se trataba este tipo de “orden” por lo puro o impuro? ¿Qué se quería decir cuando se decía que algo era “impuro”? Lo impuro era lo sucio, lo que no se debía hacer, lo que nos alejaba de lo que quería- mos, de lo importante, también de nuestros seres queridos. Estas normas de pureza e impureza eran aplicadas a todo lo que los rodeaba: animales, comidas, enfermedades, incluso personas mismas. Uno podría hoy hacer una lista desde lo menos impuro hasta lo más impuro. Por ejemplo, las personas paganas (es decir, extranjeras, que tenían otros dioses) eran consideradas el nivel de mayor impureza, y dentro este grupo social las mujeres aún esta- ban más por debajo. Por el contrario, los más puros eran los llamados sumo sacerdotes, hombres, que podían incluso entrar en luga- res que eran prohibidos para otros judíos, como ser el nivel más “santo” del templo hebreo de aquellos años. Las cosas se vuel- ven impuras si son tocadas por alguien que es impuro. Son impuras las ciudades de los impuros, sus casas. Por el contrario el tem- plo, como dije, es un lugar puro y ciertos días de fiestas religiosas o el sábado es considera- do puro y hay que respetarlo. Estas normas de pureza e impureza con las que estaba articuladas aquellas sociedades, servían también para delimitar espacios, no solo físicos sino personales. Quiero decir que si bien existían lugares físicos a los que solo accedía cierto tipo de gente, también exis- tían lugares a donde eran llevados, por ejem- plo, los enfermos de lepra, ya que esa enfer- medad era considerada impura. Y así, toda persona que fuera considerada impura por la razón que sea, tenía que ser separada de la comunidad. Tenemos que decir que Jesús no se llevaba muy bien con estas reglas de pureza, por lo que, por sus acciones, Jesús frecuentemente se veía envuelto en algún problema. Más de una vez hizo cosas en día sábado, considera- do un día puro en el que no se debía hacer nada, otras veces comía sin lavarse las manos que era un acto de purificación y se debía hacer antes de comer, otras veces entraba en las casa de las personas que eran impuras y luego no cumplía un solo ritual de purificación. Todo esto le traía las críticas de los sacerdotes de su época, que eran los más Capellán del Colegio Ward [email protected] Pablo D. Bordenave

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Page 1: Capellán del Colegio Ward Robó un milagro para ser libre · 2019-04-27 · Lo impuro era lo sucio, lo que no se debía hacer, lo que nos alejaba de lo que quería-mos, de lo importante,

Robó para ser libreun milagro

rigurosos a la hora de cumplir estas pautas de pureza e impureza.Por otro lado tenemos que tener presente que estas categorías traían muchos proble-mas a las mujeres de la época, también a los pobres. La mujer era impura porque su cuer-po menstrua cada mes. El Evangelio nos cuenta que la misma María, madre de Jesús, quedo “impura” durante 40 días cuando dio a luz a Jesús, y tuvo que cumplir con los ritua-les de purificación que le correspondían, ver el Evangelio según Lucas 2: 21-24. Todas las mujeres de aquella época debían someterse constantemente a las reglas de purificación.Como podremos darnos cuenta a esta altura del relato, aquellas normas de vida, bajo pre-texto de definir lo puro y lo impuro y de bus-

car separar estas cosas, servían para clasifi-car personas dejando así bien claro quiénes eran personas de primera, segunda, tercera y cuarta categoría…Aquella libertad social estaba íntimamente relacionada con estos conceptos de pureza. Nadie que no entrara en estos cánones podía acceder a lo que aquella cultura valoraba como importante y bueno.Pero como ya dijimos, Jesús vivó rompiendo estos estándares de pureza y mostrando que la verdadera pureza e impureza pasaba por otros “lugares”.La historia a la que quiero hacer referencia, aparece en tres de los cuatro Evangelios, por lo que deducimos que caló muy hondo en las primeras comunidades cristianas. Es la his-

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capellanía

La búsqueda de independencia, o de libertad,

es una búsqueda que el ser humano desarro-

lla desde que existe en este mundo. Pensar en

liberarnos de lo que nos hace daño es casi una

constante en cada cultura. Claro que esto que

“nos daña” fue visto de distintas formas a lo

largo de la historia, pero en el fondo el ser

humano busca siempre poder vivir, en lo que

entiende como libertad aunque no siempre

tuvo las herramientas para comprender qué

es lo que lo mantenía lejos de ese anhelo.Quisiera referirme a una historia del Evan-gelio en la que una mujer, de la que descono-cemos su nombre, lucha por su libertad, por volverse independiente de una enfermedad que la mantenía presa, cautiva, no solo físi-camente sino también socialmente, y esta carga la llevaba encima por doce años.Antes de ir a la historia misma, tengo que explicar algunas cuestiones descriptivas de la cultura de aquella época. En la sociedad judía en la que se movía Jesús, las cosas se ordenaban u organizaban a través de un sistema llamado de “pureza”, es decir el comportamiento de la gente esta-ba regulado por lo que se consideraba como puro o impuro ¿De qué se trataba este tipo de “orden” por lo puro o impuro? ¿Qué se quería decir cuando se decía que algo era “impuro”? Lo impuro era lo sucio, lo que no se debía hacer, lo que nos alejaba de lo que quería-mos, de lo importante, también de nuestros seres queridos. Estas normas de pureza e impureza eran aplicadas a todo lo que los rodeaba: animales, comidas, enfermedades, incluso personas mismas. Uno podría hoy hacer una lista desde lo menos impuro hasta lo más impuro. Por ejemplo, las personas paganas (es decir,

extranjeras, que tenían otros dioses) eran consideradas el nivel de mayor impureza, y dentro este grupo social las mujeres aún esta-ban más por debajo. Por el contrario, los más puros eran los llamados sumo sacerdotes, hombres, que podían incluso entrar en luga-res que eran prohibidos para otros judíos, como ser el nivel más “santo” del templo hebreo de aquellos años. Las cosas se vuel-ven impuras si son tocadas por alguien que es impuro. Son impuras las ciudades de los impuros, sus casas. Por el contrario el tem-plo, como dije, es un lugar puro y ciertos días de fiestas religiosas o el sábado es considera-do puro y hay que respetarlo. Estas normas de pureza e impureza con las que estaba articuladas aquellas sociedades, servían también para delimitar espacios, no solo físicos sino personales. Quiero decir que si bien existían lugares físicos a los que solo accedía cierto tipo de gente, también exis-tían lugares a donde eran llevados, por ejem-plo, los enfermos de lepra, ya que esa enfer-medad era considerada impura. Y así, toda persona que fuera considerada impura por la razón que sea, tenía que ser separada de la comunidad.Tenemos que decir que Jesús no se llevaba muy bien con estas reglas de pureza, por lo que, por sus acciones, Jesús frecuentemente se veía envuelto en algún problema. Más de una vez hizo cosas en día sábado, considera-do un día puro en el que no se debía hacer nada, otras veces comía sin lavarse las manos que era un acto de purificación y se debía hacer antes de comer, otras veces entraba en las casa de las personas que eran impuras y luego no cumplía un solo ritual de purificación. Todo esto le traía las críticas de los sacerdotes de su época, que eran los más

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toria de una mujer que logra “robarle” un milagro a Jesús: Marcos 5:21-34.El Evangelio nos cuenta que Jesús estaba rodeado de muchas personas y que iba de camino a la casa de un tal Jairo, que le había pedido que curara a su hija que estaba a punto de morir. Podemos imaginarnos la multitud que lo seguía y que lo apretujaba, buscando estar bien cerca, los discípulos tra-tando de ir abriendo camino delante de él, y quizá Jairo con la desesperación de saber que su hija se moría, iría delante mostrándo-les por donde tenían que seguir y apurando el paso para llegar pronto a su casa. Por supuesto que toda la atención estaba puesta en ese trayecto.Pero allí en medio de todo aquello el evange-lio nos cuenta otra historia, la de una mujer, cuyo nombre no figura, pero de la que sabe-mos que padecía una de estas enfermedades “deshonrosas” que la hacía “impura”. Pade-cía de una enfermedad de flujo de sangre desde hacía doce años. Para entender la magnitud de lo que esta enfermedad significaba para aquella mujer, tenemos que hacer notar que desde hacía doce años aquella mujer no podía recibir el

abrazo de sus seres queridos, ni ningún tipo de acercamiento físico, ni de sus hijos, ni de su esposo, ni de nadie, ya que todo lo que ella tocara se volvía impuro y debería cumplir con todos los requisitos de purificación para volver a estar en condiciones… Incluso las cosas que ella tocaba se volvían también impuras, sillas, cama, mesas… Una verda-dera tortura que se le agregaba ya de por sí a una enfermedad que estaba poniendo en riesgo su vida también.El Evangelio también nos cuenta que esta mujer había hecho grandes esfuerzos para curarse y que había gastado todo el dinero que tenía para poder salir de semejante fla-gelo, los pocos médicos de aquella época eran de por sí muy caros, los pobres en general iban a curanderos o sanadores tradicionales. Todo esto solo le había servido para empo-brecerse cada día más ya que nada pudo con su enfermedad. Esta mujer, anónima, impura, aprovecha el anonimato de la multitud que sigue a Jesús, no dice nada, y movida por una fe increíble, busca tan solo tocar el manto de Jesús, pen-sando que eso la sanaría y así cambiaría su vida por completo.

Seguro esta mujer se creía digna, en medio de una sociedad que la veía indigna, y esa fuerza fue la que la llevó a romper con todas las reglas, a que no le importara su situación de marginalidad. Quería ser sanada, y había escuchado que Jesús había curado a mucha gente. No se animó a pedírselo cara a cara, a diferencia de Jairo, quizá ella pensó que no tenía derecho a pedirle nada porque era mujer, o quizá la avergonzaba su enferme-dad. Por eso se acercó escondida, como si fuera una más en esa multitud anónima que lo tocaba…Y así fue que se acerca por detrás de Jesús, clandestinamente, y logra tocar su manto. Enseguida, ella sintió que se había curado. Este hecho podía ser considerado por aquella cultura impuesta por los líderes religiosos un gran escándalo: ¡cómo una mujer impura

se animaba a tocar, volviendo impuro, a un hombre puro! Ella había roto con aquellas leyes de pureza. Pero fue ese, su atrevimien-to, el que logró liberarla de aquel tormento físico y social. Quizá sea que en sociedades donde la cultura impuesta marginalice a las mujeres, sean aquellas las que se animan a romper con lo establecido, las que puedan encontrar una salida a tanto dolor e injusti-cia.Pero la historia nos agrega un detalle que profundiza todavía aún mucho más este tema. El hecho de que Jesús sintió este toque especial. Toda una multitud apretujándolo y empujándolo, todo un nerviosismo puesto en que se moría la hija de Jairo y había que lle-gar pronto. Sin embargo, bastó este toque sutil que buscaba quedar en el anonimato para que Jesús detuviera la marcha y dijera

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aquellas palabras que congelarían a esa mujer: “¿Quién me tocó?” obviamente los discípulos le respondieron: “Señor ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?”. Jesús no les responde, pero sus ojos siguen buscando entre la multitud a esa per-sona que lo había tocado de una forma espe-cial, a esa persona que le había robado un milagro…A la mujer no le quedó alternativa y tuvo que contar su historia públicamente, una histo-ria llena de dolor y vergüenza. Otro signo de grandeza de aquella mujer, animarse a con-tar su vida, a revelar su dolor, a desnudarse en su vergüenza delante de tanta gente des-conocida. Pero ella no sabía cuál podría ser la reacción de Jesús, un varón judío, que por culpa de su atrevimiento ahora se habría vuelto impuro. No sabía si Jesús se iba a eno-jar, o si la devolvería a su estado anterior…La realidad es que no solo Jesús no se enoja sino que confirma su sanidad. Jesús deseaba que esta mujer marginada durante tantos años por su enfermedad fuese digna, recupe-rara su capacidad de amar y de ser amada por otros. Él la llama “hija” palabra cargada de afecto y que pertenece al ámbito de lo fami-liar. De esta forma Jesús la integra a la sociedad, pero ya liberada del marco pureza-

impureza, sino que ahora nadie la menos-preciaría por su cuerpo de mujer.Esta mujer luchó, incluso contra lo estableci-do en su sociedad, por conseguir su libertad y su salud, que tan íntimamente relacionadas están. Resistió, quiso tocar a Jesús, diga-mos… Nunca se dio por vencida. Su fe la sanó y se liberó del mal social que le impedía desarrollarse libremente entre su gente.Quizá debamos repensar nuestras prácticas sociales quiénes son los que quedan fuera, a cuántos se les impide desarrollarse como personas libres, a cuántos se les impide el sentir amor y el poder dar amor a otros y a otras.Quizá necesitemos escuchar de boca de Jesús aquellas palabras que le dijo a esa mujer tan valiente: “Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enferme-dad”.

Referencias bibliográficasStegmann, E. y Stegmann, W. (2001). Historia social del cristianismo primitivo, Ed. Verbo Divino. Navarra.Malina, Bruce. (1995). El mundo del Nuevo Testamento. Perspectivas desde la antropología cultural. Ed. Verbo Divino. Navarra.Malina, Bruce (1996). El mundo social de Jesús y los evan-gelios. Ed Sal Terrae. SantanderTamez, Elsa (2003). Las mujeres en el movimiento de Jesús, el Cristo. Consejo Latinoamericano de Iglesias. Ecuador.