campos marco antonio ramón lópez velarde visto por los contemporáneos

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  • 7/21/2019 Campos Marco Antonio Ramn Lpez Velarde Visto Por Los Contemporneos.

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    RAMN LPEZ VELARDE

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    RAMN LPEZ VELARDE VISTO

    POR LOS CONTEMPOR NEOS

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    MARCO ANTONIO CAMPOS

    [COMPILADOR]

    RAM N LPEZ VELARDE VISTO

    PORLOS CONTEMPORNEOS

    GOBIERNO elESTADO

    2004 2010

    ZACATECAS

    V

    NSTITUTO

    ZACATECANO

    DE CULTURA

    RAMN

    LPEZ

    VELARDE

    MXICO MMVIII

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    COORDINACIN

    Jos deJess Sam pedro

    FORMACIN Y PORTADA

    G o n z a l o z a r d o

    EDICIN ALCUIDADODE

    Georg ia Ara l i i Gonz lez Prez

    Mara Ise la Snchez Valadez

    Ramn Lpez Velarde visto

    por hs Contemp orneos

    Primera ed ic in , 2008

    Por la compilacin:

    M a r c o A n t o n i o C a m p o s

    I n s ti tu t o Z a c a t e c a n o de Cu l tu ra

    Ra mn Lpe z Ve la rde

    I S B N : 9 7 8 - 9 6 8 - 5 7 8 9 - 4 6 - 2

    IMPRESO YHECHOENMXICO PRINTEDANDMADE INMXICO

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    EVODIO ESCALANTE:

    Prefacio 7

    JOS GOROSTIZA:

    Elega apasionada/ 13

    XAVIER VILLAURRUTIA:

    Una nota 15

    JOS

    GOROSTIZA:

    Ram n L pez Velarde y su obra 17

    ENRIQUE GONZLEZ ROJO:

    Un discpulo argent ino de Lpez Velarde 27

    JORCE CUESTA:

    Ramn Lpez Velarde 35

    JAIME TORRES BODET

    :

    C ua dro de la poesa m exicana 37

    JAIME TORRES BODET

    :

    Cercana de Lpez Velarde 39

    BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:

    Esque m a de la l i teratura m exicana mo de rna 61

    JORCE CUESTA:

    El clasicismo mexicano 63

    [ 67]

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    XAVIER VLLAURRUTIA:

    Ramn Lpez Velarde 65

    JORGE CUESTA.-

    La provincia de Lpez Velarde 97

    BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:

    Baudelaire y L p ez Ve larde 103

    BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO-.

    RS.

    Baudelaire y L p ez V elard e 111

    BERNARDO ORTIZ DE MONTELLANO:

    So m bra y luz de Ram n Lp ez Velarde 115

    XAVIER VLLAURRUTIA:

    U n sent id o de Ram n Lpez Velarde 121

    XAVIER VLLAURRUTIA:

    Prlogo a

    l minutero

    de Ramn Lpez Velarde 131

    JOS GOROSTIZA:

    Perfil humano y esencias literarias

    de Ram n Lp ez Velarde 137

    CARLOS PELLICER:

    DOS mag nolias antes de su m uerte 147

    CARLOS PELLICER:

    Poe m a en dos im gen es 153

    Referencias 161

    Notas

    163

    [168]

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    {PREFACIO}

    JL/evo cin e identificacin son palabras a la ve z com plicada s

    y cmplices. La devocin sostenida a un autor y a una obra

    exige un al to grado de identif icacin, y de m od o recp roco ,

    no puede haber identificacin si no se despliega el ritual a

    veces dolo roso de una devoc in. Po eta, narrador, ensayista,

    crt ico li terario, Marco Antonio Campos sucumbi como l

    mismo reco no ce desde muy tem pra no a este dob le maleficio

    de orden estrictamente literario. Su devocin por Lpez Velarde,

    y la consecuente identificacin con lo que podramos llamar

    su persona potica, se ha traducido en una lectura infatigable

    y en los frutos de esa lectura que se renueva como el pacto

    solar, tod os los das: sem blanza s, artculos, rese as, ensayos

    de interpretacin, hojas de un diar io , homenajes cr t icos .

    Campos es un representante ext remo de lo que ot ros han

    llamado un homo Iegens, no slo vive en y para la literatura ,

    no slo ha convertido a los textos li terarios en su verdadero

    orculo de Delfos, al grado de que sus mudas seales y esfor

    zados enigmas son el faro parpadeante que orienta muchos

    de sus pasos en esta tierra; su am or po r ciertas escogidas figuras

    artsticas y literarias lo ha llevado no slo a estud iar con minucia

    sus biografas, sino a recorrer, con impulsos mimticos, los

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    lugares, los paisajes, los sitios en que esas admiradas figuras

    moraron algn da, como quien intenta empaparse de su cir

    cunstancia, baarse en su misma luz, respirar el mismo aire.

    Creo que este es el origen no tan secreto de ese libro que se

    llama Las ciudades de los desdichados (M x ico , FCE, 2002),

    en el que se de m ora en las calles, en los cafs, en los hote les ,

    en los rincones en don de estuvieron alguna vez M anuel A cua,

    Arthur Rimbaud, Georg Trakl, Egon Schiele, Amadeo Modi-

    gliani, Vincent van Gogh, el tristsimo Csar Vallejo... y, por

    supuesto, Lpez Velar

    de.

    Hay algo en la vida y en la obra de Ramn Lpez Velarde

    que puede suscitar en sus lecto res una fascinacin pe rdu rab le.

    Su origen provinciano, su infortunio amoroso, la vida breve

    como un relmpago, su negativa a dejar descendencia, el len

    guaje a la vez sencillo y audaz con que retra t las circunstancias

    de la vida cotidiana, ese lenguaje que lo conv ierte en un precur

    sor de las van gu ardias y en el ve ne rad o m aestro de los poetas

    que en su tiempo empezaban a despuntar. . . Todo junto para

    hac er la madeja. La devo cin y la identificacin, com o suger

    antes, concitan alrededor suyo un nudo de complicaciones y

    de complicidades que no seramos capaces de explicar desde

    el pu nto de vista puramen te racional. M arco An tonio C am pos

    ha sido un testigo privilegiado de esta fascinacin, a la que

    po r fortuna no se ha resistido , y que lo ha llevado a investigar

    no slo los versos velardeanos, sino las circunstancias que

    pode m os supone r alimentaron esos versos. Confiesa C am pos

    que durante su primera visita a Jerez, la mtica tierra que vio

    [8]

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    nacer al poeta, quera, con curiosidad picante, estaren los

    sitios que el poeta sinti ntegramente suyos.

    Estar en, vivir en, respirar el oxgeno de esos lugares que

    alguna vez fueron los del poeta. Mejor que una simpata que

    viene de lo profundo, y que brota desde las entraas, por

    decirlo as, hay aqu un intento por serel poeta, por experi

    men tar y por pade cer lo que el poeta exp erim ent y p adeci.

    Ansia de duplicacin, de interiorizacin, de encarnacin, de

    simulacro, de repeticin. Cul es el misterio de este juego

    de espejos en el que todo s alguna vez hem os incurrido aunq ue

    nos cueste trabajo confesarlo? No podra responder a esta

    pregunta. Lo que sses que un fruto visible de esta persisten te

    devocin velardeana de Cam pos es el libroEl tigre incendiado .

    Ensayos sobre Ramn Lpez Ve/arde

    (Mx ico , Ins t i t u to

    Zacatecano de Cultura, 2005). Campos se adentra no slo en

    los pormenores de la vida y la obra del poeta, o declara su

    persistente apego a La suave Patria, tambin va establecien

    do un universo paralelo que es al mismo tiempo la gloria de

    la intertextual i dad y el produ cto del signo d esd ob lnd ose en

    signo:

    nos explica de qu manera Lpez Velarde fra sido visto

    por coetneos y sucesores suyos como Alfonso Reyes, Jos

    Juan Tablada, Julio Torri y Jos Emilio Pacheco.

    O bra de erudicin pe ro tambin trama del poeta que alimenta

    en se cre to sus lneas, este libro se cierra, a manera de ap nd ice,

    con un poema del propio Campos titulado Frente a una casa

    jerezana. El cierre impresiona porq ue en este juego d e espejos

    y de desdo blam ientos entre el poeta adm irado y su adm irador,

    [9]

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    uno no puede menos que recordar esa p ieza maest ra de la

    identidad siniestra que es

    Der Doppelgnger,

    de H em e, musi-

    ca l izado como se sabe por Franz Schuber t . La c i rcunstanc ia

    es la misma.- ya entrada la noche, el poeta se acerca a la casa

    donde v iv i su amada , una amada imposib le / y se encuent ra

    en la calle, frente a la casa, a una suerte de oscuro personaje

    gesticulante, doblado por el dolor. Cuando la luz de la luna

    ilumina el rostro del extrao, el poeta descubre con horror que

    ese personaje . . . es l mismo

    El ms recie nte p rod uc to de este du rade ro ju eg o de espejos

    de M arco Anton io C am pos con e l autor de La sangre devota es

    el que el lector t iene en sus m anos . U na cu idadosa recopilacin

    de todo lo que los poetas y ensayistas del l lamado

    grupo de

    Contemporneos

    urd ieron en to rn o a esa obra que los m arc

    de manera def in i t iva . De manera sagaz y premoni tor ia , un

    jov enc sim o X avier Vil laurrutia (rem ito a su con ferenc ia La

    poesa de los jvenes de Mxico) haba dicho que lo que los

    nac ientes escr i tores mexicanos necesi taban e ra e l e jemplo

    rebelde de un nuevo Adn y una nueva Eva que descubrieran

    territorio s ig no tos a la poesa m exicana. E sos person ajes arque -

    tpicos ya existan. Segn Villaurrutia, Tablada era la nueva

    versin de Eva, y L pe z Velarde el a or ad o Adn que reclama

    ban los t iempos nuevos.

    Este l ibro dem uestra qu e Villaurrutia no estaba e qu ivo cad o.

    Tod os y cada uno de los integrantes de su gene racin dedicaron

    al m eno s un p oem a o un ensa yo , si no es que varios, a po nd era r

    y consid erar la estatura del po eta pr ec oz m en te fallecido. Estn

    [10]

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    aqu inest imables textos de Jos Gorost iza, Jorge Cuesta,

    Bernardo Ortiz de Montellano, Jaime Torres Bodet, Enrique

    G onz lez Rojo, Carlos Pellicer y del propio Xavier Villaurrutia,

    sin duda el crtico ms fino de todo el grupo. No est por

    dems reconocer que frente al poeta de la provincia, o del

    Mxico rural, rtulos bajo los que los primeros lectores

    encasillaron la obra de Lpez Velarde, fueron Villaurrutia y

    los Contemporneos quienes descubrieron en l a un poeta

    de la sexualidad y de la muerte, de la angustia y el frenes que

    sintonizaba en todo y por todo con la zozobra que imperaba

    (y que impera, me temo) en el Mxico posrevolucionario. Me

    parece excelente que gracias a es ta recopi lacin podamos

    recorrer con ellos las principales estaciones de un it inerario

    donde la devocin y la admiracin van necesariamente de la

    mano.

    EVODIO ESCALANTE

    [H]

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    [ 92 ]

    ELEGA APASIONADA

    Jos Gorost iza

    a Ramn Lpez Ve la rde , q . e .p .d .

    O o l o , con ruda so ledad mar ina /

    se fue por un sendero de la luna,

    m i d o r a d a m a d r i n a ,

    a p a g a n d o su s l u c e s c o m o u n a

    pes taa de luce ro en l a neb l ina .

    E l d o l o r m e sa n g r a b a e l p e n sa m i e n t o

    y en los labios tena

    c o m o u n a ro s a n e g r o m i l a m e n t o .

    Las azu le s can fo ras de mi m e lan co l a

    derramaron sus f rg i les ces t i l los

    y e l sueo se dol a

    con la luna de lnguidos lebre les amar i l los .

    Se pusieron de prpura las l i ras, -

    las mujeres , en h i los de lgr imas suspensas ,

    co r ta ron l a s e sp i ra s

    b l a n d a m e n t e a r o m a d a s d e su s t r e n z a s .

    [13]

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    Y al rom pe r m is quietudes vesperales

    el gris destas congojas,

    las o resbalar como las hojas

    en los rubios jardines oto ales.

    A paguem os las lmparas, herm ano s...

    De los dulces lades

    no muevan los cordajes nuestras manos.

    Se nos m urieron las Siete V irtudes

    al asom ar

    los labios finos del amanecer.

    Ponga D ios una lenta lgrima de mujer

    en los ojos del mar

    [ii]

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    [1924]

    U N A N O T A

    Xavier Vi l laurrut ia

    l l a m n L pe z Ve l a rde e s un c a s o de e xc e pc i n e n nue s t ra s

    letras. La m ue r te n o v in o a cub r i r su ob ra del m ism o def init i

    vo m o d o co n q ue lo h i z o en la de Ro be r to Argue l l es B r ingas

    o e n l a de P e d r o R e que na L e ga r r e t a . R a m n L pe z Ve l a r de

    s e a s i gn una s ue r t e m e j o r . C on dos be l l o s l i b r os , c on l a s

    ant ic ipaciones de un tercero , logr defin irse ap ro xim ad am en

    t e y e s pa r c i r una i n f l ue nc i a que hoy e nc on t r a m os va l i o s a .

    A d n i n o c e n t e y c o n f i a d o , i n a u g u r a a c a s o s i n s a b e r

    l o en nu es t ras le t ras la rea cc in co nt ra e l l i r ism o rac io na l ,

    c o n t r a e l e s p r i tu ex t ra n je r o , p o r un a pa rte ,- y la de fen sa y

    e x a l t a c i n d e l p a t r i m o n i o n a c i o n a l , p o r o t r a . E l a b r i , e l

    p r i m e r o , l o s o j o s de l o s s e n t i dos pa r a da r s e c ue n t a de que

    la pro vin cia exis t a . C a n t a la pro vin cia . La p in t co n vivas

    pin ce lad as se vuelve un p oc o, y jus tam ente , al color local .

    D e s c u b r e s u s a l m a s , e n t r e g a n d o e n s u h a l l a z g o s u p r o p i a

    sens ib i l idad , y r eacc iona luego en pa rpadeos de i ron a y de

    pa s i n .

    Es,ad em s , un c laro po eta ca tl ico; su co m ple j ida d espi r i

    tua l resul ta slo ap are nt e . La forma de su poes a , su adje t iva

    c i n al a c a s o , s u d i c c i n e x t r a a , c o ns t i t uy e n , a la ve z q ue

    una bue na p a r t e de sus m r i t o s , s u c o m pl e j i da d r e a l .

    [15]

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    Su influencia se repar te en do s gra nd es b raz os: la influen

    cia pe rso na l , de rep etic in externa,- la influencia ese nc ial ,

    d i luida y poco aparente , as imi lada al deseo de volver los

    ojos a los lugares nuestros. . .

    La influencia am plia, insensible y n o rec on oc ible a simple

    vista la nica que m erec e ser de sead a , vien e a ser pura

    m en te ideolgica, y l lega hasta aquellos po etas que parecen

    l levar rumbos cont rar ios a Lpez Velarde . Se basa en la

    exaltacin del m ed io en que vivimos, en el re to rn o a nuestro

    paisaje, en la defensa de nuestra expresin verbal, de nuestra

    lengua v iva e imperfec ta con respecto a l duro pa t rn de l

    purismo.

    D e La suave Patria nu estro gran poem a criollo deri

    van insospechados caminos que sus ten tarn y conduci rn

    a qu ienes i n t en t en l a c reac in de una poes a pe r sona l y

    m exic ana a un t iem po , por el carc ter y el am bie nte .

    [16]

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    [1924]

    RAMN LPEZ VELARDE Y SU OBRA

    Jos Gorostiza

    JLa obra de Ramn Lpez Velarde se explica po r una actitud

    de curioso. En la provincia, el hom bre

    es

    una pieza de maqui

    naria: cam pe sino , co m erc ian te, poeta,- pe ro el prov incia no

    queviaja asume caracteres de descubrido r o de conquistador,-

    se transforma en unpayo. Eso era Lp ez Velarde,- si se me

    perm ite dar a la palabra un sen tido no ble .

    Iba po r esas calles a la una , a las sie te con los cin co

    sentido s abiertos al m un do d e afuera, po rqu e el pa yo es

    sensual (digamo s descubridor) antes que con qu istad or o

    sentimental. Perdone ustedpareca deciryo descubr

    el color, el aroma, el sonido. Son mos por consiguiente,-

    pero m e agradar m uch o que usted los advierta y los go ce .

    As, un da cualquiera, descubri cierta armona delaspalabras.

    El am or de las palabras, acaso. La sensible enam ora da de lo

    lnguido , la opaca de lo son oro , pidiendo desposarse indes

    tructible m ente en el lugar com n d e m aana.

    Recordem os que Erixmaco concibi el am or com o arm o

    na de e lem en tos op ue stos en apariencia,- las slabas largas

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    y las breve s, pensa ba, se am an en cu an to dejan d e o po ner se

    para prod ucir una armo na: el r i tm o. C on l, L p ez Velarde

    debi vis lumbrar e l mundo al gero de las palabras , - debi

    seguir sus pere grina cion es sen time ntales, de labio en labio,

    sedientas de armona. Podr explicar

    lo raro

    de su ob ra por

    una necesidad de lenguaje eterno?

    D eLa

    sangre

    devota

    a

    Zozobra se sigue un pro ceso c recien

    te de complicacin,- al m ism o tiem po , las ex pres ione s bellas

    son ms frecuentes y de una senci l lez inusi tada. Zozobra

    es un libro de crisis que, si Lpez Velarde solucion en los

    preciosos endeca s labos de La suave Patria , confirma mi

    creencia de que lo raro fue un ac cid en te de la evo lucin de

    su lenguaje/ y no el fin propuesto de su obra,- que nadie se

    pro po nd r nunca, tenien do la ho nra de z ar t st ica y personal

    de Ra m n, escribir con

    el

    nico ob jeto d e que n o se le entienda.

    Lo supond remo s descub riendo y aduen dose del m und o,

    como un nio. Habra querido nombrar las cosas , - pero el

    nom bre esun he ch o inviolable/ al cual de be m os acom odar

    nos con regocijo porque los nombres son consecuencia de

    las cosas segn el viejo proloquio. Quedaban, despus, las

    posibi l idades del adjet ivo y de la imagen.

    La po esa era familiar a R am n , le gu stab a en lo antig uo y

    lo moderno,- pe ro el pa yo qu era algo nu evo , au nq ue hubiese

    prec i sado ensayar l as pr imeras combinaciones de l p r imer

    po eta . Por qu atribuir hu m ilda d o discrec in a las violetas,

    si l las de scu br a misan tropas? Las cejas de una mujer no

    parec en, p or alguna sugerencia extraa, ltigos incisivos?

    [18]

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    D ebo advertir, para evitar confusiones, que no me refiero

    precisamente al provinciano cuando

    digo payo.

    Ramn

    pudo nacer aqu, o en Londres, sin m eng ua de esa cualidad

    importantsima que consiste en descu brir el asp ecto nuev o

    de las cosas ms familiares, as suceda por error como al

    pilo to de C hes ter ton, cu ando cre ye nd o descubrir una

    isla ignorad a des em barc en la propia Inglaterra.

    El problema qued determinado a realizar una nueva

    armona de las palabras. Al princ ipio, el desacie rto era po co

    frecuente porque Ramn no pudo desligarse de la tradicin

    literaria sino paso a

    paso,-

    escriba son etos , rimaba con cierta

    regularidad, y todav a incluy en asangre devota algunas

    dcimas de excelen te factura. D espus, al mad urar sus pro

    psitos lricos, surga el magnifico po eta sob re la ya gran de

    oscuridad del desacierto.

    Todos los de Ram n, reales o aparentes , pueden explicarse

    por cualquiera de dos raz on es: el adjetivo ina de cuad o o la

    imagen violenta. D ice por ejem plo:

    Mas hoy es un vinagre

    mi alma, y mi ecumnico dolor un holocausto

    que en el desierto humea.

    seguramente, debemos entender porecumnico un dolor

    impersonal, el dolo r de la especie,- pero la costum bre reserva

    a

    tos concilios esa palabra, y una violacin del lenguaje (la

    mas inteligente de las co stum bre s) en tra a la no inteligencia,

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    aun que cinc o o diez formaran algo co m o un lenguaje nue vo.

    Y bien , el adjet ivo ms s imple es la cua l idad sob resa l iente

    de un a co sa, la blan cu ra d e un l ir io o la del ica de za de u na

    m an o; per o R am n quera la cua l idad ocul ta o dar la de un

    objeto a otro. As, dice.-

    Cobardemente clamo, desde el centro

    de mis intensidades corrosivas...

    D e ese m o d o , su adjetivo (corrosivas) l lega a ser el co m ple

    m en to de una imagen rep ent ina , cuy o pr im er trm ino es el

    nombre ( in tens idades) con todo lo propio a su na tura leza

    implcito.

    Lueg o viene un pro ced im iento especial en la imagen pro

    piamente dicha. De la blancura del l i r io a la de una mano

    se pasa sin esfuerzo para decir m an o de l ir io; pe ro co m o

    ningn poeta querr reproducir los deliciosos lugares comu

    nes, Lpez Velarde, fugndose de la ms l igera ocasin de

    caer en el los , pasa de un o al o t ro t rm ino de sus im ge nes

    por un tercero cuya esencia no siempre po de m os com prender.

    As, nos dice:

    Pobre novio aldeano Ya no teje

    su perla, ya no lee el Oficio Parvo

    El cabriol del novio va sin eje

    Un ejemplo ms claro: En los das de vigi l ia debemos no

    [20]

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    com er carne , m as , si la co m em os , ser prec i so abs tene rse

    del pescado . Podr amos sa l ta r de ese precepto cr i s t i ano

    a la cal idad de una doncel la? Oigamos a Ramn:

    En mis andanzas callejeras

    del jeroglfico nocturno,

    cuando cada muchacha

    entorna sus maderas,

    me deja atribulado

    su enigma de no ser

    ni carne ni pescado.

    Pero co m o dije antes, el magnfico po eta surge de su oscuridad

    para dar e jemplo de senci l lez . Permit idme ci tar solamente

    estos t res verso s:

    ...el cortesano

    squito de palomas que codicia

    la gota de agua azul y el rubio grano.

    Y una maravilla de simple sugeren cia:

    ...el pozo del silencio y el enjambre del ruido.

    Sin em ba rgo , dese o intentar la apologa del error, se aland o

    c m o , el d e L p e z V e l a r d e , d e s p u s d e c o m p r e n d i d o s u

    origen, resul ta solamente poesa repr imida ms al l de las

    [21]

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    proporcion es del poem a. Aun para equivocarse es necesario

    un p oc o de gen io. Ya sin l, y p artiend o de R am n, el estri

    dentsimo se erigi en escuela del des acie rto, a sem ejanza

    de un nio malcriado que, no distinguiendo la rebanada

    ms pe qu e a d e un pastel, se la tom a por gra nde .

    Si m ientras prosigue un camin o confuso, realiza Lp ez

    V elarde la expresin sencilla, po de m os exp licar su poesa

    po ru a n ecesidad del lenguaje etern o, de palabra que canta

    con igual belleza en cualquier tiem po o espacio susceptibles

    de m emoria,

    *

    Tambin un da, quiz antes de ser poeta, descubri a la

    mujer. Toda la poesa de Ram n es la presencia o la ausencia

    de una mujer. Sea load o por ello

    D es co no zc o su vida ntima, p ero sugerir po r mi cue nta

    una pequea historia sentimental,ariesgo de caer en mentira:

    La sangre devota

    es un libro de am or a Fuensan ta, de am or

    religiosamente concebido como alabanza de su persona.

    Ramn pudo responder, a quien le hubiese pregu ntado , com o

    Dante: Seoras mas, el objeto de mi amor fue el saludo

    dee sa dama.

    Pero deZozobra desaparece Fuensanta. N o omos yalas

    firmezas ms finas del amado.

    Y se nos dice que:

    La vida mgica se vive entera

    [22]

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    en la mano viril que gesticula

    al evocar el seno o la cadera...

    Sin embargo, presumo que Fuensanta vive an en la poesa

    deZozobra co m o sensacin de ausencia , cu an do su de vo to

    amante l lora una lgrima por encima

    ...del desencanto profesional

    con que saltan del lecho

    las cortesanas...

    A h, en tre los do s libros, un fracaso del sen tim ien to. P articu

    laridades? Inte rro ga da la me m oria p or vuestros vein te ao s.

    Os dar la f igura de un perfecto amante, invadido por una

    melancol a de casa en ru inas , porque e l amor se j ac ta de

    incomple to , como e l p r imer acorde de una ms ica que se

    proseguir fuera de nuestros sentidos.

    La patria fue, s in duda , el de sc ub rim ien to ms plausible de

    L pez Velarde , porque , t en in do la a l a lcan ce de la m an o,

    nad ie antes de l quiso enterars e d e su existen cia. R epe tase

    inde finidam ente la primave ra o el o to o de los po etas fran

    ceses ju n to a la oda a M ore los , cua nd o R am n desc ubre la

    patriasuave. Le dijo sus m ejores versos co m o para reafirmar

    las alusiones y alaban zas de su obra en tera.

    [23]

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    Personas familiarizadas con literaturas y pases extran

    jeros,advierten lo m exican o de nuestros escritos en c ierto

    m atiz espiritual, de por s indefinible, que suele resolve rse

    en actitudes especiales de cortesa, de medio ton o delicado, y

    aun en sonoridad caracterstica del verso. Po dem os adm itirlo,

    desde luego, observando que somosasnatural e invo luntaria

    mente.

    Pero L pez Velarde nos ensea otracosa:Tenem os tierra y

    cielo pro pios, es decir paisaje,- tenem os maneras de expresar

    nos,es decir idioma, y por ltimo, costum bresovida regulare

    inconfundible.Los treselem entos, paisaje, idioma y costumbres

    son la mejor base para un m exican ism o de de nt ro a afuera.

    D el esto al invierno no con oc em os una transicin sensi

    ble sino durante una semana, cu and o el bra zo no sostiene

    im perm eable o abrigo,- sin em bar go , se escriben a m en ud o

    poemasaun oto o sentimental, rumoroso porlashojas secas

    o la lenti tu d de una l lovizna pre m atura. Y tam po co falta

    quien, escrib ien do un ha i-k ai , cite al Fujiyama porq ue el

    n ico volcn que puede ver, el Pop oc at pe tl, se llama feo y

    no es m undialmen te c on ocid o.

    Ese poe m a de o to o y ese ha i-k ai c on tien en la visin

    propia de un mexicano,- dir mejor, la versin mexicana de

    un autor francs o japo ns . Queslo nuestro de esas poesas?

    La forma so lam ente, ya sea dureza del verso o co nc ep ci n

    delicada o prop orcio nes end ebles . El espritu no nos perte- (

    nece ni nos pertenec er m ientras la forma no se anim e con

    la poesa del suelo.

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    Lo difcil consiste en que nuestro mexicanismo necesita ser

    aceptado universalmente com o una expresin de hum anidad.

    Si no es posible, ser mejor que se co nti n e sa cud iend o la

    m onotona de las noch es con num erosos ensayitos, dramas

    sintticos y poemas breves, mientras una ligera llovizna

    inunda las calles e impide cosas de m ayo r pro ve ch o.

    H e an aliza do la poesa de Lpez Velarde para caer, ligand o

    mis temas, en la idea final de que pudiera distinguirse por

    una armona de dos sustancias sutilsimas, el amor y la patria,

    realizndose en formas animadas por un soplo de inmortali

    dad.

    *

    M uri R am n L pez Velarde a los treinta y tres aos de su

    edad. Sepultamos su cuerpo con pompa, como para com

    pensarle una vida de p ob rez a. Sus am igos, sus com paeros ,

    sus admiradores, parecan unnimemente desconcertados

    por la tragedia. N ad ie quera confesarlo, pe ro la m uerte de

    Ramn fue una tragedia pavorosa.

    Ahora p uedo decirlo: La muerte no fue paralun acciden

    te natural de la vida, sino el go lpe re pe n tin o e inexplicab le

    que,de vez en vez, t ienta la resig nac in de los ho m br es .

    Se iba algo trunco,- se restaba algo inc om pleto .

    [25]

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    Vine aqu, seores, a pro yec tar esa obra trunca sobre un

    plano d istante, para descubriros su com plem ento necesario.

    C om o si alguien jugara al rom pecabezas con nuestras vidas,

    se d is t r ibuyen y ordenan minuciosamente , pero cuando

    aband on a el juego nos apresuramos a concluirlo po r nuestra

    cuen ta, porque en medio de un perecer infinito no p odem os

    concebir sino lo eterno.

    Lega Ramn c om o conviene al testam ento de un pob re,

    slo semillas. Por la m em oria de su no m bre os pid o am igos

    de l y amigos mos, recogerlas y sembrarlas sin el inters

    de la cosecha . Ser rico de espritu quien la levante y to do

    l difundir su riqueza

    Recuerdo, para terminar, unas palabras de Ramn:

    ...en la fiesta

    del Corpus respiraba hasta embriagarme

    la fruta del mercado de mi tierra.

    Y, pues concurren ahora el Co rpus y su aniversario, im agino

    qu e de be r dejar su alab an za al aro m a de las frutas. Qu e

    los dioses os libren, se ores , de la en ferm eda d, de la vejez

    y de la mu erte

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    [1928]

    UN DISCPULO ARGENTINO DE LPEZ VELARDE

    Enrique Gonzlez Rojo

    JLa muerte inesperada hall a Lpez V elarde jove n, en p ro

    duccin plena. Su obra qued trunca,incompleta, pero viviente

    y alentadora. Discutida y atacada en vida del poeta, ahora se

    exalta,semagnifica, marca un camino y constituye un ejemplo.

    Sugran virtud ha sido, en realidad, la de ense arnosaver las

    cosas de la patria con una mirada nueva y un espritu o rtod oxo,

    lleno de am or y de fuerza.

    La

    riqueza de las imgenes y de los

    adjetivos im previstos en un metro que raras veces dej de ser

    tradicional cat lico , hizo de la obra de Ramn Lpez

    Velarde unesfuerzo personal, original enlaliteratura mexicana.

    Tuvo discpulos en M xico. Algunos de

    ellos,

    acompan

    do lo en vida, a la zaga de sus pasos y descubrimientos,- otros ,

    postumos, que parecen haber nacido de

    su

    muertey,en cierto

    m od o, viven de su m em oria. En el extranjero, hasta ahora ,

    ha sido un descono cido o un inc om pren dido . M s bien lo

    ltimo. Los accesorios de espacio y de lenguaje au da z y

    sorprendenteleimponan una limitacin paralasinteligen

    cias lejanas. Pero en esta poesa de ton o elegiaco y do loro

    so co nd en ad a po r su autor a tortura rse a s mism a, a m orir

    varias veces y renacer ms pura, haba un sen tido nuevo, una

    recreacin continua del arte.

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    Los dos aspectos distintos, definidos de la obra de

    Lpez Velarde han corrido diversa suerte. El primero de

    ellos, superficial, formal, muy personal en ltimo caso, ha

    con stituido una falangedejvenes enam orados lricamente

    de la provinc ia, sin ahon da r en ella, co m o lo haca el m aes

    tro,ydeviejos catalogadores de palabras mexicanas, de temas

    mexicanos, que no pueden introducir en sus repertorios

    una chispa de poesa que los anime . Lpez Ve larde tena la

    provincia en s m ismo. D e a h la ingen uida d m ezclad a a la

    sabidura, la tim idez de m ano de la audacia. D e ah tam bin

    esa visin pura y com plica da a la ve z, de los seres y de las

    cosas relaciones

    sutiles,

    religiosas, entre el paisaje yelalma.

    El nacionalismo de L pez Velarde nace de una lucha, de

    una pasin o scura en el espritu del poeta. Es pec tado r d e

    los aos crueles de la revolucin mexicana, miraba las ruinas

    am bien tes en los paisajes m aravillosos de la tierra y de los

    ho m br es. Era dem asiado c atlic o para ser revolucionario,-

    haba en su alma un fermento de reaccin inevitable. Un

    com plejo , fcil de com pre nd er en un ho m br e qu e iba a la

    vanguardia del arte y a la retaguardia de la poltica, lo lanz

    a esa exaltacin piadosa nostlgica, dolorida de las

    be lleza s de la vida y del paisaje de M x ico . En el po em a

    central de esta manera del poeta, La suave Patria, los

    reproches ocultos van unidos a algunos de sus mejores

    versos:

    Como la sota moza, Patria ma,

    [28]

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    en piso de metal, vives al da,

    de milagro, como la lotera.

    Tu imagen, el Palacio Nacional,

    con tu misma grandeza y con tu igual

    estatura de nio y de dedal.

    Y

    to d o un po em a, El reto rn o malfico, deja transpa rentar,

    ms que ningn ot ro , es ta agona de su pensamiento:

    Mejor ser no regresar al pueblo,

    al edn subvertido que se calla

    en la mutilacin de la metralla...

    Y la fusilera grab en la cal

    de todas las paredes

    de la aldea espectral,

    negros y aciagos mapas,

    porque en ellos leyese el hijo prdigo

    al volver a su umbral

    en un anochecer de maleficio,

    a la luz de petrleo de una mecha

    su esperanza deshecha...

    ...Y tina ntima tristeza reaccionaria.

    El nacional ismo de Ram n L pez Velarde no es c o m o

    [29]

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    recie ntem ente lo ha dich o un crtico una expresin de la

    vida y el alma nacional, en un sentido objetivo, sino de su

    vida y alma p ropias. Pero el sentido rec n di to de su obra

    huye continuamen te delacompresin delasmayoras. Parece

    gozarse en perm anece r ocu lto, impuro, m ezc lado en la veta

    a metales de bajo p recio. M uy p ocos son los que han sabido

    extraerlo, desligado de impurezas, para mostrarlo ensuesplen

    dor de buena ley. Abundan los proslitos, pero faltan los

    discpulos inteligentes.

    En ese panoram a curioso de la literatura argentina, do nd e

    el mpetu criollo se desorien ta an te la inm igracin, se funde

    en ella, se quiere crear una tradicin que no existe y da pasos

    de co stad o cre ye nd o qu e son al frente, L pe z Velarde ha

    en co ntra do un prosl i to un disc pulo? . Este h ec ho

    no debe p arecem os inusitado, porque ya es tiem po de que

    Lpez Velarde traspase las fronteras. Su poesa ho nda, llena

    de sugerencias, no deb e quedar solam ente entre noso tros,

    para delectacin de una minora depurad a.

    RicardoE.Molinari, autor de

    El imaginero,

    es un o de los

    poe tas jvenes que am para la Editorial Proa de Buenos Aires.

    Este volum en, de herm osa prese ntaci n, se abre con una

    cita de Bocngel y se cierra con un ve rso de M allarm . En

    ese pu nto de relacin en que se coloc a el po eta arg en tino ,

    entre el francs y Bocngel, el equilibrio es emocionante,

    po r difcil. Pe ro estos epgrafes engao sos nada tiene n que

    ver co n la obra de M olinari. In tilm ente b usca m os en ella

    el vnculo que la liga, espiritual y form alm ente , a M allarm .

    [30]

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    Ese afn pu r i f ica do r ret r ico en gran pa r te del po eta

    francs , es t por com ple to au sente y en con trad icci n co n

    El imaginero.

    N o s e n c o n t r a m o s e n p r e s e n c i a d e u n n a c i o n a l i s m o

    t mido , compl icado con modal idades nuevas , no tan to en

    la factura de los vers os c o m o en el n gu lo d es de el cual se

    enfoca el arte. El Po em a de la nia vela zq ue a sin dud a

    el ac ier to de l l ib ro cont iene los mejores e lementos de

    esta clase de poesa , que se co ns t ruy e co n una em ot iv ida d

    romnt ica sobre complicaciones modernas de es t i lo .

    C ua nd o no se l lega a una rea l izac in d i scre ta lo que

    sucede a m en ud o en el l ib ro de M ol ina r i el p rosa sm o

    aparece en su desnudez anti-r tmica. Bocngel se queda en

    el umbral y Mallarm huye por la puerta t rasera. Slo que

    dan , guardando e l t emplo , un es fuerzo de novedad y una

    influencia. Esta influencia es la de Ramn Lpez Velarde.

    La Elega a la m uer te de un p oeta joven nos lo confirma

    apriori. Y, aunque la cr t ica no necesi ta para el lo de es ta

    prue ba circu nstan cial , los siguientes versos:

    Yo he de vivir

    como la vainilla

    honesta, en su frasco

    y en su alacena...

    (Hostera)

    ...que era metal labrado

    [31]

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    y compotero...

    (El imaginario)

    nos recuerda n casi a la letra las frecuentes asociacion es que

    haca Lp ez Velarde, en tre su alma pura, de em ana cion es

    aro m tic as, y la can ela, la vainilla, el ajonjol. Su es pritu

    alacena con servaba ese perfume tradicional delasviejas

    arcas, donde yacan revueltos, en la familia, las especias,

    las com potas, tod o un pasado hon esto de provincia. C uan

    do M olina ri huye de estas relaciones caseras, cae entonces,

    con las mismas palabras, en las citas religiosas de Lpez

    Velarde:

    Yo quebrar la tierra labranta

    como lo hicieron mis hermanos,-

    y encender una vela

    a San Isidro Labrador...

    (Poema del almacn)

    Pe ro hay ciertas cosas de tcnica difusa que se escapan a un

    anlisis rpido c om o ste. Ese algo pav oro so que forma el

    estilo inconfundible de los poe tas que tienen una p oderosa

    persona lidad. As, quien lea los siguientes versos deEl imagi

    nero, no pod r m eno s que rec on oc er en ellos la influencia

    clara, precisa, sin lugar a dud as, del poe ta m exic ano :

    ...tu dedal

    [32]

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    que ha de servir de mausoleo

    y catedral...

    ...la lentitud perpleja

    de tu minutero...

    (El imaginero)

    Vives en una presencia

    que jams es escndalo...

    (Tres poemas para una soledad)

    Yseguiramos c itan do versos y ms versos de la m ayora de

    los poemas contenidos en el l ibro de Molinari. Los ante

    riores/ para nuestro objeto, son suficientes. El poeta de El

    imaginero, po r desg racia, se ha lim itado a la prim era de

    las influencias que parten de Lpez Velarde, es decir, la

    meramente formal. Hubiramos querido que algo del espri

    tu del maestro hubiera pasado a las pginas del primer libro

    del poeta arg entin o, interesado solam ente en la expresin

    verbal del poeta nuestro . Ese algo hubiera m erecido elogios,

    no censuras. Estas se vienen a la m en te cua nd o las palabras

    recuerda n otras palabras y to d o se vuelve palab ras. El libro

    de M olinari est he ch o con las palabras de Lp ez V elarde.

    [33]

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    [1928]

    RAMN LPEZ VELARDE

    Jorge Cuesta

    R a m n Lpez Velarde muri joven, pero no antes de dejar

    en la poesa m exica na las huellas m s du rab les. stas no

    deben buscarse en la superficial originalidad que hizo de l

    en seguida el jefe de una escuela, dndo le un num eroso grupo

    de proslitos. Una influencia realmente honda se produce

    difcil y tardamente, y sobre pocos individuos, sobre los

    mejores. Si slo atend iram os a la parte de su obra que hall

    tan te m pra no e co , no tardaramos en disimular mal nuestra

    decep cin. Por fortuna, la poesa de sus im itadores slo nos

    ayudaaseparar, en la suya, las falsas virtudes delasverdaderas,

    a descubrir su persona lidad profunda, y a distinguirlo mejor.

    H em os de reconocer, no obstante, que no lo interpretaron

    equivocadamente,- lo interpretaron superficialmente, no

    tom ando de l sino lo que dejaba cog er con m eno s esfuerzo

    y exigiendo la men or

    atencin.

    Se prestaba para

    ello,

    desigual

    e inconstan te. Pero esto nolosjustifica, co m o e llos no justi

    fican tampoco, aceptndolas y siguindolos, sus ligerezas

    y sus errores,

    D esde hace m uchos aos es frecuente, en nuestras letras,

    la aparicin de una ambicin nacionalista que pretend e con

    seguir una literatura q ue sea fiel reprod ucci n del color, del

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    sabor, del carcter particular del ambiente del pas. Unos

    se han valido, para conseguirlo, del paisaje; otros, de las

    costumbres,- otros se han hech o un instrum ento de las formas

    artsticas populares y hasta de su lenguaje. Sus inten tos han

    sido,

    al parecer, estriles. Tuvo gran xito la tentativ a dife

    rente de Lpez Velarde. Pensamos que hubiera ten ido m enos

    si se dan cuenta de que su verdadera conquista no era la

    am bicion ada alma nacion al, sino la suya prop ia.

    Es as com o puede aislarse Lpez Velarde del m ovim iento

    literario con tem po rn eo y m anten er puros sus sentidos y

    original su lenguaje. N o lo consigu e fcilmente, ni lo con

    sigue siempre,- necesita, muy frecuentemente, violentarse:

    retuerce su expresin, fuerza las imgenes y prefiere las pala

    bras po co usad as, con el fin de sustrae rse, po r me dio del

    artificio de su empleo sistemtico, al estrecho crculo del

    lugar com n . Qu iz estimula su tend en cia nacionalista el

    deseo de no caer en la poesa impersonal que repiten en

    to rn o de l, y logra engaarse c uan do mira una especie d e

    origin alidad en rep etir lo pro pio y lo cer ca no en vez d e lo

    lejano y ajeno.

    [36]

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    [1928]

    CUADRO DE LA POESA MEXICANA

    Jaime Torres Bodet

    t a r a transformar el estado en que se en co ntra ba la poesa

    mexicana

    al

    mediar la obra de Gonzlez M artnez, fue precisa

    la accin de dos curiosidades: la de Jos Juan Tablada, que

    se dirigi hacia afuera y realiz, con incu estionable acie rto,

    la aventura de una poesa extica, acaso no siempre de gusto

    muy estricto, y la de Ram n L pez V elarde, que repiti el

    viaje de Tablada, pero c om o Karr, sin salir un m inu to de su

    propio jardn. En ta nto que la conquista del un o fue el exo tis

    mo,el otro resca t para la poesa sin olvidar la h eren cia

    de Francis Jam m es el tributo de la provincia, lo que en

    Mxico puede l lamarse, con ms razn que en pas otro

    alguno, poesa de interior. Fo rm ulado en un idioma rico,

    pero sin solidez, el l irismo de Ramn Lpez Velarde se

    anticip a ese gnero dehallazgos que ha con vertid o a los

    poetas de vanguardia en excelentes prestidigitadores. Enca

    minado sin qu ererlo l m ism o a m ode lar un asp ecto

    de la poesa na cion al, dio en La suave Patria el to n o de

    lo que podra ser la pica de un pas que, como Mxico,

    fuera dem asiad o joven para no arriesgarse a tenerla, y vivie

    ra en un mundo demasiado viejo para enorgullecerse de

    cultivarla.

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    CERCANA DE LPEZ VELARDE

    Jaime Torres Bodet

    Imagino los usos nuevos, del icados , patt icos , ingeniosa

    m en te imp revistos, qu e el ha bit an te de un a is la excluida de

    la civilizacin po dra dar a los ob jeto s de mi de sp a c h o si el

    mecanismo del naufragio, tan difundido por las novelas de

    aventuras, tuviese an, en nuestros

    das,

    laeficacia,laconv iccin

    o la ho nr ad ez ba stan te para arrojar los , en resaca op ortu na ,

    a los pies de alguna choza o sobre la arena de algn li toral.

    Q u voluptu oso reclamo de fauno hara gem ir sobre la flauta

    improvisada, po r ejem plo, con el ca n d e un a pluma fuente?

    O qu m is ter ioso fetiche d e verb o, co m o el de un dios ,

    per id ico y oc ul to ado rar a en el rec into d e una radiola?

    U na de es tas recr eac ione s del univ erso h ac e, c ientf ica

    mente , l a au tor idad imaginar ia de los arquelogos . Ot ra ,

    t ransp or tad a a l t e r re no d e los voc ablo s , enr iqu ece la obra

    de los poetas. Y as es co m o el jue go de la reen carn aci n de

    los trm ino s inspira a Ra m n P rez de Ayala, en Belarmino

    yApolonio, la graciosa alteracin del idioma de qu e se anim a

    el esp a ol al pasar po r la ret rica p rimitiva d e su pers on aje.

    No es poco frecuente, en efecto , que una lent i tud de la

    atencin en la plt ica de algn amigo o en la prosodia de

    algn discurso, nos deje en las manos, recin cadas de la

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    rama del concepto, una frase, una palabra, una slaba, llena

    de sugestivos misterios. D e estos hallazgos pursimos, la vida

    m oderna tan complicada por los tecnicismos usuales

    ofrece al espectador un amplio repertorio. Pero sera intil

    persegu irlos. Su calidad, su prec io, su co nd ici n de g oc e

    est en la empresa,- viven del entorp ecim ien to delaconciencia

    que los disfruta,- se instalan sob re el es tupo r d e la a ten ci n,

    un ins tante abolida, que los rec on oc e.

    En estos parn tesis de placidez las palabras ya no tien en

    ot ro valor que el plstico de su vo lum en, de su s on orid ad,

    de su peso. Gracias al milagro en que tod o arte se g oz a

    los espritus recob ran el uso de esa capacida d de libre dispo

    sicin de s mism os de qu e la cultura los priva. Q u claros

    y, aveces, qu recargados del sentido barroco del argum ento

    nos parecen, entonces, los poemas ms elpticos de un G n -

    gora o de un M allarm D esen tend idos , un minuto siquiera,

    de los privilegios d e la literatura, qu op aca ad ve rtim os , al

    fin, la significacin co nc re ta de las cosas

    Mesa, libro, teologa,

    infelicidad...

    Palabras que slo el

    uso ha conseguido amoldar a la forma de los objetos que

    evocan, pero que, en una del ic iosa humorada de enfant

    terrible,el descu ido de la atenc in, lgico y vigilante co m o

    el del sue o, cam bia de sitio, s bita m en te, en la casa m et

    dica, de familia bu rguesa de Franz Hals, con que p odram os

    com parar nuestro vocabulario.

    Por qu arbitraria sntesis, que la perez a p rolo ng a, estas

    cuatro letras de la palabramesa contienen la realidad del

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    mueble en qu e leo y, apo yad a en su ima gen, la del ot ro , ya

    un poco increble y esquivo soado? , visto?, sentido?

    en que escrib lo que estoy leyendo ? De l uno m e sorp rende

    la solidez. Pero del otro recuerdo la lnea. De otro ms,

    todava legendario , exa gerando la fantasa con la m em oria,

    me seduce el colormesa.Pronunc io sus slabas m entalmen

    te,varas veces, hasta que la repeticin co m o la velocidad

    de

    las

    ruedas, que hace desaparecer

    las

    formas de los radios

    me salve del sentido que m e representan. M esa. Libro. Teo

    loga. Infelicidad. No s ya, en este principio de olvido, si

    teologaes el no m bre de una m ujer italiana o, po r contra ste

    dante sco , si Beatriz es el ttulo de una m etafsica facultad,

    ignoro silibro es un signo del Z od iac o o un instrum ento

    de tortura. N o preciso si el trm ino infelicidadcorresponde

    a un estado del espritu, al recue rdo de una ciudad con ocid a

    en la geografa de un drama de Ibsen o a un m od elo de traje

    de noch e. C onfes m oslo. No sera casi plausible d ecir de

    alguno de los invitados que se present a nuestra fiesta

    vestido de infelicidad? Im aginem os, sin em ba rgo, con risa,

    la prote sta inm ediata del redacto r de Sociales y Personales.

    Y, no o bs ta nt e, cuntas veces el crtico el mejor de los

    crticos imita en arte, los procedim ientos del cronista de

    sociedad

    El idioma, apreciad o en co njunto, desde el pu nto de vista

    de la inteligen cia, p ued e com par arse , una vez m s, con la

    instalacindeuna buena comunicacin inalmbrica. M edian te

    una clave convenc ional, un signo , un escalofro, una co ntra -

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    sea m agntica/ un grup o de ond as instala so br e la pauta

    del altavoz el escenario invisible de un ballet ruso, la

    tribuna de un orador poltico o el marco, los gritos y los

    timb razos e nrgicos del rferi en un com ba te de box . Pero

    qu ligera alteracin de la gradu ada ru ede cita indic ado ra

    hasta para hacer estallar dos con tinen tes de sonidos U n grado

    ms,a la izquierda, derramara la lquida rom anza del ten or

    en el segu ndo acto de

    Lohengrn

    dentro del alarido espeso,

    slido, con que untimde ftbol corea un triunfo en el estadio.

    U n grado m enos, hacia la derecha, des orde nan do latitudes,

    ade lantn dos e a Ravel, instalara a Paul W hi tem an n y a una

    peq uea orquesta d e jazz sobre la marea hegeliana tesis,

    anttesis, sntesis del oc an o filosfico de Bach.

    H e cita do , un m om en to an tes, al Belarmino de la novela

    de Prez de

    Ayala.

    Q uie ro insistir en l porque m e proporc io

    na un ejem plo ca racterstico de estas recrea cion es po ticas

    del lenguaje que me in teresa revisar y a las cuales , estim ada

    ensusjustas prop orcio nes, se parece ta nto la aventura re t

    rica de Ram n L pez V elarde.

    Belarmino es un extrao fillogo que d ispon e del m undo

    del C osm os, segn l lo llama desde el taburete en

    que su hijalecoloca diariamente el Diccionario. En su especu

    lacin comprende, sin embargo, que vivir es conocer, y

    con ocer, crear. Es decir, dar un no m bre .

    En el Co sm os afirma Belarm ino estn los nom bres

    de toda s las cosas, pero estn m al aplicad os, po rqu e e stn

    aplicados segn costumbre mecnica y en forma que, lejos

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    de provocar un acto de conocim iento y de creacin, favorece

    la rutina, la ignoran cia, la estu pidez , la charlatanera grrula

    yeldiscurso vulgar. En el Cosm os estn los nom bres com o

    aves en jaula, o como seres vivos, pero narcotizados y en

    sepulcros.

    Belarmino aade Prez de Ayala hallaba una m anera

    de placer mstico, un modo de comunicacin directa con

    lo absoluto cuando rompa los sellos sepulcrales para que

    se alzasen los vivos enterrados y abra las jaulas para que

    las aves saliesen vo lando . Y esas

    como,

    por curioso proce

    dimiento de integracin absolutamente respetuoso del

    sujeto , el fillogo Belarmino, desd e su hum ilde taller de

    zapatera, llega a sentir co m o equ ivalentes estas dos realida

    des distintas: camello y m inistro del gobe rnante drom edario

    y ministro del S eor.

    Locura , declararn m uchos lectores apresurados, frente

    al taller de zapatera de Belarmino. Pero en el fondo una

    revolucin esencial se incuba ya al calor de estas m editacio

    nes sedentarias. U na revolucin indescriptible que, de poder

    llevarseala prctica, daraaltraste con instituciones y gobier

    nos,con do gm as y con filosofas. U na revoluc in ta nto ms

    veloz cuanto m s abstracta y tanto m s violenta cu an to que

    no la dirigirn los gene rales, sino los po eta s. Y ya se sabe

    que stos, desde que Platn los arroj d e suRepblica,estn

    queriendo p robar de algn m odo sus capacidades de accin.

    La primera impresin que produ ce, a la lectura, una poesa

    deRamn LpezVelarde esprecisamentela dehaber penetrado,

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    de pro nt o, en una casa saqueada. Pero, inm edia tam ente , del

    de sord en visible, las incoh eren cias mismas van tranqu ilizan

    do n uestro sen tido de la pro pied ad. S, ha ha bid o v iolencia,

    pe ro los saqu eado res n o se han l levado co nsig o na da de lo

    que hab an v enid o a robar. La cort ina h a des apa recid o de la

    puer ta que pro teg a , pero no ha desaparec ido de la casa :

    aho ra vibra, co m o una tnica, sobre el bu sto de una M inerva,

    estilo Imp erio, de 1810. El espejo no ha h uid o del ma rco qu e

    lo en cer rab a. Se ha vuel to de espaldas , cara al m uro , a caso

    para no presenciar la escena del robo que nuest ra l legada

    al sa ln es decir , nue s t ra cu r ios ida d en la l ec tur a ha

    conseguido ev i ta r .

    H ab itua do s a la insensibilidad d e los adjetivos eloc uen tes,

    los lectores de 1918 nos sentamo s ofendido s an te los po em as

    deLa sangre devotay los deZozobra, an no coleccionados,

    po r algo que era, pre cisam en te, un triunfo de la sensibilidad.

    Cuando Lpez Velarde, en una esplndida evocacin de las

    aldeas y de los ca m po s atrav esad os p or la clera revolucio

    naria, escribe:

    Hasta los fresnos mancos,

    los dignatarios de la cpula oronda,

    han de rodar las quejas de la torre

    acribillada en los vientos de fronda...

    un extrao malestar, de devocin mstica, nos sobrecoge. Y,

    co m o toda expresin p otica, cua ndo es realmente aceptada,

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    nos parece tambin mis ter iosa y di f c i l como un milagro,

    buscamos c on inquietud los orgenes de una adivinacin que,

    a mi juicio, reside s lo en el jue go de estos dos t rm ino s: la

    ev oca cin significativa de la torr e y la ca lida d de la p alab ra

    dign atar io que , apl icad a a los f resnos a m pu tad os po r la

    metralla y reunida a la cpula oronda del final del verso

    co m en zad o, les da en seguida una solem nidad y una resigna

    cin de sacerdo tes cr is t ianos de m art i rologio.

    O tra estrofa de un poem a sin t tulo repr od uce en Zozobra,

    con vo ca blo s di ferentes , es ta misma experien cia d e t ransi

    ciones idiom ticas puras. La ci to po rqu e se refiere tam bi n

    a im gen es p ls t icas de l cu l to y a la de co ra t iv a t rad ic i n

    visual del cato licism o, q ue L p ez V elarde reitera.-

    Mi corazn, leal, se amerita en la sombra.

    Es la mitra y la vlvula... Yo me lo arrancara

    para llevarlo en triunfo a conocer el da,

    la estola de violetas en los hombros del alba,

    el cngulo morado de los atardeceres,

    los astros, y el permetro jovial de las mujeres.

    Salvo el ltim o verso q ue, de un salto a las estrellas c o m o

    en la balada de Banvi l le, nos t ras lada de nuevo, no s in

    contusiones , a la i rona y a la ternura de la sexual idad, la

    es t rofa tod a vive de sus solas res on an cia s l ing s t icas . En

    efecto, al referirse a su corazn, el poeta se detuvo en esta

    palabra: M itra, de la que el co nt en id o fisiolgico le parece

    [45]

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    m en os real que el otr o, sun tuario, de la m itra de los arzobis

    pos.Por eso ha rec or da do , en seguida, la estola d e violetas

    y el cngulo de los atardeceres. Por eso tam bin m ira nd o

    el espe jo co n el espe jo, y pas an do de un a met fora a ot ra ,

    s in contac to con la rea l idad l lega a esa ref racc in de

    los va lores sens ib les de la pa labra a lba , que puede ser

    en tendida , aqu , en sus dos s ign i f icados : lo mismo como

    la tn ica b lanca de los sacerdotes , que como la c lar idad

    co t id ia na , c ie r ta m en te angus t iosa , que preced e a la salida

    del sol.

    Es t a combinac in de re l i g ios idad devo ta y de po t i ca

    intrep idez , estas sujeciones a los c no ne s del do gm a y estas

    rebe ldas a los de la gram t ica se rep i ten , de un ext re m o a

    ot ro de la ob ra d e L p ez V elarde, en forma tal que se implica

    deliberada. As ten em os, en T odo.. ., acaso la co m po sicin

    ms perfecta deZozobra, esta declaracin:

    ...en m late un pontfice

    que todo lo posee

    y todo lo bendice,-

    la dolorosa Naturaleza

    sus tres reinos ampara

    debajo de mi tiara,-

    y mi papal instinto

    se conm ueve

    con la ignorancia de la nieve

    y la sabidura del jacinto.

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    Y,

    p ginas ade lante, en aquella deliciosa estam pa sensual qu e

    principia te h o n ro en el esp an to de un a alco ba p erdida . . . ,

    el dst ico en que describe a la amante:

    ...ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia

    que es mitad friolenta, mitad cardenalicia...

    O , po r l t imo , e s tos ve r sos , so rp rend idos en una poes a

    anterior, de carcter evid en tem en te juveni l:

    Y una Catedral, y una campana

    mayor que cuando suena, simultnea

    con el primer clarn del primer gallo,

    en las avemarias, me da lstima

    que no la escuche el Papa.

    Porque la cristiandad entonces clama

    cual si fuese su queja ms urgida

    la vibracin metlica,

    y al concurrir ese clamor concntrico

    del bronce, en el nima del nima,

    se siente que las aguas

    del bautismo nos corren por los huesos

    y otra vez nos penetran y nos lavan.

    Tratando de descubrir, en la obra de Lpez Velarde, algunos

    ejemplos de expresiones polt icas desviadas v erd ad era m en te

    del sent ido t i l de los vocablos , se t ropieza, s in querer lo ,

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    con el prestigio ms dramtico de su influencia: el fervor.

    Quin se atrevi a decir alguna vez que forma y fondo

    eran cosas opuestas?

    El fervor, en el lirismo de L pe z V elarde, no est- por

    fortuna-, y sta es su superior idad especfica sobre el Belar-

    m ino de la novela de P rez de Avala, en el jue go de aza r de

    las palabras con las imgenes. En ese sentido cuntos poe tas

    de hoy y no excepto a muchos de los mejores pudieran

    af i rmar haber sa l ido, rea lmente , del per iodo verbal de

    Belarmino?

    H ay un sen tido de palabras, que Lp ez Velarde sinti

    qu e p adeci m uchas vece s pero de cuyas estrategias

    no se satisfizo nu nc a. Lata en l, si no el po ntfic e laico

    con que orgul losam ente se com para , s un apa siona do

    ap eti to h um an o que restr ingi, en su obra, el cam po del

    artista puro, sin que, de tales limitaciones, su calidad de

    po eta pud iera rea lm en te sufrir. Las cua lidades que le leg

    no sern de la misma lim pieza y del mismo inters qu e las

    expresivas que hasta ahora hem os adve rtido, pero en cam bio

    dan la im presin de ser ms durab les.Y por qu no?

    tam bin ms valiosas.

    Para en ten de r la poesa de Lpez V elarde, de be p artirse de

    un postulado que no la limita tanto como la sita. Lpez

    Velarde fue siempre, y constantemente, un poeta de la

    provinc ia. D e la provincia m exicana son no slo el ace nto

    religioso d e sus mejores po em as, sino el calor y la tern ura

    [48]

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    de la en so a ci n am oro sa, la inculta sust itucin de s en tido

    personal p or el au tn tico e n los adjetivos y en los sustan tivos

    de que su an c do ta se sirve. Pero , po r enc ima de to d o , pe rte

    nece a la provincia m exican a ese vag o estrem ec im ien to del

    paisaje qu e no est nunc a al m arge n de sus poesas c o m o

    sucede en las de los escri tore s de la ciu da d cu an d o salen al

    c am p o s ino te jido con su m ater ia lt ima d ige r ido en su

    sustancia, disuelto por su intimidad.

    El significado de la prov incia ha sido tan cru elm en te m o

    delad o p or la nove la del siglo XIX, qu e casi resulta pe ligro so

    elogiar la , en nue st ros das, co m o un rem ed io de len t i tud a

    la velo cida d de q ue no s hal lamos enferm os. Y, s in em ba rgo ,

    es pre ciso re co n o ce r qu e, a pesa r de sus intrigas familiares y

    de sus antipat as de cam pan ario o acaso por coin cide ncia

    con la actitud moral que estas mismas debilidades su po ne n

    la prov incia h a s ido, s iem pre a par t i r del ro m an t icis m o, la

    gran prov eed ora de nuestros poetas. Este fen m eno , que n o

    sabramos l imitar a M xic o, no es tam po co caracterst ico de

    la A m rica esp ao la ni, en ltima instancia, co m ple m en tario

    de la psicologa racial hispn ica que ha defe nd ido siem pre,

    en pu nto a escuelas l ricas, una d evota sub ordin acin y co n

    cord ia co n el paisaje. Francia, tan disciplinad a al y u g o de la

    capital , no expresa, en las reputaciones que Pars autoriza,

    sino la co ns ag rac in artstica de los esfuerzos qu e las prov in

    cias le m ue stran . V einte siglos ante s, en la R om a de A ug usto ,

    qu ot r o en ca nt o t raa , a la co r te del Em perad or , e l po eta

    de las Gergicas?

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    La delicadeza escrupulosa que Ramn Lpez Velarde

    demostr dentro del artificio ha sorprendido a muchos de

    sus com entaristas y les ha hec h o dudar, err ne am en te, de

    la calidad regional de su esttica. Comprueba una equivo

    cada inte rp reta ci n de lo que es la provincia el creer que su

    simplicidad est ms alejada del artificio que la com plicacin

    de nuestras ciudade s. Q uien lo du de, debe reflexionar un

    instante acerca de todas las violencias que la sensibilidad

    del siglo XVIII tuvo que hacerse a s misma para llegar,

    en una refinada de cad en cia, a percibir lanaturalidad de

    Rousseau.

    Placen a la vida m ecn ica d e la urb e la simplificacin de

    la elegancia y el co nc ep to, cada vez ms des nu do , del indi

    viduo. Si esta m on oto na del m ayor n m ero n o se formase,

    la coexistencia de cinco millones de habitantes en Berln o

    de siete millones en Londres ocasionara a cada m inuto una

    colisin inmoderada de pocasy,en Nueva York, una verda

    dera lucha de razas. El se ntid o d e la polica y, en cie rto

    m od o, de la civilizac in exige siemp re el sacrificio de

    algunos de nuestros valores originales. D e stos, por desgracia,

    el lirismo no es el ms lento en desaparecer.

    C uad ra, al co ntra rio, al de m ora do ritm o en que la vida

    de provincia se desarrolla, una abundancia de lentitud, indis

    pensable al florecimiento de las manas. Por eso la m itologa

    de m oc rtica , es decir, la novela burgu esa de D icke ns o de

    Balzac, prefiere instalarse sobre el escena rio de la prov incia.

    Y, cu an do un Padre G or iot o un O liverio Twist surgen en

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    un rincn de la urb e, esco gen algunos de esos barrios her

    mticos en que la limitacin de los caracteres evoca, de ntro

    de las grandes ciudad es, la tensin individual de los odios y

    las antipatas de las pequ eas a ldeas.

    H em os odo hablar, no hace m ucho tiem po, a un ingenio

    extrao rdinariam ente sutil, de la des hu m aniz aci n del arte.

    Qu hab a en el fondo de esta expresin? Se trataba, acaso,

    de un has to del ho m br e por el hom bre? Era el princ ipio

    de una terrible ingratitud de la criatura para con el creador?

    Tanto se ha dicho ya en torno a esta doctrina, tanto se

    calla, que, de las reflexiones ms errneas de quienes la

    com entan, pode m os desprender esta interpretacin; el arte,

    como fruto del nuevo tipo de colaboracin social que la

    ciudad representa, exige de cada obra un m nimo de hum ani

    dad o, lo qu e es lo m ism o, unmnimum de discrepa ncias

    vitales, de nt ro de un standardes similitud superior. Conce

    bida en tales trm inos, la sugestin de O rteg a y Gasset coin

    cide con la doctrina moral de un Boileau y se expresa m erced

    al gran ejem plo clsico co n que la p oc a de un Luis XV la

    ilustra.

    Ques,en efecto, un clsico ha dicho alguna vez A ndr

    G id e sino un escritor moderno? Y qu debe enten derse

    pormodestia,en materia artstica, sino esta prudencia de lo

    personal y esta no exhibicin de lo hu m an o de cada quien,

    que nos pondra en condiciones de ignorarlo todo acerca

    de la vida de Racine o de D esca rtes, si no hub iesen esta do

    all los big rafos que la resean?

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    El caso de la ed ad clsica que inspira esta inte rpretac in

    misma de la modestia en literatura indica hasta qu punto

    una al m eno s de las actividades superiores del arte es incom

    patible con el desarrollo de la timidez . M e refiero, concreta

    m en te, a la poesa lrica.

    Si apartam os por un m om en to los hallazgos de algunos

    poem as de La Fontaine y, especialm ente, del A don is ,

    qu pob re en realizaciones lricas se nos presen ta el siglo de

    Pascal y de M ada m e de La Fay ette, tan rico, en cam bio, en

    mximas morales, en novelas psicolgicas y en com edias de

    caracteres. Perseguida del escritor, la hum anidadserefugia en

    el argum ento p or la misma razn por la que, ahu yen tnd ola

    de la anc do ta, la encu brim os con la sensibilidad.

    Pero o curre que el lirismo requiere pre cisam ente, para su

    xito,

    un desarrollo m onstruoso delyo,es decir, un apogeo

    de las cond icion es circunstanciales del artista que no puede

    divorciarse de cierta individual exhibicin del ho m br e. D e

    aqu el co n ce p to de la poesa de circun stancia.

    Tal apogeo del hombre, no siempre contenido por los

    escrpulos del artista, es idntico al que traicion a, en deter

    minados retratos de provincia, el rebu scam iento to rpe , pe ro

    personal y dig m oslo de una vez absolutamente lrico,

    del prob lem tico elegante de la pob lacin. Ah ora bien, lo

    que el ho m bre de m und o exige y ha exigido siem pre

    en sobriedad y en impersonalidad de adornos a su sem ejante

    es lo que el crtico de gusto pide , con insistencia, al b ue n

    escritor. Y, en esta discrecin de las m aneras, coin cid en lo

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    mismo elhonnte homm e para cuya delicada apro bac in

    com po na M oliere el Alcestes de

    LeMisanthrope,

    qu e el

    varn discreto que inspiraba a Gracin el fino co ntine nte

    ideol gico d e sus tratad os.

    Su cede, por desgracia, que el pb lico form ado exclusiva

    m ente por estas asambleas dehonntesgensy estos cencu

    los de discretos no es nunca el ms aprop iado para juzg ar

    del m petu o de la ca ntid ad de una p rod uc cin lrica. Por

    esto se explican muchas aberraciones del gus to.Y as sellega

    a pe rdo na r la cruelda d de aquelparterre de reyes que, hac e

    aproximadam ente un

    siglo,

    en un teatro deViena,pudo preferir

    p o r lealtad misma con su cultura la gracia civilizada

    de una pera de Rossini a la sublime y solitaria aspereza del

    jbilo en la Novena Sinfona.

    La m anera en que afirmo que la provincia c on tribu ye a la

    poesa no es aadind ole oscuridad personal, sino acentun

    dole personales particularidades. Sien to, por otra parte, que

    esta contribucin no haya sido percibida frecuentemente

    por cond ucto de la pereza, que

    es

    una capacidad de la delicia,

    sino por el de la lentitud, que represe nta una incap acid ad

    de la rap ide z. Y, cu an do clasifico a Ra m n L p ez V elarde

    entre los poetas de la provincia, no entiendo restringirle

    ninguna especie de mritos. La universalidad de una o bra

    no est forzosamente proporcionada al cosmopolitismo de

    su escenario normal, ni corre pareja con las dimensiones

    de la aspiracin de su autor.Ouvert

    la

    Nu it, de Paul M ora nd ,.

    es ms gen uina m ente francs

    y,

    en el fondo , ms restringido

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    a pesar de la ubicu idad euro pea d e sus perso najes que

    inglsEl artista adolescente, de Jo yc e, que no jueg a con

    latitudes d e carta geogrfica, ni busca otr a am plitud que la

    de su sinc eridad .

    Q uienes, al sentido provinciano que enc uen tro en la obra

    de Lpez Velarde, op on en el atrevim iento d e su insumisin

    para la poesa pos-sim bolista no me han en ten did o, puesto

    que lo pro vinc iano de la actitu d que sea lo en l no reside

    en la timid ez m s frecuente en las gran des ciuda des que

    en las pequ eas aldeas ,sino en la audacia. Un ho m br e

    de la ciud ad n o necesita dar voce s especialm ente violentas

    para seducir la atencin de su pblico. C on dete nerse unos

    m inutos, en un m om en to d ado , en el cruce de dos av enidas

    cong estionadas por el trfico, hab r violado tantos com pli

    cados m ecanism os de la sociabilidad, que esta sola len titud

    tom ar , casi, las propo rciones de una verdadera rebelda. En

    cambio, en provincia, qu sucesin de delirios ha de fingir

    el h om b re de talen to para que los parie ntes de su familia

    po r el slo he ch o de hab erlo visto nacer no lo despre

    cien indefinidamente

    D e aqu, en el inte lige nte de la provinc ia, una falta de

    mesura, aun en el acierto , que lo separa en seguida del inteli

    gente delaciudad . Por esta falta, de cuyo margen se enrique

    cen las incertidu m bres del gus to, se deslizan c o m o por

    un cauce prop io los caudales de un inconfundible lirismo.

    Assejustifica en L pe z Velarde el sistem tico esfuerzo de

    sustituir poreladjetivo grave, certero casi siem pre, el esdrju-

    [54]

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    lo ,amp uloso y ms o menos indefinido. D o n d e alguno poda

    decir: Universal, apuntal,pintorescamente, ecumnico.

    Y do nd e ot ro escribi ra: U n nio , l ve, inm ed iatam ente ,

    un prvulo. M uc ho s, tem erosos de una alusin dem asiado

    indiscreta, n o nos atreveramos, al hablar de n oso tros mism os,

    a afirmar, con el dese nfad o co n q ue l lo ha ce : M i pe rso na .

    M as l se exp resa as po r la m isma r az n qu e ob l iga a los

    Brumm els de una prov incia a instalarse, tod os los das, de nt ro

    de la sole m nid ad ap aratosa delchaqu. Y lo cu rioso es que

    su admirable intuicin potica no naufrague en estas fal tas

    de t ac to qu e, gracias a las evo cacion es co m pleta s en qu e las

    descubrim os, no resul tan jam s ver dad eras faltas de gu sto .

    G o c e m o s , en efecto, del prvulo de que antes, despren

    dido l de la a tmsfera del po em a en q ue lo sor pre nd im os,

    nos habamos apresurado a sonrer . El poeta, al referir el

    retorno malfico al hogar destruido por la batalla, insina,

    en tre las ruinas, un del ic ad o tro z o de paisaje rural, plagad o

    de libera da m en te de giros en desuso y de voc ablo s envejeci

    dos:

    Las golondrinas nuevas, renovando

    con sus noveles picos alfareros

    los nidos tempraneros,-

    bajo el palo insigne

    de los atardeceres monacales,

    el lloro de recientes recentales

    por la ubrrima ubre prohibida

    [55]

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    de a vaca, rumiante y faranica,

    que al prvulo intimida...

    Qu bien se explica aqu, insertada despus de la estampa

    escolar delavaca faranica esa visin del pequ eo prvu

    lo intim idado que, antes, nos pareca una mera ped anter a

    de colegial

    N o ten go a m ano y lo dep loro las excelentes pginas

    qu ej se Go rostiza ley acerca de la obra de Ramn Lpez

    Velarde en una de

    las

    conferencias organizadas por

    la

    Biblioteca

    Cerva ntes, de M xico , en 1924. N o ob stan te, si la m em oria

    no me traiciona, creo poder afirmarqueya en ellas se p ropona

    cierto aspecto del provincialismo de

    su

    poesa com o un recato

    y una ternura del sentimiento dentro del panoram a de la edifi

    cacin nacional.Elcomentarioaesta parte del lirismo de Lpez

    Velarde me llevara po rlopronto a sitios que no quiero toca r

    de paso,- que n o me resigno tam po co a dejar para el conven io

    prec ario de una alusin. El pro blem a del arte mex ican o se

    encuentra ligado con dificultades tcnicas, histricas y polti

    cas dem asiado com plejas para creerlo resuelto por una simple

    buena intencin de nuestro patriotismo... No deja de ser curio

    so,sin embargo, el hecho de queLa suavePatria sea precisa

    m en te el poem a en que Lpez V elarde, al querer superar las

    fronteras de su regionalismo de

    su

    com prensin deliciosa

    m en te parcial delas

    cosas,

    se haya visto precisado tambin

    a disminuirelhermetismo patticodesu expresin. C om parada

    [56]

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    con Todo. . . , con Tier ra mojada , con Mi corazn se

    amer i ta . . . , con Hoy como nunca . . . , los versos de La

    suave Patria dan la impresin de una renuncia del iberada

    a los m od os esqu em ticos de pen sar que la poesa de Zozobra

    haba l levado hasta la madurez despojada y despejada del

    lgebra. N o q uiero dec ir co n estas reticencias q ue La suave

    Patria implique un decaim iento del poe ta, sino un pro p sito

    de vulgarizacin en sus pro ced im iento s, el deseo d e vest irse

    con una cul tura . . . Los hal lazgos fel ices abundan todava.

    C itar a lgun os, que estn ya en toda s las bo ca s y que , a pe

    sar de ello, no han pe rd id o an su sab or esencial y fragante:

    ...el relmpago verde de los loros.

    ...en calles como espejos, se vaca

    el santo olor de la panadera.

    ...oigo lo que se fue, lo que an no toco

    y la hora actual con su vientre de coco...

    ...desde el vergel de tu peinado denso...

    Como la sota moza, Patria ma,

    en piso de metal, vives al da...

    C i to m uch os . Y cons idero que son todava ms num erosos

    que los ci tados los que el temor de parecer prol i jo no me

    [57]

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    autoriza a aadir. Pe ro, a ca m bio de estas sorpresas, d e estas

    iluminaciones, cuntas lentitudes y cuntas indecisiones

    de estilo que las estrofas de

    Zozobra

    no con ten an

    Por ejemplo:

    Suave Patria: te amo no cual mito,

    sino por tu verdad de pan bendito...

    Inaccesible al deshonor, floreces...

    No como a Csar el rubor patricio

    te cubre el rostro en medio del suplicio...

    ...el alma, equilibrista chuparrosa...

    C ad a u no de es tos ren glo nes encierra el ec o de un vicio , la

    tor pe za de un apren dizaje, el reflejo de una retrica extra a.

    El se gu nd o p arec e de un discpulo de Qu intan a. El tercero

    recuerd a la f raseo loga acad m ica de San tos C h o c a n o . El

    l t im o evoca las peores im itaciones sentim entales d e G uti

    rrez Njera. En los ms graves errores com etid os po r L pez

    Velarde antes de La suave Patria haba, en cambio, tales

    acentos de in tegr idad personal , de mundo pot ico apar te ,

    que no me es posible elogiar es ta poesa suya, demasiado

    clebre, s ino como un magnf ico ensayo de t ransicin. De

    transicin hacia mayor popularidad. . . Pero no hacia mayor

    temperancia.

    [58]

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    Lo peor que puede ocurrir a ciertos ngeles es que un

    profesor de gram tica los ense e a leer y a escribir. Lo ms

    grave que puede ocurriraciertos poetas es perde rsuslmites,

    hacer ms abun dante su lxico, cam biar su profund idad por

    una promesa casi siempre ficticia de mayor extensin.

    N o s por qu im agino que Ramn L pez Velarde se hallaba,

    cua ndo la m uerte lo arreba t de nue stro lado, en trance de

    este peligro. Por una p arte, su m un do d e formas artificia

    lesy herm ticas necesitaba, com o el de todo gran poeta,

    de una sustitucin del D iccion ario de la Real Academ ia por

    el trata do del cosmos de Belarmino. (Ha y m etforas, en

    efec to

    /

    que slo a travs de otras metforas se pueden

    com pre nd er). Pero, desde otro pu nto de vista, el con tac to

    con una cultura al alcance de tod os, eso qu ej se Bergamn

    ha llamado con tanta exactitudladecadencia del analfabetis

    mo , le induca a traducir los decretos de su reino alucinado

    al lenguaje de todo s los das.Yesta actitud, que sup one una

    desconfianza de la magia, afirma siem pre una abd icac in .

    Toda el agua del mar no bastara a lavar de nuestra obra una

    sola ma nch a de sangre intelectual, escribi en una pgina

    luminosa la plum a de un o de los ms crueles maestros de la

    sensibilidad contem pornea. Frentealespectculo de la poesa

    de Lpez Velarde, repito esta frase de Isidoro Ducasse y

    co m pre nd o que encierra, sin quererlo, la oracin fnebre de

    un gran poe ta.

    [59]

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    [ 93 ]

    ESQUEMA DE LA LITERATURA MEXICANA MODERNA

    Bernardo Ortiz de Montellano

    I l e r e d e r o de la cas tigada e s t t ica de D az M i rn , que

    com enz aba a trabajar por cuenta propia en el adjetivo y en

    laimagen/ Ramn LpezVelarde es elintrprete delaprovincia

    mexicana y de algunos rasgos de nuestro paisaje. O rient

    base a la interp retacin lrica del com plejo espritu m exicano

    cuan do lo dibuj la m uerte. Sensibilidad ertica y catlica,

    su sobresalto de nio sorprend ido en el pec ado , con sciente

    y tem ero so en tre el juicio d e sus sen tido s y el juicio final,

    pagano y creyente antinom ia que por razn histricaexis

    te en n ues tro pueblo, religioso de los asp ecto s exte rno s

    sensuales, del catolicismo; ojos de aclito, azo rad o entre los

    riesgos furtivos de una ciudad de pasiones que atormentan

    su corazn intac to de provincia. Poesa de complejos y timi

    deces que

    busca,

    afanosamente, para expresarse con dign idad

    aspe cto m exicano de su lenguaje los ms com plicados

    adjetivos , las palabras selectas. C rea do r de im gene s y d e

    conflictos, para explicar su Yo profundo, se anticipa a las

    nuevas exp resion es de la poesa en Am rica, alejnd ose de

    los

    caminos tradicionales.

    Es

    un rebelde. Luchando por desa

    rrollarse con ms sincerida d y libertad q ue sus antec eso res ,

    para pene trar a zonas alumbradas de la conciencia que stos

    [61]

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    no distinguieron, define, dentro del hecho social revolu

    cin su asp ec to rev oluc iona rio en la literatura m exican a.

    Po dem os asegurar que en su conflicto entre lo individual y

    lo colectivo, lo he red ad o y lo sustantivo de su m oral, de sus

    sentidos y de su institucin artstica, lo en contram os revolu

    cionario conmsexactitudqueensupoemaLasuave Patria

    y en su tristeza reaccionaria a la vista de la provincia

    des truida po r la vorac idad n atural de las am etralladoras .

    Si es criolla la poesa de G on z lez M artn ez , la de Lpez

    Velarde es m estiza, es decir nos revela las po ten cia s espiri

    tuales del m es tiz o. Falta an, en nuestra literatura, el poe ta

    que sien ta po r el indg ena , sin limitarlo o falsificarlo co m o

    lo intentaron los poetas del siglo XIX.

    [62]

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    [1934]

    EL CLASICISMO MEXICANO

    Jorge Cuesta

    JL/e Ramn Lp ez Velarde, poeta que m uri a los treinta y

    tres aos de eda d, en

    1921,

    se ha hec ho el represe ntante de

    una escuela m exicanista

    ;

    se ha he ch o , pero indebidamente.-

    Ram n L pez Velarde es un o de los po etas m s originales

    de M x ico . Parece qu e en l se hubieran vuelto manifiesta

    mente fecundos y hubieran revelado su sentido el silencio

    de Daz M irn y la reserva de G on zlez M artnez. Es cierto

    que,

    en apariencia, Lpez Velarde es el poeta del paisaje

    social de Mxico,- sum as aplaudido poema: La suave Patria

    es un c an to a lo pin tor es co mexicano,- su prim er libro de

    versos es el canto de la provincia. Sin embargo, en este

    asp ecto d e L pez Velarde, hay que ver ms una tolerancia

    suya que su verd ade ro carcter. Den tro de su propio paisajis-

    m o no logra ocultarse un sentim iento clsico, sem ejante al

    de O th n , p ero m ucho ms significativo. L pez Velarde es

    tam bin un d ec ep cio na do del paisaje. Su paisajismo es un

    gus to en el sen tim ien to d e su decepcin,- se nti m ien to que

    resulta tan to m s trgico cuanto que no es la naturaleza fsica

    la que le revela su aridez,- quien se hace difano como un

    desierto se expone a los ms ardientes y vidos rayos lum ino

    sos,y pierd e su can did ez.

    [63]

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    En Ramn Lpez Velarde la poesa mexicana se reflexiona

    apasionadamente, repudiasusartificios y adquiere una conc ien

    cia de sus propsitos que es com parable, por su pen etracin,

    a la co ncie nc ia inm ortal de Baudelaire. N o son num erosos

    los poemas en que este poeta dej lo mejor de s mismo:

    son unos cuantos,- pe ro bas tan para que se le adm ire co m o

    el po eta ms personal que en M xic o ha existido. La llama

    qu e en su poesa se en ci en de no se lim ita a darle a ella su

    claridad, sino que ilumina el destino to d o de la poesa mexi

    cana. En Ram n L pez Velarde adquieren un se ntido todas

    las tentativas poticas m exicanas cuya origina lidad es difcil

    adv ertir po r su inde cisin , su reserva o su pro xim idad a las

    diversas escuelas. H asta la poesa acad m ica m s olvidada

    recobra

    su

    valor

    que seguramente ignor ella misma, cuan do

    se la mira desde Lpez V elarde. En este gran poeta se resume

    y se purga, sorp rend e profund am ente el carcter am ericano

    de su de stin o, y se destina a la un iversalidad .

    [64]

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    [1935]

    RAMN LPEZ VELARDE

    Xavier Villaurrutia

    I. ENCUENTRO

    t a r a usar una expresin del gusto de Ramn Lpez Velarde,

    no por ello me no s sino ms exacta, dir que el nu es tro fue

    lo que pud iera llamarse un encuentro tangencial. Otros lo

    trataron diaria o frecuen tem ente, pe ne tra nd o en el crculo

    de sus costum bres, o acaso hiriendo el cen tro de su intimidad;

    acompandolo en las horas plenas o dejndolo solo en

    los m om en tos vacos de que, ms tarde , hab ran de salir los

    poemas que contienen un mensaje de singular calosfro.

    O tros que no yo .

    Para que nuestro encuentro fuera algo ms que un mis

    terioso y tangenc ial co nta cto , l legu dem asiado tard e a su

    lado,puesto que l se fue d e m anera imprevista del nu estro.

    y

    vida e incierta, la curiosidad del adolescente me llev a

    buscarlo sin un objeto preciso, definido. Acaso, inconscien

    tem ente, t rataba yo de cono cer lo de viva vo z, de cu erpo

    presente. Desde luego, dir que mi objeto no era conocer

    sus ideas o sus juicios s ob re los dem s y sob re s m ism o.

    N o me interesaba lo prim ero, y para lo seg undo me bastaba

    el silencioso dilogo qu e yo po da renov ar a cualquier h ora

    [65]

  • 7/21/2019 Campos Marco Antonio Ramn Lpez Velarde Visto Por Los Contemporneos.

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    con el libro que m e lo ha ba revelado.-Zozobra. M s bien

    mi curiosidad

    de

    adolescente quera saciarse con unos cuan tos

    datos fsicos, con unas cuantas seas particulares: su estatura,

    el co lor de su piel, el tim bre de su vo z, el brillo o la falta de

    brillo de sus ojos.

    Su cara de un color m oren o claro, y sus gr an de