campesinado andino y violencia. balance de una década de estudios. cid

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  • CAMPESINADO ANDINO Y VIOLENCIABALANCE DE UNA DECADA DE ESTUDIOS1/

    CARLOS IVN DEGREGORI

    Tras once aos de violencia poltica y ms de 20 mil muertos, lo primeroque sorprende al revisar la bibliografa agraria es la ausencia casi total de laviolencia social y poltica como tema en los trabajos que analizan la situacinprevia a 1980, la lentitud con la cual se asume esa problemtica en los estudiosque tratan sobre la realidad del agro post-1980 y el insuficiente desarrollo delas investigaciones sobre violencia en el campo que se advierte an hoy2. En loque se refiere a la situacin anterior a 1980, la ausencia de la violencia comotema de estudio corresponde, entre otras causas, al bajo nivel de violenciamanifiesto en las dcadas previas, aun en medio de la oleada ms grande demovimientos campesinos en todo el siglo.

    1. Movimientos campesinos y violencia

    Tierra o muerte fue el grito que entre 1958 y 1964 sirvi de fondosonoro al movimiento campesino ms importante por esos aos en Amricadel Sur. Cientos de miles de campesinos y trabajadores agrcolas se organiza-ron y movilizaron a lo largo del pas, rescataron cientos de miles de hectreasen manos de latifundios e hirieron de muerte al gamonalismo. Sin embargo, entodos esos aos fallecieron slo 166 personas3, menos que en los primerosdiez das de agosto de 1991.

    Agradezco los comentarios y sugerencias de Jaime Urrutia y la colaboracin de Ivn RivasPlata y Pedro Roel.De acuerdo a los trminos de referencia establecidos por SEPIA el presente balance se centra enla violencia social y poltica. No incluye temas como la violencia estructural ni la violenciaritual o aqulla que se manifiesta en la vida cotidiana. El anlisis se limita a la bibliografaaparecida a partir de 1980 aun cuando no pretende ser una revisin exhaustiva.Todas las cifras que mencionamos para la dcada de 1960 son tomadas de la cronologa deGuzmn y Vargas (1981).

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    Destacan por su importancia las tomas de tierras en Cerro de Pasco y elmovimiento de La Convencin (Cusco). En las primeras, entre diciembre de1959 y julio de 1962 perdieron la vida 25 campesinos. En La Convencin,durante el pico ms alto de movilizacin encabezada por Hugo Blanco, entreel 20 de octubre de 1962 y el 2 de enero de 1963 fallecieron 15 personas: 7campesinos, uno de ellos mientras participaba en un mitin en la ciudad deCusco; 5 que aparecen como guerrilleros y 3 policas4.En la dcada de 1970, una segunda oleada de tomas de tierras conmovi alpas en plena aplicacin de la reforma agraria ms radical de Amrica del Sur.La movilizacin no fue tan amplia, pero la organizacin campesina alcanz supico ms alto luego de la reorganizacin de la Confederacin Campesina delPer (CCP) y la creacin de la Confederacin Nacional Agraria (CNA) en1974. Sin embargo, otra vez, el costo en vidas humanas fue bajsimo. MoissArce Llacta y Humberto Vargas fueron los dos nicos campesinos muertos enel movimiento de Andahuaylas, el ms importante de la dcada (Garca Sayn1982:83; Quintanilla 1981:88-89; Snchez 1981:197, 207). Otros cuatro cam-pesinos murieron en Huacataz, Cajamarca, el 28 de diciembre de 1977 (GarcaSayn 1982:61); un cooperativista result accidentalmente muerto en Lucrepata,Cusco, el 21 de noviembre de 1978 (Ibd.: 154); el 6 de febrero de 1979 muriElmer Jara en Talandracas, Piura (Ibd.: 48). A travs de todo el libro de Garca Sayn -Tomas de tierras en el Per(Desco, Lima 1982)- se percibe una voluntad explcita de evitar o minimizarla violencia por parte del campesinado, especialmente de sus dirigentes. Perola cautela es compartida por el Estado y las fuerzas represivas. Flores Galindo(1987:314) advierte esa prudencia ya desde las tomas de tierras de los aos 60,a pesar de que entonces la intensidad de las movilizaciones haba sido mayor.En esos aos: policas e invasores ocupan sus lugares y no ocurre nada ms,para desesperacin de los propietarios. En las ltimas pginas de su libro, Garca Sayn pregunta: Qu seviene?. Acierta en sealar varias tendencias que se acentuaron en los aossiguientes, pero termina afirmando que: ... las contradicciones ya existentes -y que se profundizarn- con el gran capital y el problema de la democracia, siempre presente, pareceran ser los ejes sobre los que en el futuro mediato girarn las acciones del campesinado y trabajadores del agro en general (1982:217).

    En 1965 las guerrillas del MIR y del ELN y la consiguiente represin estatal aadieron variasdecenas ms de personas a esa lista fatal. Escapa a los lmites de este balance analizar esosmovimientos.

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    Ni una palabra sobre la violencia poltica. Eso fue en 1982. Varios aosdespus, en su libro Lucha por la tierra, reformas agrarias y capitalismo en elPer del siglo XX, terminado en 1986 y publicado en 1989, Rodrigo Montoyapone ms nfasis en la lucha contra el capital que por la democracia. En elcaptulo A dnde va el campo andino?, afirma: la escena poltica de lalucha de clases en el campo muestra nuevos enemigos: el mercado capitalistay su expresin poltica en la clase comercial y el Estado como eje articuladordel capital (1989:227). Pero a pesar de que Sendero Luminoso ya se encon-traba por entonces en su fase de conquistar bases, casi nada dice sobre laviolencia campesina, ni sobre la guerra senderista5.

    2. 1980. Violencia en los Andes: pachacuti o chawqa?

    Sin percatarse de la revolucin (Missing the revolution) es el ttulo de unartculo punzante y controvertido de Orin Starn (1991a), todava indito encastellano, en el cual critica a los antroplogos norteamericanos por no haberadvertido el incubamiento de la guerra senderista en el campo ayacuchanodurante los aos 70. No es ste el lugar para hacer un balance de los aciertos ylmites de la antropologa culturalista. Lo que nos interesa es recalcar que elestallido de un nuevo tipo de violencia en el campo pas por las narices no slode los antroplogos norteamericanos sino de los cientficos sociales peruanosen general. Como si apagones y petardos nos hubieran cegado y ensordecido,impidindonos analizar el fenmeno ms importante de la dcada en el campo.Tanto que los primeros anlisis estuvieron a cargo de extranjeros (McClintock1983, 1984; Palmer 1986; Taylor 1983; Anderson 1983; Favre 1984)6,mientras los peruanos nos limitbamos a artculos periodsticos7.

    La nica vez en que Montoya se refiere explcitamente a la violencia campesina sta aparecedefinida por sus manifestaciones tradicionales (1989: 249; vase cita en la p. 428 del presenteensayo), que por lo menos desde las tomas de tierra de la dcada de 1960 no constituan ya laexpresin principal de violencia en el campo. En cuanto a la vinculacin de SL con el campe-sinado y la de ste con la lucha armada considera que: no es posible disponer hoy de unainformacin suficientemente confiable para saber si la relacin es tan dbil y frgil como enexperiencias anteriores (1989: 114). En otro momento afirma sin embargo que: la presenciacampesina dentro de las filas de Sendero probablemente ms importante que en cualquierotro movimiento poltico armado en la historia del Per (1989: 102). Pero en general paraMontoya: el conflicto armado iniciado por Sendero Luminoso en 1980 est an lleno de som-bras porque se sabe muy poco sobre l.Una crtica del trabajo de los senderlogos norteamericanos se encuentra en Poole y Rnique(1991).Vanse, entre otros, los de Ral Gonzlez en Quehacer (1982, 1983, 1984a, 1984b); los deGorriti en Caretas (1981,1983a, 1983b) y los de Degregori en El Diario de Marka(1981,1983a,1983b, 1983c). Menciono slo algunos artculos de los autores que despus prosiguieron

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    La primera incursin de cientficos sociales nacionales en el escenariode la guerra fue poco afortunada. Se produjo a raz de la masacre deocho periodistas en la comunidad de Uchuraccay (Ayacucho) en enero de1983 y el nombramiento por parte del gobierno de una comisin investiga-dora de los asesinatos, presidida por Mario Vargas Llosa. Para la elaboracinde su informe, el escritor busc la asesora de varios profesionales, entreellos los antroplogos Juan Ossio, Fernando Fuenzalida y Luis Millones. Eltrabajo de Ossio y Fuenzalida (1983) sobre Uchuraccay, busc compensarlo sumario de la investigacin en la comunidad con el vasto conocimientogeneral de los autores sobre el mundo andino. El resultado final fue unavisin erudita, pero que haca de Uchuraccay un compendio coherente y pa-radigmtico, ilustrativo de lo que los antroplogos entendemos como socie-dad andina, subestimando las relaciones de los comuneros con la sociedadnacional y su conocimiento de la coyuntura de guerra que se viva en la regin8.Este sesgo se agudiza en el informe final de la Comisin Vargas Llosa. All, apartir de Uchuraccay, se generaliza y se afirma que:

    los hombres que los mataron no son una comuni-dad anmala en la sierra peruana, son parte de esa nacin cercada,como la llam Jos Mara Arguedas, compuesta por cientos de miles -acaso millones- de compatriotas, que ... han conseguido preservar unacultura -acaso arcaica, pero rica y profunda y que entronca con todonuestro pasado prehispnico- que el Per oficial ha desdeado (VargasLlosa y otros 1983:21).

    S bien Uchuraccay no era anmala, tampoco era representativa de laevolucin de la inmensa mayora de comunidades andinas, inclusiveayacuchanas, que en las ltimas dcadas avanzaron hacia una mayor articula-cin econmica, poltica y cultural a nivel nacional. Detrs y ms all de lasviejas tesis culturalistas y la visin del Per como sociedad dual, que RodrigoMontoya (1984) critic duramente al analizar el Informe Uchuraccay, sterevela la vieja esencializacin de la sociedad andina, la aproximacin exotistahacia el otro, lo que Said (1979) denomin orientalismo9.

    estudiando el tema. Soy juez y parte en este balance por lo cual me referir por lo general entercera persona a mis trabajos.El Periodista John Bennet trabaja un libro en el cual a travs de entrevistas a uchuraquinosmuestra que stos tenan un mayor conocimiento de la coyuntura regional que aqul que sinchis,tal vez senderistas y sin duda la Comisin Vargas Llosa tenan sobre ellos.Vargas Llosa repiti ese error en su campaa presidencial de 1990. Considerar al conjunto de

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    Uchuraccay, y el tipo de guerra que comenzaba a desarrollar SL, propor-cionaban material prcticamente insuperable para el reavivamiento de inter-pretaciones de esta naturaleza. Entre ellas destaca una suerte de fascinacincon el milenarismo, que la eclosin senderista hizo aflorar tanto en extranjeroscomo en nacionales, tanto en conservadores como en radicales. Esta fasci-nacin tuvo su apogeo en los primeros aos de la dcada pasada, afec-tando incluso a autores que nada tenan que ver con la tradicin culturalistaantropolgica. Entre los extranjeros, McClintock (1984:51) consider que SL ha incor-porado smbolos de la tradicin insurreccional inca en su actitud. SegnPalmer (1986:87): en su plan para la sociedad peruana luego de conquistar lavictoria, se asemeja a los movimientos milenaristas indgenas y, msespecficamente, a los preceptos de comunismo primitivo y puramente indge-na expuestos por Jos Carlos Maritegui. Taylor (1983) tom la destruccindel fundo Allpachaka, acaecida en 1982, como ejemplo de milenarismo yatribuy a SL afirmaciones como: hay que matar a los blancos y destruir lasciudades que siempre nos han explotado o necesitamos un gobierno deindios, sin mencionar de dnde las sacaba. Werlich, por su parte, comete unerror monumental cuando en su bsqueda de componentes milenaristas en SL,afirma que: ...en 1970 Abimael Guzmn fue expulsado del grupo BanderaRoja, acusado de ocultismo, es decir, de usar costumbres locales y tradicio-nes mesinicas para lograr apoyo entre los campesinos (1984:78-82, 90). Notoma en cuenta que, en la tradicin marxista-leninista, el trmino ocultismose refiere a la negativa o incapacidad del partido para realizar trabajo abierto olegal. Ese era el sentido de las crticas que se hacan por entonces al grupo deGuzmn. Entre los nacionales, Juan Ansin (1982) realiz una breve incursin en eltema del mesianismo andino en relacin a Sendero Luminoso. Rpidamentecambi de registro, pero la posta fue tomada por Alberto Flores Galindo(1987). Para l SL constitua una versin pesadillesca de la utopa andina, entanto su smbologa y su prctica apuntaban a la inversin del mundo. Porenfatizar el vnculo entre SL y la utopa andina, Flores incurre en graveserrores empricos10 y recae en interpretaciones de la oposicin tradicin / mo-

    las culturas quechua y aymara como dbiles... primitivas... arcaicas..., contribuysignificativamente a su derrota (vase la cita completa y una larga discusin al respecto en:Degregori 1991a).El encuentro entre SL y el campesinado, por ejemplo, es presentado en los siguientes trminos:... en los primeros aos acudan campesinos a quienes no se ofreca

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    dernidad, que la antropologa haba superado haca tiempo11. Sin embargo, unantroplogo, Juan Ossio (1990:15-64), define todava hoy a SL como movi-miento mesinico. Estas interpretaciones no reposaban sobre slidas bases de datos. Salvo eltrabajo de Ansin sobre la simbologa senderista, el resto eran ensayos oincluso afirmaciones aisladas en medio de artculos. Su amplia difusin seexplica entonces, al menos en parte, por los ojos con los cuales muchosintelectuales miramos todava el mundo andino. Es que otorgarle un carctermilenarista al movimiento armado va asociado con frecuencia a suponer sucarcter indgena o una participacin indgena importante en l. Y si al referir-se a la esencializacin de lo rabe, Said acu el trmino orientalismo,Starn (1991a) habla de andinismo para referirse al mismo fenmeno enrelacin a los indios y/o lo andino. Consideramos que es ms preciso hablar de fundamentalismo racionalista(Poole y Rnique 1991) al referirnos a la direccin de SL y a un posiblecampesinismo en sus bases. SL no invierte el mundo, destapa un avispero. Noes el pachacuti, trmino que por lo dems los campesinos nunca utilizan, es elchaqwa: voz quechua que significa caos o confusin extremos en los que ya no es posible saber con certidumbre quin es quin (Ossio y Fuenzalida 1983:77),prdida de identidad y ubicacin, desmantelamiento literal del orden de lascosas (Kirk 1991:9).

    carreteras, alimentos, escuela, sino algo ms etreo pero que paradjicamente poda justificarlos mayores sacrificios: todo el poder. De los ms desheredados, de los ms pobres (los reclutaspredilectos) sera el futuro luminoso. La regin de Ayacucho haba sido asolada por una cadenade sismos. Algunos creyeron entender que la pachamama no soportaba ms sufrimiento sobrela tierra; que el mundo deba cambiar. Pueblos enteros enarbolaron las banderas rojas y sevolvieron luminosos, dispuestos a marchar hasta Huamanga y Lima, no para pedir limosnasino para expulsar a los explotadores y fundar un nuevo orden (1987: 330). Posteriores estu-dios de campo ofrecieron una versin bastante ms completa y matizada de ese perodo.Para explicar los posibles lmites al avance senderista Flores afirma: Todas las comunidadesno eran como Chuschi . El rechazo alprogreso y la civilizacin occidental pueden ser compatibles con pueblos atrasados en los quepersiste la reciprocidad, gobiernan los wamanis y los curanderos, pero no necesariamente entrecomuneros que como los de Huayopampa (Chancay), Muquiyauyo (Jauja) o Puquio (Lucanas)han tenido acceso a la modernidad y han optado por la escuela occidental, la luz elctrica, lacarretera y el camin; para ellos el progreso puede ser una realidad palpable y el poder, encambio, una ilusin. Tienen algo que conservar (1987: 333).Chushi no rechazaba el progreso y la civilizacin occidental tambin haba optado por laescuela, la carretera y el camin, y no abraz unnime y entusiastamente el senderismo. Porotro lado, ya en 1967, una monografa sobre Huayopampa se titulaba: Estructuras tradiciona-les y economa de mercado (Fuenzalida y otros 1967). Es decir, persista la reciprocidad y lainstitucin comunal se fortaleca con el mercado; la modernidad no obliteraba la tradicin.

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    3. Investigaciones sociales y violencia. Asediando al nuevo Leviatn

    A partir de 1984 aparecen los primeros trabajos que comienzan a respon-der tres interrogantes centrales: qu condiciones histricas y estructura-les hacen posible el surgimiento de Sendero Luminoso; cul es el perfilsociocul-tural de los cuadros senderistas; cmo logran construir una base so-cial en el campo. Por un lado, aparece el folleto Violencia y campesinado con artculos deAlberto Flores Galindo y Nelson Manrique, cuyo nfasis principal est en ladenuncia de la guerra sucia que se desata en Ayacucho desde 198312. Pero altratar las causas y secuelas de ese tipo de guerra, abren varias pistas que sernluego intensamente transitadas. Entre las causas, Manrique pone nfasis en laviolencia estructural. Tanto l como Flores destacan el autoritarismo poltico,los desgarramientos tnicos y el racismo, que aflor con fuerza a raz de lamatanza de Uchuraccay. Entre las secuelas, ambos sealan las migracionesforzosas. Era el inicio de los desplazados de guerra, que entonces sumaban 10mil y hoy sobrepasan los 200 mil13. Finalmente, Flores seala que al terminar1984, la guerra se ha convertido en una arremetida del lado occidental delPer contra su vertiente andina (1985:31), idea que desarroll con fuerza enlos aos posteriores. Por la misma poca, otros dos trabajos entran de lleno a analizar elcontexto histrico y sociocultural de la violencia. Se trata del artculo de HenriFavre: Sendero Luminoso, horizontes oscuros, traducido del francs enQuehacer (31.10.84) y de mi trabajo: Sendero Luminoso: los hondos y morta-les desencuentros (IEP 1985). Ambos incorporan el anlisis de los problemastnicos, pero a contracorriente de las explicaciones culturalistas y/o indigenistasprevalecientes en los primeros tiempos, que tendan a ubicar a SL en el poloindgena de la estratificacin tnica. Segn Favre, el contexto de deterioro de la sociedad andina y del pas engeneral habra llevado a una nueva fractura, mucho ms fundamental que la

    Esta lnea de investigacin y denuncia va a ser desarrollada en los aos siguientes por diversosorganismos de defensa de los derechos humanos. Entre los extranjeros destacan Amnista In-ternacional y Americas Watch. Entre los nacionales: IDL, CEAPAZ, CAJ. IPEDEHP,APRODEH, COMISEDH y otros agrupados en la Coordinadora Nacional de Derechos Huma-nos.La problemtica de los desplazados internos comienza a ser asumida por el Alto Comisionadode las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Entre los organismos nacionales queestudian el tema y trabajan con desplazados se encuentran: CEPRODEP e IDS.

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    oposicin tradicional de clases, entre integrados y no-integrados. Esta trom-bosis que lleva a la obturacin de los canales de ascenso social es fuente deprofundas frustraciones y alimenta la violencia senderista (Ibd.: 34). Pero,precisa Favre, la principal base social potencial de SL en el campo la constituyela poblacin rural descampesinizada y desindianizada, mientras que las pobla-ciones ms indias y ms campesinas seran las menos propensas a la influenciasenderista (1984:32). Para sustentarlo, Favre reintroduce en la discusin laimportancia de las seculares contradicciones entre poblaciones de valle y depuna. Alude a los sangrientos sucesos de 1983 en Uchuraccay y Lucanamarca,como ejemplos de comunidades de puna, ms campesinas y ms indias, rebe-lndose contra SL, asentado ms en los valles quechuas, entre semicampesinosque son al mismo tiempo mineros, ambulantes o trabajadores de construccincivil (Ibd.:30). Degregori, por su parte, presenta el contexto regional ayacuchano en elque surge SL, enfatizando, junto a la pobreza y el atraso, el papel de la educa-cin y en especial de la reapertura de la Universidad de San Cristbal deHuamanga en la configuracin de SL14. Para l, SL es producto del encuentrode una elite intelectual provinciana mestiza con una base social juvenil tam-bin provinciana y mestiza, que sufra un doloroso proceso de desarraigo,producto de lo que Favre llama descampesinizacin y desindianizacin15. Aellos, SL les ofrece una nueva identidad basada en el marxismo-leninismo-maosmo. El artculo argumenta que la expansin de este ncleo urbano hacia elcampo ayacuchano durante los aos 80-82 se ve favorecida por los aspectosautoritarios de la tradicin andina. A partir de ajusticiamientos a abigeos yladrones, azotes o cortes de pelo a adlteros o bebedores, ganan la simpata debuena parte de la poblacin. La estrategia les da rdito a corto plazo, pero en elmediano abre una sangrienta caja de Pandora, cuando SL comienza a enfilarcontra pequeos explotadores que no aparecen como externos al campesinado,sino que son parte del tejido comunal. Reviven entonces las rivalidades y conflictos intra e intercomunales(Ibd.: 47). Los problemas se agudizan cuando SL ordena el cierre de variasferias regionales. Favre introduce una variante muy sugerente en este punto. El

    Este tema haba sido tratado antes por Millones en su trabajo para el Informe Uchuraccay.Asimismo la oposicin puna-valle fue mencionada inicialmente en el trabajo de Fuenzalida yOssio para la misma Comisin.Al analizar las caractersticas sociales de los condenados por terrorismo, un estudio posteriorde Denis Chvez de Paz (1989) corroborara este perfil de los cuadros senderistas.

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    cierre de las ferias no afectara tanto, como podra pensarse, a los campesi-nos ms mercantiles de los valles, que pueden agenciarse productos deotras formas, sino a los que viven en las punas. Ellos, al cerrarse las ferias,vuelven a depender para sus intercambios de los odiados habitantes de laquechua, que los miran despectivamente y contra los cuales han luchadodurante dcadas para independizarse a travs de la creacin de distritos ... o delas propias ferias (Favre 1984:30). Degregori asocia el xito de SL, entre otras causas, a la poca tradicin deorganizacin de las comunidades ayacuchanas en instituciones gremiales tipoCCP o CNA (Ibd.: 43) y deduce que en zonas de mayor densidad organizativaSL encontrara mayores dificultades de asentamiento. Tanto Favre comoDegregori niegan el carcter indio, milenarista y/o indigenista de SL. Pero enambos artculos el anlisis de la participacin campesina en la guerra essumario. Este tema, as como el de las estructuras de clases y los actoressociales presentes en la escena rural, van a ser desarrollados en un conjunto deestudios de caso que aparecen en los aos siguientes. A partir de ellos, sepueden analizar adems las diferencias locales y regionales, tanto en el accio-nar senderista como en las respuestas campesinas. El anlisis de la economa y la sociedad campesina en perspectiva histri-ca ha sido indispensable para una explicacin cabal de los movimientos cam-pesinos y la violencia rural o revolucionaria, como puede verse en los trabajosde Wolf, Hobsbawn, Moore, Scott, Paige, entre otros. En esa lnea se inscribeun primer estudio de campo que aparece en 1986. Se trata de un artculo deRonald Berg, desgraciadamente nunca traducido al castellano, sobre SL y elcampesinado de Pacucha, Andahuaylas. Berg realiz trabajo de campo enPacucha entre 1981 y 1982 y luego pudo volver a la zona en 1985. SL llega a la zona cuando la contradiccin comunidades-haciendas, quehaba movilizado al campesinado de la provincia en los aos 70, haba sidoreemplazada por los conflictos del campesinado contra las cooperativas surgi-das de la reforma agraria y contra los comerciantes, en un contexto de deteriorode la economa comunera. SL aprovecha ciertos conflictos de la sociedadcampesina de Andahuaylas, incluyendo una oposicin histrica a los comer-ciantes y al Estado. En esos aos, el resentimiento contra el Estado era grande,por haberlos privado de su derecho a la tierra al crear cooperativas que slobeneficiaban a un sector minoritario y se hallaban plagadas de problemasadministrativos. SL explota tambin el resentimiento contra los comerciantes(el nmero de tiendas en Pacucha haba pasado de cuatro en 1970 a treinta en1981). Los ms importantes eran acusados de acaparar tierras y de no cumplir

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    con la tradicional reciprocidad andina, de comportarse como mistis (Berg1986:188). A partir de ello, SL es capaz de suscitar simpatas entre el campesi-nado. Berg distingue entre simpata, apoyo pasivo y apoyo activo. Los campe-sinos fluctan mayoritariamente entre la simpata y el apoyo pasivo. La simpatatiene mucho de revancha contra los ricos, que rompen las normas de lareciprocidad andina; pero sus objetivos son distintos a los de la revolucinsenderista. Pronto, esas diferencias saltan a la luz. Especialmente conflictivosresultan los ajusticiamientos, que hacen decir a algunos: no tengo nada encontra de que maten a los ricos, pero no me gusta cuando matan campesinos(Berg 1986:186). Sin embargo, la represin de las fuerzas armadas y policialesmantiene viva la simpata por SL, sin que sta llegue a convertirse en apoyoactivo masivo. En un estudio sobre las respuestas campesinas a SL, Isbell (1988) encuentraen Chuschi la misma oposicin histrica contra el Estado y los poderes loca-les, expresada incluso a nivel ritual. Durante el yarqa aspiy (limpiacequia),una danza revive la historia de un cura y un capitn que, borrachos, dispararoncontra una multitud en plena feria. Ambos fueron amarrados y obligados acaminar 120 Km. hasta la capital departamental, donde fueron entregados alprefecto. Tambin en Chuschi, los comerciantes que resultan beneficiarios delas reformas velasquistas, son forneos o antiguos comuneros en proceso decambiar su identidad no slo clasista sino tnica y convertirse en mestizos. En 1989 aparecen dos nuevos anlisis regionales: uno de Nelson Manrique,que si bien ofrece una visin nacional de la violencia poltica, se concentraespecialmente en el anlisis de la sierra central; y otro de Jos Luis Rniquesobre la batalla por Puno. En ambos lugares, los campesinos se encuentranenfrentados a las formas asociativas surgidas de la reforma agraria,especficamente las SAIS. Pero mientras en Puno un bloque comuneroencabezado por la Federacin Departamental de Campesinos afiliada a la CCP,logra encabezar la lucha contra las empresas con una propuesta de reestructu-racin democrtica, en las alturas de Junn esa misma propuesta es bloqueadapor la accin de SL que impone por la fuerza su criterio de destruccin de lasSAIS. Pero luego del reparto de enseres y ganado de las empresas asociativas,SL tiene poco que ofrecer a nivel econmico. Se convierte entonces, como enAyacucho, en guardin de la moral pblica: ajusticia abigeos, controla amaestros, castiga las conductas desviantes. As tiene que ser -explica uncomunero- porque los peruanos somos llevados por el mal. En sus declara-ciones vemos cmo, ante el paternalismo vertical y violentamente autorita-

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    rio de SL, afloran viejos reflejos de fatalismo y pasividad, largamenteinteriorizados desde la Colonia (Manrique 1989:157). SL satisface entoncesotras reivindicaciones no-econmicas, centralmente la necesidad de orden16. El anlisis de Manrique arroja luces sobre varios aspectos de la violenciasenderista. Por un lado, al igual que Rnique en Puno, seala una diferenciaentre la columna guerrillera central y las milicias locales. Estas ltimas semuestran ms flexibles y menos violentas, mientras que los cuadros de la co-lumna central aparecen ms violentos. Esta mayor violencia tiene que ver,segn Manrique, con una mayor fidelidad al dogma y con su condicin msexterna a la realidad local, caracterstica esta ltima que Rnique anota tam-bin para el caso puneo. Por otro lado, Manrique pone nfasis en la subsistencia de lo que podra-mos llamar un gamonalismo sin terratenientes, a partir de la persistencia en elcampo de un capital comercial precapitalista, generador histrico de violen-cia (1989:165). Por ltimo, Manrique retoma su preocupacin por las dimensiones tnicasde la violencia senderista. Segn l, lo tnico es el factor negado por SL, quenunca hace mencin a esos aspectos en sus documentos. Pero su silencio noelimina la presencia de lo tnico en su prctica, en la cual: retorna con unafuerza aniquiladora, que no puede satisfacerse en la sola eliminacin del otro(1989:168) y adquiere rasgos de crueldad, de terror, de violencia ejem-plarizadora... destinada a paralizar, disgregar y liquidar toda voluntad deresistencia. Adems, debe: reforzar la pasividad y el fatalismo que histrica-mente se han alimentado de la conviccin de que cualquier intento de rebelarsees, por definicin, intil (Ibd.: 167). Manrique analiza en estos trminos la violencia desplegada por SL,pero no queda claro en su artculo cul es la direccin principal de esaviolencia. En un momento, afirma que: es comn a las guerras con unaparticipacin campesina dominante la presencia de una crueldad desbordada(Ibd.: 167), con lo cual parecera identificar la violencia senderista con unaviolencia campesina/india. Pero casi inmediatamente despus, al referirse a laviolencia tnica con toda su vesania como violencia ejemplarizadora, ponecomo ejemplo la represin de la revolucin de Tpac Amaru (Ibd.: 167). Conlo cual, estara identificando la violencia senderista con aquella ejercida pormistis o criollos contra el campesinado indgena.

    Sobre el tema del orden, volveremos al tratar el caso de las rondas campesinas de la sierranorte.

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    El propio ejemplo contemporneo que ofrece Manrique, corroboraraesta ltima interpretacin. l se refiere a la masacre de 80 campesinos enLucanamarca por parte de SL. Como seala Favre al relatar ese hecho acaecidoen 1983, los senderistas con base en Huancasancos y Sacsamarca, comunida-des ms bajas y ms mestizas, atacaron Lucanamarca, comunidad de altura,que pocos aos antes se haba independizado de Huancasancos y que se rebelcontra SL. El castigo ejemplarizador se ejercera entonces contra los indios,pero tambin, de manera indirecta, contra el Estado criollo y sus representan-tes. Porque en el balance que hace Abimael Guzmn de dicha accin, revelaque ella fue ejecutada no slo para paralizar a los campesinos sino tambinpara atemorizar al ejrcito, que acababa de entrar en la regin: para sofrenarlos,para hacerles comprender que la cosa no era tan fcil, que ramos un huesoduro de roer, y que estbamos dispuestos a todo, a todo (Guzmn 1988). Por mi parte, en otro trabajo (Degregori 1989:28) me refer al tema, afir-mando que el tipo de relacin que SL establece entre partido y masas serasemejante a la antigua relacin entre mistis e indios. Afirmaba que si ladominacin total (Portocarrero 1984) o el tringulo sin base (Cotler 1969)definen la relacin tradicional entre mistis e indios, entonces, por su prctica,SL constituye una nueva forma de ser misti por su desconocimiento de lasorganizaciones sociales, de todo lazo horizontal que escape al control absolutodel vrtice en el cual se ubica exclusivamente el partido17. Pero volviendo a los anlisis regionales, resulta interesante contrastar lasierra central con el caso puneo, donde por lo menos hasta 1989 el bloquecomunero haba logrado ganar la adhesin significativa del campesinado en sulucha contra las SAIS, y contener el avance senderista. Dnde est la diferencia?En Puno encontramos una organizacin campesina ms fuerte, con un apoyo msextendido de la iglesia y de ONGs, y la presencia ms fuerte de la izquierda,especficamente de un partido, el PUM. Todos ellos, en alianza con sectores

    Manrique rechaza este paralelo entre mistis y senderistas en tanto: los senderistas no preten-den usufructuar el viejo orden sino destruirlo radicalmente: no sera verosmil atribuirles comomotivacin la intencin de montar un sistema de explotacin de la fuerza de trabajo indgenaen su beneficio particular (... motivacin central que subyace en la organizacin del ordengamonal del cual los mistis forman parte) (1989: 196). Pero no se debe confundir las intencio-nes de los actores con su prctica. El viejo orden gamonal lo destruyeron, o en todo caso lodejaron maltrecho (Flores 1987), los campesinos organizados en las dcadas de 1950-70. Sibien SL dice que destruir el orden actual, nada garantiza que el nuevo orden que pretendenconstruir no se parezca mucho al que fue resquebrajado en las dcadas previas. Por el contra-rio, de los propios datos de Manrique brota esa posibilidad. Por otro lado, al plantear esasemejanza no me refiero a la dimensin econmica del dominio misti, sino a la poltica...aunque despus de lo sucedido en los socialismos reales, nada garantiza que, de triunfar, SLexplote la fuerza de trabajo indgena en su beneficio.

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    medios urbanos, constituyen un frente procomunero, que propone una va comu-nera de reestructuracin democrtica, en oposicin tanto a los gerentes de lasempresas, empecinados en mantener la gran propiedad, como a la reestructuracinburocrtica propuesta por el gobierno aprista y la destruccin y reparto impulsadopor SL. El frente procomunero tiene incluso una propuesta regional. De la lecturadel artculo de Rnique se deduce que el factor decisivo del bloque lo constituyeel factor poltico: el PUM. Tanto es as que cuando dicho partido se bloquea,arrastra en su crisis al conjunto del frente. Hasta entonces la mayora de anlisis, no slo acadmicos sino polticos yperiodsticos, incluyendo a quien esto escribe, haban sobreestimado la capaci-dad de las organizaciones campesinas per se para frenar el avance senderista(vase, por ejemplo, Degregori 1985). La Federacin Departamental de Campe-sinos de Puno y las rondas campesinas de Cajamarca y Piura aparecansustentando esta afirmacin. En el caso de analistas vinculados a la izquierda,este optimismo tena que ver con el nfasis en el denominado protagonismopopular y con una identificacin excesiva entre movimiento popular y demo-cracia. Por otro lado, subestimamos la capacidad poltica de SL para expan-dirse en un contexto de crisis general y desgaste de las organizaciones sociales,que incrementaba la necesidad de orden y seguridad, que SL ofreca por la vaautoritaria. Y la capacidad de ese grupo para compensar la falta de apoyopopular por medio de un terror exacerbado, asesinando dirigentes sociales paraas paralizar por el miedo a las organizaciones. Completa esta lnea de anlisis de realidades regionales un trabajo deDegregori (1991b) sobre jvenes y campesinos ante la violencia poltica enAyacucho18. El trabajo enfatiza la brecha generacional existente en el campo,provocada por la educacin y la migracin; y presenta a SL como posiblecanal de movilidad social dentro del nuevo Estado, que se abre precisamentecuando se obturan los canales de movilidad social existentes a travs delmercado, la migracin, la educacin. En el nuevo contexto de crisis, la opcinsenderista puede resultar atractiva para mujeres y jvenes. Mientras que en los casos presentados por Manrique y Rnique, la colum-na guerrillera senderista apareca ms violenta que los cuadros locales, Degregori

    El artculo se basa en testimonios recogidos entre comuneros y pobladores de la regin, y en unlargo testimonio de un ex-miliciano senderista. En un artculo ms reciente (Degregori y LpezRicci 1990), aparecen confrontados los testimonios de ese mismo ex-miliciano con el de uninfante de marina. Aparte de los testimonios o entrevistas a senderistas publicados en diarios orevistas, esta lnea de trabajo fue inaugurada en el nmero 10 de la revista ayacuchanaIdeologa (1987), dedicado ntegramente a testimonios de campesinos y migrantes urbanossobre la violencia.

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    presenta ejemplos opuestos: mientras los cuadros permanecen en el pueblo,todo va bien; una vez que salen y dejan instalados los comits populares acargo de lugareos, comienzan los problemas. Es que las nuevas autoridadesnombradas por SL no estn tan ideologizadas en el dogma senderista y seencuentran, por el contrario, inmersas en la red de reciprocidades, amistades yodios locales. En nombre del partido se comienzan a procesar muchas vecesviejas rivalidades personales o familiares. Esto no invalida las realidadespresentadas por Rnique y Manrique, pero muestra la heterogeneidad, no slodel campesinado, sino del propio Sendero Luminoso. As como existen diferencias en el comportamiento de columnas y mili-cias, Degregori advierte cmo conforme se baja del vrtice a la base de lapirmide senderista, ms campesina, cambian las motivaciones de los queparticipan en la guerra y la ideologa senderista se contamina con las tra-diciones andinas, no necesariamente milenaristas, sino ms bien de una suerte deutopa campesinista. El trmino adaptacin-en-resistencia, acuado por Stern(1990), le sirve a Degregori para explicar las divergencias sealadas ya desdeBerg, entre el accionar y las motivaciones senderistas y campesinas. La muer-te, o ms bien el tipo de muerte que impone SL a travs de sus ajusticiamientos,sera una de las brechas que lo separa del campesinado:

    Son razones muy pragmticas de una sociedad de bases econmicas muyprecarias, que establece intrincadas redes de parentesco y estrategias muycomplejas de reproduccin, y que tiene que cuidar en grado sumo su fuerzade trabajo. Matar, eliminar un nudo de esas redes, tiene repercusiones msall de la familia nuclear ... Cuando SL castiga a un rico malo -abigeo,abusivo- o a un inmoral. -esposo infiel, bebedor- puede ganar aceptacinpues los corrige, es decir, los vuelve nuevamente funcionales a la comuni-dad. Cuando los mata desgarra un tejido social muy delicado y abre una cajade Pandora que no es capaz de controlar (Degregori 1991b:404).

    Para completar este panorama diremos que recin en 1990 aparecen losdos primeros libros de autores peruanos sobre Sendero Luminoso, de Gorriti yDegregori19. Ninguno de los dos trata directamente de la violencia campesinaen los 80. El libro de Degregori se centra en el contexto regional ayacuchanoen el cual surge SL durante las dcadas de 1960 y 1970 y sirve para compren-der las races de la actual violencia. El trabajo aporta una perspectiva histrica

    Un ao antes haba aparecido el trabajo de Biondi y Zapata (1989), que hace un anlisissemitico del discurso senderista. No toca, por tanto, temas rurales.

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    y pone nfasis en el papel de los actores sociales y en la forja de una volun-tad poltica autoritaria. As, va ms all de las interpretaciones que a partirdel atrazo y la pobreza de Ayacucho, se conformaban con sealar a la vio-lencia estructural como causa fundamental de la subversin. Con abundancia de documentos senderistas inditos, el de Gorriti trataSobre el enfrentamiento de Sendero Luminoso contra las fuerzas policiales y elEstado entre los aos 1980-82. El campesinado prcticamente no aparece, perocaptulos excelentes como La cuota o Batir!, sirven para comprender elaccionar de SL en el campo y dilucidar de dnde provienen los mayoresexcesos en esta guerra. En Batir, la clave es arrasar. Y arrasar es no dejarnada (Gorriti 1990:283), dice la direccin senderista, y uno comprendeentonces episodios como la destruccin de Allpachaka y todos los semejantesque han tenido lugar posteriormente.

    4. Interrogantes, debates y futuros estudios

    A partir de esta revisin bibliogrfica vemos cmo se ha ido construyendo,un corpus de conocimiento sobre la violencia poltica en el campo, y sobre elfenmeno senderista. Si bien los estudios siguen siendo escasos y los vacosabundan, se han despejado varias confusiones iniciales, se ha alcanzado con-sensos alrededor de aspectos importantes y existen polmicas planteadas enotros. Habiendo avanzado hasta donde lo permiten los estudios existentes, pode-mos regresar entonces, con mayores elementos de juicio, a la pregunta inicialde este trabajo: por qu las ciencias sociales no advierten ese salto cualitativoen la violencia rural? Pero antes, a la luz de lo discutido en pginas anteriores,resulta imprescindible preguntarse: por qu se produce dicho salto en el Perde los 80?. Antes an: se trata realmente de un salto cualitativo?20. Comencemos discutiendo esta ltima pregunta, por las repercusiones quesu respuesta tiene para la autoimagen nacional, ms all de los estudios ruralesy de las ciencias sociales. En efecto, la eclosin de violencia en la dcadapasada hizo (re)surgir una visin segn la cual el Per sera un pas esencial yespecialmente violento. Entre quienes propugnan interpretaciones de este tipoel ms destacado y brillante es Pablo Macera, quien lanza sondas histricasque a travs de milenios enhebran las feroces vaginas dentadas de las escultu-

    Para intentar responder a estas interrogantes, en esta parte final del trabajo adelantar hiptesisy puntos de vista que no se desprenden necesariamente del balance bibliogrfico realizadohasta aqu.

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    ras Chavn, con Mama Huaco, la esposa guerrera de Ayar Manco, MicaelaBastidas, compaera de Tpac Amaru II, y con la lideresa senderista EdithLagos (Macera 1984). Ante una tradicin tan pesante, poco podemos hacer: elfuturo pertenecera indefectiblemente a SL y las fuerzas armadas. Con varia-ciones y matices, esta imagen esencializada del Per trasciende los marcosacadmicos y, alimentada por la crisis y las promesas incumplidas de lademocracia poltica, fomenta una suerte de fatalismo de las estructuras,favorece la parlisis y nos monta sobre los rieles que conducen hacia laprofeca autocumplida. Sin embargo, los trabajos empricos nos muestran un mundo andinoheterogneo, contradictorio y cambiante. Diferencias ecolgicas y regionales.Variaciones en el comportamiento de los actores de acuerdo a la dobleestratificacin, tnica y clasista. Modificaciones en el comportamiento de unmismo actor a travs del tiempo. Habra que comenzar por preguntarse enton-ces quines son violentos, dnde y cundo. Ello no anula cierto nivel de generalizaciones. Un alto grado de vio-lencia existi siempre en el campo peruano, marcado por la violencia estruc-tural: pobreza, injusticia, explotacin, opresin, desprecio tnico, racis-mo, humillacin. Los abusos de la polica y las autoridades eran tambincotidianos. Frente a esa situacin, el campesinado responda a veces conviolencia:

    Ha sido siempre en situaciones lmites de grandes abusos y dominacio-nes excesivas que ha surgido una violencia campesina indiscutible. Loscampesinos han matado a algunos gamonales, ciertas autoridades y amuchos abigeos, luego de haberlos denunciado muchas veces ante elpoder judicial sin haber conseguido ningn castigo legal. Luego, la accinde justicia por sus propias manos fue solidariamente compartida con elargumento conocido de Fuenteovejuna. En esta violencia campesina nohan intervenido los partidos y los gremios pues han sido arreglos decuentas puntuales y locales (Montoya 1989:249).

    Cuando el campesinado se organiza en sindicatos y federaciones y co-mienzan las oleadas de tomas de tierras en las dcadas 50-70, la represinpolicial es muchas veces brutal y abusiva. No hay que olvidar que existantambin conflictos intracampesinos e intercomunales, para no hablar de laviolencia dentro de la familia, o en el imaginario andino.

    Pero todas esas violencias resultan un juego de nios comparadas con laque se desata a partir de 1980. Las palabras de Valderrama y Escalante, que en

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    los aos 70 vivieron entre los abigeos de Cotabambas (Apurmac), en una delas zonas rurales reconocidas tradicionalmente como las ms violentas de losAndes, reflejan este cambio cualitativo:

    En aos recientes (1987) la zona cambi a raz de la incursin de lascolumnas de Sendero Luminoso en varios poblados de Cotabambas...Mataron a gringos, gamonales y abigeos, declarando as su guerra. Inme-diatamente despus patrullas del ejrcito peruano se hicieron presentes enla zona provocando el fenmeno de militarizacin, que va despoblandode comunidades nuestro pas. Estas comunidades de abigeos, laqas osuwas, que en esencia son campesinos arraigados a su tierra, a su ganado,que tienen a su familia con ellos, se vieron entre el fuego cruzado debandas mviles de hombres armados, profesionales en una guerra queproduce bajas en ambos bandos, pero que diezma principalmente a lapoblacin de la zona. Grupos ntegros de abigeos han sucumbido enmanos de Sendero Luminoso y otros tantos han desaparecido en las basesmilitares de Qoyllurki, Mara y Huaquira (1990:332).

    Podramos afirmar que hasta la dcada de 1970, en un contexto econmi-camente expansivo y con una estructura social porosa en la cual se encontrabancanales de movilidad ascendente, la violencia campesina era modulada ocanalizada constructivamente a travs de organizaciones que perseguan obje-tivos especficos: tierra, escuela, acceso al mercado, entre otros. As, comovimos, en la poca de las grandes invasiones de latifundios, los campesinos noqueran exacerbar la violencia y los antiguos gamonales no podan hacerlo,pues haban perdido correlacin en el Estado.

    A partir de 1980, lo que vivimos no es un desborde de esa violenciacampesina, ni de las viejas pulsiones milenaristas. Es la violencia de un partidoestalinista que, al menos inicialmente, apareca fundamentalmente externo ala subjetividad de amplios sectores campesinos. Por eso, cuando comentando lamasacre de campesinos de Lucanamarca por parte de columnas senderistas,Nelson Manrique se pregunta: si en el caso de Lucanamarca se trat de unaaccin decidida y organizada por la mxima direccin senderista, es de supo-ner a qu extremos pueden llegar las columnas dirigidas por cuadros conmenor formacin poltica (1989:69). La respuesta sera que probablementeno llegaran a tales extremos. Despus de leer el captulo La cuota (Gorriti1990) y ver la conducta de SL frente a campesinos y dirigentes urbano-populares en los ltimos aos es muy difcil imaginar un actor dispuesto adesatar un grado mayor de violencia.

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    Ello no implica negar continuidades entre SL y las tradiciones andinas,especialmente en lo que a la imposicin autoritaria de una moral tradicional serefiere. Los castigos corporales, las latigueras, los cortes de pelo, por ejemplo,son continuidad de la vieja tradicin andina seorial y el viejo poder misti(vase: Millones y Pratt 1988). Tampoco sera correcto idealizar al campesina-do o negar la posibilidad de que entre en la guerra y cometa excesos. Pero sibien desde Uchuraccay y Lucanamarca tenemos registro de tales acciones, hantenido que pasar ocho o nueve aos de crueldades y vesanias por parte deSendero Luminoso y las fuerzas armadas, para que sectores campesinos impor-tantes asimilen finalmente los mtodos de ambos contendientes y se incorpo-ren a uno u otro bando. Me refiero a la masificacin de los comits de de-fensa civil en la sierra central y en el norte de Ayacucho. Sin embargo, anhoy, los excesos en el pas corren a cargo fundamentalmente de SL y lasFF.AA. La violencia de SL se ubica as en el cruce de varios vectores. Por un ladola tradicin estalinista, o ms especficamente marxista-leninista-maosta. Porotro, una tradicin seorial andina en crisis por el avance de la modernidad.Los sectores entre los que se incuba SL ven cmo las burguesas y clasesmedias urbanas de la costa se alejan de ellos y los miran con desprecio, y sontestigos al mismo tiempo de lo que Nun llam Ia rebelin del coro, lossectores campesinos tradicionalmente subordinados se les escapan de las ma-nos para seguir sus propios y mltiples caminos. Un tercer vector, citando otravez a Favre, es la existencia en el campo y la ciudad de sectoresdescampesinizados y desindianizados que crecen en medio de una crisisgeneral que bloquea los canales de movilidad social y se vuelven receptivos almensaje senderista. Y ya estamos de lleno en la siguiente pregunta: por qutiene xito este tipo de violencia en el Per de los 80. Es consenso que el contexto de crisis general, que agudiza la pobreza ybloquea los procesos de modernizacin y democratizacin, sienta las basespara la violencia. A ello se suma una reforma agraria que revierte la tendenciaa la parcelacin de latifundios y al avance de la economa campesina. Luegodel fin de la experiencia velasquista, las empresas asociativas quedan comodesperdigadas guarniciones semiabandonadas y desmoralizadas, en medio delvaco de poder que deja el repliegue del Estado en el campo. Diversos actores se lanzan a cubrir ese relativo vaco: burguesas agrariasen algunos valles de la costa o partes de Arequipa; nuevos poderes locales:comerciantes, abogados, policas; organizaciones campesinas: rondas, federa-ciones; ONGs; iglesias; partidos de izquierda; narcotraficantes; Sendero Lumi-

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    noso. De la forma en que estos distintos actores existan, se enfrenten ocoaliguen, depender el perfil de los nuevos poderes y tambin en buenamedida el grado y el carcter de la violencia. En el fondo, lo que est en disputa es la construccin de un nuevo orden: osobre bases autoritarias o sobre bases democrticas. La expansin de SL puedeser vista entonces como la construccin violenta de un orden totalitario entrelos escombros del viejo orden oligrquico, en competencia con un Estado que,luego de la transicin democrtica de 1978-80, se muestra incapaz de barreresos escombros y edificar un sistema democrtico y moderno. Y en competen-cia tambin con los desordenados intentos de organizaciones sociales y parti-dos polticos por construir rdenes ms democrticos en mbitos locales y/oregionales. Hemos visto el caso de Puno. Merecen tambin mencin las rondascampesinas surgidas a finales de la dcada de 1970 en Cajamarca. Su objetivoera luchar contra una cuatringa de abigeos, comerciantes, jueces y policasque, luego del fracaso de la reforma agraria, pretenda reemplazar al viejopoder terrateniente. Si bien en su conformacin se advierten influencias de laiglesia y de partidos de izquierda, en las rondas existe amplio espacio para laespontaneidad y la iniciativa campesina. De otra forma sera imposible enten-der su rpida masificacin. Hacia inicios de la dcada de 1980 se extienden ala sierra de Piura. En la actualidad se calcula que existen alrededor de 3 500rondas en la sierra norte (Starn 1991b:15), que agrupan alrededor de 280 milronderos (La Repblica 6.12.91:10). En poco tiempo las rondas lograron des-terrar el abigeato. Incursionaron luego en la administracin de justicia y ahoracomienzan a asumir tareas que de alguna manera las asemejan a las comunida-des campesinas, anteriormente casi inexistentes en la regin (vase: Gitlitz yRojas 1985; Rojas 1989; Huber y Apel 1990, Starn 1991.b, 1991c). Uno de los rasgos que convierte a las rondas, o a federaciones como lapunea, en continuadoras de los movimientos campesinos de dcadas previases la voluntad explcita de evitar o minimizar la violencia. Por eso a raz de unmovimiento como las rondas, que dura ya ms de una dcada y que ha dotadode identidad a centenas de miles de campesinos, se han producido apenasalrededor de 10 muertos21. Los campesinos aparecen entonces como actores

    Es cierto lo que afirma Orin Starn: en las rondas norteas existen aspectos autoritarios y unrecurso -castigos violentos- que no han sido tratados por los analistas del fenmeno: ... baosnocturnos en lagunas heladas... horas rondando descalzos o incluso quemaduras con unapetromax o latigueras con alambre de pas (Starn 1991b: 64). Segn l, varios de esos mto-dos han sido aprendidos de la polica (Ibd.; 64) Sin embargo, la diferencia ms notoria se

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    que no slo reaccionan ante iniciativas ajenas (vase: Stern, 1990). Esto esimportante para analizar no slo las rondas norteas sino los comits dedefensa civil surgidos en las zonas de emergencia de Ayacucho, sierra centraly selva central. Pensando en futuros estudios, digamos que si consideramos a los campesi-nos como actores, es decir como sujetos activos, y si tenemos en cuenta suheterogeneidad, entonces analizar los diferentes alineamientos campesinos enel escenario de la guerra requiere tener en cuenta mltiples diferencias: ricospobres, indios-mestizos, puna-valle, ms educados-menos educados. No todasellas aparecen simultneamente en todos los casos. Pero es necesario tomaradems en cuenta las acciones y objetivos de los dos contendientes centrales:SL y las FF.AA., especialmente el primero de ellos, que en trminos militarestiene la iniciativa tctica y, por consiguiente, mayor libertad de accin. Si estamos hablando de estudios futuros, quiere decir que hemos llegadoa la interrogante inicial/final. Por qu las ciencias sociales demoraron en en-trar al tema y hasta hoy no logran analizarlo a cabalidad? En general, estuvi-mos demasiado inmersos en lo que podemos llamar paradigma expansivo delas dcadas previas que tena como ejes, sucesivamente: la consolidacin deuna estructura de clases, el problema nacional, el cambio revolucionario, elprotagonismo popular, los nuevos movimientos sociales, la modernidad, lademocracia. Quienes trataron de salir de esa temtica demasiado optimista,cayeron en el otro extremo: el recurso a la historia y a la sicologa, pero conribetes esencialistas presentes en la utopa andina; y con un fatalismo estructu-ral que nos deja atrapados entre pesadillas y fantasmas coloniales. En realidad, los estudios sobre violencia y campesinado en el Per estntodava en sus inicios, y ello dice mucho sobre la situacin del pas. Faltallenar innumerables vacos. As por ejemplo, nada se dice sobre el MRTA eneste balance, porque nada existe escrito, salvo algunos artculos de RalGonzlez en Quehacer (1988a, 1988b, 1991) y un acpite sobre el MRTA enla sierra central, en el mencionado artculo de Nelson Manrique (1989). Tal vezporque su presencia entre el campesinado es menor, y su accionar ms previsi-ble. En todo caso, la nica vez que el MRTA dio una sorpresa asesinando aun jefe ashninka, apareci un artculo de Margarita Benavides (1990), queprovoc incluso una breve polmica. Tampoco existen trabajos desde lasciencias sociales sobre las etnias amaznicas frente a la violencia. Aparte delmencionado artculo de Benavides, slo existen informes periodsticos. Mssorprendente an, tampoco existe casi bibliografa sobre la violencia polticaen las zonas cocaleras. Nuevamente la excepcin la constituyen los artculos

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    de Ral Gonzlez (1987, 1988b, 1991, entre otros) y uno de Jos Gonzales(1989:207-222). La casi totalidad de estudios se refiere a aspectos econmi-cos y jurdicos del problema. Por ltimo, excepto en los informes de grupos dederechos humanos, tampoco se ha estudiado la participacin de los militares enlos escenarios rurales a partir de 1983. Referencias mnimas se encuentran enlos trabajos de Mauceri (1989), Granados (1987) y Obando (1991). Incluso losestudios sobre las rondas de Cajamarca y Piura son muy escasos. Alabadas y aveces sobreestimadas como ejemplo de organizacin democrtica campesina ybarrera contra SL, reconocidas finalmente por el Estado, las rondas han dadolugar apenas al puado de estudios ya mencionados, la mayora a cargo deautores extranjeros22. En cuanto a temas, hacen falta ms estudios regionales y locales quepermitan afinar comparaciones. En esa misma lnea, falta ubicar la experienciaperuana en perspectiva comparada: andina, latinoamericana y mundial. Unconjunto de problemas permanecen casi inexplorados: mujeres y violenciapoltica; etnicidad y violencia; economa de la violencia; el impacto de laviolencia en las organizaciones campesinas, los gobiernos locales y las institu-ciones rurales en general; campesinado, FF.AA. y comits de defensa civil,entre otros. Finalmente, nos hallamos todava lejos de haber elaborado unateora que sea relevante para comprender el fenmeno e incidir en el rumbo dela guerra, contribuyendo a disear una estrategia democrtica de pacificacin.

    encuentra en la moderacin de las rondas, no slo para evitar cargos legales sino tambinporque en ellas: predomina... un real sentido de los lmites y la ausencia de ese sadismogratuito, tan comn entre muchos policas y militares latinoamericanos (Ibd..; 64-65)Existe tambin una bibliografa sobre rondas elaborada por el CIPCA en 1988. De 37 ttulos,prcticamente todos son informes de eventos, de trabajos de promocin o artculos periodsti-cos.

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