cambio de paradigma en filosofía política (ferrajoli)

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  • 7Cambio de Paradigma.dat 07/11/2001 11:00 Pgina 3

  • Fundacin Juan March

    Cuadernodel

    SEMINARIO PBLICO

    CAMBIO DE PARADIGMA EN LAFILOSOFA POLTICA

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  • 7NDICE

    SEMINARIO PBLICOCAMBIO DE PARADIGMA EN LA FILOSOFA POLTICA

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    I. Conferencias

    1. HACIA UN NUEVO IMAGINARIO POLTICO(seguido de diez tesis).............................................. 17Fernando Quesada

    2. ESTADO DE DERECHO: ENTRE PASADO Y FUTURO(seguido de diez tesis).............................................. 63Luigi Ferrajoli

    II. Textos presentados

    1. MUNDIALIZACIN E INSTITUCIONES JURDICO-POLTICAS93

    Juan Ramn Capella

    2. EL RECHAZO DEL NUEVO PARADIGMA POR RAZONES POLI()TICAS ....................................................... 107Pablo Rdenas Utray

    III. Contestacin de los conferenciantes ................. 123

    BIOGRAFAS .......................................................... 137

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  • Un SEMINARIO PBLICO es un acto cultural en el quese combinan las conferencias y el seminario. Estaestructura mixta persigue varios objetivos. En primerlugar, avanzar un paso en la especializacin y el rigorsin perder el punto de vista general y, por ello, por unlado, se organizan en colaboracin con especialistas y,por otro, se desarrollan siempre en rgimen abierto ycon libre asistencia de pblico. Al mismo tiempo tratade aadir al individualismo y unilateralidad inherentesa las conferencias tradicionales gnero cultural con-sagrado un nuevo componente de colegialidad y par-ticipacin, con el mismo grado de preparacin previa yescrita que los seminarios cientficos. Por ltimo, den-tro del panorama humanstico, propone un tema de dis-cusin que interesa a expertos de disciplinas diversas,a fin de propiciar la reunin de stos y el intercambiode conocimientos sobre asuntos culturales comunes.

    El SEMINARIO PBLICO se compone de dos actos.En el primer da, dos profesores pronuncian sendasconferencias sobre el mismo tema con perspectivascomplementarias. Al trmino de las mismas los asis-tentes pueden llevarse copia de unas tesis, resumende las conferencias, redactadas por sus autores. Tam-bin pueden consultarse en la direccin de internet:http://www.march.es. Las tesis-resumen permiten aquien lo desee participar por escrito en el seminariomediante el envo a la Fundacin Juan March decomentarios y preguntas sobre el tema propuesto.

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  • El segundo acto consiste en la reunin de los dos con-ferenciantes con otros especialistas para debatir sobreel tema del seminario. Tras una breve presentacin porparte de los primeros, stos leen una ponencia apropsito de los textos de las conferencias, suscitn-dose los trminos de la discusin que, a continuacin,se abre entre todos ellos.

    Por ltimo, la Fundacin edita la coleccin Cuadernosde los SEMINARIOS PBLICOS que incluyen el textocompleto de las dos conferencias del primer da, lasponencias del segundo da, y, en el apartado final, lasrespuestas que a unos y otros han preparado los con-ferenciantes.

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  • SEMINARIO PBLICO

    CAMBIO DE PARADIGMA EN LA FILOSOFA POLTICA

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    L as instituciones polticas y la reflexin sobre ellas estnexperimentando ciertas transformaciones que justificanreferirse a un cambio de paradigma. Las dos conferenciasque se presentan coinciden en este punto. Pero la coinci-dencia sobre la realidad de este cambio no asegura, sinembargo, una misma interpretacin del pasado ni tampocola percepcin de las mismas seales que anunciaran la evo-lucin futura.

    Fernando Quesada sugiere una divisin de la historia dela poltica que distingue cuidadosamente de lo poltico entres grandes periodos. El primer periodo premoderno fuesustituido por la modernidad ilustrada europea, la cual seasienta sobre tres principios o referentes: el individuo, lasociedad y el Estado, que se corresponden con tres formasde pensamiento: autorreflexivo (del individuo), crtico (sobrela sociedad) y democrtico (en el Estado). Es esa moderni-dad ilustrada, segn Quesada, la que estara en crisis, pueshabramos entrado en una nueva poca civilizatoria irrefre-nable, marcada por el fin de todas las formas tradicionalesen el orden social y poltico (tesis 1). Ahora bien, esa nuevaetapa no puede significar ni una vuelta a la premodernidad niuna disolucin total de la modernidad, sino un rearme desdela herencia de la modernidad (tesis 10) o, en palabras de M.de Stel, una ilustracin de la ilustracin dentro de un nuevoimaginario poltico, concepto ms amplio que el de meraracionalidad y que Quesada define como el denso conjuntode significaciones, no meramente racionales, por medio delcual cobra cuerpo en una sociedad su propio mundo de la

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    vida, marca sus relaciones con la naturaleza y establece susseas de identidad.

    Por su parte, Luigi Ferrajoli distingue entre un estadio deDerecho premoderno y el Estado de Derecho, y dentro deste a su vez dos pocas: el Estado legislativo de Derecho(siglo XIX) y el Estado constitucional de Derecho (siglo XX).Describe los tres paradigmas, con especial atencin a losdos ltimos relativos al Estado de Derecho, y concluye queambos modelos de Estado de Derecho estn hoy en crisis(tesis 6). Para Ferrajoli, la crisis es, en principio, negativa,supone una corrupcin de la esencia originaria y una regre-sin a un Derecho jurisprudencial de tipo premoderno. Peroal mismo tiempo ser ocasin propicia para una necesariarefundacin del Estado de Derecho: del Estado legislativo deDerecho a travs de un refuerzo del principio de legalidad yde una reforma del Estado Social, y del Estado constitucio-nal de Derecho mediante la construccin de un tercer mode-lo de Estado de Derecho y un nuevo constitucionalismo aescala supranacional.

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  • IConferencias

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  • El martes 3 de abril de 2001 se pronunciaron en el salnde actos de la Fundacin Juan March dos conferencias suce-sivas a cargo de Fernando Quesada, catedrtico de FilosofaPoltica de la UNED, y Luigi Ferrajoli, catedrtico de Filo-sofa del Derecho de la Universidad de Camerino (Italia).

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  • 1HACIA UN NUEVO IMAGINARIO POLTICO(seguido de diez tesis)

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    Desde comienzos del siglo XX la filosofa se vio privadade una gran parte de sus influencias epistemolgicas en elcampo de las ciencias, como, por otra parte, lo exiga el desa-rrollo histrico y autnomo de las mismas. Prdida de influen-cia que tuvo un segundo aspecto, a saber, el acoso de lasmismas ciencias independizadas, las cuales pusieron en cua-rentena la sustantividad y el valor del conocimiento filosfico.Esta situacin crtica se agravara con el hecho histrico delHolocausto que, desde diferentes ngulos, se interpret comoexpresin del fracaso de aquella idea de progreso gestadapor la Ilustracin. Esta idea de progreso estuvo ligada al mitode una civilizacin que acabara expulsando la barbarie de lafaz del planeta. Ciertamente, no cabe establecer una relacinde causalidad, pero, como seala Bauman, s podramos tra-tar el Holocausto como una prueba rara, aunque significati-va y fiable, de las posibilidades ocultas de la sociedad moder-na. (Bauman, Z.: Modernidad y holocausto, p. 15). En aqueltiempo ya transcurrido, mediados los aos cincuenta, algnterico estipul el final de la filosofa poltica justo en elmomento en que, al decir de Berln, ms falta haca su pre-sencia. Contraponindose a los intentos devaluadores de lafuerza de la razn alumbrada en la Ilustracin, la filosofa pol-tica mantuvo, durante la segunda mitad del siglo XX, la nece-sidad de los procesos de racionalizacin en orden a funda-mentar las orientaciones polticas y legitimar las formas degobierno. Igualmente sostuvo el valor, incoativamente eman-cipatorio, de las pretensiones de universalidad de algunosprincipios formales de la poltica. En definitiva, la teora de lademocracia y el valor de la misma en el orden social han reci-bido un apoyo muy especial de la filosofa poltica frente aquienes pretenda elegir entre la filosofa y una democraciaabsuelta de argumentacin racional.

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    Cabe sealar que la filosofa ha tenido que realizar, nece-sariamente, un ajuste en sus pretensiones de ser un modode saber capaz de captar el propio tiempo en el orden delpensamiento, atribuyendo al filsofo la misin de guardinde la racionalidad. Ahora bien, la autocrtica por parte de lafilosofa es consustancial a su misma fuerza racionalizadora.Con un smil poltico, cargado de una radical crtica a la filo-sofa heredada, comenzaba Kant a establecer las piedrasangulares de la nueva filosofa moderna. En efecto, el primerprlogo a la Crtica de la razn pura le sirvi al profesor deKnigsberg para hacer un ajuste de cuentas crtico con lafilosofa de su tiempo. En primer lugar, da cuenta de cmo laMetafsica, antao matrona dogmtica, fue rechazada yabandonada a causa del ejercicio desptico que vena ejer-ciendo. El resultado, tras la secuencia de guerras intestinas,se sald en una completa anarqua. Los escpticos, escri-be, especie de nmadas que aborrecen todo asentamientoduradero, destruan de vez en cuando la unin social. Trasun intento fallido de resolver todos los problemas acumula-dos, en su tiempo, recay la metafsica en el anticuado ycarcomido dogmatismo...Ahora reina el hasto y el indiferen-tismo. Es intil, sin embargo, fingir indiferencia frente atemas y objetos de investigacin de la filosofa que ataentan intrnsecamente a la naturaleza humana. Autocrtica,pues, la kantiana, no exenta del reconocimiento del valor ydel sentido de la filosofa para la cual, en La contienda entrelas facultades de filosofa y teologa, peda, no una superiorconsideracin jerrquica con respecto a las llamadas Facul-tades mayores, sino libertad para el terreno en el que larazn debe tener el derecho de expresarse pblicamen-te...dado que la razn es libre conforme a su naturaleza y noadmite la imposicin de tomar algo por verdadero (no admi-tiendo credo alguno, sino tan slo un credo libre).1 La auto-rreflexin en el orden epistemolgico acerca de los lmites

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    del conocimiento, as como en torno a la autonoma de lossujetos en el orden prctico, constituirn los cimientos de lapoca moderna, cuya expresin ms emblemtica, acuadapor el propio Kant, ha venido guiando el quehacer filosfico:Atrvete a pensar por ti mismo. Valga, pues, esta introduc-cin para resituar el problema y la razn de ser de la filosofaI. QU ES LA POLTICA? LA CONSTITUCIN DEL PRI-M E R

    IMAGINARIO POLTICO

    Al abrir Kant el prtico de la modernidad, en el ordenfilosfico, con el citado smil poltico de su primer Prlogo, nohace sino introducir un tema esencial para nosotros, a saber,el puesto de la poltica en el campo de la filosofa. Qupapel juega, cmo se incardina la poltica en la filosofa? Larespuesta ms inmediata es que la poltica se sita en el ins-tante mismo de la autoconstitucin del saber filosfico, comoel campo temtico que acta de gozne para abrir la puertade lo que se ha denominado, a veces, el milagro griego, estoes, la presencia y el ejercicio fundamentales de la razn. Eneste sentido podra hablarse de la poltica como un efectoreflexivo que se instituye en y da cuenta del paso del mitosal logos. Paradjicamente, esta ltima frmula no est exen-ta de contenido mtico, ya que responde en cierta medida alo que se ha llamado la lgica de la representacin constitu-yente de los mitos. Esto es, la presentacin de lo que escomo originado por su contraposicin a lo que haba en unprincipio: el desorden, el caos, la naturaleza frente a la queemergen la cultura o, en este caso, la razn. Sin entrar ahoraen la discusin de autores e interpretaciones que han pre-tendido aclarar la emergencia de la racionalidad, cabe consi-derar al logos como el tipo de pensamiento que trata deexplicar los hechos o campos objetivados por causas inma-nentes a los mismos. Se tratara, por tanto, de poder explici-tar ante una tercera persona, tantas veces como fuera nece-

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    sario, los procesos tericos mediante los cuales doy cuentade, explicito argumentativamente, el ser del objeto o de unmbito de realidad, su estructura, su modo de aparecer. Estapretensin de universalidad argumentativa dar lugar a loque se ha llamado, andando el tiempo, cultura de razones.

    La filosofa, en cuanto ejercicio crtico autorreflexivo, cono-cimiento de segundo grado, significa la posibilidad de poneren crisis lo recibido, ya sea un hecho o una doctrina, en cuan-to cifran su verdad o su valor en el simple dato de su acepta-cin transmitida por la tradicin o la autoridad de quien lo for-mula. El surgimiento de la filosofa implica, por tanto, la exis-tencia de mutaciones en el orden de las prcticas sociales oen el modo de presentarse de ciertos fenmenos que haceninviable el que puedan ser asumidos por la forma ideolgicadominante en un grupo. Esta tensin lmite, desestructurado-ra de formas de existencia, obliga a instaurar nuevas cate-goras en el orden del conocimiento y en el de las prcticassociales. Atenindonos al esquema utilizado del paso delmitos al logos en el mundo griego, el fenmeno de la emer-gencia de la racionalidad y sus implicaciones no cabe remitir-lo, como algunos han pretendido, a la especial capacidadmental de los griegos. Tal emergencia cabra encuadrarla,por comparacin con las culturas vecinas, en dos procesosparalelos. Por un lado, el adelgazamiento, la prdida, porparte de los mitos, de su capacidad de transformacin antelos cambios sucedidos en grupos o sociedades. El pao apartir del cual se haba venido desplegando el mito ya noadmitira, en trminos de Levi Strauss, que se lo pudiera retor-cer ms para obtener una gota ms de agua, una nuevavariante de la matriz de sentido del mito en cuestin. Ensegundo lugar, y este es un dato especialmente relevante, enel mundo griego se acaba operando la disociacin entre mitoy ritual. Desde esta perspectiva se ha destacado continua-mente la separacin que vino a establecerse entre la concep-

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    tualizacin del poder poltico en Grecia y la vecina Mesopota-mia. En este ltima, el rey, en el ritual del Ao Nuevo, reno-vaba cada ao su poder a travs de una organizacin simb-lica del cosmos, estableciendo el lugar de los astros y lacadencia de das y estaciones. El rito recreaba el orden fren-te al caos y su propia puesta en escena legitimaba simblica-mente el dominio del monarca sobre el pueblo. La ruptura, enel mundo helnico, de estos dos elementos, mito y ritual,quizs en tiempos arcaicos, posibilit el hecho de que, enfuncin de procesos sociales complejos tanto en el orden cog-nitivo como en el de las formas de vida, el mbito de lo polti-co pudiera ser tematizado como una realidad que exiga cate-gorizaciones de nuevo cuo debido a las disonancias episte-molgicas que irrumpen en la vida social, en un orden ideol-gico ya en crisis. En el dilogo perdido y atribuido a Aristte-les: Sobre la filosofa , se narraba una serie de convulsionesque acontecan peridicamente a los humanos y que obliga-ban a los supervivientes de cada cataclismo a disear, otravez, formas de vida y a establecer normas de organizacinde vida en comn. A este respecto, comenta Vernant que estanarracin, contenida en el texto aristotlico citado, est clara-mente aludiendo a procesos radicales que estaban afectandointernamente a las relaciones entre los habitantes de la Gre-cia del siglo VII o VI antes de C. y que guardan relacin conuna crisis ideolgica tanto en el orden social, como en losmbitos de la moral y de la religin. Ante tal estado de cosas,pusieron sus miras en la organizacin de la polis e inventa-ron las leyes y todos los dems vnculos que ensamblan entres las partes de la ciudad; y aquel invento lo denominaronSabidura; fue de esta sabidura (anterior a la ciencia fsica, laphysik, theora, y a la Sabidura suprema, que tiene por obje-to las realidades divinas) de la que estuvieron dotados losSiete Sabios, que precisamente establecieron las virtudespropias del ciudadano. (Vernant, J-P.: Los orgenes del pen-samiento griego. Buenos Aires 1965, p. 54).

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    La poltica se presenta, de acuerdo con este relato, comoel efecto de reflexin de segundo orden, asumiendo las diso-nancias sociales y cognitivas de un momento histrico deter-minado, que permite instituir una nueva perspectiva para elotorgamiento de sentido a la realidad humana. Forma de ins-tauracin de sentido a la cual se le atribuye un rango espe-cial por encima de los dems saberes tericos y filosficos.Marca as la emergencia de la filosofa poltica. El punto departida de la crisis, escribe Vernant, fue de orden econmi-co, que revisti en su origen la forma de una efervescenciareligiosa al mismo tiempo que social, pero que, en las condi-ciones propias de la ciudad, llev en definitiva al nacimientode una reflexin moral poltica de carcter laico, que encarde un modo puramente positivo los problemas del orden ydel desorden en el mundo humano (Ob. Cit., 55) Lo que aprimera vista pudiera asemejarse a un cambio de gobierno ode poder deja entrever, no obstante, el verdadero alcancefilosfico de la reorganizacin del propio mundo de lo huma-no. Como puede apreciarse, lo que en un principio fueronproblemas sociales y de organizacin acaban arrastrandoconsigo reajustes de la visin del mundo y del orden de valo-res. Se trata de problemas con capacidad de conmocin, deintroduccin de desorden en el propio sistema, por decirlocon palabras de Ryle, y cuyas virtualidades desestructuran-tes solamente pueden ser dominadas y reincorporadas enun nuevo marco interpretativo al precio de una elevacin deconciencia. La elevacin a ese segundo grado de saber esde cuo filosfico. Los efectos producidos por la necesidadde asumir todos los problemas desestructurantes de undeterminado orden humano, histrico, sern ahora inteligi-bles slo a travs de los esquemas ideolgicos que permitanuna nueva explicacin, en este caso laica, del universo fsi-co y social. La resolucin de dichos problemas se traducetanto en la determinacin de una nueva forma de otorgar

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    sentido a la realidad como en un nuevo criterio de organiza-cin de la realidad misma. La poltica es y se constituye, pre-cisamente, en instancia instituyente de sentido y ofrece elaspecto de una nueva modalidad espistemolgica del saber,afectando tanto al orden de lo humano como al universo engeneral.

    En la obra anteriormente citada (p. 102), recoge Vernantun texto poltico que constituye la gramtica profunda de loque podemos ya denominar el nuevo imaginario simblicode la sociedad ateniense. En dicho texto, Herdoto da cuen-ta de cmo, a la muerte del tirano Polcrates, el sucesor queeste ltimo haba designado para sucederle, Meandro, con-voca a una asamblea y les comunica, a los ciudadanos reu-nidos, lo siguiente: Polcrates no tena mi aprobacin cuan-do reinaba como dspota sobre hombres que eran semejan-tes a l...Por mi parte, depongo la arck es meson, coloco elpoder en el centro, y proclamo para vosotros la isonoma, laigualdad. Este sencillo relato se ha convertido en el referen-te normativo de ms pregnancia en toda la cultura de Occi-dente. En trminos polticos se pretende argumentar quetodo grupo humano ha de poder decidir, por acuerdo de susmiembros, el tipo de relaciones socio-polticas por las queregirn sus vidas en comn. Filosficamente explicita elnuevo criterio que ha de posibilitar el entendimiento de lohumano y, por extensin, la concepcin del universo. Laigualdad es el principio que est en la base de esta nuevaepistemologa laica. La isegora y la isonoma traducen esaposicin del centro frente al cual cada uno es equidistante. Yes tanto ms importante destacar este criterio de normativi-dad de la poltica por cuanto el solapamiento de la mismapor una pretendida normatividad universal de la moral estcreando no pocos problemas en nuestro momento actual.Volveremos sobre ello. Con la nueva estructuracin en tornoa la equidistancia, a la igualdad sin jerarquas, rompe la orde-

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    nacin cosmolgica del mundo mtico jerarquizado, organi-zado segn diversos planos con valoracin entitativa dife-renciada. La nueva perspectiva homogeneizadora va a posi-bilitar la revolucionaria comprensin del universo de acuerdocon un modelo geomtrico. No hay ya races, ni soporte, nibasamento. El cosmos se convierte en un espacio matema-tizado, que se conserva como un equilibrio entre potenciasiguales. El gora es ahora el modelo de comprensin deluniverso. Amanece as, como en un juego de espejos, unacorrelacin comprensiva entre el saber del mundo de lohumano y el criterio epistemolgico para un conocimientodel cosmos, correlacin epistemolgica que ha tenido unalarga historia con diversas variantes.

    Para terminar esta sinttica descripcin del primer imagi-nario simblico de la nueva sociedad en Occidente, quisierallamar la atencin sobre la narracin que sita el hecho de laaparicin filosfica de la poltica en conjuncin con la actua-cin de los Siete Sabios. Ello viene a significar, a efectos dela crisis de nuestro momento, que la institucin de sentidopor parte de la poltica slo parece tener un xito total deimplantacin histrica si va acompaada del desarrollo deformas culturales y cientficas acordes con la nueva lgicade sentido.

    La poltica, por tanto, no es equivalente a lo poltico ni esuna forma modificada de ste. Entiendo por lo poltico lasdiversas formas que han revestido, a lo largo de la historia,el ejercicio del poder y sus instituciones sobre un grupohumano. Lo poltico ha existido siempre en las sociedadeshumanas mnimas complejas. La poltica, por el contrario,tiene su acta de nacimiento en el proceso por el cual la raznhace acto de presencia en el mundo cultural griego. Ni haexistido siempre ni es coextensiva con las dems culturas ocivilizaciones. Se encuentra ligada a la capacidad de larazn, a la posibilidad central de autorreflexin crtica con

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    respecto al mundo en que se instituye. As, la poltica, en lalnea de investigacin de Castoriadis, traduce la constitucinde un imaginario poltico-social, como hemos venido explici-tando, que comprende un denso conjunto de significaciones,no meramente racionales, por medio del cual cobra cuerpoen una sociedad su propio mundo de vida. Este mismo ima-ginario marca las relaciones con la naturaleza y establecelas seas de identidad.

    II. UN NUEVO IMAGINARIO POLTICO HOY? SOBRE EL DISCURSO DE LA CIVILIZACIN OCCIDENTAL

    Me situar, ahora, in media res, en el segundo imaginariocreado en la historia de Occidente, esto es, el provenientede la revolucin americana y francesa con La declaracin delos Derechos del hombre y del ciudadano. Y ello en funcinde la siguiente hiptesis: Podramos afirmar que las con-vulsiones polticas, econmicas, etc, que, peridicamente,estn sacudiendo, en nuestro tiempo, la vida de diversospueblos y que afectan, igualmente, al tratamiento de la tierraen que habitamos, estaran demandando la recreacin porparte de esos mismos pueblos o civilizaciones de un nuevoimaginario poltico como se produjo en Grecia o en nuestromundo occidental moderno? Hay, por otra parte, algunosprocesos o cambios estructurales que apunten a ese hori-zonte de cambio? Partimos del hecho de que la filosofa pors misma no es la partera de la historia y por temor a la labordesptica de una filosofa de la totalidad, deseo ejercer, msbien, ese otro papel ms prximo al de la hermenutica de lasospecha. Una sospecha que inquiere argumentativamente,una y otra vez, sobre la adecuacin de ciertas prcticassociales, econmicas y polticas que gozan de un papeldominante en nuestros mbitos de vida y que, posiblemente,hayan llegado a tal grado de desestructuracin de la vida

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    humana y de la naturaleza que estn interpelando a los suje-tos polticos sobre la necesidad de un cambio tan significati-vo como el que entraa la reflexividad filosfica de la polti-ca.

    En un estudio pormenorizado de fechas, autores y delimi-tacin del trmino civilizacin, Lucien Febvre aclara que elconcepto de civilizacin no va a ser objeto de estudio tema-tizado hasta bien entrado el siglo XIX. Sin embargo, los fil-sofos de Las Luces ya dejaron constituido el ncleo de dichotrmino como un ideal moral de largo alcance. Desde estaperspectiva y a propsito de su trabajo Proyecto de una Uni-versidad para el gobierno de Rusia, Diderot consignaba yaque la ignorancia es la lnea que separa al civilizado delesclavo y del salvaje, instruir una nacin, apostilla, es civili-zarla. Ideal civilizatorio que quedara pergeado por Con-dorcet, en un pasaje de su clebre Vidas de Voltaire yhacindose eco de la obra citada de Diderot, enfatiza que noes la poltica de los prncipes la que puede traer la paz y evi-tar la esclavitud y la miseria, sino que son las luces de lospueblos civilizados las que acarrearn tales bienes. El desa-rrollo del conocimiento, la fuerza de las luces desde losdiversos campos del saber entraan, pues, una dimensinmoral que se encargar de poner de relieve en esos mismosaos Raynal, quien subraya que no puede haber civilizacinsin justicia.2 Este ideal moral cobra una especial modulacincon la puesta en escena de la Revolucin francesa, que yapermite introducir un nuevo horizonte: el del futuro. El opti-mismo derivado de aquellos hechos, en un momento ascen-dente de la euforia revolucionaria, cobra especial relevancia:el progreso, se afirmar, ser tan ilimitado como capacidadde perfeccionarse tengan los hombres. Bien es cierto que lainstauracin del nuevo imaginario poltico no deja de serapreciado, a la vez, como un momento lleno de convulsio-nes, de efectos de miseria, de hambre y muerte para muchos

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    para sus propios actores. Los navegantes, los hombres deciencia, los exilados no dejan de constatar la desaparicinde ciertas formas de vida valiosas que descubren en los pue-blos en los que recalan o se disponen a vivir. La civilizacinque pregona el progreso no deja de albergar ambigedadespeligrosas.

    En el contexto descrito se introduce, necesariamente, lavoz y la obra de Rousseau. El ginebrino dej escrita una obracuya unidad vuelve a plantear un problema tan actual comodiscutido lo fue en su momento. Hace notar Starobinski quela lectura de Rousseau suscit diferentes interpretaciones,como lo indicara el caso de Engels. Este quiso ver en Elcontrato social una superacin de aquella otra lnea de inves-tigacin que tuvo su plasmacin en el Discurso sobre el ori-gen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres.Esta ltima obra sistematiza la idea de que la civilizacin queva imponindose en su tiempo cobra cuerpo en un procesode alienacin progresiva del hombre, que para sacar prove-cho hubo de mostrarse distinto de lo que era en realidad.El hombre se aliena en su apariencia, escribe Starobinski;Rousseau presenta el parecer, al mismo tiempo, como laconsecuencia y como la causa de las transformacioneseconmicas. 3 La sociedad constituida, en la que entra elhombre, le obliga a despojarse de su propia identidad y aconfigurarla ahora en funcin de necesidades que le instru-mentalizan. Primero, porque tales necesidades son induci-das socialmente y constituyen una servidumbre con respec-to a su autonoma como sujeto. En segundo lugar, porquesiendo ilimitadas tales necesidades en funcin del prestigio ydel poder acaban instrumentalizando sus propias capacida-des humanas. Tras haber sido en otro tiempo libre e inde-pendiente, escribe Rousseau, he aqu cmo, por medio deun sinfn de nuevas necesidades, el hombre est sometido,por as decir, a toda la naturaleza y, en especial, a sus seme-

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    jantes, de los que, en cierto sentido, se convierte en esclavo,an en el caso de que se haga seor de ellos. (ob. cit., p.41-42). Esta visin crtica del proceso histrico humano nova a ser superada en una nueva reinterpretacin del desa-rrollo social con la escritura de El contrato social. Este esescrito desde una perspectiva normativa que no guarda rela-cin genealgica con respecto al Discurso..., cuyo centrofilosfico-poltico est referido a un existente orden de lanaturaleza. Ahora bien, El contrato social no pretende asu-mir el referido orden histrico de alienacin descrito en Dis-curso...para, en un sentido hegeliana, superarlo en un nuevonivel de consideracin filosfica. No hay datos que puedanhacer plausible la existencia de una nica matriz de reflexivi-dad filosfica que interrelacione ambas obras como produc-tos de un mismo proyecto. Por el contrario, El contrato social,lejos de las convulsiones histricas, podra leerse como unaobra abstracta, gua de un proceso cuasi inicitico, en el cuallos hombres, al recuperar su autonoma en el constructo dela voluntad general, piensan entrar en una nueva Atenas,lejos de los avatares alienantes de la historia.

    El decurso de la historia se ha construido rousseauniana-mente por su lado peor, por el lado de la alienacin y de laexplotacin del orden natural que tuvo a los individuos, enun primer momento, como sujetos pacientes. La obra dePolany, La gran transformacin, ha sido considerada comoel examen ms riguroso sobre los efectos econmico-socia-les del industrialismo en el XIX. Pues bien, dicha obra puedeser leda como la historia de la suprema violencia antropol-gica en orden a crear el tipo humano de la nueva sociedadde mercado, impuesta por la deriva capitalista de la civiliza-cin moderna. La destruccin de la cultura heredada fue tanviolentamente arrasada que algunos comparaban los modosde supervivencia de la clase obrera a las formas de vida detribus africanas. La violencia se ejerci, como se sabe, inclu-

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    so sobre los nios. A propsito de este dato ltimo, Polanyrecoge, en el apndice de su libro, los comentarios del emi-nente socilogo negro, Charles S. Johnson. Este escribisobre aquellos momentos: Las racionalizaciones que enton-ces sirvieron para legitimar la trata de nios eran casi idnti-cas a las que se utilizaron para justificar la trata de escla-vos.4

    Este estado de explotacin suma acabara actuandosobre la otra parte del estado natural a que se refera Rous-seau. Si la primera ruptura en el metabolismo de la humani-dad con la naturaleza puede datarse en el momento deldesarrollo del capitalismo (1750-1800), la segunda revolu-cin tecnolgica, entre 1930-1950, marca la entrada en laera de crisis ecolgica global. A partir de la mitad de los aossetenta, de acuerdo con Riechmann, se hace ya evidente loque puede denominarse una crisis ecolgica mundial con laexpansin de los sistemas socioeconmicos a la globalidadde la biosfera con daos irreversibles, con la modificacin delos grandes equilibrios biogeoqumicos, con la extensin demacrocontaminaciones ya no circunscritas a ecosistemas oregiones determinadas. El ecologismo, ms all del conser-vacionismo o el ambientalismo, desarrolla un discurso crti-co que subraya el carcter destructivo y autodesctructivo dela civilizacin productivista engendrada por el capitalismomoderno, y que esboza el proyecto poltico-social de unacivilizacin alternativa.5

    Las demandas de una alternativa civilizatoria han cobradofuerza y, sobre todo, argumentos para cambios radicales yperentorios en la economa ortodoxa dominante, a raz dela reunin, en Nairobi, a finales de este mes de marzo, delPanel Intergubernamental sobre Cambio Climtico (IPCC),creado por Naciones Unidas en 1988. En el Protocolo Kioto,firmado en 1997, se haba aprobado, por la mayora de las

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    naciones, el respaldo a los cientficos que venan trabajandoy, al mismo tiempo, se comprometan a asumir las medidasque se derivaran de sus informes. En la reunin de Nairobi seha evaluado el Tercer Informe sobre Cambio Climtico 2001(tras los dos anteriores, publicados en 1990 y 1995). Esteltimo Informe consta de tres parte: Bases cientficas, Impac-tos, adaptacin y vulnerabilidad y Mitigacin. Cada parte, ela-borada por unos 200 cientficos, ha sido contrastada y revisa-da crticamente por ms de 400 expertos independientes. Elobjetivo central del informe trataba de aportar, a partir de losgases de efecto invernadero para el siglo XXI en el mundo,los efectos climticos de orden global, los impactos en eco-sistemas naturales terrestres y martimos etc. Datos que afec-tan a los problemas de la agricultura y sus productos, a losrecursos hdricos, a las influencias sobre las zonas costerasy sus alteraciones; a la salud humana etc. Desde NacionesUnidas, Klaus Toepfer, Director de PNUMA., ha sentenciadoque el IPPC ha proporcionado al mundo informes de prime-ra clase sobre la elevacin de temperaturas a la que seenfrenta la Tierra, los devastadores impactos de este aumen-to y las formas en que podemos tratar de evitar los peoresefectos del calentamiento global. El informe, en efecto desta-ca, un aumento de temperatura de 0,6 grados en el siglo XX,achacable, en gran parte, a las actividades humanas, pre-viendo un calentamiento en torno a 5,8 grados para el sigloXXI. Hay que tener en cuenta, por otro lado que entre 1970y 1999 la Tierra ha perdido un 30 % de su riqueza forestal yacutica, a un ritmo de un 1% anual, al tiempo que el consu-mo de recursos (y la subsiguiente contaminacin) ha crecidoal 2% anual.6

    Los datos aportados, sin embargo, no implican una posi-cin agorera inflexible ni pretenden alimentar un pesimismoque no tuviera en cuenta tambin las propiedades antientr-picas de la naturaleza, con la recepcin de energa del exte-

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    rior, y las capacidades de las sociedades humanas paradesarrollos especiales y complejos. Ahora bien, la posicincrtica ecolgica s pone de manifiesto, por un lado, laausencia de una conmensurabilidad econmica ante laincertidumbre, horizontes temporales y tipos de descuentoque supondra una economa de los recursos naturales y delmedio ambiente.7 Por otra, como afirma Martnez de Alier apartir de su anterior anotacin, la economa ortodoxa, tenien-do en cuenta la incertidumbre sobre el funcionamiento de lossistemas ecolgicos, est incapacitada para dar un valormonetario actualizado a las externalidades, as como resultaarbitrario el valor que pretende otorgar a los recursos agota-bles, ya que desconocemos las preferencias de los agentesfuturos. Desde esta misma perspectiva y dado que la eco-noma es entrpica, con agotamiento de recursos y produc-cin de desechos, el mercado no tiene capacidad para valo-rar con exactitud esos efectos. En definitiva, frente al carc-ter tecnocrtico, libre de todo ideologa, de mera gestin yuso de los instrumentos del anlisis econmico convencionalcon que algunos defensores de la nueva economa de la glo-balizacin pretenden legitimar el tratamiento de los proble-mas econmicos, la advertencia del Informe de CambioClimtico 2001 apunta a un cambio drstico en el modo deconformar socialmente nuestra relacin con el mundo, con lanaturaleza, con los grupos sociales a los que se pretendentrasladar los efectos perversos de las externalidades gene-radas. Y, en igual medida, apunta al ineludible compromisomoral con las generaciones futuras. Es, pues, todo un cam-bio civilizatorio lo que demanda un nuevo imaginario polticoque pueda asumir tica y polticamente lo que ni el mercadoni una tcnica econmica pueden alumbrar.

    Resulta difcil obviar el pronunciamiento negativo de laAdministracin Bush, justo en estos momentos, sobre el Pro-tocolo de Kioto. Es ampliamente reconocido el hecho real de

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  • que EE.UU. est jugando el papel de locomotora de la nuevaeconoma, con su fuerza ejemplarizante para las demsnaciones, as como es, igualmente, la primera potencia mili-tar. De modo que su negativa a asumir las resolucionesadoptados formalmente en Nairobi, tras la firma anterior delProtocolo de Kioto, parece llevar hasta la exasperacin losaspectos ms srdidos de esta civilizacin depredadora dela naturaleza y la arbitraria imposicin mercantilista por enci-ma de los problemas que afectan a la existencia misma delos humanos. Ms an cuando ya, a mediados de los 90, elVicepresidente de los EE.UU. Al Gore enfatizaba pblica-mente haber llegado al convencimiento de que era necesa-rio hacer de la salvacin del medio ambiente el principioorganizativo central de nuestra civilizacin. III. SOBRE LOS DILEMAS DE LA CIVILIZACIN OCCI-D E N T A L .

    LAS NUEVAS DIMENSIONES DE LA GLOBALIZACIN

    La dimensin crtico-normativa de una ecologa no mera-mente ambientalista apuesta, claramente, por un cambio civi-lizatorio de gran alcance, al tiempo que rompe con el carc-ter neutralista, no ideolgico, que pretende para s la eco-noma ortodoxa que est en la base de la nueva forma decapitalismo realmente existente. Bien es cierto que, desde elltimo cuarto del siglo XX, tanto la crisis de los movimientosemancipatorios, especialmente desde la cada del muro deBerln, como el cambio drstico en la organizacin y lasdimensiones de la nueva economa han servido para rees-tructurar las formas que el capitalismo haba sido asumidodesde los inicios del XX y, fundamentalmente, desde loscambios operados en los 20 aos de bonanza tras la II Gue-rra Mundial. La reorganizacin del capitalismo, especialmen-te a partir de la crisis del 73 y con la conformacin ms claraque asumi a partir de los 80, lo que ha dado lugar a la deno-minada globalizacin, ha condicionado, no slo la carac-

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  • tersticas ms letales de la civilizacin occidental sino que haafectado tantos a las formas de vida como a la percepcinde nuestro futuro.

    Robert Heilbroner, quien junto a William Milberg, ha ana-lizado La crisis de visin en el pensamiento econmicomoderno, toma de nuevo, por su parte, la difcil tarea dehacerse cargo de las Visiones del futuro.8 Sin pretensinalguna de futurlogo s destaca sin embargo aquellos ele-mentos que, a la postre, parecen apostar por una cambio delimaginario poltico hasta ahora vigente. En primer lugar,resalta cmo el futuro ha perdido las esperanzas de un tiem-po mejor que, durante mucho tiempo, alimentaron tanto laidea de progreso como la ilusin de un capitalismo reforma-do. Por el contrario, hoy el futuro se nos ha vuelto inescruta-ble cuando no cargado de crespones negros. En segundolugar, la confianza, otrora depositada en la conjuncin bene-ficiosa de ciencia y tcnica para asegurar un rumbo histricoque permitiera una vida buena, contrasta en los ltimosaos en varios escenarios histricos con una posibilidad realde destruccin masiva del hombre y la naturaleza. El ordeneconmico, como la capacidad de produccin y distribucinidnea para revolucionar las situaciones de menesterosidad,se nos ha vuelto ms extraado, ms alejado de nuestrarea de influencia, creando las mayores asimetras y mos-trando, con verdadera fiereza, que el hecho de vivir, paramillones de seres, es ya casi un milagro, una heroicidad. Porltimo, escribe, el espritu poltico de liberacin y autodeter-minacin ha perdido paulatinamente su inocencia. De ah laansiedad que constituye un aspecto tan palpable del hoy, enagudo contraste tanto con la resignacin del pasado lejanocomo con el optimismo de ayer.9 La inseguridad tan presen-te entre nosotros puede servir de coartada para tachar debanales muchos de los deseos y esfuerzos por pensar, ima-ginar, algo mejor. La contingencia se ha asentado entre

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  • nosotros de una forma radical. Pero eso mismo da sentido alos esfuerzos aunados por asumir la poltica, un comporta-miento humano consistente en persistir en la aspiracin dealumbrar, desde instancias de equidad e igualdad, pluralesformas de vida humana. Necesidad apremiante que puedefortalecerse como deseo de muchos.

    La contingencia radical, sin filosofas de la historia quegaranticen cualquier proyecto emancipador, nos haceenfrentar El futuro de la civilizacin capitalista , ttulo de unaobra de Immanuel Wallerstein, como un momento constituti-vo de nuestra comprensin del presente. La situacin de lacivilizacin capitalista, segn Wallerstein, se encuentra en elotoo de su existencia, lo cual significa que es necesariotanto una labor de anlisis de los procesos que apuntan a lacrisis como establecer algunas de las orientaciones de losnuevos cursos in fieri. El ocaso de este sistema, paraWallerstein, viene incoado desde algunos de los aconteci-mientos histricos del siglo XX y retrasado por la confluenciade ideologas que lo reforzaron en los ltimos aos. As, porejemplo, el mayo del 68, caracterizado por Touraine como unpreludio del siglo XXI, tiene para Wallerstein el valor de unaconmocin poltica y cultural que abre grietas, bifurcacio-nes dentro de nuestra civilizacin. Sin embargo, no estprefigurada en ella la salida concreta que provocaron taleshechos, desde la ruptura de las formas canalizadoras (lospartidos) de las demandas de emancipacin, a la crtica radi-cal de las relaciones de dominacin y jerarquizacin de lasindustrias, al cambio cultural entre trabajo y ocio o la crisisde legitimacin que dej caer sobre las estructuras estata-les. El ao 1989, por su parte, como segunda quiebra capazde abrir otro tipo de bifurcaciones, tiene la particularidad detraer consigo la desintegracin de las estructuras estatalessin los efectos optimistas y estabilizadores de las descoloni-zaciones nacionalistas posteriores a 1918 y 1945.10 El fin

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  • del bipolarismo, por su lado, ha sido seguido, a partir de losaos 90, por la prdida para EE.UU. de la categora histri-camente denominada como pas hegemnico, lo cual abreun fuerte interrogante sobre la continuidad del sistema-mundo moderno, o lo que es igual, no sabemos sin conti-nuarn o variarn los actores que se han desarrollado atravs del sistema mundo: las naciones, los grupos tnicos,los hogares, como tambin las dos divisiones centrales delsistema: el gnero y la raza.

    En relacin con nuestros intereses del momento, la pecu-liaridad de los exmenes, por parte de Wallerstein, de siste-mas histricos de largo recorrido histrico se sita en lacaracterizacin de nuestro sistema mundo-capitalista comoel nico sistema histrico que se expandi al mundo entero.Ms an, acab conformndose como una civilizacin, oms precisamente, la civilizacin que estatuye la idea de laHumanidad. Desde esta perspectiva, la mundializacin delcapitalismo llevada a cabo desde Occidente adquiere lascaractersticas de un sistema valioso en s mismo y que debeser adoptado por el resto de las naciones. Los lazos de talcivilizacin con el desarrollo de la ciencia acaba decantandola dimensin del progreso como ncleo central de esta civili-zacin y que supuso la asuncin de sus logros incluso porparte de su mayor enemigo: el marxismo. El desencanta-miento que ha acabado instalndose en el modo civilizatorioimpuesto tiene su correlato en los dilemas del sistema capi-talista examinados y se proyecta en la desestructuracinpoltica del poder dentro de naciones o de regiones delmundo. Las bifurcaciones que se han ido abriendo tras laquiebra de parte de los elementos estructurales de la civili-zacin capitalista han hecho emerger a algunos de los agen-tes histricos absorbidos por dicha civilizacin y que ahoracobran formas inquietantes. As, hemos asistido a la opcinpor la alteridad radical, representada por Jomeini, que esta-

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  • bleci el rechazo total del sistema-mundo como modo deexistencia y organizacin de nuevos estados y con repercu-siones ms amplias de orden regional. Desde otra dis-posicin en orden a estructurar una oposicin frontala lsistema-mundo, Hussein escogi el camino de la inversinpara crear estados grandes y fuertemente militarizados conla intencin de entrar en guerra con el Norte.11 Opcin difcilde mantener pero ms peligrosa an si se amplia a la reginy que, como ha podido comprobarse, ni la derrota la ha eli-minado del todo. Finalmente, estamos asistiendo a la opcinde la patera. La situacin de postracin absoluta de pasesempobrecidos, cuyo nmero ha aumentado en los ltimosaos, hace ms intolerable la discriminacin de los movi-mientos de personas frente al protegido movimiento de loscapitales financieros que, en los ltimos aos, ha asoladorepetidamente pases enteros. Sin dejar de reconocer lanecesidad de ciertos criterios que organicen los flujos quepuedan desencadenar los movimientos de pueblos no pare-ce que el ms elemental derecho a la vida y ciertos criteriosde justicia puedan ser sustituidos por muros legales o rea-les. La civilizacin ha comenzado a enfrentarse a sus bifur-caciones y a sus quiebras estructurales intermitentes.

    Las dimensiones del futuro visualizadas, la crisis de lacivilizacin capitalista reseada y las bifurcaciones que hancobrado cuerpo en el orden poltico parecen, sin embargo,encontrarse estancados en s mismos, sin capacidad deextensin, sin consistencia para un enfrentamiento real conel propio orden que niegan. Los dilemas sociales y polticosapuntados seran aspectos de una realidad social mundialque, por el contrario, parece afirmarse como un orden deve-nido necesario, y que, en virtud de su ser ineluctable, ha con-seguido ser considerado valioso en s mismo. As, desde esenuevo pensamiento poltico dbil, elaborado a la sombra del

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  • laborismo ingls, su terico ms influyente, Anthony Gid-dens, esta vez en compaa de Hutton, describe de lasiguiente forma el nuevo siglo que amanece: El poder y elimpulso de las transformaciones contemporneas reside enel cambio econmico, poltico y cultural resumido en el tr-mino globalizacin. Se trata de la interaccin entre unaextraordinaria innovacin tecnolgica, un alcance mundial y,como motor, un capitalismo de dimensin mundial que da sucarcter peculiar a la transformacin actual y hace que tengauna velocidad, una inevitabilidad y una fuerza que no tenaantes12 Se trata, insisten los autores a continuacin, de unareinvencin total de la percepcin cultural del mundo de laempresa y el capitalismo que ha venido a convencer a losgobiernos de la eficacia y bondad de la iniciativa privadafrente al sector pblico. Lo que se traduce polticamente enque el gobierno tambin debe reinventarse y hacerse msemprendedor. Aunque los pobres viven en situaciones tanduras como lo eran en los perodos menos regulados delXIX, sin embargo, hasta los pobres se resisten a que se lescalifique de pobres.13

    Cul es el sentido ltimo de esta interpretacin de lanueva conformacin mundial? De un modo directo, Gid-dens, en un trabajo del 98, haca balance de los filsofosde la Ilustracin, motor de la modernidad, quienes habranpatrocinado la idea de que cuanto ms logremos saber delmundo, ms podremos modelarlo de acuerdo con los inte-reses y fines humanos...Creo que ste ha sido el temadominante gran parte de este siglo. No ha resultado falso,pero ha resultado engaoso. Fin de la filosofa ilustradaque se une a su diagnstico poltico: ...En mi opinin, elmarxismo ha muerto y no volver. El socialismo creo quetambin ha muerto como filosofa poltico-econmica viva.La quiebra de la filosofa y de los paradigmas que habanrepresentado el momento emancipatorio dan paso a una

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  • nueva etapa del saber: Debera ser, si se quiere, la opor-tunidad de un nuevo nacimiento de la Sociologa, comointento de integrar los cambios que estn orientando nues-tra sociedad de forma inexorable.14 En definitiva, lo que senos presenta, desde la lectura de uno y otro texto, como enel resto de sus consideraciones sobre la tercera va, es unproceso social de carcter mundial ineluctable, sancionadocientficamente por la Sociologa como una reinvencintotal, producto inevitable a su vez de nuestro propio mundosocial, pero sin que haya posibilidad de enfrentare sociol-gica o polticamente a las fuerzas reales que lo sustentan ylo dinamizan, as como tampoco cabe hacerse cargo crti-camente, en sentido kantiano, de la dimensin valorativade sus elementos estructurales, de su orientacin o de susfines. La nueva Sociologa ejercera de manual de instruc-ciones para el conocimiento de las partes que componen laglobalizacin, los movimientos y sus usos posibles. Peroen ningn caso podra encontrarse en tal manual indicacio-nes de cmo orientar en un sentido u otro ese proceso,cmo marcar rumbos nuevos o abrir caminos distintos a losya previstos. Se carece de alternativas, mejor an, no tienesentido plantearlas.

    En un debate abierto en la prensa espaola sobre los pro-blemas de la globalizacin, con la participacin de variosprofesores de economa y sociologa, hemos podido com-probar cmo el presidente del Center for Economic PolicyResearch, el espaol Guillermo de la Dehesa, promotor dedicho debate, sacaba las conclusiones de un discurso comoel de Giddens. Para Guillermo de la Dehesa: protestar con-tra procesos generales inherentes al desarrollo de la eco-noma mundial como el capitalismo o la globalizacin actua-les, como si se tratase de ideologas a las que hay que adhe-rirse o rechazar, no tiene ningn sentido prctico ya quedependen de millones de decisiones individuales. Para afir-

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  • mar en un artculo posterior: no es prctico protestar contraun proceso general inherente al desarrollo de la economamundial, sino que es ms efectivo luchar contra situacionesconcretas de desigualdad, injusticia o marginacin quedesencadena la globalizacin.15 Ciertamente cabe que diver-sos individuos se adhieran a tal proceso econmico, comoafirma Guillermo de la Dehesa, pero, como parece deducirsede sus razonamientos, tales adhesiones no son constitutivasde la naturaleza de tal economa ni validan su pertinencia.

    Atendiendo al infocapitalismo con rostro humano de la ter-cera va, asumiendo el mejor escenario econmico con laconfluencia del Banco Central Europeo, el FMI y el BancoMundial, Manuel Castell viene a concluir que, aun en el casohipottico excepcional en el cual confluyeran todos los agen-tes favorecedores de la globalizacin, ms de dos tercios dela humanidad quedaran excluidos, en gran parte, de lamayora de sus beneficios, adems de la enorme cantidad degente que sera relegada de la sociedad en los pases avan-zados. En los propios EE.UU., insiste nuestro autor, alrede-dor de un 15 por ciento vive por debajo del umbral de lapobreza y 5,5 millones de personas estn sometidas al siste-ma de justicia penal. No es posible, adems, dejar de consi-derar los graves problemas de implosin de los mercadosfinancieros y los referidos al estancamiento de la demandasolvente comparada con la capacidad productiva generadapor la innovacin tecnolgica, la organizacin en redes y lamovilizacin de capital. De modo que, si no slo es tica-mente discutible la fantasa de sociedades al estilo de SiliconValley, rodeadas de reas de pobreza y subsistencia en lamayor parte del planeta, la tendencia descrita del actual info-capitalismo, incluso en el mejor de los escenarios, teniendoen cuenta lo ms importante para nuestro objetivo, poltica ysocialmente (es) insostenible. Las consecuencias sociales(desde las nuevas epidemias a la expansin de la economa

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  • criminal mundial, las polticas (como las referidas por Wallers-tein), las referidas al medio ambiente y la destruccin de loque es nuestro propio sentido de la humanidad, son posiblesconsecuencias (algunas, ya en activo) de ese modelo dinmi-co pero excluyente de capitalismo global.16

    En una reedicin del fin de las ideologas, se ha queridocaracterizar la globalizacin econmica, que abarca hoy todoslos campos capaces de rendir beneficios mercantiles, comoun proceso necesario, no sujeto a grupos especiales de fuer-zas, sin afiliacin poltica, dependiente de la creacin tcnica.Es difcil olvidar, sin embargo, apunta el Director de estudiosdel Consejo de Relaciones Exteriores de Nueva York, EthanB. Kapstein, cmo la decisin britnica de 1846, de abolir losderechos aduaneros del trigo, es un ejemplo clsico de unapoltica conscientemente destinada a globalizar la economa afavor de intereses especficos, del mismo modo que la eco-noma global posterior a la Segunda Guerra mundial se derivde una serie de decisiones polticas conscientes, a las que selleg en la creencia en que el aumento de los intercambioseconmicos podra ser una fuerza favorable a la paz y pros-peridad del mundo.17 Desde esta misma perspectiva, ya en1987, al analizar el impulso primero de la globalizacin, sea-laba Castell que es til como recordatorio de que un modeloeconmico nunca es independiente del proyecto poltico sub-yacente que lo impulsa. Ms an, en una economa interna-cional tan estrechamente interconectada, el triunfo de dichomodelo en pases clave, impone de hecho su lgica en el restodel mundo.18 En una caracterizacin poltica ms precisa, afir-ma nuestro autor que el nuevo capitalismo es cualitativamen-te diferente, aplicando principios econmicos y alianzas radi-calmente distintos, y que, por consiguiente, redefinen y trans-forman el mapa prospectivo de los proyectos polticos. Elnuevo modelo de globalizacin econmica, insiste Castell, esel resultado de luchas polticas en el tratamiento de la crisiseconmica y que conducen al triunfo de las fuerzas conserva-

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  • doras, que lleva al desarrollo de un programa denominado,con cierta incorreccin, reaganeconoma. Como compensa-cin de la reduccin social y territorial del mbito de acumula-cin, se trata de un modelo que es, a la vez, econmicamen-te dinmico, socialmente excluyente y funcionalmente plane-tario.19

    La deriva de este modelo capitalista-civilizatorio significa,pues, la ruptura de aquella reorganizacin socio-econmicaa la que se lleg tras la primera guerra mundial, dando lugara lo que Gabriel Tortella ha designado como el hecho msimportante del siglo XX: la revolucin socialdemcrata.Revolucin que se caracteriza por la generalizacin del votouniversal y la participacin creciente de los partidos deizquierda, as como por la introduccin del Estado de Bie-nestar.20 Con ello no slo se quiebra el acuerdo social tras la2 Guerra Mundial y se pierde el apoyo poltico de los diver-sos agentes sociales que haban suscrito el pacto, sino quese crea un perodo de inseguridad que generar liderazgosde otros grupos, los cuales esperan su oportunidad. Puede,enfatiza Kapstein, que el mundo est avanzando inexorable-mente hacia uno de esos trgicos momentos que har quelos historiadores del futuro se pregunten: por qu no sehizo nada a tiempo? Eran inconscientes las lites econmi-cas y polticas de los profundos trastornos que el cambioeconmico y tecnolgico causaba a los trabajadores? Qules impidi dar los pasos necesarios para evitar una crisismundial?.21

    El carcter inexorable que se atribuye a la globalizacinen su aspecto dominante de la nueva economa, as comosus xitos en ciertas reas del planeta, conllevan una reduc-cin creciente de la experiencia por parte de los sujetoshumanos. Lo dado o existente es el nico orden de realidadposible, lo que hay se presenta como el nico referente de

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  • eleccin y de pensamiento. La homogeneizacin crecienteque se deriva de este nuevo capitalismo supone la elimina-cin de las mediaciones simblicas por las que se llevan acabo los deseos de los individuos. Hay una clara expulsinde la subjetividad que se dobla de una prdida de la memo-ria histrica. Parece que no es posible dar oportunidad a losmomentos histricos de cambios sociales, que no cabe dotarde protagonismo a los agentes de procesos revolucionariosni asumir la conjuncin de grupos que coincidieron histrica-mente en la decisin de superar situaciones de dominacin.Parece que es tan acentuada esa falta de memoria histrica,y tan marcada la ruptura con las prcticas simblicas dereconocimiento y actuacin polticas, que la propia actividadconvencional de votar, en pases de tradicin democrtica,se vuelve cuasi enajenada y aparecen figuras realmenteimpolticas elegidas para dirigir las naciones. Y es, justa-mente, esta situacin de aplanamiento de la realidad lo quehace tan difcil que la teora y la filosofa poltica encuentrensocialmente referentes de significado y de valor normativosque permitan su incardinacin en los procesos de reflexin yde decisin polticos. Esta situacin se dibuja con perfilestan lisos y llanos, tan carentes de aristas en el campo de losocial-poltico, que parece que nada nuevo puede visualizar-se en el horizonte. Un autor de izquierdas como Perry Ander-son, editor de la New Left Review , ha llegado a escribir queel nico punto de partida para cualquier movimiento emanci-patorio es una lcida constatacin de una derrota histri-ca...Slo una depresin de proporciones no muy distintas dela del perodo de entreguerras estara en condiciones dezarandear los parmetros del consenso actual.22

    El grado de desencantamiento poltico y de desafeccindemocrtica no ha pasado desapercibido para algunos delos grandes representantes del propio sistema capitalista.Justamente con el nombre de Democracias desafectas: qu

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  • es lo que est conturbando a los pases de la Trilateral?, seha editado por la Pricenton University Press, con fecha delao 2000, un volumen sobre las tribulaciones que estnpadeciendo los pases de la Trilateral. Esta fundacin, unclub selecto frente al masificado Davos, encarg a Susan J.Pharr y Robert Putnam, con la colaboracin de 16 profeso-res, el chequeo de las democracias ms importantes delmundo. Los resultados, pese a las limitaciones que puedenoponerse a este tipo de informes, son expresivos: la desa-feccin con respecto a las democracias existentes es cre-ciente y no hay ningn grupo de naciones que marque unadiferencia en lo referente a tal prdida de legitimacin polti-ca. Las diferencias slo residen en la universal cadencia tem-poral de tal desafeccin. El futuro estara marcado, comoapuntaba Kapstein, por la incgnita de quin o quinestomarn el relevo de los liderazgos actuales.IV. DIMENSIONES DE CAMBIO

    La prosecucin de los elementos emancipatorios huma-nos enunciados en las dos grandes Revoluciones de lamodernidad han sufrido un proceso de desrealizacin en elpropio pensamiento filosfico. Un pensamiento ilustrado, decarcter universalista, que apuesta por los principios de unarazn que slo concede su aprobacin a lo que puede afron-tar su examen pblico y libre se ha tenido que contrastarcon los embates de lo que, en trminos de Lyotard, para lospost-modernos es claro: los juegos de lenguaje son hetero-morfos y proceden de reglas pragmticas heterogneas. Dedonde la finalidad del dilogo no puede ser puesta en el con-senso sino ms bien (en) la paraloga. Lo que con ellodesaparece es la creencia de que la humanidad como suje-to colectivo (universal) busca su emancipacin comn pormedio de la regularizacin de jugadas permitidas en todoslos juegos de lenguaje.23 Orientacin que responde, insisteLyotard, a la evolucin de las interacciones sociales, donde

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  • el contrato temporal suplanta de hecho la institucin perma-nente. No ha faltado quien, como Gray, atribuya a la Ilustra-cin, con su pretensin de progreso, el hecho de la globali-zacin como el ltimo episodio del recurrente utopismo deuna civilizacin que pretendi ser universal. La quiebra delas democracias tardomodernas, por tanto, permitira recu-perar la forma propia de los individuos, esto es, la pluralidadde formas de vida que se muestran inconmensurables entres. La autonoma de los individuos exige la insercin en unaslida cultura pblica, lo que slo es posible en comunida-des reducidas. Este rechazo de la universalidad se encuen-tra, igualmente, en la base de autores que, como Taylor, hanhecho una interpretacin de la diferencia desde una pers-pectiva culturalista que obvia, como en el caso de su inter-pretacin de Fanon, las dimensiones ms polticas y econ-micas de las luchas de los pueblos. La idea de nuevasmodernidades como posibilidades distintas de conformarlos ideales de emancipacin frente a las formas desarrolla-das por la civilizacin occidental, est cobrando significadosmuy dispares y guarda relacin, comnmente, con el recha-zo de la pretensin de universalidad que contienen las cate-goras polticas de nuestra modernidad.

    En estos momentos se han precipitado diversos proce-sos que ataen a la dimensin poltica de nuestras nacio-nes: desde los problemas referidos a una poca post-nacio-nal, la prdida de referentes incluso geogrficos para hacerviable la idea de justicia en una sociedad, la ubicacin localde las nuevas instancias de poder, la desasistencia quesufren muchos individuos en cuanto ciudadanos pasivos,desprovistos de una insercin social y econmica, as comoel problema del otro en la forma concreta de una inmigra-cin, todava no muy significativa entre nosotros, pero queya ha dado pruebas de la dificultad de asumir el pluralismocultural, etc. Estos problemas, en cuanto disonancias episte-

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  • molgicas e injusticias insoportables, constituyen los refe-rentes ms inmediatos de lo que podra resultar la gestacinde ese nuevo imaginario poltico sobre el cual, en formanegativa, he intentado preguntarme, atendiendo a tenden-cias y latencias que no han cobrado an forma o cuya formadefinitiva estara en gestacin. No obstante, en estos ltimosmomentos quisiera hacer mencin a algunas de las dimen-siones de ciertos planteamientos que tienen lugar en el ordenpoltico e incluso son legados no resueltos del pasado msinmediato.

    En primer lugar, quisiera referirme al problema de la dis-tincin entre subjetividad y ciudadana como dos mbitosdistintos, el personal y el poltico, difcilmente conciliables.Un aspecto de esta distincin problemtica ha cobrado unaforma ms concreta de solucin ante la pregunta, tras lacada del socialismo real, sobre el valor y el significado delmarxismo. La utopa marxista de una poca en que un hom-bre individual real vuelva a retomar en s al ciudadano abs-tracto y al hombre individual no slo se ha mostrado imposi-ble, tras el fracaso de la Unin Sovitica, sino que ha puestode manifiesto que la densidad de la cultura pblica exigidaconllevara la negacin de la individualidad misma persegui-da, el propio ideal implica la negacin del objetivo. Por otrolado, desde el marxismo, que en la Unin Sovitica se pre-sentaba como la realizacin del sueo de una humanidadduea de sus destinos, se ha puesto en evidencia aquellomismo que negaba: la necesidad del mbito poltico. Si nocabe la planificacin central, hemos de asumir radicalmenteaquello que conllevara, no la supresin del mercado, sino laadecuada posicin del mercado frente a las necesidadeshumanas: la forma de realizacin prctica a que apunta lademocracia.

    La difcil relacin entre la libertad del sujeto y la dimen-

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  • sin de ciudadano han recibido una muy distinta formulacinque va, desde el contextualismo ms denso ya referido, a lafuncionalidad de formas de solidaridad entre extraos que,en palabras de Habermas, pudo generar el estado-nacin yque, hoy, podra apuntarse como salida a la conjuncin deestados dentro de la Unin Europea. Atendiendo a la referi-da relacin entre la libertad del sujeto y la dimensin de ciu-dadano voy a tomar de nuevo, por mi parte, y en orden a sudiscusin, la interpretacin que he hecho, en este trabajo, dela obra de Rousseau, ciertamente discrepante de otrasmuchas. Seal que El contrato social ha venido siendo elideal de concepcin de la poltica para la izquierda, como enel caso de Engels y, en nuestros das, para un autor comoHabermas, con la salvedad, por parte de este ltimo, dehaber introducido un elemento nuevo: el proceso argumen-tativo dentro de la determinacin de la voluntad general.Pues bien, y a los efectos que aqu nos conciernen, el indivi-duo de El contrato social es aquel que abandona toda iden-tidad adscriptiva para, constituyndose en subjetividad pura,insertarse como miembro de la voluntad general. As loexiga la oposicin al Antiguo Rgimen, esto es, el rechazode una sociedad estamental, jerarquizada segn el status,de acuerdo con la identidad de sangre, etc. Por tanto, elnuevo ciudadano era un igual para el otro pero en cuantoque ninguno de ellos tena identidad social: todos ellos eraniguales por negacin de sus identidades, las cuales, por sucarcter adscriptivo, eran facciosas, tal como se haba mos-trado en la sociedad del Antiguo Rgimen. No puede tolerar-se mediacin alguna entre el individuo y el Estado. Si nadie,pues, ha de depender de otro debido a sus condicionessocio-econmicas, la humanidad habr tomado su destinoen sus manos. Todos somos iguales en la homogeneidad delos que no tienen nada idiosincrtico, ninguna identidad, ni laque otorga el dinero ni la del status social. De igual manera,podramos conformar una comunidad ideal de dilogo por-

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  • que en la absoluta subjetividad, sin identidad facciosa, alcan-zaramos el acuerdo epistemolgico de los que llegan, sinmediacin, a un consenso que, automticamente, sera laverdad. La subjetividad, sin determinacin identitaria, acabasitundonos en un punto de vista universal, sin interferenciade particularidad alguna. Los problemas de la libertad y delciudadano han de replantearse teniendo en cuenta, por elcontrario, aquella definicin hegeliana de la individualidadcomo subjetividad autovinculante. Una tal subjetividad per-mitira hoy tras la experiencia de la democracia el funcio-namiento de la libertad subjetiva como momento constitu-yente tanto de la autoreferencialidad primaria, libertad nega-tiva, como de su dimensin referencial a los otros, que, encalidad de tal, ha de ser asumida igualmente como el princi-pio que hace posible y da cuenta del mbito de lo pblico.Es decir, lo pblico no puede ser estatuido como un marcode principios de actuacin y comunicacin, el cual tuviera,por su parte, un fundamento, en este caso jurdico, distintode la propia libertad del individuo.

    Este es el momento para recoger la anotacin primera enla cual yo sealaba la tensin entre tica y poltica. Desde elpunto de vista de la poltica el criterio de normatividad es elde la igualdad. Sucede que el punto de vista de la moral esaducido cuando el individuo o el grupo no goza de hecho,frente al otro, de una equipotencia, de igualdad. La invoca-cin a la moral alude, en muchas ocasiones, a la situacinde serializacin en la cual los individuos no se han consti-tuido en grupos, con conciencia de tales, para actuar polti-camente, desde la asuncin de su identidad, como iguales aotros grupos. De ah que la moralizacin indiscriminada delas situaciones tenga efectos paralizantes en cuanto a ladeterminacin poltica de las posiciones de los individuos olos grupos. Quisiera aportar al respecto, como ejemplo, algoque ha tenido lugar en estos das. A propsito de la ley de

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  • inmigracin, el da 27 de marzo aparecan sendos artculosde constitucionalistas espaoles en dos diarios distintos, losdos de mbito nacional. Por un lado, Jorge de Estaban,Catedrtico de Derecho Constitucional, aluda al hecho deque los diversos recurrentes, especialmente el PSOE y elPNV, contra la ley de inmigracin, no se basaban en funda-das razones de constitucionalidad y de defensa de los dere-chos humanos. La posicin del Gobierno es estrictamenteconstitucional aunque pudieran tacharla de reaccionaria orealista. Una postura de restriccin en cuanto a la inmigra-cin, en estos momentos, podra ser tildada de no realista yhasta de inhumana. Frente a esta argumentacin de estric-to corte constitucionalista, Juan Jos Solozbal, tambincatedrtico de Derecho Constitucional, argumentaba que lajuridificacin de la Constitucin, valiosa en s misma, puededesconstitucionalizar la vida poltica. Ms concretamante: elexamen de la constitucionalidad de los derechos de los inmi-grantes es inabordable sin reparar precisamente en queestamos hablando de derechos morales, de verdaderosderechos humanos que la Constitucin, o al menos una lec-tura abierta de la misma...no puede menos de reconocer atodos con independencia de la nacionalidad. El da 30 demarzo medio centenar de inmigrantes irregulares toman lasede del Defensor del Pueblo, segn un titular de un diario,con quien dialogan durante cuatro horas para que sirva deintermediario con el Gobierno. Era un grupo de inmigrantesque llevaban das de encierro tanto en una iglesia de Valle-cas como en la Facultad de Matemticas de la Compluten-se. Ms all del Derecho estricto y de la moralidad, tras unperodo de puesta poltica en comn de sus problemas, deci-dieron actuar polticamente como iguales. Coreaban: Sinpapeles, sin papeles! En realidad, haban decidido entrar enel espacio pblico intentando marcar quin y qu es polticoo no, ampliando el espacio del imaginario poltico. Como,por otro lado, ha venido ocurriendo a lo largo de la historia.

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  • Esta anotacin no debera ser entendida como una provoca-cin poltica. Se trata, una vez ms, de dinmicas socialesque, desde la heterodesignada ilegalidad, amplan los cam-pos de la poltica, de la vida poltica. La historia del mundoobrero ha sido una lucha incesante por llevar al campo de lopoltico muchos de los derechos sociales que se intentabanreducir al campo de lo privado.

    Las figuras del otro, de los excluidos, de los incluidos perono asumidos crtica y filosficamente, como es el caso de losnegros en EE.UU. y las mujeres en general, constituyen otrade las dimensiones de un necesario cambio de imaginario pol-tico. A este respecto y por lo que se refiere al grupo de lasmujeres, no ha sido un azar que, tras los das turbulentos conformas claras de racismo en El Ejido, slo el grupo de Muje-res progresistas hayan seguido atendiendo a y tendiendoalianzas con los inmigrantes. La alianza entre las figuras delos situados en el borde del imaginario poltico de la moderni-dad no ha cesado hasta el momento. Esta alianza, siempreruinosa para las mujeres, como han destacado diversas teri-cas feministas, tuvo su momento ms significativo en la luchaconjunta de negros y mujeres en los EE.UU. Es posible, escri-bi Angelina Grimk, liberar a los esclavos y dejar a la mujeren el estado en que se encuentra; lo que no es posible es libe-rar a las mujeres y dejar a los esclavos en su estado. A lapostre, los negros varones, abandonando a las mujeres blan-cas que haban luchado con ellos para obtener el derecho alvoto, pudieron ser integrados en la democracia liberal, con elconsiguiente rechazo de las demandas de las mujeres. El pro-blema, empero, de la democracia liberal no es meramentehistrico. No radica en ciertas circunstancias malhadadas quehabran retrasado la incorporacin de la mujer a la vida polti-ca. Por el contrario, apunta Susan Mendus, la marginacin delas mujeres del mbito del poder poltico, las promesas nocumplidas se deben a que la democracia liberal encarna ide-

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  • ales garantizadores de que jams las cumplir a menos quese emprenda un amplio examen crtico de sus propios funda-mentos filosficos.24

    La relacin entre el liberalismo y el feminismo, ha desta-cado Pateman, son tan profundas como complejas. Ahorabien, el punto crtico se encuentra en la interpretacin queambas corrientes otorgan a la idea de los individuos comoseres libres, iguales, emancipados de los lazos designados yjerarquizados que puedan darse en la sociedad. La reivindi-cacin del derecho a la igualdad marca, precisamente, el lmi-te irrebasable para el liberalismo: universalizar el liberalismoes tanto como cuestionar el liberalismo mismo. En efecto, sibien es cierto que no existe divisin alguna dentro de la socie-dad civil, que es el reino de la vida pblica, no se acostumbraa desarrollar en absoluto cmo esta concepcin de la esferapblica-poltica est relacionada con la vida domstica.25 Elindividualismo liberal est situado en un perspectiva patriar-cal que abstrae al individuo varn de la esfera privada,todava ocupada por las mujeres en rgimen de subordina-cin al hombre, y generaliza,a partir de esa idea de individuovarn, el espacio pblico. Quiz uno de los autores msrepresentativos hoy del liberalismo tal como lo establecePateman sea Rawls. As, en un primer momento, afirma quede alguna manera presumo que la familia es justa.26 El acri-ticismo de su afirmacin, en primer lugar, invisibiliza la reali-dad de la familia del propio contexto cultural sobre el que edi-fica su obra: desde el hecho de que el 50% de los matrimo-nios acaban en divorcio; casi una cuarte parte de los nios/asviven en hogares monoparentales; la alarmante feminizacinde la pobreza ligada a los efectos del tipo de familia que pre-sume justa; feminizacin de la pobreza que, en uno de susaspectos, da cuenta claramente del hecho de que el espacioprivado, ocupado por mujeres, sigue siendo lo que posibilitaal varn la actuacin en el espacio pblico...Desde estossupuestos, la reinvidicacin feminista por la igualdad queda

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  • traducida, en el caso de Rawls, a una simple ampliacin delespacio poltico para que quepan ellas tambin. No hay, comoindicaban Mendus y Pateman, ninguna consideracin crticani filosfica de los presupuestos que estn en la base de esasociedad democrtica sobre la que l establece los criteriosde justicia. Ms an, insiste en que la misma igualdad de laDeclaracin de Independencia que Lincoln invoc para con-denar la esclavitud puede invocarse para condenar la desi-gualdad y la opresin sufrida por las mujeres. 27 La tericaMoller Okin, seguidora en gran parte del constructivismo rawl-siano, despus de probar los resultados histricos de la solu-cin aplicada al tema de la exclusin de los negros y queRawls reclama para las mujeres, escribe que podramos afir-mar sin duda que estaramos bastante mejor si no se noshubiera aplicado ninguna solucin.28

    Se plantea, pues, un problema terico, con gran caladoprctico, en relacin con el intento continuado de invisibilizaro de suprimir las huellas de las mujeres en la conformacinde la sociedad poltica moderna. Me refiero a la forma, cons-tante a lo largo de la historia, por la cual los que pretenden odetentan el poder usurpan la memoria colectiva privatizn-dola en favor de sus intereses. Es comn, por otra parte, quelos deseos de legitimacin del poder frente a otros gruposlleven a los interesados en dicha operacin a la creacin degenealogas especficas para justificar su dominio.

    La confiscacin de la memoria de grupo o de grupos socia-les a favor de una lite, con genealogas manipuladas, fue loque motiv que Ranger propusiera, en el caso de frica, desa-rrollar investigaciones sobre la memoria del hombrecomn...(sobre) todo aquel vasto complejo de conocimientosno oficiales, no institucionalizados..., contraponindose a unconocimiento privado y monopolizado por grupos precisos endefensa de intereses constituidos. Le Goff, quien me ha servi-

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  • do de fuente de los escritos de Ranger, se hace eco, igual-mente, de los estudios de Mansuelli segn los cuales la desa-paricin de la nacin etrusca estara ligada al hecho de que suaristocracia haba convertido en patrimonio propio y singular lamemoria y las historias nacionales. De tal modo que, cuando lanacin etrusca ces de existir como nacin autnoma, losetruscos perdieron, parece, la conciencia de su pasado, estoes, de s mismos.

    En paralelo con la situacin descrita en relacin a losetruscos, las mujeres, si atendemos tanto a las feministascomo a historiadores y tericos de la democracia, se encon-traran con dificultades para identificarse como grupo, en lamedida en que han sido privadas de la memoria de sus refe-rentes emancipatorios a lo largo de las ltimas centurias. Laheterodesignacin, por parte de los varones, del lugar y delos contenidos que competen a las mujeres hacen inviableslas soluciones culturalistas que, como las de Charles Taylor,cifran en la idea de reconocimiento la superacin de lainjusticia histrica. Como le replicara en su da Susan Wolf:la cuestin de saber hasta qu punto y en qu sentido sedesea ser reconocida como mujer es, en s misma, objeto deprofundas controversias...porque no hay una herencia cultu-ral separada clara o claramente deseable que permita rede-finir y reinterpretar lo que es tener una identidad de mujer...yaque esta identidad est puesta al servicio de la opresin y laexplotacin.29

    La filosofa poltica y la sociologa histrica de los con-ceptos adquiere aqu una dimensin especial. Pues el senti-do de la poltica y, en ella, la estructura y el significado de lademocracia se juegan en esa demanda de ilustracin de laIlustracin que asuma crticamente, desde la igualdad, a lamitad de los sujetos humanos excluidos. Como escribe Pate-man: Una vez que se ha contado la historia, se dispone de

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  • una nueva perspectiva desde la cual determinar las posibili-dades polticas...Cuando la historia reprimida de la gnesispoltica se saca a la superficie, el paisaje poltico ya no puedeser otra vez el mismo. He ah el reto, he ah las lindes paraun cambio de imaginario poltico.

    Concluyo. Con Hegel no tengo ms remedio que recono-cer que es insensato pensar que alguna filosofa pueda anti-ciparse a su mundo presente, como que cada individuo dejeatrs a su poca y salte ms all sobre su Rodas. Pero,esta vez, con Bloch, quisiera decir que nada est decididosino que estamos an en un laboratorium salutis. Es verdadque la turbacin y una honda preocupacin se hallan enmedio de nosotros. Sin embargo, ha llegado el momento sise prescinde de los autores del miedo de que tengamos unsentimiento ms acorde con nosotros: Se trata de aprenderla esperanza.

    NOTAS

    1. Kant, I., La contienda entre las Facultades de filosofa y teologa.Madrid 1992, p. 4.

    2. Febvre, L., Pour une histoire a part entire. Ecole de Hautes Etu-des en Sciences Sociales, Paris 1982. I Civilitation, pp. 504-505.

    3. Starobinski, J., Jean-Jacques Rousseau. La transparencia y elobstculo. Traduccin de Santiago Gonzlez Noriega. Madrid 1983,p. 41.

    4. Polany, Karl: La gran transformacin. Madrid 1989, p. 442.5. Riechmann: Una nueva radicalidad emancipatoria: las luchas por

    la supervivencia y la emancipacin en el ciclo de protesta . En Riechmann, J- Fernndez Buey, F., Redes que dan liber-tad. Barcelona 1994, p.116.

    6. Riechmann, J., Un mundo vulnerable. Ensayo sobre ecologa, ticay tecnociencia. Catarata 2000, p. 319.

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  • 7. Martnez Alier, J., La valoracin econmica y la valoracin ecolgi-ca como criterios de la poltica ambiental. En: Quesada, F. (edit.),Filosofa y economa. Arbor CXL, 550 (octubre 1991), pp. 1342.

    8. Heilbroner, R., Visiones del futuro. El pasado lejano, el ayer, el hoyy el maana. Barcelona, 1996.

    9. Ob. Cit., pp.128-130.10. Wallerstein,I., El futuro de la civilizacin capitalista.Barcelona 1997,

    pp. 89-90.11. Wallerstein: Ob. cit., p. 92.12. Giddens, A. y Hutton, W., En el lmite. La vida en el capitalismo glo-

    bal. Barcelona 2001, p. 7. El subrayado es mo.13. Ob. cit. pp. 9 y 10.14. Giddens, A., Un mundo desbocado. Departamento de Sociologa III.

    UNED 1998, pp. 4-6. El subrayado es mo.15. El Pas 14/11/2000 y 21/4/ 2001.16. Castell, M., Tecnologa de la informacin y capitalismo global. En

    Giddesn, A. y Htton, W., Ob. cit., pp.100-102.17. Kapstein, E. B., Trabajadores y la economa mundial. En Poltica

    Exterior. 52,X- Julio-Agosto 1996 , pp. 21 y 22. Puede consultarsea este respecto su libro: Governing the global economy: internatio-nal finance and the State. Foreign Affairs, 1996.

    18. Castell, M., El modelo mundial de desarrollo capitalista y el proyec-to socialista. En VV. AA., Nuevos horizontes tericos para el socia-lismo. Madrid 1987, p. 259.

    19. Ob. cit. p. 262.20. Tortella, G., La revolucin del siglo XX.Madrid 2000, p. 45.21. Art. Cit., pp. 20-21.22. Anderson: Renovaciones. En, New Left Review, 2000. n. 2, pp.7 y

    16.23. Lyotard, J.F., La condicin postmoderna. Madrid 1984, p. 117.24. Mendus, S., La prdida de la fe: feminismo y democracia. En

    D u n n ,J., Democracia Barcelona1 1995, p. 223 .

    25. Pateman, C., Crticas feministas a la dicotoma pblico/privado.En: Castells, C., Perspectivas feministas en teora poltica. Barcelo-na 1996.

    26. Rawls, J., El liberalismo poltico. Barcelona 1996, p. 24.27. Ob. cit., p. 25.

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  • 28. Moller Okin, S., Liberalismo poltico, justicia y gnero. En: Castell,C: Ob. cit., p. 144.

    29. Wolf, S., Comentario. En Taylor, Ch., El multiculturalismo y la pol-tica del reconocimiento. Mxico 1993, pp.109-110.

    * * *

    Diez tesis

    I

    La perspectiva de mi trabajo viene dada por la asuncinde los elementos epistmicos y de accin prctica que con-forman la filosofa poltica.

    Como se sabe, el concepto de lo poltico fue introducidoen el lenguaje actual por Carl Schmitt con un sentido muyestrecho, muy limitado. El sentido poltico de los actos y delos motivos humanos viene dado, segn dicho autor, por ladistincin entre el amigo y el enemigo... hoy por hoy los pue-blos se agrupan de hecho en funcin del antagonismoamigo-enemigo, y todo pueblo que existe polticamente tienedelante esa posibilidad real. Desde estos supuestos y slodesde los mismos es posible concebir y deslindar como algoindependiente el elemento poltico.

    La poltica, tal como se constituye por primera vez en lahistoria a travs del pensamiento griego, fundamento de lacultura occidental, hace referencia, por el contrario y frente alo poltico, a la posibilidad de poner en tela de juicio lasociedad instituida, la sociedad dada histricamente. La pol-tica, pues, no guarda relacin con el reductivismo preconiza-do por Schmitt y su existencial poltico representado por elhostis, ni se puede solapar con el poder explcito y su buro-

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  • cracia, como realidades existentes a travs de toda la histo-ria en sociedades humanas mnimamente complejas. Lapoltica, en cuanto que conlleva su propio efecto reflexivocomo filosofa poltica, alude a una triple dimensin: pensa-miento autorreflexivo , como instancia que apunta a la auto-determinacin del sujeto, de los sujetos, frente a la consa-gracin del nomos como algo natural; pensamiento crtico ,como necesidad de revalidar la dimensin veritativa de lasrelaciones polticas instituyentes de sentido dentro de lasociedad y pensar democrtico , como exigencia de igual-dad tanto en la posibilidad de expresarse pblicamente comoen la necesaria ponderacin de la argumentacin de cadaciudadano.

    La conjuncin entre poltica y filosofa, la poltica, en sudimensin instituyente de la sociedad se ha dado, hastaahora, por dos veces: en la Atenas clsica, de un modo para-digmtico, y en la poca moderna, a travs de las dos revo-luciones burguesas, la americana y la francesa.

    A expensas de mayores precisiones, especialmente en loreferente a la idea de autoconstitucin social, asumo la defi-nicin de imaginario poltico-social formulado por Castoria-dis. El imaginario alude al denso conjunto de significaciones,no meramente racionales, por medio del cual cobra cuerpoen una sociedad su propio mundo de vida, marca sus rela-ciones con la naturaleza, establece sus seas de identidad.De modo que, si bien filosofa y democracia, como la formams radical de expresin concreta, histrica, de la poltica,no coinciden, sin embargo, vienen a co-significar un mismoproceso.

    II

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  • 1.- Las ideas de crisis y de cambio han sido sustentadas,ciertamente, por posiciones muy distintas a las que intenta-mos dar forma. Desde Kenichi Ohmae con su teora de lascuatro es, a la nueva figura del hombre de Davos articula-da por Huntington. Segn Ohmae, los individuos han entra-do en la historia clamando venganza, y tienen reclamacio-nes reclamaciones econmicas que plantear...El suyo esel idioma de una economa en la que cada vez subsistenmenos fronteras, el idioma de un mercado verdaderamentemundial (18 y 27). Habramos entrado, pues, en una nuevapoca civilizatoria irrefrenable, marcada por el fin de todaslas formas tradicionales en el orden social y poltico.

    2.- Mi posicin, ms centrada en los aspectos filosfico-polticos, no quiere, sin embargo, desconocer que la supues-ta crisis y el hipottico cambio vienen definidos tambin y engran parte por El futuro de la civilizacin capitalista. El ttu-lo de la obra de Wallerstein sirve, en efecto, para atenderuna de las dimensiones de la crisis actual. La idea de civili-zacin, que, en un principio, tuvo el sentido de un ideal moraladquirir, a raz de la Revolucin francesa, una nueva dimen-sin, una segunda acepcin: la posibilidad de un cambioestructural de la sociedad. El capitalismo, sistema histricosurgido en Europa, acabar heredando el ideal de universa-lismo contenido en la primera acepcin. El xito de este sis-tema histrico, que devendr sistema mundo-capitalista,ser el principio de su fin: siendo un sistema que necesitauna expansin espacial constante, ha alcanzado sus lmi-tes, al haberse hecho co-extensivo con el mundo mismo. Elproblema radica en las dimensiones de jerarquizacin,exclusin y mercantilizacin que conlleva el sistema capita-lista no slo de la fuerza de trabajo sino de las institucionescomunitarias en el mundo moderno, especialmente en lo quese refiere a la democracia.

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    Fernando Quesada

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  • 3.-Desde una ptica filosfico-poltica muy distinta a laanterior, que es de carcter sociolgico, se ha sostenido quehabramos entrado en momentos de una discontinuidadhistrica con respecto del capitalismo y en una nueva etapade globalizacin econmica. La crisis econmica del sudes-te asitico habra puesto de manifiesto la disonancia cogniti-va en que se encuentra EE.UU. con respecto a una supues-ta convergencia no traumtica de los dems pases dentrode una economa globalizada sin alteraciones graves. Por elcontrario, las convulsiones econmicas a las que asistimoshan de interpretarse como el final del utopismo de la ideaoccidental de la Ilustracin de una civilizacin universal.Igual que otras utopas del siglo XX, escribe Gray, el lais-sez-faire global ser tragado junto a sus vctimas por elagujero de la historia (Falso amanecer, p. 296). Bien es cier-to que este final, si ha de ser valioso humanamente, implicapara Gray no slo el abandono de un progreso continuosino igualmente el de la nocin de civilizacin universal. Lafilosofa poltica ha de asumir que, frente a