butler-el destino de la carne

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BUTLER-El Destino de La Carne

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    Alba Clsica Coleccin dirigida por Luis Magriny Ttulo original: The way of all flesh de la traduccin: Juan Jess Zaro Vera de esta edicin: ALBA EDITORIAL, S.A.U. Camps i Fabrs, 3-11 4 Primera edici6n: octubre de 2001 ISBN: 84-8428-108-6 Depsito Legal: B-39 485-01 Impresin: Liberduplex, s.l. Constitucin. 19 08014 Barcelona Impreso en Espaa

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    NOTA AL TEXTO Samuel Butler escribi El destino de la carne en tres etapas: los

    primeros captulos (1-31) fueron escritos en 1874. En 1878, el autor los revis y aadi unos cuantos ms, concretamente hasta el 60. Finalmente, termin la novela en 1883 y efectu una nueva revisin de los captulos escritos con anterioridad.

    Su amigo R A. Streatfeild fue encargado por el propio Butler, antes de morir, de ordenar y preparar el manuscrito de la novela para publicacin. Con tal fin, Streatfeild redujo los captulos a 86, y reconstruy a partir de las notas del autor los captulos 4 y 5, que faltaban en el manuscrito original, a partir de una copia de ste propiedad de otro amigo de Butler, Henry Festing Jones. Streatfeild, adems, elimin tanto pasajes repetitivos como digresiones excesivamente largas y modific la puntuacin y la ordenacin por prrafos segn sus propios criterios.

    En 1965, Daniel Howard public el manuscrito, incluyendo notas escritas por el propio Butler y eliminadas despus por Streatfeild. Esta edicin, sin duda esencial desde el punto de vista acadmico, no ha sido utilizada, quiz por su desmesurada extensin, en las ediciones populares de la obra de Butler, que han seguido basndose en la edicin de Streatfeild.

    Para esta traduccin de El destino de la carne se ha seguido la edicin de Peter Raby (Londres: Everyman, 1933), que a su vez sigue bsicamente la primera edicin de Streatfeild, aunque aade los prrafos ms significativos omitidos por ste. Hay otra traduccin espaola de la novela (As muere la carne Barcelona: Editorial Maten, 1953) efectuada por Rafael Ballester, en la que se omiten numerosos prrafos del original.

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    Ahora bien, sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para

    el bien de los que le aman. (Romanos, 8:28)

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    CAPTULO I Uno de los recuerdos que conservo de cuando era pequeo, a

    comienzos de siglo, es el de un anciano que llevaba pantalones hasta la rodilla y medias de estambre, y que sola andar cojeando por las calles de nuestro pueblo con ayuda de un bastn. Deba de tener cerca de ochenta aos en 1807, que es la fecha ms lejana en que le recuerdo, pues yo nac en 1802. Le colgaban unos cuantos rizos de las orejas, tena los hombros encorvados y le fallaban las rodillas aunque, en general, estaba sano y gozaba de gran respeto en nuestro pequeo universo de Paleham. Se llamaba Pontifex.

    Se deca que estaba a las rdenes de su esposa, la cual, segn pude saber, aport al matrimonio cierta cantidad de dinero, que seguramente no fue mucha Ella era una mujer alta, de hombros cuadrados (recuerdo que mi padre la llamaba mujer gtica), que insisti en contraer matrimonio con el seor Pontifex cuando ste era joven y demasiado bondadoso como para decirle que no a ninguna mujer que lo cortejara. La pareja no haba sido desgraciada, porque el marido era de naturaleza afable y aprendi pronto a doblegarse ante el temperamento ms irascible de su esposa.

    El seor Pontifex fue carpintero de oficio hasta que comenz a trabajar de empleado para la parroquia. En la poca en que lo recuerdo, haba prosperado lo suficiente como para no tener que trabajar ms con las manos. Cuando era joven, aprendi a dibujar de modo autodidacta. Y no es que fuera un gran dibujante, pero asombraba ver lo bien que lo haca. Mi padre, que fue nombrado rector de Paleham en el ao 1797, se hizo con numerosos dibujos del viejo seor Pontifex, que siempre mostraban temas locales y estaban hechos de modo tan meticuloso, sin ningn artificio, que podan pasar por obras de algn gran maestro antiguo. Los recuerdo enmarcados tras cristales, colgados en el estudio de la rectora, cubiertos por la sombra verde de la hiedra entremezclada

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    alrededor de las ventanas, que proyectaba su color a toda la habitacin. Me pregunto cundo dejarn de ser dibujos y cules sern las nuevas fases de su existencia.

    Pero el seor Pontifex no se content con ser dibujante, sino que, adems, la necesidad le hizo dedicarse a la msica. Construy el rgano de la iglesia con sus propias manos, e hizo otro menor que conservaba en su casa. Tocaba igual de bien que dibujaba, sin ajustarse demasiado a los cnones profesionales, pero mucho mejor de lo que cabra esperar. Yo mostr a edad temprana cierta inclinacin por la msica, la cual fue descubierta muy pronto por el seor Pontifex que, desde entonces, me prest una atencin especial.

    Podra pensarse que, al dedicarse a cosas tan distintas, le sera difcil ganar dinero, pero no era se el caso. Su padre haba sido jornalero, y l mismo empez a ganarse la vida sin ms capital que su buen juicio y su fortaleza fsica. En cambio, ahora haba en el patio de su establecimiento mucha madera almacenada, seal inequvoca de prosperidad. A finales del siglo XVIII, y no mucho antes de que mi padre se estableciera en Paleham, compr una granja de noventa acres, lo que le hizo ascender en la escala social. La granja tena una casa de aspecto antiguo, pero era cmoda y tena un precioso jardn y un huerto. El taller de carpintera se encontraba en un pabelln que fue antes parte de un convento, cuyas ruinas podan verse en un lugar llamado Abbey Close. La casa, envuelta en madreselvas y rosales trepadores, daba realce al pueblo, y su interior no era menos vistoso. Corra el rumor de que la seora Pontifex almidonaba las sbanas de su mejor cama, cosa que yo creo firmemente.

    Qu bien recuerdo su salita de estar, cuya mitad ocupaba el rgano construido por su marido y que ola a las manzanas del pyrus japonica que creca junto a la casa; el cuadro del buey premiado, pintado por el propio seor Pontifex, colgado encima de la chimenea; un dibujo que mostraba a un hombre alumbrando a un carruaje en una noche nevada, tambin del seor Pontifex; las figuritas del viejecito y la viejecita, que predecan el tiempo; las del pastor y la pastora, de porcelana; los jarrones, llenos de tallos verdes y flores, en los que haba una o

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    dos plumas de pavo real, y los cuencos de loza llenos de ptalos de rosa secos con sal marina. Todo desapareci hace mucho tiempo, y se ha convertido en un recuerdo borroso que an me resulta fragante.

    Tambin recuerdo la cocina de la seora Pontifex, en la que al fondo se vea una alacena cavernosa donde brillaban las plidas superficies de los cubos de leche, o quiz de los brazos y la cara de la sirvienta qu recoga la nata. O su despensa, en la que, entre otros tesoros, guardaba su famosa pomada para los labios, uno de sus productos ms afamados, que regalaba todos los aos a todos aquellos a los que distingua con su amistad. Una vez le escribi la receta a mi madre, uno o dos aos antes de que muriera, pero a ella no le sali igual. Cuando ramos nios, sola enviarle sus respetos a mi madre y nos invitaba a su casa a tomar el t con ella. Nos atenda esplndidamente. Por lo que se refiere a su carcter, jams conocimos a una anciana tan encantadora como ella. De todo lo que el seor Pontifex hubo de aguantar, nosotros nunca tuvimos motivo de queja. Luego, el seor Pontifex tocaba el rgano mientras nosotros le rodebamos boquiabiertos, pensando que era el hombre ms inteligente del mundo a excepcin, claro est, de nuestro padre.

    La seora Pontifex careca de sentido del humor o, al menos, yo no logro acordarme de ninguna muestra de l, pero su marido era muy divertido, a pesar de que muy pocos lo habran deducido de su apariencia. Recuerdo que una vez mi padre me envi a su taller a por cola. Cuando entr, sorprend al anciano seor en el momento de reprender a su aprendiz. Tena al muchacho que era un poco duro de mollera cogido por las orejas, y le deca:

    Qu? Otra vez perdido? Pero qu cabeza tienes! (Supongo que se diriga al chico como si fuera un alma

    errabunda que estaba, efectivamente, perdida.) Mira, Jim, hijo sigui diciendo, algunos chicos nacen

    estpidos, y t eres uno de ellos. Otros se hacen estpidos, y t tambin eres uno de ellos. No slo naciste estpido, sino que tu estupidez ha aumentado. Y, finalmente, a otros y

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    aqu se alcanz el clmax, durante el cual la cabeza del muchacho fue agitada de lado a lado, se les inculca la estupidez, pero, si Dios quiere, t no vas a ser uno de ellos, porque yo voy a sacrtela de adentro aunque tenga que aplastarte las orejas.

    Sin embargo, el anciano nunca le aplast las orejas a Jim, ni hizo nada ms, excepto asustarlo, pues los dos se conocan uno al otro perfectamente. En otra ocasin, recuerdo cmo llam al cazador de ratas del pueblo dicindole: T, el tres das y tres noches, ven aqu!, aludiendo, como despus supe, a lo que duraban sus borracheras, pero ya no voy a referir ms ancdotas. El rostro de mi padre siempre se iluminaba al mencionarse el nombre de Pontifex.

    Quiero que sepas, Edward me deca, que el viejo Pontifex no ha sido slo un hombre listo, sino uno de los ms listos que he conocido.

    Esto sobrepasaba lo que yo, entonces un joven muchacho, poda admitir.

    Mi querido padre responda yo, y qu es lo que ha hecho? Sabe dibujar un poquito, pero le aceptaran alguna vez un cuadro en la exposicin de la Royal Academy? Ha construido dos rganos, y sabe tocar el minu de Sansn en uno, y la marcha de Escipin1 en el otro; es un buen carpintero y un bromista; una buena persona, sin duda, pero... por qu considerarlo ms listo de lo que realmente es?

    Hijo mo responda mi padre, no debes juzgar sus obras, sino stas en relacin con su entorno. T crees que a Giotto o Filippo Lippi les habran aceptado un cuadro para la exposicin? Habra tenido cualquiera de los frescos que fuimos a ver a Padua la menor posibilidad de ser colgado si hubiera sido enviado ahora a la exposicin? La gente de la Academia se habra enfurecido tanto que ni siquiera le habran escrito al pobre Giotto para decirle que retirara el cuadro! Pero bueno...! sigui diciendo, totalmente encendido. Si Pontifex hubiese tenido las oportunidades de Cromwell, habra hecho todo lo que

    1 Sansn es un oratorio, y Escipin una pera, ambos de Haendel. (Esta nota, como

    las siguientes, es del traductor.)

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    ste hizo, y mucho mejor! Si hubiese tenido las de Giotto, habra hecho todo lo que ste hizo, y no peor que l! A pesar ser slo un carpintero de pueblo, estoy seguro de que nunca ha hecho una chapuza en toda su vida.

    Pero dije yo no podemos juzgar a nadie si ponemos tantas condiciones. Si el viejo Pontifex hubiese vivido en los tiempos de Giotto, podra haber sido otro Giotto, pero no vivi en aquella poca.

    Te vuelvo a decir, Edward dijo mi padre con cierta solemnidad, que no debemos juzgar a los hombres tanto por lo que hacen como por lo que nos hacen sentir que son capaces de hacer. Si un hombre logra en la pintura, en la msica, o simplemente en los asuntos de la vida, algo que logre hacerme sentir que puedo confiar en l si lo necesito, ya ha hecho bastante. Lo que voy a juzgar no es lo que un hombre haya puesto sobre el lienzo, ni los actos que haya plasmado sobre el lienzo de su vida, por as decirlo, sino si me consigue transmitir lo que una vez l sinti y logr. Lo nico que le pido es que me haga sentir que l tambin percibi todas aquellas cosas que yo considero importantes. Puede que su gramtica haya sido imperfecta, pero de todos modos yo lo entiendo, y l y yo nos entendemos. Te repito, Edward, que el viejo Pontifex no es slo un hombre listo, sino uno de los ms listos que he conocido.

    De nuevo, no haba nada ms que decir, y mis hermanas me advirtieron con los ojos que me callara. De un modo u otro, mis hermanas siempre intentaban disuadirme cuando yo empezaba a discutir con mi padre.

    Y en cuanto a su maravilloso hijo sigui diciendo mi padre, a quien yo haba enardecido, no le llega a la suela del zapato. Gana miles de libras al ao, mientras que su padre reunir tal vez trescientos chelines en toda su vida. Es un hombre afortunado, pero su padre, cojeando por Paleham Street con sus medias grises de estambre, su sombrero de ala ancha y su levita marrn le da cien vueltas, a pesar de todos los carruajes, los caballos y los aires que se da el hijo. Y, sin

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    embargo aadi, George Pontifex tampoco es ningn estpido.

    Y esto nos lleva a la segunda generacin de la familia Pontifex, que es de la que nos vamos a ocupar.

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    CAPTULO II El anciano seor Pontifex se cas en el ao 1750, pero su

    esposa no tuvo hijos durante los siguientes quince aos. Al final de ese perodo, la seora Pontifex sorprendi a todo el pueblo al dar inequvocas muestras de estar en disposicin de darle a su marido un heredero o heredera. El suyo haba sido considerado un caso sin remedio y cuando, al consultar al mdico, fue informada del significado de ciertos sntomas, se enfad mucho y le reprendi duramente por decir tonteras. Se neg siquiera a enhebrar un hilo en una aguja para preparar la ropa de su hijo, y se habra encontrado totalmente desprevenida si sus vecinos no hubieran juzgado mejor su estado que ella y no lo hubiesen dispuesto todo sin decirle nada. Tal vez tema a Nmesis, aunque, con toda seguridad, ella no saba quin o qu era Nmesis; quiz pens que el mdico haba cometido un error y que se reiran de ella. De cualquier modo, rehus reconocer la evidencia, y as se mantuvo hasta que una noche nevada de enero, mandaron llamar al mdico con toda urgencia por todos los caminos que llevaban al pueblo. Cuando lleg, se encontr dos pacientes, y no slo uno, que requeran su ayuda, pues ya haba nacido un nio que fue bautizado, cuando lleg el momento, con el nombre de George en honor de Su Majestad Jorge III, entonces rey.

    A mi modesto entender, el carcter de George Pontifex se forj en gran medida a partir de su madre, aquella anciana y obstinada seora, que, aunque no quera a nadie excepto a su marido (y a ste slo a su manera), volc todo su afecto en el nio inesperado que naci tardamente, aunque rara vez lo demostrara.

    El nio se convirti en un muchacho pequeo, robusto y de ojos brillantes, muy inteligente, quiz demasiado inclinado a aprender de los libros. Al ser tratado en casa con gran cario, amaba a su padre y a su madre, y aunque su naturaleza lo instaba a amar a todo el mundo, no quera a nadie ms. Tena

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    un sentido cabal e higinico del meum y tan ligero del tuus como poda permitirse. Criado al aire libre, en uno de los pueblos mejor situados y ms saludables de Inglaterra, sus pequeos miembros pudieron ejercitarse mucho. En aquellos das, a las mentes infantiles no se las sobrecargaba de trabajo, como ahora, y quiz por esta razn el muchacho mostr desde muy pronto gran avidez por aprender. A los siete u ocho aos saba leer, escribir y sumar mejor que ningn otro nio de su edad en el pueblo. Mi padre no era todava rector de Paleham y, por tanto, no puede acordarse de la niez de George Pontifex, pero he odo a los vecinos contar que lo consideraban un nio excepcionalmente precoz y adelantado. Su padre y su madre se sentan orgullosos de su vstago, y la madre se empe en que un da llegara a ser uno de los reyes y magnates de la Tierra2.

    No obstante, una cosa es decidir que tu hijo alcance alguno de los grandes trofeos de la vida, y otro saldar cuentas con la fortuna con respecto a este asunto. George Pontifex podra haber sido tambin carpintero; podra haber prosperado sucediendo a su padre como uno de los pequeos magnates de Paleham, y haber sido un hombre mucho ms afortunado de lo que realmente fue, pues creo que rara vez le ha sonredo tanto a alguien la fortuna como a los ancianos seor y seora Pontifex. Lo que sucedi fue que, en torno al ao 1780, cuando George tena quince aos, una hermana de la seora Pontifex, que se haba casado con un tal seor Fairlie, le hizo una visita de unos das a su hermana en Paleham. El seor Fairlie tena una editorial, con sede en Paternoster Row, que publicaba sobre todo libros religiosos. Gozaba este Fairlie de buena posicin social, junto con su esposa. Las dos hermanas no mantenan una relacin demasiado estrecha durante los ltimos aos pero el caso es que, por el motivo que fuera, el seor y la seora Fairlie se hospedaron en el tranquilo y cmodo hogar de su hermana y cuado. Durante la visita, el pequeo George se gan las simpatas de sus tos. Un nio vivaz e inteligente, con buenas maneras, fortaleza fsica e hijo de padres respetables

    2 Job, 3:14. [Todas las citas bblicas proceden de: Sagrada Biblia. Traduccin de E.

    Ncar y A. Colunga, 31." edicin. Madrid: B.A.C., 1972].

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    posee un valor potencial que un hombre de negocios con experiencia, que necesita a muchos subordinados, difcilmente deja de apreciar. Antes de que la visita tocase a su fin, el seor Fairlie propuso a los padres del nio formarlo en su propio negocio, prometindoles que, si responda bien, no le faltara apoyo. La seora Pontifex valoraba demasiado el inters de su hijo como para despreciar una oferta as, de modo que el asunto qued zanjado enseguida y, quince das despus de que los Fairlie se marcharan, George fue enviado en diligencia a Londres, donde fue recibido por sus tos, con quienes iba a vivir segn el acuerdo alcanzado.

    Esta fue la gran oportunidad vital de George. Desde entonces, llev mejores ropas de las que sola llevar, y cualquier atisbo de rusticidad en su forma de moverse y de hablar fue corregido tan rpida y completamente que pronto result imposible detectar que no haba nacido criado entre gentes que tienen lo que en palabras comunes se denomina educacin. El muchacho aprendi muy pronto su trabajo, justificando con creces la favorable opinin que de l se haba formado el seor Fairlie. A veces, lo enviaban a Paleham a pasar unos das de vacaciones, y muy pronto sus padres notaron que haba adquirido unos aires y una manera de hablar distintos de los que tena al salir del pueblo. Se sentan orgullosos de l, as que enseguida asumieron los papeles que les correspondan, y renunciaron a cualquier forma de control paterno, ya que en realidad no haba necesidad alguna. A cambio, George se mostr siempre carioso con ellos y les guard un afecto mayor que el que, segn imagino, sinti nunca por un hombre, una mujer o un hijo.

    Las visitas de George a Paleham nunca eran largas, porque la distancia desde Londres era de algo menos de cincuenta millas y la cubra una diligencia directa, de modo que el viaje era fcil. No haba tiempo, por consiguiente, de que se agotara la novedad, tanto por parte del joven muchacho como de sus padres. George disfrutaba con el aire fresco del campo y el verde de los prados, acostumbrado a la oscuridad que lo

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    rodeaba en Paternoster Row que entonces, como ahora, era un callejn oscuro y estrecho ms que una verdadera calle.

    Adems del placer de ver los rostros familiares de agricultores y vecinos, le encantaba ser visto y felicitado por ser un joven afortunado y bien parecido, pues l no era de los que ocultan sus cualidades. Su to le hizo aprender latn y griego por las tardes, lenguas que se haba tomado con inters y que logr dominar en poco tiempo, cuando a la mayora de los jvenes les cuesta mucho ms. Supongo que sus conocimientos le conferan una seguridad en s mismo que era fcil de percibir, quisiera l o no. De cualquier modo, pronto comenz a opinar de literatura, y poco tard en opinar tambin sobre arte, arquitectura, msica y cualquier otra cosa. Al igual que su padre, conoca el valor del dinero, pero era ms ostentoso y menos generoso. A pesar de su edad, era un pequeo gran hombre de mundo, y se comportaba ms por principios que l mismo haba probado personalmente hasta asumirlos que por convicciones ms profundas, las cuales, en el caso de su padre, resultaban tan instintivas que no poda explicarlas.

    Su padre, como he dicho, estaba encantado y lo dejaba actuar. Su hijo se haba distanciado bastante, y l lo saba perfectamente, aunque no lo expresara. Unos aos despus, se pona sus mejores trajes siempre que su hijo vena a visitarlo, y no volva a ponerse sus ropas ms corrientes hasta que George regresaba a Londres. Creo que el anciano seor Pontifex, adems de orgullo y afecto, le tena cierto miedo a su hijo, como si fuera un ser que l mismo no poda comprender del todo, y cuya forma de actuar, a pesar de la aparente armona, no era igual que la suya. La seora Pontifex no senta nada parecido: para ella, George era la perfeccin pura y absoluta, y vea o se imaginaba que vea con gran placer que en su fsico y en su carcter se pareca a ella y a su familia ms que a la de su marido.

    Cuando George iba a cumplir veinticinco aos de edad, su to lo convirti en socio de modo muy generoso. Pocos motivos tuvo para lamentar esta decisin. El joven infundi un nuevo vigor a una industria ya vigorosa de por s, y cuando cumpli

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    los treinta, sus ganancias no bajaban de 500 libras al ao. Dos aos despus, se cas con una joven que era siete aos menor que l, y que aport una considerable dote al matrimonio. Ella muri en 1805, al nacer la menor de sus hijas, Alethea, y su marido nunca volvi a casarse.

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    CAPTULO III Durante los primeros aos de este siglo, cinco nios pequeos

    y una pareja de ayas empezaron a visitar peridicamente Paleham. No hace falta decir que se trataba de una nueva generacin de la familia Pontifex, a los que la anciana pareja, sus abuelos, demostraban tanta deferencia y cario como si se tratara de los hijos del lord corregidor del condado. Sus nombres eran Eliza, Maria, John, Theobald (que naci en 1802, como yo) y Alethea. El seor Pontifex siempre pona el ttulo de seor o seorita delante de los nombres de sus nietos, excepto en el caso de Alethea, que era su predilecta. Ignorar a sus nietos le habra resultado tan difcil como ignorar a su esposa, y hasta la anciana seora Pontifex ceda ante ellos y les permita todo, incluso cosas que nunca habra permitido a mis hermanas o a m mismo, que ramos los siguientes en su estimacin. Slo tenan que cumplir dos reglas: limpiarse bien los zapatos antes de entrar en casa y no llenar de aire el rgano del seor Pontifex, ni extraerle los tubos.

    Nosotros, los de la rectora, esperbamos ansiosamente la visita anual de los pequeos Pontifex a Paleham ms que ningn otro acontecimiento. Participbamos de la permisividad reinante, bamos a tomar el t con la seora Pontifex para recibir a sus nietos, y luego nuestros pequeos amigos venan a la rectora a tomarlo con nosotros, de modo que todos lo pasbamos muy bien. Yo me enamor desesperadamente de Alethea, y en realidad todos nos enamoramos de todos, reivindicando sin recato la pluralidad y el intercambio de maridos y esposas delante de las ayas. ramos muy felices, pero hace ya tanto tiempo que me olvidado de casi todo, menos de que ramos muy felices. El nico detalle que ha quedado grabado en mi recuerdo es cuando Theobald un da le peg a su aya y se meti con ella, y cuando sta dijo que se marchaba, le grit: No te irs! Te retendr aqu a propsito para atormentarte!.

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    Una maana de invierno, en el ao 1811, omos repicar la campana mientras nos vestamos en una habitacin interior, y nos contaron que era por la anciana seora Pontifex. Fue nuestro criado John quien nos dio la noticia, aadiendo con horrible ligereza que tocaban la campana para que vinieran a llevrsela. Un sbito ataque de parlisis se la haba llevado de este mundo. Y el suceso se volvi incluso ms dramtico cuando nuestra aya nos asegur que, si Dios quera, en aquel momento todos podramos sufrir un ataque similar que nos trasladara directamente hasta el Da del Juicio Final. Dicha fecha, segn la opinin de aquellos que parecan conocer el tema, no iba a demorarse en ninguna circunstancia ms que unos pocos aos ms, y entonces el mundo entero ardera y a nosotros nos esperara una eternidad de torturas, a menos que cambisemos nuestra actitud con ms firmeza de lo que lo hacamos por entonces. Todo resultaba tan alarmante que nos pusimos a gritar y formamos tal estruendo que nuestra aya tuvo que rectificar sus argumentos para detenerlo. Luego lloramos, un poco ms tranquilos, al recordar que ya no tomaramos ms t ni pasteles en casa de la anciana seora Pontifex.

    El da del funeral, sin embargo, fue emocionante. El viejo seor Pontifex envi un panecillo de los de a penique a todos los habitantes del pueblo, siguiendo una costumbre que era habitual a comienzos de siglo. El panecillo se denominaba limosna. Nunca habamos conocido antes esta costumbre y, adems, a pesar de haber odo hablar de los panecillos de a penique, nunca habamos visto uno. Eran regalos que nos hacan por ser habitantes del pueblo, tratndonos como si furamos adultos, pues nuestros padres y nuestros sirvientes recibieron tambin un panecillo, pero slo uno. An no nos dbamos cuenta de que ramos habitantes de algn sitio y, por ltimo, los panecillos estaban recin hechos, cosa que a nosotros nos gustaba mucho y que pocas veces, o nunca, nos dejaban comer porque decan que no nos sentaban bien. Por consiguiente, el cario que le tenamos a nuestra vieja amiga tuvo que competir con los ataques combinados de inters

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    arqueolgico, los derechos de la ciudadana y de la propiedad, el excelente aspecto y sabor de los panecillos y lo importantes que nos sentamos por haber sido amigos de un difunto. Posteriores averiguaciones nos revelaron que haba pocos motivos para esperar una muerte temprana de cualquiera de nosotros, de modo que, al final, nos gust la idea de que se llevaran a otra persona al cementerio, pasando en muy poco tiempo de una extrema depresin a un regocijo no menos extremo. Un cielo nuevo y una tierra nueva3 nos haban sido revelados al percibir que podamos sacar provecho de la muerte de nuestros amigos y me temo que, durante cierto tiempo, nos interesamos por la salud de todos los habitantes del pueblo cuya posicin social permitiera una repeticin del episodio de la limosna.

    En aquellos das, todos los grandes acontecimientos parecan muy lejanos, y nos sorprendimos al enterarnos de que Napolen Bonaparte an viva. Pensbamos que un personaje as slo poda haber vivido hace muchos aos, y ahora resultaba que casi poda ser un vecino cercano. Esto confirmaba la opinin de que el Da del Juicio Final estaba ms prximo de lo que creamos, pero nuestra aya insisti en que no nos preocupramos, y ella saba del tema. En aquellos das, la nieve duraba ms tiempo, y se mantena en las callejuelas mucho ms que ahora, de modo que, a veces, la leche llegaba congelada en invierno, y nos llevaban a la cocina para que la viramos. Supongo que ahora hay rectoras por todo el pas adonde la leche llega a veces congelada en invierno, y que los nios siguen acudiendo para verla, pero nunca he visto que se congele en Londres, as que supongo que los inviernos son ms clidos ahora que antes.

    Casi un ao despus de la muerte de su esposa, el seor Pontifex se reuni tambin con sus antepasados. Mi padre lo vio el da antes de que muriera. El anciano tena una teora sobre los atardeceres, y se haba hecho construir una escalera con dos escalones, que puso contra un muro del huerto, desde la que sola contemplar el sol cuando se pona. Mi padre fue a

    3 Apocalipsis, 21:1.

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    visitarlo aquella tarde, justo al atardecer, y al acercarse desde el prado por donde discurra el camino, lo vio con los brazos apoyados en lo alto del muro mirando hacia el sol. Entonces le oy decir: Adis, adis, sol! cuando el sol se puso, y not, por su voz y sus gestos, que ya estaba muy dbil. Antes del siguiente atardecer, ya se haba ido.

    No hubo limosna. Varios nietos suyos acudieron al funeral, y tanto ellos como nosotros nos quejamos, pero no obtuvimos nada. John Pontifex, que era un ao mayor que yo, se mof de los panecillos de a penique, e incluso dijo que si yo quera uno deba ser porque mi padre y mi madre no podan comprrmelo, y entonces creo que nos pusimos a pelear, y quiero creer que John Pontifex se llev la peor parte, pero quiz fuera al revs. Recuerdo que una de las ayas de mis hermanas yo ya era demasiado mayor para tener una refiri el asunto a las instancias superiores y que nos sometieron a alguna vejacin. Sin embargo, ya nos haban despertado completamente de nuestro sueo, y transcurri mucho tiempo hasta que pudimos or las palabras panecillos de a penique sin que nuestras orejas no enrojecieran de vergenza. Si hubieran repartido una docena de limosnas despus de aquello, no nos habramos atrevido a tocar ni siquiera una.

    George Pontifex construy un monumento a sus padres, una sencilla losa en la iglesia de Paleham, en la que se inscribi el siguiente epitafio:

    CONSAGRADO A LA MEMORIA DE JOHN PONTIFEX, QUE NACI EL 16 DE AGOSTO DE 1727, Y MURIO EL 16 DE FEBRERO DE 1812, A LOS 85 AOS DE EDAD, Y DE RUTH PONTIFEX, SU ESPOSA, QUE NACI El. 13 DE OCTUBRE DE 1727 Y MURI EL 10 DE ENERO DE 1811, A LOS 84 AOS DE EDAD. FUERON MODESTOS, PERO EJEMPLARES, EN EL EJERCICIO DE SUS DEBERES RELIGIOSOS, MORALES Y SOCIALES. ESTE MONUMENTO FUE ERIGIDO POR SU NICO HIJO.

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    CAPITULO IV Un ao o dos despus, llegaron Waterloo y la Paz Europea A

    partir de entonces, el seor George Pontifex viaj al extranjero ms de una vez. Recuerdo haber visto en Battersby, aos despus, el diario que escribi en su primer viaje. Es un documento muy especial. Al leerlo, pude ver que el autor, antes de empezar, decidi admirar slo lo que l pensaba que era digno de admiracin y contemplar la naturaleza y el arte slo a travs de los anteojos que le entregaban generaciones y generaciones de pedantes e impostores. La primera vez que vio el Mont Blanc, el seor Pontifex qued sumido en un xtasis convencional: No puedo expresar mis sentimientos. Me he quedado boquiabierto, sin atreverme siquiera a respirar, al contemplar por primera vez la reina de las montaas. Me parece imaginar al genio sentado en este estupendo trono, muy por encima de sus ambiciosos hermanos, desafiando al universo en su solitario poder. Me sent tan dominado por los sentimientos que casi pierdo todas mis facultades, y no pude pronunciar mi primera exclamacin hasta que un torrente de lgrimas me procur cierto alivio. Me apart con dolor de la contemplacin de este sublime espectculo, a una distancia a la que apenas se vea (aun que me sent como si le hubiera enviado mi alma y mis ojos) . Tras contemplar los Alpes ms cerca, desde las montaas que rodean Ginebra, recorri a pie nueve de las diez millas del camino de regreso: Mi mente y mi corazn estaban demasiado exultantes para poder sentarme con tranquilidad, y encontr cierto alivio al extenuar mis sentimientos mediante el ejercicio. Poco despus visit Chamonix y un domingo fue a Montanvert a ver el Mer de Glace. All escribi los siguientes versos en el Libro de Visitantes, los cuales estim, segn dice, apropiados para el da y para el lugar:

    Seor, cuando de tu mano estas maravillas vi, Mi alma en sagrada reverencia se arrodilla ante ti.

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    Estas atroces soledades, esta quietud terrible, Aquella sublime pirmide de nieve impoluta, Estos picos airosos, esas llanuras amables, Este mar donde reina un invierno eterno, Son tus obras, y mientras las miraba, Escuch una lengua que, en silencio, te alaba. A algunos poetas les empiezan a temblar las rodillas despus

    de llegar al sptimo o al octavo verso. El ltimo pareado del seor Pontifex le cost mucho trabajo, y casi todas las palabras haban sido borradas y reemplazadas al menos una vez. En el libro de visitantes del Montanvert, sin embargo, debi verse obligado a decidirse definitivamente por una versin. Considerando los versos en conjunto, dira que el seor Pontifex tena razn al estimarlos apropiados para el da. No quiero ser demasiado duro con el Mer de Glace, de modo que no expresar mi opinin con respecto a si son tambin apropiados para el lugar.

    El seor Pontifex sigui hasta el Gran San Bernardo, y all escribi unos cuantos versos ms, esta vez, me temo, en latn. Tambin se cuid de que el Hospicio y su emplazamiento le provocaran la impresin adecuada. El conjunto de este extraordinario viaje parece como un sueo, especialmente su conclusin en la sociedad civilizada, alojado en un cmodo lugar situado entre las rocas ms escarpadas, en medio de una regin de nieves perpetuas. Saber que estaba durmiendo en un convento, que ocupaba la cama donde haba dormido una persona tan destacable como Napolen, que me encontraba en el lugar ms alto habitado en el viejo mundo, y tan conocido, me mantuvo despierto largo rato. Como contraste, voy a citar aqu un fragmento de una carta que me escribi el ao pasado su nieto Ernest, de quien el lector sabr ms cosas enseguida. Dice as: Sub al Gran San Bernardo y vi los perros. Ms adelante, el seor Pontifex prosigui su viaje hasta Italia, donde los cuadros, y otras obras de arte al menos, aquellos que estaban de moda por aquel entonces le provocaron apropiados paroxismos de admiracin. Escribe

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    acerca de la Galera de los Uffizi de Florencia: He pasado tres horas esta maana en la galera, y he decidido que si tuviera que elegir una sala de entre todos los tesoros que he visto en Italia, sera la Tribuna de esta galera. Contiene la Venus de Mdicis, el Explorador, el Pgil el Fauno Danzante y un bellsimo Apolo. Son ms hermosos que el Laocoonte y el Apolo de Belvedere de Roma. Contiene, adems, el San Juan de Rafael y muchas otras chefs-d'oeuvre de los mejores artistas del mundo. Resulta interesante comparar la efusividad del seor Pontifex con las rapsodias de los crticos de nuestros das. No hace mucho tiempo, un escritor de gran reputacin informaba al mundo de que se senta dispuesto a gritar de alegra ante una estatua de Miguel ngel. Me pregunto si gritara de igual forma ante una estatua original de Miguel ngel, que los crticos hubieran catalogado como falsa, o ante un falso Miguel ngel esculpido por otra persona. Pero supongo que los pedantes con ms dinero que cerebro de hace sesenta o setenta aos eran muy parecidos a los de ahora.

    Veamos lo que dice Mendelssohn acerca de la misma Tribuna en la que el seor Pontifex arriesg con tanta seguridad su reputacin como hombre de gusto y de cultura. Con la misma seguridad, escribe: Luego me dirig a la Tribuna. Esta sala es tan deliciosamente pequea que la puedes atravesar en quince pasos y, sin embargo, contiene todo un tesoro artstico. Busqu otra vez mi silln favorito, bajo la escultura del Esclavo afilando su cuchillo de L'Arrotino y, tras tomar posesin de l, disfrut durante un par de horas, porque con una sola mirada abarcaba la Madonna de Cardellino, el papa Julio II, un retrato de mujer de Rafael, y encima de ste una maravillosa Sagrada Familia de Perugino. Todo estaba tan cerca de m que podra haber tocado con la mano la Venus de Mdicis y, ms lejos, la de Tiziano... El espacio entre ambas lo ocupan otros cuadros de Rafael, un retrato de Tiziano, un Domenichino, etc., todos ellos situados dentro de un pequeo semicrculo del tamao de una de vuestras habitaciones. Es un lugar donde un hombre siente su propia insignificancia y donde se aprende perfectamente a ser humilde.

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    Pero la Tribuna resulta un lugar un poco escurridizo para que Mendelssohn analice qu es la humildad. Generalmente, cada vez que dan un paso hacia ella, se alejan otros dos. Me pregunto cuntos puntos se atribuy Mendelssohn por haberse quedado sentado dos horas en aquel silln, o cuntas veces mir su reloj para ver cunto faltaba para que terminaran las dos horas. Me pregunto cuntas veces se dijo a s mismo que l era tan importante, si se supiera la verdad, como cualquiera de los artistas cuyas obras vea ante l; cuntas veces se pregunt si algn visitante lo habra reconocido y admirado por permanecer tanto tiempo en el silln, y cuntas veces sinti dolor por verlos pasar sin que lo reconocieran. Y quiz, si se supiera la verdad, es probable que aquellas dos horas no llegaran realmente a ser dos.

    Volviendo al seor Pontifex, y a si le gustaron o no lo que l crey que eran las obras maestras del arte griego e italiano, lo cierto es que se trajo a casa algunas reproducciones de artistas italianos, convencido, como seguramente estaba, de que resistan bien una comparacin estricta con los originales. De ellas, cuando se reparti el mobiliario del padre, dos le correspondieron a Theobald, y yo las he visto muchas veces en Battersby cuando he ido a visitarlo a l y a su esposa. Una es una Madonna de Sassoferrato con un manto azul sobre la cabeza que le oculta la mitad del rostro. La otra es una Magdalena de Carlo Dolci que tiene un hermoso cabello y una jarra de mrmol en las manos. Cuando yo era joven, pensaba que estos cuadros eran muy bellos pero, despus de muchas visitas a Battersby, cada vez me fueron gustando menos porque vea el nombre George Pontifex escrito sobre ambos. Por fin, un da decid hacer algo arriesgado y me permit criticarlos un poco, pero Theobald y su mujer me interrumpieron enseguida. A ellos no les gustaba su padre y suegro, pero lo que no poda discutirse era que haba sido un hombre poderoso y capaz, ni que tuviera un gusto probado en cuestiones artsticas y literarias, y all estaba, para demostrarlo, el diario que escribi durante su viaje por Europa. Incluir un breve fragmento ms de este diario y

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    luego proseguir mi relato. Durante su estancia en Florencia, el seor Pontifex escribi: Acabo de ver al Gran Duque y a su familia pasar en dos coches de seis caballos, pero la gente se ha fijado tan poco en ellos como en m, que soy un perfecto desconocido. No creo que nunca pensara, ni por asomo, que era un perfecto desconocido, en Florencia y en cualquier otro sitio.

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    CAPTULO V Segn se nos dice, Fortuna es una madre adoptiva ciega y

    veleidosa, que derrama regalos entre sus vstagos al azar. Pero cometemos con ella una grave injusticia si creemos esta acusacin. Sigue la trayectoria de un hombre desde la cima a su tumba y dime cmo le ha tratado Fortuna. Vers que, una vez muerto, la podemos acusar de todo, menos de veleidades caprichosas. La mayor falacia es su aparente ceguera, pues est pendiente de sus favoritos mucho antes de que stos hayan nacido. Sabemos quines somos y quines fueron nuestros padres, pero Fortuna sabe cundo se aproxima una tormenta incluso si reina el buen tiempo en el horizonte de nuestros progenitores, y se re al situar a sus favoritos en un callejn de Londres o en palacios reales, si se trata de aquellos a quienes est decidida a arruinar. Rara vez se enternece con aquellos a los que ha alimentado a regaadientes, o abandona a uno de sus vstagos favoritos.

    Fue George Pontifex uno de ellos, o no? Yo dira que, en conjunto, no, porque l no se consideraba uno. Era demasiado religioso para creer que Fortuna sea una deidad, de modo que tomaba todo lo que ella le daba sin agradecrselo, pues estaba firmemente convencido de que todo lo que le favoreca se lo deba a l mismo. Y as era, pero despus de que Fortuna lo pusiera en situacin de conseguirlo.

    Exclamaba el poeta Nos te, nos facimus, Fortuna, deam4 y as es, pero porque Fortuna nos puso en disposicin de hacerlo. El poeta no dice nada respecto a quin hizo a nos. Quiz algunos hombres estn libres de antecedentes y de circunstancias, y gozan ellos mismos de un poder que de ninguna manera se debe a la casualidad, pero esta es una cuestin considerada muy difcil y es mejor que la evitemos. Baste decir que George Pontifex no se consideraba

    4 Somos nosotros, s, nosotros, los que te hacemos diosa. En: Juvenal. Stiras,

    X, 363. Traduccin de Manuel Balaseh. Madrid: Gredos, 1991.

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    afortunado, y aqul que no se considera afortunado es desafortunado.

    Es verdad que era rico, universalmente respetado y que gozaba de excelente salud. Si hubiera bebido y comido menos, no habra estado nunca enfermo. Quiz su fuerza proceda del hecho de que su capacidad estaba algo por encima de lo normal, pero no demasiado. Es en este escollo donde se estrellan tantas personas inteligentes. El hombre de xito ve ms cosas de las que ven sus vecinos, cuando a todos se les muestra lo mismo, pero nunca tanto como para desconcertarse. Es mucho ms seguro saber muy poco que demasiado. La gente condena lo primero, pero no quieren que se les obligue a lo segundo.

    El mejor ejemplo del buen juicio del seor Pontifex que recuerdo en este momento, en asuntos relacionados con su negocio, es la revolucin que llev a cabo en la manera de elaborar los anuncios publicados por su empresa. Cuando se convirti en socio, uno de estos anuncios deca as:

    Libros apropiados para regalar en esta poca. Gua para personas devotas. Ilustra sobre cmo un cristiano

    puede vivir cada da de su vida de modo seguro y provechoso; como pasar el sabbath5; qu libros de las Sagradas Escrituras deben leerse primero; incluye un mtodo completo de formacin; oraciones para adquirir las virtudes ms importantes que adornan el alma; una explicacin de la Cena del Seor; reglas para sanar el alma cuando est enferma. De modo que en este tratado se contienen todas las normas necesarias para la salvacin. Octava edicin aumentada. Precio, 10 peniques.

    Se har un descuento a aquellas personas que lo regalen. Y, pocos aos despus de convertirse en socio de la empresa,

    el anuncio deca lo siguiente:

    5 En realidad, el sabbath es el domingo en la iglesia anglicana ms radical y, como

    en la festividad juda del sbado, no puede realizarse ningn esfuerzo fsico ni mental.

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    Gua para personas devotas. Manual completo de devocin cristiana. Precio, 10 peniques.

    Se efectuar un descuento a los compradores que lo distribuyan gratis.

    Qu gran paso se vislumbra en este anuncio hacia los

    patrones modernos, y qu inteligencia hay que tener para percibir el escaso atractivo del antiguo anuncio, cuando nadie lo perciba!

    Dnde estaba el punto flaco de la armadura de George Pontifex? Supongo que en el hecho de ascender demasiado rpidamente. Se cree que recibir una educacin transmitida a lo largo de varias generaciones es un elemento necesario para poder disfrutar de una gran fortuna. La adversidad, si se presenta gradualmente, es soportada con cierta ecuanimidad por la mayora de la gente mucho mejor que la prosperidad adquirida en el transcurso de slo una vida. Sin embargo, cierta clase de fortuna ayuda hasta el final a los hombres hechos a s mismos. Son los hijos de la primera o segunda generacin los que corren mayor peligro, porque la descendencia no puede repetir de golpe sus logros ms afortunados ni los xitos tanto como el individuo, de modo que cuanto ms brillante sea el xito de una generacin, mayor ser el cansancio subsiguiente hasta que el tiempo le permita recuperarse. Por eso, a veces ocurre que el nieto de un hombre de xito es ms prspero que el hijo, pues el espritu que actu en el padre y que luego se debilit en el hijo, se ha fortalecido tras el descanso y est dispuesto a volver a actuar en el nieto. Adems, un hombre de gran xito tiene algo de hbrido: es un animal nuevo, que surge de la conjuncin de muchos elementos poco familiares entre s, y es sabido que la reproduccin de elementos anormales, ya sea en animales o en vegetales, es irregular y poco fiable, aunque a veces no sean absolutamente estriles.

    Y, ciertamente, el xito del seor Pontifex fue excesivamente rpido. Slo unos aos despus de haberse convertido en socio, su to y su ta murieron en un intervalo

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    de pocos meses. Entonces se descubri que lo haban nombrado su heredero. No slo era el nico socio de la empresa, sino que, adems, se encontr con una fortuna de 30.000 libras, una cantidad enorme en aquellos das. El dinero le segua lloviendo, y cunto ms rpido le llegaba, ms le gustaba, aunque, como l mismo deca a menudo, no lo valoraba en s mismo, sino como medio para sostener a sus amados hijos.

    Sin embargo, cuando un hombre ama tanto el dinero, no es fcil que ame en la misma proporcin a sus hijos. Y es que no se puede ser servir a dos seores.6 Lord Macaulay escribi un texto en el que contrasta los placeres que un hombre puede encontrar en los libros con las molestias que le pueden causar sus conocidos. Platn>, dice, nunca es antiptico. Cervantes nunca es pedante. Demstenes nunca se presenta inoportunamente. Dante nunca se queda demasiado rato. Cicern no se extraar de una opinin poltica contraria. Ninguna hereja puede horrorizar a Bossuet. Creo que yo disiento de lord Macaulay en la estimacin que tiene a algunos de los escritores que nombra, pero estoy de acuerdo en el asunto principal, esto es, en que no nos van a causar ms problemas de los que ya tengamos nosotros, mientras que nunca es fcil deshacerse de nuestros amigos. George Pontifex senta lo mismo con respecto a sus hijos y a su dinero. ste nunca era travieso, ni haca ruido, ni ensuciaba, ni derramaba nada sobre el mantel en las comidas, ni se dejaba la puerta abierta cuando sala. Sus dividendos no rean entre s, ni exista ningn temor de que sus hipotecas se comportaran extraamente al llegar a la pubertad y acumularan deudas que, tarde o temprano, tendran que pagarse. Algunos rasgos del comportamiento de John lo inquietaban, y Theobald, el segundo, era vago y, a veces, mentiroso. Posiblemente sus hijos habran respondido, en caso de saber lo que pensaba su padre, que l no le pegaba a su dinero, pero a ellos s, y con cierta frecuencia. Con su dinero, ni se impacientaba ni era mezquino, y tal vez por eso se llevaba tan bien con l.

    6 San Lucas, 16:13.

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    Debe recordarse que, a comienzos del siglo XIX, las relaciones entre padres e hijos eran muy insatisfactorias. La figura del padre violento, descrita por Fielding, Richardson, Smollett y Sheridan, es tan difcil de encontrar en la literatura de hoy como el antiguo anuncio de la Gua para personas devotas de los seores Fairlie y Pontifex, pero si aparece tantas veces es porque debe tratarse de una descripcin fiel de la realidad. Los padres de las novelas de la seorita Austen son menos bestias salvajes que los de sus predecesores, pero, sin duda, ella los contempla con desconfianza, y el hecho de que le pre de famille est capable de tout7 es bastante evidente en la mayora de sus obras. En la poca isabelina, las relaciones entre padres de hijos parecen haber sido, por lo general, ms afectuosas. En su gran mayora, padres e hijos son amigos en Shakespeare, y el conflicto parece que no alcanz su punto lgido hasta que un largo perodo de puritanismo inculc a los hombres ideales judos, los cuales intentaron reproducir en su vida cotidiana. Qu clase de precedentes ofrecan Abraham, Jeft y Jonadab, el hijo de Rechab? Acaso no era fcil citarlos e imitarlos en una poca en la que contados hombres y mujeres dudaban que cada slaba del Antiguo Testamento haba salido directamente de la boca de Dios? Adems, el puritanismo limit los placeres naturales, sustituy los himnos jubilosos por lamentaciones, y olvid que los pobres abusos necesitan amparo en todas las pocas8.

    Puede que el seor Pontifex fuera ms severo con sus hijos que algunos vecinos suyos, pero no mucho ms. Les pegaba palizas a sus hijos dos o tres veces por semana, y en ocasiones incluso con mayor frecuencia, pero en aquellos das los padres les pegaban continuamente a sus hijos. Resulta fcil tener opiniones ms justas cuando todo el mundo las tiene pero, afortunada o desafortunadamente, las consecuencias de un acto no tienen nada que ver con la culpa o inocencia moral del

    7 El padre de familia es capaz de todo 8 Cita de la primera parte de Enrique IV de Shakespeare (acto I, ii, 174).

    Traduccin de Luis Astrana Marn.

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    agente y dependen slo del acto realizado, sea ste el que sea. De igual modo, la culpa o inocencia moral no tienen nada que ver con las consecuencias. La cuestin que se suscita es saber cuntas personas razonables, puestas exactamente en el lugar del protagonista, habran hecho lo que ste hizo. En aquella poca, todo el mundo admita que no usar el palo equivala a malcriar al nio, y san Pablo consideraba la desobediencia a los padres como una de las peores faltas. Cuando los hijos del seor Pontifex hacan algo que no le gustaba a su padre, estaban siendo claramente desobedientes. Y en este caso, un hombre juicioso slo tena una opcin, que consista en reprimir los primeros atisbos de autoafirmacin mientras sus hijos eran an demasiado jvenes para oponer una resistencia seria. Si se machacaban bien las voluntades en la niez, por usar una expresin que entonces estaba de moda, se formaran hbitos de obediencia que los jvenes no se atreveran a romper hasta pasar de los veintin aos. A partir de esa fecha, podran hacer lo que quisieran, y l sabra cmo protegerse. Hasta entonces, l y su dinero dependan ms de los nios de lo que a l le habra gustado.

    Qu poco conocemos nuestros pensamientos! Nuestros actos reflejos, s, pero nuestros pensamientos reflejos... Cunto se enorgullece el hombre de su conciencia! Nos jactamos de que somos distintos del viento, de las olas, de las rocas que caen, de las plantas, que crecen sin saber por qu, y de las criaturas errabundas que persiguen a sus presas, como nos gusta decir, sin ayuda de la razn. Pero nosotros sabemos muy bien lo que hacemos y por qu lo hacemos, verdad? Creo que hay algo de certeza en la teora que se est formulando hoy, segn la cual son nuestros pensamientos y acciones menos conscientes las que moldean principalmente nuestras vidas y las de aquellos que descienden de nosotros.

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    CAPTULO VI El seor Pontifex no era de las personas que se preocupan

    por buscar razones. Entonces, la gente no era tan introspectiva como ahora, y viva sin pensar mucho en las cosas. El doctor Arnold9 an no haba sembrado la cosecha de serios pensadores que est ahora dando sus frutos, y los hombres no vean por qu no podan hacer lo que quisieran si de ello no se derivaban malas consecuencias. Y entonces, como ahora, las consecuencias de lo que hacan eran peores de lo que haban calculado.

    Como otros hombres ricos de principios de este siglo, coma y beba mucho ms de lo que necesitaba para gozar de buena salud. E incluso su excelente constitucin fsica no pudo resistir un perodo tan prolongado de sobrealimentacin, y de lo que nosotros considerarnos ahora exceso de bebida. Su hgado enfermaba con cierta frecuencia, y cuando bajaba a desayunar tena los ojos amarillentos. En aquellas ocasiones, sus hijos saban muy bien que deban estar atentos. Por lo general, no es la ingestin de uvas demasiado verdes la causante de la dentera de los hijos10. Los padres ticos raramente comen uvas verdes, y el peligro para los hijos est en que comen demasiadas uvas dulces.

    Reconozco que, a primera vista, parece muy injusto que los padres se diviertan y que a los nios se les castigue, pero los jvenes deberan recordar que, durante muchos aos, formaron parte de sus progenitores y que, por tanto, lo pasaron muy bien en la persona de sus padres. Cuando se olvidan de la diversin, les pasa lo mismo que a aqul al que le duele la cabeza despus de emborracharse la noche anterior. A pesar de todo, no finge ser una persona distinta de la que se emborrach, ni se le ocurre decir que es su yo de la noche anterior y no el de la maana el que debera ser castigado. De

    9 Thomas Arnold, director del famoso colegio privado Rugby y reformador

    educativo. 10 Ezequiel, 18:2.

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    igual modo, los hijos no deberan quejarse del dolor de cabeza adquirido en la persona de sus padres, porque la continuidad en en la identidad, aunque no lo parezca a simple vista, es tan real real en un caso como en el otro. Lo que s resulta cruel es que los padres se diviertan una vez que los nios han nacido, y que se castigue a stos por ello.

    En aquellos das, que eran los peores, adoptaba opiniones muy pesimistas sobre las cosas, y se deca a s mismo que sus hijos no lo amaban, a pesar de su bondad. Y quin puede amar a un hombre que padece del hgado? Qu ingratitud tan mezquina, se deca a s mismo. Qu desagradable para l, que fue un hijo modlico, siempre honrando y obedeciendo a sus padres, aunque no se gastaran ni una centsima parte del dinero que l haba empleado en sus hijos. A los jvenes siempre les pasa lo mismo, se deca a s mismo. Cuanto ms tienen, ms quieren, y menos te lo agradecen. He cometido un gran error: ser demasiado blando con mis hijos, pero no me importa, porque he cumplido con mi deber, y hasta me he excedido. Si me fallan, ser ya un asunto entre ellos y Dios. Yo ser inocente, de todas maneras. Quiz debiera haberme casado de nuevo y ser padre de una segunda familia que tal vez sera ms cariosa, etc. Se lamentaba de la costosa educacin que le estaba pagando a sus hijos, pero no vea que dicha educacin les iba a costar a sus hijos mas que a l, en tanto que los alejaba de la posibilidad de ganarse la vida fcilmente en vez de ayudarles a ello, y les obligaba a estar a merced de su padre durante aos a una edad en la que deberan ser independientes. La educacin que se recibe en un colegio privado cercena las posibilidades de un muchacho, que ya no puede ser obrero o mecnico, pues stas son las profesiones que permiten cierta independencia econmica, si exceptuamos a los que van a heredar una fortuna o a aquellas personas que tienen confirmada, desde muy jvenes, una situacin segura y estable. Pero el seor Pontifex no se daba cuenta de nada de esto. Todo lo que vea era que se estaba gastando mucho ms dinero en sus hijos que el que la ley le obligaba a gastar, y... qu ms queran? Por qu no haba colocado a sus hijos de aprendices de verduleros? Es que no lo

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    poda hacer maana mismo, si lo estimaba oportuno? La posibilidad de tomar esta decisin era un tema recurrente cuando se enfadaba y, aunque es verdad que nunca los mand a que fueran aprendices de verduleros, sus hijos, al comparar sus experiencias, a veces concluan que ojal lo hubiera hecho.

    En otras ocasiones, cuando no se senta bien, los llamaba porque le diverta cambiar el testamento en su presencia. Finga desheredarlos a todos y destinar el dinero a una fundacin de asilos de ancianos, hasta que se vea obligado a restituirles sus derechos, para poder tener el placer de desheredarlos de nuevo la prxima vez que se enfureca.

    Naturalmente, si los jvenes permiten que su conducta se vea influida de alguna manera por los testamentos de personas vivas, cometen un serio error, y deben hacerse a la idea de que van a sufrir bastante. Pues el poder para cambiar o modificar un testamento puede provocar tantos abusos, y se convierte tantas veces en instrumento de tortura, que, si yo pudiera, prohibira por ley a cualquier hombre hacer testamento durante tres meses, a partir de haber cometido uno de los delitos anteriores. Y dejara que fuera un tribunal o un juez el que dispusiera de sus propiedades segn estimasen oportuno y razonable, si falleciera durante el perodo en que su capacidad de testar quedaba en suspenso.

    El seor Pontifex sola llamar a sus hijos varones al comedor.

    Mi querido John, mi querido Theobald deca, miradme. Mi vida empez con lo que llevaba puesto cuando mi padre y mi madre me enviaron a Londres. Mi padre me dio diez chelines y mi madre cinco, por si tena algn gasto, y en ese momento me parecieron muy generosos. Nunca le ped a mi padre un cheln en toda mi vida, ni recib nada ms que la pequea cantidad que me daba todos los meses, hasta tener mi propio salario. Yo me hice a m mismo, y espero que mis hijos tambin lo hagan. Por favor, no pensis que voy a pasarme la vida ganando dinero para que mis hijos se lo gasten por m. Si queris dinero, tendris que ganarlo vosotros mismos como yo hice, porque os doy mi palabra de

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    que no voy a dejaros ni un penique a menos que me demostris merecerlo. Parece que los jvenes de hoy esperan lujos y excesos que nadie esperaba cuando yo lo era. Ya sabis que mi padre fue un simple carpintero, y aqu estis los dos, en colegios privados, que me cuestan tantos cientos de libras cada ao, mientras que yo, a vuestra edad, no haca ms que trabajar detrs de una mesa en la oficina contable de mi to Fairlie. Qu no habra hecho yo de tener la mitad de vuestras ventajas? Incluso si os converts en duques, o encontris imperios en tierras desconocidas, dudar que hayis trabajado proporcionalmente tanto como yo. Pero no, iris al colegio y luego a la universidad, y despus, si os parece, tendris que ganaros la vida en el mundo.

    Poco a poco se iba enfureciendo hasta llegar a tal estado de virtuosa indignacin que, a veces, les pegaba a los nios all mismo, alegando alguna razn inventada en ese preciso momento.

    Y, con todo, los Pontifex fueron nios afortunados. De diez familias con hijos jvenes, nueve eran peores que sta. Ellos coman y beban buenos alimentos, dorman en cmodas camas, eran atendidos por los mejores mdicos cuando caan enfermos, y reciban la mejor educacin que poda pagarse con dinero. La falta de aire puro no pareca afectar mucho la felicidad de aquellos nios, que vivan en una callejuela de Londres, pues la mayor parte del tiempo se la pasaban cantando y jugando como si estuviesen en un prado escocs. Y es que la falta de un ambiente mental favorable no la echan de menos aquellos nios que nunca la han conocido. La gente joven posee el maravilloso don de morir o adaptarse a las circunstancias. Incluso si son infelices, muy infelices, resulta asombroso lo fcil que es impedirles que se den cuenta, o que lo atribuyan a alguna otra causa que no sea su propia maldad.

    A aquellos padres que quieran llevar una vida tranquila, yo les dira lo siguiente: decidles a vuestros hijos que son muy traviesos, ms que la mayora de los dems nios. Poned a los hijos de algn conocido como modelos de perfeccin, e imbuid a vuestros hijos de un profundo sentido de su propia

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    inferioridad. Tenis muchas ms armas que ellos, de modo que no pueden enfrentarse a vosotros.

    A esto se le llama influencia moral, y os permitir intimidarlos tanto como queris. Ellos creen que vosotros sabis ms, y an no os han pillado mintiendo lo suficiente para sospechar que no sois la persona excepcional y escrupulosamente sincera que simulis ser, ni saben an lo cobardes que sois ni lo pronto que cederais si se enfrentaran a vosotros con juicio y constancia. Guardad los dados, y lanzadlos por vosotros y por vuestros hijos. Despus, cargadlos, porque podris evitar fcilmente que los examinen. Contadles que sois singularmente indulgentes, insistid en el incalculable beneficio que les habis conferido, primero por traerlos al mundo, y segundo por ser hijos vuestros y no de otros. Decidles que ponen en riesgo sus ms preciados intereses cada vez que os enfadis y que os ponis desagradables como modo de aliviar vuestra alma. Insistid en los preciados intereses. Alimentadlos espiritualmente con azufre y melaza, como en las historias dominicales del difunto obispo de Winchester. Disponis de todas las buenas cartas y, si no, las podis robar. Si las jugis con algo de sensatez, seris cabezas de familias felices, unidas y temerosas de Dios, como lo fue mi viejo amigo, el seor Pontifex. Es verdad, vuestros hijos lo descubrirn algn da, pero ya ser demasiado tarde para poder aprovecharse o para molestaros.

    Algunos escritores de stiras se han quejado de que todos los placeres de la vida se concentran en su primera parte, y que luego los vemos disminuir hasta desaparecer, quiz, con las miserias de una vejez decrpita. Pero a m me parece que la juventud es una estacin sobrevalorada, como la primavera, que es deliciosa si resulta buena, pero que en general es mala y se caracteriza ms por sus desapacibles vientos del este que por sus placenteras brisas. El otoo es la estacin ms suave, y lo que perdemos en flores, lo ganamos en frutas. Cuando a Fontenelle11 le preguntaron, a la edad de noventa aos, cul

    11 Bernard le Bouvier de Fontenelle, escritor francs del siglo XVII que muri a

    los cien aos.

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    fue la poca ms feliz de su vida, respondi que haba sido mucho ms feliz de lo que era entonces, pero que quiz sus mejores aos fueron los transcurridos entre los cincuenta y cinco y los setenta y cinco. Y el doctor Johnson valoraba los placeres de la vejez mucho ms que los de la juventud. Es cierto que en la vejez vivimos bajo la sombra de la Muerte que, cual espada de Damocles, puede descender en cualquier momento, pero al haber descubierto, hace mucho tiempo, que en la vida cuenta ms el miedo que los malos tragos, somos como los habitantes de las faldas del Vesubio, que viven en riesgo permanente sin mucha aprensin.

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    CAPTULO VII Unas pocas palabras pueden ser suficientes para describir a

    la mayora de jvenes a los que he hecho alusin en el captulo anterior. Eliza y Maria, las hijas mayores, no eran ni particularmente hermosas ni particularmente feas pero, en todos los aspectos, eran dos jvenes modlicas. Alethea era extremadamente atractiva y tena un carcter vivaz y carioso que difera con claridad del de sus hermanos. Recordaba a su abuelo, no slo en la cara, sino en su amor por la diversin, del que su padre careca, aunque tuviera una especie de humor, de corte exuberante y hasta grosero, que a muchos les pareca ingenio.

    John creci hasta convertirse en un caballero bien parecido, cuyos rasgos, aunque quiz fueran algo ordinarios, estaban cincelados hermosamente. Se vesta tan bien, tena tan buenos modales y se dedicaba tanto a sus libros, que sus profesores sentan predileccin por l. No obstante, tena instinto para la diplomacia y era menos popular entre sus compaeros. Su padre, a pesar de los sermones que a veces le lanzaba, se fue sintiendo cada vez ms orgulloso de l conforme fue creciendo, pues presenta que poda llegar a ser un buen hombre de negocios en cuyas manos el porvenir de la empresa quedaba bastante asegurado. John saba cmo agradar a su padre y, a edad relativamente temprana, gozaba de toda la confianza que su naturaleza poda ofrecerle.

    Su hermano Theobald no era rival para l y, como lo saba, haba aceptado su destino. No era tan bien parecido como su hermano ni tena modales tan finos. Fue un nio terriblemente apasionado que, al crecer, se hizo cada vez ms tmido y reservado e incluso, en mi opinin, indolente, tanto de mente como de cuerpo. Era menos ordenado que John, y mucho menos seguro de s mismo y de poder satisfacer los caprichos de su padre. Creo que era incapaz de amar a nadie de corazn, aunque ningn miembro de la familia dejara de reprimir su afecto en vez de ganrselo, con la excepcin de su

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    hermana Alethea, cuya rapidez y vivacidad resultaban excesivos a su carcter taciturno. Siempre fue el chivo expiatorio y, algunas veces, he llegado a pensar que tena que batallar con dos padres, el de verdad y su hermano John, y tal vez podramos aadir un tercero y un cuarto, sus hermanas Eliza y Maria. Quiz si su subordinacin le hubiera causado un sufrimiento agudo habra sido incapaz de soportarla, pero era sumiso por naturaleza y la mano de hierro de su padre lo mantena unido externamente a sus hermanos, en lo que pareca ser estrecha armona.

    Los muchachos le eran tiles a su padre en un sentido. Quiero decir que l los lograba enfrentar. Les daba muy poco dinero para sus gastos, y mientras a Theobald le deca que tena que satisfacer preferentemente a su hermano mayor, a ste le argumentaba que tena una familia muy numerosa y gastos tan enormes que, a su muerte, iba a quedarle muy poca herencia. No le preocupaba lo ms mnimo que despus contrastaran lo que les haba dicho por separado, a menos que lo hicieran en su presencia. Theobald nunca se quejaba, ni siquiera a espaldas de su padre. Creo ser la persona que lo ha conocido mejor, tanto de nio como luego, en Cambridge, y nunca le o mencionar el nombre de su padre, ni cuando viva ni despus de muerto. Cuando estbamos en el colegio, a pesar de ser mucho ms querido que su hermano, era demasiado seco y careca de suficiente espritu animal para ser popular.

    Mucho antes de que comenzara a andar, ya estaba decidido que iba a ser sacerdote. Pareca razonable que el seor Pontifex, que posea una editorial de libros religiosos tan conocida, reservara a uno de sus hijos para la Iglesia. Ello, adems, sera beneficioso para el negocio o, al menos, ayudara a mantenerlo tal como estaba. Adems, el seor Pontifex mantena buenas relaciones con obispos y otros dignatarios eclesisticos, de modo que poda esperar de sus influencias cierto trato de favor hacia su hijo. El destino futuro del muchacho le fue expuesto ante sus ojos desde su ms tierna infancia, y tratado como si fuera un asunto decidido con su consentimiento. No obstante, se le permiti un cierto grado de libertad. El seor Pontifex

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    sostena que los nios tenan derecho a expresar sus opiniones, y era demasiado justo para negarle a su hijo cualquier beneficio que pudiera derivarse de este hecho. Le horrorizaba, deca, obligar a un joven a ejercer una profesin que no le gustara. Ya se guardara de presionar a un hijo suyo para que escogiera un empleo determinado y, mucho menos, si se trataba del sagrado ministerio. Esta opinin la expresaba siempre que venan visitas a casa y su hijo se encontraba presente. Hablaba con tanta sabidura y precisin que sus interlocutores lo consideraban un parangn del buen juicio. Y, adems, pona tal nfasis, y sus rojas mejillas y su calva parecan tan inocentes, que era difcil no terminar convencidos por su discurso. Creo que dos o tres cabezas de familia conocidos concedieron a sus hijos absoluta libertad a la hora de elegir su profesin, y no estoy seguro de que no tuvieran despus motivos para lamentarlo. Las visitas, al ver a Theobald tan callado y tan poco conmovido por tal despliegue de atencin hacia su persona, cuchicheaban entre ellas que el muchacho distaba mucho de ser como su padre y que iba a decepcionarlo, al mostrar tan poco entusiasmo, tan escaso nimo y tan poco aprecio por las ventajas de que gozaba.

    Sin embargo, nadie crea en la bondad de la decisin con ms firmeza que el propio muchacho, y aunque notaba cierto malestar que era incapaz de expresar, ste era demasiado profundo y persistente para poder reconocerlo y, de este modo, comprenderse mejor a s mismo. Tema la oscura amenaza que vera en el rostro su padre si insinuaba la menor oposicin. Las violentas coacciones y ruidosas regainas de su padre no habran sido tomadas tan au serieux por un muchacho ms fuerte, pero Theobald no lo era y, correcta o incorrectamente, crea que su padre llevara a cabo sus amenazas. Nunca le haba reportado ningn beneficio oponerse a alguna cosa, pero tampoco ceder, a menos que hiciese exactamente lo que su padre deseaba que hiciera. Si alguna vez alberg alguna inclinacin por la resistencia, ya no la tena, pues la falta de prctica le hizo perder el poder de oponerse hasta tal punto que el deseo ya casi ni exista. Lo

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    nico que quedaba era la muda aquiescencia del asno que prestaba sus lomos a la carga12. Puede que tuviera una percepcin mal definida de ideales que no eran los que de verdad senta. A veces, soaba que era soldado, marino en tierras lejanas, o hijo de un agricultor en la montaa, pero nada en l le empujaba a convertir sus sueos en realidad, de modo que se dejaba llevar por la corriente, que era lenta y, mucho me temo, turbia.

    Creo que el Catecismo de la Iglesia de Inglaterra tiene mucho que ver con las desgraciadas relaciones que, por lo comn, sostienen padres e hijos. Se trata de una obra escrita exclusivamente desde el punto de vista paterno; la persona que la compuso no tena nios que pudiesen asesorarla, claramente no era joven y, ms an, creo que ni siquiera le gustaban los nios, a pesar de las palabras hijo mo que, si recuerdo bien, slo son puestas una vez en boca del catequista y que, despus de todo, son siempre pronunciadas con cierta dureza. La impresin general que deja en las mentes de los jvenes es que la maldad con que nacieron fue limpiada por el bautismo de modo muy imperfecto, y que el simple hecho de ser joven contiene un ingrediente cuyo sabor, ms o menos, es el del pecado.

    Si alguna vez es necesaria una nueva edicin del libro, me gustara poder aadir unas cuantas palabras que insistan en el deber de buscar todos los placeres razonables y de ahorrarse todo dolor que pueda evitarse dignamente. Me gustara que recomendara a los nios que no digan aquellas cosas que no quieren decir, y que dicen slo porque saben que otras personas las quieren or, as como que les advirtiera cun estpido es decir que creen esto o lo otro cuando no se estn enterando de nada. Si alguien argumenta que estos aadidos pueden alargar excesivamente el Catecismo, yo suprimira las observaciones que se refieren a nuestros deberes hacia nuestros vecinos y hacia los sacramentos. En lugar del prrafo que comienza Yo deseo a Dios mi seor, nuestro Padre Celestial, yo... Pero

    12 Gnesis, 49:14-15.

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    quiz es mejor que regrese a Theobald y confe la nueva redaccin del Catecismo a manos ms diestras.

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    CAPTULO VIII Uno de los deseos ms fervientes del seor Pontifex era que

    su hijo se hiciera fellow13 antes de hacerse sacerdote. As tendra un sueldo y un modo seguro de ganarse la vida si los amigos eclesisticos de su padre no le proporcionaban uno. Sus resultados en el colegio haban sido buenos de modo que fue enviado sin problemas a uno de los colleges de Cambridge, donde lo pusieron a estudiar con los mejores tutores que pudieron encontrar. Un ao antes de que Theobald finalizara sus estudios, se estableci un sistema de exmenes nuevo que aument sus posibilidades de lograr la beca, pues se le daban mejor las lenguas clsicas que las matemticas, y en el nuevo sistema tenan ms peso los estudios clsicos que en el anterior.

    Theobald gozaba de la suficiente sensatez para saber que, si se esforzaba, podra aspirar a ser independiente, y le encantaba la idea de convertirse en fellow. De modo que se aplic, y al final obtuvo unas calificaciones que le iban a permitir serlo en un corto intervalo de tiempo. En aquel momento, el seor Pontifex se mostr muy complacido, y le dijo a su hijo que estaba dispuesto a regalarle las obras completas de cualquier autor conocido que seleccionara. El joven eligi las obras de Bacon, que llegaron en diez volmenes bellamente encuadernados. Una breve inspeccin, sin embargo, revel que los ejemplares eran de segunda mano.

    Una vez terminados sus estudios, el paso siguiente era la ordenacin, algo a lo que Theobald no le dedic demasiada atencin hasta entonces, ms all de admitir que se trataba de un acontecimiento que algn da habra de producirse. Pues bien, ya haba llegado, e iba a tardar slo unos cuantos meses en materializarse. Esto ms bien lo asust, porque saba perfectamente que, una vez efectuada la ceremonia, no habra vuelta atrs. Le disgustaba la idea de ordenarse, ms tarde o ms temprano, e incluso hizo algunos dbiles esfuerzos por

    13 Miembro del cuerpo docente y de la junta rectora de una universidad, con

    derecho a recibir un sueldo de sta.

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    evitarla, como puede comprobarse en la siguientes cartas que su hijo Ernest encontr entre los papeles de su padre, escritas en papel de canto dorado, con la tinta desvada, y atadas cuidadosamente con una cinta, sin nota o comentario alguno. No he aadido ni quitado nada. Dicen as:

    Querido padre: No quisiera retomar una cuestin que ya

    haba quedado zanjada, pero como el momento se acerca, empiezo a tener muchas dudas sobre si estoy preparado de verdad para convertirme en sacerdote. Por fortuna, no albergo la menor duda sobre la Iglesia de Inglaterra, y podra suscribir cordialmente cada uno de los treinta y nueve artculos14 que, de verdad, me parecen el ne plus ultra de la sabidura humana y, adems, Paley15 no deja resquicio a ningn oponente, pero estoy seguro de que estara actuando en contra de tus deseos si te ocultara el hecho de que no siento la llamada interior para convertirme en ministro del Evangelio, que es lo que tendr que decir que he sentido cuando el obispo me ordene. Intento alcanzar este sentimiento, rezo fervientemente por conseguirlo y, a veces, creo que casi lo logro, pero esta seguridad se desvanece enseguida y, aunque no le tengo una absoluta repugnancia a convertirme en sacerdote, y s muy bien que, si lo soy, me esforzar por vivir para glorificar a Dios y por defender sus intereses en la tierra, siento que, sin embargo, hace falta algo ms para poder justificar plenamente mi entrada en la Iglesia. Soy consciente de que he sido una enorme carga para ti, a pesar de las becas, pero t siempre me has enseado que debo obedecer a mi conciencia, y ella me dice que podra equivocarme si me hago sacerdote. Puede que Dios me dote del espritu por el que estoy rezando continuamente, y puede que no. En ese caso, no sera mejor que intentara buscarme otra cosa? S que ni t ni John queris que entre en el negocio, y yo no entiendo nada de asuntos monetarios, pero no hay otra cosa que pueda hacer? Me

    14 Principios fundamentales de la Iglesia de Inglaterra. 15 William Paley (1743-1505), telogo de la Iglesia de Inglaterra.

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    desagrada pedirte que me sigas manteniendo hasta que pueda estudiar Medicina o Derecho, pero cuando sea fellow, que ser pronto, me esforzar por no ocasionarte ms gastos, pues tambin podra hacer algo de dinero si escribo o doy clases particulares. Confo en que esta carta no te parezca impertinente, pues nada me desagradara ms que incomodarte. Espero que comprendas mis actuales sentimientos que, en realidad, no surgen de otra cosa que del respeto por mi conciencia, que nadie me ha imbuido tanto como t. Te ruego que me escribas pronto unas lneas. Espero que ests mejor de ni resfriado. Saluda con afecto a Eliza y Maria. Afectuosamente,

    Tu hijo THEOBALD PONTIEEX Querido Theobald: Entiendo tus sentimientos, y no tengo

    deseo alguno de oponerme a los que me has expresado. Es muy lgico y natural que te sientas como te sientes, excepto en lo que se refiere a una frase, cuya impertinencia percibirs sin duda al dedicarle una reflexin, y a la que no aludir ms que para decir que me ha herido. No deberas haber dicho "a pesar de las becas". Era de lo ms justo que, si podas hacer algo para aliviarme de la pesada carga de tu educacin, me entregaras ese dinero, como hiciste. Cada rengln de tu carta me convence ms de que ests sometido a la influencia de una sensibilidad enfermiza que es uno de los instrumentos favoritos del diablo para destruir a las personas. Como t mismo dices, tu educacin me ha costado mucho dinero. No he escatimado nada para darte las ventajas que, como caballero ingls, estaba dispuesto a costearle a mi hijo, pero no voy a consentir que ese dinero se desperdicie ni a comenzar de nuevo por el principio slo porque se te han metido unos absurdos escrpulos en la cabeza, a los que deberas enfrentarte, pues son injustos tanto para ti como pata m.

    No cedas a ese inquieto deseo por cambiar que es la perdicin de tantas personas de ambos sexos en esta poca.

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    Naturalmente, no tienes por qu ordenarte. Nadie va a obligarte, eres totalmente libre, tienes veintitrs aos de edad y ya sabes lo que haces pero, por qu no me lo has hecho saber antes, en vez de callarte y no decir ni una sola palabra en contra hasta que te he costeado tus estudios en la universidad? Crees que te los habra pagado si no hubiese estado convencido de que estabas totalmente decidido a ser sacerdote? Tengo cartas tuyas en las que me expresas tu rotunda disposicin a ordenarte, y tanto tu hermano como tus hermanas son testigos de que no se ha ejercido presin alguna sobre ti. Tu mente est confundida, y sufres una indecisin nerviosa que tal vez sea muy natural, pero que puede acarrearte serias consecuencias. No he mejorado en absoluto, y la ansiedad que me ha ocasionado tu carta me est devorando poco a poco. Ojal Dios te ayude a decidir mejor. Afectuosamente,

    Tu padre, GEORGE PONTIFEX Al recibir esta carta, el nimo de Theobald se levant. Mi

    padre, se dijo, me dice que no tengo por qu ordenarme si no quiero. Y como no quiero, no me voy a ordenar Pero qu significado guardaban las palabras puede acarrearte serias consecuencias? Se esconda una amenaza tras ellas, aunque fuera imposible saber de qu se trataba? Haban sido escritas con el propsito de producir un efecto amenazante, aunque no fueran realmente amenazadoras?

    Theobald conoca a su padre lo bastante bien para que no se le escapara en lo mas mnimo su significado real pero, puesto que se haba atrevido a expresar cierta oposicin, decidi aventurarse un poco ms. De modo que le escribi lo siguiente:

    Mi querido padre: Me dices, y te lo agradezco de corazn,

    que nadie va a obligarme a que me ordene. S que t no vas a presionarme si mi conciencia me dice con toda claridad que no debo hacerlo. De modo que he resuelto abandonar la idea y

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    creo que, si continas mantenindome como lo has hecho hasta ahora, hasta que sea fellow, cosa que no se demorar mucho, dejar de ser una carga para ti. Decidir lo antes posible qu profesin voy a escoger, y te lo comunicar enseguida.

    Afectuosamente, THEOBALD PONTIFEX Transcribo ahora la ltima carta, escrita a vuelta de correo.

    Tiene el gran mrito de ser breve. Querido Theobald: He recibido tu carta. No acierto a

    distinguir qu motivos te han impulsado a escribirla, pero tengo muy claros cules van a ser sus efectos. No vas a recibir un solo penique mo hasta que vuelvas a estar en tus cabales. Si no abandonas esa actitud frvola y malvola, tengo el placer de recordarte que tengo otros hijos cuyo comportamiento, estoy seguro, me va a inspirar-siempre confianza y felicidad. Afectuosamente,

    Tu afligido padre, GEORGE PONTIFEX No s qu hechos sucedieron tras este intercambio de cartas,

    pero todo se solucion al final. Puede que el corazn de Theobald le traicionara, o que interpretara este ltimo empujn de su padre como la llamada interior por la que, sin duda, rezaba fervientemente, pues crea con firmeza en la eficacia de la oracin. Y yo tambin, si se dan ciertas circunstancias. Tennyson ha dicho que la oracin ha logrado ms cosas de las que el mundo imagina, pero ha evitado cuidadosamente decir si eran buenas o malas. Quizs estas cosas sucederan igual, tanto si el mundo se las imagina como si las contempla perfectamente despierto. Pero la pregunta es, decididamente, compleja. Al final, Theobald logr ser fellow en 1825, mediante un golpe de suerte, y fue ordenado en otoo de ese mismo ao.

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    CAPTULO IX El seor Allaby era el rector de Crampsford, pueblo situado

    a unas pocas millas de Cambridge. l, tambin, obtuvo un ttulo con excelentes calificaciones y se convirti en fellow. Poco despus acept una rectora, a travs de la universidad, cargo que le proporcionaba unas 400 libras al ao y una casa, cuando sus rentas privadas no pasaban de 200. Cuando renunci a ser fellow se cas con una mujer mucho ms joven que l, que le dio once hijos, de los cuales vivan nueve, dos varones y siete hembras. Las dos hijas mayores haban hecho buenos matrimonios, pero en el momento que describo quedaban cinco por casar, de edades que iban desde los treinta a los veintids aos, mientras que ninguno de los hijos se haba emancipado todava del hogar paterno. Era evidente que, si algo le ocurra al seor Allaby, la familia iba a quedar desamparada, y esta posibilidad entristeca al seor y a la seora Allaby tanto como cabra esperar.

    Te imaginas, lector, gozar de una renta que, por llamarla de alguna manera, es moderada, y que dejars de recibir a tu muerte, excepto 200 libras al ao? Te imaginas, adems, en la obligacin de educar a dos hijos y de casar a cinco hijas, cuyas bodas te haran enormemente feliz, si supieras cmo encontrarles marido? Si la moralidad es lo que, en general, concede la paz a un hombre que est en sus ltimos aos y si, en otras palabras, no eres en realidad un sinvergenza, podras consolarte en estas circunstancias, pensando que has llevado una vida guiada por la moralidad?

    Y todo esto a pesar de que tu esposa ha sido una mujer tan buena que nunca te has hartado de ella, y no ha enfermado tanto como para que tu propia salud se resienta solidariamente; todo esto a pesar de que tienes una familia sana, afectuosa y bendecida por el sentido comn. Conozco a muchos hombres y mujeres ancianos que tienen buena reputacin moral, pero que dejaron de amar hace tiempo a sus cnyuges, o que tienen hijas feas y solteronas a las que nunca

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    han podido encontrar marido, hijas a las que aborrecen y que a su vez los odian a ellos en secreto, o hijos cuyas locuras o extravagancias les provocan constantes fatigas y preocupaciones. Es moral que un hombre tenga que soportar todo esto? Alguien debera hacer en el terreno de la moral lo que el viejo Pecksniff Bacon ha hecho en el de la ciencia.

    Pero volvamos al seor y a la seora Allaby. La seora Allaby hablaba del casamiento de dos de sus hijas como si fuera la cosa ms fcil del mundo. Hablaba as porque oy a otras madres hacerlo, pero en el fondo de su corazn no se explicaba cmo lo haba logrado, ni si ella haba tenido algo que ver con el asunto. Primero apareci un joven con el que intent ciertas maniobras, ensayadas mentalmente una y otra vez, que le fue completamente imposible llevar a la prctica. Luego se sucedieron, durante semanas, una retahla de esperanzas, temores y pequeas estratagemas que unas veces parecan imprudentes y otras no. Despus, sin saber por qu, el joven qued atrapado, con el corazn atravesado por una flecha, y se puso a los pies de su hija. Todo le pareci una cuestin de suerte que difcilmente iba a repetirse, si es que se repeta. Pero la verdad es que se repiti y, si la fortuna le sonrea, podra repetirse incluso ms veces, aunque no cinco. Era espantoso: prefera tener tres embarazos antes que pasar por el trago de casar a una hija.

    Sin embargo, haba que hacerlo, y la pobre seora Allaby no dejaba de considerar a todo hombre joven con el que se topaba como un posible yerno. Los padres y las madres les preguntan a veces a los jvenes si guardan intenciones honorables hacia sus hijas. Creo que son los jvenes los que, de vez en cuando, deberan preguntar a los padres y madres, antes de aceptar invitaciones a casas donde todava hay hijas por casar, si ellos guardan intenciones honorables.

    No tengo dinero para pagar a un coadjutor le dijo el seor Allaby a su esposa cuando la pareja discuta las decisiones que iban a tomar. Ser mejor llamar a algn joven sacerdote para que me ayude un rato los domingos. Le dar una guinea cada

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    vez, y probaremos hasta que demos con alguien que nos convenga.

    De modo que lo que se decidi fue que, puesto que la salud del seor Allaby ya no era tan buena como antes, necesitaba ayuda para llevar a cabo sus deberes dominicales.

    La seora Allaby tena una buena amiga, una tal seora Cowey, que era esposa del conocido profesor Cowey. Era lo que entonces se consideraba una mujer profundamente espiritual, un tanto corpulenta y de barba incipiente, que conoca a muchos estudiantes, sobre todo a aquellos que haban decidido tomar parte en el gran Movimiento Evanglico16 que en aquellos tiempos se encontraba en pleno apogeo. Organizaba reuniones por las tardes, cada quince das, en las que orar era una de las principales actividades. Y no slo era una mujer profundamente espiritual, como sola decir la seora Allaby con entusiasmo, sino tambin una verdadera mujer de mundo que, adems, estaba dotada de sentido comn masculino. Ella tambin tena hijas pero, como sola decirle a la seora Allaby, la suerte no le haba sonredo tanto como a ella porque, una tras otra, se fueron casando todas y abandonado el hogar materno, de modo que en aquellos momentos se habra sentido muy sola de no ser por su profesor.

    Naturalmente, la seora Cowey conoca a todos los sacerdotes jvenes de la universidad, as que se encarg de ayudar a la seora Allaby a encontrar un candidato idneo que colaborase con su marido. De modo que una maana de noviembre de 1825, esta dama se desplaz, previa cita, a casa de la seora Cowey para almorzar y pasar la tarde con ella. Tras el almuerzo, las dos damas se retiraron para cumplir con el orden del da. Quedan a la imaginacin del lector las evasivas que emplearon, la forma en que se calaron la una a la otra, la firmeza con que fingieron no calarse la una a la otra, la

    16 Movimiento en el seno de la Iglesia Anglicana que buscaba una mayor

    espiritualidad y compromiso religioso por parte de los fieles. Fundado a finales del siglo XVIII por William Wilberforce, su mayor auge se sita en los primeros cuarenta aos del siglo XIX.

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    finura con que prosiguieron la conversacin en la que exponan la idoneidad de uno u otro dicono y los pros y los contras relacionados con sus aptitudes espirituales. La seora Cowey estaba tan acostumbrada a intrigar que intrigaba por los dems, sin poder evitarlo. Muchas madres le pedan consejo cuando lo necesitaban y, si eran profundamente espirituales, nunca dejaba de hacer por ellas todo lo que estaba en su mano. Si la boda de un joven licenciado no era decidida en el Cielo, se decida, con toda probabilidad, o al menos se intentaba, en el recibidor de la seora Cowey. En esta ocasin, todos los diconos de la universidad en los que poda vislumbrarse algn rayo de esperanza fueron analizados exhaustivamente uno a uno hasta que, al final, nuestro amigo Theobald fue calificado por la seora Cowey como el mejor de los que dispona aquella tarde.

    S que no es un hombre especialmente fascinante, querida dijo la seora Cowey, y no es el primognito, pero es fellow, y a un hijo del seor Pontifex, el editor, aunque no sea el primero, seguro que no le va a ir mal.

    Por supuesto que s, querida respondi la seora Allaby, complacida, eso es lo que cabe espetar.

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    CAPTULO X La entrevista, como todas las dems cosas buenas, toc a su

    fin. Los das eran cortos, y la seora Allaby tena an que recorrer seis millas hasta llegar a Crampsford. Cuando se acomod en su asiento, su facttum, James, no pudo percibir ninguna alteracin en su aspecto, y poco poda imaginar la serie de deliciosas visiones que, junto con su seora, se dispona a transportar a casa.

    El profesor Cowey haba publicado varias obras por intermediacin del padre de Theobald, y la seora Cowey, a su vez, tutel a Theobald desde el principio de sus estudios universitarios. Haca tiempo que le tena echado el ojo, pues senta como una obligacin sacarlo de la lista de jvenes casaderos en la misma proporcin que la seora Allaby senta que deba encontrar esposo para una de sus hijas. De modo que le escribi pidindole que viniera a verla, en trminos que pudieran despertar su curiosidad. As lo hizo y, en la entrevista, abord el asunto de la delicada salud del seor Allaby, y tras encargarse de eliminar todos los obstculos que le correspondan, segn el compromiso que haba adquirido, se acord que Theobald acudira a Crampsford seis domingos consecutivos, y que se hara cargo de la mitad de las obligaciones del seor Cowey por media guinea cada domingo, pues la seora Cowey redujo sin piedad el estipendio habitual y Theobald no fue lo bastante fuerte para oponerse.

    Desconocedor de las tramas que estaban preparndose para mejorar su paz mental, y sin pensar nada ms que iba a ganar tres guineas y, tal vez, asombrar a los habitantes de Crampsford con sus conocimientos acadmicos, Theobald se desplaz a la rectora un domingo, a primeros de diciembre, slo unas pocas semanas despus de haber sido ordenado. Preparar el sermn, que versaba sobre geologa, le cost un enorme esfuerzo. Era un asunto que entonces estaba de gran actualidad, por ser una pesadilla para los telogos. En l

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    expona que, si la geologa serva para algo, pues Theobald era demasiado liberal para despreciarla por completo, era en realidad para confirmar el carcter plenamente histrico de la crnica mosaica de la Creacin contenida en el Gnesis. Todos los fenmenos que, a primera vista, pareciesen ir en contra de esta explicacin, eran slo parciales, y quedaban invalidados tras una investigacin. Todo result de un gusto excelente, de modo que cuando Theobald visit la casa del prroco, para almorzar entre uno y otro