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Cartografas ArgentinasPolticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad

Claudia Brioneseditora

1 edicin: 2005, Editorial Antropofagia. ra. 1 reimpresin, mayo de 2008, Editorial Antropofagia. www.eantropofagia.com.ar

ra.

Cartografas argentinas : polticas indigenistas y formaciones provinciales de alteridad / ; compilado por Claudia Briones. 1a ed. 1a reimp. - Buenos Aires : Antropofagia, 2008. 330 p. ; 20x14 cm. ISBN 978-987-1238-03-3 1. Etnografa Argentina. I. Briones, Claudia, comp. II. Ttulo CDD 305.809 82

Queda hecho el depsito que marca la ley 11 723. No se permite la reproduccin parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisin por cualquier medio sin el permiso de los editores.

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ndicePrefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5 Captulo 1: Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provinciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Claudia Briones Captulo 2: El estado del malestar. Movimientos indgenas y procesos de desincorporacin en la Argentina: el caso Huarpe . . . . . . . . . . . . 39 Diego Escolar Captulo 3: Trayectorias de oposicin. Los mapuches y tehuelches frente a la hegemona en Chubut . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Ana Ramos y Walter Delrio Captulo 4: Tierras, indios y zonas en la provincia de Ro Negro . . . . . . . . . . . 101 Lorena Cauqueo, Laura Kropff, Mariela Rodrguez y Ana Vivaldi Captulo 5: La mstica neuquina. Marcas y disputas de provinciana y alteridad en una provincia joven. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 Laura Mombello Captulo 6: Polticas indigenistas en Neuqun: pasado y presente . . . . . . . . . . . 151 Carlos Falaschi O., Fernando M. Snchez y Andrea P. Szulc Captulo 7: Salteidad y pueblos indgenas: continuidad y cambio en identidades y moralidades . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 Paula Lanusse y Axel Lazzari

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Captulo 8: Poltica indigenista del estado democrtico salteo entre 1986 y 2004 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213 Morita Carrasco Captulo 9: Neoindigenismo de necesidad y urgencia: la inclusin de los Pueblos Indgenas en la agenda del Estado neoasistencialista . . . . . . . . . . . 245 Diana Lenton y Mariana Lorenzetti Bibliografa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273

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Prefaciolas investigaciones realizadas entre abril de Este libro rene de trabajo, GrupoSeccin Etnologa yenero de 2001 yInstitutoy de Estudios en Aboriginalidad, Provincias 2004 por el Nacin, con lugar en La Etnografa delGEAPRONA

de Ciencias Antropolgicas, Facultad de Filosofa y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Como toda obra colectiva se ha ido entramando a partir del cruce tanto de historias institucionales y circunstanciales, grupales y personales, como de reuniones peridicas para la discusin colectiva de los trabajos realizados y las condiciones en que los realizamos. Aunque nuestros intercambios sistemticos nos permitieron precisar intereses, delimitar agendas de investigacin y abrir nuevas perspectivas, cada captulo refleja las inquietudes, experiencias de trabajo y perspectivas particulares de autores y coautores, en dilogo con las peculiaridades de los casos y/o problemas abordados. En tal sentido, apostamos a mantener abierta la tensin resultante de circunscribir preguntas comunes y generalizar debates, sin forzarnos a uniformar ni los encuadres ensayados ni las vas de exploracin o interpretaciones enfatizadas. Una de las peculiaridades de los integrantes del equipo es que todos provenimos de trayectorias de investigacin y colaboracin vinculadas a los Pueblos Originarios que habitan lo que hoy se conoce como Repblica Argentina, a sus reivindicaciones y reclamos, a sus derechos, producciones culturales y procesos organizativos. Como antecedentes inmediatos de la formacin del GEAPRONA, algunos de nosotros formamos en 1997 el GELIND (Grupo de Estudios en Legislacin Indgena), para sistematizar un abordaje antropolgico de la actualizacin de los marcos jurdicos desde los cuales se empez a abordar desde los 1980s en el 1 pas y en el mundo la especialidad de los derechos indgenas. Otros venamos tambin trabajando desde 1996 con el GEADIS (Grupo de Estudios en Antropologa y Discurso) apuntando a dar cuenta de prcticas discursivas de pertenencia 2 y exclusin desde una perspectiva metapragmtica. En el marco de estos y otros espacios de reflexin, comenzamos a visualizar la necesidad de trabajar co-cons1El GELIND ha venido trabajando con financiamiento del CONICET desde 1997 bajo la direccin de la Dra. Alejandra Siffredi, y con financiamiento UBACYT bajo mi direccin entre 1998 y 2001. Originalmente, el equipo estuvo adems integrado por Morita Carrasco, Diego Escolar, Diana Lenton, Axel Lazzari, Juan Manuel Obarrio, y Ana Spadafora.

2 Entre 1995 y 1998, esta labor qued enmarcada en el UBACYT FI020, Discurso y Metadiscurso como procesos de produccin cultural en el rea mapuche argentina., que dirig con la colaboracin de la Dra. Luca Golluscio y la participacin de Silvia Calcagno, Corina Courtis, Diego Escolar, Diana Lenton, Ana Ramos y Vivian Spoliansky. Entre 1998 y 2001, continuamos esta lnea de investigacin desde el UBACYT FI059 Construcciones de alteridad. Discursos de pertenencia y exclusin., dirigido por la Dra. Luca Golluscio, al que se sumaron Walter Delrio, Yun Sil Jen, Laura Kropff, Claudia Oxman, Mariela Rodrguez, Susana Skura y Alejandra Vidal.

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trucciones contextuadas de aboriginalidad y nacin desde lo que inicialmente llamamos distintos estilos provinciales de construccin de hegemona cultural. A modo de resea, las investigaciones previas y en curso de los integrantes del equipo sobre procesos de alcance nacional o de ms inmediata y efectiva repercusin en las provincias de Chubut, Neuqun, Ro Negro, Salta y San Juan mayormente con los Pueblos Mapuche, Wich y Huarpe nos llevaron a converger al menos en dos constataciones que, a la par de hacer visibles inquietudes comunes, fueron configurando los puntos tericos y metodolgicos de partida: A pesar del peso e incidencia uniformante de las polticas del estado federal y de las construcciones de alteridad hegemnicas en arenas nacionales, distintos estados provinciales parecan ir copiando con diferencias esos lineamientos, desde formas histricamente especficas de inscribir no slo la relacin provincia/nacin, sino tambin la relacin provincia/alteridades internas. As como era dable advertir variaciones en la organizacin de un mismo pueblo indgena segn las distintas provincias en que se encuentra radicado, tambin se podan observar semejanzas entre las producciones culturales y procesos organizativos de distintos pueblos indgenas que forman parte de una misma provincia. En tanto ambas constataciones nos persuadan de que la explicacin de las diferencias que veamos tanto en las prcticas polticas del activismo indgena como en las polticas provinciales requera algo ms que un trabajo de contextuacin en ocurrencias jurdico-polticas de alcance federal, decidimos redefinir focos previos de investigacin, para analizar cmo las provincias en las que trabajamos recrean otros internos heredados de las geografa simblica hegemnica de nacin desde estilos provinciales de ser argentino histricamente gestados. Esto es, nos propusimos reconstruir diferentes estilos de provincialidad para ver cmo cada cual matiza procesos generales de alterizacin segn formas igualmente matizadas de anclar la pertenencia nacional. Entendiendo entonces que las fronteras provinciales (econmicas, sociales, polticas, identitarias) emergen, se resignifican y se disputan en y a travs de prcticas complejas de incorporacin/subordinacin de la provincia y sus sujetos a la nacin-como-estado, postulamos la provincia cada provincia como construccin histrica problemtica que, yendo ms all de una mera instancia jurdico-administrativa y una geografa naturalizada, devena nivel crtico de lectura de aboriginalidades situadas. Concibiendo a su vez que los reclamos indgenas dialogan y reinscriben crticamente construcciones e imaginarios hegemnicos de distintos rdenes, asumimos incluso que el anlisis de las formas que han ido tomando las demandas indgenas es

Prefacio

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una va de acceso privilegiada para mapear tanto los conflictos entre el estilo nacional y los estilos provinciales de imaginacin de otros internos, como la efectividad residual de condiciones materiales de existencia de larga duracin, acuadas en esa tensin entre lineamientos de orden nacional y provincial. Presentamos por tanto aqu los resultados de nuestros primeros aos de trabajo. Los entendemos y compartimos como articulacin de diagnsticos y descripciones densas sobre las cuales amarrar algunas explicaciones provisionales, para profundizar de aqu en ms nuevos interrogantes surgidos a partir tanto de los desempeos en curso de los agentes y agencias evaluadas, como de nuestro propio trabajo. Si no es sencillo sostener en el tiempo la conformacin de un equipo de investigacin en contextos que no contemplan retribuciones para integrantes sin insercin institucional rentada, la pasin y dedicacin de los integrantes han suplido las insuficiencias provenientes de financiamientos exiguos. En tal sentido, agradecemos a la Universidad de Buenos Aires la libertad que nos diera para conformar un colectivo interdisciplinario con mayora de antroplogos, pero tambin un abogado y un historiador tan diasprico como diverso en su composicin y afiliaciones institucionales. Esto es, un equipo integrado por personas con residencia permanente en Buenos Aires, pero tambin en Neuqun, Ro Negro o en lugares transitorios de perfeccionamiento; todos nosotros docentes e investigadores formados y en formacin, en su mayora de la propia UBA, pero tambin de la Universidad Nacional del COMAHUE y del CONICET, algunos como becarios y/o tesistas de licenciatura, maestra y doctorado en la institucin patrocinante o en otras instituciones nacionales y del extranjero. Claudia Briones Marzo 2005

Captulo 1:

Formaciones de alteridad: contextos globales, procesos nacionales y provincialesClaudia Briones1

localidades y agentividades sociopolticas Aun trabajando sobre coyunturas, losexplicaciones enindgenas de organizacines-y pecficas, quienes acompaamos movimientos reclamo, debemos contextuar nuestras dos marcos problemticos de referencia que tambin atraviesan explcita o implcitamente los captulos de este libro. Por un lado, venimos asistiendo desde fines de los 80 a un proceso de juridizacin del derecho indgena a la diferencia cultural, ligado a que se lo empieza a ver como parte de los derechos humanos, aunque con especialidad histrica y prctica propias. Este reconocimiento, que no casualmente ha ido de la mano de lo que en lenguaje cotidiano se denomina avance del neoliberalismo, ha tendido a transnacionalizarse. No obstante, cada pas signatario de acuerdos y convenciones programticas internacionales y productor de polticas indigenistas ha ensayado con mayor o menor compromiso operativizaciones dispares. Esas operativizaciones dicen mucho en verdad de las formas en que cada pas ha venido hablando (Corrigan y Sayer, 1985) a sus ciudadanos indgenas incluidos y administrando histricamente las relaciones con los Pueblos Originarios. En tal sentido, el desafo explicativo radica en posicionarnos dentro de un marco que nos permita explorar y dar cuenta de la tensin entre procesos de larga duracin y transformaciones epocales recientes. Por otro lado, tienen razn los indgenas cuando sostienen que las fronteras que se han impuesto sobre los pueblos originarios son para su devenir una ocurrencia tan tarda como arbitraria, que ha dejado incluso a varios de ellos inexplicablemente separados en distintos pases y provincias. No obstante, en tanto dispositivos de territorializacin de soberanas correspondientes a distintos niveles de estatalidad, las fronteras tienen capacidad performativa en lo que hace a inscribir subjetividades ciudadanas. Para explorar por ende la materialidad de sus efectos substancializadores y diferenciadores, todo marco explicativo requiere no slo temporalizar sino tambin espacializar las prcticas que las estructuran y que quedan por ellas estructuradas.1Profesora de la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Seccin Etnologa y Etnografa del Instituto de Ciencias Antropolgicas de la Facultad de Filosofa y Letras.

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En este captulo introducimos algunos conceptos, discusiones y posicionamientos respecto de ambas cuestiones y efectuamos algunas consideraciones sobre las repercusiones y superficies de emergencia que los procesos mencionados han mostrado en nuestro pas. Muchas de las precisiones que realizamos forman parte del acervo de discusin compartido por los autores de este libro, por lo que de alguna manera sirven de marco introductorio a los captulos sucesivos. Sin embargo, ciertos desarrollos, nociones y lecturas de la situacin nacional responden a un enfoque ms bien personal, por lo que slo cabe responsabilizarme a m de su autora. I. Entre la historia y los tiempos recientes, tan paradjicos como interesantes En las ltimas dcadas, la transformacin de los escenarios de lucha indgena ha estado en lo inmediato vinculada a los factores posibilitadores y los efectos de un proceso que Russel Barsh (1994) llama de pasaje de los indgenas de objetos a sujetos del derecho internacional, y que Willem Assies (2004) define como el pasaje de minoras a pueblos. Se alude con esto a las complejas circunstancias que llevan a la aprobacin del Convenio 169 de la OIT en 1989, a la preparacin del Borrador de la Declaracin Universal de los Derechos Indgenas de las Naciones Unidas primera versin estabilizada en 1994, ao de inicio del decenio de los Pueblos Indgenas (PIs) que terminara en 2004, a la de la Declaracin Americana de la OEA y de otros marcos legales que parecen coronar movilizaciones y demandas indgenas entramadas a escala planetaria. No obstante, la explicacin de esas transformaciones y sus efectos debe buscarse en cambios a ser analizados simultneamente desde dos tipos de procesos generales que han ido de la mano de la llamada fase flexible de acumulacin capitalista, procesos que se empiezan a entramar en los 70, se instalan en los 80, y adquieren visibilidad social particularmente en los 90. Nos referimos a la que se engloban bajo denominaciones como transnacionalizacin, globalizacin o mundializacin, por un lado, y a lo que propondramos enfocar como gubernamentalidad neoliberal, por el otro. Si por transnacionalizacin entendemos una re-territorializacin de prcticas econmicas, polticas y culturales que, reconfigurando el orden inter-nacional, resultan en el aumento y la diversificacin de los flujos de poblacin, productos, informacin, etc., las luchas indgenas han quedado enmarcadas en y por una serie de peculiaridades. Primero, por la internacionalizacin de la retrica de la diversidad como derecho humano y valor, lo cual ha derivado en lo que Susan Wright (1998) llama politizacin de la cultura. Segundo, por una multiplicacin de agencias y arenas involucradas en la gestin de la diversidad (agencias multilaterales, organismos internacionales, estados, organizaciones y comunidades indgenas, ONGs) que ha derivado en que incluso los emprendimientos ms localizados operen como caja de resonancia de aconteceres globales (Mato, 1994). Tercero, por la posibi-

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lidad de entramar alianzas supra-nacionales entre pueblos indgenas, sea porque un mismo pueblo como el Inuit o el Saami se organizan por encima de distintos estados; sea porque se crean alianzas pantnicas como la COICA o la alianza de los pueblos de los bosques tropicales que renen pueblos distintos de distintos pases (Iturralde, 1997; Morin y Saladin DAnglure, 1997). Pero tambin por el surgimiento de alianzas entre indgenas y ONGs globales y locales (Conklin y Graham, 1995). En este marco y como seala Joanne Rappaport (2003), la globalizacin articula a escala global, regional y nacional diversas zonas de contacto, entendidas como un conjunto de contextos histricos, geogrficos y sociales cuyo anlisis permite ver cmo los procesos globales se sedimentan en prcticas locales conjunto de contextos cuyo anlisis requiere considerar desde la naturaleza cultural del capitalismo y las tensiones entre modernidad y tradicin, hasta el campo internacional dentro del cual circulan ideas que afectan las construcciones de identidades nacionales e indgenas. Emergen adems lo que Daniel Mato (2003) llama complejos transnacionales de produccin cultural, como las distintas redes de comercio alternativo o justo, la produccin y comercializacin internacional de productos tradicionales. Aqu la paradoja inherente a estos procesos es que, aunque el sentido comn entienda que la globalizacin tiene un potencial homogeneizador que genera localizacin, los movimientos supuestamente particularistas como el indgena tambin se trans-nacionalizan, y apuntan a inscribir sentidos globales (Briones et al., 1996). En el plano sociopoltico, la acumulacin flexible del capital viabilizada por la llamada globalizacin ha ido de la mano de formas peculiares de entender la racionalidad gubernativa y la conduccin biopoltica de las conductas (Foucault, 1991b), formas cuya peculiaridades llevan a Gordon (1991) a hablar de una gubernamentalidad neoliberal. A niveles macro, esta nueva gubernamentalidad ha quedado mayormente caracterizada por la privatizacin de responsabilidades estatales va la tercerizacin de servicios sociales claves lo que se llama una retirada del Estado o va una descentralizacin entendida menos como aumento de autonomas regionales que como desconcentracin y, en Argentina, como ajuste y desorganizacin. A niveles micro, la gubernamentalidad neoliberal ha comportado una redefinicin de los sujetos gobernables (Rose, 1997 y 2003), de modo que los antes pobres y subdesarrollados han pasado a ser poblaciones vulnerables con capital social. En este marco, los organismos multilaterales e internacionales vienen paralelamente promoviendo lo que yo llamara una neoliberalizacin de los estndares metaculturales hegemnicos. Me refiero a que, si hasta hace no tanto tiempo las culturas indgenas eran vistas como lastre del desarrollo latinoamericano (Ribeiro, 2002), en la era lo que Charles Hale define como multiculturalismo neoliberal (Hale, 2002) o lo

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que Donna Van Cott define como multiculturalismo constitucional (Van Cott, 2000) se las piensa y postula como derecho (Taylor, 1992), como capital social (Domnech, 2004), como recurso poltico (Turner, 1993) y/o como recurso econmico (Ydice, 2002). En conjunto y ms all de anclajes particulares segn los casos, los nuevos ordenamientos multiculturales que estas redefiniciones vienen proponiendo sobre todo en contextos como el latinoamericano han estado siempre en dilogo y reinscribiendo al menos tres de las paradojas principales que parecen propias de la era. Primero, el reconocimiento de derechos especiales o sectoriales va de la mano de la tendencia a la conculcacin de los derechos econmico-sociales universales. Por una parte, esta habilitacin de derechos especiales en un contexto de quebrantamiento de los derechos universales lleva a que a pesar de los reconocimientos retricos los PIs sigan formando mayoritariamente parte de las poblaciones nacionales que peor ranquean en trminos de Necesidades Bsicas Insatisfechas. Por la otra, a que los restantes componentes no indgenas de estas poblaciones muchas veces recepcionen desfavorablemente la particularidad de sus reclamos, concurriendo con interpretaciones hegemnicas que estigmatizan las demandas y demandantes indgenas como encarnacin de meras instrumentalizaciones identita2 rias para sacar provecho de circunstancias difciles para todos. Segundo, se viene dando una curiosa convergencia entre las demandas indgenas de participacin y la manera en que la gubernamentalidad neoliberal tiende a auto-responsabilizar a los ciudadanos de su propio futuro, en tanto sujetos definidos como consumidores autnomos y con libertad de eleccin (Rose, 2003). Evelina Dagnino (2002a, 2002b y 2004) define esta convergencia como confluencia perversa, en tanto las justas demandas de participacin activa que se realizan desde la sociedad civil se ven potenciadas por una reconfiguracin de la sociedad poltica que viene promoviendo el repliegue estatal al momento de atender responsabilidades sociales bsicas. Los esposos Comaroff (Comaroff y Comaroff, 2002) identifican esta paradoja como la que lleva a promover una politizacin de las identidades en contextos de despolitizacin de la poltica. En otra parte, sugerimos cmo la misma opera en el pas alentando cambios sobre las polticas de la subjetividad y las concepciones de la poltica (Briones, Cauqueo, Kropff y Leuman, 2004). Tercero, los pueblos indgenas vienen denunciando que las retricas complacientes de las agencias multilaterales e incluso las de algunos estados rara vez son acompaadas y avaladas por medidas conducentes a una redistribucin de recursos que sea paralela a la de reconocimientos simblicos. Ms all de estas punzantes y2 Algunas contextuaciones y contra-argumentos que rebaten lecturas sociales y acadmicas instrumentalistas pueden verse en Briones (1998a; 2001b; 2005a).

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acertadas imputaciones, lo paradjico es que a veces las objeciones formuladas acaben reiterando los fundamentos del mismo orden capitalista avanzado del que se sospecha, en tanto llevan a debatir soluciones que terminan tambin postulando la diversidad como bien de mercado (Segato, 2002; Zizek, 2001). Me refiero con esto a que defender prcticas y saberes desde nociones de patrimonio y propiedad intelectual conlleva para los PIs el riesgo de aceptar transformar tambin su espiritualidad en mercanca. Ahora bien, el punto que me interesa destacar es que, a pesar de tendencias generales y paradojas compartidas, estas redefiniciones no han operado en el vaco. Por el contrario, historias y trayectorias particulares de insercin en el sistema-mundo han llevado a que, en cada pas y regin, las agendas multilateralmente fijadas para la adecuacin de marcos polticos y legales de gestin de la diversidad se fuesen procesando desde agendas propias. En cada pas, entonces, esa apropiacin de agendas se realiza desde y contra ordenamientos sedimentados que ejercen sus propias fricciones al nuevo sentido comn de la poca, dando por resultado lo que podramos llamar neoliberalizaciones de los estados y las culturas a la argentina, a la ecuatoriana, a la chilena, etc. Paralelamente y como seala Fabiola Escrzaga (2004), si la constitucin de los PIs en sujetos polticos y actores sociales ha avanzado a ritmo dispar en los distintos pases de Amrica Latina, ello se debe a la interaccin de una serie de variables, que requieren pensar comparativamente factores dispares que van desde las dimensiones demogrficas y el emplazamiento territorial de la poblacin indgena, hasta el carcter de las relaciones intertnicas, la vinculacin de las organizaciones polticas con los sujetos tnicos, y la maduracin del o los movimientos indgenas en cada pas; desde la capacidad hegemnica de cada Estado-Nacin para garantizar la gobernabilidad del pas y para el ejercicio de la soberana, hasta los contextos polticos, econmicos y sociales que cada Estado promueve y regula, incluyendo en ello la presencia de entidades internacionales como complemento o sustituto de estados dbiles. No siendo ste el lugar para examinar las peculiaridades de las polticas de diver3 sidad que se dan a partir de los aos 80 en Amrica Latina, me gustara sobre estas bases de problematizacin y contextuacin de la poca, compartir algunos conceptos que he/mos venido desarrollando para leer las peculiaridades nacionales como parte de ordenamientos ms vastos que no se acotan a lo poltico. Articulando de maneras sui generis los recursos econmicos en disputa, los mecanismos polticos para asegurar esos recursos y las concepciones sociales legitimadoras de lo que en cada momento se pueda definir como statu quo (Cornell, 1990), sostuvimos en otra parte que esos ordenamientos han resultado en co-construcciones situadas3 Para obtener un panorama en esta direccin, consultar por ejemplo Escrzaga (2004); Gros (2000); Sieder (2002 y 2004).

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de aboriginalidad y nacin (Briones, 1998a). Postulamos ahora que los mismos tambin son marco para explicar procesamientos nacionalmente diferenciados de los cambios de racionalidad gubernativa y directrices econmicas ligados a transformaciones globales pero epocalmente especficas, en trminos de polticas indigenistas y de reclamos indgenas. A este ltimo respecto, nos interesa tambin operacionalizar algunos conceptos que permitan particularmente entender cmo la configuracin de ordenamientos de larga duracin que incluso hunden sus races en disparidades registradas durante la estructuracin colonial de Amrica Latina ha ido anclando distintas movilidades estructuradas y sensibilidades afectivas (Grossberg, 1992) para los PIs al interior de cada Estado-Nacin de la regin. Entendemos que esas movilidades y sensibilidades son claves para explicar las diferencias en las demandas y en las formas de plantearlas en los diversos foros que se hacen patentes entre PIs radicados en distintos pases o incluso en distintas provincias de un mismo pas, a pesar de las huellas de convergencia posibilitadas tanto por visiones culturales compartidas, como por la transnacionalizacin de la poltica indgena. II. La materialidad de las fronteras nacionales y provinciales Remedando tal vez las discusiones y divisorias de los movimientos sociales de nuestro continente, los cientistas latinoamericanos hemos insumido demasiadas energas buscando dirimir la materialidad de las adscripciones indgenas a travs del debate sobre la posible precedencia y relaciones entre clase y etnicidad desde aproximaciones generalistas a ambas realidades/conceptos. Sostuvimos en otra parte (Briones, 2005a) que esas discusiones hubiesen sido ms productivas de habernos concentrado antes en identificar contextos y procesos productores de etnicidades especficas, o mejor dicho, contextos y procesos de formacin de grupos alterizados en base a marcaciones selectivamente racializadas y etnicizadas desde lugares de poder como el de la mayora sociolgica de la Nacin-como-Estado que reproducen desigualdades no slo a partir de la imbricacin de diversos clivajes, sino tambin a partir de la invisibilizacin de lo que se define como norma (Williams, 4 1989). En este marco inscribimos inicialmente la nocin de aboriginalidad (Brio4 Para evitar caer en la sustancializacin que implica hablar de grupos tnicos y grupos raciales o razas perdiendo la posibilidad de entender cmo lo que aparece sustancial es sociohistricamente sustancializado y cmo un mismo sector puede ser individualizado a partir de marcas de distinto tipo definimos la racializacin como forma social de marcacin de alteridad que niega la posibilidad de que cierta diferencia/marca se diluya completamente, ya por miscegenacin, ya por homogenizacin cultural, descartando la opcin de smosis a travs de las fronteras sociales, esto es, de fusin en una comunidad poltica envolvente que tambin se racializa por contraste. Definimos como etnicizacin, en cambio, a aquellas formas de marcacin que, basndose en divisiones en la cultura en vez de en la naturaleza, contemplan la desmarcacin/invisibilizacin y apostando a la modificabilidad de ciertas

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nes, 1998a) como tipo de alteridad cuya particularidad ha pasado en todo caso por sublimar las dinmicas y efectos de la relacin colonial como distancias culturales, temporales y espaciales respecto de la autoctona de algunos. Pero como otras alterizaciones, la aboriginalidad tambin ha conllevado jerarquizar horizontal y verticalmente al conjunto de ciudadanos normales/normalizados y a los definidos como otros internos (en este caso, indgenas, aborgenes, indios, etc.), en base a dispositivos de totalizacin e individuacin que inscriben campos de visin diferenciados para cada cual (Corrigan y Sayer, 1985), segn estrategias de espacializacin, temporalizacin y substancializacin (Alonso, 1994) que atribuyen dispares consistencias, porosidades y fisuras a los contornos (auto)adscriptivos tanto del nosotros desmarcado como de los contingentes sociales selectiva y explcitamente etnicizados y/o racializados. Ahora bien, la necesidad de poner la cuestin indgena en una matriz ms compleja de alterizaciones y normalizaciones, nos fue llevando a introducir otros conceptos. Sostuvimos que la posibilidad de explicar la re-produccin material e ideolgica de grupos selectivamente racializados y etnicizados desde un abordaje materialista dependa de prestar atencin no slo a la economa poltica, sino a la economa poltica de produccin de diversidad cultural (Briones, 2001a). Partiendo de ver a la cultura como un hacer reflexivo, como un medio de significacin que puede tomarse a s mismo como objeto de predicacin (Briones y Golluscio, 1994), advertimos no slo que la cultura es un proceso disputado de construccin de significado, sino que toda cultura produce su propia metacultura (Urban, 1992), esto es, nociones en base a las que ciertos aspectos se naturalizan y definen como a-culturales, mientras algunos se marcan como atributo particular de ciertos otros, o se enfatizan como propios, o incluso se desmarcan como generales o compartidos. Al convertir explcita o implcitamente a las cultura propia y ajena en objetos de la representacin cultural, esas nociones metaculturales generan su propio rgimen de verdad (Foucault, 1980) acerca de las diferencias sociales, jugando incluso a reconocer la relatividad de la cultura como para reclamar universalidad y vice-versa (Briones, 1996 y 1998b). En este marco, la idea de trabajar sobre economas polticas de produccin de diversidad cultural remite centralmente a ver cmo ponderaciones culturales de distinciones sociales rotuladas como tnicas, raciales, regionales, nacionales, religiosas, de gnero, de edad, etc., proveen medios como seala (Hall, 1986) que habilitan o disputan modos diferenciados de explotacin econmica y de incorporacin poltica e ideolgica de una fuerza de trabajo no menos que de una ciudadana que se presupone y re-crea diferenciada. En otras palabras, el punto es ver cmo se reproducen desigualdades internas y renuevan consensos endiferencias/marcas prevn o promueven la posibilidad general de pase u smosis entre categorizaciones sociales con distinto grado de inclusividad (Briones, 2002b).

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torno a ellas invisibilizando ciertas divergencias y tematizando otras, esto es, fijando umbrales de uniformidad y alteridad que permiten clasificar a dispares contingentes en un continuum que va de inapropiados inaceptables a subordinados tolerables (B. Williams, 1993). Ahora bien, ese continuum no obsta que se identifiquen tipos de otros internos en base a marcas particulares por ejemplo, indgenas, afrodescendientes, inmigrantes, criollos, en pases latinoamericanos, o los cinco troncos racializados que conforman el modelo del pentgono tnico en los EE.UU.. Inicialmente, convergimos con la idea de Segato (1991, 1998a, y 1998b) de hablar de matrices de diversidad. Con el tiempo, postulamos que el juego histricamente sedimentado de marcas va entramando formaciones nacionales de alteridad cuyas regularidades y particularidades resultan de y evidencian complejas articulaciones entre sistemas econmicos, estructuras sociales, instituciones jurdico-polticas y aparatos ideolgicos prevalecientes en los respectivos pases (Briones, 2004). Nuestra nocin de formaciones nacionales de alteridad surge entonces de resignificar la nocin de formacin racial de Omi y Winant (1986) ya que, si bien nos negamos a ver slo la raza como eje central de las relaciones sociales, s apuntamos a dar cuenta del doble proceso por el cual fuerzas sociales, econmicas y polticas que determinan el contenido y la importancia de las categoras sociales as como el interjuego de distintos clivajes de desigualdad son, a su vez, modeladas por los significados y significantes categoriales mismos, deviniendo por ende factor constituyente tanto de las nociones de persona y de las relaciones entre individuos, como tambin componente irreductible de las identidades colectivas y de la estructura social. Entendemos por tanto que tales formaciones no slo producen categoras y criterios de identificacin/clasificacin y pertenencia, sino que administrando jerarquizaciones socioculturales regulan condiciones de existencia diferenciales para los distintos tipos de otros internos que se reconocen como formando parte histrica o reciente de la sociedad sobre la cual un determinado Estado-Nacin extiende su soberana. As, aun cuando tales contingentes son construidos como parcialmente segregados y segregables en base a caractersticas supuestamente propias que portaran valencias bio-morales concretas de autenticidad, los mismos van quedando siempre definidos por una triangulacin que los especifica entre s y los (re)posiciona vis--vis con el ser nacional (Briones, 1998c). Paralelamente, an cuando las formaciones nacionales de alteridad tienen una notable eficacia residual por la forma en que se entraman desde lo que hegemnicamente se erige como mito-motor de la identidad nacional, con el tiempo se transforman como ilustran algunos estudios de caso que se presentan en este libro tanto las valencias o valorizaciones relativas de los diversos contingentes, como las polticas que, de forma siempre contextual y temporalmente contingente, buscan fortalecer o debilitar los distintos contornos (auto)adscriptivos. En este marco, la

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puesta en proceso de las formaciones nacionales de alteridad no es una cuestin menor para dar cuenta de su historicidad y de las emergencias en verdad, re-articulaciones identitarias que ciertos contextos posibilitan, al tender a desestabilizar o desmantelar instalaciones estratgicas previamente disponibles. Por otra parte, dichas formaciones y su transformacin vale enfatizarlo nunca son efecto de prcticas estatales solamente. Sin embargo, por ser los Estados-Nacin puntos de condensacin de un vasto conjunto de tecnologas, dispositivos e instituciones que inscriben lugares de autoridad socialmente abstractos, impersonales, soberanos y autnomos, pero siempre territorialmente basados desde donde hablar en nombre de la sociedad como un todo y mantener un orden basado en la ley (Parekh, 2000), ni las prcticas estatales son secundarias en el entramado de las formaciones nacionales de alteridad, ni tampoco es una cuestin menor entender la lgica espacial en y a travs de la cual los estados actualizan las formaciones de alteridad en que su ejercicio de regulacin se apoya. Para dar cuenta entonces de esa lgica es que propusimos ver cmo se van transformando las geografas estatales de inclusin y exclusin, esto es, las articulaciones histricamente situadas y cambiantes mediante las cuales niveles anidados de esta5 talidad ponderan y ubican en tiempo y espacio su diversidad interior (Briones, 2001a). Llegamos por esta va a lo que es cometido central de este libro, esto es, no slo pensar cartogrficamente (de Souza Santos, 1991), sino tambin tomar en cuenta niveles provinciales de estatalidad. Segn lo vemos, porque los estados provinciales tambin operan como instancias fundamentales de articulacin que generan representaciones localizadas sobre el estado-como-idea (Abrams, 1988) y sobre la poltica, administrando a su vez sus propias formaciones locales de alteridad para especificarse en relacin a la identidad nacional desde formas neuquinas, salteas, chubutenses, etc., de ser argentinos. En trminos de efectos, son precisamente estos niveles los que permiten explicar variaciones en la organizacin y demandas de un mismo pueblo indgena segn las distintas provincias en que se encuentra, as como semejanzas entre organizaciones y reclamos de distintos pueblos indgenas que forman parte de una misma provincia. Y en este sentido es que decamos que, a pesar de su arbitrariedad, las fronteras estatales, tanto federales cuanto provinciales, portan su propia materialidad. En lneas generales, el esfuerzo por hacer cartografas est inspirado en los trabajos de Lawrence Grossberg y en su propuesta de contrarrestar las polticas modernas y posmodernas de la diferencia, viendo cmo los tres planos principales de individuacin sujetos con subjetividad, self con identidad y agentes con capacidad de agencia pueden ser entendidos no slo desde un sentido temporal sino dentro5 Concretamente, Estado federal y estados provinciales incluso municipales como formaciones pluricentradas y multidimensionales que condensan discursos y prcticas polticas de diferente tipo en un hacer sistemtico de regulacin y normalizacin de lo social (Hall, 1985).

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de una lgica espacial. Es que la idea de que las identidades se construyen por diferencia es, segn este autor (1996), legado tpico de una modernidad que siempre se ha construido a s misma diferencindose de otro como tradicin en sentido temporal, o como los primitivos/los tnicos en tanto otros espaciales transformados en otros temporales en un juego que confina a los/sus otros a responder por inversin. Para escapar entonces a esta idea de diferencia y a los efectos ideolgicos de la misma modernidad, Grossberg propone empezar a notar que la peculiaridad de lo moderno aunque se construya a s mismo en clave temporal, haciendo de la subjetividad una conciencia del tiempo interno, de la identidad una construccin temporal de la diferencia, y de la agencia un desplazamiento/diferimiento temporal de la diferencia pasa por postularse como diferencia siempre diferente de s misma a lo largo del tiempo y el espacio. En consecuencia, sostiene el autor, esos tres planos de individuacin tambin pueden y deben ser entendidos desde su 6 lgica espacial. En lo concreto, la propuesta de ver cmo el Estado federal y los estados provinciales ponen su diversidad interior en coordenadas tmporo-espaciales a travs de geografas de inclusin y exclusin retoma la propuesta de Grossberg (1992 y 1993) de analizar los modos por los cuales los sistemas de identificacin y pertenencia son producidos, estructurados y usados en una formacin social, a travs de la articulacin de maquinarias organizaciones activas de poder tanto estratificadoras y diferenciadoras, cuanto territorializadoras. En esto, si las maquinarias estratificadoras dan acceso a cierto tipo de experiencias y de conocimiento del mundo y del s mismo produciendo la subjetividad como valor universal pero desigualmente distribuido, las maquinarias diferenciadoras se vinculan a regmenes de verdad responsables de la produccin de sistemas de diferencia social e identidades en nuestro caso, sistemas de categorizacin social centralmente ligados a tropos de pertenencia selectivamente etnicizados, racializados, o desmarcados. Por su parte, las maquinarias territorializadoras resultan de regmenes de poder o jurisdiccin que emplazan o ubican sistemas de circulacin entre lugares o puntos temporarios

6 Desde esta mirada, la subjetividad se nos revela como experiencia del mundo desde posiciones particulares que, aunque sean direcciones temporarias, determinan el acceso al conocimiento y devienen lugares de apego construidos como hogares desde cuya geografa hablamos. En similar direccin, el self o la identidad remite a diferentes vectores de existencia ligados a espacios tanto regionales como nacionales y globales que pudiendo estar enclavados, o permitir mucha movilidad, o excluirnos de otros involucran un sistema complejo de movilidades superpuestas y en competencia, e incluso condicionan las alianzas que se pueden realizar entre distintas identidades o mapas de existencia espacial. La agencia, por su parte, emerge como una cuestin de distribucin de agentes y de actos dentro de espacios y lugares que no son puntos de origen pre-existentes, sino producto de sus esfuerzos por organizar un espacio limitado. Remite as a instalaciones estratgicas posibilitadas por movilidades estructuradas que definen y habilitan ciertas formas de agencia y no otras para poblaciones particulares (Grossberg, 1996).

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de pertenencia y orientacin afectivamente identificados para y por los sujetos individuales y colectivos. Alrededor de estos puntos sostiene Grossberg los sujetos articulan sus propios mapas de significado, deseo y placer, aunque siempre condicionados por la movilidad estructurada que resulta de estructuras ya existentes de circulacin y acceso diferencial a un determinado conjunto de prcticas histricas y polticamente articuladas. Emergiendo entonces del interjuego estratgico entre lneas de articulacin (territorializacin) y lneas de fuga (desterritorializacin) que ponen en acto y posibilitan formas especificas de movimiento (cambio) y estabilidad (identidad), esa movilidad estructurada habilita formas igualmente especficas de accin y agencia. Ms aun, segn Grossberg, el anlisis de tales lneas es un campo central para identificar la capacidad de agencia, pues las mismas determinan qu tipos de lugares la gente puede ocupar, cmo los ocupa, cunto espacio tiene la gente para moverse, y cmo puede moverse a travs de ellos. Por tanto, distintas formas de accin y agencia resultan no slo a la desigual distribucin de capital cultural y econmico, sino tambin de la disponibilidad diferencial de diferentes trayectorias de vida por medio de las cuales se pueden adquirir esos recursos. En este marco, si la Nacin-como-Estado opera como territorio simblico contra la cual se recortan y en el cual circulan distintos tipos de otros internos, las geografas estatales de inclusin que son simultneamente geografas de exclusin remiten a la cartografa hegemnica que fija altitudes y latitudes diferenciales para su instalacin, distribucin y circulacin. Entre otras cosas, estas geografas de inclusin/exclusin intentan inscribir por anticipado en el sentido de pertenencia de esos contingentes la textura de las demandas que vayan a realizar (Balibar, 1991). Si su peso efectivo para regular luchas polticas por habilitacin resulta de cmo la distribucin de lugares, uniformidades y diferencias habilita y afecta la produccin, circulacin y consumo de argumentaciones y prcticas idiosincrticas de pertenencia, podemos decir que estas geografas devienen tanto proveedoras de anclajes respecto de los lugares de enunciacin desde los cuales el activismo indgena plantea sus demandas, como objeto preferente de contra-interpelacin, una vez que los sujetos identifican las desigualdades fundantes que operan semejante distribucin (Briones, 2004). En suma, vemos las economas polticas de produccin de diversidad cultural, las formaciones nacionales de alteridad y las geografas estatales de inclusin/exclusin como recursos terico-metodolgicos para entender las peculiaridades de los distintos pases. Tambin, como puntos de inflexin para analizar el peso e interjuego de ocurrencias supra y sub-estatales. Por un lado, porque esas nociones devienen lugares desde donde pensar la dispar receptividad y digestin que en cada lugar tienen ciertas modas e imposiciones globales para la gestin de la diversidad, tanto por parte de sus bloques hegemnicos como de los pueblos indgenas que en ellos habitan. Por el otro, porque asimismo nos permiten, en un doble movimiento ho-

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mlogo, explorar las digestiones por parte de PIs, elites locales y estados provinciales de los criterios de gestin de la diversidad promovidos por el Estado federal, as como la recepcin e impacto de las propuestas emanadas de distintas provincias en el mbito nacional. III. La formacin nacional de alteridad en Argentina No resulta sencillo hablar de todo un pas cuando se parte de la idea de que las prcticas y discursos hegemnicos centrales no subsumen de manera perfecta los de las formaciones provinciales de alteridad, con estilos locales propios de construccin de hegemona que van siendo afectados tanto como los primeros por ocurrencias globales. Aun as, si Hall (1985) tiene razn en sugerir que los estados nacionales pueden verse como puntos de condensacin que revelan una cierta regularidad en la dispersin, sera tan posible como lcito identificar ciertas operaciones medulares 7 encuadres de interpretacin, dira Ydice (2002) de sus formaciones de alteridad, operaciones que van siendo normalizadas a travs de distintos dispositivos y se encuentran tambin sedimentadas en el sentido comn. Por ende este sentido comn siempre es un buen lugar para examinar algunos de esos encuadres de una manera expeditiva, con el propsito central de poner en contexto algunas peculiaridades contemporneas y tener un piso para pensar Argentina no slo en relacin a otros pases, sino tambin como es el sentido de este libro desde las superficies de emergencia que esos encuadres muestran en distintas provincias. Si la versin dominante del crisol de razas a la argentina predica que los peruanos vinieron de los incas; los mejicanos, de los aztecas; y los argentinos, de los barcos, las implicancias de semejante aseveracin inscriben al menos un doble

7 George Ydice ha aportado recientemente una idea de performatividad cultural de peculiar relevancia para entender dinmicas nacionalmente diferenciadas de recreacin y procesamiento de marcaciones y reclamos, de polticas de estado y luchas por reconocimiento. Con el concepto de performatividad, Ydice alude a encuadres de interpretacin que encauzan la significacin del discurso y de los actos, no slo desde la perspectiva de los marcos conceptuales y pactos interaccionales, sino tambin de los condicionamientos institucionales del comportamiento y de la produccin de conocimiento. Generados por relaciones diversamente ordenadas entre las instituciones estatales y la sociedad civil, la magistratura, la polica, las escuelas y las universidades, los medios masivos, los mercados de consumo, etc., esos encuadres permitiran explicar segn el autor por qu distintos estilos/entornos nacionales promueven una absorcin o receptividad diferente ante nociones como la de diferencia cultural que poseen vigencia y aceptacin mundial, y ejercen de manera tambin diferente el mandato globalizado de reconocer el derecho a la diferencia cultural que imponen instituciones intergubernamentales y agencias multilaterales (Ydice, 2002: 60-61 y 81). En esto, el argumento de Ydice de que todo entorno nacional est constituido por diferencias que recorriendo la totalidad de su espacio son constitutivas de la manera como se invoca y se practica la cultura (Ydice, 2002: 61) muestra notable cercana a las preocupaciones y propuestas que venimos reseando, y ampla a la vez el campo de observacin para trabajar racializaciones y etnicizaciones desde un contextualismo radical.

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juego. A la par de trazar distancias ntidas respecto de ciertos otros externos (los aindiados hermanos de ciertos pases latinoamericanos) en base a un ideario de nacin homogneamente blanca y europea, se secuestra y silencia internamente la existencia de otro tipo de alteridades, como la de los pueblos indgenassupuestamente, siempre pocos en nmero y siempre a punto de terminar de desaparecer por completoy tambin la de los afro-descendientes, pues las poblaciones asociadas a un remoto pasado africano ligado a la esclavitud no encuentran cabida alguna en 9 un venir de los barcos que parece acotarse a los siglos XIX y XX. Segato (1998b) destaca que distintos pases pueden echar mano a un mismo tropo, aunque para realizar operaciones cognitivas diversas. Seala entonces que, aun partiendo de la metfora del crisol de razas, las ideologas nacionales hegemnicas de Estados Unidos, Brasil y Argentina han administrado de manera dispar la tensin entre la homogenizacin de ciertas poblaciones como ncleo duro de la nacionalidad, y la heterogeneizacin de otras como distintos tipos de otros internos diferencialmente posicionados respecto de las estructuras de acceso a recursos materiales y simblicos clave. As, explicita Segato que, en Argentina, la metfora del crisol usada para construir una imagen homognea de nacin ha ido inscribiendo prcticas de discriminacin generalizada respecto de cualquier peculiaridad idiosincrtica y liberando en el proceso a la identificacin nacional de un contenido tnico particular como centro articulador de identidad (una nacin uniformemente blanca y civilizada en base a su europeitud genrica). Tales prcticas habran propi8 Las ideas presentadas en este acpite han sido progresivamente desarrolladas en distintos trabajos, pero estas pginas guardan muchas afinidades con uno en particular (Briones, 2004), que fue escrito casi en paralelo. Aqu el propsito es trazar una acuarela que enfatice los rasgos preponderantes en las imgenes y prcticas propiciadas desde los centros de poder material y simblico que, en Argentina y como reza el dicho sobre Dios, a menudo vienen atendiendo en/desde Buenos Aires y/o se instalan en una lugar porteo de enunciacin. Los captulos sucesivos mostrarn los no pocos matices y desafos que se realizan desde distintas provincias o sectores y en diferentes pocas sobre estas narrativas maestras de nacionalidad y estatalidad. 9 As, la supuesta extincin de las personas de color y sus cofradas acontece en los imaginarios nacionales de manera tan subrepticia como misteriosa y silenciosa. A travs de los actos escolares, por ejemplo, los nios aprenden que slo para el festejo del 25 de Mayo de 1810, por el inicio de la independencia nacional, les toca a algunos disfrazarse de caballeros patriotas y damas de sociedad, mientras que a otros y otras le corresponde ennegrecer sus caras con corcho, para representar a serenos, candileros, mazamorreras, vendedoras de empanadas, jaboneros heredados de la sociedad colonial. Ninguna otra representacin de la historia patria requiere volver a usar los corchos ennegrecidos, como si la presencia de negros en esa historia no se extendiese ms all de los momentos iniciales de conformacin de un pas independiente. En consecuencia, no sorprende que quienes hoy puedan ser a simple vista clasificables como negros negros mota o negros negros, dira Frigerio (2002), para recuperar la diferencia que hace el sentido comn entre afro-descendientes y los cabecitas negra queden vinculados a migraciones ms o menos recientes, producidas supuestamente no ya desde frica sino desde Uruguay, Brasil o los EE.UU. puesto que tampoco est demasiado visibilizada la inmigracin caboverdiana (de Liboreiro, 2001).

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ciado adems una vigilancia difusa de todos sobre todos que, basndose en reprimir la diversidad, se habra acabado extendiendo a diversos dominios de lo social (Segato, 1991:265). Sobre esta base, dira que la formacin maestra de alteridad en Argentina fue resultando de una peculiar imbricacin de maquinarias diferenciadoras, estratificadoras y territorializadoras, habilitantes de un conjunto de operaciones y desplazamientos que, para sintetizar el argumento, agrupara en torno a tres lgicas principales. Una de incorporacin de progreso por el puerto y de expulsin de los estorbos por las puertas de servicio, primera lgica que se liga a una segunda de argentinizacin y extranjerizacin selectiva de alteridades, estando a su vez ambas lgicas en coexistencia con una tercera de negacin e interiorizacin de las lneas de color. Veamos. En Argentina, como en otros pases, la espacializacin de la nacionalidad ha operado en base a metforas que jerarquizan lugares y no-lugares. Al menos desde la Generacin de 1837, el pas se autorrepresenta con una cabeza pequea pero poderosa el puerto de Buenos Aires destinada como centro material y simblicamente hegemnico tanto a ordenar y administrar las limitaciones de un cuerpo grande pero dbil el Interior como a llenar los vacos circundantes, la tierra de 10 indios o tierra adentro sintomticamente concebida como desierto. Esa cabeza ha oficiado de entrada principal que disea y posibilita un venir de los barcos destinado a fortalecer y embellecer la contextura del tronco y poblar las extremidades. An hoy, esa puerta se piensa ancha y generosa en lo que hace a dar cabida a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino, como reza el prembulo de la constitucin. Ha administrado y administra empero los flujos en base a una circulacin de mano nica. Mientras que para algunos oficiaba de entrada triunfal a promesas de movilidad ascendente, para elementos europeos indeseables devino con el tiempo puerta giratoria que los devolvera a sus lugares de 11 procedencia. As, el hbito que se inaugura a principios de siglo XX de identificar10 En verdad, si ya la generacin del 37 instaura como tropo dominante de la geografa nacional la idea de que el pas es un desierto, lo interesante es cmo esa imagen permite encarnar un mandato para sucesivas generaciones de elites morales mandato canonizado por Juan Bautista Alberdi con el axioma gobernar es poblar. Aunque en trminos de polticas pblicas ese axioma se inscribe estatalmente de manera explcita hasta mediados del siglo XX (Lazzari 2004), en trminos de imaginarios persiste hasta ahora, tras el dicho de sentido comn de que hay que poblar la patagonia. 11 Me refiero a la sancin en 1902 de la Ley de Residencia que autoriza la deportacin de elementos indeseables, mayormente sospechados de anarquistas y comunistas complementada en 1910 por la Ley de Defensa Social, que permite encarcelar a disidentes polticos del pas. En el marco del debate para la aprobacin de esta ley, el Diputado Ayarragaray buscar matar varios pjaros de un tiro al momento de enumerar una lista de indeseables. Adems de los anarquistas, propone tambin excluir ...la inmigracin amarilla que estamos amenazados de recibir () En este sentido, debemos proceder con sentido cientfico. Nosotros no necesitamos inmigracin amarilla, sino padres y madres europeas,

Edited by Foxit Reader Copyright(C) by Foxit Software Company,2005-2007 Formaciones de alteridad 23 For Evaluation Only.elementos tnicos inconvenientes incluso entre migrantes europeos sospechados de anarquistas o comunistas muestra cmo el crisol argentino va deviniendo un caldero con restricciones de ingreso que responden tanto a consideraciones raciales, como de clase y poltico-ideolgicas (Briones, 1998c). En este marco, los contingentes internos que se consideran inaceptables no slo se piensan deambulando por caminos perifricos, sino que tienden a ser eyectados por la trastienda. Esta idea de que los argentinos vinimos de los barcos se refuerza con la propensin especular a expulsar fuera del territorio imaginario de la nacin a quienes se asocian con categoras fuertemente marcadas, mediante una comn atribucin de extranjera que ha ido recayendo sobre distintos destinatarios a lo largo de la historia na12 cional, segn distintos grupos fuesen adquiriendo sospechosa visibilidad. A este respecto, es por ejemplo sugestiva la perseverancia con que desde fines del siglo pasado se viene reiterando el aserto de que los Tehuelche (siempre a punto de total extincin) son los verdaderos indios argentinos de la Patagonia, a diferencia de los ms numerosos (y por ende conflictuantes) Mapuche, pasibles siempre de ser rotulados como chilenos por ende, indgenas invasores o visitantes, sin derechos segn las versiones ms reaccionarias a reclamar hoy reconocimientos territoriales (Briones, 1999; Briones y Daz, 2000; Cauqueo, Kropff, Rodrguez & Vivaldi en este volumen; Lazzari y Lenton, 2000; Ramos & Delrio en este volumen; Rodrguez, 1999; Rodrguez y Ramos, 2000). En similar direccin y mostrando la eficacia residual de esta lgica, he escuchado a conciudadanos salteos y jujeos denunciar el trato discriminatorio al que estaban siendo sometidos cuando se los estigmatizaba como bolitas o bolivianos es decir, cuando se los desnacionalizaba por su aspecto durante la irrupcin de xenofobia que acompa el fin de la era menemista. En este marco, tampoco sorprende tanto un acontecimiento que tom estado pblico ms recientemente, hecho vergonzoso que algunos consideran anacrnico y otros vemos como sntoma preocupante de la formacin de alteridad que todava es propia del pas. Brevemente, funcionarios de migraciones acusaron a la Sra. Mara Magdalena Lamadrid de utilizar un pasaporte falso, basndose tambin en su aspecto. En lo que califican como un gesto de indiscriminacinde raza blanca, para superiorizar los elementos hbridos y mestizos que constituyen la base de la poblacin del pas y que posiblemente son de origen amarillo (en Lenton 1994). La novedad de este testimonio respecto de otros es menos la racializacin que abarca y ordina aqu a los mestizos respecto de la raza blanca, que la claridad con que muestra una lgica hipogmica (Harrison 1995). Retomaremos luego la operatoria de esta lgica. Baste decir aqu respecto del razonamiento de Ayarragaray que los mestizos o criollos deben ser superiorizados porque son fruto de una mezcla hispano-indgena donde el componente indgena racialmente subvaluado aqu, adems, en base a la atribucin de orgenes transpacficos prehistricos tambin amarillos contamin y arrastr hacia abajo al que por s mismo estaba un poco mejor valuado (el espaol).

12 Agradezco a Ricardo Abduca un comentario que, realizado hace varios aos al pasar, me invit a prestar atencin a este punto y me llev a empezar a hacer un mapa de recurrencias en esta direccin.

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del nosotros nacional, Natalia Otero y Laura Colabella (2002) explican los criterios en que tales funcionarios apoyaban su brillante deduccin: como no hay argentinos negros, toda persona de aspecto afro debe ser extranjera. A su vez, estas formas de territorializar y diferenciar pertenencias se imbrican con una segunda lgica de substancializacin (Alonso, 1994) que entrama la gran familia argentina en base a maquinarias diferenciadoras que aplican de manera asimtrica los principios de jus solis y el jus sanguinis para argentinizar o extranjerizar selectivamente distintas alteridades. Por ejemplo, mientras idealmente la ciudadana argentina se adquiere por el principio de jus solis principio que permiti argentinizar a la descendencia de la inmigracin europea otras alteridades son permanentemente extranjerizadas en base a la aplicacin asimtrica del principio del jus sanguinis. As, la chilenidad imputada a habitantes mapuche suele corresponderse no con su lugar de nacimiento sino con el lugar de procedencia se sus antepasados remotos (Briones y Lenton, 1997). Paralelamente, las dos lgicas anteriores se articulan con una que, adoptando en lo explcito la ideologa racial propia de los EE.UU. ideologa que toma la negritud como eptome de lo racial lleva simultneamente a negar la existencia de racismo en el pas y a interiorizar las lneas de color. Esta tercera lgica preside complejamente la vigencia de dispares requisitos para la argentinizacin de distintos tipos de otros internos, a la par de propiciar una peculiar racializacin de la subalternidad (Guber, 2002; Margulis, Urresti et al., 1998; Ratier, 1971), para dar cuenta de quienes no pueden ser ni eyectados ni extranjerizados, a riesgo de perder una masa crtica de subalternos que hegemonizar. Pero vayamos por partes. Una vez que la nacin argentina se postula (desea ver o proyectar) como homogneamente blanca y europea hallando en esto un criterio de diferenciacin fundamental respecto de otros pases de Latinoamrica no queda lugar para dos movimientos que han sido ensayados por otras ideologas nacionales. El primer movimiento se liga a que el precepto de homogeneidad desaconseja trazar como en EE.UU., por ejemplo lneas de color que dividan una entidad discreta e introduzcan un diagrama de mosaico. Posiblemente, el deseo de europeizar la nacin en todo sentido estuviese en la base de una irrestricta admiracin por ciertos pases europeos como Francia y Gran Bretaa, cuyo liberalismo y trayectorias coloniales les permitan practicar ultramarinamente un racismo que a diferencia de los EE.UU. tendan a enmascarar puertas adentro. En este sentido, la admiracin hacia los EE.UU. pareca ya desde Sarmiento expuesta a cierta cautela, entre otras cosas por la forma de hacer de las lneas de color un principio estructurante de la nacin. Obviamente, esta autodefinicin por contraste lejos est de impedir la ocurrencia de racismo. En todo caso, lo alimenta en base a otro tipo de prcticas de racializacin. As, la recurrente posibilidad de sostener al menos desde la dcada de 1870 que ya no haba negros argentinos (de Liboreiro, 2001) no pasa simplemente por

Edited by Foxit Reader Copyright(C) by Foxit Software Company,2005-2007 Formaciones de alteridad 25 For Evaluation Only.no quererlos ver como veremos, el color se ve y toma en cuenta, pero para interpretarlo de otra manera sino por teoras sociales de la raza que operan en base a ideas sui generis o bien de extincin o bien de paulatina asimilabilidad. Esas teoras alimentan a la vez hiptesis distintivas respecto de las posibilidades, operatoria y consecuencias del mestizaje y el blanqueamiento lo que nos remite al segundo movimiento particularizador del caso argentino que me interesa explicitar. El mito del desierto a ser poblado (europeizado) mediante polticas de inmigracin se basa en una valoracin no slo de los indgenas sino de las masas hispano-indgenas o criollas que tempranamente muestra que el discurso hegemnico de la nacionalidad argentina va a adoptar una ideologa de mestizaje muy distinta a la vigente en otros pases de Latinoamrica, donde la hibridacin opera como tropo maestro de la conformacin nacional (Briones, 2002b). En trminos de espacializacin del pas, Villar (1993) sostiene que el hinterland portuario a ser domesticado reconoce dos grandes reas en tensa oposicin y complementacin: la tierra adentro bajo control indgena, y la frontera, como lugar de interfase con la ocupacin criolla. Sarmiento es ejemplo pionero de la barbarizacin de los indios de tierra adentroy, por extensin, de la de gauchos, montoneros y paisanos de la frontera (Svampa, 1994; Briones, 1998c). No obstante y como muestra Diego Escolar (2003) para la zona de Cuyo, incluso para el mismo Sarmiento los lmites entre ambos colectivos son mucho ms ambiguos de lo que el discurso hegemnico quiere reconocer de manera explcita. A este respecto, es muy ilustrativa la forma en que el Ministro de Guerra y Marina Benjamn Victorica trata de apaciguar la preocupacin del senador Aristbulo del Valle, atribulado por definir si y en qu proporcin era lcita la poltica del Poder Ejecutivo de incorporar indgenas sometidos al ejrcito nacional, como recurso apto para civilizar extender el control social sobre estas poblaciones luego de su derrota militar. En verdad, del Valle est inquieto frente a la doble paradoja de incorporar a quienes hasta hace poco eran enemigos del pas proveyndolos de armas y, ms an, hacindolos custodios de la seguridad nacional. Para explicar que, en verdad, no son tantos los indios de tropa como el legislador supone, Victorica proporciona una respuesta que ejemplifica la coexistencia conflictiva de criterios adscriptivos de que hablamos, as como teoras de lo racial muy diferentes a las vigentes por ejemplo en EE.UU. Dice Victorica: El seor senador se equivoca tomando por indios de la Pampa a individuos del pas, que indios parecen por su color trigueo (Lenton, 1992:34-5). En suma, la postura que sostiene el Ministro para fijar la identidad de algunos contingentes sociales en ciertas direcciones y no en otras parte de que no se puede confundir ser con parecer. As, si en EE.UU. no hay forma de que quien pa-

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rece negro no lo sea, en Argentina se puede parecer indgena por el color de la piel pero no serlo. Sugestivamente, empero, si proponer que las marcas corporales no permitiran establecer lindes inequvocos entre indgenas y (ciertos) criollos parece etnicizar la aboriginalidad, paralelamente nos muestra que el color no se abandona como medio para describir/significar/predicar sobre la realidad de la membresa de ciertos contingentes desmarcados como individuos del pas, en pro de consolidar una hegemona por transformacin que, para reforzar las posiciones de los grupos dominantes, apuesta a una pronta homogenizacin cultural de la heterogeneidad (Briones, 1998a). En este marco, no sorprende que muchas dcadas despus el interior aparezca asaltando el puerto de Buenos Aires a travs de contingentes de cabecitas negras. Pero antes de desarrollar este punto, bien vale explorar en qu direcciones s se racializa la aboriginalidad y, por contraste, a la Nacin Argentina, una Nacin supuestamente sin otro color ms que el puro blanco. Sostuve en otra parte que, en trminos de incorporacin al nosotros nacional, se habilitaron distintas trayectorias para alteridades construidas sobre diversas marcas, etnicizadas para los inmigrantes europeos a quienes caba recorrer la senda de argentinizacin, racializadas para los PIs, para quienes un proceso equivalente se defina como blanqueamiento porque, a diferencia de los primeros, no eran ya blancos. En relacin a esto y a diferencia de otros pases latinoamericanos, en Argentina el mestizaje ha tendido a quedar definido por una lgica de hipodescendencia, que hace que la categora marcada (en este caso,lo indgena) tienda a absorber a la mezclada y que el mestizo est categorialmente ms cerca del indgena que del no indgena (Briones, 1998c). En este marco, el punto a destacar es que, a partir de un opaco pero sostenido distanciamiento entre mestizos (categorialmente ms cerca de los indios por provenir de una mezcla reciente) y criollos (conciudadanos provenientes de una mezcla de mayor profundidad, pero pasibles de ser mejorados por matrimonios con inmigrantes europeos que habilitan movilidad ascendente en trminos de capitales culturales y sociales), la formacin maestra de alteridad en Argentina ha apuntado a inscribir sus dos movilidades estructuradas fundacionales, apoyndose ideolgicamente en la operatoria de dos melting pot simultneos y diferentes. Mientras uno de esos crisoles ha promovido el enclasamiento subalterno de algunos apelando a la potencialidad hipogmica de ciertas marcas racializadas, el otro por el contrario ha enfatizado la potencialidad hipergmica de la europeitud en el largo plazo. Poniendo no obstante lmites discrecionales a quienes tenan habilitado el ingreso (criollos ms que mestizos), este segundo caldero ha apuntado a evitar que la proliferacin de parejas mixtas desde poca colonial y sobre todo la propiciada por el desbalance de gnero vinculado a las inmigraciones masivas de fin de siglo XIX (Geler en prensa) pusiese en tela de juicio tanto la blanquitud paradigmtica de la argentinidad de-

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progreso y movilidad ascendente que la perfilaban como promisorio pas de inmigracin. Esta racializacin de los sectores populares en tanto subordinados tolerables (Williams, 1993) ha ampliado el repertorio de las marcas que los particularizan, ampliacin que sin embargo ha operado elevando el umbral visual a partir del cual se es considerado negro mota o indgena. En este marco, la argentinidad del cabecita negra siempre ha sido embarazosa a los ojos hegemnicos, en trminos de aspecto, de adscripcin de clase, de prctica cultural y de actitudes polticas (Briones, 1998c). Esos ojos los ven como la cara vergonzante de la nacin porque, siendo parte de ella, dan muestra de inadecuaciones ya de somatotipo (rasgos indgenas o afro, por ejemplo, heredados de poblaciones supuestamente extinguidas), de actitud (falta de cultura en el sentido de pulimiento), de consumo y esttica (chabacanera), de espacialidad (villeros, 15 ocupas ilegales), de hbitos de trabajo (desocupados, criminales, cartoneros) y convicciones polticas (peronistas por propensin clientelar, piqueteros). Lo destacable es que la obvia racializacin que este rtulo connota no admite fciles equivalencias con construcciones de negritud propias de otros contextos. A diferencia de los EE.UU., jams el cabecita negra ha sido proclamado como categora completamente separada o segregable mediante apartheid como los afro-americanos hasta mediados de siglo ni digna de respeto y de expesar y recrear su diferencia como los afroamericanos en la actualidad. Tampoco es como el white trash o el red neck pues, adems de estigmatizaciones de clase, pesan sobre el cabecita otras marcas de alteridad de origen que lo construyen como anomala respecto del argentino tipo, como si fuese un producto incompleto o fallado (en el sentido civilizatorio) del crisol de razas que emblanqueci y europeiz la argentinidad. A su vez, si lo comparamos con la lectura que hace Segato (1998b) de la negritud en Brasil, el cabecita negra tampoco impregna al argentino tipo ni le infunde una cuota de ambigedad, porque ste se asume como irremediablemente blanco aunque no precise automarcarse explcitamente en estos trminos por el simple hecho de que en Argentina no habra negros-negros. Por el contrario, el cabecita negra es ms bien el entenado vergonzante que se interpela como tal dentro de la familia, pero del que no se habla frente a terceros. Ante stos, ha operado ms bien como el esqueleto a esconder en el ropero (Briones, 1998b).

15 Como resea Guber (2002: 363) a partir de los trabajos de Hugo Ratier, con la cada del segundo gobierno peronista, el mote de cabecita dio lugar al de villero. Si aqul haba correspondido al de un actor social en avance [los descamisados peronistas], el segundo se refera a otro en retroceso. Agregara que al da de hoy lgicas de desplazamiento semejantes estigmatizan por ecuacin a los sujetos de espacializaciones modernizadas, como los ocupas de las casas tomadas y los gronchos (negros culturalmente hablando) de los conventillos devenidos pensiones baratas u hoteles familiares.

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En sntesis, tiene razn Frigerio (2002) al insistir que los cabecitas negras en Argentina no se explican meramente por cuestiones de clase, aun cuando sean estos los vocabularios que priman en el pas. Es en este marco que el autor aconseja no minimizar la incidencia en la construccin de dicha categora de prcticas de racializacin que explcitamente siguen modelos antes usados para subalternizar a los afro-descendientes. Por mi parte, ms que intentar ver qu grupo subalterno funciona como parmetro de la racializacin de la subalternidad en Argentina, me parece importante enfatizar dos cosas. Por un lado, existen prcticas de racializacin y etnicizacin que recortan alteridades diferenciadas. No creo aunque ste an es un punto a examinar y discutir que las hiptesis de mestizaje y blanqueamiento hayan operado y operen de manera semejante para indgenas, afro-descendientes, y 16 quienes hoy se consideran descendientes de inmigrantes indeseables. Por el otro, estn activas otras prcticas de racializacin que han posibilitado la reunin en una misma categora la de cabecitas de integrantes de algunas de esas alteridades especficamente, indgenas y afro-descendientes sin poner en cuestin la perduracin de las mismas, y sin que slo ellas basten para dar cuenta de todo lo que cabe al interior de la subalternidad racializada. Porque as como es cierto que muchos indgenas y afro-descendientes alzan su voz para denunciar el haber sido improcedentemente fusionados en un estigma de cabecitas que no les perte17 nece, otros conciudadanos afectados por el mismo estigma no se sienten ni una cosa ni la otra. En todo caso, si nos concentramos en los efectos particulares que esta formacin de alteridad ha ido dejando como impronta en las construcciones de aboriginalidad prevalecientes en Argentina, resulta interesante destacar una serie de cuestiones con fines comparativos. A pesar de la recurrente tendencia a ningunear lo indgena en el pas, percepciones diferenciadas del potencial de conversin/civilizacin atribuido a distintos PIs fueron dando por resultado diver16 Y no estoy pensando solamente en clasificaciones nacionales como las de peruanos y bolivianos, que tienden a asumir muchos de los atributos estigmatizados con que se define a cabecitas y villeros (Grimson 1999). Pienso tambin en una categora nacional como la de coreano cuya racializacin comporta una estigmatizacin distinta (Courtis 2000). Adems de tender a aplicarse el principio de jus sanguinis para presuponer la ciudadana coreana de los descendientes argentinos de inmigrantes de ese origen, pesa sobre ellos un estigma que los desprecia por una movilidad ascendente sospechada de ilcita. Es al menos curioso que el mismo xito econmico que lleva a postular en los EE.UU a los coreanos como minora modelo resulte en Argentina un elemento para discriminar a la colectividad. 17 Incluira en esto las experiencias y reflexiones de un dirigente Mapuche, las cuales constituyen un acabado ejemplo de la asimetra que rige tanto las desmarcaciones hegemnicas de la aboriginalidad, como las re-marcaciones racializantes y estigmatizadoras de los sectores populares. En el Festival DERHUMLAC (Derechos Humanos en Amrica Latina y el Caribe) que se hiciera en el Centro Cultural Recoleta durante 1997 y para denunciar prcticas que apuntan a la prdida forzosa de adscripciones indgenas, este panelista sostuvo que muchos de los que ustedes llamaban cabecitas negras ramos nosotros, los indgenas que vinimos a Buenos Aires. Pero nosotros siempre fuimos y seremos Mapuche.

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gentes geografas estatales de inclusin/exclusin. Me refiero concretamente a la implementacin de prcticas diversas de radicacin, que fueron desde la mayor tendencia a arraigar indgenas a travs de la figura de misiones religiosas en Tierra del Fuego y zona chaquea (supuesto reducto de los contingentes ms mviles y ms salvajes) que en Pampa y Patagonia, hasta la negacin explcita de permisos a ciertos grupos en estas ltimas regiones, la colocacin de algunos en Colonias agropastoriles o la extensin para otros de permisos precarios (Briones y Delrio, 2002; Delrio, 2003). Si lo pensamos en relacin con algunas de las ocurrencias analizadas en este libro, el punto a destacar es que, paralelamente a esta diversidad de percepciones y evaluaciones por parte del estado central respecto del potencial de asimilacin de distintos pueblos indgenas, otros dos factores tuvieron enorme gravitacin en la poltica de dar respuestas estatales puntuales a casos puntuales que ha sido distintiva del indigenismo nacional desde los momentos claves de consolidacin del estado argentino, cuando se verificara y completara el avance militar sobre tierra de indios: las distintas maneras de escenificar y disputar las marcas indgenas por parte de la agencia aborigen y, sobre todo, la forma en que capitales privados, agentes evangelizadores y funcionarios locales procuraron poner en marcha sus iniciativas, intereses y visiones particulares, a veces resignificando y a veces interfiriendo con los proyectos federales de colonizacin y de argentinizacin de los pueblos originarios. En todo caso, tratamientos contingentes a distintos pueblos y a distintos segmentos de un mismo pueblo irn desembocando en una multiplicidad de trayectorias de gran influencia en las posibilidades indgenas de auto-organizacin y de redefinicin de estrategias de comunalizacin (Brow, 1990) para mantener lmites grupales e intereses consistentes, as como en la inscripcin del tipo de demandas que se irn efectuando por parte de esta agencia diversificada. A su vez, economas polticas ms o menos localizadas de produccin cultural irn tambin tensando las relaciones entre representaciones colectivas y afiliaciones sociales. Aludo, por ejemplo, a cmo la experiencia de trabajo en los ingenios azucareros del norte del pas reclutadores de mano de obra indgena temporaria entre distintos pueblos indgenas radicados en Argentina pero tambin en Bolivia y Paraguay coadyuvar a una peculiar estratificacin de pertenencias. Los cazadores-recolectores chaqueos que siempre hacan los trabajos menos calificados y peor pagos fueron quedando localizados en los peldaos ms bajos de la jerarqua, y vinculados a una distancia y exotismo mximo respecto por ejemplo de pueblos vallistos y pueos, ms prontamente rotulados como campesinizados o campesinizables (ver Carrasco y Lanusse & Lazzari en este volumen). Fue operando aqu aunque a pequea escala un juego de distinciones y jerarquizaciones entre pueblos de tierras altas y bajas semejante al que se ha dado en Per y Bolivia, aunque ese juego fuera tercerizado en el contexto argentino por la ubicacin siempre ms

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ambigua de contingentes Ava-Guaran (Gordillo y Hirsch, 2003). Todo esto en el marco de una geografa simblica de nacin que como vimos dej improntas en las representaciones y afiliaciones de ciudadanos indgenas y no indgenas al construir como desiertos las regiones con poblacin indgena (regin patagnica, chaquea y noreste), y heredar de la colonia una tendencia invisibilizadora en provincias viejas de Cuyo y particularmente del Noroeste, donde en una misma provincia como la de Salta se ha apuntado a campesinizar a los Kollas y a externalizar (chaquenizar) a los silvcolas del Pilcomayo. Un pas que ms all de los proyectos iniciales tendi a consolidar latifundios en distintas partes del pas, sin llegar nunca a realizar, como otros pases latinoamericanos, una reforma agraria que posibilitara la titularizacin de la pequea propiedad rural y/o un reparto ms justo de la tierra, y que generalizara entre campesinos indgenas y no indgenas las prcticas de auto-organizacin. Un pas que, a diferencia de Mxico, ni acept ni reconoci la persistencia de instituciones coloniales como los sistemas de cargo en la re-organizacin ms contempornea de las comunidades indgenas, ni convirti al indigenismo en poltica de estado y empresa del campo intelectual pas que, menos an, ofici como Mxico de defensor de un modelo de nacin mestiza basado en la idea de una raza csmica, y que lejos est de empezar a discutir regmenes de autonoma (Bartolom, 1996 a y b). Un pas que, como Brasil, interpel a los indgenas como sujetos relativamente incapaces, necesitados de su funcin tutelar, y los ha responsabilizado de un subdesarrollo siempre preocupante, objeto potencial adems del accionar de agitadores dis18 puestos a usar la causa de los primeros para sus propios fines. Pero, en definitiva, un pas que a diferencia de Brasil jams plane la domesticacin de los indgenas basndose en una estrategia sistemtica de atraccin (Ramos, 1998), ni pudo nunca definir una agencia estatal indigenista como la SPI/FUNAI, que perdurara en el tiempo, tuviera un lugar inamovible en el organigrama estatal, y fuera dando progresiva cabida a los indgenas como funcionarios (Ramos, 1995 y 1997b). Por el contrario, Argentina se caracteriz tanto por una azarosa creacin de organismos indigenistas 21 entre 1912 y 1980 (Martnez Sarasola, 1992:387-9) que experimentaron frecuentes cambios de jurisdiccin ministerial, como por la inexistencia de organismos de este tipo durante ciertos perodos. Tambin por una nula produccin de leyes indigenistas integrales hasta los 80 (GELIND, 2000a y 2000b), por la persistencia hasta hace una dcada de una oprobiosa clusula constitucional que consideraba atribucin del Congreso de la Nacin asegurar el trato pacfico con los indios y su conversin al catolicismo (ex18 Adems de haber experiencia y anlisis acumulados respecto a sospechas y acusaciones de este tipo para Brasil y Argentina (Ramos 1991 y 1997a; Briones y Daz 2000), cabe mencionar que tendencias similares se observan en Venezuela y otros pases de Amrica Latina (Hill 1994; Iturralde 1997).

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art. 67 inciso 15), y por realizar un nico censo indgena nacional en 1965 que 19 qued inconcluso (Lenton, 2004). Desde estas trayectorias el pas se suma a la sucesin de reformas constitucionales que se dieron en Amrica Latina. Incorpora as el reconocimiento de los derechos de los PIs mediante la reforma constitucional de 1994 (GELIND, 1999a), que estuvo mayormente centrada en habilitar reformas de estado propias de la gubernamentalidad neoliberal y, de paso, la re-eleccin del entonces presidente Menem (Carrasco, 2000). Si el multiculturalismo constitucional (Van Cott, 2000) que se extendi por Amrica Latina y otras convergencias continentales han confrontado a los PIs de estos pases con desafos compartidos muy bien reseados (Iturralde, 1997), el background esbozado afect el aggiornamiento de Argentina al neoliberalismo y a las polticas de diversidad propias de la poca. Menciono someramente aqu ciertas particularidades de Argentina para apuntar a mostrar de qu pisos ha partido la nueva movilizacin indgena orientada a garantizar el reconocimiento y efectivizacin de sus derechos especiales, y en qu variados contextos se inscribe esa movilizacin. Adems de permitir ponderar los logros en funcin de esas condiciones, espero que esta somera caracterizacin sirva de marco para lo que se desarrolla en captulos posteriores. Comencemos por los pisos para la movilizacin. Por lo pronto, Argentina ha sido un pas tan negador que la lucha indgena ms sostenida ha pasado y pasa por lograr visibilidad y por vencer estereotipos que no slo asumen la desindianizacin en contextos urbanos (ver por ejemplo Escolar; Falaschi, Snchez & Szulc; y Ramos & Delrio, todos en este volumen), sino que instalan severas sospechas sobre la autenticidad de intelectuales indgenas cuya escolarizacin o capacidad poltica los distancia de la imagen del indgena verdadero, tan pasivo e incompetente, como sumiso y fcil de satisfacer desde polticas asistenciales mnimas. En trminos de movilidades estructuradas, mientras la permanencia en comunidades ha conspirado histricamente contra las posibilidades de escolarizacin y de una readscripcin de clase ascendente, la migracin a los centros urbanos lejos est de garantizar la profesionalizacin de una intelligentzia indgena. Cuando esa profesionalizacin acontece, las presiones desadscriptivas propias de los medios urbanos son tan fuertes que muchos invisibilizan su pertenencia. Aunque ese proceso ha comenzado a revertirse y varias organizaciones surgidas en las ciudades pero con trabajo de base o comunitario han sido formadas por activistas culturales que han tenido posibilidades de estudiar o estn estudiando, es justamente sobre estos cuadros donde se depositan mayores cuestionamientos y requerimientos que operan en base a estn19 En esto, tambin es un dato revelador que Argentina no disponga de cifras oficiales sobre la cantidad de ciudadanos indgenas, vaco a ser supuestamente llenado cuando se procesen los datos del censo nacional de poblacin de 2001 el primero en incluir una variable de autoidentificacin indgena y la encuesta complementaria cuya realizacin est en curso desde 2004.

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dares dobles en trminos de autenticidad, legitimidad y representatividad (Briones, 1998a). Por eso son tan sostenidas las luchas para dar visibilidad a la presencia y derechos indgenas en general, pero particularmente para convertir el reconocimiento de los problemas afrontados en situaciones urbanas en tema de agenda pblica, ya que muchas legislaciones y polticas an confinan la cuestin y las incipientes soluciones esbozadas al mbito rural. En este marco tambin se comprende por qu son altas las demandas de proyectos que apunten al fortalecimiento institucional y organizativo (Carrasco, 2002; Briones, 2002a y 2005b). A su vez, el hecho de que el paternalismo estatal hacia la ciudadana indgena se concentrara fundamentalmente en la provisin peridica de bienes de consumo bsicos y en la extensin de servicios elementales ha comportado, entre otras cosas, que una escassima parte de las comunidades llegara con ttulo de propiedad de las tierras tradicionalmente ocupadas a la reforma constitucional de 1994 y a la discusin de la nocin de territorio que progresivamente se instala. Paralelamente entonces a la bsqueda de una visibilidad basada menos en prejuicios de larga data que en una ajustada apreciacin de las dispares condiciones de vida al interior de un mismo PI, buena parte de las demandas y esfuerzos de las bases se concentran en regularizar la precariedad de las respectivas situaciones dominiales y los atropellos que al da de hoy esa precariedad sigue permitiendo. Es en este marco que ciertos formadores de opinin se sienten an habilitados a seguir pasando por alto el mandato constitucional de asegurar a los PIs la posesin y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan y la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano, y tratan de construir los reclamos de tierras y territorios como 20 amenaza a la propiedad privada. Paralelamente, aunque la autonoma todava no pasa de ser una reivindicacin discursiva, su planteamiento se toma como excusa para instalar fortsimas sospechas de politizacin intolerable (Briones, 1999), ya20 Dijo recientemente Daniel Gallo, comentarista de temas militares del diario conservador de circulacin nacional La Nacin, el domingo 4 de julio de 2004: El indigenismo se hace fuerte en su relacin con la tierra: en la mayora de los casos, las comunidades se autosostienen con el trabajo agrario de nivel de supervivencia. El conflicto se ocasiona con el cruce de intereses entre quienes estn en un lugar que dicen les pertenece por herencia de sangre y aquellos que exhiben ttulos de propiedad con sellos aceptados en cualquier tribunal del siglo XXI. Nada ingenuamente, cita las palabras del intelectual Marcos Aguinis quien fij su posicin en una nota publicada por el mismo diario en el mes de marzo pasado: La reinvindicacin indigenista se basa en mitos, confunde, distorsiona y contiene la trampa de conmover nuestros sentimientos de solidaridad. As como el marxismo conmova con su promesa de poner fin a la explotacin del hombr