brillantes cintas de oro de nene adams

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Brillantes cintas de oro Disclaimer: Éste es un trabajo de ficción. Aunque he utilizado datos referentes a diversas tribus nórdicas de las regiones de Ucrania y Siberia (tales como el Chukchee), y diversos cuentos de hadas rusos, la mayoría pertenece a mi propia imaginación. Nada de esto, por tanto, debe ser tomado como material de referencia. Por favor, tened también en cuenta que la tribu descrita en esta historia ficticia no es una descripción de las amazonas del norte tal y como aparecen en los capítulos de XWP, sino una de mi creación, por lo que cualquier error queda como responsabilidad mía. Esta historia ha sido traducida por Eidel, previa petición y concesión de permiso para ello por parte de su autora, Nene Adams. Cualquier comentario, bueno o no tan bueno, así como preguntas, etc., será bien recibido y, por supuesto, contestado. Nota de traducción: La tosquedad de la forma en que las amazonas tseromazha habla griego ha sido respetada de la versión original de este relato.

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Una historia de Xena y Gabrielle contada por la brillante Nene Adams que no son de esas típicas historias tontas sino que tienen una trama pensada y rebuscada.

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Page 1: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Brillantes cintas de oro

Disclaimer: Éste es un trabajo de ficción. Aunque he utilizado datos

referentes a diversas tribus nórdicas de las regiones de Ucrania y Siberia (tales

como el Chukchee), y diversos cuentos de hadas rusos, la mayoría pertenece a

mi propia imaginación. Nada de esto, por tanto, debe ser tomado como material

de referencia. Por favor, tened también en cuenta que la tribu descrita en esta

historia ficticia no es una descripción de las amazonas del norte tal y como

aparecen en los capítulos de XWP, sino una de mi creación, por lo que cualquier

error queda como responsabilidad mía.

Esta historia ha sido traducida por Eidel, previa petición y concesión de

permiso para ello por parte de su autora, Nene Adams. Cualquier comentario,

bueno o no tan bueno, así como preguntas, etc., será bien recibido y, por

supuesto, contestado.

Nota de traducción: La tosquedad de la forma en que las amazonas

tseromazha habla griego ha sido respetada de la versión original de este relato.

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:: BRILLANTES CINTAS DE ORO ::

©2000 Todos los derechos reservados.

Por Nene Adams

***

A Gabrielle no le gustaban los caballos.

Eran imprevisibles e inestables, tenían arranques violentos, tendían a

envenenarse a sí mismos comiendo toda clase de plantas, o a hincharse y morir

de todos modos por beber demasiada agua. Los caballos eran rastreros y

maliciosos; esperaban el momento adecuado, la oportunidad de morderte,

cocearte y abrirte la cabeza, tirarte de su lomo o romperte la rodilla contra el

tronco de un árbol.

Por todo ello, Gabrielle se había procurado una mula tranquila y de aspecto

confiable en las fabulosas colinas Sabine en lugar de un caballo cuando Xena no

apareció en Amphipolis, tal y como habían quedado.

La guerrera llevaba ya más de una luna de retraso. Como respuesta a un

mensaje de socorro, Xena se había ido sola a la lejana Tseromazha, saliendo a

todo galope de Grecia y Tracia a través de cordilleras aserradas y vastos bosques

y hacia las verdes llanuras esteparias. El territorio estaba plagado de guerreros

jinetes normandos, que pastoreaban por doquier ovejas y cabras, además de

achaparrados y musculosos ponis. Los normandos eran feroces y orgullosos,

deslenguados, increíblemente habilidosos con sus arcos dobles… Siempre

Page 3: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

dispuestos a pelear, a lanzar sangrientas ofensivas sobre las tribus rivales, y con

un sentido casi incestuoso de la familia.

Los propios miembros de Tseromazha descendían de un grupo de

amazonas griegas escindidas de la Nación hacía tiempo; todo esto había

conseguido aprender Gabrielle sobre ellos, pero nada más. Incluso las ancianas,

cuya misión era recordar y garantizar así la inmortalidad de la historia y la

tradición amazona, estaban visiblemente desinformadas a este respecto.

Por lo que Gabrielle había sido capaz de sacar a su taciturna guerrera, Xena

tenía una deuda con la Reina de aquellas extrañas amazonas. Ahora era su deber

saldarla. Ni todo el razonamiento del mundo le haría cambiar de idea; cuando

se le metía una cosa en la cabeza, ésta se volvía más dura e imbatible que la

Roca de Tarpeia. Aquel era un asunto que necesitaba ser tratado, que se

remontaba a los tiempos de Xena como señor de la guerra y, con esto, a

Gabrielle no le quedaba más opción que hacer una suposición tras otra.

Las circunstancias le habían hecho recordar la ocasión en que Xena la había

abandonado para ir a Chin. Y ese recuerdo le hacía estremecerse.

Pero ahora todo es diferente, pensó la bardo, haciéndose sombra sobre los

ojos y contemplando los interminables campos de hierba que se extendían frente

a ella, brillantes cintas de oro y verde y cobre mecidas por el viento,

resplandeciendo bajo el sol. Ares no ha intentado aprovecharse de mis

inseguridades, por una vez, y ya no soy una mocosa inmadura. Además, Xena

juró que volvería conmigo. Ha ocurrido algo. Algo malo, lo sé. Dioses, por favor,

¡ayudadme a encontrarla!

Durante muchos meses, Gabrielle había esperado la vuelta de Xena con

más o menos paciencia. Cuando la guerrera no apareció en el momento pactado,

Gabrielle asumió que recibiría un mensaje explicándole el por qué. En una agonía

de dudas, esperanza y preocupación, permaneció en Amphipolis tal y como había

prometido. Al fin, los nervios pudieron más y la bardo se vio incapaz de seguir

esperando. Reunió provisiones y las pocas indicaciones que consiguió recopilar,

y salió en busca de Xena.

Tras una ardua caminata, más larga de lo que había imaginado en un

principio, se encontró más cerca de su objetivo. De acuerdo con los tratantes de

mercancías, cuyas pequeñas poblaciones abastecían las áreas más exteriores de

la estepa, Gabrielle llevaba en las lindes de la región de Theromazha casi tres

días. Aun así, nada indicaba que ésta estuviera habitada… Ni rebaños, ni

patrullas…. Nada.

Es esta hierba, pensó, espoleando a la mula con el talón de su bota cada

vez que ésta aminoraba el paso; el animal echaba constantes vistazos a ambos

Page 4: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

lados, mostrando así su desconfianza en aquel terreno. César podría ocultar

hasta siete de sus legiones aquí y no me daría cuenta hasta que los tuviera

encima y me rompieran el cuello.

Agarró más firmemente las riendas y siguió adelante, ignorando el escozor

que le causaba la hierba al golpear sus piernas desnudas, como cientos de sutiles

látigos. Gabrielle tenía la sensación de que la estaban observando, y eso había

desatado sus nervios. De hecho, toda aquella tierra desnuda de árboles no

ayudaba en absoluto. No se parecía en nada a su Grecia natal; sin montañas, ni

bosques, ni océano. Sólo una extensión infinita de cielo azul que cruzaba el

horizonte de norte a sur, de este a oeste; un mar de hierba punzante y dura en

el que muy de vez en cuando despuntaban flores, como piedras preciosas; y la

eterna canción del viento.

La mula, por cuyo sentido común había sido bautizada como Rufus,

mordisqueaba el bocado y obedecía las órdenes de la bardo, totalmente ajena a

las inseguridades de su amazona.

Gabrielle echó un trago de su odre con un gesto de disgusto. El agua, dentro

de la piel de cabra, había adquirido un gusto amargo y tibio; tenía la esperanza

de encontrar un arroyo fresco antes del anochecer.

Sin previo aviso, el muro de hierba se abrió con un siseo y dio paso a un

jinete sobre un pony moteado, a tan sólo unos pies de donde ella se encontraba.

El agua se paralizó en la garganta de Gabrielle, y empezó a toser

descontroladamente. Sólo pudo empezar a hacer señas con la mano al intruso y

le tranquilizó ver que él, o ella, lo cual era imposible de adivinar en el estado en

que se encontraba, se conformaba con esperar pacientemente hasta que se

recobrara.

Por fin, la bardo tomó aire y trató de parecer serena.

—Me llamo Gabrielle —dijo, uniendo ambas manos por encima de la cabeza

para demostrar que estaba desarmada, tal y como era costumbre entre las

amazonas griegas y rogando porque aquel extraño comprendiera el significado—

. Busco a las gentes de Tseromazha. ¿Les conoces?

El jinete, aunque se trataba de una mujer, según pudo ahora comprobar

Gabrielle, manifestó que no la entendía con un encogimiento de hombros. Iba

vestida con una camisa de manga larga y unos pantalones de fieltro gris, ambas

prendas bordadas con estilizadas figuras de animales, y botas de punta curvada

hacia arriba, de un brillante color rojo. Su rostro era amplio y liso, y no

demostraba agresividad, aunque tampoco confianza. Ocultaba su cabello con un

sombrero picudo. Unos ojos ambarinos claros coronaban sus altos pómulos; las

Page 5: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

leves arrugas a ambos lados de su boca dejaban ver que probablemente sonreía

a menudo, aunque en aquel momento se mostraba muda y seria.

Llevaba un carcaj atado al lado izquierdo del cinturón, y la vaina de una

daga al derecho. En la silla de montar, a la mano, colgaba una funda para lanzas.

En suma, parecía dispuesta y capaz de entablar una pelea contra cualquiera,

incluida una joven griega.

La mirada que dirigía a Gabrielle no era de incomprensión, sino de

valoración, casi como si pudiese conocer las intenciones de la bardo, su habilidad

con las armas y la amenaza, o no, que suponía.

Gabrielle, por su parte, cerró los ojos, pidiendo ayuda a Artemisa, e hizo

un nuevo intento.

—Gab… ri… elle… —pronunció despacio y con cuidado, señalándose con un

dedo—. ¿Y tú?

Dirigió el mismo dedo, con movimientos deliberadamente delicados, hacia

la mujer. Ésta resopló, casi al mismo tiempo que su fornida montura.

—Hablo griego —contestó. Su acento era espeso y gutural, pero Gabrielle

la entendió perfectamente—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Te has perdido de una

de las caravanas?

—No. —El alivio por lo que acababa de oír hizo que las lágrimas empezaran

a formarse en los ojos de Gabrielle—. Estoy buscando a alguien, mi amiga, en

Tseromazha. ¿La has visto o sabes algo de ella? Se llama Xena.

Sin previo aviso, el pony de la mujer se encabritó y pasó un buen rato antes

de que ésta consiguiera calmarlo. Cuando el moteado animal quedó quieto de

nuevo, la mujer habló.

—No. No hay extraños en Tseromazha, excepto mercaderes durante la

Feria Estival. —Su rostro seguía imperturbable, aunque sus dedos estrangulaban

las riendas sin parar.

La bardo entrecerró los ojos. Aquella mujer ocultaba algo… estaba segura.

Antes no podría haberlo asegurado, pero ahora sí. Xena está con la tribu,

y ella trata de encubrirlo. Debe haber pasado algo… ¿pero qué? ¿Está prisionera?

¡Tengo que averiguarlo!

— ¿Cómo te llamas? —le preguntó Gabrielle, tras una pausa apenas

perceptible.

Page 6: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Vivka. —La amazona contempló a aquella extraña mujer llamada

Ga’brelle, que no mostraba el menor signo de temor. Era asombroso, en verdad.

La terrible reputación de los nómadas esteparios mantenían a todo el mundo

fuera de sus límites, salvando a los más avaros mercaderes.

— ¿Eres de los Tseromazha? —interrogó de nuevo la bardo.

—Sí.

—Y vuestra Reina se llama Chebkya, ¿no?

—Así es. Chebkya es nuestra Zarina.

—Bueno, Vivka… —Gabrielle hizo avanzar a su mula hasta situarse a menos

de un palmo de la cabalgadura de la mujer. El pony olisqueó la nariz de Rufus y

estornudó, con lo que éste echó hacia atrás sus largas orejas en un gesto de

sorpresa—. ¿Has oído hablar de las amazonas griegas?

—Sí. A veces comerciamos con sus hermanas del norte. Una vez fuimos

una sola tribu, o eso nos cuentan los chamanes, pero yo soy guerrera, no

estudiante. En cualquier caso, no estamos en guerra con ellas. —Vivka miró a

Gabrielle una vez más, esta vez prestando más atención a los detalles. La mujer

tenía el pelo largo y de un color peculiar, un dorado rojizo que le hizo evocar las

bayas silvestres en verano. Sus ojos eran tan verdes como la hierba, y vestía

falda corta de cuero y un corpiño que le proporcionaban poco abrigo contra el

sol y el viento.

La mujer griega no parecía ni por lo más remoto asustada o reticente. De

hecho, todo lo contrario. ¿Cómo se había defendido de invasores, bandidos y

tratantes de esclavos, si realmente venía desde la lejana Grecia? Un

pensamiento repentino hizo que Vivka se estremeciera.

Esta Ga’brelle debe conocer las artes mágicas. Me pregunto si no me habrá

lanzado un hechizo.

Por un momento, se inclinó sobre el hombro de su pony y escupió en el

suelo, para prevenirse contra el mal de ojo.

La bardo, por su parte, ignoró tanto el gesto como su posible significado.

— ¿Y si te dijera que fui Reina de las amazonas griegas por derecho de

casta? ¿Y que he venido hasta aquí en misión diplomática para visitar a tu Zarina

Chebkya? —Gabrielle se irguió con orgullo en su silla, esforzándose por parecer

lo más segura de sí y majestuosa posible—. Dado que no puedo ordenarte nada,

Page 7: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

me sentiría honrada y agradecida si quisieras escoltarme durante el camino a tu

poblado.

Vivka dilucidó unos segundos y asintió finalmente. Aquel encuentro se

estaba volviendo problemático por momentos, y decidió que era mejor

asegurarse de que todo saliera bien a lamentarse después.

¿Debería contarle a esta cabellera rubia lo de su amiga? No. Eso tendría

consecuencias desastrosas. Dejaré que la Zarina y las Babas traten con ella. Por

otro lado, no quiero ofender a alguien que podría resultar ser una bruja negra.

La tribu ya tiene demasiados problemas. Y luego está lo de la profecía. Yo no me

creo una palabra de lo que dice, pero ¿osaría enfrentarme a los designios de la

diosa? Oh, Tabiti, Dama de los Tres Rostros, del Viento, las Estrellas y la Llama,

extiende Tu mano sobre mí.

—Te llevaré hasta mi gente —dijo Vivka, estrujando inconscientemente el

amuleto de hueso que llevaba anudado al cuello—, pero incluso si eres lo que

dices ser, los griegos no nos gobiernan, y no les debemos lealtad. Será la Zarina

quien juzgue tu sinceridad o tu falsedad, y decida sobre tu destino.

—Entiendo y acepto lo que dices. —Gabrielle se esforzó por no temblar,

manteniendo su expresión totalmente neutral y expresando con ella lo que

esperaba fuese interpretado como disposición, regia arrogancia y la seguridad

que caracteriza a los soberanos.

— ¿Estás segura? Arriesgas tu vida, Reina. No aceptamos forasteros así

como así, y tu derecho de casta no significa nada fuera de tus territorios. En las

tierras de los Tseromazha, sólo aquellos por cuyas venas fluye la sagrada sangre

de nuestra tribu son inviolables.

—He dicho que lo he entendido, Vivka. Ahora… llévame ante mi real

hermana sin demora. He recorrido un largo camino para llegar hasta donde

estoy, y no quiero esperar más de lo necesario.

Vivka suspiró. Había hecho todo lo posible para persuadir a la mujer griega

con la esperanza de que Ga’brelle diera media vuelta y se marchara de allí.

Y he fracasado.

—Sígueme —ordenó cortante, dando media vuelta a su animal y abriéndose

paso entre la alta superficie de hierba.

Gabrielle espoleó a Rufus al paso y mantuvo la vista fija en la ondeante

cola del pony.

Page 8: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Fueras cuales fueran las consecuencias, tenía que encontrar a Xena y

asegurarse de que estaba bien.

Nunca te abandonaré.

Ésa fue su promesa, y ni la misma muerte le haría olvidar o renunciar a

esas preciosas palabras, pronunciadas por aquella a quien amaba.

***

Vivka penetró en el campamento de los Tseromazha, intercambiando

miradas con las dubitativas centinelas. Éstas elevaron sus lanzas en señal de

saludo y echaron a andar detrás de la forastera, que avanzaba a lomos de una

mula de largas orejas. Una hueste de niñas, ataviadas de brillantes ropajes,

abandonaron sus juegos para echar un vistazo a la griega de cabello ígneo. Las

mujeres miraron, señalaron y se reunieron en corro, cuchicheando a toda

velocidad.

—En nombre de la diosa, ¿qué nos has traído? —murmuró una de las

centinelas a media voz, en su propia lengua—. ¿Es una bruja? ¿O aquella a quien

anuncia la profecía?

—No lo sé. Se proclama Reina de más allá del mar de hierba y de las

montañas del lomo del dragón, de los griegos. —Vivka acarició su amuleto con

aire pensativo—. Creo que son las Babas quienes deben decidir. Sabes tan bien

como yo que la profecía podría no ser cierta.

La mujer ahogó una carcajada.

—Sí, y yo haber nacido de un huevo. —Empuñó con más fuerza su lanza—

. Me revolcaría en estiércol si resultase ser la que hemos estado esperando…

— ¡Cierra tu enorme bocaza! Los espías de la bruja podrían estar en

cualquier parte, y lo sabes. —Vivka miró a su alrededor con nerviosismo antes

de hablar de nuevo—. Se llama Ga’brelle. Va en busca de la que llaman Xena.

Page 9: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

— ¡Por la Santa Madre! —exclamó la otra centinela, bajando la voz a

continuación—. No se lo has contado, ¿verdad?

— ¿Me crees tan deslenguada como tu amiga? ¿Crees que quiero hacer que

nos masacren? Ahora cállate y cumple con tu deber, antes de que rompas el

juramento. —Vivka se giró en la silla y llamó a Gabrielle en griego—. Te llevaré

hasta el ger de la Reina Chebkya. Cuando te presente, te quedarás sola.

—Gracias. —Gabrielle echó un vistazo al campamento. El ger al que se

había referido Vivka debían ser las extrañas tiendas redondas que aparecían

distribuidas fortuitamente por el claro. Los muros exteriores y los tejados de los

gers estaban formados por estrujadas capas de fieltro de color ocre, y de las

aberturas para pasar pendían pieles enteras de oveja. En una estaca, en el

exterior de cada tienda, había clavado un cráneo de caballo con cornamentas de

ciervo en la parte superior, y todo ello decorado con brillantes cintas que flotaban

con el viento.

En cada lugar al que Gabrielle miraba, descubría algo maravilloso y

exótico… Aunque no es tan diferente de cualquier otra comunidad de la Nación,

si lo piensas bien.

Un par de mujeres agitaban un saco de piel sobre un recipiente de madera

que había entre ellas, haciendo mantequilla. Había rejillas de madera que

contenían delgados filetes de carne, secándose sobre hogueras y vigiladas por

las más ancianas. Muchachas adolescentes machacaban grano en duros cuencos

de piedra, y otras a caballo practicaban su puntería arrojando lanzas contra las

dianas que pendían entre las tiendas. En un campo cercano, varias guerreras

jóvenes hacían lo propio con arcos, arpones y espadas.

De camino a la choza real, descubrió también a una herrera modelando

puntas de flecha sobre su yunque; varias tejedoras en sus telares; algunas

abuelas de pelo plateado contando historias a grupos de chiquillas con los ojos

como platos… Por cada lugar que pasaban, comprobó que se trataba de una tribu

productiva que en nada parecía interesada en la guerra, tal y como le habían

dicho los mercaderes.

Y allá por donde pasaban, la gente se le quedaba mirando, hablaban y la

señalaban, y le sorprendió descubrir hombres. Las amazonas griegas no

permitían a los hombres la entrada a sus campamentos, bajo ningún concepto.

Ya basta, sabes que no son amazonas, pensó. Será mejor que te guardes

ese tipo de prejuicios, chica. Limítate a beber todo lo que te ofrezcan e intenta

no poner esa estúpida expresión de asombro ante todo como si fueras un

granjero en su primer viaje a Roma. Cualquier cosa que aprendas podría ser

muy útil.

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Vivka se detuvo frente a un ger dos veces más grande que los demás, e

indicó a Gabrielle que desmontara. Al instante aparecieron un par de niñas, que

se quedaron contemplando en silencio y a distancia la montura de Vivka y la

mula de la bardo.

Espero que quieran alimentarlas y llevarlas a un establo, y no cocinarlas

para la cena de esta noche.

En el exterior de la tienda de la Zarina Chebkya, dos postes tallados y

profundamente enterrados en la tierra se erguían a cada lado de la puerta. Las

estilizadas cabezas de un águila, un ciervo, un cerdo y un lobo miraban

imperturbables al infinito; tiras de plumas, collares, mechones de pelaje, garras

y dientes colgaban desde lo alto. En lugar de pieles de oveja, una puerta de

madera de ciprés, salpicada de clavos dorados, impedía la entrada. Gabrielle

observó que esa madera debía ser importada, porque los árboles de las planicies

eran enanos, retorcidos especímenes moldeados por el incesante viento.

Vivka abrió la puerta y se llevó un puño a la frente en señal de respeto.

—Honorable Zarina, traigo ante ti a una extraña llamada Ga’brelle, Reina

de las lejanas amazonas de Grecia. ¿Aceptas la responsabilidad de su presencia

en los gers de Tseromazha?

—La acepto —afirmó una voz cavernosa desde el oscuro interior de la

tienda.

Vivka empujó levemente a Gabrielle para que entrara y cerró la puerta.

Ocurra lo que ocurra, ya no es cosa mía, pensó Vivka. Sin embargo, en

lugar de alivio, sintió un lúgubre presentimiento en la boca del estómago, como

la grave brisa que precede a una ventisca. ¿Y si de verdad es la que hemos

estado esperando? Bueno, si es así, La Que Cabalga Sobre el Viento la protegerá.

En cualquier caso, no me creo la profecía.

Sacudiendo la cabeza, Vivka se retiró a su propio ger y pidió ayuda a Tabiti,

la diosa de los Tres Rostros.

Page 11: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

A Gabrielle le costó un buen rato que sus ojos se adaptaran a la oscuridad

reinante en el interior de la tienda. La luz provenía de los rescoldos que brillaban

dentro de un cuenco de arcilla, justo en mitad de la sala, y de los pocos candiles

que colgaban de los postes del ger. Así, cuando al fin pudo ver algo, descubrió

que el suelo estaba cubierto de alfombras fantásticamente tejidas; almohadas

de borlas y mesas de patas cortas se apilaban por doquier junto a los muros.

El aroma de las especias, dulce y penetrante, hacía que le picara la nariz;

también pudo reconocer el olor a hierba seca y a cuero, a humo y lana mojada,

pero bajo todo ello, era más que apreciable el hedor cobrizo de la sangre vieja.

Gabrielle se puso rígida.

Justo frente a ella había un estrado a base de alfombras apiladas; sentada

sobre él, en una ornada silla cubierta de oro, se erguía amenazante la Zarina

Chebkya.

Su rostro permanecía oculto tras una máscara, el cráneo de un lobo

elaboradamente pintado de cuya parte inferior aún colgaba la mandíbula,

cubierta de lado a lado por los dientes de su dueño original. Llevaba el pelo

recogido bajo una capucha de plumas de águila y la otrora flameante crin de un

caballo.

Las ropas de la Zarina estaban hechas de seda, no de fieltro o lino. Una

camisa de manga larga con un peto de pequeños huesos unidos entre sí que le

corrían desde el cuello a la cintura y se ceñían con fuerza a ésta; una falda

carmesí, muy ajustada, decorada con un motivo zigzagueante; y polainas de

marfil cosidas hilera tras hilera de cuentas negras y escarlatas, desde el tobillo

a la rodilla.

Tras ella, tres mujeres más escoltaban el estrado: dos a la derecha de

Chebkya, una a su izquierda. La mirada de Gabrielle se deslizó sobre ellas sin

prestar la menor atención, puesto que ésta había volado hacia un objeto

apoyado contra uno de los laterales del trono. Una espada envainada que la

bardo reconoció al instante.

¡La espada de Xena!

Se humedeció los labios.

—Soy Gabrielle, Reina de las amazonas griegas por derecho de casta, y

ofrezco mis respetuosos saludos a mi hermana de Tseromazha, Chebkya.

Page 12: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

La Zarina no respondió. En lugar de eso, la mujer que tenía a su izquierda

cacareó, acompañando ese sonido con un rápido golpeteo de sus dedos sobre el

tambor que tenía entre las piernas.

—La Noble Chebkya te saluda, hermana-de-más-allá de las tierras

humanas —dijo en un griego bastante arcaico—. La Zarina pregunta: ¿por qué

tu tarea? ¿Para qué has viajado tanto?

—Busco a una amiga —afirmó Gabrielle, dirigiéndose a la todavía silenciosa

Chebkya—. Vino aquí hace varios meses, en respuesta a tu petición.

El ger estaba totalmente en silencio salvo por el sordo repiqueteo del

tambor. No había en él melodía ni armonía alguna, sólo un patrón monótono que

vagaba sin ritmo, aunque su efecto era cuanto menos convincente, casi

hipnotizante. Las dos mujeres a la derecha de la Zarina comenzaron también a

tocar, rodeando con el gutural sonido de sus tambores al primero.

Gabrielle tenía calor; el sudor perlaba ya su labio superior y le bajaba

resbalando por la nuca. Los latidos de su corazón variaban, intentando sin éxito

sincronizarse con los irregulares tambores. Sus rodillas flaqueaban, su boca

estaba seca, pero aun así tragó saliva y habló de nuevo.

—Mi amiga se llama Xena.

Al oír ese nombre, la Zarina Chebkya se estremeció en su silla. Era el primer

movimiento que Gabrielle había advertido en ella desde que entrara en el ger.

Los nervios de la bardo se pusieron alerta; algo no iba bien.

A pesar de lo que su instinto le aconsejaba, Gabrielle añadió algo más.

—Sé que Xena recibió tu mensaje, Chebkya. Se puso en camino hacia aquí

porque tenía una deuda contigo, y sé también que salió de Grecia. ¿Es que no

llegó? ¿La has visto? ¿Sabes dónde puede estar ahora?

Chebkya se estremeció una vez más, y todos sus miembros parecían

convulsionarse sin parar. Inmediatamente, la mujer de su izquierda comenzó a

tocar con más fuerza, y la Zarina recobró de repente su anterior estado de

quietud.

Gabrielle, por su parte, parpadeó y estudió con más detalle el estrado. La

extraña mujer que había hablado antes era anciana, con el rostro surcado de

líneas más o menos profundas, la piel de la mandíbula colgando y sus oscuros

ojos negros brillando entre un cúmulo de zigzagueantes arrugas. Vestía una

túnica de piel de potro sin mangas, decorada con lo que parecían ser huesos de

Page 13: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

dedos humanos que recorrían su cuerpo de arriba abajo, además de plumas y

espinas, y su níveo cabello formaba un moño en lo alto de su cabeza, sujeto con

horquillas de acero. Todas sus extremidades servían de lienzo a una gran

cantidad de tatuajes, emborronados y oscurecidos por los años.

—Yo soy la Baba Yaga —dijo la mujer—, Tercer Rostro de la Diosa, la

Sagrada Tabiti. —Sus manos apenas eran visibles por la velocidad que imprimía

al ritmo del tambor—. Has pronunciado un nombre prohibido, extraña-de-más-

allá. Hazme caso, griega. No sigas por ese camino.

¿Nombre prohibido?

—No os entiendo. Por favor, decidme dónde puedo encontrar a Xena.

Chebkya se sacudió y la bardo casi pudo jurar que la Zarina había

susurrado, “¿Gabrielle?”

Aquello era demasiado. La bardo no era capaz de pensar; el insistente

tamborileo le estaba taladrando la cabeza. Ya no sabía si había escuchado su

nombre o no. Alcanzó el estrado con tres grandes zancadas, más llevada por el

instinto que por la lógica, más por el corazón que por el cerebro. Arrancó la

máscara de la cabeza de Chebkya, la miró y no pudo por menos que retroceder

completamente confundida.

Una cabellera sedosa y oscura enmarcaba aquel rostro familiar. Ni la más

mínima expresión, ni una chispa de reconocimiento habitaba en los ojos azules

que la contemplaban, y que a continuación se tornaron absolutamente blancos.

La Baba Yaga cacareó, tocando más fuerte y más deprisa, formando una

espiral con su ritmo, hasta que los muros de la tienda parecieron temblar con

él. Un trueno estalló en la mente de Gabrielle.

Susurró.

— ¿Xena?

El silencio y la oscuridad la alcanzaron en un segundo, y perdió el sentido.

Page 14: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

Vivka miró a la mujer griega y maldijo en silencio. Había sido llamada al

ger de la Zarina Chebkya e impelida a sacar a una inconsciente Ga’brelle de allí

y llevarla a su propia tienda, y a cuidarla hasta que los khubilgan quisieran traer

de nuevo el alma de la amazona hasta su cuerpo. Aquella tarea no sedujo a

Vivka. Tenía la esperanza de librarse de toda responsabilidad para con la

extraña, pero al parecer la Dama que Cabalga sobre el Viento tenía otros planes.

Una mujer rechoncha y atractiva de brillantes ojos marrones, con una cesta

tejida en uno de sus brazos, se asomó al interior de la tienda.

— ¿Todavía no han liberado el alma de la extraña los espíritus guardianes?

—preguntó, evitando con educación utilizar el nombre de la mujer. Hacerlo

hubiese significado la ruptura entre su cuerpo y su alma, condenando a Gabrielle

a vagar eternamente en las profundas regiones de los khubilgan.

—Aún no, Rozena. —Vivka suspiró, centrándose luego en su amada. Habían

llevado a cabo la ceremonia de unión hacía ya cinco años, y a sus ojos, Rozena

aparecía más bella y deseable con cada estación que pasaba—. He intentado

meditar y pedirle consejo a Tabiti, pero no me ha contestado.

—A lo mejor es que no le has hecho la pregunta adecuada. —Rozena dejó

su cesta en el suelo, se levantó y colgó un caldero de metal de uno de los

ganchos que había en los postes de la tienda. Un pequeño hoyo excavado justo

en mitad del ger se alineaba perfectamente con el agujero de ventilación del

techo; Rozena avivó las brasas calientes de su interior con un par de picas

metálicas y depositó el caldero sobre ellas. Mientras tanto, como por casualidad,

lanzó una pregunta.

— ¿Qué vais a hacer tú y las demás guerreras con respecto a esa malvada

bruja?

Vivka, que en ese preciso momento estaba bebiendo agua de un odre, se

atragantó y empezó a toser hasta que las lágrimas corrieron por sus mejillas.

— ¿Es que no puedes mantener la boca cerrada, mujer? —farfulló por fin—

. ¡Sagrada Diosa! ¿Quieres acabar exiliada… o algo peor? Lo que Chebkya y el

avatar de Nav hayan hecho con Xena es algo que no nos incumbe.

— ¿Ah, no? ¿Entonces por qué no eres capaz de pronunciar el nombre de

la bruja, eh? —Rozena arrebató el odre de manos de su compañera y llenó el

caldero. Luego se acuclilló frente a la hoguera con un cuchillo y empezó a pelar

y cortar vegetales y a echarlos dentro con movimientos rápidos y furiosos. —Es

Page 15: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

como si repitieras una de esas amenazas que la Baba Yaga disfraza de frases

sabias. ¡Bah! La griega de ojos-de-cielo es inocente del crimen —masculló

Rozena—. ¿Es que no te das cuenta de que si Chebkya se empeña en mantener

esa absurda maldición, la tribu será destruida?

—Yo hago lo que me ordenan —se defendió Vivka, arrodillándose y

abarcando con sus manos los hombros de Rozena—. No soy más que una simple

guerrera y una cazadora. Tabiti no me dio el don de la sutileza.

—Lo que le hicieron a Xena está mal, aunque fueran órdenes o aunque en

verdad estuviese en relación con la bruja. Si cualquiera de tus guerreras tuviese

el sentido que Quien Cabalga Sobre el Viento dio hasta a la más pequeña de las

criaturas, levantaría su espada contra esa Baba, o moriría en el intento. Estoy

harta de vivir con miedo. ¿Tú no?

— ¿Es que los niños no merecen vivir? Si tan sólo estuviesen en juego las

vidas de las guerreras, moriríamos con gusto por defender a la tribu, incluso del

mal que habita dentro de ella. Pero… sabes de sobra lo que hará con los

pequeños. No podemos arriesgarnos a eso.

Rozena cedió levemente, pero aún estaba llena de ira. Los niños eran el

regalo más precioso de todos, y cada uno de ellos era celebrado y amado,

considerado como un símbolo de la salud de la tribu. La pérdida de una de sus

vidas era la más horrible tragedia que podía imaginar la gente nómada de las

planicies; en tiempos de guerra, ni siquiera el más salvaje de los guerreros se

plantearía poner su mano encima de un bebé.

—Sé que ella amenaza nuestro futuro —afirmó la regordeta mujer en voz

baja—. No podemos enfrentarla sin asumir grandes pérdidas. Pero, por Tabiti,

daría mi vida antes que ver sufrir a los pequeños que han crecido bajo su mando.

—Eso no depende de nosotros. Ahora calla… o despertarás a nuestra

invitada.

Gabrielle, quien de hecho llevaba despierta desde que la pareja de Vivka

había entrado en el ger, mantuvo los ojos cerrados, buscándole sentido a todo

lo que había visto y oído en la tienda de la Zarina. No entendía una palabra del

gutural lenguaje de Tseromazha, pero la simple mención del nombre de la

guerrera le hizo incorporarse de un salto en la cama, ignorando las fuertes

palpitaciones de su cabeza.

—Por favor —dijo en voz baja, mirando de hito en hito a las dos mujeres—

, ¿Podría beber un poco de agua?

Page 16: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Vivka acercó el odre hasta Gabrielle y lo sostuvo en alto mientras ésta daba

largos sorbos a su contenido.

— ¿Has encontrado las respuestas a tus preguntas en el mundo de los

khubilgan? —preguntó la nómada con su extraño acento griego.

— ¿Dónde? —Gabrielle negó con la cabeza—. No, yo… de hecho cada vez

tengo más. —Aspiró profundamente antes de preguntar—. ¿Qué sabéis sobre

Xena?

Desde su posición junto a la hoguera, Rozena ahogó un gemido. Su griego

no era tan bueno como el de su compañera, pero trató de hacerse comprender.

—Mejor debes preguntarte, qué saben las grandes-mujeres-sabias sobre

Xena. —Añadió al asado un hueso de caballo para hacerlo más nutritivo y

después dos buenos trozos de carne de oveja y champiñones, que sacó de uno

de los recipientes que allí había.

—Ayudadme —suplicó Gabrielle—. Por favor, decidme la verdad. He visto a

Xena ahí dentro, bajo la máscara de la Zarina. ¿Dónde está la auténtica Chebkya,

y qué le ha hecho a mi amada?

—No puedo… —Vivka apartó la mirada, debido a la vergüenza—. Pides

demasiado. Mis votos de sangre son fuertes; mi lengua no tiene permitido

pronunciar lo que tú quieres oír.

Rozena se echó a reír, y habló en su arcaico griego una vez más.

—Dile a Gabrielle. Es compañera de un alma atrapada. La verdad merece

ser oída, ya basta de secretos, o te tendré por cobarde y sin honor. ¿Cómo puede

saber la bruja qué dices en tu tienda privada?

—Un secreto susurrado al viento puede atravesar todo un mundo —

contestó Vivka en tono cortante.

—No susurres entonces, habla más bajo aún. Pero habla, de un modo u

otro. —Rozena sacudió la cabeza, haciendo que sus pesados pendientes de

ámbar bailaran con violencia—. Ahógame en estiércol, pero ella es Reina.

Respétala y responde sus preguntas, ¿o la bruja te ha robado el cerebro además

de la lengua?

Sólo la conocía de unos pocos minutos, pero Gabrielle pudo afirmar sin

reparos que aquella Rozena le gustaba.

Page 17: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

La piel de la mujer era de un rico tono broncíneo, y a pesar de su tamaño,

parecía fuerte. Vestía un sencillo traje de fieltro, abierto por ambos lados hasta

la cadera; las cortas mangas discordaban con los amuletos de plata que lucía.

Su pelo oscuro estaba partido en el centro y sujeto a ambos lados con peinetas

de marfil, dejando al resto caer en tupidos mechones por su espalda. Collares

de ámbar, oro y turquesa decoraban su cuello, y sus pómulos estaban cubiertos

por líneas, espirales y puntos tatuados, formando un patrón que parecían reflejar

las alfombras que cubrían el suelo del ger.

Al verla Gabrielle recordó a muchas de las madres que había conocido en

sus viajes: un auténtico torrente de furia cuando se trataba de proteger a un

compañero o a un hijo, pero con la misma capacidad de demostrar amor, y

siempre dispuestas a dar lo mejor de sí mismas a cualquier extraño que llamara

a su puerta pidiendo ayuda.

Vivka se había quitado la camisa por el calor que hacía en la tienda, dejando

al descubierto unos brazos musculosos y tatuados con pájaros y otras figuras de

animales. Llevaba el pelo corto, y mantenía sus mechones apartados de la cara

con una banda de cuero atada a la frente.

—Rozena, amor mío —dijo en Tseromazha—, no te permitiré romper la

promesa de silencio.

—Escupo sobre esa promesa —afirmó Rozena con decisión en la misma

lengua—. Y tú deberías hacer lo mismo.

Gabrielle las miró alternativamente.

— ¿Quiénes son Tabiti y Nav? ¿Qué le ha hecho Chebkya a Xena? —Su voz

se vio súbitamente inundada por la ira, sorprendiéndolas a todas, incluida ella

misma—. ¡Malditas seáis! ¡Hablad en griego! ¿Qué habéis hecho con la mujer

que amo?

Rozena parpadeó, alcanzó una cuchara y probó el guiso.

—Si no se lo cuentas tú, lo haré yo —sentenció con una voz que no admitiría

réplicas.

— ¡Piensa en los niños!

—Eso mismo hago, y también en los que aún no han nacido. —Dejó caer la

cuchara en el cazo y se acarició con dulzura el vientre; ambas habían llegado a

un acuerdo con un varón amigo suyo, el tejedor Felimir, para tener dos niños en

dos años. A uno lo criarían ellas, y al otro Felimir. Rozena estaba embarazada

Page 18: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

de cuatro meses, y aborrecía la idea de que su hijo naciera bajo las deplorables

circunstancias en que se encontraban en ese momento.

En seguida, continuó.

— ¿Acaso no ha prometido la Profeta Arkhipa que seríamos salvadas, y que

el poder de la bruja del invierno caería por obra de una mujer de palabras

amables y sangre real proveniente del oeste? Una mujer de una tierra de

mujeres, de cabello como el fuego y ojos como la hierba en primavera. ¿Qué

más pruebas necesitas, estúpida cabezota? ¿Que aparezca el carro de la diosa y

escriba el mensaje en el cielo con nubes y estrellas?

—Arkhipa está más loca que una oveja con el cerebro agusanado. La Zarina

la condenó al exilio.

—Después de que proclamara su profecía en público. Además, fue la falsa

Zarina quien echó de aquí a Arkhipa. Fue una artimaña de la bruja, ¡porque

temía que hubiese dicho la verdad!

A continuación, se miraron a los ojos en silencio. Gabrielle, por su parte,

apretó los puños y adoptó un tono cortante.

— ¡Hablad en griego, por favor! ¿Podéis decirme alguna qué diablos está

pasando aquí? ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco excepto yo?

¡Oh, diosa! Vivka agarró fuertemente su amuleto y oró. ¡Te ofreceré una

oveja y un potro en sacrificio si me sacas de ésta!

En menos tiempo del que emplea un corazón mortal en latir nueve veces,

su plegaria fue atendida.

***

Una nueva mujer entró en el ger, dejando que la piel de oveja que la

flanqueaba cayera de nuevo a su espalda. Inmediatamente, Rozena y Vivka se

llevaron el puño a la frente en señal de saludo.

Page 19: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Gabrielle se dejó caer sobre la litera. Se trataba de una de las tres que

habían permanecido sentadas en el estrado tras la enmascarada Xena. Su

cuerpo se adivinada voluptuosamente maduro tras el vestido de curtida piel de

ciervo, decorado con colas de zorro y plumas de ganso. Las palmas de sus manos

y las plantas de sus pies descalzos estaban teñidos de color escarlata; sus

muñecas ceñidas por pesados brazaletes; las pantorrillas y los antebrazos

tatuados con bestias fantásticas de cornamentas floreadas entrelazadas en un

patrón zigzagueante. Una corona alta y dorada con un Árbol de la Vida muy

estilizado encima ceñía su cabeza y le mantenía recogido el cabello negro

azulado.

Su rostro era profundamente sereno, y cuando sonrió, tras contemplar a

Gabrielle, decir que era hermosa y encantadora sería quedarse corto.

—Soy la Baba Semislav, Segundo Rostro de la Sagrada Tabiti, avatar de

Mat Syra Zemlia, la fértil madre tierra —anunció la mujer en griego—. Si tienes

a bien escucharme, Ga’brelle-Reina, intentaré explicarte lo que le ha ocurrido a

tu amada.

Vivka dio un respingo, y Semislav añadió dulcemente en griego.

—Una promesa debe basarse en la libertad de cumplirla, y no en amenazas,

por lo que Tabiti no te atará con ella. En Su nombre, te libero de aquella que

hiciste.

— ¿Condenando así a nuestros pequeños a morir?

La sonrisa de Semislav desapareció.

—Todos moriremos, tarde o temprano, si las cosas siguen como hasta

ahora.

Vivka cedió al fin, y Rozena le palmeó el dorso de la mano para consolarla.

Así, Semislav volvió al griego y se dirigió a Gabrielle.

—Tal vez sea mejor empezar la historia desde el principio. Cuando haya

terminado, responderé a tantas preguntas como quieras hacerme. ¿Te parece

bien? —Torció la cabeza a un lado y sonrió nuevamente, con un más que

considerable encanto.

Gabrielle tomó conciencia de las oleadas de sexualidad que emanaban de

Semislav, un aura de erotismo que hubiera podido afectar hasta a un muerto.

Aquello le hizo estremecerse de incomodidad; el aroma de la chamán, profundo

y almizclado, le hacían querer estornudar y lanzarse a su delicioso cuello al

Page 20: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

mismo tiempo. Por un instante, los celos parecieron susurrarle al oído: tal vez

Xena no regresó a tu lado porque encontró a alguien mejor, una mujer que es

puro sexo, de la cabeza a los pies.

Semislav supo de inmediato lo que la bardo estaba pensando.

—No imagines lo peor, Ga’brelle. Tu amada no te ha cambiado por otra.

Gracias a los dioses.

El pequeño gusanito de los celos murió bajo la amigable y empática mirada

de los ojos de la chamán.

—He viajado tanto… —dijo Gabrielle, cubriéndose inconscientemente las

rodillas con una manta—. Cuando vi a Xena allí, tras esa máscara, pensé por un

momento que aquello debía ser una pesadilla.

—No, no es tu pesadilla, sino la de otra persona. —Semislav se pasó al

Tseromazha para dirigirse a Vivka—. Envía un mensaje a los jinetes, a las

patrullas, a las partidas de cazadoras y a las guerreras: “En nombre de Quien

Cabalga Sobre el Viento, se reclama su presencia esta noche en el ger real como

testigos de un desafío”. Repite este mensaje bajo la autoridad de la Baba Laiko

y la mía propia.

Después, añadió mirando a Rozena.

—Reúne a tejedoras, ganaderas, lavanderas, curtidoras, madres y

artesanas: ellas también acudirán al círculo y presenciarán la justicia de la diosa.

— ¿Estás segura, Baba? —Vivka parecía nerviosa—. Si lo hacemos, ya no

habrá vuelta atrás.

—Deposita tu fe en la diosa —afirmó sin dudar Semislav—. Ella ayuda a

aquellos que se ayudan a sí mismos, y tengo razones para creer que la Reina

extranjera es la respuesta a todas nuestras plegarias.

A pesar de esas palabras, Vivka no parecía muy convencida, así que Rozena

fue la siguiente en hablar.

— ¿La profecía de Arkhipa?

—Arkhipa estaba tocada por el fuego sagrado de Tabiti. Laiko y yo lo

sabemos, y si tú escucharas a tu corazón, Vivka, también lo sabrías. Id ahora,

porque no queda mucho tiempo. Todo se decidirá antes del anochecer.

Page 21: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Debidamente escarmentada y sólo un poco menos avergonzada, Vivka

abandonó la tienda seguida de cerca por Rozena.

Al verlas, Gabrielle preguntó:

— ¿A dónde van?

—A cumplir una misión —contestó Semislav, de nuevo en griego. Luego

tomó asiento en el suelo, con las piernas cruzadas, junto al lecho—. Y ahora,

Ga’brelle, Reina Amazona… estoy dispuesta a contarte una historia de codicia,

ambición, intrigas y traiciones. Escucha con atención, porque apenas tenemos

tiempo.

Gabrielle se puso cómoda, mientras Semislav comenzaba su relato.

***

—Hace mucho, mucho tiempo, antes de que la madre de la madre de tu

madre naciera, vivía bajo la danza del viento una raza que llamaba a su región

Tseromazha, y cuya diosa era Tabiti, la de los Tres Rostros, Dama Sagrada de

la Luna, las Estrellas y el Sol…

Gabrielle escuchó con avidez la descripción que Semislav hizo de la religión

de su gente. La diosa Tabiti estaba representada en la tribu por tres chamanes

llamadas Babas, y cada una de ellas adoptaba uno de Sus tres aspectos. El

Primer Rostro era el avatar de la Doncella Lada, que simbolizaba la inocencia y

la pureza; gobernaba durante la primavera y principios de verano, y sus tareas

incluían tejer, sembrar, sanar y el conocimiento de las hierbas. Actualmente, ese

cargo estaba ostentado por la Baba Laiko, una virgen de quince años.

El Segundo Rostro era el de Mat Syra Zemlia, la fértil madre tierra.

Gobernaba el final de verano y en principio del otoño, y era responsable de la

partería (tanto animal como humana), el almacenaje de alimentos, la herrería y

los dones guerreros. Era protectora de los niños y las madres, y feroz defensora

de la tribu. La Baba Semislav era su avatar.

Finalmente, estaba el Tercer Rostro, llamado Nav, la Bruja Noche.

Simbolizaba la muerte y la ruina, el final de la vida y la alegría, el broche de un

ciclo natural. Reunía las almas de los fallecidos y las molía todas juntas en su

Page 22: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

mortero mágico; cuando éste se llenaba, entregaba las cenizas a los sagrados

vientos para que pudieran volar y renacer de acuerdo con su destino. Nadie la

consideraba malvada, sino inevitable, y mandaba durante el final del otoño y

todo el invierno. El avatar de Nav, la Baba Yaga, había pervertido a la Bruja con

el fin de saciar sus propios intereses.

—Nuestra Zarina, Chebkya, escucha más a su orgullo que a su inteligencia,

más a su lujuria que a su imparcialidad, y le preocupan sólo sus egoístas deseos

—afirmó Semislav—. Normalmente, las tres Babas, si permanecen unidas, son

capaces de refrenar los excesos de cualquier Zarina que no sea… digamos… la

más adecuada de las líderes. Nuestro gobierno se ha mantenido estable de este

modo durante cientos de años; sin excepción, la voz de las siervas de Tabiti ha

sido respetada por la tribu, incluso más que la de la propia Zarina cuando fue

necesario.

»En la Festividad de Verano del año pasado, cuando los tseromazha se

reunieron con otras tribus y mercaderes para comprar y vender, Chebkya

secuestró a una muchacha de una tribu vecina, los Zhytia. Era muy hermosa, al

igual que su voz, y tenía numerosos pretendientes. Chebkya la llevó a un lugar

secreto, abusó de ella de una forma horrible y la devolvió a su casa, muda y

ajada. Naturalmente, los Zhytia demandaron un pago por tal deshonor, y

amenazaron con la guerra si éste no era saldado.

»Pidieron que la Zarina muriera por sus crímenes.

»Chebkya estaba desesperada. Después de todo, ni siquiera una Zarina es

inmune a la ley, y aquel día aprendió que su pueblo no la apreciaba tanto como

para desatar una guerra en su nombre. Pero la Baba Yaga se reunió con ella en

secreto, prometiéndole salvar su vida a cambio de que cumpliera sus

ambiciones. Juntas, conjuraron los más demoníacos poderes, asesinando a

muchachas inocentes en sus sacrificios de sangre, y el equilibrio se rompió.

»Ni Laiko ni yo descubrimos lo que estaba pasando hasta que fue

demasiado tarde, y Yaga nos puso bajo un yugo de poder que no somos capaces

de romper. Cuando Xena apareció, respondiendo a la llamada de Chebkya, la

Baba Yaga le echó un poderoso sortilegio de control y obligó a la gente a hacer

una terrible promesa: no revelar jamás este secreto o sufrirían una muerte

horrible y dolorosa… y no sólo ellos, sino también sus familias, incluidos los

niños. La tribu vive atemorizada y no osa enfrentarse a ella.

»De acuerdo con el plan de la Zarina, Xena será ejecutada en el plazo de

tres días frente a los representantes de los Zhytia, para restaurar su honor. En

ese momento, Chebkya abandonará su escondrijo y reclamará el trono,

liderando a la tribu, con Yaga a su lado, y reforzando así la fe de su pueblo. Se

avecinan días oscuros si no son detenidas.

Page 23: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Y Xena cayó de cabeza en la trampa —susurró Gabrielle—. ¿Tienes alguna

idea de qué “deuda” podía tener con ella?

—Cuando era un señor de la guerra, mató a la hermana de Chebkya,

Adaliunda, mientras estaba en una misión en la Tierra de los Dragones.

Seguramente fue eso lo que comprometió la presencia de Xena.

Oh, mi pobre guerrera, pensó Gabrielle. Siempre intentando reparar tu

pasado, sólo para que éste se vuelva en tu contra.

—De acuerdo. Así que al tercer día desde hoy los Zhytia presenciarán lo

que ellos creen que será la ejecución de Chebkya, y no de Xena. Lo que no

entiendo es: ¿cómo sabían que ella acudiría? Quiero decir que… si no hubiera

aparecido, ¿cómo se las hubieran arreglado?

—Yaga envió probablemente su espíritu en forma de cuervo o cualquier

otro ave, con el fin de espiar a Xena y asegurarse así de que obedecía sus

órdenes por medio de algún encantamiento. Y diría más, estoy segura de que

manipuló el sentimiento de culpa de tu amada a través de sus sueños u otro

hechizo más directo.

— ¿Y tú diosa no interferirá? Xena es inocente. Lo que Chebkya y Yaga

están haciendo no está bien.

—Cierto. Pero Tabiti tiene sus propias razones para mantenerse al margen.

Ella es nuestra Madre y nuestra Guardián, y en su sabiduría prefiere dejar que

sus hijas cometan errores antes que corregirlos o evitarlos. No, Ga’brelle, todo

esto está en manos mortales. Laiko y yo creemos que tú eres la única que tendrá

éxito en la derrota de Chebkya y Yaga, y en la salvación de tu compañera.

La resolución se abrió paso en el pecho de Gabrielle. Fuese cual fuese el

precio a pagar, incluida su propia muerte, liberaría a Xena del poder de aquella

bruja de la muerte.

—Dime qué es lo que tengo que hacer.

—Laiko y yo no podemos ayudarte demasiado. Yaga controla nuestra magia

y nos hace débiles. La bruja robó nuestra sangre y la ligó a su tambor, y cuando

lo toca, no podemos oponernos a ella. Estamos esclavizadas a su voluntad.

Incluso a escondidas, merma nuestras fuerzas. Me ha costado un gran esfuerzo

venir hasta aquí, y otro mucho mayor contarte todo esto. —Semislav negó con

la cabeza, haciendo que los aretes dorados que pendían de su diadema

tintinearan.

Page 24: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

— ¿La magia de la Baba Yaga reside en su tambor? Eso explica por qué me

sentí tan rara allí dentro.

Y también el trance de Xena. Sé que lucha contra él… fue capaz de

pronunciar mi nombre… pero el poder de la bruja es demasiado grande. Dioses,

dadme fuerzas.

—Sí. Los tambores son la fuente de su poder. Ahora, escucha: estarás en

grave peligro, Ga’brelle. Para salvar a Xena, habrás de desafiar a las Babas.

Yaga no puede negarse ni ignorarlo, sobre todo si lo haces apelando a la virtud

de tu casta amazona. Es un ritual arcaico que rara vez ha sido invocado hoy en

día, pero contamos con ancianas que recordarán a la gente las antiguas

leyendas. La bruja tratará de disuadirte, pero nuestra ley es clara. Al fin, Yaga

no tendrá más remedio que aceptar.

— ¿De qué tipo de desafío se trata? —preguntó Gabrielle. Era muy buena

defendiéndose con un cayado, pero si resultaba una lucha con palos o cualquier

otra arma, fracasaría estrepitosamente.

—No es a nivel físico, sino una prueba de ingenio que durará tres días. Al

atardecer de cada uno, una de las Babas te planteará un complicado reto. Si lo

realizas antes del amanecer, saldrás victoriosa. Véncenos, y el yugo de Yaga

sobre Xena y sobre mi pueblo quedará roto. Pierde tan sólo uno, y perderás la

vida.

Gabrielle asintió con aire pensativo.

— ¿Y qué hay de Chebkya?

—Si derrotas a la Baba Yaga, Laiko y yo nos encargaremos de nuestra

caprichosa Zarina. No tiene descendencia directa, pero una prima suya vive en

este asentamiento, y ella subirá al trono. —Semislav se llevó dos de sus dedos

tatuados sobre el corazón—. Con la ayuda de Tabiti, y tu valor, pronto tendremos

un nuevo avatar de Nav y una nueva Zarina, y el ciclo de la vida se perpetuará

de nuevo.

Nunca te abandonaré.

Aquellas palabras repletas de amor se hicieron eco en la mente de Gabrielle

bajo la voz de quien significaba más para ella que cualquier otra persona en el

mundo. Como por cuenta propia, sus labios se tensaron.

—No quiero esperar más de lo necesario, así que lanzaré mi desafío esta

noche. Baba Semislav, quiero que me prometas una cosa antes de irnos.

Page 25: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

La chamán extendió al frente las broncíneas palmas de sus manos.

—Juro por mi vida, y la vida de mis hijos, y el futuro de mi estirpe, y el

alma de mi amada, que haré cualquier cosa que pidas, si está en mi mano.

—Si no sobrevivo… —Gabrielle se detuvo un momento, antes de continuar—

… asegúrate de que la muerte de Xena sea rápida y sin dolor. No quiero que

sufra.

Semislav ladeó la cabeza.

—Laiko conoce hierbas que liberarán el alma de Xena de forma grata, e

impedirán que su paso a los dominios de los khubilgan sea traumático. Si

fracasas, me aseguraré de que muera deprisa, para que ambas renazcáis juntas.

Lo juro, y que Quien Cabalga sobre el Viento me condene si no cumplo mi

palabra.

Gabrielle se levantó desperezándose, lo cual hizo que su columna crujiera

dando más flexibilidad a sus articulaciones. El dolor de cabeza había menguado

considerablemente hasta transformarse en un pálpito apagado.

Semislav contempló a la griega con ojos admirados, deleitándose en su

cuidada y esbelta figura.

—No deberías acudir al desafío vestida tan pobremente —dijo—. Si me lo

permites, pediré a Rozena y a algunas otras mujeres que te procuren un atuendo

adecuado a la ceremonia.

—De acuerdo. —Lo último que preocupaba a Gabrielle en ese momento era

la elegancia—. ¿Alguna idea de en qué consistirán los retos de las otras Babas?

—Como te he dicho, somos esclavas de Yaga y de su maldito tambor.

Puedes estar segura de que la bruja empleará todo su poder para derrotarte. —

Semislav se incorporó, alisándose la túnica con manos temblorosas—. Que la

diosa extienda su mano sobre ti, Reina-Amazona-Ga’brelle.

—Gracias. Tengo la impresión de que necesitaré toda la ayuda que pueda

ofrecerme.

No había lugar ni tiempo para el miedo o las dudas; Gabrielle iba a luchar,

elevando su puño contra fuerzas seculares. Debía mantenerse centrada para

salvar la vida de su guerrera, así como las de las amazonas tseromazha.

Page 26: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Artemisa, llévame a la victoria, suplicó Gabrielle. O si no, haz que muera

junto a mi alma gemela. Sin Xena, mi vida estaría demasiado vacía para

continuar.

La rechoncha Rozena regresó en ese momento a la tienda con un saco de

ropa en las manos.

—Espero no ofenderte, Ga’brelle —comenzó en griego, aunque

entrecortadamente—, pero en esa ropa de viaje no pareces reina. Traigo alguna

cosa, si lo permites.

Gabrielle asintió.

—Gracias. —La velocidad con que aquellas mujeres se hacían cargo de ella

y de la situación era apabullante. Era como si en el mismo segundo en que había

decidido aceptar su plan, un millar de engranajes se hubiesen puesto en furioso

funcionamiento.

Semislav ahogó una carcajada.

—Me has leído el pensamiento —afirmó en tseromazha.

— ¿Crees que me condenaría permitiendo que esta muchacha se presentara

ante la gente vestida con esos harapos? —Rozena resopló—. ¡Bah! Ayúdame a

vestirla. ¡Oh, Vivka! —exclamó al ver a su amada entrar en el ger—, corre a

buscar a Beleka para que peine a Ga’brelle, y dile a Derska que me preste

algunas de sus joyas, y la joyera Koklyr me debe un collar, así que ve corriendo

a buscarlo también.

Vivka arqueó las cejas.

— ¿Algo más?

Semislav, que estaba arrodillada en el suelo desatando los cordones de las

botas de Gabrielle, alzó un murmullo.

Nota 01: La Roca de Tarpeia era el poco afamado lugar en el que se

ejecutaba a los traidores (y criminales), los cuales eran llevados hasta su cima

y arrojados al vacío. Recibe su nombre de la leyenda de la Virgen Vestal Tarpeia,

que traicionó a los romanos permitiendo a los Sabinos traspasar las puertas de

Roma, puesto que estaba enamorada de uno de ellos. El ataque fracasó por la

intervención del Dios Janus, y a pesar de confiar en que su condición la salvase,

Page 27: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

fue culpada y aplastada hasta morir bajo el peso de los escudos sabinos. Su

cuerpo fue sepultado en lo alto de la roca. VOLVER

Nota 02: Ger es la vivienda tradicional de Mongolia. VOLVER

Nota 03: Según el folklore ruso, Baba Yaga es una temible bruja con dientes

de acero. Junto a sus dos hermanas mayores, tienen la misión de confundir a

aquellos con quienes hablan. VOLVER

Nota 04: Los khubilgan son espíritus con forma de pájaro que, según la

mitología de Mongolia, protegían el alma de los chamanes durante sus períodos

de trance. VOLVER

—Podrías pasarte por mi tienda y decirle a Daromila que te dé mi colgante,

y mis segundas mejores babuchas. —Al recibir una mirada de Rozena, se

corrigió—. Vale, mis mejores babuchas.

Los ambarinos ojos de la amazona brillaron de emoción. Sus dudas pasadas

habían desaparecido; los excitados rostros de las allí reunidas hicieron renacer

la esperanza en su pecho. La diosa les había concedido la oportunidad de

provocar la caída de la bruja, y haría todo lo que estuviese en su mano para

ayudar.

La pobre Arkhipa no estaba tan loca después de todo…

—Ya de paso, ¿no creéis que podría cabalgar hasta las Tierras del Dragón

y comprar unos cuantos rollos de seda? —preguntó Vivka con una sonrisa de

oreja a oreja—. ¿Un brazalete de esmeraldas? ¿Un manto de dientes de gallina,

piel de rana y plumas de oca? O tal vez…

—Amor —le interrumpió Rozena al tiempo que pasaba un peine por el

cabello de Gabrielle—, ¡será mejor que te vayas antes de que te eche yo de una

patada en el trasero!

Riendo a carcajadas, Vivka alzó las manos en señal de rendición y se fue.

Gabrielle se dejó hacer, al tiempo que escuchaba el incesante parloteo de

las mujeres. Su ondulante tono resultaba de alguna forma adormecedor.

Cerró los ojos e intentó no pensar demasiado en lo que le esperaba.

Page 28: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

El ger real rebosaba luz; docenas de lámparas de aceite colgaban de sus

postes, balanceándose suavemente, cubiertos por costosas mamparas de cristal.

El aire estaba teñido con las dulces volutas de humo que lanzaba las semillas de

anís y cilantro al quemarse, mezclado con grasa de oveja, lana y el olor de

multitud de cuerpos encerrados en un espacio demasiado angosto.

Gabrielle se detuvo a la entrada, enjugándose el sudor de la cara con el

dorso de la mano. Rozena y las demás mujeres la habían vestido con una camisa

estrecha y sin mangas de suave fieltro añil; un peto decorado con dientes de

gato salvaje y huesos de corzo formando hileras desde el cuello al dobladillo. En

la espalda, cruzando los hombros, habían cosido cintas y delgados flecos

terminados en plumas de pato. Una pelambre de zorro blanco caía libremente

sobre los brazos, a los que se sujetaba mediante macizos cierres dorados. La

camisa estaba ceñida a la cintura mediante un cinturón de cuero tachonado de

cuentas de ámbar y oro, aunque sólo a un lado para facilitar el movimiento.

Los pantalones también eran de fieltro, y también de color añil; de la rodilla

al tobillo eran rígidos, por las inflexibles hileras de dientes y tejido firmemente

trenzado. Le habían recogido el cabello en dos trenzas simétricas atadas atrás

con unos prendedores plateados que representaban la cabeza de un lobo.

Dada la importancia que los tseromazha otorgaban a los tatuajes, Semislav

había utilizado una mezcla de carbón, jugo de bayas hervidas y un misterioso

líquido de olor penetrante para dibujar temporalmente sobre los brazos y pies

desnudos de Gabrielle: espirales de singular belleza, animales y flores

fantásticas. Sus verdes ojos estaban rodeados de pequeños ciervos a todo

galope; sus antenas le llegaban hasta la raíz del pelo, mientras que las pezuñas

descansaban sobre sus pómulos.

Collares de ámbar, marfil, turquesa, zafiro, oro y plata decoraban su cuello,

hasta el punto que la bardo sintió que tan pesados tesoros podrían hundirle en

la tierra. Sus protestas habían sido ignoradas por Rozena, que había cloqueado,

debatido y discutido hasta la saciedad para defender su postura.

Cuando al fin estuvo lista, Vivka y Rozena la escoltaron hasta el ger real y

le indicaron que entrase, dejándola sola. Gabrielle, por su parte, utilizó aquellos

breves momentos de tranquilidad para ordenar sus ideas y prepararse para lo

que se le venía encima. Su pulso fluctuaba, tenía la boca seca y sudaba

copiosamente, a pesar del frío que reinaba en el exterior.

Page 29: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Espero que no se me borren las pinturas, pensó, aunque Semislav afirmó

que durarán varios días. Dioses, ¡ojalá Xena pudiese verme!

El sol acababa de desaparecer en el horizonte cuando Gabrielle entró en la

tienda. El ger estaba atestado de gente sentada en el suelo; los pequeños yacían

sobre el regazo de sus padres y los ancianos utilizaban asientos con respaldo

que aliviaban el dolor de sus huesos. Sobre el estrado, Xena aún ocupaba el

Trono-De-Oro, oculta tras el cráneo de lobo de su máscara.

Las Babas Laiko, Semislav y Yaga también estaban en sus respectivos

lugares, con los tambores entre las rodillas, lanzando el incesante y monótono

ritmo que tanto había afectado a Gabrielle la vez anterior.

Todos los ojos se giraron hacia la bardo; un murmullo quedo surgió al

unísono de una docena de gargantas. Las expresiones de los congregados

delataban miedo, tristeza e ira, pero sobre todo esperanza. Vivka permanecía

de pie junto a las demás guerreras de la guardia de honor rodeando los muros;

cuando Gabrielle la miró, asintió para darle ánimos. Rozena, con un nutrido

grupo de madres y artesanas, se erguía con orgullo y sonreía ferozmente.

Gabrielle echó a andar lentamente por el estrecho pasillo que habían

formado desde la puerta del ger hasta el estrado. Cuando alcanzó los pies del

trono, se llevó un puño a la sien y todo el mundo pareció enmudecer en un

segundo.

—Yo, Gabrielle, Reina de las Amazonas del Oeste por derecho de casta,

acudo a ti con honor y respeto —dijo con voz alta y clara. Tras ella, y dado que

algunos de los líderes de otras tribus no entendían el griego, recurrieron a sus

compañeros para que les tradujeran sus palabras.

La Baba Yaga golpeó su negro tambor con fuerza, haciendo que la sangre

seca que lo cubría saltara formando pequeñas costras y cayera sobre sus manos.

— ¿Cuál es tu deseo, extraña-de-más-allá? ¿Por qué has traído a esta gente

aquí? ¿Qué esperas conseguir?

¡La bruja no conoce nuestro plan!, pensó Gabrielle sorprendida y aliviada a

la vez. La tez de Semislav parecía de piedra, sus ojos cegados, mientras

reproducía el sonido del tambor de Yaga con el suyo. A su lado, la Baba Laiko,

una muchacha de rostro redondo como la luna, presentaba el mismo aspecto.

Tal vez sea capaz de controlar su magia, pero es obvio que Yaga no puede leer

en sus mentes.

Cuando Yaga habló, lo hizo con sorna.

Page 30: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Tal y como dice la Zarina, nosotras somos la ley. Hablas de honor y

respeto, pero tus impertinentes preguntas me ofenden. ¡Cómo osas poner en

entredicho a la Zarina que gobierna las tierras humanas! Márchate, y regresa a

tu hogar en las lejanas regiones del oeste, y nunca más te dejes ver por aquí,

bajo pena de muerte.

Por doquier surgieron susurros y explicaciones. Gabrielle permaneció firme,

con la cabeza bien alta. Después apretó los puños para hacer menos evidente

que estaba temblando de arriba abajo.

Yaga, por su parte, contempló a Gabrielle con aire pensativo.

¿A qué juega esta mocosa? ¿Piensa que este montón de estúpidos la

seguirán a ella y no a mí? No, yo tengo el poder. El miedo ha hecho débil a esta

tribu. Me obedecen como ovejas, y como ovejas serán llevadas al matadero

cuando llegue el momento.

Oculta tras una cortina en la parte de atrás del ger, Chebkya se mordió con

fuerza el labio inferior para no estallar en carcajadas. Tenía la esperanza de que

la hermosa griega desafiara a Yaga; así, ella podría pedirle a la chica como

regalo, un nuevo juguetito con el que satisfacer su lujuria. Sin las riendas de las

Babas controlándola constantemente, Chebkya estaba dejando aflorar su más

oscura naturaleza y deleitándose con esa sensación de olvidada libertad. Cuando

el asunto de los Zhytia hubiese pasado y ella hubiese ocupado el trono una vez

más, las cosas serían definitivamente distintas. Nada de hacer las cosas a

escondidas, ni pretender que le importaba lo más mínimo lo que le ocurriera a

toda aquella gente. Habían nacido para servirla a ella, y sólo a ella; cuando

volviese a ser la Zarina, incluso la Baba Yaga inclinaría la cabeza ante ella y le

obedecería.

Gabrielle tragó saliva. Allá voy.

—Ofrezco mi desafío a los avatares de Tabiti, La de los Tres Rostros —

exclamó en voz alta, repitiendo las palabras tal y como Semislav se las había

enseñado—. Exijo que éste sea respetado, por mi derecho como Reina y la

hermandad que compartimos, y por vuestras leyes seculares. Si me rechazáis,

que vuestro honor pierda su valía; que vuestro cabello caiga como el de las

ovejas en primavera; y seáis expulsadas del lado del hombre para nunca más

volver. Escuchadme, porque tres veces pronuncio las palabras que os

comprometen: yo os desafío, yo os desafío, yo os desafío, en nombre de Tabiti.

Más expresiones de sorpresa se elevaron de la pasmada multitud. Yaga

estaba furiosa, principalmente porque no veía forma de librarse de aquello. Debí

haber acabado con ella en el momento en que puso un pie aquí. En lugar de eso,

le había permitido vivir debido a su curiosidad por descubrir qué fuerza la había

Page 31: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

movido a viajar tanto por territorio hostil, buscando a una sola e insignificante

mujer, y si estaba sola o por el contrario era parte de una avanzadilla. ¿Cómo

ha descubierto la existencia del desafío? Juraría que no sabía nada acerca de

nuestras costumbres cuando llegó ayer.

La Baba Yaga siguió golpeando su tambor, escudriñando a los allí reunidos

con sus chispeantes ojos negros. Bajo su conjuro de control, Semislav y Laiko

reproducían el caótico ritmo. ¿Habrá sido Vivka?, pensó, contemplando a la

guerrera en cuestión. No ha podido atreverse. ¿Su deslenguada compañera, tal

vez? Bien, me ocuparé de ambas más tarde.

La tribu al completo esperaba con impaciencia su respuesta. La bruja era

consciente de que si no aceptaba el desafío de Gabrielle, aquello podría significar

la gota que desbordara el vaso de su obediencia. Podía mantenerlos a raya

amenazando a sus hijos, pero si se hacían fuertes los unos en los otros, la ira

podría cegarles tanto como para que incluso eso careciera de sentido.

Por otro lado, sabía que aquella pequeña amazona de cara pálida, que

probablemente hasta careciera todavía de vello en ciertas partes de su cuerpo,

no era rival para ella.

Y cuando resulte derrotada en el desafío, y sacrificada a los poderes

oscuros, mi yugo sobre la tribu será más fuerte que nunca. Nadie osará

desafiarme de nuevo.

—Aceptamos, conforme a nuestras antiguas leyes —dijo la Baba Yaga—.

Tres retos deberás encarar, uno de cada uno de los avatares de la Dama Que

Cabalga Sobre el Viento: la Doncella de la Primavera, la Madre del Verano, la

Bruja del Invierno. Desde el anochecer hasta el alba durará tu tarea, y si fracasas

sólo en una, tu vida tocará a su fin. Si tienes éxito, podrás pedirnos cualquier

cosa, grande o pequeña, y estaremos obligadas a concedértela.

Gabrielle asintió.

—Regresaré aquí al alba. Que así sea, y que la Dama del Viento, de las

Estrellas y la Llama sea mi testigo, al igual que todos Sus siervos.

Los tambores se elevaron como truenos para un oído mortal. La tribu quedó

satisfecha. El desafío había sido lanzado y respondido correctamente.

Ahora, todo lo que quedaba por hacer era esperar y rezar.

Page 32: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

A la mañana siguiente, acompañada por el fulgor gris pálido del alba,

Gabrielle regresó al ger real para recibir su primer desafío.

Xena ya no llevaba puesta la máscara de cráneo de lobo; su bello rostro

lucía de un color fantasmal, y un chorreón de saliva serpenteaba hasta su

barbilla.

Gabrielle casi se echó a llorar.

Sobre el estrado, la Baba Laiko tamborileaba suavemente. El cabello

almendrado de la joven estaba sujeto con una cinta de cuero; dos cuernos de

plata se elevaban a ambos lados de su frente, decorados con cintas, campanillas

y flores de piedras semipreciosas. Su vestido era de lino de cáñamo blanqueado,

escotado sobre sus aún poco desarrollados pechos, y abundantemente decorado

con hojas de vid y bayas encarnadas. El tambor que sostenía entre las piernas

estaba cubierto de bandas de cobre y fabricado con piel de potro. Los ojos de

Laiko permanecían cerrados, y su deliciosa boca se tensaba con cada golpe

asestado al tambor primigenio.

Había una mujer junto a la Baba Yaga. Alta, de complexión poderosa, con

muslos y brazos bien delineados por los músculos, y miraba a Gabrielle con ojos

hostiles y de un gris helado y tétrico.

—Morirás —afirmó en griego, aunque sin apenas entonación—. Ríndete

ahora, y será rápido. Sigue adelante, Reina-extraña, y me encargaré

personalmente de que tu muerte se prolongue por tres días completos.

—Chebkya, supongo. —Gabrielle se permitió estudiar con detenimiento la

figura de la Zarina, y luego lanzó un bufido deliberadamente insultante—. La

mascota de la Baba Yaga. Me sorprende no verte escondida tras alguna esquina.

A juzgar por tus actos hasta ahora, diría que tu cobardía te impide hasta

enfrentarte a una mujer que no esté bajo los efectos de un hechizo.

Chebkya rugió e hizo amago de lanzarse a por ella, pero quedó

inmediatamente paralizada por orden de la Baba Yaga. Su rostro se contrajo por

la ira, y la mirada que lanzó a Gabrielle estaba llena del más puro odio, pero se

contentó con dirigirle un gesto obsceno, resoplar y replegarse tras una cortina

que había al fondo del ger.

Page 33: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

La Baba Laiko habló entonces con voz atiplada y cantarina.

— ¿Acudes aquí, dispuesta a enfrentarte a nosotras?

—Sí, estoy preparada. —Gabrielle aspiró hondo y dejó escapar el aire poco

a poco, intentando relajar sus músculos.

—Escucha entonces tu primer reto… —entonó Laiko. Sólo unos pocos

tseromazha permanecían aún sentados en el interior de la tienda; en ese

momento, se inclinaron hacia delante, ansiosos por oír lo que aquel maligno

desafío impondría a la extraña-de-cabello-ígneo, y rogando porque no fuese algo

imposible de conseguir. Todas sus esperanzas de libertad, para ellos y para su

progenie, estaban puestas en la Reina extranjera. El silencio y el suspense que

llenaban el ger podrían haberse cortado con un cuchillo.

La boca de la joven Baba se tensó un momento, como si se debatiera con

una fuerza terrible, y una línea de concentración se dibujó en su frente. De

pronto, la puerta se abrió con violencia, dando paso a una ráfaga de viento que

llenó la estancia con el aroma de la hierba en primavera, hierbas purgantes,

dulces flores silvestres. El viento barrió la tienda, acarició el cabello de Gabrielle

y caracoleó rodeando el cuerpo de Laiko. Inmediatamente, los ojos de la joven

se abrieron y ésta sonrió. Y durante no más de un segundo, su música cambió,

convirtiéndose en una viva melodía que evocaba el sonido de los cascos de los

potrillos sobre las estepas.

La Baba Yaga contraatacó y golpeó su tambor con fuerza para recuperar el

control, pero ya era demasiado tarde.

—Cuéntame una historia. —Laiko suspiró, y sus palabras parecieron

encontrar eco en el viento—. Canta acciones de héroes hasta el anochecer. Esa

es tu tarea.

Yaga castigó su ensangrentado tambor con furia mientras sus ojos lanzaban

chispas, y la brisa se extinguió. De todas formas, ya nada se podía hacer; de

alguna forma, Laiko se había liberado de su influencia el tiempo suficiente como

para dañar su plan. El reto no podía retirarse una vez pronunciado.

Bueno, en realidad no tiene importancia, pensó la bruja dominando a Laiko

de nuevo con rapidez. Si milagrosamente la muchacha amazona logra cumplir

la tarea, tendrá dos más por delante. Y me aseguraré de que sea derrotada en

la siguiente.

Gabrielle se aclaró la garganta, con ganas de empezar a dar saltos de alivio.

¿Contar una historia? Por los dioses, ¡si no fuese capaz de hablar del alba al

Page 34: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

ocaso, no merecería llamarse a sí misma bardo! Reflexionó un momento y

sonrió.

—Canto a una heroína —comenzó, sentándose con las piernas cruzadas en

el suelo, frente al estrado—. Una heroína nacida de mujer, puesto que ella misma

lo es… aunque distinta a cualquier otra. Su vida no se escribió sobre el telar,

sino sobre el filo de su espada. Hubo un tiempo en que cientos perecieron bajo

ese filo; los cascos de su caballo se tiñeron cabalgando sobre ríos de sangre, y

su vida exudaba fuego y muerte. Su nombre es Xena; una vez, Destructora de

Naciones; ahora Liberadora, Justiciera, Protectora. Perseguida por sus acciones

en la niebla que cubrió su condición de guerrera nata; deseosa por transformar

su oscuro pasado en un brillante futuro, es hoy una heroína legendaria. No hace

mucho tiempo, esa Xena salvó a una joven de las garras de unos desalmados

esclavistas. Una joven cuyos sueños quedaban grandes a la pequeña aldea en

que había nacido…

Miró a su alrededor; los escasos ocupantes de la tienda la escuchaban con

avidez. Algunos se habían ido, seguramente para contar las novedades a sus

vecinos. La bardo sonrió de nuevo y siguió narrando la historia de Xena… la

primera y mejor historia que había aprendido, y la que más firmemente llevaba

en el corazón

***

El sol huía ya con rapidez.

Gabrielle habló y habló sin descanso, a pesar de que la voz ya apenas era

un susurro abandonando su garganta.

Hacia el mediodía, y también un poco más adelante, Rozena le había

llevado en silencio un odre lleno de té de hierbas endulzado con miel. Un trago

de vez en cuando había impedido que se quedara sin voz. Porque las Babas del

estrado tamborileaban sin cesar, y tenía que concentrarse enormemente para

que las palabras no se le escaparan bajo el confuso efecto del hechizo de la

bruja, haciéndole sudar y que le doliera cada milímetro del cuerpo.

Page 35: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

El ger real estaba atestado de gente, puesto que ya había pasado una noche

desde que desafiara a la Baba Yaga. Poco después de que empezara a hablar, la

tribu había ido llegando en grupos de dos o tres, desde bebés en sus canastillas

hasta ancianos portados en literas. Con el transcurso del día, hombres y mujeres

salían en silencio para regresar a los pocos ratos cargados de comida y bebida

para los agradecidos vecinos, que les resumían lo que se habían perdido. Nadie,

sin embargo, levantó la voz, suspiró o parpadeó; estaban completamente

embargados por la voz de Gabrielle y su fantástica historia.

Les habló de los cíclopes; de las arpías y los centauros; de las sanguinarias

bacantes y de un marinero perdido; de titanes y señores de la guerra y de la

enloquecida Callisto. Les habló de la legendaria Helena, cuya belleza lanzó contra

Troya miles de barcos, y de Prometeo, el que trajo consigo Fuego, y de un caótico

panteón de Dioses Olímpicos que rivalizaban, luchaban y se comportaban como

los humanos a los que sometían. Los mortales también tuvieron cabida en la

narración. Ni un solo detalle fue omitido.

Habló de tragedia y dicha; de vida y de muerte, de guerra y de paz; de

amor y de pérdidas. Su audiencia lloró, se enfureció y se regocijó en algún

momento, sin excepción. Gabrielle los tenía en la palma de la mano.

Cada cierto tiempo, Xena se estremecía y farfullaba sobre su trono dorado.

Si escuchaba o incluso comprendía sus palabras, era algo que la bardo no podía

asegurar, pero estaba segura de que su guerrera aún luchaba con todas sus

fuerzas para librarse del control de la bruja.

Aguanta, amor mío, pensó. Pase lo que pase, nunca te abandonaré.

Finalmente, mientras sufría un acceso de tos seca, la Baba Laiko habló.

—Ya es suficiente.

La bardo parpadeó, tratando de contener la tos con un trago del odre. La

puerta de la tienda estaba abierta, y se dio cuenta de que ya había anochecido.

El sol se había puesto y el primer reto había sido cumplido con éxito. Aun así,

en lugar de expresar su júbilo, Gabrielle deseaba únicamente comer cualquier

cosa que tuviera a mano y dormir durante los próximos mil años.

La Baba Yaga, por su parte, gruñó.

—Has superado la primera prueba, Reina-extranjera. Te felicito. Tu arte te

ha dado la oportunidad de descansar hasta que el sol regrese de su viaje al otro

lado del mundo.

Page 36: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Vivka y Rozena se levantaron y ayudaron a Gabrielle a incorporarse. Las

piernas se le habían quedado dormidas y cosquilleaban de una forma bastante

desagradable a medida que la sangre empezaba a circular de nuevo con

normalidad.

A medida que avanzaba por el ger, los hombres y mujeres que la rodeaban

extendieron sus manos para tocarla con reverencia.

Pasara lo que pasara en los dos próximos retos, Gabrielle ya era una

leyenda sobre la que aquellas gentes hablarían a los hijos de los hijos de sus

hijos.

Incluso los que no habían dado crédito a la profecía, y aquellos que

desconfiaron de la mujer griega, sentían ahora una chispa de esperanza

floreciendo en su corazón.

***

La mañana siguiente llegó con premura. Después de comer un cuenco de

fresca leche licuada con bayas y avena, Gabrielle se vistió de nuevo con el

atuendo de los tseromazha, dejó que Rozena se peleara con su pelo y regresó a

la tienda real. Allí comprobó que le esperaba aún más público que en la jornada

anterior.

E igual que entonces, Xena no llevaba puesta su máscara. Chebkya estaba

de pie junto al trono, jugueteando con uno de los mechones de pelo de la

guerrera y sonriendo irónicamente. Al ver aquello, Gabrielle se vio tentada de

romperle la cara de un puñetazo.

— ¿Seguro que quieres seguir adelante con esto? —le preguntó Chebkya

en griego y enarcando las cejas. Recorrió con un dedo la mejilla de Xena y lo

hincó con fuerza en su clavícula—. Yo te aconsejo que elijas una muerte rápida

ahora que puedes. Esta vez no te será tan fácil ganar.

Page 37: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

— ¿Vas a hacerme perder el tiempo con sus asquerosos ladridos o podemos

ir al grano? —dijo Gabrielle, con desprecio, a la Baba Yaga. La bruja alzó una

mano y Chebkya soltó a Xena, lanzó un sonoro beso a la bardo y regresó a su

lugar, detrás de la cortina.

Los aros del Árbol de la Vida que decoraba la corona de la Baba Semislav

tintineaban a medida que ésta se balanceaba. Su tambor estaba pintado de rojo,

al igual que sus manos y sus pies, y su cabeza estaba decorada con plumas de

pájaro.

— ¿Acudes en calidad de desafiante, preparada para arriesgarlo todo por

segunda vez? —preguntó con pesadez y sin la más mínima expresión en el

rostro.

—Estoy lista. —Gabrielle dejó escapar el aliento que contenían sus

pulmones.

—Escucha entonces el segundo desafío… —Semislav tembló y sus ojos

giraron en las órbitas. Soltó el tambor y señaló con sus dedos una zona apartada

del ger—. Allí encontrarás dos cestas, y un gran montón de limaduras de hierro

y semillas de amapola. Separa unas de otras, antes de que el sol se ponga, o

quedarás derrotada.

Los presentes ahogaron un sollozo de horror. Gabrielle se mordió el labio

inferior hasta casi hacerlo sangrar, ante la imposibilidad de la empresa. No había

forma humana de separar las oscuras semillas de una amapola de entre las

igualmente oscuras limaduras de hierro en el plazo señalado. ¡Tenía la derrota

asegurada!

Lo siento, Xena, pensó con el corazón apenado. Lo he intentado, amor mío.

De verdad que lo he intentado.

Justo cuando los ojos de la bardo empezaban a anegarse de lágrimas, la

puerta giró con violencia sobre sus goznes y un viento con aroma a trigo recién

cosechado, fruta rebosante de jugo y sudor animal penetró en la estancia.

Arremolinándose en el interior del ger, acarició la humedad del rostro de

Gabrielle y rodeó el cuerpo de Semislav. Los ojos de la mujer recuperaron la

vida y ésta sonrió con sensualidad. Ignorando el incesante ritmo de Yaga, sus

dedos adoptaron otro que todo el mundo reconoció al instante: el lento e

irresistible latido de un corazón humano.

—Aun así —susurró Semislav, acompañada por el viento—, en tu favor,

podrás utilizar un objeto personal, sea cual sea. Elige sabiamente, y recuerda

Page 38: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

que todas las cosas, grandes y pequeñas, proceden de los huesos de la Madre

Tierra.

El viento murió y la Baba Yaga golpeó con furia su tambor, recuperando el

control sobre Semislav. Era consciente de que Tabiti, la de los Tres Rostros,

estaba interfiriendo en todo aquello, y eso le hizo sentir tal ira que se volvió

hacia atrás y escupió en el suelo. De todas formas, dudaba de que la muchacha

griega tuviese éxito por mucha ayuda que recibiese de aquella maldita diosa.

Incluso si, por algún tipo de milagro, Ga’brelle conseguía lo imposible… siempre

quedará mañana. Y Tabiti no osará utilizar sus trucos contra mí. ¿Me oyes,

Estúpida Amazona del Viento? Tócame y reduciré a cenizas hasta el último ser

de esta tribu.

Mientras tanto, Gabrielle recapacitaba. También ella sospechaba que Tabiti

estaba intentando ayudarla. ¿Qué había querido decir la diosa con “los huesos

de la Madre Tierra? Además, el hecho de que le permitiera elegir un “objeto

personal” no le pasaba desapercibido.

¿Todas las cosas, grandes y pequeñas? ¿Por qué tendrán los inmortales esa

condenada manía de hablar como los sabios borrachos de Chin cuando se trata

de darnos pistas indescifrables? ¡Espera! ¡Eso es!

Gabrielle indicó a Vivka que se le acercara.

—Mi mula, Rufus… ¿podrías traerme una cosa de mis alforjas? No sé adónde

las llevaron aquellas niñas.

Vivka asintió.

—Tus alforjas están en mi tienda. ¿Qué debo buscar?

—Un paquete pequeño y duro envuelto en seda azul con un dragón pintado

encima. No lo abras; simplemente tráelo aquí.

— ¡Ahora mismo! —Vivka dio media vuelta y salió corriendo del ger.

Empezaron a alzarse voces, cada vez más fuertes a medida que los vecinos

discutían más acaloradamente unos con otros, especulando sobre qué sería

aquello que Vivka había ido a buscar. El bullicio ahogó incluso el golpeteo de la

Baba, y Gabrielle se limitó a permanecer de pie con una sonrisa misteriosa en

los labios.

— ¡Una flauta mágica! —exclamó un muchacho de unos doce o trece años—

. Yo vi una vez a un mago viajero que podía hacer bailar a las serpientes con su

flauta de hueso. ¡A lo mejor la Reina-extranjera puede hacer bailar a las semillas!

Page 39: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Cállate, Bachuto —dijo Rozena dando un tirón de orejas al chico—. ¡Si

sigues diciendo estupideces como esa todo el mundo pensará que te caíste de

la cuna cuando eras un bebé!

Una joven con atuendo de guerrera también añadió su opinión.

— ¡Santa Madre, Bachuto! Eres tan tonto que me avergüenzo de conocerte.

¡Las únicas serpientes que he visto bailar en mi vida son las que salen de las

bañeras de los hombres! Y todos sabemos lo que les pasa a las serpientes en

invierno… con el agua fría.

Elevó sus dedos índice y pulgar, con ambas yemas a tan sólo un centímetro

la una de la otra, y todo el mundo se echó a reír.

—Callaos los dos —les ordenó Rozena. Luego elevó la voz por encima de

todos los demás sonidos—. ¡Y todos los demás también, deslenguados buenos

para nada! ¡Deberíais estar rezando a los dioses para que Ga’brelle resulte

victoriosa, y no actuando como si esto fuera el Festival de la Estupidez y tuvieseis

en las manos jarras repletas de vino!

Vivka regresó con el envoltorio de seda asido fuertemente en su mano.

Ignorando los gritos de aquellos cuya curiosidad era más fuerte que su sentido

del decoro, fue directamente hacia Gabrielle.

— ¿Es éste?

La bardo lo recogió sin perder por un momento la sonrisa.

—Sí —dijo suavemente, echando un vistazo completo al paquete—. Sí, esto

servirá.

Sin una palabra más, Gabrielle fue hasta la zona rodeada de cortinas y

desapareció en su interior seguida de gritos de ánimo y júbilo.

¿Qué se propondrá esa mocosa?, pensó Yaga, desconcertada ante el aire

confiado que demostraba la bardo.

Oculta tras el panel, Chebkya frunció el ceño y acarició son seriedad y

decisión la vaina de su cuchillo.

Page 40: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

Tras la cortina, Gabrielle encontró las dos cestas de caña; entre ellas se

alzaba una pila de semillas de amapola y limaduras de hierro. Eran como diez

buenos puñados de cada cosa mezclados con furia y luego arrojados sobre una

de las alfombras del suelo.

La bardo tomó asiento frente al montón y desató el paquete de seda,

revelando en su interior una piedra pequeña y negra del tamaño de un puño de

bebé. Un hueso de la Madre Tierra, pensó para sí.

Aquello era lo único que se había traído de Chin. Al llegar allí, por cortesía

de Ares, había empleado el tiempo a la espera de Xena charlando con algunos

miembros de la corte de Ming Tien. Uno de ellos era un anciano alquimista, que

presumía de poder convertir el plomo en oro, entre otras cosas. Él le había

mostrado las mágicas propiedades de aquella piedra, a la que la gente de Chin

llamaba “mujer-de-la-roca-adoradora-del-hierro”.

De alguna forma, aquella pequeña piedra poseía la extraña habilidad de

atraer al hierro. Clavos, pinchos, cualquier cosa de hierro o acero quedaba

pegada a ella, y el alquimista le había contado que los mercaderes pagarían el

doble de su peso en oro por piedras que podían unir en fila diez agujas de hierro.

Al parecer, la gente de Chin las usaban en navegación, pero Gabrielle nunca

había tenido la oportunidad de averiguar de qué forma.

Durante días, se entretuvo en pegar la piedra al peto, la espada y el

chakram de Xena, fascinada de que nunca se soltara. Sin embargo, se cansó

pronto de aquel juego y lo olvidó. Todo aquello le hizo recordar también otra

cosa. La bardo no tenía ni idea de por qué había incluido aquel inútil —o lo que

entonces consideró como inútil— objeto en su equipaje cuando salió en busca

de Xena, pero ahora agradeció a los dioses tan afortunada coincidencia.

Espero que funcione, pensó Gabrielle. Balanceó la piedra sobre la pila y casi

estalló de júbilo al ver que las limaduras saltaban literalmente cubriendo toda

su superficie. A continuación las sacudió al interior de la cesta con sus dedos y

enterró la piedra en el montón una vez más.

Tras varias horas, apenas sentía los hombros, el sudor caía goteándole por

la nariz y tenía la vista nublada. Pero estaba haciendo grandes progresos, y

siguió adelante hasta asegurarse de que no quedaba ni una sola limadura entre

las semillas.

Page 41: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

No le llevó más que unos minutos recoger estas últimas y arrojarlas en la

otra cesta. Se entretuvo recolectando además las pocas que habían caído fuera

de la alfombra, pero la tarea estuvo cumplida antes de darse cuenta.

Gabrielle se frotó el cuello, se levantó y se desperezó intentando

deshacerse de un nudo que se le había formado en lo alto de la espalda. Después

levantó las dos cestas, atravesó las cortinas y regresó junto al estrado.

Semislav exclamó.

— ¡Ya es suficiente!

El sol empezaba, en ese preciso momento, a hundirse tras el horizonte.

Chebkya salió como una exhalación de detrás de su cortina y penetró donde

hasta hace unos minutos permanecía la bardo. Cuando salió, sólo ver la

expresión de su cara convenció a todos de que Gabrielle, contra todo pronóstico,

había cumplido la tarea.

La Baba Yaga habló entonces con voz gutural.

—El Segundo desafío ha sido completado, Reina-extranjera. Nos veremos

de nuevo mañana al alba, y te prometo que a mí no me vencerás tan fácilmente.

Gabrielle quedó rodeada al instante por una vivaracha multitud que la sacó

en hombros de allí, sollozando, riendo y cantando a un tiempo.

Tras ella, Xena se estremeció en su Trono-De-Oro. Yaga la devolvió al

sueño en un segundo.

Durante aquella larga noche, la bruja golpeó su tambor, devanándose los

sesos, urdiendo la caída de la Reina. Chebkya, por su parte, se entregó a sus

propios planes.

Ninguna de las dos podía esperar a que llegase el alba.

Page 42: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

Rozena le alargó a Gabrielle una cuchara honda y un cuenco lleno de carne

guisada.

—Come —le ordenó en griego—, debes tener fuerzas. —La regordeta mujer

pellizcó a la bardo en el brazo y meneó la cabeza—. Eres muy delgada. Come,

¡come! ¿Qué dirá tu amada si te ve así?

—Déjala en paz —dijo Vivka en tseromazha—. A lo mejor a Xena le gusta

que su mujer esté así.

— ¡Bah! ¿A quién le gustaría compartir cama con un saco de huesos? —

Rozena sacudió la cabeza otra vez y siguió hablando en griego—. Ga’brelle,

tienes que comer, es preciso. ¡Muy rico! Lo he hecho especialmente para darte

más poder. ¡Ahora come!

Para seguirle la corriente, la bardo se metió una cucharada de guiso en la

boca. Estaba realmente bueno; especiado, jugoso… delicioso. Casi sin darse

cuenta, vació por completo el cuenco y Rozena, tras mirar a Vivka con aire

triunfal, le sirvió una segunda ración. Gabrielle devoró ésta también y luego dio

buena cuenta de un buen pedazo de pan ácimo cubierto de queso.

Estaba sorprendida del hambre que podía llegar a tener. Por suerte, la

preocupación no me quita el apetito. Entonces recordó cómo Xena solía hacerle

rabiar dulcemente por eso mismo, y dejó a un lado lo que le quedaba de comida.

—Ga’brelle, ¿qué ocurre? —le preguntó Vivka. Iba ataviada con la versión

tseromazha de una armadura: camisa estrecha cubierta con una cota de malla

de pequeños anillos de acero, pantalones de fieltro gris y un grueso cinturón del

que pendían su carcaj y una espada corta. Las otras guerreras habían sido

puestas también en guardia. Si, por gracia de La Que Cabalga Sobre el Viento,

aquella Reina griega derrotaba a la Baba Yaga, la tribu debía estar lista para

cualquier eventualidad… incluyendo la violencia.

—No lo sé. —Gabrielle adoptó una mueca indescifrable—. Quiero decir… la

he derrotado dos veces, por supuesto con ayuda de vuestra diosa. Sin ella,

nunca hubiese llegado hasta aquí. Pero… eso se acabó. Es ahora o nunca. Matar

o morir. Simplemente es que antes no parecía tan real. Temo fallaros.

Fallarle a Xena. ¡Dioses! ¡No permitáis que lo haga de nuevo!

Page 43: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Lo estás haciendo bien —dijo Rozena propinándole un fuerte abrazo a la

bardo—. ¿Cómo no, cuando el bien lucha contra el mal? Tu Xena da poder a tu

corazón. Yo creo en ti, Ga’brelle. Y toda la tribu.

—Espero no defraudaros. —Gabrielle se levantó, apartó a un lado la piel de

oveja y echó un vistazo fuera. El cielo estaba teñido de un gris ceniciento, y las

estrellas empezaban a desaparecer en el cielo—. Muy bien. Vamos allá.

—Estamos contigo, Ga’brelle. Todos nosotros. —Vivka ciñó el brazo de la

bardo con el suyo—. Pase lo que pase, sabemos que estás dando todo lo mejor.

Pero también sé que no fallarás. Yo también creo en ti.

Gabrielle regaló a la guerrera tseromazha la más radiante y sincera de sus

sonrisas.

—Espero que no te equivoques, por la cuenta que os trae. —Se reacomodó

los adornos de su traje, al igual que los collares—. Vámonos.

Rozena escondió un cuchillo de carne bajo su túnica y agarró el cayado de

la bardo amazona antes de reunirse con su amada y con Gabrielle.

Pasara lo que pasara, ella también estaría lista.

***

—Escucha ahora el tercer desafío…

Gabrielle estaba de pie ante el estrado, mirando fijamente a la Baba Yaga.

Chebkya permanecía al lado de la anciana, con la espada desnuda de Xena en

las manos. Los ojos grises de la Zarina parecían un abismo de odio; la bardo era

consciente de que si fallaba, ella se encargaría de sesgar su vida.

Hazlo rápido, prometió silenciosamente Gabrielle, porque no tendrás una

segunda oportunidad.

Page 44: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

La Baba Yaga sonrió, dejando al descubierto los tres únicos dientes que le

quedaban, amarillentos sobre la oscuridad de su garganta. Iba vestida por

entero de fieltro negro, tanto la túnica como los pantalones, y cosidos a la tela

colgaban multitud de huesos y cráneos de pájaro. El hollín ennegrecía la mitad

superior de su rostro, bordeado de gruesas líneas ocres tanto por arriba como

por abajo. Un tocado de alas de cuervo y garras de algún ave rapaz recogían su

escasa y canosa cabellera.

La vieja bruja recorrió con la vista a la multitud, advirtiendo que muchos

de los presentes portaban armas. Vosotros seréis los primeros en morir, juró

para sí, tan pronto como me haya librado de esta mocosa impertinente.

—Un juego de enigmas —exclamó la Baba Yaga para todos los presentes

con su estridente voz—. Por turnos, plantearemos un acertijo que la otra deberá

resolver antes lo que tarda un corazón en latir cien veces. Si no eres capaz de

contestar, el desafío habrá acabado.

— ¿Y si eres tú quien no contesta?

—En ese caso, serás proclamada vencedora. Pero no confíes demasiado en

que eso pase. —Yaga sonrió con malicia y comenzó a golpear su tambor con los

dedos—. Has demostrado de sobra tu habilidad, ayudada por los avatares de

Lada y de Mat Zyra Zemlia. Pero ahora te enfrentas a Nav, la bruja invernal de

la muerte, cuya inteligencia es tan profunda como el inacabable océano. La

muerte no puede ser vencida ni burlada. Es inevitable como las estrellas,

despiadada como las montañas. ¡Encomienda tu alma a cuantos dioses

conozcas, Reina de la Nada, porque hoy tus días tocan a su fin!

La tribu dejó escapar un gemido al unísono. En invierno, el pasatiempo

favorito de niños y mayores eran los acertijos. Sabían que Yaga era la más hábil

de la tribu, y que nunca había sido vencida. Era sólo cuestión de tiempo el que

Ga’brelle perdiera. A lo largo de los muros, Vivka y las demás guerreras tocaron

sus flechas y aflojaron sus espadas en las vainas mientras, entre la multitud, se

elevaban plegarias a los cielos y las madres abrazaban con fuerza a sus hijos.

Gabrielle miró la pétrea cara de Xena y los recuerdos comenzaron a afluir

desde las profundidades de su mente. Xena luchando con su espada y su

chakram y sus ojos llenos de fiera determinación; Xena curando las heridas de

un soldado caído, convirtiéndose así en la más compasiva de las curanderas;

Xena sentada junto al fuego, recorriendo el filo de su espada con una piedra de

afilar, escuchando los problemas de otra persona, olvidando los suyos.

Mi vida no era nada hasta que Xena me salvó, se dijo a sí misma. Y la suya

carecía de sentido hasta que nos conocimos. Separadas, no somos nada. Pero

juntas hemos cambiado el mundo y a nosotras mismas, mucho más de lo que

Page 45: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

nunca creímos posible. Hemos cometido errores —ambas—, pero siempre nos

hemos perdonado. Me vi atraída por su oscuridad, y ella por mi luz. Ella es la

noche, yo el día; ella es la llama y yo soy la tierra. Somos estrellas gemelas,

girando eternamente, unidas por un amor inmortal.

Nunca te abandonaré.

Ni siquiera la muerte, amor mío, podrá separarnos. Siempre estaré contigo.

Gabrielle se recompuso y alzó altaneramente la cabeza. Con la mirada fija

en los malignos e insondables ojos negros de Yaga, alzó la voz.

—Puesto que así lo quieres, que así sea. No te tengo miedo. Haz lo mejor

que sepas, bruja. Estoy lista.

La Baba Yaga quedó momentáneamente muda ante las orgullosas palabras

de la bardo, pero se recuperó enseguida. Lanzó una orden en tseromazha y seis

personas subieron al estrado, cada una con un instrumento en las manos: una

estructura de madera tallada cruzada de lado a lado con numerosas varillas de

latón. Gabrielle advirtió que eran dos hombres y dos mujeres; completaban el

grupo un varón de pelo largo de ademanes afeminados y una hembra cubierta

de tatuajes y salvaje aspecto masculino.

Entonces, la bruja alzó de nuevo la voz.

—Es mi turno. “Caminando en vida, ni siquiera susurran; caminando en la

muerte, murmuran y refunfuñan”. ¿Cuál es tu respuesta?

Tan pronto como expiraron sus palabras, los seis intrusos comenzaron a

tocar. Gabrielle se dio cuenta de adoptaban un ritmo cuidadosamente sosegado,

marcando el tiempo de que disponía la bardo para resolver el acertijo de la Baba.

De niña, en Poteidaia, había destacado por su talento en este tipo de

juegos. Éste, en concreto, era un clásico, y le llevó tan sólo veintidós repiques

recordar la respuesta.

—Las hojas de los árboles.

Ignorando la mueca de ira de Yaga, Gabrielle rescató de su memoria un

acertijo que aprendió en la Academia de Atenas.

—Mi turno: “la criatura más extraña que puedes encontrar; dos ojos delante

y muchos más detrás”.

Catorce repiques después, Yaga respondió.

Page 46: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—La respuesta es un pavo real. Tendrás que hacer algo mejor para

vencerme, niña. Ahora: “¿qué cambia de forma aun siendo una esfera, que no

siempre se ve, pero siempre se queda?”

Gabrielle también conocía éste. Era muy popular entre las amazonas

griegas.

—La luna. Muy bien, escucha esto: “Lo tienes y compartirlo quieres; lo

compartes y en seguida lo pierdes”.

La expresión de la Baba Yaga se tornó aún más furiosa y entonces, de

repente, cacareó y rompió la cuenta atrás con un feroz golpe de tu tambor.

—Un secreto. ¡Ja! “Si lo nombras, lo rompes”.

—El silencio. —Gabrielle se rascó la nariz—. “Cuanto más grande es, menos

se ve”.

—La oscuridad, que es lo único que contemplarán tus ojos cuando haya

acabado contigo. —Yaga sacudió la cabeza, haciendo que los adornos de su

cabeza se bambolearan tétricamente—. El siguiente: “Aunque pase frente al sol,

jamás podrás ver mi sombra”.

La bardo estaba sudando; se enjugó los ojos y movió los labios, repitiendo

para sí las palabras de la bruja. Cuarenta y seis repiques pasaron y Gabrielle

aún no había dado con la respuesta. Su corazón le martilleaba el pecho desde

dentro, amenazando con romperle las costillas, y miró a Xena, deseando que la

hechizada guerrera pudiese proporcionarle la más leve pista. Su cerebro se lanzó

a una actividad frenética, aunque no daba con la dirección correcta.

En ese momento, una brisa fresca se coló en el ger, silbando en su oído, y

con un rápido giro mental encontró lo que andaba buscando.

— ¡El viento! Es el viento.

Los ocupantes de la tienda no osaban casi ni respirar, ni moverse;

permanecían en silencio, mortalmente serios, mirando alternativamente del

estrado a la griega de-cabello-ígneo.

Gabrielle lanzó un suspiro, y recordó de pronto un diabólico acertijo con el

que Xena la había entretenido una vez que estuvo en cama con fiebre. Con él

consiguió hacerle olvidar el dolor de cabeza y los dolores, y Gabrielle sintió una

sonrisa aflorar a sus labios.

Page 47: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—”Soy el negro hijo de un padre blanco, y vuelo sobre las nubes —dijo

mirando de nuevo a Yaga—. Atraigo lágrimas de dolor a quienes me conocen,

aunque no haya razón para apenarse, y desaparezco nada más nacer”.

Las manos de la Baba Yaga se crisparon sobre la piel de su tambor mientras

pensaba furiosamente. A medida que los músicos tocaban y la cuenta iba

aumentando, los miembros de la tribu empezaron a murmurar y sus cuerpos a

tensarse. Chebkya contemplaba la escena, acariciando con cuidado la vaina de

su espada.

Finalmente, cuando ya iban setenta y dos repiques, Yaga exclamó

triunfante.

— ¡La respuesta es el humo!

Gabrielle ni siquiera la oyó, puesto que acababa de darse cuenta de algo.

A medida que la cuenta crecía, la cadencia impuesta a Laiko y a Semislav iba

cambiando, tornándose más rítmica, más musical. Era como si estuviesen

luchando contra la Baba Yaga, y el sonido de los otros instrumentos debilitara

su poder sobre ellas. Tan pronto como la bruja respondió correctamente, ese

leve atisbo de autosuficiencia se extinguió, y las dos chamanes retornaron a su

trance de obediencia.

Si fuese capaz de captar la atención de Yaga por completo, su hechizo sobre

Laiko y Semislav quedaría roto. Dioses, ¡aún tengo una oportunidad! Si

quedasen libres, la única de la que tendría que ocuparme sería Chebkya. Lo cual

no es poco.

Desde la multitud, su mirada se cruzó con la de Rozena, que elevó en el

aire su cayado y asintió de forma apenas perceptible.

Bien. Llegado el momento, al menos contaré con un arma entre mis manos.

Yaga se carcajeó.

—Te crees muy lista, ¿eh? ¿Crees que puedes vencer a la pobre vieja Baba

Yaga? Te lo repito, insignificante mocosa, te enfrentas a la muerte, y cada vez

te acecha más de cerca.

—No me hagas perder el tiempo con amenazas —dijo Gabrielle con

altanería—. ¿O es que ya te has quedado sin acertijos? En ese caso, la victoria

es mía.

— ¡No tan deprisa! Contéstame a esto: “Nací sin padre ni madre en este

mundo, y sin piel. Di un rugido al entrar, y ya jamás hablé”.

Page 48: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Los ojos de Gabrielle se entrecerraron.

—No sabía que estuvieses al tanto del humor que se gasta en las tabernas

—dijo—, pero la respuesta es… una ventosidad.

Joxer le había contado ese a la sacerdotisa de Hestia, Leah, y ella le había

abofeteado por ser tan obsceno enfrente de sus vírgenes.

Yaga sonrió.

—También podría ser un trueno. ¿Quién es la vulgar ahora?

La bardo se sonrojó, furiosa ante aquella burla.

—Aun así, he acertado, ¿verdad?

—Oh, por supuesto. —La bruja frotó uno de sus asquerosos pies contra el

otro, sin dejar de aporrear su tambor—. ¿Cuándo admitirás que tu arte no puede

equipararse al mío?

—Jamás. —Gabrielle se cuadró firmemente, intentando que sus músculos

dejaran de temblar.

—Entonces pregunta de nuevo, insignificante mujer. El día aún es joven.

Gabrielle abrió la boca, pero la volvió a cerrar. Tenía la mente totalmente

en blanco. Por mucho que lo intentaba, no podía dar ni con el más simple de los

acertijos, y mucho menos con uno que Yaga fuese incapaz de resolver.

¡Maldita seas, mujer! ¡No puedes rendirte ahora!

Justo cuando el pánico empezaba a apoderarse de ella, la puerta del ger se

abrió tan violentamente que cada pluma y cada cabello sucumbió ante su

ímpetu. Una ráfaga de viento se abrió paso hasta el interior, trayendo consigo

hojas secas y briznas de hierba que se estamparon contra los rostros de la gente

con la fuerza de un puño, arrancando las lámparas apagadas de sus ganchos y

haciéndolas añicos contra el suelo.

El viento olía a lluvia y a ozono, a relámpagos y muerte, al tipo de

tormentas eléctricas que las tribus de la desnuda estepa más temían. Los niños

gimieron y hombres y mujeres apretaron los ojos y se abrazaron unos a otros.

Vivka y sus guerreras se agarraron a cualquier cosa que tuvieran a mano para

evitar caer al suelo. Sólo las enmudecidas Babas del estrado, junto a Chebkya y

Page 49: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

los músicos, parecían impávidos. En el exterior del ger, el sol había desaparecido

tras las negras nubes, que avanzaban hacia ellos de forma amenazante.

Gabrielle dio un paso hacia el estrado con la intención de proteger a la

indefensa guerrera de la inminente tormenta. Sin embargo, antes de poder

poner un pie en él, el viento cayó sobre ella con la furia de un huracán.

Perdida en la indómita tempestad, cegada y ensordecida, Gabrielle sintió

una presencia. Con los ojos de su mente, vio a una mujer que caminaba hacia

ella. Alta, delgada, de piel cobriza, hermosa hasta más allá de lo humanamente

posible. Ataviada con una túnica de fieltro color marfil profusamente decorada

hasta las rodillas, y unas botas de punta redondeada, sus adornos brillaban como

si fuesen estrellas. Su pelo, largo hasta los tobillos, era negro; sólo unos

mechones de azul, brillante como un rayo, enmarcaban sus infinitos ojos

oscuros.

Hay algo extraño en ella, pensó Gabrielle, sobrecogida y sin aliento, aunque

curiosamente no sentía miedo. A pesar de parecer una mujer madura, lo

bastante como para tener hijos, dos rostros fantasmales se superponían al suyo:

el de una chiquilla risueña y el de una anciana, surcado de arrugas.

Aunque sin palabras, Gabrielle recibió un mensaje de aquella mujer nacida

del viento. La pesadumbre de su corazón desapareció, reemplazado por la dicha.

Una promesa inesperada, una aliada cuyo propósito era similar al suyo.

La mujer le alargó un cuenco lleno de líquido oscuro y de olor almizclado.

Gabrielle no se inmutó; rodeó el cuenco con ambas manos y bebió con avidez,

desatando en su boca el sabor agrio e intenso de los hongos. Tintes de sal y

tierra permanecieron en su lengua aun después de que las lágrimas de la

sagrada madre se asentaran en su estómago.

Un fuego nació en la base de la columna de Gabrielle, esparciendo su calor,

recorriendo en oleadas de fuerza sus miembros y rejuveneciendo su sangre. A

lo lejos, vio pájaros posados en las infinitas ramas del Árbol de la Vida; bajo él,

ciervos y otros animales pastaban entre sus milenarias raíces. La visión se

desvaneció, como en un sueño, y todo empezó a girar. Más allá, una poderosa

águila desplegó sus alas en el cielo, rozando con sus plumas las titilantes

estrellas y extendiéndose hasta el infinito.

Con un profundo suspiro, la bardo de dejó llevar, abrió su mente y permitió

que ella se uniese con su cuerpo y se fundiese con su alma.

Juntas, Gabrielle y Tabiti, La de los Tres Rostros, se enfrentaron al mal que

era la Baba Yaga… y el ciclón rugió con furia, clamando su presa.

Page 50: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

***

Aquello fue lo que vio la gente, mientras las nubes de arremolinaban

formando un vórtice justo en medio del techo del ger.

Gabrielle, con el cuerpo sostenido y acariciado por el torrente de viento,

elevó las manos. En el centro de sus palmas, un feroz símbolo se dibujó como a

fuego. Después, su voz surgió, exudando poder.

— ¡El acertijo final, bruja! Responde si puedes: “¿Qué arde sin fuego, se

consume sin arder, es más necesario que la comida o el vino cuando se extingue;

es agonía y éxtasis al mismo tiempo; puede ser asesinado, pero no puede

morir?”

La Baba Yaga gritó en tseromazha.

— ¡Les mataré a todos, maldita diosa! ¡Esclavizaré sus preciosas almas, y

tú no podrás impedírmelo!

La bardo exclamó en la misma lengua y con la fuerza del trueno.

— ¡Tú aceptaste el desafío! ¡Ya tienes tu acertijo, bruja! ¡Responde o habrás

perdido! Pronunciaste las palabras secretas, estás atada a ellas con lazos de

acero… ¡ni siquiera tus demonios abassylar pueden ayudarte!

Los tañidos de latón seguían contando… veintiuno, veintidós, veintitrés…

Contra la tormenta, Yaga elevó un grito de furia sin dejar de golpear su

tambor. Laiko y Semislav gimieron, con los ojos en blanco, presas de violentos

espasmos. Sin embargo, cada nuevo tañido parecía devolverles pequeños

rastros de conciencia, y sus melodías cambiaron, dominando poco a poco el caos

imperado por la bruja. Yaga intentaba a toda costa reunir sus oscuros poderes,

a los demonios abassylar del mal y el rencor, pero no le contestaron, temerosos

del poder de la diosa. Su fuerza estaba sucumbiendo bajo el de las otras dos

Babas, que habían escapado a su yugo y se habían unido para destruirla.

El ritmo de los tambores repercutía en su propia sangre, le nublaba la

mente, hacía doler sus músculos y sus huesos. El renacimiento se había

desatado, los ciclos estaban cambiando, la muerte estaba pereciendo bajo la

fuerza de la vida, y todos los esfuerzos de Yaga por evitarlo resultaban inútiles.

Setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve…

Page 51: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Desesperada al no encontrar la respuesta, la Baba Yaga gritó a Chebkya.

— ¡Mata a esa zorra griega! ¡Usa la espada! ¡Acaba con Xena ahora mismo!

Gabrielle gritó, y su grito reverberó en el viento. No podía moverse; tenía

los pies enraizados en la tierra. A través de sus labios, la diosa lanzó un

encantamiento gutural en tseromazha, materializando unas flechas de plata que

se lanzaron contra la Zarina. Pero la Baba Yaga se hirió el dedo pulgar con uno

de los huesos de pájaro que decoraban su cabeza y arrojó su sangre sobre la

cara de Chebkya, protegiéndola temporalmente. Mientras Gabrielle luchaba por

hacer que sus miembros le respondieran, la bruja impelió a su campeona a pasar

a la acción.

Chebkya avanzó hacia el Trono-de-Oro, con la espada de Xena empuñada

firmemente.

— ¡Contempla cómo muere tu amada! —le gritó a la bardo—. ¡Contempla

cómo bebo su sangre!

La espada describió un arco mortal, reflejando en su hoja los relámpagos

que atravesaban el interior del techo del ger.

En silencio, desde la cárcel en que se había convertido su propia mente,

Gabrielle gritó.

Los tañidos restallaron: ¡cien!

Y la espada quedó paralizada en mitad de la estocada.

Los ojos grisáceos de Chebkya se desorbitaron, y de su garganta surgió

una plegaria incomprensible.

Xena se levantó lentamente del trono, con la hoja de su propia arma

encerrada en el puño. Chebkya retrocedió, murmurando obscenidades, con la

consternación pintada en el rostro. Sin soltar la empuñadura, miró salvajemente

a la Baba Yaga, después a Gabrielle, y otra vez a la ceñuda guerrera.

—Creo que esto es mío —rugió Xena, arrancando el arma de la mano de la

Zarina. Sorprendentemente, la suya no lucía el más leve rasguño.

—Deb… deberías estar muerta. —Chebkya trastabilló, retrocediendo unos

cuantos pasos más—. La bruja tenía tu alma encerrada en el Inframundo.

Xena sonrió con una expresión tan fría que convirtió sus ojos en hielo.

Page 52: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

—Ya no. Además, la gente tiende a darme por muerta demasiado pronto.

La Zarina se giró hacia Yaga.

— ¡Haz algo! —le ordenó presa de la histeria—. ¡Haz algo, maldita seas!

¡Esto no va bien y debes detenerlo!

La frustración hizo que la Baba Yaga golpeara su tambor con tanta fuerza

que el cuero que lo cubría se rajó por la mitad. Temblando de ira, se llevó una

mano a la cabeza, extrajo de entre sus cabellos una afilada espina de hierro y la

lanzó contra Xena, que la esquivó con facilidad.

— ¡Yaga! —exclamó Gabrielle/Tabiti levantando el puño sobre su cabeza.

Una brillante luz azul empezó a reunirse sobre él, una bola de brillo abrasador

que se intensificaba a cada golpe de los tambores de Laiko y Semislav—. ¿Qué

arde sin fuego, se consume sin arder, es más necesario que la comida o el vino

cuando se extingue; es agonía y éxtasis al mismo tiempo; puede ser asesinado,

pero no puede morir? —Enmudeció, y la Baba Yaga respondió con un movimiento

de cabeza.

—La respuesta —pronunciaron la diosa y la bardo, hablando como un

mismo ser—, es el amor.

Xena miró a Gabrielle, parpadeó un momento, y frunció el ceño.

—Por todos los…

En ese momento, los nervios de Chebkya estallaron. Farfullando

incoherencias, sacó una daga de entre los pliegues de su camisa y se lanzó

contra Xena.

Una flecha cercenó el aire, clavándosele en mitad del pecho. Chebkya elevó

la vista, confundida.

Vivka bajó su arco. Sus facciones parecían aún más duras y recortadas por

el destello azul que surgía del puño de Gabrielle.

La expresión de la Zarina se endureció. Dio un paso más hacia Xena, pero

el impacto de otra media docena de flechas la detuvo. La sangre borboteó entre

sus labios y le chorreó hasta la barbilla. Dejó caer la daga, y cerró su mano sobre

las astas. Desde su posición junto a las paredes del ger, las guerreras de la tribu

contemplaron a su falsa reina caer de bruces y convulsionarse antes de quedar

mortalmente quieta, con una mancha carmesí brotando de debajo de su cuerpo

y cayendo después en espesos chorreones desde lo alto del estrado.

Page 53: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Ni un ápice de pena se reflejaba en sus ojos, ni una sola lágrima fue

derramada por ella, y tan sólo sintieron la satisfacción de haber hecho justicia.

—La respuesta es el amor —repitió Gabrielle/Tabiti—. Has perdido, bruja.

Ahora, paga el precio.

Con los ojos rebosantes de odio, la Baba Yaga abrió la boca para maldecir

a aquellos que habían frustrado sus ambiciones, destruido sus sueños de

dominación.

Con un bramido seseante y agudo, la bola de luz salió despedida desde el

puño de Gabrielle y atravesó a la bruja. Y por un solo segundo, quedó iluminada

con tal intensidad que sus huesos brillaron como si fueran de fuego.

Entonces, con un estruendo, la Baba Yaga estalló convertida en teas y

ceniza, que revolotearon y bailaron en el aire antes de convertirse en

blanquecinas motas…

… y desaparecer al fin.

El viento murió dando paso a una refrescante brisa; el neblinoso vórtice se

disipó, dispersándose en forma de humo. El silencio cayó sobre todos los

presentes, que se miraron sorprendidos y tocaron a quien tenían más cerca, a

sus hijos y a sí mismos para asegurarse de que no estaban soñando, de que

todo aquello era real y de que por fin eran libres.

Xena contempló el cadáver de Chebkya, su rostro permanecía contraído en

una mueca de horror. Se arrodilló y cerró los ojos de la Zarina, mirando a

continuación a Gabrielle.

La bardo seguía bajo la influencia de la Amazona del Viento. Ante su

mirada, la diosa abandonó caminando el cuerpo de Gabrielle, manifestándose

tal y como había aparecido en el trance de la joven. En el momento que Tabiti

quedó erguida en la tienda, Gabrielle gimió y su cuerpo perdió hasta el más

mínimo atisbo de fuerzas.

Xena, por su parte, apretó los labios, se incorporó y saltó del estrado,

agarrándola con fuerza del brazo para sostenerla.

—Todo esto ha sido cosa tuya, ¿verdad? —preguntó a la diosa—. Fuiste tú

quien sugirió a Chebkya que me enviara ese mensaje. Tú quien se aseguró de

que viniera. Tú quien decidió utilizarme como a un cordero en un sacrificio, para

liberar a la Zarina de su compromiso con los Zhytia.

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Tabiti asintió.

—Sólo quiero saber una cosa más. —Xena hizo girar su espada y apuntó el

final de la hoja justo bajo la barbilla de la diosa. Ignoró a las guerreras nómadas,

que ahogaron una exclamación, y cargaron y tensaron las cuerdas de sus arcos

al tiempo que los asistentes balanceaban sus armas—. ¿Por qué yo?

Tabiti, la de los Tres Rostros, elevó una mano, y todo el mundo cedió sus

posiciones. Sus infinitos ojos oscuros relampaguearon, de buen humor.

—Porque tú eres el alma gemela de esta reina, cuya alma brilla más que

las estrellas —respondió, señalando a la semiinconsciente Gabrielle—. Yo soy la

madre de mis hijos, pero como toda buena madre, no puedo protegerles de los

peligros del mundo. Deben tomar sus propias decisiones y cometer sus propios

errores, o crecerían débiles y dependientes.

—Esa es una respuesta un tanto vaga a mi pregunta —añadió Xena—. ¡No

me gusta que los inmortales me involucren en sus estúpidos juegos! ¡Y aún

menos que la vida de aquella a la que amo sea puesta en peligro!

—Mi gente necesitaba una campeona, una que no tuviese lazos aquí.

Ga’brelle fue la elección perfecta. Su amor hacia ti le dio la fuerza y el valor para

derrotar a la Baba Yaga y echar por tierra su malvado plan. Sin embargo, es

cierto que de haber fallado, antes o durante el desafío, ambas hubieseis muerto.

Pero también mis amados hijos. Y yo tenía plena confianza en que esta reina de

alma brillante saldría victoriosa… con un poco de ayuda.

Xena contempló a la diosa tensando y destensando la mandíbula

alternativamente. La expectación reinaba en el ger y los tseromazha dudaban

entre defender a su diosa u ovacionar a su campeona.

Por fin, Xena depuso la espada y frunció el ceño.

—De acuerdo… pero que sea la última vez. —Dejó la espada apoyada contra

el estrado y levantó a Gabrielle en sus brazos—. Para otra ocasión, limítate a

pedir ayuda. Todas estas sorpresas van a hacer que me salgan canas.

La bardo, en ese momento, lanzó un leve murmullo.

—Shhh… Estoy aquí, mi amor. Te pondrás bien. —La fiera expresión de su

rostro quedó sustituida por otra, tan repleta de amor que muchas de la mujeres

tseromazha suspiraron al verla.

Tabiti sonrió. Elevando las manos, hizo nacer una agradable brisa

perfumada de flores recién nacidas y lloviznas primaverales, humo dulce y

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especias, caballos, cuero y el aroma de la alta hierba. Echando un último vistazo

a su pueblo y a su campeona, la diosa avanzó un par de pasos y desapareció.

—La respuesta es el amor. —Su voz recorrió suavemente toda la tienda

bajo la forma de un susurro llevado por el viento.

Entre sus fuertes brazos, Gabrielle pegó su oído al pecho de Xena y escuchó

los latidos de su corazón, que en un momento dado la transportaron a los parajes

del sueño con su reconfortante ritmo.

Xena abrazó a Gabrielle con fuerza, prometiendo que nunca jamás volvería

a dejarla marchar.

—El amor siempre es la respuesta —dijo a la durmiente bardo, besándole

la frente.

A su alrededor, todos se regocijaron.

***

—Estos tseromazha saben cómo montar una buena fiesta —diría Xena

mucho después, estirada sobre un montón de almohadones con un cuerno lleno

de vino en la mano.

Acomodada contra su cuerpo, Gabrielle asintió.

—Ya casi no me duele la cabeza. Dioses, ¡recuérdame que no vuelva a

acercarme a ese jugo de hongos! Es mucho peor que el pan de nueces aderezado

con beleño.

El ger real había sido adecentado para la celebración de por la tarde. Las

partidas de cazadoras habían salido trayendo consigo varios verracos que fueron

asados sobre unas enormes hogueras al aire libre, así como patos salvajes que

Page 56: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

habitaban entre la hierba, en los límites de sus tierras. Tras desplumarlos,

habían servido como base para un estofado macerado con fruta seca y semillas

de trigo, envuelto en hojas y enterrado en una gran olla, y para acompañarlo,

pedazos de corzo y cestas enteras de suave pan ácimo, huevos de ganso y bayas

silvestres.

Cada hombre y mujer trajo además sus propias recetas, tales como guiso

de cordero, queso hervido de oveja, pastel de guisantes, todo un surtido de

yogures y grandes cuencos de un plato típico de la zona: sangre fresca de caballo

mezclada con leche, que constituía la comida característica durante los tiempos

de guerra.

Gabrielle se había estremecido al ver cómo los niños enterraban sus dedos

en aquella desagradable sustancia para llevárselos después sin ningún remilgo

a la boca, con expresiones de deleite. Xena se rio al ver su cara; ella lo había

probado cuando estuvo junto a una tribu nórdica en Chin, varios inviernos antes.

Costaba acostumbrarse al sabor, pero no estaba mal del todo.

Aparte de vino, los tseromazha habían dispuesto odres de piel de cabra

llenos de la bebida especial de su tribu: el llamado t’koumis se subía a la cabeza

con rapidez, a pesar de estar hecho en su mayor parte a base de leche de yegua

fermentada. A Xena le bastó un solo trago para decantarse por el vino. No quería

emborracharse tan pronto, y aquél era el tipo de bebida que puede llevarte al

Olimpo en un momento, y hacerte desear estar muerto a la mañana siguiente.

Fuera habían levantado una enorme pira. Las guerreras más jóvenes la

rodeaban bailando, golpeando el suelo con los pies al compás de los tambores,

las matracas y unas pequeñas arpas. Las más osadas saltaban por encima,

elevándose y apuntando al cielo con sus jabalinas.

Cómodamente instalada junto a Xena, Gabrielle contemplaba a Laiko y a

Semislav mientras hablaban con una mujer anciana que se sonrojaba de vez en

cuando, presa de la felicidad. Se trataba de la profeta Arkhipa, devuelta al

campamento por delegación de los Zhytia, que la habían encontrado vagando

por las planicies entre su territorio y el de los tseromazha.

Los presagios y las señales enviadas por la Amazona del Viento indicaban

que Arkhipa había sido elegida como nuevo avatar de Nav, sustituyendo a la

difunta Yaga, a quien nadie lloró ni extrañó. La mujer aún estaba intentando

habituarse al cambio, puesto que había pasado de ser una loca a una respetada

chamán, aunque algo decía a Gabrielle que la Baba Arkhipa desempeñaría su

cargo a la perfección.

Los delegados Zhytia, o lo que es lo mismo, el padre, la madre y demás

parientes de la muchacha violada, habían sido recibidos a las puertas del

Page 57: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

campamento tseromazha por la nueva Zarina. Obviamente para todos, excepto

para Xena y Gabrielle, Vivka había asumido el liderazgo de su pueblo en una

sencilla ceremonia que había deshecho a su amada Rozena en un torrente de

lágrimas de orgullo.

—No me gusta esto de subir al trono tras la muerte de mi prima —había

dicho Vivka a la bardo con una renuente sonrisa—, pero llevo mucho tiempo

intentando escapar de esta responsabilidad, y parece que la Sagrada Tabiti ya

se ha cansado de mis negativas. Ahora que soy Zarina, me gustaría que las dos

hablásemos de estrechar los lazos que unen a la gente de las llanuras con las

amazonas griegas.

—A mí también —había respondido Gabrielle sin dudarlo—. Intenté

averiguar el motivo por el que los tseromazha se escindieron de ellas hace tanto

tiempo, pero ni siquiera los más ancianos supieron decírmelo.

—Tuvo que ver con el estatus de los hombres —le explicó Vivka—. Nosotras

creemos que mujeres y hombres pueden vivir juntos en armonía, mientras que

las griegas los rechazan. Preferimos irnos y encontrar un nuevo hogar a desatar

una guerra entre hermanas. Aquí, cada quien es lo que es, y nadie les juzga por

ello, mientras no hagan daño a nadie.

—Parece cosa de los Campos Elíseos.

La bardo había enumerado varios incidentes entre las amazonas, en los que

las guerreras habían querido tomar amantes varones y habían sido castigadas

por ello. Ephiny, su regente, había sufrido mucho en nombre de su compañero

centauro. Xena y ella también habían tenido problemas, ya que algunas parecían

empeñadas en hacerles romper su unión. A esto solía seguir alguna nariz rota o

alguna mandíbula dolorida, aunque ninguna de las dos disfrutaba con situaciones

como aquellas.

Vivka se encogió de hombros.

—Os comprendo muy bien. Nuestro sistema funciona porque nosotros lo

hacemos funcionar. Cada tribu cuenta con sus propias mudacks deslenguadas,

pero nuestras leyes y costumbres mantienen los males bajo mínimos. Bien,

negociaremos las condiciones más tarde. Ahora será mejor que vaya a ver a

Rozena antes de que se hinche tanto que no quepa en la tienda. ¡Por como está

actuando, cualquiera diría que fue ella y no Tabiti quien ideó todo este asunto!

Ya en el momento actual, Gabrielle sonrió al recordar aquella ocurrencia,

recogió el cuerno de vino de manos de Xena y le dio un gran trago.

— ¿Te he dicho últimamente lo mucho que te quiero?

Page 58: Brillantes cintas de oro de Nene Adams

Xena respiró hondo y sonrió.

—No en los últimos dos segundos. ¿Y te he dicho yo que la próxima vez

que arriesgues tu pellejo metiéndote en territorio hostil a lomos de una mula y

en una situación de la que no tienes ni idea, te zurraré hasta que no puedas

sentarte en una semana?

—Promesas, promesas —susurró la bardo.

—Lo digo en serio, Gabrielle. Podrías haber muerto.

Gabrielle se incorporó, repentinamente seria.

—Conocía los riesgos. Pero tú me prometiste que nunca me abandonarías.

Yo nunca te hice la misma promesa, no con palabras, pero mi corazón sí. Xena,

no quiero vivir sin ti. Habríamos muerto, sí, pero lo habríamos hecho juntas.

—Y no quiero que tú mueras —afirmó tajantemente Xena—. Dime que

nunca volverás a hacer algo así.

—No. No puedo.

—Corremos tremendos peligros constantemente. Ya tengo bastante con

preocuparme de que no resultes herida. Sé que puedes defenderte sola —añadió

la guerrera al detectar una muda advertencia en los relampagueantes ojos de la

bardo—, pero también necesito saber que no harás ninguna estupidez si… bueno,

si se me acaba la suerte.

—Es nuestra suerte —dijo Gabrielle con firmeza—. Está bien, de acuerdo.

Tú me prometiste una vez que si algo me ocurriese, no volverías a tu antiguo

carácter y a tratar de despoblar el mundo. Honestamente te dijo que no querría

seguir viviendo si tú murieses, pero juro que no buscaré la muerte a propósito.

Lo que no puedo jurar es que no intentaré salvarte, Xena. Te quiero demasiado

como para sentarme a mirar cómo te sacrificas sin hacer lo que pueda para

evitarlo.

—Dioses, eres una cabezota.

—Esa es sólo una de las razones por las que me quieres.

— ¿Ah, sí? —Xena sonrió plácidamente y atrajo otra vez a la bardo contra

su cuerpo—. Mmmmm… ¿y cuánto te quiero? Deja que cuente…

— ¡Xena! ¡Xena! ¡Estate quieta! No estamos solas y…

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—Oh, vamos, ¡si nadie nos presta atención! De otro modo, empezaría a

cobrar por el espectáculo.

— ¡Xena!

— ¿Ves? Ya me has hecho perder la cuenta. Ahora tender que empezar de

nuevo. Y por cierto, siento de verdad que esos tatuajes que llevas en la cara no

sean permanentes. Son bastante…

— ¿Bárbaros?

—Iba a decir excitantes. Me pregunto si no te habrás hecho más en otros

lugares… Mmmm… será mejor que eche un vistazo… aquí… y por aquí…

—Oh, Xena…

Y las estrellas giraron según su curso habitual, y las estaciones se

sucedieron tal y como debían. El ciclo de la vida y de la muerte, del día y la

noche, de la luz y la oscuridad por fin estaba en equilibrio. La respuesta fue el

amor, y aquella hermosa palabra fue comunicada por el viento, susurrada por

las brillantes cintas de oro en la hierba, y tuvo su eco en cada corazón.

Aquella noche, las gentes de la estepa rieron, comieron, cantaron y

bailaron, felices de que todo fuese bien para el mundo, para cierta bardo y para

su amada guerrera, una vez más.

FIN