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Brevísima

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El saqueo de los territorios americanos como desencadenante de la modernidad capitalista

La llegada de los espaoles a los territorios descubiertos por Coln en 1492 fue motivada por la avaricia, de eso da fe la historia contada por Bartolom de las Casas en su Brevsima relacin de la destruccin de las Indias, pero ni el franciscano ni los conquistadores que diezmaron estas tierras podra haber intuido que sus actos desataran una brutalidad ms profunda y sutil que aquella que ejercieron para llenar las arcas de la Corona (y las suyas propias en el proceso). Mi intencin aqu ser mostrar de qu manera se encuentra retratada en el relato contado por de las Casas la construccin de los cimientos de la era moderna (la cual viene aparejada del modo capitalista de produccin), as como los medios que para ello fueron empleados. Comprender el origen de la modernidad nos permite rastrear los elementos que le son intrnsecos, lo cual posibilita la construccin de un aparato terico crtico de un proceso en el que an nos encontramos enmarcados, lo cual se traduce en el primer paso para comprender la manera en que ste ha de ser enfrentado en la praxis poltica. Lejos de ser ste un retrato integral de las condiciones de la Modernidad, se trata ms bien de una serie de consideraciones sobre los procesos econmicos que acontecieron en los primeros aos del dominio espaol en Amrica (los cuales posteriormente culminaran en la consolidacin del capitalismo) que se encuentran descritos en el texto antes mencionado.

1En el recuento histrico, de las Casas nos recuerda que descubrironse las Indias en el ao de mil e cuatrocientos y noventa y dos. Furonse a poblar el ao siguiente de cristianos espaoles [] (p. 22), lo cuales pronto se encontraran con los pueblos originales que habitaban en aquellas tierras. De ellos, el franciscano habla en los ms bellos trminos, llamndolos [] los ms simples, son maldades ni dobleces, obedientsimas y fidelsimas a sus seores naturales e a los cristianos a quien sirven; ms humildes, ms pacientes, ms pacficas e inquietas, sin rencillas ni bollicios, no rijosos, no querulosos, sin rancores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo (p. 22). A esta descripcin aade la delicada complexin y bosqueja un carcter paciente y curioso al que tacha de receptivo a la doctrina cristiana. Cierto estas gentes eran las ms bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios (p. 22) dice el cristiano. De la exactitud de este testimonio no podemos decir mucho, mas nos debe bastar para comprender que estas gentes se encontraban en un orden en extremo distinto al que los espaoles impondran. La resistencia a la aculturacin que los pueblos originarios han demostrado desde aqul tiempo explica las situaciones que vivimos en la actualidad, as como los constantes conflictos que han tenido su origen en esta actitud y en la incapacidad de la cultura moderna de coexistir con todo lo que le es ajeno, de la condicin de absoluta superioridad que se otorga a s misma y al modo de produccin que le permite existir: el capitalismo. An cuando el modo de produccin capitalista no exista como tal en el tiempo de la conquista, las actitudes que seran propias de la ms rapaz burguesa se encuentran ya en la manera en que la colonizacin de Amrica se llev a cabo. De estas destacaremos dos que se encuentran explcitamente mostradas por de las Casas, las cuales son el deseo de acrecentar la riqueza (la acumulacin de capitales) y la deshumanizacin a la que se some al obrero para lograrlo

2La anterior descripcin de los indgenas se contrasta con lo que el fraile nos dice de los actos que los espaoles llevaron a cabo, entre los cuales destaca la guerra genocida y la explotadora servidumbre, a las cuales acciones [] se reducen e se resuelven o subalternan como a gneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas (p. 23). Se ha de recalcar aquello en lo que de las Casas encuentra el origen de estos actos, de lo cual dice ha sido solamente por tener por fin ltimo el oro y henchirse de riquezas en muy breves das e subir a estados muy altos e sin proporcin de sus personas [] (p. 23).Tanta era la ferocidad y el deseo de riquezas que los habitantes de la isla de Cuba, prevenidos de los invasores gracias a la escapatoria de un cacique proveniente de Hait (en donde los europeos ya haban desatado su particular forma de violencia), decidieron rendir tributo y splica al Dios espaol con la esperanza de que ste disuadiera a sus sbditos de actuar sobre ellos como lo haban hecho sobre sus hermanos. Sin embargo, y debido sin duda a un error interpretativo, los indgenas supusieron que aquel dios por quien los espaoles haban venido guiados desde tierras ultramarinas no era otro que el oro que codiciaban. As, terminados los bailes rituales en lo que depositaron sus esperanzas, los habitantes de la isla resolvieron arrojar el oro al que recin haban suplicado clemencia a un ro, pues [] si lo guardamos, para sacrnoslo, al fin nos han de matar (p. 30). Tal es el efecto que el deseo de los conquistadores tuvo sobre la mente de los pueblos originarios, y no es de extraar cuando se toma en cuenta las brutales medidas que se tomaron para conseguir aquellos metales que les eran tan preciados. El texto de de las Casas est poblado por las imgenes similares, a las que el fraile describe con abrumadora precisin y sin escatimar en detalles. No importa cuan grande sea la obtencin de riqueza que el fraile atribuya a los conquistadores, su deseo nunca se ve menguado. Esta misma actitud es la que se ha observado en el mercado moderno, lo cual ha trado consigo la necesidad de implementar leyes antimonopolio en la mayora de los pases occidentales, pues la nica manera en que el mercado puede mantenerse en mediante la accin de diversos competidores que perpeten el movimiento de los capitales. Esta tendencia al monopolio se ha citado en diversas ocasiones para demostrar las contradicciones inherentes al sistema de produccin capitalista.

3A pesar de las abundantes riquezas de las que se apropiaron los espaoles con el saqueo de los pueblos en las tierras de Amrica, el ansia de riquezas no era saciada en lo ms mnimo. Por ello era necesario hacer uso de la fuerza de trabajo que les proporcionaba el asolar los poblados con los que se encontraban. Sobre lo acontecido en la actual Guatemala, de las Casas relata que

[] muertos todos los seores e los hombres que podan hacer guerra, pusieron todos los dems en la sobredicha infernal servidumbre, e con pedirles esclavos de tributo y dndoles los hijos e hijas, porque otros esclavos no los tienen, y ellos enviando navos cargados dellos a vender al Per, e con otras matanzas y estragos que sin los dichos hicieron, han destruido y asolado un reino de cient leguas en cuadra y ms, de los ms felices en fertilidad e poblacin que puede ser en el mundo (p. 43).

Es decir, el beneficio obtenido no era nicamente a travs de la explotacin directa de la fuerza de trabajo, sino que tambin se haca negocio con el comercio de la misma. La explotacin sufrida por los pueblos originarios sin duda fue una empresa redituable para los espaoles, quienes no encontraban inconveniente alguno en exigir a sus nuevos siervos trabajar hasta la muerte, lo cual era prctica comn en las comunidades que fueron establecindose. De la misma manera, el no trabajar al ritmo que se exiga de ellos acarreaba la pena mxima para cualquier indgena cuyo cuerpo ya haba alcanzado los lmites del esfuerzo: cuando alguno cansaba o desmayaba, por no desensartar de la cadena donde los llevaban en colleras otros que estaban antes de aqul, cortbanle la cabeza por el pescuezo e caa el cuerpo a una parte y la cabeza a otra [] (p. 62). Esto habla de la seguridad que albergaban los conquistadores de contar con una inagotable fuente de mano de obra, lo cual les permita actuar de la manera ms violenta que se les viniera en gana. As, el trabajador era poco ms que un bien desechable del que fcilmente se poda conseguir un reemplazo, un objeto cuya utilidad era tal en tanto que pudiera continuar con la produccin de riquezas para aquel a quien estaba ligado.
La misma actitud se encuentra en el capitalismo actual, en el cual el obrero es alejado de su carcter de hombre para ser utilizado nicamente como una fuente de ingresos para el burgus. Lo nico que ha cambiado es la sustitucin de la violencia en acto por una violencia en potencia, la cual vive en la mente del trabajador en la forma del miedo al desempleo y el hambre, enfermedad y muerte que vienen de la mano del mismo.

4Ante esto es ya posible adivinar que sobre el sufrimiento de incontables hombres fue construido lo que posteriormente se dara por llamar el Siglo de Oro, aquel periodo de efervescencia cultural que vivi Espaa entre los siglos XVII y XVIII que en gran medida se debi al crecimiento econmico propiciado por los ingresos percibidos de la conquista de Amrica. Esto desembocara en el surgimiento de una incipiente burguesa que, a diferencia de sus contra partes en otras zonas de Europa, no desarrollara su poder poltico sino tardamente, pero que, a pesar de ello, disparara al continente europeo de manera irreversible sobre el camino de una modernidad cuyos esfuerzos no podran haber sidos posibles sin el advenimiento del impulso colonial que recorrera la faz del mundo occidental (y que tomara a Espaa como principal ejemplo) propiciando las acumulaciones de capital originarias que terminaran por dar origen al capitalismo como modo de produccin hegemnico y a la burguesa como clase polticamente hegemnica.La violencia estuvo en el nacimiento de la modernidad capitalista, y no parece posible que sta se desembarace de ella, a pesar de que se le haya alejado de la vista pblica para ser reducido a sus expresiones ms sutiles, que no por ello dejan de ser perjudiciales para aquellos que se encuentran bajo su influencia (es decir las clases oprimidas que sirven a los intereses de sus opresores a pesar de que stos se encuentran en abierta confrontacin con los suyos). El saqueo no termin con la revolucin burguesa que dio origen a Mxico, sino que fue reemplazado por la mentira que llamamos modernidad, que sin embargo alberga una promesa que le es vetada de realizar por su propia configuracin. Esta promesa, la de unin y prosperidad universales, es una de las cosas que merecen ser rescatadas de esa idea en la que hemos nacido, y entender el proceso a travs del cual se nos ha negado su realizacin nos acerca ms que todos los esfuerzos hasta ahora emprendidos por los que los ignoran a su verdadera construccin en la realidad que habitamos.

BibliografaCASAS, Bartolom de las, Brevsima relacin de la destruccin de las Indias. Barcelona, Orbis, 1986 (de. digital: https://drive.google.com/file/d/0B7WvhvFQWtvJMkJxbi1ldXBlWHc/view?usp=sharing)Pablo Javier Valle BauelosTextos filosficos IV18.03.2015