*breves narrativas*

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Cuando eran palabras sueltasy todavía no formaban parte de esta narrativa algunos de los relatos aquí escritos, fueron públicadosen mi memoria sensitiva.

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  • Breves Narrativas

    Luis Alberto Casca Olivera

  • Desde que tengo recuerdos Comenc a desbordar sueos Pensamientos y sentimientos En cada palabra, en cada letra.

    --------------------------------------------------------------------------

  • Cuando eran palabras sueltas y todava no formaban parte

    de esta narrativa algunos de los relatos

    aqu escritos, fueron publicados en mi memoria sensitiva

  • ------------------------------------------------------------------

    (Prologando) Breves narrativas; por su formato breve!.

    Un intento de cuentos literarios por as llamarlos.

    Variadas tendencias a travs de una rica tradicin popular.

    Desenlace de carcter sencillo y breve extensin de cuya forma

    depende toda la configuracin de los relato desde su historicidad,

    y, la consolidacin de la memoria verbal.

    Breves narrativas; es una mirada a mi pueblo, y, a los picos

    personajes con nombres sonoros que carga la memoria de ellos

    para que nada se pierda. Breves secuencias, trozos de vida,

    escritos con los trazos tpicos e histricos de cada uno de los mismos.

    Costumbres propias de los personajes ubicados en el registro de la

    mente con argumentos bien simples, pudiendo ser recreadas por el lector.

    El quehacer con la brevedad y la hiperbrevedad en la escritura, me llev

    a escribir esta narrativa breve.

    Es all, donde me es posible contar de lugares comunes

    y de cosas simples con un lenguaje claro.

    Un inventario de sucesos, un recorrido por las besanas de la

    perpetua memoria, y, la necesidad recreativa para reciclar los recuerdos

    que son como el barrilete que se qued enredado en el algarrobo de la

    infancia, con la mismsima capacidad para emocionarme.

    Menudas peripecias anecdticas de la ficcin que se acercan bastante a la

    vida cotidiana.

    Breves narrativas; recoge las confidencia de voces y personajes y las relata.

    Luis Casca Olivera

  • ----------------------------------------------------------------------------

    Introduccin Una especie de contenida nostalgia, campea en estas breves

    narraciones, y, salen a la luz despus de muchos aos de acumular

    recuerdos, y, que guardan la luminosidad de aquellos instantes de

    mi vida.

    Paso a paso, se han ido moldeando con paciencia de artesano,

    conformndose con una arquitectura de experiencias y los hondos

    balbuceos de mi conciencia. Los personajes que protagonizan estas

    narraciones vivieron pocas y situaciones distintas. Estas narrativas;

    fueron construidas con imgenes reales e invocando lo ficcional. En ms

    de las veces se inicia en lo domestico y otras con la voz de los personajes

    en las calles que permiten ver algunos aspectos de la vida diaria de la gente.

    Un sesgo de imaginacin o aventuras rayanas en lo fantstico, con algunos

    personajes encarnados que emergen de la propia fantasa popular y dejan

    ver la forma ms antigua de la expresin de los pueblos. Vitales episodios

    que surgieron de ese imaginario, tratando de explorar en el universo interior

    el reflejo inmediato en el transcurso de la cotidianidad, de donde he captado

    un vaho de sus recnditos detalles. En ellas conviven lugares autctonos,

    personajes populares, historias adornadas y poetizadas para provocar el

    asombro en el lector, destacando su aspecto inslito por lo fantasioso, por lo

    alegre, o por lo trgico. Dndole un matiz a la narrativa y poniendo en accin

    los relatos populares en lugares concretos para entender la parte sustancial de

    aquellos personajes, costumbres y situaciones que trasmitan una parte esencial

    de la narrativa. Ahora porque escrib estas narrativas? Porque necesitaba revolver

    en mi memoria la esencia de mi pasado y porque la narrativa es lo que tengo para

    dar testimonio de lo que viv. Narrativa de hechos reales e imaginarios, dentro de

    la cultura de los pueblos y las ciudades.

    El Autor

  • ---------------------------------------------------------------------------------------------

    Camino de flores Ojos profundo, renegridos, y un ligero rubor en sus pmulos salientes.

    Cabellos y de tez morena de tanto sol hiriendo su piel.

    Camina por las calles del pueblo, haciendo un hueco en la cerrazn profunda de

    aquella maana que a nadie se le ocurre sacar de tal o cual manera, tamaa rutina.

    Viste tan pobremente, y, se ve muy frgil, sus zapatos gastados ha puro huso y abuso.

    Lleva en sus manos, entre los dedos, el aroma olvidado de una ramita de romero. Su

    rutina comienza muy temprano, junto al montono traqueteo del da ganndose sus

    centavos diarios. Haca muchos aos que era florista. Transcurra su vida con una

    canasta debajo del brazo, ofreciendo con su voz armoniosa sus flores y todo tipo de

    ramos. Miraba para todas partes y con sus odos prestos a escuchar el llamado de

    algn cliente. Embadurnada de animosidad y con fuerza, pregonaba sus flores.

    Acariciaba sus flores con ternura, tocndolas, incluso hablndoles como si entendieran

    sus murmullos.

    Era un pregn con olor a vida! Porque las flores ayudan a expresar los sentimientos

    que no se pueden decir con palabras Varias horas le demandaba la rutina de vender

    todos los ramos. Aunque su concepto de ser libre no conceba rigidez de horarios, y,

    elega el camino a seguir a su antojo.

    Muchas veces, la venta no sola ser tan buena, y, regresaba en silencio con algunas

    flores que casi siempre las depositaba como sencilla ofrenda, en el santuario de la

    virgen de quien era muy devota. Esas flores pregonaban hermosura, impregnando

    el aire con su aroma. Aunque esa belleza durara tan pocas horas, afirmaba

    Guillermina!. Pero al mismo tiempo, reafirmaba, que de sus ptalos rezuma el nctar

    en estallidos de vida!. Con todo su cansancio a cuestas y un sinfn de soledades,

    transita las calles y las esquinas con ternura en sus pupilas, que miran profundamente

    los ramos donde se columpian sus recuerdos. Pero un da ciertamente se acab.

    Era un da de otoo, cuando el suelo se fue abrigando de hojarasca y buscaban

    refugiarse en las rendijas de la melancola. Ella, no volvi ms, y, todos se

    preguntaron que podra haber ocurrido, acostumbrados a verla todas las maanas.

    Se le endurecieron de repente las facciones, se fue envejeciendo, mustiando, y, con ella,

    las flores de sus manos. Guillermina sin querer, logr, ser parte de aquellas calles que

    recorra sin cesar, dejndonos un suave hlito de aromas, que se encuentran en las

    cosa ms pequeas de cada da.

    Fue una tarde gris, cubierta de silencio que dej de transitar, por el camino de las

    flores!

    -------------------------------------------------------------------------------------

    Breves narrativas--5

  • Chingolo y el duende Chingolo, caminaba rumbo a un monte de caas siguiendo un

    silbido estridente. Pero cuando ms avanzaba, el silbido ms se alejaba.

    Iba sigiloso, refugindose en el silencio, y, la soledad que impera

    sobre todo a la siesta. Chingolo, tiene los ojos preados de asombro

    y su alma con espritu aventurero, como un duende juguetn

    que hace que brote la magia perteneciente al reino fantasioso de la

    siesta. Ese duende, que l, estaba seguro de estar siguiendo! Un hombrecito

    como dice la leyenda, retacn, socarrn y travieso. Algo desgreado, vestido

    con ropa de lana de colores llamativos, lleva un aludo sombrero de pelln,

    y, arrastra sus pesados pies en la gredosa pasividad del silencio. El sol satirizaba

    como un avaro, cayendo vertical y aplastante en el hondo y terrible misterio de la

    siesta.

    Una rfaga cargada de viento, traa extraos murmullos intangibles, Chingolo

    se volte para ver de dnde venan y luego acomod su gomera que llevaba al

    cuello y sigui caminando como si nada fuera. De pronto, el camino se le termina

    en un sendero que interrumpe el monte y que no lo deja distinguir con exactitud.

    Pero igual, se adentra en l, y, llega hasta un lugar de frondosos ramales que se

    alzaban sobre el monte llamndole mucho la atencin.

    Sus ojos se le derramaron alucinantes, dejando expuesto el asombro

    de su inocencia feliz. All, all, estaba, el duende! balancendose

    subido en los brazos de las ramas de su mundo, Chingolo solo rea

    tmidamente. Cuando desapareci, Chingolo tomo el camino del regreso

    pensando si era verdad lo que haba visto y tal vez que no le creeran en

    realidad lo que haba vivido. Fue, cuando una brisa suave le hizo escuchar la

    respuesta. Es cierto lo que viste, el duende le dijo! y desapareci por sobre la

    espesura del monte. Tal vez, a buscar el asombro en otros nios,

    y, Chingolo se sinti duende! de esos que cuidan secretos y no caben

    en los bolsillos.

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    Breves narrativas--6

  • Alma de gorrin, baldo y barriletes Me pellizca la memoria que domina la nostalgia, trepndose al paredn

    de los recuerdos de caas y de baldo. De gracioso barrilete, coleteando

    como una tierna brizna alzndose al viento, y, mi alma de gorrin que se escapa del

    bolsillo. Baldo de los das sin horarios ni fronteras, donde el ritual solemne era

    remontar mi barrilete. Papel de diario y de caas livianas, que se pelaban y se

    emprolijaba* para armar el esqueleto bien flexible, y, un triple juego de tiros para as

    lograr la mayor estabilidad en el aire. Recuerdo me peda viento, y, en un vaivn

    oscilante comenzaba a sacudirse, como si quisiera instaurar su osada de elevarse

    hacia el infinito azul del cielo, cortando el lazo si no le daba ms soga.. Nuestro

    mayor sufrimiento, que se cortara el hilo! Se me sube por las calles de la memoria,

    aquella infancia de gorrin y barriletes, apegada sobre la espalda terrosa del baldo de

    don Guillermo Vega, a la conquista de ese punto de encuentro. Geografa, donde se

    recostaban todas mis correras. Aquel paisaje, que se extenda desde la hondura de mi

    alma, hasta un horizonte de cometas y pandorgas remontando con destino

    hacia el cielo de inocencia.

    Aquel agridulce aroma a mandarinas de las tardes de juego en el baldo, en el que

    abundaban jazmines de recreos zambullndome en las mil y una travesuras. Baldo

    que aromaba mis alegras, entre caas, flecos y zarcillos, donde ayer un nio dibujaba

    un barrilete mecindose con piruetas de gorrin inquieto, prolongando los sueos de la

    infancia, desanudando ovillos de misterios y aventuras. Cada vez que regresa a mi

    memoria el paisaje de la infancia, me conduce a lo que en otrora fue el baldo de la

    esquina de mi casa, junto a los changos. Por supuesto que la esquina aun existe, pero

    no hay baldo, ni travesuras correteando!....

    Solo s que regreso a recordarle. Baldo de la esquina de mi casa, ni se te ocurra

    olvidarme!.

    *sinnimo de prolijo

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    Breves narrativas7

  • Anciano La tarde se enrojece con el sol estival.

    El calor extiende sus ramajes por las calles y se tumba en las esquinas,

    tratando de escupir el sudor sobre el ardiente y aceitoso asfalto.

    El anciano empua una silla que haca las veces de bastn, y,

    se dirige rumbo al patio en busca de la sombra aosa del parrn

    que siempre lo espera. Su pelo canoso y una barba con gneos

    matices de gris y sus ojos rodeados de arrugas, miran desde sus

    profundas cuencas desesperadamente fijas, en direccin al lmite

    eterno de un horizonte lleno de tristsimas ausencias.

    Alz los ojos hacia el sol que se colaba por encima de su cabeza

    habitada quien sabe, porque pensamientos! y, quedamente se bebi

    el silencioso montn de recuerdos, como aislndose para evitar que

    alguien lo perturbe.

    Mir de arriba abajo el florido jardn, donde un viejo naranjo

    haba sido cortado muriendo lentamente con su cabeza gacha

    en direccin a sus races, mientras el viento jugaba con el plumaje

    azulado del pecho de una torcaz. Luego se acod en sus pensamientos,

    encogi la espalda, alz los hombros, y, con un gesto de sus manos

    esboz un abrazo en el aire. El anciano se reclino en la silla, dio

    un suspiro, el ms largo de todos, e inconscientemente se llev una

    mano al pecho, all, donde la vieja cicatriz no haba desaparecido.

    Su corazn abrumado por la soledad, pero sobre todo, por los recuerdos que a

    puados se le entreveran, y, emprendi un viaje a travs de las edades que tienen

    la ausencia y la nostalgia.

    Nunca a nadie cont las cosas que pueblan en la precipitada senectud de

    su mente, y, que dolor muerde su corazn. Tal vez, algn ayer que lo vio nacer

    llegaba a su encuentro y le sobrevolaba el huerto de su alma hablndole el idioma

    del tiempo. Volvi su rostro hacia atrs, como buscando el recorrido de

    tantos aconteceres, y, de pronto se encontr mirando el discurrir de las

    hojas al viento. Entonces fue, cuando se encontr en el humo de la pena,

    y, el anciano dijo. Que cada pena, es en s misma, todas las penas! y que

    todas las penas de ayer y de hoy son una sola!

    ---------------------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas--8

  • Mario El sol se dejaba sentir, colndose sigilosamente por una rendija de aquella tarde

    que aun simpatizaba con los ltimos resuellos de la siesta, mojndose de verano.

    Atravesando las calles, Mario camina abstrado pensando quien sabe en qu mundo

    de silencios, oprimindole el corazn. Camina entre el ruido y la prisa, pero l, a su

    manera, encuentra paz en el silencio que lo acompaa desde el maana a la noche.

    Su gorra de visera de indefinido color llegndole a tapar las orejas, y, su viejos botines

    gastados de tanto deambular por las calles, de aquel vacio eterno de la mendicidad.

    En la esquina de su angustia, solamente siente el amparo de su humilde capillita

    hecha toda de madera, la que siempre lleva apegada a un costado de su pecho,

    adornada con un escapulario de estampitas. Su mudez; es la encendida voz de su

    garganta! La mudez de sus labios, escribe silencios! Su mudez; son caminos inditos y

    sus latos silencios cancelados veranos!

    Mario se adentra en la ciudad, con un sol rociando ante sus ojos, y, camina por las

    calles donde la asiduidad de la vida es, abundante. Es un pjaro libre, por los infinitos

    parajes de su poderosa adaptabilidad! Vagabundea su humanidad, horas y horas, sin

    preocuparle ni a dnde dirigirse. Siempre bajo el mismo techo, el sol que hierve sobre

    la frente del asfalto con su majestuosidad. Nunca se propuso que ruta recorrer,

    siempre embarcado en su libre albedro, como algo que viene y se va Como el viento

    andar y andar!. Tantas veces lo he visto caminar, sobre la muerte de sus viejos botines

    desgastado, agonizando de pisadas, y, con su desliado ropaje, el cual le sirve para

    abrigar algo su pobreza. Mochila de silencio sobre los hombros y jazmines de cenizas

    en sus pupilas.

    Andar y andar, solo detenerse, cuando el cansancio lo acoja en el regazo

    de alguna tarde invitando al bostezo.

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    Breves narrativas 9

  • El mandadero Era muy humilde, le decan mandadero, mote que lo llevaba

    con dignidad! Nunca hizo otra cosa que los mandados para los vecinos

    de mi barrio. Una forma de subsistencia a cambio de que le dieran amparo.

    Un muchacho de buena estatura y acuerpado, de cabello y barba espesa, con

    voz de pucho, spera como las arenas de la vida, en su comportamiento muy

    sencillo, extremadamente servicial y tena a favor toda la confianza que inspiraba.

    Nunca se supo su nombre, mucho menos su avenimiento a este mundo desde el

    vientre de su madre se lo conoca como el mandadero! Al preguntrsele por su

    origen o por sus padres, le sola aparecer una ligera rigidez en sus labios y mirando

    tristemente se llamaba a silencio, sintiendo sequedad y aridez en su alma. Si bien

    todo tiene su origen, el desconoca el suyo! Sus mandados tenan una geografa

    simple, la panadera de la esquina del barrio, el almacn de don Zapata, la verdulera

    de los gallegos Garca, para l, todos esos lugares eran su mundo por qu no? el diario

    de su vida. Todas las horas, todos los das, todos los aos, el ir y venir por las calles con

    la bolsa de los mandados, jugando con una moneda que tiraba hacia arriba de

    veinticinco centavos. Los chicos de la cuadra, solan seguirlo en grupos para verlo

    jugar con la moneda, y l, se senta el centro de todas las miradas. Muchas veces lo

    dobleg la pesadumbre que cargaba al hombro y se sentaba en el umbral de alguna

    puerta, hundiendo las manos en sus rodillas mirando sus mudos zapatos. Nunca

    supimos lo que en ellos buscaba, porque nunca dijo nada, era arto extrao engullendo

    su silencio. Recuerdo; el otoo dominaba y en las calles se aburran las hojas cadas,

    aquellas calles que fueron la sntesis de su vida, y, las que lo tenan atrapado sin

    estarlo o donde se senta correr sin hacerlo. ltimamente se lo vea un poco mas

    encorvado y avejentado, con sus ojos llenos de viejos recuerdos escondidos en sus ojos

    impregnados de ausencia.

    As fue, como lo vi la ultima vez, su imagen alejndose tal vez, hacia su fra realidad.

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    Breves narrativas 10

  • Don Simplicio y un tal Samaniego Todos le escuchaban atentamente con asombro y curiosidad creciente.

    Pero si don Simplicio hubiese observado las caras de la improvisada audiencia, se

    habra dado cuenta de todos los ojos casi llorosos por la mengua de tanto parpadear

    prestando tanta atencin. Pero nada de eso poda suceder ya que don Simplicio era un

    hombre bastante entrado en aos y con una severa discapacidad visual. Contaba que

    una noche muy cerrada de noviembre. Lleg un tal Samaniego. Lleg como tantos

    otros al pueblo: montado en un caballo tordillo. Se le notaba cansancio en el rostro,

    lleno de polvo y con aspecto de que haba andado muchos caminos. Era de estatura

    mediana, desbordada barba que le cubra casi todo el rostro, una gran nariz y como

    era orejudo usaba un sombrero bastante amplio atado con un barbiquejo por debajo de

    la barbilla, que le caa pronunciada sobre su pecho. Desensill, y amarr su caballo en

    una sencilla caballeriza con paredes de agrietado barro, que se encontraba a la salida

    del pueblo. Comenz a caminar dejando atrs aquella caballeriza, y la imperiosa

    necesidad de beber algo, lo llev hasta el boliche de doa Pancha. Una mujerona

    especie de matrona, que decida que se deba hacer o no hacer en su boliche.

    Al fin, y, al cabo, los parroquianos haban terminado por aceptar su liderazgo de

    manda ms. Al entrar en el boliche le pareci que nadie advirti sobre su presencia.

    Sin dilacin acerco arrastrando una silla a una de las mesas, arrancndole un spero

    chirrido, rompiendo as un poco la pesada modorra de aquel lugar sin que nadie diera

    vuelta su cara para saludarlo, y, ni el ms mnimo gesto de bienvenida. No le hizo

    mella a su espritu!. De todos modos, aquella fra indiferencia le permiti, que nadie de

    los de all presentes advirtieran su empobrecido aspecto. Aquel tal Samaniego, que

    llegara aquella cerrada noche de noviembre, se instal en un cuarto lleno de telaraas

    que quedaba a las afueras del pueblo. El intenso olor a humedad que inundaba todo

    aquel vetusto cuarto se le pegaba en la ropa, sofocndolo. Miro al final de la calle, y,

    observo un bulto negro. El bulto no hizo ningn movimiento, pero una rara e

    inquietante sensacin le termin turbando los pensamientos. Al volverse sobre sus

    pasos se encontr con algo que le hel la sangre. Unas profundas y vacas cuencas

    fijamente clavadas en l. Un sabor acido sinti en sus labios. Su rostro se ahog en un

    ro de sudor frio. Su cerebro se nublo por algunos segundos. La sangre le lata

    vehementemente en las venas, y, el corazn querindosele escapar del pecho en medio

    de la oscuridad y el silencio.

    Aquellas profundas y vacas cuencas, avanzaban hacia l, traspasndole su cuerpo

    perdindose en la oscuridad. Permaneci quieto sumido en un laberinto de

    interrogaciones y dudas que le surgieron repentinas, todas arropadas de misterios

    fustigndole en el fondo de su cerebro transformado en una maraa de dudas.

    Quizs la suerte de aquel hombre, en cuya alma se ocultaba al parecer, algn oculto

    misterio. Esto es lo que le o contar a don Simplicio sobre aquel tal Samaniego. A pesar

    de ser un hombre de pocas palabras, don Simplicio tena una buena verborrea para

    llegar a la gente cuando sacaba de entre los recuerdos amargos de su vida, alguna que

    otra historia de aparente credibilidad que guardaba a un costado de la memoria..

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    Breves narrativas 11

  • Cuentan (1) Cuentan los abuelos; que hace mucho tiempo, la luna que colgaba del profundo

    hueco de la noche, reluciente como un fanal, inslita, os zafarse de los goznes del

    cielo, y, bajar a la tierra confiscndole al diablo el carnaval. Tambin, cuentan que la

    vieron bajar mgica, diosa silente, con su blancor almidonado. Blanca, palomica*

    altiva, y, se dej caer sobre el pecho fraternal de los patios, donde la vejez de la siesta

    anda con sus pies descalzos, y, la albahaca suelta su perfume, galopando al naciente

    en busca de pretritas vidalas. Cuentan los abuelos; que hace mucho tiempo, la luna,

    revel al coplero su sempiterna condicin coplera y ancestral. Y, siguiendo el hilo del

    relato y la pedagoga de los abuelos. Cuentan qu, ofreci su csmica hondura

    vidalera** y prest su vientre fecundo como parche, para que los changos*** alegres

    de vino y albahaca, lo tinqueen con sus dedos y estiren la vena de su alma en cada

    latido de la chirlera.**** -Cuentan que romntica arda, cuando glosaba y abra las

    puertas de sus coplas, para que entraran en el corazn de los copleros! Tambin

    cuentan qu, desde tiempos inmemorables, la luna, anda recogiendo de las vidalas****

    su memoria y, en bsqueda de las coplas perdidas que nadie escuch. Ciento de

    coplas! rescatando de ellas, el resumen de su bsqueda y de su soar antiguo. Cuentan

    que la vieron trepando el aire dulce de los algarrobos. Ttem de la raza diaguita,

    primigenia!

    Y que caminaba descalza por mil ventanas de arena, hinchando su pecho csmico y

    misterioso, emanando su energa luminativa***** y vibrante. Cuentan que traa en el

    pecho, coplas arraigadas de cuanta. Las coplas, para que tomen su vuelo, y, su

    corazn, para que los changos lo guarden en cada vidala! Dicen qu, cabalgaba

    resplandeciente sobre el lomo de una vidala, cantando coplas que vienen desde el fondo

    de los siglos, para que permanezcan en el sagrado silencio de los deshojados sueos de

    las piedras. Cuentan que la vieron en los vesperales de las tardes msticas. Por el valle

    erguido del antiguo paraje agreste del ramaje informe y ceniciento de las retamas. En

    nuestra conciencia queda, de los abuelos el relato. Una tarde azul de romero, la vieron

    bajar por ltima vez, y, que oyeron cantar un rosario de coplas a su enamorado

    coplero, que viva, a la orilla del aviejado carnaval. /Tengo una copla en mi garganta/

    /una vidala que canta en mi sangre/ /y un gajo de albahaca que aroma/ /Pero ese gajo

    de albahaca que aroma/ /y esa vidala que canta en mi sangre/ /no canta ni aroma

    como mi luna/. Porque no hay luna, como la de febrero, y, porque las cajas estn

    hechas de ti, llevan tu nombre en su versin de parches y chirleras.

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    Breves narrativas 12

  • Cuentan (2) Cuentan que aquel anciano de la comarca, repeta aquella historia tejindola

    pausadamente, a medida que avanzaba con su relato como si fuera la primera vez.

    Aquel anciano comenz a relatar, lo que guardaba quien sabe y desde cuando, en lo

    recndito de su memoria. Aquello, que la luna repentina en su aventura lirica, bajaba

    con su tropa de coplas desde el antiguo e inmenso territorio lunar, dejndose, resbalar

    en gotas por las colinas del espacio, difundiendo su claridad melanclica hasta la

    cenicienta hondura de los valles transversales. Y, que desde la esfera celeste

    contemplaba hace siglos, la gnesis de las vidalas. Cuenta el anciano, que la luna

    desprendindose del tejado del espacio, teja su silente hilo sobre el arenal, sembrando

    la vid de las coplas. Inmensa, con su susurro csmico, hurgaba en la piel de las

    piedras, y, sobre una legin de cardos de gestos silenciosos, erguidos y curtidos por los

    vientos. Cardos atalayas del ptreo mundo de los cerros. Muchas veces muriendo sin

    producir un solo sonido.

    Cuenta que la luna, tal vez! tendra algn mstico designio, cuando une su azogue

    vientre con el parche de las cajas, dndole elocuente idioma de msica! vertiendo en el

    terreo sitial, inslitos compases golpeteando con la guastana del viento, entregndose

    en pueblo y territorio, afirmando su existencia milenaria dejando hachones de luz.

    Contaba; que la luna bajaba hasta los lmites de los patios, en donde se mecen los

    crdenos malvones. Tambin, en forma de lmpida paloma, posndose en los balcones

    como una serenata enredndose en las sienes de los algarrobales, cuando vibra su

    cuerda de danzar la chicharra.

    O en vsperas del ngel blanco de la harina, o cuando todas las penas se cancelan con

    el vino cansado de crepsculos. Ella, bajaba a beber, en las jarras de los vidaleros,

    ayudndoles a apagar ese fuego apretado en las gargantas enardecidas, y, escoltadas

    por la nostalgia de alforjas vacas, de querencia y heredades.

    Cuentan que aquel anciano; sola sentarse en una vieja silla de esterilla,

    y, en sus labios, se mova fluido el lenguaje.

    Vidala -Una forma de composicin potica, que generalmente

    se acompaa con caja y guitarra.

    Guastana -Voz quechua, palillo percutor, forrado en un extremo, para hacer sonar la

    caja.

    Vidalero -Palabra que se usa para denominar al que canta vidalas

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    Breves narrativas 13

  • Como ola el patio Como ola el patio de doa Hermenegilda!

    Sobre sus baldosas se sacudan los recuerdos y le suba liberada aroma de

    azahares en aquellos atardeceres chorreantes de malvones rojos y de geranios

    buscando un horizonte de albahaca, tomillo y romero. Como ola aquel patio!

    asomndole urgente un olor a lilas y el ecumnico frescor eterno de los rosales

    enardecidos. Como ol aquel patio, con la perfumada quietud de las glicinas!

    Como ola aquel patio ajardinado de verdes y silenciosos jazmines!.

    La hiedra milagrosa que plantara la abuela, trepndose por sobre la tapia y

    traspona los linderos de las hortensias..

    Como ola el patio, fluyendo agreste con olor a vid y aroma a pan casero. All en la frontera del patio, all, la intima sombra de la higuera con sus azulinos

    higos, donde hacia nido la luna y los pjaros se columpiaban picoteando el corazn

    purpura de los higos. All donde el aroma de las lavandas que crecan protegidas

    bajo de un gran ventanal que daba de lleno sobre los parpados del patio donde

    dorma la ltima estrella. Viejos olores seculares que cruzan la esquina de mi

    memoria llevndome a los aromas conocidos de mi casa paterna, donde

    compartamos el pan las canciones y el vino. Fragancia evocadora de los secretos

    ms ntimos y aquel color familiar de las ilusiones y de las tristezas que alguna

    vez las escondiera en las hojas amarillentas que el otoo deja.

    Recuerdo a doa Hermenegilda detenida al pie de la enredadera que antiguas

    paredes escalaban, mientras sus ojos se iban detrs del rito de la tarde.

    ---------------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 14

  • Almacn de don Pascual Rescato fragmentos de mi memoria de aquel tiempo

    de la infancia y recuerdo a don Pascual, parado detrs del mostrador

    de su almacn, que estaba en frente a la vidriera de don Humberto, a media

    cuadra de mi casa. Aquel barrio poco iluminado con algunos focos

    protegidos por una especie de platos dando luz a la calles.

    Se entraba a su almacn, por la esquina donde estaba la puerta principal.

    Un largo mostrador de madera muy oscura a lo largo del local, con una balanza

    de platillos donde se pesaba los productos sueltos, usando una cuchara de metal.

    Varios frascos de vidrio como caramelera de dnde sacaba puados de caramelos o

    alguna que otra golosina que nos daba como yapa. Una pequea atencin para sus

    clientes ms pequeos. .

    En tropilla me asaltan los recuerdos y mi memoria se detiene frente al viejo almacn.

    Cierro los ojos y lo veo, boina bord tapndole a medias una cabellera entre cana.

    Tiradores y una faja de color negro adherida a su cintura. Fumaba eternos cigarros

    como sus recuerdos que se quemaban en sus dedos cortos y regordetes. De baja

    estatura, cara redonda, cuello corto, algo inclinado hacia delante los hombros, y, sus

    ojos bien abiertos como con asombro. Sus costumbres eran sencillas, las que trajo de

    su tierra. Siempre estaba alegre desde muy temprano a la maana, preparndose para

    saludar y atender a sus vecinos con la paciencia de artesano.

    Entre el trabajo, el mostrador, amigos, vecinos, la discrecin y hasta el chisme

    dosificado iban pasando sus das. All estaba, preguntndose cmo ser su da esta

    maana. No solo atenda el almacn. En sus ratos libres despus de atender a sus

    clientes que muchos de ellos se quedaban a conversar con l, se sentaba en una silla

    que estaba al costado de una ventana, apretando fuerte los recuerdos de su tierra

    agazapados en la retina de su memoria. El haba llegado a esta tierra escapndole a la

    miseria. Nunca dej de soar con la vuelta a su pueblo, aunque la distancia quiera

    quitarle ese sueo de su mente.

    Cuando cerr su almacn para siempre, para el barrio no muri, porque sigue viviendo

    en m y, en todos aquellos que compartieron sus vidas, con aquel almacn de don

    Pascual.

    ---------------------------------------------------------------------------------------------------

    Breves narrativas 15

  • Religiosidad Veo a doa Piedad, grave, silenciosa, tocada con su negra mantilla,

    pasar de una en una las cuentas de su rosario, cuando reuna en un

    pequeo oratorio de su casa a todos los vecinos, y rezaba junto a ellos

    con silenciosa religiosidad ponindole a cada una de sus palabras,

    matices de piedad y ternura. Su inocente simplicidad era tal, que trataba a los vecinos

    con bastante familiaridad y otras veces solucionaba cualquier necesidad procurando

    remediarlas. En esto consuma parte de su vida! Eran muchas las ofrendas que traan

    los devotos vecinos, que se acercaban atrados por los favores que les obraba la virgen,

    encomendndose en sus oraciones. Su ms cristiana humildad reflejaba en sus

    sonrojadas mejillas. En su frente, la serenidad del espritu y en sus plurales ojos, cierto

    fulgor apacible de caridad y sentimientos piadosos trazados en la senda de su vivir.

    El oratorio de doa Piedad, tenia plantas y flores en varios jarrones de porcelana.

    Una ventana dando al jardn, de donde se vean crdenos malvones y rboles frutales

    poblados por una vocinglera de pjaros. En semana santa adornaba el ara donde

    colocaba a la virgen, cubrindola con manteles blancos, jazmines, tempranas rosas y

    varias velas de cera ardiendo. Las paredes del pequeo oratorio donde estaba el altar,

    una enorme cruz de algarrobo. Era la cruz, que llevaron en andas todas las

    procesiones durante muchsimos aos los vecinos. Cuanto ms devocin por Dios, ella

    senta, era ms favorecida, pero a la vez con ms sagrada obligacin de cumplir

    dolindose de los males y las desgracias del prjimo. Su vida era regular y tan

    montona que sus das no se diferenciaban con otros das. Eran como un hechizo de

    paz que se agitaba en su corazn y su mente, resultando ser lo ms intimo y esencial

    de su vida. Entrada en aos, ella enfermo, pero con el tiempo suficiente para

    encomendarse a Dios. Vivi algn tiempo despus de su enfermedad, casi sin la plena

    lucidez de su memoria. Permaneci en su largo silencio religioso y muri.

    ----------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 16

  • Un poco de tabaco y una copita An recuerdo a don Rafael, con una sonrisa queriendo asomar en sus

    labios pero era tan solo una mueca. Lo veo sentado en el patio debajo de

    la parra mascando tabaco, vieja costumbre de toda su vida que a veces combinaba

    con cigarros de chala y una copita de vino. All estaba en su patio, era un habitante

    secular sintiendo latir sus races debajo de sus pies. Su memoria atesora recuerdos que

    le han quedado grabados como un fogn encendido en su sangre, mezclado con aroma

    a tabaco. Don Rafael, hombre de mediana estatura, flaco, huesudo, y, sus manos

    ajadas de tiempo. Facciones rgidas y una arruga profunda en su frente golpendole

    sus ojos con inusitada fiereza. Respira pausadamente, sus pupilas le hacen guios a la

    maana, que contemplan el estallido ferviente de los rosales, junto al perfume

    apretado de los jazmines en el huerto.

    Habla despacio, su garganta arrastra emociones acumuladas en su pecho.

    Es que el tiempo le toca el hombro trayndole los momentos vividos hace mucho.

    Luego se levanta, camina lento arrastrando los pies y los aos desgastados. Su rostro

    mira desde la soledad eterna juntando y mostrando su alma poblada de ausencias, las

    que lleva como nica compaa con su corazn golpetendole detrs de sus costillas.

    Todos los das cuando el sol envuelve la media maana, all se sienta, fuma y con su

    tos spera ronquesina, arranca esputos de sus pulmones. Don Rafael, recuesta en la

    silla su espalda encorvada y mira hacia el huerto rejuntando el verde en sus ojos,

    presta odo a los pjaros que andan husmeando por l patio y pone un nio en su

    mirada cansada. Corran los ltimos das de mayo y se encontraba caminando

    lentamente por el patio, el viento, saturaba con el olor meloso de los naranjos en flor,

    matizado con el canto chirriante y montono de los grillos. Y asindose a la ultima luz

    del da, murmuro con respiracin entrecortada y ronca tan solo me queda, el aroma

    del tabaco y el sabor dulzn del vino que siempre estuvieron conmigo!. *objeto ruidoso

    ----------------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 17

  • Anselmo residente de la copla Anselmo llegaba con su osamenta montada en ancas de un viejo

    burro pardo. Sombrero bastante calado y su humilde caja vidalera.

    Traa consigo muchas lunas vividas, residiendo junto a su costado.

    Quin sabe cuntos carnavales a cuesta! Llegaba con el ritmo de su

    corazn en el parche, junto al encantamiento de su caja que se vuelve luna

    convocando vidalas golpeteando a ms no poder con la guastana, la

    energa rtmica de la vida metindose en el corazn mismo de la copla.

    Como cada verano, Anselmo llegaba, como las algarrobas humildes cuando reciben

    trozos de sol. Llegaba como los calores de enero cuando exhuma sus primeros sudores

    veraniegos.

    Cuando las algarrobas de madura dulzura pintaban en los algarrobales para las

    chicharras cantoras y para los copleros que sazonan en lluros de coplas sus dulces

    vidalas. Con su caja humilde llegaba, y su voz desgarraba un antao dolor de sus

    abuelos.

    Aquellos que le contaban historias sobre sus otros ancestros, artesanos del sol al

    sur de la memoria. Anselmo arreaba coplas aejas, tambin vidalas recin cortadas.

    Su contextura mediana, su piel oscura curtida y en sus manos arrugas labradas a

    golpes de vida pobladas de tiempos vividos y los secretos caminos que llevaba en su

    interior.

    Muchos surcos abiertos por sus sarmentosos brazos, su espalda encorvada de tanto

    abrir acequias dadoras de agua con la que el regaba.

    Anselmo hablaba por sus vidalas de guijarros y de pjaros, aletendole coplas en la

    comisura de su alma, cuando el sibilante anuncio de sus coplas, crecan en su pecho

    bajando por el camino del viento cubriendo distancias de vidalas. Anselmo que vena

    como cada febrero, como cada febrero se iba abrazado a su caja, inclinando su cabeza

    nevada por el ngel de harina y se dejaba llevar por el amarillo sopor del verano.

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    Breves narrativas 18

  • Patios donde la abuela Rosario (A doa Rosario de la Vega)

    No s porque, nuestros recuerdos de la infancia, estn ligados

    a los patios? Esos que olan a madreselvas en flor, donde el sol pona

    su punto de referencia en el tiempo, y, se colaba por entre la parra.

    All, donde la abuela Rosario, manipulaba macetas y canteros cuajados

    de malvones que venan por pocas y algunas plantitas de yuyos medicinales.

    Ella saba, sobre las virtudes de esas plantas para curar tal, o cules dolencias.

    Su patio, terminaba en un tendedero donde la ropa quera escaparse con el viento.

    Hacia el fondo de la casa, un horno de barro. A all, horneaba su pan de esperanza. En

    sus manos, aquella pala enorme de madera, a la cual manejaba con energa, para

    meter y sacar el pan dorado y sustancioso de vida. As es como la recuerdo!

    Patios que nunca se han ido, todava en ellos, sazonamos recuerdos, porque

    siguen estando todas las noches de luna. Yo s, que el patio me habla cuando salgo a

    buscar los recuerdos, encontrndome a m mismo, y, que la abuela an, se preocupa

    por sus jazmines, el reverdecido huerto con parrales e higueras, reventando en brotes

    y yemas.

    Patios, donde la abuela teja y desteja sus sueos, volviendo por la vereda de los

    recuerdos en aquellos profundos atardeceres, cuando la primavera habitaba en su

    cabellera. Quin no ha jugado alguna vez? En el paisaje de los patios de la eterna

    infancia. Quin no ha pintado a su manera? Ese paisaje, cofre de tantos recuerdos,

    que le pellizcan a uno en la piel de la memoria abrumando el pensamiento. Es que la

    nostalgia, corre por el valle abierto del sentimiento. Viejos patios, que le siguen

    hablando a mi memoria, como recordndole el trajn de queribles voces que ya no

    existen. Patios! en donde la abuela Rosario, tena un bosque de recuerdos y algunos

    misterios. Hoy, el viento melanclico y cruel, arrebata de nuestras manos, los das

    azules de la infancia y de la abuela Rosario, SUS RECUERDOS.

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    Breves narrativas 19

  • La puerta La maana se desgajaba en trinos entre los rboles. Los pjaros se agrupaban como

    resistiendo al sol y al verano que avanzaba intenso desde el horizonte imponindose

    sobre todo, lo que encontraba en su camino. Calles y veredas, y, algunas moreras con

    su sombra proyectndose hacia la calle como presagiando lo que habran de soportar

    esa maana de diciembre. Unos changos corriendo desaforados detrs del ruidoso

    carro del gordo de la leche, tratando por todos los medios de colgarse. Todo ese

    alboroto, a Humberto no lo distrajo e indiferente cruz la calle, se detuvo frente a la

    puerta de algarrobo de dos hojas y luego entr donde alguna vez fuera su casa. Camin

    por el largo zagun de baldosas floreadas hasta la vieja galera que limitaba con el

    amplio patio que en un tiempo fuera de ladrillos. El sol pegaba de lleno colndose por

    una de las ventanas que dan al jardn.

    Se escuchaba el chirrear agudo de algunas chicharras y como un cuchicheo el trinar de

    los tordos en la tala que estaba a un costado del fondo de la casa..Con paso cansino

    camin por el patio y se dirigi hasta debajo de la tala que cortaba los fuertes reflejos

    del sol donde se qued por un rato. Luego, volvi nuevamente por el patio y fue hasta

    el dormitorio que en otrora era de sus padres. Sin saber porque! abri el viejo ropero

    de madera que todava se encontraba a un costado de la cama. Despus de unos

    minutos, sali del dormitorio un tanto cabizbajo y pensativo en direccin a la cocina,

    all, donde por mucho tiempo se preparaban los ceremoniales preparativos para el

    mate con cascaritas de naranja que disfrutaba junto a su madre. Recorri lentamente

    con sus pensamientos, todos los rincones de la casa como buscndose en el tiempo.

    Pero nuevamente volvi en direccin al zagun por donde haba llegado. Abri la

    puerta de dos hojas tan altas como su tristeza y se qued pensando en silencio. Luego

    traspas el umbral y sali a la calle, su figura se recort contra la calurosa claridad de

    la maana. Cuando en lo que fue su casa no encontr nada, ah se dio cuenta que

    haba muerto su corazn.

    -------------------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 20

  • Magia Una quietud cargada de silencio emborrachaba los limites

    del pensamiento, para perderse sigilosamente en la soledad

    oscura de los recuerdos. Comenc a recorrer con mi memoria, las calles y

    aquel viejo parque Sarmiento con sus rboles aosos, enmarcndome tantas

    tardes. El Monumental, el nico cine de otrora. Y me enred en la nostalgia

    con las ganas del regreso, en una pelcula repleta de fantasa, para disfrutar

    aquella magia que refulga hormiguendome los ojos y la mente bailando en

    miles de escenarios de ilusin.-----

    Aquella vieja calesita de don! su nombre no recuerdo, donde gambeteaba

    presuroso la sortija. En la esquina de mi casa, la verja blanca con malvones

    y margaritas, desprendiendo sus aromas. Ah, esa magia respetuosa del pasado!.

    Trasladndome en el tiempo, me encontr, correteando detrs de una pelota,

    con los changos de mi barrio, y, con la honda colgada al cuello persiguiendo

    lagartijas, en el deshabitado silencio de las siestas.

    O colgado de algn carro alejndose, con el cansino andar de su caballo,

    dejndome caer de cansancio sobre alguna vereda jugueteando con mis

    pies, sobre el lomo caliente del asfalto.

    Yo, con una difana sonrisa de nio feliz!.

    Los enredos de aquellos das largos de aventuras, vigilantes

    y ladrones, bajo un festival de tordos enardecidos de verano.

    Tantos recuerdos! corriendo por las races de mi sangre, como agua

    de un ro atormentado. Qu habr sido de aquella mirada de nia

    inquietante hoy, me pregunto sutil?

    Con ausencia de tiempo, y, espacio, no puedo dejar caer en olvido,

    ni dejar de preguntarme. Por qu? aquello que fue mgico, tiene que

    extinguirse. Me qued en silencio, y, una brisa me chocaba la cara

    que ola a aroma de mi pueblo lejano.

    --------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 21

  • Casimiro el herrero Todava el da no se haba ido y la noche olvido su hora de llegada.

    Casimiro segua en su taller con su torso casi al desnudo, cubierto por delante

    por un desgreado mandril de cuero y unos viejos zapatos quemados por las

    escorias calientes. Con una maza rustica y pesada entre sus manos rugosas y

    duras, golpeaba en el yunque el rojo metal que de la fragua sacaba con frecuencia,

    dndole as, rigor y la forma al forjado.

    Arte tan antiguo, rustico y artstico. Sus manos guarnecidas de callos,

    saban de temples y el arte de moldear el hierro con el fuego y el martillo.

    Cabellera toda revuelta, sus sienes cenizas, sus msculos tersos, siempre baado en

    sus sudores y el gesto adusto cada vez mas marcados por los aos y tostado por el

    fuego que aviva el jadear asmtico del fuelle. Una humilde herrera que hered de su

    padre, habitad donde aloja su fragua, Dos martillos grandes y uno pequeo, pinzas

    para manipular el metal candente. Un rustico fuelle de cuero y madera, para avivar la

    combustin de la hulla. El yunque encajado, sobre un grueso tronco de algarrobo, una

    muela de afilar de unos treinta o cuarenta centmetros de dimetro que manejaba con

    el pie y montones de herramientas que para l, eran poco menos que imprescindibles,

    mas su manera sencilla de trabajar en el forjado de las piezas. Una geografa lgubre

    negruzca, causada por el humo ennegrecido de la fragua y el olor ocre en el ambiente.

    Una mezcla de hierros candentes y sudores, un pequeo imperio del oxido. Despus de

    haberse apagado sus carbones por ltima vez, todava resuena en mi memoria el

    sonido del martillo golpeando sobre la bigornia, marcando el ritmo para dar forma a

    las piezas y aquel extrao resuello que sala de la fragua impregnada de chispas

    llenando de estrellas los das. Casimiro, seor de forja y martillo y la rudeza de sus

    brazos que sacan chispas de gozo y esperanza al dominar el hierro.

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    Breves narrativas 22

  • La dama misteriosa En ese entonces, mi pueblo con su escasa edificacin, no era ni grande,

    ni esplendoroso. Solo amistaban, caserones liados armnicamente con la

    poca. Conservados patios, refugio de la grata aroma y el aliento

    de malvones florecidos. En uno de esos caserones, viva don Jos, conocido ms por su

    mote don Pepe!!. Un hombre bonachn y muy amigo de hacer favores. Sola trabajar

    por las noches de sereno, en el viejo cementerio. Se cuenta que, fue una noche, en que

    la lluvia mojaba a raudales las calles empedradas y un fuerte viento azotaba calando

    profundo hasta los huesos. De su chaleco extrajo un antiguo reloj de bolsillo que

    siempre llevaba consigo. Las manecillas anunciaban, que algunos minutos faltaban

    para que dieran la medianoche. Envuelto en un poncho pullo, bastante traqueado por

    el tiempo, y en su cabeza una gorra de lana. Comenz a dar los primeros cabeceos

    sentado en un banco, apoyando sus brazos ovillndose en una mesa. Se hallaba

    ensimismado en tratar de conciliar el sueo, cuando se le fue acercando una mujer,

    toda vestida de negro, preguntndole por una persona y pidindole que la acompaara

    hasta una supuesta sepultura. Le pareci extrao como llego hasta all. La puerta del

    cementerio estaba cerrada y ms extrao an porque esa sepultura no exista. Don

    Pepe, era un antiguo morador de mi pueblo y le llamo tanto la atencin, no reconocer

    a la mujer tan extraa vestida todo de negro, solamente fue escuchar su voz. Su voz,

    era como una spero susurro. Su rostro nunca pudo ver, cubierto por una especie de

    mantilla muy oscura. Don Pepe se puso de pie, y quedo un rato quieto observndola y

    luego sin pronunciar palabras, hizo un ademan pidindole que lo acompaara. Y,

    comenzaron a caminar lentamente por las calles empedradas del viejo cementerio,

    zigzagueando algunas sepulturas, sin ms compaa, que el susurro rito del silencio.

    Despus de haber caminado un buen rato, la mujer le pidi que se detuvieran, y que la

    dejara sola, requirindole a la vez, que nueve noches tendra que acompaarla. Sin

    asentir, y mucho menos, dar una respuesta, la dejo, y regreso hasta su lugar de

    siempre, con temor y preocupado por la identidad de la mujer. Nueve noches, y sin que

    don Pepe se percatara de la identidad de la mujer. La ltima noche, de aquellas nueve

    noches, estaba deshabitada de murmullos y tan fra como la blancura azogue de la

    luna y el viento calaba hasta el tutano de los huesos. Fue, cuando la vio salir la

    ltima vez, por la puerta mayor del viejo cementerio, persignndose en un actitud de

    oracin. Al fin don Jos, respiro pausadamente tranquilo y se santigu vindola

    desaparecer a la mujer toda vestida de negro entre el casero, y un extrao escalofro

    recorri todo su cuerpo estremecindolo.

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    Breves narrativas 23

  • Los dos nios Se echaban al vuelo las campanas de mi pueblo, anunciando a los fieles

    los oficios litrgicos. Sus sones de bronce, se esparcan desde su campanario,

    y una multitud de creyentes congregndose, en la plaza principal, junto a Allis* y

    Alfreces promesantes. La procesin de San Nicols de Bari y el Nio Alcalde,

    pronto a encontrarse frente a la Iglesia Catedral. San Nicols, que reverencia

    al alcalde del mundo, mientras los Allis, entonan un canto tradicional.

    Un personaje de mi pueblo apodado el Nio era capturado por un sol que

    morda vidamente con sus rayos, cayendo perpendicularmente sobre el perfil

    de ese medioda.

    Siempre sentado en una silla de ruedas. Lleva una chaqueta y una camisa color

    arena y su pelo que no vea un corte desde haca mucho tiempo.

    Cuando supo que la procesin comenzara, sus piernas temblorosas comenzaron

    a hamacarse en la silla y su corazn como si hubiera estado contenido durante

    largo tiempo, rompi a golpear con fuerzas conmoviendo sus sentidos.

    Celebrara, el encuentro con el Santo y el Nio, ese treintaiuno al medioda!

    Se poda escuchar voces interminables y acompasadas que coreaban alternativamente

    lo promesantes. Los Alfreces con sus estandartes. Una especie de lanza forrada de tul,

    con una cruz y una decoracin de cintas multicolores. Los Alls, un sequito de

    promesantes, ataviados con una especie de escapulario, adornado con espejos en

    el pecho, y en la espalda. Ajustada en su frente, llevan una vincha adornada con

    cintas de varios colores.

    La luz del medioda, pegaba rebotando majestuosamente sobre los rayos de las ruedas

    de aquella silla que llevara tantos aos aquel otro Nio con sus manos agrietadas de

    tanto hacerla rodar. Esas manos fras, que supieron la crudeza de los inviernos

    repartiendo algn diario y en el surco de su frente cuyo interior cobijara tantas

    leyendas y recuerdos.

    Ya cuando el sol empujaba su ltimo da de diciembre, regresaron todos a sus lugares.

    Pero en mi, qued grabado, algo que nunca olvidare, casi como un murmullo,

    Lo que aquel otro nio cantaba. Achalay mi nio achalay** mi santo!

    **interjeccin para expresar admiracin.

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    Breves narrativas 24

  • Santos y su carretilla

    (Santos la polenta) Un inconfundible sonido latoso se dejo or precediendo a la

    aparicin de Santos. Santos, corra con el cuerpo inclinado hacia adelante

    balancendose cuesta abajo por el espinazo de la calle en direccin del centro

    del pueblo con su carretilla que estaba incorporada a su persona,

    como haciendo su entrada triunfal.

    Resoplando como un bufido de animal, Santos se detuvo al fin.

    Vi, como se sentaba a la orilla del cordn de la vereda. Ah cerquita no mas,

    la carretilla.

    Luego saco de su camisa rada una estampita, mientras una lgrima rodaba

    Por su mejilla. Le dio un beso y luego devotamente la guard en el bolsillo.

    Me acerque hacia l, y alcance a or su agitacin entre cortada y con sus ojos tan

    chiquitos y profundos, me miraba como estudindome, mientras que con sus dedos

    mesaba distradamente su incipiente barba envejecida. Por un momento se me quedo

    viendo, hurao y desconfiado. El era un hombre algo enigmtico, hablaba con frases

    cortas, separadas por silencios llenos de angustias.

    De pronto, tomo un puado de aliento, se puso de pie y comenz a correr poniendo

    en marcha un escndalo de chapas de su carretilla y, yo, no pudiendo entender lo de

    su porfa. Arranc velozmente, acompaando su carrera desgaitando palabras, sin

    que yo pudiera or lo que deca por el latoso ruido!. Pareca blasfemar porfiadamente,

    siempre lo mismo, mientras con sus manos sujetaba la carretilla, acelerando

    demasiado su carrera para que nadie intentara seguirlo. Donde haba estado sentado,

    dejo dibujado con su mano, la forma de un gran corazn. Solo entonces comprend,

    aquel balbuceo de palabras que salan como gargajos de sus labios. Cabizbajo y en

    silencio asent, que su mensaje realmente me haba conmovido. En tanto que su figura

    se alejaba, me qued observando el ral que siempre acostumbraba. El de deambular

    por las calles de mi pueblo.

    Maana quizs, podamos verlo o escucharlo, con un silbido en sus

    labios.

    Su imagen corva, contrahecha y su carretilla adelante acompandole sumergido,

    en algn agnico ocaso.

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    Breves narrativas 25

  • Aquella tarde Aquella tarde, comenzaba a despojarse de sus luces. Recuerdo,

    se torno fra! mientras recorramos quizs por ltima vez las

    calles y veredas vacas de lo que ayer fuera el viejo bulevar.

    Aquella tarde de una anchsima soledad asida a la mano de un

    dejo indefectible de melancola. Hablbamos un lenguaje nico

    de miradas y caricias, solo ensordecido por nuestro silencio, tal vez,

    pensando en nuestra despedida. Por un rato, dejamos de caminar,

    nos pareca que alguien nos segua, nos volteamos para mirar y a nadie

    vimos, pero si, escuchamos, una voz que nos deca Por qu tanta

    adolescencia entristecida? nuestras manos se apretaron estremecidas.

    Despus de un largo rato, nos dimos cuenta de que no estbamos tan solos.

    Esa voz era el amor que aun en nosotros exista, ese rescoldo que humea en

    nuestras almas, como un tizn siempre encendido. Y nos dejamos llevar!

    Esa tarde, nos emborrachamos de alegra, nos reamos recordando cuando

    por primera vez, nos confesamos uno al otro lo que sentamos.

    Aquella tarde, caminamos con las manos entrelazadas como dos nios.

    Que era feliz como en un susurro se lo dije, ella me sonri. Nos detuvimos por

    un momento en medio de aquel viejo bulevar y mirndome con aquellos ojos

    color miel, me haca saber todo lo que por mi senta y yo, me estremec, como

    si se me desmoronara el mundo.

    Despus de aquella tarde, en poco tiempo nos habamos distanciados,

    nunca ms, supe de su vida. Hasta que un da me enter de su muerte.

    Una maana cuando me cruc por casualidad con una amiga que tenamos en comn,

    en aquella plaza donde solamos conversar y sentarnos debajo del aoso jacarand.

    Desde aquella tarde mi alma se ha quedado vaca.

    ----------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 26

  • Viejo algarrobo de mi casa (A la memoria de mis viejos) Hace mucho tiempo en medio del huerto donde mi madre cuidaba

    sus plantas de aquel antiguo casern donde nac y, crec construyendo

    el mundo de mi infancia, bajo la exacta conjuncin del sol, haba un

    algarrobo de hojas compuestas con muchos aos a cuestas y su

    tronco torturado por el tiempo. Hoy, es tan solo un lugar en donde tirita la

    soledad, que se ha vuelto dura espina de cardo. All, donde el inicio majestuoso

    del verano, los coyoyos sembraban con su voz morena, haciendo florecer y

    madurar las algarrobas. Abrazado tantas veces a su tronco, lo desbordaba con mi

    madeja de sentimientos y permaneca horas debajo de su aoso universo encantado

    de duendes y mgicos seres. Territorio, donde aleteaban mis sueos como buscando el

    signo de mi destino.

    Recuerdo un sendero que se bifurcaba hacia la enramada de la tala de aosas

    ramas retorcidas y sobrepasando la tala, haba una higuera con sus gajos grvidos

    de azulinos higos. Que poco viv en la casa! donde el algarrobo estaba tan arraigado

    a la hondura de aquel huerto, como tan honda es mi nostalgia. Hoy, ya no sigue

    oteando su altura aquel lugar fantasioso y aduendada geografa que en otrora

    habitaba mi niez. Ni tampoco el huerto de mi madre, ni mi ayer, abrazndose con

    las doradas tardes de setiembre. Desde abajo lo miraba asomndome al asombro, y, en

    el sopor de las siestas teja sueos con mi imaginacin, que eran, como largas hebras

    de rieles cruzando y parando en cada estacin. Aun sigo buscando entre los recuerdos

    esparcidos, aquel huerto donde estaba aquella sombra bienhechora.

    Pero tan solo encuentro fragancia de tristeza, un perfume de la ausencia,

    y en mi sangre siento, el epilogo de aquel rbol derrumbado.

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    Breves narrativas 27

  • Una versin de mi mismo Un grupo de recuerdos jvenes, corre de un lado a otro de mi memoria.

    Voy a intentar reflejar ms con mi memoria que con mis sentimientos,

    pasajes y recopilaciones de algunos acontecimientos decisivos que estuvieron

    siempre acurrucados dentro de m. Cuasi un guion donde encontrarn, detalles

    y formas de cmo escribo. Brotan de la boca de mi pluma floreciendo a travs de la

    tinta, y crecen como ros en cada uno de los dedos de mi mano. Alguna vez,

    quise que se me permitiera tener la oportunidad de hacerlo desde un lugar que no

    fuera annimamente, porque hasta que se me publique,

    ser completamente un escritor desconocido, con la nica peculiaridad de haber

    desarrollado desde mi temprana adolescencia, la gran inquietud por la lectura y la

    poesa.

    Hoy, a la edad de sesenta y tantos aos, comienzo a dar forma a todos esos detalles

    que ojal, alguna vez se pudieran constituir en algn libro.

    Aun, pertenezco a un mundo cerrado, en gran medida, soy un annimo

    y novato dentro de la letralidad del lenguaje. Quizs mi gran valor indito,

    radique en no poseer tal vez el preciosismo de la obras de gran envergadura, o, el

    valor de la esttica literaria. Solo escribo naturalmente, despreocupado, sin necesidad

    de apelar a vericuetos innecesarios del lenguaje y, despojado de toda complejidad sin

    sentido. Nunca cre utilizar el lenguaje, para demostrar que puedo construir metforas

    bonitas. Por eso celebro el poder manejar la lgica en lo que escribo,

    y poder penetrar en la inmensidad de la palabra, dejndome

    arrastrar por la caudalosa creciente del verbo y el lenguaje.

    En lo posible, sin extenderme en el texto, porque no tiene tanto que ver, si no,

    mucho ms importante, es su contenido.

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    Breves narrativas 28

  • Llego el circo Todos los aos llegaba algn circo con los camiones, y sus carromatos embadurnados

    de bastantes coloridos, cargados de sueos y fantasas. Un mundo encantado!

    Alimento para la imaginacin, donde nosotros los nios, ramos los primeros en

    acercarnos con alborotada alegra. No nos podamos perder, ese momento de diversin.

    Porque el circo, proporciona ratos alucinantes, por la magia que encierra. El suspenso

    y las payasadas que solo se pueden lograr bajo su carpa. Lleg el circo lleg el circo!

    Un pedazo de emocin sonora, marcada a fuego en mis odos. El circo espectculo

    itinerante por excelencia, con sus acrbatas y conflictivos peligros en el aire y el triste

    humor a veces de aquellos payasos de enormes zapatos. El circo casi siempre se

    instalaba especficamente, en el baldo, que estaba al costado del viejo convento del

    Carmen. Varios das se tomaban para armar la carpa aplanando el terreno. Despus de

    limpiar la maleza, se dibujaba un gran crculo donde se ubicara el centro de la pista.

    Trabajaban todo el da hasta llegar el anochecer, acomodando los tradicionales

    carromatos y de los animales sus jaulas, todos en forma de semicrculos. Un poco

    retirados de donde quedara enclavada la majestuosidad de la carpa.

    Solo golpes de martillos sonaban, clavando las estacas. Las sogas asidas de las manos

    de los hombres, elevaban los mstiles al comps de sus murmullos y de alguien

    dirigiendo con algunos gritos. Era el veterano capataz, y su voz de gargajos dando

    rdenes para que los palos mayores los levantaran del suelo, hasta quedar

    oblicuamente en el centro de la pista. As quedaran cubiertos como abrigados con la

    lona y totalmente armada la carpa, que se elevaba majestuosa en toda su estatura.

    Siempre hubo alguien, que murmuraba cosas! Por ejemplo, de cmo alimentaban a

    sus animales y la gente celaba de sus perros y de sus gatos, por temor a que se

    extraviaran!. Cosas de los pueblos! Lleg el da del estreno. Todo el pueblo o casi todo,

    estuvo all, vido de curiosidad, diversin y misterio para gozar de la magia de ese

    mundo de fantasa, que se encierra debajo de la enorme techumbre de un circo. El

    circo fue y ser el mundo de la magia y el asombro!. Pero la fascinacin del universo

    circense, como empieza termina, y llega el da de la despedida. El baldo se queda solo,

    y un gran vaco donde tuvo su morada el circo, que se ir a recorrer los caminos de

    nuestra ilusin. Termin su temporada en ese lugar. Se sabe, que la trashumancia, es

    el destino de los circos. Luego de permanecer algn tiempo en un lugar, deben dirigirse

    a otros pueblos, otros destinos. Solo nos queda, sus candilejas fulgurando y un carrusel

    de msica entristecida en nuestras retinas.

    -------------------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 29

  • Robustiano El pueblo dorma la siesta. Una briza caliente y perezosa empujaba algunas ramas

    de los arboles, que rasgaban aquel silencio majestuoso que ola a tomillo y a romero.

    En las calles, no haba ms ruido que el rumor de las hojas que iban de vereda en

    vereda, de esquina en esquina, revolando y persiguindose entre si, como los pjaros

    que se buscan y huyen hacia el infinito. Empezaba el otoo. Robustiano camina

    lentamente por la vereda. Va vestido de gris. Su corta y lacia cabellera de ceniza claro,

    sus ojos garzos profundos resaltan enmarcados en la serena palidez de su rostro, que

    no tiene ms expresin que la semejanza del frio. Haba algo misterioso en l. Su vida

    est cubierta con un velo de secreto. Nunca nadie reparo en su forma de vida de la

    misma forma que nunca nadie lleg a comprender su soledad. Quizs presionado por

    un mundo de prejuicios. Sus recuerdos siempre volvan convertidos en lgrimas

    talladas de tristeza amortiguada tan solo por el bello recuerdo de ella, su nico amor

    all en su mocedad. La tristeza resignada, fatal de la siesta que el silencio horada, era

    expresin muda de la melancola desesperada reducida al melodioso arrullo de una

    torcaz asustada.-------

    Robustiano usaba una gorra que cubra su cabeza bien pegada a las sienes, un delgado

    poncho puyo negro cea con fuerza su espalda encorvada, e inclinada como un rbol

    bajo el peso excesivo de sus ramas. Tena sesenta y dos aos amenazados por la vejez

    no lejana, aunque su rostro no daba apariencias ------- Muchas veces se preguntaba si

    quien haba sufrido en la juventud, tambin tiene que continuar sufriendo en su

    madurez. Robustiano cae en la cuenta de que haba caminado hasta el viejo casern

    que le traa tantos recuerdos y sin vacilar se dirige hacia donde sola estar una planta

    de jazmn. Hace un gesto con sus manos y una mueca en sus labios dando a entender

    que no se explica cmo lleg hasta all.

    Estos simples y rpidos trazos para dibujar aunque ms no sea

    tan slo el perfil de su alma cubierta de tedio

    Todo haba concluido para l ----- sin haber empezado

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    Breves narrativas 30

  • El vagabundo y el perro El vagabundo, se sent, buscando cobijo en el suelo, muy cerca de un

    Antiguo ventanal. Junto a l, un perro, cual sombra asociada custodiaba

    como un escudero sus movimientos. Un perro callejero de poco pelaje, y, unos pocos

    dientes en su aviejada boca. Bastante flaco y cojo, por haber sido apedreado

    muchsimas veces. Todava, lleva la marca de ese mal recuerdo, en una de sus patas.

    Nacido quien sabe, en algn basural, o alguna plaza, pero orgulloso de su estirpe.

    Cualquiera que fuese su origen, l, haba encontrado el suyo.

    El vagabundo se acomod en el hueco del sueo, el cansancio le sirvi de abrigo, y,

    reclino la cabeza sobre el perro como buscando calor y cerr los ojos intentando eludir

    la indiferencia de aquellos rostros annimos, de los cuales, no iba a obtener respuestas.

    Un escabroso par de guante color herrumbre, le cubra las manos, que se movan al

    son de un tic nervioso, mientras la gente circulaba apresurada a su alrededor. Pasaba

    todo el da de calle, en calle, sin cadenas que lo atasen, sintindose seguro y

    acompaado por su amigo tan noble y ms fiel. Compartan el hambre y la sed, porque

    eran iguales, un apego emocional los una, un lazo entre hombre y animal unindose

    cada da ms. Una perfecta simbiosis!. Los dos, buscan entre las sobras, su mismo

    destino. Dos habitantes territoriales, sin techo, en el mundo del mendrugo, pero, con

    espritu de independencia hacia quienes los miran, pero que nadie advierte sus

    presencias. Todo ello, ignora el perro, por su irracionalidad. No comprende la maldad

    del hombre porque su nico afn, es, estar al lado de su amo.

    En el errante callejeo por las inclementes calles, conocieron lo ms oscuro de la

    existencia, das de fros, calores y aguaceros.

    Sus vidas, corran parejas, se ofrecan cuidarse mutuamente, aunque la tristeza los

    atenazara por dentro. Aquellas calles que fueron testigos mudos de sus andanzas, se

    quedaron mirando como desaparecan el vagabundo y el perro. Juntos, acollarados

    con el mismo collar, siempre en estrecha amistad.

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    Breves narrativas 31

  • El ingeniero El ingeniero, era un viejecito de tez blanca pelo muy cano

    y una barba muy bien cuidada. Vecino de mi barrio. Para ms datos,

    l viva en frente de mi casa en una pequea pieza que daba hacia la calle.

    Su profesin ingeniero en minera. Un vago aroma de la infancia, trae al

    vrtice de mi memoria aquel universo de tubos de ensayo de todos los tamaos y

    aquel particular olor a laboratorio donde se manipula y concierne todo con respecto

    a la qumica. Se lo vea trajinar desde muy temprano entre aparatos y tubos de ensayo

    que utilizaba para la disciplina que el desarrollaba haciendo un seguimiento de las

    actividades del laboratorio, intensa y sigilosamente concienzuda.

    Aquella geografa inundada de objetos y elementos era su pequeo o

    grande mundo donde volcaba sus conocimientos. Su estatura ligeramente mediana,

    caminaba lentamente apoyado en un bastn color cedro. Nosotros ramos muy chicos

    para saber sobre ese mundo de la ciencia en el que se manejaba. Pero el asombro nos

    dejaba perplejos al observar como algunos tubos de ensayo, empezaban a emanar una

    especie de humo vaporoso hasta llenar el laboratorio

    con un olor acido muy particular.

    Pero mi padre quizs, supiera mucho ms, porque solan dialogar frecuentemente

    hasta altas horas de la noche. Sabamos de sus platicas porque se escuchaba el

    murmullo de sus voces y hasta nuestro cuarto llegaba el aroma del tabaco que l

    acostumbraba fumar en su vieja cachimba de nogal, displicente al dao que le

    ocasionaba. Muchas veces en algn descuido de nuestra madre, nos asombamos a su

    puerta y lo veamos sentado en un viejo silln junto a una pared envejecida, jugando

    con algunos de sus gatos, o haciendo limpieza en el lugar que utilizaba para sus

    trabajos. Cuando nos vea l nos sonrea bonachonamente. En una ocasin, nos

    atrevimos a preguntar sobre todo ese mundo en el que tantas veces se enfrascaba,

    sonro y contest, que todo ese mundo en el que se manejaba, estaba hecho para l y

    sin chistar asentimos. Nunca supimos cuando se fue de nuestras vidas.

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    Breves narrativas 32

  • Sixto el zapatero Sixto de profesin, era un hombre cincuentn de anteojos y de cejas

    muy pobladas que en sus ratos libres le gustaba contar historias

    de sus aos mozo. A veces como filosofando, dejaba entender que el hacia su tarea

    con cario para muchos pies ausentes. Su taller de arreglar zapatos estaba a una

    cuadra de mi casa. Era un pequeo cuarto lbrego con una luz tan dbil casi

    mortecina, que alumbraba justo debajo donde l trabajaba. Particular lugar,

    donde estuvo tantos aos.

    Siempre estaba con la boca llena de pequeas tachuelas muy puntiagudas que

    manejaba con mgica habilidad. Marcaba un ritmo al poner un taco o una media

    suela. Lo ms comn del trajinar del zapatero era su montono martillear, primero,

    para darle un tratamiento a la suela y luego para el clavado de la misma. Otras veces,

    como si fuera un cirujano que corta, rebaja y recose. Recuerdo a un muchachito

    trabajando junto a l, haciendo la limpieza del calzado y poniendo los zapatos en la

    horma con sus manos impregnadas con olor a cuero y a betn. El lugar era un

    panorama atestado por pares de zapatos con el nombre de sus dueos escrito con tiza

    blanca. Tambin zapatos olvidados que no se poda hacer nada por ellos y otros sin su

    par. como soltero triste! sola decir con sarcasmo y picarda. Frascos de tinta y

    planchuelas de suela rodeaban a Sixto sentado en su silla petiza con delantal de cuero

    que le llegaba a tapar las dos piernas.

    Martilleaba sobre un yunque de hierro que apoyaba en una mesa atestada de

    herramientas y enseres. Montador, cuchillas, leznas y las hebras de camo untadas

    en cerote y al costado de un estante, una mquina para pulir los bordes de las suelas.

    Los pedidos que ms tena, el clsico media suela y taco, que fue siempre protagonista

    y lo ms comn para la poca. Sixto pasar a formar parte de los que

    solo existen en la memoria de los pueblos. Un humilde experto en taco

    y media suela.

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    Breves narrativas 33

  • Cocheros Se los sola ver; todos aparcados en lnea alrededor de la plaza principal.

    O recorriendo al trote lento del caballo, lastimando con sus cascos el negro lomo del

    asfalto, llevando a medio mundo por las singulares calles de la ciudad.

    All, donde la antologa de naranjos preaba el aire con el aroma de sus azahares.

    Haba que ver, aquellos coches lustrosos y airosos, casi siempre acompaados por el

    tintinear caracterstico de cascabeles. Algunos con asiento de mullido capiton,

    paseando los soledosos das y las madrugadas con sus faroles de bronce encendidos,

    esperando estoicos a ms de un trasnochador. Obviamente en los das que llegaba el

    tren, all acudan en busca de algn cliente. Tantas veces desplazndose, con la capota

    baja en los animados y concurridos corsos de pasados carnavales. Dando vueltas

    lentamente, llevando algunas mascaritas que ocultaban su rostros detrs del

    misterioso antifaz. Jvenes rebosantes de alegra, con los ms variopintos disfraces

    intercambiando desde el coche, agua florida, papel picado y serpentinas. Seoriales

    carruajes en el que viajaba un demorado romanticismo, o trasladando esquicitos

    personajes de su tiempo con galera y con bastn y mil damas con miriaque y

    peinetn. Se los vea, en lo alto del pescante, enfundados en su librea negra, rada por

    el tiempo. Notarios expectantes, y testigos mudos de mil y un historias en el umbral del

    alma de los pueblos. Viejos cocheros de plaza, son y sern, una enorme parte del

    paisaje de mi pueblo. Silenciosos sabedores de tantos hasta pronto! hasta la vuelta!

    Oteadores de alegras de muchos regresos, tristezas y de mil partidas. Cmplices

    recelosos de romnticas y enraizadas serenatas junto a largas trasnochadas, echndose

    a cuestas el ltimo trago. El acompasado trepidar de los coches y la sabidura de los

    cocheros, son un latido ms de los pueblos. Porque no hay pueblo que se precie como

    pueblo, sin la imagen de ellos, cumpliendo con su cometido social. Cocheros con

    historias! Don Palacios, don Diego Daz, don Guillermo Vega, Don Adn. De l,

    algunos cuentan, que lo vieron hablndole a su animal, mientras le adornaba con

    albahaca su cabeza, en vsperas de carnaval. Los conocidos, los desconocidos y tantos

    otros que no recuerdo, de ellos, solo quedan otoadas fotos y la insinuacin de sus ojos

    ancianos en el sangrante crepsculo del atardecer. Con el paso del tiempo, los cocheros

    comenzaron a desaparecer y los coches que tanto traquearon por el centro y por los

    barrios, pasaron a ser solo recuerdos del ayer. Fueron soltando las riendas, para

    nunca ms volver, fueron desapareciendo del paisaje urbano! En un rincn, habr

    quedado el alma de alguno de ellos, que tanta veces cruzaron las calles.

    Don Digenes Montoya, o, tal vez Lorenzo Oliva! Fueron los ltimos cocheros que

    anduvieron por nuestra ciudad, si mal no recuerdo!

    ----------------------------------------------------------------------------------------- Breves narrativas 34

  • Dejar nuestro hogar Dejar el lugar donde se ha nacido, no es gratificante para

    nadie, porque se dejan amigos de toda la vida. Lugares que

    son tan queribles y se cambian hbitos, porque no, rutinas,

    transformndose en angustiosa pena nuestra ausencia

    contenida. En mi caso, un poco duro, con apenas veinte aos y me

    senta muy arraigado al lugar donde haba nacido.

    El cambio, bastante profundo, todo se vea distinto sin parientes,

    sin amigos. Indudablemente todo ello, hacia que me sintiera mas

    desamparado todava. Fue pasando el tiempo y como todo pasa en esta

    vida, uno trata de acostumbrarse a su nuevo habitad, tratando de que sea

    menos hostil lo que a uno le rodea y los lugares nuevos que habra de

    frecuentar. Mientras escribo un trazo, una parte de mi vida, se alborotan

    los recuerdos y se despereza mi angustia en este mundo desbandado

    por la pena. Hoy, es uno de los das que me duele hasta la pena,

    hoy, es un da en el que me gustara escapar hasta el lugar donde

    nac. Hoy, es uno de los das que recuerdo los rostros y el acento

    de las voces ms queribles, hoy, es el da que me duele hasta las lgrimas

    de tanto llorar. Hoy, es el da donde quiero dormir para no encontrarme

    con personas que me pregunten como es mi da hoy. Los caminos a nuestra

    casa, tantas veces los olvidamos, porque son largos los regresos!

    Hay tantos que se van, y otros que se quedan, pero todos aman

    el inmenso valle donde se ha nacido.

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    Breves narrativas 35

  • Mamerto Su rada figura trashumante, los ojos oscuros parecan rendijas bajo su cejas.

    De barba gris espesa y melanclico, disputando no s qu cosa consigo mismo,

    o con su canturreo habitual Mara bonita---

    Una vieja cancin con la cual adornaba los soolientos das de mi pueblo

    as lo recuerdo!

    Caminaba despacio y sin prisa, apegado a los muros de aquella calle larga, cuando el

    atardecer se despeda entregndose a las ultimas horas de luz.

    Gritos de chicos corriendo en medio de la calle, otros entrando y saliendo

    de las casas. En la esquina; sentado el dueo del almacn, don Pascual,

    jugando con el humo en espiral de su cigarro. En el horizonte comienza a buscar

    refugio el atardecer. Ya casi no se ve a nadie, pero se oye las voces de algunos nios

    que todava jugaban y corran en la barriada.

    Llegando casi a la avenida del pueblo, Mamerto se percat que las primeras sombras

    se tornaban espesas. Le rodeaba un extrao silencio, nicamente la brisa susurraba

    una advertencia sin palabras, y decidi dirigirse resignado como lo haca algunas veces

    a la vieja estacin. Su figura enjuta de un anciano encorvado, denostaba un

    descuidado aspecto. Una mata abundante de pelo negro, y enfundado en un

    anacrnico ropaje al cual le palpaba los bolsillos, solo por hacerlo no ms. Bien lo

    saba ni una moneda!. Se acerco lentamente hacia una de las banquetas que se

    encontraban en el andn, desliz una mirada displicente con sus ojos ausentes,

    quizs, buscando alguna grieta poblada de recuerdos, mientras apoyaba su

    huesero pobre, sentndose con gran majestuosidad, despojando su cansancio

    terrenal.. Agotado su cuerpo, senta la humillante mordida del hambre que se

    notaba en el semblante. Con sus sarmentosas manos, puso discretamente en la

    banqueta, una especie de caja extraa y de ella extrajo una botella de vino tan caliente

    como su sangre y murmuro por lo bajo un viejo proverbio de su cosecha, que apropio

    de enormes cantidades de conocimientos. Las penas acompaadas con vino, duelen

    mucho menos! --Bebe un trago y se seca la boca con la manga, acto seguido saca un

    pauelo mugriento y se limpia la nariz --Quien sabe que secretos encerraba bajo llave

    en el tico de su alma. Se notaba verdaderamente abatido y estirando su menuda y

    cansada humanidad, se entreg en un profundo sueo, cerrando sus ojos creando la

    oscuridad en torno suyo..Apenas tuvo tiempo de decirse, cansado como estaba, hasta

    maana! Casi al amanecer, despert sobresaltado, una luz ilumin su cara, crey ver

    a alguien sosteniendo aquella luz y que se acercaba hacia l.

    Un sol radiante con sus espigas, abri las ventanas del cielo y comenzaba a disipar la

    oscuridad, dibujando la maana.

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    Breves narrativas 36

  • Don Prudencio y su cigarro en la oreja El da amaneci frio, pero sin lluvia, el sol apenas tibio se colaba por la

    ventana de su casa. Don Prudencio miro abstrado un buen rato en direccin a

    a calle sin ningn gesto en la cara, siguiendo con sus ojos sin pestaar el vuelo de

    una paloma. De vez en cuando, frotaba las manos con sus dedos finos y largos.

    Avanz hasta la puerta flojo y pensativo, se acomod la infaltable boina vasca,

    envolvi su cuello con una bufanda, se calzo un cigarro en la oreja y enfil para la

    calle. En su mano arrugada y rasposa su bastn con mango de asta, rezongando como

    siempre contra los achaques de su edad. Dispona de todo el tiempo, y la ocasin para

    saludar haciendo notar a los vecinos su presencia.

    Su figura era entraable, un personaje. Se fue haciendo muy pronto, el predilecto

    amigo de los chicos de la cuadra, ofreciendo su sonrisa bonachona.. Don Prudencio,

    un personaje familiar y muy querido en el pueblo, para sus vecinos era don Prude* el

    mote haba superado al nombre! Su andar al caminar, era cansino y despacio, hacia un

    tiempo que le venan doliendo los pies. Su semblante calmo, dejndose llevar por los

    hilos del tiempo y de los recuerdos solidarios. Como acostumbraba hacerlo todas las

    maanas, se diriga a comprar los calientes bollos en la panadera que estaba cerca de

    su casa. No hay, como los bollos calientes recin horneados deca don Prudencio,

    tienen como otro sabor. El solo hecho de respirar ese aroma se le notaba en la cara!.

    Hombre de estatura media, la bonhoma reflejaba en sus fuertes ojos negros como un

    noche cerrada. De faja y su boina negra campesina, siguiendo un antigua costumbre

    que ya no se ve en el pueblo.

    Un obrero de la voluntad de vivir. Pero como todo pasa, a don Prudencio se le fueron

    volando sus aos, como lo hacen los pjaros cuando emprenden el viaje sin retorno al

    nido que los vio nacer. Hasta que un da ya no se lo vio caminar con rumbo a la

    panadera, pero no as el recuerdo que tengo de l.

    *diminutivo de Prudencio

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    Breves narrativas 37

  • Lugares y personajes De camino a los pasillos de mi memoria, fui recopilando

    lo ms que pude de la estantera en sepia de los recuerdos.

    No s, si, con exactitud, pero con bastante nitidez.

    Algunos lugares y personajes de mi pueblo aun recuerdo. Aejos,

    pero latiendo todava con toda su esencia. Entre ellos, el viejo canal

    donde nos permitamos darnos un chapuzn en horas de las siestas.

    Lo mismo tengo presente, la quebrada, subida muy pronunciada

    hasta llegar a la montaa. En un rincn de mi memoria, de aquel pasado,

    aun permanecen algunos personajes que eran como iconos urbanos.

    Un tpico personaje, era aquel limosnero, que su nombre no recuerdo,

    devoto apasionado de San Nicols de Bari. Las calles eran como su domicilio,

    que le ofrecan refugio para sus noches. Con su larga barba y cabellera amarillenta

    y en sus pupilas un eterno nio, peda en las escaleras de la iglesia sobreviviendo

    a su pobreza apelando a la buena voluntad y sensibilidad de los parroquianos.

    Un envoltorio de radas ropas, eran el smbolo de sus deshilachado

    sueos. Sola tener un tic nervioso en los ojos y en la boca.

    Las malas lenguas comentaban, que le gustaba bastante darle al trago

    y que era capaz de vender a la madre por una copa de vino.

    Se lo vea todo el da por el pueblo, esquivando como gran equilibrista tantos

    obstculos que se encontraba en las calles y en las veredas.

    Nunca se vio, que tuviera alguna cada!.......

    S que hay muchos ms de estos lugares y personajes en el camino

    de la memoria. Cada uno de ellos, fue alguien con respetable importancia,

    e hicieron la historia y caminaron la geografa de mi pueblo. S que quedaron

    muchos ms en el tintero, son todos importantes por igual y, no se distinguen,

    y, no son uno ms que otro entre ellos.

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    Breves narrativas 38

  • Doa Dominga del Puquial Los barrios se llenan de todos colores, los changos lucen el verde y

    el blanco sobre sus sienes y sus frentes. El barrio Puquial se engalana

    con gallardetes y zarcillos coloridos que juguetean con el viento.

    En el patio, debajo del aoso parrn, Doa Dominga dirige la batuta

    con su voz lenta como su andar y comienza con los preparativos.

    Changos pongan las mesas y las sillas! Ya el patio se llena, baldes con agua

    prepara algn comedido y se forman en grupos. Un descuidado, derrama un

    vaso de vino y mano en mano comienza a andar la mansedumbre del vino;

    porque ya se siente comezn en las gargantas.

    Una caja se entrevera y se mete como cua entremedio de la vocinglera y

    un pespunte de coyoyos* haciendo escuchar su produccin sonora convoca

    a los vidaleros. Hacen coros las chicharras con su chirrear de primas que se

    estiran y se agigantan dndole armona al ambiente, mientras el ultimo duende

    cuelga racimos de coplas sobre la frente de la siesta. Las cajas, se hacen parches

    de luna enjabelgando** la arena y en las manos de algn vidalero sus cajas tejen

    y bordan vidalas revoloteando como pauelos de harina serpenteando hacia el cielo

    arreando nubes de trigo. Muchos personajes, annimos y sencillos llegan hasta

    el patio de doa Dominga.

    Festivo universo que brotaba en el patio trasero de su casa. Las coplas son como

    un dialogo con las dcadas de tantos carnavales, tantas chayas y de aejos febreros.

    Llegan cantando y contando historias tan antiguas como sus propios recuerdos,

    algunos borroneados como letras sobre amarillento papel. Como haciendo hablar

    a mis pensamientos, hago un correlato de doa Dominga.

    Mujer fuerte, setentona, de cabellos renegridos recogidos en rodete y sus ojos

    profundos, donde la vida misma transcurra en ellos.

    Su mirada se le queda en un sitio que no es