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Nivel Cero 12 Santander, 2010 Pág. 15-34 BREVES APUNTES SOBRE EL PALEOLÍTICO SUPERIOR DE LA REGIÓN CANTÁBRICA: ESTADO DE LA CUESTIÓN, 1990-2005 Lawrence Guy STRAUS Departamento de Antropología Universidad de Nuevo México 1. INTRODUCCIÓN El estudio del Paleolítico Superior de la Región Cantábrica comienza en la década de 1870 con las excavaciones de Marcelino Sanz de Sautuola en las cuevas de El Pendo, Camargo, y especialmente Al- tamira, donde, en 1878, descubrió pinturas rupestres y reconoció su relación con el depósito arqueológico de época glacial que estaba excavando en el vestíbulo de la cueva (Madariaga, 2000). Tras dos décadas de rechazo por parte de la mayoría de los prehistoriado- res profesionalizados, la prehistoria cantábrica, una vez más, afirmó su importancia con el descubrimien- to por H. Alcalde del Río y Lorenzo Sierra, hace ya un siglo, de evidencias artísticas y arqueológicas tan importantes como El Castillo, Hornos de la Peña, Covalanas, La Haza, El Mirón, y El Valle (Cabrera y Morales, 2000). Desde entonces, y con un ritmo in- tensificado en estos últimos años, se han descubierto más de un centenar de cuevas con arte y muchos más lugares de habitación del Paleolítico Superior, que convierten la región vasco-cantábrica, relativamente pequeña, en una de las más ricas del mundo para la arqueología del periodo entre c. 40.000 y 10.000 años en cronología radiocarbónica. El propósito de este artículo es revisar y poner a dis- posición de los lectores no especialistas algunos de los aspectos más destacados y característicos del registro del Paleolítico Superior de la Región Cantábrica, resaltando los descubrimientos e innovaciones en la comprensión de la mayoría de los problemas que han tenido lugar desde la publicación, hace más de una década, de mi libro Iberia before the Iberians: Stone Age Prehistory of Northern Spain (Straus, 1992). En particu- lar, esta compilación es significativa en relación con el discurrir del debate sobre la llamada transición del Paleolítico Medio al Superior, el impacto del último máximo glacial en el poblamiento humano de Eu- ropa, el estudio del arte del Paleolítico Superior en su contexto sociocultural y económico y el fenómeno universal de las diversas respuestas humanas al tér- mino de las condiciones ambientales del Pleistoceno, hace unos 10.000 años en cronología radiocarbónica. 2. LA REGIÓN CANTÁBRICA, AHORA Y ENTONCES Se trata de una entidad geográfica bien definida, limitada al norte por el mar Cantábrico, al sur por la Cordillera Cantábrica (con cimas más frecuentes entre c.1.500 a 2.000 m.) y Los Picos de Europa (con una altitud máxima en 2.648 m.), al este por los Piri- neos, y al oeste por el río Nalón, que delimita el área litológica del occidente asturiano y Galicia. Desde un punto de vista administrativo, la región natural está dividida de este a oeste entre las dos provincias coste- ras del País Vasco (Guipúzcoa y Vizcaya), Cantabria y Asturias. Desde el río Bidasoa al Nalón, la distancia es de 350 km. aproximadamente, y la anchura actual de la región, de la costa a la cima de la Cordillera, oscila entre los 30 km. y no más de 50 km. El área total es de unos 14.000 km². Durante la máxima re- gresión del nivel del mar, debió emerger una banda de la plataforma continental de solo entre 4 y 12 km. de ancho; en el mismo periodo, el hielo cubría áreas considerables de la Cordillera y Picos de Europa. El lecho litológico dominante en la mayor parte del País Vasco y de Cantabria está constituido básicamente por calizas del Cretácico, muy karstificadas, aunque hay también afloramientos de calizas carboníferas y cuarcitas del Paleozoico antiguo, especialmente ha- cia occidente. El relieve es muy escalonado, con unas pocas bandas de llanuras costeras, relevantes en tor- no a la actual Bahía de Santander (que es de época holocena) y en la zona central de Asturias, o en los amplios valles fluviales. El área vasco-cantábrica conforma la “España ver- de”. Climática y ecológicamente aparece bien dife-

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Nivel Cero 12Santander, 2010

Pág. 15-34

BREVES APUNTES SOBRE EL PALEOLÍTICO SUPERIOR DE LA REGIÓN CANTÁBRICA: ESTADO DE LA CUESTIÓN, 1990-2005

Lawrence Guy STRAUSDepartamento de AntropologíaUniversidad de Nuevo México

1. INTRODUCCIÓN

El estudio del Paleolítico Superior de la Región Cantábrica comienza en la década de 1870 con las excavaciones de Marcelino Sanz de Sautuola en las cuevas de El Pendo, Camargo, y especialmente Al-tamira, donde, en 1878, descubrió pinturas rupestres y reconoció su relación con el depósito arqueológico de época glacial que estaba excavando en el vestíbulo de la cueva (Madariaga, 2000). Tras dos décadas de rechazo por parte de la mayoría de los prehistoriado-res profesionalizados, la prehistoria cantábrica, una vez más, afirmó su importancia con el descubrimien-to por H. Alcalde del Río y Lorenzo Sierra, hace ya un siglo, de evidencias artísticas y arqueológicas tan importantes como El Castillo, Hornos de la Peña, Covalanas, La Haza, El Mirón, y El Valle (Cabrera y Morales, 2000). Desde entonces, y con un ritmo in-tensificado en estos últimos años, se han descubierto más de un centenar de cuevas con arte y muchos más lugares de habitación del Paleolítico Superior, que convierten la región vasco-cantábrica, relativamente pequeña, en una de las más ricas del mundo para la arqueología del periodo entre c. 40.000 y 10.000 años en cronología radiocarbónica.

El propósito de este artículo es revisar y poner a dis-posición de los lectores no especialistas algunos de los aspectos más destacados y característicos del registro del Paleolítico Superior de la Región Cantábrica, resaltando los descubrimientos e innovaciones en la comprensión de la mayoría de los problemas que han tenido lugar desde la publicación, hace más de una década, de mi libro Iberia before the Iberians: Stone Age Prehistory of Northern Spain (Straus, 1992). En particu-lar, esta compilación es significativa en relación con el discurrir del debate sobre la llamada transición del Paleolítico Medio al Superior, el impacto del último máximo glacial en el poblamiento humano de Eu-ropa, el estudio del arte del Paleolítico Superior en

su contexto sociocultural y económico y el fenómeno universal de las diversas respuestas humanas al tér-mino de las condiciones ambientales del Pleistoceno, hace unos 10.000 años en cronología radiocarbónica.

2. LA REGIÓN CANTÁBRICA, AHORA Y ENTONCES

Se trata de una entidad geográfica bien definida, limitada al norte por el mar Cantábrico, al sur por la Cordillera Cantábrica (con cimas más frecuentes entre c.1.500 a 2.000 m.) y Los Picos de Europa (con una altitud máxima en 2.648 m.), al este por los Piri-neos, y al oeste por el río Nalón, que delimita el área litológica del occidente asturiano y Galicia. Desde un punto de vista administrativo, la región natural está dividida de este a oeste entre las dos provincias coste-ras del País Vasco (Guipúzcoa y Vizcaya), Cantabria y Asturias. Desde el río Bidasoa al Nalón, la distancia es de 350 km. aproximadamente, y la anchura actual de la región, de la costa a la cima de la Cordillera, oscila entre los 30 km. y no más de 50 km. El área total es de unos 14.000 km². Durante la máxima re-gresión del nivel del mar, debió emerger una banda de la plataforma continental de solo entre 4 y 12 km. de ancho; en el mismo periodo, el hielo cubría áreas considerables de la Cordillera y Picos de Europa. El lecho litológico dominante en la mayor parte del País Vasco y de Cantabria está constituido básicamente por calizas del Cretácico, muy karstificadas, aunque hay también afloramientos de calizas carboníferas y cuarcitas del Paleozoico antiguo, especialmente ha-cia occidente. El relieve es muy escalonado, con unas pocas bandas de llanuras costeras, relevantes en tor-no a la actual Bahía de Santander (que es de época holocena) y en la zona central de Asturias, o en los amplios valles fluviales.

El área vasco-cantábrica conforma la “España ver-de”. Climática y ecológicamente aparece bien dife-

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renciada del resto del país, de manera que el ambiente mediterráneo es perceptible tras cruzar la Cordillera. Se trata de una región de bruscos contrastes dentro de distancias cortas. Situada entre los 43º y los 43º 30’ latitud norte, en la actualidad, bajo condiciones benéficas por la influencia de la corriente del Golfo, tiene una temperatura moderada y estable en la costa (media anual: c. 14º C), pero temperaturas bajas en las altas montañas adyacentes. Durante el Plenigla-cial, sin embargo, la corriente del Golfo se vio alejada hacia el sur y las temperaturas de la superficie marina fueron unos 10-11º C inferiores (Cabrera y Morales, 2000). Las precipitaciones en esta franja oceánica son muy altas, de 1.000 a 1.400 mm. anuales. En la ac-tualidad las precipitaciones casi nunca son de nieve en las zonas costeras, pero en las montañas son abun-dantes las nevadas invernales. En realidad, la nieve en las altas vertientes orientadas al norte no se funde por completo hasta avanzado el verano, aunque no existen ya glaciares. Durante el Pleniglacial la línea de nieves perpetuas se situaba entre los 1.650 y los 1.025 m, con morrenas terminales más bajas entre los 600 y los 750 m. sobre el nivel actual del mar.

Antes de la intensa deforestación que ha afectado re-petidamente a la región y ha creado grandes prade-ras y brezales desde tiempos neolíticos, la vegetación holocena debió ser exuberante, con bosque mixto de hoja caduca. La vegetación del último Glacial, por el contrario, corresponde a un paisaje abierto, oscilan-do entre la pradera salpicada por pequeños grupos de pinos, enebros, y unos pocos taxones de hoja caduca muy resistentes (como el abedul) bajo condiciones interestadiales, a praderas sin árboles y brezales en condiciones estadiales.

La actual fauna salvaje de grandes mamíferos se en-cuentra empobrecida (corzo, jabalí, rebeco, oso par-do, lobo, zorro), pero era considerablemente más rica en el Pleistoceno Superior, cuando incluía también oso de las cavernas, león, leopardo, hiena, cuón, bi-sonte, ciervo, uro, caballo, cabra y, excepcionalmente bajo condiciones glaciales, reno. El mamut, el cier-

vo gigante y varios tipos de rinoceronte estuvieron presentes durante los estadios isotópicos 4 y 3, pero parecen haberse extinguido pronto, durante el esta-dio 2. Existe un marcado contraste entre Aquitania y la región vasco-cantábrica, en donde el ciervo fue la caza principal en las zonas no montañosas durante todo el Paleolítico Superior, mientras el reno fue muy a menudo la presa aplastantemente dominante en Francia. En ambas áreas la cabra montés, asociada comúnmente al rebeco, fue la caza principal en si-tios escarpados y zonas rocosas de montaña. El reno invadió el territorio del ciervo en el norte de Espa-ña durante periodos fríos y no demasiado secos en Aquitania, mientras que el ciervo se expandió hacia el norte en épocas cálidas y húmedas.

3. CRONOESTRATIGRAFÍA DE LOS ESTADIOS ISOTÓPICOS 3 Y 2, Y DEL PALEOLÍTICO SUPERIOR

El Musteriense final, la transición del Paleolítico Me-dio al Superior y el Auriñaciense se engloban todos ellos en el estadio isotópico 3: el Interpleniglacial würmiense, entre c. 60 y 27 ka. (en adelante para in-dicar miles de años). Este periodo resulta climática-mente complejo, aunque, en general, se caracterizó por condiciones relativamente moderadas con una serie de oscilaciones térmicas. Hengelo (c.40 ka.) es un periodo de particular interés en lo que respecta a la transición tecnológica al Paleolítico Superior, que parece tener lugar en ese momento. Los análisis polí-nicos indican que al menos en los ambientes de costa existía cierto arbolado.

El estadio 2 de condiciones plenamente glaciales se inicia c. 27 ka. y se prolonga hasta los 18 ka. El clima fue tan extremo que los niveles del Solutrense inicial en La Riera, en la llanura costera del oriente asturiano, carecen de pólenes arbóreos. La polémica se centra en la cuestión de la existencia de varias os-cilaciones durante la primera parte del Tardiglacial (González Sainz, 1994; Leroi-Gourhan, 1994; Sán-chez-Goñi, 1991, 1996). Parece que tales episodios, especialmente Lascaux, tuvieron lugar, fundamental-mente con mayor humedad, como indicaciones del límite de la pedogénesis del Tardiglacial, y han sido detectados en largas secuencias de loess del norte de Europa, pero no en las cuevas del sur de Francia y España. El significativo atemperamiento del Inter-estadio del Tardiglacial (Bölling + Alleröd) comenzó bruscamente hacia el 13 ka. y algunos registros de gran potencia sugieren una leve disminución hacia su mitad (Dryas II). La tendencia al atemperamiento se interrumpió súbitamente hacia el c.11 ka con un retorno a condiciones frías, aunque todavía húmedas -Dryas III, un evento de Heinrich- (Corty y Vallver-dú, 2001). Este episodio frío finalizó hacia el c. 10 ka.,

Fig. 1. Vista de el valle del río Pas desde el monte de El Castillo (Puente Viesgo).

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tan inesperadamente como había comenzado, dando paso a las condiciones interglaciares del estadio 1.

En la Región Cantábrica, los límites cronológicos habituales de las unidades estratigráficas-culturales tradicionales del Paleolítico Superior están definidos como sigue (fechas de radiocarbono sin calibrar):

- Auriñaciense Inicial: c. 40-35 ka.

- Chatelperroniense: c.35 ka.

- Auriñaciense Superior: c.35-28 ka.

- Gravetiense: c.28-20 ka.

- Solutrense: c.20-17 ka.

- Magdaleniense Inferior y Medio: c.17-13 ka.

- Magdaleniense Superior: c.13-11’5 ka.

- Aziliense: c.11’5-9 ka.

Considero que estas unidades taxonómicas tradicio-nales son simplemente herramientas descriptivas que permiten la comunicación entre los prehistoriadores. Sin embargo, son construcciones de los arqueólogos decimonónicos, que además han sido retomadas y modificadas por otros estudiosos a lo largo del siglo veinte. Asimismo, todas estas unidades fueron con-cebidas para el ámbito francés y sus definiciones han tenido que ser forzadas para amoldarse a las condi-ciones cantábricas. Estoy realmente convencido de que estamos ante tradiciones tecnológicas y artísticas locales, regionales e interregionales que existieron durante cada uno de los periodos tradicionales del Paleolítico Superior, con contactos entre bandas e in-dividuos que constituyeron redes de relaciones y, por tanto, redes para la difusión de objetos, ideas y sím-bolos, a lo largo de amplias áreas de Europa. Pero no existió, por ejemplo, una cultura auriñaciense o solu-

trense per se. Estos conceptos son abstracciones. Asi-mismo, el gran periodo representado y la vasta área cubierta por “el” Auriñaciense (unos 12.000 años y un alcance geográfico desde Portugal hasta Israel), hacen menos probable que los términos se correspon-dan a algo remotamente parecido a una cultura del presente etnográfico. Por su parte, el Magdalenien-se avanzado del occidente europeo, con una densa red de conexiones espaciales entre áreas que abarca unos 2.500 años, podría acercarse más a una realidad cultural identificable, dentro de una definición muy amplia de “etnicidad” reconocible. A medida que la precisión de las fechas de radiocarbono se incremen-te, será más factible comparar colecciones por fechas calibradas, y no por las tradicionales fases culturales. Estamos cerca de esta situación en el final del Paleolí-tico Superior, pero todavía lejos en los estadios inicia-les, particularmente antes de 20 ka. Continúo usando los tradicionales nombres de las “culturas” del Paleo-lítico Superior como etiquetas para compartimentar mejor el tiempo, teniendo en cuenta algunas caracte-rísticas distintivas en cuanto a tecnología y arte, así como a poblamiento y subsistencia.

4. LA TRANSICIÓN DEL PALEOLÍTICO MEDIO AL SUPERIOR

Las evidencias para la primera ocupación humana de la costa norte de España son aún muy limitadas, a pesar de su proximidad al extraordinario comple-jo de cuevas de la Sierra de Atapuerca, con homíni-dos y artefactos del Pleistoceno Medio e Inferior, y el reciente descubrimiento de la cueva de Valdegoba con restos musterienses y de neandertales (Arsuaga y Martínez, 2004; Bermúdez de Castro et alii, 1999; Bermúdez de Castro et alii, 2004; Quam et alii, 2001).

No obstante, recientemente se han descubierto cla-ras evidencias de la presencia Achelense en la región vasco-cantábrica en los sitios al aire libre de Irikaitz (Guipúzcoa) y La Verde -Cantabria- (Arrizabalaga, 2000; Montes y Muñoz, 2000).

Las excavaciones modernas de depósitos Musterien-ses, que se añaden a los ya clásicos proyectos de El Pendo y Cueva Morín, ambos en la llanura costera próxima a Santander, son pocas en número y ningu-na, de momento, ha sido definitivamente publicada. Los nuevos descubrimientos musterienses incluyen los restos de Neandertales de la cueva del Sidrón, en la zona centro-oriental de Asturias (Prieto et alii, 2001) y los sitios arqueológicos de La Viña, cerca de El Conde, Llonín en la zona este de Asturias; El Mirón, en la montaña interior del oriente de Cantabria, y Amalda en las montañas de Guipúzcoa. Una revisión de las viejas colecciones del Musteriense de Axlor, en Vizcaya, que permanecen sin fechar, incluye evi-dencia de un incremento en la selección de sílex de buena calidad para la talla en los niveles superiores

Fig.2. Paisaje más abierto, cercano a la costa, en la cuenca baja del río Asón.

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(Baldeón, 1999). Se ha reivindicado la existencia de objetos de “arte” simples en niveles musterienses de Axlor y del Castillo.

El final del complejo tecnológico Musteriense y la sustitución de los Neandertales en la Península Ibé-rica se completó a lo largo de un periodo de c.12 ka., que fue climáticamente benigno, aunque variable en comparación con el Pleniglacial (Straus, 1997; Ca-brera, 1993; Van Andel y Davies, 2003). Ya que los Neandertales habían sobrevivido anteriormente a condiciones interglaciales (estadio isotópico 5e) e in-terestadiales (estadios 5c y 5a), así como a condicio-nes glaciales, la cuestión recae en por qué tuvo lugar

la transición y por qué ocurrió entonces, durante el estadio 3 (Finlayson y Giles, 2000; D´Errico y San-chez-Goñi, 2003; Finlayson et alii, 2004). Es también relevante que el mayor cambio cultural ocurriese me-diado el Paleolítico Superior, coincidiendo con el últi-mo Máximo Glacial. El Paleolítico Superior no apa-rece de repente como un paquete completo en torno a 40 ka., sino que se desarrolló a partir de esa fecha, en gran parte en respuesta al estrés demográfico y climático (Fig. 4 A).

La secuencia más importante corresponde a la cue-va de El Castillo, que fue reexcavada y estudiada de nuevo durante un cuarto de siglo por la comentada

Fig. 3. Entrada a la cueva de El Mirón (Ramales de la Victoria).

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Victoria Cabrera. Los niveles de Musteriense Inferior han sido datados hacia el 89 y 69 ka. (Bischoff et alii, 1992; Rink et alii, 1997). Aunque estos estratos fueron excavados sólo por H. Obermaier entre 1911 y 1914, el nivel 20 (del Musteriense avanzado) y el nivel 18 (Auriñaciense Inferior) han sido excavados por Ca-brera. El nivel 20 tiene dataciones por espectrome-tría de acelerador de partículas (AMS) y por ESR de c. 41 ka. El nivel 18 ha sido recientemente datado por AMS sobre carbón por diferentes laboratorios, aportando diez lecturas consistentes que se extienden entre 37 y 41 ka. (Cabrera et alii, 1996; Rink et alii, 1996) no entre los 36 y 36’6 ka. como demandan Me-llars (2005) y D’Errico y Zilhao (D´Errico et alii, 1998; Zilhao y D´Errico, 1999; D´Errico, 2003).

Un profundo sondeo en El Mirón arrojó una indus-tria lítica escasa en el nivel 130, que incluía denticu-lados asociados a carbón datado por AMS en el 41 ± 1 ka. El nivel 128, que es también pobre en restos, está datado por AMS sobre carbón en el 27.6 ± 0.2 ka. (Straus et alii, 2001).

El enorme abrigo de La Viña, que domina el valle del Nalón cercano a Oviedo, también ha ofrecido recien-

temente niveles del Musteriense Superior datados en-tre >39 y 36 ka., y un Auriñaciense inicial fechado en 32 ka. (Fortea, 1995, 1996, 1999). Todos estos sitios sugieren una transición de la tecnología Musteriense a la del Auriñaciense inicial en la Región Cantábrica entre aproximadamente los 40 y los 36 ka., en la línea de lo que parece ocurrir en Cataluña. Sin embargo, una reciente datación por AMS del 37.1 ± 1 ka en un hueso de la cueva de Arrillor, en Álava, al sur de la Cordillera, está asociada a un utillaje que se atribuye a un musteriense rico en raederas, aunque con algu-nos tipos de útiles del Paleolítico Superior (Hoyos et alii, 1999). Hay también evidencias radiométricas de una posible continuidad del Musteriense hasta casi la misma época en los sitios próximos de la Ermita y Millán, en Burgos (Moure et alii, 1997; Carbonell et alii, 2000). Recientemente se ha reivindicado la su-pervivencia de la tecnología lítica musteriense en la cueva del Esquilleu en Picos de Europa, con datacio-nes de 14C entre los 39 y los 37 ka. (Baena et alii, 2000; Baena y Carrión, 2002; Carrión y Baena, 2003).

El análisis de las materias primas empleadas, los es-tadios tecnológicos y las tipologías han apuntado una continuidad entre el Musteriense Superior local y el

Fig. 4A. Distribución de yacimientos con depósito de inicios del Paleolítico superior.

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Auriñaciense inicial, al menos en el área que rodea Santander (Cabrera et alii, 1997). Las verdaderas in-novaciones del Auriñaciense incluyen puntas de asta y una variedad de la industria lítica del Paleolítico Superior, pero éstas se asocian con muchos útiles que son considerados normalmente propios del Muste-riense, especialmente raederas. Incluso las laminillas están presentes tanto en los niveles del Musteriense final como en del Auriñaciense inicial de El Castillo, aunque el supuestamente diagnóstico retoque margi-nal de las laminitas Dufour no aparece hasta niveles superiores de la secuencia estratigráfica de dicho lu-gar. Los “raspadores/núcleos” carenados se han en-contrado también tanto en los niveles musterienses como auriñacienses, de éste y otros yacimientos. Los mismos tipos de sílex y otras materias primas locales han sido usadas durante la transición, la cuarcita sólo se va abandonando en el área de Santander de forma progresiva y tardía, a lo largo del Paleolítico Superior.

La continuidad en los medios de subsistencia durante “la transición” aparece sugerida también en El Cas-tillo, El Pendo y Morín (Altuna, 1992). Los caballos y bóvidos son abundantes en comparación con su me-nor importancia en las colecciones del Paleolítico Su-perior, pero el ciervo puede ser también muy numero-so, especialmente en los niveles del Musteriense final y el Auriñaciense inicial del Castillo. Los individuos juveniles fueron consumidos con frecuencia, y pre-sumiblemente cazados, en ambos periodos. En otros yacimientos musterienses parecen existir evidencias de una clara concentración en ciertas especies que debieron ser más abundantes en el entorno: rebeco en Amalda, bóvidos en Lezetxiki, ciervo en algunos niveles de Axlor (todos ellos en Guipúzcoa), y cabra en el Esquilleu (Cantabria). Sin embargo, el número de individuos animales representados en cada fino nivel de habitación, es por lo general muy pequeño. Los grandes carnívoros (hienas, felinos, cánidos, osos) son abundantes en muchos conjuntos musterienses, lo que plantea la cuestión de la importancia de los agentes humanos en la acumulación de restos anima-les de los yacimientos. Por el contrario, la presencia de grandes carnívoros cae a lo largo del Paleolítico Superior en las cuevas elegidas por los humanos para una habitación más intensa. El estudio de los restos dentales de los ungulados de yacimientos del área de Santander (Pike-Tay et alii, 1999) sugiere que el sumi-dero, pero muy buen refugio, de El Pendo fue usado por las poblaciones humanas sólo durante las fases frías del Musteriense y del Auriñaciense, mientras el Castillo y Morín fueron visitados durante amplias temporadas en ambos periodos, aunque con algunas restricciones de los periodos de uso en el rico horizon-te 18 del Auriñaciense inicial del Castillo. Una nove-dad de este nivel es la presencia de algunos moluscos marinos.

5. EL CHATELPERRONIENSE Y EL AURIÑACIENSE SUPERIOR

El panorama del desarrollo local de las industrias líti-cas auriñacienses en la Región Cantábrica resulta di-fícil de definir por la presencia de algunos conjuntos atribuidos al Chatelperroniense. Tradicionalmente existían sólo dos conjuntos chatelperronienses en la región, en El Pendo y Morín, con algunos ejemplos aislados de puntas o cuchillos de dorsos curvos (“cha-telperron”) en otros lugares. El nivel 10 Chatelperro-niense de Morín descansa entre el Musteriense Supe-rior y el Auriñaciense inicial. El Chatelperroniense se data por una única prueba convencional de 14C en 36 ka., pero con una desviación estándar de 6.8 ka. Hay series de dataciones similares sobre carbón que oscilan entre c. 31´5 y 27´2 ka. para los niveles 8a –7 del Auriñaciense “arcaico” o “típico”, pero el nivel Auriñaciense más antiguo (9), con una posible aza-gaya de base hendida, carece de datación. El Chatel-perroniense de El Pendo está sin datar; su integridad y su supuesta interestratificación entre los niveles del Auriñaciense ha sido cuestionada (D´Errico et alii, 1998; Zilhao y D´Errico, 1999).

Más recientemente se excavaron dos nuevos sitios chatelperronienses: A Valiña en Lugo y Labeko Koba -Guipúzcoa- (Llana et alii, 1996; Arrizabalaga y Altu-na, 2000). El primero, poco usual por su aislamiento y por estar ubicado en un área donde las cuevas son raras, está datado entre los 35 y los 32 ka. Este sitio tiene evidencias palinológicas de condiciones inter-estadiales, como en Morín. El utillaje lítico, que in-cluye las supuestas “puntas” diagnósticas, es escaso. El nivel IX Chatelperroniense de Labeko Koba ha sido datado en su parte inferior en el 34.2 ± 1.3 ka. El escaso polen conservado incluye algunos granos de taxones termófilos así como de pino, sugiriendo su atribución a un interestadio, acaso Les Cottés. En contraposición, la parte superior del nivel IX se for-mó bajo condiciones de marcado carácter frío, con presencia de mamut y rinoceronte lanudo. Como es común en los sitios vasco-cantábricos no montaño-sos, Labeko Koba que es una cueva cercana a la línea del río Deva, tiene como fauna chatelperroniense do-minante el ciervo, junto a gran número de restos de caballos, bóvidos y hienas. Las hienas son también destacadas entre la fauna de Valiña.

El conjunto industrial chatelperroniense de Labeko Koba es reducido, pero incluye porcentajes altos de láminas, tres o cuatro “puntas” de dorso curvo, tres laminillas de dorso, un buril, un raedera, y un frag-mento de punta de asta. Ni Morín ni el Pendo han proporcionado artefactos de hueso chatelperroniense y, a diferencia de algunos conjuntos chatelperronien-ses franceses, no contienen objetos de adorno perso-nal.

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Sitios como El Pendo, El Castillo, Morín, La Viña, Cueto de la Mina, Labeko Koba y Lezetxiki contie-nen secuencias con niveles del Auriñaciense Superior (en total son sólo una docena los sitios vasco-cantá-bricos con colecciones atribuidas con seguridad al Auriñaciense). Aunque las fechas radiométricas son todavía raras, está bastante claro que este complejo tecnológico perdura hasta aproximadamente los 28- 27 ka. Algunos de estos conjuntos contienen una o varias puntas de asta, incluyendo las de base hendi-da en los niveles más antiguos y las de sección plana en los más modernos, y dientes perforados, como los caninos de ciervo. Los objetos de arte mueble están ausentes, a excepción de un fragmento de asta con grabados lineales del Auriñaciense más reciente de Labeko Koba, y unas pocas piezas grabadas y per-foradas de El Pendo. Los raspadores/núcleos care-nados y en hocico suelen ser abundantes, así como las laminillas Dufour en las colecciones recogidas con una criba de malla fina. Pero las hojas clásicas, grandes y con retoque escaleriforme, o las hojas es-tranguladas auriñacienses, nunca son realmente co-munes en la zona vasco-cantábrica, en parte quizás a causa del pequeño tamaño de los nódulos de materia prima. Por el contrario, los tipos musterienses como los denticulados, muescas y raederas son abundantes e incluso muy abundantes en algunos conjuntos del Auriñaciense “inicial” o “típico”.

Los medios de subsistencia muestran una continui-dad, vis à vis con el Musteriense Superior, con domi-nio del ciervo, al que siguen bovinos y caballos en cantidades importantes, y que, debido a su gran ta-maño, pudieron proporcionar tanto o más alimento que el ciervo. Algunos niveles mantienen grandes cantidades de restos de oso de las cavernas, mostran-do que incluso en el Paleolítico Superior se compartió alternativamente el uso de las cuevas entre humanos y los osos durante su periodo de hibernación.

El escepticismo al separar los troncos culturales tradi-cionales Auriñaciense y Chatelperroniense, al menos en la Región Cantábrica, puede deberse al hecho de que las puntas de “Chatelperron” aparecen en mu-chas colecciones “Auriñacienses”; los raspadores ca-renados y en hocico pueden encontrarse en conjun-tos Chatelperronienses; las laminitas Dufour pueden ser abundantes o faltar en las colecciones modernas; las fechas de radiocarbono para niveles Chatelperro-nienses superan en tres lugares el Auiñaciense inicial, son anteriores a las del Superior y se solapan en otros; y a la posible interestratificación de los niveles Auriñacienses y Chatelperronienses (aunque muchos restos líticos coinciden en los dos conjuntos). Estos mismos hechos pueden ser usados, alternativamente, para argumentar que el Chatelperroniense es resulta-do de una “aculturación” a partir de un Auriñaciense muy antiguo existente con anterioridad. En cualquier

caso, hay una considerable evidencia de la continui-dad o similitud entre el Musteriense final y el Auriña-ciense y Chatelperroniense de la Región. La cuestión aún sin resolver es a quién se debe cada uno de ellos. Los restos de neandertales no son abundantes en la región vasco-cantábrica, salvo en el caso extraordina-rio del Sidrón. Los restos de cromañón son aun más escasos y están pobremente documentados (Garralda et alii, 2000). En España no hay restos humanos aso-ciados con el Chatelperroniense y esto no prueba que estas industrias fuesen realizadas aquí por los nean-dertales. Tampoco el modelo de desarrollo autónomo del Chatelperroniense por los neandertales propuesto por Zilhao y D’Errico (D´Errico et alii, 1998; Zilhao y D´Errico, 1999; D´Errico, 2003) ni el modelo de aculturación Auriñaciense de Mellars (2005) es de modo inequívoco soportado por las evidencias can-tábricas. Pero hay bastantes pruebas de una conti-nuada adaptación regional, independientemente de las formas de humanos que estuvieron presentes en esta área durante el final del estadio isotópico 3. Un modelo de desarrollo cultural en mosaico durante la transición del Paleolítico Medio al Superior, y dentro del Paleolítico Superior inicial, parece acorde con la evidencia de Cantabria en particular, así como de la Península Ibérica en general (Straus, 2005).

6. EL GRAVETIENSE

En el norte de España el Gravetiense está escasa-mente representado. Para el periodo c.28 a 20 ka. se conocen sólo unos 18 yacimientos, unos 2,5 sitios por milenio. Este es un número bajo, pero mayor que para el Auriñaciense y Chatelperroniense juntos, cuya media es de 1,25 yacimientos conocidos por mi-lenio (Straus et alii, 2000 a, 2000 b) (Fig. 4B). Para ambos periodos la densidad de la población vasco-cantábrica, aunque medida con el procedimiento no muy fiable del número de sitios, parece ser mucho más baja que en el Périgord, por ejemplo. Aún así, hubo un cambio tecnológico en la Región similar al ocurrido entre el 28 y 26 ka. en Aquitania y en otras muchas regiones de Europa, coincidiendo con el final del estadio isotópico 3 y el comienzo del Pleniglacial Superior. Se produjo una notable reducción de tama-ño y, en algunos casos, microlitización, de los útiles líticos, con un énfasis en los proyectiles líticos y los bu-riles, que se hacen más delgados, y las laminillas más estrechas; también se produjo una importante reduc-ción de la importancia de las puntas de asta. Aunque muchos de los tipos líticos especializados que definen este complejo arqueológico del Perigordiense Superior en el suroeste de Francia son raros o no aparecen en el norte de España, es notable la abundancia y persisten-cia de los buriles de “Noailles”, pequeños y de múltiples truncaturas, especialmente en el País Vasco, donde hay una notable concentración de yacimientos gravetienses, incluyendo varios al aire libre en Guipúzcoa y Navarra.

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Las fechas de radiocarbono para el Gravetiense ini-cial son pocas, aunque hay tres idénticas de 27.4 ka procedentes de los niveles ricos en buriles de Noailles de Amalda (Guipúzcoa) y Antoliñako Koba -Vizca-ya- (Aguirre, 2000). El límite superior para las indus-trias de aspecto Gravetiense y sin presencia de puntas solutrenses es c.20-21 ka. (fechas de Amalda, Morín, La Riera y Lezetxiki). Una de las dataciones más interesantes, de 22.3 ± 0.5 ka, es la realizada sobre carbón procedente de un hogar de la superficie del interior de la cueva de La Fuente del Salín, en el oes-te de Cantabria (Moure y González Morales, 1992). Sobre esta estructura –con más fechas inéditas- hay impresiones de manos en la pared de la cueva, cuya datación por AMS parece confirmar su edad Gra-vetiense final (M. González Morales, comunicación personal).

Las condiciones ambientales para los primeros mile-nios del estadio isotópico 2 eran todavía algo ines-tables, con al menos una oscilación, ampliamente aceptada, algo más templada (“Tursac”) en torno a 24 -23 ka, que ha sido identificada en algunas series polínicas vasco-cantábricas (por ejemplo, Amalda). Mientras el ciervo, junto con el caballo, continuó siendo el principal recurso en lugares cercanos a la

costa de Santander, hay ahora evidencias de una no-table especialización en la caza de cápridos en zonas rocosas de la montaña vasca, con un gran número de rebecos en Amalda y de cabra montés en Bolinkoba -Vizcaya- (Castaños, 1983).

El sitio de La Fuente del Salín apunta claramente a la existencia en la Región Cantábrica de un arte rupes-tre realizado durante el Paleolítico Superior arcaico. Se ha sabido o sospechado durante tiempo que los grabados de algunas cuevas datan de antes del Solu-trense; esto es evidente en el caso de El Conde, en la zona central de Asturias, donde los grabados lineales fueron cubiertos por los depósitos auriñacienses. La misma situación ha sido cuidadosamente documen-tada por las modernas excavaciones del abrigo de la Viña (Fortea, 1994). Durante mucho tiempo se ha propuesto una cronología del Paleolítico Superior ar-caico para los grabados profundos de Venta la Perra, en el valle de Carranza, un afluente del Asón en la frontera ente Cantabria y Vizcaya. Esto parece ha-berse confirmado recientemente (Arias et alii, 1999). Las antiguas excavaciones de Venta la Perra, por su parte, sugieren la presencia de industrias líticas de ambos periodos. Recientemente se han realizado dataciones experimentales por termoluminiscencia

Fig. 4B. Distribución de yacimientos gravetienses (c. 28-20 ka).

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en calcitas infra y superpuestas a las pinturas de ani-males de las paredes de la cercana cueva de Pondra; los resultados sugieren una cronología del Paleolíti-co Superior inicial (González Sainz y San Miguel, 2001). De ser correctos, estos resultados indicarían la producción de al menos algo de arte a lo largo del Valle de Carranza en un tiempo en que existía una ocupación cercana en el Mirón.

Los objetos de arte mueble y de adorno están pre-sentes en los contextos gravetienses, aunque aún son relativamente raros. De este modo, la explosión de la producción artística en el Paleolítico Superior tardío de la Región Cantábrica tiene sus antecedentes en los tiempos Auriñaco-Perigordienses, aunque de un modo muy limitado y poco espectacular. Esto mues-tra un marcado contraste con lo que está sucediendo en esta época especialmente en el suroeste de Alema-nia, centro-sur de Francia y Moravia, donde encon-tramos, respectivamente, la producción de figurillas de marfil de los valles de Ach y Lone, las pinturas de la cueva de Chauvet, y los trabajos en marfil, hueso y arcilla del arte Pavloviense.

7. LA RESPUESTA SOLUTRENSE AL ÚLTIMO MÁXIMO GLACIAL

Las condiciones en extremo frías y áridas del esta-dio isotópico 2 forzaron al eventual, y casi completo, abandono humano del noroeste de Europa. La con-tracción de la distribución humana al área al sur del Loira parece haber coincidido con un notable incre-mento del número de yacimientos en los “refugios” del suroeste de Europa e Italia, especialmente en la periferia costera de la Península Ibérica. La crisis del último máximo glacial también parece haber provo-cado el desarrollo de un torrente de nuevas tecnolo-gías en el oeste europeo, incluyendo la variedad de puntas líticas foliáceas, pedunculadas o con aletas, proyectiles, las agujas con ojo y, casi al final, las pun-tas de asta armadas con puntas de dorso sobre lami-nilla. Las puntas líticas fueron frecuentemente acaba-das mediante una exquisita percusión y un retoque por presión. El último máximo glacial parece haber llevado a incrementar la intensificación de los medios de subsistencia a través tanto de situaciones de espe-cialización como, sobre todo, de diversificación de las fuentes de alimentos, pese a ser ambientes pobres en productos vegetales aprovechables; y a posibles cambios en la territorialidad, la organización social y la ideología, como expresa el arte rupestre (Straus, 2001).

En la región Cantábrica, el incremento en el número de yacimientos conocidos atribuibles al Solutrense es sobresaliente: al menos 54 sitios, un incremento re-lativo de tres veces respecto al Gravetiense, y en un periodo que es sólo un tercio del Gravetiense, con

una media de 18 sitios por milenio (Fig. 4C). Estos yacimientos están frecuentemente agrupados, y se-parados en ocasiones por áreas vacías. Claramente existían áreas que eran favorables y favorecían el asentamiento humano, presumiblemente aquellas con buenos abrigos, agua, combustible y paisajes propicios para la caza. Unos pocos de estos sitios o conjuntos concentran la mayor parte de los mate-riales solutrenses de la región. Entre ellos, el grupo de La Llera en el oriente de Asturias; Las Caldas y otros sitios del valle del Nalón en Asturias; Altamira y los sitios cercanos de la llanura costera del centro de Cantabria; el trío de Santimamiñe, Atxeta y Antoliña cerca de Guernica en Vizcaya; y el complejo de cue-vas de Aitzbitarte cerca de San Sebastián.

El Solutrense vasco-cantábrico se data actualmente por más de una treintena de fechas de radiocarbo-no, que oscilan entre el 20/20.5 ka y el 17/16.5 ka, Los conjuntos solutrenses se definen por la presencia de las características puntas líticas, con una variedad de subtipos distintiva de la región, especialmente las puntas de base cóncava pero acanaladas (¿lanzas?), y puntas de muesca (¿jabalinas?) principalmente en la mitad este de Asturias y en Cantabria, y puntas foliáceas romboidales en las provincias vascas. Las puntas solutrenses son, en general, más abundantes en los sectores occidentales de la región, y más raras y asociadas con muchas puntas de dorso y buriles de Noailles en las áreas orientales. Esto sugiere una di-ferenciación social, como aparece en el resto de la oikumene solutrense. Hay también azagayas grabadas, cortas, monobiseladas, y aplanadas en el centro del fuste, especialmente distintivas y comunes en Asturias y Cantabria.

Sin embargo los contactos entre varias partes de este mundo se manifiestan por los sílex “exóticos” de Las Landas y Guipúzcoa encontrados en yacimientos so-lutrenses del País Vasco-Francés -Isturitz, Azkonzilo- (Chauchat, 1990), así como por el descubrimiento de yacimientos que empiezan a colmar los vacíos entre el Atlántico y el Mediterráneo, entre el norte y sur de los Pirineos (Utrilla y Mazo, 1996) y entre Anda-lucía y el Algarve. Unas pocas puntas “occidentales” de base cóncava en sitios del País Vasco y Pirineos, incluyendo algunos bellos ejemplos de costillas reto-cadas de la cueva de Antoliña en el centro de Vizcaya (Aguirre, 1998), evidencian los contactos humanos en el mundo Solutrense. Estos objetos, como las puntas solutrenses del Mirón, están realizadas sobre materias primas de colores variados y de excelente calidad. Aunque raras, algunas de las puntas están intactas, y todos los hechos sugieren que debieron ser aprecia-dos “objetos de intercambio” o regalos.

El solutrense cantábrico experimentó el desarrollo de una caza más intensa de ciervo, especialmente en

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las llanuras costeras de Asturias y Cantabria, y de la cabra montés en las montañas del interior, especial-mente en el País Vasco. La intensificación de la sub-sistencia también incluyó la explotación de moluscos marinos y algo de pescado en un primer momento, implicando incluso el transporte de lapas y otros mo-luscos durante unas dos horas de camino desde la costa del Pleniglacial a la cueva de La Riera, en el oriente de Asturias.

El arte mueble incluía huesos con marcas o muescas y plaquetas de marfil, dientes y conchas perforados, y artículos figurativos raros, como un canto con un grabado de cabra en Bolinkoba y un pájaro esculpido en un canino de oso de la caverna de El Buxú. Este yacimiento solutrense, situado en el valle de la cara sur de la cadena montañosa del este de Asturias, tiene también grabados rupestres (Menéndez, 1992). Otras cuevas con arte rupestre de la zona son atribuidas al Solutrense, aunque ninguna ha sido aún datada di-rectamente, a diferencia de lo que ocurre en Andalu-cía (Sanchidrian et alii, 2001). Las imágenes en trazo punteado de color rojo, de caballos, bóvidos, renos y especialmente ciervos, marcan un estilo distintivo que tiene su centro en Covalanas y La Haza, en el este de Cantabria, y afecta a un área geográfica restrin-

gida entre el centro de Cantabria y el occidente de Vizcaya. Otro posible arte parietal solutrense incluye agrupaciones de puntos rojos alineados en las con-cavidades de la roca, y otras imágenes tamponadas en el oriente de Asturias u occidente de Cantabria: Riera, Chufín, Meaza, y Mazaculos, muchas de ellas con puntas solutrenses.

Tanto en la Península Ibérica como en el sur de Fran-cia, el Solutrense nos proporciona una imagen de grupos humanos viviendo en territorios relativamen-te restringidos pero favorables, practicando una caza intensa como base de la subsistencia (posiblemente complementada con el marisqueo), empleando el nuevo y mortífero armamento y otras tecnologías. Estos grupos desarrollaron estilos locales de puntas y arte, pero claramente mantuvieron los contactos para rituales, buscar pareja, y otras actividades sociales, así como para la transmisión de información y el inter-cambio de objetos. De este modo se mantuvo unido el universo humano de los refugios de suroeste de Europa, proporcionando un cierto grado de realidad cultural a la noción de “El Solutrense”, una red de supervivientes del Pleniglacial.

Fig. 4C. Distribución de yacimientos con industrias solutrenses (c. 20-17 ka).

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8. EL “FLORECIMIENTO” MAGDALENIENSE Y LA REEXPANSIÓN DURANTE EL TARDIGLACIAL

La moderación gradual y discontinua de las condi-ciones climáticas durante los 4-5 milenios posteriores al Ultimo Máximo Glacial (Dryas I) parece que con-tribuyó a inmediatas reacciones en Francia, como el pronto abandono de las puntas líticas solutrenses, el desarrollo de las tecnologías del Magdaleniense Anti-guo, y la reexpansión de los asentamientos humanos hacia las tierras altas del sur y hacia las llanuras del norte, sobre la cuenca de Paris y eventualmente más allá (Straus, 2000). El abandono de la “costosa” fabri-cación de puntas solutrenses en la Península Ibérica fue más lento, tal vez porque los cambios ambientales del Último Máximo Glacial no fueron tan marcados y abruptos como en las latitudes más altas de Francia. Durante unos mil años después de que los artefac-tos solutrenses desapareciesen en Francia, las clásicas puntas seguían produciéndose en España, pero pro-gresivamente se sustituyeron por armas con puntas de asta resistentes y reutilizables, combinadas con la-minillas de dorso reemplazables y de baja inversión. Se trata de un proceso de “desolutreanización”. El complejo tecnológico Magdaleniense, con su profu-sión de elementos de asta y líticos -que incluye tipos generales como las laminillas de dorso y útiles espe-cializados como los abundantes tipos de buriles y per-foradores- se extiende en el periodo c.17 a 11.5 ka. y alcanza al Aziliense, un “Epimagdaleniense” que hace de puente en el límite del Pleistoceno-Holoceno. Este es el “clásico” Paleolítico Superior del que mu-chos textos extraen aún la mayoría de las descripcio-nes estereotipadas de este estadio de la evolución hu-mana -aunque los artistas de Altamira, de hace c.14 ka., están separados de los productores de azagayas de base hendida del Auriñaciense inicial por cerca de dos veces el tiempo que les separa de nosotros en fe-chas radiocarbónicas.

El Magdaleniense cantábrico puede ser dividido al menos en dos fases tecnológicas: la anterior y la posterior a la invención de los verdaderos arpones dentados de asta hacia c.13 ka. Esto coincide con el principio de la significativa mejora climática de la os-cilación de Bölling. El paso del Magdaleniense Anti-guo al Reciente está mostrando algunas variaciones internas, con diversidad de facies definidas por tipos particulares de azagayas y por la relativa importan-cia de las puntas de dorso entre las colecciones líticas obtenidas por métodos de muestreo moderno. Sin embargo, un Magdaleniense “inicial” (c. 17-15,5 ka) aparece en yacimientos como El Rascaño y El Mirón, y un Magdaleniense “Medio” comienza a definirse en la región vasco-cantábrica en los conjuntos data-dos entre el c.14 a 13 ka. (Corchón, 1995, 2000; Utri-lla, 1996). Esto guarda relación con la fase clásica de

los Pirineos franceses, marcada por pequeñas cabezas de caballos y otros ungulados recortados en huesos finos como ornamento (en La Garma, El Juyo, Tito Bustillo y La Viña), raros “proto-arpones”, e incluso rodetes perforados y decorados en Llonín. En mu-chos casos hay un alto grado de continuidad entre los artefactos líticos del sustrato llamado Solutrense terminal y los conjuntos del Magdaleniense antiguo, indicando un desarrollo in situ del último en el nor-te de España, del mismo modo que la transición del Magdaleniense terminal al Aziliense fue gradual, desigual, y claramente local. El Magdaleniense can-tábrico carece de muchos de los útiles y armas espe-cíficos definidos en el Perigord. Sin embargo, tiene una colección extraordinariamente rica y diversa de astas decoradas, huesos, dientes y objetos en piedra, algunos claramente utilitarios pero otros ciertamente ornamentales o rituales, así como punzones planos y agujas.

Incluyendo unos pocos lugares vinculados a la Cordi-llera en Navarra, se conocen 56 sitios para el Magda-leniense Antiguo-Medio y 50 para el Magdaleniense Superior, que, respectivamente, se traducen en 17 y 25 sitios por milenio (Fig.5A). La densidad de sitios (¿y de gente?) parece recordar a aquella del Solutren-se durante el Dryas I, aparentemente incrementada durante el último interestadio (Bölling-Dryas II-Alleröd). Es también destacable la existencia de más sitios en tierras altas. Al retroceder los glaciares de la Cordillera, los humanos ascendieron en altura, como también hacían en el Magdaleniense en Francia y en el Epigravetiense final en Italia, como parte del gran movimiento recolonizador que tuvo lugar no solo en altitud, sino también en latitud a lo largo de Euro-pa durante el Tardiglacial. Para el final del Magda-leniense hay de nuevo evidencias de asentamientos humanos, aunque dispersos, en la Meseta norte en Burgos y en otras partes de Castilla la Vieja. Mu-chos de los valles fluviales vasco-cantábricos tienen yacimientos Magdalenienses por toda su longitud, desde sus actuales desembocaduras hasta la Cordi-llera (Straus et alii, 2002). Los yacimientos pueden ser campamentos residenciales con áreas de actividades diversas, a menudo localizados sobre o cerca de la planicie costera y, de otro lado, sitios de actividades más limitadas, como campamentos de caza, situados a menudo en la zona montañosa. Otra indicación de la relativa densidad de la población humana es la presencia en muchos lugares de niveles de ocupación magdalenienses muy espesos, con restos de hogares, hoyos y otras estructuras, y llenos de restos de fau-na, útiles, y restos de talla, a menudo sin lentejones culturalmente estériles. Los ejemplos incluyen depó-sitos magdalenienses de yacimientos como la Viña, Llonín y Tito Bustillo (Asturias); Altamira, El Juyo, El Castillo y El Mirón (Cantabria); Santa Catalina y Lumentxa (Vizcaya); y Urtiaga y Ekain (Guipúzcoa).

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Algunos sitios, elegidos por su localización apropiada y disponibilidad recursos, fueron usados repetida-mente, tal vez durante periodos extensos o por gru-pos grandes.

La tendencia a la intensificación en la subsistencia continuó durante el Tardiglacial (Straus, 1993), sin duda bajo la presión del incremento de la población. La gradual pérdida de una modesta franja costera a medida que el nivel del mar comenzó a ascender fue compensada por la retirada de los glaciares en las montañas. El término de L.G. Freeman, wild har-vesting (cosecha o acopio masivo de recursos salvajes) puede aplicarse con exactitud en muchos sitios a las prácticas cinegéticas sobre el ciervo, especialmente manadas de ciervas con sus crías. Los sitios Magdale-nienses en altura, en las laderas rocosas de las mon-tañas, se caracterizan generalmente por conjuntos faunísticos dominados aplastantemente por la cabra montés, aunque hay otros, especialmente El Mirón, dominando un amplio valle, en donde se aprecia un co-dominio con el ciervo. Numerosos sitios a lo largo de la franja costera del este de Asturias y Cantabria tienen gran número de lapas y bígaros, indicativos de una explotación sistemática. Los restos de pescado,

especialmente salmón y trucha, son muy abundantes en diversos yacimientos, ambos en lugares cercanos a la costa y a lo largo de los ríos en el interior, en nive-les con o sin arpones, ya que la pesca pudo haberse realizado también con puntas de asta biseladas (Poki-nes y Krupa, 1997). El mar Cantábrico y los ríos que desembocan en él debieron constituir un gran refugio para el salmón del Atlántico norte durante el Ultimo Glacial, cuando la corriente del Golfo estaba ausente y las aguas frías y los hielos forzaron a los peces hacia el sur (Consuegra et alii, 2002). Hay algún resto raro de foca en sitios Magdalenienses, probablemente de animales varados en las playas. Los más recientes ha-llazgos, incluyendo focas junto con pingüinos, proce-den de Santa Catalina (Berganza, 1998-9).

El Magdaleniense vasco-cantábrico, como el de los Pirineos franceses y Aquitania, es mejor conocido por la riqueza de su arte parietal y mobiliar (González Echegaray y González Sainz, 1994; Barandiarán, 1994; González Sainz y Moure, 2000). Desde el tra-bajo de Alcalde del Río, Sierra y Breuil a comienzos del siglo veinte, han sido documentadas semejanzas llamativas en las mismas cuevas (Altamira y el Casti-llo) entre imágenes grabadas con el distintivo “som-

Fig. 5A. Distribución de yacimientos del Magdaleniense Inferior y Medio (c. 17-13 ka).

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breado” estriado en las paredes de las cuevas y en es-cápulas de ciervo, que se han empleado en la datación del arte rupestre del Magdaleniense Inferior (Gonzá-lez Sainz, 1993). Una reciente datación directa sobre una escápula grabada de Altamira, considerada en origen de edad Solutrense, ha mostrado que también es del Magdaleniense Inferior (Valladas et alii, 1992), como los ejemplos de otros lugares: El Juyo, Rasca-ño, El Cierro, El Pendo y, ahora, El Mirón (Gonzá-lez Echegaray y Freeman, 1992/1993; Fortea et alii, 1990; Arias y Ontañón, 2004). En los últimos años se han elaborado argumentos estilísticos similares para la datación. Más recientemente hemos revelado un espectacular caso de superposición estratigráfica, datada por radiocarbono, de depósitos culturalmen-te del Magdaleniense reciente sobre un bloque que había caído del techo de la cueva del Mirón y había sido grabado en el Magdaleniense antiguo (González Morales y Straus, 2000). Además, hay ahora cerca de 50 dataciones fiables por AMS sobre pinturas reali-zadas en carbón de cuevas cantábricas, que oscilan entre c.15 y 11 ka. (Moure y González Sainz, 2000) (Fig. 5B). Otras imágenes datadas por AMS sugieren una continuidad de la decoración de las cuevas hasta el final del Pleistoceno (Corchón, 1996). La mayoría

de los grandes santuarios de arte de la región tam-bién tienen yacimiento magdaleniense. Algunas de estas cuevas están rodeadas por yacimientos “meno-res” de habitación y de arte, formando agrupaciones significativas. Entre estas se encuentran los complejos kársticos de la actual desembocadura del río Sella en el este de Asturias y los del monte de La Garma y el monte de El Castillo, ambos en la zona centro de Cantabria (Moure, 1994; Utrilla, 1994; Arias et alii, 2000). El arte rupestre cantábrico está dominado por las imágenes de bisonte, uro, caballo, cabra y ciervo. El reno, hallado ocasionalmente entre las arqueofau-nas Magdalenienses, es raro, pero está muy bien re-presentado, junto a otros animales “inusuales” como osos, carnívoros, peces, y pájaros. Los antropomorfos no son comunes pero, cuando aparecen, son por lo general poco realistas e incluso “grotescos”. El arte parietal de Cantabria y Asturias es particularmente rico en “signos”: en rejilla, tectiformes, claviformes, puntos, y “vulvas”.

Además de las famosas escápulas grabadas, los cien-tos de trabajos Magdalenienses de arte mueble inclu-yen plaquetas líticas grabadas, entre las que hay una amplia colección de Las Caldas, que incluyen algu-

Fig. 5B. Distribución de yacimientos del Magdaleniense superior (c. 13-11,5 ka).

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nas imágenes antropomórficas, y un único y exquisito ejemplo de Ekain, además del colgante con grabado de caballo del Magdaleniense inicial de El Mirón, o la falange de La Garma. Asimismo hay tubos sobre hueso de ave, siendo notables los de El Valle y To-rre; astas perforadas (bastones), incluyendo un par de ellas casi idénticas de los niveles del Magdaleniense fi-nal de El Castillo y la cercana Cualventi, y otro par si-milar de los yacimientos más distantes de El Valle y El Pendo, todos ellos en Cantabria; ocasionales escultu-ras, como el busto humano en cuarcita de Entrefoces, en Asturias; dientes perforados y decorados; conchas perforadas, unas pocas de taxones mediterráneos; bastones decorados; azagayas; y arpones (Corchón, 1995; González Morales, 1990 a). Motivos decorati-vos poco usuales en varios periodos Magdalenienses incluyen los llamados motivos geométricos “tectifor-mes”, estilizaciones en visión frontal de cabezas de cabra alpina, cordones, serpentiformes, y zigzags.

En contraste con el Magdaleniense de Francia, Bélgi-ca, Suiza y Alemania, no hay tantas evidencias en la región vasco-cantábrica de transporte a larga distan-cia de materias primas líticas, tampoco hay tantos fó-siles o conchas marinas exóticas, e incluso resulta que el ámbar es de origen local (Álvarez, 2002). Es proba-ble que la causa sea que esta zona costera no estaba en las fronteras de la reexpansión magdaleniense ha-cia el norte. El sílex y, especialmente en Asturias, las cuarcitas empleadas para la fabricación de útiles eran frecuentemente locales o de fuentes situadas a pocas horas de camino del yacimiento (Freeman, 1991; González Sainz, 1991; Straus, 1996 a). Por otra parte, es evidente a partir de las especificidades típicas de los estilos del arte rupestre, como el modo de “contorno negro” en el Pirineo, por ejemplo en Niaux, o a partir de objetos mobiliares como los contornos recortados pirenaicos, que había contactos humanos significati-vos (por ejemplo, visitas, intercambios y matrimonios) entre la región vasco-cantábrica y los Pirineos, y aun más allá (Schwendler, 2004), incluyendo similitudes notables con objetos decorados y artefactos del Le-vante español. Existió un “universo Magdaleniense”:

una red de relaciones, símbolos e ideas compartidas, y objetos característicos que, a pesar de las grandes diferencias medioambientales, de recursos y en las estrategias de subsistencia entre los extremos de este universo humano, se extendía desde España a Ale-mania y Polonia.

9. EL FINAL DEL PALEOLÍTICO SUPERIOR: EL EPÍLOGO AZILIENSE

El final del complejo tecnológico Magdaleniense es un proceso prolongado; pueden sostenerse de forma justificada tanto cronologías cortas como largas. Tras el breve y poco marcado giro climático del Dryas II vuelven a establecerse unas condiciones moderada-mente atemperadas (Alleröd). Con ellas llega el co-mienzo de la simplificación tanto de las tecnologías líticas como óseas del Magdaleniense y un cambio radical en la expresión artística y decorativa. Esta tendencia se conoce como “proceso de azilinización”. El producto final, alrededor de la crisis climática del Dryas III y el principio de las condiciones holocéni-cas c.10 ka., se conoce en la región franco-cantábrica como Aziliense.

Un estadio de transición rico en laminillas de dorso, con puntas azilienses curvas, de dorso recto, así como micro puntas de doble dorso, se está definiendo en el norte de España (Adan et alii, 2001; Aura et alii, 1998; Bernaldo de Quirós et alii, 1992; Straus, 1996 b). Las azagayas y otros artefactos óseos típicos del Magdaleniense desaparecen, los arpones continúan fabricándose, pero con sección plana, en vez de re-donda. En principio son todavía bastante alargados e incluso, en tres yacimientos asturianos (Los Azules, Cueva Oscura y La Lluera), con grabados geométri-cos (Fernández-Tresguerres y Junceda, 1990), pero algo más tarde comenzarán a ser más aplanados y en ocasiones con perforación basal. Un motivo de-corativo similar a líneas con tracitos fue grabado en objetos óseos de diversos yacimientos del Magdale-niense terminal y Aziliense antiguo de Cantabria y Asturias. El Aziliense muestra un brusco descenso del número de buriles y otros tipos de útiles, excepto de los raspadores circulares, que tienden a hacerse sobre pequeñas lascas. Un término en ocasiones aplicado a la tecnología Aziliense ha sido el de “empobreci-miento”, pero gran parte del instrumental y las armas probablemente empezaron a realizarse ahora en ma-dera, cuando comenzó la reforestación de la Región.

Los patrones de asentamiento azilienses son casi una copia exacta de los del Magdaleniense. El número de yacimientos es básicamente idéntico: 51, que supo-ne una media aproximada de 25,5 yacimientos por milenio (Fig.7). La mayoría de las unidades azilienses se apoya sobre las magdalenienses, pero muchos ya-cimientos fueron abandonados tras el Aziliense. Así

Fig. 6. Representación de reno en la cueva de Las Monedas (Puente Viesgo). medio (c. 17-13 ka).

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mismo hay más yacimientos azilienses que magda-lenienses ubicados en la alta montaña, no hay duda que debido al final de la deglaciación (Bernaldo de Quirós y Neira, 1996; Muñoz y Berganza, 1997). Al-gunos yacimientos azilienses algo más tardíos (Prebo-real) están localizados sobre o cerca de una línea de costa ya muy cercana a la actual. Estos sitios a menu-do contienen gran cantidad moluscos en concheros que son los precursores de la “cultura asturiense” me-solítica (González Morales, 1995; Straus, 1995). Los moluscos son aún taxones de aguas frías.

Además de moluscos marinos, durante el Aziliense las gentes explotaron en ocasiones cantidades impor-tantes de caracoles terrestres, como en El Piélago, en los bordes de las montañas, y La Fragua, ambos en Cantabria, y una variedad de peces marinos y aná-dromos, como en La Riera. Los pájaros, incluyendo aves acuáticas, comienzan a incrementarse de forma regular en las arqueofaunas desde el Magdaleniense final y Aziliense. El principal recurso animal durante el Aziliense continuó siendo el ciervo en los lugares de la llanura costera y en los valles cercanos, y la cabra alpina y el rebeco en los lugares de montaña. Sin em-bargo, con la reforestación comenzaron a aparecer ya desde sus inicios cantidades importantes de corzos y jabalí. Se puede suponer que, especialmente bajo

las condiciones atemperadas y húmedas de Alleröd y el Preboreal, se incrementó el uso de las avellanas y hayucos, bellotas, y nueces, así como una variedad de semillas, bayas y raíces. El programa de flotación de El Mirón, como el del Juyo, debería arrojar luz sobre el papel de las plantas en la dieta.

Además de la exigua mención realizada anterior-mente sobre la decoración de los arpones del Azi-liense inicial y plaquetas de hueso o colgantes, hay unos pocos objetos de hueso y asta decorados con grabados geométricos, una espectacular espátula de hueso con infinidad de puntos grabados de los Azu-les (Asturias) y unos 40 ejemplares de cantos pintados -29 de ellos de la misma cueva, donde muchos de es-tos objetos “clásicos” se asocian a un enterramiento humano (Fernández-Tresguerres, 1994)-. El número de objetos azilienses decorados desciende a medida que pasa el tiempo, probablemente cuando todo el sistema simbólico Magdaleniense se colapsa. En rea-lidad, todo el arte rupestre y mobiliar figurativo había desaparecido ya totalmente hacia el final de Alleröd, presumiblemente porque el mundo en el cual esa ideología se apoyaba había dejado ya de existir.

Los artefactos azilienses desaparecen hacia el final del Preboreal (c. 9 Ka). La fase Boreal en Asturias

Fig. 7. Distribución de yacimientos de época Aziliense (c. 11,5-9 ka).

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oriental y Cantabria occidental está marcada por la formación de enormes concheros en gran número de cuevas situadas a 1-2 km de la costa, especialmente alrededor de ensenadas y estuarios. El componente cultural de estos yacimientos “Asturienses” es limita-do; picos sobre cantos, lascas y punzones de hueso componen la mayor parte del instrumental. No hay evidencias de arte y sólo se conoce un buril, pobre-mente documentado. Los concheros asturienses contienen grandes masas de moluscos marinos (aho-ra bígaros de aguas templadas, así como lapas, que son más pequeñas en La Riera y otros yacimientos, probablemente a consecuencia de una sobreexplota-ción). Asimismo contienen erizo de mar y caparazo-nes de cangrejos, espinas, algunos restos de plantas, y abundantes huesos y dientes de mamíferos (principal-mente ciervo, seguido de corzo y jabalí, y en menor proporción otros ungulados), así como pequeños car-nívoros y pájaros.

En Cantabria oriental y las provincias vascas costeras, se ha documentado un énfasis similar en los recursos marinos, especialmente en yacimientos alrededor de los estuarios del Asón y de Guernica. Aquí, debido a los diferentes substratos litorales, los taxones son di-ferentes, incluyendo muchas ostras en el Boreal y a inicios del Atlántico. Las manifestaciones culturales mesolíticas son algo diferentes (los picos asturienses están ausentes), pero la colección de útiles es también en general pobre (González Morales, 1990 b; Gon-zález Morales y Diaz, 1992; González Morales et alii, 1992). Un enterramiento simple datado en el 8.300 B.P. ha sido recientemente encontrado en un conche-ro del este de Guipúzcoa (Iriarte et alii, 2005).

Hay un debate en curso sobre si la montaña interior fue o no abandonada durante la mayor parte del Mesolítico (Arias, 1995; González Morales, 1999; Straus y González Morales, 2003). Lo cierto es que había numerosos yacimientos epipaleolíticos en la cuenca superior del Ebro, de Álava hacia el sur de

la Cordillera (Alday, 1998; Cava, 2004) y muy pocos yacimientos en los flancos montañosos de Picos de Europa en Asturias y de la Cordillera en el oriente de Cantabria y Vizcaya. La población humana parece haber estado todavía fuertemente concentrada a lo largo de la costa, especialmente en estuarios y ense-nadas, los más ricos ecosistemas. Es en este mundo de recolectores de amplio espectro donde se introduce la domesticación animal neolítica, las cerámicas, los cereales y los megalitos, probablemente por medio del comercio y migraciones del mundo mediterráneo a través del Ebro o el sur de Francia poco después de hace 6.000 años en fechas de radiocarbono (Peña-Chocarro et alii, 2005).

AGRADECIMIENTOS

Este breve resumen constituye un pálido reflejo de los trabajos de muchos colegas españoles, a los que se lo agradezco enormemente y me disculpo de antema-no por posibles simplificaciones, tergiversaciones, u obviar aspectos de su gran y cuidadosa investigación. Una de mis aportaciones a lo largo de los años ha sido no sólo contribuir a documentar la Prehistoria cantábrica, sino también contribuir a su mejor cono-cimiento en el mundo angloparlante. Los mapas fue-ron esbozados en un SIG, a partir de mis datos, por Ann Winegardner. Tengo especiales deudas de gra-titud con Joaquín González Echegaray, Jesús Altuna y Manuel González Morales, así como hacia Leslie G. Freeman y Geoffrey A. Clark, que me introduje-ron en la prehistoria cantábrica hace unos 30 años, y a mi esposa, María del Carmen Rapado Errazti de Santander, quien, incluso desde entonces, ha tolerado tantas excavaciones y escritos. La traducción al cas-tellano fue hecha gentilmente por Raquel González Gutiérrez y revisada por César González Sainz y por el autor. Este artículo está dedicado a nuestra queri-da amiga y colega Victoria Cabrera Valdés, la gran conocedora de La Cueva de El Castillo, que desapa-reció prematuramente en 2004.

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BREVES APUNTES SOBRE EL PALEOLÍTICO SUPERIOR DE LA REGIÓN CANTÁBRICA

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