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Ray Bradbury

Ray BradburyA CIEGASTraduccin de Julia Ins Benseory Ana Margarita Moreno

DEL MISMO AUTOR por nuestro sello editorialLA MUERTE ES UN ASUNTO SOLITARIOEN EL EXPRESO, AL NORTECEMENTERIO PARA LUNTICOSSOMBRAS VERDES, BALLENA BLANCAFUEISERMS RPIDO QUE LA VISTA

Ray BradburyA CIEGAS E M E C E D I T O R E S

820-3(73) Bradbury, RayBRAA ciegas. - 1a ed. - Buenos Aires : Emec, 1998. 240 p. ; 22x14 cm. - (Grandes novelistas)

Traduccin de: Julia Ins Benseor y Ana Margarita Moreno ISBN 950-04-1856-8

1. Ttulo - 1. Narrativa Estadounidense

Diseo de tapa: Eduardo RuizImagen de tapa: Luis Rosendo Producciones FotogrficasFotocroma de tapa: Moon Patrol S.R.L.Ttulo original: Driving BlindCopyright 1997 by Ray Bradbury Emec Editores S.A., 1998Alsina 2062 - Buenos Aires, ArgentinaPrimera edicin: 10.000 ejemplaresImpreso en Printing Books,Carhu 856, Temperley, abril de 1998Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida,sin la autorizacin escrita de los titulares del "Copyright",bajo las sanciones establecidas en las leyes,la reproduccin parcial o total de esta obra por cualquier medioo procedimiento, incluidos la reprografay el tratamiento informtico.E-mail: [email protected]:// www.emece.com.ar

IMPRESO EN LA ARGENTINA / PRINTED IN ARGENTINAQueda hecho el depsito que previene la ley 11.723I.S.B.N.: 950-04-1856-89.017

Con infinito amor a mis nietas, que nacieron primero: Julia, Claire, Georgia y Mallory

Y a mis nietos, que llegaron despus: Daniel, Casey-Ray, Samuel y Theodore

Y mis deseos de larga vida.

TREN NOCTURNO A BABILONIA

James Cruesoe se encontraba en el coche bar de un tren que, tambaleante como un ebrio, se precipitaba fuera de Chicago, cuando el guarda se acerc a los tumbos, ech una mirada hacia el bar, le gui el ojo a Cruesoe y continu su vacilante camino. Cruesoe prest atencin a lo que oa.Exclamaciones. Gritos. Alboroto.Parecen ovejas desesperadas, felices de salir trasquiladas, pens. O aladeltistas que se arrojan sin alas desde un acantilado.Pestae.Porque en el bar, atrados hacia a una fuente invisible de gozosa turbacin, se apiaban unos hombres contentos de que los desvalijaran, felices de que les hurtaran la billetera y la sensatez.Es decir, jugadores.Jugadores aficionados, precis Cruesoe en su mente. Se puso de pie, avanz bambolendose por el pasillo y se detuvo para mirar por encima de los hombros de aquellos ejecutivos que se comportaban como adolescentes en plena vuelta olmpica.-Muy bien, miren! Ac est la reina. Desapareci! Rpido, cul es?-Esa!-Dios mo, perd hasta la camisa! -exclam el tallador-. A ver... otra vez. Aqu viene la reina, la reina se va... adnde?Los va a dejar ganar dos veces y, luego, har saltar la trampa, pens Cruesoe.-Ah! -gritaron todos.-Qu suerte que tienen! Estoy arruinado! -dijo el jugador oculto.Cruesoe ya no poda contenerse; se mora por ver a ese hbil mago de variedades.En puntas de pie, separ unos hombros que se contorsionaban y se asom, sin saber con qu se encontrara.Pero lo que vio fue a un hombre sentado, sin cejas pobladas como gatas peludas ni bigotes engominados. Tampoco le brotaban pelos de las orejas ni de las fosas nasales. El crneo no pugnaba por atravesarle el cuero cabelludo. Llevaba un traje marrn grisceo y una corbata gris oscuro con un nudo prolijo. Tena las uas limpias, aunque no arregladas por manicura. Increble! Un hombre comn, con el aplomo de quien est a punto de perder un partido de cribbage entre amigos.Ah, claro, se dijo Cruesoe al ver al jugador mezclar lentamente los naipes. Esos movimientos tan cuidados revelaban al pcaro oculto tras la mscara de ngel. El fantasma de un vendedor de feria yaca como una plida epidermis bajo el chaleco del hombre.-Con moderacin, caballeros! -dijo mientras barajaba las cartas-. No se excedan con las apuestas.Los hombres respondieron al reto echando paladas de dinero a la caldera.-Sooo...! No apuesten ms de cincuenta centavos. Prudencia, seores!Las cartas saltaban unas sobre otras mientras el repartidor, en apariencia ajeno a su tarea, recorra con la vista a quienes lo rodeaban.-Dnde tengo el pulgar izquierdo? Y el derecho? O es que tengo tres pulgares?Todos se echaron a rer. Ah, qu gracioso!-Estn desorientados, compaeros? Se despistaron? Otra vez me toca perder?-S! -balbucearon a coro.-Pero qu maldita! -exclam, crispando las manos-. Dnde est la reina roja? Bueno, empecemos de nuevo.-No! La del medio! Dla vuelta!La carta qued boca arriba.-No puede ser -dijo alguien, asombrado.-No me atrevo a mirar. -El jugador tena los ojos cerrados. -Cunto perd esta vez?-Nada -susurr otro de los presentes.-Nada? -Azorado, el jugador abri desmesuradamente los ojos.Todos tenan la vista clavada en una carta de palo negro.-Qu susto! Ya me daba por vencido! -Sus dedos se deslizaron como araas hacia la derecha: otra carta negra. Luego, hacia la izquierda... la reina! -Pero qu hace ah? Por favor, muchachos, qudense con su dinero.-No! No! -Todos negaron con la cabeza. -Usted gan. Cmo iba a saberlo? Lo que pasa es que...-Bueno, si insisten... Y ahora, presten atencin!Cruesoe cerr los ojos. "Ac se acaba todo. De ahora en ms, van a apostar y a perder una y otra vez. La fiebre del juego ya se apoder de ellos."-Qu lstima, caballeros. Fue un buen intento. Ah va!Cruesoe sinti que se le crispaban los puos. Volva a tener doce aos y un bigote postizo sobre los labios, en una fiesta con los compaeros de la escuela y las tres cartas desplegadas sobre la mesa. Miren bien cmo desaparece la reina roja! Y los gritos y las risas de los chicos acompaaban el escamoteo de sus manos, que se ganaban las golosinas que luego devolvera en un gesto de compaerismo.-Uno, dos y tres! A ver, a ver... cul es?Sinti que su boca susurraba las antiguas palabras, pero la voz era la de este mago que robaba billeteras y contaba el dinero en la profunda noche del tren.-Otra vez perdieron? Muchachos, ms vale que se retiren antes de que los maten sus esposas! Bueno, as de piques, rey de trboles, reina roja. Es la ltima vez que la ven!-No! Es aqulla!Cruesoe dio media vuelta, hablando consigo mismo. No escuches. Ve a sentarte y bebe algo! Olvdate de tus amigos, de tus doce aos, de tu fiesta de cumpleaos. Vamos!Dio un paso y...-Con sta, ya llevan perdidas tres vueltas, amigos. Debo levantar campamento y...-No, no! No se va a retirar ahora! Tenemos que recuperar lo que perdimos. Vamos, mzclelas!Y como si lo hubieran golpeado por la espalda, Cruesoegir sobre sus talones y retorn al frenes.-La reina siempre estuvo ah, a la izquierda -dijo. Todas las cabezas se volvieron.-Estuvo ah todo el tiempo -insisti, alzando la voz. -Quin es usted, seor? -El jugador recogi las cartas con el rastrillo, sin levantar la vista. -Un nio mago.-Ah, qu bien! Un nio mago! -Cort el mazo y mezcl las mitades.Los hombres se apartaron.-Conozco el truco de las tres cartas -dijo Cruesoe, con un suspiro.-Felicitaciones.-No pretendo interrumpirlos. Slo quera que estos buenos seores supieran que cualquiera puede ganar con este truco.Los buenos seores respondieron con un murmullo apagado.Levantando la vista, el jugador dej caer los naipes.-Muy bien, sabelotodo, le cedo mi lugar! Caballeros, por favor, hagan sus apuestas. Nuestro amigo me va a reemplazar. Fjense bien qu hace con las manos.Cruesoe se estremeci. Las cartas aguardaban.-Vamos, hijo. Qu espera?-No s hacer bien el truco. Slo s cmo se hace.-Ja! -El jugador pase la mirada por todos los presentes. -Escucharon eso, amigos? Sabe cmo se hace, pero no sabe hacerlo. O entend mal?Cruesoe trag saliva.-No. Pero...-Pero qu? Acaso un invlido puede actuar como un atleta? Un rengo, como un corredor de fondo? -Mir por la ventanilla el destello de las luces que pasaban.-Seores, quieren cambiar de caballos aqu, cuando estamos a mitad de camino de Cincinnati?Los seores mascullaron, los ojos encendidos de rabia.-Vamos! Mustrenos cmo roba a los pobres.Sbitamente, Cruesoe apart las manos de las cartas, como si se hubiera quemado.-Qu pasa? Prefiere no engaar a estos idiotas en mi presencia? -pregunt el jugador.Pero qu desgraciado ms inteligente! Al or cmo los tildaba, los idiotas lo respaldaron de viva voz.-Es que no se dan cuenta de lo que est haciendo? -pregunt Cruesoe.-S, s, nos damos cuenta-farfullaron-. Mano a mano. A veces se gana, otras se pierde. Por qu no se va de una buena vez?Cruesoe contempl a travs de los cristales la oscuridad que se precipitaba hacia el pasado, los pueblos que se esfumaban en la noche.-Seor -comenz a decir el fullero, todo honestidad y pulcritud-, acaso me acusa usted, frente a estos hombres, de violar a sus hijas, de abusar de sus mujeres?-No! -contest Cruesoe, logrando hacerse or por encima del tumulto-. nicamente de hacer trampa con las cartas -agreg, en voz baja.Bombardeos, sacudidas, erupciones de indignacin. El jugador se inclin hacia adelante. -Mustrenos, seor, dnde estn las marcas en estas cartas!-No hay cartas marcadas -dijo Cruesoe -. Es un simple juego de prestidigitacin.Dios! Ni que hubiera gritado prostitucin!Una multitud de globos oculares casi salta de sus rbitas. Cruesoe juguete nerviosamente con las cartas. -No estn marcadas -repiti-. Lo que pasa es que sus manos no se conectan con las muecas ni con los codos ni, en definitiva, con...-Con qu, seor?-Con su corazn -dijo Cruesoe con cierta melancola en la voz.El tramposo esboz una sonrisa presuntuosa.-Seor, no estamos, precisamente, en una excursin romntica a las Cataratas del Nigara.-As se habla! -exclam alguien.Cruesoe se vio enfrentado por una gigantesca muralla derostros.-Estoy muy cansado -dijo.Como impulsado por una voluntad ajena, sinti que su cuerpo se volva y se alejaba haciendo eses, ebrio por el bamboleo del tren, a la izquierda y a la derecha, de vuelta a la izquierda, otra vez a la derecha. El guarda lo vio acercarse y desat una lluvia de papel picado de un boleto ya marcado. -Seor... -dijo Cruesoe.El guarda contemplaba la noche en fuga tras la ventanilla. -Seor -insisti-. Mire eso. Con renuencia, el guarda dirigi la mirada hacia la muchedumbre del bar, que gritaba enardecida por las esperanzas que el tahr les infunda y les robaba una y otra vez. -Parece que estn pasando un buen rato -coment el guarda.-No, seor! Esos hombres estn siendo burlados, estafados, atizados...-Un momento -lo interrumpi el guarda-. Cree que estn alterando el orden? A m me parece ms una fiesta de cumpleaos.Cruesoe apunt su mirada hacia el fondo del pasillo.Una manada de bfalos corcoveaba, enfurecida con los hados, ansiosa de que la desollaran.-Bueno, qu es lo que quiere? -pregunt el guarda.-Quiero que bajen a ese hombre del tren! No se da cuenta de lo que se propone? Pero si ese truco se aprende en cualquier libro de magia de veinte centavos!El guarda se inclin para olerle el aliento.-Conoce a ese jugador, seor? Alguno de los otros es amigo suyo?-No, yo... -Cruesoe se interrumpi, boquiabierto. -Dios mo, ya me doy cuenta! -Tena la mirada fija en el impertrrito rostro del guarda. -Ustedes... -dijo, pero no pudo proseguir.Ustedes estn confabulados, pens. Se reparten el botn al final del trayecto!-Bueno, veamos... -dijo el guarda. Sac un librito negro, se moj los dedos y lo hoje. -A ver...? Mire cuntos nombres bblicos y egipcios. Memphis, en Tennessee. El Cairo... queda en Illinois, no? Aj. Y ac est la prxima: Babilonia.-Ah va a hacer bajar a ese estafador?-No. A otro.-No se va a atrever.-Que no? -replic el guarda.Cruesoe peg media vuelta y se alej, trastabillando.-Idiota, imbcil -mascullaba-. Por qu no cierras esa boca de porquera!-Listo, caballeros -anunciaba el insidioso fullero-. Se cierran las apuestas. Ah vamos... Ah, no! Ac vuelve el aguafiestas.Ufa! No! Otra vez!, fue la respuesta generalizada.-Quin se cree que es usted? -lo increp Cruesoe.-Me alegra que lo pregunte. -El jugador se reclin contra el respaldo, dejando las cartas que hipnotizaban a la jaura. -Adivine adnde voy maana?-A Sudamrica, a respaldar a algn miserable dictador -respondi Cruesoe.-No est mal encaminado -coment el irnico hombre, asintiendo con la cabeza-. Prosiga.-O, quiz, se dirige a algn pequeo Estado europeo en el que un loco chupa la sangre de la economa y la atesora en un Banco suizo con la ayuda de un brujo.-Miren ustedes! El muchacho result ser un poeta! A ver... ac tengo una carta de Castro. -Se toc el corazn con su diestra mano de timbero. -Una de Bothelesa y otra de Mandela, de Sudfrica. Cul prefiere? -El jugador contempl la tormenta que pasaba, rauda, tras la ventanilla. -Vamos, elija un bolsillo: el derecho, el izquierdo, el de afuera, el de adentro... -enumeraba, palpndose la chaqueta.-El derecho -dijo Cruesoe.El hombre meti la mano en el bolsillo derecho de la chaqueta, sac un mazo de naipes nuevo y se lo acerc por encima de la mesa.-bralo. Muy bien. Ahora, mzclelas y despliguelas. Ve algo raro?-Eh...-Dmelas. El prximo juego ser con el mazo que usted elija.Cruesoe hizo un movimiento negativo con la cabeza.-Pero el secreto del truco no pasa por ah! Est en la manera de apoyar y levantar las cartas. Da lo mismo que sean de uno u otro mazo.-Vamos, elija tres cartas.Cruesoe levant dos 10 y una reina roja.-Muy bien. -El jugador apil las cartas y las mezcl.-Cul es la reina?-La del medio.La dio vuelta.-Eh, usted s que es bueno! -exclam el jugador con una sonrisa.-Pero usted es mejor. Ah est el problema -replic Cruesoe.-Ve ese montn de billetes de diez dlares? Es el pozo arriesgado por estos caballeros. Ya interrumpi el juego por mucho tiempo. Quiere participar o ser el convidado de piedra?-El convidado de piedra.-Muy bien. Empecemos! Reina por aqu, reina por all. Desapareci! Dnde est? Amigos, estn dispuestos a perder todo su dinero? No prefieren abandonar el juego ahora? Todos de acuerdo?Murmullos indmitos.-Todos -respondi alguien.-No! -exclam Cruesoe.Una rfaga de insultos estall en el aire.-Otra vez el sabihondo -dijo el tahr con una calma mortal en la voz-. No se da cuenta de que sus ondas hostiles pueden llevar a estos hombres a la ruina?-No. No es mi hostilidad -retruc Cruesoe-. Son sus manos las que manejan las cartas.Protestas y rechifla por doquier.-Vyase! Vamos, empiece de una vez!Con las tres cartas an bajo sus dedos de cuidadas uas, el jugador contempl la vertiginosa tormenta que hua al paso del tren.-Acaba de arruinar todo. Gracias a usted, estos seores estn destinados a perder. Su presencia entrometida ha logrado romper la atmsfera, el aura, la burbuja que rodeaba este juego. Cuando d vuelta la carta, mis amigos pueden arrojarlo del tren.-No se van a atrever -dijo Cruesoe.El jugador dio vuelta la carta.

El tren parti con un rugido en medio del aguacero bajo un cielo invadido por relmpagos y truenos. Antes de que se cerrara la puerta, el jugador sac la mano y arroj un mazo al aire sulfuroso. Los naipes emprendieron el vuelo: una bandada de palomas sangrantes que cayeron como granizo sobre el pecho y el rostro de Cruesoe.El coche bar se alej dando tumbos, rostros volcnicos y ojos flamgeros tras las ventanillas, puos que aporreaban los vidrios.La valija que le haban arrojado del tren ces su tambaleante marcha.El tren desapareci en la lejana.Esper un largo rato. Luego, se agach lentamente y comenz a recoger las cincuenta y dos cartas. Una por una. Una reina de corazones. Otra reina. Otra reina de corazones. Y otra ms.Una reina...De corazones.Un rayo parti la noche. Podra haberlo fulminado sin que Cruesoe siquiera lo advirtiera.

SI LA MGM MUERE,QUIN SE QUEDAR CON EL LEN?

-Santo cielo! Estn bajando a Jess de la cruz! -exclam Jerry Would.-Por el amor de Dios -dijo su secretaria y dactilgrafa tras hacer una pausa para borrar un error tipogrfico de un guin-. Tengo odos cristianos.-Est bien, pero yo tengo una boca neoyorquina, ms precisamente del Bronx -contest Would, mientras miraba por la ventana-. Podras hacerme el favor de mirar eso? Slo chale una mirada.La secretaria levant la vista y vio lo que l haba visto all afuera.-Estn pintando otra vez los estudios. se es el Estudio Uno, no?-Exactamente. El Estudio Uno, donde construimos el Bounty en el 34 y donde filmamos los interiores de Tara en el 39 y el palacio de Mara Antonieta en el 34, pero ahora, por Dios!, mira lo que estn haciendo!-Parece como si estuvieran cambiando el nmero.-Como si estuvieran cambiando el nmero? No te das cuenta? Estn borrndolo, ni ms ni menos. Ya no es ms el nmero Uno. Esos tipos con los delantales de plstico que estn en el callejn estn sosteniendo esas horripilantes piezas para probar si son del tamao adecuado.La dactilgrafa se puso de pie y se quit los anteojos para ver mejor.-Parece que dijera UGH. Qu significa Ugh? -Espera a que pongan la primera letra. Ves? Es o no es una H?-Una H al lado de UGH. Creo que s cmo sigue. Hughes! Y ah abajo, en el piso, hay un estncil con letras ms pequeas? Dice Aircraft?-Hughes Aircraft. Mierda!-Desde cundo fabricamos aviones? S que estamos en guerra, pero...-No estamos fabricando ningn avin, carajo -grit Jerry Would, mientras se alejaba de la ventana.-Entonces... estamos por filmar alguna pelcula sobre combates areos?-No. Y por supuesto tampoco estamos filmando escenas desde el aire!-No entiendo...-Vuelve a ponerte los anteojos y presta atencin. Piensa! Por qu esos infelices estn cambiando un nmero por un nombre? Qu te parece? Cul es la idea? No estamos por filmar ninguna pelcula sobre portaaviones ni nos dedicamos al negocio de fabricar P-38... Mira ahora!Una sombra se proyect sobre el edificio y una silueta acech en el cielo californiano de aquel medioda.La secretaria se protegi los ojos con la mano.-No puedo creerlo!-No eres la nica. Ahora dime qu es eso. Ella frunci el ceo.-Un globo? -pregunt-. Un globo de proteccin contra bombardeos areos?-Puedes repetirlo, si quieres, pero mejor no te atrevas. Ella cerr la boca, observ el monstruo gris que sobrevolaba el cielo y se volvi a acomodar en la silla. -Cmo quiere encabezar esta carta? -pregunt.Jerry Would se volvi para descerrajarle una mirada mortal.-A quin le importa una estpida carta cuando el mundo se va a la mierda? No entiendes lo que esto significa, la trascendencia que tiene todo esto? Por qu habra que proteger a la MGM con un globo? Mierda! Ah va otro! Ahora son dos globos!-No veo la razn -dijo-. No somos una fbrica de municiones ni un blanco areo. -Escribi algunas letras y de pronto se detuvo para soltar una carcajada. -Soy un tanto lerda, no? Claro que somos un blanco.Ella se volvi a poner de pie y se acerc a la ventana justo cuando estaban colocando los estnciles y los pintores comenzaban a pintar con soplete la pared del Estudio Uno.-S -dijo ella, en voz baja-. Dice eso. HUGHES AIRCRAFT. Cundo se mud?-Hablas de Howie, el loco? De Howard, ese que es ms loco que una cabra? Hughes, el multimillonario hijo de puta?-S.-No se va a mudar a ningn lugar. Todava tiene los calzones bien pegados a una oficina que queda a apenas cinco kilmetros de ac. Piensa! Sumemos! La MGM est ac, a tres kilmetros de la costa del Pacfico, a dos cuadras de donde Laurel y Hardy manejaban su auto destartalado que se bamboleaba como un acorden dividido en dos por los tranvas, en 1928. Y a casi cinco kilmetros al norte y tambin a tres kilmetros del ocano est...Dej que ella completara la frase.-La compaa de aviacin Hughes?Would cerr los ojos y apoy la frente en la ventana para enfriarla.-Por favor, dnle a esta mujer un premio de cinco centavos.-Caramba! Es increble! -dijo, satisfecha por haber develado el misterio.-No eres la nica que no puede creerlo.-La gente que pinta ese edificio y cambia las letras del cartel tiene la esperanza de que, cuando los japoneses pasen volando o los submarinos emerjan a la superficie frente a Culver City, los japoneses piensen que Clark Gable y Spencer Tracy estn filmando y correteando alrededor de la compaa de aviacin Hughes a tres kilmetros al norte de ac. Y que ac, en la MGM, estn Rosie the Riveters y los P-38 despegando da y noche de este hangar.Jerry Would prest atencin y observ las pruebas que tena ante sus ojos.-Tengo que admitir que ese escenario se parece a un hangar. Y un hangar se parece a un escenario. Le pones los carteles correctos y los japoneses se lo creen. Banzai! -Brillante! -exclam la secretaria. -Ests despedida -dijo Would. -Cmo?!-Empieza una carta -dijo Jerry Would, de espaldas. -Otra?-Al seor Sid Goldfarb.-Pero si est ac, un piso ms arriba.-Escribe la carta, por el amor de Dios, a Sidney Goldfarb. Estimado Sid. Mejor tacha eso. Escribe Sid a secas. Estoy realmente furioso. Qu diablos est pasando? Entro en la oficina a las ocho de la maana y es la MGM. Salgo a la cantina al medioda y est Howard Hughes tocndoles el culo a las mozas. De quin fue semejante idea?-Justo lo que yo me preguntaba -coment la secretaria.-Ests despedida -dijo Jerry Would. -Contine -contest.-Estimado Sid. Por dnde iba? Ah, s. Sid, por qu nadie nos inform que haran este camuflaje? Te acuerdas del viejo chiste? Nos contrataron a todos para que viramos cmo partan los icebergs por el bulevar Culver. A todos los parientes de los estudios, tos, primos. Y ahora ese maldito tmpano est ac. Y calza zapatillas, chaleco de cuero y tiene un bigote que le cubre su mugrienta sonrisa. Hace doce aos que trabajo ac, Sidney, y me niego rotundamente a... Vamos, termina la carta de una vez por todas. Atentamente. No, atentamente no. Furiosamente. Dnde firmo?Arranc la carta de la mquina y gatill una lapicera. -Ahora sube al piso de arriba y arrjasela por la ventana.-Los mensajeros que llevan mensajes de este tipo no sobreviven.-Es mejor no sobrevivir que ser despedido. Ella permaneci sentada. -Y bien? -pregunt Would.-Estoy esperando a que se serene. Tal vez en media hora se arrepienta y quiera romper la carta.-No pienso serenarme ni tirar la carta. Ve ya mismo. Ella permaneci en su lugar, observando el rostro de Would hasta que las arrugas de enojo se desvanecieron y sus mejillas dejaron de estar encendidas. Luego, con mucha calma dobl la carta y la rompi en uno, dos, tres y cuatro pedazos. Arroj los papelitos al cesto, sin que l le quitara los ojos de encima.-Cuntas veces te desped hoy? -pregunt. -Slo tres veces.-A la cuarta, te vas en serio. Llama a la compaa Hughes ahora mismo.-Me pregunto cundo...-No te preguntes nada. Haz lo que te digo.Pas las hojas de la gua telefnica, disc un nmero y levant la mirada.-Con quin quiere hablar?-Con el seor zapatillas, el seor chaleco areo, elmultimillonario entrometido.-Acaso cree que l mismo atiende el telfono? -Intntalo.Ella lo intent y habl mientras l se morda las uas conla mirada puesta en aquellos hombres que terminaban de colocar el estncil con la leyenda Aircraft.-No puedo creerlo -dijo ella por fin, absolutamente sorprendida. Le pas el auricular. -Est en la lnea. l mismo atendi.-Me ests tomando el pelo! -exclam Jerry Would.Ella le arroj el telfono y se encogi de hombros.Would ataj el telfono y habl.-Hola, quin habla? Qu? Bien, Howard. Quiero decir... seor Hughes. Claro. Hablo de los estudios de la MGM. Que cmo me llamo? Soy Would, Jerry Would. Cmo? Que usted oy hablar de m? S. Que vio Back to Broadway? Y Glory Years? Pero, claro! Usted fue el dueo de los estudios RKO, no? Claro, claro. Dgame, seor Hughes, tengo un pequeo problema por ac. Tratar de ser breve y amable.Hizo una pausa y gui a su secretaria.Ella le devolvi el guio. La voz en el telfono resultaba agradable y suave.-Cmo? -exclam Jerry Would-. Tambin est pasando algo en su oficina? Entonces sabe de qu le hablo, seor. Bien, acaban de poner un letrero que dice Howard Aircraft en el Estudio Uno. Le gusta, no? Queda esplndido! Bueno, yo quera saber, Howard, perdn, seor Hughes, si puede hacerme un pequeo favor.-Pida, no ms -respondi la voz al otro lado de la lnea.-Estaba pensando... si los japoneses vienen en avin o barco en la prxima marea y no hay ningn Paul Revere que pueda informar a tiempo... en fin, cuando vean esas letras gigantescas all afuera, seguramente van a bombardear este lugar, pensando que es el territorio de los P-38 y las tierras de Hughes. Es una idea brillante, seor. Brillante. Cmo? Si todos estn felices por ac en la MGM con este ardid? Bueno, no salieron a bailar a las calles pero lo felicitan por haber pergeado un plan tan audaz. Ahora, lo que quiero decirle es que yo tengo muchas cosas pendientes. Estoy filmando seis pelculas, editando dos y estoy por comenzar a filmar otras tres. Lo que necesito es un lugar agradable y seguro para trabajar. Me entiende a lo que voy? Exacto. S. Usted tiene un pequeo rincn en uno de sus hangares que... claro! Usted s que piensa rpido. Que yo tengo qu? S. Le mandar a mi secretaria despus del almuerzo con algunos archivos. Tiene mquina de escribir? Dejo la ma ac. Vaya, seor Hughes,usted s que es un pan de Dios. Ahora, todos para uno y uno para todos. Si usted quisiera mudarse a mi oficina... Slo es taba bromeando. Okay. Gracias. Gracias. Muy bien. Ella ir enseguida.Y colg.Su secretaria estaba inmvil, estudindolo. l apart la mirada; se rehusaba a mirarla a la cara. Un ligero rubor encendi sus mejillas.-Est despedido -le dijo ella.-Tmatelo con calma -le contest Would.Ella se levant, recogi unos papeles, busc su cartera yse aplic una fuerte y perfecta pincelada de lpiz labial. Luego, se dirigi a la puerta.-Que Joey y Ralph saquen todo lo que est en ese archivo de arriba -dijo ella-. Eso bastar para empezar. Viene conmigo?-En un momento -contest Would, parado junto a laventana, todava sin atreverse a mirarla.-Qu pasar si los japoneses descubren esta farsa y bombardean el verdadero Hughes Aircraft en lugar del falso? -No siempre se gana -suspir Jerry Would.-Le escribo una carta a Goldfarb dicindole adnde irusted a trabajar?-No escribas, llmalo. As no dejar huellas.De pronto, una sombra. Ambos miraron hacia el cieloque envolva el estudio.-Mira -dijo Would con suavidad-, ah va otro. El tercer globo.-Por qu ser que me recuerda a cierto productor con el que me trataba?-Ests des... -comenz Would.Pero ella ya se haba ido. La puerta ya estaba cerrada.

HOLA Y CHAU

Se oy un sordo llamado a la puerta y, al abrirla, Steve Ralphs se encontr con Henry Grossbock, de menos de un metro sesenta de estatura, inmaculadamente vestido, muy plido y perturbado.-Henry! -exclam Steve Ralphs.-Qu pasa? Por qu hablas de ese modo? -pregunt Henry Grossbock-. Qu hice? Por qu estoy vestido as? Adnde voy?-Pasa, pasa que pueden verte!-Y qu importa si me ven?-Pasa, por favor. No te quedes ah discutiendo.-Est bien, ya entro. De todas maneras, quera hablar de algo contigo. A ver... crrete. Bueno, ya estoy adentro.Steve Ralphs atraves el recibidor y seal una silla.-Sintate.-Qu pobre bienvenida. -Henry tom asiento. -No tienes nada fuerte para beber?-En eso estaba pensando. -Steve Ralphs se puso de pie de un salto, corri hacia la cocina y, un minuto despus, regres con una bandeja, una botella de whisky, hielo y dos vasos. Le temblaban las manos cuando sirvi.-Te noto un tanto agitado -dijo Henry Grossbock-. Qu pasa?-Cmo qu pasa? No te das cuenta? Toma. Henry tom el vaso.-Me serviste mucho.-Vas a necesitarlo. Bebe.Bebieron. Henry se mir la pechera y las mangas del traje.-Todava no me dijiste adnde voy. O de dnde vengo. No s... No suelo vestirme as, salvo para los conciertos. Es que cuando uno est frente al pblico, quiere verse respetable. Qu buen whisky! Gracias. Bueno, y?Dirigi a Steve Ralphs su mirada inquisitiva y penetrante.Steve bebi de un trago la mitad de su whisky, dej el vaso y cerr los ojos.-Henry, ya fuiste a un lugar lejano. Acabas de regresar y vas a tener que volver.-Adnde? De qu lugar me hablas? Basta de adivinanzas!Steve Ralphs abri los ojos y pregunt:-Cmo llegaste hasta ac? Tomaste un mnibus o un taxi o... viniste a pie desde el cementerio?-Que si vine en mnibus, en taxi o caminando? Y de qu cementerio?-Bbete el resto del whisky. Henry, llevas aos en ese cementerio.-No digas tonteras. Qu voy a hacer ah? Nunca solicit un empleo... -Henry se interrumpi y se reclin lentamente contra el respaldo. -Quieres decir que... ?Steve Ralphs asinti con la cabeza.-S, Henry.-Estoy muerto? Y enterrado? Cuatro aos muerto y enterrado? Por qu nadie me lo dijo?-Es difcil decirle a un muerto que lo est.-Claro, entiendo... -Henry vaci el vaso y se lo extendi a Steve Ralphs para que volviera a llenarlo. -Bueno, bueno -dijo lentamente-. Dios mo... As que es por eso queltimamente no me siento en mi mejor forma.-Es por eso, Henry. Djame entonarme. -Steve Ralphsse sirvi ms whisky y bebi.-Y por eso se te vea tan raro al abrirme la puerta... -Por eso, Henry.-Disclpame. No tena intencin de...-No, qudate sentado, Henry. Ya ests aqu. -Pero dadas las circunstancias...-No hay problema. Ya estoy controlado. Y pese a lascircunstancias, como decas, siempre fuiste mi mejor amigo.As que, en cierto modo, es agradable volver a verte.-Qu extrao... A m no me sorprendi verte a ti. -Hay una diferencia, Henry. Es decir... bueno...-Que t ests vivo y yo no, no es cierto? S, ya me di cuenta. Hola y chau.-Qu?-Groucho Marx cantaba una cancin que se llamaba as. -Ah, s. Me acuerdo.-Qu hombre extraordinario. Era tan gracioso... Vive todava? O ya muri l tambin? -Lamentablemente.-No te lamentes. Yo no me lamento. No s por qu, pero ahora no. -Henry Grossbock se irgui. -Bueno, hablemos.-De qu?-Ya te dije que quera hablarte cuando me abriste la puerta. Es importante. Necesito decrtelo. Estoy muy consternado.-Como lo estaba yo, pero este whisky hace milagros. Bueno, Henry, te escucho.-La cosa es que... -comenz a decir Henry Grossbock. Bebi de un trago su segundo vaso de whisky. -Mi mujer me est descuidando.-Pero, Henry, es natural...-Djame terminar. Sola venir a visitarme asiduamente. Me traa flores. Una vez me dej un libro. Lloraba mucho.Al principio, todos los das. Despus, da por medio. Y ahora, nunca. Cmo me explicas eso? Dame un poco ms, por favor.Steve Ralphs tom la botella y sirvi.-Henry, cuatro aos es mucho tiempo...-Para ti es muy fcil decirlo. Y qu piensas de la eternidad? Ah, s, por supuesto! Es un entretenidsimo espectculo continuado!-Bueno, tendrs que admitir que en realidad no esperabas estar entretenido, no?-Por qu no? Evelyn siempre me malcri. Se cambiaba de vestido dos o tres veces al da porque saba que me gustaba. Recorra libreras, me traa las novedades y me lea los libros ms viejos. Me elega la corbata, me lustraba los zapatos. Todas sus amigas liberadas vivan hacindole bromas por eso. Me malcriaba. S, la verdad es que esperaba que alguien me entretuviera.-Pero, Henry, la vida no es as.Henry Grossbock medit un momento, tom un sorbo de whisky y asinti con solemnidad.-S, supongo que tienes razn. Pero djame decirte el problema ms grande.-Cul es?-Que ya no llora. Sola llorar todas las noches, todos los das a la hora del desayuno, dos veces por la tarde, un rato antes de la cena. Despus, cuando se apagaban las luces, volva a llorar.-Te extraaba, Henry.-Y ahora no?-Como reza el refrn, el tiempo lo cura todo.-Pero yo no quiero que cure esto. Me gustaba como era antes. Un buen llanto al amanecer, unas cuantas lgrimas antes del t, algunos sollozos a la medianoche... Pero todo eso se acab. Ya no siento que me quieran ni que me necesiten.-Por qu no lo miras como si fuera tu luna de miel con Evelyn? Alguna vez tena que terminar.-No fue tan as. De vez en cuando, durante los cuarentaaos siguientes, resurgieron algunos momentos.-S, pero te das cuenta de la similitud, no?-Se termin la luna de miel, se acab la vida, s. Y la verdad es que no me interesa mucho lo que queda. -Un pensamiento asalt a Henry Grossbock. Sbitamente, apoy el vaso. -Hay otro?-Que si hay... ? -Otro! Anda con...?-Y cul es el problema si fuera cierto? -Cmo se atreve!-Pasaron cuatro aos, Henry. Cuatro aos! Y no, noanda con otro. Va a seguir viuda el resto de su vida.-Ah, bueno, ahora estoy ms tranquilo. Me alegro de haber venido a verte a ti primero. Me aclaraste mucho las cosas. As que todava sigue soltera y... Pero espera, por qu no llora ms a la medianoche entonces? Por qu ya no solloza durante el desayuno?-Me imagino que no esperabas que siguiera as por siempre.-Pero es que extrao todo eso! Uno se merece algo. -No tienes ningn amigo en el ... ? -Steve Ralphs se interrumpi, abochornado, y volvi a llenar los dos vasos. -Ibas a decir cementerio. Es gente de mala calaa. Vagabundos. No se puede hablar de nada con ellos.-Siempre tuviste una conversacin muy interesante, Henry.-S, s, es cierto... Tena una conversacin interesante. Bueno, an la tengo, no? Y t eras mi mejor interlocutor. -Sigue hablando, Henry. Desahgate.-Creo que ya toqu los puntos esenciales, lo ms importante. Ella dej de visitarme. Eso ya de por s es malo. Y dej de llorar, lo que es peor. Es que las lgrimas son el lubricante por el que vale la pena ser... lo que soy ahora. Me gustara saber qu pasara si me presento. Volvera a llorar? -No se te habr ocurrido ir a visitarla, no? -Te parece que estara mal?-Sera un terrible impacto. Algo imperdonable. -Quin no me lo perdonara? -Yo, Henry. Yo no te lo perdonara.-S, s. Ay, ay...! Un buen consejo de mi mejor amigo. -El mejor, Henry. -Steve Ralphs se inclin hacia adelante. -T quieres que ella se recupere de tu prdida, verdad?-No! S... Bueno, no s! S, supongo que tienes razn. -Al fin y al cabo, te extra y llor todos los das durante casi cuatro aos.-S... -Henry Grossbock contempl el vaso que sostena en la mano. -Respet el duelo, es cierto. Supongo que debo dejarla libre.-Sera muy considerado de tu parte, Henry.-No me siento considerado. No quiero ser considerado. Pero... Bueno, qu importa! Voy a actuar con consideracin. La quiero tanto!-Despus de todo, an le quedan muchos aos por delante, Henry.-Es verdad. Alguna vez te detuviste a pensar en que los hombres envejecen mejor pero mueren ms jvenes, y las mujeres viven ms pero envejecen mal? Qu extrao cmo dispuso Dios las cosas, no te parece?-Por qu no se lo preguntas a l, ya que ests ah?-A quin? A Dios? Un novato como yo? Bueno, mmm... -Henry bebi un sorbo. -S, podra hacerlo... Dime, qu hace ella? Si no anda paseando con extraos en coches deportivos, entonces qu?-Baila, Henry. Estudia danzas. Y escultura y pintura.-Siempre tena ganas, pero nunca poda. Con todas las giras, los ccteles para conseguir patrocinadores, los conciertos, las conferencias, los viajes... Siempre deca: "Algn da lo voy a hacer".-Ya lleg ese da, Henry.-Lo que pasa es que me tom de sorpresa. Danzas, dijiste? Escultura? Es buena?-Como bailarina, es buena. Como escultora, excelente.-Bravissima! O se dice bravissimo? S, bravissimo.Hasta te dira que me alegra... S, me alegra mucho. Es un buen pasatiempo. Y sabes cul es el mo? Los crucigramas.-Crucigramas?!-Bueno, qu quieres que haga en mi situacin? Por suerte, recuerdo todos y cada uno de los crucigramas, buenos o malos, que publicaron The New York Times y el Saturday Review. Por ejemplo, once letras, faran egipcio: Tutankhamn! Cuatro letras, uno de los Grandes Lagos de Amrica del Norte: Erie. Qu fcil sa! Otra: catorce letras, antiguo nombre de Estambul. A ver... ? Constantinopla!-Palabra de cinco letras que significa buen amigo, mejor compaero, excelente marido, eximio violinista.-Henry?-Henry. T. -Steve Ralphs alz el vaso y bebi, sonriente.-sa es la seal para que tome el sombrero y me retire. Ah, pero si no traje sombrero!De pronto, Steve Ralphs trag saliva.-Qu te pasa? -inquiri Henry, atento.-Un nudo en la garganta, Henry.-No sabes lo bien que me hace! Esas son las cosas que dan calor a este viejo corazn. Sera mucho pedir...?-Que reprimiera otros sollozos, una o dos veces por semana, durante un ao?-No s si estoy abusando...-Voy a intentarlo, Henry. -Otro misterioso sonido atraves la garganta de Steve Ralphs, quien se apresur a ahogarlo con whisky. -Te propongo algo: voy a llamar a Evelyn, le digo que estoy escribiendo tu biografa, que necesito algunos de tus libros y notas personales, tus palos de golf, los anteojos y todo eso. Me los traigo y, bueno, una vez a la semana, digamos, me siento a mirarlos y me entristezco. Qu te parece?-Eso es lo que quera. Para qu son los amigos, si no? -Henry Grossbock estaba resplandeciente. Sus mejillas haban adquirido color. Termin el whisky y se puso de pie. Ya en la puerta, se volvi y contempl el rostro de Steve Ralphs. -No me digas que sas son lgrimas... -Creo que s, Henry.-Bueno, as me gusta ms. No las est derramando Evelyn, claro, ni tampoco ests llorando a moco tendido. Pero algo es algo. Muchas gracias.-De nada.Henry abri la puerta.-Bueno, hasta pronto.-No tan pronto, Henry.-Cmo? Ah, no! No hay apuro. Adis, amigo. -Adis, Henry. -Otro sordo gemido reson en la garganta del ms joven de los dos hombres.-Est bien, est bien -dijo Henry con una sonrisa-.Contnlo hasta que me haya ido. Bueno, como deca Groucho Marx...Y se march. La puerta se cerr a sus espaldas. Volvindose lentamente, Steve Ralphs camin hacia el telfono, tom asiento y marc un nmero.Tras un momento, levantaron el receptor del otro lado y se oy una voz.Steve Ralphs se enjug los ojos con el dorso de la mano y, al cabo de un instante, dijo:-Evelyn?

LA CASA DIVIDIDA

Cinco delgados dedos de quince aos se acercaron a los botones de los pantalones de Chris como una mariposa nocturna atrada por la luz de una vela. Chris oy el susurro de unas palabras en la habitacin oscura, que no significaban nada y que tampoco podran recordarse, una vez pronunciadas.Los labios de Vivian eran tan frescos como increbles. Chris tuvo la sensacin de que se trataba de un sueo. Era una pantomima representada en una oscuridad que no poda penetrar. Vivian misma haba apagado las luces, una por una. Todo haba comenzado como todas las noches: con Chris y su hermano Leo subiendo las escaleras, seguidos por Vivian y Shirley, sus primas. Las nias eran rubias y alegres. Leo, con sus diecisis aos, era torpe. Chris tena doce y no saba nada acerca de esas mariposas que revolotean en clidas pantomimas ni que en su interior haba una luz que alguna jovencita podra codiciar. Shirley, a punto de cumplir once aos, era muy curiosa. Vivian era la lder del grupo; tena quince aos y ya comenzaba a asomarse al mundo de los adultos.Chris y Leo haban llegado en el auto familiar, con expresin de gravedad como corresponda a una situacin tan grave. Entraron en silencio detrs de mam y pap a la casa de los Johnson, en la calle Buttrick, donde todos los familiares se encontraban reunidos en el silencio de la espera. To Inar estaba junto al telfono, al que no le quitaba los ojos de encima, mientras sus manos grandes jugueteaban como animales inquietos sobre su regazo.Era como estar en el hospital. To Lester estaba muy grave. Estaban aguardando noticias. Lester haba recibido un disparo en el estmago durante una excursin de caza y haca ya tres das que agonizaba. De modo que esa noche todos haban decidido reunirse a la espera de la noticia de su muerte. Las tres hermanas y los dos hermanos de Lester estaban acompaados de sus maridos, mujeres e hijos.Despus de un correcto intercambio de palabras mudas, Vivan haba sugerido con cautela:-Mam, iremos arriba a contarnos historias de fantasmas, as ustedes pueden conversar tranquilos.-Historias de fantasmas -dijo to Inar, alejndose momentneamente de su abstraccin-. Qu ocurrencia en una noche como sta! Historias de fantasmas.La madre de Vivan aprob la idea.-Pueden subir siempre y cuando se porten bien. No queremos or ningn barullo.-Por supuesto, mam -dijeron Chris y Leo.Dejaron la sala y caminaron lentamente en puntillas de pie. Nadie se percat de la partida. Bien podran haber sido cuatro fantasmas, dada la atencin que recibieron.Arriba, el cuarto de Vivan tena un silln bajo contra una pared, un tocador con un gran volado de seda rosa y unos cuadros de flores. Sobre el tocador se hallaba su diario de cuero verde, con inscripciones bellsimas pero bien resguardado por un candado, salpicado de polvo de maquillaje. La habitacin estaba impregnada de un aroma dulce y suave.Se sentaron sobre el silln, con las espaldas apoyadas prolijamente contra la pared, como una solemne hilera de juncos y Vivian, como siempre, cont la primera historia de fantasmas. Apagaron todas las luces menos una, que era muy tenue, y ella acomod la voz a la altura de sus pechos redondeados desde donde comenz a hablar casi en un susurro.Era ese viejo cuento en el que una noche muy tarde, cuando las estrellas se esparcen fras en el cielo y la inmensa casa est a solas, algo comienza a reptar y sube las escaleras hasta tu cuarto. Un extrao y horrible visitante de otro mundo. Y a medida que la historia avanza, lentamente, paso a paso, tu voz se hace ms tensa y ms susurrante y te quedas esperando el inquietante final.-Rept hasta el segundo escaln, hasta el tercero, hasta el cuarto...Los corazones de los cuatro ya se haban alborotado muchas veces con la misma historia. Ahora, una vez ms, un sudor fro se form sobre las cuatro frentes expectantes. Chris escuchaba, de la mano de Vivan...-Esos extraos ruidos llegaron al sexto escaln y crujieron hasta llegar al sptimo y luego al octavo...Chris haba memorizado la historia e incluso la haba relatado varias veces, pero nadie era capaz de contarla como Vivan. En ese momento, Vivan hablaba casi en silencio, como una hechicera, con los ojos entrecerrados y el cuerpo tenso apoyado contra la pared.Chris repasaba la historia en su mente, adelantndose a las palabras. Nueve, diez, once. Doce, trece, catorce. Por fin lleg al final de las escaleras...Vivan continu.-Est en el corredor. Se acerca a la puerta. Est entrando. Est cerrando la puerta. -Pausa. -Ahora cruza la habitacin. Se aproxima al escritorio. Llega a tu cama. Est parado a tu lado, justo encima de tu cabeza...Pausa prolongada, durante la cual la oscuridad de la habitacin se hizo an ms profunda. Todos contuvieron el aliento... esperando.-Te agarr!!Entre gritos y risas dejas salir la explosin interna. Dejas que el negro murcilago se choque contra la red. En tu interior habas construido una red de tensin y horror a tu alrededor, minuto tras minuto, paso tras paso, como una araa gigantesca y delicada que teje su tela, y en ese clmax tumultuoso, cuando oyes el grito de Te agarr!! vomitado sobre tu rostro, como un murcilago moribundo, la red se deshace temblorosa en una mezcla de aprehensin y carcajadas. Haba que echarse a rer para ocultar los antiguos miedos. Gritabas y te reas. Los cuatro. Vociferabas y sacudas el silln y te sujetabas de los dems. La historia... esa historia tan familiar! Te balanceabas hacia adelante y hacia atrs, temblando, respirando a un ritmo veloz. Es curioso cmo todava logra asustarte, aun cuando la escuchaste un centenar de veces.Las risas se apaciguaron rpidamente. Ruido de pasos, esta vez reales, se acercaban corriendo por las escaleras en direccin a la habitacin de Vivian. Chris reconoci los pasos de su ta. La puerta se abri.-Vivian! -exclam la ta-. Te dije que no hicieran ruido. No tienen respeto!-Perdn, mam.-Disclpanos, ta -dijo Chris, con sinceridad-. Nos descontrolamos porque estbamos muertos de miedo.-Vivian, encrgate de que estn en silencio -le encomend la ta; el reto ya suavizado-. Y si los vuelvo a or, los har bajar.-Nos portaremos bien -prometi Leo, serio. -Est bien.-Llamaron del hospital? -pregunt Shirley.-No -respondi la ta, con el rostro cambiado ante el recuerdo-. Lo estamos esperando de un momento a otro.La ta baj. Tardaron unos cinco minutos en recuperar el clima.-Quin cuenta una ahora? -pregunt Shirley. -Cuntanos otra, Vivian -pidi Leo-. Cuntanos lade la manteca con los hongos malvados.-Pero siempre cuento la misma -replic Vivian.-Yo quiero contar una -se ofreci Chris-. Una nueva. -Bravo!! -exclam Vivian-. Pero apaguemos la otra luz, primero. Hay demasiada luz ac adentro.Se levant de un brinco y apag la ltima luz que quedaba encendida. Mientras Vivian atravesaba la densa oscuridad, Chris advirti que poda percibir su perfume y sentir su presencia a su lado. Ella le tom con fuerza la mano.-Dale, empieza-le dijo.-Bien. -Chris devan en el carretel la historia y se prepar para comenzar. -Haba una vez...-Eso ya lo omos antes -dijeron todos rindose. Las risas provenan de la pared invisible de la habitacin. Chris se aclar la garganta y volvi a comenzar.-Haba una vez un castillo negro en el bosque...De inmediato capt la atencin de su auditorio. Los castillos siempre auguraban una buena historia. No era mala la historia que tena en mente y la podra haber relatado sin interrupcin, tomndose quince minutos o ms para mantener el suspenso en esa atmsfera oscura de la habitacin. Pero los dedos de Vivian eran como una araa impaciente que se deslizaba por la palma de su mano y, a medida que la historia avanzaba, Chris comenz a sentir ms la presencia de esa mano, mientras los personajes de su historia se iban desdibujando.-... en el castillo negro viva una vieja bruja...Los labios de Vivian acariciaron con un beso sus mejillas. Era como todos sus besos, como los besos que se dan antes de que se inventen los cuerpos. Los cuerpos se inventan a alrededor de los doce o trece aos. Antes de esa edad, slo existen labios y besos endulzados de cario. Hay algo dulce en esos besos que nunca ms volvemos a encontrar una vez que alguien nos modela un cuerpo debajo de la cabeza.Chris no tena cuerpo, todava. Slo una cara. Y, tal como suceda cada vez que Vivian lo besaba, l responda. Despus de todo, era divertido y le resultaba tan agradable como comer, dormir o jugar. Los labios de Vivian tenan un ligero sabor a azcar, y nada ms. En los ltimos cuatro aos, desde que haba cumplido los ocho, cada vez que vea a Vivian, por lo general una vez por mes porque ella viva en el otro extre mo de la ciudad, sus encuentros se colmaban de historias de fantasmas, de besos y de un ligero sabor a azcar.-... bueno, esta bruja del castillo...Ella lo bes en los labios, y por un instante el castillo se desmoron. Chris tard diez segundos en reconstruirlo.-... esta bruja del castillo tena una hija joven y hermosa llamada Helga. Helga viva en una mazmorra y su perversa madre la maltrataba. Helga era muy bonita y...Los labios estaban all otra vez. Esta vez se quedaron ms tiempo.-Sigue con el cuento -dijo Leo.-S, vamos, aprate -pidi Shirley, molesta.s -dijo Chris, alejndose un poco, con la respiracin un tanto alterada-... un da la nia se escap de la mazmorra y corri al bosque y la bruja la persigui a los gritos...A partir de ese momento, la historia fue hacindose cada vez ms lenta y tom senderos que se bifurcaban en forma vaga y torpe del camino principal. Vivian se apoy contra l, besndolo y respirando junto a su mejilla, mientras l prosegua con la historia entrecortada. Luego, muy lentamente, y con la habilidad propia de los arquitectos, ella comenz a edificarle un cuerpo! El Seor dijo costillas y se hicieron las costillas. El Seor dijo estmago y se hizo el estmago. El Seor dijo piernas y se hicieron las piernas. El Seor dijo algo ms y ese algo ms fue creado.Fue curioso encontrarse con un cuerpo tan repentinamente. Durante doce aos no lo haba tenido. Ese cuerpo era como un pndulo debajo del reloj, que Vivian ahora pona en movimiento, tocndolo, urgindolo, balancendolo, hasta que comenz a dibujar clidos y aturdidos arcos bajo la maquinaria de su cabeza. El reloj estaba' en marcha. Un reloj no funciona hasta que el pndulo se mueve. El reloj puede estar ntegro, listo, intacto y en ptimas condiciones, pero hasta que no se empuja el pndulo para ponerlo en movimiento, no es ms que una maquinaria sin uso ni sentido. -.. y la nia se intern en el bosque...-Aprate, Chris! -dijo Leo en tono crtico.Era como la historia de ese ser extrao que suba las escaleras, paso a paso, escaln por escaln. Esa noche, aqu y ahora, en la oscuridad. Pero... distinto.Los dedos de Vivian desprendieron con suma pericia la hebilla de su cinturn y liberaron la correa.Ahora, el primer botn.El segundo.Igual que en la famosa historia. Pero esta era real.-... entonces la nia se intern en el bosque...-Ya dijiste eso, Chris -objet Leo.Ahora se acerca al tercer botn.Ya est en el cuarto, Dios mo, y ahora en el quinto y...Las mismas palabras que terminaban aquella otra historia, las mismas dos palabras, pero esta vez gritadas con pasin desde el interior, en silencio, mudas, slo para uno mismo.Las mismas dos palabras!Las mismas dos palabras que se usaban para terminar la historia sobre esa criatura que suba por las escaleras. Las mismas dos palabras al final!La voz de Chris ya no le perteneca.-.. y corri hacia algo... haba algo... bueno, ella intent... este... alguien la persegua y... en fin, ella corra y bajaba y corra otra vez...Vivian se le acerc an ms; con los labios sell esa historia que se estaba hilvanando en su interior, impidiendo que emergiera a la superficie. El castillo se derrumb entre rugidos atronadores hasta hacerse aicos, en una explosin de llamaradas; entonces, no hubo nada en el mundo ms que su cuerpo recin inventado y el hecho de que el cuerpo de una mujer no era precisamente tocar tierra, como las bonitas colinas de Wisconsin. Aqu estaba toda la belleza, el canto, la luz y el fuego que el mundo era capaz de albergar. Aqu estaba el significado de las palabras cambio, movimiento y adaptacin.A lo lejos, en la tierra oscura y silenciosa de la planta baja, el telfono comenz a sonar. Era un sonido tan dbil como una voz gritando desde una mazmorra olvidada. Un telfono sonaba y Chris no lo poda or.En el aire parecan flotar dbiles crticas de Leo y Shirley, pero unos minutos despus, Chris se dio cuenta de que Leo y Shirley se estaban besando torpemente, y nada ms. La habitacin estaba en silencio. Las historias ya haban sido contadas y la plenitud del espacio invadi la habitacin.Era extrao. Chris no poda ms que quedarse all tendido y dejar que Vivian le contara todo a travs de esa pantomima increble y misteriosa. Nunca nadie te cuenta cosas como stas, pens. No te cuentan nada. Tal vez es demasiado bueno para contarlo, demasiado extrao y maravilloso para expresarlo con palabras.Se oyeron pasos en las escaleras. Eran pasos muy lentos, embargados de tristeza. Lentos y suaves.-Rpido! -susurr Vivian. Se levant de un salto y se acomod el vestido. Chris, como un ciego sin manos, se abroch con torpeza los botones y la hebilla de su cinturn. -Aprate! -volvi a susurrarle Vivian.Ella encendi la luz y el mundo, con su falta de realidad, aturdi a Chris. Las paredes vacas lo miraban, vastas y carentes de sentido al emerger de la oscuridad; esa encantadora oscuridad, tan suave, movediza y secreta. Y a medida que los pasos avanzaban por la escalera, los cuatro se convertan una vez ms en solemnes juncos apoyados contra la pared, mientras Vivian volva a contar la vieja historia:-... y ahora est en el escaln de arriba...La puerta se abri y apareci la ta, con lgrimas en los ojos. Eso era suficiente para transmitirles el mensaje.-Acabamos de recibir el llamado del hospital -anunci-. El to Lester muri hace unos instantes.Permanecieron sentados.-Mejor bajen con nosotros -dijo la ta.Lentamente se pusieron de pie. Chris se senta embriagado, confundido y ardoroso. Esper a que la ta bajara y que los dems la siguieran. Baj ltimo, a la tierra silenciosa del llanto y los rostros endurecidos por la solemnidad.Al descender el ltimo peldao, no pudo evitar un extrao pensamiento. To Lester, se llevaron tu cuerpo y yo acabo de recibir el mo. No es justo. No es justo, porque esto es glorioso.En unos minutos ms estaran de vuelta en casa. La casa silenciosa albergara llantos durante unos das; la radio permanecera callada durante una semana y las risas se ahogaran antes de nacer.Comenz a llorar.Su madre lo mir. To Inar tambin lo mir y algunos de los dems hicieron lo mismo. Vivian, incluida. Y Leo, tan grande y solemne.Chris lloraba y todos lo miraban.Pero slo Vivian saba que l lloraba de felicidad, el clido y feliz llanto de un nio que acababa de encontrar un tesoro enterrado en la tibia profundidad de su cuerpo.-Ay, Chris, no llores -dijo su mam. Y se acerc a consolarlo.

EL ROBO SUBLIME

Emily Wilkes abri los ojos repentinamente cuando oy un ruido extrao a las tres de una maana profunda y sin luna, en la que slo las estrellas oficiaban de testigo. -Rose?Su hermana, en su cama, a no ms de un metro de distancia, ya haba abierto los ojos, de modo que no se sobresalt. -Oste? -pregunt, arruinndolo todo.-Yo te lo iba a preguntar a ti-contest Emily-. Pero como parece que ya te enteraste, no tiene sentido que...De pronto se interrumpi y se incorpor de un salto en la cama, al igual que Rose, como si alguien hubiera tirado de un par de hilos invisibles. Las dos ancianas, una de ochenta y otra de ochenta y uno, las dos piel y hueso y manojos de nervios, permanecieron inmviles contemplando el cielo raso.Emily Wilkes seal hacia arriba con la cabeza. -Fue eso lo que oste?-Sern ratones en el tico?-Parece que es algo ms grande. Ratas, quizs. -S, pero calzadas con botas y arrastrando bolsas. Aquella frase bast. Salieron de las camas, se enfundaron en sus batas y bajaron las escaleras a la mayor velocidad que se lo permitan sus respectivas artritis. Ninguna quera quedarse all, justo debajo de quien calzaba esas botas.Una vez abajo, se tomaron de la baranda y miraron hacia arriba.-Qu buscarn en nuestro tico a esta hora de la noche? -susurr una.-Nos robarn nuestros viejos cachivaches?-Crees que podran bajar a atacarnos?-A nosotras? Si no somos ms que dos viejas tontas y huesudas.-Gracias a Dios que la puerta trampa slo se abre de un lado y est cerrada con llave desde abajo.Juntas, comenzaron a subir paso a paso en direccin a aquellos ruidos ocultos.-Ya s! -exclam Rose sbitamente-. En los peridicos de Chicago de la semana pasada le que hay alguien que se est dedicando a robar muebles antiguos!-No digas tonteras. Nosotras somos los nicos objetos antiguos que hay en esta casa.-Bueno, pero algo tenemos. Un viejo silln Morris, algunas sillas de comedor, an ms viejas, y una araa de cristal tallado.-Comprada en una tienda ordinaria en 1914. Tan fea que no nos atrevimos a sacarla con la basura. Escucha.Arriba, todo estaba ms calmo. Miraron hacia la puerta trampa y aguzaron el odo.-Alguien est abriendo mi bal -dijo Emily mientras se tapaba la boca con la mano-. Lo oyes? Hace falta aceitar las bisagras.-Para qu van a querer abrir tu bal? Si no hay nada ah.-Tal vez hay algo...De pronto, en aquella oscuridad, la tapa del bal se cerr con un ruido sordo.-Qu tonto! -susurr Emily.Alguien cruz el tico en puntillas de pie, tratando de ser ms cuidadoso despus de aquella torpeza.-Ah arriba hay una ventana y se estn escapando!Las dos hermanas corrieron hacia la ventana del dormitorio.-Abre las persianas y asmate! -exclam Rose. -Para que me vean? Ni loca!Esperaron y oyeron una especie de araazo seguido deun estrpito cuando algo cay sobre la acera.Con la respiracin agitada, abrieron las persianas para asomarse y vieron cuando dos sombras se alejaban llevando consigo una larga escalera. Una de las siluetas llevaba un pequeo paquete blanco en la mano libre.-Algo robaron -dijo Emily-. Vayamos a ver! -Bajaron las escaleras y abrieron la puerta del frente de par en par. All alcanzaron a ver pisadas en el csped cubierto de roco. En ese preciso momento, un camin estacionado en el cordn se alejaba. Las ancianas echaron a correr, hacindose sombra con las manos sobre los ojos para tratar de leer la chapa del vehculo que se alejaba.-Maldicin! -exclam Emily-. Pudiste verlo? -Vi un siete y un nueve. Nada ms. Llamamos a la polica?-No hasta que sepamos qu se llevaron. Apura el paso! Con una linterna, abrieron la puerta trampa ubicada sobre la escalera que conduca al tico y se internaron en la oscuridad.Emily barri el tico con su linterna mientras ambas tropezaban con viejos bales, una bicicleta y la horrenda araa de cristal.-No se llevaron nada -dijo Rose-. Qu extrao! -No s. Revisemos el bal. Aydame a sostenerlo. Con esfuerzo, abrieron la tapa que exhal una bocanadade polvo y de antiguos aromas.-Dios mo. Te acuerdas de esto? Es el perfume Ben Hur de 1925. Lo lanzaron cuando se estren la pelcula. -Cllate! -dijo Emily-. Cllate, por favor! Hundi la linterna en un hueco, en el medio de un anti guo vestido de fiesta, una suerte de bolsillo rado, de cinco centmetros de profundidad, diez de ancho y casi veinte de largo.-Dios Santo! -grit Emily-. No estn! -Qu cosa?-Mis cartas de amor! Las de 1919 y 1920 y 1921! Estaban atadas con una cinta rosa. Eran treinta en total. Y ahora no hay ninguna.Emily clav la mirada en aquel vaco con forma de fretro en el centro del viejo vestido de fiesta.-Para qu habrn querido robarme las cartas de amor que alguien que seguramente ya est muerto me escribi hace tanto tiempo a m, que tambin podra estar muerta?-Emily Bernice! -exclam Rose-. Dnde estuviste ltimamente? Acaso nunca viste esas novelas por TV que te hacen lagrimear hasta ms no poder? O las columnas de chismes de la revista local? Nunca hojeaste esas estpidas revistas femeninas que se leen en los salones de belleza?-Trato de no hacerlo.-Pues bien, la prxima vez, lelas! Y vers que hay mucha gente con la mente retorcida. Maana seguro que empieza a sonar el telfono. Quienquiera que rob las cartas, te pedir dinero para devolvrtelas o las har publicar por alguna editorial de libros femeninos o las usar para dar consejos en alguna columna amorosa. Eso se llama extorsin. Qu otro motivo podra haber? Publicidad! Vamos, no seas ingenua.-No llames a la polica, Rose. No quiero ventilar mi vida delante de ellos ni de nadie. Queda vino en la despensa? Vamos, Rose, muvete. Esto es el fin del mundo.Al bajar, casi se caen al unsono.

Al da siguiente, cada vez que pasaba el camin del correo, Emily descorra las cortinas de la sala y esperaba a que se detuviera en su puerta, lo que nunca ocurri.Al otro da, cuando un camin de un servicio de reparacin de televisores aminor la marcha en busca de una direccin, Emily sali a interceptar a los periodistas maleducados que llegaran a husmear en el interior de su casa, lo que tampoco ocurri.El tercer da, su intuicin le indicaba que ya haba pasado el tiempo suficiente para que la gaceta de Green Town reuniera el material necesario y vomitara toda su intimidad sobre sus pginas, pero su vida sigui sin salir a la luz.Pero...El cuarto da, en el buzn de su casa apareci una carta sin que se advirtiera la presencia de ningn cartero. El nombre de Emily pareca escrito conjugo de limn y luego pasado por una llama para resaltar la caligrafa.-Mira! -exclam Emily-. Aqu dice: "Emily Bernice Watriss! Y hay una estampilla de dos centavos con fecha del 4 de junio de 1921. Alej la carta para radiografiar el misterio.- Quien rob mis cartas hace cuatro noches decidi devolverme sta. Por qu?-brela! -dijo Rose-. El sobre tiene sesenta y dos aos. Qu tendr el interior?Emily respir profundamente y sac el frgil papel impregnado de amarronadas letras escritas a mano con bella caligrafa, al estilo de Palmer.-4 de junio de 1921 -ley-. Y la carta dice: Mi queridsima Emily...Emily dej brotar una lgrima.-Vamos, sigue -la alent Rose.-Esta carta de amor es ma.-Ya lo s, pero ahora somos dos viejas fuera de combate. Ya nada puede incomodarnos. Dmela.Rose la tom y se dirigi hacia la luz. Su voz se fue apagando a medida que sus ojos recorran la bella caligrafa de otras pocas.-Queridsima Emily: No s de qu modo volcar en estas lneas todo lo que alberga mi corazn. La he admirado tanto, durante tantos aos y, sin embargo, cuando hemos bailado o compartido picnics en el lago, me ha resultado imposible hablarle. En mi casa, me miro frente al espejo y detesto mi cobarda. Pero ahora debo expresar la ternura que siento por usted o enloquecer, al extremo de no poder recuperar jams la cordura. Temo ofenderla, por lo que esta breve esquela ha pasado por numerosas reescrituras. Querida Emily, sepa usted de mi afecto y voluntad de compartir parte de mi vida a su lado. Si tan slo pudiera mirarme con gentil amabilidad, tan siquiera eso, me embargara una inmensa felicidad. He tenido que refrenarme para no acariciar su mano. Y la mera idea de algo ms, del beso ms pequeo, me hace vibrar al punto de que me atrevo a expresar mis sentimientos. Mis intenciones son de lo ms honorables. Si usted lo consintiera, quisiera hablar con sus padres. Hasta ese da, le envo mi cario y mis sentimientos ms nobles.La voz de Emily son con ms claridad al llegar a esta frase final...-La firma William Ross Fielding.Rose le ech una mirada a Emily.-William Ross Fielding? Quin era este hombre tan perdidamente enamorado que te escriba?-Dios mo! -exclam Emily Bernice Watriss con los ojos baados en lgrimas-. Ojal lo supiera!

Da tras da, las cartas llegaban, no por correo, sino que eran deslizadas por el buzn a medianoche o a la madrugada y luego eran ledas en voz alta por Rose o Emily, que se turnaban para secarse las lgrimas. Da tras da, aquel escritor de otros tiempos imploraba el perdn de Emily, se mostraba preocupado por el futuro de su amada y firmaba con elegancia y un suspiro casi audible, William Ross Fielding.Y da tras da, Emily con los ojos cerrados deca: Lela otra vez. Creo que ya recuerdo el rostro que acompaa esas palabras.Hacia el fin de semana, cuando ya se haba formado una pila de seis cartas antiguas a punto de derrumbarse, Emily cay exhausta y exclam:-Basta! Que ese extorsionador que no da la cara por su pecado se muera! Qumala.-Todava no -dijo Rose que no traa consigo una carta amarillenta y aeja sino un sobre flamante y reluciente, sin nombre afuera ni adentro.Emily, ya recuperada de ese arranque violento, la tom rpidamente y ley:-Me avergenzo por provocar todo este problema, que sin duda debe terminar. Puede pasar a recoger su correspondencia por la calle South St. James 11. Sepa disculparme.No llevaba ninguna firma.-No comprendo -dijo Emily.-Es muy simple -sugiri Rose-. Quien est devolviendo estas cartas est intentando un acercamiento amoroso usando las cartas de otra persona de la poca en que Calvin Coolidge fue presidente.-Rose, siente cmo estoy. Tengo la cara encendida. Por qu alguien se trep a una escalera, rob en el tico y huy? Por qu no se para en el jardn y grita lo que quiere a los cuatro vientos?-Porque -dijo Rose, con calma, mientras pasaba las hojas de la nueva carta-, tal vez quien escribi esto es tan tmido como lo era William Ross Fielding en su poca, tan lejana que la memoria te traiciona y ni siquiera lo recuerdas. Y ahora?-Quisiera saber quin vive en la calle South St. James 11 -dijo Emily mientras miraba por la ventana.

-Es aqu.Se detuvieron delante de la casa. Era tarde.11 South St. James.-Quin estar mirndonos desde all adentro en este mismo instante? -pregunt Emily.-Por cierto no el caballero que te mand la confesin-dijo Rose-. l slo ayud a cargar la escalera, pero seguramente no es el que carga con la culpa. Ah adentro est el luntico que estuvo enviando las cartas. Y si no nos apuramos, pronto la calle se convertir en un enjambre. Vamos, adelante.Cruzaron el porche y tocaron el timbre. La puerta del frente se abri de par en par. Y surgi la silueta de un anciano, con sus casi ocho dcadas a cuestas, asombrado.-Emily Bernice Watriss -exclam-. Hola!-Qu diablos es esto? -contest Emily Bernice Watriss.-Es una invitacin a tomar el t. Entramos?Entraron con paso furtivo y se ubicaron, listas para salir corriendo, mientras lo observaban verter el agua de la tetera sobre unas hojitas de Orange Pekoe.-Con crema o limn? -pregunt el anciano. -Ni crema ni limn para m -dijo Emily. -Gracias.Tomaron sus tazas sin decir palabra y sin sorber una sola gota, mientras l beba su t.-Mi amigo me confes que les haba revelado mi direccin. Lo que ocurri esta semana me afligi mucho.-Y cmo cree que me sent yo? -exclam Emily-. Entonces, fue usted quien me rob la correspondencia y luego la devolvi?-S.-Pues bien, explique qu es lo que pretende.-Lo que pretendo? No, no. Acaso pensaron que era una extorsin? Qu tonto que fui al no haber imaginado que pensaran eso! No, de ninguna manera. Esas son sus cartas? -Efectivamente.-La carta de arriba, la primera, est fechada el 4 de junio de 1921. Le importara abrirla? Tmela de manera que yo no pueda leerla y permtame hablar, de acuerdo?Emily despleg la carta sobre su regazo. -Y bien? -dijo Emily.-Slo escuche -dijo. Cerr los ojos y comenz a recitar en una voz apenas audible: -Queridsima Emily... Emily contuvo el aliento.El anciano esper, con los ojos an cerrados, y luego repiti las palabras grabadas en el interior de sus prpados.-Queridsima Emily: No s de qu modo dirigirme a usted ni cmo volcar todo lo que alberga mi corazn...Emily dej escapar el aliento contenido.El anciano suspir:-La he admirado tanto, durante tantos aos, y sin embargo, cuando hemos bailado o compartido picnics con sus amigos en el lago, me ha resultado imposible hablarle, pero ahora por fin debo expresar la ternura que siento por usted o enloquecer al extremo de no poder recuperar jams la cordura...Rose sac su pauelo y se son la nariz. Emily sac el suyo y se enjug los ojos.La voz del anciano era suave, luego potente y suave otra vez:-... y la mera idea de algo ms, del ms pequeo de los besos, me hace vibrar al punto de que me atrevo a poner en palabras...Finalmente, con un susurro dijo:-Hasta ese da, le envo mi cario y mis sentimientos ms nobles desendole lo mejor en su vida futura. Firmado William Ross Fielding. Ahora, la segunda.Emily abri la segunda carta y la ubic en un lugar donde l no alcanzara a leerla.-Queridsima y adorable Emily -dijo-. No respondi a mi primera carta, lo que se explica por una o varias razones, que no la ha recibido, que no le permitieron recibirla o que s la recibi, pero la rompi o la escondi. Si la he ofendido, sepa disculparme... Dondequiera que vaya, oigo mencionar su nombre. Los hombres hablan de usted. Las mujeres comentan que pronto se alejar en un crucero...-En aquellos tiempos se acostumbraba- dijo Emily, casi en un susurro-. Las mujeres jvenes y a veces tambin los hombres eran enviados al extranjero por un ao para olvidar.-Aun cuando no hubiese nada que olvidar? -pregunt el anciano, mientras se observaba las palmas de las manos extendidas sobre sus rodillas.-Aun en esos casos. Tengo otra carta. Puede decirme qu dice sta?Emily la abri y sus ojos se humedecieron al releer las lneas y al escuchar cmo, con la cabeza gacha, recitaba las palabras con la voz del recuerdo.-Queridsima Emily, puedo atreverme a decir... amor de mi vida? Partir maana y no regresar hasta despus de Navidad. Se ha anunciado su compromiso con alguien que la aguarda en Pars. Le deseo una vida esplndida y feliz y muchos hijos. Olvide mi nombre. Olvidarlo? Para qu? Si nunca lo supo. Willie o Will? Creo que as fue como me llam. Pero nunca tuve un apellido para usted, de modo que no tiene nada que olvidar. Recuerde, sin embargo, mi amor. Firmado W. R. F.Una vez que concluy, se ech hacia atrs y abri los ojos al tiempo que ella plegaba la carta y la colocaba sobre su regazo, junto a las otras, mientras las lgrimas le rodaban por las mejillas.-Por qu me rob las cartas? -pregunt finalmente-. Con qu fin las us despus de setenta aos? Quin le cont dnde podan estar las cartas? Las enterr en mi cajn, mejor dicho mi bal, cuando part hacia Francia. No creo que las haya vuelto a mirar ms de una vez en los ltimos treinta aos. William Ross Fielding le cont sobre ellas?-Entonces, querida ma, an no ha adivinado? -pregunt el anciano-. Yo soy William Ross Fielding.Un silencio increblemente prolongado inund el saln.-Djeme mirarlo. - Emily se inclin hacia adelante mientras l alzaba la cabeza en direccin a la luz. -No -dijo Emily-. Ojal pudiera decir algo. Pero nada.-Tengo el rostro de un hombre viejo ahora. Pero no importa. Cuando usted sali a conocer el mundo, yo part hacia otros lugares. Viv en muchos pases y he hecho muchas cosas. En fin, un soltern errante. Cuando supe que no haba tenido hijos y que su marido haba muerto, hace muchos aos, regres a este lugar, a la casa de mis abuelos. Me ha llevado todos estos aos reunir el coraje suficiente para ofrecerle esta porcin de mi vida.Las dos hermanas estaban inmviles. Casi se poda or el latido de sus corazones. El anciano prosigui:-Y ahora?-Bien -dijo Emily Bernice Watriss Wilkes con voz pausada-, todos los das durante las prximas dos semanas, enveme el resto de las cartas. Una por vez.l la mir fijamente. -Y entonces?-No lo s. Ya veremos.-Bien. Entonces, es hora de despedirnos.Al abrir la puerta, el anciano casi le roz la mano. -Queridsima Emily...-S? -Esper. -Qu va a...? -Cmo?-Qu va a ...?- trag saliva. Emily esper.- ... a hacer esta noche? -acab la frase, de prisa.

ME RECUERDA?

-Me recuerda? Claro, cmo no me va a recordar!El desconocido esperaba con la mano extendida.-S-respond-. Usted es...Me detuve y busqu auxilio a mi alrededor. Nos encontrbamos en el medio de una calle de Florencia en pleno medioda. l cruzaba con prisa en una direccin, yo en la opuesta, y casi nos chocamos. Y ahora aguardaba que mis labios pronunciaran su nombre. Desesperado, hurgu en la memoria, pero en vano.-Usted es... -repet.Me tom la mano, temiendo que pegara la vuelta y huyera. Tena la cara radiante. l me conoca: acaso no deba corresponder a su deferencia? Vamos, prtese como un buen cachorrito y diga quin soy!, estara pensando el hombre.-Soy Harry! -exclam.-Harry...?-Stadler! -ladr con una risotada-. El carnicero!-Pero... claro! Harry, viejo desgraciado! -Bombe su mano con alivio.Harry casi bailaba de contento.-El mismo! A quince mil kilmetros de la patria. As que no resulta nada raro que no me haya reconocido. Mire, nos van a atropellar si nos quedamos ac. Estoy parando en el Grand Hotel. No sabe lo fabuloso que es el parqu del foyer! Qu le parece si comemos juntos esta noche? Bifes florentinos... y mire que se los recomienda su carnicero, eh? Bueno, a las siete, entonces.Abr la boca para rechazar rotundamente la invitacin con todo el aire de mis pulmones, pero...-Nos vemos esta noche! -exclam, cortndome la inspiracin.Dio media vuelta y se alej corriendo. Por poco no le pasa por encima una moto que vena zumbando. Desde la vereda de enfrente, me grit:-Soy Harry Stadler!-Y yo, Leonard Douglas! -repliqu con desatino. -S, ya s. -Me salud con la mano y se perdi en la multitud. -Ya s...Por Dios! Quin era se?, pens, sin apartar la vista de mi mano estrujada y abandonada. Pues... mi carnicero.Ahora lo recordaba picando carne detrs del mostrador, con una diminuta gorra blanca como un barquito de juguete que haba dado una vuelta de campana sobre su fino pelo rubio, con su aire teutnico, imperturbable, y las mejillas cual embutido de cerdo cuando someta un bife a golpe de cuchillo.S, mi carnicero.

-Pero qu estpido! -me pas el da mascullando-. Por qu acept? Y por qu se le ocurri invitarme? Si no tenemos ningn trato. Salvo cuando me dice: Son cinco dlares con sesenta centavos. O cuando yo le digo: Hasta luego. Ay, Dios, soy un reverendo idiota!Me pas toda la tarde llamndolo por telfono cada media hora a la habitacin del hotel. No contestaban.-Desea dejar un mensaje, seor?-No, gracias.Cobarde, me deca. Deja un mensaje: que caste enfermo... que te moriste!Contempl el telfono con impotencia. Desde ya que no lo haba reconocido. Quin puede reconocer a alguien que no est tras su mostrador o escritorio, dentro de su auto, sentado a su piano o dondequiera que se pare, se siente, venda, hable, sirva o atienda? El mecnico que se saca el mameluco engrasado, el abogado que cambia el traje por una guayabera floreada, la respetable dama de la sociedad que se libera del cors y se pone un infartante traje de bao de dos piezas... todos nos volvemos desconocidos, extraos, susceptibles si no nos identifican. Esperamos que, dondequiera que estemos o como quiera que nos vistamos, nos reconozcan al instante. Cual clones de MacArthur enfundados en ropajes atpicos, desembarcamos en pases lejanos al grito de: Volv!.Pero, en rigor de verdad, a quin le importa? Sin la gorra ni el delantal estampado con huellas dactilares de sangre, sin el ventilador girando sobre la cabeza para ahuyentar las moscas, desprovisto de sus cuchillos fulgurantes, lejos de los puntiagudos ganchos, de la sierra para cortar chuletas, de los montculos de carne rosada y las extensiones jaspeadas de nveas grasas, este carnicero era el vengador enmascarado.Por otra parte, viajar lo haba rejuvenecido. Eso es lo que sucede cuando uno viaja. Tras dos semanas de exquisitas comidas, excelentes vinos, largas horas de descanso y deslumbrantes monumentos de la arquitectura, uno despierta diez aos ms joven, reacio a retornar a la patria y a la madurez.Y qu pasaba conmigo? Me hallaba en el mismsimo punto culminante donde se pierden aos al sumar kilmetros. Mi carnicero y yo habamos renacido como pseudoadolescentes slo para toparnos en medio del trnsito florentino y hablar insensateces, arrancndonos a zarpazos nuestros mutuos recuerdos.-Basta! Pero quin me mand a aceptar? -Oprim con saa las teclas del telfono.A las cinco, silencio. A las seis, no contestaron. A las siete, lo mismo. Socorro!-Cllense! -vocifer por la ventana.Las campanas de todas las iglesias de Florencia sellaron mi destino.Pum! Alguien sali y dio un portazo. Yo.

Cuando nos encontramos, a las siete y cinco, parecamos dos amantes enemistados que llevaban das sin verse y ahora, muertos los apetitos, se precipitaban a cenar sumidos en la angustia de la autocompasin.Come y vete o, ms bien, come y huye decan nuestros rostros cuando nos abrimos paso por el foyer. Finalmente, nos estrechamos la mano. Acaso bamos a jugar una pulseada? Desde algn sitio recndito surgieron sonrisas falsas y desganadas risas.-Leonard Douglas, viejo desgraciado! -exclam. Se interrumpi, abochornado. Al fin y al cabo, los carniceros no insultan a sus viejos clientes. -Bueno... eh... vamos! -dijo.Escolt mi ingreso en el ascensor con una mano sobre mi espalda y no par de hablar hasta que llegamos al restaurante, ubicado en el ltimo piso.-Qu coincidencia! Encontrarnos en medio de la calle...! La comida de ac es muy buena. A ver... ? Ya llegamos. Bajemos.Nos sentamos a una mesa.-Voy a beber vino. -El carnicero ley la carta de vinos con aire de conocedor. -ste es excelente: St-milion, cosecha 1970. Le parece bien?-Gracias, pero voy a pedir un martini con vodka bien seco. -Me mir con expresin ceuda. -Aunque tambin voy a tomar vino, desde ya! -me apresur a agregar.Como primer plato, ped una ensalada. Volvi a mirarme con desaprobacin.-No quiero ofenderlo, pero la ensalada y el martini van a arruinarle el paladar y no va a poder apreciar el vino. -Bueno, entonces, dejemos la ensalada para despus -ced otra vez.Pedimos los bifes. El suyo, casi crudo. El mo, bien cocido.-Disculpe, pero debera ser ms considerado con la carne -seal el carnicero.-Es decir, ms que con Juana de Arco, no? -dije, y re. -Qu ingenioso! Ms que con Juana de Arco!En ese preciso momento, trajeron la botella de vino y la descorcharon. Enseguida ofrec la copa y, feliz de que el martini se hubiera demorado, y quiz nunca llegara, pas un agradable minuto oliendo el St-milion y deleitndome con su color. Mi carnicero me observaba cual gato estudiando a un perro desconocido.Con los ojos cerrados, beb un pequeo sorbo y asent con la cabeza.El extrao que comparta mi mesa tambin bebi y asinti. Mano a mano.Contemplamos durante un rato el horizonte crepuscular de Florencia.-Bueno... -dije, desesperado por abrir la conversacin-.Qu opina del arte florentino?-La pintura me pone nervioso -reconoci-. Lo que s me gusta es pasear. Qu mujeres, las italianas! Cmo me gustara congelarlas y despacharlas para nuestro pas!-Eh, s... -Me aclar la garganta. -Pero Giotto...? -Disculpe, pero Giotto me aburre. Pertenece a un perodo demasiado temprano de la historia del arte, para mi gusto. Sus figuras parecen muecos hechos con palotes. Me gusta ms Masaccio. Pero el mejor es Rafael. Y Rubens...! Ya sabe, tengo ojo de carnicero.-Rubens?-Rubens! -Harry Stadler tom con el tenedor unas pequeas fetas de salame, se las llev a la boca y comenz a rumiar opiniones. -Rubens! Puro senos y nalgas, enormes cmulos de carne rosada. Se puede sentir el corazn latiendo como un timbal bajo esas toneladas de carne. Cada mujer es una cama. Uno se siente tentado a arrojarse sobre ellas y perderse en su exuberancia. Qu me vienen con el David, con ese mrmol fro y blanco! Ni siquiera le pusieron una hoja de parra. No, no. A m me gustan el color, la vida y mucha carne sobre los huesos. Por qu no come?-Cmo no? Mire. -Com el salamn rojo sangre, el rosado salame de Bolonia y el provolone de un blanco cadavrico, dudando si deba requerir su opinin sobre la blanquecina frialdad de las diversas variedades de quesos.El matre nos sirvi los bifes.El de Stadler estaba tan crudo que era posible extraerle sangre para anlisis. El mo, en cambio, pareca la marchita cabeza de un negro humeando y chamuscndome el plato.El carnicero emiti un sonido de repugnancia ante mi carbonizada ofrenda.-Pero por Dios! Ni con Juana de Arco tuvieron tan poca piedad! Piensa comerlo o fumarlo?-Bueno, no critique tanto que el suyo todava respira! -repliqu, riendo.Comenc a masticar la carne, que cruja como hojas otoales.Al igual que W. C. Fields, Stadler abra picadas a travs de una espesura de carne viva, arrastrando la canoa tras l. Stadler estaba matando su comida. Yo inhumaba la ma. Comimos rpidamente. Para nuestra mutua desesperacin, muy pronto camos en la cuenta de que debamos volver a hablar.La cena haba transcurrido en un sepulcral silencio. Parecamos un matrimonio de ancianos resentidos por haber llevado las de perder en una discusin cuyos motivos tambin haban perdido sentido, y ahora se tragaban la indignacin y albergaban un callado rencor.Untamos pan con manteca para llenar el silencio. Pedimos caf, lo que ayud a entretenernos un rato ms y, finalmente, nos reclinamos contra el respaldo, observando a aquel desconocido a travs de un campo nevado de mantelera y platera. En eso, horror de horrores, me o decir:-Cuando volvamos a nuestro pas, tenemos que reunirnos a cenar alguna noche para charlar sobre este viaje, le parece? Sobre Florencia, el clima, las obras de arte...-S. -Termin de un trago su bebida. -No! -Cmo?-No -repiti a secas-. Hablemos claro, Leonard. En nuestro pas no tenamos nada en comn. Y ac tampoco, salvo el tiempo, el viaje y la distancia. Carecemos de temas de conversacin y de intereses comunes. Es una lstima, pero qu le vamos a hacer! Fue algo impulsivo, para mal o para bien, y vaya a saber cmo llegamos a esto. Usted est solo, yo estoy solo, nos encontramos al medioda en una ciudad desconocida y, ahora, en este restaurante. Pero, en realidad, somos como dos sepultureros que un buen da se encuentran y, cuando van a darse la mano, se les interpone su ectoplasma. Entiende? Estuvimos engandonos todo el da.No poda dar crdito a mis odos. Cerr los ojos, con la sensacin de que deba enojarme, pero al cabo de un instante exhal un profundo suspiro.-Usted es el hombre ms sincero que he conocido. -No sabe cmo odio ser sincero y realista. -Se ech a rer. -Me pas la tarde tratando de ubicarlo por telfono.-Y yo estuve llamndolo a usted! -Quera cancelar la cena. -Lo mismo que yo!-No consegu comunicarme. -Y yo no pude dar con usted. -No me diga! -Quin iba a imaginarlo!Soltamos la carcajada, con la cabeza echada hacia atrs, y casi nos camos de la silla.-Qu cosa ms graciosa!-Coincido totalmente! -dije, imitando la manera de hablar de Oliver Hardy.-Por favor, pidamos otra botella de champaa!-Mozo!A duras penas contuvimos la risa cuando el mozo sirvi la segunda botella.-En fin, algo tenemos en comn -dijo Harry Stadler. -Qu?-Esta maravillosa jornada tan ridcula y absurda, desde el medioda hasta este preciso instante. No nos vamos a cansar de contrselo a los amigos. Cmo lo invit y cmo usted acept sin la menor gana, y cmo los dos tratamos de cancelar la cena antes de que fuera tarde, y cmo llegamos al restaurante a regaadientes, y cmo de pronto nos sinceramos... Qu ridculo, por favor! Y cmo, de repente... -Se interrumpi. Los ojos se le humedecieron y la voz adquiri un tono ms suave. -Y cmo, de repente, la cosa dej de ser tan absurda. Pero, en fin... Para nuestra sorpresa, terminamos simpatizando gracias a nuestra propia ridiculez. Y si tratamos de no prolongar demasiado la velada, no va a resultar tan terrible despus de todo.Choqu mi copa de champaa con la suya. Haba conseguido contagiarme la emocin, junto con el sentido del ridculo.-Nunca vamos a cenar juntos cuando volvamos. -No.-Y tampoco vamos a preocuparnos por tener que charlar largo y tendido sin tener temas de conversacin.-Algn comentario sobre el tiempo, no ms, de vez en cuando.-Y no vamos a visitarnos. -Brindo por eso.-De todas maneras, la noche se volvi agradable, Leonard Douglas, mi viejo y querido cliente.-Brindo por Harry Stadler. -Levant en alto la copa. -A su salud.-Por m. Por usted.Bebimos y permanecimos sentados otros cinco minutos, cmodos y a gusto como dos viejos amigos que acababan de descubrir que, mucho tiempo atrs, se haban enamorado de la misma bella bibliotecaria que les acariciaba los libros y las mejillas. Pero el recuerdo se fue desvaneciendo.-Parece que va a llover. -Me puse de pie con la billetera en la mano. Mi carnicero se qued contemplndome hasta que volv a guardarla en el bolsillo. -Gracias y buenas noches.-Gracias a usted -dijo-. Ahora ya no me siento tan solo.Vaci la copa de un trago, suspir con placer, le di a Stadler una palmadita sobre la cabeza a modo de saludo y part.Al llegar a la puerta, me di vuelta. Stadler advirti el gesto y grit desde el otro lado del saln.-Me recuerda?Fing detenerme, rascarme la cabeza, devanarme los sesos. Luego, lo seal y exclam:-El carnicero!Alz la copa.-S, el carnicero!Baj rpidamente, atraves a las zancadas aquel bellsimo piso de parqu que daba pena pisar y, por fin, me asom a la tormenta que me aguardaba en la calle.Camin un largo rato bajo la lluvia, con la cara vuelta hacia arriba.Ahora yo tampoco me siento tan solo, me dije.Y entonces, empapado y riendo, baj la cabeza y corr rumbo a mi hotel.

EL BASURADOR

El cartero recorra la acera derritindose bajo aquel caluroso sol estival, con la nariz chorreando sudor y los de dos hmedos apoyados sobre su bolso de cuero atestado de cartas.-Veamos... La prxima parada es la casa de los Barton. Son tres cartas. Una para Thomas Q, una para su mujer Liddy y otra para la abuela. Todava vive? Cmo duran algunos, Dios mo!Desliz las cartas por el buzn y se qued petrificado. Un len acababa de lanzar un rugido.Dio un paso hacia atrs, con los ojos abiertos de asombro.El mosquitero canturre al abrirse sobre su tenso resorte. -Buenos das, Ralph.-Buenos das, seora Barton. Acabo de or a su mascota. Lindo leoncito, no?-Qu dices?-S, parece un len. Lo o en la cocina. Ella prest atencin.-Ah! Te refieres a eso. Es nuestro Basurador. Supongo que sabes qu es. Es nuestro nuevo artefacto para eliminar los residuos. -Lo compr su marido?-S. Ustedes, los hombres, y las mquinas. Es capaz de comerse cualquier cosa, con huesos y todo.-Tenga cuidado, entonces. Podra comerla a usted. -No, no temas. S domesticar a las fieras -dijo rindose y se detuvo a escuchar-. Es cierto, parece que fuera un len.-Y hambriento. Bueno, hasta la prxima.Y el muchacho se alej en el calor de la maana.Liddy subi las escaleras corriendo con las cartas en la mano.-Abuela? -Golpe a la puerta. -Tienes correspondencia.La puerta sigui en silencio.-Abuela? Ests ah?Despus de una larga pausa, una voz de mimbre seco respondi:-S.-Qu ests haciendo?-No me hagas preguntas si no quieres que te conteste con una mentira -recit la vieja, desde su escondite.-Has estado all toda la maana.-Y me quedar todo el ao si es necesario -espet la abuela.Liddy intent abrir la puerta. -La cerraste con llave! -As es.-Bajars a comer, abuela?-No. Tampoco a cenar. No bajar hasta que te deshagas de esa maldita mquina que est en la cocina. -Su ojo pedernalino se asom por el agujero de la cerradura para ver a su nieta.-Te refieres al Basurador? -pregunt Liddy con una sonrisa.-Escuch al cartero. Tiene razn. No estoy dispuesta a tener un len en mi propia casa. Escucha! Ah est tu marido usndola.Abajo, el Basurador ruga mientras se tragaba la basura, con huesos y todo.-Liddy! -grit su marido-. Liddy, ven aqu. Ven a ver cmo funciona.Liddy le habl a su abuela por el orificio de la cerradura. -No quieres venir a ver, abuela? -No.Detrs de Liddy se oyeron unas pisadas. Al darse vuelta vio a Tom en lo alto de las escaleras.-Ven a probarla, Liddy. Tengo un par de huesos que me dio el carnicero. Los mastica de verdad.Liddy baj hasta la cocina.-Es espantoso, pero... por qu no?Thomas Barton se qued prolijamente plantado junto a la puerta de la habitacin de la abuela y esper un minuto, sin moverse, con una sonrisa escrupulosa en los labios. Golpe suavemente, casi con delicadeza.-Abuela? -susurr. No obtuvo respuesta.Movi el picaporte lentamente.-S que est ah, vieja bruja. Lo oye, abuela? All abajo. Lo oye? Por qu se encerr? Le pasa algo? Qu puede molestarla en un hermoso da de verano como hoy? Silencio. Tom se fue al bao.El corredor qued vaco. Desde el bao llegaba el sonido del agua que corra. Entonces, la voz de Thomas Barton se alz alta y resonante en el cuarto azulejado y cant:

Un, dos tres,Huelo sangre de origen ingls, Mujer viva o muerta comer,Y sus huesos en pan convertir ...

En la cocina, el len ruga.La abuela ola a mueble de altillo, a polvo, a limn y pareca una flor marchita. Su mandbula firme estaba flccida y sus plidos ojos dorados echaban chispas mientras permaneca sentada en su silla como un asesino que corta el clido aire del medioda al mecerse hacia adelante y hacia atrs. Oy la cancin de Thomas Barton.Su corazn se endureci como un cristal de hielo.Haba odo a su nieto poltico abrir el paquete aquella maana, un chico que acababa de recibir un malicioso juguete navideo. El furioso crujido, el desgarrar del envoltorio, el grito de triunfo, el ansioso manipuleo de sus dedos sobre aquella mquina dentada... Se haba topado con los ojos amarillos de guila de la abuela en el recibidor y le haba hecho un guio cargado de poder. Bang! La abuela se encerr en su dormitorio.La abuela se pas temblando toda la maana en su cuarto.Liddy volvi a llamar a la puerta, preocupada por la hora de su almuerzo, pero fue recibida con un violento rechazo.Avanzaba la sofocante tarde y el Basurador reviva gloriosamente bajo la pileta de la cocina. Se alimentaba, coma, mola, emita ruidos con su boca hambrienta y sus malvados dientes ocultos. Giraba y lanzaba quejidos. Degluta costillas de cerdo, granos de caf, cscaras de huevo, muslos de aves. Tena un hambre antiguo que, si no era saciado, se mantena a la espera, agazapado, con sus vsceras metlicas como hlices capaces de desgranar objetos con el filo de una navaja y el destello de la avidez.Lddy le llev la cena en una bandeja.-Psala por debajo de la puerta -le grit la abuela. -Por Dios! Abre la puerta al menos lo necesario para poder pasrtela -dijo Liddy.-Mira por encima de tu hombro y asegrate de que no haya nadie en el corredor.-No hay nadie.-Ahora!La puerta se abri y la mitad de los granos de maz se desparramaron cuando la abuela tom violentamente la bandeja. Luego, sac a Liddy de un empujn y volvi a cerrar la puerta.-Por un pelo -exclam, mientras apoyaba la mano para frenar la alocada carrera de liebre de su corazn.-Abuela, qu diablos te pic?La abuela mir cmo giraba el picaporte.-No tiene sentido decrtelo porque no me creeras, pequea. Con todo mi amor les ofrec mi casa hace un ao. Pero Tom y yo siempre nos tuvimos animadversin. Ahora est decidido a que yo desaparezca, pero no lo lograr. No, seor. S cul es su truco. Un da volvers de la tienda y no me encontrars por ningn lado. Le preguntars a Tom qu le pas a la abuela y l, con una dulce sonrisa en los labios, te dir: La abuela? Acaba de marcharse a Illinois. Empac sus cosas y se fue. Y no volvers a ver a tu abuela, Liddy. Y sabes por qu? Tienes algn presentimiento?-Abuela, no digas tonteras. Tom te quiere mucho.-Lo que verdaderamente quiere es mi casa, mis antigedades, el dinero que guardo debajo del colchn. Eso es lo que ama de m. Vete que yo pondr las cosas en su lugar a mi modo. Me quedar encerrada hasta que se extingan las llamas del infierno.-Qu ser de tu canario, abuela?-T te ocupars de darle de comer a Singing Sam. Compra hamburguesas para Spottie. Es un perro feliz y no puedo dejarlo morir de hambre. Treme a Kitten de vez en cuando. No puedo vivir sin ver a mi gato. Ahora, vete. Me meter en la cama.La abuela se acost como un cadver que prepara su propio atad. Pleg sus dedos de cera amarillentos sobre su pecho fruncido, al tiempo que cerraba sus prpados semejantes a un par de polillas. Qu hacer? Qu arma usar contra ese intrincado artilugio mecnico? Recurrir a Liddy? Pero Liddy era tan fresca como el pan recin horneado, su rostro rozagante se excitaba slo ante los bizcochos de canela y los panecillos esponjosos, siempre ola a levadura y leche tibia. El nico homicidio que Liddy poda llegar a considerar era aquel en el que la vctima termina sobre el plato de la cena, con una naranja embutida en la boca y las garras enfundadas en cuero rosado, callando ante las incisiones de un cuchillo. No, era imposible decirle la cruda verdad a Liddy; no hara ms que rerse y ponerse a cocinar otra torta.La abuela dej escapar un largo suspiro que se perdi en el aire.La pequea vena de su cuello de pollo dej de palpitar. Lo nico que se mova en la habitacin eran los frgiles bramidos de sus pequeos pulmones, como fantasmas cargados de aprehensin, entre un suspiro y otro.Abajo, en su cueva de cromo reluciente, el len dorma.

Transcurri una semana.La abuela dejaba su guarida slo para correr hacia el bao. Cuando Thomas Barton encenda el motor del auto, ella sala del dormitorio a rauda velocidad. Sus visitas al bao eran intrpidas y explosivas. Al cabo de un par de minutos, estaba nuevamente tendida en su cama. Algunas maanas, Thomas se demoraba en ir a su oficina, deliberadamente, y se quedaba erecto como un nmero uno, matemticamente prolijo, frente al dormitorio de la abuela, sonriendo con su propia demora.Una vez, en medio de una noche de verano, ella se escurri de su dormitorio y baj a alimentar al len con una bolsa llena de tuercas y tornillos