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El amor verdadero, la familia, lavenganza, las segundasoportunidades, la sinceridad… En sunueva novela, Albert Espinosa nossumerge en una emocionantehistoria protagonizada por unospersonajes inolvidables que nosharán reflexionar y descubrir lo quees realmente importante en la vida.Nunca dejaré de buscar miarchipiélago de sinceridad… ¿Quieresformar parte de él? «Jamás nosmentiremos… Escúchame bien, esoimplica algo más que ser sincero… Eneste mundo mucha gente es falsa…Las mentiras te rodean… Saber que

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existe un archipiélago de personasque siempre te dirán la verdad valemucho… Quiero que formes parte demi archipiélago de sinceridad…»«Saber que puedes confiar en la otrapersona, que nunca te mentirá, quesiempre te dirá la verdad cuando selo pidas, no tiene precio… Te hacesentir fuerte, muy poderoso…» «Y esque la verdad mueve mundos… Laverdad te hace sentir feliz… Laverdad creo que es lo único queimporta…»

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Albert Espinosa

Brújulas quebuscan sonrisas

perdidas

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ePUB v1.0Edusav 01.04.13

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Título original: Brújulas que buscansonrisas perdidasAlbert Espinosa, 2013Ilustraciones: © Llorenç Pons MollDiseño/retoque portada: Manuel Esclapez

Editor original: Edusav (v1.0)ePub base v2.1

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Escrito durante el verano de 2012 en…

Menorca, l’Escala, Barcelona, LasPungolas,

Buenos Aires, París, Londres,Fuenlabrada, Córdoba y A Coruña.

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Para vivir, hace falta vivir…Creo que no deberíamos olvidarlo.

A.

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Mi padre era el fascinante chico quesacaba la lengua cuando hacía trabajosmanuales… No, él no me lo dijo nunca…Casi no nos hablábamos…

Lo leí en la dedicatoria de un libroque mi abuela le regaló en su octavocumpleaños… Y él me lo regaló a mícuando yo cumplí esa misma edad… Mehizo creer que era un regalo que habíacomprado especialmente para mí… No seimaginó que la dedicatoria que le escribiósu madre delataría su mentira…

«Para el fascinante chico que saca lalengua cuando hace trabajos manuales:recuerda que puedes ser todo lo quequieras llegar a ser…»

Lástima que aquello no fuese

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dedicado a mí… Desde aquel día jamáshe podido regalar nada que antes me fueseobsequiado…

Traumas de la infancia, al fin y alcabo es lo que somos cada uno denosotros, traumas de la infancia…

Volví a verle después de muchosaños, cuando su enfermedad le cambió…Quizá debería decir que le mutó… Sentíque debía hacerlo. Con mi hermano mayorhacía años que no se podía contar y,además, se lo prometí a mi madre justoantes de que ella muriese…

«Cuidaré de él… Te lo prometo…Cuidaré de él…»

Era mentira, no deseaba cuidar deél… Pero cuando la persona que te ha

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criado se marcha, le prometes todo ymás…

Supongo que no es tan diferente decuando naces… Esa persona que te crea yte cría también te promete mil cosas queno cumplirá… Y luego… Has de vivir…Y nadie te defiende, nadie te libra de losataques de los otros… Ni de los de tupropia familia…

Por ello jamás pensé que fuera unapromesa, tan sólo pronuncié una frase a lamujer que me crió… Pensé que no lacumpliría, él no se merecía que yovolviese, pero cuando llegó el momento,regresé…

Mi vida era extraña… O al menos yosentía que lo era…

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¿Sabéis cuando los días y las nochesse confunden?

¿Cuando te metes en la cama y tienesla sensación de que es imposible que hayapasado otro día más?

Eso me ocurría noche tras noche, díatras día. Sentía que aquello no era vivir,era tan sólo notar cómo el tiempotranscurría alrededor de mis biorritmos…El tiempo fluía tan rápido que tenía lasensación de que un día la muerte mealcanzaría…

Pero no llegaba… Era tan sólo unasensación… Mi vida no era fácil…Habían pasado demasiadas cosas en pocotiempo…

Sentía… Sentía que no pertenecía al

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lugar donde estaba, que no me gustabanlas costumbres y que tenía ganas de haceralgo diferente…

Y sabía que había tiempo… Porquemuchas veces encuentro fotos mías dehace un par de años y me veo tan joven,con tanta fuerza, y presiento que dentro deaquellos ojos hay un espíritu capaz detodo… Aunque, eso sí, cuando lo viví, nome sentí así, sino que me notaba viejo yque aquellos retos estaban lejos de serconseguidos…

Y es que siempre que miras fotos,descubres que todo era mejor de lo que túcreías…

No me sentía muy especial por teneresas reflexiones… Supongo que igual de

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diferente que los demás…Todos tenemos en esta vida un

momento en el que nos sentimosdesconcertados…

Recuerdo que hubo un tiempo que portrabajo no paraba de visitar hoteles…Cada semana cuatro o cinco… Me sentíaparte de ellos… Me encontraba bastantecómodo con aquella vida… Si es quepuedes llegar alguna vez a estar cómodoen esas habitaciones de hotel…

Todo es tan falso en los hoteles…La mesa que preside la habitación

donde nunca escribirás…Las cartas con sobres con el membrete

del hotel que nunca enviarás ni saldrán deesa carpeta negra que los contiene…

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Los potecitos del baño llenos deproductos de colores que nunca utilizaráspero que seguramente acabarán en tumaleta… Luego en tu baño… Y un par deaños más tarde en tu basura… Sin usar…Ciclo curioso de vida el de estospotecitos de colores… Aunque quizá nodifiere tanto del de algunas personas…

Y hace unos años en uno de esoshoteles… Pasó algo que me alucinó…

Al ir a dormir… Encima de laalmohada, en un papel negro, había unacita escrita con letra dorada… Era unacita de Voltaire…

«Quien cree que el dinero lo hacetodo, acaba haciéndolo todo por dinero…Cuando sólo es rico el que sabe limitar

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sus deseos…»Me entusiasmó el detalle de que

alguien pensase en la idea de dejarsentencias nocturnas sobre almohadas, enlugar de bombones o pequeñas encuestassobre la estancia en el establecimiento…

También me encantó la enorme letradorada… En mayúsculas, sin faltas…Releí aquella cita hasta quedarmedormido plácidamente…

Sé que no la habían dejado allí paramí… Se notaba que era una frase estándarcon la que todo el mundo puede llegar aemocionarse o empatizar…

No sé bien bien por qué a la mañanasiguiente necesitaba encontrar al autor deaquella tarjeta…

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Tres preguntas en recepción, un billetey enseguida lo localicé. Era el conserje denoche, tenía sesenta y cinco años y unasonrisa que rebosaba felicidad…

Me contó que llevaba treinta añosdepositando frases sobre almohadas.Cada día citas de los más grandes…

Excepto el domingo, que se permitíacitarse a sí mismo… Se sonrojó…

Cuando le pregunté por qué lo hacía…Me dijo que la gente vive tan veloz que aveces se va a dormir sin ningunareflexión… Y eso no debería ocurrir… Y,mientras él vigilara aquel hotel, seencargaría de que aquello no ocurriese…

Se sonrojó de nuevo… No estabaacostumbrado a hablar sobre él y mucho

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menos a que le escucharan hacerlo…La noche siguiente era domingo y yo

aún residía en su hotel…Esperé ansioso todo el día hasta que

oscureció… Al llegar a la habitaciónestaba emocionado y deseoso de leer sucita…

Y allí estaba, en letra dorada sobrenegro, perfectamente centrada sobre mialmohada…

Allí descansaba su reflexióndominguera, sus pensamientos privados yhechos públicos a extraños quepernoctaban en aquel hotel…

La cogí sin mirarla. Lo llevé a lapequeña terraza… Me serví un gin tonicdel minibar…

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Más botellitas pequeñas, aunque éstascasi siempre vaciadas y disfrutadas…Saqué un cigarrillo, me lo fumé sin tragarel humo y disfruté de la lectura…

Y si los que mueren… Handescubierto una verdad…

Una verdad sobre el amor,sobre la amistad, sobre ellos… Ynosotros somos ignorantes…

Quizá es ése el sentido deesta vida, todos somosignorantes que ignoramos cosasdiferentes hasta quedesaparecemos… El conocer laverdad nos permite marchar…

¿No podría ser así…?5 de noviembre

A.

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Me marché del hotel y conmigo vinoaquella cita… Por la mañana, aquelconserje cuyo nombre empezaba por A noestaba, pero decidí firmemente que sólovolvería a aquel hotel en domingo…

Y sé que aquella frase no tenía muchoque ver con mi padre, pero justamente unamañana de un 5 de noviembre de bastantesaños más tarde mi padre estaba muyenfermo y yo decidí volver a casa…

La cita vino conmigo… Era viernescuando mi coche volvió a divisar la casafamiliar y el lago que la coronaba…

Y en ese regreso no volvía solo… Meacompañaba un bagaje bastante brutal…

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Volver al hogar, volver a la casadonde me crié. Tenía la sensación de queno me traería nada bueno. Pero, comosiempre, los cambios traen solapadasemociones. Y, sin saberlo, yo necesitabauna emoción. Tan sólo eso, unaemoción… Pero aún no lo sabía…

Ese 5 de noviembre volví a casa.Hacía frío aquella mañana… Aquellainmensa casa había pertenecido a lafamilia de padre durante cuatrogeneraciones y el polvo que acumulabacualquiera de las estancias lo demostraba.

Yo pasé mi infancia allí… Pasé mismejores años y también los peores… O,al menos, ahora así lo recuerdo…

Aparqué el coche… Él estaba fuera,

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en la entrada de la casa, de pie, comoesperándome…

Me observó mientras abría la puertadel coche…

Tardé en poner un pie en aquellatierra. No estaba seguro de si aquello erabuena idea…

Venía sin nada, sin maleta, sinobjetos, sin mi mundo… Todas mispertenencias estaban a unos kilómetros deallí… Dependiendo de aquel primerencuentro decidiría si realmente cumpliríami promesa…

Él me seguía observando… Su rostrono reflejaba ninguna emoción… Tan sólome miraba desde el porche.

Jamás imaginé peor recibimiento…

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Supongo que tampoco le agradaba mivuelta, pero imagino que era conscientede que me necesitaba.

Mi padre estaba muy enfermo y él losabía… Ni tan siquiera los moribundosdesean la soledad y creo que por esoaceptaba mi regreso…

La enfermera que le había cuidado elúltimo año estaba un poquito más lejosque él. Cuando puse el pie en su tierra, élse alejó y la enfermera se acercó a mí…

Enseguida se disculpó por no poderseguir cuidando a mi padre. Debíamarcharse porque tenía que estar con supropia familia.

Supongo que entre cuidar de unextraño o alguien de tu propia sangre, la

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decisión es fácil y clara… En mi caso nolo era tanto…

De camino del coche al porche mecomenzó a dar información y consejos…Nombres de medicamentos, horarios delas tomas y una pequeña libreta dondetodo aquello estaba apuntado…

Yo no escuchaba…Jamás he sabido hacer más de dos

cosas a la vez triunfando en ambas.Bastante tenía con mirar a mi padre.

Él me seguía observando aún desde lalejanía, casi al borde de la puerta de lacasa, casi en las sombras…

Diría que el rostro de extrañeza haciamí iba aumentando a la vez que el tono devoz de aquella enfermera iba

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disminuyendo…Al llegar al porche parecía que la

mujer ya había acabado de contarme loimportante… Se apartó levemente paradejarnos estar juntos…

Ya sólo me separaban un par demetros de él, los seis escalones queconducían a la entrada…

Necesitaba hablar con él… Saber quédeseaba de mí y qué podía ofrecerle yo…

Enfrentarme a él… Algo que desdehacía tiempo necesitábamos hacer.

La enfermera se alejó unos metros máscuando yo subí aquellos seis escalones…Mi padre me observaba, pero no dijonada. Subió hacia la planta de arriba,donde estaba mi habitación… Yo le

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seguí…Subir aquella escalera que tantas

veces había sido el eje de mi pequeñomundo significó más de lo que podíaimaginar.

Yo me marché de aquella casa para novolver a verle y, sobre todo, paraprosperar… Y ambas cosas las habíaconseguido… Pero durante estos añostambién he sentido que cada uno de mislogros personales me ha llevado más lejosde mis raíces… Lejos de aquel hogar…

Odiaba volver… Tenía la sensaciónde que aquel camino de vuelta no teníamucho sentido… Era fruto de una fraseerrónea dicha durante el instante depérdida de uno de mis progenitores…

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Cada escalón que subía suponía unnuevo argumento en contra de aquelladecisión…

Llegué a lo que fue mi habitacióndurante años… Mi padre estaba cerca deaquel pomo de madera con mi inicial,aquella «E» gigante que grabé hace añosen un día cercano a la Navidad. Pero él nolo giró… Lo hice yo…

Al abrir la puerta me inundó lamelancolía…

El olor de mi infancia todavía residíaallí. Era increíble que no hubieradesaparecido…

Parecía que se había mantenidohermético para que un día yo llegase, lodesprecintase y pudiera gozarlo de nuevo.

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He estado en numerosos hoteles,casas, azoteas, y aquel olor jamás lo habíavuelto a sentir…

Creo que era único… Cada mueble,cada libro, cada juguete que había enaquella habitación producía un aromaindividual… La mezcla de todos ellosconseguía una fragancia irrepetible…

Ni aunque me llevase seis o sieteobjetos lograría reproducirlo en otraestancia…

Respiré una bocanada inmensa de eseaire tan personal y mágico…

Mi mujer siempre decía que cuandoalgo era irrepetible, había querespirarlo…

Ella inspiraba recuerdos…

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Sobre todo olores de verano… Decíaque los guardaba para cuando llegara elinvierno.

No le gustaba el frío. Siempre me dijoque una parte de su cerebro albergabaolores de verano para combatir elinvierno. Por eso, cuando nos pasaba algobueno, me tocaba la nuca y me decía:«Inspira, inspira…».

La echaba tanto de menos… Ellamurió en un accidente de coche… Aqueldía yo estaba en el cine…

Siempre apagaba el móvil los juevesal cruzar la puerta de la sala de cine. Erami manera de desinvitar al mundo.

Cuando salí, lo encendí y vi que teníaveintitrés llamadas perdidas. Temí lo

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peor. Llamé al buzón de voz con unamezcla de miedo y pavor.

Sabía desde hacía años que cuando lamuerte te sacude, es insistente para que tepercates.

Su coche había chocado contra uno delos arcenes, cruzado tres carriles,chocado contra el contrario y vuelta acruzar los tres carriles…

No he podido volver a pasar poraquella carretera, doy los rodeos másextraños para no pisar aquel lugar.

Antes de que apareciese el mensaje encuestión, escuché otros vacíos. Quienllamaba no se atrevía a dejar sólo lainformación, deseaba contactarme enpersona…

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Yo estaba justo en la puerta de entradadel cine… Encima de mí, seis carteles depelículas otoñales; a mi alrededor, unamultitud de gente que entraba en busca deemociones o para luchar contra su propioaburrimiento… Aquel aire acondicionadoinsano para la época en que estábamos mehelaba medio cuerpo, la mitad que aúnestaba dentro del edificio…

Y después de cuatro mensajesfallidos, apareció aquella voz neutra,parecida a las que me piden que mecambie de compañía de móvil…

«Diríjase al Hospital Miramar. Sumujer está grave. Ha tenido…»

Y el mensaje se cortó, se oyó unvacío…

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Pero mi mundo ya había explotado.Me puse de cuclillas y sentí miedo…

Nadie se paró a preguntar qué mepasaba. El dolor ajeno tan sólo provocaextrañeza si es mostrado en público…

No sé cuánto tiempo permanecíinmóvil y en cuclillas… Fue como si micerebro se reiniciase, como si esperaseque, al levantarme, todo aquello nohubiese pasado…

Y finalmente decidí moverme… Nodebía quedarme allí, tenía que actuar…

Cogí el móvil y la llamé… Supe quedebía llamarla…

Quizá todo aquello era mentira… Unavez escuché que había gente queconseguía tus datos cuando comprabas tu

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entrada por internet, te llamaban y tecontaban una historia para que te fueras ala otra punta de la ciudad y aprovechabanpara desvalijar tu casa…

Sí, eso es lo que me había pasado, meconvencí, aunque no tuviera ningúnsentido…

La llamé y sonó el teléfono… Eso erabuena señal… Tres timbres, cuatro… Nolo cogió… Colgué…

Y de repente apareció el númerolargo, tan largo como el que me habíallamado en las anteriores ocasiones, perodiría que los números diferían… Tardétambién tres o cuatros timbrazos encogerlo. Cuando lo hice, sonó unarespiración…

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Tan sólo eso, una respiracióncomplicada, difícil… Y supe que era surespiración… La reconocería en cualquiermodalidad… La he sentido llena deplacer, con tos, en medio de un parto… Lahe escuchado en tantas ocasiones, cercade mí, a través de puertas, en interfonos,gritándome, diciéndome «te quiero»…

La reconocí, aunque jamás la habíasentido así, a punto de apagarse…

—Hola, cariño… —dijoentrecortando cada sílaba.

Supe que todo era verdad…—¿Dónde estás? ¿Dónde estás?

¿Dónde? —pregunté mientras corríadesesperadamente rumbo a mi coche.

Creo recordar que no corría con

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aquella desesperación desde niño. Nadahabía vuelto a generar en mí una prisa tangrande para llegar a buscar esa velocidad.

No tenía claro dónde había aparcado.Al ir tan a menudo a aquel cine, muchasveces acababa confundiendo antiguoslugares de aparcamientos con nuevos…

—No llegarás a tiempo… Lo siento…Lo siento…

Y su voz se apagó… Su respiracióncesó…

Seguidamente apareció otrarespiración que desconocía, sonaba aenfermera o médico… Esa otra vozdeseaba compadecerme, pero no era elinstante ni el momento… Le colgué…

Ella, muerta… No podía ser… Y el

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«lo siento»… ¿Por qué «Lo siento»?Automáticamente pensé en las pequeñas…¿Las tenía que recoger ella o yo? ¿A quiénle tocaba ese día?

Ese «lo siento» no comprendía si serefería a su muerte, al accidente, adejarme solo con las niñas o a lo otro, alo que estaba temiendo… A que pudieranestar junto a ella…

Recuerdo que en aquel instante, cercade aquel cine, al saber aquella noticia,decidí salir del mundo… Y si sales delmundo, puede que no vuelvas a entrar…

—¿Te instalarás aquí? —dijo padre…Su presencia justo tras de mí me

sobresaltó… No pude más que

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atragantarme y toser… Me había idolejos…

Me miraba tan fijamente que tuve lasensación de que sabía lo que yo habíaestado pensando.

Devolví el aire a su hábitat… A loque fue siempre mi habitación…

No me separaba casi ningúncentímetro de padre. Estaba muy cerca,algo inusual en él, que siempre marcabalas distancias. Su propio olor se hizointenso… No inspiré, no deseabaconservarlo.

—¿Te instalarás aquí? —volvió apreguntar.

Mi padre jamás ha dicho nada deforma clara.

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Es por ello que no debías fijarte enqué preguntaba, sino en lo que no decía.Siempre había un motivo oculto en lascuestiones que te formulaba. Mi padrenunca fue fácil. Quizá por ello no lo améjamás…

—No lo tengo claro aún… ¿Túprefieres que me instale en otro sitio? —indagué.

Lo mejor era no responder jamás a suspreguntas. Rodearlas. Mirarlas de lejos,tantearlas…

—Haz lo que quieras. Si prefieres irtea otro sitio, puedes hacerlo… Decídete yven pronto, tenemos trabajo…

Y se marchó hacia su despacho, queestaba al final de aquella planta…

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Le miré caminar. Su forma de andarsiempre me había fascinado… Siemprehabía sido equilibrada, rápida y veloz…

Pero en aquel instante ya no lo era.Caminaba de forma inestable…

Es increíble cómo la enfermedad seinstala en tu forma de caminar y te quitaparte de tu propia esencia…

Y es que, aunque quisiera olvidarlo,mi padre estaba muy enfermo… Dosproblemas graves lo acechaban… Ni tansiquiera para morir lo iba a poner fácil…

El alzheimer era lo que ponderaba…Lo tenía desde hacía años, pero lo llevabalatente… Creo que luchaba tanto contra ladesaparición de sus recuerdos, que elalzheimer no había podido arrebatarle

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casi nada…A veces compadecía a esta

enfermedad, jamás habría encontrado tanduro oponente… Sus preguntas trampa,sus cuestiones círculo seguro que habíandesesperado a aquella neciaenfermedad…

No tenía ninguna duda de que cadarecuerdo fue negociado, jugado o pactadoantes de ser olvidado…

No era fácil vencerle. Yo nunca levencí.

Pero algunas luchas están condenadasa perderse…

Y cuando hace unos años el cánceratacó a mi padre, su derrota comenzó…Demasiados frentes le obligaron a

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flaquear… Y fue cuando el alzheimeraprovechó para hacer de las suyas…

A mí me recordaba… Quizá porquenuestras discusiones fueron épicas…Siempre le llevé la contraria… Sobretodo en la última época antes demarcharme de casa, luché contra suautoridad…

Me dirigí hacia el final de aquellaplanta, no sé qué podía correr tanta prisa,ni qué trabajo debíamos hacer…

Pero hay conversaciones en la vidaque deseas extraértelas aunque provoquendolor…

Y allí estaba padre, sentado en sudespacho… Casi no me atreví a cruzarese umbral.

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De pequeño, aquella puerta casisiempre estaba cerrada a cal y canto…

—Si está cerrada, no entréis. Vuestropadre debe trabajar en absolutosilencio… —nos susurró madre a loscuatro hermanos hace años ante aquelmismo umbral…

Creo que durante mis primeroscatorce años de vida, aquella puertajamás se abrió para nosotros… Él casi nonos hablaba…

Su pasión era otra: el cine… Amabael cine, los fotogramas, las actrices, losdiálogos, más que a cualquiera denosotros…

Yo creo que fui una escena descartadaque jamás deseó…

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Me rodó, pero no le gusté…Notaba que me miraba siempre con la

sensación de trabajo mal hecho…—Pasa… Siéntate… —me dijo

mientras encendía una de sus míticaspipas.

Creo recordar que jamás me habíainvitado a entrar…

El olor de su tabaco, que siempre sefiltraba por toda la casa, fue apreciadopor primera vez sin ninguna puerta que loimpidiera…

Decidí entrar…Temí que, si no lo hacía, jamás tuviera

una segunda oportunidad.Me senté en la silla delante de él…

Con una mezcla de respeto y miedo…

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Supuse que deseaba hablar de suenfermedad, de cuando le llegase lamuerte, de las cuestiones del testamento,del entierro o de la incineración… Oquizá tan sólo de las normas en cuanto ami presencia en su casa en esos días si mequedaba a cuidarlo…

Yo tenía respuesta para todo. En elviaje de vuelta al hogar me habíaplanteado qué contestarle preguntara loque preguntase. No me sacaría de quicio,no me enfadaría… Lo tenía claro…

—Todo saldrá bien —dije en un tonoconciliador antes de que hablase.

Me miró y asintió…Quise añadir un «padre» al final, pero

no deseaba tanto vínculo.

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Recuerdo que dos días antes dedecidir volver al hogar… alguna gentecercana me dijo que aquel viaje a misraíces me cambiaría.

Aquellos amigos especulaban con queaquello era una oportunidad, que por finharía las paces con él, que loaprovechara…

Pero no les creí. La gente es tanfalsa… Desde hacía un año no creía anadie… Pasó algo y todos me dieron laespalda… No quiero decir que noestuvieron a mi lado, allí estaban losprimeros días, pero despuésdesaparecieron… Todos tenían cosas quehacer, rumbos que tomar, familias u otrosamigos con los que estar…

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Siento parecer tan negativo… Pero eslo que pienso…

Tengo la teoría de que la gente no tedesea suerte en la vida, ni en el amor, nien el trabajo esperando que esas buenascosas se apoderen de ti… Todo el mundova a la suya, excepto una o dos personasen tu vida…

El resto habla por hablar, se comunicacon frases que ha escuchado en unapelícula o que alguien le ha dicho… Perono lo sienten…

Sé que hablaba parte de mi rencor…El haber perdido a alguien importantehace que el mundo se te desancle…

Pero sigo pensando cómo podíanopinar aquellos amigos, darme esos

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consejos sobre el reencuentro con mipadre, si no sabían la historia ni conocíana mi padre, ni tampoco las razones quenos habían distanciado…

¿Cómo osaban tan siquiera opinar sinentender nuestro entorno, nuestrasdiferencias, nuestra familia…?

Y es que, desde hace un año, ya noconfío en la gente…

Todos tienen intereses… Se acercan ose alejan por intereses…

Me daba rabia sentir aquello, quizáporque me asemejaba a las opiniones deaquel hombre que estaba delante de mífumando su pipa…

Él tampoco confiaba en nadie… Creoque nunca confió en alguien… No lo sé,

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no lo conozco tanto…Quizá la gran diferencia con él es que

yo creía en mi sangre, en mis hijas, en misgemelas…

Y él, en cambio, nos metía a todos enel mismo saco… Familia o no familia…O si no, ¿cómo se entendía todo lo quehabía pasado…?

Y fue entonces, mientras yo teníatodos aquellos pensamientos, cuando memiró y dijo la frase que no me esperaba…

La pregunta a la que yo no teníarespuesta y que jamás me hubieraimaginado que me haría…

—Quiero un rodaje fácil, quieroactores que sepan lo que hacen, un equipocon ganas de disfrutar, una única

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localización, y deseo que para el lunespodamos comenzar. ¿Podrás organizarlo?

Le miré… Le observé…Intenté comprender a qué se refería y

si estaba realmente hablando conmigo.—Sé que eres el mejor ayudante de

dirección y necesito de tu colaboración.Confío en ti.

Jamás he sido ayudante dedirección…

Jamás ha necesitado micolaboración…

Jamás ha confiado en mí…Tres mentiras en una sola frase…No era él, era el alzheimer haciendo

de las suyas…Se acercó a mí…

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Puso la mano en mi hombro y dijo…—Mañana sábado localizaremos los

exteriores… Comienza a contratar a miequipo habitual… Consigue un coche. Nosvemos a las ocho de la mañana delantedel lago…

»Puntualidad es lo primero quepido… Profesionalidad, lo segundo…Inteligencia, soluciones y respeto es lotercero… ¿Me lo podrás dar?

El silencio se apoderó del instante…Su mano pesaba sobre mí…

Me miró. Tardé en contestarle…Finalmente dije…

—No se preocupe, a las ocho estaréallí… Y puedo darle las tres cosas…

No sé por qué le mentí… No sé por

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qué lo hice, pero él apretó mi hombro confuerza y se marchó… Creo que jamáshabía apretado mi cuerpo tan fuerte entoda su vida… Diría que hasta había algode cariño en aquel gesto…

Sentí algo parecido a la violenciacuando me tocó, pero también sentí algoparecido a la felicidad…

Quizá fue eso lo que me hizo seguirleel juego… Quizá era lo que necesitaba…

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Y allí estaba, en su despacho, con elolor de su pipa rodeándome y el rastro desu presencia en mi hombro…

Y es aquí donde… Antes de seguir…He de volver a un sitio con vosotros…

He de presentaros a madre…El olor de madre también residía en

aquella habitación… Y también suimagen… El rostro en primer plano demadre estaba pintado en el retrato que lehizo mi hermano, el gemelo pequeño… Lafirma ya no se veía… Se habíadesteñido… Ser desterrado por tu propiapintura tiene que ser muy doloroso…

Madre murió el mismo año que memarché de casa… Y la muerte de madreera lo único que me había vuelto a traer…

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Supongo que si no os explico quien esmadre en mi vida, no entenderéis por quéhabía aceptado fingir y seguirle el juego aaquel hombre cuya vida estaba a punto dedesaparecer…

Madre murió un verano… Un día deverano muy caluroso, un 5 de agosto…

Yo siempre tengo la sensación de quefue el día de verano más caluroso de lahistoria… O al menos ahora es lo quesiento… Ya nadie puede llevarme lacontraria…

Quizá los días épicos necesitan detemperaturas extremas…

Aunque madre no murió aquel día deagosto. Madre murió durante todo aquelaño…

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O al menos es lo que mis treshermanos y yo sentíamos…

Durante aquel largo año, ya nadiepodía casi molestarla, nadie podía gritar,nadie podía reír cerca de ella…

No eran normas de madre, sino de mipadre, que chocaban frontalmente con laesencia de un chaval de quince años…

Pero las cumplimos… Así que nigritábamos, ni reíamos, ni lamolestábamos… Silencio alrededor demadre, aunque ella siempre nos permitíaquebrantar aquellas estúpidas leyes…

Y es que podíamos verla cuantoquisiéramos… Me gustaba ir a suhabitación… Daba a la parte posterior dellago…

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Ella siempre sonreía cuando yoentraba… Las sonrisas no estabanprohibidas…

En cambio, yo jamás sonreía cuandoentraba a verla…

El olor a medicamento y a habitacióncerrada me ponían muy serio… Yrecuerdo que ella sonreía todavía máscuando me veía entrar así y me preguntabajusto en el instante en que yo me sentabaen su cama…

—¿Has perdido todas las sonrisas?Tengo una en el puño…

Y me mostraba su puño cerrado.—Si quieres te la regalo… Abro el

puño y la coges al vuelo…Y ella abría el puño y yo sonreía…

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Era automático…Pero yo enseguida dejaba de hacerlo y

ella volvía a la carga.—Tengo otro puño y en él hay una

sonrisa de oreja a oreja… ¿La quieres?Y abría nuevamente el puño y yo

sonreía de oreja a oreja… Jamás le fallóel truco…

Jamás le faltaban sonrisas en lospuños…

Y me estiraba en la cama junto a ella yhablábamos durante horas…

No me preguntéis de qué, porque loolvidé. Pero ella conseguía sacarmemuchas palabras y opiniones… Jamáshabía silencios con ella… Era la personamás vital que he conocido…

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Luego me he encontrado con gente quehabla pero que no siente lo que cuenta, yentonces mi desinterés es automático…

Con madre jamás me pasó…—¿Se quedará?

La enfermera rompió aquel instante derecordar y observar el rostro de madre…

—¿Se quedará hoy?No podía, realmente no era algo que

pudiese hacer…—¿Hasta qué día se puede quedar

cuidándole? —respondí.—Hasta mañana por la tarde. El lunes

tengo que estar con mi familia.Aquel «mi» volvió a sonar

profundo… Para mí no existían esas dos

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palabras… «Mi familia»… No sabía quéhacer… No sabía si responsabilizarme depadre…

Supongo que si en aquel despacho mipadre me hubiese hablado de suenfermedad, de sus miedos y de quenecesitaba mi ayuda, la decisión hubierasido más fácil…

No le hubiera ayudado… Con razones,matizándolo, ofreciéndole mi dinero paraconseguir otras formas de que hubieraestado bien cuidado…

Pero aquel no era mi padre… Nosabía qué hacer…

—Volveré mañana…Me marché.. Huí… Creo que ella lo

notó… Pero es lo que en aquel instante

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necesitaba…Cuando entré en el coche respiré…

Sentía algo parecido a una taquicardia…Su presencia aún me imponía…

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Conduje de camino a la casa dondeestaban todas mis posesiones y las cosasque me importaban… Hice varias paradasantes de llegar… Comí solo, paseé…Necesitaba pensar en lo que había sentidoen aquella habitación…

Todo lo que tenía en este mundoresidía en la casa de la mujer de mihermano… Aquella casa siempre habíasido neutral.

Y ella, la mujer de mi hermano,siempre me gustó. Me daba paz. Cuandole comenté si podía quedarme un día en sucasa porque debía ver a mi padre, ella nopuso ninguna complicación, ningúnproblema ni ningún inconveniente…

Ella ahora vivía sola con su perro…

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Pero aquella casa seguía siendo un lugarneutral… En vida de mi hermano ya loera… Siempre pensé que era ella quien ledaba esa tranquilidad al lugar…

Me alegraba que no estuviera sola…Byron la cuidaba… Recuerdo cuandollegó aquel cachorro, aquel perro soñadopor ella desde pequeña.

Su amor por los perros, su deseo detener uno, me lo expresó la noche debodas, en medio de un baile extraño en elque hubo una conexión mágica entrenosotros.

—¿Tu sueño es tener hijos pronto? —le pregunté.

Ella bailó bastante antes decontestar… Tan sólo me dio una respuesta

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muy corta, susurrada…—Antes deseo tener un perro… Nunca

me dejaron tener uno…Deseaba tener ese perro porque jamás

se lo habían permitido… Traumas de lainfancia…

Siempre he creído que es lo quesomos… Traumas de la infancia… Lo quete prohibieron, lo que no te dieron, lo quete obligaron a aceptar y lo que tearrebataron crean tu carácter.

Ella añoraba tener un perro. El díaque lo tuvo, bueno, más bien el día que loencontró, el trauma se desvaneció…

Recuerdo aquel instante, hace casisiete años…

Ella fue al buzón de su casa, como

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hacía cada mañana a primera hora… Ydesde dentro del buzón se escuchabanladridos y cuando lo abrió encontró aquelpequeño fox terrier. Había lamido todaslas cartas y hasta se le había pegado unsello en medio de los ojos. Parecía que lohabían enviado certificado.

El grito de alegría que ella emitió fueincreíble. Hacía tiempo que no escuchabaa nadie gritar con tanta pasión… Aúnreside dentro de mí ese sonido…

Ya casi no quedan sorpresas deverdad y, supongo que por ello tampocoemociones reales en forma de respuesta…Y quizá por ello, cuando te encuentras conuna, te fascina tanto…

Jamás le dije que aquel cachorro se lo

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regalé yo… Jamás… Ella siempre pensóque aquel perro se había perdido y habíaacabado escondido en su buzón paraprotegerse del frío.

Ambos congeniaron al instante. Elsello que llevaba en la cabeza era deaquellos de coleccionista, dedicado agrandes personalidades, en este caso aLord Byron.

Ella tuvo claro al instante cómo sellamaría: Byron… «Byron», dijo dos otres veces en voz alta… Y Byron ladrócomo si ése fuese su nombre…

Aquel día me miró y volví a sentiraquello tan extraño que nos unía… No sépor qué había aquella magia tan especialentre nosotros… Y es que no era

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exactamente atracción física. Jamás noshabíamos besado ni nos deseábamos… Nitampoco habíamos hablado mucho denada excesivamente importante…

A veces pienso que todo el odio quemi hermano y yo nos teníamos, ella lotransformaba… Si ella estaba cerca, yopodía estar con mi hermano y no llegar asentir odio. Era como un catalizador debuena energía…

Y ella era así, porque la mujer de mihermano poseía una cualidad que yo yahacía años que había perdido… Era unamezcla entre sencillez y humildad…

Escuchaba de una manera que te hacíasentir cómodo, y jamás parecía desearnada de ti… Daba la sensación de que

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nunca perseguía quimeras ni imposibles…Mi hermano tuvo suerte. Lástima que

la muerte le llegase tan pronto… Ellasuperó su pérdida de la misma forma quese tomaba todo en la vida, con sumatranquilidad…

Tan sólo en el entierro la notétotalmente perdida…

Aquel día Byron no se separó de ella.Le lamía la mano izquierda cuando notabaque ella se marchaba demasiado lejos…Y ladraba a los que se le acercaban o sequedaban demasiado rato dándole lascondolencias…

Yo no supe qué decirle cuando meacerqué… Acabé jugando con el perro.

¿Qué le iba a decir…? No sabía qué

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era perder a tu pareja… Sentí quecualquier cosa que dijera sería falsa… Enaquellos instantes no esperaba que, dosaños más tarde, la muerte me sacudiría amí de la misma forma y perdería a miesposa…

Ella también vino a visitarme altanatorio donde reposaba el cuerpo de mimujer… Estaba a casi doscientoskilómetros del cementerio de su marido,pero existían un dolor y una frustraciónbastante semejantes… Y sobre una mismabúsqueda tortuosa de porqués…

En su cementerio sólo se divisabancampos y bosques… Aquel tanatorio dabaa una carretera donde no paraban de pasarcoches.

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Gente que iba a toda velocidad enambas direcciones…

Yo estuve casi todo el tiempo enaquella terraza mirador con vistas a lacarretera… Sentía que mirar coches merelajaba… Ver el cuerpo sin vida de mimujer se me hacía demasiado doloroso…

La gente que venía tenía que ir hasta elmirador del tanatorio a darme el pésame.Se quedaban poco rato, pues el ruido delos coches era ensordecedor… Además,su muerte estaba tan relacionada con losvehículos, que ver todo aquel tráficoproducía un efecto cortante y chocante.

Cuando la mujer de mi hermano llegó,no dijo nada. Le pasó como a mí… Y allíno había ningún perro con el que jugar…

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Se ofreció a cuidar de mis gemelas eltiempo que necesitase. Fue la únicapersona que lo hizo… El resto me decía:«Lo que necesites… Cuando lonecesites…». Pero eran palabras vacías,nadie ofrecía nada en realidad… Sólopalabras vacías…

Ella me dio algo que realmentenecesitaba y yo acepté inmediatamente.

El primer mes sin mi mujer lo paséborracho… No me sentí nada culpable…

Las gemelas estaban bien cuidadas yyo necesitaba descuidarme.

Sabía además que los valores que ellales estaría inculcando tendrían una fuerzaincalculable.

A partir del segundo mes, me las llevé

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a casa… Pero, cada dos o tres meses, selas dejaba un par de semanas… Siemprelo hacía cuando todo me superaba y eldolor se hacía complicado de soportar…Y aquello pasaba a menudo…

Ella era terreno neutral… Me hacíasentir bien… Jamás hacía preguntas,jamás daba sermones, jamás solicitabaexplicaciones.

De mis hermanos nunca hablábamos.Ella sabía que algo había ocurrido entretodos nosotros, pero nunca preguntó sobreel problema que me había alejado de sumarido y de mis otros hermanos…

Creo que siempre comprendió queéramos una familia rota y que eso no losoluciona alguien de fuera…

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Quizá por ello le había pedidoinstalarme allí antes de ver a padre…Pero no había resultado como esperaba…

Regresaba de su casa y sabía que nohabía obtenido lo que buscaba… Alvolver a casa de la mujer de mi hermano,Byron salió a lamerme, como notándomeese sentimiento…

Aquel perro me tenía un cariñointenso mezclado con un respeto eterno…Siempre he tenido la sensación de quesabía que era yo quien lo habíadepositado en aquel buzón…

Ella estaba fuera, en el jardín, jugandocon las gemelas… Las dos corrían haciaambos lados y chillaban…

Hacía pocos meses que habían

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conseguido esa habilidad tan complicadaque es el andar y no paraban deexplotarla… Con los años la olvidamos,la interiorizamos y no nos parece nadamágica. Qué absurdos somos…

Mi presencia no alteró a las gemelas.Tampoco lo hacían mis ausencias…

Ella me miró. Creo que mi cara era decircunstancias. Lo notó… Se daba cuentade casi todo…

—¿No ha ido bien?—Cree que va a rodar una película —

contesté.Ella no dijo nada. Creo que sabía de

qué le hablaba… Ella todavía lo visitabade vez en cuando.

—¿Ya lo sabías?

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Ella sonrió sin dejar de jugar con lasgemelas…

—El otro día me hizo un casting paraun papel principal. Fue bonito —dijo sindarle casi importancia.

—¿Bonito?—Sí, me hizo hablar sobre mí, los

motivos por los que deseaba aquel papel.—Hizo una pausa—. Nunca le había vistoescucharme tan atentamente.

—¿Por qué no me lo dijiste? —inquirí.

Ella no contestó. Tan sólo siguiójugando con las gemelas… La respuestaera tan obvia. Supongo que deseaba quefuera a verle sin prejuicios.

Me senté en el césped… Byron se

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colocó muy cerca de mí y me lamió, estavez la cara… Intentaba animarme…

Las gemelas jugaban entre ellas, sedisputaban un payaso que llevaba tiemposufriendo una mala vida. Alguien debíadarle la jubilación, se lo merecía…

Al rato ella también se colocó al ladode Byron…

—¿Te ha hecho un casting también?—Cree que soy el ayudante de

dirección de su última película.Ella se rió. Yo también… Era tan

absurdo todo aquello…—Ese cargo parece importante, ¿no?

—añadió.—Sí, lo parece.—¿Y qué hace un ayudante? —me

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preguntó.No supe qué contestarle, no lo sabía

exactamente. Jamás me había interesadomucho el trabajo de padre.

—Supongo que ayudar… Ayudarle…Y eso jamás se me ha dado bien.

Se hizo un silencio.—«Voy» vive cerca de aquí. A tres

calles —dijo sin darle excesivaimportancia a aquel dato.

Voy había sido el ayudante de todaslas películas de mi padre. De pequeño,todos los hermanos le llamábamos asíporque siempre estaba dispuesto a hacertodo lo que mi padre le pedía y lodemostraba siempre diciendo «voy».

Voy debía de tener ya casi noventa

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años… Siempre me había gustado Voy…A nosotros nos dispensaba el mismo tratoque a padre. Le podías pedir favores,cromos, canicas o bebidas y siemprerespondía con su obediente «voy».

Un «voy» que nunca sonaba igual.Tenía mil matices y pronunciacionesdependiendo del instante, el lugar y eltiempo que tardaría en conseguirte lo quedeseabas…

Estaba muy delgado y en su rostro semarcaban todos y cada uno de sus huesos.Era un tipo bastante serio y tenía uninhalador de asma que era su compañeroinseparable. Aspiraba cíclicamente cadaquince minutos. No sabías quién le dabala vida a quién…

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De pequeño siempre pensé que Voynecesitaba energía extra para hacer todaslas cosas que le pedían y la sacaba deallí… Aquel aparato era un poco como elcorazón de Voy… O su alma…

Esas cosas pensaba cuando erapequeño… Luego esos pensamientos sefugaron… La muerte de madre me losarrebató…

Recuerdo que un día le robé suinhalador… Quería tener su energía,quería respirar como cualquier otroniño… No sé si para que padre mequisiera, para curar mi defecto o para sertan eficiente como Voy…

Después de robárselo, respiré siete uocho veces seguidas lo que salía de aquel

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aparato porque deseaba transformarme…Acabé en el hospital… Voy nunca se

chivó a mi padre…Recuerdo que sólo me dijo: «Tu

inhalador lo tienes por todos lados…Aprovéchalo cuando lo necesites…». Noentendí qué quería decir…

Tras la muerte de mi mujer, volví arecordar esa frase y muchas veces respirorápido y fuerte como él me aconsejaba…Los problemas no se solucionan… Perose diluyen un poco…

No fue ésa la primera vez que Voyestuvo conmigo en el hospital…

También me acompañó cuando meoperaron por última vez… Aquel díamadre ya estaba enferma y padre… Creo

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que padre rodaba una de sus películas.Me imagino que padre le ordenó ir al

hospital conmigo en lugar de quedarse enel rodaje… Y Voy dijo lo que siempredecía y allí estaba conmigo en aquellahabitación…

No os lo he contado todavía, pero depequeño yo tenía el pecho hundido… Undefecto con el que nací. Mi tórax estabahacia dentro. Como escondido. Tanmetido que hasta podías introducir un parde dedos en su interior…

En aquella época no se podía operar,sólo aliviar. Cuando se hundía mucho, lotenían que sacar un poco para que no meaplastara los pulmones… Así que, de vezen cuando, pasaba por el quirófano y me

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lo empujaban hacia fuera…Creo que visité quirófanos una decena

de veces.El día que Voy estaba conmigo en el

hospital fue la última operación… Habíauna técnica nueva: me abrirían el pecho,me introducirían un hierro por encima delos pulmones y volverían a cerrar…Seguiría teniendo aquel agujero en el quecabían dos dedos enteros, pero ya nuncamás debería preocuparme que se volviesea hundir mi pecho…

Así que aquel verano caluroso seacabarían mis problemas… Pero, comosiempre, iban con retraso y aún tardaríanun par de horas en llevarme alquirófano… Hacía tanto calor que tenía

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todo el pijama empapado…Tenía ganas de quitarme la parte de

arriba, pero me avergonzaba tanto aquelagujero, mi defecto, que jamás me laquitaba en público… Me bañaba con lacamiseta puesta en la piscina y el mar,para que os hagáis una idea…

Diría que Voy conocía aquel miedopersonal… Creo que Voy lo sabía todo…

Los dos sudábamos… Casi nohablábamos, no teníamos mucho quedecirnos…

Voy no estaba ni muy cerca ni muylejos de mí. Su prudencia era perfectahasta en esos detalles…

Según pasaron las horas, el calor enaquella pequeña y cerrada habitación se

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volvió inaguantable. Voy sudaba, yotambién…

—¿Te importa? —dijo señalando sucamisa totalmente empapada.

Le dije que no con la cabeza. Voy seabrió la camisa… Su cuerpo era igual dehuesudo que su cabeza…

Miró mi pijama, que estaba igual deempapado que su camisa.

—A mí tampoco me importa… Siquieres…

Ya me imaginaba que no le importaba,pero a mí me costaba horrores enseñar micuerpo… Sentía absoluta vergüenza demostrar aquellos pectorales con eseabsurdo agujero en medio…

—Rodé una vez un western —

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comenzó a explicar—. El director que lofilmó no valía mucho, pero había dos otres secuencias que tenían mucha fuerza…

No entendía a qué venía toda aquellahistoria…

—La escena que estaba mejor era unaen la que le pegaban un tiro alprotagonista, justo aquí en medio…

Señaló la misma zona que yo teníahundida. No había duda de que alguna vezhabía visto mi defecto de cerca parapoder señalarlo con tanta exactitud…

—Recuerdo que el director queríamostrar cómo se le introducía la bala…Era un plano complicado de conseguir…Así que le hicimos al protagonista unmolde de su pecho y creamos todo el

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agujero que le haría la bala… Despuésfilmamos desde el interior del pechofalso…

Voy no paraba de señalar con losdedos el lugar que habían hecho losplanos. Iba moviendo sus huesudas manoscomo formando una cámara… Noentendía bien por qué me comentaba todoaquello, pero lo contaba con tantapasión…

—¿Sabes qué dijo el actor cuando lecolocamos el pecho falso para hacer elplano del disparo?

Negué con la cabeza.—Que cuando introducía su dedo en

aquel agujero de bala… Sentía como sipudiera tocar su alma… Su propia alma.

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—Sonrió y me miró—. Tú tienes suerte,puedes tocar tu alma cada día sin llevarun molde falso… Te envidio…

Sé lo que intentaba. Voy era bueno encasi todo lo que se proponía…

Le miré, sabía lo que esperaba demí…

Tardé casi media hora, pero al finalme desabroché los dos primeros botonesde mi pijama… Para mí aquello fue unlogro. El inicio de mi agujero, el conductoa mi alma quedó al descubierto… Aquelloera una proeza…

Voy no dijo gran cosa… Tan sólo meobservó orgulloso… Ojalá mi padre mehubiera mirado así alguna vez…

Cuando Voy se marchó de la

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habitación aquella noche, introduje midedo en aquella imperfección pectoralque tanto me aterraba…

No os diré que sentí que tocaba mialma, pero sí que fue como si pudierahacerme cosquillas en un pulmón.

Y la operación salió bien… Jamás seme volvió a hundir el pectoral, pero elagujero quedó allí…

Aún voy por la calle casi todos losdías con mi camisa bien ceñida al cuerpoy con todos los botones abrochados. Peroalgunos días que me siento valiente medesabrocho el primer botón. Y los díasque estoy pletórico llegan a ser dos…

Pero desde que mi mujer murió ya nohay días pletóricos, ni tampoco días

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valientes…La mujer de mi hermano me tocó

suavemente la nuca… Creo que habíasentido que había volado lejos… No mepreguntó adónde.

Las gemelas se pusieron a llorarcuando el payaso se rompió por lamitad… Se veía venir…

Me desabroché un botón. Siempre mesentía bien con su comprensión… Byronme lamió la oreja izquierda comopremiando ese pequeño acto de valor…

—¿Te indico dónde vive Voy? —dijodevolviéndome a la realidad.

Asentí con la cabeza… A los pocossegundos me encontraba siguiendo susindicaciones…

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El frío apretaba, sería un inviernoduro…

Pero, de camino a su casa, medesabroché dos botones más, se lo debía aVoy… Se lo debía…

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Tardé casi veinte minutos en recorrerlas cuatro calles que separaban la casa dela mujer de mi hermano de la de Voy…

Aquel pueblo era inmenso… Todoestaba tan separado…

Byron me acompañaba. De fondo aúnoía llorar a las gemelas. El viento jugabaa su favor… Pero sabía que aquelloslloros sin lágrimas pronto volverían a serrisas… Me encanta la bipolaridad de serniño o bebé…

Cuando llegué a la casa que me habíaindicado, Voy estaba esperando ya en lapuerta. Hasta con las visitas sorpresa seadelantaba…

Me miraba mientras yo daba losúltimos pasos en su dirección… Deseaba

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que no me hubiera olvidado.No había envejecido mal. Aún llevaba

su inhalador en la mano izquierda. Lo usóuna vez mientras no dejaba de mirarme…

Antes de llegar a su altura, puso losdedos simulando una pistola y me disparó.Yo acepté la bala cómicamente… Merecordaba…

Me dio la mano. Jamás había sido tanefusivo conmigo. Manos huesudas comono podía ser de otra forma en él.

—¿Todo bien? —me preguntó.—Sí, Voy. Todo bien…Me salió. No quería, pero me salió.Yo me sonrojé y el rió a carcajadas.

Supongo que ya conocía ese mote, aunquecreo que nadie se había atrevido a

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decírselo a la cara.—Lo siento.Byron ladró, haciendo el momento

todavía más incómodo. Voy lo acarició ylo calmó…

—Nunca me ha molestado. Nadie melo llamó nunca a la cara, pero siempre mepareció un buen sobrenombre. Me lopusisteis los hermanos, ¿verdad?

Asentí…—Normal… —Sonrió—. Nosotros, la

gente del equipo, le pusimos uno a tupadre…

Me lo susurró al oído como si noquisiera pronunciarlo en voz alta. Alescucharlo no pude más queexteriorizarlo…

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—¿Dios? —repetí.Reí. Lo necesitaba.Mi pequeña carcajada se fundió con la

de las gemelas, que se oían desde tanlejos… Y es que cuando ambas se uníanal reír, conseguían elevar su sonido losdecibelios que se propusieran.

—Siento si ellas… —me disculpé poralgo que sabía que ni tan siquiera lemolestaría.

—Me dan vida —respondió—. Lassemanas que ellas están cerca me noto conmás energía. Y a ella también la sientomejor… Aunque ella siempre está bien.Los jueves siempre cenamos juntos. ¿Telo ha contado?

No me lo había contado, pero no me

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extrañó…Voy y ella debían de tener buenas

conversaciones sin necesidad deexteriorizarlas con palabras ni de eclipsaro demostrar nada al otro.

—A ver si te unes un día —dijosabiendo que yo jamás lo haría.

Y el silencio apareció, ese instanteque se produce entre dos desconocidosque hace tiempo que no se ven. Ni Byronladraba… Tan sólo miraba nuestrosrostros… Sabía que era el momento demarcharse o lanzarse…

Tenía claro que debía explicarle cómoestaba de mal su Dios. Siempre escomplicado comenzar a hablar de estascosas.

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Por suerte, con Voy todo era fácil. Élsiempre se adelantaba a todo.

—¿Cómo está Dios?Sonreí. Qué forma más preciosa de

comenzar…Tardé en contestar… Pero mientras

anochecía, en la entrada de su casa, se loconté todo. El olor de la naturaleza nosenvolvía mientras nuestro entorno seoscurecía.

Él no preguntaba y su rostro huesudono delataba ninguna emoción… Tan sóloescuchaba atentamente…

Cuando acabé de relatarle el extrañoreencuentro con su Dios y la curiosapropuesta que me había hecho, él lo tuvoclaro…

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—Hazlo… Trabajar junto a él es unagran experiencia que todo el mundodebería poder gozar.

Ni una palabra sobre su enfermedad,sobre los problemas éticos y morales quesignificaba aceptar aquella proposición.

Una respuesta muy al estilo de Voy…—Quizá deberías hacerlo tú… —le

respondí—. Tú fuiste y eres su granayudante de dirección, su leal escudero…

Me miró y sonrió. Creo que aceptarcumplidos era algo que le iba grande…Tardó en responder. Lo que me iba adecir no era fácil de asimilar.

—A mí ya hace tiempo que no mereconoce. Los miércoles a primera horasiempre lo visitaba. Hablábamos de

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antiguos rodajes, de secuencias querodaría desde otra perspectiva, de metrajeperdido…

»Pero un miércoles, cuando llegué, mehabía olvidado… Se había desvanecidode su memoria que yo había sido sucompañero de rodaje…

»Ahora, cuando voy, me ve como unamigo, pero el arte que creamos, losinstantes y aventuras que pasamos juntosmientras filmamos aquellas películasmíticas han desaparecido de susrecuerdos…

Se hizo un silencio que me parecióeterno… Byron soltó unos gemidos.Juraría que aquel perro lo comprendíatodo.

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Prosiguió…—Cada semana hemos tenido menos

que contarnos. Nos unía el cine. Sin él, escomplicado comunicarnos… Yo no sé y éltampoco…

Su rostro huesudo se inundó de unagran tristeza. Había perdido a su Dios ytenía, como nosotros, al hombre, a aquelser que casi no se relacionaba connadie…

Por fin había conocido a mi padre…A mi padre en estado puro… Y con él noera fácil hablar…

—Deberías aceptar lo que tepropone… Todo mejoraría —volvió arepetir.

—No lo sé… No creo que aceptarlo

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cambiara mucho nuestra relación. Creoque ya no tenemos mucho que salvar —añadí mientras me disponía a marcharme.

Comencé a mover uno de los pies conpoca convicción… Byron ni tan siquieralo intentó, no se movía del lado de Voy,como intuyendo que aquella conversacióntodavía no había finalizado.

—¿Sabes lo de su tic?—¿Su tic? —pregunté.Voy siempre sabía cómo atraer tu

atención.Alguna vez que había visitado algún

rodaje, me había dado cuenta de que élconseguía tener contento a todo el equipotécnico y artístico. Desde el poderosodirector de fotografía al extra sin frase

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que no come ni lo mismo que el resto delequipo y devora un triste bocadillo.

Todos quedaban siempre cautivadospor Voy… Por su fuerza, por su energía ypor esas últimas palabras que siempredecía a modo de coletilla y que te hacíansentir único antes de que fuera aconversar con otras personas.

Él era la voz de mi padre en elplató… Pero siempre fue más amable yestilizada que la original…

Decidí no marcharme. No sería elprimero ni el último en caer en sus redes.

—¿Qué tic?Sonrió. Había picado en su anzuelo.—Tu padre tiene un tic…—No.

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—¿No lo tiene? ¿O no lo sabes?—No lo tiene —afirmé.De pocas cosas podía estar seguro,

había convivido con él desde pequeño ysabía que aquello no era verdad…

Arqueó sus cejas como el que conoceun secreto que puede cambiar tu visiónsobre algo.

—Lo posee desde el primer día que leconocí —dijo.

—¿Padre? —Yo estaba totalmentedesconcertado—. ¿Dónde?

—Se mueve —sonrió.—¿Su tic se mueve?—Sí, siempre ha intentado…Hizo una pausa, como decidiendo si

debería contármelo, si estaba revelando

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algún secreto oculto… La pausa durópoco.

—Siempre ha intentado ocultarlo, sutic nunca está en los ojos o en la cara. Mecontó que de pequeño residía allí y lecausaba problemas. La gente le observabacomo si fuera un bicho raro y aquello leavergonzaba…

—¿Te lo contó él?No me lo podía creer.—Lo deduje. Con tu padre casi todo

hay que deducirlo. Nada es expresado.Sonreí. Lo conocía tan bien…—Durante su adolescencia se dio

cuenta de que a aquel tic no lo podíaapartar de su vida, que ya formaba partede él… Pero un día descubrió que podía

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moverlo.—¿Moverlo?—Moverlo… Bajarlo, subirlo,

transportarlo a otra parte de su cuerpo. Aalgún sitio donde no fuese tan evidente supresencia…

Pensé en él, busqué sobre su cuerpoen mi memoria. Deseaba encontrar esazona antes de que Voy me la dijera…

—Las manos —dijimos al unísono.Recordé que mi padre casi nunca las

mostraba… O estaban bajo una mesa uocultas por algún objeto… Nunca mehabía preguntado por qué… Supongo quete fijas en lo que muestran las personas,no en lo que ocultan…

—Sus manos, exacto. —Le gustó que

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lo acertara—. Allí arrinconó al tic y allívive. Eso sí, aquella mudanza fuedolorosa…

»El tic vive en sus manos, y por ellose disloca y se vuelve a poner en su sitioel índice casi cincuenta veces al día…Eso los días que el tic es suave y ligero…Cuando está nervioso y no hay controlpuede llegar a las doscientas…

»Durante algunos rodajes nocturnos,de aquellos que no acababan nunca, seescuchaba aquel sonido de fondo. Algunoseléctricos pensaban que eran grillos… Élsonreía…

»No sé si aún lo tiene allíarrinconado… No sé si la enfermedad loha movido o ha desactivado su

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enclaustramiento…Y no dijo nada más. Se despidió, me

volvió a dar la mano y se fue hacia dentro.Siempre era él quien daba por finalizadaslas conversaciones. Lo había olvidado.

Pensé que quizá aquella cita de miabuela en aquel libro que no mecorrespondía leer tenía que ver con su tic,con los inicios… Quizá el fascinantechico que sacaba la lengua cuando hacíatrabajos manuales era él y su tic… Su ticcerca de su cara, instalado en su propialengua…

Byron no escuchó mis pensamientos ytambién se fue a casa. Ambos tenían claroque aquello había finalizado…

Voy entraba en casa cuando le hice la

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pregunta, en busca de las respuestas quehabía ido a buscar.

—¿Qué hace un ayudante dedirección?

Sonrió y dijo en un tono muy pausado:—Todo lo que el director quiere que

hagas… Y un poco más… —Hizo unaleve pausa—. Espera un momento…

Desapareció. Byron se quedó a mediocamino intuyendo que se había adelantadoal marcharse, pero sin querer admitir suerror.

Mientras esperaba su retorno, tenía lasensación de que todo aquello era unaequivocación.

Voy tardó casi diez minutos en volver.Me entregó unas hojas arrugadas, cuatro

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rollos de película inmensos y una botellade whisky.

—¿Qué es todo esto? —pregunté.—Su primera película en treinta y

cinco milímetros, creo que nadie mástiene una… El whisky que bebe siempreque acaba un rodaje y una lista con losnombres, teléfonos y direcciones de lagente que trabajaron en ese primer film…Creo que, si aceptas el trabajo, deberíasllamar a los que comenzaron con él…Está bien acabar con los que empezaronjunto a ti… Suerte…

Y ahora sí que desapareció…Volví a casa de la mujer de mi

hermano acarreando aquellas cuatro lataspesadas, aquel viejo whisky y aquellas

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hojas mohosas.Byron trotaba delante de mí,

cruzándose de vez en cuando… Creo quetenía ganas de que tropezara…

Me sentía absurdo y desconcertado…Había recibido demasiada información…

Me pasé toda la noche pensando,intentando tomar la decisión correcta.

Me seducía la idea de despertarme,coger a las gemelas y marcharme de allí atoda velocidad. Volver a casa…

Estaba seguro de que a padre locuidarían. Tenía gente a su alrededor queaparecería si yo lo dejaba tirado…

Pero pesaba la promesa a madre…Pesaba mucho…

Como no podía dormir, decidí volver

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a aquel día en que le prometí aquello…Necesitaba retornar a aquella encrucijada,ponerla en cuestión, encontrar fallos…

Buscar una segunda lectura o unaescapatoria a mi promesa… Creo quedeberían existir abogados que te pudieranayudar a desligarte de las promesas deadolescencia alegando incapacidademocional.

Y es que aquel día pasó de todo…Madre se moría y padre enloqueció…

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Han pasado ya muchos años, peroaquel día sigue presente en mí… No haymes que no retorne una o dos veces…

Como os comenté fue el verano máscaluroso que recuerdo.

El calor y mi madre… El frío y mipadre…

Cuando murió mi mujer eraprimavera, una primavera otoñal, unamezcla extraña… Ella lo definía como laépoca de los disfraces… Y es que por lacalle podías ver desde gente con mangacorta y bañador hasta otros que llevabanabrigos y gorros de lana.

No sé de qué iba disfrazada ellacuando murió… No sé si iba de inviernoo de verano…

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En cambio, cuando madre murió,llevaba una especie de camisón blanco…Lo llevó durante toda la última época desu enfermedad…

Era un camisón de gasa blanca quesiempre olía muy bien. Juraría que no eranunca el mismo… Difería entonalidades…

Yo me imaginaba que ella poseía unarmario con cientos de camisones de gasacon leves diferencias…

Madre se moría de una enfermedadsanguínea. Era hereditaria. Ya la tuvieronantes su madre, su abuela y subisabuela… «Mi sangre no toma unadirección correcta…» Ésas fueron suspalabras para explicarlo… Jamás lo

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entendí bien…Lo que estaba claro era que su sangre,

de repente, desaparecía de su cabeza yella se desplomaba en el suelo. No sabíasjamás cuándo pasaría eso.

Madre era así desde que yo nací.Recuerdo que con cinco años iba con ellapor un centro comercial, cogido de sumano con la sensación de que meprotegería de todo, y de repente ella cayóredonda al suelo.

Pasaba tan a menudo que nos enseñó acuidarla en aquel minuto y medio dereinicio. En esos noventa segundosdebíamos evitar que le robaran, que laintentaran reanimar y, sobre todo, que nossepararan de ella.

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Jamás aceptábamos ambulancias nidoctores. Noventa segundos para evitarque toda aquella gente ansiosa por ayudaro robar depositaran su atención sobreella.

Era increíble. Cuando se caía, losdepredadores aparecían como siemprepredecía. Estaban los ladrones, losdeseosos de ayudar y también buitres quequerían sus despojos.

Yo enseguida los comencé adiferenciar. Era fácil…

Y no sólo teníamos que evitar a todaaquella gente, sino también impedir quecayera en lugares donde pudiera hacersedaño.

Y eso era un poco más complicado

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porque jamás se podía prever. Los brotesllegaban cuando menos lo esperabas.Escaleras mecánicas, cuestas, coches…

Todos, los cuatro hermanos, debíamosprestarle atención, cuidarla y ayudarla enese instante y en los noventa segundosposteriores.

Y allí estábamos siempre, y os puedojurar que nunca se lastimó ni sufrió unsolo rasguño.

Ella, en broma, nos decía que eranormal caerse. Decía que éramos sacos depatatas… Que los humanos éramos sacosde patatas de cincuenta, sesenta o noventakilos que caminábamos sobre dosplataformas extrañas… Pero que lossacos de patatas no se conformaban con

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andar bien sin caerse, sino que ademásllevaban bolsas en las manos, ropa,objetos y adornos en la cabeza… Yhablaban, gritaban, discutían, mirabanhacia otro lado y hasta se enamoraban…Cómo no se iban a caer…

Recuerdo que una Navidad al lado dellago, en lugar de un muñeco de nievehicimos uno con un saco de patatas al quele pusimos zapatillas. Queríamos queandara, que se mantuviera en pie, que sefuera de compras y que se enamorara…

No lo conseguimos… Pero a los seisaños compramos todo lo que noscuentan…

Cuando llegamos a las dos cifras, todocomenzó a cambiar. Ya nadie deseaba

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acompañarla.Es triste decirlo, pero lo sorteábamos.

En ese tiempo no sabíamos que, alcumplir los veinte, aquella enfermedadnos comenzaría a afectar… Era suherencia… Su herencia inesperada…

Y cuando la comenzamos a sufrir, nosdimos cuenta de lo crueles que habíamossido con ella… Cuántas veces en la vida,al revivir en nuestra piel situaciones queotras personas han sufrido, descubrimosla gravedad, el dolor y los inconvenientesque eso supone.

El cambio de ángulo, el pasar por eltamiz del yo…

Desde los veinte, como todos mishermanos, sufro sus desmayos, caigo cual

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saco de patatas. Últimamente losmedicamentos han mejorado un poco conrespecto a su época y puedo pasar mesesy meses sin desvanecerme… Ya nirecuerdo cuándo fue la última vez…

Pero cuando me caía comprendía lanecesidad de que te cuidaran, de que teprotegieran… Sentirla en tu piel lotransforma todo…

Y es que la herencia de madre larecibimos los cuatro hermanos al cumplirlos veinte, día más o día menos…

Cuando me llegó a mí, al ser elsegundo en la línea de sucesión ya eraesperado. No fue traumático ni doloroso,fue como quien espera el regalo de unamadre que te abandonó pero sabes que en

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tu sangre aún vive parte de ella.Y quizá eso no es nada comparable a

saber que mis días terminarán como lossuyos. No sé el tiempo exacto, no sé simás o menos que ella. Los médicostampoco saben decírmelo, pero sé que esedía llegará…

El último de mi madre transcurriódurante aquel verano tan caluroso…

Ella se había ido debilitando año trasaño… Poco a poco notaba cómo esaextraña enfermedad sanguínea le ibarobando capacidades.

En sus últimos años, los mareos erantan continuados que dejó de andar ydescansaba en la cama. El último año lopasó estirada en aquella habitación…

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Padre decía que reposaba. Ella,cuando la veíamos, nos decía que noreposaba, sino que su saco de patatashabía decidido dejar de moverse.

Jamás perdió su fuerza y su ilusión,aunque los dolores que soportaba erantremendos.

De pequeño cuesta mucho ver a tumadre en una cama. Verla siempre desdearriba… Observar cómo se va yendolentamente…

Aquellos últimos ocho meses fueronmuy duros. Ella perdía el conocimientomuy a menudo y durante mucho mástiempo… Ya no sufrías por que se hicieradaño, sino por si no volvía…

Muchas veces en sus dos últimos

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meses, cuando el dolor era desmesurado,yo deseaba que no volviese. Queabandonase este mundo en uno de susdesmayos.

Pero cuando volvía, siempre buscabaen sus puños una de esas sonrisas queguardaba para mí…

Madre moría durante todo aquel año ypadre… Padre parecía no entenderlo…Lo que hizo con nosotros en los últimosdías no tuvo ningún sentido, jamás se lopodré perdonar…

Y ahora parecía que ese padre ya noexistía… Quizá por eso necesitaba volverotro día… Ver si aquel hombre quehabitaba ahora en su piel habíadesaparecido y volvía a estar nuevamente

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aquel al que conocía, a quien odiar,culpabilizar y negarle mi ayuda…

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Cuando me levanté a la mañanasiguiente me encontré con una sorpresainesperada.

La mujer de mi hermano no podíaquedarse con las gemelas, tenía uncompromiso laboral aquella mañana. Melo había comentado, pero últimamente noescuchaba lo que me decían…

Quiso cambiarlo, pero me negué.Cuando llegué, le dije que aquello eracosa de un solo día… Verle ymarcharme… Había sido yo quien habíamodificado los planes originales.

Ella se ofreció a llevárselas, perohubiera sido egoísta por mi parte.

Que las cuidara Voy era una soluciónintermedia, pero creo que quizá aquello

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era una señal. Padre no las conocía. Hayalgo de necesario en que tu padre conozcaa tus hijos, tiene algo de genético, deeslabón, de cerrar el círculo.

Ella también habló de una amiga deconfianza que era canguro, pero yo ya mehabía decidido.

Además quizá necesitaba verloacompañado, que aquella visita fueradiferente a la primera.

Ella se marchó triste, con la sensaciónde haberme defraudado. Nada pude hacerpara convencerla de lo contrario.

Las niñas me llamaron al unísonocuando se fue. No sé si notaban suausencia o mi presencia.

Poco después se cagaron a la vez.

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Creo que deseaban demostrarme algo.Mientras preparaba nuestra marcha,

pidieron comer nuevamente al tiempo. Yano estaba tan seguro de que aquello fueratan buena idea…

Padre, en aquel estado tan artificial,las gemelas, en su estado natural. Quizáno lo era…

Cuando las metí en el cocheprotestaron, deseaban andar. Desde quehabían aprendido, se sentían insultadas deque las tratara como a bebés. Lascomprendía. Cuando yo me sentí un adultoy me trataban como a un niño, también loodiaba…

La mayor no paró de decir «tun» entodo el viaje. «Tun» era su palabra

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favorita y la primera que había aprendido.Podía significar desde «quiero comer» a«mira aquello» o «libérame de esta silla».«Tun» era su única palabra.

«Tun» lo resumía todo: hambre,necesidad y deseo.

Qué pena que cuando nos hacemosmayores aprendamos más palabras…Diría que con una sola nos bastaríamos yseríamos más efectivos…

La otra, la pequeña, que había nacidoveintitrés segundos más tarde, se parecíaen todo a la mayor pero era un centímetromenos en todo, y además tenía unas levesmarcas en cada mejilla.

Las diferenciabas por eso y porqueuna era levemente más pequeña en todo…

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Boca, ojos, nariz, orejas…Su sonrisa también era un poquito

menos abierta y su «tun» era parecido,pero lo pronunciaba diferente, haciendomenos hincapié en la «n» final… Diríaque casi no la pronunciaba y que ejercíaun poco más de gravedad en el «tu»inicial… Digamos que la «n» se alejabade la «u»… Sonaba como «tu»… Como siquisiera decir: «Tú, hazme caso»… Peroeso sí… Un poco después la «n» se intuíacomo un susurro…

Ya sé que quizá todo aquello sóloeran paranoias de padre… Podría ser…

Pero en el coche no paraba deescuchar esos «tun» y «tu». Eranasincopados y sé que deseaban decirme

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algo… Pero no podía hacerles muchocaso. No era el momento…

Tan sólo las vigilaba a través delespejo retrovisor. Cuando me veíandejaban de pronunciar la palabra como sise sintieran pilladas…

Mi mujer decía que el espejoretrovisor era uno de los dos mejoresinventos del Universo… Qué ironía…Supongo que jamás esperó que su muerteestuviera relacionada con él…

Ella decía que la vida sería mas fácilsi tuviéramos un espejo retrovisorincorporado en nuestro propio cuerpo…Pensaba que estábamos mal diseñados, yella sabía de eso.

Su vida era la publicidad… Se le

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ocurrían ideas maravillosas todo eltiempo para que la gente comprara losproductos que ella anunciaba.

Era una gran vendedora… Al fin y alcabo, me convenció para que tuviéramosgemelas… Era increíble en su trabajo.

Miraba los objetos que debíapromocionar durante horas, los probaba,intentaba entender qué aportaban al mundoy por qué alguien debía adquirirlos…

De ahí su teoría del retrovisor… Y esque había observado muchas veces elcuerpo humano y decía que nos faltabainsertarnos un retrovisor para ver quéhabía detrás nuestro. Consideraba que notenía sentido que siempre miráramosadelante sin saber las oportunidades que

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hay detrás…Ella opinaba que lo que nos precede

tiene la clave de lo que nos acontecerá…Decía que le parecía increíble que

todos fuéramos por la calle con esecuerpo humano sin retrovisor… Unpequeño gran fallo de la creación…

Es por ello que muchas veces girabaciento ochenta grados su cuerpo en buscade poder observar lo que la naturaleza lehabía escatimado…

La fuerza de los gritos de los «tun» medevolvió al instante a ese coche que mellevaba hasta mi segunda visita a padre, laque seguramente sería la última.

Las volví a mirar por el retrovisor.Estaban desafiantes, se notaba en sus

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miradas… Me gustaba cuando se poníanasí…

Volví al día en que casi las perdí… Eldía del accidente de mi mujer. A aquelinstante en que ella me dijo que ya nollegaría al hospital y que se despidió demí en vida…

Pero yo no podía llorarla, no era elmomento. Debía centrarme en recordarquién de los dos debía ir a buscar a lasgemelas.

Y recuerdo que al lado de aquel cineenloquecí… Miraba mi agenda del móvilpara ver si estaba apuntado si era ella oyo quien debía recogerlas.

Una pérdida era doloroso, tresserían… No podía ni pensarlo…

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Sentía pánico. Me dirigí corriendo alcoche y de allí al hospital que el policíame había indicado en el mensaje de voz.Las gemelas debían de estar con ella,necesitaba creer que nada les habíapasado.

A ella la acababa de perder, ellaseran lo único que me quedaba. Sólo podíapensar en ello… Ningún otro pensamientopasaba por mi cabeza en esos instantes…

Cuando iba camino de aquel hospital,de repente di un volantazo y me dirigí aotro lugar… Tenía la intuición de que metocaba a mí recogerlas, así que me dirigí ala guardería. Era lo más sensato…

Aparqué en doble fila en una calle deun único carril. Me daba igual crear colas

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kilométricas. Realmente no me importabael mundo.

La gente me vio abandonar el coche ycomenzó a enloquecer. El automóvil essiempre un altavoz de las personas. Suvalía, su frustración y su tristeza quedanamplificadas.

Entré en la guardería, pero no me paréen la entrada. No podía perder tiempo. Nopregunté a nadie, no me salían ni laspalabras.

Fui al aula donde siempre estaba lapequeña de los «tun»… Había un montónde bebés gateando… Los levantaba ygiraba rostros, buscaba que apareciese su«tun» suave… Nada, nadie… Los bebésme miraban desconcertados, extrañados

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de que los sacase de su trotar sin rumbopor aquella inmensa aula. Algunoslloraron, otros mostraron indiferencia…

Recordé que cuando una de ellaslloraba mucho, las juntaban para quevieran una cara conocida y se calmaran.

Fui a la otra sala. La profesora delaula me seguía y no dejaba de gritarme,pero yo no la oía… Necesitaba ser yoquien las encontrase, no alguien que mefrustrase.

En la sala de los mayores ya estabandurmiendo la siesta. No encendí las luces,la iluminación que provenía del pasilloera suficiente para divisar sus rostros…

Giré bebés lentamente intentando nodespertarlos y buscando el «tun» grande

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que me llevase a la calma… Pero allí noestaba, ni tampoco su hermana.

Sentí frustración al girar la últimacriatura… Ni rastro de ambas…

—Su mujer se las llevó…La profesora de los mayores, que

siempre había mostrado más preferencia ycariño por mi hija mayor que por lapequeña, rompió el instante.

Grité. Debió de ser un chillidoimpresionante porque todos los bebéslloraron al unísono.

Aquel «perdón» de mi mujer resonabaen mi cabeza. Tomaba sentido…

Salí de allí sin decir ni una solapalabra y sin disculparme. Tan sólonecesitaba llegar a ese hospital cuanto

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antes. Poder abrazar a mis hijas y llorar ami mujer.

Fuera había un policía inspeccionandoel interior de mi coche y una cola inmensade autobuses, taxis, furgonetas yautomóviles detrás de él…

No me acerqué, no podía perder ni unsegundo… Cogí un taxi en la mismaesquina del embudo…

Y cuando entré, traté de serenarme…El conductor no me prestó la más mínimaatención. Podía haber entrado un caballoque si hubiera dado la dirección correctano se habría percatado.

Hablaba con alguien a través de unauricular pequeñito… Jamás miró por elretrovisor… Subía la voz cada vez que

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daba un volantazo.Me intenté relajar, pensé en todo lo

que podía pasar cuando llegase. Y encómo podía reaccionar… Quería estarpreparado, encontrar alternativas…

Mi cerebro iba lento, analizando cadadetalle que imaginaba que ocurriría… Enla calle todos parecían ir rápidos, a unritmo veloz ignorando mi desgracia…

Yo deseaba llegar y a la vez nohacerlo… Sentía terror.

Perder a toda tu familia con tan pocosminutos de diferencia era impensable…Sentí pánico cuando el taxi llegó alhospital.

Pagué y di una propina desmesurada,esperando que aquel absurdo gesto me

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trajera una recompensa… Aunque eracierto que había agradecido suindiferencia…

Llegué… El hospital estaba casi vacíoy tremendamente silencioso… Me dirigíal mostrador. Una chica que no parecíatener más de quince años estaba sentadadetrás de un ordenador.

Me sonrió y yo me lo tomé casi comouna ofensa…

Pregunté por ella. Buscó su nombre enel ordenador y su rostro cambió cuandoleyó lo que decía la pantalla.

—Lo sé… Ha muerto… —dije antesde que hablase.

No deseaba conocer aquella noticiapor otros labios…

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Un celador me llevó a su planta,seguidamente a su ala y por último quisoacompañarme a la antesala del quirófanodonde ella reposaba.

Le dije que no quería entrar, que antesnecesitaba ver a las gemelas.

El celador consultó con un médico,éste con una enfermera y, al cabo de unosminutos, un hombre encorbatado vinohacia mí.

Me llevó a una sala pequeña dondehabía unos cuantos bebés… No sé quésería aquel lugar ni si aquellos bebésprovenían de personas que habían tenidoaccidentes…

Los miré y de repente vi a la mayor…Me observaba fijamente desde el

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mismo instante en que yo había entrandoen la sala…

Sus ojos eran enormes, su rostroreflejaba algo parecido al miedo… Dabala sensación de que llevaba tiempomirando aquella puerta en busca de unrostro conocido… Cuando me vio, no lesalió ni una exclamación… Pero noté queestaba emocionada y feliz… Yo lloré…Lloré tanto…

Allí estaba… Fue, diría, uno de losmomentos más hermosos que he vivido…

La cogí rápidamente y en ese instantelloró… Un llanto que desconocía, unsonido que sintetizaba dolor y recuerdo…Pero, al minuto de estar en mis brazos, sedurmió…

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Creo que la tensión de la espera enbusca de una cara conocida que cruzase elumbral de la puerta la había dejadoexhausta.

Busqué a la pequeña, pero no laencontré a simple vista. Pregunté alhombre trajeado.

—¿Y la pequeña?El hombre se extrañó, su rostro

mutó…Supongo que esperaba ver en mí una

felicidad extrema por haberme entregadoa mi hija. Seguro que había pedido que lellamaran cuando yo llegara. Se le notabaansioso de dar buenas noticias y derecibir felicitaciones. Seguro que todaaquella búsqueda de palmadas en la

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espalda tenía que ver con traumas de lainfancia…

—¿Dónde está la pequeña? —volví apreguntar.

Mi tono debió de subir porquedesperté a casi todos los bebés excepto alque llevaba en brazos. Ya era la segundavez aquel día…

—Sólo estaban su mujer y su hija —dijo casi con la voz entrecortada.

Recuerdo aquel instante y la locuraque aquello me produjo.

Respiré. Necesitaba volver y norecordar más… Miré a la pequeña por elespejo retrovisor… Allí estaba, no lohabía soñado. Costó pero la encontré…

Volví a respirar, a coger ese aire que

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Voy decía que daba energía… Aquellosolores respirados que mi mujer creía quete ayudaban a pasar los inviernos…

Pero me era difícil no pensar en todala odisea que pasé hasta encontrarla…Pero ahora no podía seguir recordandoaquella historia…

Tenía que vivir otra… Llegaba a casade padre…

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Padre estaba esperando en su bancode madera. Un banco que hizo con la camade madre.

Le recuerdo días después de la muertede madre con aquella hacha y haciendopedazos la cama.

Me pareció macabro. Imagino quevolver a dormir allí se le hacíaimposible… Pero verle destrozar el quefue su hogar en el último año fue dolorosopara todos los hermanos.

Padre enloqueció con su pérdida…Meses más tarde de su muerte, padre

pasaba horas sentado en aquel banco queconstruyó con toda aquella maderadestrozada… Yo jamás me senté…Ningún hermano lo hizo jamás…

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Paré el coche cerca del lago y delbanco… Les hablé a las niñas antes desalir. Mi mujer lo hacía, decía queentendían las vocales, así que buscabapalabras con muchas vocales. Les pedíque me diesen tres minutos. Debía hablarcon su abuelo antes de sacarlas… Ambasdijeron «tun»… Un «tun» comprensivo…

Bajé del coche y fui lentamente haciaallí. La enfermera que siempre leacompañaba se apartó de él. En su miradanoté la urgencia que tenía de una respuestamía. Aquella mujer deseaba marcharse acuidar a los suyos…

—Llegas cinco minutos tarde —medijo padre visiblemente disgustado—.Hay mucho que hacer. Ver localizaciones,

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contratar equipo, empezar elstoryboard…

Seguía igual. No era él… No sé porqué no me sorprendió.

—Siéntate —me dijo.Se movió ligeramente para dejarme

sitio en el banco. No podía hacerlo,aquello era superior a mí. Jamás mesentaría en la cama de madre… Hubierasido un insulto aceptar aquella propuesta.

—Prefiero seguir de pie.No le gustó la respuesta.—Siéntate. —Su tono se alzó.Aquella forma de decir las cosas era

más del estilo de mi padre.No pensaba hacerlo. Me di cuenta de

que no había sido una buena idea haber

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vuelto…Me disponía a volver al coche cuando

él dijo…—Mi mujer murió sobre estas

maderas…Jamás padre había vuelto a hablar de

madre desde que murió. Jamás… Me paréen seco. No me giré.

—Ella compró aquella cama porquele encantaba la madera. La olía siempreantes de dormir… Sobre ella creamos anuestros cuatro hijos. Al perderla, quiseseguir compartiéndola con ella…

»Ella siempre decía que faltaba unbanco en el jardín. Que debíacomprarlo… Jamás lo hice… Mi mujercreía que desde aquí se tenían las mejores

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vistas del lago. Le encantaba ese lago…»Ahora ella está bañándose en el lago

y yo estoy aquí, observándola desde elmejor lugar posible.

»Compartimos algo, eso esimportante…

Me quedé de piedra. Jamás me habíahablado ni de aquello ni de esa forma.Padre no hablaba así conmigo.

Ni tan siquiera sabía que en aquellago había parte de mi madre, pensabaque estaba toda ella incinerada dentro deaquel horrible jarrón que colocó sobre lachimenea.

No podía marcharme, me hablaba delas cosas que siempre había deseadoescuchar… Pero me las contaba porque

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pensaba que era un extraño.Me giré y volví a su lado. Me senté en

el suelo, al lado del banco. No en elpropio banco. Eso no lo podría hacer…Él no protestó… Creo que le fuesuficiente… Lo entendió como unamuestra de respeto a lo que me habíarelatado cuando en realidad era más bienlo contrario…

—Cuando amanece, aparece parte deella, todo brilla… —dijo mirando laporción de cielo que cubría el lago.

Lo decía en serio… Era increíble,hablaba de mi madre… Como hijo jamásme había hecho partícipe de su dolor,como desconocido, me abría su alma…

Pasamos un par de minutos en silencio

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y cuando el sol apareció ciertamentegolpeó contra el lago y un aura doradailuminó el agua.

Desde aquella zona del banco seapreciaba con claridad. Me emocioné…Sabía que aquel brillo no era parte deella, pero igualmente estaba colapsado ytocado…

Pero la emoción fue interrumpida porlos lloros de las gemelas, a las que habíasolicitado unos minutos de tranquilidad.La tregua había acabado…

Me levanté, fui hacia el coche y padreme siguió… Allí estaban las dosllorando…

Padre las miró, abrió la puerta y cogióa una en cada brazo. Madre me había

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comentado que, cuando éramos bebés,padre jamás nos había llevado así…

Las agarró con una fuerza que daba lasensación de que ya no poseía y se lasllevó hacia el banco… Ninguna de las dosparaba de llorar… Estaba un pococonsternado… Se sentó con ellas y fuejusto entonces cuando dejaron de llorarautomáticamente…

Me imaginé que algo tenía que ver conmi madre, con su regazo, con su madera…En aquella cama yo siempre olvidaba misproblemas y sonreía…

La enfermera aprovechó aquel instantepara buscar una respuesta en mí. Seacercó y la escuché, pero no podía dejarde observar aquel extraño instante entre

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mis hijas y mi padre…—Mañana tengo que marcharme —me

dijo—. Los dolores de su padre a partirde las tres de la tarde son realmenteterribles. El doctor que vive en el otrolado del lago, al que creo que ustedconoce, dice que deberían buscar aalguien que se haga cargo de él si usted nopuede. Me ha comentado que puede hablarcon él si desea más respuestas. ¿Sabedónde vive?

Señaló el lado opuesto del lago… Yalo sabía… ¿Cómo olvidar que aquelmédico residía en el otro lado del lago…?Era el único de la comarca… Lo conocíabien, fue el mismo que intentó salvar amadre sin éxito… Siempre lo odié por

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ello…—¿No se puede quedar un par de días

más? —le pregunté—. El dinero no esproblema.

Creo que jamás había dicho esafrase… Sonaba tan pedante, tanequivocada, tan sucia, tan prepotente…Tan sólo pronunciarla, ella me miró conasco. Supe lo que iba a decir antes de quelo dijese.

—No es cuestión de dinero.Me disculpé, pero el daño ya estaba

hecho.—Me puedo quedar hasta mañana por

la mañana. Si quiere le puedo volver aexplicar todo lo que debe tener encuenta… Aunque casi todo se resume en

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mañanas fáciles, tardes duras y nochesimposibles…

Asentí… Le agradecí nuevamente eltiempo extra… Sabía que con aquellamujer lo había fastidiado… No dices unafrase como ésa y esperas que teperdonen…

Padre seguía con mis hijas en susbrazos.

Estaban tranquilas, como siconociesen a aquel hombre de toda lavida.

Padre me miró y sonrió.—Deberíamos ir a localizar. Puedes

traerlas si quieres. Nos harán mejorprecio en todo.

Nuevamente asentí. Deseaba alejarme

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de aquella casa, de aquella mujer, deaquel banco…

A los pocos minutos todos estábamosen el coche rumbo a localizar.

Era tan absurdo… Rumbo a miprimera localización con mis hijas y mipadre…

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Él me indicaba qué camino tomar…Me dijo una calle y un número… Teníaclaro dónde estaba aquella primeralocalización… Yo me dejaba guiar… Ellugar al que íbamos estaba a casi treshoras…

—¿La madre? —preguntó cuando lasniñas se durmieron.

Tenía algo de absurdo seguirle eljuego. Le señalé la guantera. Allí siempreestaba el recorte. Aquel era el mismocoche que ella destruyó y allí residía suúltima proeza…

Me di cuenta de que quizá no mediferenciaba tanto de padre. Él transformóla cama de madre en un banco y yoreconstruí de cero el coche donde ella

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perdió su vida… Aunque quizá lasrazones no fueron las mismas.

Padre abrió la guantera. Allí estaba elrecorte, guardado dentro de la caja debombones que ella siempre llevaba bajoel asiento del copiloto. Le encantaba elchocolate y su genética le permitíacomerlo cuando quería sin engordar.

Padre abrió la caja, que estaba unpoco rota, y encontró el recorte y cuatropequeños objetos que habían pertenecidoa ella. Detalles de su esencia…

Padre deshizo el recorte. Siempreestaba doblado en ocho trozos. Siempreaquellos ocho dobleces… Cuando hequerido volver a leerlo, he tenido quehacer y deshacer esos ocho gestos… Era

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un pequeño rito que no sabríaexplicaros…

Lo desdobló y lo miró, supongo que asimple vista no se entendía qué podíasignificar…

«Colas de treinta kilómetros debido aun accidente mortal con dos víctimas…Muere una madre y su hija pequeña…»

Eso es lo que rezaba la noticia… Fuela única vez que ella salió en losperiódicos. Los coches de aquellacarretera estuvieron casi cuatro horasabsolutamente parados…

Su muerte dejó muchas vidas sinrumbo… Le hubiera gustado saberlo,decía que una vida, si tiene un buendiscurso y unos buenos argumentos, puede

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tocar a cientos de otras…Y ella lo hizo a su manera…Padre seguía releyendo aquel recorte,

intentando entender el porqué de aquellanoticia doblada en ocho partes…

—Mi mujer… —añadí.Me paró con la mano, como si ya lo

hubiera entendido sin mi ayuda. Volvió adoblar en ocho el papel. Se lo agradecí.

—Ambos somos viudos —musitó.No había pensado jamás que con mi

padre tuviera aquello en común.No dijo nada más a partir de aquella

frase. Se silenció. Las niñas también lohabían hecho detrás… Me quedé solo yacompañado de tres almas dormidas…

Volví a la muerte de madre. Fue

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instantáneo…Recuerdo que el día que madre

empezó a morir, los cuatro hermanosestábamos jugando al fútbol. Era unataque y gol, y yo estaba de portero…

Hacía tiempo que no jugábamos, aúnmás, diría que ningún día de aquel veranolo habíamos hecho… Ni nos lopermitíamos ni nos apetecía…

Pero aquel día tan caluroso, como elcampo de fútbol estaba cercano al lago,podías dar cuatro patadas y meterte en elagua.

Nos pasamos todo aquel partidomedio empapados… Cada vez quechutábamos salía de nuestro cuerpo unmontón de agua en todas direcciones…

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Recuerdo que nos lanzábamos al lago conbambas y todo…

En aquel instante los cuatro hermanosestábamos muy unidos…

El dolor une mucho. Después de vivirun tiempo en este mundo, diría que es loque más une.

Y recuerdo que fue una mañanadivertida… Gritos, chapuzones y goles…Casi parecía que a ninguno de nosotros sele estuviese muriendo la madre.

Hasta que llegó padre, la peor versiónque he visto de él…

Venía con su pequeño tractor… Enverano siempre iba de un lado a otro conaquel tractorcillo que utilizaba comotransporte para evitar que el calor le

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fundiese las ideas.Jamás vi que nadie lo usase nunca

para arar ni nada parecido…Pero aquel día venía a más velocidad

de la permitida. Normalmente lo veíascircular cerca de un campo delimoneros… Siempre lento, muy lento,con un sombrero en la cabeza y suinseparable bolígrafo en la mano…Buscaba ideas, decía madre…

De vez en cuando le veías parar eltractor y escribir tres o cuatro ideas enuna de sus libretas pequeñas. Más quesegar la hierba parecía que le crecíanrealmente las ideas…

De pequeño yo creía que los limonesposeían propiedades creativas.

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Pero aquel día ni sombrero, ni libreta,ni ideas… Venía a toda velocidad hacianosotros. Paramos de jugar y nos loquedamos mirando…

Mis hermanos menores, los gemelos,no dejaban de mirarse extrañados. Pocasveces hablaban, no se comunicaban conpalabras, tenían otro tipo de conexión…Siempre sentí un poco de envidia de ellos,de su amistad, de aquello extraño einseparable que les unía…

Eran casi cinco años más pequeñosque yo… En aquella época todo un mundonos separaba. Sentía que no tenía nada encomún con ellos.

Del mayor tan sólo me separaba unaño, pero tampoco servía de mucho

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aquella cercanía… Sólo nos unía laviolencia… Jamás había susurros niconfidencias… En cambio, muchaspeleas, insultos y competencia. Creo queel odio que nos profesábamos era nuestrorespeto.

Recuerdo que nos miramosviolentamente cuando padre se dirigíahacia nosotros, intentando entender lacausa de aquella rabia que se lepresuponía debido a la velocidad de sutractor.

—El ruido del fútbol —sentenció elmayor.

Podía ser. Padre no quería queeleváramos la voz. Madre necesitabareposar.

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—No creo —repliqué.Siempre me gustaba llevarle la

contraria. Pero esta vez estaba seguro detener la razón. La zona de la casa dondemadre reposaba se encontraba en el ladocontrario al campo de fútbol. En un díaventoso quizá le podrían haber llegadosuavemente nuestros chillidos, pero conaquellas condiciones meteorológicas sinpizca de viento era absolutamenteimposible.

—Es el ruido. Ya te dije que nodebíamos jugar —me replicó sin dejar demirar el tractor.

Era un mentiroso, no había sido ideamía sino suya la de jugar al fútbol.Siempre hacía aquellas cosas. Me

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vendería si no lo hacía yo antes.La tensión iba en aumento. El tractor

no llegaba pero sabíamos que tampocopodíamos escapar.

Uno de los gemelos lanzó la pelotalejos, como si aquello sirviera de algo. Yel otro gemelo, al ver que no se habíaalejado mucho, le dio otra patada…

Padre llegó en ese momento. Bajó deltractor y se dirigió a nosotros.

—¿Quién los tiene?Nunca olvidaré su tono de voz ni su

mirada. Daba miedo.—¿Quién tiene qué? —dijo el mayor

cometiendo un grave error.Padre fue hacia él y le abofeteó. Fue

la primera vez que padre nos pegó. Jamás

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lo había hecho antes.—No quiero tonterías. ¿Quién los

tiene?Su tono de voz subió, si aquello era

posible, y su mirada se convirtió en odiopuro. O eso es lo que sentí…

Quizá ahora no lo vería así…He visto en estos años a adultos

hechos furias y jamás ninguno me ha dadomiedo. Todos lo hacen porque piden algoo necesitan alguna cosa… Amor, sexo,trabajo o respeto… Se alza mucho la vozpara conseguir o por haber perdido algunade estas cuatro cosas.

Lo de padre en aquellos momentos nosabíamos qué ocultaba.

—¿Quién los tiene? —volvió a

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bramar.Los gemelos no abrían la boca y el

mayor estaba escarmentado. Sabía que erami turno.

Lo dije pausado, tanto como supe osabía en aquel tiempo.

—No sé… —rectifiqué—. Nosabemos de qué hablas… Yo no he cogidonada, simplemente dinos qué…

No me dejó acabar. Se acercó a mí,me cogió del cuello, me echó una miradade repugnancia y me dijo mirándomefijamente:

—No me gustan los cobardes. No seascobarde. Cada familia tiene los cobardesque puede permitirse. ¿Eres nuestrocobarde?

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No me soltaba, esperaba unarespuesta.

Nadie me rescataba, yo me habíametido solito en aquel berenjenal.

—¿Eres nuestro cobarde? —volvió apreguntar.

Cómo odié que hiciera aquellapregunta.

—No, no lo soy —dije con un hilo devoz.

Me soltó. El silencio que se produjose hizo eterno.

Comenzó a dar vueltas alrededor de laportería. Creo que esperaba que alguno denosotros confesara.

Todos estábamos muertos de miedo.Casi sin mirarnos dio más pistas… Creo

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que lo hizo para poder avanzar…—Alguien le ha robado a vuestra

madre sus dos anillos, los que siemprelleva puestos… Quien haya sido, que losdevuelva inmediatamente… No habrápreguntas ni represalias…

Más silencio.Nos miramos como buscando un

culpable. Ninguno de nosotros parpadeósiquiera.

Padre seguía sin mirarnos, tenía lamirada fija en el suelo. Sólo esperabaescuchar la confesión.

El clima que se creó en aquelloslargos veinte minutos siguientes es difícilde explicar. Nadie se movió un milímetro,parecíamos estatuas humanas.

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Era como si tuviéramos tanto miedoque temíamos que el simple movimientonos delatara.

Se hizo eterno. Finalmente, padrelevantó la vista y nos dijo…

—No os moveréis de aquí, nocomeréis, no volveréis a casa… Noveréis a vuestra madre hasta que esosanillos vuelvan…

Y se marchó, no esperó ni a observarnuestra reacción… Le vi alejarse en aqueltractor y supe que aquello iba en serio…Padre jamás iba de farol…

Nos miramos todos y comenzamos amovernos lentamente… Buscándonos…Sintiéndonos…

Uno de los gemelos fue a buscar la

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pelota y comenzó a dar unos toques, elotro se tumbó en la sombra de uno de losárboles que estaban cercanos al lago…

El mayor se dirigió hacia una de lasporterías y yo me senté en el mismo lugardonde estaba… Bueno, más que sentarmeme puse de cuclillas…

Pero poco duró aquel descanso, elruido del tractor volvió a rugir en nuestradirección. Padre regresaba, esta vez a másvelocidad…

Sin bajarse del tractor nos gritó…—Cincuenta vueltas alrededor del

campo, diez minutos de descanso ycincuenta vueltas más… Y repetidlo cadahora…

Y lo dijo de tal manera que no

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tardamos nada en comenzar a correr y darvueltas. Él nos miraba, parecía contaraquellas gigantescas vueltas alrededor delcampo de fútbol.

A la tercera vuelta desapareció. Supeque sería un día largo, muy largo… Y queaquello no se acabaría fácilmente…

—Al llegar a la tercera calle, gira a laderecha —dijo padre sacándome delrecuerdo.

Aquel doble tres me sobresaltó.Recordé dónde estaba, con quién

estaba y a qué estaba jugando.Y también me di cuenta de dónde me

había llevado padre con sus indicaciones,no me lo podía creer… Conocía el lugar,pero no por la dirección sino por lo que

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estaba viendo…Un sudor frío recorrió todo mi

cuerpo…

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Y allí estábamos. Hacía tantos añosque no volvía a aquel lugar… Y nodeseaba regresar…

Creo que padre hacía mucho mástiempo que no lo visitaba…

—Es al fondo, donde están loscaballos y la piscina, donde tenemos queir…

Pero padre recordaba bien aquellugar… Aquella posesión distaba casicuatrocientos kilómetros del lago…Pertenecía a mi hermano mayor y anteshabía pertenecido a toda la familia demadre… Mi hermano recuperó aquellafinca, la compró por cuatro chavos porqueestaba medio destruida y él solito la habíaarreglado… Tenía algo que ver con

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recuperar las raíces de madre, la otraparte de la familia, la que se desmayaba,la que parecía condenada a perderlotodo… Todo eso lo supongo, él jamás mehabló de ello…

Padre consideró que era unatontería… Decía que cualquier montanteinvertido en aquella casa era una pérdidade tiempo y dinero… No le ayudó ennada…

Él no sólo la arregló, sino quecomenzó a criar caballos. Al mayorsiempre le gustaron los animales… Lapasión selectiva por los caballos vinomás tarde… No hay duda de que teespecializas en todo… Y él se especializóen caballos, en fincas y en exteriores…

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Mi madre siempre decía que cuandoeres niño te pasas la vida en exteriores…Y que, a partir de una edad, si quierestriunfar has de pasar a interiores… Ellanos recomendaba que no lo hiciéramos…

Y el mayor jamás hizo aquelcambio… La muerte de madre le llevó aquedarse siempre en exteriores… Quizáporque aquel fue uno de los pocosconsejos que podía aplicar en su vida…

Madre nos cambió a todos… Y losanillos nos separaron… Yo no mehablaba con mi hermano por ello…

—Estaciona por aquí —me dijo comosi aquel terreno fuera suyo.

Tan sólo hacerlo, padre bajó como uncohete del coche, parecía increíble que se

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pudiera mover tan rápido. Me abrumó…Padre parecía no saber dónde se

metía. Su pasión por aquella película singuión parecía que lo superaba todo.

Saqué a las gemelas del coche y laspuse en su carro doble… Dormían… Loagradecí… Si hubieran estado despiertas,habrían protestado de que las tratara comoa bebés…

Un caballo negro nos miraba desdeuna valla… Sus relinchos nos delataban…

—Creo que esta localización no nossirve… —dije intentado hablar en sulenguaje…

Padre no me escuchaba, seguía a lasuya, observándolo todo… Se dirigióhacia una piscina inmensa que había cerca

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de las cuadras… Supongo que ahí sebañaba la familia de mi hermano enverano…

—Qué dices… Es perfecta… Aquípodemos rodar el inicio…

De repente, mi hermano mayorapareció en un prado cercano… Parecíaque había surgido desde allí, como siviviera dentro de ese pequeño bosque…En ese exterior…

Nos miró de lejos, creo que no nosreconocía… Pero lentamente, mientras seacercaba, su rostro reflejaba con claridadque nos había identificado.

Su perplejidad era alucinante… Huboun momento en que pareció que iba a darmedia vuelta, pero no lo hizo.

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Su odio hacia padre creo quesuperaba el mío propio. Fue hacia él atoda velocidad. Temí que la envestidafuera desproporcionada…

Pero, por suerte, padre no le dejóhablar… Le interrumpió antes de que élhablase…

—Mire, soy director de cine, él es miayudante de dirección. Queríamos rodaraquí… Si quiere le puedo contar lasecuencia… Es sencilla y dura… Lepagaremos suficiente para compensarlelas molestias…

Estaba tan descolocado tras escuchartodo aquello… Me miró a mí. Yo no dijenada, quería ver cómo lidiaba conaquello.

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Noté cómo el tren interior de odio yfrustración que llevaba no iba a pararsepor aquella respuesta extraña y absurda…

Antes de que brotara de nuevo suodio, me lo llevé…

—¿Puedo hablar con usted enprivado?

—Haz las gestiones, yo haré algúnboceto —dijo padre, ajeno a todo.

Sacó una de sus libretas míticas y sepuso a dibujar aquella piscina rodeada decuadras…

Alejé a mi hermano de mi padre… Lenoté mayor, diferente, más ancho en todoslos sentidos… Nada más alejarnos,explotó enseguida…

—¿De qué va esto? ¿Qué hacéis aquí?

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—me gritó.Se lo expliqué lo mejor que pude,

como horas antes padre me lo habíarelatado a mí…

Pero él no empatizaba como yo creíque llegaría a hacer… Lo miraba con odioy asco…

—¿Qué haces con él? —dijo cuandoacabé el relato, trasladándome toda surabia.

Tardé en responder.Buscaba poder expresar un resumen

de lo que me había hecho sentir Voy o lamujer del gemelo… Pero al final me salióun…

—No lo sé… Está enfermo y soy suhijo…

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—Madre estaba enferma y él no secomportó como un buen padre… Si él nofue un buen padre, no hace falta quenosotros seamos unos buenos hijos… —me respondió.

Se hizo un silencio. Sabía quépreguntaría, quizá por eso dejé de verle…

Los hermanos son tan previsibles…Y es que les has visto confeccionar su

personalidad en tu propia casa… Trozo atrozo, semana a semana, has observadocómo se han ido haciendo… Pero ningunade esas uniones son perfectas y siemprepuedes ver las juntas porque viviste a sulado…

—¿Robaste los anillos?Y allí estaba nuevamente la pregunta.

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Fue como volver al pasado, como retornara casa…

Y es que aquella misma pregunta mela había hecho años antes, en aquel campode fútbol, y le había dado la mismarespuesta pero con mucha más furia…

—No, no los tengo… Yo no loscogí…

Ahora se lo contesté de forma seca,sin pasión, casi agotado por el paso de losaños.

La vida te enfrenta a situaciones tanparecidas que tus respuestas acabansiendo cada vez menos pasionales…

No fue así aquel verano. Él me lopreguntó cuando llevábamos trescientasvueltas, cuando el sol se ponía pero el

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calor no bajaba, sino que aumentaba.—¿Los tienes? —me preguntó en

aquella época—. Tú fuiste el último enverla.

—¡¡¡No, claro que no!!! —dijeenfadado.

Entonces respondí feroz, mostrando laverdad, mi verdad… Y a aquellarespuesta le siguió un puñetazo cerca delpecho.

Era la primera vez que le pegaba.Empujones, insultos y desplantes, muchos,pero jamás violencia físicaintencionada… Pero aquella acusaciónera de las peores que me podía hacer…Los gemelos no intervinieron, nunca semetían en nuestros asuntos…

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A partir de ahí ambos intentamosregistrar al otro sin éxito… Mucho delodio tenía que ver con el cansancio físico,el calor insoportable y una sensaciónextraña de que aquello no acabaría bien…

Y es que las horas pasaban y ni rastrode padre, ni de comida ni bebida… Yademás deseábamos ver a madre, nuncahabíamos estado tanto tiempo separadosde ella…

Estuvimos así dos días… Cuarenta yocho largas y horripilantes horas dondelas acusaciones se multiplicaron y nuestrahambre y sed fueron extremas.

Padre nos visitó a la mañanasiguiente, a las diez en punto… Hizo lapregunta, esperó la respuesta y, al no ser

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satisfactoria, se marchó…Durante aquellas horas, las

discusiones, las peleas y los reprochesentre nosotros se repitieron cíclicamentehasta agotarnos… Pero nadie daba subrazo a torcer…

Hasta que el mayor de los gemelos, alfinal de aquel segundo día, tuvo claro quéhabía que hacer…

—Quizá nadie los tiene… Yo almenos no los tengo, mi hermano tampoco,y debo confiar en que vosotros tampoco…

El otro gemelo estaba tras él y loasentía todo con la cabeza. Daba lasensación de que aquella idea que iba aproponer era de ambos…

—Dime algo que no sepa —dijo el

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mayor…Siguió hablando el otro gemelo

después de que tuvieran un pequeñorifirrafe. El primero iba a continuar, peroel segundo lo interrumpió…

—Pues que alguien debe confesar —explicó el gemelo pequeño.

Se creó un silencio. Nos miramos.—Alguien debería mentir —añadió—.

No sé vosotros, pero yo tengo muchahambre y sed. Y supongo que los demástambién. Se nota, el sonido de vuestrosestómagos os delata…

»Que alguien confiese por el bien detodos. El castigo, sea el que sea, serácompartido por todos.

Nos volvimos a mirar… Parecía el

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inicio del fin…—¿Y los anillos? —pregunté.—¿Cómo? —dijeron los gemelos al

unísono.—El que confiese deberá entregar los

anillos o padre no cederá —añadí.—No lo sabemos —replicó el mayor

llevándome como siempre la contraria yqueriendo apropiarse de la idea de losgemelos—. Quizá si tiene un culpable…

—No cederá —dije seguro.Parecía que íbamos a volver a las

trifulcas de hacía dos días, pero el gemelomayor lo evitó.

—¡¡¡Dejadlo, por favor!!! Le diré quehe sido yo. Le confesaré que los tiré allago —dijo muy seguro—. Seguramente

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me hará buscarlos por el lago y lo haré.Pero esto debe acabar. Quiero volver conmadre. Madre ha sido siempre nuestroalimento. Las consecuencias o su reacciónya vendrán, ¿no? ¿Estamos de acuerdo?

Nos quedamos boquiabiertos, pero noporque su discurso fuera tan coherente,sino porque allí estaba el germen deladulto que sería… No me extraña quetiempo después se casara con aquellamujer tan inteligente, que ella loeligiera…

Pero nadie llegó a contestar porque,justo detrás de él, estaba madre… Fue unmomento tan alucinante… No habíapodido llegar en un instante mejor…

No quise imaginar cómo había llegado

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ahí. Ella miraba al gemelo mayor conadmiración y al resto con una sensaciónde felicidad completa.

—No hará falta… No hará falta mentirpara verme… —susurró.

El gemelo cambió de cara cuando laescuchó y fue a abrazarla… El otrogemelo se unió a aquel abrazoinmediatamente.

El mayor y yo mantuvimos ladistancia, no es que no tuviéramos ganasde abrazarla, sino porque la reacción delos gemelos había sido tan potente quetemíamos no estar a la altura de lospequeños.

Ella se acercó a nosotros. Sabía loque iba a hacer.

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Cerró los puños… Puso uno hacia mí,el otro enfocando al mayor…

—Tengo dos sonrisas escondidas enmis manos —dijo.

Los dos sonreímos a la vez.—No, no —matizó—. No son sonrisas

pequeñas, son de oreja a oreja. Cogedlas,ya no quedan muchas de éstas.

Abrió los puños y los dos sonreímoscomo idiotas. Madre nos abrazó, uno auno, tomándose su tiempo.

—Yo no tengo los anillos —dijo elmayor en su abrazo.

—Shhh… —replicó madre haciéndolecallar—. ¿Qué importan los anillos?

Se sentó en el suelo, estaba cansada.Nos sentamos alrededor de ella.

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—¿Estás bien, madre? —pregunté.Sabía que no lo estaba. En su estado,

haber recorrido la distancia entre casa yel lago era una auténtica locura.

Asintió suavemente con la cabeza.—Estoy feliz, necesitaba veros… No

importa nada más.Respiraba mal… Nos acercamos más

y formamos un círculo alrededor de ella.—Padre… Padre tiene miedo… No le

hagáis caso… Cuando la gente tienemiedo no actúa con normalidad… Tenéisque prometerme que nunca tendréis tantomiedo que os impida actuar connormalidad…

El gemelo pequeño la miró y supimosqué iba a decir.

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—Yo lo tengo ahora… —Su voz sonótan débil.

Madre se acercó más a nosotros…Nuestra decena de pies estaban muyjuntos… Sentíamos el calor de los otros.Sabía que era el instante de su discursofinal… Su otra herencia… Todos lonotábamos…

—¿Te estás muriendo? —dijo elmayor rompiendo el respeto que esemomento necesitaba.

Ella le miró… Tardó en responder.—Hay un poema que me encanta… —

respondió—. Habla sobre la separaciónde unos padres… Dice que son muchascosas a la vez… Para los niños, el primerfin del mundo… Para los muebles son

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golpes, cargas y descargas… Para lasparedes, cuadrados con forma de cuadrosinexistentes…

Madre nos miró… El gemelo mayorfue el primero en hablar…

—Tu muerte será dejar el fútbol. Yano habrá más balones ni gritos de gol…

El gemelo pequeño también se unió aaquello.

—Tu muerte será sentirme nuevamentediferente… Menos susurros en tu cama,menos secretos… Menos nuestromundo…

Miré al mayor, vi que no iba a jugar.Yo sí que participé.

—Tu muerte hará que ya no haya mássonrisas en puños… Y quizá encuentre

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más violencia en otros…El mayor explotó. Se veía venir.—¿No lo puedes hacer de una forma

normal? —dijo levantándose y rompiendoaquel círculo—. ¿No puedes hacerlocomo lo haría otra madre, sin hacernosreflexionar…?

»No lo quiero hacer, no quiero jugar aeste juego absurdo…

»No quiero pensar qué será de mivida sin ti… No eres un tema para unpoema…

»Eres mi madre…Dejó de hablar, pero enseguida volvió

a la carga…—¿Quieres saber realmente qué serás

si mueres? Pues palabras, sólo eso…

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»Escuchar muchos “lo siento” y “teacompaño en el sentimiento…” de genteque jamás te ha venido a ver…

»Y, en el futuro, escuchar muchas máspalabras el resto de mi vida… “¿Fuedifícil perder una madre tan joven?”“¿Cómo lo llevaste…?”

»Te convertirás en frases y palabrasque dirán unos desconocidos que nuncaformarán parte de mí… Un montón depalabras que jamás querría escuchar…Eso serás…

Madre lo cogió del brazo y lo hizovolver a sentarse, retornar al círculo…

Mi hermano mayor lloraba comonunca le había visto hacerlo… Temblabay gimoteaba sin abrir los ojos…

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Siempre he creído que una personaque no permite que vean sus ojos sientemucho placer o mucho dolor… Y es quecuando los cierras completamente sólopuede significar que estás en tu propiomundo… Y los mundos propios suelen sertan personales que necesitas que elexterior no te salpique…

Madre tardó en contestarle… Loacariciaba… Mi hermano mayor estabadestrozado… Los demás tambiénestábamos rotos por ese monólogo llenode dolor…

Quizá tenía razón y aquel fuera nuestrofuturo…

—Estarán las palabras de los otros…—dijo madre suavemente al oído de mi

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hermano mayor—. Pero también estaránlas mías…

»Llegar a este campo de fútbol haconsumido parte de mi últimocombustible… Lo noto…

»Pero qué son seis horas sola en lacama o veinte minutos acompañada de lostuyos… De tus hijos… La decisión hasido tan fácil…

»Además, siempre he sido más deexteriores que de interiores… Si podéis,jamás pongáis muchos interiores envuestra vida…

Me miró… Yo temblé… Sabía queiba a hablar de mí, darme esa herencia enforma de palabras…

—Nunca conseguiré que tu vacío se

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llene… —me dijo—. Nunca te consolaráninguna de mis palabras… Pero tu rabia tehará fuerte… Utiliza tu rabia a tu favor…

»Y cuida de tu padre, cuida de tupadre cuando sus fuerzas flaqueen, eres elúnico que…

Y en aquel instante la muerte lellegó… Cuando sus consejoscomenzaban… Se desvaneció… Yo noparaba de prometerle que lo haría…

«Cuidaré de él… Te lo prometo…Cuidaré de él…»

Yo no podía dejar de chillar, queríaque continuase, necesitábamos aquellasfrases, aquellos consejos para poderseguir viviendo en este mundo…

Todos esperábamos que pasaran

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aquellos noventa segundos de mareo y quevolviera… Pero no volvía… Gritábamos,chillábamos… Pasaron noventa más ynoventa más… No retornaba, pero allíestábamos, esperando un milagro…

Todos destrozados, todos muertos demiedo, todos huérfanos…

Y es que madre murió y sentimos quehabía sido una despedida tan abrupta…

Y allí quedó, en el centro del campode fútbol… Mis hermanos la cogieron enhombros y la llevaron a casa mientras yome lanzaba al lago. Quería llegar a casadel médico…

Fue un acto loco, estúpido. Me lancéal lago en busca de una solución cuandoya no existía ningún problema…

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Ellos, de alguna manera, lo habíanaceptado. Llevarla a hombros era unpequeño paso…

Pero reaccionáramos comoreaccionásemos, madre había muerto… Ypadre nos había impedido despedirnos…

Aunque no era el único culpable,quien robó los anillos también eraresponsable…

Durante años, el tema de los anillosapareció recurrentemente en nuestrasvidas… Saber quién se los llevó, quiénimpidió gozar más de madre con sumentira, fue un asunto familiar, mejordicho, un asunto de hermanos…

Padre jamás volvió a preguntar sobreaquello… En realidad, padre jamás

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volvió a ser él…Incineró a madre… Destrozó su cama,

creó aquella mierda de banco y ya nuncamás volvió a hablar de ella…

Tampoco volvió a dirigir una películani a tomar el mando de su familia…

Se podría decir que aquel díaperdimos a madre y padre nosabandonó…

Y no sólo a nosotros, sino, como os hecomentado, también al cine… Ni dirigió,ni escribió, ni miró más cine…

Aunque no os lo puedo asegurar deltodo porque los cuatro hermanos, encuanto tuvimos la oportunidad,abandonamos aquella casa.

A veces para aprovechar

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oportunidades únicas, en otras ocasionessimplemente porque nos ofrecíansimplemente una escapatoria…

Diría sin duda que hubo víctimascolaterales… Amores que no fueron tandeseados ni trabajos tan ansiados… Peromarcharse se convirtió en nuestropropósito vital…

Y es que todo en aquella casarezumaba a madre y se hacía duropermanecer allí… Además, el odio apadre, a su forma de castigarnos aqueldía, fue en aumento… E irónicamente, elúnico que recibió un legado de madre enforma de palabras, el que debía cumplir lapromesa de cuidar de él, fue el primero enmarcharse…

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Y con los años, ahora que miraba elrostro de mi hermano mayor, notaba cómoaquel odio prevalecía… El odio por labúsqueda del culpable…

—Los gemelos murieron confesandoque ellos no habían robado los anillos —dijo.

Volvía con el eterno tema.—¿Y?—Lo hubieran confesado… ¿Por qué

se lo llevarían a la tumba? ¿Fuiste tú?Supe qué quería decir… Tres caballos

que miraban desde otra valla cercana seacercaron a mí, parecían desear escucharmi confesión.

Padre estaba lejos, continuaba con suscroquis. Odiaba volverme a encontrar en

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esa situación…—Podrían haber mentido los gemelos,

¿no?—¿Por qué lo harían?—No lo sé… Madre dijo que

olvidáramos lo de los anillos… Quizáfuiste tú, ¿no?

Me cogió fuerte del cuello. Loscaballos se espantaron. Casi habíaolvidado que tu hermano mayor siempretiene y tendrá más fuerza que tú.

—Yo no los cogí… Así que yasabemos quién fue… —afirmó.

Me soltó y me aparté de él. Le tenía unpoco de miedo.

—No sé cómo convencerte —respondí.

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Las gemelas comenzaron a llorar. Casilas había olvidado.

—Ayúdale… —le dije—. Ayuda apadre, se lo prometimos a madre. Casi nole queda nada, está perdido, dile que ledejarás rodar aquí…

Me miró, pero no supe comprenderqué significaba esa mirada. Era muyacuosa y un punto turbia…

—Se lo prometiste tú… A ti es alúnico a quien llegó a decirle algo…

Llamó a padre mientras se dirigíahacia él.

—¡Oiga! —le gritó—. ¡Venga!Padre se giró y vino tranquilamente

hacia nosotros. Miraba a mi hermano,pero él no le devolvía la mirada. Me

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imaginaba lo que iba a hacer.Padre se acercaba ajeno a todo.—¿Os habéis puesto de acuerdo?

¿Podemos rodar? —preguntó.Seguidamente, padre señaló a un chico

pequeño que estaba cuidando un caballotras una verja… Era el hijo pequeño demi hermano… Tenía unos ocho años… Separecía tanto a él…

—¿Cree que el chico este que cepillaal caballo querrá actuar? Sería idealcomo protagonista…

Aquello fue la gota que colmó el vaso.Mi hermano bramó…

—Fuera de mi propiedad… Eres unhijo de puta y lo seguirás siendosiempre… Y además, aunque tú lo

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olvides, muchos lo recordaremos…Padre no reaccionaba. Diría que no

entendía nada…Y fue entonces cuando mi hermano

mayor le devolvió aquella bofetada quehabía recibido hace años…

Fue doloroso verle pegar a padre…Sentir tanto odio en otra persona hace quete cuestiones el tuyo propio…

Padre no hizo nada, no reaccionó, esofue lo peor…

Mi hermano ya no dijo nada más. Semarchó hecho una furia, llamó de un gritoa su hijo y ambos desaparecieron… Hastadiría que todos los caballos se apartaronun poco de nosotros…

Padre no dijo nada, yo tampoco… No

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sabía si había comprendido lo queacababa de pasar… Su falta de dolor, dereacción, comenzó a mover algo en mí…

Se subió al coche desilusionado y muytocado, como si le hubieran extirpadoalgo que le era necesario para vivir.

El mayor había aprovechado aquelinstante de debilidad de padre. Jamáshabía sido fácil hacerle daño porquenunca vimos nada que él amase tanto paraarrebatárselo.

Y es que desde que murió mi madre,nada parecía importarle… Pero aquel noera padre y por eso tenía ilusiones…

Montamos en el coche… No hablódurante el viaje de vuelta.

A la media hora, comenzó a temblar…

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Más que temblar era un chasqueo en sumano izquierda…

Y fue ése el instante en que vi su tic…Era doloroso observarlo. Como había

predicho Voy, se dislocaba y colocaba elíndice en numerosas ocasiones. Ese gestorepetitivo tantas veces escondido eraahora mostrado…

Quizá su mente no reaccionaba a loque mi hermano le había chillado, perodiría que su cuerpo sí lo hacía…

Y poco a poco aquel tic derivó entemblores y seguidamente en pequeñoschillidos de dolor…

Cuando llegamos a casa, ya tan sólogritaba… Las niñas se asustaron ylloraban junto a él.

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Lamentos de primera y tercera edad semezclaban. No sabía cómo consolar ni auno ni a otras…

Le acompañé hasta el porche. Aldolor y a los gritos se habían añadidounos espasmos y un sudor frío que lerecorría todo el cuerpo.

Suerte que allí estaba aquella mujerque lo cuidaba. Lo cogió y se lo llevóhacia la habitación…

—Ya le dije que las tardes sonmalas… Ya verá cuando lleguen lasnoches…

No quería quedarme… No lo deseabapor nada en el mundo, pero lo hice…Debía hacerlo… No lo había cuidado enaquella cuadra, no había estado junto a

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él… Madre no estaría orgullosa de mí…Puse a dormir a las gemelas en el

despacho de padre, que era la zona másalejada de su habitación. No deseaba quele oyeran sufrir…

Y seguidamente me dispuse a vercómo era ese inicio de tarde… El relojtan sólo marcaba las cinco… Aquellaenfermera estaba al tanto de todo y noparaba de cuidarlo. Lo que viví junto aella fue doloroso…

Doloroso para mi padre que lo estabaviviendo, para la enfermera que locuidaba y también para mí, que no hacíanada, tan sólo observar…

Prefiero no relatar todo aquel dolor,todos aquellos detalles que me superaron.

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Sólo deseaba que volviese el díasiguiente, la mañana… Que volviese elhombre que deseaba comenzar un rodajeen un par de días…

Cuando finalmente se durmió, me dicuenta de lo terribles que eran aquellastardes, todo lo que él debía de aguantar…No podía ni imaginar cómo serían lasnoches…

No sabía si fue una tarde normal o simi hermano le había incrementado eldolor con sus reproches y la bofetada…Lo que estaba claro es lo que debíahacer…

Aquella película era de las pocascosas que le conectaban con el no dolor…

La única medicina certera, y yo

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pensaba conseguirle un poco más…No sabía bien por qué lo hacía…

Quizá mi hermano tenía razón… Peroaquella segunda visita me habíatransformado…

Ver el odio de mi hermano habíasuavizado el mío…

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Volví al despacho. Aún no se habíahecho de noche… Los bebés dormían.Cogí la lista de Voy y llamé uno a uno alequipo de su primera película.

No fueron llamadas fáciles, quizádiría que fueron las más complicadas quehe hecho.

Revivir el estado de mi padre fueduro, pero no tanto por lo que les contabacomo por sus silencios, por cómo se lotomaban..

Les cité el lunes a primera hora en lacuadra de mi hermano… No sé por qué,no sé qué quería filmar allí, pero deseabadarle los medios para que lo pudierahacer si al final se le ocurría…

Quizá si estaba al lado de su equipo,

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de su gente, sabría expresarse…Todos dijeron que sí. Era increíble el

amor que profesaban por mi padre, por sudios… Era como si le debieran algo.

Los hijos le odiábamos; su familiacinematográfica lo daría todo por él.

Entre las treinta y seis personas quedijeron que sí estaban su fotógrafo de todala vida, eléctricos, decoradores,maquilladores, peluqueras, su actorfetiche… Todos estaban vivos, comoesperándole. Parecía increíble…

Muchos llevaban años sin hablar conpadre… No tenían su teléfono fijo… Ypadre nunca tuvo móvil, no creía enaquellos aparatos. Decía que si era tanfácil encontrarte, la gente no lo valoraba.

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Yo creo que era al revés… Le gustabael hecho de que fuera complicado dar conél… De pequeño, toda mi vida mepregunté en qué país andaría y qué estaríarodando.

Cuando acabé la última llamada salíde casa. Estaba aturdido, necesitabarespirar…

Fui andando hasta el centro de aquelcampo de fútbol, no había vuelto allídesde que todo pasó. Nunca más volvimosa jugar…

Y fui al centro del campo. Allíenterramos la pelota. Toqué aquella tierrasin atreverme a removerla. Sabía queestaba allí debajo.

Respiré fuerte, necesitaba oxigenarme.

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No sabía bien por qué estaba haciendotodo aquello.

Me senté en el centro del campo, miréel lago. Hacía tiempo que no sentía tanclaro cuál era mi destino.

Creo que la última vez fue cuandodesapareció la otra gemela. ¿Os habíacontado que no estaba en aquellaguardería de hospital? Sí, supongo que sí.

Aquel día casi me vuelvo loco. Nopodía velar a mi mujer ni dedicarme a laotra gemela. Me la llevé conmigo a todavelocidad rumbo al lugar del accidente…Si no estaba aquí, estaría allí… Estabaseguro…

Cuando me llevé del hospital a lagemela mayor emitió un pequeño «tun»

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que debía de significar: «¿qué está ahorahaciendo éste?»

Fui con la policía… Fue la última vezque pasé por aquella carretera…Recuerdo llegar y parar al lado de lacalzada donde horas antes se habíaestrellado mi mujer…

Quedaban trozos de faros por elsuelo… Y pensar que mientras todoaquello pasaba en aquella luminosacarretera, yo estaba en aquel cineoscuro…

Llevaba a la gemela en los brazos…No quería que tocase el suelo… Me sentéen un extremo de la calzada, justo en lazona donde habían encontrado el coche…Creo que esperaba una señal, quizá

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escuchar de lejos uno de los «tun» suavesde la otra gemela…

—Lo hemos mirado todo… Tresbrigadas… —dijo aquel policía.

No me interesaba nada de lo que medijera…

Antes de ir allí habíamos estado en eldepósito y observado el coche, que estabasiniestro total… Ni rastro de la presenciade la otra gemela.

Fui yo quien me empeñé en ir hasta ellugar de los hechos. Opinaban que notenía ningún sentido… Supongo que paraellos no lo tenía…

Yo sí que tenía la sensación de que lapequeña estaba por allí cerca… Y es quemi mujer, cuando lloraban mucho, a veces

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las separaba y colocaba a una en elasiento de delante.

El policía me miraba con cara de noentender qué hacíamos allí… Seguro quepensaba que era un padre que no aceptabala muerte de su hija o que creía tenergemelas…

—Hemos rastreado toda la zona, se lopuedo asegurar…

No lo escuchaba. Hay gente en estemundo especialista en destrozar tusesperanzas. Se dedican a ellosistemáticamente.

Comencé a andar por el lateral de lacarretera… Intentaba encontrar algo yalejarme de aquel hombre.

Fueron los minutos más terribles de

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mi vida. Con la gemela en mis brazos, trespolicías me seguían de lejos… La imagendebía de ser muy cómica vista desdefuera…

De repente me di la vuelta y me fui ensentido contrario. Pensé que quizá, poralguna razón, había salido despedidahacia atrás en lugar de hacia delante…

Creo que el policía que no paraba dehablar enseguida entendió lo que pensaba.Sacó unas fotos del portafolio que llevabay me las mostró…

—Las ventanillas del coche estánintactas… Tanto la delantera como latrasera… y todas las laterales.

Le hice callar. No quería presión. Tansólo cogí la foto y la observé.

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Ciertamente no había ningún cristalroto, tan sólo las de los faros, tal comohabía visto hacía poco en directo en aqueldepósito… Pero ya no lo recordaba… Meempeñaba en buscar otra salida…

De pronto vi que la ventanilla delcopiloto estaba bajada…

—¿Y si salió despedida por laventanilla lateral? —dije señalándola.

El policía parlanchín miró la foto,creo que no se había percatado deaquello. Llamó a un perito. Tuve lasensación de que aquel hombre que seacercaba sí que tenía todos los datos y elotro sólo lo repetía.

El segundo policía era más silencioso.Miró la foto.

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—La trayectoria del objeto… —Memiró y se dio cuenta del error—. Latrayectoria de un posible bebé situado enel asiento del copiloto jamás podría ser através de esa ventanilla… Hubiese sidohacia delante…

Fue seco, frío… Devolvió la foto y seretiró.

La volví a mirar. Supongo que teníarazón…

Me senté nuevamente en el suelo… Yde repente lo tuve claro… Quizá lagemela no estaba en aquel coche y mimujer se la había dejado a alguien…Quizá no se encontraba bien y la dejó encasa de una amiga y ésta me llamaríadentro de poco para que la fuera a

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recoger…Cogí mi móvil, marqué los tres

números que poseía de sus amigas másíntimas…

Cuando descolgó la primera, colgué…Recordé que tendría que explicarle todo yno podía…

Enseguida sonó el teléfono. Su amigame estaba devolviendo la llamada, perono lo cogí…

Pensé, respiré… Y al recordarlo,también respiré en aquel centro del campode fútbol.

Lloré sólo de recordar aquel instante,de las pocas veces en mi vida adulta queme había sentido indefenso.

Pero aquel día, en aquella carretera,

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sabía que debía hacer las llamadas y quenecesitaba mentir. Era lo coherente…Curiosamente, lo coherente era mentir…

Las llamé y les mentí mientras cientosde coches circulaban por aquellos cuatrocarriles y tres policías me mirabanalucinados mientras yo tenía unaconversación intrascendente.

Les hablaba de quedar pronto, de lapelícula que había visto… Seguramente laconversación que habría tenido si todoestuviera bien… Si todo hubiera ido bien.

Cada llamada duró quince minutos…Llamadas difíciles, complicadas, llenasde mentiras. Me sentía mal, pero en aquelinstante ni yo podía aceptar que mi mujerhabía muerto… Como para pedirle a otra

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persona que lo hiciera por mí.Al final de la conversación, como si

fuera lo menos importante, les preguntabapor mi mujer y mis hijas, si las habíanvisto, porque ella no me cogía el móvil…

En el instante que tardaban encontestar a esa pregunta inocente se meponían todos los pelos de punta. Era unaemoción total a la espera de un sí.

Tres llamadas a sus tres mejoresamigas, tres silencios y tres noes…

No la habían visto aquel día…Finalizar después aquellasconversaciones era fácil, rápido yaséptico… Una excusa y colgaba…

Días más tarde, cuando las vi en elcementerio, me miraban como intentando

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comprenderme, pero yo jamás meexpliqué.

A partir de allí llamé a otros amigosde intensidad baja… Difícil creer que ellalos dejara con ellos, pero lo debíaprobar…

Con cada llamada negativa me ibaquedando con menos posibilidades y meiba hundiendo. Emocional y físicamente…

Se hacía de noche. La policía estabafatigada, los coches ya no pasaban ni conintensidad. El tráfico había bajado almismo ritmo que mis esperanzas.

Nadie me decía nada, no se atrevían.Y yo seguía llamando… Aunque cada vezbajaba más el listón…

A algunas de aquellas personas con

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las que hablaba hacía años que no lashabía visto…

Hasta que, cuando ya anochecía, se meocurrió. Ella siempre me enviabamensajes gratuitos. Aún no habíacomprobado aquella mensajería. Supuseque allí explicaba dónde estaba la otragemela. Ella misma me daría la clave dela solución.

Abrí aquel programa de mensajería yallí estaba su nombre y un mensaje noleído.

Lo abrí lentamente, como quien esperael maná deseado.

Creo que los policías olfatearon algoal ver que mi posición corporal cambiabay se acercaron a mí…

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Aquella era la última esperanza… Elmensaje ponía:

Llegaré 15 minutos tarde, tequiero…

Sus últimas palabras, su epitafio…Me imaginé la escena en mi mente.

Ella apretando el acelerador, intentandorecuperar aquel tiempo perdido parallegar antes que yo a aquel restaurantecercano al cine…

No pude más que responderle, aunquesabía que jamás lo leería…

No importa, yo también tequiero

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Fue mi forma de despedirme de ella…Tardé en escribir cada letra… Laspulsaba lentamente y aquello formabaparte de la despedida.

Cuando acabé, me levanté, deserté yfinalmente envié el mensaje…

Y cuando ya me marchaba con lagemela totalmente dormida en mis brazos,sonó aquella corneta…

Aquella corneta odiosa que ellallevaba en su móvil para indicar que lehabía entrado un mensaje. A ella legustaba porque le parecía medieval,épico…

Todos los policías se miraron.Buscaron en sus bolsillos por si alguno

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llevaba aquel tono en su móvil.—¿Recuperaron su móvil? —

pregunté.Todos negaron con la cabeza. Copié

mi último mensaje y se lo volví aenviar…

No importa, yo también tequiero

La corneta sonó de nuevo. Lo volví amandar, siempre el mismo mensaje. Erami SOS personal hacia ella…

A cada corneta, situaba un poco másel móvil…

Sabía que lo que sonaba no era miotra gemela, pero tenía la sensación de

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que si ubicaba algo que había en el coche,sería más sencillo encontrarla…

Pero a partir del octavo o novenomensaje se hizo más complicado, cadasonido de corneta te confundía. Creías quedebías ir en una dirección, pero lasiguiente corneta te indicaba el sentidocontrario…

Los policías no intervenían, sabíanque aquello era algo que debía hacer yosolo… Lo agradecí…

Necesité veintitrés mensajes hasta quelo encontré. Estaba a casi cincuentametros de donde envié el primer mensaje.Fue una suerte que llevara aquellaestridente corneta y que el viento fuerafavorable…

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Y allí estaba, en medio de aquelbosquecillo que colindaba la carretera.Justo al lado de un pino cuyas ramas sebifurcaban como locas en todas lasdirecciones posibles…

En el suelo, malherido, estaba sumóvil. La carcasa estaba hecha añicos.

Envié un último mensaje:

No importa, yo también tequiero

La última corneta que sonó parecía talcual un grito de auxilio.

Lo recogí como aquel que haencontrado parte de uno y ése fue elinstante en que la gemela que llevaba en

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mis brazos se despertó y se puso a chillarsu «tun»… Un «tun» muy agudo mientrasno paraba de señalar el móvil…

No sabía si me quería hacer ver queaquello pertenecía a su madre o que no lotocara porque estaba hecho añicos.

Pero los «tun» no cesaban, cada vezeran más intensos. Su dedo no paraba deseñalar el móvil hasta que… Hasta que…Hasta que vi que no señalaba el móvil,porque al quitárselo de delante, sus «tun»continuaban indicando una dirección…No señalaba el móvil, sino justo lo quehabía detrás de él…

Seguí esa dirección que me marcaba ya pocos metros, en el suelo, encontré a laotra gemela… Estaba boca abajo y tapada

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con un montón de hojas que le hacían depequeña manta…

La giré. Respiraba con dificultad y ensu rostro tenía tres heridas, se habíacortado con algo. Le daba un toque deindia…

La abracé… Y a los pocos segundossus ojos y sus «tun» suaves acompañarona los de su hermana.

Volví a llorar en aquel campo defútbol como lo había hechodesconsoladamente en aquel bosque alrecuperar a mi hija…

Jamás me pregunté si mi esposallevaba a la gemela en la falda o cómoocurrió aquel accidente para que llegasehasta allí…

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Aquello fue un regalo, vida que teretornan. Fue eso, vida que te retornancuando ya pensabas que la habíasperdido…

Le hicieron muchas pruebas, pero lagemela no tenía ningún daño grave, tansólo esos tres arañazos en su rostro…Siempre serían parte de sus traumas de lainfancia…

Respiré, toqué el centro del campo, dealguna forma rocé la pelota y me dispusea conseguir que las cosas cambiasen. Lonecesitaba…

Aquella noche debía conseguir que lostraumas de mi infancia desapareciesen…Que las marcas internas que me rasgabanel esófago dejasen de doler…

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Conduje de nuevo a casa de la mujerde mi hermano… Ya se había hecho denoche, lo agradecí… Ella ya había vueltoa casa. Le dejé a las gemelas, pero no mepreguntó absolutamente nada… Tan sólolas acogió y me dejó marchar.

Bajé al sótano a rebuscar entre lascosas del otro de los hermanos gemelos.El pequeño murió pocos meses despuésque el mayor… Ella los cuidó a los dos.La herencia de mi madre nos llegaba atodos…

Yo nunca tuve mucha relación con mishermanos gemelos, como os conté.Además, creo que no os había explicadoque aquel gemelo no era exactamente elhermano gemelo de mi hermano. El

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hermano gemelo de sangre… Madre loadoptó.

Adoptar era muy de madre…Y es que madre dio a luz al último de

sus hijos el mismo día que una mujer quepasaba por el pueblo. Una forastera a laque jamás habíamos visto y a la quedespués de dar a luz nadie más volvió aver.

Su niño había nacido con un problemamental, según dijeron los médicos enaquel tiempo.

Madre siempre nos dijo que aquelchaval no tenía nada, absolutamente nada.Así que jamás pregunté mucho más.

Ahora, de mayor, os podría dar miletiquetas de lo que tenía, pero sería una

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falta de respeto a madre.Madre y aquella mujer desconocida

dieron a luz a la misma hora y el mismominuto.

Cuando aquella mujer desapareció,supongo que fruto de la noticiaimpactante, madre lo tuvo claro… Dijoque aquel chico era gemelo de su hijo.Mismo instante, dos cuerpos naciendo,dos mujeres pariendo… Y lo quisoadoptar.

Padre no estaba aquel día, rodabaalgo, no me preguntéis qué… Así quemadre decidió unilateralmente que habíatenido gemelos y así nos los presentó.

De pequeño, jamás supe aquellahistoria. Es cierto que no se parecían

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mucho, pero bueno, como todos los bebés.Madre los cuidaba de la misma

manera a los dos, no hizo jamásdistinciones y les hizo sentirse gemelos…Les dio ese sentimiento de seres unidosante todo…

Jamás vi al gemelo de sangredespreciar al otro. Se consideraban partede un mismo instante… Eso era loimportante.

Si alguien les preguntaba a ellos porqué no se parecían, se miraban y se veíaniguales. Lo que hace la fuerza de laconvicción…

Cuando los gemelos cumplieron ochoaños, madre nos reunió a todos. Tras undesmayo de noventa segundos, nos lo

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explicó todo.Nadie dijo nada, algunos ya lo

suponíamos y a otros no nos importaba.Cuando murió el gemelo mayor, el

pequeño contrajo la misma enfermedadque madre. Pareció increíble, daba lasensación de que era algo psicológico,pues no era su hijo biológico yteóricamente la herencia genética no lahabía recibido…

No caímos en la leche materna. Laleche materna sí que la había tomado y através de allí, al ser su madre y ejercer deello, recibió su herencia mortal.

Cuando lo visité me dijo que no teníamiedo a morir. Creo que se sentíaorgulloso de ser quien era. Y enfermar le

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hacía sentirse uno más.Sé que era imposible que él hubiera

robado los anillos pero debía rebuscarentre sus cosas, necesitaba su ayuda… Suayuda en forma de dibujos…

Y es que el gemelo no gemelodibujaba muy bien… Hacía unaspreciosas acuarelas. No sé cómo loconseguía, pero veía una persona unaúnica vez y recordaba todos susdetalles…

Madre decía que tenía un don. Susacuarelas eran brutales.

Jamás me ha gustado registrar objetosde otras personas que se marcharon, peroesta vez era necesario. Creedme…

Encendí la luz del sótano. Ella había

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guardado allí todos los objetos de sumarido y de su hermano gemelo…

Cuidó a su marido hasta que murió yluego se hizo cargo del otro. Jamás laescuché quejarse.

Yo les fui a ver a menudo. Perder atus hermanos es casi como perder parte deuno. Como si se te marchase una arista.

Y allí estaba, viendo los restosterrenales de dos personas importantes demi vida que habían desaparecido…

Objetos, deseos y anhelos en forma deobjetos… Lo que no nos llevamos. Mesentía como un mirón… Y es que ya noexistía nadie que protegiese sus secretos,estaban a mi alcance.

Me centré en las acuarelas. Pero

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aquello no era menor, diría que eran losobjetos que más hablaban de él.

Y eso que en vida jamás miré muchosus pinturas. Sabía que había demasiadaparte de su vida…

Viendo aquellas enormes cajas deobjetos, pensé lo absurdo que esalmacenar cosas en vida. Ahí estaba todoaquello cogiendo polvo, sin dueño, tanhuérfano y sin conseguir que ningún otroser humano se interesase por ello de lamisma forma que fue creado…

«Todo tiene menos valor una vez loadquieres», me decía siempre mi mujer…Era una de sus máximas.

Cuando adquirí el coche supe quésignificaba aquello en su plenitud. Lo

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intentamos vender a los pocos meses alenterarnos de la llegada de las gemelas ynos ofrecieron la mitad de su valor. Y esoque el coche no tenía ningún arañazo nigolpe…

Nos decían que el uso habíadevaluado su precio. Me indigné… ¿Quédebemos valer entonces los sereshumanos según pasan los años…?

El uso… Creo que cuando notas que tetoman el pelo de esa manera deberíaspoder clamarlo a los cuatro vientos.

Quizá por ello con mi mujer hicimosun pacto… Realizamos bastantes, peroaquel fue el gran pacto… Bueno, ya os locontaré…

Comencé a mirar los cuadros de mi

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hermano. Sabía lo que buscaba, pero hastaque lo encontrara pasaría por muchasotras imágenes que creó y que no deberíanser vistas.

Notaba que cada rostro que pintaba,cada paisaje, cada color, cada tonalidadhablaban de él, de su incomprensión delmundo, de sus secretos, de sus amores nocorrespondidos.

Sigo pensando que los amores nocorrespondidos son la droga natural máspotente de este mundo. Tanto de los quelos sienten como de los que no loscorresponden… Todos siempre acabansufriendo, pero vuelven a caer en susredes…

Hay una épica difícil de explicar: se

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sufre, se intenta, se sufre, se prueba…¿Qué te lleva a desear a alguien con tantoahínco cuando sabes que no te quiere? Ysi lo has sentido, si te has sentido deseadoy has rechazado a la otra persona, ¿porqué entonces deseas a alguien que sabesque no te corresponderá?

No lo sé… Pero sigo pensando que elpacto con mi mujer a mí me salvó dedesengaños y frustraciones… Y el pactoduró hasta que ella se marchó, porque mesentí traicionado… No estaba implícitomarchar antes que el otro…

Las mujeres de mi vida meabandonaban…

Miré al techo, sabía que justo arribaestaba la habitación de la mujer de mi

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hermano.Un tabique separaba su sueño de mis

pensamientos. Me la imaginé flanqueadade mis «tun».

Ella las colocaba una a cada lado yles daba la mano fuerte.

—¿No se te caerán? —le pregunté undía.

—Jamás. Aprieto mis puños confuerza… —me respondió—. Meconcentro, ellas se sienten seguras, notanmi fuerza…

—¿Y si te duermes?—No me duermo —replicó—. Ellas

duermen por mí.Puños, niños… Creo que aquel día fue

lo más cerca que estuvimos de que algo

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pasara entre nosotros. La conversaciónfue intensa entre líneas, se respirabamucho amor.

Pero no era el instante ni elmomento… Dejé de mirar el techo.

Volví a observar cuadros… Cadadetalle de los rostros que mi hermanodibujaba destilaba pasión.

Era como un viaje al pasado.Comenzó a pintar con nueve años, justodespués de conocer su pasado, así que enaquellas pinturas veía tenderos,profesores, compañeros de clase… Todosaquellos secundarios de nuestras vidasestaban allí…

Primero dibujaba con trazos de niño,pero, poco a poco, su maestría fue en

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aumento y aquellos dibujos puerilesfueron cogiendo claridad y peso.

Cada cuadro lo observaba lentamente,lo saboreaba… Me deleitaba con cadapintura, con las que jamás tuve tiempo degozar…

Yo era su hermano mayor, nunca fui suamigo… Fui amigo de hermanos de otros.

Volví a pensar en el pacto con mimujer. Aquel instante recordando a mihermano me llevó…

El pacto lo hicimos una madrugadatras horas de discusión… El primer añode convivencia estuvo trufado dediscusiones… Yo era inseguro, no sabíaqué buscaba con aquello, sentía que quizáme había equivocado, que había

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hipotecado mi tiempo y mi amor con lapersona incorrecta.

Aquella noche discutimos en el salónhasta que amaneció. Yo tenía frío mientrasella hablaba. El sol comenzó a salir justocuando el silencio se apoderó denosotros.

—Hagamos un pacto —dijo.Ella siempre tenía ideas buenas, la

escuché deseoso de encontrar un final. Loque no sabía es cómo aquello que iba aproponer me inspiraría.

—Lo más complicado en este mundoes no reaccionar de la misma manera aestímulos parecidos. Te hieres y teentristeces… Deseas algo y lo observas…Y a veces no sabes si hacer algo,

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paralizarte o justo lo contrario… Cadapersona tiene reacciones, resortes queprovienen de su infancia…

Hizo una pausa… Yo estabaensimismado, jamás me había atrapadotanto aunque su discurso fuera inconexo…Pero es que aquel speech no me sonaba anada conocido… Ella hablaba sin rencor,sin querer aleccionarme por mi enésimoerror.

Recuerdo que tardó en continuar…Tanto que pensé que perdería aquelsendero certero… Pero ahí estaba, lotenía…

—Los resortes nos causan infelicidadporque nos llevan a los mismos lugares, yen esos lugares ya hemos estado y vuelve

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a haber ahí decisiones y nuevos resortesque nos llevan a otros sitios semejantes alprimero donde estuvimos… Y cambiarlos resortes o las costumbres es casiimposible porque desactivas uno yaparecen diez…

Hizo una nueva pausa… No nosmiramos… El pacto estaba a punto deaparecer.

—Yo te propongo que me permitascambiar mis resortes a tu lado. No losjuzgues y no los pongas en cuestión. Y yoharé lo mismo por ti… Te permitirécambiar, que hurgues en tu interior, queme ofrezcas otra versión de ti mismo y nola juzgaré…

»Quiero que llegues a ser tú mismo

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conmigo… Que tu resonancia interna, esoque te hace vibrar, suene igual que turesonancia exterior… Que te sientas unosólo… Que no necesites buscar larespuesta porque ya la tienes dentro deti…

Me miró. En todo aquel parlamentoinicial no lo había hecho. Sentí la verdadde sus palabras. Me ofreció el fin a midolor.

Iba a decirle que yo le ofrecíaexactamente lo mismo, pero hubiera sidobanalizar su discurso y el esfuerzo conque lo construía…

La vida en pareja a veces te lleva a lacompetencia «y tú… y yo… y tú… yyo…».

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Pero en sus palabras había verdad. Esbrutal porque la sinceridad siempre me haatrapado.

Dejó de mirarme, creo que lonecesitaba para continuar.

—Pero todo esto sólo funcionará sihacemos un pacto…

»Si hacemos equipo, si confiamos enel otro, si el respeto para dejarlemodificar sus resortes existe.

»La esfera que nos rodea ya no nosdeja movernos. Esa esfera está construidacon nuestros resortes más inamovibles.

»Crear una esfera nueva que noscobije es lo más complicado pero es laúnica forma de continuar.

»Te ofrezco crear esa nueva esfera

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que nos permita ser tu nuevo tú y mi nuevoyo…

El sol salió. Recordé aquella canciónque me fascinaba: «No hay prisa cuandosale el sol en la mañana de una nochelarga…».

No nos dimos un «sí» a aquel pactoporque aquello hubiera sido activar unresorte que ambos habíamos utilizado ennumerosas ocasiones.

No nos dimos un beso, no nosabrazamos. Tan sólo nos quedamos ensilencio y aquel mismo día empezó elpacto… Todo lo que ella pronosticó, pasóy nos permitimos cambiar. Fue épico…

…Hasta que me abandonó en aquelaccidente… Perderla no estaba en mis

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planes, no sabía qué resorte activar…Aún os diría más, perderla hizo que todosmis resortes se fueran a la mierda.

El pacto necesitaba de la otra parte.Pero os puedo jurar que los años que lopusimos en práctica conseguimos quenuestra esfera fuera gigantesca y llena denuevas sensaciones y resortes…

Volví a aquel sótano… La tristeza queacompañó mi vuelta fue enorme… Lasniñas lloraban en el piso de arriba comosi supieran lo que estaba pensando…

Me di cuenta en ese instante de cuántolas había abandonado. Quizá no mediferenciaba tanto de mi padre. Realmentecambiamos poco de una a otra generación.

No podía negarlo, las había

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abandonado de la misma forma que padrehabía hecho con nosotros. No era mejorque él, aunque lo creyese.

Qué fácil es juzgar al otro. Respiréfuerte, necesitaba que el aire oxigenaseaquellos pensamientos. Enfrentarte a tuverdad te consume.

Seguí mirando aquellos cuadros… Yfinalmente apareció…

Allí estaba madre. Guapa, hermosa,increíble… Recordaba aquel cuadro, fuejusto antes de que empezara su fin…

Un cuadro lleno de detalles. Bello porquien contenía. Mi hermano amaba amadre y en aquella pintura se reflejabatodo su cariño. Me entusiasmaba aquelretrato.

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Me centré en madre, en su rostro,durante un buen rato. Y finalmente fui alos anillos. En su mano se divisabanclaramente. Hacía años que no los veía.Me emocioné con tan sólo mirarlos.

Aquellos dos objetos dorados noshabían separado durante años. Estaban tanbien reproducidos mediante aquellapintura… Su mano, sus dedos y lasinscripciones de aquellos dos anillos…

Separé ese lienzo del resto. Me sentímal, os lo puedo prometer. Mi hermanojamás vendió un solo cuadro. En aquelsótano estaba toda su obra, a excepcióndel que presidía el despacho de padre.Separar otro era casi como un sacrilegio.

Me prometí a mí mismo que lo

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cuidaría y lo devolvería intacto.Volví a subir a la planta de arriba.

Ella dormía, las gemelas la cogían de lasmanos.

Me acerqué a ellas y les di un besopequeño en cada mejilla que fue recibidocon sendos «tun» casi murmurados… Lamiré a ella. Dormía sosteniendo a miscachorros…

Estaba bella. Siempre he pensado quelas personas que realizan actos altruistasrespiran de otra manera y generan a sualrededor una energía tremenda.

Ella la poseía, y no porque cuidaba delos míos, sino porque vivía para lo queella deseaba.

Me hubiera encantado ser así, pero en

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mi tribu… Y tu tribu no deja de ser tufamilia, tus amigos de colegio, tusconocidos de la universidad y finalmentetu pareja… Ellos me habían llevado averlo todo de esa forma…

Veía a cada uno de mis hermanos enlas personas que he conocido después eneste mundo… Todos ellos eran reducidosa mi tribu…

He conocido muchas personasidénticas a mi hermano mayor… Otroseran como el gemelo, otros, como eladoptado, y aquello marcaba misreacciones y mi forma de tratarlos.

¿Y yo? Yo no me veía reflejado, quizáése era el problema y ella, la mujer de mihermano, tenía algo de las mujeres de mi

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vida… Tan sólo algo, quizá por ello elgemelo la eligió.

Sentía que deseaba tocarle el rostro.Pero nuevamente no era el momento ni ellugar de hacerlo.

Me quedé allí, sosteniendo en mimano el rostro de mi madre y observandoel de ella…

Al final no pude más y rocésuavemente su cara con mis dedos… Ellaemitió un sonido parecido a un «tun»…Aunque quizá no lo fuera… Pero yo creíoírlo…

Me marché, dejando a esos tres seresincreíbles respirando aquel mismo aire.

El final estaba cerca…

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Cogí el coche y conduje lentamente…Más noche, el día aún dormía. Iba lento,al compás de mis biorritmos vitales.

Estaba acompasado. Sentía que lo queiba a hacer, la culpa que iba a asumir, noera del todo un acto altruista. Tan sólo lohacía para cerrar una herida y uncírculo…

Levantar esa campana de cristal queme separaba de mis hermanos, el quequedaba en este mundo y los que yahabían marchado.

Y es que odiar tiene tan pocosentido…

En realidad, todas las fases por lasque pasas cuando hay un desacuerdo totalcarecen de sentido. Siempre he creído que

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esos indicios de desentendimientoempiezan con algo inesperado, unaemoción que no sabes ubicar…

Seguramente tiene que ver con perdera alguien de tu vida sin un motivo, de lanoche a la mañana, sin posibilidad deluchar… Es terrible… Eso lo iniciatodo…

Yo diría que el ser humano no estájamás preparado para ese tipo depérdidas y por eso lucha contra ello y aveces pierde su ánimo en el camino…

Mi mujer sabía de eso. Me lo enseñó.Siempre fue mucho más evolucionada queyo en todo lo que se refería al ser humano.

Ella me decía que jamás en la vida tetienes que preguntar el porqué de las

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cosas, pues no existe… Creía que losporqués sólo conducen a la tristeza, a ladepresión y te hacen caer en el pozo.

—La gente no actúa de forma normal.Sus resortes muchas veces no tienensentido y son incomprensibles… Y esque, si uno no se comprende a sí mismo,¿cómo va a comprender a los demás? —me decía.

Ella jamás se metía con nadie, nointentaba comprenderlo todo. Nunca leescuché un reproche contra nadie.

Ella siempre se llevaba de viaje unaversión antigua que tenía de De profundis,el libro de Oscar Wilde.

Nunca me contó qué sucedió, pero séque a los catorce años algo le pasó, se

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preguntó el porqué y cayó en el pozo.Un pozo terrible de tres años duros,

de noches sin dormir, de sentir que elUniverso te ha dado una pregunta que nosabes responder.

Jamás me quiso hablar de ello,aquello pertenecía a otro tiempo… Perosí que me contó que aquel libro la salvó.

Se lo regaló un hombre siciliano queconoció en Buenos Aires. Ella vivía enArgentina desde pequeña, en aquel paíspasó lo que la trastornó y allí también sesolucionó.

Ella iba a menudo a una librería, elAteneo… Un bello teatro que setransformó en una hermosa librería…

Me contaba que cada tarde se

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acercaba allí y tomaba un café en elescenario reconvertido en bar.

Y allí disfrutaba de un café pausadomientras veía transcurrir su lenta tristeza.

Aquel era el único sitio donde sesentía bien y al único al que se permitíair… En aquel escenario habían actuadocientos o miles de actores creandopersonajes memorables y, de algunamanera, sus espíritus se unían a ella y lareconfortaban…

Era el café corto más largo… Sorbo asorbo, observaba a la gente remirar librosen las casi tres plantas en forma de plateay anfiteatros.

Le aliviaba mirar a aquella genterebuscar entre libros, era lo único que la

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sacaba de casa.El día que me contó aquello sentí que

me hubiera gustado tanto ayudarla, estarallí, tener una solución para ella… Peroera más un sueño que una realidad… Eldaño que le hizo aquella persona no seríasolucionado por otra… Era mucho máscomplicado…

La solución estaba a ciento quinceaños de ella…

Me contó que el camarero sicilianoque le traía el café siempre se lo llevaba auna temperatura extrema porque sabía queella tardaría en bebérselo.

Era un hombre mayor, canoso y conacento marcadamente italiano…

Ella siempre esperaba que él quedara

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libre para pedirle el café… Él tambiéntrataba de buscarla…

Jamás hablaban más que aquellaspocas palabras relacionadas con laconsumición.

Hasta que un día, nueve meses mástarde, me relató que una noche que casi nohabía nadie en la librería, porque el fútboly la lluvia que arreciaba se juntaron y loimpidieron…

Y fue aquel día cuando él se sentójunto a ella.

Cuando años más tarde me lo relatóhizo una gran pausa en aquel instante. Fuecomo si volviera a aquella edad, a esemomento…

Tenía De profundis en los brazos y lo

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sostuvo con fuerza.Ese libro había estado tantos años en

sus manos y todavía me emocionaba cómolo cuidaba. No recuerdo ningún momentode su vida en que no lo tuviera a menos deun metro de ella, siempre muy cerca,como si ese libro la protegiese.

Nunca la vi leyéndolo, pero allíestaba siempre… Creo que era un seguropor si aquello, aquel dolor tremendo,algún día retornaba…

Cuando ella murió encontraron ellibro en la guantera del coche medioquemado… Ahora era yo quien lo llevabacerca. No lo leí jamás, pero saber que aella le había ayudado era suficiente paramí para tenerle un respeto eterno.

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Y fue en aquella noche lluviosa,donde sólo estaban ella, aquel siciliano yun par de vendedores de aquella inmensalibrería, cuando se produjo el milagro.

Él puso en el hilo musical de lalibrería la música de la Cavalleriarusticana… La primera vez que laescuchó no la conocía, pero se convirtiópara siempre en la banda sonora con laque se atrevió a acercarse a ella.

—¿Me permite?Y se sentó. Traía otro café. Ella me

explicó con todo detalle cómo ocurrió,como si explicara un salvamento épico.

—No quiero meterme en su vida —ledijo—. Yo soy afortunado de contar consu presencia cada tarde, pero el lujo ha de

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ser del mundo, sería egoísta por nocompartirlo.

»Sea quien sea, haya pasado lo quehaya pasado, sólo hay una solución, y aveces lo más increíble es que en el dolorde otro ser humano, en su sufrimiento,puede estar la cura del nuestro.

Y fue cuando le tendió el libro Deprofundis de Oscar Wilde. Ella no dijonada… Él se levantó y se alejó…

Seguía sonando la Cavalleriarusticana, el acompañamiento perfectopara aquel instante.

Ella abrió la primera página… Habíauna dedicatoria…

«Leerlo a sorbos cortos…»Ella sonrió, me contó que hacía años

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que no lo hacía, desde que aquel otrochaval le quitó toda ilusión…

Y no fue por amor todo aquello por loque sufría… Los temas importantes, losque de verdad valen la pena, no mezclansólo el amor, sino también la amistad, lossentimientos encontrados y los deseosescondidos.

Pero volver a sonreír al leer aquelladedicatoria fue importante. Sé que quizáno os lo estoy trasladando bien porqueson sus palabras, sus sentimientos y supérdida.

Yo lo único que hago es intentarreproducíroslo tal como ella me loexplicó. Pero introducirse en el dolorajeno es complicadísimo en esta vida.

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Tampoco nadie podría relatar aquel díacon mis hermanos en el campo de fútbol.

Aquello ya está en mi ADN y nadie lopodrá extraer de allí si no lo ha vivido.Ha pasado a mi carácter, a mis acciones ya mis resortes…

Ella también llevaba el suyo marcado,pero aquel día lluvioso en Buenos Aires,aquel siciliano lo cambió todo.

Y ésa es la grandeza de estar en elpozo, que si lo deseas y la ayuda essencilla, una simple indicación, leve peroacertada, te puede llegar a sacar de allí…

Y De profundis la sacó a ella…Aquel libro contenía claves escritas en1897 pero vigentes en la actualidad…

Pasó la primera página y allí había

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una segunda indicación del siciliano.«El primer sorbo está en el punto

rojo…»Y ella buscó el punto rojo en aquel

libro… Sin prisa, pero llegó hasta aquellapágina donde había un enorme punto rojoseñalando un párrafo…

Y decía algo como… Me lo contó tanbien que me sabe mal reproducirlo…Pero hablaba de…

«Que si el cuerpo come cosas que noson sanas y las convierte en velocidad yen energía… El alma puede llegar a hacerlo mismo con las malas experiencias delcorazón… Que de todo eso se puedeaprender…»

Espero habéroslo contado bien… Y

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aquello sólo fue el inicio… Cada tarde unsorbo con el café corto. La indicaciónpara encontrarla estaba escrita en elazucarillo… Un pequeño punto decolor…

Ella lo buscaba y lo bebía a sorboscortos…

Los siguientes dos cafés hablabande…

«Que uno ha de perdonar pero noolvidar…

»Lo malo que te ha pasado tambiénforma parte de tu vida…

»No has de empezar una nueva vida,sino entender que la que viene es unacontinuación por desarrollo y evoluciónde aquella vida anterior…

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»Que el dolor es una emociónsuprema… Que con el dolor se construyenmundos…

»Que negar las experiencias es poneruna mentira en los labios de la propiavida…»

O algo así… Ella lo contaba tanapasionadamente que siempre me quedabaabsorto escuchándola… Esas enseñanzasla habían curado…

Y es que a cada sorbo literario, ellase fue recuperando y convirtiéndose en lapersona que yo conocí… Fruto de lasuperación de un maestro irlandés ytambién del altruismo de aquel geniosiciliano…

El día que se notó fuerte pidió café sin

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azucarillo.Fue increíble porque nunca llegaron a

hablar de nada de aquello.Ella se marchó de Buenos Aires… Se

recuperó y decidió abandonar aquellaciudad.

En el taxi que la llevó al aeropuertosonaba el maestro Cacho Castaña y suSeptiembre del 88.

Las primera frase de esa canción diceasí:

«Si vieras qué triste está laArgentina…».

Pero ése sólo es el inicio, la canciónestá en dos partes: la primera habla dealguien que escribe una carta a un amigosuyo emigrante para contarle que todo está

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mal en su país y le recomienda que novuelva…

Pero a la mitad es como si le cayera elmate en la carta y la vuelve a escribir,cambia de opinión y esta vez la misiva espositiva… Hay felicidad dentro de ladesgracia…

Y esa segunda parte empieza con:«Si vieras qué linda está la

Argentina…».Y cuando me hablaba de esa canción,

ella sonreía y la cantaba a todo pulmón…A ella no se le había derramado un

mate sino un café… Se había reconstruidoa través de la experiencia de OscarWilde…

Todo lo que él pasó, lo que él relató

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desde la cárcel, el largo viaje que hizohasta escribir esa carta a la persona que leinfligió su dolor se había convertido en unatajo para el suyo…

Ya no necesitaba pasar por años yaños… Porque el maestro le habíaenseñado hacia dónde no dirigirse, dóndeno perder el tiempo… Su dolor seconvirtió en el propio; sus palabras, enuna salida de emergencia…

Y fue en ese tiempo cuando creo queella decidió que nunca más visitaríapozos.

Cuando la conocí estaba tanconstruida, tan hecha… Y a mí todavía seme había de derribar…

No sé qué vio en mí, pudiendo estar

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con gente que hubiera estado en pozos yhubiera salido. En cambio, yo aún seguíaencerrado en el mío y ni tan siquiera losabía…

Ella sólo me pidió una cosa el día quenos conocimos…

Aquel primer encuentro se produjo enBoston, en el mismo parque donderodaron la película El indomable WillHunting… Yo estaba sentado en aquelbanco, ella llegó y se sentó a mi lado.

No sé quién empezó a hablar, pero osdiré que aquel día comimos, cenamos ydesayunamos juntos… Hablamos, nosconfesamos secretos y hasta tuvimossexo…

Si diez minutos antes que ella se

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hubiera sentado en ese banco alguien queme hubiera contado todo lo que pasaría…Si me hubiera dicho que encontraría a miamor… Yo no me lo hubiese creído…

Pero pasó… No recuerdo qué nosunió exactamente… Pero notamos queestábamos hechos el uno para el otro…

Os he de decir que nos hicimos unapromesa al final de aquel día… Fue ideasuya… Como siempre…

Pero no era una promesa creada paramí, era la promesa que hacía con la genteimportante que formaba parte de su vida oque se daba cuenta de que la formaría enun futuro próximo…

—Jamás nos mentiremos… —me dijomientras yo estaba a punto de abandonar

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este mundo en forma de sueño—.Escúchame bien, eso implica algo másque ser sincero… En este mundo muchagente es falsa… Las mentiras te rodean,saber que existe un archipiélago depersonas que siempre te dirán la verdadvale mucho… Quiero que formes parte demi archipiélago de sinceridad…

Así lo llamaba… Su archipiélago desinceridad… No conocí a más de aquellaspequeñas islas con forma de personas quesiempre le decían la verdad, pero no tuveduda, quise formar parte de ello.

Aunque jamás pensé que ella tendríafecha de caducidad… Su marcha hizo queme sintiera abandonado…

Una isla sincera a la deriva… Eso era

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yo…Cumplí siempre la promesa con ella…

Siempre le fui sincero en todo… Y eso,tenía razón, era más que decir la verdad…Era hacer equipo, saber que siempreestarás allí, significa ser tierra firme parael otro… Piedras a las que podrás saltarde un brinco sin miedo a caer en elagua…

Y ella también lo fue conmigo. Osjuro que saber que puedes confiar en laotra persona, que nunca te mentirá, quesiempre te dirá la verdad cuando se lopidas, no tiene precio… Te hace sentirfuerte, muy poderoso…

Y es que la verdad mueve mundos…La verdad te hace sentir feliz… La verdad

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creo que es lo único que importa…Ella era una energía positiva, quizá

por ello su archipiélago también rezumabaparte de esa fuerza…

Yo no creé mi archipiélago, tal vezporque jamás encontré gente de la que mefiara y eso era esencial para poderproponerles aquella promesa…

Sólo la encontré a ella…La echo de menos… Te echo tanto de

menos…Seguí conduciendo hacia mi destino…

Todavía más lento que antes… No teníaprisa, deseaba echarla de menos un pocomás…

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Y por fin llegué a mi destino…Llevaba el retrato de mi madre en la manoy los pensamientos de mi mujer en mimente…

Había llegado a casa del hermano demi madre… Nunca quiso que lellamáramos tío, era tan sólo el hermano demi madre…

Jamás me pregunté si era para sentirsesiempre más joven o simplemente para noaceptar responsabilidades…

No se casó… Madre me dijo quehablaba con los metales… Pero no eraexactamente un joyero, porque no sededicaba a vender aquellos objetos…

Vivía con poco dinero, siempre lo vicon ropa muy parecida… Venía a comer

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cada domingo a casa hasta que madremurió…

Nos gustaba, olía a bebé.Madre le había regalado un enorme

bote de colonia de niño después de que yano lo necesitaran los gemelos… Él seponía unas gotitas cada día…

También se quedó los chupetes. Aveces, cuando trabajaba, se ponía uno enla boca y lo mordía un rato.

«Jamás deberíamos abandonar loschupetes», me dijo un día… Puede quetuviera razón, pero cuando era pequeñopensaba que estaba un poco chalado.

Aparqué el coche cerca de la casa quetenía en la costa… Bueno, su casa era unapequeña cabaña, pero daba al mar, así

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que él siempre comentaba que tenía eljardín más inmenso del mundo en la partede atrás…

Llamé a su puerta. No eran ni lascinco de la mañana… No importaba,aquel hombre jamás dormía…

Al abrir, me miró y me abrazó confuerza…

—Ekaitz…Era una de las pocas personas que

disfrutaba llamándome por mi nombre. Lopronunciaba con pasión. Al fin y al cabolo compartíamos…

Me abrazó… Entré en su cabaña… Elcuadro colgaba de mi mano… Me llevó ala parte de atrás… Estaba creando una desus joyas con metales en medio de la

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arena, en una pequeña mesa que estabaseguro de que él había construido…

Me ofreció un líquido de colorparduzco y yo acepté… Detecté algo deframbuesa… Le encantaba crear batidosextraños…

Alguna vez que los hermanos nosquedamos a dormir tras la muerte demadre, nos hizo ir a buscar alimentos decolores por los alrededores y luego losmezcló en la batidora.

Yo recuerdo que cogí muchas uvas…Uno de los gemelos, piñones, el otro, unaespecie de remolacha, y el mayor,zanahorias… Aquel batido sabía a rayos,aunque no sé si era porque lo habíamoscreado entre todos, pero tenía algo de

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poderoso.Con los años nos hicimos adultos y él

nos pareció cada vez más un niño. Loabandonamos…

Él no enfermó nunca. Madre decía quela enfermedad lo había visto tan raro queno había querido perder el tiempo conél… Yo creo que los batidos le habíanhecho inmune…

Miró el cuadro de madre…—¿Puedo? —dijo.Se lo pasé. Miró a su hermana, mi

madre, con un cariño brutal. Ojalá yoconservase esa mirada para mishermanos.

Me lo devolvió sin decir nada. Se ibaa volver a poner a trabajar, jamás hablaba

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mucho.—Necesito dos anillos como los de

madre. —Le mostré la mano de madre enel cuadro—. Tú los hiciste para ella,¿verdad?

Los miró fijamente.—¿Para cuándo?Me encantaba, el hermano de mi

madre hacía sencillo lo complicado.—Para hoy… —contesté.Volvió a mirar el cuadro y se puso a

trabajar.Quizá me hubiera gustado que me

preguntase un porqué, pero entoncesdejaría de ser el hermano de mi madre.

—Tardaré un par de horas, pero siquieres puedes bañarte en mi piscina,

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Ekaitz —dijo señalándome su mar.No me bañé, no me apetecía, pero

acabé tumbado en una de sus viejashamacas y creo que puse la mente tan enblanco que me quedé dormido. Hacíatiempo que no descansaba tanto…

Cuando desperté, el hermano de mimadre me miraba en silencio… Otro mehubiera despertado.

Tenía una diminuta bolsita en lasmanos. Me la tendió.

—Han quedado idénticos —dijo…No la abrí, me fiaba de su palabra.Me tendió seguidamente cuatro cajitas

más… Intenté desperezarme, noté por sumirada que aquello era importante…

—Tu madre me los encargó una

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semana antes de morir… Los acabétarde… Crear los modelos exactos que mepidió, grabarlos, no fue fácil…

»Vuestra madre me pidió que si moríaantes de que los acabara no os los diese,porque necesitaba ser ella quien os losentregase…

»En estos años, busqué el momento dedároslos, pero nunca lo encontré…

Me tendió las cajitas y yo las cogí.—Hoy has venido pidiéndome una

copia de la seña de identidad de tumadre…

»El único regalo que le hice en vida…Para mí eso es una señal, has vuelto atraérmela, está en esa pintura. Creo que escomo si te lo entregara ella…

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»Te las has de llevar…Le abracé, él me devolvió el abrazo

efusivamente… Lo gocé, me dejé llevar…—¿Una caja para cada hermano?—Una caja para cada hermano —

repitió.Supe a quién le daría las de los

gemelos.Me marché, pero supe que volvería

pronto a visitarle. Era hora de comenzarmi archipiélago. Además, mis «tun»debían conocerlo, les haría bien.

Personas como el hermano de mimadre ayudan a crear un carácterdiferente.

Rebusqué en mis bolsillos, siempreacostumbraba a haber uno. Y ahí estaba…

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Le dejé el chupete del «tun» mayor al ladode su mesa de trabajo…

Él sonrió.Ya sólo quedaba lo difícil… Aceptar

aquello que jamás había hecho para quepadre tuviera su fin… Mentir paraencontrar mi verdad…

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Llegué a casa de mi hermano mayor enpoco más de una hora.

Aún no había amanecido, pero misobrino, el mismo que mi padre veíacomo protagonista, estaba alimentando alos caballos.

Me acerqué hasta él… Me miró…Tardó en decirme algo. Les daba decomer con mucho cariño…

—¿Te gustan los caballos? —mepreguntó finalmente.

Afirmé con la cabeza.—¿Quieres darle de comer?Volví a afirmar. Sacó un pequeño

cuchillo, cortó un trozo de manzana quetenía en la mano y me dijo que la pusierabien plana. Lo hice…

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El caballo se lo zampó de un bocado yen mi mano quedaron un montón de babas.

Me dio otro trozo de manzana.—Háblale mientras le das de comer y

acaríciale entre los ojos pero con fuerza,si no no notan nada, tienen la piel dura…

Lo hice tal como me indicó. Leacaricié fuerte. Pensé en la cantidad dehumanos que tendrían aquello en comúncon los caballos. Piel dura que necesitabafuertes caricias. Decidí que lo recordaría.

Le enseñé la bolsa con los anillos ami sobrino, la misma que minutos antesme había dado el hermano de mi madre…

—¿Le darás esto a tu padre? ¿Le dirásque me disculpe y que nos deje rodar laescena contigo el lunes?

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Él me miró, no cogía la bolsita.—Muchas cosas para recordar. —

Sonrió—. ¿No sería mejor que le dijesestodo eso tú mismo?

—No puedo… —contesté.Dudó, pero al final aceptó la bolsita

de su tío como yo había hecho horas antescon el mío. El círculo se cerraba.

Volví a acariciar fuerte al caballo. Medi cuenta de que faltaba algo. Se lo debíaconsultar…

—¿Te gustaría hacer la película si tupadre te da permiso?

Tardó en contestar. Tocó antes alcaballo.

—El director es mi abuelo, ¿verdad?—Sí…

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—¿Y no sabe que es mi abuelo?—No…Pensó.—¿Está enfermo el abuelo?—Sí…Cortó el último trozo de manzana. Se

lo comió él.—Podría estar bien actuar —dijo

finalmente.Sonreí. Me gustaba su forma de pensar

y de preguntar…Me marché… Deseaba estar lejos

cuando mi hermano encontrase los anillos.Todas las fases por las que pasaría alverlos. El odio hacia mí, jamás me loperdonaría, supongo que aquello seríanuestro fin si no habíamos llegado ya a él.

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Pero eso significaba que padre podríatener también el suyo…

Estaba agotado pero feliz. Sóloquedaba ir a casa, vestirlo, disfrutar deese último día antes del rodaje.

De vuelta a casa sólo podía pensar enaquellas cajas… Deseaba saber quécontenían.

Sería un regalo añejo, con pedigrí.Como aquellos vinos que llevan tiempoguardados en tinajas. Su tinaja era la cajade madera que lo contenía…

Quizá debía ver aquel regalo antes devolver a encontrarme con padre. Unirmenuevamente a madre, saber que habíahecho lo correcto.

Llegué a casa y me senté en el banco

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que había hecho padre. Era la primera vezque lo hacía… Sentí que lo necesitaba.Había sido una noche y una madrugadalargas, pero necesarias…

Y allí sentado, mirando el lago, lacasa, el campo de fútbol, tuve lasensación de haber vuelto definitivamentea casa.

Abrí despacio el regalo, intentandorespirar mucho y que ese instante sehiciera eterno y pudiera ser recuperado encientos de ocasiones…

Tenía miedo y respeto. Los regalos demadre siempre eran muy especiales yestaban muy bien pensados. Todos teníanuna intención…

Cuando lo abrí, sentí una emoción

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brutal, difícilmente comparable a nadaanterior de mi vida… En el interior de lacaja había algo parecido a un reloj… Sí,era como un reloj dorado, pero cuandopresioné el botón que había en el centro,se abrió y vi que contenía una brújula…

Una brújula preciosa y llena dedetalles… Había sido construida conmucha delicadeza.

Me imaginé a madre diseñándola,hablando con su hermano, y a éstecreándola. Cada matiz de color mellevaba a una emoción y a una parcela demi infancia.

Me imaginé que cada una de las otrastres brújulas sería diferente. Jamás repetíanada en su vida.

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Me encantaba aquel regalo, pero nocomprendí del todo por qué madre mehabía regalado aquello hasta que vi esaspequeñas letras…

Madre tenía una escritura muypequeña y con letras muy juntas. Elladecía que era para que no se perdieran,que cada letra se pudiera coger a otra y notuvieran miedo…

Decía que las palabras valientesnecesitan de letras sin miedo… Así era mimadre…

Siempre nos enseñó que las grandescosas están hechas de las pequeñas… Sicuidas las pequeñas cosas, las convertirásen grandes… Si cuidas sólo las grandes,siempre serás pequeño…

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Y allí estaba, su letra pequeña en unainscripción en la parte delantera de labrújula… Ponía…

SONRISAS PERDIDAS…

Y me di cuenta de que la brújula meseñalaba a mí.

Sonreí, no pude dejar de hacerlo.Madre me había regalado una brújula

que no buscaba el norte, sino queintentaba reencontrar las sonrisasperdidas, y su manecilla me señalaba amí, el pozo de las sonrisas perdidas…

Volví a sonreír… La cerré conlentitud… Sabía que a partir de aquel díame acompañaría hasta el final de los

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míos…Supuse que en cada uno de aquellos

paquetitos habría otras brújulas queseñalarían otras carencias que madre seimaginaba que necesitaban buscar mishermanos…

Sonreí de nuevo y apreté con fuerzami brújula.

Aún era de noche… Desde allíescuchaba los gritos de dolor de padre…Eso me devolvió a la realidad y a lo quehabía ido a hacer.

Lo iba a hacer…Camino a casa, recordé otro momento

parecido junto a él. Fue el gran instanteque vivimos juntos. Pasó cuando madre semarchó a cuidar de la abuela, que también

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se moría de su enfermedad… Se llevó almayor, quizá por ello amaba tanto aquellacasa donde vivía… Los gemelos estabande colonias…

Sólo padre y yo residíamos en la casadel lago… Recuerdo volver del lago yoler el tabaco que salía de su despacho,como marcando territorio, dejando claroque estaba trabajando.

Yo volvía solo con mi pelota defútbol… Absolutamente solo pero feliz…Ahora lo hacía sin pelota pero con aquellabrújula…

Y ya de noche, no podía dormir…Estaba en mi habitación, jugando con unalinterna bajo las sábanas cuando élapareció. Se sentó en la cama de mi

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hermano mayor y me contó una historia…Siempre tuve la sensación de que no

me lo contaba a mí… Tan sólo era laaudiencia de una idea que había tenido…La estaba probando… Normalmente erami madre la afortunada, la persona con laque compartía sus ideas…

Me di cuenta de que quizá aquella erala historia que debíamos filmar, al ser laúnica que compartimos…

Y eso que en su despacho había milesde libretas con anzuelos de historias… Elproblema es que aquellas pequeñasfrases, esos retratos de personas yesbozos de situaciones, sólo él y sucerebro podían interpretarlas…

Todo aquello se perdería. Era terrible

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y lamentable…Cientos de libretas quedarían

huérfanas en pocas semanas.Entré en la casa… La mujer que le

cuidaba estaba en la puerta… Me advirtióque estaba peor que nunca… Le dije quese podía ir a cuidar a los suyos… Yo mequedaría con él a partir de ese momento…

Ella no discutió, aceptó quizádemasiado rápido y se marchó a hacer lasmaletas… Yo subí a su habitación…

Padre estaba gritando mediodormido… Tapado con una únicasábana… Y, en ese instante, le conté lamisma historia que él me contó hacetantos años…

«Hubo una vez un chico que no tenía

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amigos… Se sentía solo…»Así comenzaba su historia… Cuando

escuché aquello, no salí de debajo de lasábana. Él tampoco…

Proseguí…«Pero un verano hizo un amigo, otro

hijo único… Se parecían: la misma edad,el mismo corte de pelo, las mismas ganasde soñar…»

Recuerdo que en aquel instante, haceaños, padre paralizó la historia y seencendió un puro. Yo iluminado con milinterna y él con su puro…

«Aquellos dos niños se hicieronamigos enseguida… Se sintieron comohermanos que la casualidad había unido…Y cada día de aquel largo verano

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quedaban en una piscina de agua cristalinay allí se pasaban el día alejados de lospadres…

»Hasta que un día se contaron el gransecreto… ¿Sabes aquel gran secreto quetodos poseemos pero que ocultamos?»

Recuerdo que cuando me contóaquello, yo no poseía ningún secreto y mequedé con cara pensativa intentandoentender a qué se refería… Ahora notéque era padre quien lo hacía… No medetuve…

«Los dos querían volar, que lessalieran alas para marcharse de allí, deaquella vida… Así que decidierondesearlo con fuerza y cada día, antes demeterse en la piscina, se quitaban la

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camiseta y miraban el reflejo de susespaldas en busca de las alas…

»Cada uno miraba la espalda reflejadadel otro, deseando que le hubiesencrecido…

»Pero no había suerte, no había alas.Pero aquello no conseguíadesilusionarlos, sabían que tarde otemprano las alas aparecerían.

»Así que cada día hacían lo mismo:levantarse a las ocho, ir a la piscina,quitarse la camiseta y mirar sus espaldasreflejadas en esa agua transparente…

»Todo el verano lo pasaron igual. Unarutina preciosa que les hacía sentirseespeciales…»

Y en aquel tiempo yo salí de mi

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sábana como padre hizo en ese mismoinstante… Aquella historia nosenganchaba con la misma intensidad y enel mismo momento…

Continué con el desenlace…Padre, antes de contarme el final, me

explicó aquel día que él siempre buscabafinales que merecieran una historia…Cuando tenía un buen final, buscaba unahistoria…

Y en aquel final que me contó padrepasó del «él» al «yo»… Y supe queaquella historia era personal… O esoquise pensar…

«Y el último día de aquel verano, fui abuscar a mi amigo a su casa…

»Y su casa tenía las persianas

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bajadas…»Llamé al timbre y nadie abrió, hasta

que vi llegar a su madre de la calle y medijo que mi amigo había sufrido un ataqueal corazón y había muerto.

»No me lo podía creer. Empecé allorar delante de su madre y no paré entodo el día…

»Mi abuelo me vio y me preguntó quéme pasaba. Se lo expliqué todo y me dijoque no tenía que llorar, que mi amigohabía conseguido su sueño. Por fin teníasus alas, sus alas para volar…

»Y delante de mi abuelo dejé dellorar.

»Y siempre que he recordado a miamigo, he sonreído… Porque yo sabía la

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verdad, una verdad que si se la explicaraal resto del mundo no me creerían y metacharían de loco…

»Pero muchas veces a partir de esedía, cuando he mirado una piscina llenade agua hasta los bordes, si me acerco, meparece ver reflejado a mi amigo con susalas, que me vigila y me protege…»

Cuando padre acabó la historia, micara era de alucinamiento… Él estabafeliz, sentí que le encantaba habermeenganchado…

Ahora era padre el que alucinaba,estaba llorando… No sé si aquello eraparte de su infancia. No lo sé… No sé siaquel amigo suyo era en realidad sumadre…

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Cuando él acabó esa historia,recuerdo que me acerqué a él y le dije:«Te están a punto de salir», mientras leacariciaba la espalda…

Él sonrió, supongo que porque lehabía dado un final mejor…

Mi padre, después de contarle todaaquella historia antes explicada por élmismo, no dijo eso… Sino que pronuncióunas palabras que yo no me esperaba…Que me dejaron totalmente helado…

«Consígueme esas alas… No puedomás… Ayúdame a marchar, Ekaitz…»

Había vuelto… Mi padre habíavuelto… Pero el espejismo duró poco,justo después de pronunciar aquellaspalabras se durmió…

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Le cuidé todo lo que quedaba denoche…

Fueron tres horas muy duras… Sóloestaba yo para atenderle… Fue terriblever lo que sufría… Los dolores de padreeran inmensos… Aquella noche no paróde gritar de dolor… Me pasé el resto dela noche sentado al lado de su cama yvigilándole de cuclillas, como siempreque algo me afectaba sin reacciónposible…

Acompañaba cada grito de dolor conuno de sus diálogos de cine. Diría que erasu medicina… Tras pronunciarlo, surostro de dolor se convertía en unasonrisa… Tan sólo duraba en su cara unpar de segundos y el dolor volvía…

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Diálogos curativos…La última sentencia que dijo antes de

conseguir descansar un poco fue: «Serástodo lo que quieras ser…». La frase quesu madre le escribió en aquelladedicatoria del libro que yo heredé…

De repente lo vi claro… Quizá fue porla forma en que lo pronunció, o tal vezporque tenía todos los datos… Y hayveces en la vida que las piezas tan sólo secolocan cuando estás preparado paracomprenderlas.

Mi padre ya no celebraba cumpleañosporque su madre murió en su aniversario.Y supongo que aquel libro se lo regaló alos ocho años… Jamás lo había pensado,pero quizá aquella frase escrita en su

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último regalo fue realmente su últimafrase, el epitafio de su madre…

Y quizá cuando me dio aquel obsequiousado no fue un error… No se equivocó aldármelo… Seguramente deseaba cedermeel epitafio de su madre, su herencia,cuando yo cumpliera su misma edad…

Lo miré, por f in dormía plácidamente.Habían desaparecido arrugas de su cara oeso me parecía… Supongo que, alolvidar, tenía cada vez menospreocupaciones y eso se notaba en todo surostro… Estaba mucho más joven quecuando le había vuelto a ver hacía un parde días…

Le acaricié. No recuerdo haberlohecho nunca antes…

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Sonrió cuando lo hice… Hasta quevolvió a gemir de dolor… El puto cáncerle causaba sufrimiento… Un sufrimientoque rápidamente desaparecía. El cabróndel alzheimer se lo hacía olvidar y unacara de relajo y placer aparecía… Así demanera cíclica…

Le observé atentamente mientrasseguía acariciándole… Placer y dolor semezclaban en su rostro… Era difícilaguantar mucho tiempo mirando aquellosin sentir su propio dolor…

Me sentía tan inútil… Nada podíahacer para evitarle ninguno de los dossufrimientos, el que le provocaba dolor yel que le hacía olvidarlo…

Desde pequeño padre me había

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inculcado el poder de la preparación. «Sipreparas bien lo que debes hacer, todosaldrá perfecto», decía… Y supongo quepor eso le salían tan bien sus películas,porque todo aquello lo aplicaba en susrodajes…

Yo no tenía ninguna información sobresu enfermedad… Me faltaban los datospara poder acometer y solucionar aquello.

Debía ir a ver a su médico… Vivía enel otro lado del lago, en el sector norte…No había vuelto a visitar su casa desdeque madre murió…

Aquel día fui nadando, cruzando aquellago en diagonal… Lo hice porquenecesitaba ganar tiempo y llegaría antesque bordeándolo corriendo…

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Nunca llegué a casa del médico… Mequedé en mitad del lago llorando,aumentando su caudal…

Nunca había vuelto a meterme enaquel lago… Como si el agua fuera partede mí… Mi ADN yacía en ese lago…Pero era la parte de mí más dolorosa,menos aceptada… El trauma de miinfancia más profundo…

Sabía que debía volver allí…Nadar…

Nadé por ella… Nadaré por él…Debía rehacer aquel camino de dolor

y muerte que, quizá ahora, podía serdiferente y llenarme de plenitud…

Lo tapé con una manta y me marché…Deseaba creer que él no despertaría,

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deseaba pensar que la madre que residíadentro de aquel lago me protegería…Deseaba no pensar en las frases que mehabía dicho tras el cuento…

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Cogí la linterna que siempre presidíael porche y me encaminé rumbo al lago.El caminito que conducía hacia allísiempre estaba repleto de hojas, era comosu piel…

Hojas que crujían como si saludaranmi presencia justo antes de que se hicierade día…

Tuve la sensación de que meobservaban. Como si me conocieran depequeño pero mi nueva altura, peso yedad les sorprendieran…

Su sonido era más hondo debido a misnuevas circunstancias…

Me dediqué todo el camino a entablaruna conversación con aquellas hojas…Yo pisaba con fuerza y ellas emitían

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sonidos diferentes… Sentí que hacíamucho tiempo que no jugaba, que no creíaen la irrealidad…

Poco a poco, crujido a crujido, se fuecreando una melodía. Sentía como aquellanaturaleza era el entorno vital de miinfancia.

Al llegar a la orilla del lago, tardéunos segundos en contactar con el agua.Dentro de mí resonaba aquella frasepensada a los pies de su cama… Nadé porella, nadaré por él…

Me desnudé… Sería la segunda vez enmi vida que nadaría sin ropa. Quesuperaría mi complejo, que mostraría alUniverso mi defecto, mi conducto hacia elalma… No sentía vergüenza, era lo que

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debía hacer…El agua estaba congelada, pero no

sentí repulsión. Era la temperatura idealpara aquel instante, la que mi cuerponecesitaba…

En dos segundos estaba dentro,nadando a crol… A ritmo rápido,constante…

Mi madre sólo nadaba a braza… «Meencanta hacer corazones», me decía…Ella me enseñó así a nadar a braza…Haciendo corazones, amplios, muyamplios…

Sentía que nadaba con ella, con laparte de ella que residía en el lago… Yoa crol, ella a braza…

Ella nos había inyectado toneladas de

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pasión positiva y amor, y todo aquellohabía naufragado en nosotros por losgramos de odio que sentíamos haciapadre…

El mundo no debería ser así, nodebería pesar tanto lo que no tienevalor…

Cada brazada pensaba en aquello…Notaba que aquel odio había cegado mipersonalidad.

Pero poco a poco fui olvidandoaquellos pensamientos, fueronmarchándose de mi mente… Tan sólonadaba. Me sentía tan bien nadando…

El agua congelada enfriaba todo miodio acumulado. El sonido del agua meestabilizaba. Creo que dentro de mí sentía

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algo parecido a la felicidad.Y, de pronto, nació en mí una de esas

sonrisas inmensas que mi madre guardabaen puños cerrados.

Y así hice toda aquella travesía… Aritmo constante y sonriendo.

No me preguntéis cuánto tardé, no oslo sabría decir. Por primera vez en años,el tiempo no monitorizaba mi mente.

Me sentía poderoso, enérgico,veloz… Jamás me había sentido así…

Cuando divisé la otra orilla, nadé conmás fuerza. Me vacié… No sentíacansancio ni dolor…

Al tocar la otra orilla, el cansancioapareció de golpe. Fue como una fiebrerepentina.

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Justo al lado de la orilla había unatoalla blanca. Supuse que el doctor habíadivisado mi proeza.

La até a mi cintura y me dirigí a sucasa. Una pequeña ventana redonda eiluminada se convirtió en mi faro.

Entré y había un fuego y un tazón deleche caliente esperándome. Ni rastro deldoctor, aunque debía de estar cerca…

Decidí gozar del instante. No sécuánto hacía que no lo disfrutaba.

Disfruté del fuego, de la leche calientey del sentirme sin ropa y sin ningún objetoque me identificara… Tan sólo aquellaaséptica toalla blanca me cubría… Ya nosentía ninguna vergüenza en mostrar midisparo… Me sentía bien con él…

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Permanecí tiempo disfrutando de mipropio silencio hasta que el médicoapareció…

No dijo nada, se sentó cerca de mí…Creo que comprendía a qué había ido yque aquello necesitaba tiempo…

Sabía que me tocaba a mí romperaquel silencio… Él no me miraba…

Es curioso la gente que has vistohacerse mayor ante tus ojos… Cuandoeres pequeño parecen inquebrantables, deuna pieza… Y con los años te das cuentade que no son irrompibles, les ves lasfisuras…

Había envejecido bastante. Sobre todolo notaba en sus ojos, pero aúnconservaba aquel porte regio y sobre todo

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aquel olor a colonia. Esa loción extrañaque desprendía y que nunca más habíavuelto a notar en otro ser humano. Su olorme devolvía a la muerte de mi madre.

Siempre que su habitación olía aaquella fragancia tan intensa era porque elmédico la había visitado. Su olor noshacía presente su enfermedad… Siemprehe odiado esa colonia, pero ahora laencontraba entrañable. Era de las pocascosas que permanecían inalterables desdela muerte de madre.

—De joven cada día cruzaba ellago… Me gustaba —dijoadelantándoseme—. Mi padre me dejabauna toalla blanca, leche caliente y unfuego encendido. Nunca nos dijimos nada.

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Yo no se lo agradecía, él tampoco mepedía que lo hiciera.

Supuse que el doctor deseaba elmismo trato… Así que tampoco se loagradecí… Cuánto deseamos parecernos anuestros padres aunque lo neguemos…

—Al principio nadaba por mí, porquesentía placer en ponerme a prueba. Alfinal, nadaba por él… Y por el fuego, eltazón de leche… Sólo en esos instantessentí que me cuidaba… —añadió.

Bebió un poco de su leche… Traumasde la infancia, pensé… Aproveché elinstante de silencio…

—¿Qué le espera a mi padre?Nuestras miradas se cruzaron.—Dolor, mucho dolor. La semana

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feliz se acaba.—¿La semana feliz?—¿No te lo ha contado la enfermera?

—preguntó.Negué con la cabeza.—Esta semana que ha vivido la

llamamos la semana feliz… Es unasemana extraña en la gente que tienealzheimer, están medio lúcidos… Es suúltima chispa de vitalidad… Despuéstodo acaba… Todo se olvida… —Hizouna pausa, como no queriéndolo decir—.Mañana acaba su semana, lo siento…

Esta vez fui yo el que bebí. Decidíapostar por el otro camino…

—¿Y el cáncer que tiene no se puedeoperar?

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—Tu padre se enfrenta a dosenfermedades diferentes y ninguna de lasdos tiene curación… El cáncer esterminal… Le espera mucho dolor, losiento… Pensaba que lo sabías…

Se creó un silencio eterno… Noquería preguntar nada más, no deseabasaber ninguna otra cosa… Me sentía tanignorante… Sabía que estaba gravementeenfermo, pero no pensé que todo fuera tanrápido…

Él notó toda mi angustia y, no sé porqué, pero me llevó a mi pasado…

—Te vi cruzar el lago cuando murió tumadre. Sabía a qué venías. Noté el doloren cada una de tus brazadas…

Le miré. Había una parte de mí que

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todavía le odiaba, que le culpaba de lamuerte de mi madre. Otra parte de mí, laadulta, comprendía que seguramente él nohabía podido hacer más…

—Madre no merecía morir, creo queno nos ayudaste suficiente —me sinceré.

La parte del niño había predominado.Sólo dije eso, creo que resumía todo loque sentía.

No sé por qué dije lo siguiente…—Hoy padre me ha pedido que le

quite el sufrimiento, que le dé alas paramarcharse de aquí… ¿Me podrías ayudar?

No sé por qué pronuncié aquello, peroes lo que sentía. Supongo que era la razónpor la que había ido allí, por la que habíanadado…

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—¿Él quiere que le ayudes a morir?—me preguntó con el rostro serio.

—Sí, esta noche me ha llamado porprimera vez por mi nombre, me hareconocido y me lo ha pedido…

Él se levantó sin decir nada más…Volvió a los pocos minutos con unpequeño cofrecillo. Me lo dejó al lado dela leche.

No me dio instrucciones, no meexplicó qué dosis utilizar, tan sólo dijoalgo que jamás esperé escuchar…

—Hace tiempo tu padre me pidió lomismo… Hace tiempo hubo alguien quetampoco podía soportar más dolor…

No dijo nada más… No dio másdetalles… No sé por qué me lo contó…

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Me enfadé mucho al escuchar eso, melevanté y me marché…

Ni me despedí…Dejé la toalla en la orilla y volví

nadando, en la mano llevaba aquelminúsculo cofre hermético…

Nadé a toda velocidad. No queríapensar, no quería dedicar un segundo aaquella última frase que aquel médicohabía pronunciado…

Me costó… Como siempre en la vida,el retorno es lo más duro…

Amaneció a mitad de trayecto…

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Cuando llegué, tomé una duchacaliente… Padre dormía y chillaba… Nohabía ni toalla ni leche ni fuegoesperándome…

Estuve en la ducha hasta que logré quemi cuerpo tuviera una temperaturaaceptable. Intentaba no dar valor a lo queel doctor me había contado, pero supongoque toda familia tiene sus secretos y lanuestra no iba a ser una excepción.

Padre irrumpió en el lavabo cuandoestaba a punto de salir. Le noté feliz, susonrisa presidía su cara de una formaextraña.

—Has madrugado —dijo tocando miespalda húmeda.

Jamás, que yo recordara, padre había

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tocado mi carne. No sabía si al nacer lohabía hecho, pero más tarde jamás…

—Un poco. —El secreto me tenía unpoco lacónico.

—Hoy es el día de reflexión —comentó sonriendo.

—¿El día de reflexión?—¿Antes de cada rodaje… El día de

reflexión? —Me miró extrañado de queyo no lo recordara.

—Claro, claro… —asentí.—Deberíamos hacer alguna locura.

Siempre se hacen en el día de reflexión.Nos esperan doce semanas de rodaje…

Sonrió. Tenía algo en la cabeza. Unalocura inicial.

—¿Te has bañado alguna vez desnudo

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en el lago? —me preguntó.Sonreí. A los pocos minutos

estábamos nadando nuevamente en ellago. Lo disfruté de otra forma. Tantascosas son diferentes en la vida alcompartirlas…

Él estaba feliz. Una felicidad casiextrema.

Mientras nadaba intenté recordaralgunos otros días de reflexión cuandorodaba películas. Seguro que alguno habíavisto…

No recuerdo que jamás compartieraninguno con nosotros. No hubo muchosdomingos locos en casa. Pero al final lamemoria me devolvió uno que casi habíaolvidado.

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Cuando tenía quince años volví con elcoche abollado a casa. Estaba preocupadoporque era el coche de padre…

Él estaba con su ayudante de direcciónen el porche cuando llegué. Diría queellos estaban igual o más bebidos que yo.Quizá aquel podría ser un día dereflexión, porque recuerdo que su sonrisaera bastante parecida a la que ahora tenía.

Me miró aparcar, observó el coche, laabolladura en el lateral y se acercó a mí.

Tenía miedo… Me imaginaba que elcastigo sería épico… Le había robado yabollado el coche, era menor de edad yademás estaba bebido…

Él no dijo nada durante un tiempo queme pareció eterno. Tan sólo observaba.

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Hasta que finalmente me miró y dijo…—Una noche loca, ¿no?Yo no dije nada, pensé que cuanto

menos dijera, más a mi favor. Tan sólomusité…

—Lo siento…Él cogió un rastrillo que había cerca y

golpeó el otro lado del coche. Un bollodiametralmente opuesto al mío.

—Las abolladuras dan vida… Ahoraes vida compartida en una misma noche…

Me tendió una cerveza y continuóhablando con su eterno ayudante dedirección…

Dos semanas después de aquellaabolladura, madre enfermó. Aquellaabolladura emocional nos modificó a

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todos.Los gritos de padre en el lago me

devolvieron al presente… Su rostroreflejaba pérdida total…

Nuevamente había olvidado dóndeestaba, quién era y yo diría que hastacreía que no sabía nadar porque seahogaba al tiempo que no dejaba degritar…

Los chillidos eran diferentes…Nacían de un rostro que parecía darsecuenta de que todo se le ha ido, que se leha hecho oscuro… Pero que algo dentrode él aún intuye quién fue…

Temblaba mucho y no era sólo por elfrío…

Lo cogí, nadé y lo saqué como pude

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del agua. No sé ni cómo lo hice porqueparecía que pesaba cuatro veces más queyo.

Estaba sin conocimiento. Desnudo.Sus facciones totalmente serenas. Derepente me di cuenta de que no sabía porqué lo había hecho. Él deseaba morir y melo había pedido, pero había aparecido enmí un instinto brutal de supervivencia.

Lentamente volvió. Como unordenador que se reinicia…

Sabía, como había dicho aquelmédico, que la semana feliz acababa…

Le ayudé a levantarse. No comentónada de lo que había pasado. Yotampoco…

Pero mientras volvíamos a la casa me

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habló… Creo que lo necesitaba…Necesitaba sincerarse… Y era él quienme hablaba… Mi padre… Claramente…Sin tapujos, sin finales de cuento a sualrededor…

—¿Sabes lo peor? Ver ése fundido anegro… Noto cómo todo se va… Lopercibo y me da tanto miedo… No quieroolvidar a tu madre, ni a ti, ni a mi cine, nimis errores, ni mis propios miedos… Nopermitas que pase… No permitas quetodo se vaya, déjame irme con ello…

Seguidamente se volvió a desmayar.Cuando volvió, él ya no estaba…

Supe que la semana feliz llegaba a sufin… Y me di cuenta de que me tocaba amí llevar la iniciativa… Así que propuse

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una locura… Bueno, más que una locura,era un lugar… Un lugar donde yo mehabía sentido bien y sabía que él tambiénse sentiría…

—¿Quieres ir a un hotel donde por lasnoches un anciano escribe citas parahacerte reflexionar?

Asintió. Noté que había algo enaquella propuesta que le había ilusionado,aunque ya no quedaba nada de él…

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El hotel estaba a casi seis horas decasa. Todo el trayecto estuvo en silencio,yo también…

Hay veces en la vida en las que hasagotado cualquier combinación depalabras con otro ser… Y no es que notengas nada que decirte, sino que ya te lohas dicho todo…

Llegamos casi cuando oscurecía.Aquel pueblo pesquero era tan bonito…

—¿Tienes hambre, padre?Padre no dijo nada, pero yo deseaba

que aquella cena fuera especial. Padre erafan de los mejillones. El único viaje alque le acompañé fue a Bruselas y allí secomió seis platos inmensos de mejillones.

Fue un viaje para localizar un

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matadero. No sé por qué me llevó. Yotenía ocho años, todo está difuso en mimente. Diría que le entusiasmó aquelmatadero, creo que era justo lo quebuscaba porque cuando salió estabapletórico…

Por eso lo quería celebrar con unacomilona. Recuerdo que comentó quenada le hacía más feliz en este mundo quelos mejillones con patatas fritas. Yo nocomí, en aquellos tiempos hacía locontrario de lo que él proponía.

Dicen que lo último que se olvida esel gusto.

En el mejor restaurante de aquelpueblo pesquero, cerca del hotel, pedí unplato gigantesco de mejillones y patatas

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fritas.Cuando lo vio llegar, su rostro no se

modificó. No había energía en él desde elinstante en que tuvo su última epifaníadespués del desmayo.

Pero cuando comió el primer mejillón,su rostro se transformó totalmente. Fuecomo darle una neurona extra, como darlefuerzas…

Poco a poco, algo de él volvía concada mejillón que comía… Allí, cerca delmar, comiendo mejillones con patatas, mesentí muy próximo a él.

Y esta vez yo comí junto a él, en estaocasión deseaba empatizar con su pasión.Y hasta hubo como una pequeñacompetición. Ambos luchábamos por

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comer más que el otro. Diría que padreestaba juguetón.

Cuando acabamos el inmenso plato,pedimos otro, y más tarde un tercero.

Cuando acabó el último, me miró yrecordó… Volvía… Levemente volvía…Aquella cena le había revitalizado unpoco…

—Como el día del matadero… —dijoen un tono muy bajo—. Quedó bien aquelmatadero en la película, ¿verdad?

Y me sinceré, no sé bien por qué.—Nunca he visto ninguna película

tuya, padre.Su rostro se entristeció como nunca lo

había visto. Al fin y al cabo, el cine eratoda su vida, sus hijos predilectos, su

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respiración construida a treinta y cincofotogramas de velocidad…

—¿Por qué? —me preguntó.Sonó tan lacónico… Y justo en aquel

instante, la tramontana se alzó comodeseosa de una respuesta. Fue como si elUniverso se aliara con el lamento deaquel hombre.

—Te odiaba. Te odiaba a ti y odiabaa tu mundo. El cine nos separó de ti.Ningún hijo quiere conocer a la amante desu padre.

El camarero rompió el clima cuandopreguntó por los postres.

Nos salió al unísono la respuesta.—Mejillones a la brasa —dijimos a

dúo.

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Y nos tomamos la cuarta ración demejillones.

—Me gustaría que la conocieras —dijo él al acabarse el último.

—¿A tu amante?—A mi amante… A mi cine… A mi

mundo… Vosotros estáis allí… No sé sijamás podré volver a verlas contigo…Ver tus reacciones sería un regalo… Unregalo que quizá no me merezca, pero ¿noson así todos los buenos regalos…? Queno te los mereces…

Se hizo un silencio. La tramontanadejó de soplar, deseosa de que el únicosonido que escuchase fuese mi leve sí.

Supe que era el momento depreguntarlo. De sincerarse…

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—«Serás todo lo que quieras ser» fueel epitafio de tu madre, ¿verdad?

Asintió. La segunda pregunta no seríatan fácil.

—Nadie robó aquellos anillos,¿verdad?

Negó con la cabeza. Me enseñó sudedo pulgar y, bajo el inmenso anillo queél siempre portaba, escondidos, estabanlos otros dos juntos, siempre juntos…

La tercera cuestión sería la más difícily complicada.

—Todo aquello, los anillos, loscastigos, el prohibirnos verla fue paradarle a madre su salida digna, suescapatoria al dolor sin nosotros de pormedio…

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Puse el pequeño baúl sobre la mesa.Lo reconoció al instante. Lo recordó…

Sabía que aquellos eran nuestrosúltimos instantes como padre e hijo.Después, como había dicho el doctor, seapagaría y ya sólo habría dolor.

Cogió el baúl, lo olió.—Aún huele a tu madre. Ella lo sujetó

entre sus manos mientras… —Hizo unapausa—. No fue fácil, fue lo más difícilde mi vida… Durante meses me lo suplicóy yo finalmente…

Hizo otra pausa muy larga, comobuscando aquel verbo que definiera lo quehizo.

—… cedí… Ella os quería lejosaquel día… Ella me hizo prometer que

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jamás os lo contaría. Aquel final no eradigno de aquella gran mujer… Pero¿sabes qué me convenció?

No pude responder con palabras.Tener a mi padre como nunca antes lohabía tenido me emocionaba y me dejabasin palabras… Tan sólo mi miradainquisitiva fue mi respuesta…

—Ella me dijo: «¿Cuánto dolor ha desoportar alguien para que se le considerevaliente? Mi cupo está desbordado. Cincoaños de dolor intenso… Si esto no es servaliente…».

Hizo una nueva pausa. Supe lo que ibaa decir antes de que lo pronunciara…

—Yo no soy tan valiente como tumadre…

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Me devolvió el cofre… Bueno, másque devolvérmelo, me lo depositó en lamano y seguidamente me puso los dosanillos de madre en el índice.

Y después de aquello, padre sesilenció. Se silenció como si aquelsecreto fuera un conducto que necesitaralimpiar.

Supe que nunca más tendría a padreconmigo. Supuse que aquel secreto era loque más había luchado por no olvidar, ynecesitaba que alguien lo tuviese antes deperderlo. Y al hacerlo, al donarlo, sulucha había cesado… Había batalladoporque aquella puta enfermedad no learrebatase aquello…

Ahora sentía cómo las dos

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enfermedades acechantes podían atacarlelibremente.

Pero su rostro era sereno, sin temor alo que le esperaba. Disfrutaba de la salsade aquel postre a la brasa.

Lentamente, sin prisa, diría que aquelsabor, el recuerdo de su plato favorito,era lo que todavía le mantenía cerca demí, cerca del mundo que conocía…

Decidí hacer algo que debería haberhecho hace años. Lo hacía por él y lohacía por mí.

—¿Vemos tu primera película?Jamás le había visto sonreír más.

Estaba pletórico. Hasta que la duda lesurgió.

—¿Cómo?

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—De la mejor manera posible —respondí.

Pagué, le ayudé a levantarse, nosdirigimos al coche y desde ahí a un cine alaire libre que sabía que había cerca deallí.

Saqué del coche todas las viejaspelículas que su ayudante de dirección mehabía dado y convencí, previo pago, alproyeccionista para que nos las pasase yque nadie nos molestase.

Pagué mucho, pero poco comparadocon la experiencia que iba a obtener.

Colocamos el coche en medio deldescampado. Un altavoz a cada lado.Saqué también el viejo whisky que Voyme había dado y serví una copa para cada

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uno.Cuando su primer film empezó, se

emocionó mucho.Yo sabía que aquel visionado no era

tan sólo el último que él recordaría, sinotambién el primero juntos.

Vimos su primera película. Eraemocionante, vibrante. Verla junto a él,notar cómo todos sus miedos estaban allíincrustados…

Imagino que en las primeras obrasestá la esencia de quien eres y de tumundo.

Sus ojos estuvieron cristalinos yacuosos durante toda la proyección. Enalgunos momentos, las lágrimas recorríansus mejillas; en otros instantes, sus manos

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apretaban con fuerza las mías.Acabamos la botella de whisky entera,

trago a trago, a ritmo con el metraje.Y de repente apareció madre… Sin

frase, sólo retratada al lado delprotagonista, con su felicidad y su magia.

Y no pude más. Lloré, derramé todaslas lágrimas que hacía años guardabadentro de mí.

Ella sonriendo, fingiendo ser aquelpersonaje que se topaba con elprotagonista en aquella librería… Estabaradiante, hermosa, increíble…

Padre la había filmado tan bella…Supongo que el amor se transmite encualquier medio audiovisual… Aún más,diría que se potencia…

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Le miré y él también lloraba. Creo quela amábamos y la añorábamos con lamisma intensidad…

Cuando la película finalizó, loscréditos aparecieron. Y al final de todo,aquella frase, aquel canto, aquel consejoeterno apareció…

«Dedicada a mis hijos, que no olvidenque serán siempre todo lo que quieranser…»

No tenía ni idea de que nos la habíadedicado. Jamás nos lo había contado…

Cuando finalizó, él ya no estaba… Sehabía ido con la película, con suvisionado… Tan sólo dijo…

—Bonita película. ¿Quién la hadirigido?

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A mi lado volvía a estar aquel ser quecreía que mañana comenzaríamos elrodaje de su nuevo film.

—Deberíamos ir a descansar, mañanaserá un día duro —añadió.

Ahí estaba aquel hombre que norecordaba que yo era su hijo. Aquel ser,mezcla del que fue y del que había sido.

Afirmé y conduje hacia el hotel.—Haremos una gran película… —

dije.También deseaba despedirme de

aquel otro ser…—Lo sé… —musitó.—¿Con qué secuencia desea empezar?—Con el final —respondió.—¿El final? —indagué.

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Me sentía borracho en ese instante.Creo que las lágrimas habían retrasado elefecto del alcohol en mis venas, pero loestaba, y creo que él también.

Me sentí mal: jamás mezclaba cochesy alcohol. El recuerdo de mi mujerapareció junto a mí.

La amaba tanto. Me había apartadotanto del mundo desde su marcha.

—¿Qué final? —volví a preguntarle.Sabía que no me contestaría. No tenía

ningún guión en mente… Pero no fue así,creo que el alcohol le envalentonaba.

—Cuando él se marcha y su hijo ledeja ir… El final…

No dijo nada más.Llegamos al hotel, el hotel donde los

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domingos aquel conserje escribía citasvitales. Prometí volver en domingosiempre y deseaba cumplirlo el resto demi vida.

Sabía que aquella localización eragenial para el final, para nuestro final…La segunda localización que escogíamosjuntos tras el matadero… Pedí unahabitación doble…

Al entrar, fui directo al cojín.Y aunque habían pasado unos años,

allí estaba la frase, la cita dominical quesabía que tendría la respuesta a todo.

Saqué la anterior, la releí…

Y si los que mueren… Handescubierto una verdad…

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Una verdad sobre el amor,sobre la amistad, sobre ellos… Ynosotros somos ignorantes…

Quizá es ése el sentido deesta vida, todos somosignorantes que ignoramos cosasdiferentes hasta quedesaparecemos… El conocer laverdad nos permite marchar…

¿No podría ser así…?

La verdad y la muerte… La verdadque obtienes… Se la pasé a padre, la leyóen silencio. Ya no sé quién la leía, siquedaba parte de él allí.

Se estiró en la cama, se encontrabaagotado. La batalla llegaba a su fin.

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Leí la nueva cita, la que acababa deextraer del cojín. Sabía que sus palabrasme guiarían, o eso esperaba. Aunque enaquella ocasión era un mensaje corto, tansólo siete palabras…

Las grandes decisiones fuerontomadas hace años…

7 de noviembreA.

Y era cierto, aquella decisión erafruto de toda una vida junto a él.

Padre me dio instintivamente la manoy yo se la cogí. Saqué el contenido delcofre. Lo puse en agua… Le di el cofre, éllo cogió y lo olió.

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Lloré, sentía su dolor en mí, perotambién notaba su confianza. Era su final ysu inicio del rodaje. No hacía falta ningúndiálogo, no necesitábamos nada más.

Antes de beber me miró y mesusurró…

—No hagas como yo… No losabandones a todos… Vuelve al mundo.

Y seguidamente su puño se cerró y memiró. Conocía el secreto de madre, no loesperaba. Lo abrió y sonreí mientras laslágrimas se derramaban de mis ojos.

Yo cerré el puño y ahora fue él quiensonrió…

Fue su última sonrisa, su últimarespiración… No llegó a beber lo que lehabía preparado, no hizo falta… Estar

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junto a él, ayudarlo, fue el final quenecesitaba… El fin que merecería unahistoria…

Se marchó… Se marchó lentamenteapretando aquel cofre… Me quedé junto aél. Había cumplido la promesa demadre…

Y ahora cumpliría la de padre… Sudolor me había liberado del mío… Asícomo mi mujer superó el suyo gracias asaborear el de aquel escritor maestro, yohabía hecho lo mismo al observar el de mipadre… Su dolor había consumido elmío… Volvería al mundo. Volvería ajugar y a luchar… Crearía mi propioarchipiélago de sinceridad…

Llamé a casa, la que no tenía duda de

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que sería mi casa dentro de poco si ellame quería…

Le pedí a la mujer de mi hermano quepusiese a las gemelas al teléfono y lessusurré: «Seréis todo lo que queráis ser…Lo seréis y yo estaré allí…».

Pensaba ocuparme de ellas de nuevo ytambién deseaba rodar aquella películainexistente al día siguiente, realizar elúltimo sueño de mi padre.

Mañana volvería al mundo… Y elmundo se amoldaría, me dejaría entrar ylograría que se modificara.

Y es que cuando vuelves, tu fuerza esla suma de muchas otras.

Tuve un mareo y me desvanecínoventa segundos… Hacía años que no

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los tenía… Noté que eso significaba quemadre estaba también conmigo…

Me había reiniciado…Había vuelto…Miré a padre, me miré a mí… Al fin y

al cabo, no cambiamos tanto…Decidí que yo también me permitiría

ser todo lo que quisiera ser…

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Albert Espinosa (Barcelona, 1973).Actor, director, guionista de cine, teatro ytelevisión e ingeniero industrial superiorquímico. Ha superado el millón deejemplares vendidos de toda su obra. Suslibros Si tú me dices ven lo dejo todo…pero dime ven (Grijalbo, 2011), Todo loque podríamos haber sido tú y yo si nofuéramos tú y yo (Grijalbo, 2010) y El

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mundo amarillo (Grijalbo, 2008) se hanpublicado en Estados Unidos, ReinoUnido, Francia, Alemania, Holanda,Italia, Polonia, Rusia, Serbia, Bulgaria,Portugal, Noruega, Finlandia, Corea,Grecia, Brasil, Turquía, Suecia,República Checa y Eslovaquia. Todos lostítulos están disponibles en formato digitaly se encuentran entre los más vendidos eneste soporte.

Es creador de las películas Planta 4.ª,Va a ser que nadie es perfecto , Tu vidaen 65', No me pidas que te bese porque tebesaré y Héroes. Obtuvo el premio alactor revelación del año por la serie deT VE Abuela de verano. Habitualmentecolabora en programas de radio y en El

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Periódico de Catalunya. Asimismo, escreador y guionista de los 13 capítulos dela exitosa serie de televisión Pulserasrojas, basada en su libro El mundoamarillo y en su propia vida y luchacontra el cáncer. La serie fue galardonadacon el premio al mejor guión en los SeoulInternational Drama Awards y estuvonominada a la mejor serie en los PrixEuropa 2011. Además, ha sido adquiridapor la productora DreamWorks de StevenSpielberg y será adaptada por MartaKauffman (creadora de Friends) para lacadena estadounidense ABC.