borrador de texto lljj

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Borrador de texto ll (La magia del Santiago/yel/sur) Suelo preguntarme vagamente cada vez que me doy vueltas en la cama o salto con el vaivén de las ruedas de la micro mientras van tronando mis pies cansados, si realmente debería arrepentirme del cataclismo amoroso que dejé, por voluntad propia y también por coincidencias del destino, si es que existe. No puedo negar que ese olor a maravillas tostadas en mis narices, era del tanto agradable y que el amanecer sureño de los arboles crispados frente a los andamios de tierra mojada que llevaban el hedor de su fragancia indómita a las narices, mezclados con ese olor a pan tostado, crujiente, al lado del té remojado y la estufa, encarnan ese encanto que evocan mis días de pendejo debutante. Cuando el golpeteo de las rodillas para acomodar las piernas en esas camas de cajas de fósforos, en donde había un hueco en medio de ella, como si se tratase de la cama de un enfermo postrado que dejo su huella marcada en ese cemento almidonado que muchas veces hallamos cómodo con la excusa del sueño acechante. En donde mi cuerpo pueril era abrazado por brazos fuertes de adolescente que asomaba unos músculos nimios, que anunciaban el deseo de metrosexualidad no logrado, por causa de la inmadurez. Donde me sentía amado, como siempre quise, donde los besos no me faltaban y el calor de la noche menos. Donde soñaba con el futuro, en donde, como típico pendejo embelesado por un dulce, me dejaba llevar al ritmo del sexo candoroso de alma impaciente, buscando pulcridad en forma de pecado, como si de santificarme se tratase, pero resultaba lo contrario, como si hiciera todo bien, hasta que el rechazo llegó. Hasta que la distancia, la impuntualidad y la obsesión me pasaron la cuenta, diciéndome a gritos que la meta estaba fallida, que fracasé, pase a Dicom, estas en deuda. Pero, ¿deuda de que? Del sufrimiento que causé a costilla de mi capricho juvenil. En este momento es cuando te decides en aceptar la tormenta y caminar erguido, aunque no puedas. El orgullo lo remplazas por otros sentimientos, ya que este, naturalmente siendo soberbia, lo abandonas, dejándote vejar y humillarte por la mirada increpadora del lector ocioso, del

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Borrador de texto ll (La magia del Santiago/yel/sur)

Suelo preguntarme vagamente cada vez que me doy vueltas en la cama o salto con el vaivén de las ruedas de la micro mientras van tronando mis pies cansados, si realmente debería arrepentirme del cataclismo amoroso que dejé, por voluntad propia y también por coincidencias del destino, si es que existe.No puedo negar que ese olor a maravillas tostadas en mis narices, era del tanto agradable y que el amanecer sureño de los arboles crispados frente a los andamios de tierra mojada que llevaban el hedor de su fragancia indómita a las narices, mezclados con ese olor a pan tostado, crujiente, al lado del té remojado y la estufa, encarnan ese encanto que evocan mis días de pendejo debutante.Cuando el golpeteo de las rodillas para acomodar las piernas en esas camas de cajas de fósforos, en donde había un hueco en medio de ella, como si se tratase de la cama de un enfermo postrado que dejo su huella marcada en ese cemento almidonado que muchas veces hallamos cómodo con la excusa del sueño acechante. En donde mi cuerpo pueril era abrazado por brazos fuertes de adolescente que asomaba unos músculos nimios, que anunciaban el deseo de metrosexualidad no logrado, por causa de la inmadurez. Donde me sentía amado, como siempre quise, donde los besos no me faltaban y el calor de la noche menos. Donde soñaba con el futuro, en donde, como típico pendejo embelesado por un dulce, me dejaba llevar al ritmo del sexo candoroso de alma impaciente, buscando pulcridad en forma de pecado, como si de santificarme se tratase, pero resultaba lo contrario, como si hiciera todo bien, hasta que el rechazo llegó. Hasta que la distancia, la impuntualidad y la obsesión me pasaron la cuenta, diciéndome a gritos que la meta estaba fallida, que fracasé, pase a Dicom, estas en deuda. Pero, ¿deuda de que? Del sufrimiento que causé a costilla de mi capricho juvenil. En este momento es cuando te decides en aceptar la tormenta y caminar erguido, aunque no puedas. El orgullo lo remplazas por otros sentimientos, ya que este, naturalmente siendo soberbia, lo abandonas, dejándote vejar y humillarte por la mirada increpadora del lector ocioso, del amor pasado en búsqueda de respuesta. Te abandonas y pierdes esa superioridad que algún día reflejaron las fotos del Facebook, la carta coquetona, el mensaje a media noche, ignorando que serían ignorados algún día, al igual que estas escrituras, que entregan a la imaginación una cuenta mayor de la que la misma imaginación (ilusión) me pasó algún día. Y hoy me siento en deuda.