borges, j. la adjetivación

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La adjetivación 57 la adjetivación ras me satisface.Prefierosospechar que los epítetos de ese anteayer eran lo que todavía son las preposi- ciones personales e insignificantespartículas que la costumbre pone en ciertas palabras y sobre las que no es dable ejercer originalidad. Sabemos que debe decirse andar a pie y no por pie. Los griegos sabían que debía adjetivarse onda amarga. En nin- gún caso hay una intención de belleza. Esa opacidad de los adjetivos debemos supo- nerIa también en los más de los versos castella- nos, hasta en los que edificó el Siglode Oro. Fray Luis de León muestra desalentadores ejemplos de ellaen las dos traslacionesque hizo de Job:la una en romance judaizante, en prosa, sin reparos gramati- calesy atravesada de segura poesía; la otra en terce- tos al itálicomodo, en que Dios parece discípulo de Boscán. Copio dos versos. Son del capítulo cuaren- ta y aluden al elefante,bestia fuera de programa y monstruosa, de cuya invención hace alarde Dios. Dicelaversión literal:Debajodesombríopace,en es- condrijode caña,enpantanoshúmedos. Sombríossu sombra, le cercarán sauces del arroyo. Dicen los tercetos: L a invariabilidad de los adjetivos homéricos ha . sido lamentada por muchos. Es cansador que a la tierra la declaren siempre sustentadora y que no se olvide nunca Patroclo de ser divino y que toda sangre sea negra. Alejandro Pope (que tradujo a lo plateresco la Ilíada) opina que esos tesonero s epí- tetos aplicados por Hornero a dioses y semidioses eran de carácter litúrgico y que hubiera parecido impío elvariarlos. No puedo ni justificar ni refutar esa afirmación, pero es manifiestamente incom- pleta, puesto que sólo se aplica a los personajes, nunca a las cosas. Remy de Gourmont, en su dis- curso sobre el estilo, escribe que los adjetivos ho- méricos fueron encantadores tal vez, pero que ya dejaron de serIo.Ninguna de esas ilustres conjetu- Mora debajo de la sombra fría de árboles y cañas. En el cieno y en elpantano hondo essu alegría. 56

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Page 1: Borges, J. La Adjetivación

La adjetivación 57

la adjetivaciónras me satisface.Prefierosospechar que los epítetosde eseanteayereran lo que todavía son las preposi-cionespersonales e insignificantespartículas que lacostumbre pone en ciertas palabras y sobre las queno es dable ejercer originalidad. Sabemos quedebe decirse andar a pie y no por pie. Los griegossabían que debía adjetivarse onda amarga. En nin-gún caso hay una intención de belleza.

Esa opacidad de los adjetivos debemos supo-nerIa también en los más de los versos castella-

nos, hasta en los que edificó el Siglode Oro. FrayLuisde León muestra desalentadores ejemplos deellaen lasdos traslacionesque hizo de Job:launa enromance judaizante, en prosa, sin reparos gramati-calesy atravesadade segura poesía; la otra en terce-tos al itálicomodo, en que Dios parece discípulo deBoscán. Copio dos versos.Sondel capítulo cuaren-ta y aluden al elefante,bestia fuera de programa ymonstruosa, de cuya invención hace alarde Dios.Dicelaversión literal:Debajodesombríopace,en es-condrijode caña,enpantanoshúmedos.Sombríossusombra, le cercarán sauces del arroyo.

Dicen los tercetos:

La invariabilidad de los adjetivos homéricos ha .

sido lamentada por muchos. Es cansador que a latierra la declaren siempre sustentadora y que no seolvide nunca Patroclo de ser divino y que todasangre seanegra. Alejandro Pope (que tradujo a loplateresco la Ilíada) opina que esos tesoneros epí-tetos aplicados por Hornero a dioses y semidioseseran de carácter litúrgico y que hubiera parecidoimpío elvariarlos. No puedo ni justificar ni refutaresa afirmación, pero es manifiestamente incom-pleta, puesto que sólo se aplica a los personajes,nunca a las cosas. Remy de Gourmont, en su dis-curso sobre el estilo, escribe que los adjetivos ho-méricos fueron encantadores tal vez, pero que yadejaron de serIo.Ninguna de esas ilustres conjetu-

Mora debajo de la sombra fríade árboles y cañas. En el cienoy en elpantano hondo essu alegría.

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58 La adjetivación 59El tamaño de mi esperanza

El bosqueespesoy deramasllenolecubreconsusombra,y la saucedaquebañaelaguaessudescansoameno.

Sombra fría. Pantano hondo. Bosque espeso.Descanso ameno. Hay cuatro nombres adjetivosaquí, que virtualmente ya están en los nombres

, sustantivos que califican. ¿Quiere esto decir queera avezadísimo en ripios Fray Luis de León?Pienso que no: bástenos maliciar que algunas re-glas del juego de la literatura han cambiado entrescientos años. Los poetas actuales-l1acen...deladjetivo un enriquecimiento, una vatiadóni lQsantiguos, un descansQ,uné\_c1a~ede.énfasis.

Quevedo y el escritor sin nombre de la Epístolamoraladministraronconcuidadosafelicidadlosepítetos. Copio unas líneas del segundo:

¡Cuáncalladaquepasalasmontañaselaura,respirandomansamente!¡Quégárrulay sona'ntepor lascañas!¡Quémudala virtud por elprudente!¡Quéredundantey llenaderuidopor elvano,ambiciosoy aparente!

Hay conmovida gravedad en la estrofa y losadjetivos gárrula y aparente son las dos alas que laensalzan.

El solo nombre de Quevedo es argumento con-vincente de perfección y nadie como él ha sabidoubicar epítetos tan clavados, tan importantes, taninmortales de antemano, tan pensativos. Abrevióenelloslaenterezadeunametáfora(ojoshambrien-tosde sueño,humildesoledad,calientemanceb{a,vientomudoy tullido,bocasaqueada,almasvendi-bles,dignidadmeretricia,sangrientaluna);los in-ventóchacotones(pecaviejero,desengongorado,en-suegrado)y hastatradujosustantivosen ellos,dán-doles por oficio el adjetivar (quijadas bisabuelas,ruegomercader,palabrasmurciélagasy razonamien-toslechuzas,guedejaréquiem,mulato:hombrecre-púsculo).No diré que fue un precursor,pues donFranciscoera todo un hombre y no una corazonadade otros venideros ni un proyecto para después.

GustavoSpiller(TheMind ofMan, 1902,pági-na 378) contradice la perspicacia que es incansa-ble tradición de su obra, al entusiasmarse perdi-damente con la adjetivación a veces rumbosa deShakespeare. Registra algunos casos adorablesque justifican su idolatría (por ejemplo: world-without-endhour,hora mundi infinita, hora infi-nita como el mundo), pero no se le desalienta elfervor ante riquezas pobres como éstas: tiempodevorador,tiempo gastador,tiempo infatigable,tiempodepiesligeros.Tomar esa retahíla baratísi-

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60 El tamaño de mi esperanza La adjetivación 61

)TIa 4e...sinQnim_os-por arte literario § como SJJP..Q-

I ner que alguien es un gran matemáJico, p..ro:que--\.primero escribió 3

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toJIL~tfinalmente, raíz cuadrada dg l1uev~La represen-

tación !lo l1acarnlli(!do,cambian los signos.Diestro adjetivador fue Milfon. En el primer

libro de su obra capital he registrado estos ejem-plos: odio inmortal, remolinos defuego tempestuo-so, fuego penal, noche antigua, oscuridad visible,ciudades lujuriosas, derechoy puro corazón.

-Hayuna fechoríaliterariaque no ha sido escudri-ñada por los retóricos y es la de sirm.tlaracJkti'VQs..Los parques abandonados, de Julio Herrera y Reissig,y Los crepúsculosdel jardín incluyen demasiadasmuestras de este jaez. No hablo aquí de percancesinocentones como el de escribir frío invierno; hablode un sistema premeditado de epítetos balbucientesy adjetivos tahúres. Examine la imparcialidad dellector la misteriosa adjetivación de esta estrofa yverá que es cierto lo que asevero. Se trata del cuarte-to inicial de la composición «Elsuspiro» (Lospere-grinosdepiedra, edición de París,página 153).

Tú, que no puedes, llévame a cuestas. Herreray Reissig,para definir a su novia (más valdría po-ner: para indefinirla), ha recurrido a los atributosde la quimera, trinidad de león, de sierpe y de ca-bra, a los de las ondinas, al misticismo de las ga-viotas y los albatros, y,finalmente, a las acuñacio-nes escandinavas, que no se sabe lo que serán.

Vayaotro ejemplo de adj<:.tivaciónembust~ra;esta vez, de LUKones.Es el principio de uno desus soneto s más celebrados:

La tarde, con ligera pinceladaque iluminó la paz de nuestro asilo,apuntó en su matiz crisoberilouna sutildecoraciónmorada.

Quimérico a mi vera concertaba

tu busto albar su delgadez de ondinacon mística quietud de ave marinaen una acuñación escandinava.

E~tos epítetos demandan unEfuerz.Q d~ f1-guración~ cansa<IOr.VrTiñ-éf(),Iugones nos esti-".mula a imaginar un atardecer en un cielo cuya/coloración sea precisamente la de los crisoberi- ,los (yo no soy joyero y me voy), y después, una '

1vez agenciado ese difícil cielo crisoberilo, ten-

dremos que pasarle una pincelada (y no de I

cualquier modo, sino una pincelada ligera y sin)1

apoyar) para añadirle una decoración morada,una de las que son sutiles, no de las otras. Así no

¡juego, como dicen los chiquilines. ¡Cuánto tra-

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bajo! Yoni lo realizaré, ni creeré nunca que Lu-gones lo realizó.

Hasta aquí no he hecho sino vehementizar elconcepto tradicional de los adjetivos: elde no de-jados haraganear, el de la incongruencia o con-gruencia lógica que hay entre ellos y el nombrecalificado, el de la variación que le imponen. Sinembargo, hay circunstancias de adjetivación paralas que mi criterio es inhábil. Enrique Longfe-llow, en alguna de sus poesías, habla de la secachicharra,y es evidente que ese felicísimo epítetono es alusivo al insecto mismo, ni siquiera al rui-do machacón que causan sus élitros, sino al vera-no y a la siesta que lo rodean. Hay también esa

! agradabilísima interjección final o epifonema deI Estanislao del Campo:

empieza inventándonos un caballo,y para persua-dirnos del todo, se entusiasma con él y hasta locodicia. ¿No es esto una delicadeza?

Cualquier adjetivo, aunque sea pleonástico omentiroso, ejerce una facultad: la de obligar a laatención del lector a detenerse en el sustantivo a

que se refiere, virtud que se acuerda bien con lasdescripciones, no con las narraciones.

No me arriesgaré vanamente a formular una"doctrina absoluta de los epítetos. Eliminarlos

\

I

Puede fortalecer una frase, rebuscar alguno eshonrada, rebuscar muchos es acreditada de ab-surda.

¡Ah, Cristo! ¡Quién lo tuviera!¡Lindo el overo rosao!

Aquí, un gramático vería dos adjetivos, lindo yrosao,y juzgaría tal vez que el primero adolece deindecisión. Yono veo más que uno (pues overorosaoes realmente una sola palabra), yen cuantoa lindo, no hemos de reparar si el overo está biendefinido por esa palabrita desdibujada, sino en elénfasisque la forma exclamativale da. Del Campo