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SUMARIO

Introducción

1. Colocar las cosas en su sitio: el sentido de un Año Jubilar

2. Bona gent!: la bondad de la criatura humana en el proyecto de Dios

3. Conversión, reforma y santidad

Cuestiones para reflexionar

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2bona gent!

Edita: Comisión Interdiocesana para el Año Santo de san Vicente Ferrer

Diseño y producción gráfica:Medianil Comunicaciónwww.medianil.com

Portada:Cartel oficial “Año Santo Vicentino”

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San Vicente, según se dice, iniciaba su pre-dicación con la famosa frase valenciana “Bona gent!”. A pesar de las apariencias,

hemos de pensar que “Bona gent” es mucho más que un estribillo “marca de la casa” del anuncio vicentino. Debajo de la afirmación hay, escondi-da, una visión cristiana del ser humano, toda una teología, que el santo dominico, a modo de intro-ducción, ofrecía a su auditorio, proporcionándole ya una clave desde la que entender lo que iba a comunicar. De este modo, se podría decir, nuestro insigne predicador no sólo captaba la atención de la gente, sino que mostraba la finalidad, la inten-ción última de su palabra…

En esta segunda catequesis del Jubileo Vicentino con motivo de los seiscientos años de su muerte, queremos presentar esa visión cristiana nacida de la expresión Bona gent. Y lo haremos relacionán-dola con el magisterio del papa Francisco en la Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate.

La exposición se ajustará al siguiente itinerario:

1. Colocar las cosas en su sitio: el sentido de un Año Jubilar.

2. Bona gent!: la bondad de la criatura humana en el proyecto de Dios.

3. Conversión, reforma y santidad.

introducción

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E l Jubileo es una institución del AT que invita al Pueblo de Dios a reubicar las cosas en su sitio, en su fuente, en su verdad, en Dios. Se

relaciona con la celebración del sábado (sabbat), día de descanso para Israel, en el que debía tener presente al Creador de todo lo existente. Yahveh había creado el mundo en seis días, ¡y todo lo había hecho bien! (Gn 1). El séptimo descansó y, de este modo, bendijo y santificó este día para siempre (Gn 2, 1-3). El sábado, pues, llama al cre-yente israelita a ponerse en el punto de vista del Hacedor, a contemplar la realidad a través de los ojos del Señor de cielo y tierra y, en consecuencia, a tomar conciencia y a aprender del orden correc-to de las cosas: Yahveh es Dios y el ser humano es criatura. A la luz de este planteamiento, observar el mandato del sábado constituye para la persona religiosa una fuente de bendición y de santidad. Conforme a esta misma lógica, Israel celebra cada siete años un año sabático y cada siete veces sie-te, un Jubileo.

el sentido de un Año jubilar

1. Colocar las cosas en su sitio

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BONA GENT!

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El presente Año Jubilar vicentino ha de ser leído a partir de estas mismas claves y, por tanto, ha de servir para renovar la Iglesia en su servicio a la causa del evangelio. El Jubileo de los 600 años de la muerte de nuestro santo ha de contribuir a re-ubi-car todo en el Dios de Jesucristo, en la justicia, en el orden de la salvación. Cabe entenderlo, pues, como una oportunidad que recuerda el objetivo que, respectivamente, buscaban alcanzar el anun-cio del Año de gracia, el Jubileo bíblico y la misma predicación del Pare Vicent.

No hay que olvidar que san Vicente, sobre todo en los últimos 20 años de su vida, se sintió perso-nalmente llamado por Jesucristo a predicar la Pa-labra de Dios (él incluso refería el título que daba sentido a esta llamada: “legado a latere Christi”). Esta misión perseguía la conversión de la gente y la reforma de la Iglesia en orden a preparar un pueblo bien dispuesto para Dios (Lc 1, 17). Por este sen-dero, cabe afirmar que la predicación del Maestro Vicente ayudó a colocar las cosas en su sitio… Su predicación fue una auténtica predicación Jubilar.

El sentido de un Año Jubilar

La institución Jubilar tenía sus exigencias. Nos lo re-cuerda el libro del Levítico: liberación de los esclavos, perdón de las deudas, vuelta de las propiedades a su primer dueño, barbecho en los campos,… (Lv 25). Estas medidas jubilares dejan muy claro que Dios es la causa de la riqueza y, además, el garante de las relaciones humanas justas. De ahí que las cosas, que pudieran haber seguido una lógica meramente humana, tuvieran que volver a su raíz original trans-currido cierto tiempo. El Jubileo, en este sentido, es un verdadero Año de gracia para el Pueblo de Dios: todo regresa a su principio, es decir, a Yahveh, que no sólo es Creador, sino re-creador (Salvador) de lo existente, fuente de bendición y santidad.

Isaías describiendo la esperanzadora obra del futu-ro Mesías habla, entre otras acciones similares a las Jubilares, del anuncio del Año de gracia (Is 61, 1ss). Jesús, como sabemos, se apropia de este texto en la sinagoga de Nazaret: ¡hoy se cumple esta Escritura! (Lc 4, 14ss). Desde esta perspectiva, cabe entender la acción evangélica de Jesús como la implementación veraz de la figura jubilar: establecer las cosas en su verdad salvífica, en el Dios Creador y Salvador, en el Dios del Reino. Por esta vía, como se aprecia, Jubi-leo, mesianismo y predicación del Año de gracia se muestran como realidades bíblicas convergentes…

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D ios contempló la obra salida de sus manos y vio que era buena. La bondad inheren-te a la obra creacional es el reflejo de la

impronta del Hacedor. Si Dios es bueno, su Crea-ción es buena. El artista siempre deja su huella en lo que hace. Y, si esto vale en general para todo lo creado, mucho más para el caso del ser huma-no, cualificado singularmente por Dios. De aquel afirma la Escritura que fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 27). Por eso, recibió el encargo particular de cuidar del Jardín (Gn 2, 15) y puso nombre a las otras criaturas (Gn 2, 20). El hombre es el interlocutor de Dios en la obra creacional.

Fijémonos con atención, afirmar la bondad del mundo creado o la bondad del ser humano es ha-blar bien de Dios, es “bendecir” al Creador. Quien mira las cosas desde Dios ha de reconocer este he-cho. El sábado, como hemos recordado, invitaba al creyente a descubrir la santidad y la bendición

AL INICIO DEL JUBILEO VICENTINO

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la bondad de lacriatura humana en el proyecto de Dios

2. Bona gent!

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BONA GENT!

I 1110 I

La bondad de la criatura humana

el proyecto que, junto y gracias a Dios, ha de im-plementar. Esa bondad, en cualquier caso, es un regalo. Por eso, el auténtico creyente la vive con agradecimiento y humildad, sabiendo que todo lo bueno que hay en él, antes y después del pecado, lo ha recibido de Dios (“¿Qué tienes que no hayas recibido?”, 1 Co 4, 7). A este respecto, Francisco advierte, en la Gaudete et Exsultate (GE), del peli-gro que suponen los nuevos pelagianismos. Éstos atribuyen la salvación a la propia voluntad y des-tacan el esfuerzo humano como vía salvífica. El Papa previene con pedagogía contra el olvido de los propios límites y reclama la humildad como la actitud cristiana consecuente frente a la primacía del don de Dios (nn. 47-51)

Cuando Vicente Ferrer iniciaba su sermón repetía un estribillo: Bona gent! En estas dos palabras hay mucho más de lo que parece. En ellas se conden-san tanto la definición del ser humano a la luz de Dios, como el objetivo mismo perseguido por la predicación. De entrada, el Maestro Vicente, con ellas, se ubica ante sus oyentes con acierto y cla-ridad. Por un lado, se muestra cercano, manifes-tando a la vez la vecindad de la Palabra de Dios que va a anunciar. Por otro, recuerda y subraya la identidad de los que tiene delante para que sepan

divina en su obra. Con ello, se perseguía que el israelita se identificara más estrechamente con el Creador y corrigiera lo que no fuera coherente con esa comunión.

Con todo, la explicación de la experiencia religio-sa nos lleva, a veces, a distorsionar el enfoque de las cosas. Decimos con frecuencia que el ser humano es un pecador. Y es verdad. La realidad cotidiana lo avala. El pecado consiste en dejar de ver las cosas desde Dios y buscar el propio camino a través de una elección que, siendo libre, reba-ja la libertad. Avanzando por este sendero, si no estamos atentos, podemos deslizarnos hacia terre-nos peligrosos, sobre todo si hacemos del pecado la definición de lo humano.

No es que no sea auténtica nuestra condición pe-cadora: ¡cada día la vivimos! Pero se torna miope la mirada cuando identificamos lo que hacemos o las consecuencias de nuestra acción con lo que en último término somos. En este sentido, no hay que olvidar que nuestra verdad más honda es la que el Creador ha impreso en nosotros. ¡Y debe ser cierto que lo que Dios nos da es más relevante que lo que alcanzamos por nuestras obras! El don de Dios, por consiguiente, nos define más exactamen-te que el fruto que producimos. Don de Dios y obra

humana, las dos cosas cuentan, pero hay entre ellas una jerarquía a considerar. En el caso presen-te, esto significa que, aunque seamos pecadores, que lo somos, no dejamos nunca de ser imagen de Dios. Así lo ha querido nuestro Padre desde la Creación. Eso sí, habrá que matizar, como recuer-da la teología y la catequesis, que a causa del pecado dejamos de parecernos a quienes somos (el pecado afecta a nuestra semejanza con Dios). Hay que reconocer, en consecuencia, que el pe-cado siempre afea a la criatura, al hacer que el ser humano no se parezca a quien en realidad es: imagen de Dios, hijo de Dios y, por eso mismo, bueno. En suma, la distancia con respecto a Dios desfigura la identidad humana pero no la destru-ye. Una vida abierta a Dios, por el contrario, no sólo muestra la bondad del ser humano recibida de Dios, sino que la potencia hasta su medida más alta: la estatura de los hijos de Dios.

Por todo esto, no es un error afirmar la bondad del ser humano. Es su verdad radical, su realidad crea-cional constitutiva. Puede que la criatura la tenga olvidada y que no actúe conforme a ella. Pero esa bondad sigue siendo la identidad que Dios le die-ra y la que ha de descubrir y desarrollar para ser el que es. Esa bondad es el secreto del hombre y

a qué atenerse desde el comienzo de su prédica. En efecto, a través de esta sencilla expresión, el santo valenciano, con sorprendente sabiduría, sabe ponerse en la perspectiva del Dios Creador y Salvador y traza el camino al que se ajustarán su enseñanzas: el ser humano es bueno y lo es por “denominación de origen”; quien posee tal dig-nidad, como es de ley, ha de comportarse según ella; y, para lograrlo, no cabe otra senda que la de dejarse hacer por Dios a través de la Palabra, tal y como ya sucediera en los orígenes. En suma, con Bona gent!, Vicente prepara a sus oyentes re-cordándoles quiénes son y disponiéndolos a aco-ger la Palabra de Dios, que les permitirá serlo. ¡Toda una lección de predicación!

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J esús comenzó su ministerio público llamando a la conversión: “El Reino de Dios está cerca: convertíos y creed la Buena Nueva” (Mc 1,

15). La conversión es la respuesta proporcionada al anuncio de la Palabra y, por eso, el inicio de toda vida cristiana (Act 2, 37-38). Convertirse es reorientar la vida en la dirección de la Palabra aceptada, ajustar los pasos a la propuesta de Dios o ubicarse en Cristo (camino, verdad y vida).

San Vicente Ferrer vivió una época difícil. Todas las épocas lo son, pero la suya tuvo algunas cir-cunstancias que permiten entender la dificultad de la que hablamos. Se ha dicho que nuestro san-to vivió el “otoño”, el ocaso o crepúsculo de la cristiandad bajomedieval en Occidente. En aquel contexto, la gente había perdido gran parte de su vitalidad interna; una vitalidad que brotaba de la fe. Algunos problemas explican tal juicio: los estra-gos de la “peste negra”, la estancia del papado en Avignon, el posterior Cisma de Occidente en la

conversión, reforma y santidad

3. el inicio de TODA vida cristiana

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BONA GENT!

I 1514 I

Conversión, reforma y santidad

pasivo y misericordioso, a pesar de los pecados y la fragilidad; supone la agradable sorpresa de descu-brir que alguien se interesa y apuesta por mí; con-lleva que uno se vea con los ojos del Otro y se des-cubra como quien es en verdad: hijo de Dios. Esta conversión, en suma, es la puerta a una vida nueva que muestra la auténtica estatura del ser humano. Con esta estatura tiene mucho que ver la santidad.

La santidad es la medida de los que alcanzan la estatura de los hijos de Dios (“la santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya”, GE 21). En este sentido, la santidad es la implemen-tación de la verdad constitutiva que Dios regaló al ser humano y que sólo Dios hace posible. Y esto ocurre cuando la bondad que nos dice desde Dios, o sea, cuando lo que recibimos de Dios, ha-lla su realización en la aceptación de vivir según Dios, tal y como afirmaba Goethe: lo que has re-cibido, conquístalo cada día para que sea tuyo. Y es que Dios no se impone, no actúa sin que el hombre “colabore acogiendo” el don (aquí habría que añadir que el propio san Vicente es prueba palmaria de esta verdad, que se cumplió en su vida y que podía acreditar de modo autorizado).

Iglesia, la decadencia de la vida religiosa, etc. Si queremos entender al Maestro Vicente no se pue-de separar su pasión predicadora de esta realidad que, con el anuncio evangélico, quería cambiar.

Cambiar, ¡ésa es la clave! La conversión de las personas al evangelio y la reforma de las institu-ciones constituyen la razón que mueve a nuestro santo a ponerse en camino en el ejercicio de una impresionante predicación itinerante. Predicación que miraba tanto al interior de la Iglesia, como a la vida política o las costumbres de la sociedad. La palabra, tal y como hizo Jesucristo, será el medio para lograr este objetivo: reorientar todo a su ver-dad, colocar las cosas en su sitio (Dios).

La conversión, desde la perspectiva de Dios que hace suya el predicador, supone confiar en que los receptores poseen la capacidad de “vivir de otra manera”, evitando que se identifiquen con quien, en verdad, no son; implica mostrar que la salva-ción que se les anuncia tiene que ver con la bon-dad de Dios, que dice a la persona humana desde siempre. La conversión esperada, desde este enfo-que, coincide con el Bona gent! de Vicente Ferrer.

La conversión, desde el lado de los receptores, im-plica la alegría de saberse querido por un Dios com-

Si nos fijamos, la lógica del discurso lleva a es-tablecer una cercanía significativa entre el signi-ficado de la expresión Bona gent!, la finalidad del Jubileo bíblico y la necesaria conversión para alcanzar la santidad, verdadera medida de lo hu-mano en el proyecto de Dios.

En relación con esta cercanía, pero desde la clave de la santidad, pueden ser muy útiles algunas de las enseñanzas del papa Francisco en la Gaudete et exsultate. Enseñanzas que nos convendría medi-tar a lo largo de este Jubileo Vicentino. Por ejem-plo: la santidad es una llamada de Dios a todos sin excepción (no es el patrimonio de unas pocas élites, n.14) y sólo se explica desde el mismo Dios que es santo (n.11); la santidad coincide con la vivencia de la Buena Noticia tal y como el Maestro Jesús la ha enseñado y testificado (las Bienaventu-ranzas, nn. 67-94); la santidad saca lo mejor del ser humano; es decir, humaniza: “en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos” (n. 34).

Ahí está: la santidad, por obra de la gracia, saca lo mejor del ser humano, eso que Dios puso en su interior y que, por ello, es necesariamente bueno. Sant Vicent lo decía a su modo como estribillo in-troductorio a su predicación: Bona gent!

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1. ¿Qué cosas concretas de nuestra vida personal y eclesial habría que volver a colocar en su sitio de acuerdo al sentido del Jubileo bíblico?

2. A pesar de la fragilidad y del pecado, ¿somos capaces de percibir la grandeza de la digni-dad de todo ser humano?

3. Nuestra predicación y nuestra catequesis, ¿cómo corrige los errores: insistiendo en la bondad constitutiva del ser humano o en su maldad? ¿Cuál sería el camino a seguir?

4. ¿Qué idea tenemos de la santidad?

5. ¿Qué nos dice la frase del papa Francisco “la santidad no te hace menos humano, porque es el encuentro de tu debilidad con la fuerza de Dios” (GE 34)?

CUESTIONES PARA REFLEXIONAR

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