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BOLETIN"" DE LA ESPAÑOLA AÑo XXII. ToMo XXII. O cTUB RE DE 1935. CuAn. CIX . EL ESPAÑOLISMO DE MARCO VALERIO MARCIAL (e ontinuación.) VIII Con Si li o It álico, colmado cl•e toda sue rt e el e honores y gran · señor el e tierras, qu e a Febo y a las Mu sas consagró el ocio · Ol·naclo ele los años ele su jubilación, vimos cómo Ma rcial se . en tendió perfectamente . Marcial es taba hecho aposta para en- tenderse con gra nel es se ñore s. Pero con cimo Juni o Juvenal, oel poeta ele la cabez a el e Me du sa y ele la voz el e bronce, cuya mu sa fué la indignación, ¿cómo pudo fraternizar el festivo bil- bilitano, el poeta del garabato y ele las castañ uelas tartesíacas, ele la musa gitana y del ba ile y del dócil temblol' el e los lomos, ·de las sales aviesas y el e las gracias traviesas? Es ci·erto que el poeta el e Bílbilis y el poeta ele Aqu ino sos · tuvi eron una amistad no rompicla. Alg uien quiso quebrarla, pe ro no lo consigu ió. Marcial sali ó vivamente a contrarrest a:: la clofosa maniobra y a deshacer la obra sutil el e u na mala lengua: Cum Jn venale meo, quae me commitere temptas qnid non ande bis, perf,:da /in gua loqni ? ... -¿ Qné no te atreverías a hablar , lengua pérfida, que inten- tas enemistarme con mi Ju venal? Fing iendo desavíos, Or es- tes hubi era a bor recido a Pílacles y hub ie ra s despojado a Pirí- .too ele su afecto po r Teseo; hubieras sido capaz ele sepa- Jl

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Page 1: BOLETIN - Real Academia Española · 2014. 6. 28. · BOLETIN"" DE LA ACADE~IA ESPAÑOLA AÑo XXII. ToMo XXII. O cTUBRE DE 1935. CuAn. CIX. EL ESPAÑOLISMO DE MARCO VALERIO MARCIAL

BOLETIN"" DE LA

ACADE~IA ESPAÑOLA

AÑo XXII. ToMo XXII. O cTUBRE DE 1935. CuAn. CIX .

EL ESPAÑOLISMO DE MARCO VALERIO MARCIAL

(e ontinuación.)

VIII

Con Silio Itálico, colmado cl•e toda suerte ele honores y gran ·señor ele tierras, que a Febo y a las Musas consagró el ocio ·Ol·naclo ele los años ele su jubilación, vimos cómo Marcial se .entendió perfectamente. Marcial estaba hecho aposta para en­tenderse con graneles señores. Pero con Décimo Junio Juvenal, oel poeta ele la cabeza ele Medusa y ele la voz ele bronce, cuya musa fué la indignación, ¿cómo pudo fraternizar el festivo bil­bilitano, el poeta del garabato y ele las castañuelas tartesíacas, ele la musa gitana y del baile y del dócil temblol' ele los lomos, ·de las sales aviesas y ele las g racias traviesas?

Es ci·erto que el poeta ele Bílbili s y el poeta ele Aquino sos · tuvieron una amistad no rompicla. Alguien quiso quebrarla, pero no lo consiguió. Marcial salió vivamente a contrarresta:: la clofosa maniobra y a deshacer la obra sutil ele una mala

lengua:

Cum Jnvenale meo, quae me commitere temptas qnid non ande bis, perf,:da /in gua loqni ? ...

-¿ Qné no te atreverías a hablar , lengua pérfida, que inten­tas enemistarme con mi Juvenal? Fingiendo tú d esavíos, O res­tes hubiera aborrecido a Pílacles y hub ieras despojado a Pirí­.too ele su afecto por Teseo; tú hubieras sido capaz ele sepa-

J l

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rar a los hermanos sicilianos ( r) y de disociar a los mellizos­de Leda (2)". ·Cuando uno no quiere, dos no riñen. La amistad de Marcial y de Juvenal permaneció intacta.

¿Y cuál puede ser la razón de una amistad tan estrecha en­~re estos dos hombres cuyos nombres solos y cuya obra están separados por distancias tan anchas? El uno, inqui·eto hasta lo• volátil, y el otro, rígido hasta la solemnidad. El uno, zumbón, y el otro, sañudo. El uno exalta su voz como una trompeta sagrada; el otro la sutiliza y afina como un cínife nocturno. El' uno, ardilla, y el otro, jabalí. El uno suelta su ira procelosa· e;1 hexámetros torrenciales; el otro vierte su malignidad en epi­gramas súbitos. El uno, iconoclasta ele tiranos; el otro, divi­nizaclor ele tiranos. ¿ Cómo podía Juvenal leer resignadamente­las sacrílegas lisonjas que dedicaba su amigo Marcial al dios Domiciano? Y las aún más repugnantes adulaciones que la musa rastrera del bilbilitano dedicaba a la corte palatina de servidores y eunucos: como aquel Partenio, que le re!!aló una toga; como aquel Earino, a quien endiosa; como Crispino,. aquel genízaro, mezcla de griego y de eo·ipcio, cuyo solo nom­bre sacaba a Juvenal de sus casillas: Ecce itenmt Crispinus. ¡ Crispino otra vez! Y tenía la virttid de inspirarle toda una sá­tira llena de fieras colmilladas. El juicio que forman del tíem­po que les ha tocado. vivir no puede ser más dispar. Juvenal proclama que la corrupción llegó a su colmo; .que no es posi­ble ya ningún avance ulterior; y emplaza el tiempo por venir para que, en punto a vicio, imagine algo peregrino y nuevo. Marcial, a su vez, afirma que el siglo qué le tocó vivir es casi una edad de oro o dorada. Dorada, no; porque no pag;a bien a los poetas ; con unos cuantos mecenas no habría nada que· desear. ¿Cuándo Roma fué más gloriosa? ¿Cuándo vivió más tranquila? ¿ Cuándo ~1ás libre? Si Catón volviera se declararía: cesariano. Como se ve, no puede ser más acusada la diferencia. ele apreciación d·e la realidad social y política que vivían entre el poeta que poblaba sus enigramas ele avispas mordaces y el estentóreo portavoz de la sátira irritada.

En una sola cosa convienen los dos genios, y es en su ho-

(r) Anfinomo y Anapio, dechados de amor fraternal y de piedad filia( Estrabón, VI, 7 .

(2) Epigram. VII, 24.

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rror por la poesía convencional, seudoheroica, mitológica, lejana, fría y falsa que entonces imperaba; la poesía de las lecturas pú­blicas, cuyo favor y abuso produj eron la frenética reacción de Juvenal :

-¿Y siempre he ser yo oyente? ¿Y. no podré jamás ven­garme yo, que tantas veces fuí vejado por Cordo, ronco ya de recitar su T eseida? ¿ Impunemente me habrán flagelado: aquél con sus cow¡,edias togadas y con sus elegías aquel otro? ¿ Impu­nemente me habrá malgastado un día entero un Télefo sin fin o un Orestes que colma todo un libro hasta sus márgenes? A na­die es tan conocida su propia casa como a mí el bosque sagrado de Marte y el antro de V ulcano, cabe los eolios roquizares. Lo que los vientos hacen, qué sombras Eaco atormenta, de qué país aquel pirata se lleva a hurto el leve copo ele or·o, cuántos y cuán corpulentos olmos lanza Mónico ; he aquí lo que resue­nan incesantemente los plátanos ele Frontón, sus convulsos már­moles, sus colu.mnas hendidas por los clamores del sempiterno lector {r) ." Y puesto que el auditoPio, complaciente en exceso, estimula estas fatuas producciones, fuera necia clemencia la ele mirar por la salud y la comodidad del público; y se dispone el poeta, indignado, a henchir ele versos el papel que otros de to­das maneras habrán de llenar.

Compartía esta inquina por los poemas farragosos y pesados nuestro rápido y expeditivo Marcial, a quien poetas ele la es­cuela y del gusto de Estado debían mirar con cierta conmise­ración, porque no había compuesto más que piezas breves y sin trascendencia. Marcial contesta al desdén callado ·en un epigra­ma que no se desdeñó de traducir el Señor de la Torre de Juan Abad:

Créeme, F laco, que ignoras lo que cierran en s í los epigramas, pues que crees que no son más de burla y niñerías. Más burla aquel que escribe de Thereo cruel banqueteS>, o ele Thyeste duro la cena, o a Dédalo pegándose las alas, o a Polyphemo que apacienta ovejas en Sicilia : están de nuestros libros

lej os estas locuras mentirosas. N o con locas grandezas nuestra musa

(r) Juvenal, Satura, I, r 3.

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se hincha; que bien sé que las alaban; ésas adoran, pero leen aquéstas (r).

Y en otro epigrama desenfadado insiste 'en la misma conde­nación:

-Tú, lector ele Eclipo y ele Tiestes, el ele los ojos llenos de noche; ele Colcos y ele Escilas, ¿qué lees sino desvaríos? ¿Qué pro te hace el rapto ele Hilas, qué Parténopes y Atis, qué En­(]imión, que durmiendo pasa su vida? (2). ¿Qué d mancebo despojado ele las alas que se le d esprenden ·en el vacío? (3) ¿Qué un hermafrodito que siente aversión de las aguas que de él se enamoran? ¿Qué atractivo puedes hallar en los frívolos juegos imaginativos de un mísero papel? Lee, sí, aquello del cual pue­da decir la vida: Esto es mío. N o vas a encontrar ·aquí ni Cen­tauros, ni Got·gonas ni Harpías: mi libro sabe a hombre. Pero tú no qui-e res, Mamurra, conocer tus costumbres ni saber nada ele ti. Siendo esto así, lee, lee los Orígenes, ele Calímaco" (4)-

J u venal abominaba por igual ele H eracle'Íd!Js y ele Diowte­deas, ele los mugidos d el 'laberinto, ele! mar en donde se engol­fó, hundi éndose, Icaro, con un grande son de aguas, y del vue­lo d e D édalo, padre ele todos los mecánicos (S)- Juvenal tam­bién busca al hombre, también busca la vida que Marcial coge al vuelo en sus -epigramas, aprisionánclola en ellos como aquella hormiga y aquella abeja cantadas por él que vivas quedaron 1)rencliclas en tti1a. gota de ámbar transparente.

Ninguna otra obra ele la literatura latina es más viviente y sincera que la obra de Marcial. Nada ele id eas generales, ni ele descripciones vagas, ni ele énfasis pueriles, ni ele paisaj es arbi­trarios, ni de costumbres convencionales , ni ele héroes ele ar­cilla. En Marcial todo es exacto, concreto y pr-eciso. Marcial es un eficacísimo pintor realista:

·-Tú sostienes, Cauro, que mi talento es chico y lo pruebas

(r) Epig·ram. I V, 49 - Traducido por don F rancisco de Quevedo, Para­phrasi y Traducción de Anacreonte, Biblioteca de Autores Españoles, to ­mo LXIX, pág. 437-

(z) Regocijada alusión a los amores de E ndimión y de Selene-Diana dentro de la gruta de Patmos. Este tema, no obstante, ha sido remozado po;· el elelicaelo poeta inglés Keats.

(3) I caro. (4) Ep,:gra.m. X, 4- E l poeta gri·ego Galímaco escribió un ·poema sobre los

orígenes ele las leyendas mitológicas, a quien dió el nombre ele Actia.. (S) Juven.: Satura, I , sz-ss.

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porque hago poemas que gustan por su brevedad. Lo confie­so. Pero tú, que en estilo grandílocuo escribes e1i doce libros los magnos combates de Príamo, ¿serás grande hombre? Yo escul­po al niño que Bruto admira (I) y doy alma a Langón (2); tú, Gauro; tú, genio grande, amasas un gigante de arcilla.

Marcial es el cronista de la vida minuciosa. Por él sabe­mos cómo la Roma impeúaí ocupa sus doradas horas :

Las dos primeras horas se consagran a las visitas que hacen los clientes; en la tercera se oye el eco bronéo del abogado; Roma, en la hora quinta, se entrega a sus multígenos quehaceres; hay en la sexta un rato ele descanso, v la labor acábase en la séptima. El tiempo ele la octm·a a la siguiente ~e dedica a ejercicios ele la lucha. Nos ' brinda la novena a hollar los lechos del festín y la décima conságrase, Eufemo, a la lectura ele mis libros.. (3)

Dedicarse a la l·ectura de los libros de Marcial es un eufe­mismo que equivale a decir que la morosa sobremesa, alargada hasta altas horas, se condimenta de sal no demasiado urbana y se salpica de salacidades. Las . cenas romanas no eran cenas platónicas ni tenían las serenas castidades del Symposion plató­nico. El cortesano, tal como lo ideó Baltasar Castiglione y Juan Boscán lo romanceó, no asistió jamás a ellas. Pero ésta era la Roma 'que diríamos burocrática y avecindada en el Foro y el Pa­latino. 'A su lado, sumergiendo este islote un mar de rumores sin número, hay estotra Roma, hacendosa e inhabitable, pintada tan al vivo. N egant v1:tam, no dejan vivir

lndi magistri mane, nocte pistares :

por la mañana, los maestros de escuela; los panaderos, por la noche ; y durante todo el día, los martillos de los caldereros. Por un lado, el cambista ocasional hace sonar encima de la mesa sórdida su provisión de monedas con el cuño de Nerón.

(r) Alude a una estatuilla del escultor Estrongilión, admi rada grande­mente por Bruto. Plin.: Hist. Nat., XXXIV, 82.

(2) Langón, joven esclavo, esculpido por Licisc . (3) Epigram. IV, 8. Víctor Suárez, intérprete . .

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Por el otro lado es el batidor, que machaca polvillo de oro his­Jlano, golpea con su brillante fusta la piedra usada; y no cesa de aullar la tropa fanática de Cibeles ; ni aun para de lamentarse el náufrago locuaz con su ttonco vendado; ni el judío adies­trado por su madre a mendigar, ni el cegajoso vendedor de pa­juelas azufradas (r).

Cómo se hubiera desdeñado la musa coturnacla de Estacio ele recoger las anécdotas efímeras que esmaltan el menudo vivir de cotío el e la sociedad romana, a la cual el impasible poeta sen· tíase ajeno. Y es precisamente esta parte fugaz y viva, esta mo­mentaneiclacl cazada al vuelo y esta actualidad sorprendida in fraganti y hecha prisionera lo que comunica verdad y peren· nielad a la obra ele Marcial, auténtico cronista de Roma. Los ep~gramas son su registro. N o ele otra manera la argumentosa abeja y la guardosa hormiga quedaron prendidas y cuajadas en la tenacidad del glúten lacrimoso. Todo lo colecciona Mar­cial en su virvaz herbario. Ha nevado. Roma aparece erizada de carámbanos.; cae de punta uno de aquellos álgidos cuchi­llos, mientras 1pasa un joven y le hiere. Este . suceso inspira al genio rápi·do del bilbilitano un lindo epigrama digno de ser registrado en Agudeza y Arte de ingeú,ios, que no en bal­de Marcial y Gracián son aragoneses. Manuel ele Salínas lo tradujo no mal bajo este título: Acerca de ~tn joven muerto por la caída de un témpano de hielo :

En el Pórtico Vipsano, donde cien columnas hay y al cual\ frondosos laureles tributo en coronas clan ; donde el agná no risueña, engañosa su humeclacl, a las losas comunica resbaladero al pisar ; a un segundo Ganimedes, que al templo iba a ministrar, hirió en el cuello del hielo un cristalino puñal ; con que inexorable el Hado · cortó el estambre vital, no bien comenzado aún cuando mal cortado ya. Acabó el! infante bello,

(r) Epigrmn. XII, 57, 4-14.

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comenzando su crueldad la Fortuna, con quien nada pueden belleza y edad. ¿ Qué no quiso ésta, cruel, que pudiese ejecutar; o adónde no está la muerte? ¡ Aguas ! ¿ Así degolláis ? ( 1) .

En este mismo sitio, es decir, el Pórtico Vipsano, de las -cien columnas, donde una colección de fi·eras en efigie adornan un paseo de plátanos (platanona), una fingida osa atrae las mi­radas. Jugando, se le acerca el muchacho Hilas y mete la mano tierna en la boca feroz. Pero una víbora dolosa escondíase en la hendidura del bronce y en ella vivía una pequeña alma mucho más maligna que la fiera alimaña. N o advirtió el frau­de el bello mozuelo hasta que sintió el diente y expiró. El pos­tl'er rasgo es gracianesco :

O facinus, falsa quod ursa fuit! (2)

¡ Oh maldad, que la osa fuese falsa! Ved ahí un anticipo de Le malade imaginaire:

Enfermo se halla Zoilo : tal• terciana la ocasiona su cama d~; oro y grana. Si se hallaran templados sus humores,

¿ qué harían tan preciosos cobertores? ¿ Qué de Egipto su tálamo traído? ¿ Qué el lecho de oloroso ámbar teñido? Tu enfermedad, ¿ qué muestra en esas piezas, sino entre vanidad, necias riquezas? ¿ Por qué médicos llamas? Los Macaones (3) despide, pnes no alivian tus pasiones. · ¿ Quieres que tu salud tu cuerpo cobre? Cambia tu cama por la mía pobre (4).

¡ Guay de quien tuvo la debilidad de aceptar una cena de Eucto, extraño colecoionista de vasos antiguos. Manuel de Sa­linas trasladó la sal del epigrama marcialesco (S) a estos be-

(1) Ep,:gram. IV, 19. Algunas agudezas del epigrama no las supo expre­sar el ágil traductor :

Tabuit in calido volnere m1tcro tener, etc.

(2) Epigram. III, 19. (3) Médicos famosos, prototipo del buen médico. (4) Epigram. II, 16 . Traducción del Padre Moreii. (S) Epigram. VIII, 6.

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llos y bien timbrados tercetos dignos ele la fábrica ele los Ar'· gensolas:

N o hay cosa más cansada y enfadosa que estar del viejo E ucto convidado, pues, eterno hablador, jamás r eposa.

Más quiero yo en mi casa descansado beber en una barca saguntina (r),

aunque sea de barro maestrado.

Ya a los aparadores se avecina mostrando de sus vasos la braveza, que yo juzgué· vasi jas de cocina.

"Original,es, .dice, con certeza son todos los que veis de fina plata, que tal es de mi casa la grandeza.

De Laomedonte (2) fueron paga grata (y a tanto hablar se le desvaha el vino) esos vasos, a cuyo precio trata

Apolo, de su lira al son divino el ~ l:acer ele Troya el muro tan perfeto. En aquel bernegal tan peregrino

de los Lapita.s en la guerra Rheto (3) bebió feroz; y es~ar tan abollado que fué de aquella guerra me prometo.

Este tazón, con oro c1aveteaclo, con cuatro asas y ele dos cabidas, cuyas pa!omas, como se han rozado,

están, ele tan usadas, má1 lucidas (4), es del sabio Néstor, el que ha vivido, como lo narra Homero por tres Yidas.

Con ·este ci fo Aquiles ha bebido

(r) Copa en forma el e barca (cvmba). Otras veces habla Marcial ele estos cacharro' ele Sa,gunto: IV, 46, y XIV, roS:

Quae non sollicitus teneat ser,Jetque ministe1· sume Saguntino Pocula facta luto.

Como eran ele greda o arcilla, no se perdía mucho si se rompían. Plinio habla ta.mbién de esta modesta industria española. Hist. Nat ., XXXV, r6o. En este pasaje hay un asomo ele preferencia patriótica.

(2) E l mítico fundador ele Troya. (3) E l centauro que quiso rapta r a Hipoclamia. Es notable la bizarra fan­

tasía con que el maniático coleccionista interpreta las leyendas mitológicas. (4) En una tumba de Micenas hase encontrado una copa absolutamente­

igual. Ha s ido reproducido por Helbig, L' Epopée H omeriqne, pig. 479, de la traducción francesa. En cada una de sus asas hay una palo:na esculpida e 1~

relieve.

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y en él mandó bebieran' los legados de Agamenón. Con ésta brindó Dido

a Bicias (1) que el mayor de sus priYados, en 1a cena que al Teucro dió opulenta." Pero después que os tenga así cansados,

notaréis que, con todo lo que ostenta, el~ Príamo en el vaso torneado os brinda un A.: tiana,ctn desdichado (z).

Es decir, que el anfitrión arqueólogo en un vaso arcmco escancia un vino niño.

Pero, al fin, Eucto compraba; no así Mamurra, tamGién amador y perseguidor de antigüedades y poseedor ele verdes gustos. Una mañana, en Dios y enhorabuena, sale ele casa con el hocico al aire. Marcial le sigue puntualmente como la som­bra al cuerpo. Agr-eguémonos a :Marcial.

Mamurra, después ele largos y múltiples giros a través ele los SacjJta (3), en donde la áurea Roma prueba en vano ele agotar sus riquezas, ha examinado y devorado con sus ojos los jóvenes esclavos más delicados, no aquellos qne se ven expues­tos en los mostradores ele las tiendas, a la vista del público. sino aquellos otros que guarda avariciosamente la rebotica en una estancia reservada que el vulgo ni las gentes de mi jaez jamás consiguen ver. Saciado ya de mirar, d·espoja de sus en­voltorios mesas y veladores (4) y pide examinar sus ricos pies de marfil suspendidos al aire, y luego de haber tomado cuatro veces la medida ele un lecho incrustado de escamas capaz para seis personas, lamenta vivamente que no sea asaz grande p~ra su mesa ele cidro. Consulta con su nariz si huelen los vasos de

( I) Es acaso éste el- único rasgo de humor que se permite .el grave Vir­g ilio en su Eneida, I, vers. 738 y sigs.: Y luego lo entregó a Bidas, instándote para qu.e beba. El de presto arrebata la páte1·a espmnante y se fa derramó por todo el Pecho.

(z) A.stianax, niño, hijo de Héctor y de A.ndrómaca, nieto de Príamo. Bibcs Astyanacta, beberás en copa vieja un Astianax, un v ino reciente y,

por ende. flaco. (3) Recinto cerrado en el interior del Campo ele 'Marte, comenzado por

César y acabado por 'Agripa, para reunión del puebio. (4) Traduzco por veladores los o·rbes (citrei) del original ; era artículo

extraordinariamente caro. Cicerón pagó qu inientos mil sextercios por una mesa de este género; posteriormente el precio se encareció más. Los pies se ven­dían separadamente y ·se les colgaba en la pared pa1"a, que el cliente los pu­diera examinar mejor.

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bronce a auténtico Corinto (r) y repara culpas, ¡oh Policleto !, en tus estatuas. Quéjase ele que ciertas copas ele cristal hayan sido deturpadas con la adición ele un pequeño pedazo ele vi­drio; y luego pone el sello a diez vasos múrrinos que ha he­cho separar. Sopesa unos búcaros antiguos y todas las copas que fueron ennoblecidas por la mano ele Mentor. Numera todas las esmeraldas engastadas en oro cincelado y todos los pen­dientes que retiñen con orgullo suspendidos ele una oreja de nie­ve. Sardónicas, las buscó con ansia en todas las mesas y pone precio a los graneles jaspes. Y, por fin, a la hora undécima, se aleja molido ele fatiga, después ele haber comprado por un as dos cubiletes, y él en persona se los lleva a su casa todo ufano" (2). ·

Otros tipos sociales ele Roma no los trabajó Marcial tan prolijamente ni tan morosamente cinceló en bruñido metal la expresión del rostro vivo, como en este donoso par ele anticua­rios romanos; pero aun en sus retratos instantáneos atrapa el gesto característico y lo reproduce en un rasgo firme y cer­tero. Dibujado así, con un trazo eficaz, conocemos indeleble­mente a Hermógenes, ladrón tan sutil de servilletas, que las atrae a sí no de otra manera que el ciervo con su aliento sobre la culebra estremecida y la ninfa Iris sustrae el agua y se la lleva arriba (3). Nunca más caerá de la memoria la figura ele Queremón, a quien hacían filósofo el cántaro roto, el fogón extinto, el fementido lecho, los redondos chinches, la toga corta, las heces de vinagre y el negro pan mohoso; y con toda esta ruin­dad daba pruebas de gran ánimo, menospreciando la vida. Con­tra este misérrimo generoso r'etuerce Marcial un bello y sen­tencioso dístico, digno de Horacio :

Rebns in angustis facile est contemnere 'vitam: fm·titer ille facit qni miser esse potest.

Hacedera ·cosa es, en la estrecheza, despreciar la vida; el 'fuerte es aqnel que puede soportar la miseria (4). A Lentino la fiebre se le ha metido en los huesos, y no hay manera de que

(r) Los peritos pretendían conocer por el olor los vasos auténticos de Corinto. Cfr. Petronio, Sat::,wicón, so.

(2) Epigram. IX, 59-(3) Epigram. XII, 29.

(4) Epigram. XI, 56.

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EL ESPAÑOLISMO DE MARCO VALERIO MARCIAL 459

la abandone. · Lentino es aprensiv.o y quiere deshacerse de tan

pegajosa compañía:

Ha muchos días la fiebre te está minando, Lentino, y te preguntas con lágrimas por qné se ensaña contigo : te acompaña en la litera, va contigo al baño limpio, hongos, ostras, ubres come,

de jabalí trozos ricos ; se embr iaga a veces de Setia y otras ele. falerno vino, jamás el cécubo bebe s ino entre nieve metido ; no descansa más que en rosas y en an101110 superfino, ni duerme más que entre pluma y entre púrpura de Tiro. Con ese trato tan bueno y ese alimento tan rico, ¿quisieras tú que se fuera con Dama el ruin mendigo? (r)

A un hombre de humor desigual le dice nuestro poeta:

Duro y blando para mí, dulce te muestras y acedo : vivir ·contigo, no puedo; ni puedo vivir sin ti .

De esta manera justa interpretó Iriarte el dístico :

Difficilis facilis, jucmulns ace1·b1tS es idem. Nec tecum possnm vive1·e nec sine te (z).

Ya: veis la r·emota ascendencia del Ni contigo m sm ti, que insp1ro a Cristóbal ele Castillejo las lindísimas coplas.

He aquí, por no haber podido pagar el alquiler, lanzada al sol del julio tomano, con el estupor de los buhos echados de su ciego escondrijo, a toda una familia sórdida de aquellas que pinta Juvenal, metidas en las grietas de los viejos mu­ros como los verdes y chatos lagartos. Sacan su misérrimo me­naje a la gran vergüenza del día claro y ele la ciudad esplén­dida. La musa insolente e indigna de Marcial sale como un gozque a ladrar a la visión del siniesto desahucio.

(r) Epigram. XII, 17. (z) Epigram. XII, 46 .

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N o sé qué tiene este epigrama procaz que empareja al poeta ele Bílbilis con el pintor ele Fuencletoclos. La musa clespiaclacla ele Marcial parece dictar a Goya uno ele sus Caprichos.

-¡Oh deshonra ele las calenclas ele julio! He visto, Vacerra, sí; he visto tu menaje, que el casero no ha querido retener por la cl·euda ele! alquiler ele dos años: llevábalo tu mujer pelirroja, ele solos siete cabellos, y su madre vieja y su descomunal her­mana. Al verlas, pensé que eran Furias huíclas ele las tinieblas de Plutón. Hambriento y transido ele frío, mustio más que una se­roja, tú les ibas a la ·zaga, Ir o ( r) novel ele nuestros tiempos. Creyerais que lo que se mudaba era todo el Aricino, guarida ele mendigos. Desfilaba una fementida cama ele tres patas, una mesa ele dos, un candil, una taza ele cornejo, un vaso ele no­che meando por una rotura, un brasero comido ele orín sobre el cuello ele una cántara: que contenía gubias y esperinques pa­sados clenunciábalo d impúdico hedor ele una orza que difí­cilmente igualaría la emanación ele un vivero marino putrefac­to. N o faltaba un pedazo ele queso ele Tolosa ni un ramo seco ele poleo ·ennegrecido; ·ri stras ele ajos y cebollas; ni la olla ele tu madre, llena c1e aquella nauseabunda resina que las rameras usan para exterminarse el vello. ¿ P.or qué vas a buscar y a estafar caseros, pudiendo, Vacen·a, alojarte ele balde? Toda la pompa de tu ajuar hallaría acomodo debajo ele un puente" (2).

Hasta qué punto sentíase Marcial bien hallado con su üem­po, tanto, al menos, como Juvenal sentíase disgustado y despla­zado, lo indica el epigrama que, bajo el nombre ele Ceciliano, dedicó a todos los descontentadizos, mal avenidos con su siglo, para quienes, como para Jorge Manrique, cualquiera tiempo pasado fué mejor.

-¡ Oh costumbres!, ¡oh tiempos!, exclamara Cicerón con enojo cuando Catilina meditaba su sacrílego crimen, cuando suegro y yerno combatíanse con partidas armadas, cuando la asolada tierra abrevábase ele sangre civil. ¿Por qué ahora ex­clamas ¡oh costumbres!? ¿Por qué ahora dices ¡oh tiempos!? ¿Qué es lo que no te agrada de estos tiempos, Ceciliano? Ni hay insania en el hierro ni en los caudillos hay fiereza. Podemos gozar de alegría y ele paz ciel-ta. No sori nuestras costumbres las

(1) Jro, mendigo prototípico, que figu ra en la Odisea, XVIII,· 6. (z) Epigmm. XII, 32.

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· que hacen que nuestra época te asquee; son las tuyas, Ceci­liano ; son las tuyas ( I).

Gauro es un viejo avaro y rico que ha recibido un obsequio . Marcial le da este sano consejo y cauta prevención:

Vie jo y ri co tan de veras, ¿ quién ha dado en regalarte? El quiere, Gauro, hereclarte y te dice que te mueras (2).

Dentón se detiene demasiado tiempo en Roma gestionando el jus trium liberorum, el derecho ele los tres hij os que Marcial asimismo solicitó y obtuvo, pero impunemente por su parte por­que era soltero. No así Dentón, que era casado, a quien nues­t ro poeta da este aviso ele hombre avisado y desinteresado:

Confiesas lo que sospecho en venir a pretender, teniendo, Dentón, mujer de tres h ij os el derecho.

D eja al César de cansJ.r, clej a pretens ión y corte,

que puede ser más te importe el volver a tu lugar.

Que si ele casa te vas y a tu fam ilia no atiendes, mientras tres hijos pretendes, en casa cuatro hallarás (3) .

Fabio y Crestila se casaron: ella, harta de enterrar maridos : él, cansado ele enterrar mujeres. Marcial saluda la igual unión con este benévolo brindis :

Fabio enti erra a sus n1uj eres, y Cresti!a a sus 1naridos; que ambos funera l antorcha en su lecho han sacudido.

i Oh Venus, haz que combatan entre s í los dos invictos ! El mismo fin les espera,

porque con un golpe mismo podrá a los dos Libitina herirlos a su capricho (4).

(1) Epigram. IX, 70. (2) Epig1·am. VIII, 27. Traducido por Salinas . (3) Epigram. V III , 31. T raducción del Anónimo. (4) E¡,igram. V III. 43 .

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BOLETÍN DE LA ACADEMIA ESPAÑOLA

A otro matrimonio desavenido le dice:

Siendo en vicios tan acordes, siendo marido y mujer pésimos, extraño ver que ambos v iváis tan di scordes (r).

Clito es una rameruela avispada que para sonsacar con suaves uñas obsequios de sus amigos y admiradores atinó con una buena industria. ¿Cuál ? La ele multiplicar la celebración de sus aniversarios, haciéndose nacer cada par ele meses :

Para pedir un presente, Clito, y para reclamarlo ~costumbras a nacer ocho veces en cada año. En cuantas calendas hay, a excepción de tres o cuatro, según tni dictatnen, piensas celebrar tu aniversario. Mas aun cuando tu faz sea más lisa que los guij a rros que en la ribera del río se encuentran pulimentados ; aunque sean tus cabellos más negros que el sazonado fruto del moral, tu cutis · más bello, más tierno y blanco que la pluma y leche fresca, y aunque tu pecho abultado te haga parecer a virgen núbil que guarda su encanto para un esposo querido, pareces, CJito, un anciano. Porque, ¿quién, dime, creyera que N éstor o que Príamo hayan podido contar tal golpe de aniv.ersarios? Avergüénzate y pon t érmino a tus rapiñas y amaños, porque si tú perseveras de aquese modo burlándonos y no te basta nacer una sola vez al año, he de creer, Oito, que aún por n acer has quedado (2) .

(r) Epigram. VIII, 35 . Versión de Iriarte. (2) Epigram. VIII, 64 . Víctor Suárez, intérprete.

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Emiliano es pobre y no puede de manera alguna sacudirse la pobreza. Marcial le propina este consuelo implacable :

Siempre, E miliano, serás pobre si ya pobre fueres, que no se dan los haberes sino a los que tienen más (1).

Así el Anónimo encerró en una redondilla justa como una pera dentro de su piel esta sentencia, que está aún mejor en la concisión lapidaria del dístico original:

Semper e1·is Pa-ttPer, si pauper es, Aemiliane: dantur opes mtllis nunc nisi divitibus.

¡Cosa inaudita! Nigrina ha compartido su hacienda con su marido. Bien val·e la pena el espléndido ademán de un solemne· y pausado ditirambo. Marcial lo entona:

Afortunada por tu excelso pecho y feliz por tu esposo, tú, Nigrina, honor de las mujeres en el Lacio, haces los bienes ele tu patria herencia comunes con tu esposo, y es anhelo unirle a tu fo rtuna y darle parte. Que E va,dne, al ar rojar se a ardiente pira de su n1arido, qué tneSe; que el' misn1o afecto eleve al fir mamento el nombre de Alceste; mas tu gloria es más ilustre. Que al dar, en tanto que de v ida gozas, de tu des interés tamañas pruebas, has merecido, al despedir la vida , testimonio no dar ele tu cariño (z).

Zoilo está verde de envidia. Tiene los dientes herrumbro-· sos. Está flaco porque la envidia muerde siempre y nunca come. Aun en su indigencia Marcial es envidiado:

N un ca pretendí riqueza, y me contenta la poca fortuna que a mí me toca; mas, ¡ retírate, pobreza!

Ca usa ele haber estallado en tan súbito deseo,

es que mucho más deseo el ver a Zoilo colgado (3) .

(1) Epigram. V, Sr. (2) Epigram. IV, 75. (3) Epigram. IV, 77·

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Otra lucha de envidia desigual. A la cuarta piedra miliarú Torcuato posee un palacio; Otacilio ha comprado un campi­chuelo. Torcuato se ha hecho construír magníficas termas en mármol es ele una soberbia variedad; Otacilio se ha hecho una bañera; Torcuato ha plantado en su finca todo un bosque de laureles; Otacilio ha sembrado cien castaños. Bajo Torcuato, cónsul, Otacilio fué alcalde ele su barrio y no se creyó en un ])unto inferior a él en dignidad. Como el buey enorme ele la fábula, hizo que la rana exigua reventara, así creo que Tor­cuato acal(ará por romper a Otacilio (r).

En toc)a la literatura latina no hay ciertamente obra alguna en la cual la sociedad contemporánea se r efleje con fidelidad mayor q~e en los breves poemas ele Marcial; y la razón le a sistía ele sobra al declarar que la vida social ele Roma podía reconocerse y contemplarse a su sabor y toda enten en sus li­bros jocundos, condimentados con sal romana :

Adnoscat mores vita lcga.tqnc snos (2) .

El hombre, la vida (hamo, vita}. Estas palabras, que tan frecuentemente y tan a gusto usurpa, son lo que caracteriza me­jor su obra. La obra ele Marcial es la más viva y sincera de todas las de su tiempo. N o explota las ideas generales, que constituyen el fondo ele la poesía ele su tiempo; no apela a descripciones vagas de panoramas inexistentes, que tanto agra­dan a todos. En sus obras todo se convierte en pormenores exactos y precisos. N os enseña hora por hora cómo un gran señor consume su j 01·nacla; nos acompaña por todos los cuar-­teles de Roma en donde un parásito espera dar con alguien que le convide a cenar; detrás de él se podría rehacer todo el camino. Cuando rúa calles, no deja de notar los tipos popu­lares que las pueblan: el vendedor d e mixtos ele azufre, los expencled01··es ele salazones y de legumbres cocidas, los que ofrecen salchichas humeantes, los pedigüeños de todo jaez. Es el cronista de los sucesos menudos d·e que se hace la vida co­tidiana. Que ni se pasa el Rubicón todos los días ni a todas ho­ras se da una batalla ele Accio. Esto es la solemnidad; aque-

(r) Epigram. X, 79. {2) Epz:gram. VIII, 3, 20.

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llo es la cotidianidad. Aquello es la epopeya; esto es el epi­grama. Y esto mata a aquello.

Entre estos hechos insignificantes, los que nutren la · cró­nica escandalosa son la máxima tentación de los autores satí­ricos y ·epigramáticos. Marcial no ignora hasta qué punto pue­den contribuír al éxito de un libro como los que él hace; él no los ha desaprovechado ciertamente; los ha explotado copiosa­mente; pero le habremos ele creer cuando nos da palabra de que él jamás ha qu·ericlo, aun a trueque de perder lectores, que su obra suministrara pábulo a la maledicencia. Ha pretendido no lastimar a nadie ; así lo protesta él mismo en la prefación del primero ele sus libros, en una epístola enderezada al futuro lector:

"Espero haber guardado en mis •escritos tal comedimiento, que qmen a sí mismo se estimare no pueda querellarse el e mí, porque mis juegos respetan siempre a las personas, aunque fueren ele la más ínfima clase. Tal reserva faltó a los antiguos. quienes hartas veces abusaron ele los nombres propios y no perdonaron a los más respetables. Por lo que a mí toca, deseo adquirir la gloria a menor precio y que lo último que en mí se aprecie sea el ingenio. N aclie interprete malignamente mis ino­cuos chistes, ni nadie se erija en autor ele mis epigramas. Obra indignamente quien ejercita su ingeniosidad en libro aje­no. De la crudeza ele las expresiones, lenguaje del epigra­ma, procuraría excusarme si el ejemplo lo hubiera dado yo; pero es el caso que así escribió Catulo, así Marso, así Pedo, así Getúlico; y así y todo, en d ondequiera son leídos. Si, no obstante, se hallase algún lóbrego censor que no permitiese que en su presencia se hable'- latín en ninguna ele sus páginas, dése ya por contento con esta epístola o con el solo título del libro. Mis epigramas los he escrito para aquellos que suelen asistir a los juegos florales (r). N o entre Catón (2) en mi teatro, y si entrare en él, mire y calle."

Publicados los seis primeros libros, en uno ele los primeros

( r ) L a fiesta de Flora celebrábase del '28 de abril al 3 de mayo y daba lugar a licenciosas expansiones que, andando el tiempo, se fueron agran · dando.

(2) Alusión ; a. una anécdota que cuenta Valerio Máximo (H, 10, 8) : Ca­tón de U tica, dándose cuenta que su presencia cohibía a espectadores y ac­tores, sal ió del teatro

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epigramas del · séptimo, dice que ha sido fiel a este propósito inicial, no lesionando ni aun a aquellos contra los cuales podía tener un legítimo resentimiento; renunciando a la gloria ad­quirida con rociar el ajeno rostro con el ominoso carmín de la vergüenza. N o son suyos, ciertamente, los dardos ponzoñosos tintos en la sangre ele Licambo, ni es él quien vomitó el veneno vipéreo que le atribuyen los cobardes que no osan afrontar los rayos del sol ni la claridad del día. Que su juego ha sido inocente, júralo por el genio pujante de la Fama, y por el coro de las nueve vírgenes ele Castalia, y por los oídos ele un amigo suyo, su lector devoto, exento ele toda suerte ele envidia in humana (r) . Por lo que atañe a muertos poderosos (Nerón, Domiciano), como asimismo a criminales o viciosos ele tiempos anteriores, no tuvo Marcial escrúpulos ciertamente; pero al tra­tarse ele personas vivas, siempre le detuvo la reserva ele cau-­sarles pena y de pasar él mismo por un hombre desalmado. Su propósito ele atacar los vicios, con perdón ele los viciosos, mués­trase claramente en la elección ele los nombres propios ele que se sirvió. Sin duela, los· hay muchos auténticos, muy fácilmente reconoscibles. Estos son los ele sus protectores, ele sus ámigos, de las celebridades de su tiempo, de aquellos a quienes directa·· mente se dirige, de todos aquellos, en una palabra, a quienes desea cumplimentar. N o obstante, es superior · el número ele los nombres ficticios. Algunos de estos nombres encarnan un tipo determinado; así Fideritino es el plagiario; Selió, el parásito ; Ligurino, el acerbo recitador ele sus versos; Póstumo y Zoilo corresponden a otras variedades de enojosos vicios sociales. De ahí las series de epigramas que se encadenan y se ilustran re­-cíprocamente. E l nombre citado es, a veces, real ; pero solamente cuando el epigrama es inofensivo. Acostumbra asimismo Mar­cial pedir prestados a la historia nombres simbólicos que res-­ponden a categorías ele personajes vivientes. Otros son nombres convencionales o particularoes de determinados medios sociales que ellos · revelan ; así Tais, Lícoris, Qulone, Cloe, Filis, Les­bia, Glicera, F ilenis, Lálage son cortesanas, cuyos nombres se ·encuentran ,arreo en la comedia y en la poesía galante. Otros nombres hay ·que es difícil determinar si son auténticos o fic­ticios, como Cm·do, Baso, etc., y otros, por fin, que se aplican

(r) Epigra.m. VII, r2.

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EL ESPAÑOLISMO DE . .MARCO VA~ERIO MARCIAL 467

a personajes diferentes, que ora son real-es, ora son imagina­rios. De suerte que Marcial no solamente evitó d proporcionar a la malignidad y voracidad públicas materia fresca y fibras Tecientes y carne sangrante, sin'o que con todo estudio procuró desconcertarlas, reduciendo a la impotencia toda tentativa de identificar o verificar a los personajes odiosos de sus libros.

Pero poco importa el nombre, mientras las personas s'ean vivas. Y esta realidad nadie la negará. Demasiado se percibe que Marcial se codeaba con ellos cada día por la calle; que admitía sus cenas y tenía que soportar sus lecturas o su avari­cia, su insolencia o su grosería. El epigramatario de Marcial es el cuadro más colorido y vivaz (con aquella vida que tienen 1os fermentos y los caldos ele experimentación) ele la Roma im­perial. Desdeñó la mitología trasnochada y la trágica hincha­zón y tomó por tema la vida y la sociedad. Así describe una persona como una toga o una copa, un cuadro, una estatua, un festín, una comida doméstica, los productos ele una finca, un arco ele triunfo, un pequeño comedor, una sala ele baños, un 1eón en d anfiteatro, los juegos públicos, <el Campo ele Marte, las termas, las Saturnales. Así compone un epitalamio como Tm panegírico, así el elogio ele la ternura conyugal, del amor fraternal, el apacible contentamiento del vivir con orden y la fácil consecución ele todo lo que hace bienaventurada la vida.

En este seminario vivaz, en este hormiguero pululante que son las personas que forman el mundo social de Roma en que el poeta celtibérico ejercit6 su genio tan vario y tan ágil, es­tuvo a hurgar, buscando personajes para la ünmensa superche­ría del Cronic6n de Dextro, nada menos que el padre Rornán ·de la I-Iiguera. Tiene un sabor picante ver convertidos los per­sonajes marcialescos en personajes apostólicos. Vais a saber quién era aquella giganta ele quien dice Marcial:

Smnma Palatini potems aeqtt.at·e Colossi si fie1·es brevior, Claudia, sesqu.ipede (r).

Salinas interpreta así este monumento hiperbólico :

Pudieras, Claudia, igualar al Palatino coloso · si pie y medio a tu monstruoso talle pudier.as quitar.

(r) Epigmm. VIII, 6o.

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Iriarte, a su vez, traduce y escribe al pie de esta imponente torre humana :

Del Palatino pudieras a la estatua colosal se;·, Claudia, en altura igual si pie y medio te encogieras.

Es muy dudoso que se refiera esta hipérbole a una muJer de carne y hueso. N o falta quien supone que se refiere a una estatua ele un paseo público y alguien la identifica con el e olas­son Augusti, ele que habla el propio Marcial en el libro V III. epigrama 44, verso 7 ; pero para R omán ele la Hig uera era una mujer Peal esta varona desmesurada que se casó con Marcelo, que costeó el muro de la puerta Topila ele Cartagena (como se ve, anclamos entre cíclopes) y fué madre nada menos que de San Eugenio, arzobispo ele Toledo, y de las santas Xantipa y

Polixena, convertidas por San Pablo en España, y de Victoria Marcelo, protegido ele Domiciano, a quien Estacio dedica una de sus silvas. Eugenio, una vez arzobispo ele T oledo, nombró ar­cipreste de aquella iglesia a su hermano germano (r).

Es ele saber que Román de la Higuera fué muy devoto de Marcial, a quien trataba seguramente con nocturna mano, estu­diándolo con singular ahinco e ilustrándolo con algunos comen­tarios que se pasan ele sagaces. Por su Cronicón esparció un buen golpe ele persona jes marcialescos, escogiendo para su trans­formación a los mejores. A un dulcísimo aü1igo suyo, llamado J u­lío Marcial, dedica nuestro poeta un epigrama muy bello, dán­dole preceptos ele un sano y suave epícureísmo, que comien­za así:

Vü:am quae faáunt beatiorem jucundissime Martiaüs haec suut . .. (2)

( 1) Godoy Alcántara : Historia crítica de los falsos crom:cones, págs. 142-

'43 - He aquí la estupenda revelación. Anuo Ioo . Q. Ma.-cella Xantippe M. Ma.-celli Romae Pncfccti f itt:a, M .

M arcelli IEugeni·i Toletanont~n pontificü soror fuit; quam S. Paulns visis in ejus frou.te litteris aureis, ad f ídem L aminii convertit redenmtem ex Jta­liam ad Hispanias: 11w1·ientem S. f,·ater ilifarcellus sepnlturae mandavit. Ejus mate•· Claudia Xantippe, civis romana, et de genere splendidissimo Athem:en~ simn, fuít cm·pore supra justam staturam procero ; in quam jocatur Mart·i.alis_

(2) Epigmm. X, 47-

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EL ESPAÑOLISMODE MARCO VALERIO MARCIAL 469

. Francisco López de Zárate transformó ese bello y sano ep1grama en este hermosísimo y robusto soneto:

Estas las cpsas son que hacen la vida, agradable Marcial, más fortunacla: hacienda por herencia, no ganada con afán, heredad agradecida.

Hogar continuo, nunca conocida querella o pleito, toga_ poco usada, fuerzas, salud, el alma sosegada, sencillez, cuerda, amigos a medida.

Mesa sin artificio, leve pasto, noche sin embriaguez ni cuidadosa, lecho no solitario, pero casto;

sueño que abrevie la tiniebla fea; en el catídal que se te clió reposa; ni n1orir ten1e ni vivir desea.

Este hombre tan tasado en sus deseos es ci~ madera de san­to, pensó el padre De la Higuera y le transformó en otro obis­})O toletano, San J ulián , que se redimió ele las blanduras del epicureísmo, que Marcial le aconsejaba, con la austeridad su­blime del martirio. Y en mártires cristianos transfigura el ur­didor del Cronicón de Dextro a dos infelices que en el libro De los Espectáculos alimentaban con la bárbara tortura ele sus cuer­pos la sevicia de los ojos romanos. Marcial, al expresar el 111artirío ele un bandido, moja su pluma en las tintas truculentas {le un Ribera:

Cual Prometeo, en roca de la Escitia encaclenaelo, nutre con su pecho siempre naciente al insaciable buitre, así Laureo!o de una 'cruz colgado, ele Caledonia ·a un oso el pecho brinda. Sus miembros desgarrados palpitaban en sangre tintos, y su cuerpo todo señal ele ser un cuerpo no ofrecía. Ora asesino ele su padre fuese , ora de su señor, 6 bien robase, en su furor sacrílego, el tesoro ele nuestros templos, ora que intentara arder a Roma, el criminal l;abía excedido los crímenes c¡~1e cuenta la antigüedad, y la ficción ele un tiempo completa realidad fué en su castigo ( r).

(r) De Spectaculis, IX. Suárez Capalleja, intérprete.

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El otro 1'J¡¿ártir es un infeliz Dédalo, dado a las fieras, a qmen Marcial dedica 'tm nada fino sawi.smo:

Daedale L1.tcano cum sic lace·rerts ab 1irso qnam cnperes pinna,s' nunc habuisse tuas! (1)

Román de la I-Iiguera, a aquel forajido y a este Dédalo áp­tero, los canoniza, haciéndoles mártires cristianos:

M artialis epigrammate 7 et 8 Jlil artyres zn crucem actos vo­cat Laureolos et Daedalos volantes (2).

IX

Horacio definió como ni\1guno ~1 carácter de la poesí;¡_ de Virgilio, cuando sólo había cantado a los pastores y a los la­briegos, al decir :

Molle atqHe facetwn Virgilio annnenmi gandentes nwe Camaenae.

Las musas que en el campo se gozan concedieron a Vir­gilio con benévola largueza · la blandura y el hechizo, la apaci­bilidad y la gracia. Pero no tan exclusivamente otorgaron al genio casto y melancólico ele Virgilio estos clones que no ex·· tendieran su participación a otros poetas no tan bien dotados como él por las hadas benignas. También las ~1msas agrestes comunicaron a Marcial alguna parte ele la blandura y del he­chizo virgilianos. Y aun aquello otro que Horacio no dice que las Musas le otorgaron a él, es, a saber: la moderación en los deseos, la serenidad filosófica, el contentamiento del vivir sen­cillo; tampoco se. lo üegaron del todo a Marcial. . N o está muy lejos el B eatus ille horaciano del Vitam quae faciunt beatiorem marcialesco, ni el H oc erat in votis del feliz poseedor de una finca en la Sabina ancla muy distante del epigrama que el modesto propi·etario ele uti.a granja en N omento dedica a su amigo Frontón acerca del género ele vida que es objeto ele sus votos. El Anónimo tradujo así muy lindamente este hechicero cuaclrito ele la vida c~mpestre, .so_ñacla por Marcial :

(1) De .Spectaculis, X: "Cuándo te iba despedazando e( o~ o de Lucania­j cómo ansiaste haber tenido tus alas!"

(2) Dextr.: C/wonic., ann . · 6o·.

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EL ESPAÑOLISMO DE MARCO VALERIO MARCIAL

Frontón, en quien juntos veo de la milicia el honor,

ele togas el esplendor, oye lo que yo deseo : -

Campo propio, no espacioso, cuanto cultive un arado; en poco venne ocupado, poco lujo y ser ocioso. ,

¿ Quién es el hombre tan necio que a un rico por las mañanas, en miradas "soberanas vaya a den1ostrar aprecio,

cuando, afortunado, puede ele campo y selva amorosa contemplar caza sabrosa en su bien poblada rede,

y desprender del sedal palpitante pececillo y tomar áureo panal ele miel en vaso amarillo,

y tener gruesa cr iada que la mesa coja llena ele manjares y la cena guisa en lumbre no comprada?

¡ Oh, quien bien no me desea no se agrade ele esta vida, y, blanca ropa vestida, en Roma se enoje y sea (r).

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Abunda esta pequeña pieza en ineqLiívocos toques hora­cianos que el expedito traductor no puso mucho más ahinco en trasladar a su versión, tan flúida y fácil. El

Qnisquam picta colit S parta ni f,-igora saxi et matutinmn portat ineptus H ave,

corresponde a este rasgo del B eatus ille horaciano :

F ormnque vitat et snperba civimn potentiormn limina.

El poeta bilbilitano, recordando a Horacio, sin duda, s_usti­tuye el foro y los soberbios umbral-es ele los poderosos que evi­ta el hombre feliz del Venusino por los fríos wwsatcos en már-

( I) Epig1·am. I, s6.

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1nol de Esparta adonde va el cortesano a llevar estúpidamente su saludo de la ma.iíana. ¿Y acaso no es del Hora:eio más au­téntico esta escenita rural ? :

Cni licet e:ruviis nemoris rnrisqHe beato ante focmn plenas e.vplicuisse plagas et piscem tremttla salientem ducere saeta flavaqu.e de rub1·o promere mella cado.

Est·e sabroso episodio ele la vida agreste es casi como aquel otro horaciano que fray Luis intei-preta ele esta gallarda y ge­nerosa manera :

Y ya que el año cubre campo y cerros con nieve y con hela,das, o lanza el jabalí con muchos perros en las redes paradas

o los golosos tordos o con liga, o con red engañosa, o la extranj era grulla en lazo obliga que es presa deleitosa.

La muj er honesta, calabresa o sabina, de andar al sol tosta­da, es sustituída en el epigrama por una p·inguis villica, una criada gruesa (! ), y lo no comprado, que en Horacio son los 111il manjwes, ·en Marcial es la lumbre que cuece los huevos ele las gallinas prop1as :

Et s1w non emjJtns praeparat ova cinis.

Es un poco craso el epicureísmo aldeano que estos verso¡; rezuman. En otro graciosísimo epigrama nos presenta Marcial, dibujado con trazos certeros, la vida ele un hidalgo provinciano, una suerte de señor Quijano cuando tenía juicio y no habia pasado de hidalgo sosegado a caballero andante y com·ía una olla de algo más vaca que W1'nero y salpicón las más noches~ duelos )' quebrantos los sábados, lan-tejas los viernes, algún palomvno de aJiadidura los domingos. Y est·e señor hidalgo, pudriéndose en un burgo y viviendo una vida municipal, que es la más ruin ele todas las vidas, hizo el milagro ele consumir un millón que le dejó su avara madre. Se llamaba Lino este gran tacaño dilapidador :

Egisti vitam sempcr, Line, municipalem qua 1úhü omni11o vilins essc potest (r) .

(r) Epigram. IV, 66.

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Sacudía el polvo ele su raída toga solamente en l os~ idus y a veces por las calendas y un solo vestid·o interior le duraba diez estíos. Y ahora se nos antoja entrar en la bienaventurada alcle:t ele fray Antonio ele Guevara. E l soto le daba a este avaro pródigo jabalíes; el páramo le enviaba la no comprada liebre; la selva batida le daba tordos gordos; el agua detenida ·en los remansos del río le daba pesca, y un rojo tonel le daba vino no peregrino. N o eran venidos ele la Argólicla sus delicados es­clavos, porque jamás se sirvió sino de los rústicos gañanes que se agolpaban, alrededor ele la candela, en el ahumado lar. N o tomó mujer para no tener que mantenerla. Para lo que él la quería asaz buenos oficios le hacía la mujer ele su colono. Mar­cial lo dice con palabras brutales:

Vilica vel duri conp,·esa est nnpta coloni ,:,calnit qnotiens sau.cia vena me1·o.

El incendio no dañó su techo, ni el rabioso Can ni el en­candilado .Sirio le agostaron sus plantíos; ni d mar le sorbió nave alguna porque nunca la tuvo. J amás sustituyó la inocente taba por los peligrosos dados, y nunca aventuró en el juego más de un puñado ele nueces. Y con esta parquedad consumió una fortuna:

D·ic u.bi sit decies, mater qnod ava1·a reliquit: Nnsquam est : f eC'ist·i rcm, Line, diffic·ilem.

(Dime dónde está el millón que te dejó la gran tacaña de tu nnclre. En ninguna parte está: hiciste, Lino, una cosa bien difícil.)

E l sentimiento ele la naturaleza entre los antiguos tuvo un carácter religioso que no se desmiente, antes se acrecienta y auto­riza con el ejemplo ele los dos po'etas españoles Séneca y Luca­no. Séneca lo preconiza:

"Si ¡)asas por un bosque poblado ele añosos árboles extra­ordinariamente altos, cuyas entrelazadas ramas te roban la vista del cielo, la inmensa extensión del bosque, el silencio ele aquel paraj e y aquella sombra tan grande y tan densa en medio del campo te hacen conocer que existe un Dios. Si ves una gruta abierta sin arte y por mano ele la naturaleza, que con piedras resquebra jadas y corroídas sostiene como s t~spenclicla una mon-

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taña, en el acto te invade cierto sentimiento religioso. Siéntese veneración por el nacimiento de los ríos ; álzanse altares en los puntos donde algunos manantia-les surgen bruscamente del sue­lo; tribútase culto a las fuentes ele aguas calientes ; existen es­tanques sagrados a causa ele la oscuridad y profundidad ele sus aguas." Todo esto es de Séneca ( I).

Y el mismo espíritu ele religiosidad alienta en la soberbia poesía española ele Lucano. Religioso pavor ·le sobrecoge 3.1 enfrentarse con la tremenda niaj estad del bosque druídico ele Marsella. Interpretado por J áuregui en robustas octavas rea-· les, quiero traer aquí este pasaje por su contraste violento con el espíritu desprovisto de toda emoción réligiosa que inspiró a Marcial la erupción del V esubio que sepultó a Pompei y Hercu ­la no.

Marsella está sitiada por bs legiones ele César, y

No lej os del asedio el suelo cría selva capaz, donde negó hospedaje aun al sol mismo la arboleda umbría

con techumbres de rústico follaje ; nunca su verde plano raya el día, ni un ramo la segur tronca al boscaje, ni admite culto de s il vestre mano Flora, Pales o Pan, Fauno o Silvano.

Y si digna ele fe es la antigua fama, jamás allí entonó canto o bramido ave ni fiera; ni en peñasco o ran1a les clió el bosque favor de albergue o nielo: no vibra el rayo su tremenda llama ni algún v iento su armónico ruido, bien que infunde el silencio y soledades más horror que tronantes tempestades.

Fiero ministro inalterable ofroece sacrificio tan Ítnpio a deidad vana que en toda p·arte es'rnalta y humedece suelos, peñas y troncos sangre humana: con alta y fresca eternidad florece del breñal denso la melena anciana, y ele manchado arroyo sus colores tersos beben adúlteras las fl ores ...

Este asilo de plantas donde ociosa sólo al espanto hospeda la maleza porque jamás licencia belicosa

( r) Séneca : E pis t. XLI.

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desgajó rama ni rompió corteza, César mandó talar, pero dudosa fué la obediencia en la .común flaqueza, que las breñas mirando en sangre rojas aun del temblor se asombran de las hojas

Religioso el valor, teme si ofende mínima arista de la sacra seh<a ... (I).

A Marcial el Vesubio escandecido de ira magnífica, sucia de ceníza negra su insolente cabellera roja, le inspira un pálido epi­grama, que Manuel ele Salinas redujo a un soneto ausente y frío que agrava por su cuenta con la puerilidad final la medio­

cridad del po'emita marcialesco :

Este es aquel ·V esubio celebrado cuyas vides, con pámpanos frondosos, l:agos de néctar, vinos generosos llenaron ele su fruto sazonado.

Centro de Baco, más que N isa amado, entre coros ele sátiros gozosos, donde en soberbios templos májestuosos Venus y Alcides tanto se han honrado.

Ya en estéri les llamas con espanto a pavesas lo admi ra r educido de su poder, pesando al J ove ahora;

y aun el cielo ele ver destrozo tanto, encapotado, triste y a fligido , si el llover es llorar, de pena llora (2).

Eso de llover y de llorar es d·e la exclusiva responsabilidad de don Manuel ele Salinas. Marcial dice otra cosa más fuerte, que da al muelle epigrama una plástica dureza que casi llega a redimirle ele su debilidad congénita:

C1mcta jacent flammis et tristi mersa favWa : nec superi vellent hoc Hcnisse sibi.

Todo yace anegado en llamas y en tétrica ceniza. Ni los miswws dioses qu.isieran qu.e este asola111.iento les hu.biera sido ni fácil ni lícito. Este pensamiento final tiene una indomable rigidez catoniana.

Si Marcial no estaba hecho para sentir la grandeza religiosa de los fenómenos cósmicos, como Séneca ante el divino origen

(t) Lucani: Pharsalia, III, 399 y sigs. (2) Epigram. IV, 44.

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de un noble río, o como Lucano ante d medroso misterio de una selva sagrada, pero apreciaba otros más íntimos y apacibles aspectos de la vida rural. Le dice cuáles eran a su amigo y conterráneo Quintiliano :

Ñfe focus et nigros non indiguantia fnmos tecta juvant et fons vivus et herba 1'/l.dis (1).

Agradábanle el fuego y el humo de su hogar aragonés; la fuente viva y la hierba rústica . Y completaba el modesto cua­dro de e3ta asequible felicidad campestre con estas otras condi­ciones, igualmente modestas y asequibles :

Sit mihi venw satw·; sit non doctissima conjmu: sit no.,; cwn sommo; sit sine hte ches (2) .

Colmaban sus deseos todos un gañán bien nutrido ; una mujer no letEera; noches con sueño y días sin querella. Su ideal era el campo verdadero y bárbaro : rure vera barbaroque: el que circuía a su Bílbilis; aquel por donde el vehemente Ja­lón ll·evaba el sonoro bullicio de sus ag·uas y en donde él mis­mo habia heoho rodar como ondas estrepitosas sus días infantiles. Parece que satisfizo su gusto la granj a de su amigo Faustino y la describe no desemejante de lo que sería la granja de un rico celtíbero romanizado. con la sola diferencia ele que no veía el mar:

"La granja que en Bayas tiene mi amigo Faustino no con­tiene hileras de ociosos mirtos, de plátanos viudos, de boj es a recortar; no ocupa un erial tan extenso como desagradecido, sino que es una auténtica y bárbara campiña. Allí, en cada rincón, el trigo se amontona y más de una cántara exhala el goloso olor de muchos otoños. Allí, cuando pasó noviembre y el brumoso invierno nos amaga, el viñador inculto trae uvas tardías. En el soto profundo mugen toros bravos, y el becerro de ·frente desarmada agita su testuz, ansioso de luchas. De to­dos lados 'corre la población del sórdido corral: el ánade brori ­co, el constelado pavón, d ave que debe el nombre al color ele fueg·o de sus alas (3), la pintada perdiz, las salpicadas gallinas

(1) Epigra.m. II, go. (2) Epigram. id. ib. (3) E l fenicóptero o flamenco .

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de N umiclia, 'd faisán originario ele la impía Colquicla ( r ). Los orgullosos gallos cubren a sus hembras roclias, y los palo­mares suenan con chasquidos ele alas. Por un lado ronca la tDr­caz; solloza por el otro la cérea tortolilla. Glotones los cochi­nillos, siguen el delantal ele la labriega, y el tierno recental aguarda que vuelva del pasto su madre con las colmadas ubres. N aciclos en la casa, esclavos mozos, cual la leche tiernos, se agrupan al amor del fuego claro y la leña en haces llamea, los disantos, ante los dioses familiares. El ocio enervador no des­colora el tabernero aquí; ni pierde su aceite el escurridizo pa­lestrita; sino que aquí se tienden engañosas redes a los voraces tordos, o el trémulo sedal denuncia al pez cogido o al fin se aporta el prendido gamo. El huerto e jercita sin cansancio el <ilegre corro ele los esclavos criados en la ciudad, y sin que su mayoral se lo mande, estos traviesos muchachos gózanse ele obe· clecer al colono y hasta d afeminado eunuco toma gozoso su parte ele tarea. Y no lleg·a nunca el rústico payés con las ma­nos baldías a saludar al dueño; el uno tráele miel blanca en su propio panal; o del país boscoso ele Sasina (2) tráele un queso comco ; otro le ofrenda lirones soñolientos; éste, un cabrito que balando llama a su velluda madre, y aquél, capones, obligados ya a no amar. Y ya graneles las hijas ele estos hon­rados colonos, presentan en cestos ele mimbre los presentes ele sus mach··es. Al fin ele la tarea se convida al vecino, que acepta complaciente. Y no se lleva la parsimonia hasta guardar los manjares ya presentados para el otro día. Todos comen a gus­to, y el sirviente, copiosamente satisfecho, no tiene por qué en­vidiar al convidado que ha bebido más" (3).

En ·este gustoso cuadro realista, Marcial tuvo dos colabora·· dores casi imperceptibles . Esta sana cena copiosa parece la que el rústico Ofelo horaciano, filósofo natural y sin norma, ofre­cía ·a sus huéspedes o veoinos en días festivos o en días lluvio­sos; que también era colono él y para otro dueño cultivaba el campo que había· sido propio con el mismo amor y con un mis-

( 1) Alusión a Mee! ea, que asesinó a su hermano Absirto, a sus dos hijos y a la joven esposa de J asón.

(2) Ciudad de la Umbría, célebre por sus pastos y sus quesos · en forma ele cono: meta.. Es la, patria ele Plauto.

(3) Epigra.m. lii, ss.

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mo afán moroso. Y también ha pasado por aquí, si bien alto _y lejano como una nube, dejando ele su paso una sombra clara, .el Virgilio de los sanos goces campestres y ele los regocijos in­vernales al amor ele la familia y de la lumbre. Es tan seguro el dibujo en 'esta esc-ena rural, que Marcial tuvo que tenerla lar­gamente bajo los ojos, acaso, más que en la ele Faustiiw, en un cortijo ele la Celtiberia romanizada.

A esta granja abundosa y alegre que posee su amigo Fans­tino contrapone donosamente Marcial la villa que su otro ami­go Baso pos·ee próxima a Roma, elegante 11wrada del hambre. E l saladísimo epigrama, con una grotesca solemnic\ac\ , se abre como si fuera una oda religiosa inspirada por la propia Calíope :

D onde la puerta Capona destil a anchas gotas de agua ( r); allí donde los ministros de Cibeles co rren, lavan en el Almón la cuchilla. (z) para el culto destinada ; donde siempre verdeguea de los Horacios la santa (3) campiña, y donde caldeado por sol ardiente se a lza el templo de H ércul es niño, Baso por allí pasaba, j oh Faustino !, sobre un carro

henchido ele cuanto abraza campo feraz. Se veían unas berzas soberanas, puerros ele las dos es-pecies (4), lechugas acogol ladas, acelgas muy saludables para perezosas panzas; clescubríanse también una colosal guirnalda ele tordos mu,- bien cebados, una li ebre que cazara galgo ele Galia, un lechón que no triturara aún habas,

(r) Esta puerta, por deba jo ele la cual pasaba la r uta ele Capua , en su parte superior sostenía parte ele un acueducto del Agua Marcia., que se escurría en la rgas humedades.

(z) En esta afluente ele\ Tíber los sacerdotes ele Cibeles lavaba n en el mes ele marzo la estatua ele la diosa y el cuchillo ele los sacri ficios.

(3) Los Horacios fueron sepultados en el mismo lugar en donde comba­tieron con los Curiacios y cubrí a sus tumbas el césped.

(4) El fJon·um sectivwn y el po1·rwn ca.püatmn.

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También marchaba ante el carro un esclavo con gran car ga de huevos puestos entre heno. ¿ Baso a Roma regresaba? No. Baso se dirigía a pernoctar en su granj a (1) .

D esde la torre de esta finca podía Baso contemplar a su sabor laureles estériles sin miedo ninguno ele ladrones. Príapo, con su hoz, bien pocas cosas tenía que guardar en ella. Con harina comprada en la ciudad alimentaba a su viñero y ocioso traía a su granja legumbres, huevos . pollos, frutos, quesos y vino nüevo. Y cop.cluye el donoso poeta:

Ru.s hoc voc·ari debet, an domns longe (z) .

¿Y a eso se le ha el e llamar un campo, o una casa lejos ? P ero Roma envidiaba a Faustino la descansada y sabrosa

vida que hubi era podido disfrutar en su finca. En ausenCia del dueño, ¡qué primavera tan inútil y tan bella ! :

R idet ager, vestitnr hmnus, vestit1w et arbos.

Ni L ucrecio ni Virgilio, pintores suaves del verano nuevo, desdeñarían la paternidad ele este verso ele Marcial. ¿Y qué de­cir ele estos otros que pudieran ad judicarse a Horacio? :

Qu.os, Faustine, dies, qnales tibi Roma, recessus abstnlü! O soles! O tnnicata qnies ! O nemns, o fontes soh:dnmqne madentis harenae litus et aeqnoris splendidns An:mr aqnis et non nnúts spectator lectulns nndae, qni videt hinc pnppes flnminis, iude man:s! (3).

¡Qué deliciosos días, Faustino, qué dulce apartamiento te ha quitado Roma ! ¡Oh soles ! ¡Oh reposo en simple túnica! ¡Oh bosque ! ¡Oh fuente ! ¡Oh sec?'eto seguro deleitoso, esta­mos a punto ele continuar con nuestro fray Luis, que no hizo más que recoger el suspirante soliloquio horaciano ! : O rus, quando ego te asp1:ciam! ¡Oh campo! , ¿cuándo te veré? O noctes, caenaeque deum,! ¡ Oh noches, oh cenas ele dioses !

Un trozo ele mar azul se mezcla con el paisaje ele Mar-

(1) Epigmm. III, 47. (z) Epigmm. III, sS. (3 ) Epigram. X, 51.

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cial; una playa arenosa y húmeclá y surgiendo ele en medio ele las ondas marinas el espléndido Anxur, que no contempla una sola especie ele aguas, puesto que, por una parte, ve los baje­les del río, y ele la otra parte, los navíos del mar.

Acaso los más lindos versos líricos latinos consagrados al mar en sus gozosas y brillantes bodas con la tierra los escri­bió Catulo cuando, ele regreso ele los cámpos yermos y yertos ele ~ Tracia y ele la Bitinia, pudo saludar a su Sirmio, flor y pupila de ínsulas y ele penínsulas: insularum peninsularu11iq•u: ocelle, Sirmio.

LORENZO RIBER.

(Continuará.)