boholavsky, abel. biografías y relatos insurgentes. la historia del prt

144
Hace casi catorce años no imaginá- bamos que en un futuro, ni cercano ni lejano, íbamos a escribir esta presen- tación. No estaba en nuestros planes, era impensable y no for- maba parte de nues- tra modesta utopía de entonces ya que, como trabajadores, teníamos que estar a la defensiva. Los noventa fueron los tiempos del apogeo del neoliberalismo, del dis- curso del “fin de las ideologías”, de la primacía del mercado... Muy pocas voces se alzaban contra ese discurso único que había colonizado a las ex- presiones político-partidarias mayo- ritarias y que, cual canto de sirenas, pretendía seducirnos con los “benefi- cios” del primer mundo. La llamada “reforma del estado” (des- guace de lo que quedaba del estado de bienestar) se expresaba en el ámbito de la salud con los primeros pasos en la “desregulación” y “reconversión” de las obras sociales. Los eufemismos estaban a la orden del día. La coyuntura parecía agobiante: ele- vada desocupación, congelamiento sa- larial, flexibilización de la normativa laboral, firma de convenios colectivos a la baja y complicidad de la mayo- ría de la dirigencia sindical que había asumido características empresaria- les. Frente a esta política de disciplina- miento social y laboral, las respuestas por parte de los trabajadores y de los nuevos desocupados y excluídos del banquete neoliberal no se hicieron esperar. Espontáneas, aisladas y des- organizadas en un primer momento, iban a canalizarse y consolidarse en varias vertientes colectivas 1 . Como parte y expresión de ese movi- miento, y al igual que muchas otras nuevas experiencias organizativas im- pulsadas por la CTA en ese contexto, nació formalmente en marzo del 2000, el Sindicato de Trabajadores de la 1. En 1992 se creó el CTA (Congreso de Traba- jadores Argentinos), en 1994 se constituyó el MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos) como agrupamiento disidente al interior de la CGT y también durante esos años surgieron numerosos movimientos sociales y de desocu- pados. b fu la

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Sobre el foquismo "marxista" en Argentina.

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  • Hace casi catorce aos no imagin-bamos que en un futuro, ni cercano ni lejano, bamos a escribir esta presen-tacin. No estaba en nuestros planes, era impensable y no for-maba parte de nues-tra modesta utopa de entonces ya que, como trabajadores, tenamos que estar a la defensiva.

    Los noventa fueron los tiempos del

    apogeo del neoliberalismo, del dis-

    curso del n de las ideologas, de

    la primaca del mercado... Muy pocas

    voces se alzaban contra ese discurso

    nico que haba colonizado a las ex-

    presiones poltico-partidarias mayo-

    ritarias y que, cual canto de sirenas,

    pretenda seducirnos con los bene -

    cios del primer mundo.

    La llamada reforma del estado (des-

    guace de lo que quedaba del estado de

    bienestar) se expresaba en el mbito

    de la salud con los primeros pasos en

    la desregulacin y reconversin

    de las obras sociales. Los eufemismos

    estaban a la orden del da.

    La coyuntura pareca agobiante: ele-

    vada desocupacin, congelamiento sa-

    larial, exibilizacin de la normativa

    laboral, rma de convenios colectivos

    a la baja y complicidad de la mayo-

    ra de la dirigencia sindical que haba

    asumido caractersticas empresaria-

    les.

    Frente a esta poltica de disciplina-

    miento social y laboral, las respuestas

    por parte de los trabajadores y de los

    nuevos desocupados y excludos del

    banquete neoliberal no se hicieron

    esperar. Espontneas, aisladas y des-

    organizadas en un primer momento,

    iban a canalizarse y consolidarse en

    varias vertientes colectivas1.

    Como parte y expresin de ese movi-

    miento, y al igual que muchas otras

    nuevas experiencias organizativas im-

    pulsadas por la CTA en ese contexto,

    naci formalmente en marzo del 2000,

    el Sindicato de Trabajadores de la

    1. En 1992 se cre el CTA (Congreso de Traba-jadores Argentinos), en 1994 se constituy el MTA (Movimiento de Trabajadores Argentinos) como agrupamiento disidente al interior de la CGT y tambin durante esos aos surgieron numerosos movimientos sociales y de desocu-pados.

    bamos futur

    tenamos la defensiv

  • Ssifo #1 2

    cin acadmica y darles nuevamente

    la bienvenida a Malena, Mara de las

    Nieves, Mara Eugenia, Mara Julie-

    ta, Juan Pablo y Luciano con quienes

    compartimos unas muy enriquecedo-

    ras jornadas de intercambio.

    El Centro editar una publicacin

    anual, cuya temtica y contenido va-

    riar en cada nmero, a n de produ-

    cir, difundir y hacer circular diferen-

    tes producciones en pos de dar sopor-

    te para el intercambio y el debate.

    En este primer nmero, y gracias al

    aporte generoso de Abel Bohoslavsky,

    podremos adentrarnos en la compren-

    sin de una poca que ha sido etique-

    tada fcilmente sin las profundizacio-

    nes analticas necesarias. Para aque-

    llos que no fuimos contemporneos a

    los sucesos, la historia militante de

    Abel nos sirve para captar cabalmente

    las subjetividades y los contextos. Un

    entramado para comprender las con-

    tinuidades y rupturas con el presen-

    te, abierto para la polmica, no para

    encontrar juicios de nitivos sino para

    formular nuevas preguntas y buscar

    nuevas respuestas desde el presente.

    Finalmente, vaya nuestro agradeci-

    miento a los aportes de tan destacados

    acadmicos como lo son Cecilia Hi-

    dalgo, Daniel de Santis y Pablo Pozzi.

    Damos por descontado que para los

    lectores ser un material de sumo in-

    ters como lo fue para nosotros.

    Alejandro M. Bassignani

    [email protected]

    obstculos fueron innumerables, con

    aciertos y errores. Pero la perseveran-

    cia en cumplir los objetivos que nos

    propusimos, tuvo sus resultados. Cre-

    cimos en cantidad y calidad organiza-

    tiva, nos expandimos territorialmente

    y ms compaer@s decidieron ser

    protagonistas de un cambio colectivo,

    llegando el ao pasado a presentar

    nuestro pedido de personera gremial

    ante el Ministerio de Trabajo, Empleo

    y Seguridad Social de la Nacin.

    A partir de entonces, nuevos desa-

    fos y necesidades aparecieron. En-

    tre ellas, la de contar con ms y me-

    jores herramientas para el anlisis y

    la comprensin de la realidad y para

    la capacitacin y el debate acerca del

    mundo del trabajo y de las experien-

    cias organizativas de los trabajadores.

    Fue as como creamos en diciembre

    de 2010 el Centro de Estudios Socia-

    les y Sindicales (CESS).

    El CESS no pretende ser solamente

    un espacio acadmico. Su razn de ser

    es convertirse en un espacio abierto

    que o cie de un modesto faro para el

    debate y la construccin colectiva de

    conocimiento orientado a estimular

    la problematizacin de la realidad,

    la prctica y la accin cotidiana en el

    mbito sindical.

    Durante el presente ao se ha avanza-

    do signi cativamente en la organiza-

    cin del Centro y se ha conformado un

    equipo de investigacin con variadas

    propuestas temticas y metodologas

    de abordaje. Mucha tarea nos queda

    an pendiente.

    Aprovechamos este espacio para des-

    tacar y agradecer la prepotencia de

    trabajo que puso de mani esto el Lic.

    Alejandro Asciutto en la coordina-

    Obra Social para la Actividad Docente

    (SiTOSPLAD).

    Como trabajadores habamos decidi-

    do emprender desde 1997 un cami-

    no propio para auto-representarnos

    y cambiar un modelo sindical que

    no solamente nos negaba respuestas

    concretas en la defensa de nuestros

    derechos y vedaba la participacin,

    sino que adems tena como princi-

    pal bene ciaria a la misma burocracia

    sindical. Con el agravante, en el caso

    de la OSPLAD, de que esa misma bu-

    rocracia administraba la obra social.

    De esta manera se generaba un crculo

    nada virtuoso que mantena un status

    quo que permita la aplicacin de po-

    lticas laborales en detrimento de los

    trabajadores, entendindolos como

    mera variable de ajuste.

    La crisis del 2001, que fue a la vez la

    causa y el efecto del agotamiento de

    ese modelo neoliberal, tuvo sus cole-

    tazos en la OSPLAD como no poda

    ser de otra manera. Y la recupera-

    cin econmico-social post 2003, no

    revirti la situacin. Por el contrario,

    este contexto favorable no se re ej

    proporcionalmente en el sistema de

    salud, en particular en las obras so-

    ciales, y en el salario y condiciones

    laborales de sus trabajadores. Por el

    contrario, determinadas variables se

    pronunciaron negativamente prolon-

    gando la crisis del sector, situacin

    que exige un debate sobre la reforma

    estructural del sistema a partir de una

    mayor intervencin estatal a travs de

    sus organismos de nanciamiento y de

    control. Las obras sociales deben dejar

    de ser noticia por el manejo irregular

    de medicamentos o por ser la caja

    de los sindicatos que las administran.

    Durante estos aos la tarea desde

    el SiTOSPLAD no fue sencilla. Los

  • Por Cecilia Hidalgo1

    chidalgo@fi lo.uba.ar

    Narrativas personales como las que se presentan en este nmero ocupan un lugar central en la investigacin contempornea, no solo por su valor testimonial acerca de momentos y pro-cesos sociales altamente signi cati-vos, sino por su capacidad de desa ar estereotipos interpretativos, ampliar la re exin, mover a la accin, como ningn otro tipo de texto acadmico o literario- puede hacerlo. Ya Dilthey (1833-1911) haba subrayado la im-portancia que los relatos de corte au-tobiogr co revisten para la compren-sin de la con guracin histrica de una poca, por articular a un tiempo el mundo social, el lenguaje con que una sociedad o cultura categoriza ese mun-do y la subjetividad de los narradores. En consonancia con tal articulacin, en estos relatos de vidas insurgen-tes Abel Bohoslavsky logra trans-mitir la complejidad social, cultural y subjetiva de procesos polticos e hitos insoslayables de la historia argentina contempornea, an pendientes de una reconstruccin acabada. El propio tex-to del cient co social profesional, Pa-blo Pozzi, que prologa la edicin adop-ta la forma de una narrativa personal, ilustrando hasta qu punto las inves-tigaciones histricas no solo conllevan debates interpretativo-explicativos de cara al pasado sino genuinas discusio-nes polticas de cara al futuro.

    Los relatos de Bohoslavsky despliegan las formas peculiares en que militan-tes ejemplares, algunos rescatados del anonimato, han ordenado y dado sentido a su experiencia poltica. Son ejemplares en su especi cidad y por

    1. Cecilia Hidalgo es Profesora Titular Regular de la UBA y profesora en diversos programas de posgrado. Graduada como Antroploga se ha especializado en Epistemologa y Metodo-loga de la Investigacin.

    ello, no son representativos en el sen-tido de que cualquier otro caso mos-trara lo mismo. Lejos de pretender que tal experiencia se recrea objetiva-mente, lo que el relato permite poner de mani esto es la conciencia que se ha ido construyendo a partir de la re- exin ulterior sobre lo vivido y por vivir, re exin tanto individual como colectiva. As, los relatos recuperan discusiones al interior de las agrupa-ciones polticas, charlas entre amigos, la inmediatez, el estatus problemti-co de la memoria y la incertidumbre (se a rma, por ejemplo, que a veces ni los capos de las agrupaciones pa-recan tener nada claro) acerca de lo adecuado de decisiones tomadas en contextos de accin y condiciones de lucha inditas, no siempre acompaa-das por el xito.

    A diferencia de otros relatos donde el protagonismo de los militantes suele desdibujarse- por ejemplo, en aque-llos en los que la categora analtica bsica gira alrededor de los desapa-recidos o las vctimas del terrorismo de estado- en estas narraciones los militantes son agentes plenos, carac-terizados por una gran capacidad inte-lectual y entrega. La memoria rescata circunstancias y ancdotas que van ms all del sentido explcito de los acontecimientos para transmitir un signi cado con amplias proyecciones, en especial hacia otras generaciones, destacando valores como la autonoma crtica, la reciprocidad, la solidaridad, la justicia y el coraje.

    En tal sentido, los relatos nos hablan tambin de muchos otros militantes, que compartieron esos valores y tra-yectorias. Pero lo hacen abriendo ven-tanas a una experiencia cuya imagen no es transparente. Y es que los pro-blemas de interpretacin o explica-cin no son solo epistemolgicos sino polticos. No se trata de registrar cir-

    cunstancias y peripecias o transcribir documentos como si fueran autoevi-dentes: lo que Bohoslavsky cuenta delata claroscuros, rescatados colecti-vamente en la memoria de largo plazo acerca de lo ocurrido.

    An en el convencimiento de que des-de una perspectiva histrica, pero tam-bin personal y familiar, estos relatos son capaces de contar y hacernos com-prender una poca, el narrador no se ubica nunca en la posicin privilegia-da de quien emite la palabra interpre-tativa nal y enuncia las verdaderas implicancias que los acontecimientos referidos revisten para el presente. Por el contrario, la historia narrada inclu-ye al lector, invitndolo a un trabajo interpretativo activo frente a procesos en gran medida tan inconclusos como sus actuales reconstrucciones.

    En su libro Silencing the past: power and the production of history (Boston, Beacon Press, 1995) Michel-Rolph Trouillot sostiene que en la produc-cin de la historia hay al menos cuatro momentos crticos en los que el poder se hace mani esto: 1) el de la creacin de hechos (la produccin de fuentes), 2) el de la reunin de hechos (la for-macin de archivos), 3) el de la recu-peracin de hechos (la produccin de narrativas) y 4) el momento de dotar-los de signi cacin retrospectiva (la produccin de historia propiamente dicha). Por cierto, los presentes rela-tos crean nuevas fuentes y promueven la formacin de nuevos archivos. Pero tal vez su valor ms sobresaliente est en la manera cmo producen narrati-vas alternativas, promoviendo la ela-boracin colectiva de acontecimientos polticos recientes tan importantes para los argentinos, y ello, dotndo-los de un sentido que trasciende con creces la perspectiva del horror de la represin y la derrota.

    Comprender una vida, comprender una poca

  • Ssifo #1 4

  • Pablo A. Pozzi1

    Hace ya demasiados aos que co-

    noc a Abel por primera vez. Nos

    conocimos en Mxico donde l era

    parte del exilio y yo vena desde

    Nueva York donde estaba editando

    un peridico que se llam Denun-

    cia. l estaba con el Fsforo. Era

    1979, Abel haba llegado haca

    poco, solo, por sus propios medios

    y el Fsforo estaba desde nes de

    1975, salido de la prisin con la

    "opcin". Eran momentos muy du-

    ros porque estaba ocurriendo la in-

    fausta contraofensiva de los Mon-

    toneros, el PRT-ERP se acababa de

    fraccionar, y muchos de los intelec-

    tuales y polticos antes revolucio-

    narios ya per laban su disposicin

    pragmtica. La primera impre-

    sin fue mala porque me parecieron

    dos pedantes. Abel me dijo que se

    llamaba Leonel Urbano (Len

    por Trotsky aunque de trosko no

    tena nada y urbano porque era

    un guevarista urbano). Sin embargo,

    ms tarde, aprend que lo que pare-

    ca pedantera era ms bien su ex-

    periencia de vida y mi inseguridad

    juvenil. Ambos me impactaron mu-

    cho. En medio de tanta derrota, los

    dos seguan con ados en la revolu-

    cin socialista y no se arrepentan

    ni de su militancia ni se desdecan

    de su ideologa. Pero lo que ms me

    llam la atencin era que tenan un

    1. Historiador, autor de varios libros sobre la historia reciente argentina y la norteamerica-na. Profesor Titular Plenario, Facultad de Fi-losofa y Letras, Universidad de Buenos Aires.

    muy buen nivel de formacin que se

    traduca en anlisis que te hacan

    pensar siempre. Eso se acompaa-

    ba con una cantidad de historias y

    ancdotas de la militancia que eran

    fascinantes para alguien que se

    reivindicaba de izquierda y quera

    ser historiador. Eran apasionados

    y, como tales, muy pero muy hin-

    chapelotas y discutidores. Para

    algunos de los exiliados eran dos

    irrespetuosos, indisciplinados, y (el

    peor de los insultos) pequeobur-

    gueses. De hecho tanto el Fsforo

    como Abel eran mdicos y haban

    sido dirigentes estudiantiles en la

    Universidad de Crdoba. Los dos

    tenan una larga militancia, haban

    trabajado en sindicatos clasistas,

    Abel como mdico del sindicato

    Perkins y adems, gremialista hos-

    pitalario y el Fsforo, proletarizado

    y activista de fbrica del sindicato

    del Caucho. Efectivamente, eran

    poco tolerantes con los que consi-

    deraban necios. La verdad es que

    ellos tambin, en su apasionamien-

    to, eran un poco sectarios y a veces

    no saban escuchar. Sin embargo te-

    nan algo muy sano que era la capa-

    cidad de cuestionar las cosas. A m

    me aportaron como pocos compae-

    ros que conoc en aquella poca.

    Pasaron los aos y, cada vez que lo

    reencontraba a Abel, segua tozuda-

    mente en sus trece, tratando de po-

    ner su granito de arena para cons-

    truir una alternativa revolucionaria

    y clasista para los trabajadores ar-

    gentinos. A mediados de la dcada

    de 1980 lo encontr bregando por

    construir el clasismo sindical en

    algo que, a pesar suyo y con su de-

    nodada oposicin, eventualmente

    deriv en la CTA. Luego fue candi-

    dato a diputado por Izquierda Uni-

    da en 1989. Digamos, hizo un poco

    de todo tratando de aportar en cada

    momento y coyuntura a la clase

    obrera. Si bien se equivoc algunas

    veces, tuvo la virtud de seguir el

    a sus ideales. Y as nos seguimos

    reencontrando, en distintos luga-

    res donde se trataban de armar al-

    ternativas y agrupaciones clasistas

    para los trabajadores. La ltima ha

    sido, y sigue siendo, el peridico El

    Mortero, donde ambos colaboramos

    (bueno donde yo colaboro y donde

    Abel vierte su extensa experiencia

    sindical y clasista). Esta es una

    experiencia bien de base, desde

    abajo, donde Abel funciona como

    puente de experiencia histrica

    entre el clasismo setentista y el

    clasismo actual. Digamos, es lo que

    siempre pens que haba que hacer

    y nunca tuve la capacidad intelec-

    tual, militante y poltica de hacer. Y

    Abel lo logr.

    Cuando a comienzos del menemis-

    mo decid investigar la historia del

    PRT-ERP2 siempre me acordaba de

    esos dos compaeros. Nunca puede

    reencontrar al Fsforo y me cost

    bastante trabajo dar con Abel. Una

    2. Pablo Pozzi. El PRT-ERP. La guerrilla mar-xista. Buenos Aires: Eudeba, 2001 e Imago Mundi 2004.

    Prlogo

  • Ssifo #1 6

    Los ensayos de Abel sealan esto

    y mucho, mucho ms. En medio de

    tanto anlisis super cial, oportu-

    nismo y conciliacin lo que plantea

    Abel llama a la re exin una vez

    ms. Indudablemente sus planteos

    le resultarn revulsivos a ms de

    uno; y algunos lo acusaran de hacer

    apologa, de idealizar a los militan-

    tes. Como estoy grande y soy un vie-

    jo y tengo memoria, les puedo decir

    que los militantes eran estos. Aque-

    llos que lo niegan es porque quieren

    reciclarse y tomar distancia. Todos

    fuimos mejor en la militancia y peo-

    res fuera de ella. Abel rescata lo

    que fue y lo que sigue siendo. Otros

    se arrepienten, se quiebran, se ven-

    den al mejor postor. Lo nico que

    podemos decir es lo que me seal

    hace ya muchos aos un viejo obre-

    ro militante del PRT:

    Pregunta: Qu ha quedado de la

    experiencia de ustedes?

    Respuesta: Tengo mucho dolor y

    mucho orgullo en mi alma. Sobre

    todo no me arrepiento de nada. En

    los aos venideros nuestros hijos y

    nietos mirarn lo que hicimos y di-

    rn "hubo gigantes aqu, en Tucu-

    mn, que supieron dar todo lo que

    tenan por la dignidad del hombre".

    Me duelen los cados, extrao a los

    desaparecidos, y me apeno por todos

    aquellos que no saben rescatar su

    propio pasado de dignidad y lucha.

    Pero estoy seguro que no sembramos

    en el vaco porque con nuestra lucha,

    nuestro esfuerzo y con nuestro sacri-

    cio supimos sealar el camino.

    Obrero azucarero, militante del

    PRT en Tucumn.

    porque son planteos pensados y con

    fundamento. Lo ms importante es

    que humanizan a los militantes. El

    ejemplo del Mingo Menna y su pe-

    rro Troky es ms que ilustrativo de

    esto. Y aqu hay algo que me parece

    muy importante: los revolucionarios

    son gente comn, con inteligencia

    comn, con sentires y deseos comu-

    nes, que logran trascender su con-

    dicin para convertirse en referente

    poltico. El por qu lo logran es algo

    que puede ser discutido largo tiem-

    po, pero lo real es que el corazn,

    la mente y la bronca que genera la

    injusticia social son los elementos

    bsicos de la conciencia. Abel los

    tiene, y sus antiguos compaeros

    que l resea tambin.

    El PRT no fue un partido excep-

    cional, excepto que se conform de

    hombres y mujeres comunes que lo-

    graron trascender su condicin para

    tratar de lograr algo ms all. Acer-

    taron en muchas cosas, se equivo-

    caron tambin en muchas. Sobre

    todo lo que hicieron fue vincular lo

    que se deca con lo que se haca,

    dejar en claro que este (el capita-

    lismo) es un sistema injusto y que,

    ms all de la teoras y ms all de

    las crticas, estos compaeros se ju-

    gaban la vida para que todos tuvi-

    ramos una vida mejor. En un mundo

    de corruptos, ladrones, y traidores,

    donde cualquiera se dice progre

    cuando realmente es de derecha,

    estos argentinos emergen como una

    bocanada de aire fresco. Nosotros

    supimos gestar a esta gente tan nor-

    mal y tan maravillosa. Fue nuestra

    sociedad que dio lugar a estos jve-

    nes que supieron dar la vida por sus

    ideales y principios (algo que, valga

    decirlo el da de hoy, ningn polti-

    co o militar o empresario argentino

    estara dispuesto a dar).

    vez que lo encontr, l acept con-

    tarme su historia y la de la militan-

    cia que haba vivido. Si bien yo es-

    peraba algo interesante, lo que Abel

    pudo aportar fue mucho, mucho

    ms. Por un lado era un antiguo mi-

    litante que haba vivido los orgenes

    de lo que luego fueron los setentis-

    tas. Por otro, tena una memoria

    envidiable. Los datos que l citaba

    podan ser cotejados con la docu-

    mentacin, y resultaban casi siem-

    pre exactos. Pero ms aun, Abel

    haba re exionado profundamente

    sobre su historia, la de su organi-

    zacin y la de la poca. Entrevist

    muchos militantes, pero slo algu-

    nos pocos tenan las caractersticas

    crticas y autocrticas de Abel. Era

    una cosa rara entre los antiguos mi-

    litantes no slo porque segua sien-

    do marxista, sino porque su mar-

    xismo era algo vivo: una gua para

    accin como deca Lenin. Inclusive,

    era capaz de escuchar crticas y dis-

    crepancias, pensarlas sin ofenderse

    y buscar respuestas en discusiones

    duras pero siempre serias y tratando

    de aportar a sus objetivos revolucio-

    narios. Coincidimos en muchas co-

    sas y en otras discrepamos tambin

    mucho. A veces lo quera acogotar y

    otras me emocionaba. Pero siempre

    fue frontal y honesto en su planteo.

    Cuando me envi el borrador de

    este libro (y de otro que an no se

    ha publicado) encontr en l una

    serie de cosas que pienso son muy

    necesarias a la izquierda y la mili-

    tancia argentina el da de hoy. Por

    un lado, contiene ensayos llenos

    de pasin que se basan en una ex-

    periencia poltica de dcadas de

    lucha. Son polmicos y provocado-

    res, en un buen sentido. O sea, no

    te dejan indiferente; y esto aunque

    no coincidamos con lo que expresa

  • Hace mucho tiempo que estas biogra-fas insurgentes fueron escritas. No s si son exactamente biografas en el sentido literario del trmino. Pero que son relatos de vidas insurgentes, eso no cabe la menor duda. La intencin de escribirlas fue poner de relieve no solo las circunstancias y peripecias de estos personajes amigos, compa-eros, en todo el sentido de esas en-traables palabras sino relatar una poca. Y ayudar a entenderla.

    La intencin siempre fue muy pro-funda y ambiciosa. Tiene un sentido histrico y tiene un sentido personal, casi familiar.

    Desde que tengo memoria este es un libro de memorias el tipo de per-sonas como los protagonistas de estos relatos, han sido cali cadas de mu-chsimas y variadas maneras por parte del lenguaje poltico vulgar emanado de la cultura dominante. Siempre han sido denostadas como marginales, de-lincuentes y monstruos. No exagero. Exagerada ha sido nuestra realidad histrica. Siempre han sido los subver-sivos, esos que - vaya a saber por qu! quieren subvertir el orden. No es frecuente que la literatura o cial (aun-que no sea o cialista) los cali que de revolucionarios. A veces lo admi-te, pero apenas en alguna referencia acadmica ms o menos alejada de la poltica real. Muchas veces aparecen entonces nombrados como revolucio-narios, pero en seguida se les aade el cali cativo de romnticos, aventu-reros, idealistas o cosas parecidas, como para atenuar la contundencia del signi cado profundo.

    Desde antao, una no tan re nada re-trica que los llev a la categora de

    delincuentes, no solo como para tipi carlos en trminos de Cdigo Penal, sino con el propsito de atemo-rizar a quienes por una razn u otra, vean a los revolucionarios con simpa-ta y hasta admiracin. Recuerdo que all por 1966, a un compaero que haba sido detenido por pegar carte-les, un funcionario le dijo: Le vamos a aplicar el 213 bis. El mensaje o -cial es bien claro: la revolucin es un delito.

    Cuando los acontecimientos polticos tomaron un rumbo indito en nuestra historia argentina de eso tambin hablaremos y pareca que este len-guaje se tornaba ine caz a los efectos de atemorizar o espantar, apareci el cali cativo de in ltrados. Esa pala-breja tena, y sigue teniendo, toda una connotacin de cosa siniestra. Somos una Nacin constituida, una sociedad organizada, y de golpe, en nuestro pro-pio seno, unos personajes demonacos se nos in ltran. Vienen de afue-ra. Son como una infeccin frente a la cual hay que generar anticuerpos. Semejante cosa tan mala no puede ser nuestra. Y ahicito noms, aptridas. Qu cosa peor que alguien que no tie-ne patria!

    Entonces, combinado con todo lo an-terior, el mote de terrorista es ideal. Nada ms espantoso que el terror. Nada ms espantoso que un terrorista que en las sombras, viene a depredar, destruir, matar. En resumen si no, no terminamos nunca Argentina se ve asolada por delincuentes, in ltrados, aptridas y terroristas.

    S, parece exagerado. Pero si los lec-tores se toman el trabajo de repasar nuestra historia reciente y los de

    ms edad, simplemente recordar se dan cuenta que desde la poca en que la Doctrina de la Seguridad Nacional y la Doctrina de la Guerra Contrarre-volucionaria elaboradas en lugares tan lejanos como Estados Unidos o Francia se impusieron como polticas de Estado en Argentina, esas palabras se nos hicieron rutinarias en boca de presidentes, vicepresidentes, minis-tros, jefes y subjefes de gobiernos, de empresas, de sindicatos, de universi-dades, diarios, radios, revistas y noti-cieros.

    La ltima dictadura, en su lxico bu-rocrtico-militar copiado de los nazis, acu la sigla BDSML para denomi-nar a las Bandas de Delincuentes Subversivos Marxistas Leninistas. Fue apenas la argentinizacin de lo que en Estados Unidos se llam all por los aos 50 el peligro amarillo, una actualizacin de poca al sempi-terno peligro rojo, espantajo acua-do desde que el capitalismo sufri su primera gran derrota en el siglo XX de Nuestra Era, all por 1917 en el le-jano para nosotros Imperio de los zares de Todas las Rusias.

    Cuando la ltima dictadura tuvo que dejar paso a la restauracin constitu-cional, una bocanada de oxgeno brot por los poros de una sociedad as xia-da. Una secuela horrorosa de 30 mil desaparecidos, una de cada mil per-sonas en un pas de, por entonces, 30 millones de habitantes. Desapareci-dos? Cmo desaparece la gente? Haba dicho el general-presidente Vi-dela que no estn, no tienen entidad, estn desaparecidos. No era nueva la idea del jefe de las Fuerzas Armadas argentinas. En el siglo anterior, esas

    Razones de Historia y motivaciones personales

  • Ssifo #1 8

    adornan hoy esa otra biografa insur-gente. Tambin la pudo leer Fabricio, el hijo mayor. Todava no pude encon-trarme con ellos.

    As nacieron las biografas insurgen-tes. Despus vino la del Sopa Guidot, una deuda conmigo mismo. Y por ltimo, la del Turco Elas, que fue a pedido de un escritor de Reconquis-ta (que tampoco pude conocer hasta hoy), que realiz una recopilacin de relatos sobre desaparecidos oriundos de esa ciudad.

    Las breves inclusiones de Mario Ro-berto Santucho y de Agustn Tosco, no son biografas, porque no estoy en condiciones de relatarlas. Simplemen-te son referencias para que los lecto-res puedan tener una semblanza de dos protagonistas fundamentales de aquella poca, ya que sus vidas in u-yeron decisivamente en la trayectoria de los biogra ados y en los aconteci-mientos polticos de la poca.

    Estas biografas hablan por s mis-mas. Pero estos demonios no podran entenderse sino en su verdadero con-texto histrico. Estos in ltrados seran personajes de ccin si no se conoce la Historia as con maysculas en la cual orecieron. Estos subversivos se entienden como tales, como pro-tagonistas de la historia que los pari y que ellos mismos contribuyeron a moldear.

    Por eso, para entender, los relatos bio-gr cos van intercalados con relatos de poca. Siempre son como charlas, tal como lo hacemos hace muchos aos en reuniones de trabajadores, agrupaciones y estudiantes. El prime-ro de ellos referido al cordobazo, es un antiguo escrito cuyo original rescat La Cubiche de unas viejas carillas del diario nicaragense sandinista Barri-cada, donde trabaj cinco aos. Fue escrito para leerlo en una conmemora-cin de aquella gesta que se hizo cuan-do transcurra la Revolucin Sandi-nista. Qued anclado en Cuba porque en mi regreso, en la valija solo traje

    galera de represores, excelentes prontuarios de genocidas impunes. Le propuse a varios compaeros y a Mara del Rosario, hacer una colum-na similar, pero con vida y trayectoria de compaeros desaparecidos. Res-catarlos del anonimato. Relatar vida, familia, sueos, compromiso, laburo, militancia, ideales, acciones. Hice una como ejemplo. Les gust la idea, pero... Siempre hay un pero. Alguien se opuso. No prosper.

    Tiempo despus, tom contacto con allegados a Ramiro, el hijo de mi ami-go y compaero Mingo Menna, a quien virtualmente no conoca (lo haba visto en brazos de su madre Any y su padre cuando era un beb en un acto polti-co en una cancha de ftbol en 1974). Le escrib una carta contndole que era amigo de su pap, compaero y le contaba historias seguramente no co-nocidas por l. De esas historias que todo hijo quiere saber de su padre, so-bre todo si se lo arrebataron cuando era tan pequeo. Por diversas razones, la carta nunca le lleg. Pasaron mu-chos aos, aparecieron Internet y el correo electrnico, pude dar con su di-reccin y por n la pudo leer. Se puso muy contento, y yo tanto como l. Des-pus, tom la forma de esta biografa y una noche, Ramiro se apareci en mi casa, con Dila y su primer hijo. Ms alto que su padre, con muchos rastros en su cara del abuelo Pn lo. Lo que ms me impresion fueron sus gestos, sus movimientos, su forma de hablar apasionada...me pareca el Mingo re-divivo!

    Algo parecido ocurri con la biografa de Ivar Brollo. Un da, una amiga me cont que se encontr con Luciano, el segundo de los hijos del gordo Ivar. Le escrib una carta contndole de nues-tra amistad y nuestras peripecias. Le gust. Pero nunca pudimos encontrar-nos. Muchos aos despus, tom con-tacto con Graciela, su compaera, que no saba de la carta-biografa. Cuando la ley, me dijo, se emocion mucho. Y me agreg algunas ancdotas que

    mismas fuerzas armadas haban ex-terminado en una Conquista del de-sierto a los pueblos originarios. Muy pocos cuestionaban la historia o cial ya que en un desierto no vive nadie. Entonces, los pueblos indios dnde vivan? Los indgenas son los desapa-recidos del siglo XIX.

    Los desaparecidos empezaron a ser rescatados con mucha timidez. Se acu una denominacin acorde con las pautas de la ideologa dominante como para reivindicarlos. Eran ut-picos. Es decir, luchaban por una utopa, algo que es muy noble. Pero que es simplemente un sueo, un im-posible. Ese todava tmido rescate cre un ambiente de reconocimiento que, mezclado con el dolor del horror, despert simpatas crecientes.

    Entonces, los elaboradores de la pa-labra o cial, rpidamente propalaron su balance como supuesta veracidad. En el pas se desat una ola de vio-lencia por parte de esos delincuen-tes subversivos terroristas aptridas que tuvo como respuesta una violen-cia similar por parte del Estado que provoc todo este desastre. Hubo un demonio que engendr otro demonio. La teora de los dos demonios. Am-bos demonios deban ser condenados por igual.

    Pues bien. Aqu hablaremos del otro demonio. Un demonio sobreviviente hablar de cmo eran en carne y hue-so esos otros demonios.

    Nada nuevo, ninguna primicia. Por suerte, hace unos cuantos aos, han orecido muchos relatos que rescatan vidas similares. Los hay excelentes y bellos. Tambin de los otros, que tras un aparente elogio, ponen de relieve cosas horrorosas como para que a na-die ms le queden ganas de utopas.

    Esta idea de relatar la historia por la vida de sus protagonistas, siempre me motiv. Hace muchos aos, entre 1986 y 1989, integr el equipo de prensa del mensuario Madres. En ese peridico, se publicaba una suerte de

  • Razones de Historia y motivaciones personales 9

    Lean su muy buena obra y pregnten-le quin tena razn la mayor de las veces... ja ja ja. Seguimos discutiendo acerca de la guerra.

    Otra obra testimonial muy linda es la realizacin de esas pelculas que hi-cieron los muchachos de cine Masca-r. En mi caso, fueron ms de 8 ho-ras que por ah deben tener guarda-das. Gaviotas blindadas (I, II, y III) y

    Clase-La poltica sindical del PRT en Crdoba son documentos invalorables para introducirse en esta historia. Lo mismo podemos decir de La historia del PRT-ERP por sus protagonistas, extensa recopilacin de Daniel.

    Estas biografas y el relato histrico-poltico exceden largamente lo perso-nal. Son patrimonio colectivo de quie-nes pensamos que la Historia es algo ms que un libro de historia.

    Que la disfruten.

    Abel Bohoslavsky

    supuesta imparcialidad en la que se esconden numerosos relatores. Como los demonios protagonistas fueron adems de compaeros, amigos, sus biografas tienen tambin algo, o mucho, de autobiografa. As ocurri cuando Pablo Pozzi se sent en el co-medor de mi casa para charlar largas horas, cuando estaba recopilando tes-timonios para lo que despus fue Por

    las sendas argentinas El PRT-ERP, la guerrilla marxista. Esas charlas fueron algo ms que una investiga-cin. Debatamos mucho porque l me cuestionaba muchas interpretaciones. Era una genuina discusin histrico-poltica, de las buenas. Y adems, a veces me cuestionaba el relato de determinados acontecimientos, con-trastando mi versin con otros testi-monios. Creo que me le como 72 de esos testimonios y rengln por rengln le cuestion varios prrafos. Le deca: esto no fue as. O, esto no es cierto. Fue as. l me lleva la ventaja del historiador cient co. Con rigurosi-dad de investigador, se tom el trabajo de cotejar las versiones con terceros.

    la ropa. No recuerdo en qu momen-to, unos chicos de una agrupacin con nombre tan raro como Necesario, me pidieron algo sobre el tema y entonces tuve que transcribirlo. Despus, ese texto se convirti en formador de tra-bajadores organizados en el colectivo poltico-sindical clasista del peridico El Mortero. El segundo relato sobre el cordobazo son dos extensas charlas de esas que dbamos en la Ctedra Che Gue-vara de la Universi-dad de La Plata acer-ca de la historia de nuestra Revolucin y de otras revoluciones contemporneas, ini-ciativa de rescate y formacin de Daniel de Santis y entusias-tas de la Juventud Guevarista.

    La poca que pari a estos protagonistas sigue siendo motivo de numerosas inter-pretaciones. Pocas, muy pocas, la de nen como la de una re-volucin inconclusa. Porque esta mirada, adems de una sim-ple interpretacin, implica una de ni-cin y una aspiracin a futuro. Ese balance es el que planteo en la charla con los del portal venezolano Gueva-riando, donde se expone que el socia-lismo sigue siendo una meta pendien-te, en Argentina, en Nuestra Amrica y en el mundo. Nadie tiene derecho a asumir la voz de los que ya no estn. Pero tampoco torcer sus indeclinables objetivos para amoldarlos a su propia postura poltica actual. Mucho ms, si por conclusiones personales se postu-la que, ms all de la justeza de sus ideales, hoy no tienen vigencia.

    Esto es un poco de Historia relatada con hechos ciertos y vivencias, pero no como un falso rbitro desde una

  • En 1985, sobre todo en ocasin del jui-cio que se lleva adelante contra nueve jefes militares de la ltima dictadura (1976-83), se habla y debate bastante acerca de si en la dcada anterior, ha-ba o no haba en el pas una guerra.

    Casi ninguno de los protagonistas de estos debates - polticos tradiciona-les, militares, abogados, periodistas - se re ere pblicamente al origen de esa conmocin poltica, social y militar que sacudi la Argentina. Al-gunos quizs lo hayan olvidado, otros querrn ocultarlo, no faltar tampoco quien no lo sepa o no lo haya re exio-nado siquiera. Para las generaciones posteriores esas incgnitas histricas siguen presentes.

    Independientemente de cmo se ca-racterice ese perodo y los nes que se busquen con esa caracterizacin - eso en todo caso lo podemos ver ms adelante - para nosotros, el origen de esa situacin puede ubicarse con el simbolismo de un hito, en aquella ma-ana del 29 de mayo de 1969, cuando en la ciudad de Crdoba, una huelga poltica convocada por la CGT de la provincia como un paro activo por 36 horas, se transform en una ver-dadera sublevacin violenta, que la historia inmediatamente acu como el cordobazo.

    Pablo Neruda, en su Espaa en el corazn, al recordarnos a Madrid 1936, escriba respecto a la asonada

    sangrienta de los falangistas: Y una maana todo estaba ardiendo. En un sentido exactamente contrario, podramos decir de aquella memorable fecha del 29 de mayo de 1969...y una maana, todo estaba ardiendo!

    Sin embargo, aunque la historia mu-chas veces la recordamos por medio de fechas simblicas - y sta tiene un simbolismo muy especial - los acon-tecimientos polticos y sociales, no suceden en forma espontnea, aunque en su desencadenamiento inmediato intervengan muchos elementos de es-pontaneidad, sobre todo tratndose de una intervencin activa de las masas.

    El cordobazo no fue fruto de la es-pontaneidad ni tampoco el resultado

    Por qu y cmo ocurri el Cordobazo

    Relatos insurgentes 1Para entender la Historia y sus protagonistas

    Crdoba, 29 de mayo de 1969, barricadas en la esquina de Boulevard San Juan y la Caada, (cerca de dnde haba cado poco antes Mximo Mena, obrero de IKA-Renault) pasado el medioda, cuando ya la ciudad quedaba en posesin de los manifestantes.

    La siguiente exposicin es un texto de elaboracin colectiva sobre la base de un in-

    forme presentado por Abel Bohoslavsky, ledo en un acto realizado el 29 de mayo de 1985 en Managua, Nicaragua, en conmemoracin del cordobazo. Su lectura en la ac-tualidad nos ayuda a poner en una perspectiva adecuada la interpretacin de nuestra

    historia poltica.

  • Por qu y cmo ocurri el Cordobazo 11

    llos antecedentes histricos que mencionbamos.

    No podemos ni debemos eludir aqu traer a colacin otros antecedentes de manifestaciones y acontecimien-tos ms cercanos al cordobazo, como fueron el 17 de octubre de 1945 y la resistencia peronista.

    Aquel 17 de octubre de 1945 - que la mayora de la generacin del cordo-bazo slo conocamos por referencias orales y escritas - los obreros del Gran Buenos Aires y Capital Federal, se movilizaron por millares para llegar a la Plaza de Mayo a exigir la libertad del entonces coronel Juan Domingo Pern, quien desde la Secretara de Trabajo de un gobierno militar, haba desarrollado una gestin que, por pri-mera vez desde las instancias guber-namentales, acceda a reclamos socia-les y no actuaba exclusivamente en bene cio de las patronales. Sectores de una izquierda que no merece lla-marse izquierda lo acusaban de fas-cista. Pern haba sido destituido y apresado, pero la base del movimiento sindical que l mismo haba impulsa-do desde el propio aparato del Estado, reaccionaron, dando lugar a esa huel-ga general del 17 de octubre. Fue una suerte de insurreccin pac ca, se-gn nos la describi en un folleto all por los aos 70, el viejo Pedro Mile-si, protagonista l mismo de esa jor-nada, as como del Grito de Alcorta de 1912, de la Semana Trgica de 1919...y tambin del cordobazo de 1969! Vaya entonces tambin en esta ocasin, nuestro homenaje al vie-jo Pedro, maestro de generaciones de activistas obreros y revolucionarios, quien falleciera con ms de 90 aos en la clandestinidad durante la ltima dictadura militar.

    Aquel 17 de octubre de 1945 tuvo en comn con este 29 de mayo de 1969 el hecho de haber puesto en primer plano de la escena poltica del pas a la clase obrera. Pero el rasgo distinti-vo entre ambas fechas fue que en la primera, el aparato represivo del Es-tado se mantuvo inmvil ante las mul-titudes que venan a exigir la libertad

    gimen dominante. Y tambin se trat de luchas violentas, armadas, armadas aunque sea con piedras y palos.

    El general Ongana quiso asustar a la poblacin en su alocucin despus del cordobazo - en realidad quera asus-tar a una parte de la burguesa que, por su propia poltica, se opona a su rgimen y en cierta forma mantena una actitud pasiva o neutral frente a la sublevacin popular - esgrimiendo el hecho de un intento reciente (abril 69) de asalto a una unidad militar en Cam-po de Mayo, en el que un pequeo gru-po insurgente no pudo alzarse con una buena cantidad de fusiles automticos.

    Los obreros mecnicos, lucifuercistas, ferroviarios, de obras pblicas y de casi todos los gremios, los empleados y los estudiantes, se batieron contra los destacamentos de infantera de la Polica Federal y de la caballera de la Polica provincial sin fusiles; apenas si algunos tenan unas cuantas pisto-las o revlveres, ni siquiera la mayora llevaba bombas molotov. Hondas con bulones y pernos, piedras de las calles y maderas de las obras en construc-cin eran sus principales armas.

    Las que aquel 29 de mayo se

    constituyeron en las armas fun-

    damentales de los manifestantes,

    fueron el nmero de protagonis-

    tas y la decisin inquebrantable -

    esa conducta que no surge todos

    los das - de salir a pelear. Y eso fue lo decisivo para desbordar el apa-rato represivo policial y apoderarse de la ciudad, esa ciudad cuyas calles, barrios y fbricas fueron nuestras por unas horas, reduciendo a las fuerzas del rgimen a sus propios cuarteles, edi cios y casas, abruptamente cerra-das y con las luces apagadas.

    Fue as que el Ejrcito, columna ver-tebral de las tres Fuerzas Armadas, tuvo que volver a salir a las calles a enfrentar - ellos s con blindados y fu-siles automticos - a la manifestacin obrera y popular.

    En la reproduccin de este enfren-tamiento directo entre las Fuerzas

    Armadas y el pueblo trabajador,

    estn los rasgos similares a aque-

    de una conspiracin, ni mucho menos venida del extranjero, como en su mo-mento lo decan el dictador Juan Car-los Ongana y su ministro del Interior, el general Imaz, y hoy todava lo repi-ten sus cofrades militares.

    Tampoco fue una maquiavlica y vio-lenta maniobra poltica contra el go-bernador Jos Caballero y su intil in-tento de imponer un rgimen corpora-tivista-fascista a nivel provincial - que lgicamente increment hasta lmites insostenibles el repudio a la dictadura - y que trataba con empeo seguir los pasos de su antecesor Ferrer Deheza, que apenas tres aos antes haba im-plantado en la provincia una suerte de gobierno-familiar.

    Los polticos y escribientes burgueses de la poca - ya sean los clsicos libe-rales o los revisionistas-nacionalistas - igual que los militares, quisieron ex-plicar el cordobazo y justi car como siempre la brutal represin, por la fa-mosa subversin comunista.

    No olvidemos que acerca de uno de los acontecimientos ms similares, y lejano antecedente del cordobazo exactamente medio siglo antes - la Se-mana Trgica de enero de 1919 en Buenos Aires - tambin los liberales y conservadores lo cali caban como una revuelta extremista venida del extranjero, para denigrar aquel mo-vimiento genuinamente proletario.

    Y traemos a colacin la Semana Tr-gica, a la cual habra que aadir las luchas de la Patagonia Rebelde de 1920-21 y la sublevacin de los obre-ros de La Forestal en el norte santa-fesino - y por qu no el Grito de Al-corta de chacareros y peones en 1912 - precisamente porque esos episodios quedaron como sepultados en la his-toria, borrados a fuerza de mentiras y silencio de toda la historia o cial. Y sin embargo, sus principales rasgos a oraron en la barricadas de Crdoba en 1969.

    Aquellos antecedentes son eso, ante-cedentes, porque se trat de luchas de masas, donde las reivindicaciones econmicas se conjugaban con plan-teos y consignas polticas contra el r-

  • Ssifo #1 12

    da ms consolidarse por encima suyo -en contra suyo- a una burocracia que slo esgrima los programas los das de actos y convocatorias, mientras ella misma se integraba al sistema, hasta fusionarse en algunos casos, con los representantes de los nuevos mono-polios europeos y norteamericanos es-tablecidos slidamente en el perodo desarrollista.

    Simultneo a este proceso y justa-mente por el desarrollo de nuevas industrias, esta vez con nfasis en el interior del pas, se gener una nueva clase obrera, que no conoca en forma directa la experiencia de la dcada del peronismo del 45 al 55 y cuya expe-riencia y conciencia se forjaron en nuevas y distintas condiciones. Qui-zs, esto fue ms notable en Crdoba que en otros lugares y vino a imprimir un matiz diferente a este joven prole-tariado, ms cercano a las huelgas, las tomas de fbrica y las manifestaciones que deban enfrentar la represin, que a los hbitos de idas y venidas en el Ministerio del Trabajo.

    Paralelamente, en aquellos aos, el impacto del triunfo de la Revolucin Cubana, tuvo sus efectos positivos en la izquierda, que vino a sacudir los clsicos postulados reformistas que en su seno haban predominado. La re-volucin era posible, el socialismo era posible... lo que haca falta era luchar por esos objetivos.

    Las experiencias o intentos guerri-lleros de esos aos, pasaron lgica-mente desapercibidos. Fueron Los Uturuncos y John William Cooke en los aos 59 en Tucumn, el Ejrcito Guerrillero del Pueblo con Ricardo Massetti a la cabeza en Salta en el 63 y el frustrado grupo del vasco Angel Bengochea, que tuvo un trgico n en la calle Posadas de Buenos Aires en el 64, al volar un arsenal clandestino. En forma separada, las acciones un tanto aisladas durante la resistencia y aos posteriores de los precursores de las Fuerzas Armadas Peronistas, tambin pasaron inadvertidos.

    Pero la actividad de unos y otros, ser-va a terceros como enseanzas. En

    hecho de haber hipotecado la lucha en manos de una dirigencia entreguista y traicionera.

    Tampoco son ajenos los antecedentes de los Planes de Lucha de la CGT de los aos 1963-64, grandes moviliza-ciones que enfrentaban al gobierno de la UCR surgido de elecciones con el peronismo proscripto en 1963.

    Durante todos estos aos, entre frus-traciones y nuevas experiencias se fue forjando un nuevo activismo sindical y tambin una nueva mentalidad en ciertos sectores de una naciente iz-quierda.

    Veamos rpidamente algo de estos fenmenos. Durante los aos de la resistencia peronista haban naci-do las 62 Organizaciones gremiales peronistas, cuyos pasos polticos ms avanzados fueron aquellos Programas de Huerta Grande y La Falda, en los cuales se esbozaba la idea de la na-cionalizacin de la industria y el con-trol obrero y otras reivindicaciones clasistas. Pero con el transcurso del tiempo, la clase trabajadora vera cada

    nada menos que de un coronel de gran arraigo popular, mientras que en la segunda, las fuerzas po-liciales y luego las militares, en-frentaron a tiro limpio la rebelin obrera.

    Si el 17 de octubre de 1945 se forjaban las bases para lo que se denomin luego la unin pueblo-Fuerzas Armadas, el 29 de mayo de 1969 se produjo en los hechos - aunque no en todas las conciencias - la negacin de aquel fenmeno.

    Pero esta negacin no surgi, como decamos, espontneamen-te. Precisamente, el gobierno peronista fue derrocado por un golpe militar en septiembre de 1955, precedido de un intento en junio de ese ao con las ba-las y las bombas lanzadas por las Fuerzas Armadas contra inermes multitudes.

    Y los aos subsiguientes, la re-presin policaco-militar se en-sa con lo que conocemos como la resistencia peronista y la brutalidad del golpe gorila se extendi incluso al rgimen desarrollista del presidente Arturo Frondizi - testigo este ao de 1985 en la defensa de los nueve jefes militares del ltimo genocidio - quien a pesar de haber llegado a la Casa Rosada con los votos peronistas, no titube en implantar el siniestro Plan Conintes (Conmocin Interna del Es-tado le llamaron en esa poca), un importante antecedente de la lucha antisubversiva que enarbolaron aos despus las Fuerzas Armadas.

    Esta lucha de la resistencia peronis-ta, a pesar de su derrota poltica ocu-rrida ante las sucesivas traiciones de la burocracia sindical, dej una pro-funda huella en la conciencia y en la experiencia de miles de activistas. En un doble sentido: en primer lugar, el seuelo de la unin pueblo-Fuerzas Armadas se fue destrozando en gran medida en los fusilamientos, crceles y torturas que los jefes militares prac-ticaron con los resistentes; en segundo lugar, en las enseanzas que dej el

    El viejo Pedro Milesi, luchador y pensador obrero, maestro de generaciones de revolu-cionarios de la Semana Trgica de 1919 al cordobazo de 1969 y al viborazo de 1971. Es-cribi la Carta del viejo Pedro a los compa-eros peronistas de base y Partido, sindi-cato y brazo armado, trpode en que se basa la accin revolucionaria del proletariado

  • Por qu y cmo ocurri el Cordobazo 13

    A partir de ah, las manifestaciones estudiantiles se hicieron casi diarias y por las tardes, todo el mundo esperaba la gimnasia callejera de universitarios contra policas, hasta que el 7 de sep-tiembre lleg el balazo en la cabeza del obrero mecnico y estudiante de Ingeniera Santiago Pampilln. Ahora fue todo el barrio Clnicas ocupado durante toda una noche. Aquella pin-tada en la esquina de Chaco y 9 de Ju-lio Barrio Clnicas-territorio libre de Amrica, ms all de su lgica exageracin, preanunciaba una nueva poca y una nueva modalidad en las

    luchas.

    Aquella movilizacin estudiantil des-pert una gran simpata popular pro-vincial y nacional. Aunque la huelga universitaria no consigui doblegar ni a la oligarqua de los claustros ni al rgimen, contribuy decisivamente a desenmascarar su naturaleza.

    En enero de 1967, cuando no haba movilizacin estudiantil ni activa pre-sencia de universitarios por tratarse de poca de verano (de los 30 mil es-tudiantes aproximadamente la mitad eran de otras provincias), los obreros de IKA-Renault, ganaban la calle al grito de Kaiser y Ongana, la

    La arrogancia fascistoide del ongania-to, su prdica contra los partidos tra-dicionales y su naturaleza represiva, amilan a los eclcticos polticos de comit y desconcert - para ser rigu-rosos - a buena pare de la izquierda habituada a la tradicional democracia burguesa.

    Lgicamente que sin proponrselo, la dictadura, al cerrar todos esos cami-nos en los que la democracia tradicio-nal se las arreglaba para contener las luchas de clases, le abri una brecha a nuevas formas de protesta que, con-trariamente a sus propsitos, se fueron

    generalizando.

    Aunque Ongana pudo darse el lujo de des lar en las calles de Tucumn el 9 de julio de 1966, su poltica econ-mica de cierre de ingenios azucareros, encendera meses ms tarde la llama de una movilizacin de masas que a la postre sera una verdadera escuela para los revolucionarios y los activis-tas sindicales clasistas.

    En Crdoba, los primeros tres balazos en la pierna de un estudiante de Me-dicina el 18 de agosto de ese mismo ao, tuvo como respuesta inmediata la toma masiva del Hospital de Clnicas.

    Argentina, con rasgos muy particula-res, con planteos opuestos entre s de los diversos grupos, con invocaciones ideolgicas muy dispares, fue nacien-do una corriente que genricamente podemos denominar izquierda revolu-cionaria, donde caban desde posicio-nes nacionalistas hasta ultraizquier-distas.

    As las cosas, se produce el nuevo golpe militar del 28 de junio de 1966, un golpe contra un gobierno civil des-prestigiado, minoritario, en cuyo des-encadenamiento tuvieron su papel los grandes burcratas sindicales de las 62 Organizaciones, ya divididos en-tre s: Augusto Vandor y Jos Alonso, cuya presencia en la asuncin del ge-neral Ongana intentaba darle el bar-niz de un supuesto apoyo popular, del que lgicamente careca. El general Pern en el exilio proclam su clebre desensillar hasta que aclare.

    Subordinacin de la Constitucin a un Estatuto, eliminacin por decreto de los partidos polticos tradicionales, Ley Anticomunista y un discurso ideo-lgico fascistizante donde el modo de vida occidental y cristiano era su caballito de batalla (no olvidemos que el cardenal Caggiano tambin dio la bienvenida a la dictadura junto a la burocracia sindical).

    Aunque lgicamente el onganiato res-ponda a peculiares caractersticas in-ternas - fue una suerte de golpe pre-ventivo contrarrevolucionario - los jefes militares argentinos ya estaban imbuidos de la doctrina de la segu-ridad nacional que haban aprendi-do en las academias de West Point y Panam.

    Brasil en 1964, Bolivia en 1965 y Argentina en 1966, inauguraban la cadena de golpes militares contrain-surgentes diseada en Washington como alternativa a la fracasada Alian-za para el Progreso (fracaso pronosti-cado por el Che Guevara en la Confe-rencia de Punta del Este de 1961). La Revolucin Cubana y el auge de los movimientos de masas en el continen-te eran el trasfondo de esta estrategia imperialista.

    29 de mayo, alrededor del medioda. Avenida Vlez Srsfi eld, cerca de la vieja Terminal de mnibus. La Caballera intenta detener la marcha de los obreros de IKA-Renault, que la enfrentan con decisin y coraje a toda prueba. Los de la montada empezaron a retroceder, retroceder, retroceder, hasta que multitud los hizo desaparecer de la Historia.

  • Ssifo #1 14

    larizar al sindicalismo cordobs detrs de los planteos ms combativos y su in uencia se extenda a otros sectores fuera de la clase trabajadora.

    Ese 1968 vera tambin la derrota de otra huelga, la de los petroleros, y una nueva traicin de la burocracia, to-talmente entregada a los planes eco-nmicos de la dictadura y por cuyo colaboracionismo, al ao siguiente, el propio rgimen le entregara el po-deroso manejo de las Obras Sociales sindicales con la ley 18610.

    El ao de 1969 vera el eclipse de la burocracia - eclipse poltico, pero no su desaparicin - y en contraste, el desborde de las bases.

    El proletariado del interior, con una conformacin histrica distinta del porteo, pletrico de una generacin de obreros vidos de nuevas experien-cias y careciendo de los prejuicios polticos del pasado, vendra a ocupar el primer plano de la escena poltica nacional.

    Ntese que en este breve relato, casi no hemos mencionado a los partidos tradicionales, y en Argentina, hablar de eso, es hablar del justicialismo y del radicalismo. Realmente, la din-mica de la dictadura y la dinmica del movimiento de masas, dejaron al margen a los viejos gurones de la po-ltica, que aos ms tarde vendran a cabalgar sobre los hechos para recon-quistar posiciones.

    Lo que s fue nuevo en ese perodo, fue el nacimiento de una nueva iz-quierda. Y aqu nos referimos a todos los matices, corrientes y fracciones, cuya sola enumeracin y anlisis lle-vara varios ensayos como ste. No las desdeamos, al contrario, saludamos su surgimiento, ms all del sinn-mero de discrepancias, distorsiones y con ictos internos desencadenados en aquel entonces. Cuando hablamos as de la izquierda en general, incluimos a la izquierda peronista y a todas sus corrientes internas, tambin muchas veces encontradas entre s, y que lle-gara a tener una enorme in uencia posteriormente.

    de. Fue cuando surge la CGT de los Argentinos (la CGTA) que encabez el dirigente gr co peronista Raymundo Ongaro. La CGTA concit el apoyo de las fuerzas de izquierda. Lgicamen-te, estaba maniatada en un cmulo de limitaciones y contradicciones. Su Programa del 1 de mayo de 1968 no llegaba tan lejos como los antecesores de Huerta Grande y La Falda, pero encerraba tras de s a un poderoso movimiento combativo, que ms tarde desbordara esos lmites. En Crdoba, una parte de la CGT provincial se hizo CGTA arrastrando dentro de s a al-gunos viejos burcratas derechistas; pero aqu tambin, la dinmica la im-ponan los combativos y empezaban a tener cada vez ms in uencia los in-dependientes, y ms tarde los clasis-tas.

    Recordemos ahora la tenaz labor combativa de Agustn Tosco, secre-tario general del Sindicato Luz y Fuer-za de Crdoba, un marxista que desde aos atrs estaba al frente del gremio, y era el ms destacado lder sindical que no era de extraccin peronista. Tosco se convirti en el campen de la unidad sindical y fue vanguardia en la unin obrero-estudiantil, abri las puertas de su sindicato a los univer-sitarios y su prdica antidictatorial y antiburocrtica, comenz a ser cono-cida masivamente por los trabajado-res. l mismo estara en ese ao 68 acompaando las tomas estudiantiles del barrio Gemes y acabara por po-

    misma porquera!. Su Sindicato de Mecnicos, el SMATA, el ms podero-so de Crdoba, estaba dominado por la burocracia de Elpidio Torres. Pero la burocracia ya no poda oponerse o evitar las movilizaciones. Antes bien, su conocido mtodo era encabezarlas con el claro intento de posteriormente, descabezarlas.

    Por esos das, los portuarios de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, libra-ban otra intensa y prolongada huelga contra la reestructuracin portuaria impuesta por la dictadura. A la lar-ga, la huelga tambin fue derrotada, pero el con icto enred nuevamente a la burocracia y la dictadura tuvo que arrollar hasta uno de los principales colaboracionistas y traidores como era Eustaquio Tolosa. En los pueblos de los ingenios tucumanos, en los mismos das, se producan movilizaciones y to-mas de la ruta 38 y las balas de la dic-tadura dejaran la segunda mrtir del perodo, Hilda Guerrero de Molina.

    Todo el pas empezaba a sufrir los efectos econmicos y represivos de la dictadura. Aunque el 13 de diciembre de 1966 la mxima cpula de la CGT nacional encabezada por Vandor lanz una huelga general por 24 horas para intentar un reacomodamiento, el sur-gimiento de un nuevo activismo sin-dical clasista ya era evidente, aunque incipiente.

    En 1968, la crisis de la burocarcia lle-g a ser tal, que por primera vez, la propia CGT a nivel nacional se divi-

    El legendario Hospital de Clnicas

  • Por qu y cmo ocurri el Cordobazo 15

    que entre ellos mismos denominaron dos aos ms tarde, el Gran Acuerdo Nacional.

    No hubo estado de sitio, encarcela-mientos masivos, asesinatos selec-tivos, secuestros - en esa poca co-menzaron a practicarse los secuestros - intervencin de sindicatos, despidos de activistas, ni nada que pudiese de-tener el avance del movimiento de ma-sas que pareca arrollador.

    En las barricadas del cordobazo, jun-to al grito de Abajo la dictadura! se imprimi un estribillo que tambin intenta ser borrado de la memoria co-lectiva, porque en s mismo, encierra el valor de un programa del que care-ci el movimiento de masas en aque-lla poca: Y LUCHE, LUCHE, LUCHE / NO DEJE DE LUCHAR

    / POR UN GOBIERNO OBRERO/

    OBRERO Y POPULAR.

    Pareca que la Argentina se encon-traba a s misma, porque por medio de esa consigna, de esa meta, de esa aspiracin, poda encontrar una au-tntica salida revolucionaria, no slo a la crisis econmica, sino a la crisis poltica planteada.

    No slo el onganiato estaba herido de muerte. Todo el proyecto de la mal lla-mada y autodenominada revolucin argentina y su delirio de implantar un rgimen poltico corporativista por dos dcadas y hacer de Argentina el para-so de los monopolios, se vena abajo.

    Si nos atenemos al curso de los diez aos posteriores al cordobazo y los sucesivos y diferentes intentos por mantener la vigencia del sistema capi-talista en el pas, podemos decir que la gran burguesa tom ms rpidamente conciencia del peligro que tena ante s, que la clase trabajadora que sigui luchando, pero no alcanz la madurez y solidez para plantear y llevar a cabo el desafo que ella misma se impuso.

    El cordobazo, por decirlo de alguna forma, inaugur una nueva etapa en la vida poltica argentina. Cmo de- nirla? Cmo caracterizarla? A ries-go de crear polmicas sobre este en-foque, esbozaremos la idea que el 29 de mayo de 1969, se abri la poca

    tera de la Polica Federal y pusieron en fuga de nitiva a la caballera pro-vincial. Y decimos de nitiva, porque de ah en ms, el aparato represivo tuvo que disponer su sustitucin por cuerpos motorizados, ante su evidente incapacidad operativa frente a estas nuevas formas de lucha de las masas.

    Al medioda, todas las fuerzas represi-vas se hallaban encerradas dentro de sus propios cuarteles. La polica agot en pocas horas, toda su existencia de gases lacrimgenos.

    La cada del obrero de IKA-Renualt Mximo Mena al promediar la jorna-da, no hizo sino enardecer los nimos. El centro y los barrios obreros de Cr-doba - y tambin los barrios de clase media - quedaron en poder de los ma-nifestantes.

    La dictadura tuvo que recurrir al Ejr-cito, y con mucho despliegue y mucho miedo, las tropas de la IV Brigada de Paracaidistas con base en la vecina localidad de La Calera, fueron entran-do en la ciudad, disparando y matando gente, asaltando sindicatos, apresan-do a sus principales dirigentes que fueron sometidos a juicios sumarios en Consejos de Guerra.

    Soldado, rebelate contra tus ofi -ciales asesinos: esa pintada que vimos aparecer en una esquina de la avenida Coln, encerraba todo el sig-ni cado que mencionbamos al prin-cipio, esa negacin prctica de la gran mentira que fue aquella falsa ilusin de la unin pueblo-Fuerzas Arma-das. Y sealaba una de las caracte-rsticas del presente y del futuro, al dejar evidente cmo la o cialidad - es decir la burguesa - utiliza a la tropa de soldados conscriptos, sometidos por la disciplina del terror, y los obli-ga a disparar contra su propio pueblo.

    Milicos traidores, ahora piden milagros deca otro brochazo que recordamos en el barrio General Paz. Efectivamente, y tal como sucedera en los aos subsiguientes, la cpula militar, recurrira intensamente a los polticos cados en el olvido y a los eternos burcratas colaboracionistas, para atemperar la crisis y buscar, lo

    En esos aos, se forjaron los primeros y principales militantes al calor de las huelgas, las tomas de fbricas o ba-rrios, de las barricadas. En Crdoba particularmente, la agitacin poltica que desarroll la izquierda fue nota-ble. Cinco aos antes, eso era caso imposible. Nunca se debe haber gas-tado tanta pintura en paredes, tantos papeles en volantes, tantas gargantas roncas en puertas de fbricas, come-dores obreros, comedores estudianti-les y aulas.

    Por todo este cmulo de situaciones, luchas y experiencias, a rmamos que el cordobazo no fue simplemente re-sultado de la espontaneidad ni fruto de un impulso momentneo. Fue el resultado de un camino recorrido, fue la ms alta expresin histrica de una clase que le puso su sello al nuevo perodo que vena a inaugurar con su desa ante presencia en las calles.

    Mayo de 1969 emergi agitado en todo el pas. En la lejana y litoralea Co-rrientes, la tranquilidad provinciana se vio sacudida por la movilizacin estudiantil, cobrando la represin la vida del universitario Cabral. En Rosario, es asesinado el estudiante Adolfo Bello y luego el aprendiz de metalrgico Norberto Blanco. En Cr-doba, mecnicos, metalrgicos, luci-fuercistas y estudiantes se movilizan. Se suceden episodios que a la postre, sern algo as como un ensayo del prximo estallido. Una asamblea del SMATA en el estadio del Crdoba Sport es atacada por la infantera po-licial y se pelea en pleno centro. Los das 14 y 15 hubieron muchos paros sectoriales y el 16 una huelga general a nivel provincial, precedido tambin de numerosas asambleas sindicales. El da 23 los estudiantes vuelven a ocupar el barrio Clnicas. El da 26, plenarios de la dos CGT Regionales, tras un acuerdo entre ambos sectores, convocan a un paro activo por 36 ho-ras para los das 29 y 30.

    Y la maana del 29 de mayo de

    1969... ya todo estaba ardiendo.

    Las columnas de obreros de Kaiser rebasaron una y otra vez a la infan-

  • Ssifo #1 16

    podemos desligar el homenaje a los hroes y mrtires protagonistas del cordobazo de nuestra candente rea-lidad actual.

    Resulta a veces difcil llamar a las co-sas por su nombre. Llmese como se quiera: huelgas, tomas de fbrica con rehenes, manifestaciones callejeras, tomas de barrios, barricadas, ataques a policas, militares y gendarmes, a comisaras y cuarteles, ocupaciones de universidades o de radioemisoras y estaciones de televisin, combates vio-lentos - con palos, piedras o revlveres y fusiles - capturas, detenciones, tor-turas, fusilamientos, etc., etc. Esa fue la poca del cordobazo y ese auge del movimiento de masas, esa presencia cotidiana de la propaganda de ideas socialistas y revolucionarias, dur casi ininterrumpidamente hasta 1975.

    Precisamente, el 5 de noviembre de 1975, mora por una desgraciada en-fermedad y en la clandestinidad forzo-sa a que lo haba obligado el rgimen de Isabel Pern y Jos Lpez Rega, uno de los protagonistas principales del cordobazo: Agustn Tosco. Su entierro, dos das despus, fue digno de l mismo y de esa poca. Todos los obreros abandonaron sus trabajos, llenaron el estadio de Redes Cordo-besas, marcharon por las calles de media ciudad y en el cementerio San Jernimo fueron atacados nuevamente por la barbarie policial, preanuncian-do con tableteo de ametralladoras la prxima instauracin de la dictadura del terrorismo de Estado cuatro meses despus.

    Muchas re exiones ms, enfoques diferentes y lgicamente, no siempre coincidentes, pueden hacerse del cor-dobazo. Pero lo que nunca deber hacerse ni podremos admitir, es echar un manto de olvido sobre esta gesta. Si algo urge a los argentinos, es recobrar nuestra memoria histrica y nuestras mejores tradiciones de lucha. Las banderas del cordobazo deben estar presentes y, como decamos en esos aos, hasta la victoria siempre!

    alamos su trascendencia, sobre todo hoy, que de una u otra forma, tambin se pretende hacerlos caer en el olvido.

    Hicimos referencia a la naturaleza de la poca histrica abierta por el cordobazo y ahora retomamos la ad-vertencia hecha al comienzo, acerca de que en los juicios a los jefes de la ltima dictadura militar, se debata acerca ese perodo. Los militares y sus defensores civiles a rman - como si eso fuese argumento para defender-se de la acusacin de genocidio! - que en el pas haba una guerra. El scal, y muchos otros que argumentaron las acusaciones, tienden a negar esto en forma indirecta, remitindose simple-mente a las acciones criminales de los enjuiciados, sobre las que sobran pruebas.

    Sin embargo, unos y otros, dejan de lado las caractersticas de esta rebe-lin obrera y popular y su secuela de luchas sindicales, polticas y armadas.

    En su momento, Agustn Tosco y otros dirigentes sindicales - incluso algunos destacados burcratas - fueron lleva-dos a Consejos de Guerra y sentencia-dos por esas mismas Fuerzas Armadas cuyos jerarcas estn ahora acusados por genocidio. Y lgicamente, Tosco fue condenado por incitacin a la subversin.

    Acaso no se repeta lo mismo que ocurri con los lderes anarquistas de la Semana Trgica, con los fusila-dos de la Patagonia Rebelde, con el fusilado activista Malatesta en la d-cada infame de los aos 30, con los fusilados de Jos Len Surez y otros de la resistencia peronista de la se-gunda mitad de los aos 50?

    Acaso no se usaron y esgrimieron los mismos argumentos para la llamada lucha antisubversiva con los que se cometi el genocidio? Acaso no era se el tenor de las acusaciones que el muy liberal seor Ricardo Balbn lanzaba contra el activismo clasista cuando denunciaba la guerrilla in-dustrial?

    Esos han sido antes y son hoy da los argumentos de toda la reaccin argen-tina y por eso, en nuestra re exin, no

    de la revolucin proletaria, enten-

    diendo por esto no la conquista del

    poder poltico - tarea indispensa-

    ble an pendiente - sino el cauce y

    la gua por donde deber transitar,

    de acuerdo a las particularida-

    des propias de nuestra formacin

    socio-econmica y de nuestras tra-

    diciones de lucha, el camino hacia

    nuestra defi nitiva emancipacin

    nacional y social.

    El cordobazo fue seguido de numero-sas puebladas. En septiembre del mis-mo ao 69 vino el rosariazo, luego fueron el cipollettazo, el choconazo, el tucumanazo, el mendozazo y el 15 de marzo de 1971 el segundo cor-dobazo, al que la jerga popular bautiz como el viborazo.

    Esos fenmenos, fueron acompaados por el surgimiento de otros fenme-nos polticos que podemos sintetizar en dos: el sindicalismo clasista y la insurgencia guerrillera. Fenmenos ambos incubados, como vimos, en el perodo anterior, pero que a partir del cordobazo se fueron generalizando, aunque de una forma muy desigual en cada regin y no siempre coincidentes en los vnculos entre uno y otro.

    Por qu decimos que el sindicalismo clasista y las organizaciones guerrille-ras fueron fenmenos polticos resul-tantes del cordobazo ?

    Porque en la sublevacin del 29 de mayo estn presentes el cuestiona-miento a la burocracia sindical, al entreguismo y colaboracionismo y tambin, el hecho prctico de la lu-cha armada como forma superior del enfrentamiento al poder. Lgicamen-te, no se puede ni se debe absolutizar este vnculo con cada una de las ma-nifestaciones que tom el clasismo ni con las estrategias, tcticas y concep-ciones de cada una de las organizacio-nes que emprendi la lucha armada.

    Estos aspectos importantsimos de la historia poltica argentina, deben ser objeto de un enfoque, anlisis y con-clusiones que tambin rebasan los l-mites de este homenaje, pero conside-remos que caeramos en la mutilacin histrica si no los mencionamos y se-

  • Domingo Menna, un forjador de los 60 y los 70

    En la memoria de su compaero y amigazo Abel

    Nos conocimos en marzo de 1966. Mingo lleg al bar de Avenida V-lez Srs eld y Caseros, en el centro de Crdoba. Creo que era el bar Ri-chards. Vino con los que eran del PRT (Tilo y Roberto, los dos de Me-dicina, y Luis, el recin llegado de Buenos Aires). Entre los otros, que

    ramos unos cuantos ms, la mayora no tenamos pertenencia partidista. Pero los que lideraban el grupo, eran de la Felipe Vallese, una agrupacin poltico-sindical de orientacin cla-sista con militancia en varios gremios, como municipales, estatales, metalr-gicos. El PRT y la lipe (as le de-can sus propios integrantes a la Fe-lipe Vallese) haban formado algo as como un frente nico para el trabajo

    poltico en el movimiento esudiantil. Existan a nidades polticas ya que el PRT era de la lnea marxista-trotskis-ta y algunos de los fundadores de la Felipe Vallese tenan vnculos con lo que haba sido el grupo del vasco Ben-gochea. Por esa poca, yo ya conoca de la Felipe Vallese al cabezn, Ren Salamanca.

    Pasajes de la vida de un militante revolucionario

    La foto de Mingo Menna con la boina y la estrella fue tomada en Cuba en 1972 por un periodista de Juventud Rebelde de nombre Elizer y cuyo apellido no recuerdo. Estando en La Habana en 1985, visitando ese diario, charlaba con l sobre la fuga de Rawson, la huida a Chile de los compaeros que capturaron el avin de Austral en Trelew y su posterior viaje a Cuba. Elizer se acord que l haba ido al recibimiento de los combatientes en el aeropuerto Jos Mart. Fuimos al archivo de los "contactos" fotogrfi cos. Buscamos y buscamos, con lupa...y aparecieron las fotos! Me hicieron unas copias, le regal una a Irma (su mam, que todava viva) y a Pnfi lo, que residan en La Habana. Me traje una a Argentina y ah empez a rodar.

  • Ssifo #1 18

    ca, un poquito ms al sur todava. Eso en Crdoba era un poco una rareza, porque la mayora de los venidos de afuera, eran del litoral o del norte. Yo conoca Tres Arroyos y l Baha. Pero Mingo no era tresarroyense nativo, era tano-tano, nacido propiamente en Italia, en Casalnguida, en la regin montaosa del Abruzzo. De ah haba venido su viejo, creo que en el ao 51, huyendo de la miseria de pos-guerra. Y al ao siguiente, cuando el viejo Pn lo ya estaba instalado, vino su madre, Irma, con l que tena 5 aos y su hermanita menor, Raquel. Pusieron una sastrera.

    ***

    En seguida que nos conocimos nos pusimos a charlar sobre cuestiones de la carrera y salt rpido el problema que haba en Qumica Biolgica, con un tal profesor Marsal, un viejo de mucha sapiencia mdica, muy didc-tico, pero muy retrgrado, que le pona muchas trabas a los estudiantes para los prcticos y que bochaba mucha gente en los parciales y ni qu hablar, en los nales. Adems, el viejo era un gran propagandista de todo lo que ha-ba y vena de Estados Unidos y eso aumentaba nuestra antipata hacia l.

    Con Mingo hablamos de todo eso y charlbamos sobre la fsica del to-mo, la Tabla de Mendeleiev y vincu-lbamos esos conocimientos con los movimientos de la naturaleza y de la sociedad. Mingo me empez a hablar de la Dialctica de la naturaleza y del Anti-Dhring, libros de Federico En-gels que conoca bien. Yo a su vez, le hablaba de Principios elementales de losofa, de Georges Pollitzer y los Manuscritos econmico- los cos de Marx, que era lo poco que haba ledo sobre socialismo. Y por supuesto, los dos ya habamos ledo El socialismo y el hombre nuevo en Cuba, que el Che haba escrito para el semanario Mar-cha de Uruguay, apenas un ao antes. Y as nos reconocimos el uno al otro como adherentes al pensamiento mar-xista.

    Quizs ese episodio fundante, cre una corriente de simpata entre el Mingo y yo, que en algn momento despus se diluy, hasta que unos tres aos despus, se convirti en un amis-tad, as, con todas las letras. Probable-mente, el Mingo haya sido una de las cuatro o cinco personas que, adems de compaero de militancia, fue un genuino amigo, uno de sos que le sa-ben a uno casi todos los secretos de la vida. No nos conocamos de antes. Pero resulta que l estaba empezando el segundo ao de Medicina igual que yo. Llevbamos un ao de carrera y ni siquiera nos conocamos de vista. Era comprensible, si tomamos en cuenta que en 1 ao haba 1.800 alumnos.

    Mingo vena de Tres Arroyos, esa pe-quea ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires y yo, de Baha Blan-

    La reunin era algo as como la culmi-nacin de otras anteriores y era para dejar conformada una agrupacin es-tudiantil, cuyo marco ideolgico era el socialismo, y que se propona iniciar trabajo poltico y reivindicativo dentro de los centros de la FUC (Federacin Universitaria de Crdoba). Entre otras cosas que haba que resolver, era darle un nombre. A m se me ocurri poner-le algo original, que rompiese con la rutina de las siglas y propuse Espar-taco, que era todo un smbolo. A los capos de ambos grupos (PRT y FV), parece que no les caa bien, qu se yo por qu, y pusieron objeciones. Pero el Mingo me apoy inmediatamente y argument a favor. A la mayora de los que estaban, parece que les gust y se convencieron. Y as qued bautizada.

    Domingo Menna -el Mingo- miembro del Bur Poltico del Partido Revolucio-nario de los Trabajadores hablando el 29 de mayo de 1973, cuarto aniversario del cordobazo, en la tribuna levantada sobre el boulevard San Juan de barrio Gemes, junto al gringo Agustn Tosco, entonces Secretario del Sindicato de Luz y Fuerza de Crdoba y Secretario Adjunto de la CGT-Crdoba, el mximo diri-gente proletario de la poca y quizs de toda la historia del movimiento obrero argentino. Esta imagen ha sido tomada del documental Gaviotas Blindadas II, que las chicas y chicos del grupo de Cine Mascar pudieron recuperar gracias a su trabajo de investigacin sobre la historia del PRT-ERP que abarca tambin Gaviotas Blindadas I, III y Clase (poltica sindical de PRT-ERP).

  • Domingo Menna, un forjador de los 60 y los 70 19

    eran los capos: el Gur Roldn, de la Felipe Vallese, y el Luis Lorenzano del PRT. Una era Adriana Lesgart, que estudiaba Pedagoga y tocaba el oboe en la Orquesta Sinfnica de Cr-doba. Y con ella, se integr una her-mana dos o tres aos menor, Susana, que era secundaria del colegio Carb. Y con ellas, dos secundarios ms que eran del Instituto Crdoba de Parque Vlez Srs eld, el gordo Alejandro y el aco Huguito, Fif la plume . Al poco tiempo, las hermanas Adriana y Susana Lesgart entraron al PRT, igual que el gordo. Adriana tena una espe-cial simpata por Mingo, creo que una cierta admiracin. Unos meses des-pus, no s por qu, Adriana se alej del activismo. Pero siguieron Susana y el gordo. Un da, yo llegu a la casa de Mingo y parece que haba una reunin del sector estudiantil del PRT, que yo no integraba. Y justo ca en medio de una discusin y se arm una pelea e-ra entre Mingo y el gordo, nunca supe la causa.

    A qu vienen todas estas ancdotas? Bueno, es que quizs muy pocos se-pan del paso por el entonces naciente PRT de Susana, Adriana y el gordo. Se desvincularon a mediados del 67 (o quizs antes, no s), cuando pare-ca que se haba agotado la energa de las grandes movilizaciones contra la dictadura que ocurrieron durante el segundo semestre de 1966, la agru-pacin Espartaco se disgreg. Aos despus, en 1970, cuando en Crdoba surge el primer ncleo de Montoneros, Susana y el gordo fueron dos de ellos. Susana Lesgart fue una de los 16

    mrtires de Trelew, fusilados el

    22 de agosto de 1972. Despus de ese episodio, Adriana volvi a la actividad poltica, tambin en Monto-neros. Cay en 1979 durante la dicta-dura, cuando la llamada contraofen-siva de los montos.

    En aquellos primeros meses del 66, Espartaco creca, digamos, a media mquina. A los independientes de la FUC no les gustaba nada. Queran rajar a los capos que eran el Gur

    era un tipo al que le tenamos mucha bronca. Se llamaba Verdiel y casi se agarra a las pias con Mingo (recuer-den ese nombre para ms adelante). La participacin nuestra prestigi al Centro de Estudiantes de la FUC que no tena representacin en el Consejo. Y a su vez, dentro del CEM5 dio realce a la naciente agrupacin Espartaco, hasta entonces desconocida. En ese momento, la agrupacin estaba den-tro de los que se llamaba Movimiento Independiente de Medicina6, que era parte de la corriente mayoritaria que diriga la FUC. Para nosotros fue la primera experiencia militante que nos coloc al frente de una movilizacin. Mingo era bastante buen orador, a ve-ces un poco atolondrado. Desplegaba entre los compaeros de curso una buena capacidad de conviccin. En algn momento del con icto, se ba-raj la idea de tomar la ctedra, que estaba en el Pabelln Argentina de la Ciudad Universitaria. Me acuerdo que con Mingo hablamos mucho de esa posibilidad y l entonces pensaba cmo deberamos hacer para defen-der esa toma, porque suponamos que vendran a reprimirnos. Ah dbamos rienda suelta a nuestros elementales conocimientos de qumica. Pero no se lleg a eso.

    ***

    En ese breve tiempo pasaron algunas cosas, adems de esa movilizacin. La FUC haba organizado un curso de Historia Poltica de Argentina y Amrica Latina que vino a dar Silvio Frondizi, que era todo un personaje. Nosotros bamos a escuchar y nos in-teresaba mucho, sobre todo porque era marxista y simpatizaba con la Revo-lucin Cubana. El aula magna de la Facultad de Arquitectura se llenaba. Despus de las charlas, se armaban discusiones. Conocimos a un grupo de compaeros que se acercaron a la agrupacin y muy rpidamente ingre-saron, creo que atrados por los que

    5. Centro de Estudiantes de Medicina.6. M.I.M.

    Pocos das despus, a raz de las me-didas represivas y limitacionistas que impona el viejo Marsal en Qumica Biolgica, estall un con icto gran-de y en una asamblea del curso, se resolvi hacer una huelga y reclamar ante el Consejo de la Facultad. Se for-m un Comando de Segundo Ao de Medicina de 6 miembros, entre los cuales estbamos los dos (de los otros integrantes recuerdo al rubio Cer-da que era del MUR1, la agrupacin estudiantil del PC2 y al Negro Rodr-guez y un tal Monte ore, que eran del Integralismo, la agrupacin catlica). Se hizo una gran movilizacin ante el Consejo una noche que haba reunin. Era en el Pabelln Per de la Ciudad Universitaria. Hubo una gran discu-sin. Hablaron mucho los consejeros Nilo Neder, de la Franja Morada, que era adems periodista deportivo (des-pus dirigente y diputado de la UCR3 en los aos 80) y Juan Laprovita del Integralismo (funcionario menemista en los 90). La FUC4 no tena conse-jeros. Los del comando no tenamos voz, pero igual hablamos. Mingo ter-min discutiendo mano a mano y de-lante de una multitud con el decano, que era nada menos que el infectlogo don Toms de Villafae Lastra. Era un hombre mayor, muy sereno pero muy vehemente (Villafae Lastra era un mdico de prestigio internacional, all por nes de los 30 o principios del 40, fue uno de los descubridores del tratamiento contra la peste bu-bnica). Al nal, la movilizacin es-tudiantil tuvo xito y el Consejo tuvo que anular las medidas represivas y restrictivas del profesor Marsal y des-pus de un mes, se levant la huelga que habamos sostenido. La mayora de los estudiantes estaban contentos y al da siguiente festejaban en el aula de Qumica. Haba un pequeo nme-ro que apoyaba al profesor y al limita-cionismo. Se armaban unas discusio-nes brbaras. Uno de los contreras

    1. Movimiento Universitario Reformista.2. Partido Comunista.3. Unin Cvica Radical.4. Federacin Universitaria de Crdoba.

  • Ssifo #1 20

    camin despacito por al costado, le peg un empujn al cana que lo tena agarrado a Cerda y le grit Corr loco! Y corrieron los dos hacia la es-quina de Santa Rosa y Chubut. Uno de los canas pel una pistola y les tir cuatro tiros. Cerda cay. Mingo corri por Chubut casi 100 metros hacia la esquina de Rioja, donde estaba la casa donde l viva. Agarr la bicicleta y se vino hasta casa, a unas 20 cuadras hacia el lado del centro, a dos cuadras de La Caada. Me cont que muchos de los directivos del Centro estaban enfrente al hospital y vieron todo. En-tre ellos estaban el negro Molina, de 6 ao de Medicina que era integrante de Espartaco, y el Fsforo, a quien por entonces no lo apodbamos as y era militante del MUR y del PC, y va a reaparecer en esta historia.

    Y nosotros estbamos ah sin saber qu hacer. Nunca habamos enfren-tado una situacin as, un compaero baleado. Se me ocurri que fusemos a verlo al abogado Gustavo Roca, a quien slo conocamos de nombre (era conocido por ser amigo del Che Guevara y haber defendido a presos que pertenecan al Ejrcito Guerrille-ro del Pueblo, un destacamento que haba actuado en el norte de Salta aos atrs). Y nos largamos los dos en la bici de Mingo por pleno centro de Crdoba hasta que dimos con el es-tudio jurdico. No s dnde dejamos la bici. Entramos. Nos presentamos, creo que diciendo que ramos amigos del gordo, uno de los secundarios que haba entrado en Espartaco y a su vez era amigo de Deodoro, el hijo del abo-gado (llevaba el mismo nombre que su abuelo, Deodoro Roca, uno de los lderes de la Reforma Universitaria del 18). Nos atendi. Mingo tena una facha bastante desalineada. Les cont todo lo que haba ocurrido. Roca es-taba con alguien. Llam por telfono al periodista Sergio Villarroel y ste le con rm el hecho y dijo que la Poli-ca haba informado o cialmente que a un agente se le haba escapado un tiro. Agarramos la bici de nuevo y nos

    prisin y fuera de ella, sigui siendo militante (fue capturado nuevamente en 1975 en Villa Constitucin y pas muchos aos ms en prisin durante la ltima dictadura).

    Esa reunin de expulsin termin en un gran despelote. Cuando la de-cisin ya estaba tomada, el Gur de-nunci que con esa actitud, el grupo del Rodi Vitar haba traicionado un acuerdo entre la Felipe Vallese a la que l representaba y el grupo Co-oke (as lo nombr). As, la mayora nos enteramos de la existencia de ese nombre y de ese personaje ya mtico del peronismo revolucionario. Lo in-slito, es que la mayora de los pro-pios integrantes del MIM desconoca ese acuerdo.

    Desde su ingreso a la militancia, Min-go fue una mquina de captar nuevos militantes. Si se hiciera un recuento de cuntos militantes fueron captados por Mingo, probablemente se pueda llenar una gua telefnica. Pichn fue el primero.

    ***

    El 18 de agosto de 1966 pas algo que nos marcara en el tiempo. El 28 de junio haba ocurrido el golpe de On-gana que derroc al gobierno de la UCR presidido por Arturo Umberto Illia. El 29 de julio se produjo la in-tervencin de todas las Universidades Nacionales. Despus de ms de 15 das que la Universidad estuvo cerra-da por la intervencin de la dictadura, se reanudaban las clases. El Centro de Estudiantes de Medicina tena pre-parada una volanteada en el Hospital Clnicas desde temprano. No era toda-va la media maana, yo estaba en mi casa y cae Mingo, agitado, asustado y embalado. Y me cuenta. Estaban en la puerta del Clnicas volanteando y de golpe, unos canas de civil lo agarraron al rubio Cerda (el compaero de estu-dios nuestro que era del PC). Y se lo llevaban caminando por la vereda de la calle Santa Rosa, la del frente del Hospital, hacia un patrullero. Mingo

    de la Felipe Vallese y el Luis del PRT, por las posiciones polticas muy radi-calizadas que expresaban. Es que los independientes no comulgaban con los planteos socialistas de la Lipe y el PRT, que ya en esa poca proclama-ban y practicaban aquella consigna de la unidad obrero-estudiantil. En el PRT ya era una antigua prctica que vena de aos anteriores de los movi-mientos que fueron sus precursores: Palabra Obrera en varias ciudades del pas y el Frente Revolucionario Indoamericano Popular7, sobre todo en Tucumn y Santiago del Estero. Y en la Felipe Vallese por su origen en ncleos obreros cordobeses. En el Centro de Estudiantes de Medicina, los que dirigan los independientes del MIM, armaron una reunin para expulsar al Gur, que adems de estar en el ltimo ao de la carrera, era acti-vista sindical municipal, donde traba-jaba en Bromatologa. Uno de los que lideraba a los del MIM por entonces, era el santiagueo Rodi Vitar, el mis-mo que aos despus, en el 73, sera uno de los diputados nacionales de la JP-montonera. Nos acusaban de tros-kos y de foquistas. Nosotros nos fuimos con todo. Esa noche, el Mingo se cay a la reunin con un compa-ero nuevo, que nadie conoca, que era de tercer ao de Medicina. Antes de empezar la reunin, los indepen-dientes, lo echaron. El pobre infeliz, era la primera vez que iba a una re-unin y ni siquiera entenda por qu lo echaban. Y se tuvo que ir. Al da siguiente, cuando ya nos habamos ido todos, en una reunin de Espartaco, Mingo lo present. Era Eduardo Foti, despus bautizado El Pichn, porque era grande como un ropero. Muy poco tiempo despus, Pichn ingres al PRT. Fue uno de los militantes y com-batientes ms destacados. Fue electo como miembro del Comit Central del PRT en julio del 70. En enero del 71, cuando cay en su casa del ba-rrio 1 de Mayo junto a Mingo, la cana le peg un balazo en la cabeza mien-tras dorma. Qued hemipljico. En

    7. F.R.I.P.

  • Domingo Menna, un forjador de los 60 y los 70 21

    o tres cuadras. Lo buscaba a Mingo y no lo encontraba. La Avenida Coln, que por esa poca todava no estaba ensanchada a la altura del Clnicas, estaba virtualmente tomada por los estudiantes. Se arrim un patrullero, un Gladiator, y lo sacaron corriendo a cascotazos, rompindole los vidrios. Por ah me encontr con compaeros y me dijeron que del Hospital se haban llevado como a 200 estudiantes pre-sos, que los haban cargado en unos loros (unos mnibus pintados de verde muy grandes, que eran de transporte urbano). Y me contaron, que a Mingo no lo haban agarrado, pero cuando vio que se los llevaban a todos, se su-bi a un loro... y fue preso por soli-daridad con los otros.

    De golpe lleg una bola para que fu-semos todos hacia el Rectorado, en el centro de la ciudad. All la concen-tracin ya era multitudinaria. Yo me acuerdo que en la rpida asamblea que se arm, habl Chacho el rubio,

    en el paredn le empez a retrucar. El tipo contest y yo me anim tambin a decirle algo. Se arm gritero y el tipo, que decan que era el juez, dijo que tenamos 5 minutos para desalo-jar. Los dirigentes propusieron que todos hagamos una sentada frente al portn y cantsemos el himno. A no-sotros nos pareci una boludez, pero todo el mundo les hizo caso. Los bom-beros rompieron las cadenas, abrieron el portn y se que pareca ser el juez, dijo Agua!. Y un chorro me golpe en medio del cuerpo y sal rajando en medio de la desbandada. Ah lo perd a Mingo. Salt por un ventanal a una sala de ciruga. Por ah salt tambin Laprovita, el dirigente de los Integra-listas. Segu rajando porque la cana entraba por todos lados rompiendo todo y pegando a todos. Termin es-condido en la morgue de Anatoma Patolgica, al fondo del hospital. No s