Para Kike y Mónica

Había una vez un hombre enciclopedia. La soledad de las páginas hacía la vida frágil como el papel. Las letras no escondían ya secretos, pero aún así, se atormentaba pensando en la brevedad de la vida y la longitud del mundo.

Le acompañaba la sensación de no poder abarcarlo y la necesidad de entender los giros delicados de las letras transformados en hojas y ramas, en mares y piedras… o los colores de los campos y sus infinitos susurros organizados en palabras...

La vida era a veces, un texto suave lleno de vocales y “emes”, escrito en cursivas y oliendo a cardo y a jazmín, como sábanas o atardeceres.

Así pasaba los días, perdido en los huecos que dibujan las “aes” y en las dulces caídas de las jotas, tratando de encontrar el nombre justo de las cosas..

Había una vez una mujer a la que las palabras le sobraban, hecha de largos silencios y ojos de papel. La mujer entendía el movimiento y la noche y era capaz de contarlo con una mirada.

Caminaba tan lejos que a veces parecía que no estuviera aquí.

Era una funambulista.

Ponía uno tras otro sus pies en el mundo y las cuerdas se deshacían a su paso, y nacían ojos manos, palabras, olas, letras y trigo.

Pero siempre acababa cayéndose de la cuerda.

Un día la funambulista de ojos traslúcidos y el hombre de los nombres se tropezaron. Él leía distraído un libro en uno de sus paseos, ella recogía palomas y trenzaba sus vuelos.

Cuando se miraron, ella recuperó el equilibrio y soltó las palomas y él encontró en sus ojos todas las letras que había estado buscando.

Ella entonces les susurró el nombre justo........y no era una palabra.