biografia sonia alcaide

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1 Primera parte de la biografía escrita por SONIA ALCAIDE Curso 2007-2008 Grupo 4º de ESO A IES FRANCISCO DE LOS RÍOS FERNÁN NÚÑEZ (CÓRDOBA) CAPÍTULO 1 Alfonso se pasaba los veranos junto a sus amigos Fernando y Rafa. Estaban todo el día juntos haciendo travesuras. Como eran unos niños muy inquietos, no paraban nunca de correr y jugar, así que a la hora de dormir la siesta, no podían estarse quietos y como sus padres no les dejaban salir, porque en los cortijos todo el mundo estaba durmiendo a esa hora, ellos se las ingeniaban para escaparse. Ya que sus padres cerraban la puerta con pestillo porque sabían de sus intenciones, se escapaban por la ventana. De manera silenciosa abrían la ventana de su habitación, que daba a un gran porche donde había macetas con flores y era muy bonito. De allí se iban a la era, la zona central del

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Biografía redactada por Sonia Alcaide sobre la vida de su padre. Grupo 4º de ESO A, IES Francisco de los Ríos (Fernán Núñez)

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Primera parte de la biografía escrita por SONIA ALCAIDE Curso 2007-2008 Grupo 4º de ESO A IES FRANCISCO DE LOS RÍOS FERNÁN NÚÑEZ (CÓRDOBA)

CAPÍTULO 1

Alfonso se pasaba los veranos junto a sus amigos Fernando y Rafa. Estaban todo el día juntos haciendo travesuras. Como eran unos niños muy inquietos, no paraban nunca de correr y jugar, así que a la hora de dormir la siesta, no podían estarse quietos y como sus padres no les dejaban salir, porque en los cortijos todo el mundo estaba durmiendo a esa hora, ellos se las ingeniaban para escaparse. Ya que sus padres cerraban la puerta con pestillo porque sabían de sus intenciones, se escapaban por la ventana. De manera silenciosa abrían la ventana de su habitación, que daba a un gran porche donde había macetas con flores y era muy bonito. De allí se iban a la era, la zona central del

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cortijo. Allí se reunían. Normalmente solo hacían esto Alfonso y Fernando, porque Rafa era más pequeño que ellos y rara vez los acompañaba. Una vez que estaban en la era salía corriendo para que sus padres no los pudieran ver si se despertaban.

- ¡Eh! ¡Vámonos antes de que se despierte alguien! – gritaba Alfonso.

- Venga, sí, vámonos ya – decía Fernando – que mi abuela todavía no se había acostado y he tenido que salir por la otra ventana.

- ¿Bueno, y hoy qué vamos a hacer?, ¿vamos a tirar panales de avispas o vamos a por nidos? – preguntó Alfonso.

- Vamos hoy a por nidos mejor y ya mañana tiramos los paneles – le respondió Fernando.

- Vale. Los dos amigos la mayoría de los días se iban a los olivos que había alrededor del cortijo. Allí pasaban la siesta paseando, viendo correr a los conejos, mirando los nidos… Se lo pasaban muy bien cogiendo gorriones y subiéndose a los árboles, hasta que oían una voz a lo lejos:

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- ¡¡Alfonsoooooooo!! – gritaba su madre - ¡ven para acá!, ¡que verás cuando llegues a casa!.

Entonces los dos lo que hacían era darle un rodeo al cortijo para así tardar más tiempo, porque pensaban que mientras más tardaran en llegar, menos enfadados estarían sus padres. Pero qué va, estaban muy equivocados. Hicieran lo que hicieran se llevaban dos guantazos seguro. Pero esto no les servía de escarmiento porque al día siguiente volvían a hacerlo. Otros días tenían más suerte, porque se daban cuenta de que llevaban bastante rato y que sus padres estarían a punto de despertarse, entonces volvían a sus casas. Entraban por la misma ventana por la que habían salido y se metían en la cama. Así nadie se daba cuenta de que habían estado toda la tarde fuera y sus padres no les regañaban.

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CAPÌTULO 2 Con 6 años, Alfonso entró en la escuela hogar. Allí pasaba toda la semana, excepto sábados y domingos que volvía al Camachuelo con su familia. Al principio, había también niñas, pero estaban en zonas separadas de los niños; pero eso terminó porque había muchos problemas, ya que ellos siempre querían estar con las niñas. En el colegio comían, estudiaban, dormían, etc. Los dormitorios estaban en un antiguo granero, eran dos plantas, y en cada planta había dos dormitorios, donde dormían unos 30 niños más el maestro o maestra que se encargaba de cuidar aquel dormitorio. Los maestros dormían en un pequeño cuarto que había dentro de cada habitación. La señorita Loli era la encargada del cuarto de Alfonso, era la maestra más guapa de la escuela. Entre los dormitorios de arriba y los de abajo había una gran rivalidad, y todos los años, en fin de curso se enfrentaban unos con otros. Lo hacían con una gomilla y trozos de cartón para tirárselos unos a otros, o

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también con bolígrafos a los que les quitaban la tinta y con ellos le tiraban granitos de arroz. Esa noche, antes de ir a los cuartos, los profesores registraban a los alumnos para ver si llevaban algunas de estas cosas, pero como ellos ya sabían lo que sucedía, siempre tenían repuestos en las habitaciones. En la escuela hogar los profesores eran muy estrictos, aunque ese día siempre pasaban un poco la mano. Una de esas noches de fin de curso, Alfonso y algunos amigos más de su habitación, consiguieron la llave del cuarto de la señorita Loli, entonces decidieron darle una sorpresa decorándole su cuarto. Le pusieron trapos rojos a las bombillas y todo quedó muy bonito. Cuando la maestra entró; se quedó muy sorprendida. La escuela hogar no era un colegio de monjas, pero lo parecía porque era muy religioso. Esto sucedía porque la dueña era muy creyente. Estaban todo el día rezando. Eso creó en Alfonso un sentimiento religioso, pero con el paso de los años, ya

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empezaba a tener sus propias ideas, y ese sentimiento pasó a ser todo lo contrario. Alfonso fue buen estudiante. Pasó primero y segundo de E.G.B. en un mismo curso, ya que los profesores así lo decidieron. Cuando Alfonso entró a la escuela ya sabía leer y escribir, porque su padre lo había enseñado en el cortijo. Esto hizo que terminara pronto la E.G.B. En primero y segundo estaban internos en la escuela hogar, pero a partir de tercero salían a los diferentes colegios del pueblo, aunque después tenían dos horas más de estudio por la tarde cuando volvían a la escuela hogar. En tercero estudió en las escuelas de la Redonda, cuarto lo hizo en El Matadero, quinto en Las Cuatro Escuelas y sexto, séptimo y octavo en el Fernando Miranda. En el colegio la mayoría d los maestros le tenían mucho cariño a Alfonso porque era un niño muy bueno, siempre ayudaba en todo lo que podía, aunque también era muy travieso; a la hora de hacer alguna trastada él era el primero que se ofrecía a hacerlas.

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Otro maestro que recuerda muy bien es Don Francisco Párraga, al que aún sigue saludando y son buenos amigos. Este maestro fue quien lo pasó dos cursos de una vez y también fue maestro suyo en tercero. Lo que peor recuerda de él eran las collejas que le pegaba cada vez que hablaba con algún compañero, pero aparte de eso era el que mejor se llevaba con todos los alumnos. El peor maestro que ha tenido, fue Don Santiago. Lo recuerda así por los métodos que tenía, porque lo único que sabía hacer era pegar, por ello lo apodaban “el Cherif Chiquito”. Pero eso de pegarle a los alumnos se le acabó un día, en una de las clases de por la tarde, cuando le pegó una bofetada a un muchacho de octavo, tan fuerte le dio que el chico se cayó al suelo, y de la misma rabia que le entró, el chico se levantó y le pegó un puñetazo que lo tumbó. Desde entonces Don Francisco no volvió a pegarle a ningún alumno. Pero entre todos los maestros que ha tenido, el que más le marcó fue Don Miguel Ibáñez. Cuando Alfonso estaba en séptimo, Don Miguel era su tutor. Un día, a mediados de curso, en una de las clases que tenían con

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él, empezaron a hablar de la playa, entonces el maestro preguntó:

- ¿Quién no ha visto nunca el mar? Levantaron la mano cuatro niños, y uno de ellos era Alfonso.

- Pues este verano antes de que se acabe el curso os llevaré a los cuatro a la playa para que veáis el mar – dijo el maestro.

Los muchachos aquello no se lo creían y pensaba que Don Miguel estaba de broma. Cuando apenas quedaba un mes para que el curso acabara, Don Miguel les dijo a los cuatro que cogieran un papel de autorización para que se lo dieran a sus padres para que los dejaran ir a la playa con él. Cuando les dijo esto ya si empezaron a creérselo. Los chicos estaban muy emocionados con el viaje. Por fin llegó el día. Se montaron todos en el SIMCA 1000 de Don Miguel, los cuatro amigos detrás y el maestro y su padre delante. Los llevó a Málaga, y al primer lugar a donde los llevó fue a la playa. Cuando llegaron, se quedaron alucinados. Además de ir a la playa,

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también fueron a ver el puerto y el paseo marítimo de Málaga. Fue un día inolvidable para los cuatros niños. Esto hizo que desde entonces Alfonso y Don Miguel mantuvieran una relación de muy buenos amigos. Cuando terminó la E.G.B., como tuvo buena nota, optó a una beca para la universidad y otra para la politécnica de Córdoba para estudiar formación profesional. Alfonso tenía que elegir entre dos becas, pero decidió estudiar formación profesional, porque él lo que quería estudiar era mecánica del automóvil. Pero a la hora de rellenar los papeles para entrar a estudiar, por falta de información, el eligió mecánica, pero era mecánica del metal, y eso no era lo que quería. Así que no iba a clase, solo se presentaba a la asignatura de mecánica, y así aguantó hasta mediados de curso, que fue cuando le dieron el dinero de la beca, para poder pagar los libros. Después se quitó y decidió que ya no quería estudiar más y que empezaría a trabajar. Empezó a trabajar a los trece años. Trabajaba en el campo cogiendo aceitunas

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con su madre en una cuadrilla de aceituneros. Las cuadrillas estaban formadas por más de cincuenta personas. Todas las personas que trabajaban en el campo, vivían en el cortijo durante toda la temporada. Para él trabajar era pasárselo bien, porque al ser hijo de alguien que vivía todo el año en el cortijo, siempre le daban las tareas que más le gustaban, como por ejemplo, llevarle la comida a los trabajadores. Iba desde el Camachuelo hasta el campo en la burra. La comida se echaba en unas cántaras que se ponían encima de la burra. Después se montaban él y Fernando y se iban para el campo. Salían una hora antes de la hora de comer para llegar a tiempo. Cuando llegaban, el manijero, que era quien dirigía la cuadrilla, repartía la comida. El cocido, que era lo que siempre había para comer, se echaba en macetas, y en cada maceta comían ocho o diez personas. Otros días, en vez de repartir la comida, lo que hacía era, como todos, coger aceitunas, pero esto a él también le gustaba. Cuando llegaba la tarde y terminaban la jordana, volvían al cortijo, se lavaban, se

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vestían y salían al porche a charlar con los vecinos; los niños se iban al comedor a jugar a resconder o a las cartas, otros se iba a cazar y a poner costillas… El cortijo era como un pueblo.

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CAPÍTULO 3

Con unos 12 años, como la mayoría de los chicos de su edad, empezaba a creerse más mayor de lo que era, y por eso empezó a fumar. Como no tenían mucho dinero, y además fumaban poco, Alfonso y Fernando le quitaban los cigarros al casero. Este los tenía en su habitación encima de una repisa que había al lado de la ventana. Ellos sabían que desde la ventana se podían coger los cigarros así que cuando el casero no estaba, metían la mano y se los quitaban. Como era normal, en sus inicios como fumadores, no se tragaban el humo, así que la primera vez que Alfonso se lo tragó, se puso muy malo y estaba mareado. Pero esto no hizo que dejara el tabaco. Cuando ya empezó a fumar más, ya se compraban el tabaco y dejaron de quitárselo al casero. Comenzaron comprando el Rubio sin boquilla, el Tres Calaveras y el Celtas Cortas, que eran los paquetes más baratos, porque no podían permitirse los más caros,

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ya que sus padres no les daban mucho dinero. Compraban un paquete entre cuatro o cinco amigos, pero solo los fines de semana que era cuando sus padres le daban la paga. Como el tabaco no podían llevárselo a casa, porque como los pillaran se les caía el pelo, hasta que no se fumaban todo el paquete no paraban, o a veces, lo escondían en los agujeros de una casa vieja que había cerca d las cuatro escuelas. Su tío Juan era el único que le permitía fumar siendo tan chico, así que a él le gustaba ir con su tío a coger aceitunas a su parcela, porque siempre, en el camino de ida y en el de vuelta, le daba un cigarrillo para que se lo fumara. Pero el que no aceptaba que fumara era su padre; de hecho, la primera vez que intentó hacerlo delante de él, fue una Noche Buena estando en el cortijo, que aprovechando que estaban de risas, se puso un cigarro en la boca y dijo:

- ¡Mira, papá, estoy fumando!

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Entonces Antonio, su padre, se levantó de su sitio muy enfadado, y si no llega a ser porque se quitó el cigarro de la boca rápidamente, sus muelas hubieran caído al suelo. Hasta que no se hizo más mayor, no volvió a fumar delante de su padre. Volviendo a la relación con el casero, este no solo los abastecía de tabaco, sino que en ocasiones también de comida, porque a veces cuando ellos querían comer algo y no era la hora de comer, no les daba nada. Porque en los cortijos todo el pan estaba racionado, pero ellos no se contentaban con lo que tenían y querían más, así que aprovechaban un momento de despiste para robarle algo de pan o patatas. Alfonso y Fernando entraban en la cocina, abrían el arcón y cogían un pan de bogas. Por el invierno, como la chimenea estaba encendida se iban allí a tostarlo para después comérselo. Todo esto no lo hacían porque pasaran hambre, porque afortunadamente nunca le faltó la comida, solo formaba parte de un

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juego de niños, y también porque querían hacer rabiar al casero. Nunca llegaron a pasar hambre, pero cuando ya estaba más crecidito, sí que empezaba a darse cuenta de lo que era la diferencia de clases. Allí, en el Camachuelo, el “aperaor”, todos los días le llevaba al señorito una cántara de leche de la que salía de las vacas que había en el cortijo, y también los mejores productos del huerto. Alfonso esto lo veía injusto porque eran muchas las cosas las que le llevaban, que seguro que no eran capaces de consumir y al final serían para tirarlas. Y él que vivía allí, solo bebía leche de las vacas cuando ya daban demasiada y sobraba algo. Algunas de las noches en las que había luna llena, que era cuando podían ver por la noche, los dos amigos salían de sus casas e iban a robar almendras, ya que no les daban ni una. Tenían que ir a buscar garbanzos, porque aunque en el cortijo se almacenaban muchísimos kilos, rara vez le daban una bolsa de 15 ó 20 kilos como mucho.

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También se almacenaban miles de kilos de trigo, pero no les daban ni para alimentar a sus gallinas durante todo el año. Todo esto hizo que se volviera un poco rebelde desde que era pequeño, ya que consideraba una injusticia que algunas personas tuvieran tanto y otras tan poco.

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CAPÍTULO 4 Algunos días, mientras que su madre estaba trabajando o iba a comprar, Alfonso se quedaba con su abuela Amparo. Pero él no se quería quedar allí, porque la relación con su abuela no era muy buena. Cuando quería hacer algo, su abuela le decía siempre que no. Pero cuando más discutían, era cuando Alfonso quería poner la tele. En la casa de su abuela solo se veía la tele para ver las noticias y cuando quisiera ver algo que le interesaba. Alfonso, como no quería estar con su abuela, se escapaba cada vez que podía. Se iba en busca de su madre a donde estuviera, aunque fuese en el cortijo. Un día se escapó y se fue camino del cortijo, cuando iba por el arroyo Abentojil se encontró a un conocido suyo, y como sabía lo que había hecho lo llevó de nuevo a casa de su abuela. Otra de esas veces que se pelearon, Alfonso se escapó llevando consigo una cuerda con la intención de ir a la “Estacá”, donde estaban construyendo un chozo él y unos cuantos amigos más. Amparo lo vio con

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la cuerda, pero no lo vio salir, y cuando se dio cuenta de que no estaba en la casa empezó a preocuparse, porque pensaba que el niño lo que quería hacer con la cuerda era ahorcarse. Entonces salió a buscarlo junto con algunos vecinos. Estuvieron toda la tarde buscándolo pero no lo encontraron, y cuando ya estaba a punto de anochecer, Alfonso apareció por casa de su abuela. Entonces se dieron cuenta de que su intención no era ahorcarse, sino jugar. Cuando llegó, le esperó una buena regañina de su abuela por haberla tenido toda la tarde preocupada. Y también le prohibieron irse con su amigo Francisco porque ella creía que era el que lo iniciaba a irse al chozo.

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CAPÍTULO 5

A los 15 años Alfonso dejó los estudios y se fue al campo a trabajar con su madre en las cuadrillas. Estuvo en las aceitunas, la remolacha, aclarando pipas, quitando forraje, en el trigo… unos de los trabajos más duros eran segar garbanzos y pinchar ajos, pero sobre todo pinchar ajos, porque tenía que agacharse hasta pinchar el dedo en el suelo. También estuvo muchos años cogiendo algodón por cuenta, es decir, que mientras más cogiera más dinero ganaba. Antonia, su madre, siempre era su compañera. Cuando empezó a trabajar en el algodón, como era todavía muy chico, su madre cogía más cantidad que él, pero cuando se fue haciendo mayor y tenía más experiencia, era al revés. En el trabajo siempre había muchas injusticias. Al principio al ser más pequeño no le importaba mucho esto, pero con los años se fue volviendo más rebelde y a no callar cuando veía aldina de esas injusticias. La primera vez que se unió a una protesta fue para que le pagaran el algodón más caro.

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Esto le costó discutir con su madre, pero él decidió unirse a los que protestaban. Alfonso ya empezaba a interesarse por la política, porque veía a su padre que iba a reuniones del PCE, a ver cómo su tío Francisco iba a los tajos para mover a los trabajadores a que protestaran para pedir más sueldo, etc. Pero no sería hasta después de la mili cuando pasaría a militar en IU. Con 16 ó 17 años, empezó a compaginar su trabajo en el campo con otro trabajo. Los fines de semana los dedicaba a trabajar con su cuñado. Luis era pintor de coches, así que Alfonso lo ayudaba lijándolos. Más adelante, cuando no había trabajo en el campo, empezó a ir toda la semana al taller. Cuando volvió de la mili dejó definitivamente el trabajo en el campo para dedicarse exclusivamente a trabajar con su cuñado en el taller. Allí se dedicó sobre todo a pintar coches, porque era lo que a él le gustaba Después de unos años Luis cerró el taller, pero ellos no abandonaron su profesión, y se fueron a trabajar a otro taller donde aún siguen trabajando. Alfonso afirma que después de 26 años en esta profesión todavía le sigue gustando,

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porque es un trabajo en el que nunca se acaba de aprender, y una de las cosas que quiere hacer algún día, es enseñar a alguien todo lo que sabe. En las cuadrillas, como estaban mucha gente, se hacían muchas amistades, ya que intentaban pasárselo lo mejor posible. Se juntaba con Mary “la de la Estacá”, con José y su hermana Isabel, Amparo, etc. Solían quedar algunos días después de trabajar en la casa de alguno de ellos a tomar café, también para hacer los peroles… La amistad iba más allá del trabajo. En el trabajo siempre se reunían a la hora de comer. Se sentaban en un corro y sacaban su comida. Todos probaban lo que traían los demás. Cuando terminaban de comer, como tenían tiempo hasta que empezaban otra vez a trabajar, se fumaban un cigarro y jugaban al pincho o al sumillo. El sumillo consistía en tirar la navaja de diferentes formas y se tenía que pinchar en el suelo y el que ganaba tenía que poner un palito y le daba golpes con la navaja hasta que lo clavara y otro lo tenía que sacar con la boca. A este juego normalmente jugaban mientras que estaban en la aceituna, porque

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en los demás trabajos acababan tan cansados que no tenían ganas de jugar, sino de dormir la siesta un rato. En esos años, todavía había compañerismo, porque se ayudaban unos a otros cuando alguien se quedaba atrás, cosa que se fue perdiendo, porque cada vez la jornada era más corta y le exigían a los trabajadores que hicieran cada vez más tajo. Además de esto, también se fueron perdiendo derechos en el campo y esto hizo que Alfonso se buscara otro lugar donde trabajar.

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CAPÍTULO 6 Como cualquier adolescente con 12 ó 13 años, Alfonso y sus amigos ya empezaban a hacer sus fiesterillas y a interesarse por las chicas. Estas dos cosas iban unidas una a la otra, porque en las fiestas era donde tenían más oportunidades para ligar. La mejor ocasión que tenían para hacer una fiesta era por Noche Buena, que era cuando hacían el baile para poder pasar allí todos los días de Navidad. El baile lo hacían en casa de su primo Diego. El primer año, lo hicieron con mucha ilusión y empeño, ya que creían que se llenaría de chicas, pero pasó toda la Navidad y allí no entró ni una. Ellos pensaban que era por la poca experiencia que tenían. Al año siguiente ya mejoró un poco la cosa, porque a parte de ya tenían un añito más, habían aprendido de los errores del año anterior. Ese año consiguieron que entraran algunas amigas del colegio. Pero todavía seguían sin estar del todo bien, porque tenían un tocadiscos de maleta y además, muy pocos discos.

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Los demás años, fueron mucho mejor. Diego se había comprado un tocadiscos nuevo y muchos más discos. Aquello pintaba bien, ya que la música que tenían empezaba a llamarle la atención a las chicas. Había días en los que no entraba ninguna, pero esto ya no les importaba, salían a la calle y hasta que no conseguían a tres o cuatro chicas no paraban. Así, entre bailes y fiestas, fueron conociendo a más gente, a la vez que iban cumpliendo años, hasta que llegó un momento en el que se unieron dos pandillas. Por un lado la suya, que eran su primo Diego, su primo Alfonso, Francis, Paquito Blé, Fernando y algunos más, y por otro lado estaban la pandilla de Juan “el pulga”, Antonio “el chicuelo”, Antonio “el boti”, Loren, Justo, Ureña, etc. A partir de ahí, sus fiestas eran muy numerosas y cada vez se les hacía más complicado encontrar un sitio donde hacerlas, porque se reunían mucha gente. Más tarde, empezó a juntarse con gente mayor que él. Cuando Alfonso tenía 16 años, sus amigos ya tenían coche y empezaban a ir a otros pueblos. Estas salidas tenían un

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único objetivo, ligar y a veces, aparte de eso, correrse alguna que otra fiesta. No había feria de los pueblos de alrededor a la que no fueran. Algunas de las noches en las que no iban a otros pueblos, lo que hacían era irse de perol. Una de las noches que no se le olvidarán a Alfonso, fue una en la que estaban en la discoteca, y decidieron irse de perol, pero tenían un gran problema, que no tenían nada para comer. Después de un rato su primo Diego encontró la solución y dijo:

- Vamos a mi casa, cogemos un pato que tengo yo allí y eso es lo que podemos comer.

A todos les pareció buena la idea, así que eso fue lo que hicieron, fueron a la casa de Diego, cogieron al pato intentando que hiciera el menor ruido posible y se lo llevaron al perol. Llegó la hora de matar al pato; lo mataron y lo pelaron, y después de esto llegó la gran pregunta: ¿Quién cocina el pato? Al principio nadie se ofrecía, pero allí estaba paquito Blé dispuesto, como en otras

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ocasiones, a hacer de cocinero. Como él fue quién lo hizo, fue el primero en probarlo, y también el único, porque aquello estaba tan duro que no había quién se lo comiera, pero esto era típico en Paquito, porque aunque se ofrecía como cocinero, no era muy bueno. Lo peor vino al día siguiente cuando el hermano de Diego se dio cuenta de que el pato no estaba en su casa. Se lió una buena, ya que aquel pato era su mascota. Alfonso no volvió a entrar en la casa de su primo hasta pasado un buen tiempo. Los peroles siguientes como los de Jueves Lardero y San Isidro, fueron mucho mejor, no volvieron a tener el problema del anterior, e incluso a uno de ellos fue el padre de Alfonso a cocinarles un conejo. Aún conserva las fotos de cuando estaban desollando el conejo. Por supuesto en aquel perol comieron bien. Después ya aprendieron a cocinar y a prepararse ellos mismos su comida en los peroles, pero seguían teniendo algunos despistes, como por ejemplo en el de San Isidro, que cuando empezaron a comerse el arroz, notaron que tenía un poco de tierra.

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Alfonso poco a poco fue aprendiendo de su padre y a ser él quien cocinaba en los peroles. Aún conserva esa afición por la cocina, aunque dispone de poco tiempo para ello. Una de las cosas que tiene pendiente es que su padre le pase algunas recetas para que así no se pierdan, ya que su padre es muy buen cocinero.

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CAPÍTULO 7

A la vez que hacía fiestas y peroles, iba conociendo a más chicas y a tener novia. Ya en el colegio había tenido algunas amiguillas, como Carmina, Esperanza y algunas otras. Pero a los 16 años ya solía tener relaciones un poco mas serias. Con esa edad empezó a salir con una chica llamada Antoñi. Aquello duró poco más d un año. Después de esto, volvió a tener varias amigas. Eran tiempos en los que se juntaban con muchas chicas, porque eran un grupo muy numeroso. Entre todos ellos, había una chica llamada Chari. Con ella empezó a llevarse cada vez mejor, a ser más amigos y siempre era con ella con la que bailaba en la discoteca y en los bailes. Cuando pasó un tiempo, ya la acompañaba a su casa para que no se fuera sola. Aunque parecían algo más que buenos amigos, todavía no se habían pedido salir, cosa que Alfonso había dejado para después de la Navidad para que Chari no pensara que se quería aprovechar de ella. Una de las noches de después de las fiestas, estando

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en la discoteca, Chari ya no aguantaba más, y como las mujeres somos tan adelantadas, se acercó a Alfonso y le dijo:

- ¿Bueno, entonces qué pasa?, ¿tú que es lo que piensas hacer?

- ¿Yo qué pienso hacer de qué? – preguntó sorprendido Alfonso.

- Pues… ¿tú quieres salir conmigo?, es que como nos llevamos tan bien y hemos estado toda la noche buena juntos…

- Pero si es que no has tenido paciencia, yo te pensaba pedir, pero has sido tan adelantada que no he tenido tiempo.

Y a partir de ahí formalizaron su relación. Pero esa noche no pasó nada más. No sería hasta después de un tiempo que se dieron su primer beso. Fue una noche en la Venus después de ver una película. Alfonso ya lo había intentado varias veces en el cine, pero como estaban con más amigos, Chari no quería porque le daba vergüenza, por eso se fueron a la Venus a tomarse una cerveza para así poder estar solos.

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En aquel momento Alfonso se dio cuenta de que aquella era la mujer de su vida, y debería ser cierto, porque ya llevan 24 años juntos, y con la que, según él, espera estar el resto de su vida.

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CAPÍTULO 8

Pronto le llegó la hora de ir a la mili, como a todos los jóvenes. Por un lado, Alfonso tenía ganas de ir, para conocer a gente nueva, pero por el otro no quería ir, porque no sabía que se iba a encontrar allí. Tampoco le hacía mucha gracia hacer la mili porque era algo impuesto por el Estado, pero quería tener otra experiencia más y ver si era verdad aquello que decían de que hasta que no hacías la mili no te convertías en un hombre. Cuando terminó de hacerla se dio cuenta de que era igual de hombre que antes pero con un año de su vida perdido y entregado por la patria que es algo que no tiene muy claro qué es. Llegó el día de irse a la mili. Cuando se estaba despidiendo de su novia, por si no era bastante duro, ya que iban a estar separados más de un mes, cuando llegaron a Córdoba vio que se le había olvidado la cartilla militar. Así que volvieron a toda velocidad para Fernán Núñez, cogieron la cartilla y fueron otra vez para Córdoba pero cuando llegaron ya se había ido el tren.

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Viendo el problema en el que estaba metido de que no iba a llegar a tiempo al cuartel, rompió a llorar, esa fue la primera vez que lloró por culpa de la mili. Tan desesperado lo vio el maquinista de un tren que se acercó a él y le dijo que no se preocupara, que podía irse con él en la máquina del tren hasta la estación de Linares donde podría coger el tren que había perdido. Así, lo que en un principio fue un problema, se convirtió en una experiencia muy bonita. El campamento lo hizo en Viator, en Almería. Era un cuartel donde había más de 3000 soldados. Aquello era como un pueblo. Los primeros días fueron muy duros, porque se acordaba mucho de su novia, de su familia, de los amigos, y además tenía que empezar a acostumbrarse a la disciplina militar, pero la verdad es que tardó pocos días en adaptarse. Como tenía los dineros justos, tuvo que cambiar de marca de tabaco, ya que tenía que gastar lo menos posible para que le llegara el dinero. Otra de las cosas que echaba mucho de menos, era la comida de su madre, porque

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allí todas tenían el mismo sabor y estaban igual de malas. Al mes de estar allí, juró bandera. A aquel acto acudieron una gran parte de su familia, pero Alfonso a quien más esperaba era a su novia. Una vez hecho el campamento, lo destinaron a Jaén. Aquel cuartel era mucho más pequeño que el de Viator, solo estaban unos 200 soldados. Como estaban tan poquitos, tenían que buscar la manera de no hacer muchas guardias. Alfonso se hizo amigo de uno de los veteranos que estaban en talleres, y se puso a trabajar allí. Lo tenía claro, ya que iba a estar allí todo un año, tenía que aprovecharlo de alguna manera, y eso hizo. Trabajó de pintor de coches, que era el oficio en el que él llevaba trabajando algún tiempo como aprendiz, y la mili le sirvió para pasar a ser casi un profesional, porque como estaba solo, tenía que aprender a hacer todas las cosas. Hizo muchos amigos, pero con los que mejor se llevaba era con los cuatro que estaba en talleres, que eran los que le ayudaban a reparar los coches. También

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logró llevarse muy bien con los mandos, porque él era el que les pintaba los coches y a ellos les interesaba estar bien con él. Se aprovechaban de su trabajo, pero eso no le importaba, porque eso hacía que tuviera algunos privilegios dentro del cuartel, y además cuando terminaba el coche de algún mando, solían darle algún dinero, unos le daban 5000 pesetas, otros 10000 e incluso llegaron a darle 15000 pesetas.