bingemer.identidad del laico

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M Clara Bingemer

La identidad del laicoI - DE LA TEOLOGIA DEL LAICADO A LA TEOLOGIA DEL BAUTISMOLa complejidad y la extensin del tema sobre la vocacin y la misin del cristiano laico presentan un enorme desafo, que la reflexin teolgica est lejos de cubrir satisfactoriamente. Este texto quiere ser una modesta contribucin al esfuerzo conjunto de reflexin realizado en los diversos niveles y sectores de la comunidad eclesial a este respecto. No pretendemos solucionar cuestiones espinosas ni hacer afirmaciones definitivas; procuraremos, ante todo, llegar a algunas constataciones y abrir algunos caminos. Primeramente, despus de lanzar una rpida mirada a la historia de la organizacin laical en el catolicismo brasileo, procuramos levantar algunos problemas que nos parecen ms mordientes e inquietantes desde el punto de vista de la pastoral de la Iglesia en Brasil: el proceso de ascensin y cada de la Accin Catlica en los aos 60 y el vaco de ah resultante; el florecimiento de los movimientos de clase media, y el nuevo tipo de laico y de laicado que surge a partir de la experiencia de las CEBs. Enseguida nos detenemos brevemente en las principales tendencias de la teologa actual en relacin a los temas del laico y del laicado. El principal foco de estas tendencias se sita, a nuestro modo de ver, en la tentativa de superar la doble contraposicin ya existente en la teologa conciliar -clero versus laicado, y religiosos versus no-religiosos- en direccin a una eclesiologa ms integradora y totalizante que privilegie el eje comunidad - ministerios. Reflexionamos sobre esta tendencia, procurando ver sus puntos positivos y tambin lo que nos perecen ser sus puntos vulnerables. Finalmente, procuramos destacar algunas pistas nuevas que hoy se abren para la vida y la reflexin teolgico-eclesial. Esas pistas no pretenden recoger y solucionar los problemas, cuestiones y desafos levantados anteriormente, sino simplemente abrir brechas en terrenos todava poco explorados por la teologa. Ellos son: el redescubrimiento de la centralidad del concepto eclesiolgico de Pueblo de Dios a partir del hecho histrico-salvfico de la eleccin; la urgencia de redefinir el lugar de la espiritualidad en lo que toca a la vida de los llamados laicos; el fenmeno del surgimiento creciente de telogo/as laico/as que van dando un nuevo rostro a la

reflexin y a la comunidad teolgica; y el evento de proporciones universales y de importancia central del surgimiento y afirmacin de la mujer como sujeto eclesiolgico activo. Despus de este discontinuo y fragmentado anuncio, procuramos desarrollar como conclusin una perspectiva y un punto de partida que preste un servicio tanto ms til cuanto ms real sea la abertura de un camino por el que otros laicos y laicas como nosotros, bautizados como tantos y humanos como todos puedan caminar en busca de su identidad, vocacin y misin en el mundo y en la Iglesia. 1. Los desafos que presenta la pastoral La pastoral y la vida concreta de la comunidad eclesial siempre fueron el terreno donde las diferentes instancias del Pueblo de Dios se movieron y organizaron, donde las nuevas tendencias y las formas de ser eclesialmente diferentes se concretaron antes de ser oficialmente asumidas, y donde apareci realmente, en las diversas pocas, el verdadero rostro de la Iglesia. Con los laicos y el laicado no es diferente. Si quisiramos tener una idea del perfil del laicado en el Brasil, tendramos que volver la mirada hacia los diversos tipos de organizacin que esos laicos fueron creando y formando a lo largo de nuestros escasos cuatro siglos de historia. Tendramos tambin que fijarnos en los tipos de organizacin y de estructuras eclesiales que ellos crearon, o que les fueron presentados por otros sectores de la Iglesia, y a los cuales se adhirieron o en los que se insertaron. Los tres primeros siglos de la historia del Brasil, marcados por la dependencia colonial de Portugal, se caracterizaron por la implantacin de una Iglesia que se podra encuadrar en los padrones medievales de una Iglesia de Cristiandad, con una estrecha unin entre el poder poltico y el eclesistico. Como resultado, entre tanto, se formaron dos vertientes en el catolicismo brasileo: - el catolicismo tradicional: cuyo verdadero lder era el rey de Portugal, siendo el clero en general (con excepcin de la Compaa de Jess) una especie de cuerpo de funcionarios pblicos que se ocupaban de la burocracia eclesistica al servicio de la Corona y eran pagados por la Hacienda real; - el catolicismo popular: surgido dentro del amplio cuadro del catolicismo tradicional, pero dotado de cierta autonoma en cuanto a la dimensin devocional. Esta forma de vivencia de la fe catlica en el Brasil colonial nos interesa particularmente en este trabajo por el hecho de ser administrada "de modo especial por los laicos, que traen de Portugal sus santos y prcticas de devocin y continan en la colonia las devociones de tradicin familiar". En este tipo de catolicismo, el pueblo catlico laico se organiza para expresar su devocin, centrada principalmente en el culto a los santos, las procesiones, las romeras, las promesas y los exvotos. Las casas, las capillas y los santuarios eran los templos de este tipo de catolicismo, que una copla popular describe as: "Mucho santo, poco padre, mucho rezo y poca Misa".

Al lado de esos laicos de las camadas populares, a veces hasta confundidos y yuxtapuestos, hay tambin otros laicos del catolicismo tradicional, organizados en cofradas y hermandades, instituciones que aunque empobrecidas, persisten hasta hoy. La organizacin del catolicismo brasileo en los primeros tiempos de su historia es, por tanto, marcadamente laical; se vuelve ms clerical en la Cuestin Religiosa y en el inicio de la Primera Repblica. Solamente a partir de ah es que los laicos pasan, en su gran mayora, a vivir su fe y sus expresiones religiosas bajo la direccin y formacin del clero y de la jerarqua. El catolicismo popular pasa a ser incorporado al modelo de la Iglesia tridentina que comienza a implantarse. Entre tanto, a partir de la poca imperial, un significativo grupo de clase media en formacin, siempre ms entusiasmada por la cultura europea y ms alejada de la Iglesia, se va organizando en dos modelos eclesiolgicos: a) predominando en la conciencia del catlico medio hasta el siglo XX y el Concilio Vaticano II, el primer modelo asume con relacin al mundo una funcin apologtica de llamado a la conversin y de indicacin a los caminos de salvacin; b) constituido en trminos de reconciliacin con las realidades terrestres, el segundo modelo desemboca en el Concilio y notablemente encuentra su expresin privilegiada en la constitucin Gaudium et Spes. La organizacin laical brasilea en el siglo XX es, por lo tanto, heredera, por un lado de la tradicin remota de muchos siglos de un catolicismo marcadamente laico y, por otro, de la tradicin reciente de un proceso de romanizacin siempre ms clerical en que los laicos fueron pasando progresivamente a una posicin ms dirigida y apagada. Es as que, a partir de la dcada del 40, surgen en el Brasil los primeros movimientos que permiten una mayor participacin del laicado en la vida de la Iglesia. Merecen destacarse el movimiento litrgico y, sobre todo, la Accin Catlica. Este ltimo, consolidado y refrendado ms efectivamente en los aos 60, con la celebracin del Vaticano II, es uno de los principales responsables de la renovacin de la Iglesia en el Brasil que, identificada con las necesidades y anhelos de la poblacin brasilea, asume una postura crtica ante la situacin del gobierno y se dispone a defender los derechos de los pobres y marginados.

a) la Accin Catlica No es posible, por tanto, hablar hoy de los laicos en la Iglesia del Brasil sin dar una significativa importancia a la Accin Catlica. Ese movimiento, con su rigurosa y eficaz formacin de cuadros y su "garra" apostlica, todava no ha encontrado un sustituto equivalente en calidad e importancia en las dos ltimas dcadas. Recibiendo "mandato" de la jerarqua, los laicos de la Accin Catlica -en su mayora de los medios estudiantil, obrero y profesional- eran su "brazo largo" en el mundo. Eso les proporcionaba, para su accin y posicin en el mundo, un reconocimiento oficial. Cuando hablaba el laico hablaba la Iglesia. El melanclico y desintegrador desmoronamiento que conoci el movimiento al final de la dcada del 60, con el desbaratamiento de los liderazgos, la formacin de la Accin Popular y la consiguiente retirada de apoyo por

parte de la jerarqua, trajo grandes cuestiones para la reflexin teolgica y pastoral sobre el laicado de hoy da. Parece que la memoria histrica de la Accin Catlica todava no ha sido seriamente recuperada . La Iglesia todava no se ha descubierto sobre el pasado del movimiento con la preocupacin y la disposicin de volver a tomar y evaluar en serio el alcance que tuvo dicho movimiento para la vida eclesial basilea. Sera eso un sntoma de temma de temor de resucitar un cadver que parece dar todava seales de vida? Se teme, acaso, la repeticin del conflicto que explot en los aos 60, cuando la Accin Catlica decidi -como laicado organizado- dar un paso que comprometa a la Iglesia en opciones serias e irreversibles? Por otro lado, no es menos real el peligro nostlgico de querer reeditar la experiencia de la Accin Catlica. Sobre todo porque la configuracin de esa experiencia trae no pocos problemas eclesiolgicos reales para la reflexin teolgica. La cuestin del "mandato" es uno de ellos. Si, por un lado, el "mandato" fue importante para legitimar acciones y hacerlas aceptables, confiriendo credibilidad a la actuacin del laicado, por otro, no puede ser considerado un mecanismo a disposicin de la Jerarqua en momentos crticos, para controlar y limitar el ensanchamiento de las fronteras de la actuacin del laicado? La cuestin del tipo de laico que la experiencia de la Accin Catlica puso en el proscenio eclesial tambin es importante. En el Brasil actual, despus de 20 aos de dictadura militar y del consiguiente vaciamiento de liderazgos, se puede pretender todava una organizacin del laicado como la de la Accin Catlica? Por otro lado, qu puede aprender la militancia laical actual de esa importante y dolorosa experiencia en trminos de organizacin, errores y aciertos? Hasta qu punto los laicos militantes de hoy -muchos de ellos con explcito compromiso poltico-partidario- tienen derecho de reivindicar para s y para su actuacin el apoyo abierto de la Iglesia jerrquica? b) Los movimientos de clase media El momento postconciliar en el Brasil, juntamente con la ascensin y la cada de la Accin Catlica, trajo todava otro componente importante para la reflexin sobre el laico: el gran florecimiento de los movimientos laicos de clase media . Nacidos y formados en otro contexto distinto del brasileo y an del latinoamericano, con una estructura y espiritualidad centrada en los laicos, esos movimientos presentan una filiacin, vinculacin e identidad que se podra llamar "transnacional". Los laicos que componen esos movimientos no tienen una formacin militante e intelectualmente tan refinada como los de la Accin Catlica. Son laicos -simple y pasivamente- porque no pertenecen al clero. Buscan los movimientos como un "lugar eclesial" que les tranquilice su conciencia y les haga sentirse bien con derecho de ciudadana dentro de la Iglesia. Para el clero, los religiosos y los obispos, los movimientos a su vez vinieron a rellenar algunas lagunas: el vaco de cuadros dejado por el desmoronamiento y dispersin de los liderazgos de la Accin Catlica comenz a ser rellenado por los

miembros de los movimientos que, con su alegre disponibilidad y su simptico entusiasmo asumieron encargos de las parroquias y dicesis y la coordinacin de diversas pastorales. Adems de lo dicho, para muchos sacerdotes y religiosos de ambos sexos que andaban perdidos en lo que respecta a su identidad personal y al sentido de su consagracin, se les abri un nuevo espacio de trabajo y, sobre todo, se cre un clima afectivo que les proporcion un nuevo vigor y redoblado fervor para la vivencia de su vocacin. Es comprensible, por lo tanto, que ese nuevo dato para la Iglesia, que crece con diferentes denominaciones, sea visto con extrema benevolencia y venga a ser incluso objeto de especiales privilegios y favores por parte de la ms alta jerarqua de la Iglesia. A pesar de presentar algunos puntos positivos explcitos como, adems de los ya citados, el hecho de ser la nica puerta de entrada del catolicismo en la nueva y desevangelizada clase media urbana, a nivel de juventud y de adultos; el hecho de dar a los laicos redes de organizacin y coordinacin en un espacio en que pueden hablar un mismo idioma sin sentirse inferiores con respecto al clero, la presencia creciente de esos movimientos levanta, por su parte, cuestiones cruciales para la reflexin sobre la Iglesia hoy. La mayora de esas cuestiones se refieren a la opcin preferencial que la Iglesia latinoamericana asumi en Medelln y Puebla: la opcin por los pobres. Qu es lo que esos movimientos pueden ofrecer en trminos de repuesta y compromiso pastoral efectivo y real a los 80% de brasileos y latinoamericanos que constituyen el estrato pobre de la sociedad? Adems, esta terrible cuestin tiene otro aspecto y otra cara: debera entonces la Iglesia -esa Iglesia que quiere caminar en la lnea de la opcin por los pobres- abandonar y dejar de lado a esos movimientos, renunciar al trabajo con la clase media, encarado por ellos, dejando as todo ese inmenso contingente al margen de un anuncio y una propuesta liberadores? Volver el problema al revs ya es resolverlo? Dejar de lado al laicado de la clase media no es impedir, o por lo menos dificultar, que la opcin por los pobres penetre en otros y cada vez en ms espacios en los que, sin esa clase, no penetrara: el mundo intelectual, el mundo profesional, etc. Si esos movimientos de clase media ganasen cada vez ms laicos de clase media urbana, seran esos laicos perdidos para la causa de la liberacin de los pobres y al compromiso en la lucha por la justicia? Aun cuando la real transformacin de la realidad tenga que surgir de las clases populares, podr darse dicha transformacin sin el concurso de la clase media? c) las CEBs Hay todava un tercer grupo de cuestiones levantadas por el nuevo hecho pastoral y eclesiolgico de las CEBs . La realidad de las CEBs es hoy da esencialmente constitutiva para la Iglesia latinoamericana. Llamadas por Puebla como hecho eclesial relevante y "esperanza de la Iglesia" (P. 629), las CEBs tienen una naturaleza totalmente particular. No se trata de un movimiento como los que describimos anteriormente, o como la Accin Catlica y las antiguas hermandades, cofradas, etc.

Se trata de algo ms fundamental: un nuevo modo de ser Iglesia, la propia Iglesia en la base del pueblo. El modelo de Iglesia que las CEBs traen a la luz acarrea un nuevo tipo de organizacin eclesial. En ella, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos entran juntos en la caminata, hacindose hermanos en el seguimiento de Jess y buscando, hombro a hombro, la voluntad del Padre y la fuerza del Espritu para la lucha comn. Viviendo un momento inmediatamente posterior a su IX Encuentro Intereclesial, realizado en julio de 1997, en Trinidad, Gois, las CEBs -realidad que surgi, en su gran mayora, a partir de laicos de clases populares que se renen en torno al Evangelio para vivir su fe y luchar- son anotadas tambin por el documento de Puebla como "ambientes propicios para el surgimiento de nuevos servicios laicales" (P. 98, 261-3, 630, 641, 648). Por otra parte -sobre todo donde escaseaban los ministerios ordenadoscomenzaron a surgir ministros de la Palabra, evangelizadores y cantadores del Evangelio, visitadores de enfermos y consoladores de afligidos, en fin, toda una gama de servicios que el amor y la caridad creativa del Espritu inventan y hacen abrir. Esta novedad irradiante de promesas trae, sin embargo, algunas serias e importantes cuestiones: el modelo de laico que despunta de las CEBs es nuevo y original, completamente diferente del que se encuentra en los movimientos y en las parroquias tradicionales. Es tambin, un modelo de laico que cuestiona profundamente al laico de la concepcin conciliar expresada en las grandes constituciones y documentos, como LG., AA, etc. y en las grandes sistematizaciones europeas (Congar, Schillebeckx, etc.). Reclama, por eso, una nueva sistematizacin teolgica, hecha a partir de nuevas balizas y presupuestos, como tambin reclama nuevas perspectivas de reflexin para la cuestin tan crucial de los ministerios laicales y de los nuevos ministerios en general. Estas cuestiones y problemas, adems de las que ya hemos levantado en este trabajo, delinean algunos trazos del perfil del laico en el Brasil actual y lanzan un desafo a la reflexin teolgica que, a las puertas del Snodo de 1987, se vio llamada a decir alguna palabra nueva sobre la cuestin. Existen, pues, al lado de estas cuestiones propiamente prcticas y pastorales, otras especficamente teolgico-sistemticas. Ellas dicen relacin al concepto de laico y a su ciudadana, en el espacio teolgico de hoy. Dicen relacin tambin a la categora de "laicidad", recientemente pensada y desarrollada por algunas corrientes teolgicas europeas como categora totalizante, apta para pensar en la globalidad de la teologa. Sobre esas cuestiones nos decidimos a seguir, antes de aventurarnos a anunciar lo que nos perecen ser pistas nuevas y abiertas para una teologa del laico en el tiempo y el espacio en que vivimos. 2. Cuestiones sobre las que reflexiona la teologa Con el Concilio Vaticano II se da el "boom" oficial de la emergencia del laicado, y el Magisterio de la Iglesia asume una teologa del laicado que ya vena siendo sistematizada por grandes telogos europeos. Los documentos conciliares son prdigos en reflexiones sobre los laicos y en posicionamientos con relacin a su importancia

para la Iglesia de hoy. Pero a ms de 30 aos de distancia del gran evento conciliar, se imponen algunas cuestiones sobre la visin del laico y las interpelaciones que lanza a la teologa. En los documentos conciliares -especialmente en la constitucin dogmtica Lumen Gentium- coexisten dos eclesiologas: una jurdica y otra de comunin. Aunque la segunda se haya impuesto sobre la primera, en el sentido de que la categora de Pueblo de Dios es la categora central, de la cual todos los cristianos participan en igualdad y comunin, el hecho de que ambas coexistan tiene marcada influencia sobre los otros temas eclesiolgicos conexos con el del laicado y la definicin y funcin de los laicos en la Iglesia. En el cap. IV de la L.G., n 31, el Santo Snodo "entiende por el nombre de laicos todos los fieles cristianos, a excepcin de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que estn en estado religioso reconocido por la Iglesia". O sea, el laico es aqu definido jurdicamente y en forma negativa: el que no es clrigo, el que no es religioso, a quien no le fue dado, en la Iglesia, un carisma, una vocacin o un ministerio especial, y que tiene a su favor "apenas" el Bautismo. Esta definicin de laico estructura a la Iglesia, en su composicin y formacin, con base a una dicotoma y contraposicin central: la contraposicin clero vs. laicado, a la cual se aade otra: religiosos vs. no-religiosos. La primera contraposicin se refiere a la diferencia de esencia (no de grado) entre el sacerdocio comn de los fieles y el sacerdocio jerrquico. La segunda se refiere a la estructura en la Iglesia y se fundamenta en un estado de vida diferente, en vista a la santidad universal de los fieles. De esta doble contraposicin resulta una tercera, ms relativa a la divisin de papeles dentro del cuerpo eclesial: la contraposicin entre sagrado vs. temporal o sagrado vs. profano . Esta ltima divide a la primera en dos bloques funcionales: a los laicos cabe cuidar de la esfera temporal, de las estructuras sociales, de la poltica Este es su campo propio. Ya el clero y los religiosos se ocupan de las cosas del espritu, de lo sagrado. Tienen como funcin realiar, administrar y distribuir los sacramentos y los diversos bienes simblicos de que vive y se alimenta la comunidad, y dar testimonio, en el mundo, del espritu de las bienaventuranzas. Se percibe cada vez ms, sobre todo en algunas tendencias teolgicas recientes, la tentativa de superar esas contraposiciones. Cuestinase si ellas no seran empobrecedoras o aun reductoras del espritu de la eclesiologa conciliar basada en la categora totalizante de Pueblo de Dios. Esas teologas proponen la superacin de las citadas contraposiciones por medio de un nuevo eje, no de contraposicin, sino de tensin dialctica: el eje comunidad carismas-ministerios. As la Iglesia redescubre su vocacin de comunidad bautismal englobante, en la cual los carismas son recibidos y los ministerios ejercidos como servicios en vista de aquello que toda la Iglesia debe ser y hacer. A la luz de esas nuevas tecnologas (?) - que pretenden rescatar el verdadero espritu del Concilio y aun la misma letra de sus documentos- es llevado a las ltimas consecuencias el primado dado a la ontologa de la gracia sobre cualquier otra ulterior

distincin que pueda acontecer en su interior. La dimensin neumatolgica de la Iglesia es puesta en primer plano, con el Espritu Santo actuando sobre toda la comunidad y suscitando los diferentes carismas para edificar el Cuerpo de Cristo; la "ministerialidad" es el estatuto de toda la Iglesia, y no solamente de alguno de sus estamentos. En esa perspectiva, las propias categoras de laico y laicado son superadas, pasando a ser una mera abstraccin negativa que empobrece el dinamismo de la vida eclesial. Emerge de ah una eclesiologa total, y la laicidad pasa a ser asumida como dimensin de toda la Iglesia presente en la historia. Las palabras laico y laicado iran, pues, de acuerdo con esa teologa, paulatinamente y a mediano plazo, perdiendo la razn de ser y existir. Todo este itinerario de reflexin teolgica sobre el tema del laico a partir del Vaticano II levanta hoy da para la teologa algunas cuestiones inquietantes: - En los primeros siglos de la experiencia cristiana, la Iglesia en su totalidad era vista como una propuesta y alternativa para el mundo. La distincin existente no era tanto entre "especialistas del espritu" y "cristianos dedicados a los asuntos temporales", sino entre la novedad cristiana comn a todos los bautizados y la sociedad (el mundo) que deba ser evangelizada. La Iglesia de la primera hora, tal como es descrita en el N.T., no parece presentar trazos de lo que hoy categorizamos y definimos como laico; tampoco de una realidad cualquiera que se pudiese transportar y colocar en correspondencia con el hecho del laico contemporneo. Podemos, entonces, afirmar que para nosotros es urgente volver a las fuentes para redescubrir las races de lo que hoy llamamos laico y laicado? La teologa hoy, cuan- do se aboca a la realidad del laico, no tendra algo fundamental que aprender de la Iglesia de los orgenes? - Las nuevas tendencias teolgicas que se han dedicado a pensar sobre el tema del laico parecen sugerir una progresiva eliminacin de esa palabra y categora en favor de una eclesiologa ms totalizante y global, suscitada por el Espritu Santo, ministerial, sin dicotomas ni contraposiciones. Por detrs de la seduccin y positividad que trae esa teora, entre tanto, surge una sospecha: abolir la palabra no es eludir el problema? No habra, por detrs de esa tendencia, el peligro de un nuevo tipo de clericalizacin, en que el diluir lo especfico laical puede significar la tentativa de camuflar y dejar intocada la espinosa y delicada cuestin del poder en la Iglesia? En suma, no significar querer llegar a la sntesis sin haber sufrido y asimilado la anttesis, que representa la incmoda situacin del hecho representado por la todava existente divisin entre Iglesia docente e Iglesia discente? No tenemos la pretensin de responder ni proponer soluciones, en los lmites de este texto, a todas estas cuestiones, problemas y desafos que presentan la pastoral y la teologa. A continuacin, intentaremos apenas dejar algunas pistas abiertas para que la reflexin pueda proseguir y traer nuevas luces al tema. 3. Algunas pistas abiertas

a) El laico es el centro de la Iglesia La primera pista de reflexin mirando a una nueva teologa del laicado sera un redescubrimiento radical de aquello que constituy el centro de la Iglesia. No se trata de inventar algo diferente, simplemente por el gusto o la pasin por la novedad. Se trata, s, de volver, humilde y fielmente, a las fuentes, a las herencias ms antiguas y primitivas, y ver dnde se sitan las lneas maestras de lo que la comunidad eclesial est llamada a ser. Haciendo as, volviendo para atrs en la tradicin y en el tiempo hasta el A.T. nos encontramos siempre con el concepto-clave de Pueblo de Dios que atraviesa el A.T., gana nuevo aspecto y nueva fuerza con el N.T., es asumido por la comunidad y recientemente es redescubierto por la Iglesia del Vaticano II. La reunin de aquellos que creen en el Dios verdadero, que el A.T. identifica como el Qahal Yahweh reunido al pie del Sina, y que el N.T. denomina Ekklesa, es ese pueblo de convocados y elegidos que se unen en torno a una fe comn y de un proyecto histrico-escatolgico. En esa constitucin de Pueblo de Dios, la eleccin es un elemento de absoluta centralidad. La convocacin del pueblo es la espina dorsal de la historia salvfica en razn de la eleccin divina que lo escoge, llama, forma y hace alianza con l. Ese pueblo es, pues, elegido en su totalidad, sin distincin ni jerarqua de cargos y papeles; esto acontecer posteriormente debido a las necesidades organizacionales. El trmino griego con que el N.T. lo designa -los- da bien su nota caracterstica: la secularidad, el hecho simplemente humano de ser compuesto de personas que recibieron una convocacin, que han sido objeto de una eleccin y a ella respondieron de todo corazn. El pueblo es elegido en su totalidad y, en ella, la soberana es slo de Dios, no dando lugar a ningn tipo de rigidez institucional o endurecimiento jerrquico. Es ms: el lugar de este pueblo elegido es el mundo, procurando hacer acontecer ah el proyecto de Dios y ah enfrentando las oposiciones a ese proyecto, soportando las persecuciones y llegando hasta el don de la vida y el derramamiento de sangre. El centro de la Iglesia, por lo tanto, est en el pueblo, en ese los elegido y amado por Dios, que es llamado a estar a la escucha del Espritu para organizarse, actuar, hablar y decidir. No depende, por tanto, de tal o cual jefe, sino de la palabra del propio Espritu, apasionadamente buscado en el dilogo y el discernimiento. As no debera haber, en una Iglesia de esta manera concebida, una parte de la comunidad subordinada a otra, pasivamente ejecutando rdenes y aprendiendo lecciones, sino que todos deberan ser activos y corresponsales edificadores de un mismo proyecto. Todos seran plenos participantes de una comunidad ministerial, en la que los diferentes servicios y ministerios son asumidos en vistas a la utilidad del bien y del crecimiento comn. Hay que reconocer que el Concilio intuy esto con audacia y creatividad admirables; pero nosotros -la Iglesia como un todo- no llevamos hasta las ltimas consecuencias la profundidad de esa gran iluminacin. Todava permanecen, en el texto conciliar y en la organizacin eclesial postconciliar, los binomios jerarqua vs. laicado, y

religiosos vs. no-religiosos. Por tanto, la teologa del Pueblo de Dios, con las consecuencias directas que podra tener para el concepto y la categora de laico y laicado todava est por ser hecha y practicada. En ese hacer y practicar, es extremadamente importante el cuidado por no quemar etapas y abolir apresuradamente las palabras y los conceptos, pensando que as se superan los problemas. El desarrollo de la reflexin postconciliar muestra cmo la fidelidad al "viraje copernicano" obrado por el Concilio exige hoy una superacin del propio Concilio.

b) Una espiritualidad para los laicos La segunda pista que se impone es la que desea y busca las balizas ms precisas de una espiritualidad adecuada para los laicos de nuestro tiempo. El concepto de espiritualidad en la Iglesia casi siempre ha tenido contornos monacales. El monje -como el que se retiraba del "golfo del siglo", el "especialista del espritu"- tena el monopolio de la espiritualidad. La modernidad y las reformas de las rdenes religiosas introducirn algunas modificaciones en este concepto, sobre todo, por lo que respecta a la propuesta espiritual de la Compaa de Jess, en el siglo XVI, hecha de una sntesis entre contemplacin y accin, uniendo la comunin ms profunda con el Misterio con las actividades realizadas en medio de la vida corriente. Entre tanto, en relacin con los llamados laicos queda una pregunta: se puede hablar legtimamente de una espiritualidad laical? Sera sta una espiritualidad vivida por laicos, o una manera laica de vivir la espiritualidad? O, por el contrario, se debe simplemente hablar de una espiritualidad cristiana, sin ms distinciones, dejando a la libertad del Espritu Santo, que sopla donde quiere, el cuidado y la creatividad de ir depositando sus inscripciones como mejor le parezca en las tablas de carne que son los corazones humanos? Por otro lado, en el Brasil y en la Amrica Latina de hoy, donde la lucha por la justicia y el compromiso socio-poltico ocupan una importancia central en la vida cristiana y en las preocupaciones eclesiales, esa cuestin crece y se vuelve cada vez ms compleja. La Iglesia ve con doloroso pesar que muchos de sus ms dedicados militantes se apartaron de sus comunidades y abandonaron la caminata eclesial a partir del momento en que ingresaron de cuerpo y alma en la militancia sindical o en la lucha partidaria. Muchos de esos cristianos, siempre ms exigidos por la actividad poltica, parecen no encontrar ms tiempo ni ver como prioridad la reflexin sobre la Palabra de Dios, la celebracin litrgica, la oracin. Cargando sobre sus hombros el peso del compromiso y el desafo de la eficacia, esos laicos militantes parecen haber olvidado la gratuidad de la relacin personal y amorosa con Dios, y por eso se angustian, sintindose amenazados y hasta devorados por una praxis que ve a unos pocos agotarse su motivacin ms trascendente. Esta preocupante constatacin constituye hoy da uno de los grandes focos de convergencia de la teologa y la pastoral latinoamericana. Los mayores telogos del continente, en este momento, piensan y escriben sobre el tema, viendo en ello una

cuestin decisiva. Evidentemente no tenemos ni pretendemos tener una respuesta ni una solucin para un problema tan complejo y delicado como este. Esto no impide, sin embargo, que la cuestin surja y con mordiente. Porque, por un lado, es verdad que sin la experiencia de lo trascendente y de la relacin inmediata con Dios en Jesucristo, el hecho cristiano se reduce a una mera y empobrecedora ideologa; y por otra, sin compromiso social y poltico en todos los niveles, la espiritualidad corre el riesgo de transformarse en anestesia que los crticos de la religin denunciaron como el "opio del pueblo." La espiritualidad de cualquier cristiano -laico o no- debe ser algo profundamente integrador, algo que no le aliene de ninguna dimensin de su ser, pero que al mismo tiempo no le manipule en la direccin de ninguna ideologa. Debe ser algo que -en la acepcin ms profunda de la palabra- libera para servir mejor y ms concretamente a los otros, para asumir ms plenamente su realidad cotidiana y all encontrar el Misterio y vivir el desafo de la santidad. Por lo que se refiere a los laicos, existe un problema ms: el hecho de que el cristiano laico perdi la fe en su vocacin a la santidad. No obstante todas las reiteradas afirmaciones de la LG. en su cap. V de que la vocacin a la santidad es universal y comn a todo el Pueblo de Dios, de que el llamado a la perfeccin -y, por tanto, la exigencia de la vivencia profunda del Espritu- no se restringe a las personas que optaron por la vida sacerdotal y religiosa, el laico en general -con algunas honrosas excepciones- se habitu a creer que esto no era para l. Por ms compro- metido que fuera, no se atreve a creer en la posibilidad de "ser santo como Dios es santo" (Cfr. Lv. 11, 44; 1Ped. 1, 16). Esto estaba reservado a aquellos y aquellas llamados a una vocacin especial que los retiraba de las preocupaciones del comn de los mortales, para dedicarse a tiempo completo a las cosas del Espritu. Sin querer ignorar el hecho de que hay diferentes carismas en la Iglesia, de que las vocaciones difieren entre s y que esto constituye la riqueza del Pueblo de Dios, nos parece que una vez ms ah la dicotoma sagrado vs. profano desempe un importante y nefasto papel. Y para que el laico reencuentre el camino de la vida en el Espritu era preciso, urgentemente, superarla. Pretender confinar la plenitud de la vida en el Espritu, el gozo inefable de la experiencia inmediata, directa e inebriante de Dios a un slo grupo dentro de la Iglesia equivale, a nuestro modo de ver, a aprisionar y manipular a ese mismo Espritu Santo, que sopla donde y como quiere. Todo cristiano que, incorporado por su Bautismo al Misterio de la muerte y resurreccin de Jess, es llamado a seguir de cerca a ese mismo Jess es un santo en potencia, una persona "espiritual" porque est penetrada del Espritu en todas las dimensiones de su corporeidad, de su mente, de su vida, como Jess lo fue. El campo en que esta vida en el espritu puede darse no es otro sino el mundo, la historia, con sus conflictos y contradicciones, llamadas y exigencias, maravillas e injusticias, promesas y frustraciones. La opacidad y el juego de luces y sobras de que est hecha la historia humana pasan a ser, para todo el que camina segn el Espritu en el seguimiento de Jess buscando hacer la voluntad del Padre, una permanente

epifana, un constante redescubrimiento de que todo -el dolor y la alegra, la angustia y la esperanza- todo es gracia. Y de que, por lo tanto, todo tambin puede ser accin de gracias, Eucarista. As, la espiritualidad cristiana no estara ms reducida a ser el privilegio de unos pocos elegidos, sino la exigencia de vida de todo bautizado, de todo el Pueblo de Dios que, al mismo tiempo que crece en la comunin ntima con el Seor, avanza en la lucha por una sociedad y un mundo ms justo y ms fraterno. Una espiritualidad as debera redescubrir constantemente sus fuentes bblicas, eclesiales y sacramentales. Y tambin -por qu no?- sus fuentes "laicas": aquello que el Espritu anda soplando en el deslumbramiento apasionado de los enamorados; en los juegos de los nios; en la vida dura de la fbrica; en el idealismo y en las nubes de tiza de las salas de clase; en el sueo de los artistas y en la boca de los poetas; en el canto de los cantores que cantan a la vida, a la muerte y al amor. Redescubrir, tambin y sobre todo, las maravillas que el Espritu hace en medio de los pobres, en su sed inagotable de oracin y en la creativa espontaneidad con que viven sus momentos litrgicos ms fuertes, en sus fiestas y romeras, en sus santuarios y procesiones, en su inmensa devocin a los misterios de la vida, pasin y muerte del Seor, al Santsimo Sacramento y tantos otros. En la pista abierta en busca de la "espiritualidad perdida", todo el Pueblo de Dios est llamado a tener una vez ms "en los pobres sus maestros, y en los humildes sus doctores". c) Telogo(a)s laico(a)s Una tercera pista abierta en este momento en que toda la Iglesia se aboca al tema del laico es el surgimiento, en proporciones cada vez ms considerables -tanto del punto de vista cuantitativo como cualitativo- de telogo(a)s. El/la telogo/a comienza a aparecer con mayor frecuencia en la Iglesia, buscando los cursos y las facultades de teologa, pleiteando y obteniendo grados acadmicos, produciendo textos, asesorando dicesis, participando en congresos nacionales e internacionales haciendo, en fin, que su presencia se haga sentir en diferentes sectores y niveles de la comunidad eclesial. Esta presencia trae, entonces, profundos cuestionamientos. En primer lugar, interpela a toda la Iglesia y a la comunidad teolgica especficamente respecto a la "divisin de papeles" que todava subyace a la eclesiologa conciliar y que destina a los laicos al campo de lo temporal y de las realidades terrestres, y al clero y a los religiosos al campo de lo sagrado. El/la telogo/a laico/a trae para sus compaeros sacerdotes y religiosos un profundo cuestionamiento sobre la secular afirmacin de la opcin por la vida sacerdotal o religiosa como opcin de "mayor dedicacin al servicio del Reino". Sabemos todos nosotros a quienes nos fue dado el carisma de la teologa, al cual respondemos empeando lo mejor de nuestras energas, tiempo y esfuerzos, que hacemos mucho ms que una opcin profesional. Hacemos una opcin de vida. Ser telogo/a laico/a hoy es ser concretamente alguien que, sin el respaldo institucional

directo de una congregacin religiosa o de una dicesis, enfrenta diariamente el desafo de mantenerse a s mismo y a la familia que por ventura habr constituido. Es vivir y compartir, por lo tanto, muchas veces, con los pobres las inseguridades del maana. Es estar sujeto -aunque sea menos directamente que el clero y los religiosos- a eventuales sanciones cannicas que corten de la noche a la maana no slo el medio de vida, sino tambin y sobre todo, la posibilidad de ejercer el ministerio para el cual ha sido investido por el Espritu en favor del Pueblo de Dios y con el cual quiere estar en dinmica y creativa comunin. Por todo esto y ms an, la figura del telogo/a laico/a hoy es una pieza fundamental en la reflexin de la Iglesia. La teologa no puede dejar de llevar en consideracin esta nueva presencia, esta otra palabra de laicos y laicas que, a partir de diferentes experiencias de vida, a la luz de cotidianas y siempre sorprendentes situaciones, comienza a descubrir y desvelar ngulos insospechados del Misterio sobre el cual reflexiona y discurre. d) La mujer en la Iglesia Falta todava una ltima pista abierta que, por ser ltima no es menos importante, pues constituye algo de extrema relevancia a lo cual se dirige la atencin de la comunidad eclesial en este momento de la reflexin sobre el hecho laico cristiano. Se trata de la emergencia de la mujer como sujeto eclesiolgico. Perteneciendo necesariamente al laicado por el hecho de estar a priori excluida del ministerio ordenado, la mujer, sin embargo, carga sobre sus hombros una buena parte del peso del trabajo concreto y efectivo en la Iglesia. En la comunidad de base, en la parroquia, en la escuela, en los movimientos y en las pastorales, all est ella: coordinadora, catequista, agente, religiosa o laica, dando lo mejor de s misma, su tiempo, su cario, sus fuerzas, sus entraas, su vida y aun su sangre como Margarita, Adelaide Molinaro y tantas otras. En la Iglesia y en la sociedad, la mujer va conquistando duramente su espacio, afirmando su liderazgo incontestable en las CEBs, marcando presencia en los movimientos populares, llevando adelante la casi totalidad del importante trabajo catequstico, entrando, al fin, recientemente en el campo de la produccin teolgica y de la espiritualidad (predicando retiros, etc.). Su emergencia trae de vuelta al seno de la Iglesia una palabra que pertenece a las races del Evangelio: la palabra de la samaritana que descubre al Mesas (Jn. 4), de la cananea que fuerza a desencadenar el anuncio de la Buena Nueva a los gentiles (Mt. 15, 21-28), de la duea de casa Marta en cuyos labios es puesta la confesin de fe idntica a la de Pedro (Jn. 11), de la discpula que oye su nombre en el jardn y se transforma en primersima testigo de la resurreccin (Jn. 20). Esa palabra que fue paulatina y secularmente silenciada, sofocada y casi proscrita de la esfera visible de la Iglesia, que se mantuvo viva en sus subterrneos, ahora cada vez ms se hace or de nuevo sobre los tejados.

Escuchando a la mujer, reconociendo en ella -al lado del varn- su ser de legtima portavoz, la Iglesia redescubre hoy una dimensin casi perdida y olvidada de su vocacin: la de ser seal del Reino, de esa comunidad de hombres y mujeres que se aman de una nueva manera, que hacen juntos que se realice el sueo de Dios, que Jess de Nazaret posibilit dentro de la historia. Un Snodo sobre los laicos no puede dejar en segundo plano esta eclosin de la mujer, que acontece en los campos y en las ciudades, en las casas y en los templos, en los mercados y en las calles. Todo paso dado hacia una mayor igualdad y respeto con la mujer resultar ciertamente en beneficio de todo el Pueblo de Dios, para el cual "en Cristo no hay hombre ni mujer" (Gal. 3,28). Una Iglesia que incorpore e integre lo femenino en todos sus encantos y dimensiones tendr ciertamente ms chances de ser universal, dentro de espritu de los documentos conciliares y, concretamente en Amrica Latina, en las Conferencias de Medelln, Puebla y Santo Domingo. Despus de traer a luz estas pistas abiertas, nos preguntamos finalmente si habra un punto de unificacin para toda esa compleja problemtica. Existir algn ngulo nuevo, alguna nueva perspectiva capaz de integrar todos esos desafos, cuestiones y pistas? A continuacin trataremos de mostrar lo que nos parece ser un locus theologicus fecundo y adecuado. 4. Por una teologa del existir cristiano Lo que hay en comn entre laicos, clrigos y religiosos es el hecho eclesiolgico de ser todos bautizados. O sea, el hecho de ser todos, por medio del Bautismo, introducidos en un modo nuevo de existir, el existir cristiano. El Bautismo es, pues, el primer compromiso, la primera radical exigencia que surge en la vida de una persona ante el Misterio de la Revelacin de Dios en Jesucristo. La opcin por uno u otro estado de vida, por este o aquel ministerio o servicio en la Iglesia es posterior, viene despus. Antes que nada est el hecho de "ser todos bautizados en Cristo Jess..., sepultados como l en su muerte para que, como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, as tambin nosotros vivamos una vida nueva" (Rom. 6, 3-4). Ah est el sentido de la existencia no slo del laico, sino de todo cristiano. Primero, una ruptura radical con el pasado y sus viejas alianzas, sus secretos compromisos con la iniquidad. Esa ruptura se da, en el decir de San Pablo, haciendo un paralelo entre el cristiano y Jesucristo, "por una muerte semejante a la suya ... a fin de que, por una resurreccin tambin semejante a la suya, podamos no servir ms al pecado, sino vivir para Dios" (Rom. 6, 5-11). Vivir para Dios significa comenzar a comportarse en el mundo como Jess se comport. Existir no ms para s, sino para "fuera de s", para Dios y para los otros (cfr. 2Cor. 5, 15). Ese modo nuevo de existir no se da, entre tanto, sin conflictos. Para Jess, el conflicto desemboc en la cruz. Para los bautizados que siguen a Jess, esto implica asumir un destino semejante al suyo. Implica a estar dispuesto a dar la vida, a sufrir y morir por el pueblo, como Jess lo hizo. Implica dejar atrs apoyos y seguridades para

compartir con Jess las situaciones humanas lmites que puntualizaron su existir: incomprensin, soledad, sufrimiento, fracaso, inseguridad, persecucin, tortura, muerte; pero tambin -y no menos- amistad, amor, comunin, solidaridad, paz, alegra, resurreccin y exaltacin. Es de ese misterio pascual del Bautismo, y del modo nuevo de existir que l inaugura, que debe brotar hoy, a nuestro modo de ver, cualquier reflexin sobre el laico y el laicado, la laicidad y otros temas teolgicos conexos. Por que es esa la nica perspectiva que tiene condicin y posibilidad de iluminar e integrar, a un mismo tiempo, los desafos que presenta la pastoral y las cuestiones sobre las que reflexiona la teologa. Es tambin, adems de lo dicho, el nico punto de arranque adecuado para que prosiga la reflexin sobre las pistas abiertas que hemos intentado levantar en la tercera parte de este artculo. Una teologa del Bautismo seria y slidamente fundamentada puede ayudar no slo a esclarecer los problemas que enfrenta la pastoral del Bautismo en las parroquias y comunidades, sino tambin y sobre todo, para que la teologa del laicado, de los ministerios, de los estados de vida, etc. sea cada vez ms una teologa del existir cristiano que integre, sin suprimirlas y sin jerarquizarlas, las enriquecedoras diferencias de los carismas y ministerios con que el Espritu Santo agracia sin cesar al Pueblo de Dios.

II - La identidad del laico: una identidad crsticaEn nuestros das la identidad del cristiano laico carga un serio problema de definicin. Por un lado, existe la tendencia a que el simple fiel sea reconocido en la comunidad eclesial por lo negativo, o sea, por lo que no es. Por el otro lado, el crecimiento del nmero de laicos, hombres y mujeres, que dentro de la Iglesia, asumen servicios y ministerios ejercidos anteriormente slo por sacerdotes y religiosas, hace entrar en crisis algunas "imposibilidades" intelectuales o hermenuticas cuando se habla de laicos, de su vocacin, identidad y misin. Este texto parte de la toma de conciencia de este nebuloso estado en el hoy eclesial, y busca, modestamente, ayudar a reflexionar sobre el tema, rescatando en primer lugar la repercusin histrica de la categora de "laico" dentro de la Teologa. Despus busca ajustar elementos para lo que sera una teologa del Bautismo, rea en el pensar teolgico a partir de la cual se piensa que hoy es posible y fecundo pensar en la Iglesia la cuestin del cristiano laico: su vocacin, identidad y misin. Pensamos que a partir de una reflexin ms seria y profunda acerca del Bautismo y sus consecuencias es desde donde se puede conversar sobre la identidad del laico como una identidad crstica.

El origen de los laicos La cuestin de la identidad del cristiano laico en el inicio de la Iglesia trae consigo justamente una falta de definicin especfica que lo coloque dentro del Pueblo de Dios. El Nuevo Testamento no pone delante de nuestros ojos el concepto de "laico", o algo equivalente al concepto de laico contemporneo, pero sin la constatacin de la ausencia de este concepto. El texto neotestamentario habla de discpulos, cristianos, fieles, creyentes, electos, santos, sin distinguirlos como laicos, y menos aun en el sentido de noordenados. El mismo Jess no aparece como sacerdote en la perspectiva de muchos textos neotestamentarios. l es lo que hoy llamaramos "secular", alguien no instituido por la religin oficial con algn tipo de poder o ministerio especfico. Y esa realidad nunca ha sido cuestionada por los cristianos. Recorriendo las pginas del NT, se constata que la diversidad de ministerios existe desde el principio. Al mencionar los carismas y servicios del Pueblo de Dios, el texto neotestamentario menciona apstoles, profetas, maestros, doctores, subrayando que uno solo es el Espritu, pero son varios los carismas y los ministerios que proceden de l (cfr. 1Cor 12). Por otro lado, parece claro para las primeras comunidades que el grupo de los Doce es especialmente importante para Jess (Hch 1,21-22) y que l lo trata de forma diferente al resto del grupo de discpulos. Sin embargo, a pesar de esa comunidad estructurada jerrquicamente y de los servicios repartidos organizadamente, para las Iglesias del NT todo el Pueblo de Dios (las) es consagrado y sacerdotal, y la idea de "Iglesia" sublima este enfoque como elemento congregacional y convocatorio de la comunidad de los creyentes. En este conjunto eclesial, el ministro contina siendo un bautizado y un discpulo de Jess. No forma, con sus pares, un grupo aparte, con privilegios especiales, pero participa de la comn dignidad cristiana, aunque tiene funciones especficas propias de su ministerio. En este sentido, todo cristiano es ungido con la uncin del Espritu, y no slo algunos en pequeos grupos. Pero aunque todos sean cristianos y sea verdad que Dios tiene un solo pueblo, es claro que no todos son ministros. Cmo distinguir entonces a los unos de los otros? Tal vez el examen de la palabra y la categora de "laico" en su uso precristiano pueda iluminar nuestra reflexin. En la cultura grecorromano las significa el pueblo, o sea, la plebe, y trae una carga un tanto peyorativa, en el sentido de persona no cultivada, ruda, analfabeta, primitiva. El laico es, por consiguiente, un profano, el que no pertenece al crculo de los levitas, el que no est consagrado a Dios. El concepto de laico como opuesto al de sacerdote aparecer en esta cultura como concepto diferenciado y relacional. En cristiano comn con relacin a los ministerios recibe una connotacin de subordinacin y pasividad: l es el que se deja conducir, el que es enseado y liderado por los que saben, hacen y gobiernan (los sacerdotes). Esto acarrea la dificultad de

mantener la conciencia de la dignidad comn cristiana, de la que participan igualmente, aunque con funciones diferentes, tanto los que son como los que no son ministros. La evolucin de la palabra y del concepto conduce a ver al laico, a partir de los siglos II y III, en dos dimensiones: teolgicamente, como el cristiano sin adjetivos; sociolgicamente, como el cristiano no-ministro. Estas ambigedades conceptuales han caminado en la direccin de la "confusin" que tenemos hoy da: a) Por un lado, el concepto teolgico que identifica al las como el conjunto del Pueblo de Dios, con toda la Iglesia. b) Por otro lado, el concepto judaico, heredado del AT, que colabora para una visin separatista, afirmando que slo los sacerdotes eran consagrados, y todo lo que no estaba consagrado -inclusive las cosas y los objetos- era laico, profano. As tambin como la cultura grecorromana, que identifica al laico con el no-ministro, el plebeyo profano e iletrado. Esta ltima concepcin se va a desarrollar y afirmarse sobre todo en la Edad Media, en la que la cultura se vuelve un monopolio del clero. Esta concepcin tiene como resultado la visin de un cristianismo penetrado por un dualismo no cristiano. Pues, cristamente, todos estn consagrados a Dios. Ningn cristiano tiene una vida que se pueda llamar "profana". Y, de acuerdo con el NT., todos son sacerdotes, pues participan del sacerdocio nico de Cristo. Las dicotomas que aparecen posteriormente en el tejido eclesial llevan a dualismos externos a la experiencia cristiana primitiva y autntica. Las consecuencias teolgicas y eclesiales de este estado de cosas son: Descualificacin del sacerdocio comn de los fieles, adems de una minimizacin de la importancia del Bautismo como consagracin a Dios, que precede y da sentido a la consagracin del Orden Sacerdotal y de los votos religiosos. Rebaja de la dignidad de los cristianos en general ante los ministros ordenados. Marco de subordinacin y pasividad de los cristianos bautizados con relacin a la responsabilidad por la construccin de la Iglesia y la participacin en las tareas eclesiales comunes a todos. Comprensin distorsionada, que lleva a una equivalencia malsana, que identifica el clero con lo letrado, lo instruido, y al laico con lo iletrado, lo idiota, el que no lee las Escrituras, ni tiene poder de decisin en la Iglesia. Esto confirma los binomios dualistas cielo versus tierra, alma versus cuerpo, ngeles versus demonios, mayores versus menores, espiritual versus carnal. Apenas en el siglo XIII presenciamos el comienzo del cambio de esta situacin, cuando los laicos tuvieron ms acceso a la cultura. La Reforma protestante en el siglo XVI acentu el sacerdocio comn de los fieles, la libre lectura de la Escritura y la competencia laical en la teologa. Pero en la Iglesia catlica persistir la desvalorizacin de los laicos con respecto a los ministros ordenados. Las ambigedades terminolgicas y sus consecuencias

Y. Congar afirma que la palabra las es anterior al vocabulario religioso cristiano y extraa su empleo especfico en el texto griego del NT. Esta palabra poda ser encontrada en el siglo III a.C. en papiros e inscripciones; en el siglo II a.C., en la lengua cultual griega para designar a los no iniciados; y, en fin, en las traducciones judas de la Biblia en griego, aplicadas a las cosas para denotar a lo profano, lo ordinario, lo no especficamente consagrado a Dios (1Sam 21,5-6; Ez 22,16; 48,15). Pero esta palabra no se encuentra en el NT. Por otro lado, en los inicios del cristianismo, la palabra hermano es la primera que se aplica a todos los cristianos. Son conocidos los innumerables textos paulinos en los que todos son llamados hermanos, dejando claro que la pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia crea, antes que nada, una hermandad, una fraternidad. Y si el mismo Pablo habla de una paternidad espiritual respecto a los miembros de las comunidades (Gl 4,19), nunca lo hace como seal de seoro, sino como servicio (Gl 4,12-20). Sin embargo, a partir de finales del siglo III, ese trmino (hermano) es usado frecuentemente entre ministros y monjes, pero rara vez entre laicos. Los ministros llaman a los laicos "hijos", y a s mismos se autodesignan dominus (seores). As la Iglesia va perdiendo algo de su carcter primero de fraternidad, en el que Cristo es el hermano primognito y todos en l encuentran su identidad de hermanos. La palabra clero, significando escogidos o elegidos de Dios, que tambin se impone a partir del siglo III, parece encontrar sus races en un concepto ms judo que cristiano, ligado a la institucin de los levitas en Israel. No siendo originario del acontecimiento cristiano, corre el riesgo de perturbar ms que ayudar a vivir el binomio neotestamentario comunidad-ministerios. Se pasa de un modelo de Iglesia entendido como un colectivo en el que cada uno tiene su carisma y es coheredero de Cristo, a un grupo interno que se entiende como porcin elegida dentro de la Iglesia, como estamento puesto a parte por Dios. La participacin de los laicos en la vida de la Iglesia Cuanto ms avanza el proceso de clericalizacin, ms disminuye el papel del laico en la Iglesia. Las eucaristas domsticas pasan a ser autnomas, celebradas en lugares pblicos, separadas del banquete en las casas o las cenas comunitarias. Y en la medida en que avanza la separacin entre la comida y el sacramento, avanza tambin la separacin entre el gape festivo y el marco ms rgido y normatizado de la eucarista. La celebracin se vuelve cada vez ms ritual y centralizada en el papel de los ministros; la comunidad pierde su protagonismo. El clero se va convirtiendo, mientras tanto, en el protagonista casi exclusivo de la accin litrgica. En las estructuras de la Iglesia hay, igualmente, una progresiva disminucin del papel de los laicos, los cuales hasta el siglo IV participaban inclusive en los nombramientos de obispos y en su aprobacin. En la Iglesia antigua haba una eclesiologa de comunin, con autonoma amplia de cada Iglesia local, en la que todos participaban en los asuntos internos de la Iglesia, pero a partir del Concilio de Nicea

(325 d.C.) los laicos son excluidos de los snodos, y los snodos supralocales se imponen a los locales. Se pasa de una eclesiologa de comunin de Iglesias locales a una eclesiologa universalista y centralizada, con la resultante prdida de la influencia de los laicos. Con ese estado de cosas, es casi inevitable la equiparacin de la Iglesia con el clero y el episcopado (siglos IX-XI). Comienza a afirmarse, por consiguiente, una divisin dualista de tareas: los clrigos se ocupan de la Iglesia, y los laicos se ocupan de los asuntos de la sociedad. La vida laical pasa a ser vista como una concesin a la flaqueza humana. Los cristianos "mejores" son los que viven una vocacin radical y renuncian al mundo. Los laicos son excluidos de la vida interna de la Iglesia. Los clrigos detentan el monopolio del culto divino. El Concilio de Trento, a pesar de defender, con el catecismo romano, la importancia del sacerdocio comn de los fieles junto con el ministerial, reafirma la diferencia entre clero y laicos en clave funcional. San Roberto Belarmino, gran telogo de la poca, sublima el hecho de que los laicos no tienen ninguna funcin eclesial, en cuanto la funcin especfica de los ministros es el culto divino. El Concilio Vaticano II y la revalorizacin de los laicos El Concilio Vaticano II habla mucho y bien de los laicos. Los movimientos laicos apostlicos, muy activos en las dcadas anteriores al Concilio, dieron a los padres conciliares un material importante e inspirador para varias superaciones en direccin a una eclesiologa ms integrada y comunitaria. En este sentido, el Concilio: Busca superar la definicin de laico por el lado negativo (el que no es sacerdote, el que no es monje, el que no es religioso). Proclama y consagra una definicin de Iglesia, en la constitucin dogmtica Lumen Gentium, como Pueblo de Dios, en el que todos son miembros plenos. La condicin cristiana comn es anterior, teolgica y cronolgicamente, a la diversidad de funciones, carismas y ministerios. Toda la comunidad es ministerial, apostlica, carismtica y proftica. Revaloriza a la comunidad, contrastando la eclesiologa que propone con las eclesiologas verticalistas y jerarquizantes, llamadas por Yves Congar, importante telogo elaborador de las grandes lneas de la teologa del laicado, de jerarcologas. El Concilio, al buscar explicitar una identidad del laico, se centra en su secularidad. El laico es el hombre y la mujer del mundo, que debe ocuparse de las cosas seculares y temporales, construyendo la ciudad de los hombres y encargndose de lo que es profano, dejando lo sagrado a los cuidados del clero y de los religiosos. A pesar del enorme y positivo avance que trajo el Concilio para una correcta comprensin del lugar del laico dentro de la Iglesia, permanece la cuestin de fondo, de forma que nos hace preguntar: Ser que una fidelidad al Concilio, despus de treinta aos, no obliga a la teologa a ir ms all de l? La eclesiologa de comunin

presente en los documentos conciliares no implicara superar la sutil discriminacin escondida detrs de una comprensin eclesiolgica que delega el cuidado de las cosas de Dios apenas a una pequea parte de la comunidad eclesial, dejando el resto de la comunidad a braos con las cosas consideradas del mundo. La teologa hoy se siente desafiada a responder a estas nuevas cuestiones, en un momento en el que "el protagonismo de los laicos" parece ser una exigencia primordial de la Iglesia del nuevo milenio. Presentamos algunas pistas de reflexin que, a nuestro modo de ver, pueden ayudar a "recuperar" la historia perdida del Pueblo de Dios a lo largo de estos veinte siglos de cristianismo. La centralidad del Bautismo En verdad, el laico es simplemente un cristiano, un bautizado, un miembro del Pueblo de Dios. Y puesto que el Bautismo tiene prioridad teolgica y cronolgica sobre todos los otros sacramentos, la base dogmtica y teologal del laicado va a ser la identidad cristiana sem acrscimos. En el NT la consagracin bautismal es lo determinante de toda la vida cristiana, y la nica diferencia radical reside, por tanto, en lo que distingue al cristiano del pagano, al que pertenece al Pueblo de Dios del que no pertenece (cfr. 1Pe 2,20). A partir del siglo IV esta teologa pierde su fuerza. Para ello contribuyen el crecimiento del cristianismo y la generalizacin del Bautismo incluso para los nios. Una teologa del laicado hoy exige, por consiguiente, recuperar la concepcin bautismal neotestamentaria con toda su fuerza y radicalidad. Esto permite que el cristiano bautizado encuentre una nueva llave de interpretacin para su ciudadana eclesial. Cristiano sin adjetivos, el laico es, por lo tanto, ciudadano pleno del Pueblo de Dios, miembro pleno de una comunidad en la que el Espritu distribuye sus carismas con creatividad siempre sorprendente, haciendo que todos y cada uno se sienta responsable en la construccin y crecimiento de esa misma comunidad. La enseanza tradicional de los catecismos clsicos acerca del Bautismo apenas destaca en general un aspecto de su rico contenido teolgico: la relacin con el pecado original, cuya "mancha" la limpia el sacramento. Adems de eso, en los llamados pases cristianos el Bautismo es administrado a casi la totalidad de los nios. Esto tiene como consecuencia la entrada en el seno de la Iglesia de casi toda la poblacin, sin haber realizado una opcin existencial profunda; ms bien parece un fatalismo sociolgico. As el cristianismo corre el riesgo de volverse una cultura o una fuerza civilizadora, ms que realmente una comunidad de los que creen en el Evangelio de Jesucristo. El significado ms profundo del bautismo cristiano es el de la muerte y nueva vida. O sea, de un cambio radical de vida y en la vida (cfr. Rom 6,3-5; 1Cor 10,12). El morir con Cristo que sucede en el Bautismo significa morir al mundo, al orden establecido como fundamento de la vida del hombre, morir a los poderes que esclavizan, a la vida en pecado, a la vida egosta (Gl 6,14; Rom 7,6; 2Cor 5,14-15). Se trata, por consiguiente, de una ruptura radical y de una entrega a una nueva forma de vivir y proceder, totalmente centrada y enraizada en Jesucristo.

Ser bautizado significa, por consiguiente, vivir insertado hasta las ltimas consecuencias en el misterio de la encarnacin, vida, muerte y resurreccin de Jesucristo. Significa asumir una identidad que es suya: una identidad crstica. Las caractersticas de esta identidad son: 1) Estar revestido de Cristo, del Mesas. O sea, estar indisolublemente vinculado al Mesas (Gl 3,27; Rom 6,3; 11,36; 1Cor 8,6; 12,13; Ef 2,15.21.22). Esto significa que el comportamiento, la conducta del cristiano, -cualquiera que sea su estado de vida- tiene que ser la misma del Mesas (Rom 13,12.14; 2Cor 5,3.6-10; Ef 4,24; 6,11.14; Col 3.10.12; 1Tes 5,8): vivir para los otros; morir con Cristo y resucitar con l (Rom 6,1ss); ser perdonado y purificado de los propios pecados (Hch 2,38; 22,16); pertenecer al cuerpo de Cristo que es la Iglesia (1Cor 12,13; Gl 3,27); recibir alegre y agradecidamente la promesa del Reino de Dios (Jn 3,5). 2) Sentirse habitado por el Espritu Santo, que es el Espritu de Cristo. El Bautismo cristiano no es slo en agua, sino tambin en el Espritu (Mt 3,11; Mc 1,8; Lc 3,16; Jn 1,33; Hch 1,5; 10,47; 11,15-17; 19,3-5; 1Cor 12,13). Para el cristiano bautizado la experiencia del Espritu implica, por lo tanto, hablar y actuar no por iniciativa propia, sino por efecto de la accin de Dios (Mc 13,11; Mt 10,20; Lc 12,12). Implica ser impulsado por una fuerza mayor (Lc 10,21; Hch 9,31; 13,52; Rom 14,17; 1Tes 1,6) que es el Espritu de Dios, o sea, el propio Dios. Implicar, adems, vivir hasta el fondo una experiencia de amor (Rom 5,5; 15,30; 2Cor 13,13), de una amor que no termina con la muerte, y da sentido a todo, hasta a las situaciones ms negativas, inclusive la propia muerte. El bautizado es, por lo tanto, una persona animada por una fuerza mstica, sobreabundante, que lo llena de alegra y libertad y lo impulsa a dar testimonio hasta lo confines del mundo (Hch 1,8), llevndolo a anunciar con libertad y audacia (parrsia) el mensaje de Jess (Hch 4,31). 3) Vivir en su vida la experiencia de ser liberado. El simbolismo del agua en el Bautismo recuerda el pasaje del mar Rojo, cuando el Pueblo de Dios con mano fuerte es sacado por el Seor de la esclavitud y del cautiverio de Egipto hacia la liberacin de la tierra prometida. El Bautismo, con su efecto de vinculacin al Mesas, produce la liberacin de la esclavitud del pecado (Rom 6,1-14), la liberacin de la ley para vivir en el amor ofrecido, hecho de salida de s mismo, entrega y servicio concreto y efectivo a los otros (Rom 2,17-23; 7,7; 13,8-10; Gl 3,10.17.19; 4,21-22). La ley del creyente es el amor (Rom 13,8-10; Gl 5,14), y para el que ama no existe la ley. La experiencia fundamental del cristiano, cualquiera que sea su estado de vida, es el amor efectivo a Dios y a los otros hasta las ltimas consecuencias. Una Iglesia de bautizados (las de Dios) Adems de incorporar al hombre a Cristo, otro efecto fundamental del Bautismo es incorporarlo a una comunidad eclesial (1Cor 12,13; Gl 3,27). Por eso, adems de

traer una nueva identidad -la identidad crstica- a aquel o aquella que pasa por l, el Bautismo es el sacramento que configura a la Iglesia. El modelo de Iglesia que surge a partir del Bautismo es el de una comunidad de los que asumieron un destino en la vida: vivir y morir para los otros. Es la comunidad de aquellos y aquellas que fueron revestidos de Cristo y se comportan en la vida como l se port, asumiendo en su vida la vocacin y la misin de ser otros Cristos: hombres y mujeres para los dems, conducidos, guiados e inspirados por el Espritu Santo de Dios, liberados para vivir la libertad del amor hasta las ltimas consecuencias. No se trata, por lo tanto, de una Iglesia masificada y amorfa, y manos an de una Iglesia eivada de divisiones de clases. Se trata, s, de la gran comunidad de los que viven el Bautismo, de los que son bautizados, de los que fueron mergulhados en la muerte de Cristo y han renacido a una vida nueva, de servicio y dedicacin a los dems en la construccin del Reino. A partir de ah se organiza la Iglesia. En una Iglesia configurada as, los ministros son los servidores de la comunidad y los religiosos son seales y testimonios de los valores escatolgicos para todos. Y los llamados -un tanto inadecuadamente- laicos no dejan de vivir una consagracin, que no es menor o menos radical que la vivida por cualquier otro segmento del Pueblo de Dios. Se trata, para el cristiano bautizado, de una consagracin existencial, o sea, de hacer de la propia vida un sacrificio que sea agradable a Dios. Por consiguiente, todo lo que hace el laico es parte de esa su consagracin primordial del Bautismo, como miembro pleno del Pueblo de Dios. El Bautismo es, por lo tanto, la consagracin cristiana por excelencia, y todo cristiano que haya pasado por sus aguas es otro Cristo, o sea, representante o vicario de Cristo en el mundo. Por la uncin del Espritu se establece una correspondencia entre la vida del cristiano y la de Cristo. La vida de Cristo es el ejemplo precursor y generador de un estilo de vida. Al cristiano slo le importa recibir su Espritu, seguirlo en su vida, asumiendo sus criterios y actitudes. La consagracin bautismal instaura, por consiguiente, una correlacin entre Cristo y el discpulo, en la cual el Espritu es el consagrante y el cristiano el consagrado. Conclusin: Una identidad crstica para tiempos modernos La identidad y misin del laico en estos tiempos eclesiales viene siendo, cada vez ms, volver a vivir hoy y siempre la historia de Jess de Nazaret, de forma creativa y adecuada a la personalidad de cada uno, la cultura y los tiempos actuales. Siendo el laico, antes que nada, un bautizado, y por lo tanto un consagrado, esa primordial consagracin lo transforma en un instrumento sacerdotal de Cristo. l no es, nunca fue, ni ser, ciudadano de segunda categora en la Iglesia, apenas consumidor de los bienes espirituales y eclesiales, sino ciudadano pleno, participante activo, receptor de un servicio y un ministerio que lo hace actuar en la persona de Cristo (Gl 2,20; Rom 8,10-11; 13,7-8).

La identidad del laico -identidad crstica- consiste en su personalidad humana, su condicin de cristiano bautizado, asumida en Cristo y re-concretizada por el Espritu, al servicio de la Iglesia y del mundo.