bibosi en motacú

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BIBOSI EN MOTACÚ Uno de los más curiosos y pintorescos casos de simbiosis vegetal que se presentan en nuestra tierra es la del árbol llamado bibosi y la palmera motacú. Tan estrechamente se enredan uno con otro y de tal modo viven unidos, que entre las gentes simples y de sencillo pensar se da como ejemplo vivo de enlace pasional. Una vieja copla del acervo popular lo expresa galanamente. El amor que me taladra necesita jetapú; viviremos, si te cuadra, cual bibosi en motacú. Quienes saben más acerca de ello señalan de que la palmera es el sustento y la base de la unión, pese a su condición femenina, y el árbol es el que se arrima a ella en procura del mantenimiento y firmeza, no obstante su ser masculino. En siendo verídica la especie, y la observación del conjunto da a pensar que lo es, habría en ello material suficiente para especulaciones de orden social y hasta moral si se quiere. Dando al sugestivo asunto otro cariz y tratando de explicarlo por el lado de lo poético-afectivo, el poeta don Plácido Molina Mostajo cantó: El membrudo bibosi que a la palma por entero rodea con tal solicitud, que al fin la ahoga: Celoso enamorado prefiriera antes que en otros brazos a su amada, entre los propios contemplarla muerta. Es, precisamente, lo que dice la leyenda sobre la peregrina unión

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BIBOSI EN MOTACÚ

Uno de los más curiosos y pintorescos casos de simbiosis vegetal que se presentan en nuestra tierra es la del árbol llamado bibosi y la palmera motacú. Tan estrechamente se enredan uno con otro y de tal modo viven unidos, que entre las gentes simples y de sencillo pensar se da como ejemplo vivo de enlace pasional. Una vieja copla del acervo popular lo expresa galanamente.

El amor que me taladranecesita jetapú;viviremos, si te cuadra,cual bibosi en motacú.

Quienes saben más acerca de ello señalan de que la palmera es el sustento y la base de la unión, pese a su condición femenina, y el árbol es el que se arrima a ella en procura del mantenimiento y firmeza, no obstante su ser masculino. En siendo verídica la especie, y la observación del conjunto da a pensar que lo es, habría en ello material suficiente para especulaciones de orden social y hasta moral si se quiere.Dando al sugestivo asunto otro cariz y tratando de explicarlo por el lado de lo poético-afectivo, el poeta don Plácido Molina Mostajo cantó:

El membrudo bibosi que a la palmapor entero rodeacon tal solicitud, que al fin la ahoga:Celoso enamorado prefirieraantes que en otros brazos a su amada,entre los propios contemplarla muerta.

Es, precisamente, lo que dice la leyenda sobre la peregrina unión del árbol corpulento y la grácil palmera.Dizque por los tiempos de Maricastaña y del tatarabuelo Juan Fuerte, vivía en cierto paraje de la campiña un jayán de recia complexión y donosa estampa. Amaba el tal con la impetuosidad y la vehemencia de los veinte años a una mocita de su mismo pago, con quien había entrado en relaciones a partir de un jovial y placentero "acabo de molienda".La mocita era delgaducha y de poca alzada, pero bonita, eso sí, y con más dulzura que un jarro de miel.No tenía el galán permiso de los padres de ella para hacer las visitas de "cortejo" formal, por no conceptuarle digno de la aceptación. Pero los

enamorados se veían fuera de casa, en cualquier vera de senderos o bajo el cobijo de las arboledas.Entre tanto los celosos padres habían elegido por su cuenta, como futuro yerno, a otro varón que reunía para serlo las condiciones necesarias. Un buen día de esos notificaron a la hija con la decisión inquebrantable y la inesperada novedad de que al día siguiente habrían de marchar al pueblo vecino para los efectos de la boda.La última cita con el galán vino esa misma noche. No había otra alternativa que darse el adiós para siempre. El tomó a ella en los brazos y apretó y apretó cuanto daban sus vigorosas fuerzas... "Antes que ver en otros brazos a la amada, entre los suyos contemplarla muerta".Referían en el campo los ancianos, y singularmente las ancianas, que el primer bibosi en motacú apareció en el sitio mismo de la última cita de aquellos enamorados.

EL JICHI

Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar el sendero que conduce a los tiempos de hace ñaupas y entrar en la cuenta, para este caso parcial, de cómo vivían los antepasados de la estirpe terrícola, antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores alcances, la comarca que les servía de morada no les era muy generosa, ni

les brindaba fácilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia.

Para hablar del principal de los elementos de vida, el agua no abundaba en la región. En la estación seca se reducía y se presentaban días en que era dificultoso conseguirla. Así en los campos de Grigotá, en la sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de ésta.

De ahí que aquellos primitivos aborígenes pusieron delicada atención en conservarla, considerándola como un don de los poderes divinos, y hayan supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda. Este ser era el jichi.

Es mito compartido por mojos, chanés y chiquitos que este genius aquae paisano vivía más que todo en los depósitos naturales del líquido elemento. Para tenerle satisfecho y bien aquerenciado había que rendirle culto y tributarle ciertas ofrendas.Los españoles del reciente aposentamiento en la tierra recogieron la versión y consintieron en el mito, con poco o ningún reparo. Con mayor razón sus descendientes los criollos, tan consustanciados con la tierra madre como los propios aborígenes, y máxime si tienen en las venas algunas gotas de la sangre de éstos.

Como todo ser mítico zoomorfo, el jichi no pertenece a ninguna de las clases y especies conocidas de animales terrestres o acuáticos. Medio culebra y medio saurio, según sostienen los que se precian de entendidos, tiene el cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia gomosa y color hialino que le hace confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga, estrecha y flexible cola que ayuda los ágiles movimientos y cortas y regordetas extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.

Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, es muy rara la vez que se deja ver, y eso muy rápidamente y sólo desde que baja el crepúsculo.

No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en demasía, porque el jichi se resiente y puede desaparecer. Item más: No se debe arrancar las plantas acuáticas que crecen en su morada, de tarope para arriba, ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie. Cuando esto se ha hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el líquido empieza a mermar, y no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.

LA CALLE BRAVA

Esto es del siglo pasado, según lo acreditan viejos de buena memoria, que aman y conservan la tradición puebleña.La calle en cuestión gozaba de siniestra fama por los desórdenes, turbulencias y reyertas que en ella se sucedían. Aparte de estar montadas allí algunas pulperías

donde se despachaba pisco Cinti y resacao paisano, a todas las horas del día y no pocas de la noche, prójimos de allende la sierra habían instalado de su parte bodegones al modo andino, en los que se expendía el vino rubio de maíz mascado, vulgo "chicha colla".Con tales elementos en disponibilidad, los devotos de San Bebercio y los gimnastas del codo estaban allí a sus anchas y como peces en el agua y loros en el maizal. Tenían allí para escoger entre lo corto que olía a cañón y lo largo que olía a chamusquina. Y no había preferencia por ninguno, pues con sólo cruzar la calle o ir de una puerta a la otra estaba hecho el menjurje entre pecho y espalda.Así las cosas, el estado de ánimo de quien discurría por allí, aunque de ordinario fuera apacible y sereno, con lo largamente consumido, no podía menos de tornarse quisquilloso y camorrista y con el fósforo pronto a encendérsele y arder en los puños. Por cualquier disgusto o "malentendido" se armaba el zafarrancho, y allí era la de dar y recibir mojicones, puntapiés, torniquetes y hasta botellazos, jonazos y tal cual puñalada.La policía era impotente para poner freno a los desmanes. Si algún "sereno" pretendía imponer el orden, los contendientes, dejando momentáneamente la gresca, mostraban al guardián del orden público lo público de la calle y lo quebradizo del orden, y el mísero tenía que desandar lo andado e irse con su pito a lugar más seguro. Y cuando un "ronda" (oficial de gendarmería) llegaba con gente armada y hacía lo que era menester, llevando a los bochincheros a "dormir su aguardiente" en la "cuadrada", más tardaba en cargar con éstos que los otros en armar una nueva batalla.En eso llegó un señor con nombramiento de comisario de la "policía de seguridad". Era un sujeto rollizo, fornido, y con pinta de guapo. Apenas enterado de lo que pasaba en la dichosa calle, sacudió los hombros, atuzó el bigote y sentenció severamente:-¡Esas son pavadas!. Lo que pasa es que los tipos de la tal calle no se han encontrado aún con la horma de sus zapatos... Ya se las verán conmigo... Me basto yo solo para ponerlos en vereda y darles a saber con quién casó Cañahueca.Llegada la noche, metió el revólver en la revolvera, introdujo un laque a lo sesgo del cinturón y salió de la comisaría con rumbo directo a la calle de la siniestra fama.Al día siguiente sus colegas de la guardia fueron a buscarle, para saber de la aventura. Le encontraron poniéndose unos fomentos de salmuera sobre la frente y las sienes. Tenía la cara hecha un mapamundi de magulladuras, moretones, chinchones, peladuras, araños y picotazos. Los ojos eran como dos carbones apagados entre hoyos de ceniza y los párpados yacían semi-atirantados como tamboras de camba.No esperó a que le preguntasen nada. Apretando parches y arrimando fomentos, murmuró por lo bajo:-¡Brava había sido la calle, che!. Brava, brava...Así quedó aquélla bautizada como "La Calle Brava"...

EL CARRETÓN DE LA OTRA VIDA

Mucho se ha escrito acerca de este adminículo fantasmal y paisano, dando rienda suelta a la imaginación y apelando a las mejores galas literarias. Poco o nada es, pues, lo que queda por decir de él, como no sea repetir lo ya dicho por otros con belleza y donosura, éstas difíciles de imitar por quien no posee los dones necesarios. Salvo que se quiera volver a la

tradición pura, tal cual la refieren o, más propiamente, la referían las gentes del pueblo, y es lo que pretende quien teje en este telar de antiguallas.En las noches cerradas y sobre todo en las de "Sur y Chilchi", se dejaba oír de pronto en lo soledoso de la campiña un agudo chirriar de ejes y un fuerte restallar de látigo, que hacían crispar los nervios de las buenas gentes y entrar en natural espanto. Mayores eran la turbación y el temor cuando tales ruidos eran percibidos en campo raso y el cuitado descabezaba un sueño en la pascana, junto a su jato carretero y sus bueyes. Rechino y trallazo se escuchaban entonces con más fuerza y como si el ente y el artefacto que los producían caminasen por cerca y estuvieran a punto de pasar por delante de la pascana.Alguna vez se alcanzaron a percibir las voces del lúgubre carretero que instaba a las yuntas, y era su tono gangoso, aflautado, hipante, como no es capaz de modular ninguna garganta humana.Si al rasgar el cielo un relámpago el campo se iluminaba súbitamente y el cuitado viajero tenía tiempo y valor para echar un vistazo, la figura del carretón fantasma se escorzaba apenas, como hecha con líneas ondulantes imprecisas.Aunque visión campera por excelencia, no faltó vez en que se mostró en la propia ciudad, bien que a la parte de afuera y precisamente en la calle -entonces apartado y desierto callejón- que pasa por delante del cementerio. Más de un trasnochador y parrandero acertó a columbrarlo, cuando entre crujidos y estridores discurría con dirección al Lazareto.Pero cierta noche de perros en que las sombras se apelmazaban y aullaba el viento, un prójimo dio de manos a boca con la aparición. Salía de una casa vecina, después de haber corrido en ellas largas horas de diversión copiosamente regada. Los vapores etílicos que le ocupaban la

azotea le habían puesto en la condición de bravo entre los bravos y capaz de enfrentarse con cualquier peligro.Al ver el carretón deslizarse sobre el arenoso suelo de la calle se lanzó hacia él, resuelto a saber cómo era. Lo supo al instante, de una sola ojeada. Pero de carretón ¡ay!, sólo tenía la traza. Las estacas estaban constituidas por tibias y peronés de esqueleto y en lugar de teleras asomaban costillas descarnadas. Del carretero sólo se veía la cara, si tal puede llamarse a una horrenda calavera, dentro de cuyas cuencas vacías algo brillaba y centelleaba como las brasas de un horno.Ante la contemplación de semejantes horrideces, el hombre sintió que la tranca se le iba de un salto. Y no pudiendo más con lo que tenía por delante, echó a correr despavorido. Y gracias a Dios que llegó con bien a casa.

EL GUAJOJÓ

En lo prieto de la selva y cuando la noche ha cerrado del todo, suele oírse de repente un sonido de larga como ondulante inflexión, agudo, vibrante, estremecedor. Se diría un llanto, o más bien un gemido prolongado, que eleva el tono y la intensidad y se va apagando lentamente como se apaga la vibración de

una cuerda.

Oírle empavorece y sobrecoge el ánimo, predisponiéndole al ondular de lúgubres pensamientos y al discurrir de ideas taciturnas. Se dice que han habido personas que quedaron con la razón en mengua y punto menos que extraviadas.

Se sabe que quien emite ese canto es un ave solitaria a la que nombran de guajojó por supuestos motivos de onomatopeya. Son pocos los que la han visto, y esos pocos no aciertan a dar razones de cómo es y en donde anida. Refieren, eso sí, la leyenda que corre acerca de ella y data de tiempo antañones.

Erase que se era una joven india bella como graciosa, hija del cacique de

cierta tribu que moraba en un claro de la selva. Amaba y era amada de un mozo de la misma tribu, apuesto y valiente, pero acaso más tierno de corazón de lo que cumple a un guerrero.

Al enterarse de aquellos amores el viejo cacique, que era a la vez consumado hechicero, no hallando al mozo merecedor de su hija, resolvió acabar con el romance del modo más fácil y expedito. Llamó al amante y valido de sus artes mágicas le condujo a la espesura, en donde le dio alevosa muerte.

Tras de experimentar la prolongada ausencia del amado, la indiecita cayó en las sospechas y fue en su búsqueda selva adentro. Al volver a casa con la dolorosa evidencia, increpó al padre entre sollozo y sollozo, amenazándole con dar aviso a la gente del crimen cometido.

El viejo hechicero la transformó al instante en ave nocturna, para que nadie supiera lo ocurrido. Pero la voz de la infortunada pasó a la garganta del ave, y a través de ésta siguió en el inacabable lamento por la muerte del amado.

Tal es lo que referían los comarcanos sobre el origen del guajojó y su flébil canto de las noches selváticas.

CAMBAS PATAZASEl doctor S. ha sido uno de los hombres que más tiempo ha durado en la cartelera de los pinganillos y los guapos de esta tierra. Favorecido por la naturaleza en lo atinente a buena estampa, ingenio agudo y talento, ganó fama de profesional competente y político recto, calidad esta última no poco rara en los desmañados

tiempos que corren. Fue, además, individuo de buen trato, cumplidos modales y porte galano, amén de elegante y atildado en el vestir. Un bastón de reluciente barniz y empuñadura de plata era el infaltable

complemento de su indumentaria y adminículo que tanto podía servirle de apoyo como, casus necessitatis, de arma defensiva y ofensiva.

Tras de haber meritado largamente al servicio del país y de la sociedad, ocurriósele cierta vez probar la fortuna del aura popular presentándose como candidato a una de las diputaciones por la capital y provincias contiguas. Corrían los años iniciales del segundo tercio del siglo y las modalidades del "candidateo" eran aún las mismas de los tiempos de Montes y Saavedra, los hijos mimados de la democracia boliviana.A juzgar por la nutrida concurrencia que acompañaba al doctor S. en las bien comidas y bien bebidas diligencias del período preelectoral, su triunfo en los comicios habría de ser "contundente". Lo decían sus colegas de conducción partidaria y lo pregonaban a los cuatro vientos los animosos como bulliciosos adherentes y propagandistas de su candidatura.

Así llegó el esperado día de las elecciones. Con las primeras horas de la mañana los adherentes y los amigos del doctor S. empezaron a llegar a casa de éste, dispuestos a todo, según decían en tono al parecer convincente. Conforme iban llegando servíaseles humeante café en las grandes vasijas metálicas llamadas canecos. Las tales iban acompañadas de varias clases de horneao del día, cuando no de apetitosas porciones de masaco.

En medio de un grupo de partidarios que le aclamaban y vitoreaban a pulmón lleno, el dichoso doctor salió de casa con dirección a la plaza de armas, en donde habían de ejercitar el mayestático derecho del sufragio. Iba risueño y pechierguido, dentro de un traje de color claro que entonaba con la alacridad de la mañana, y llevaba pendiente del antebrazo el reluciente bastón de la empuñadura de plata.

Las elecciones se efectuaron dentro de un marco de orden y tranquilidad, sin que se presentase ninguna alteración del "orden público". El doctor S. recorría una y otra de las mesas receptoras de sufragios, entre las aclamaciones de quienes le rodeaban y las de otros ciudadanos que espontáneamente iban incorporándose en el cortejo.A juzgarse por tales demostraciones, la victoria del doctor S. había de darse por incuestionable. Empezaron a lloverle los augurios favorables y luego las frases ya francamente congratulatorias. El doctor S. sonreía jubiloso.

Vino la tarde y con ella el cierre de las votaciones y comienzos de los escrutinios. Los animosos partidarios del candidato S. se distribuyeron entre las diferentes mesas para verificar el recuento de los votos. El doctor dio en recorrerlas todas con el fin de enterarse más y mejor de cómo iban las cosas. Una hora más tarde el edificio de sus aspiraciones

y apetencias caía malamente en tierra a la voz del ciudadano secretario que leía las cifras computadas.

Las sumas de los votos emitidos para él estaban lejos de ser las que había supuesto en el arranque de su entusiasmo. Muchos, acaso la mayoría de aquellos a quienes creía de su parte, no le habían dado su voto. Al caer en esta ingrata evidencia no pudo menos de pensar en los ciudadanos de modesta condición que desde las primeras horas del día habían tomado su casa por lugar de cita y comedero y bebedero.

Acordarse de ello y encaminarse hacia allá fue cuestión de segundos. Y conviene decir que en la súbita marcha no hubo de contar con el numeroso y animoso séquito con que contó al emprender la tempranera marcha. La expectativa, maridada con el resquemor, le llevaron a casa en un triquitraque. Acababa allí de servirse la merienda, y circulaban a manteniente el guiso de arroz paisano con grandes lonchas de carne de res y acompañamiento de yuca recién cocida. Los agasajados eran gente de modesta traza, en buena parte descalza, pero apetente, eso sí, y al parecer dispuesta no sólo a consumir lo recibido, sino también a pedir repetición.

El doctor S. vio el pentagruélico cuadro con insana delectación. La cantidad de ciudadanos en ejercicio que allí movían las descalzas extremidades en procura de hartazgo, doblaban en número a la de los votos emitidos en su favor. No había necesidad de mayor probación para el convencimiento de que tras de votar en contra de él y a favor de su adversario, los descarados estaban en la casa como si nada, para redondear el festín del día.

La cólera estalló en los adentros del perdidoso candidato y salió a manifestársele convulsamente en boca, manos y pies.

-Conque, comiendo mi comida ¿eh?- increpó en alta voz para ser bien oído por los desvergonzados comensales.

Los aludidos pararon en seco, algunos de ellos masticando aún a dos carrillos.

-¡Afuera, cambas patazas!- encimó mostrándoles la puerta, mientras el bastón hacía molinetes en el aire.La regalona ciudadanía vio por conveniente escurrirse en masa, dando un rodeo en la salida para no dar de manos a boca con el indignado dueño de casa. Pero éste había pasado instantáneamente del dicho al hecho y esgrimía el bastón por alto y por bajo. Cuando sobre alguno caía contundentemente, el hombre renovaba la imprecación arrastrando las sílabas, como para hacerla tanto o más dura y significativa que el golpe:

-¡Afuera, cambas patazas!...

DONDE EL DIABLO PERDIÓ EL PONCHO.

Don Lorenzo Cuéllar, prominente vecino de Warnes (léase Ubarnes, a la usanza de la época), era una especie de caja de caudales en lo que respecta a dichos y dicharachos. Los largaba por montones, cualquiera fuese el tema de conversación y cualquiera su interlocutor, como quien distribuye bienes de fortuna, de los que

quiere hacer merced en prueba de munificencia. Cuando venía "al pueblo", y los periódicos de ese entonces no dejaban de saludarle en la columna del Social, visitaba entre los primeros a quien era su amigo y patrocinante de litigios judiciales: el entonces joven y ya prestigioso jurista Rubén Terrazas.Cierto día cupo a quien esto escribe, niño a la sazón, la suerte de escuchar el diálogo que sostenían el viejo hacendado y el joven letrado. Hablaban al parecer de alguien ofrecido como testigo en el pleito sobre unas tierras que don Lorenzo sostenía con cierto vecino suyo.

-¡Oh! -musitó el fidalgo urbanense-. A éste no va a poder citárselo dentro del término de ley, porque vive lejos, muy lejos... Donde el diablo perdió el poncho.

El culto pero curioso letrado apuntó seguidamente, entre burlón y serio:

-Le he oído varias veces expedirse con ese dicho. ¿Puede Ud. indicarme, don Lorenzo, dónde queda ese lugar?.-Por allá, por allá... Yo mismo no sé exactamente adónde. En todo caso a muy larga distancia de aquí, y en un paraje que sólo conoce poca gente.-Si no conoce bien el lugar, estoy seguro de que conoce la historia. Es ocasión de que me la cuente.-Con el mayor gusto, mi doctorcito. Aquí va la historia, tal como me la contó taita, y a éste el suyo y así sucesivamente.

Hace ñaupas vivía en su establecimiento un señor de los que en clase de cañeros y en condición de solterones cambian cada noche de colchón y muelen a dos y hasta a tres pailas. Demás está decir que ningún colchón era el de su cama propia y ninguna paila le había sido dada con bendición y latines de cura.

Vivía, pues, en pecado mortal y sin intención alguna de apartarse de éste. Con decir que no iba al pueblo sino a la muerte de un obispo, está dicho que no oía misa y con expresar que se pasaba las noches zangaloteando, queda expresado que no ocupaba su tiempo en rezos. Al saberle así, la gente murmuraba de él que era candidato seguro al infierno.Cierto día le cayó a casa un forastero en calidad de alojado. Era un tipo joven y buen mozo, y desde que llegó hasta que se puso en camino de irse, no aflojó el poncho que llevaba puesto: Un poncho colla a franjas, grueso y tieso, que le cubría desde el cuello hasta los morocos. Con el achaque de que su mula estaba despiada, se quedó durante días en el "establecimiento".

Poco tardó en ganarse la voluntad del dueño y, lo que es más, su confianza. Al fin consiguió aquello tras de lo cual había venido: Llevarse al dueño de casa por camino largo y con pretexto de venderle una estancia que dijo tener allá a la distancia. Partieron los dos bien montados, el uno con su cómoda chaqueta viajera y el otro embutido en su poncho.Nadie sabe de qué trataron en el camino, ni qué hizo el uno con respecto al otro. Nada propio de cristianos debió de ser, si se juzgan las cosas por las que después sobrevino. El hecho es que seguían tirando para adelante, cada vez por más lejos de los trechos conocidos.

Entre tanto una de las prójimas que el campesino tenía en casa y molía con él en la molienda, entró en serios temores acerca de él. Desde un comienzo el emponchao no le había caído en gracia, y con esta prevención empezó a abrigar recelos en su contra. Tales recelos se hicieron mayores con la inesperada partida de ambos. Y tanto, que al día siguiente determinó ir en su alcance.

Guapa, valiente y práctica en monturas y viajes, como era, ensilló un caballo y salió al trote largo tras de los caminantes. Sin aflojar el trote, sino para echarle al galope, le fue suficiente ese día con su noche para lograr el arriesgado intento.

Era ya día claro cuando dio con ellos, en momentos en que se disponía para proseguir la marcha. Colocándose frente a los dos se dirigió a su conjunto, gritándole como angustiada:

-¡Ni un paso más, o te perdés pa siempre!.

El del poncho se apresuró a replicar, entre calmoso y ofendido:

-¿Quién sos vos para impedir a éste que vaya conmigo?.

La mujer alzó entonces el grito:

-Te conozco a vos: ¡Sos el mismo Mandinga!.

Al decir esto hacía la señal de la cruz, enérgica y no muy devotamente que se diga. El sujeto empezó a recular protegiéndose los ojos con la mano y el antebrazo.

La mujer llegó a mayores efectividades. Esgrimiendo el talero que tenía en la mano empezó a descargar sobre seguro una lluvia de latigazos. No necesitó de mucho para lograr su objetivo. El diablo, pues se trataba de éste, vivito y coleando, emprendió la fuga. Y con tanta precipitación hubo de proceder, que dejó prendido el poncho en una rama.Fue así de cómo una mujer pudo más que el diablo, quitándole su presa y haciéndole perder el poncho. De allí viene el dicho, aunque no se mencione el hecho de haber sido una mujer la autora. Mejor así, para que la dignidad del hombre no sea tenida a menos.Al decir este último, al tuno de don Lorenzo le florecía una sonrisa picaresca tras de los bigotazos rebeldes.

EL FAROL DE LA OTRA VIDA

Desde que alguien lo vio por primera vez, y esto fue hacia el primer tercio del extinto siglo, hasta que todos consintieron en que había dejado de hacerse ver, allá entre la primera y la segunda décadas del siglo pronto a extinguirse, el llamado "Farol de la otra Vida" fue materia de testimonios a cual más fehaciente y objeto de comentarios a cual más conmovedor.

Se trataba de un farol como cualquier otro de los que en aquella época se utilizaban para caminar de noche por estas calles de Dios privadas de toda lumbre, como no fuese la de luna en su fase benéfica. Pero no

llevado por manos de cristiano en actual existencia, a juzgar por la forma como discurría y el profundo silencio que reinaba a su paso.Cuando la última campanada del reloj de la catedral había anunciado la media noche, el farol fantasma, o lo que sea, empezaba a hacerse ver en esta o aquellas calles de la ciudad dormida. Era del tamaño corriente, y dejaba advertir a través de sus vidrios una parpadeante llamita de vela que bien pudo ser de sebo o bien se cera. Se deslizaba por debajo de los corredores, a la altura y en disposición de si fuese llevado por cualquier persona, pero como si ésta anduviese muy paso a paso, con suma dificultad y deteniéndose aquí y allá por instantes.No tenía trayecto definido, pues unas veces era visto en una calle y otras en calle distinta. No obstante, quienes lograron mejor expectación, aseguraban que salía de los trasfondos de la Capilla (huerta de la casa parroquial de Jesús Nazareno), iba por acá o por allá y ya cerca del amanecer volvía allí, si es que no se esfumaba repentinamente en algún rincón.

A diferencia de otras apariciones de más allá de la tumba, ni traía consigo rumor alguno, ni suscitaba que se produjesen en su derredor. Ningún aullido de perros se dejaba oír y asimismo ningún gañido de lechuza.Que espantaba y empavorecía, no es necesario decirlo. Algunos al columbrarlo de lejos y de repente, echaban a correr sin freno. Se contaban entre éstos los juerguistas, los mal inclinados y los trasnochadores con propósitos vedados. Otros aguardaban a que se aproximase un poco, entre ellos algún valentón y algún curioso de los que no faltan. Pero aún éstos concluían por esquivarla, haciéndose cruces, y echar la carrera.Corría la voz de que los buenos, los justos y los de conciencia limpia podían muy bien encontrarlo, sin que nada malo les ocurriese. Pero nadie de los tenidos por tales se animó a hacer la prueba, seguramente porque algo de sus adentros les advertía que no eran de los llamados.Dizque una vez cierta beata con fama de virtuosa, que madrugaba más de la cuenta para ir a misa, advirtió de improviso que el farol discurría a corta distancia de ella. Se detuvo ahí mismo aterrorizada y respetuosa, diose a balbucear un padre nuestro por las almas del purgatorio y cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, el farol había desaparecido.Tiempo después desapareció del todo y, por lo visto, definitivamente.

EL TAMBO DEL TIGRILLO

El término tambo no equivale en el boscoso oriente a posada o alojamiento, como en el montañoso occidente, sino a conjunto de modestas viviendas, lo que los argentinos dicen "conventillo", pero más pobre aún y de pergeño más humilde.

El tambo era un hacinamiento en

línea de casas de tabique -"cuarterío"- las más de las veces reducidas y con un patio común en sus interiores. En cada habitación vivía una familia, o dos o más, con la estrechez y la incomodidad a que los pobres tenemos que habituarnos mal que nos pese. Felizmente los tiempos han cambiado, y de los tambos que eran muchos hasta hace cuarto de siglo, sólo se conservan los nombres en la tradición: Tambo Cosmini, Tambo Encaramao, Tambo Hondo, Tambo "Linpio" (así estaba escrito bajo el alero de su frontis), etc., etc.

Existe hasta ahora, bien que ya con otra catadura, el llamado "Tambo del Tigrillo", al final de la calle Charcas, entre el primero y el segundo anillo de circunvalación de la modernizada ciudad.

¿Porqué el nombre aquel de "Tigrillo"?. Ahí va la respuesta.A mediados del pasado siglo ocupaba un cuarto de este tambo una mujer de pueblo, viuda y con algunos críos que el difunto le había dejado, pero frescachona, donosa y apetitosa todavía. No faltaban solicitantes de sus favores y sus gracias, pero ella los resistía dando muestras de firmeza y de saber sentarse bien, como para no caer de espaldas. Y para mayor seguridad acudió a los auxilios y confortativos de la santa religión. Oía misa los más de los días, no se perdía novena ni quinario en su parroquia de San Andrés y hasta hizo buenas migas con el piadoso e inofensivo sacristán.

La parroquia, de su parte, le brindó afecto y confianza, y en prenda de esta última iba y venía el sacristán con encargos parroquiales. Dos o tres veces por semana, entradita ya la noche, llegaba el sacristán al cuartucho de la viuda, por el lado de atrás, es decir por el patio, y saludaba a voz en cuello, de modo que los del tambo pudieran oirle.

-Buenas noches nos dé Dios, misia Panchita. Aquí le traigo las cosas de la iglesia pa que las lave, como es su devota costumbre.-Pase don Este... Y veamos la lista.

Entraba el sacristán con el atadijo de los lienzos sagrados por lavar, y como éstos seguramente eran muchos, ahí se detenía para hacer la cuenta menuda, sin que los demás moradores del tambo supieran hasta qué hora.Vino en eso la época de calores. Los del tambo, en su mayoría, sacaban las esteras al patio para descansar con algún frescor, y lo propio hacía la viuda, salvo que más lejos, casi al fondo del canchón y junto a la frondosa arboleda en que éste concluía. No faltó un osado que pretendió acercarse a turbar el sueño de la viuda. Se aproximaba ya a ésta cuando oyó el gruñido de un animal felino, y tuvo que echar para atrás más que de prisa. Igual pasó con algún otro que se atrevió a lo mismo. Llegó de este modo a la suposición de que la viuda tenía por ahí cerca, para su guarda y defensa, un cachorro de tigre u otro felino semejante.Peor la hubo uno del vecindario que no haciendo caso del gruñido, avanzó más y se dispuso a perpetrar el asalto. A éste le cayó de pronto, desde un cupesí que había allí mismo, el propio felino que gruñía. Pudo el atacado zafarse al instante, más no sin sacar unos araños y alguna dentellada.

Al día siguiente todo fue comentar en el tambo el peregrino suceso. Alguien más avisado observó que no podía haber animal de esa naturaleza en un canchón que todos conocían. De la duda a la sospecha y de ésta a preparar la pesquisa, todo fue uno.A eso de la media noche subsecuente el grupo de pesquisantes se deslizó dentro de la arboleda, con toda la sutileza y precauciones que el caso requería. El de la primera duda y autor del plan, que comandaba la partida, acercóse al cupesí y trás de hurgar sus ramas con un palo puntiagudo, gritó triunfalmente:

-Aquí está el tigrillo. ¡Vengan a verlo!.El tal se había dejado caer del árbol y estaba ya en manos del anunciante. Era nada menos que el sacristán de San Andrés, que así velaba el sueño de la viuda, quizá con fines ni muy piadosos, ni muy desinteresados.

Desde ese día en adelante la alejada casa de vecindarios fue conocida por todo el mundo como "El Tambo del Tigrillo".

LAS SIETES CALLES.En el pequeño espacio que queda frente al mercado que la malicia pueblera ha dado en llamar "mercadito de oro", convergen tres calles: Una, la Suárez de Figueroa, que va de naciente a poniente; otra, la denominada Vallegrande, que se dirige de norte a sud, y la tercera, Isabel la Católica, que corta a ambas en sentido diagonal, de noreste a

sudoeste. Apreciadas las tres en sus entradas y salidas, desde el espacio de frente al "mercadito", el viandante ve, pues, seis calles. A pesar de ser sólo seis, todo el mundo conoce este lugar y el barrio circundante con el nombre de "Siete Calles".

Aquí va el origen de la denominación.Desde los tiempos del rey hasta bien entrada la república, eran siete, bien contadas. La séptima arrancaba precisamente de donde es hoy el "mercadito de oro" e iba hacia el sudoeste, casi paralelamente a la prolongación de Isabel la Católica. Pero un buen día de esos, hace ya un siglo, el propietario de los terrenos situados a uno y otro lado de la séptima tomó la heroica decisión de cerrar la calle, o más bien dicho callejón, que no era más por entonces, para consolidar su propiedad y hacer que ésta, en vez de dos, partidas a lo sesgo, fuera solamente una

e indivisible. Se trataba de un señor con bastante dinero en los bolsillos, muchas vinculaciones en la sociedad cruceña de la época y muy bien ubicado en la política, como que era nada menos que gobiernista de los más decididos.Sabida la noticia de que aquel señor había cerrado la calle en su provecho, sin importarle una pitajaya ni un guapomó los derechos y necesidades del vecindario, el presidente municipal -no había por entonces alcalde- se vio obligado a tomar las medidas del caso. Pero como era también gobiernista y muy amigo del cerrador de calles, vio por conveniente no hacer las cosas en persona. Mandó a su intendente que fuera al lugar, observara lo hecho y finalmente resolviera lo que correspondía en justicia.Dizque el tal intendente era hombre de poca sal en la mollera y, a más de eso, timorato y siempre dispuesto a dar la razón a quien gritase más fuerte. Llegó al sitio del estropicio y como para cerciorarse legalmente de lo ocurrido, para luego dar fe pública, empezó a contar solemnemente, llevando el índice en dirección de cada una de las calles: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... Nada más que seis.Llegó en eso el propietario, y con la ironía por delante y la firme decisión por detrás, espetó al intendente:-Seis no más, ¿no...? Tuve un maestro de escuela, allá en La Enconada, que me enseñó, entre otras cosas, la siguiente: Que las cinco vocales son cuatro: a, e, i, o. No u porque ésta es de los cucus y los sumurucucus... Te paso la lección a vos: Las siete calles son seis. Contálas bien y andaíte a tu despacho. Y no volvás a meterte en camisa de once varas.Dizque el intendente volvió con la lección aprendida, a más no poder. Y la pasó a su vez al pueblo, como quien le enseña una verdad incontrastable: Las Siete Calles no son más que seis...

EL AGUA

Es una sustancia abiótica la más importante de la tierra y uno de los más principales constituyentes del medio en que vivimos y de la materia viva. En estado liquido aproximadamente un gran porcentaje de la superficie terrestre esta cubierta por agua que se distribuye por cuencas saladas y dulces, las primeras forman los océanos y mares; lago y lagunas, etc.; como gas constituyente La humedad atmosférica y en forma sólida la nieve o el hielo.El agua constituye lo que llamamos hidrosfera y no tiene limites precisos con la Atmósfera y la litosfera porque se compenetran entre ella.En definitiva, el agua es el principal fundamento de la vida vegetal y animal y por tanto, es el medio ideal para la vida, es por eso que las diversas formas de vida prosperan allí donde hay agua.

DEBEMOS CUIDAR EL AGUAEl que sale de los caños es el agua de los ríos purificada mediante un tratamiento que la convierte en potable. Se utiliza para beber cocinar los

alimentos y para lavar. No debemos desperdiciarla o que se derrame por los caños abiertos o en mal estado. Cuando el agua esta sucia pueden contener microbios que producen enfermedades intestinales y trastornos en el organismo. Cuando se arroja basura, desechos de la fabrica y desperdicios a las aguas que van al mar existen peligro de matar a los peces y otros seres que viven allí. En este caso decimos que el agua esta contaminada. La escasez del agua en algunas regiones ha determinado un avance en las técnicas de conversión de agua saladas en agua potable, proceso que tiene un alto costo contaminación del agua por basura y desperdicio.

CLASES:Aguas de ríos, lagos, lagunas, riachuelos.Por lo general son incoloras y sin sabor. En tiempo de lluvias estas aguas se enturbian y contaminan por efectos de la erosión.Estas aguas se emplean para el riego de los cultivos y vegetación.Algunos ríos y lagos se utilizan para la navegación.Agua potable.

sin olor, ni color algunas veces de sabor agradable. No contiene gérmenes ni bacterias patógenas, por lo que se le usa para

el consumo humano. Se obtiene por tratamiento especial de las aguas del río.

Aguas Medicinales y termalesTienen temperaturas elevadas y diversidad de sales disueltas, son de sabor y olor característicos. Son curativas.Existe otras aguas con gran cantidad y diversidad de sales minerales, esta agua proviene del subsuelo y afloran a la superficie en los manantiales y lagunas, no son calientes. En nuestro país son famosos los baños de Yura y Jesús, y hay muchas más.Agua Destilada.

Se obtiene por destilación de las aguas naturales. Por no contener sales minerales, es impropia para beberla. Se la reconoce porque no deja residuos al evaporarse. Se le usa en la medicina y el estudio.

Agua pesada Se considera como tóxica pero en realidad es inerte. Tiene gran importancia en las plantas de energía atómica. Su fórmula es D2O.

IMPORTANCIA: Es un elemento mayoritario de todos los seres vivos (78%) indispensable

en el desarrollo de la vida y el consumo humano y es un excelente disolvente, es una fuente de energía hidroeléctrica.

Es un medio de transporte (NAVEGACIÓN). Erosiona las rosas descartando La corteza terrestre. Contiene sales disueltas que es aprovechable para las plantas. Las caídas de agua y el movimiento del mar son aprovechadas como

energía.

El mundo del agua 

La mayor parte del planeta Tierra está cubierta de agua; casi toda se encuentra en océanos salados y profundos. Pero también existe una gran cantidad de agua dulce: en el aire, en el suelo, en los ríos, lagos y arroyos.Sin toda esta agua, la Tierra sería un desierto. Todas las plantas y todos los animales, incluyendo a las personas, morirían si les faltara el agua.

El ciclo del agua

El agua está en continuo movimiento. El sol calienta el agua del mar; eso hace que el agua se evapore y se eleve en el aire. A esto se le llama evaporación. Al elevarse, el vapor de agua se enfría y se convierte en gotas de

agua. Estas gotas caen en forma de lluvia sobre la tierra y se deslizan por las montañas, riachuelos y ríos, regresando de nuevo al mar.

La humedad

El aire que respiramos no está completamente seco; aunque no lo podamos ver, siempre existe vapor de agua. Si el aire caliente, lleno de vapor de agua, se enfría, el vapor de agua sobrante se convierte en líquido formando pequeñas gotas. Esto se llama condensación Por las mañanas podemos descubrir a veces sobre la hierba, gotitas de agua llamadas rocío. Esto sucede por la noche cuando el aire se enfría al contacto con el suelo, y el agua se condensa sobre la hierba.

También puedes ver gotitas de agua en algunas ventanas. Éstas se forman cuando el aire caliente de una habitación con calefacción, se encuentra con el cristal frío de la ventana.

La lluvia

Las nubes contienen millones de gotitas de agua o cristalitos de hielo. Éstas son como polvo. Si las nubes se enfrían, las gotitas aumentan de tamaño y comienzan a caer. A esto es a lo que llamamos lluvia.

La ebullición 

Cuando se calienta el agua por encima de 100 grados, se transforma en un gas, que llamamos vapor. Pero no se puede ver porque es transparente. El agua hierve a una temperatura de 100 grados, que se llama punto de ebullición. En una olla a presión, el agua llega a una temperatura de 120 grados antes de hervir y así la comida se cuece más

rápidamente.

LA PROFUNDIDAD

Cuanto más profundo te sumerjas bajo el agua, más presión deberás soportar. En el océano, 10 kilómetros de profundidad suponen una presión de más de una tonelada (1.000 Kg.) por centímetro cuadrado. Algunos animales pueden vivir allí sin ser aplastados porque sus cuerpos contienen líquidos y sólidos que no pueden ser comprimidos. Es decir, que no pueden reducir más su tamaño. Pero si llevaras estos animales a la superficie, se hincharían, porque los gases disueltos en sus cuerpos formarían burbujas.

Subir y bajar Los buzos y los submarinos ascienden en el mar al hacerse más ligeros. Por el contrario, para sumergirse, se hacen más pesados. Los peces suben y bajan usando una bolsa especial llena de aire que llevan dentro de su cuerpo: la vejiga natatoria. Cuando está llena de aire permite que el pez flote.

El peso del agua El cuerpo humano no puede sobrevivir bajo el agua sin un equipo especial que le proteja de la presión. Los buzos llevan trajes muy gruesos que, además, les suministran aire. Las inmersiones a mucha profundidad tendrán que ser en submarinos, que están construidos con un metal muy

resistentes y dotados de ventanas de cristal muy grueso que puede soportar la enorme presión.