benjamin el origen del drama barroco aleman walter benjamin

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BENJAMIN El Origen Del Drama Barroco Aleman Walter Benjamin

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    Walter Benjamin.

    El origen del drama barroco alemn.

    Concebido en 1916. redactado en 1925. Entonces, como hoy, dedicado a mi mujer.

    Introduccin.

    Algunas cuestiones preliminares de crtica del conocimiento.

    Puesto que ni en el saber ni en la reflexin se puede alcanzar un todo, ya que el saber est privado de interioridad, y la reflexin de exterioridad, nos vemos obligados a considerar la ciencia como si fuera un arte, si es que esperamos de ella alguna forma de totalidad. Y sta ltima no debemos ir a buscarla en lo general, en lo excesivo, sino que, as como el arte se manifiesta siempre enteramente en cada obra individual, as tambin la ciencia debera mostrase siempre por entero en cada objeto individual estudiado.

    Johan Wolfgag von Goethe, Materiales para la historia de la Teora de los Colores.*

    Es caracterstico del texto filosfico enfrentarse de nuevo, a cada cambio de rumbo, con la cuestin del modo de exposicin. En su forma acabada el texto filosfico terminar convirtindose en doctrina, pero la adquisicin de tal carcter acabado no se debe a la pujanza del mero pensamiento. La doctrina filosfica se basa en la codificacin histrica. Por tanto no puede ser invocada more geometrico. Cuanto ms claramente las matemticas prueban que la eliminacin total del problema de la exposicin (eliminacin reivindicada por todo sistema didctico rigurosamente apropiado) constituye el signo distintivo del conocimiento genuino, tanto ms decisivamente se manifiesta su renuncia al dominio de la verdad, intencionado por los lenguajes. Lo que en los proyectos filosficos es mtodo, no se extiende a su organizacin didctica. Y esto quiere decir simplemente que a estos proyectos les es inherente una dimensin esotrica que ellos no pueden descartar, que les est prohibido negar y de la que no pueden vanagloriarse sin pronunciar su propia condena. Lo que el concepto decimonnico de sistema ignora es la alternativa representada para la forma filosfica por los conceptos de doctrina y de ensayo esotrico. En la medida en que la filosofa est determinada por dicho concepto de sistema, corre el peligro de acomodarse a un sincretismo que intenta capturar la verdad en una tela de araa tendida entre los conocimientos, como si viniera volando desde fuera. Pero el universalismo as adquirido por la filosofa est muy lejos de alcanzar la autoridad didctica de la doctrina. Si la filosofa quiere mantenerse fiel a la ley de su forma, en cuanto exposicin de la verdad, y no en cuanto gua para la adquisicin del conocimiento, tiene que dar importancia al ejercicio de esta forma suya y no a su anticipacin en el sistema. Este ejercicio se ha impuesto en todas las pocas que reconocieron la esencialidad sin parfrasis posible de la verdad, hasta llegar a asumir los rasgos de una propedutica que puede ser designada con el termino escolstico de tratado, ya que ste alude, si bien de modo latente, a los objetos de la teologa, sin los cuales la verdad resulta impensable. Los tratados pueden ser, ciertamente, didcticos en el tono; pero su talante ms ntimo les niega el valor conclusivo de una enseanza que, al igual que la doctrina, podra imponerse en virtud de la propia autoridad. Los tratados no recurren tampoco a los medios coercitivos de la prueba matemtica. En su forma cannica se encontrar la cita autorizada como el nico elemento que responde a una intencin que es casi ms educativa que didctica. La exposicin es la quintaesencia de su mtodo. El mtodo es rodeo. En la exposicin en cuanto rodeo consiste, por tanto, lo que el tratado tiene de mtodo. La renuncia al curso ininterrumpido de la intencin es su primer signo distintivo. Tenaz comienza el pensamiento siempre de nuevo, minuciosamente regresa a la cosa misma. Este incesante tomar aliento constituye el ms autntico modo de existencia de la contemplacin. Pues, al seguir las distintas gradaciones de sentido en la observacin de un solo y mismo objeto, la contemplacin recibe al mismo tiempo el estmulo para aplicarse siempre de nuevo y la justificacin de su ritmo intermitente. Y la contemplacin filosfica no tiene que temer por ello una prdida de empuje, del mismo modo que la majestad de los mosaicos perdura a pesar de su despiece en caprichosas partculas. Tanto el mosaico como la contemplacin yuxtaponen elementos aislados y heterogneos, y nada podra manifestar con ms fuerza que este hecho el alcance trascendente, ya de la imagen sagrada, ya de la verdad. El valor de los fragmentos de pensamiento es tanto mayor cuanto menos inmediata resulte su relacin con la concepcin bsica correspondiente, y el brillo de la exposicin depende de tal

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    valor en la misma medida en que el brillo del mosaico depende de la calidad del esmalte. La relacin entre el trabajo microscpico y la magnitud del todo plstico e intelectual demuestra cmo el contenido de verdad se deja aprehender slo mediante la absorcin ms minuciosa en los pormenores de un contenido fctico. En su forma ms alta en Occidente, el mosaico y el tratado pertenecen a la Edad Media; compararlos es posible porque su afinidad es real.

    La dificultad inherente a tal gnero de exposicin prueba, simplemente, que se trata de una forma congnita de prosa. Mientras que el hablante apoya con la voz y con los gestos las frases aisladas, incluso all donde no podran sostenerse por s mismas, y compone con ellas una sucesin de pensamientos a menudo vacilante y vaga, como si esbozara de un solo trazo un dibujo altamente alusivo, es propio de la escritura detenerse y comenzar desde el principio a cada frase. La forma de exposicin contemplativa, ms que cualquier otra, tiene que ajustarse a este principio. Pues su objetivo no es arrebatar al lector, ni tampoco entusiasmarlo. Slo est segura de s misma cuando lo obliga a detenerse en los momentos de la observacin. Cuanto ms vasto sea su objeto, tanto ms distanciada resultar esta observacin. Una vez descartado el imperativo discurso didctico, la sobriedad de su prosa sigue siendo el nico modo de escribir adecuado para la investigacin filosfica. El objeto de esta investigacin son las ideas. Si la exposicin pretende afirmarse como el mtodo propio del tratado filosfico, no tendr ms remedio que consistir en la exposicin de las ideas. La verdad, manifestada en la danza que componen las ideas expuestas, se resiste a ser proyectada, no importa cmo, en el dominio del conocimiento. El conocimiento es un haber. Su mismo objeto se determina por el hecho de que tiene que ser posedo en la conciencia, sea sta o no trascendental. Queda marcado con el carcter de cosa poseda. Con relacin a esta posesin, la exposicin viene a ser secundaria. El objeto no existe ya como algo que se automanifesta. Y esto ltimo es precisamente lo que sucede con la verdad. El mtodo, que para el conocimiento es un camino que le permite alcanzar el objeto de la posesin (aunque sea a costa de engendrarlo en la conciencia), para la verdad consiste en la exposicin de s misma y, por tanto, es algo dado con ella en cuanto forma. Esta forma no pertenece a una correlacin interior a la conciencia, como sucede con la metodologa del conocimiento, sino a un ser. La tesis de que el objeto del conocimiento no coincide con la verdad no dejar nunca de aparecer como una de las ms profundas intenciones de la filosofa en su forma original: la doctrina platnica de las ideas. El conocimiento puede ser interrogado, pero la verdad no. El conocimiento apunta a lo particular, pero no inmediatamente a su unidad. La unidad del conocimiento (si es que existe) consistira ms bien en una correlacin sintetizable slo de manera mediata (es decir, a partir de los conocimientos singulares y, en cierto modo, nivelndolos), mientras que en la esencia de la verdad la unidad es una determinacin absolutamente libre de mediaciones y directa. En tanto que directa, es peculiar de esta determinacin el no prestarse a ser interrogada. Pues, si la unidad integral existente en la esencia de la verdad fuera interrogable, la pregunta tendra que ser formulada en los siguientes trminos: en qu medida la respuesta a esta pregunta est ya implcita en cada respuesta concebible dada por la verdad a cualquier pregunta? Y la respuesta a esta pregunta conducira a formular la misma pregunta de nuevo, de tal modo que la unidad de la verdad escapara a cualquier interrogacin. En cuanto unidad en el ser y no en cuanto unidad en el concepto, la verdad est fuera del alcance de toda pregunta. Mientras que el concepto surge de la espontaneidad del entendimiento, las ideas se ofrecen a la contemplacin. Las ideas consisten en algo previamente dado. As, al distinguir la verdad de la correlacin caracterstica de conocimiento, la idea queda definida en cuanto ser. Tal es el alcance de la doctrina de las ideas para el concepto de verdad. En tanto que ser, la verdad y la idea adquieren aquel supremo significado metafsico que el sistema platnico les atribuye enrgicamente.

    Todo lo anteriormente dicho queda documentado especialmente en el Banquete, que contiene en particular dos afirmaciones decisivas al respecto. All se desarrolla la nocin de verdad (correspondiente al reino de las ideas) como el contenido esencial de la belleza. Y all tambin la verdad es tenida por bella. Comprender la concepcin platnica de la relacin de la verdad con la belleza no slo constituye un objetivo primordial de toda investigacin perteneciente a la filosofa del arte, sino que resulta adems indispensable para la determinacin del concepto mismo de verdad. Una interpretacin fiel a la lgica del sistema, que no viera en estas dos frases ms que el venerable embrin de un panegrico de la filosofa, quedara inevitablemente excluida del mbito de la doctrina de las ideas, dentro del cual el modo de ser de stas se pone de manifiesto (y quiz en ninguna parte mejor que en las afirmaciones citadas). La segunda de ellas necesita, en primer lugar, un comentario restrictivo. Cuando se dice que la verdad es bella, esta afirmacin hay que comprenderla en el contexto del Banquete, que describe la escala del deseo ertico. Eros (as es como debemos entender el argumento) no traiciona su aspiracin originaria al convertir a la verdad en objeto de su anhelo, pues tambin la verdad es bella. Y lo es no tanto en s misma como para Eros. E igual sucede con el amor humano: una persona es bella para el amante, y no en s misma, porque su cuerpo se inscribe en un orden ms elevado que el de lo bello. As tambin la verdad, que es bella, no tanto en s misma como para aquel que la busca. Aunque se advierta aqu cierto matiz de relativismo, esto no significa en lo

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    ms mnimo que la belleza, el atributo esencial de la verdad, se haya convertido en un mero epteto metafrico. La esencia de la verdad en cuanto automanifestacin esencial del reino de las ideas garantiza, por el contrario, que la tesis de la belleza de la verdad jams podr perder su validez, pues tal momento de manifestacin de la verdad constituye el refugio de la belleza en general. Y lo bello no perder su carcter aparente y tangible en tanto se reconozca a s mismo abiertamente en cuanto tal. Su brillo, que seduce en la medida en que pretende ser mera apariencia, desencadena la persecucin del intelecto y slo revela su inocencia cuando se refugia en el altar de la verdad. Eros lo sigue en esta fuga, no como perseguidor, sino como amante, de tal modo que la belleza, en razn de su apariencia, siempre huye doblemente: del que utiliza el intelecto, por temor; y del amante, por angustia. Y tan slo este hecho puede atestiguar que la verdad no es un desvelamiento que anula el secreto, sino una revelacin que le hace justicia. Pero es capaz la verdad de hacer justicia a lo bello? sta es la pregunta ms central del Banquete. Platn la contesta al asignar a la verdad el cometido de garantizar el ser de la belleza. Y es en este sentido que l desarrolla la nocin de la verdad en cuanto contenido de lo bello. Pero este contenido no sale a la luz con el desvelamiento, sino que se revela en el curso de un proceso que metafricamente podra designarse como el llamear de la envoltura del objeto al penetrar en el crculo de las ideas: como una combustin de la obra en la que su forma alcanza el grado mximo de su fuerza luminosa. Esta relacin entre verdad y belleza, que muestra mejor que nada hasta qu punto la verdad es diferente del objeto del conocimiento (con el que habitualmente se la equipara), nos da la clave del sencillo e impopular hecho de la actualidad de ciertos sistemas filosficos cuyo contenido cognoscitivo hace mucho tiempo que perdi toda relacin con la ciencia. En las grandes filosofas el mundo queda manifestado en el orden que adoptan las ideas. Pero el marco conceptual en que tal cosa suceda, por regla general hace tiempo que cedi. No obstante, estos sistemas mantienen su validez en cuanto esbozos de una descripcin del mundo, como la ofrecida por Platn con la doctrina de las ideas, Leibniz con la monadologa y Hegel con la dialctica. Es una propiedad comn a todas estas tentativas la circunstancia de que su sentido queda establecido (y hasta muy a menudo se despliega con mayor fuerza) cuando se las pone en relacin con el mundo de las ideas, en vez de con el mundo emprico. Pues estas construcciones intelectuales surgieron como descripcin de un orden de las ideas. Cuanto mayor era la intensidad con la que los pensadores trataban de trazar la imagen de lo real en ellas, tanto ms rico tema que resultar el orden conceptual por ellos desarrollado; un orden que a los ojos del futuro intrprete deba ser til para la manifestacin originaria del mundo de las ideas, que era en el fondo el objetivo intencionado. Dado que la tarea del filsofo consiste en ejercitarse en trazar una descripcin del mundo de las ideas, de tal modo que el mundo emprico se adentre en l espontneamente hasta llegar a disolverse en su interior, el filsofo ocupa una posicin intermedia entre la del investigador y la del artista, y ms elevada que ambas. El artista traza una imagen en miniatura del mundo de las ideas; imagen que, al ser trazada en forma de smil, asume un valor definitivo en cada momento presente. El investigador organiza el mundo con vistas a su dispersin en el dominio de la idea, al dividirlo desde dentro en el concepto. l comparte con el filsofo el inters en la extincin de la mera empiria, mientras que el artista comparte con el filsofo la tarea de la exposicin. Se ha venido asimilando demasiado el filsofo al investigador, y a menudo al investigador en su versin ms limitada, negando espacio en la tarea del filsofo al problema del modo de exposicin. El concepto de estilo filosfico est exento de paradojas. Tiene sus postulados, que son: el arte de la interrupcin, en contraste con el encadenamiento de la deduccin; la tenacidad del tratado, en contraste con el gesto del fragmento; la repeticin de los motivos, en contraste con el universalismo superficial; y la plenitud de la positividad concentrada, en contraste con la polmica refutadora.

    A fin de que la verdad se manifiesta como unidad y singularidad no es necesario en modo alguno recurrir por medio de la ciencia a un proceso deductivo sin lagunas. Y, sin embargo, esta coherencia exhaustiva es precisamente el nico modo en que la lgica del sistema se relaciona con la nocin de verdad. Tal clausura sistemtica no tiene que ver con la verdad ms que cualquier otra forma de exposicin que intente asegurarse la verdad por medio de conocimientos y de sus conexiones recprocas. Cuanto ms escrupulosamente la teora del conocimiento cientfico investiga las distintas disciplina, tanto ms claramente se manifiesta la incoherencia metodolgica de stas. Con cada campo correspondiente a una ciencia particular se introducen presupuestos nuevos y sin fundamento deductivo, en cada uno de stos se dan por resueltos los problemas de los campos adyacentes con el mismo nfasis con que se afirma la imposibilidad de deducir su solucin en otro contexto[1]. Considerar esta incoherencia como accidental es uno de los rasgos menos filosficos de esa teora de la ciencia que en sus investigaciones no toma como punto de partida las disciplinas particulares, sino postulados supuestamente filosficos. Pero tal discontinuidad del mtodo cientfico, muy lejos de determinar un estadio inferior y provisional del conocimiento, podra, por el contrario, promover positivamente la teora de ste, si no se interpusiera la presuncin de aprehender la verdad (que sigue siendo una unidad sin fisuras) mediante una integracin enciclopdica de los conocimientos. El sistema slo tiene validez en la medida en que su esquema bsico est inspirado en la constitucin del mundo de las ideas mismo. Las grandes articulaciones que determinan no slo la estructura de los sistemas, sino tambin la terminologa filosfica (las ms generales de las cuales son

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    la lgica, la tica y la esttica), no adquieren su significado en cuanto denominaciones de disciplinas especializadas, sino en cuanto monumentos de una estructura discontinua del mundo de las ideas. Pero los fenmenos no entran en el reino de las ideas ntegros (es decir, en su existencia emprica, mixta de apariencia), sino slo en sus elementos, salvados. Se despojan de su falsa unidad a fin de participar, divididos, de la genuina unidad de la verdad. En esta divisin suya, los fenmenos quedan subordinados a los conceptos, que son los que llevan a cabo la descomposicin de las cosas en sus elementos constitutivos. La diferenciacin en conceptos quedar a salvo de cualquier sospecha de bizantinismo destructivo siempre que se proponga el rescate de los fenmenos en las ideas: el * platnico. Gracias a su papel de mediadores, los conceptos permiten a los fenmenos participar del ser de las ideas. Y esta misma funcin mediadora los vuelve aptos para otra tarea de la filosofa, igualmente primordial: la exposicin de las ideas. Con la salvacin de los fenmenos por medio de las ideas se lleva a cabo tambin la manifestacin de las ideas en el medio de la realidad emprica. Pues las ideas no se manifiestan en s mismas, sino slo y exclusivamente a travs de una ordenacin, en el concepto, de elementos pertenecientes al orden de las cosas. Es decir, las ideas se manifiestan en cuanto configuracin de tales elementos.

    El conjunto de conceptos utilizados para manifestar una idea la vuelve presente como configuracin de dichos conceptos. Pues los fenmenos no estn incorporados a las ideas, no estn contenidos en ellas. Las ideas, por el contrario, constituyen su ordenacin objetiva virtual, su interpretacin objetiva. Si ellas no contienen los fenmenos por incorporacin, ni tampoco llegan a esfumarse, al quedar reducidas al status de meras funciones, de ley de los fenmenos, de hiptesis suya, cabe entonces preguntarse de qu manera tienen alcance sobre ellos. Y la respuesta sera: representando estos fenmenos. En cuanto tal, la idea pertenece a una esfera radicalmente heterognea a lo por ella aprehendido. Por eso no se puede adoptar como criterio para determinar su modo de existencia el hecho de que abarque o no lo aprehendido de la misma manera que el gnero abarca las especies. Pues no es ste el cometido de la idea. Una comparacin puede ilustrar su signifcado. Las ideas son a las cosas lo que las constelaciones son a las estrellas. Esto quiere decir, antes que nada, que las ideas no son ni las leyes ni los conceptos de las cosas. No sirven para el conocimiento de los fenmenos, los cuales en modo alguno pueden convertirse en criterios para determinar la existencia de las ideas. Al contrario, para las ideas el significado de los fenmenos se agota en sus elementos conceptuales. Mientras que los fenmenos, con su existencia, con sus afinidades y sus diferencias, determinan la extensin y el contenido de los conceptos que los integran, su relacin con las ideas es la inversa, en la medida en que la idea, en cuanto interpretacin objetiva de los fenmenos (o, ms bien, de sus elementos) determina primero su mutua pertenencia. Las ideas son constelaciones eternas y, al captarse los elementos como puntos de tales constelaciones, los fenmenos quedan divididos y salvados al mismo tiempo. Y esos elementos que el concepto se encarga de redimir de los fenmenos se manifiestan ms claramente en los extremos. La idea puede ser descrita como la configuracin de la correlacin de lo extremo y nico con su semejante. Por eso es falso comprender como conceptos las referencias ms generales del lenguaje, en vez de reconocerlas como ideas. Es absurdo pretender considerar lo general como algo de un simple valor medio. Lo general es la idea. La realidad emprica, en cambio, cuanto ms claramente se puede ver en ella algo extremo, tanto mejor se consigue penetrarla. El concepto toma como punto de partida lo extremo. Lo mismo que a la madre se la ve comenzar a vivir con todas sus fuerzas slo cuando el crculo de sus hijos se cierra en torno a ella movido por el sentimiento de su proximidad, as tambin las ideas slo cobran vida cuando los extremos se agrupan a su alrededor. Las ideas (o ideales, segn la terminologa de Goethe) son las madres fusticas. Permanecen en la oscuridad en tanto que los fenmenos no se declaran a ellas, juntndose a su alrededor. La recoleccin de los fenmenos incumbe a los conceptos, y la divisin que en ellos se efecta gracias a la funcin discriminatoria del intelecto es tanto ms significativa en cuanto que de un golpe consigue un resultado doble: la salvacin de los fenmenos y la manifestacin de las ideas.

    Las ideas no son dadas en el mundo de los fenmenos. Cabe, por tanto, preguntarse en qu consiste ese modo de ser dadas, al que se ha aludido anteriormente, y si es inevitable tener que transferir a una intuicin intelectual, a menudo invocada, el cometido de dar cuenta de la estructura del mundo de las ideas. La debilidad que todo esoterismo comunica a la filosofa no se revela en ninguna parte de manera ms abrumadora que en la visin, que se prescribe a manera de actitud filosfica a los adeptos de todas las doctrinas del paganismo neoplatnico. El ser de las ideas no puede ser simplemente concebido en cuanto objeto de una intuicin, ni siquiera de la intuicin intelectual. Pues ni siquiera en su formulacin ms paradjica, la que la presenta como intellectus archetypus, es capaz la intuicin de penetrar el modo peculiar en que la verdad es dada y gracias al cual se mantiene fuera del alcance de cualquier tipo de intencin, incluido el hecho de aparecer ella misma como intencin. La verdad no entra nunca en una relaciona mucho menos en una relacin intencional. El objeto del conocimiento, en cuanto determinado a travs de la intencionalidad conceptual, no es la verdad. La verdad consiste en un ser desprovisto de intencin y constituido por ideas. El modo adecuado de acercarse a la verdad

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    no es, por consiguiente, un intencionar conociendo, sino un adentrarse y desaparecer en ella. La verdad es la muerte de la intencin. Tal podra ser el significado de la leyenda de la estatua cubierta de Sais que, al ser desvelada, destrua a quien con ello pensaba averiguar la verdad. Y esto no se debe a una enigmtica atrocidad de la circunstancia, sino a la naturaleza de la verdad, ante la cual hasta el ms puro fuego de la bsqueda se extingue como bajo el efecto del agua. El ser de la verdad, por pertenecer al orden de las ideas, se diferencia del modo de ser de las apariencias. De ah que la estructura de la verdad requiera un ser comparable en falta de intencionalidad al ser sencillo de las cosas, pero superior a l en consistencia. La verdad no es una intencin que alcanzara su determinacin a travs de la realidad emprica, sino la fuerza que plasma la esencia de dicha realidad emprica. El nico ser, sustrado a cualquier tipo de fenomenalidad, donde reside esta fuerza, es el ser del nombre. Este ser determina el modo en que las ideas son dadas. Pero ellas son dadas, no tanto en un lenguaje primordial, como en una percepcin primordial en la que las palabras an no han perdido su nobleza denominativa en favor de su significado cognoscitivo. En cierto sentido puede ponerse en duda que la doctrina platnica de las ideas hubiera sido posible si el sentido de las palabras no hubiera sugerido al filsofo, que conoca solamente su lengua madre, una divinizacin del concepto verbal, una divinizacin de las palabras: las ideas de Platn (si por una vez se nos permite juzgarlas desde este punto de vista parcial) no son en el fondo nada ms que palabras y conceptos de palabras divinizados[2]. La idea es algo de naturaleza lingstica: se trata de ese aspecto de la esencia de la palabra en que sta es smbolo. En la percepcin emprica, en la que las palabras se han desintegrado, ellas poseen, adems de su dimensin simblica ms o menos oculta, un signifcado abiertamente profano. Al filsofo le incumbe restaurar en su primaca, manifestndolo, el carcter simblico de la palabra, mediante el que la idea alcanza conciencia de s misma, lo cual es todo lo contrario de cualquier tipo de comunicacin dirigida hacia fuera. Y, como la filosofa no puede tener la arrogancia de hablar con el tono de la revelacin, esta tarea slo puede llevarse a cabo mediante recurso a una reminiscencia que se remonta a la percepcin originaria. La anamnesis platnica quiz no se halle muy alejada de este tipo de reminiscencia. Slo que no se trata de una actualizacin intuitiva de imgenes; en la contemplacin filosfica, por el contrario, desde lo ms hondo de la realidad la idea se libera en cuanto palabra que reclama de nuevo su derecho a nombrar. Tal actitud no corresponde, sin embargo, a Platn, en ltima instancia, sino a Adn, el padre de los hombres y el padre de la filosofa. La imposicin adamtica de los nombres est tan lejos de ser mero juego y arbitrio, que llega a constituir la confirmacin de que el estado paradisaco era aquel en que an no haba que luchar contra el valor comunicativo de las palabras. Las ideas se dan inintencionalmente en la nominacin y tienen que renovarse en la contemplacin filosfica. En esta renovacin la percepcin original de las palabras queda restaurada. Y por eso la filosofa a lo largo de su historia (objeto tan a menudo de burla) ha venido a ser con razn una lucha por la exposicin de unas pocas palabras, siempre las mismas: las ideas. En filosofa resulta, por tanto, discutible la introduccin de nuevas terminologas, si en vez de limitarse estrictamente al mbito conceptual, se orienta hacia los objetos ltimos de la contemplacin. Tales terminologas (intentos fallidos de nominacin en los que la intencin tiene ms peso que el lenguaje) carecen de la objetividad que la historia ha conferido a las principales expresiones de la contemplacin filosfica. stas, en cambio, se hallan por su cuenta en un perfecto aislamiento inaccesible a las meras palabras. Y de este modo las ideas acatan la ley que dice: todas las esencias existen en un estado de completa autonoma e intangibilidad, no slo respecto a los fenmenos, sino sobre todo las unas respecto de las otras. Igual que la armona de las esferas depende del rolar de los asiros que no se tocan, as tambin la existencia del mundus intelligibilis depende de la distancia insalvable que separa a las esencias puras. Cada idea es un sol y se relaciona con las dems lo mismo que los soles se relacionan entre s. La verdad es la resonancia producida por la relacin entre tales esencias, cuya multiplicidad concreta es finita. Pues la discontinuidad afecta a las esencias..., que llevan una vida toto caleo distinta de la de los objetos y sus propiedades; cuya existencia no se puede imponer dialcticamente seleccionando un complejo cualquiera de cualidades encontrado en un objeto y aadindoselo *, sino que su nmero es limitado, y cada una de las cuales debe ser buscada laboriosamente en el lugar correspondiente de su mundo, hasta toparse con ella como un rocher de bronce, o hasta que la esperanza en su existencia se revela engaosa[3]. No ha sido raro que la ignorancia de esta discontinua finitud suya haya frustrado algunos intentos vigorosos de renovar la doctrina de las ideas, que se concluyen por ahora con el de los primeros romnticos. En sus especulaciones, la verdad, en vez de su genuino carcter lingstico, asumi el carcter de una conciencia reflexiva.

    En el sentido en que es tratado en la filosofa del arte, el Trauerspiel** es una idea. Dicho enfoque se diferencia del enfoque caracterstico de la historia de la literatura, antes que nada, en su presuposicin de unidad, ya que el segundo est obligado a de mostrar la existencia de multiplicidad. En el anlisis histrico-literario las diferencias y extremos se amalgaman y relativizan como algo transitorio, mientras que en el desarrollo conceptual alcanzan el rango de energas complementarias y la historia queda reducida a la condicin de margen coloreado de una simultaneidad cristalina. Desde el punto de vista de la filosofa del arte los extremos son necesarios y el transcurso histrico es virtual. La idea, en cambio, constituye el extremo de una forma o gnero que, en cuanto tal,

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    no tiene cabida en la historia de la literatura. Considerado como concepto, el Trauerspiel podra encuadrarse sin problemas en la serie de conceptos clasificatorios de la esttica. De modo distinto se comporta la idea en lo que a las clasificaciones respecta. La idea no determina ninguna clase ni lleva dentro de s aquella generalidad sobre la que, en el sistema de las clasificaciones, se basa el nivel conceptual respectivo: la generalidad de la media. A la larga, no ha sido posible mantener oculta la precariedad de que, como consecuencia de este hecho, el procedimiento inductivo adolece en las investigaciones de historia del arte. Entre los investigadores recientes cunde la perplejidad crtica. A propsito de su estudio Sobre el fenmeno de lo trgico, dice Scheler: Cmo hay que proceder? Debemos reunir todo tipo de ejemplos de lo trgico, es decir, toda clase de acontecimientos y sucesos de los que se afirma que producen una impresin trgica, y a continuacin preguntarnos inductivamente qu tienen en comn? Se tratara entonces de una especie de mtodo inductivo, susceptible tambin de corroboracin experimental. Sin embargo, esto nos servira todava de menos que la observacin de nuestro propio yo cuando nos encontramos bajo los efectos de lo trgico. Pues, qu es lo que nos autoriza a aceptar que es trgico aquello que la gente tiene por tal?[4]. No puede conducir a nada el intento de determinar las ideas inductivamente (conforme a su extensin), tomando como punto de partida el lenguaje corriente, para luego terminar investigando la esencia de lo que ha sido as fijado. Pues el uso lingstico resulta, sin duda, de un valor inapreciable para el filsofo si se lo adopta en cuanto alusivo a las ideas, pero insidioso si, interpretado con la ayuda de un discurso o un razonamiento poco riguroso, se lo acepta en cuanto fundamento formal de un concepto. Este hecho nos permite incluso afirmar que slo con la mxima cautela puede el filsofo inclinarse a la prctica, habitual en el pensamiento ordinario, de convertir las palabras en conceptos especficos a fin de apropirselas mejor. Y precisamente la filosofa del arte ha sucumbido a esta tentacin con no poca frecuencia. Pues cuando (por poner un ejemplo extremo, entre muchos) la Esttica de lo trgico de Volkelt incluye en sus anlisis obras de Holz o de Halbe a igual ttulo que dramas de Esquilo o de Eurpides, sin plantearse siquiera si lo trgico es una forma susceptible de realizacin en el presente o bien una forma histricamente condicionada, entonces, y en lo que a la categora de lo trgico respecta, no vemos obligados a admitir que entre materiales tan heterogneos, se da, ya no tensin, sino una incongruencia inerte. Ante esta acumulacin as surgida, en la que los hechos originales, ms refractarios, pronto quedan cubiertos por la maraa de los hechos modernos, que' resultan ms atractivos, al investigador (que, para examinar lo que teman de comn, se someti a este amontonamiento) no le quedan entre las manos ms que unos cuantos datos psicolgicos que camuflan lo heterogneo en la uniformidad de una dbil reaccin de su propia subjetividad o, si no, de la del contemporneo medio. Los conceptos psicolgicos quiz permitan reproducir una multiplicidad de impresiones, independientemente del hecho de que hayan sido suscitadas por obras de arte, pero no la esencia de un campo artstico. Esto se consigue ms bien mediante el anlisis concienzudo de su concepto de forma, cuyo contenido metafsico no debe aparecer como algo que se encuentra simplemente en su interior, sino actuando, transmitindole su pulsacin, lo mismo que la sangre hace con el cuerpo.

    El apego a la variedad, por un lado, y la indiferencia hacia el rigor intelectual, por otro, han sido siempre las causas determinantes de la utilizacin acrtica de los procedimientos inductivos. Se trata en todos los casos de esa aprensin frente a las ideas constitutivas (los universalia in re) que en alguna ocasin ha sido expresada por Burdach como especial incisividad. Promet hablar del origen del Humanismo como si fuera un ser vivo que vino al mundo como un todo en un tiempo y en un lugar determinado y que luego sigui creciendo como un todo... Procedemos as igual que los llamados realistas de la escolstica medieval, quienes atribuan realidad a los conceptos generales, a los universales. De la misma manera, tambin nosotros postulamos (hipostasiando como en las mitologas arcaicas) un ser dotado de substancia homognea y de realidad plena, y le damos el nombre de Humanismo, como si fuera un individuo vivo. Pero aqu, como en in- numerables casos semejantes... tenemos que darnos cuenta de que lo nico que estamos haciendo es inventamos un concepto auxiliar abstracto que nos permita abarcar y captar series infinitas de mltiples fenmenos intelectuales y de personalidades totalmente distintas entre s. De acuerdo con un principio bsico de la percepcin y el conocimiento humanos, esto slo podemos lograrlo si, movidos por nuestra necesidad innata de sistematizar, nos fijamos y ponemos nfasis, ms que en las diferencias, en ciertas peculiaridades que se nos aparecen semejantes o coincidentes en dichas series heterogneas... Estas etiquetas de Humanismo o Renacimiento son arbitrarias, y hasta errneas, ya que confieren a tales tipos de vida, con su variedad de fuentes, su multiplicidad de formas y su pluralidad espiritual, la apariencia ilusoria de una unidad esencial real. Y la nocin de Hombre del Renacimiento, tan popular desde Burckhardt y Nietzsche, no es sino otra mscara tan arbitraria como desorientadora[5]. Una nota del autor a este prrafo dice as: La contrapartida negativa de ese indestructible Hombre del Renacimiento la constituye el Hombre gtico, que desempea hoy da un papel perturbador y pasea su existencia fantasmal hasta por el universo intelectual de importantes y respetables historiadores (E. Troeltsch!). Al cual hay que aadir, adems, el Hombre barroco, del que Shakespeare, por ejemplo, sera un representante[6]. Esta toma de postura est obviamente justificada en la medida en que se dirige contra la hipstasis de conceptos generales (stos no

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    incluyen a los universales en todas sus formas). Pero es totalmente incapaz de enfrentarse a la cuestin de una teora de la ciencia platnicamente orientada a la manifestacin de las esencias, teora cuya necesidad le pasa inadvertida. Dicha teora representa la nica posibilidad de proteger el lenguaje de las exposiciones cientficas, tal como se desarrollan fuera del mbito de las matemticas, contra el escepticismo ilimitado que acaba por arrastrar en su torbellino a cualquier mtodo inductivo, por sutil que sea, escepticismo contra el que los argumentos de Burdach resultan impotentes, pues stos constituyen una reservado mentalis privada, y no una garanta metodolgica. En lo que a la tipologa y a la periodizacin histrica en particular respecta, cierto es que nunca podr admitirse el hecho de que ideas como la del Renacimiento o la del Barroco sean capaces de dominar conceptualmentc el objeto de estudio en cuestin. Y suponer que los esfuerzos modernos de comprensin de los distintos perodos histricos puedan llegar a adquirir validez mediante eventuales discusiones polmicas en las que las pocas, igual que sucede en los grandes puntos de inflexin histrica, se enfrentan, por as decirlo, a cara descubierta, equivaldra a ignorar la naturaleza del contenido de nuestras fuentes, que suele estar determinado por intereses actuales, ms que por ideas historiogrficas. Pero lo que tales nombres no consiguen hacer en cuanto conceptos, lo llevan a cabo en cuanto ideas, ya que en las ideas lo semejante no llega a parecer idntico, sino que es ms bien lo extremo lo que alcanza su sntesis. Lo cual no quiere decir tampoco que el anlisis conceptual tenga siempre que vrselas con fenmenos totalmente dispares y que en l no se pueda vislumbrar en alguna ocasin el esbozo de una sntesis, aunque sta no alcance a ser legitimada. As, a propsito precisamente de la literatura barroca, de la que surgi el Trauerspiel alemn, Strich ha observado con razn que los principios de elaboracin formal siguieron siendo los mismos a lo largo de todo el siglo[7].

    La reflexin crtica de Burdach est inspirada no tanto por el deseo de una revolucin metodolgica positiva como por el temor de errores factuales de detalle. Pero, a fin de cuentas, un mtodo no debe presentarse en modo alguno guiado por la mera aprensin de su propia insuficiencia emprica: en trminos negativos y como un canon de advertencias. Tiene, ms bien, que partir de intuiciones de un orden ms elevado que las ofrecidas por el punto de vista de un verismo cientfico. Tal verismo, entonces, en cada problema particular se ve obligado a enfrentarse necesariamente con las mismas cuestiones genuinamente metodolgicas que su credo cientfico le hace ignorar. La solucin de stas conducir, por regla general, a una revisin del planteamiento, revisin que puede concretarse al deliberar si la pregunta Cmo fue realmente? es cientficamente susceptible no tanto de ser respondida como de ser formulada. Solamente al hacernos esta consideracin, preparada por lo que antecede y que se concluir en lo que sigue, podremos llegar a decidir si la idea es una abreviatura inoportuna o si, por el contrario, en su expresin lingstica, constituye el fundamento del verdadero contenido cientfico. Una ciencia que se explaya en protestas contra el lenguaje de sus propias investigaciones es un absurdo. Las palabras, juntamente con los signos de las matemticas, son el nico medio de exposicin de que dispone la ciencia, y ellas mismas no son signos. Pues en el concepto, al que obviamente correspondera el signo, pierde su potencia esa misma palabra que, en cuanto idea, posee un carcter esencial. El verismo, a cuyo servicio se pone el mtodo inductivo de la teora del arte, no se vuelve ms aceptable por la circunstancia de que al final los planteamientos discursivos y los planteamientos inductivos converjan en una intuicin[8] que, como R. M. Meyer y otros muchos imaginan, podra asumir la forma de un sincretismo de los ms variados mtodos. Y as nos encontramos de nuevo en el punto de partida, como sucede siempre con todas las formulaciones del problema del mtodo basadas en un realismo ingenuo. Pues es precisamente esta intuicin la que debe ser interpretada. Y el procedimiento inductivo de investigacin esttica muestra tambin aqu su habitual lado negativo al resultar que dicha intuicin no es la de la cosa resuelta en la idea, sino la intuicin de los estados subjetivos del receptor proyectados en la obra, que es en lo que viene a consistir la empata, considerada por R. M. Meyer el elemento decisivo de su mtodo. Este mtodo, que es exacta- mente el opuesto del que vamos a adoptar en el curso de este estudio considera la forma artstica del drama, de la tragedia o de la comedia clsica, e incluso las de la comedia de carcter y de situacin, como magnitudes dadas con las que hay que contar. Luego, mediante la comparacin de ejemplos destacados de cada genero, trata de obtener reglas y leyes con las que juzgar las producciones singulares. Y, comparando a su vez los gneros, aspira a descubrir leyes artsticas generales vlidas para todas las obras[9]. La deduccin del gnero en la filosofa del arte estara basada, por consiguiente, en un empleo combinado de la induccin y la abstraccin, en el que no se tratara tanto de establecer de deductivamente la secuencia lgica de estos gneros y especies como de presentarla en el esquema de la deduccin.

    Mientras que la induccin rebaja las ideas a conceptos, al renunciar a articularlas y ordenarlas, la deduccin conduce al mismo resultado al proyectarlas en un continuum pseudolgico. El dominio del pensamiento filosfico no se despliega siguiendo las lneas ininterrumpidas de las deducciones conceptuales, sino al describir el mundo de las ideas. Esta descripcin comienza de nuevo con cada idea, como si ella fuera originaria. Pues las ideas constituyen una multiplicidad irreductible. Las ideas son dadas a la contemplacin como una multiplicidad finita (o,

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    ms bien, concreta). De ah la vehemente crtica que Benedetto Croce lleva a cabo de la deduccin del concepto de gnero realizada en la filosofa del arte. Con razn ve l en la clasificacin, concebida como soporte de deducciones especulativas, el fundamento de una crtica superficialmente esquematizante. Y, mientras que la actitud nominalista de Burdach frente al concepto de poca utilizado por los historiadores (su resistencia a la ms mnima prdida de contacto con los hechos) responde al temor de alejarse de lo que es acertado, en Croce otro nominalismo perfectamente anlogo respecto al concepto esttico de gnero (un apego semejante a lo particular) se explica por su preocupacin de que, al alejarse de lo particular, uno pueda verse simplemente privado de lo esencial. Este hecho resulta especialmente adecuado para situar en su justa perspectiva el problema del sentido verdadero de los nombres asignados a los gneros en la esttica. El Breviario de esttica reprueba el prejuicio de la posibilidad de distinguir varias o muchas formas particulares de arte, determinada cada una en su concepto particular, en sus lmites, y provista de leyes propias... Muchos estticos componen hoy mismo tratados sobre la esttica de lo trgico, o de lo cmico, o de la lrica, o del humorismo, y estticas de la pintura, de la msica, de la poesa; y lo que es peor, ... los crticos, al juzgar las obras de arte, no han perdido del todo la mana de volver a los gneros y a las artes particulares en que, segn ellos, se dividen las obras de arte[10]. Vase lo infundada que es cualquier teora que se sabe en la divisin de las artes. El genero o la clase es, en este caso, uno solo: el arte mismo o la intuicin, cuyas singulares obras son infinitas, todas originales, todas ellas imposibles de traducir en otras... Entre lo universal y lo particular no se interpone filosficamente ningn elemento intermedio, ninguna serie de gneros o de especies, de generalia[11]. Esta afirmacin posee plena validez en lo que a los conceptos de gneros estticos respecta. Pero no va suficientemente lejos. Pues, del mismo modo que agrupar una serie de obras de arte en funcin de lo que tienen en comn resulta a todas luces un empeo ocioso cuando de lo que se trata no es de hacer acopio de ejemplos histricos o estilsticos, sino de determinar lo que es esencial a esas obras, as tambin resulta inconcebible que la filosofa del arte renuncie a alguna de sus ideas ms fecundas como la de lo trgico o la de lo cmico. Pues estas ideas no estn constituidas por agregados de reglas; son ellas mismas entidades cuando menos iguales en consistencia y realidad a cualquier drama, pero en modo alguno conmensurables a l. As que no tienen ninguna pretensin de subsumir cierto nmero de obras literarias dadas, sobre la base de cualquier tipo de aspecto comn a ellas. Pues aun cuando no hubiera una tragedia o un drama cmico en estado puro capaz de justificar el nombre de estas ideas, ellas podran seguir existiendo. Y a esta supervivencia de las ideas tiene que contribuir una manera de investigar que no se comprometa ya desde el principio con todo aquello designable como trgico o como cmico, sino que atienda a lo ejemplar, aun a riesgo de verse obligada a atribuir este carcter ejemplar a un mero fragmento disperso. Tal manera de investigar, por tanto, no abastece de criterios de juicio al autor de reseas. Ni la crtica ni los criterios determinantes de una terminologa (que vienen a ser la piedra de toque de la doctrina filosfica de las ideas en el arte) pueden constituirse mediante la aplicacin del criterio externo de la comparacin, sino de un modo inmanente, gracias a un despliegue de lenguaje formal de la obra en el que se exterioriza su contenido en detrimento de su efecto. Adems, precisamente las obras significativas se encuentran fuera de los lmites del gnero en la medida en que el gnero se manifiesta en ellas, no como algo absolutamente nuevo, sino como un ideal por alcanzar. Una obra importante, o funda el gnero o lo supera; y, cuando es perfecta, consigue las dos cosas al mismo tiempo.

    La imposibilidad de desarrollar las formas artsticas deductivamente y la consiguiente devaluacin de la regla como instancia crtica (ella seguir siendo siempre una instancia en la enseanza del arte) sientan las bases de un escepticismo fecundo. ste podra compararse a las profundas pausas en que el pensamiento se detiene a tomar aliento y despus de las cuales puede perderse en lo ms minsculo a su aire y sin rastro de agobio. Pues, cada vez que la contemplacin se sumerja en la obra artstica y en su forma para evaluar su contenido, ser lo ms minsculo lo que est en juego. La precipitacin con que, por rutina, se las trata (con el mismo golpe de mano con el que se escamotean los bienes ajenos) no resulta en absoluto ms justificable que la llaneza de los filisteos. En la verdadera contemplacin, en cambio, el abandono del procedimiento deductivo va acompaado de un retorno cada vez ms profundo y fervoroso a los fenmenos, los cuales nunca corren el peligro de quedar reducidos a objetos de un confuso asombro, en tanto que su manifestacin implica al mismo tiempo la manifestacin de las ideas, con lo cual aquello que tienen de singular queda salvado. No hace falta decir que un radicalismo que privara a la terminologa esttica de algunas de sus mejores formulaciones, condenando la filosofa del arte al silencio, no representa tampoco la ltima palabra de Croce. ste, por el contrario, afirma: porque aunque se niegue todo valor terico a las clasificaciones abstractas, no queremos negrselo a la gentica y concreta clasificacin, que no es tal clasificacin, y que se llama la Historia[12]. En esta oscura frase el autor roza, aunque demasiado fugazmente, por desgracia, el ncleo de la doctrina de las ideas. Pero le impide darse cuenta de ello cierto psicologismo que le lleva a minar la definicin de arte como expresin con la ayuda de la del arte como intuicin. Y se le escapa hasta qu punto el enfoque por l designado como clasificacin gentica coincide, en el problema del origen, con una divisin especfica del arte basada en la doctrina de las ideas. El origen, aun siendo una categora plenamente histrica, no tiene nada que ver con la gnesis. Por

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    origen no se entiende el llegar a ser de lo que ha surgido, sino lo que est surgiendo del llegar a ser y del pasar. El origen se localiza en el flujo del devenir como un remolino que engulle en su ritmo el material relativo a la gnesis. Lo originario no se da nunca a conocer en el modo de existencia bruto y manifiesto de lo fctico, y su ritmo se revela solamente a un enfoque doble que lo reconoce como restauracin, como rehabilitacin, por un lado, y justamente debido a ello, como algo imperfecto y sin terminar, por otro. En cada fenmeno relacionado con el origen se determina la figura mediante la cual una idea no deja de enfrentarse al mundo histrico hasta que alcanza su plenitud en la totalidad de su historia. Por consiguiente, el origen no se pone de relieve en la evidencia fctica, sino que concierne a su prehistoria y posthistoria. Las directrices de la contemplacin filosfica estn trazadas, en la dialctica inherente al origen, la cual revela cmo la singularidad y la repeticin se condicionan recprocamente en todo lo que tiene un carcter esencial. La categora del origen no es, pues, como Cohen da a entender[13], una categora puramente lgica, sino histrica. Es bien conocida la afirmacin de Hegel tanto peor para los hechos. Lo cual en el fondo quiere decir que la percepcin de las relaciones esenciales incumbe al filsofo, y que las relaciones esenciales siguen siendo lo que son aunque no se expresen en su estado puro en el mundo de los hechos. Esta actitud genuinamente idealista paga por su seguridad el precio de renunciar al ncleo de la idea de origen. Pues toda prueba de origen debe estar preparada a responder de la autenticidad de lo en ella revelado. Si no puede acreditarse como autntica, entonces no es digna de su nombre. Con esta consideracin, la distincin entre la quaestio juris y la quaestio facti parece quedar superada en lo que a los objetos filosficos de nivel ms elevado respecta. Esto es incuestionable e inevitable. De ah no se sigue, sin embargo, que cualquier hecho primitivo pueda ser adoptado sin ms prembulos en cuanto momento constitutivo de esencia. La tarea del investigador comienza, por el contrario, aqu, pues l no puede considerar tal hecho corno seguro hasta que su ms ntima estructura se manifiesta con un carcter tan esencial que lo revele como un origen. Lo autntico (esa marca del origen en los fenmenos) es objeto de descubrimiento, un descubrimiento que, de un modo singular, acompaa al acto de reconocer. Y este descubrimiento puede hacer surgir lo autntico en lo que los fenmenos tienen de ms singular y excntrico, tanto en el curso de las investigaciones ms precarias y torpes como en las manifestaciones obsoletas de un perodo de decadencia. La idea asume la serie de las manifestaciones histricas, pero no para construir una unidad a partir de ellas, ni mucho menos para extraer de ellas algo comn. Entre la relacin de lo singular con la idea y la relacin de lo singular con el concepto no cabe ninguna analoga: en el segundo caso cae bajo el concepto y sigue siendo lo que era (singularidad); en el primero, est en la idea y llega a ser lo que no era (totalidad). En esto consiste su salvacin platnica.

    La historia filosfica, en cuanto ciencia del origen, es la forma que, a partir de la separacin de los extremos y de los aparentes excesos de la evolucin, hace surgir la configuracin de la idea como una totalidad caracterizada por la posibilidad de una coexistencia razonable de tales opuestos. La exposicin de una idea no puede considerarse en modo alguno lograda mientras no se haya pasado virtualmente revista al crculo de los extremos en ella posibles. Este recorrido no deja de ser virtual, pues lo abarcado por la idea del origen tiene todava historia slo en cuanto contenido, pero ya no en cuanto un acontecer que pudiera afectarlo. Su historia es exclusivamente interna, pero no en un sentido ilimitado, sino en cuanto relacionada con el ser esencial, lo que permite caracterizarla como la pre y posthistoria de ste. En seal de su salvacin o de su recoleccin en el recinto del mundo de las ideas, la pre y posthistoria de tal ser esencial no es una historia pura, sino una historia natural. La vida de las obras y de las formas, que slo bajo esta proteccin se despliega clara y no turbada por la vida humana, es una vida natural[14]. Una vez que este ser redimido se determina en la idea, la presencia de la pre y posthistoria impropiamente dicha (es decir, de aquella que posee un carcter de historia natural) se convierte en virtual. Ya no es pragmticamente real, sino que, en tanto que historia natural, hay que leerla en su estado de perfeccin y reposo, que es el de la esencia. Con lo cual la tendencia subyacente a toda conceptualizacin filosfica queda determinada una vez ms en el viejo sentido: establecer el devenir de los fenmenos en su ser. Pues el concepto de ser inherente a la ciencia filosfica no queda satisfecho con el fenmeno, si no absorbe tambin toda su historia. En investigaciones de este tipo la profundizacin de la perspectiva histrica, sea en direccin al pasado o al futuro, no conoce lmites por cuestin de principios, procurando la totalidad a la idea. Cuya estructura, plasmada por el contraste de su inalienable aislamiento con la totalidad, es monadolgica. La idea es una mnada. l ser que ingresa en ella con la pre y posthistoria dispensa, oculta en la suya propia, la figura abreviada y oscurecida del resto del mundo de las ideas, de igual modo que en el Discurso de metafsica de Leibniz (1686) en cada una de las mnadas se dan tambin todas las dems indistintamente. La idea es una mnada: en ella reposa, preestablecida, la representacin de los fenmenos como en su interpretacin objetiva. Cuanto ms elevado el orden de las ideas, tanto ms perfecta ser la representacin en ellas contenida. Y, de este modo, el mundo real bien podra constituir una tarea en el sentido de que habra que penetrar en todo lo real tan a fondo, que en ello se re- velase una interpretacin objetiva del mundo. Desde la perspectiva de una tarea de absorcin semejante, no resulta extrao que el pensador de la monadologa fuera el fundador del clculo

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    infinitesimal. La idea es una mnada; lo cual quiere decir, en pocas palabras: cada idea contiene la imagen del mundo. Y su exposicin impone como tarea nada menos que dibujar esta imagen abreviada del mundo.

    La historia de la investigacin de la literatura barroca alemana confiere un aspecto paradjico al anlisis de una de sus formas principales, en la medida en que dicho anlisis, en vez de establecer reglas y tendencias, ha de ocuparse sobre todo de la metafsica de tal forma, aprehendida en su plenitud y de manera concreta. No cabe duda de que, entre los muchos obstculos que han dificultado la comprensin de la literatura de esta poca, uno de los ms considerables lo constituye la forma, torpe a pesar de su importancia, que es propia especialmente de su teatro. Pues precisamente la forma dramtica, de un modo ms decidido que cualquiera otra, reclama resonancia histrica; una resonancia que se le ha venido negando a la forma dramtica del Barroco. La rehabilitacin del patrimonio literario alemn, que empez con el Romanticismo, apenas ha afectado hasta la fecha a la literatura del Barroco. Fue sobre todo el drama de Shakespeare el que, con su riqueza y con su libertad, oscureci, a los ojos de los escritores romnticos,- las tentativas alemanas de aquella misma poca, cuya gravedad resultaba, adems, extraa al teatro destinado a la representacin. La naciente filologa germnica, por su parte, miraba con recelo estas tentativas, en absoluto populares, propias de una clase de funcionarios cultivados. A pesar de la verdadera importancia de la contribucin de estos hombres a la causa de la lengua y la cultura popular, a pesar de su participacin consciente en la formacin de una literatura nacional, su trabajo estaba demasiado claramente marcado por la mxima absolutista todo para el pueblo, nada gracias a l como para haber podido ganarse la simpata de los fillogos de la escuela de Grimm y de Lachmann. Lo que contribuye en gran medida a la violencia penosa de su estilo es cierto espritu que, en el mismo momento en que se estaban esforzando en construir el drama alemn, les llevaba a desdear el material temtico del acervo popular alemn. Pues en el drama barroco no juegan ningn papel ni la leyenda ni la historia alemanas. Pero la investigacin del Trauerspiel barroco tampoco sali beneficiada de la difusin (que habra ms bien que calificar de simplificacin historicista) de los estudios de germanstica durante el ltimo tercio del siglo pasado. Su esquiva forma quedaba fuera del alcance de una ciencia para la que la crtica estiltica y el anlisis formal eran disciplinas auxiliares del ms nfimo rango, y las fisonomas de los autores, que confusamente se vislumbraban en las incomprendidas obras, a muy pocos podan empujar a la confeccin de esbozos histrico-biogrficos. En cualquier caso, en estos dramas no se puede hablar de un despliegue libre, o Indico, del ingenio literario. Los dramaturgos de aquella poca se sintieron, por el contrario, poderosamente asociados a la tarea de elaborar la forma de un drama secular. Y, por ms que, desde Gryphius a Hallmann, abundaran los esfuerzos en este sentido (con frecuencia mediante repeticiones estereotipadas), el drama alemn de la Contrarreforma nunca alcanz aquella forma flexible y dcil a cualquier toque virtuosista que Caldern aport al drama espaol. El drama alemn se form (y ello por haber sido un producto necesario de su tiempo) gracias a un esfuerzo extremadamente violento, y este hecho bastara ya para indicar que ningn genio soberano dio a esta forma su impronta. Y, sin embargo, es en esta forma donde se encuentra situado el centro de gravedad de cada Trauerspiel barroco. Lo que cada escritor individual pudo lograr dentro del horizonte de esta forma queda en una situacin de deuda incomparable respecto a la forma misma, cuya profundidad no resulta afectada por la limitacin del escritor: la comprensin de este hecho constituye un requisito previo de la investigacin. Pero aun as sigue siendo indispensable un enfoque que sea capaz de elevarse a la intuicin de una forma en general hasta ver en ella algo mas que una simple abstraccin operada en el cuerpo de la literatura. La idea de una forma (si se nos permite repetir parte de lo anteriormente dicho) no es algo menos vivo que una obra literaria concreta cualquiera. Y en comparacin con las tentativas individuales del Barroco, la idea de la forma del Trauerspiel es decididamente ms rica. Y as como toda forma lingstica, incluyendo la cada en desuso o la aislada, puede ser concebida no slo como testimonio del que la plasm, sino tambin como documento de la vida del lenguaje y de sus posibilidades en un momento dado, as tambin en cada forma artstica est contenido (de un modo mucho ms autntico que en cualquier obra individual) el ndice de una determinada estructuracin del arte, objetivamente necesaria. Las investigaciones ms antiguas se vieron privadas de este enfoque, no slo porque el anlisis formal y la historia de las formas escaparon a su atencin: a ello tambin ha contribuido su adhesin muy poco critica a la teora barroca del drama, que es la de Aristteles adaptada a las tendencias de la poca. En la mayor parle de las obras esta adaptacin signific un empobrecimiento. Sin detenerse a indagar los serios motivos que determinaron esta variacin, los estudiosos estuvieron dispuestos a hablar con demasiada ligereza de una distorsin basada en un malentendido, y de ah slo haba un paso para llegar a la conclusin de que los dramaturgos de aquella poca no haban hecho en el fondo ms que aplicar, sin comprenderlos, unos preceptos venerables. El Trauerspiel del Barroco alemn pas a ser visto como la caricatura de la tragedia antigua. En este esquema se poda hacer encajar sin dificultad todo lo que en aquellas obras a un gusto refinado se le antojaba chocante, y hasta brbaro. La trama de sus acciones principales de tema poltico* constitua una distorsin del antiguo drama de reyes; la hinchazn retrica, una distorsin del noble pathos helnico, as como el sangriento efecto final tambin se consideraba una distorsin de la catstrofe trgica. El Trauerspiel se presentaba de este modo como un torpe renacimiento de la

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    tragedia. Y as se impuso un nuevo encasillamiento destinado a frustrar por completo cualquier intento de comprensin de esta forma: visto como drama del Renacimiento, el Trauerspiel aparece afectado en sus rasgos ms caractersticos por otros tantos defectos de estilo. Debido a la autoridad de los repertorios temticos elaborados con un criterio histrico, esta clasificacin se qued sin rectificar por mucho tiempo. A consecuencia de ello, la muy meritoria obra de Stachel Sneca y el drama alemn del Renacimiento, que fund la bibliografa de este campo, se ve radicalmente privada de cualquier hallazgo esencial digno de mencin, al que tampoco por otra parte aspira. En su trabajo sobre el estilo lrico del siglo XVII, Strich puso de manifiesto este equvoco, que durante mucho tiempo ha lastrado la investigacin. Se suele designar como Renacimiento el estilo de la literatura alemana del siglo XVII. Pero si con este nombre se da a entender algo ms que la simple imitacin superficial de los procedimientos de la Antigedad, entonces tal trmino resulta engaoso y simplemente demuestra la desorientacin de la ciencia de la literatura en lo que a la historia de los estilos respecta pues dicho siglo no tuvo nada del espritu clsico del Renacimiento. El estilo de su literatura es, por el contrario, barroco, aun cuando, en vez de limitarnos a considerar su hinchazn y recargamiento, nos remontemos a sus principios de composicin, que tienen un carcter ms profundo[15]. Otro error que se ha venido manteniendo con sorprendente tenacidad en la historia de este perodo literario tiene que ver con cierto prejuicio de la crtica estilstica. Nos referimos a la pretendida irrepresentabilidad de estos dramas. No es quiz la primera vez que la perplejidad suscitada por un tipo de teatro inslito lleva a pensar que ste nunca ha sido representado, que obras semejantes habran quedado sin efecto fue la escena las ha rechazado. En la interpretacin de Sneca, sin ir ms lejos, se encuentran controversias que en este punto. Sea como fuere, en lo que al Barroco respecta, ha quedado refutada aquella leyenda centenaria transmitida de A. W. Schlegel[16] a Lamprecht[17], segn la cual el drama correspondiente estaba destinado a la lectura. En las violentas acciones, que provocan el placer visual, se manifiesta el elemento teatral con singular fuerza. Incluso la teora subraya ocasionalmente los efectos escnicos. La sentencia de Horacio (Et prodesse volunt et delectare poetae)* plantea a la potica de Buchner la cuestin de cmo es que el Trauerspiel puede deleitar, y la respuesta es que, si no en razn de su contenido, s est muy dentro de sus posibilidades el hacerlo en virtud de su realizacin escnica[18].

    La investigacin, llena como estaba de mltiples prejuicios, al intentar una apreciacin objetiva del drama barroco (esfuerzo que, por suerte o por desgracia, tena que resultar insuficiente), no hizo sino aumentar la confusin a la que ahora debe enfrentarse desde el primer momento cualquier reflexin sobre el asunto. Cuesta trabajo creer que se pudiera pensar que de lo que se trataba era de demostrar la coincidencia de los efectos del Trauerspiel barroco con los sentimientos del temor y la compasin, provocados por la tragedia, segn Aristteles, con el propsito de llegar la conclusin de que el Trauerspiel es una verdadera tragedia, aunque a Aristteles nunca se le haya ocurrido afirmar que la capacidad de suscitar tales sentimientos fuera exclusiva de la tragedia. Uno de los primeros investigadores ha hecho la siguiente ridcula observacin: Gracias a sus estudios, Lohenstein lleg a estar tan compenetrado con un mundo del pasado que olvid el suyo propio, hasta el punto de que su modo de expresarse, de pensar y de sentir hubiera sido mejor comprendido por un pblico de la Antigedad que por el de sus contemporneos.[19] a necesidad de refutar tales extravagancias es menos acuciante que la de sealar el hecho de que una forma artstica nunca puede ser determinada en funcin de los efectos que produce. La eterna e indispensable exigencia consiste en que la obra de arte sea perfecta en s misma! Hubiera sido una lstima que Aristteles, que tena delante de sus ojos las obras ms perfectas, se hubiera parado a pensar en sus efectos![20]. He aqu lo que dice Goethe. Poco importa que Aristteles est completamente a salvo de la sospecha de la que Goethe le defiende: lo que cuenta es que el mtodo de la filosofa del arte, al discutir el drama, exige imperiosamente la exclusin total de los efectos psicolgicos definidos por Aristteles. A este propsito Wilamowitz-Moellendorf explica: habra que comprender que la * no puede funcionar como una determinacin especfica del drama, y aun cuando se quisiera admitir que las emociones, gracias a las cuales el drama produce sus efectos, son factores que lo constituyen como especie, la desdichada pareja formada por el temor y la compasin seguira resultando del todo insuficiente[21]. An ms desafortunado y mucho ms frecuente todava que el intento de rescatar el Trauerspiel con la ayuda de Aristteles, resulta ese tipo de apreciacin que, mediante aperus del ms nfimo gnero, pretende haber demostrado la necesidad de este teatro, con lo cual no suele estar claro si lo que as tambin se ha probado es el valor positivo o la precariedad de toda valoracin. La cuestin del carcter necesario de sus manifestaciones es siempre manifiestamente apriorstica en el dominio de la historia. El falso trmino ornamental de necesidad, con el que se ha slido adornar el Trauerspiel barroco, brilla con colores muy variados. No se refiere solamente a la necesidad histrica, superfinamente contrastada con el mero azar, sino tambin a la necesidad subjetiva de una bona fides en contraste con el producto virtuosista. Pero est claro que no estamos diciendo nada nuevo al establecer que la obra surge necesariamente de las disposiciones subjetivas de su autor. Y lo mismo sucede con ese otro tipo de necesidad que concibe las obras o las formas como estadios preliminares de un desarrollo ulterior dentro de un contextoproblemtico. Es posible que el concepto de la naturaleza y la visin del arte caractersticos del siglo

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    XVII hayan quedado destruidos y arruinados para siempre, pero sus hallazgos temticos y, especialmente, sus invenciones tcnicas siguen floreciendo inmarchitables, incorruptibles e imperecederos[22]. As es como todava la crtica ms reciente rescata la literatura de este perodo: haciendo de ella un puro medio. La necesidad[23] de las apreciaciones crticas de halla situada en un terreno plagado de equvocos y deriva su plausibilidad del nico concepto de necesidad que resulta estticamente relevante, que es en el que Novalis piensa cuando habla del carcter a priori de las obras de arte como una necesidad a ellas inherente de estar ah. Es obvio que este tipo de necesidad slo se revela a un anlisis capaz de penetrar hasta su contenido metafsico, mientras que se sustrae a una apreciacin timorata, que es a lo que, en definitiva, tambin se reduce el reciente intento de Cysarz. Si a los primeros estudios sobre el tema se les escapaban las razones para adoptar un enfoque completamente distinto, es sorprendente comprobar cmo en este ltimo ideas valiosas y observaciones precisas no llegan a producir el resultado deseado al estar conscientemente referidas al sistema de la potica clasicista. En ltima instancia en l no se expresa tanto la intencin clsica de salvar las obras como un deseo de justificarlas de manera irrelevante. En obras crticas ms antiguas se suele mencionar la guerra de los Treinta Aos a este respecto. Se la presenta como responsable de todos los deslices que se le han reprochado a esta forma dramtica. Se ha dicho muy a menudo que stas eran obras de teatro escritas por verdugos y para verdugos. Pero no era otra cosa lo que le haca falta a la gente de aquel tiempo. Al vivir en una atmsfera de guerras, de luchas sangrientas, encontraban naturales estas escenas; era el cuadro de sus costumbres lo que se les estaba ofreciendo. Por eso saboreaban ingenua y brutalmente el placer que se les proporcionaba[24].

    As es como, a finales del siglo pasado, la investigacin se haba alejado irremediablemente de una exploracin crtica de la forma del Trauerspiel. El enfoque sincrtico (a base de historia cultural, historia literaria y biografa), con el que entonces se intent paliar la ausencia de una reflexin encuadrada en la filosofa del arte, cuenta en la investigacin actual con un equivalente menos inofensivo. Lo mismo que un enfermo que est bajo los efectos de la fiebre transforma en las acosantes imgenes del delirio todas las palabras que oye, as tambin el espritu de nuestro tiempo echa mano de las manifestaciones de culturas remotas en el tiempo o en el espacio para arrebatrselas e incorporarlas framente a sus fantasas egocntricas. Tal es el signo de nuestra poca: sera imposible descubrir un estilo nuevo o una tradicin popular desconocida que no apelara inmediatamente y del modo ms evidente a la sensibilidad de nuestros contemporneos. Esta fatdica impresionabilidad patolgica, en virtud de la cual el historiador trata de deslizarse por substitucin[25] hasta la posicin del creador (como si ste, por haberla creado, fuera tambin intrprete de su propia obra), ha recibido el nombre de empata, con el cual la mera curiosidad cobra atrevimiento disfrazada de mtodo. En esta incursin, la falta de autonoma caracterstica de la actual generacin ha sucumbido casi por completo al peso abrumador con que el Barroco le sali al encuentro. La revaluacin provocada por la irrupcin del Expresionismo (y no exenta de influencias de la potica de la escuela de Stefan George)[26] ha conducido slo en muy pocos casos, por el momento, a una verdadera comprensin capaz de revelar nuevas conexiones, no entre el crtico moderno y su objeto, sino en el interior del objeto mismo[27]. Pero los viejos prejuicios ya estn empezando a perder terreno. Ciertas llamativas analogas con la situacin actual de la literatura alemana han proporcionado cada vez ms motivos de inters en el Barroco; un inters sentimental la mayor parte de las veces, aunque positivo como orientacin. Ya en 1904 un historiador de la literatura de esta poca afirmaba: Tengo la impresin de que en los ltimos doscientos aos, en lo que a la sensibilidad artstica respecta, ningn perodo ha estado en el fondo tan emparentado como el nuestro con la literatura barroca del siglo XVII en su bsqueda de estilo. Interiormente vacos o convulsionados en lo ms profundo de s mismos, externamente absorbidos por problemas tcnicos y formales que, a primera vista, parecan tener muy poco que ver con las cuestiones existenciales de la poca: as fueron la mayora de los escritores barrocos, y semejantes a ellos parecen ser los escritores de nuestro tiempo, o al menos los que estn dejando huella en su produccin literaria[28]. La opinin expresada con timidez y excesiva brevedad en estas frases se ha ido confirmando desde entonces en un sentido mucho ms amplio. En 1915 la aparicin de Las troyanas de Werfel seal los comienzos del drama expresionista. No es un azar que en los inicios del drama barroco el mismo tema se encuentre en Opitz. En ambas obras los respectivos autores demuestran su preocupacin por el instrumento de la lamentacin y su resonancia, para lo cual en ninguno de los dos casos hizo falta recurrir a amplios desarrollos artificiosos sino a una versificacin modelada sobre el recitativo dramtico. Es en el tratamiento de la lengua sobre todo donde se ve claramente la analoga de los intentos de entonces con los de un pasado reciente y con los de hoy da. Todos ellos se caracterizan por la exageracin. Las creaciones literarias de estas dos pocas no surgen de la existencia en el mbito de la comunidad, sino del hecho de que con la violencia de su estilo amanerado tratan de disimular la falta de productos de valor en el terreno de las letras. Pues, al igual que el Expresionismo, el Barroco es una poca en la que una inflexible voluntad de arte prevalece sobre la prctica artstica propiamente dicha. As sucede siempre en los denominados perodos de decadencia. La suprema realidad del arte es la obra aislada, cerrada en s misma. Pero hay veces en que la obra redonda se halla slo al alcance de los epgonos. Se trata de los perodos de la decadencia de las artes, de la voluntad de

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    arte. De ah que Riegl descubriera esta expresin a propsito precisamente del arte del Imperio Romano en su fase final. Dicha voluntad slo tiene acceso a la forma como tal, pero nunca a la obra singular bien hecha. Es esa misma voluntad de arte la que explica la vigencia del Barroco tras el derrumbe de la cultura alemana de corte clsico. A ello hay que aadir los esfuerzos por lograr un estilo rstico en el lenguaje que hiciera a ste aparecer a la altura del peso de los acontecimientos histricos. La prctica consistente en comprimir en una sola palabra adjetivos que no admiten uso adverbial, en compaa del substantivo, no es una invencin de hoy. Grosstanz, Grossgedicht (es decir, poema pico) son vocablos barrocos*. Proliferan los neologismos. Hoy como entonces, muchos de ellos representan la bsqueda de un nuevo pathos. Los escritores trataban de hacer suya, personalmente, esa pro- funda facultad imaginativa de la que brota, precisa y delicada al mismo tiempo, la dimensin metafrica del lenguaje. Era ms fcil granjearse una reputacin a base de palabras figuradas que de discursos provistos de figuras, como si el objetivo inmediato de la invencin verbal literaria fuera la creacin lingstica. Los traductores barrocos se complacan en las acuaciones verbales ms violentas, semejantes a las que hoy da encontramos sobre todo en forma de arcasmos, y gracias a las cuales se pretende tener acceso a las fuentes mismas de la vida del lenguaje. Esta violencia es siempre el signo distintivo de una produccin en la que, del conflicto de fuerzas desencadenadas, apenas se puede extraer la expresin articulada de un contenido verdadero. En tal desgarramiento, nuestro presente refleja, hasta en los detalles de la prctica artstica, ciertos aspectos del talante espiritual del Barroco. Igual que en aquel momento el teatro pastoril se contrapona a la novela poltica (cultivada entonces como ahora por autores distinguidos), as tambin hoy da se contraponen a ella las declaraciones pacifistas de los literatos en favor de la simple Ufe y de la bondad natural del hombre. Los actuales hombres de letras, que, lo mismo que los de otras pocas, llevan una existencia al margen de las empresas colectivas, estn de nuevo consumidos por una ambicin que, a pesar de todo, los escritores del Barroco pudieron satisfacer mejor. Pues Opitz, Gryphius y Lohenstein de vez en cuando tuvieron ocasin de prestar servicios, debidamente retribuidos, en los asuntos de Estado. Y hasta aqu llega el paralelo. El literato barroco se senta totalmente vinculado al ideal de un rgimen absoluto como el apoyado por las iglesias de ambas confesiones. La actitud de sus herederos actuales, cuando no es hostil al estado o revolucionaria, se caracteriza por la ausencia de cualquier nocin de estado. Y finalmente, a pesar de las numerosas analogas, no conviene olvidar una gran diferencia: en la Alemania del siglo XVII, la literatura, por poca atencin que se le prestase, contribuy considerablemente al renacer de la nacin. En cambio, los veinte aos de literatura alemana a los que hemos hecho referencia para explicar el renovado inters en el Barroco, representan una decadencia, por inaugural y fructfera que sta pueda resultar.

    De ah que resulte tanto ms fuerte el impacto que ahora puede producir la revelacin de tendencias anlogas en el Barroco alemn, plasmadas con procedimientos artsticos extravagantes. Al situarnos frente a una literatura que, con el despliegue de su tcnica, la abundancia uniforme de sus creaciones y la vehemencia de sus juicios de valor, trataba en cierto modo de reducir al silencio a sus contemporneos y a su posteridad, es preciso subrayar la necesidad de mantener una actitud soberana, tal como lo exige la exposicin de la idea de una forma. Incluso no es de desdear, por tanto, el peligro de dejarse precipitar desde las alturas del conocimiento en las inmensas profundidades del estado de nimo barroco. En los improvisados intentos de evocar en el presente el sentido de esta poca, una y otra vez encontramos una caracterstica sensacin de vrtigo, producida por el espectculo de su mundo espiritual, que gira entre contradicciones. Hasta las ms ntimas inflexiones lingsticas del Barroco, hasta sus detalles (quiz sobre todo stos) resultan antitticos[29]. Slo una perspectiva distanciada y que renuncie desde el principio a la visin de la totalidad puede ayudar al espritu, mediante un aprendizaje en cierto modo asctico, a adquirir la fuerza necesaria para ver tal panorama sin perder el dominio de s mismo. El curso de este aprendizaje es lo que aqu nos proponamos describir.

    El Trauerspiel y la Tragedia.

    Acto primero. Primera escena. Heinrich. Isabelle. La escena representa la sala del trono. Heinrich: Yo soy rey. Isabelle: Yo soy reina. Heinrich: Yo puedo y quiero. Isabelle: No podis ni debis querer. Heinrich: Quin me lo impedir? Isabelle: Mi prohibicin. Heinrich: Yo soy rey. Isabelle: Sois mi hijo. Heinrich: Aunque yo os honre como madre, debis saber que no sois ms que mi madrastra. La quiero. Isabelle: No ser vuestra. Heinrich: Yo digo que la quiero. Quiero a Ernelinda.

    Filidor: Ernelinda o la que fue novia cuatro veces*

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    La necesidad de orientarse hacia lo extremo, que en las investigaciones filosficas constituye la norma de la formacin de los conceptos, debe significar dos cosas, si se la aplica a una exposicin del origen del Trauerspiel barroco alemn. En primer lugar, impulsa a la investigacin a que tenga en cuenta imparcialmente el material en toda su amplitud. Al enfrentarse a la produccin dramtica (no demasiado abundante, por otra parte), la investigacin no debe preocuparse por identificar en ella las escuelas de los autores, sus distintos perodos creativos o los diferentes niveles de cada una de las obras (procedimiento legtimo en el caso de la historia literaria), sino que se dejar guiar siempre por la hiptesis de que lo que se presenta en estado difuso y disperso es susceptible de encontrarse ligado dentro de los conceptos adecuados constituyendo los elementos de una sntesis. En este sentido, la investigacin conceder igual importancia a los escritores menores, cuyas obras ofrecen con frecuencia un mximo de extravagancia, que a los escritores principales. No es lo mismo encarnar una forma que plasmarla. Si lo primero es prerrogativa de los escritores elegidos, lo segundo ocurre a menudo, y de manera singularmente destacada, en las laboriosas tentativas de los escritores secundarios. La forma misma, cuya vida no coincide con la de las obras que ella determina, y cuyo grado de plasmacin puede ser incluso a veces inversamente proporcional a la perfeccin de una obra literaria, salta a la vista precisamente en el cuerpo flaco de la obra deficiente como si fuera su esqueleto, por as decirlo. En segundo lugar, el estudio de los extremos implica el prestar atencin a la teora barroca del drama. La honestidad de los tericos a la hora de formular sus prescripciones es un rasgo particularmente atractivo de esta literatura, y sus reglas son extremas ya por el mismo hecho de presentarse como ms o menos vinculantes. As pues, las excentricidades de este tipo de drama se remontan en gran parte a las poticas y, como hasta el escaso nmero de clichs que constituyen sus tramas se derivan supuestamente de teoremas, los manuales de los autores se revelan como fuentes indispensables para el anlisis. Si stos fueran de carcter crtico en el sentido moderno de la palabra, su testimonio sera mucho menos relevante. El que volvamos a prestarles atencin no slo lo requiere el objeto estudiado, sino que est evidentemente justificado por el estado actual de la investigacin, la cual hasta una poca reciente ha estado lastrada por los prejuicios de la clasificacin estilstica y de la valoracin esttica. Si el descubrimiento del Barroco literario se ha producido con tanto retraso y bajo auspicios tan equvocos, es porque los que llevaban a cabo trabajos de periodizacin, por pura comodidad, preferan sacar sus datos y caractersticas de tratados escritos en tiempos pasados. Como en Alemania no ha habido por ninguna parte seales de un Barroco literario (incluso aplicada a las artes plsticas, esta expresin no se encuentra hasta el siglo XVII), y como aquellos literatos, que se atenan al modelo del tono ulico, eran poco amigos de las proclamaciones claras, ruidosas y polmicas, tampoco ms tarde se quiso encabezar esta pgina de la historia de la literatura alemana con ningn ttulo en especial. La falta de sentido polmico es una caracterstica profundamente distintiva del Barroco entero. Aun cuando obedezca a la propia inspiracin, cada autor trata en la medida de lo posible de dar la impresin de que sigue el camino de los amados maestros y delas autoridades consagradas1. A este respecto tampoco debe llamar a engao el creciente inters en el debate sobre cuestiones de potica que se suscit coincidiendo con las equivalentes apasionadas discusiones de las academias romanas de pintura2. As, la potica se desarroll en forma de variaciones en tomo a los Siete libros de potica de Julio Csar Escalgero, aparecidos en 1561. Dominan los esquemas clasicistas: Gryphius es el viejo maestro indiscutido, el Sfocles alemn, tras el cual Lohenstein ocupa el lugar secundario de un Sneca alemn, y slo con reservas se puede poner al lado de ellos a Hallmann, el Esquilo alemn3. Y no se puede negar que en estos dramas se encuentra algo equivalente a la fachada renacentista de las poticas. A ttulo de anticipacin, podemos afirmar que su originalidad estiltica es incomparablemente mayor en los detalles que en el todo. En cuanto a este ltimo, y como Lamprecht ya ha destacado4, se caracteriza en efecto por cierta pesadez y tambin, sin embargo, por una sencillez en la accin que recuerda de lejos al teatro burgus del Renacimiento alemn. Pero, a la luz de una crtica estilstica seria que no puede permitirse tomar en consideracin el lodo ms que en la medida en que est determinado por el detalle, los rasgos extraos al Renacimiento (por no decir barrocos) surgen por todas partes: desde el lenguaje y el comportamiento de los actores hasta la disposicin de la escena y la eleccin de los temas. Al mismo tiempo, resulta significativo, como veremos, el hecho de que en los textos tradicionales de potica se adviertan ciertas lneas de fuerza que dan pie a la interpretacin barroca, e incluso el que la fidelidad hacia esos textos favoreciera a las intenciones barrocas ms que la misma rebelin contra ellos. La voluntad de clasicismo fue casi el nico rasgo genuinamente renacentista (aunque, debido al carcter violento e implacable de tal clasicismo, el Barroco excediera con mucho al mismo Renacimiento) de una literatura que, sin ningn tipo de mediacin, se vio enfrentada a la necesidad de hacer frente a tareas formales para las cuales no estaba preparada por un aprendizaje. Cada tentativa, al aproximarse a la antigua forma, se vea obligada, debido a la violencia del esfuerzo y sin tener en cuenta lo logrado en cada caso, a exponer la empresa a una reelaboracin sumamente barroca. La falta de inters por parle de la ciencia de la literatura en analizar estilsticamente tales tentativas se explica en funcin del veredicto por ella misma proferido en contra de esta poca, estigmatizndola como la poca de la hinchazn, de la corrupcin lingstica y de la poesa erudita. Y cuando trat de matizar este veredicto al tener en cuenta el hecho de que la escuela aristotlica de dramaturgia haba representado despus de todo una fase

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    necesaria de transicin para la literatura alemana renacentista, no hizo ms que oponer una idea preconcebida a otra ya existente. Ambos prejuicios estn relacionados entre s, ya que la tesis de que el drama alemn del siglo XVII puede considerarse renacentista por su forma se apoya en el aristotelismo de los tericos. Ya hicimos notar el impedimento que las definiciones aristotlicas representan por cualquier reflexin sobre el valor de estos dramas. Lo que ahora hay que destacar es el hecho de que la expresin tragedia del Renacimiento implica una sobrevaloracin del influjo de la doctrina aristotlica en el drama del Barroco.

    La historia del drama alemn moderno no conoce ningn perodo en el que los temas de los autores trgicos de la Antigedad hayan influido menos. Slo este hecho ya habla contra el supuesto papel predominante de Aristteles. Para la comprensin de Aristteles faltaba todo lo necesario, y ms que nada la voluntad. Pues, obviamente, al autor griego no se acuda en busca de una rigurosa instruccin de orden tcnico y temtico como la recibida una y otra vez, a partir de Gryphius, del clasicismo holands y del teatro de los jesutas, sobre todo. Al reconocer la autoridad de Aristteles, lo que se buscaba esencialmente era establecer puntos de contacto con la potica renacentista del Escalgero y, de paso, legimitar los propios esfuerzos. Adems, a mediados del siglo XVII la potica aristotlica todava no se haba convertido en aquel sencillo e imponente aparato de dogmas con el que Lessing tuvo que vrselas. Trissino, el primer comentarista de la Potica, se refiere a la unidad de accin como complemento de la de tiempo antes que nada: la unidad de tiempo presenta un valor esttico slo cuando tambin va acompaada por la de accin. A estas unidades se atuvieron Gryphius y Lohenstein, aunque en el caso de Papiniano la unidad de accin es discutible. Con este hecho particular se cierra el inventario de la caracterizacin de las unidades debidaa Aristteles. Para la teora de la poca la unidad de tiempo no tena un significado ms preciso. La de Harsdrffer, que por lo dems no se aparta de la tradicin, declara todava aceptable una accin que dure de cuatro a cinco das. La unidad de lugar, que no aparece en el debate hasta Castelvetro, no cuenta para el Trauerspiel barroco; el teatro de los jesutas tambin la desconoce. Mayor fuerza probatoria an tiene la indiferencia que los manuales manifiestan a propsito de la teora aristotlica del efecto trgico. Bien es verdad que este aspecto de la Potica, donde es ms perceptible que en el resto cmo el teatro griego est determinado por su carcter de culto, tena que resultar especialmente difcil de entender en el siglo XVII. Sin embargo, cuanto ms impenetrable resultara esta doctrina, en la que haba influido la teora de la purificacin por los misterios, tantas ms libertades poda tomarse la interpretacin, que es tan pobre en contenido intelectual como contundente en su manera de distorsionar las intenciones de la Antigedad. Ella no concibe el temor y la compasin como un modo de participar en la unidad integral de la accin, sino tan slo en el destino de las figuras ms destacadas. La muerte del malo suscita temor, compasin la del hroe piadoso. A Birken esta definicin le parece todava demasiado clsica y sustituye el temor y la compasin como objetivo del Trauerspiel por la glorificacin de Dios y la edificacin de nuestros semejantes. A nosotros los cristianos, lo mismo que en todas nuestras dems obras, tambin al escribir y representar teatro nos debe mover el nico propsito de honrar a Dios y ensear el bien al prjimo5. El Trauerspiel debe fortalecer la virtud de sus espectadores. Y, si haba una virtud que fuera indispensable para sus hroes y edificante para su pblico, sta erala antigua *, La sntesis de la tica estoica y de la teora de la nueva tragedia se haba llevado a cabo en Holanda, y Lipsio haba sealado que el ** aristotlico haba que entenderlo6 como un mero impulso activo a mitigar los sufrimientos y las aflicciones ajenas, y no como un colapso patolgico ante el espectculo de un destino pavoroso: no como pusillanimitas, sino como misericordia. No cabe duda alguna de que este tipo de glosas resultan radicalmente ajenas a la descripcin que Aristteles ofrece de los efectos producidos por la contemplacin de las tragedias. As pues, lo nico que ha podido dar pie a la crtica para relacionar repetidamente el moderno Trauerspiel con la tragedia griega de la Antigedad ha sido el hecho de que el hroe sea un rey. Por lo cual el punto de partida ms adecuado para explorar su especificidad ser la clebre definicin de Opitz, expresada en el lenguaje caracterstico del Trauerspiel mismo.

    La tragedia es igual en majestad a la poesa heroica, salvo que rara vez tolera que se introduzcan en ella personajes de baja condicin o asuntos vulgares, ya que ella trata exclusivamente de la voluntad de los reyes, de asesinatos, desesperaciones, infanticidios y parricidios, incendios, incestos, guerras y levantamientos, lamentos, gemidos, suspiros y cosas semejantes7. Puede que a primera vista la moderna esttica conceda bastante poca importancia a esta definicin, ya que ella parece limitarse a inventariar el repertorio de los temas trgicos. Y es