ballenas en quellon, chile

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REPORTAJE 066 PAULA MAYO 2007 EN UNA ÉPOCA DONDE PARECIERA NO QUEDAR NADA POR DESCU- BRIR, EL HALLAZGO CASUAL –SERENDIPIA SE DICE EN CIENCIA–, AL SUR DE CHILOÉ, DE UNA ESTACIÓN DE DESCANSO DE BALLENAS AZULES POR EL CHILENO RODRIGO HUCKE ES UN SUCESO CIEN- TÍFICO MUNDIAL QUE TENDRÁ A LOS BIÓLOGOS OCUPADOS LOS PRÓXIMOS 20 AÑOS. UN DESCUBRIMIENTO HECHO A PUNTA DE VOCACIÓN, PELUCHES Y CAFÉ SIN AZÚCAR. TEXTO: ROBERTO FARÍAS FOTOGRAFÍA: RODRIGO HUCKE / CBA-UACH Serendipia

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REPORTAJE

066 PAULA MAYO 2007

EN UNA ÉPOCA DONDE PARECIERA NO QUEDAR NADA POR DESCU-BRIR, EL HALLAZGO CASUAL –SERENDIPIA SE DICE EN CIENCIA–, AL SUR DE CHILOÉ, DE UNA ESTACIÓN DE DESCANSO DE BALLENAS AZULES POR EL CHILENO RODRIGO HUCKE ES UN SUCESO CIEN-TÍFICO MUNDIAL QUE TENDRÁ A LOS BIÓLOGOS OCUPADOS LOS PRÓXIMOS 20 AÑOS. UN DESCUBRIMIENTO HECHO A PUNTA DE VOCACIÓN, PELUCHES Y CAFÉ SIN AZÚCAR.

T E X T O : R O B E R T O F A R Í A S F O T O G R A F Í A : R O D R I G O H U C K E / C B A - U A C H

Serendipia

El biólogo marino Rodrigo Hucke no se despega de sus largavista en los vera-nos, cuando se va durante cuatro meses a Melinka, para estudiar a las balle-nas azules que descubrió hace cuatro años.

REPORTAJE

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niversidad Austral de Valdivia, 1994. A los 20 años, Rodrigo Hucke estaba en clases de Mamíferos Marinos. El reputado doctor en Biología, Anelio Aguayo, describía las par-ticulares condiciones de las ballenas azules. Les contó a sus alumnos de la carrera de Bio-logía Marina que, luego de prohibirse su caza

en 1960, sólo sobrevivía el 1% de la población.–Están en serio peligro de extinción. Quedan mil ejem-

plares ¡En-to-do-el-mun-do! –enfatizaba.Describía con pasión escénica al animal más grande y

solitario de la Tierra, que mide hasta 33 metros, más que el mayor de los dinosaurios, y del que curiosamente se sabe muy poco. Sólo se conoce, decía Aguayo, una vaga pauta de desplazamiento en los océanos hacia las aguas antárticas para alimentarse y de vuelta a las aguas cálidas, probable-mente para reproducirse. Siempre que se las avista están muy lejos de la costa, por lo que tienen fama de tímidas. “Ignoramos –decía– si son gregarias, monógamas y cómo se aparean”. Dibujaba en la pizarra el espigado soplo que caracteriza a las ballenas azules, recto, claro y nuboso, y que se eleva hasta los diez metros de altura, como un edificio de 4 pisos. A diferencia de las otras ballenas, que tienen soplos pequeños, inclinados, en V o en forma de chorro, y compor-tamientos más predecibles.

–Sólo por ese gran soplo y una rápida visión de la aleta dorsal y luego la cola, antes de que la ballena vuelve a sumer-girse, sabemos que se trata de una ballena azul. ¡Un minuto! ¡Ése es todo el tiempo que tenemos para hacer acopio de material para investigar!

Hucke escuchaba. Profesor y alumno tenían un interés común. Aguayo integró una casta de biólogos que hizo las primeras investigaciones serias sobre mamíferos marinos y ballenas en Chile en los años 60. Hucke, por esos miste-riosos designios de la vocación, se había obsesionado con las ballenas a los 7 años y eso lo llevó a estudiar Biología Marina y estar presente en esa clase de Aguayo.

El tímido pero robusto alumno Hucke, que sigue teniendo cara y aspecto de ballenero noruego de voz suave y melo-diosa, esperó una pausa del profesor y preguntó:

–¿Usted ha visto alguna vez una ballena azul, profe?Lo que Aguayo le respondió marcaría a Hucke durante los

siguientes años de su vida.–Sí. Tuve la suerte de ver una. Una sola en toda mi vida. En

México, en los años 70.Diez años después Hucke recordaría esa frase del profesor

y la contrastaría con su experiencia. En dos veranos conse-cutivos vio y fotografió más de 150 ballenas azules y con eso aportó a la ciencia el descubrimiento más significativo sobre mamíferos marinos del último tiempo: cuando se cree que no queda nada por descubrir, al sur de Chiloé, en una zona del transitado golfo Corcovado –es la ruta marítima lógica de Puerto Montt hacia los canales– hay una estación migratoria

de ballenas azules, un punto donde se reúnen más ejem-plares en el mundo a alimentarse y descansar.

–Pocas veces un científico hace un hallazgo tan grande a los 29 años –interrogo.

–No sé, –responde–. ¿Suerte..? Serendipia se dice en ciencia.

Pero también perseverancia a toda prueba.

El principioLa primera vez que Rodrigo Hucke vio una ballena fue en

los años 80, en un parque acuático en Estados Unidos. Tenía 7 años. Lo llevó su madre, Verónica Gaete, que se había casado con Edgar Hucke, de la familia Hucke de las galletas de Viña del Mar, de quien estaba separada. Ella lo incentivó a observar la naturaleza, quizá influenciada por su trabajo administrativo en la embajada de Sudáfrica donde lo que más se promociona es el turismo de naturaleza.

–La que vi no era una ballena azul, –dice Hucke–. Proba-blemente una orca, que mide como el tercio del tamaño de una ballena azul. Pero fue suficiente.

Cuando viajaban a Viña, al departamento de sus abuelos, Rodrigo se llevaba unos largavista para ver el mar desde lo alto de la terraza. Pasaba horas en la costanera observando el mar y saltaba de alegría si veía un delfín o un lobo.

Su amigo de infancia Ernesto Escobar recuerda que en su pieza de hijo único, Rodrigo coleccionaba objetos con forma de ballena. Tenía peluches, afiches, mapas ecológicos, era el regalo que con más frecuencia recibía para su cumpleaños.

–Se fue rayando con las ballenas, pero en lo demás era un tipo normal. Seleccionado de rubgy en el colegio Grange, íbamos a fiestas, qué se yo; él juraba que se dedicaría a estu-diar las ballenas, como los demás jurábamos que seríamos astronautas. Es el único que cumplió.

En 1992 entró a Biología Marina y de inmediato se invo-lucró en todo proyecto que significara observación de campo. Sus compañeros aún recuerdan que tuvo que insistir para que lo aceptaran de voluntario en un entrenamiento de observación de mamíferos marinos en una base del Instituto Chileno Antártico.

–Pasó 6 meses en la Antártica viviendo poco menos que en un iglú, –dice Escobar–. La gente, cuando mucho, soporta dos semanas. Era un fanático. Realmente muy resistente al frío y la soledad.

Rodrigo vio ballenas jorobadas, francas, minke, todas abundantes y pequeñas. Ninguna azul. Hasta que en 1997, ya egresado, se le presentó la oportunidad de su vida. La Comisión Ballenera Internacional realizaría un crucero de avistamiento de ballenas a lo largo del Pacífico para estimar las poblaciones existentes a 30 años de la moratoria de caza de 1966. Hucke se enroló como observador.

–Eran cerca de las cinco de la tarde del 16 de enero de 1997 cuando alguien gritó ¡Soplo! desde la baranda del barco, que

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era comandado por japoneses realmente expertos –eran capaces de ver el soplido de una ballena a 15 km de dis-tancia–. Todos corrimos a la baranda con nuestros largavista y, efectivamente, el soplo era recto, de 10 metros de alto, nuboso. Era una ballena azul, a 120 km de la costa frente a La Serena. La primera ballena azul de mi vida. Su espalda se movía como un lento barco. Respiró varias veces y luego se sumergió. Yo hubiera querido saltar de alegría, tirarme al agua a seguirla, pero los tripulantes del barco trabajan con horario de oficina y como su jornada había terminado, se echaron a descansar. Al día siguiente avistamos de nuevo el mismo ejemplar. El solo hecho de haber avistado esa ballena azul demostraba que no estaban extintas.

El viaje terminó en Punta Arenas a fines de enero. Los científicos Don Ljungblad y Ken Findlay, en lugar de tomar el avión de regreso se devolvieron en el ferry Navimag desde Puerto Natales hasta Puerto Montt para conocer los canales.

–A los pocos días me llama Ljungblad gritando al teléfono,

–dice Hucke–. Al salir del canal Moraleda, habían visto 42 soplidos de ballenas azules, que son inconfundibles, en el golfo Corcovado. Pensar que, por unas cuarenta lucas, el valor de un pasaje en ferry, vieron más ballenas que en todo el crucero de la CBI que costó 20 millones de dólares.

Ese primer avistamiento valió un paper que la Comisión Ballenera Internacional publicó y que subió los bonos de las ballenas azules del Hemisferio Sur.

–Don siempre me insistía que volviera al Corcovado. Ahí llegan ballenas azules, me decía, “¡tienes que volver!”. Pero yo no me atrevía a tamaño proyecto, tenía 23 años.

Proyecto número 13Mandó 12 propuestas de financiamiento, sin resultados.

Así que se arrojó al mar con recursos de su bolsillo. Mientras sus compañeros en verano mochileaban, Hucke se iba al sur con su polola Layla Osman y tomaban innumerables veces

“ALGUIEN EN EL BARCO GRITÓ ¡SOPLO! TODOS CORRIMOS A LA BARANDA Y, EFECTIVAMENTE, EL SOPLO ERA RECTO, DE 10 METROS DE ALTO, NUBOSO. ERA UNA BALLENA AZUL, FRENTE A LA SERENA. LA PRIMERA BALLENA AZUL DE MI VIDA. SU ESPALDA SE MOVÍA COMO UN LENTO BARCO. RESPIRÓ VARIAS VECES Y LUEGO SE SUMERGIÓ”.

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el transbordador entre Chacabuco y Quellón. O una barcaza entre Quellón y Melinka. Pasaba los gélidos y largos viajes en cubierta con un largavista colgado en el pecho. La inversión valió la pena: en los veranos entre 1997 y 1999 sumó un centenar de avistamientos. Ratificó así las observaciones de Ljungblad y, sobre todo, detectó que, contra lo publicado, las ballenas azules no sólo dan la vuelta al globo nadando. En su larga e inexplorada ruta migratoria se detienen al menos una vez a descansar en el golfo Corcovado.

Cuando Hucke informó a la Universidad de Valdivia de sus observaciones, los biólogos atribuyeron la presencia de ballenas al fenómeno de El Niño de esos años.

Sin darse por derrotado, inició una búsqueda paralela y encontró lo que en ciencias se llama “un antecedente his-tórico”: leyendo y releyendo libros de historia y bitácoras

antiguas de navegantes, descubrió que a principios del siglo pasado existían tres empresas balleneras en Chiloé. Eran escandinavas. ¿Balleneras en Chiloé? Con esa pista, llegó a la bitácora del velero ballenero danés Vesterlide en la que leyó la descripción de la caza de 37 ballenas azules en el golfo Corcovado. Ya no le quedaban dudas.

Hucke baja de uno de los estantes de su oficina en la Uni-versidad Austral un grueso libro náutico, con ilustraciones borrosas de barcos, y despliega un pequeño mapa.

–En 1909 el velero Vesterlide subió por todo el sur de Chile en atenta busca de ballenas azules. En su bitácora no registra ninguna captura en casi 60 días. En el otoño de 1909, can-sados y decepcionados recalaron en la isla San Pedro, al sur de Quellón, en la boca del golfo Corcovado, para reponer agua y víveres. Y sorpresivamente, el 22 de mayo los botes arponeros Ravn y Svip dieron caza a la primera ballena azul al interior del golfo. Continuaron día tras día hasta el 14 de octubre cazando 37 ballenas azules que produjeron 9.000 barriles de aceite para comercializar en Europa. El Vesterlide partió con sus bodegas llenas.

El capitán ballenero que hizo semejante matanza se lla-maba Christien Christenssen y tenía 24 años. La misma edad y quizás el mismo aspecto que Hucke tenía en 1998, cuando empezó a tratar de salvarlas.

Motivado con este dato bibliográfico, Hucke elaboró el tre-ceavo proyecto de investigación y esta vez sí consiguió fondos de investigación del BID. Arrendó una casa en las afueras de Melinka, una isla minúscula e indígena, en la que todas las

calles llegan al mar y la primera isla al sur de Chiloé donde el continente se desgrana en miles de ínsulas, y compró un bote de goma para los avistamientos. En el mundo de las ciencias, las observaciones constituyen material científico.

El 10 de diciembre de 2003 Hucke publica un paper en la Royal Society –la academia de Ciencias del Reino Unido– que reúne todas sus observaciones bajo un título pomposo: Des-cubrimiento de una zona de alimentación y recuperación de las ballenas azules en el sur de Chile. Firman Rodrigo Hucke, Layla Osman, Carlos Moreno (su profesor de doctorado), Don Ljungblad y Ken Findlay.

Tras esta publicación el golfo Corcovado pasó a ser el único lugar conocido donde se reúnen más ballenas azules en el mundo y donde se las puede ver desde tierra.

Transmitida por la BBC la noticia dio la vuelta al mundo

y el chileno Rodrigo Hucke saltó a las primeras planas de la prensa científica internacional. Desde entonces arriban al Corcovado científicos reputados, ecologistas fanáticos, periodistas de todo el mundo, MTV y, finalmente, la BBC, que filmó el más bello documental hecho hasta ahora sobre las ballenas azules. “Es una delicada danza acuática de gigantes de 150 toneladas”, dice Hucke. El reportaje se verá en junio en la serie Planet Earth del canal BBC.

La ciencia vive al díaDesde hace 10 años, Rodrigo Hucke pasa todos los veranos

en la casa que arrienda en Melinka. Expuesta a la corriente del Corcovado, es la isla de las olas más grandes y peligrosas de Chile. En el siglo pasado los indígenas vestían prendas de marinos europeos, porque despojaban a los barcos náufragos que entraban al golfo empujados por la fuerte corriente del océano hacia los canales. En las playas de las islas aledañas, como Guafo, recalan botellas de bebidas de todos los países del mundo con mensajes dentro, arrojadas en alta mar.

Con pinta de extranjero ermitaño, rubio y grande como un oso pardo, a Hucke los niños de la Escuela Básica F-1016 lo apodan El Vikingo. Le piden que los lleve a ver ballenas en su zodiac y Rodrigo, que conoce los peligros de las corrientes, les presta los largavista para que husmeen desde la orilla. Sale temprano de su casa, forrado con pantalones de plás-tico y se dirige al pequeño muelle para embarcarse hacia el temible golfo Corcovado.

LEYENDO LIBROS DE HISTORIA HUCKE DESCUBRIÓ QUE EN 1900 HABÍA TRES BALLENERAS EN CHILOÉ. ESA PISTA LO LLEVÓ A LA BITÁCORA DE UN VELERO DANÉS DE LA ÉPOCA QUE DESCRIBÍA LA CAPTURA DE BALLENAS EN EL GOLFO CORCOVADO. SE FUE A MELINKA Y SE SENTÓ A ESPERAR. EN TRES VERANOS AVISTÓ 150 BALLENAS AZULES.

Cargado de equipos fotográficos, binoculares y uno que otro artefacto de extraña apariencia. No incomoda ni a los pescadores ni a los marinos que le dan el zarpe a su bote de goma. Ya tiene localizados los puntos geográficos donde las ballenas se ven con mayor frecuencia. En 2004 instaló rastreadores satelitales a seis ballenas, disparándolos desde lejos con un arpón. La información obtenida no fue clara: unas partieron al Ecuador, otras a la Antártica, otras a dar la vuelta mundo. Luego se agotaron las baterías de los rastrea-dores y se perdió su rastro.

Ha visto 153 ballenas distintas en 47 grupos. Tiene iden-tificados 80 ejemplares por su aleta dorsal, la huella digital de las ballenas llena de muescas todas distintas, pero aún no logra determinar si son visitantes habituales del golfo o pertenecen a poblaciones diferentes.

También ha visto una docena de madres con sus crías.–¡Calcula!, –dice, Hucke–. Que en los inmensos océanos

una hembra se junte con un macho y tengan una cría es una probabilidad de una en un millón. Aquí he visto doce.

Las ballenas tienen una sola cría cada 2 a 5 años. Y la madre la amamanta con 200 litros de leche diarios durante varios meses. Luego la educa, nadando juntas durante unos cuatro años. Al parecer, le enseña los puntos geográficos donde está el krill, su principal alimento, y donde reproducirse. Luego se separan y cada una toma su rumbo en la inmensidad del mar. Gracias a las cámaras de la BBC Rodrigo observó una rara y violenta conducta de celos entre dos machos en torno a una misma hembra lo que indicaría que en Corcovado tam-bién se reproducen.

Cuando el mar está agitado, Hucke trepa a los cerros, con unos potentes binoculares a cuestas, y tapado con un plástico observa las ballenas desde tierra, marcando las coordenadas de los avistamientos en un GPS.

Tras los 4 meses en la isla solitaria y aislada, Hucke se ins-tala en su oficina de profesor en Valdivia, frente a un compu-tador y a ávidos alumnos. Por unas semanas se siente ajeno y callado, todavía desadaptado. Su timidez natural aumenta.

Ahí lo encuentro, bajo una enorme ballena azul de peluche colgada del techo.

A los 32 años sabe que tiene los próximos 20 años para seguir investigando las ballenas.

–Sería feliz si llego a describir cómo es un día habitual en la vida de una ballena. Sólo eso. Dejar una huella, hacer un aporte. Habría cumplido mis sueños de niño.

Quizás su único conflicto es que se colgó la medalla más importante tan joven. Ahora es el pilar de la ONG Centro Ballena Azul de la Universidad Austral pero, según él, eso no significa mucho. “La ciencia en Chile se hace a pulso”, insiste. El Centro casi no tiene presupuesto, ni siquiera para azúcar, y Hucke se ha acostumbrado a beber el café amargo.

Le invitan al Congreso, en Valparaíso, y debe hacer lobby ante el gobierno para conseguir que se imponga un área pro-tegida para las ballenas en el golfo. El año pasado, en una de

sus visitas para hacer lobby por el área marina costera prote-gida, se llevó uno de los numerosos peluches de su oficina.

–En La Moneda casi le provoqué un infarto a los guarda-espaldas.

Sorpresivamente Rodrigo extrajo de entre sus ropas un peluche de medio metro y se lo dio a la Presidenta al salu-darla. Ella se rió, pero los escoltas no.

En la oficina de Rodrigo hay un peluche similar sobre una fotocopiadora.

–¿Era como ése?–No. Era una pareja, dice con su voz de niño grande. A la

Presidenta le regalé la madre. Yo me quedé con la cría. Me quedé con the future.n

Una vista del espigado soplo que caracteriza a las ballenas azules, recto, claro y nuboso, y que se eleva hasta los diez metros de altu-ra, como un edificio de 4 pisos. El de las otras ballenas es pequeño, inclinado, en V o en forma de chorro. Arriba: Rodrigo Hucke, a la izquierda, abrazado a un amigo de infancia Ernesto Escobar.

ENTREVISTA

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