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BAYO, EL (EJEA DE LOS CABALLEROS) / 159 Pueblo perteneciente al municipio de Ejea de los Caballeros, en la comarca de Cinco Villas, situado entre dicha localidad y la de Sádaba. Se levanta a 341 m de altitud, a escasa distancia de las aguas del río Riguel, que discurre por toda la comarca hasta desembocar en el río Arba, al sur de Ejea de los Caballeros. Para llegar hasta esta localidad desde Zaragoza hay que recorrer 88 km, iniciando el trayecto en la AP-68 con dirección a Logroño-Pamplona, y tomar la salida 21 hacia Tauste-Alagón, incorporándonos a la carretera A-126, que nos llevará hasta Tauste. En esta localidad deberemos seguir las indicaciones hacia Ejea de los Caballeros, para lo cual tomaremos la A-127, y nos desviaremos por la segunda salida de la rotonda previa a dicha localidad, siguiendo la indicación de Sádaba. Llegaremos a una segunda rotonda, situada al norte de Ejea, en la que deberemos tomar la tercera salida, dirigiéndonos a Sádaba/Sos del Rey Católico, siguiendo por la misma A-127. Transcurridos unos cuantos kilómetros deberemos desviarnos a la izquierda con dirección a Bárdena del Caudillo por la carretera CHE-1507 y continuar unos 7 km por esta vía hasta El Bayo. El Bayo se fundó como un poblado de colonización creado en 1959, fruto del Plan de Rie- gos Bardenas-Alto Aragón. El nombre fue tomado de un asentamiento medieval previo, situado BAYO, EL (EJEA DE LOS CABALLEROS) Panorámica del emplazamiento

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Pueblo perteneciente al municipio de Ejea de los Caballeros, en la comarca de Cinco Villas, situado entre dicha localidad y la de Sádaba. Se levanta a 341 m de altitud, a escasa distancia de las aguas del río Riguel, que discurre por toda la comarca hasta desembocar en el río Arba, al sur de Ejea de los Caballeros. Para llegar hasta esta localidad desde Zaragoza hay que recorrer 88 km, iniciando el trayecto en la AP-68 con dirección a Logroño-Pamplona, y tomar la salida 21 hacia Tauste-Alagón, incorporándonos a la carretera A-126, que nos llevará hasta Tauste. En esta localidad deberemos seguir las indicaciones hacia Ejea de los Caballeros, para lo cual tomaremos la A-127, y nos desviaremos por la segunda salida de la rotonda previa a dicha localidad, siguiendo la indicación de Sádaba. Llegaremos a una segunda rotonda, situada al norte de Ejea, en la que deberemos tomar la tercera salida, dirigiéndonos a Sádaba/Sos del Rey Católico, siguiendo por la misma A-127. Transcurridos unos cuantos kilómetros deberemos desviarnos a la izquierda con dirección a Bárdena del Caudillo por la carretera CHE-1507 y continuar unos 7 km por esta vía hasta El Bayo.

El Bayo se fundó como un poblado de colonización creado en 1959, fruto del Plan de Rie-gos Bardenas-Alto Aragón. El nombre fue tomado de un asentamiento medieval previo, situado

BAYO, EL (EJEA DE LOS CABALLEROS)

Panorámica del emplazamiento

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a 2 km del núcleo actual, que quedó despoblado en el siglo xv. Los terrenos de este antiguo poblado son, hoy en día, de titularidad privada y están calificados como Zona Arqueológica. Para llegar a este conjunto, denominado La Corona de El Bayo, deberemos desviarnos hacia la izquierda, unos 100 metros antes de llegar al núcleo moderno, por una pista de tierra que nos conducirá, siguiendo el curso del Riguel, hasta los pies de dos cabezos amesetados donde se conservan abundantes restos medievales.

El origen de esta villa es de difícil datación debido a la escasez de documentación. La más antigua mención documental figura en la carta de población otorgada a la villa de Ejea por Alfonso I el Batallador, en la que delimita sus términos geográficos. En este documento, fechado en julio de 1110, se puede leer et illo Bayo X iuuatas, toto alio de Exeya, delimitando en diez yugadas sus tierras. En 1196 fue tenente Eximino de Rada, al que también se le asignó la tenencia del castillo de Luna. Según Quadrado, Ramón Berenguer IV instituyó en este lugar un monasterio cisterciense en 1146. Los monjes habrían sido franceses, presumiblemente de Béarn, región estrechamente unida a la historia de Cinco Villas. Sin embargo, Martínez Buena-ga en su reciente estudio sobre arquitectura cisterciense en Aragón manifiesta sus dudas, ya que “las referencias al hecho no están suficientemente documentadas, y es asimismo significativa la ausencia de testimonios referidos al mencionado monasterio”. En 1204, un diploma proce-dente de la cancillería de Sancho VII el Fuerte de Navarra hace mención a El Bayo como uno de los firmantes de una concordia de hermandad con las comunidades privilegiadas por dicho rey para explotar las Bardenas Reales de Navarra. El 27 de marzo de 1264, Jaime I confirma una mojonación o división de términos hecha por Jimeno Pérez Arenós, a la sazón comisario real, entre Sádaba y El Bayo. Según Zuriza, en 1280 el lugar era señorío de Jimeno de Urrea y en él existía un monasterio cuyos monjes (no especifica de qué orden) fueron expulsados por el monarca porque tenían intención de entregar el castillo a los navarros. En el año 1289, los lugareños manifestaron su descontento y se negaron a reconocer a Jimeno de Urrea como su señor. La desobediencia llegó hasta tal punto que Alfonso III se vio obligado a ordenar a las

Localización de las diferentes construcciones

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autoridades de El Bayo que acataran su decisión y que obedecieran a dicho tenente mediante un documento firmado el 23 de marzo de 1289. En la siguiente centuria, concretamente el 11 de febrero de 1353, Pedro IV el Ceremonioso dio El Bayo a Pedro de Jérica, y el 28 de febrero de 1360 a Violante de Urrea. Según autores más recientes, fue en 1380 cuando el complejo monástico resultó arrasado como castigo por la traición de los monjes, ya que éstos habían prestado ayuda al monarca navarro en contra del aragonés, entregándole esta plaza con la intención de facilitarle la conquista del territorio. Parece ser que en este momento se execró la iglesia, lo que explicaría las tachaduras de las cruces de consagración. A pesar de ello los veci-nos continuaron habitando y trabajando sus tierras durante un tiempo ya que, en una noticia fechada el 6 de enero de 1393, queda constancia de que “el concejo de El Bayo reconoce que el de Sádaba le daba graciosamente agua de su río Riguel, admitiendo, como consecuencia, que nunca podría alegar derecho alguno sobre el agua de dicho río”.

La primera cuantificación de la población de El Bayo la encontramos en el fogaje de 1405, que arroja la cifra de 19 fuegos. Posteriormente, el de 1495 no hace ninguna mención a esta localidad, lo que hace pensar que a lo largo de este siglo quedaría despoblado por completo. Tal como hemos constatado en la carta de población de Ejea, las tierras otorgadas a El Bayo eran tan sólo diez yugadas, por lo que se considera un pequeño núcleo con una mínima den-sidad de población y pocas posibilidades de crecimiento al quedar incrustado dentro del área ejeana. Su destino, al igual que el de otras torres cercanas, fue permanecer a modo de caserío disperso, lo que, unido al episodio de la traición y destrucción del monasterio, determinó su temprano despoblamiento.

La denominada Corona de El Bayo, también conocida como la Plana de las Torres, guarda todavía numerosos restos del poblamiento medieval en su elevado relieve. Entre estos restos podemos encontrar las ruinas de dos iglesias románicas, dos torreones, una necrópolis medie-val y varias construcciones coetáneas con diversas funciones. Según Fabre, parece evidente que el antiguo pueblo de El Bayo se situaría a los pies de este conjunto de ruinas, siendo la cara oeste la más propicia para ello, al encontrarse más próxima al cauce del río Riguel. Esta afirmación parece quedar contrastada documentalmente, ya que una de las escasas noticias que ha llegado hasta nosotros, gracias a Zurita, es la orden dada por Alfonso III en 1289, en la que manda “subir” a todos los de la villa al castillo de La Corona.

Iglesia Volada

Hoy en día, el área de La Corona de El Bayo consti-tuye un terreno de titularidad privada. El conjun-to de edificaciones allí conservado se encuentra

totalmente abandonado, en estado ruinoso. Todos los restos, salvo algunos muros, se hallan en estado de con-servación deficiente. El edificio conocido como la Iglesia Volada recibe dicho nombre tras haber sido dinamitado en el año 1925 con el fin de usar sus sillares en la construcción de una presa en el cercano Riguel. La voladura destruyó gran parte del templo hasta sus cimientos, incluyendo la totalidad de la bóveda. Actualmente, tan sólo se conser-va parte del muro sur, la fachada oeste con su portada, un pequeño tramo del muro norte y la torre del ángulo noroeste. Está situado en el cabezo más meridional de los dos que forman este relieve geográfico.

Gracias a los restos conservados podemos deducir que la planta originaria sería rectangular, de nave única, rematada en ábside semicircular orientado al Este. A los pies, en el ángulo noroeste, se dispone una torre de planta cuadrangular. La anchura de la nave en el único tramo conservado de los pies es de 8,35 m y la longitud de dicho tramo de 2,95 m. Se conserva la puerta de acceso centrada en el muro hastial, aunque se encuentra semienterrada. En este mismo muro abren cinco vanos de medio punto de diversa factura, tamaño y ubicación.

Respecto al alzado, se aprecia un aparejo de sillería de buena calidad, con hiladas bastante regulares que rondan los 26 cm de altura. Se distinguen numerosas marcas de cantería en los sillares, de lo que se deduce la participa-ción de varios maestros en los trabajos. De la cubierta

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tan sólo se conservan algunos tramos del arranque de la bóveda de cañón apuntado que protegió la nave del templo. Dicha cubrición apoyaba su peso en arcos fajo-nes, también apuntados, que apean a su vez en columnas adosadas (se conservan dos columnas con sus capiteles y los correspondientes arranques de arcos). En el muro exterior del lado meridional todavía resisten dos de los contrafuertes que reforzaban esta estructura. A lo largo de todo el alzado exterior, aunque sobre todo en la fachada oeste, se observan numerosos mechinales que prueban la existencia de balconadas de madera o cadalsos que com-pletarían el edificio. Otros restos pétreos, como una serie de canecillos en el muro sur, o el arranque de varios arcos en el muro oeste, dejan a su vez constancia de la existencia de otras estructuras arquitectónicas anejas. En el segundo tramo conservado del lado sur, todavía se aprecia parte de un arco de medio punto ciego practicado en el lienzo del muro; es imposible determinar si tendría continuidad en los siguientes tramos hacia la cabecera y en el muro opuesto, ya que estas partes fueron destruidas como con-secuencia de la voladura.

Por los restos conservados, y siguiendo a Almería, se puede deducir que la nave tendría cuatro tramos separados por columnas adosadas. El perímetro interior del templo, salvo el lienzo del hastial, estaba recorrido por una sencilla imposta lisa a la altura del cimacio de los capiteles. Los dos únicos capiteles conservados de la nave, junto con la portada y una de las ventanas de iluminación, resumen la ornamentación escultórica de la iglesia. En el caso de los capiteles se reduce a hojas muy esquematizadas, lisas y protuberantes, dispuestas en cada uno de sus ángulos. Los capiteles conservados pertenecen a las columnas de los dos primeros tramos del muro sur.

Los vanos, como ya se ha señalado, presentan dife-rentes dimensiones y posiciones. Llama la atención su dis-tribución asimétrica en el hastial, a excepción del superior situado en el eje. Se disponen en tres alturas. De los dos inferiores, el más cercano al lado norte es adintelado al exterior y de medio punto al interior, y comunica con el acceso a la torre. El meridional, de medio punto a ambos lados y con dovelas muy cuidadas, es de mayor anchura. En un registro superior se abren dos vanos iguales, muy próximos entre sí, configurados por dos estrechos arcos de medio punto, con sus aristas achaflanadas al exterior y abocinados con antepecho escalonado al interior. Ambos se encuentran ligeramente desplazados hacia el Norte con respecto al eje central de la fachada. Por encima de ellos se ubica, esta vez centrado con el eje longitudinal, un quinto vano, compuesto por arco doblado de medio punto. Las aristas exteriores del arco y sus dobladuras

están achaflanadas y decoradas a base de cenefas con motivos vegetales. En el caso de las dobladuras, tanto en el paramento interior como en el exterior, la decoración se limita a las jambas y se basa, sobre todo, en flores de cuatro pétalos, roleos y bolas vegetales de diversa factura. En el arco interior los motivos se extienden por todo el perímetro del arco presentando relieves de roleos, tallos y hojas enmarcadas esquematizadas, en algunos casos trata-dos muy geométricamente.

Por último, es en la portada donde encontramos el resto de los detalles ornamentales del edificio. Hoy en día se encuentra semienterrada, dejando escasamente un vano de un metro de altura desde el nivel actual del suelo, debido principalmente a la acumulación de tierra y de estructuras derruidas. Se trata de un vano abierto en el muro oeste, configurado por dos arquivoltas lisas de baquetón simple que apean en sus correspondientes columnas de fuste cilíndrico y capiteles decorados con sencillos motivos vegetales, a base de hojas lanceloladas con reborde sencillo o doble inciso, una por ángulo. Los exteriores incluyen cabrios volteados en los espacios supe-riores libres entre las hojas, y el septentrional añade tallos rematados en piñas muy estropeadas. La columna exterior del lado norte ha perdido el fuste, las tres restantes los conservan en su posición original. La anchura total de la puerta alcanza los 3,83 m, con una luz de 1,74 m. Sobre las jambas de la puerta se disponen sendas ménsulas en las que, a pesar de su deterioro, es factible adivinar dos cabezas de animales que parecen pertenecer a un bóvido y un león (como en ciertas portadas románicas de tradición hispanolanguedociana), aunque son imposibles de identi-ficar con seguridad. Estos soportes sustentan el tímpano, hoy en día seccionado en dos partes por una peligrosa grieta que lo recorre verticalmente. Presenta un crismón circular, de seis brazos, con botón central y marco con doble aro. Son identificables las letras griegas que forman el nombre de Cristo (cristos) entrelazadas. Del tallo de la P surge la barra horizontal de la T, que a su vez diseña una cruz; en su parte baja aparece la S entrelazada, y de los brazos superiores de la X cuelgan las letras griegas alfa y omega. El crismón apoya sobre la cabeza de un ángel alado que emerge del propio marco. A ambos lados labra-ron el sol (como estrella de ocho puntas enmarcada en un círculo situado a la izquierda del observador) y la luna en fase creciente (volteada, como es normal, y localizada a la derecha), remarcando la simbología cristiana. Por debajo de ellos aparecen dos tallos con hojas y frutos que parecen sostener el aro del crismón. Más cercano al ángulo izquier-do aparece otro tallo granado, mientras que en el derecho vemos la mano de Dios abierta, junto a lo que parece otro

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Exterior

Fachada occidental

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Portada occidental

Tímpano de la portada occidental

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fruto, aunque algunos autores lo identifican con algún tipo de animal de múltiples patas. El perímetro semicircular del tímpano aparece enmarcado por una orla de roleos con el habitual tallo ondulante del que brotan alternativamente semipalmetas arriba y abajo, de factura bastante estilizada. En la base del tímpano, de 2,25 m de anchura, se advierte un paño con cabrios entrelazados que forman celdas rom-boidales. Enmarca el conjunto de la portada una sencilla chambrana lisa.

Todos los expertos coinciden en remarcar la similitud que guarda este tímpano, tanto por su traza como por los elementos decorativos, con los de las iglesias de los monasterios de Puilampa y la Virgen de la Concepción de Cambrón, en Sádaba, ambos a escasos 10 km de distancia. El autor del tímpano correspondiente a Puilampa se cono-ce gracias a una inscripción situada en la primera arquivol-ta de la portada en la que el propio maestro firma su obra: Bernardus. También se conoce, gracias a otra inscripción en el interior del mismo edificio, que se finalizó en 1191. Los paralelismos temáticos y técnicos entre ambos tímpanos nos inducen a pensar que fue el propio maestro Bernardo el autor del tímpano de la iglesia Volada de El Bayo, aun-que probablemente con una cronología algo posterior, ya

que utiliza esquemas más elaborados que podrían ponerse en relación con la eliminación de las representaciones historiadas propia de la estética cisterciense. Abbad, ade-más de lo comentado, ve en la escultura de las iglesias de Puilampa, Cambrón, San Juan Bautista de Castiliscar y Santo Tomás de Layana, un grupo distinto del resto de la escultura románica de las Cinco Villas, caracterizado por la menor influencia de la escuela de la peregrinación a Santiago de Compostela, por la ausencia de temas anima-dos, animales o humanos (en nuestra iglesia reducidos a las ménsulas), por la finura en el modo de desarrollar los temas vegetales y por la decoración de las molduras y sus perfiles.

Por otro lado, además del tímpano, otro elemento característico y que hace único a este edificio es la torre, ya que utiliza un sistema inusual en su estructura. De plan-ta cuadrangular y situada en el ángulo noroeste, apoya su carga en el grueso muro del templo y en una trompa de excelente factura emplazada en el interior de la nave. Era accesible mediante una escalera de caracol practicada en el grueso del muro, a la que se llega por el vano de medio punto mencionado anteriormente al hablar de la fachada principal. Alcanzarían dicho lugar mediante una estructura de madera que apoyaría en los canecillos todavía visibles al

Interior

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interior. Según Giménez Aísa, el vano de acceso a la torre también comunicaría con una balconada exterior, de la que quedan huellas en los mechinales de la fachada. Parece ser que esta solución arquitectónica de descarga mediante

trompa tendría la finalidad de liberar mayor superficie bajo ella y contrarrestar así la escasez de espacio. Lo cierto es que los muros de la torre en sus dimensiones actuales no aprovechan en su totalidad la superficie ganada median-te la trompa. No está de más recordar, al respecto, la prohibición de la orden bernarda relativa a incorporar grandes campanarios en sus cenobios, al menos durante los primeros tiempos. La torre sólo conserva uno de sus cuerpos completo y el arranque del segundo, así como un vano con arco de medio punto en su cara este y varias saeteras a distinta altura. Entre ambos cuerpos se dispone una imposta con triángulos excavados. Según Fabre, la torre habría tenido como función la vigilancia por medio de la observación, aunque también se pudo utilizar, como el caso de la desaparecida torre de Puilampa, como medio de comunicación a distancia dada su inmejorable situación geográfica, dominando un amplio territorio.

A una distancia de cerca de 10 m de la iglesia, un socavón en el terreno ha dejado al descubierto lo que parece ser un aljibe o bodega. Se trata de una estancia de planta rectangular, con los muros revestidos por sillares y con cubierta de medio cañón apuntado, cuyo colapso par-cial es el que ha producido dicho derrumbe. Actualmente se encuentra por debajo del nivel del suelo, aunque sería necesaria una excavación arqueológica para delimitar la estratigrafía medieval.

La iglesia Volada es la más antigua de las dos de La Corona de El Bayo, pero parece improbable que pertenez-ca a la fecha de hipotética fundación del monasterio, en 1146. Ciñéndonos a lo ya comentado a la hora de tratar la decoración escultórica, bastante avanzada dentro de los esquemas románicos, podemos datar su construcción en el último cuarto del siglo xii.

Iglesia Inacabada

Está situada en la parte sur del cabezo más septen-trional de los dos que forman La Corona de El Bayo. Al igual que el resto de las edificaciones se encuentra

totalmente abandonada y en estado de ruina avanzada, aunque las partes conservadas no se hallan demasiado deterioradas. Presenta numerosos signos de haber sido usada durante un tiempo por los pastores de la zona.

Para Fabre esta iglesia debía de estar en plena cons-trucción cuando, en 1380, se descubrió la trama de los monjes, y el monarca aragonés ordenó destruir el monas-terio, por lo que nunca llegó a finalizarse. Giménez Aísa

se decanta por la interrupción de la obra en el año 1289, cuando El Bayo pasa a manos señoriales. En todo caso, lo que está claro es que se trata de un edificio inacabado del que actualmente podemos ver lo que se reduce a un ábside semicircular orientado al Este y el tramo del presbiterio, con una anchura que alcanza la muy considerable dimen-sión de 10,58 m por 11,90 m de longitud, correspondien-tes a la parte construida. En el ábside, que mide 6,10 m hasta el arco triunfal, abren cinco ventanas.

Se trata de una obra para la que utilizaron sillares de buena factura, colocados en hiladas de entre 20 y 30 cm

Ventana

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Exterior desde el ángulo sureste

Exterior desde el ángulo noroeste

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de altura (casi todas rondan los 25 cm). Existen multitud de marcas de cantería en sus sillares, tanto en los muros exteriores como en los interiores, entre las que predomina la T tumbada, la cuña y la doble cuña entrelazada. Por lo que se aprecia al contemplar las ruinas del edificio, el esquema constructivo contemplaba la cubrición del ábside mediante bóveda de horno apuntada sobre nervios, que se conserva hasta media altura en alguna de sus partes, y bóveda de cañón apuntado para el anteábside, de la que tan sólo se mantienen los arranques.

Únicamente ha llegado a nuestros días el cilindro absidal y el tramo del presbiterio, sin poder dilucidar con seguridad, a falta de estudios arqueológicos, si se completó la cubrición para estos dos espacios antes del abandono de la obra. Si nos detenemos en el ábside, podemos ver un espacio de planta poligonal dividido interiormente en cinco paños por cuatro columnas adosadas de fustes cilíndricos, realizadas mediante tambores que aparecen en varios casos incompletos. La planta poligonal perfecta-mente perceptible en el exterior es compartida igualmente

con edificios de la comarca como Ejea y San Gil de Luna. Las columnas rematan en capiteles troncocónicos lisos que sustentan los nervios de la bóveda, siguiendo una estética favorable a la reducción de los motivos ornamentales que es propia, pero no exclusiva, de los cenobios cistercienses. Los nervios están constituidos por un haz de tres baque-tones, solución semejante a la empleada en edificios tar-dorrománicos de la comarca de Cinco Villas, como Santa María de Ejea, San Gil de Luna o Puilampa, pero también en grandes fábricas no muy alejadas, como La Oliva o la catedral de Tudela. Como sucede en otros edificios de la época, el casquete de la bóveda fue aparejado sin tener en cuenta las posibilidades que ofrecía la utilización de ner-vios, por lo que no estamos ante una bóveda típicamente gótica. Es de suponer que dichos nervios irían a confluir en el arco de embocadura, quedando el anteábside cubierto sólo con bóveda de cañón apuntado, de nuevo como en San Gil de Luna, Puilampa, La Calzada y La Oliva. El paralelismo con ciertas construcciones cercanas, como los monasterios de la Virgen de la Concepción de Cambrón

Vanos

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Interior

Vanos

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o el de Puilampa, en Sádaba, ha llevado a algún autor a establecer relaciones formales perfectamente defendibles, aunque no sea completamente preciso el término utilizado para calificarlas, en la medida en que se ha hablado del “triángulo cisterciense” a orillas del Riguel.

Entre las columnas abren cinco vanos de medio pun-to, configurados con aspillera al exterior y abocinamiento hacia el interior. En el paramento exterior las ventanas se sitúan sobre una moldura horizontal de triple bocel que recorre toda la cabecera, incluidos los contrafuertes. Todos los vanos son iguales excepto el central, que pre-senta un mayor desarrollo hacia el exterior, mostrando sobre la aspillera un arco de medio punto con baquetón en la arista, apeado sobre dos capiteles con sencilla deco-ración vegetal, a base de hojas lanceoladas lisas en sus ángulos y cimacio con grueso baquetón horizontal, que han perdido los fustes cilíndricos que los sustentaban. La chambrana está moldurada con bocel y friso de dientes de sierra, combinación que también puede verse en Ejea de los Caballeros. En la parte interior del edificio, la moldura

que marca el arranque de las ventanas está muy estropea-da, mientras que perdura en mejor estado una segunda moldura, decorada con baquetón horizontal y los mismos dientes de sierra, coronando los cinco vanos y prolongán-dose en los muros de la nave a la altura de los capiteles. Es interesante señalar que esta moldura de separación entre muros y bóvedas se curva para enmarcar el abocinamiento de las ventanas, en una solución que vemos en algunas de las edificaciones citadas con anterioridad.

El arco que da paso al presbiterio pone de manifiesto lo avanzado de este edificio dentro del románico, puesto que opta por una solución intermedia entre los haces de baquetones usados en los nervios de la cabecera y los arcos fajones dovelados con los que se pensaba continuar la obra. De esta forma se utiliza un arco con doble baquetón en la cara que da al ábside y con dovelas lisas en la cara de la nave, sustentado por columnas pareadas. Merece la pena señalar la existencia de combinaciones comparables en Ejea de los Caballeros. Estas columnas rematan en cuatro capiteles con sencilla decoración vegetal a base de hojas

Detalles del interior

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lanceoladas lisas en los ángulos, a excepción del colocado en la columna más oriental del lado sur, que presenta tres tallos vegetales acabados en bulbos carnosos sobre un fon-do liso. Para el arco de acceso al presbiterio se proyectó utilizar uno doblado, tal como constatan los arranques de esta última parte construida. Iba apoyado en las pilastras con columnas adosadas que observamos a ambos lados del edificio. Dichas columnas presentan capiteles deco-rados con hojas lisas lanceoladas rematadas en volutas, con nervio axial y reborde en cordoncillo, muy esque-matizadas. Por la parte exterior ocho contrafuertes muy esbeltos refuerzan la estructura del edificio, coincidiendo con los apoyos verticales internos. En lo alto de los muros del lado norte todavía se pueden apreciar los canecillos colocados para sustentar la cornisa del tejado. Se trata de unas sencillas piezas distribuidas de cinco en cinco entre los contrafuertes exteriores, siendo la mayoría lisas y cón-cavas, aunque existen dos distintas: una terminada en rollo y otra en arista. Por lo general el estado de los sillares es bueno, salvo por algunas zonas del lado sur y del interior,

que presentan un grave deterioro. Cabe destacar el grosor de los muros, que sobrepasa el metro y medio.

De haberse continuado con esta construcción habría sido necesario demoler la edificación que se encuentra en su lado occidental. Se trata de una nave rectangular, de 15,70 m de longitud por 6,62 m de anchura, con una puerta adintelada de 0,90 m al sur del primer tramo, actualmente cegada, y un zócalo a manera de banco corrido en la parte inferior de sus dos lados largos interiores. En lo alto del muro occidental se abre una pequeña ventana de medio punto, aspillerada al exterior y con derrame interior. Uti-liza como aparejo la piedra sillar, distribuida en hiladas más irregulares que el ábside, y está cubierta mediante una bóveda de cañón apuntado que arranca desde el zócalo comentado, reforzada por dos arcos fajones, que dividen el espacio interno en tres tramos, aunque el último no se con-serva en su totalidad. Existen un gran número de elementos diferenciadores entre ambas estructuras, como el grosor de muros, la decoración, la planta y el alzado, la técnica cons-tructiva, la iluminación o el nivel del suelo. Todo ello indu-

Nave

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ce a pensar en un origen anterior para esta última, aunque también en época tardorrománica por el apuntamiento de la bóveda. Dadas sus dimensiones, de ningún modo podría desembocar en el ábside del templo inacabado, aunque cabe la posibilidad de que la interrupción de la nueva obra se produjera en un momento de coexistencia en el uso de ambos edificios. Con buen criterio, dada la monumenta-lidad de la fábrica, se ha planteado la posibilidad de que esta nave constituyese un edificio relevante del conjunto monástico previo al proyecto y ejecución del edificio que quedó inacabado, dado que su tipología es más antigua que las dos iglesias comentadas hasta el momento. Fabre ha propuesto su utilización como capilla o iglesia primi-tiva hasta la construcción de ambas. Otra opción ofrece Giménez Aísa, quien ve indicios de la existencia de un piso superior sobre la estructura conservada, inclinándose a pensar que podría haber desarrollado la función de sala capitular. La tipología del espacio no se corresponde con un edificio religioso de gran empeño, pero ciertamente la ausencia de ventanas y la sencillez constructiva aparece en ermitas e iglesias secundarias de la zona, como San Miguel de El Frago. Tras perder su función original pudo haber sido usada como almacén o bodega, lo que explicaría los huecos a modo de hornacinas practicados en el interior de su muro oeste. Junto a esta segunda construcción encontramos abundantes restos de una antigua necrópolis

medieval. Ocupando una superficie importante en la parte sur del cabezo se pueden contabilizar a simple vista más de una veintena de enterramientos. Algunos presentan toda-vía sus lápidas correspondientes, y otros, bastantes des-graciadamente, han sido excavados y expoliados. Varios nichos excavados han sido rellenados de nuevo, pero los que continúan vacíos dejan ver su revestimiento interno, realizado a base de losas de piedra.

Las dos construcciones descritas en este apartado parecen pertenecer a dos períodos diferenciados. Las características edilicias de la nave nos hacen remontarnos a la segunda mitad del siglo xii, en fechas no muy alejadas de la instauración de la comunidad eclesiástica. Conviene advertir que esta fábrica ofrece muy escasos elementos de datación, de modo que podría perfectamente ser algo posterior. Por otro lado, la cronología para la iglesia Inaca-bada en la que coinciden un mayor número de expertos la sitúa en un momento avanzado del siglo xiii, si bien los referentes que le sirvieron como modelo ya estaban terminados en el entorno de 1200, por lo que convendría aproximar su datación a esta fecha. El edificio habría que-dado inconcluso a partir de finales del siglo xiii o del xiv, aunque quizá siguiera siendo funcional en algún aspecto, y habría sido abandonado definitivamente con el despobla-miento de la localidad en el siglo xv.

Torres

Al noroeste de la iglesia Inacabada, compartiendo cabezo con ésta, aunque separadas por unos 60 m de distancia, se levantan dos torreones de dudosa

funcionalidad. Algunos autores, como Fabre, Abbad, Gui-tart o Almería, se inclinan por pensar que se trata de cons-trucciones defensivas. En este caso habrían sido levantadas en los primeros momentos de la conquista cristiana para asegurar el avance aragonés por el valle de los Arbas y el valle del Ebro, siendo las estructuras más antiguas de La Corona de El Bayo. Otros, como Giménez Aísa o Zapater, opinan que se trata de los restos de dos molinos de viento contemporáneos del resto de los edificios del yacimiento. Existe una tercera opción que no descarta ninguna de estas dos hipótesis, pudiendo haber coexistido ambas funciones o haber sido sucesivas, transformando en un momento dado los primitivos torreones defensivos en molinos de viento.

De cualquier forma, en el caso de que formaran parte activa de la fortaleza de La Corona, no está claro si el

monarca financió estas edificaciones o lo hizo algún noble, pero lo que sí consta documentalmente es que a su frente estuvo un tenente. Por ello es factible pensar que sus fun-ciones fueron las de torres-vigía, dada su estupenda situa-ción y también, en momentos puntuales de peligrosidad inminente, de castillo-refugio, tal como queda constatado documentalmente en una noticia de 1289 recogida por Zurita, en la que el monarca Alfonso III manda abastecer el castillo de La Corona y “subir” a todos los de la villa, lo que hace pensar que, tal como se ha apuntado en la introduc-ción, el antiguo núcleo medieval de El Bayo se encontraría en las faldas o en la llanura a los pies de los cabezos que forman La Corona.

Separadas entre sí unos 25 m, estas dos torres tienen plantas circulares de diferentes diámetros: la meridional alcanza los 4,5 m de diámetro en su interior; la septen-trional, algo menor, 3,98 m. El aparejo utilizado en la construcción de ambas es la piedra sillar, colocado en la primera de ellas en hiladas de entre 25 y 38 cm de altura,

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Vista de las dos torres

Torre sur

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y un poco menores en la segunda, entre 22 y 28 cm. Los accesos a ambas se encuentran a nivel del suelo y son de distinta factura. En el caso de la torre sur se utilizó un vano adintelado orientado hacia el Norte, culminado en tímpano semicircular bastante irregular sobre jambas rec-tas. Tiene una anchura de 1,06 m y presenta dos ménsulas de perfil convexo integradas en la hilada superior de cada jamba. Por el contrario, el acceso a la torre norte se realiza a través de un arco de medio punto dovelado orientado hacia el Sur, con 98 cm de luz, deficientemente aparejado y que ha perdido alguna de sus piezas superiores. Sobre ambas puertas se disponen sendos vanos cuadrados, sin guardar una total alineación con el eje longitudinal de las puertas, que, según Fabre, son fruto de alguna reforma posterior. Además, la torre norte tiene una saetera en su lado septentrional, con abocinamiento hacia el interior y mechinales que indican la antigua existencia de facilidades para acceder a sus inmediaciones. No se ha conservado

ninguna de las dos techumbres, lo que hace pensar que fueran estructuras de madera. En el interior de ambas se pueden apreciar los restos de diversos mechinales y del anclaje de la estructura que las dividiría en distintas alturas.

Son varios los datos que han argumentado quienes defienden la datación de estas torres en el siglo xii. Por un lado, en el año 1110 aparece una referencia a este lugar en la carta de población de Ejea, tal como hemos reflejado anteriormente, a lo que hay que unir la noticia de que en 1196 ostentaba la tenencia de este lugar Eximinio de Rada. Igualmente, la función militar documentalmente reconoci-da del cabezo donde se encuentran. Sin embargo, extaña en construcciones supuestamente defensivas de estas fechas, la colocación de las puertas a nivel de suelo, la escasez de elementos propios de la arquitectura militar, la limitada altura de las mismas e incluso la repetición de un tipo constructivo (torre) que suele aparecer independiente o bien unido entre sí con lienzos murales. También es verdad que el paso del tiempo puede haber colaborado a la alteración de las características iniciales. La rudeza en el aparejo anima a suponerlas anteriores a la construcción de las iglesias previamente analizadas. A falta de estudios más pormenorizados, cabe proponer una datación en el siglo xii, sin ser contemporáneas entre sí, tal como se aprecia en sus diferencias arquitectónicas.

Texto y fotos: JAN

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Torre norte