aspectos bioéticos y antropológios del dolor, el sufrimiento y la muerte - jorge suardíaz pareras

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Se hace un análisis somero, desde un doble puntode vista –bioético y antropológico-, de algunosaspectos relacionados con el dolor, el sufrimientoy la muerte, con particular referencia a los conceptosde calidad de vida y eutanasia, exponiendomis criterios personales sobre estos últimos. Seexponen los criterios personales del autor sobreestos últimos.

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    Aspectos bioticos y antropolgicosdel dolor, el sufrimiento y la muerte

    Dr. Jorge H. Suardaz Pareras1

    RESUMENSe hace un anlisis somero, desde un doble puntode vista biotico y antropolgico-, de algunosaspectos relacionados con el dolor, el sufrimientoy la muerte, con particular referencia a los con-ceptos de calidad de vida y eutanasia, exponien-do mis criterios personales sobre estos ltimos. Seexponen los criterios personales del autor sobreestos ltimos.

    Palabras clave: Dolor, sufrimiento, muerte,eutanasia, calidad de vida.

    INTRODUCCINHay fenmenos que, por ser tan universales, mis-teriosos y preocupantes, durante pocas todos lospueblos, culturas y filosofas, se han planteado yhan buscado soluciones a stos. Entre esas expe-riencias humanas se encuentran el dolor, el sufri-miento y la muerte. Curiosamente, el ser humanono suele cuestionarse qu sentido tienen la alegra,el xito o el placer; en cambio, la dramtica reali-dad del dolor y del sufrimiento y, sobre todo, elmisterio desconcertante de la muerte, han inquie-tado tanto a los hombres que, a lo largo de la histo-ria, las mentes ms reflexivas se han preguntadopor qu sufrimos y, sobre todo, por qu morimos; yqu significado tienen, si es que tienen alguno, eldolor, el sufrimiento y la muerte. SegnSchopenhauer, La muerte es el verdadero genioinspirador de la filosofa (...) Acaso no se hubierapensado nunca en filosofar si ella faltara1. Tras laSegunda Guerra Mundial, se hicieron rpidos pro-gresos en el conocimiento fisiolgico y bioqumicodel dolor, para conseguir, de esta forma, su trata-miento de una manera cientfica y eficaz. A partirde 1969 se inici un periodo de progreso y desarro-llo del estudio del dolor a todos los niveles: sociol-gico, econmico, psicolgico, antropolgico y fi-siolgico. Finalmente, hoy tenemos un manejo deldolor constituido y floreciente; y, mientras que lagestacin del tratamiento del dolor dur miles deaos, la Nueva Algologa se ha desarrollado en,solamente, unos 40 aos. Sin embargo, todos sabe-mos que an se sufre mucho en el mundo y queser necesario seguir enfrentndose al sufrimientohumano por los siglos de los siglos. Debido a laradical unidad psicofsica y espiritual del ser hu-mano, el dolor biolgico va siempre unido a unsignificado, a un sentido espiritual.

    DESARROLLODeca Aristteles que slo se conoce bien aquelloque se ve nacer y desarrollarse. Y es el dolor unade las experiencias en que ms implicada est lahumanidad. La lucha contra el dolor ha supues-to, desde el punto de vista antropolgico, una delas consideraciones ms importantes de la histo-ria de la humanidad, en cuanto ha contribuidoal desarrollo del hombre y de su cultura. El dolorse interpreta, segn el tiempo y la sociedad, des-de una ptica cultural, teolgica, cientfica, psi-colgica y econmica2.

    El dolor es la experiencia ms universal delos seres humanos (y tambin de los animales, al

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    menos, de los que llamamos superiores); su an-tigedad se remonta al principio de la Creacin.Para la Sociedad Internacional dedicada a su es-tudio, es una experiencia desagradable, senso-rial y emocional, asociada a una lesin real o po-tencial, que se describe como dao3. En reali-dad, el dolor agudo es un mecanismo de alarma,que alerta al organismo de que se est producien-do una lesin: es de sobra conocido el terrible pre-cio que puede pagar, por su carencia de sensibili-dad dolorosa, el leproso que no reciba tratamien-to adecuado. En cambio, cuando el dolor secronifica, supone para el enfermo, la familia y laparte de la comunidad ms relacionada con ellos,un importante elemento perturbador desde elpunto de vista fsico, moral, social y econmico;pierde su sentido protector y se convierte en pro-tagonista de la enfermedad que le dio origen o, almenos, en elemento bsico de la misma, provo-cando un estado que se denomina sufrimiento, elcual no se limita a una experiencia sensorial. Porel contrario, tiene importantes consecuencias so-bre la vida afectiva del ser humano, llegando aminimizar sus ilusiones, desintegrar la personali-dad y negativizar el espritu. El sufrimiento in-tenso aumenta el sentimiento de desesperanza,porque el dolor que tiene un propsito determi-nado (el derivado de una intervencin que debeconducir a la curacin, por ejemplo) es ms tole-rable que aquel ante el cual no puede contem-plarse ninguna finalidad (el que se experimenta acausa de ciertas metstasis de un cncer, por ejem-plo). Recordemos, de paso, que etimolgicamenteel trmino enfermedad (in-firmitas), implica

    falta de firmeza, debilidad, no slo desde el puntode vista somtico, sino tambin espiritual4.

    La persona sufre ms que los animales, porla autoconciencia; es decir, no slo sufre, sino quesabe que sufre. El sufrimiento es ambivalente,porque consta de estos dos elementos: el dolor y elsentido que damos a ese dolor. En el terrenoantropolgico, el sufrimiento puede destruir alhombre, pero tambin y por la misma razn, pue-de enriquecerle profundamente. Sufrir es elevar elacontecimiento meramente biolgico a una cate-gora moral superior5. El enfermo puede hacer par-tcipes a sus amigos, familiares y al personal sani-tario que le atiende, de sus sufrimientos; pero sabeque el dolor es algo tan personal que cada unotiene que vivirlo responsablemente en su singula-ridad; porque el sufrimiento personal nos capaci-ta para comprender a los dems. El que no hasufrido si es que existe alguien as- cmo com-prender al enfermo, al neurtico, al que es trata-do de manera injusta, cruel o degradante? Por otraparte, los sufrimientos de unos, pueden ser unaoportunidad para que otros ejerciten, a su vez,muchas virtudes humanas (la comprensin, laayuda, el servicio, la tolerancia y, sobre todo, elamor): La persona que sufre es sagrada y merecetodo nuestro respeto y toda nuestra ayuda.

    Al llegar a este punto, es imprescindible ha-blar del dolor por cncer, tratado poranestesilogos, onclogos y otros sanitarios, porla dificultad que conlleva no slo el dolor sinootros sntomas clnicos y la implicacin de la fun-cin que se ha dado en llamar concepto de enfer-mo terminal canceroso con la familia muriente.

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    En semejante contexto, el sufrimiento, ele-mento inevitable de la existencia humana, aunquetambin factor de posible crecimiento personal, escensurado, rechazado como intil y, ms an, com-batido como mal que debe evitarse siempre y decualquier modo; cuando no es posible evitarlo y laperspectiva de bienestar se desvanece, entoncesparece que la vida ha perdido ya todo sentido yaumenta en el hombre la tentacin de reivindicarel derecho a la supresin de sta. Graves amenazasafectan al enfermo incurable y terminal, en un con-texto social y cultural que, a menudo, haciendoms difcil afrontar y soportar el sufrimiento,agudiza la tentacin de resolver el problema elimi-nndolo en su raz, anticipando la muerte al mo-mento considerado ms oportuno6.

    Para tomar conciencia de la importancia dela ayuda que debemos prestar en este momento,es conveniente distinguir entre la muerte comohecho concreto y definitivo con el que la vida seacaba y el morir, como un proceso ms o menoslento y progresivo que nos conduce hacia ese mo-mento. El hombre suele experimentar, casi siem-pre, un temor mayor a ese despojo constante queal acto final, que a veces se considera como unaautntica liberacin. En este sentido, no deja deser curiosa la marcada diferencia entre nuestracultura actual y la de pocas anteriores, en lo quese refiere a la actitud ante la muerte. Antao, elmoribundo viva y comparta con los dems susltimos das, en su propia casa, como protagonis-ta y dueo soberano de su propio fallecimiento(es significativa aquella plegaria en la que se pe-da a Dios que nos librara de una muerte sbitay violenta). Un nuevo estilo de morir se dibujahoy en el horizonte: encontrarse con la muerte sindarse cuenta, efectuar el trnsito en la ignoranciay salir del mundo con la misma inconsciencia conla que entramos en l7.

    Aunque el fallecimiento es un proceso conti-nuo, la psiquiatra suiza (residente en EstadosUnidos de Norteamrica) Elizabeth Kbler Ross,en un trabajo que ya se ha convertido en un clsi-co, ha distinguido cinco fases por las que atravie-sa el paciente en esta situacin, en lo que se refie-re a los aspectos vivenciales de este proceso; esdecir, una especie de itinerario psicolgico8. Estasfases seran: Negacin (rechazo al diagnstico, aislamiento) Rebelda (sentimientos de ira y culpabilidad) Negociacin (pacto con el destino) Depresin. Aceptacin.

    Sin embargo, en muchos de nuestros pasesde cultura latina (Cuba es un ejemplo), la mayo-ra de los pacientes no recibe una informacinadecuada en ningn momento de su evolucin,

    por lo que la fase de negacin suele ir precedidapor una de ignorancia (en la cual no sabe nadade su situacin real) y otra de sospecha e insegu-ridad, hasta que algunas palabras cazadas al vue-lo, o la simple intuicin, hacen que la verdad sevaya abriendo paso en la conciencia del enfermo.Entonces, tendr que enfrentar este itinerario encompleta soledad, si no somos capaces de superarese obstculo inicial; porque el hecho de que nose produzca la comunicacin de la situacin real,no es un impedimento para llevar a cabo una ade-cuada asistencia al morir9.

    Siguiendo a Kbler Ross, el primer meca-nismo de defensa (y el ms comn) ante la cerca-na de la muerte, suele ser la negacin, que no esms que un intento de cerrar los ojos a una reali-dad que nunca se haba sentido tan cercana.Cuando el paciente se percata de su gravedad,aparece la rebelin contra lo inevitable: la sensa-cin de vaco y desesperanza que experimenta,puede ser expresada con comentarios (a menudocnicos) acerca del tratamiento o de las personasque ofrecen cuidados; con frecuencia, se hacencuestionamientos acerca las actitudes propias:muchas personas sienten que la enfermedad que

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    padecen puede ser el resultado de alguna cosa quehicieron mal en el pasado y que, si pudieran en-mendarlo, la enfermedad desaparecera. El enfer-mo puede encontrarle poco sentido a la continua-cin del tratamiento y comenzar a pensar en laeutanasia o el suicidio asistido, como liberacin.Se puede elegir la muerte? Para los que la consi-deran un mal menor, la respuesta es s, pues ter-minan aceptndola como un bien; pero en cuan-to a la realizacin, como plenitud de la existenciahumana, ella no hace al hombre ms libre, por-que no es una consumacin del bien, sino todo locontrario: equivale a cerrar, anticipadamente, misposibilidades de consumacin y de plenitud10.

    La eutanasia es conocida (y practicada) des-de la ms remota antigedad. En el JuramentoHipocrtico, el mdico, siglos antes de Jesucristo,haca el siguiente compromiso: A nadie dar dro-ga mortal ni dar consejos para ese fin.

    La pendiente resbaladiza de la eutanasia sepuede ilustrar con el siguiente fragmento, toma-do de la bibliografa: En 1933, en la Alemanianazi, Hitler promulg la primera ley destinada ala eliminacin de los menos aptos con la aproba-cin de la ley para la prevencin de la progeniecon enfermedades hereditarias; en 6 aos se este-riliz involuntariamente a 375.000 alemanes. Esta

    ley tambin legaliz el aborto para las mujeresque deban ser esterilizadas. La primera cmarade gas no estaba destinada para los judos, sinoque fue diseada por mdicos psiquiatras, quie-nes seleccionaron a pacientes para su eliminacin,hasta que los hospitales psiquitricos quedaronprcticamente vacos. Luego, algunos pediatrassiguieron con los nios discapacitados; despus,en los hospitales con los ancianos discapacitados;luego con los enfermos de pestes, etc. Antes de1945, casi 300.000 alemanes haban sido elimi-nados por esta va11.

    En el actual debate planteado en torno a laeutanasia hay, segn Len Correa12, cuatro cues-tiones que demandan un urgente estudio. La pri-mera consiste en la necesidad de definir inequvo-camente la terminologa y, con ella, los conceptosque usamos al hablar de eutanasia. La segunda serefiere a la conveniencia de seguir de cerca la con-ducta de los profesionales que aceptan la eutana-sia como solucin para ciertos problemas mdico-sociales, tal como nos muestra el ejemplo holan-ds, y la incidencia en la medicina de esa acepta-cin de la eutanasia.

    La tercera cuestin, ms de fondo, sera elanlisis de las ideas que estn en la base de lasreclamaciones de autodeterminacin de la propiamuerte, la eutanasia por falta de calidad de vidao por la inutilidad social de la persona. El cuar-to punto, es la regulacin jurdica de los diferen-tes problemas o delitos de eutanasia.

    Por eutanasia, en sentido verdadero y pro-pio, se debe entender una accin u omisin quepor su naturaleza e intencin causa la muerte, conel fin de evitar el sufrimiento. Se habla de eutana-sia activa cuando se comete una accin delibera-damente dirigida a terminar la vida de alguienque sufre o que no tiene conciencia, o que se en-cuentra en estadio final de alguna enfermedad o,en general, de cualquier situacin incapacitanteno recuperable. Por eutanasia pasiva, se entiendeaquella en la cual no se acta directamente con-tra la vida, sino que se omiten acciones que pu-dieran salvar una vida discapacitada o prolongaruna vida socialmente poco til13.

    Desde este punto de vista, el concepto de eu-tanasia es la consecuencia lgica del trmino cali-dad de vida que, como he tenido oportunidad deafirmar14, se suele interpretar en trminos de rela-cin entre costo y beneficio, estableciendoparmetros de calidad, que son las funciones queconsideramos que debe mantener alguien para de-cidir si su vida tiene calidad o no. O sea, se reduceel ser humano a una simple suma de funciones ycapacidades. La calidad de vida, entendida en estaforma, es por tanto un concepto subvalorizante, en

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    virtud del cual se despersonaliza al hombre, se lecosifica y se reduce a la dimensin de objeto des-echable. Aqu entra a jugar su papel un conceptoque considero mucho ms importante: valor de vida.Creo que el valor de la vida es inconmensurable;slo puede concebirse la vida como valor absoluto,es decir, no puede cuantificarse. El valor que al-guien le confiere a la vida es un concepto indivi-dual, propio de cada persona y est relacionadocon su formacin personal y su proyecto tico inte-rior: es indiscutible que no tiene ningn valor paralos que promueven guerras por mezquinos intere-ses de dominio poltico y econmico, o para los te-rroristas que estrellaron dos aviones de pasajeroscontra las Torres Gemelas de N. York, o para lostorturadores de las dictaduras militares. No conci-bo, por tanto, a un mdico decidiendo si una vidavale o no la pena vivirla, o si un minusvlido ser ono una carga social. No concibo a un mdico de-fensor de la muerte; porque cuando comienza aanalizar si una vida vale o no la pena salvarla, co-mienza a cultivar la muerte. Y cuando equivocade tal manera su camino, ha dejado de ser un m-dico para convertirse en un verdugo. Entendidaas la eutanasia, es fcil percibir y denunciar la fal-sificacin, ms o menos deliberada, que subyace aexpresio-nes tales como seleccin neonatal (para

    designar el infanti-cidio que se aplica a ciertos ni-os malformados o deficientes, negndoles la ali-mentacin y el tratamiento); suspensin de nutri-cin y lquidos (para disfrazar el dejar morir dehambre y sed); slo cuidados de enfermera (paraocultar que alguien vigila los efectos de la admi-nistracin de dosis masivas de hipnticos hasta quellega la muerte); o morir con dignidad que, en elactivismo p-ro-eutanasia, est dejando de ser la fr-mula absolutoria del matar por compasin en si-tuaciones extremas de dolor o inutili-dad, para con-vertirse en el eslogan bien de la eliminacin utili-tarista de parapljicos, deprimi-dos, o de ancianosque viven solos y que empiezan a tener problemaspara cuidar de s mismos, o bien de la demandalibertaria del derecho a ser matado sin dolor en ellugar, tiempo y modo que cada uno decida, enten-diendo la propia vida como un bien ms a disposi-cin personal15.

    La eutanasia debe distinguirse de la deci-sin de renunciar a la llamada distanasia, o en-carnizamiento teraputico; es decir, a las inter-venciones mdicas ya no adecuadas a la situacinreal de un enfermo, por ser demasiadodesproporcionadas a los resultados que se podranesperar. En estas situaciones, cuando la muerte seprev inminente e inevitable, se puede en con-

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    ciencia renunciar a recursos teraputicos extremos,que procuraran slo una prolongacin precariay penosa de la agona, convirtiendo la suave pen-diente hacia la muerte en una carrera de obstcu-los. El justo equilibrio entre ambos extremos, esdecir, no disminuir el tiempo de vida por accinu omisin, pero tampoco prolongar una agonaexageradamente(sin interrumpir, por supuesto, lasotras medidas normales debidas al enfermo encasos similares, como la hidratacin y la alimen-tacin por va oral o parenteral, administracinde analgsicos, sedantes, oxgeno, etc.), recibe elnombre de ortotanasia16. La renuncia a mediosdesproporcionados no equivale al suicidio o laeutanasia; expresa ms bien la aceptacin de lacondicin humana ante la muerte17.

    Para Herranz, hoy, la discusin en torno ala eutanasia ya no se centra en el problema clsi-co de matar por compasin. Su centro de grave-dad se ha desplazado a la cuestin, planteada porel autonomismo libertario, del pretendido dere-cho de ser matado en el lugar, el tiempo y el modo

    que uno decida y de obtener para ello la coopera-cin del mdico. Cada vez ms, la eutanasia seexigir como ayuda al suicidio voluntario18.

    La eutanasia consiste, en cualquiera de susformas, en un atentado consciente contra la vidahumana, perpetrado precisamente por el encar-gado de preservarla: el mdico. Debe considerarsecomo una falsa piedad; ms an, como una pre-ocupante perversin de la misma. La verdaderacompasin hace solidarios con el dolor de los de-ms y no elimina a la persona cuyo dolor no po-demos soportar19. En cuanto al suicidio, es siem-pre gravemente inmoral: Yo doy la muerte y doyla vida20. Recordemos que, para el clebre mdi-co misionero Albert Schweitzer, Premio Nbel dela Paz, la tica no es otra cosa que reverencia porla vida.

    Lamentablemente, en la actualidad, la eu-tanasia ha sido aceptada por algunos estados (demanera abierta o solapada) y hasta se ha disea-do y funciona una mquina de la muerte enOregn, (USA). El culto a la muerte se desarro-lla, paradjicamente, en los pases ms avanza-dos tecnolgicamente. Querr eso decir que latecnologa es deshumanizante, como afirman al-gunos? No ser el medio social de esos gigantestecnolgicos el que cada da se deshumaniza ms?Recuerdo que Kieffer deca que somos gigantestecnolgicos, pero nios ticos. En muchos lu-gares de este mundo posmoderno las aplica-ciones de los nuevos avances cientficos y tcni-cos suelen ser manipuladas por intereses ajenosal bien de la persona y al Bien Comn; por otraparte, la propia medicina se ha vuelto arrogantey prepotente y muestra una alarmante tenden-cia a considerar los avances tecnolgicos comoun fin y no como un medio (con lo cual el enfer-mo, que es el legtimo fin en s mismo, pasa aconvertirse en medio) y con ello se encamina a ladeshumanizacin, porque se ha debilitado sudimensin humana21. El progreso se mide deacuerdo al estndar medios-fines y se abandonala idea de fijacin objetiva de valores. Se plan-tea, entonces, una serie de dudas inquietantes:Es ticamente posible llevar a cabo todo lo quetcnicamente se puede hacer? Son suficientes loscdigos deontolgicos tradicionales para garan-tizar que el poder que se deriva de la introduc-cin de los avances tecnolgicos sea empleadode forma positiva? Tendr el ser humano queaprender de nuevo los valores sociales de la vida,como los nios que comienzan su recorrido porsta? En todo caso, creo que los mdicos estamosobligados a luchar por una correcta valoracintica de la vida, no slo entre los profesionales dela salud, sino entre todos los miembros de la so-ciedad. De esta forma ha dicho C. Viafora- la

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    medicina se configura como el saber por exce-lencia, con una tendencia hipertrfica a exten-der su propio dominio ms all del mbito pu-ramente biolgico, hasta transformarse en unanueva moral22.

    En este contexto aparece el dilema de la li-citud de recurrir, para el alivio del dolor, al em-pleo de analgsicos y sedantes que implican re-lativo riesgo de acortar la duracin de la vida.Ya Po XII, en 1957, afirm que es totalmentelcito suprimir el dolor por medio de narcticos,a pesar de tener como consecuencia limitar laconciencia y abreviar la vida, si no hay otrosmedios porque el hombre no tiene obligacinde aceptar el dolor por el dolor y combatir lasfuerzas que producen efectos nocivos e impidenbienes mayores, est en concordancia con el or-den moral y el ideal cristiano, al someter el do-lor al poder humano23. La medicina modernadispone de una gama ms amplia que nunca,de medicamentos para el alivio del dolor; si to-dava hay mucha gente que no recibe atencinmdica adecuada en la fase final de su enferme-dad, es debido a la mala preparacin (y no sloen el sentido estrictamente cientfico) del perso-nal de salud que debe brindarle sus servicios.

    En este sentido, es fundamental nombrarun movimiento teraputico que aparece en In-glaterra en los aos 50, llamado movimientoHospice, creado por Cicely Saunders. Esta en-fermera londinense aporta una visin, hasta en-tonces desconocida, del tratamiento del enfermo

    terminal, encaminando el cuidado mdico y elconocimiento cientfico hacia el alivio del sufri-miento del paciente, donde no slo se trata eldolor, sino tambin los sntomas acompaantesde la enfermedad terminal, as como los aspec-tos humanos, sociales y familiares24. En 1967,Saunders funda en Londres el St. ChristophersHospice, un hospital dedicado a mejorar la cali-dad de vida de enfermos terminales; un lugarque uniera los conocimientos cientficos del Hos-pital y el ambiente afectivo del hogar. En 1969crea, adems, los cuidados domiciliarios depen-dientes de la Fundacin St. Christophers. Pa-ralelamente, el Hospital contaba con un progra-ma de investigacin sobre el alivio del dolor yotros sntomas terminales y de estudios psicol-gicos sobre las necesidades de soporte del enfer-mo y su familia. Este fue el inicio de las unida-des de cuidados paliativos.

    Como afirma la Pontificia Academia parala Vida, las encuestas realizadas entre los pacien-tes y los testimonios de clnicos cercanos a las si-tuaciones de los moribundos, demuestran que lasposibles peticiones de muerte por parte de perso-nas que sufren gravemente, casi siempre consti-tuyen la manifestacin extrema de una apremiantesolicitud del paciente que quiere recibir ms aten-cin y cercana humana, adems de cuidados ade-cuados, ambos elementos que actualmente a ve-ces faltan en los hospitales25. La experiencia de-muestra que, si se dan los cuidados paliativos ade-cuados y se logra una buena comunicacin, el

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    enfermo mantiene su deseo de vivir. A este res-pecto, se puede citar el sabio consejo de Wilke alos pacientes con cncer: Si no le pueden aliviarel dolor, no se apresure a pensar en la eutanasia;pruebe primero a cambiar de mdico26.

    Drane ha definido seis dimensiones del actomdico: la puramente mdica, la espiritual, lavolitiva, la afectiva, la social y la religiosa27. Acada una corresponden determinadas virtudes quedeben cumplir la funcin de madurar la sabidu-ra moral prctica y fortificar la voluntad del m-dico. As, a la dimensin mdica (que incluye losactos diagnsticos y teraputicos) corresponde laBenevolencia; a la espiritual (comunicacin entreel facultativo y su paciente) la Veracidad; a lavolitiva (toma de decisiones por parte de ambos)el Respeto; a la afectiva (sentimientos respectivosdel mdico y del enfermo) la Amistad; a la social(relacin mdico-paciente como acto social y p-blico) la Justicia; y a la religiosa (el mdico enocasiones toma el papel de sacerdote) la Religio-sidad. Las virtudes elevan y potencian todas lascapacidades operativas del hombre: hacen que ac-te como sujeto prudente, justo y benvolo; peroadems, al hacer al hombre capaz de verdaderoamor, la virtud lo convierte en sujeto apto paravivir en armona con Dios y con los dems hom-bres28. Este planteamiento de Giuseppe Abba,ofrece una construccin ms slida que la de lamoral deontolgica y se apoya en un convincentefundamento racional. Quien ejerce la asistenciasanitaria debe revalorizar, ms all de su compe-tencia profesional, en la relacin con la personaenferma, el hecho de que es preciso tener en cuen-ta a la persona en su totalidad. Para ello, deberevalorizar, a su vez, el respeto, la humildad, ladiscrecin, la comprensin, la paciencia, la bene-volencia, la capacidad de acogida y la escuchaatenta, porque es una misin que apela al hom-bre interior.

    CONCLUSINToda vida humana tiene un valor intrnseco, conindependencia de su valor biolgico. El estable-cimiento de escalas a partir de este factor, puedellevar a la conclusin de que hay vidas con cali-dad y otras sin una calidad que las haga merecerla pena de ser vividas y que, por lo tanto, esaspersonas estaran mejor muertas que vivas. Estefue el camino por el cual se lanzaron los nazis aprincipios de los aos treinta del pasado siglo; enel momento actual, ya algunas sociedades handado los primeros pasos por este mismo camino.A los hombres de buena voluntad corresponde latarea de tratar de evitar que se contine por l,mientras an estemos a tiempo.

    1 Valverde, C. Iniciacin a la Antropologa Filosfica. IITD,Madrid, 1999.

    2 Murillo, H. Historia del Dolor. Anuales del CongresoNacional del Dolor, Valencia, 1996.

    3 Lpez-Guerrero, A. Asistencia a enfermos termninales.Cuadernos de Biotica 1994; 5(20):297-307.

    4 Gracia, D. Principios y metodologa de la biotica.Quadern CAPS, 1993, No 2.

    5 Barrio, JM. Tema de estudio: El debate actual sobre laeutanasia. Cuadernos de Biotica 1996;27(3):275-80.

    6 SS Juan Pablo II. Carta Encclica Evangelium vitae, 1995. 7 Parece ser, en efecto, un motivo de alegra el poder afirmar

    que alguien muri sin sentirlo ni enterarse. 8 Kbler-Ross, E. Questions on death and dying.

    Macmillan, N. York, 1977. 9 Suardaz, J. Se puede ayudar a vivir la muerte? Biotica.

    2002; 3(3):17-20. 10 Lpez-Quints, A. El encuentro y la plenitud de la vida

    espiritual. Ed. Claretianas, Madrid, 1990. 11 Mosso, L. Eutanasia: una visin histrica. Ed. Pontificia

    Universidad Catlica de Chile. 12 Len, FJ. El debate sobre la eutanasia y la medicina

    actual. Ed. Pontificia Universidad Catlica de Chile. 13 G. Herranz la ha definido como "el matar sin dolor y

    deliberadamente, de ordinario mediante procedimientos deapariencia mdica, a personas que se tienen como destinadas auna vida atormentada por el dolor o limitada por la incapacidad,con el propsito de ahorrarles sufrimientos o de librar a la sociedadde una carga intil" Herranz, G. Eutanasia o Medicina,Cuadernos de Biotica, 1990; 4:21-23

    14 Suardaz, J. Fundamentacin antropolgica del conceptode calidad de vida. Biotica 2003; 4(1):14-15.

    15 Len, FJ. Op. cit. 16 La manipulacin en torno a este tema lleg

    recientemente a un punto lgido, con el caso de Terry Schiavo,que muchos han intentado presentar como ortotanasia, cuandoes un ejemplo tpico de eutanasia.

    17 Congregacin para la Doctrina de la Fe: DeclaracinIura et Bona sobre la eutanasia, 1980.

    18 Herranz, G. Op. cit. 19 SS Juan Pablo II. Carta Encclica Evangelium vitae,

    1995. 20 Dt 32:39. 21 Manni, C. Tecnologa o tecnicismo para la sociedad del

    tercer milenio? Dolentium hominum 1998; 37:125-130. 22 Viafora, C. Las dimensiones antropolgicas de la salud.

    Dolentium Hominum, 1998; 37:16-21. 23 Po XII: Discurso en un Congreso Internacional de

    Anestesistas, 1957. 24 Murillo, H. Op. cit. 25 Pontificia Academia para la Vida. Respetar la dignidad

    del moribundo: Consideraciones ticas sobre la eutanasia. Ciudaddel Vaticano, diciembre de 2000.

    26 Lpez-Guerrero, A.Op. cit. 27 Drane, J. Becoming a good doctor. The place of virtue

    and character in medical ethics.1st Ed. Sheed and Ward, KansasCity, 1988.

    28 Abba, G. Felicidade, vita buona e virt. Ed. LibreraAteneo Salesiano, Roma, 1989.

    1 Mdico, especialista en Laboratorio Clnico. Profesor delISCMH. Diplomado en Antropologa Filosfica por laUniversidad de Comillas. Vice-Director del Centro de BioticaJuan Pablo II.

    Director: Ren Zamora Marn. Asesor: Mons. Alfredo Petit Vergel. Consejo de Redaccin: Jorge H. Suardaz Pareras; Hilda Santiesteban Bada; Clara Laucirica;Elva Espinosa Nordelo. Edicin: Yasser R. Lago; Diseo: Frank Rodrguez Maya Rodrguez # 804, 10 de Octubre, C. Habana. C.P. 10500. Telfono: 57-7463