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HER VAN DAV Así se amaba Basada en hechos reales

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Una chica de campo busca superarse, al llegar a la ciudad se coloca en un buen puesto donde conoce a Armando; con quine decide ir se a vivir. Cuando supo que estaba embarazada, decidió dejarla sola e ir se a casar con otra persona.

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HER VAN DAV

Así se amabaBasada en hechos reales

HER VAN DAV

lla era la personificación de la belleza y la dulzura. Su inteligencia, su capacidad de tratar a los clientes, la relación cordial con sus compañeros, la colocaron como cajera

principal del banco. Ana Laura o Laurita, como solían llamarla las amigas granjeadas en el trabajo y los amigos que la veían con respeto y admiración, nacida en la sencillez y las carencias, forjó su temple de acero con el calor del campo sinaloense, acostumbrada al trabajo arduo y al romanticismo de los atardeceres otoñales, al atole y las tortillas de trigo, al canto ronco de la tuba con su invitación a danzar al ritmo de la banda. Ahora, lejos de su natal Sinaloa, vivía cada espacio de sus años infantes, en los felices momentos el recuerdo.

E

Tal era la reflexión que ocupaba su mente, cuando de pronto, interrumpida por el esporádico cliente, típico en ese día de la semana...

-Bienvenido a nuestro banco, ¿en qué puedo ayudarle?- dijo con su acento al recién llegado, que buscaba entre sus papeles el número de cuenta mientras recargaba su cuerpo a la ventanilla. Esta fue la primera de muchas visitas que Armando haría al banco, a veces con el solo negocio de ver a su cajera, como le decía en su mente, mientras él, tramitaba el deposito de sus ojos en su castaño cabello y sus ojos de miel.

De las visitas frecuentes, nació lozana la flor del amor. Todo era idílico, salidas a cenar, domingos de playa, helados, flores, juguetes, cartas, besos... casi perfecto. Ana Laura sentía, más que mariposas revoloteando por su estomago, un cálido fluir de su sangre hasta las extremidades más recónditas de su ser tan solo al verlo. Las noches después de un paseo por la playa o un café, se desplomaba sobre su cama y dejaba escapar el suspiro más largo, cual lobo intentando destruir la casa de los tres cochinitos. Una sonrisa dibujada, marcadamente, embellecía su rostro, y sus ojos marrones brillaban intensamente como dos luceros en la inmensidad de la noche allá en el firmamento. ¡Así se siente el amor! Se decía así misma, mientras abrazaba fuertemente a su

Así se amaba

amado que habitaba su almohada. Los días más felices de su vida, la vida en toda su plenitud, más viva que otrora, y tantos calificativos llenaban su mente para enmarcar en una sola frase, la inmensidad de sus emociones, sensaciones y sentimientos que desbordaban a una. Los días le parecían llenos de luz y color, las aves cantaban con mayor alegría desprendiendo suave fragancia por el viento, el sol la miraba con orgullo y las nubes cubrían su belleza ora para cuidar que se obscureciera, ora para que el astro no se apasionara.

Un buen día, después del trabajo, cuando la luna jugaba con las nubes en el cielo. Mientras las personas iban y venían por la acera, una pareja conversando; una señora molesta con el niño que a su paso, se detenía para levantar cualquier extravagancia; el anciano que aun con tres pies, caminaba lento. El olor penetrante del café sobre su mesa y la mano cálida de su enamorada, hicieron a Armando plantearse la idea de invitar a Laura a su departamento, si ya le había abierto la puerta de su corazón y ella lo habitaba, ¿qué impedía que viviese también bajo su techo?

-Mi vida-. Comenzó el galante caballero, buscando las palabras y el tono adecuado.

-¿Qué te parase si vienes a vivir conmigo al departamento? Hace tiempo que salimos juntos, yo te amo y tu a mí, ¿qué más necesitamos? Yo seguiré estudiando y cuando termine tu podrás estudiar, si esta en tus planes, ¿qué opinas?-.

La noticia le había dejado sin aliento, depositó su taza sobre la mesa, entre tanto secaba sus labios. Le parecía una idea maravillosa, y le emocionaba que Armando se la planteara. Rápidamente se veía cocinando el desayuno, sentados a la mesa a la hora de la comida, la sobremesa y el resto del día juntos ¡Juntos! Un sueño que estaba en sus manos tomar. Luego la sola idea de vivir con su novio sin estar casados, le hizo dudar. La educación que recibió en su hogar, dictaba un casamiento con pompa y honra, sus padres no aceptarían menos. "Solo las mujeres fáciles y de moral flaca, se van con hombres", resonó la sentencia de su

padre en su mente, tan clara que por un momento imaginó a su padre tras de ella. Pero ella no era una "cualquiera", ¿acaso Armando no la había respetado como la digna dama que era? Ella lo amaba, y duda no le cabía, que el varón sentado frente a ella, le correspondía. Le convenció contestar con claro y distinto "Sí", cuando razonó, que debido a los estudios de Armando, no estaban en la posibilidad de casarse en ese momento, peor lo harían después... 

-Ya veo que te he ofendido con mi propuesta-. Dijo Armando impaciente por los segundos que le tomó a Ana Laura resolver su dilema, que a él le pareció una eternidad. 

-No, no, no me ha ofendido, me he quedado pensando en la vida juntos, me ha emocionado, digo que sí-. Y a continuación esbozó una amplia sonrisa.  

Aquella noche la luna ocultó su rostro de las demostraciones de amor de los enamorados y el sol les descubrió aun en la cama. Ana le parecía un sueño, del que no deseaba despertar nunca. Se levantó y dirigió a la cocina, con la idea de preparar el desayuno más rico que cocinera alguna haya cocinado. Al final, apareció en la pieza, donde Armando estaba ya extrañando su cuerpo, con bandeja en mano ofreció todo su amor en un desayuno clásico, peor bien adornado, homelette y jugo de naranja 

Los días pasaron, vinieron los meses con sus estaciones, mientras el ritual de los enamorados se repetía, ella a su trabajo, mientras él iba a la universidad. Cerca del verano, cuando el trigo estaba listo para su cosecha, a unos meses de que Armando graduara, Laura supo que en su vientre, el fruto de varios meses se estaba gestando. No esperó más, y antes que el inadvertido padre cerrara la puerta, Ana desbordó en un arsenal de palabras...

-¿Me notas algo raro? ¿Me ves algo distinta?- inició su bombardeo.

Con un signo de interrogación en la frente, Armando hacía un esfuerzo por descifrar la diferencia en la Ana con quién había despertado esa mañana, y la que tenía en frente que  aseguraba tener algo "raro".

-¿Te hiciste un fleco?- atinó a decir.

-¡No!- dijo ella llevando sus manos al vientre y moviéndolas en forma de esfera.¡Embarazada! Armando se dijo súbitamente a sí, con un escalofrío atravesándole de las plantas a la cabeza. Luego un poco tímido, esperando que sus sospechas no fuesen ciertas, preguntó...

-¿Estás esperando un bebé?-

-¡Estamos! porque este niño no es Cristo, ambos sabemos como llegó a mi vientre- Dijo Ana, riendo a carcajada.

Con todo, al afortunado padre no le hizo mucha gracia, disimulando su mohína, dibujo una sonrisa y abrazo a la madre acariciando suavemente su vientre.Es posible que desde aquel momento las cosas dieran un giro, no se puede decir con seguridad. Pero Armando parecía ser otro, en algunos momentos callado y absorto en sí mismo, como si le pesara convivir con Ana. Ella suponía que necesitaba espacio y tiempo para asimilarlo, de modo que se propuso ser comprensiva o importunándole. La brecha era pequeña, pero comenzó a agrandarse sin que ambos lo advirtieran. Cuando las discusiones comenzaban, él daba media vuelta y salía de casa, mientras Ana Laura en casa descargaba su ira y se sentaba a comer sola. En otras ocasiones se mostraba cariñoso y comprensivo, y la llama parecía revivir.

Cierto día, él anunció que como parte de los preparativos para la graduación debía salir fuera de la ciudad por algunos meses. Con profundo cariño Ana preparó la maleta, doblando cuidadosamente cada prenda. Listo el equipaje, despidió a su amado con un cálido beso, levantaba su mano en señal de adiós mientras el abordaba el taxi, toca su vientre ya manifiesto.

Eran cerca de las once de la mañana cuando la puerta del departamento recibió un golpe vacilante. Ana, que estaba sentada a la mesa con una taza de humeante café, se levantó para abrir. 

-¿Quién podrá ser?- se preguntaba al paso que tomaba el picaporte. Jorge estaba frente a ella, le invitó a pasar, mientras él iba directamente al tema que venía a tratar.

-¿Si sabes que Armando salió, no?-.

-Si, ¿pero tu sabes a qué y a dónde?- Preguntó el recién llegado, sospechando que la anfitriona no tenía idea del paradero del susodicho.

-Fue aun viaje de graduandos, es lo que me dijo, viene en un mes- Respondió ella segura de lo que estaba diciendo.

Entonces Jorge dando un giro la tomó de los hombres, y frunciendo el ceño, indicio de que algo dentro le ahogaba, le dice suavemente:

-Ana, necesito que seas fuerte, no puedo callar más y ser cómplice de tan grande injusticia. Siéntate por favor-

-Vamos Jorge, me estas asustando, ¿qué pasa con Armando?-

Tragó un poco de saliva. Trataba de armar sus palabras para confesar a Ana la verdad que cambiaría su vida, pero ¿cómo decirle tamaño de verdad? Cuánto más lo pensaba, más agobiado se sentía. Finalmente, no pudiendo más, habló la verdad desnuda, desprovista de adornos, con solo harapos de una conciencia que se revelaba a luchar contra la injusticia.

-Armando no se fue a un viaje de estudios, en realidad él se casa hoy con su prometida. No podía quedarme callado, por eso vine a decírtelo-

-No Jorge, no me hagas esto ¿cómo que se va a casar? ¿si él y yo vamos a tener un bebé?- Exclamo casi a gritos a la vez que se ponía de pie.

Con voz suplicante y compasiva el cuñado pidió ser perdonado. -Perdóname Laurita, pero es la verdad-

No podía creer lo que sus oídos estaban escuchando, ¡No podía ser! ¡Cómo! El hombre con quien había compartido cada espacio de su ser, a quien había abierto el corazón sin reservas, distaba mucho de ser capaz de asestarle semejante bajeza; o al menos eso era lo que ella creía. Todo su cuerpo  temblaba, su piel

cálida de emociones, sus piernas débiles del dolor casi no la soportaban. Colocó sus manos sobre el borde del sillón y se sentó lentamente moviendo una y otra vez la cabeza, negando la noticia nada agradable.

Jorge no sabía que hacer, ¿acercarse y consolarla? ¿Quedarse quieto? Metiendo su mano en el bolsillo, creyó oportuno mostrarle la invitación a la boda, con el objeto, ingenuamente, de confirmar sus palabras. Sin levantar la mirada extendió el infortunio, Ana Laura la tomó y sus dudas se disiparon. El muy sinvergüenza y sin decoro le había visto la cara, se había burlado de ella con mayor crueldad que humano pudiera soportar. "Te amo", "eres lo mejor que me ha pasado", "eres mi vida", ¡Cómo pueden decirse esas palabras sin siquiera sentirlas! ¡Qué clase de engendro puede abrazarte, hacerte sentir especial sin siquiera sentirlo! Le rasgaba el corazón recordar tantas atenciones, y ahora desveladas, verlas como una mordaz broma. Mil veces preferible recibir pan y agua por trato, que haber sido tratada como reina para serle cortada la cabeza.

Aquella noche, aborreció con todo el ser al hombre que antes había amado sin medida. Cada vez que pensaba en su desgracia, menos comprendía los por qué. El sol cedió su paso a la luna, el reloj avanzó lentamente en su danza de las horas, y el sueño, había decidido no llegar a la alcoba de Ana. Cuando las avecillas comenzaron su concierto matutino, la pobre dama seguía despierta. Hizo un intento de reponerse del dolor, salió de la cama, y se dirigió a ducharse, observo su vientre y acarició suavemente, el único vestigio de amor que quedaba por el caballero que una vez la hizo sentir mujer, y la había abandonado peor que un perro. Mirándose al espejo, ver sus parpados hinchados por el llanto y obscurecidos por la ausencia del sueño, recordó sus años en el campo; los momentos en que luchó hasta ser la mujer de la que sus padre comenzaban a sentir satisfacción, no dudó en gritarse a sí misma con la mayor firmeza que antes...

-¡No vuelvas a llorar por un cobarde! Si ser padre lo hizo correr, ¡qué sería si de el fuera el parto!- Río alborozada de lo que acaba de decir. No había duda, si soportaba el dolor del abandono, cualquier cosa podría sobrellevar, en especial, ahora que sería madre. Con esa determinación, tomó un poco del té que se estaba preparando.

Epílogo:Cuentan que Ana Laura después de tener a su bebé, se casó

con un buen hombre. Cuando su hijo se casó, ella llegó a ser una fiel defensora de su nuera, siempre suplicando a su hijo que la tratara de lo mejor; convirtiéndose en una madre para ella.