arturo pérez-reverte · arturo pérez-reverte «el arte del mando era tratar con la naturaleza...
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Noteníapatrianirey,sólounpuñadodehombresfieles.
Noteníanhambredegloria,sólohambre.
Asínaceunmito.
Asísecuentaunaleyenda.
«Enélsefundendeunmodofascinantelaaventura,lahistoriaylaleyenda.HaymuchosCidenlatradiciónespañola,yésteeselmío».
ArturoPérez-Reverte
«Elartedelmandoeratratarconlanaturalezahumana,yélhabíadedicadosuvida a aprenderlo. Colgó la espada del arzón, palmeó el cuello cálido delanimalyechóunvistazoalrededor:sonidosmetálicos,resollardemonturas,conversaciones en voz baja.Aquellos hombres olían a estiércol de caballo,cuero,aceitedearmas,sudoryhumodeleña.
»Rudos en las formas, extraordinariamente complejos en instintos eintuiciones, eran guerreros y nunca habían pretendido ser otra cosa.Resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte, obedecían demodo natural sin que la imaginación les jugara malas pasadas. Rostroscurtidosdeviento,fríoysol,arrugasentornoalosojosinclusoentrelosmásjóvenes, manos encallecidas de empuñar armas y pelear. Jinetes que sepersignaban antes de entrar en combate y vendían su vida o muerte porganarse el pan. Profesionales de la frontera, sabían luchar con crueldad ymorirconsencillez.
»Noeranmaloshombres,concluyó.Nitampocoajenosalacompasión.Sólogenteduraenunmundoduro».
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ArturoPérez-Reverte
SidiePubr1.0
maherran20.11.2019
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Títulooriginal:SidiArturoPérez-Reverte,2019Ilustraciones:AugustoFerrer-DalmauDiseñodecubierta:MaríaPérez-AguileraEditordigital:maherranePubbaser2.1
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AAlbertoMontaner,inevitablemente.
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Sidi es un relatode ficcióndonde, con la libertaddel novelista, combinohistoria,leyendaeimaginación.Hesimplificadoenloposiblelagrafíadelasexpresiones en lengua árabe. Episodios reales como el destierro del Cid ybatallas como lasdeAlmenaryPinardeTébar se alterano fundenentre sísegúnlasnecesidadesdelanarración.Esoocurretambiénconlospersonajeshistóricosylosinventados.HaymuchosRuyDíazenlatradiciónespañola,yésteeselmío.
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Costumbresdeaquellaeracaballerescayferoz,enquedegollandomorosseglorificabaaDios.Mastaleslahistorianuestra:noesculpamíasiesbárbara;yocumploconadvertírseloamipuebloalrelatársela.
JosédeZorrilla,LaleyendadelCid
Hayhombresquesonmásrecordadosquenacionesenteras.
ElizabethSmart
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Primeraparte
LACABALGADA
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I
Desde lo alto de la loma, haciendo visera con unamano en el borde delyelmo, el jinete cansadomiró a lo lejos.El sol, vertical a esa hora, parecíahacerondularelaireenladistancia,espesándolohastadarleunaconsistenciacasifísica.LapequeñamanchapardadeSanHernánsedistinguíaenmediode la llanuracalcinadaypajiza,ydeellasealzabaalcielounacolumnadehumo.Noprocedíaéstadesusmurosfortificados,sinodealgosituadomuycerca,seguramenteelgranerooelestablodelmonasterio.Quizálosfrailesesténluchandotodavía,pensóeljinete.Tiró de la rienda para que el caballo volviese grupas y descendió por la
faldade la ladera.Los frailesdeSanHernán,meditabamientras atendía endóndeponíaelanimallaspatas,erangentedura,hechaapelear.Nohabríansobrevividodeotromodojuntoalúnicopozodebuenaaguadelazona,enelcaminohabitualdelasalgarasmorasquecruzabanelríodesdeelsurenbuscadebotín,ganado,esclavosymujeres.Ganen o pierdan, concluyó el jinete, cuando lleguemos todo habrá
terminado.Lahuesteaguardabadesmontadaparanofatigaraloscaballos,alpiedela
loma: ochomulas con la impedimenta y cuarenta y dos hombres a caballorevestidos de hierro y cuero, sujetas las lanzas al estribo derechoy la silla,conelpolvodelacabalgadarebozandoahombresyanimales;adheridoalosrostros barbudos cubiertos de sudor hasta el punto de que sólo los ojosenrojecidosylasbocaspenetrabanlasimpávidasmáscarasgrises.—Medialegua—dijoeljinete.Sin necesidad de que diera la orden, silenciosos por costumbre, todos
subieron a las sillas, afirmándose en los estribos mientras acomodaban losmiembros fatigados. Formaban una fila sin demasiado orden y llevaban losescudoscolgadosalaespalda.Arrimóespuelaseljinete,tomandolacabeza,yla hueste se puso enmarcha siguiéndole la huella con rumor de cascos decaballos,crujidosdecueroenlassillasdemontarysonidodeaceroalrozarlasarmasenlascotasdemalla.
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ElsolhabíadescendidounpococuandollegaronaSanHernán.Se acercó la columna despacio, con el andar oscilante de sus monturas.
Crepitaba aún el último fuego en el granero quemado, entre maderas quehumeaban.Veintepasosmásallá,losmurosdepiedrayadobedelmonasterioestaban intactos.Loprimeroquehabíanvisto los jinetesalaproximarse,sinquenadiehicieracomentariosperosinqueeldetalleescaparaaninguno,eraque lacruzseguíaen loaltodelpequeñocampanario.Cuando losmorossehacíanconalgo,eraloprimeroquetirabanabajo.Aun así, el último tramo lo había hecho la gente desplegada en son de
batalla, observando el paisaje con ojos inexpresivos y vacíos, pero atentos;escudoalbrazoylanzacruzadaenelarzón,porsiunenemigoocultobuscabamadrugar.Hombreprevenido,advertíaelviejodicho,mediocombatido.Quenovierasmorosnosignificabaqueellosnotevieranati.Lapuertaestabaenel ladonortedelmuro.Alaproximarsehallarona los
frailes esperándolos, sucios de tierra y tizne sus hábitos de estameña. Eranunadocenayalgunosaúnempuñabanrodelasyespadas.Unodeellos,joven,bermejo de pelo, sostenía una ballesta y llevaba tres saetas metidas en elcíngulo.Se adelantó el abad. Barba luenga de hebras grises, ojos fatigados. Su
cráneocalvoytostadoleahorrabalatonsura.Mirabadesabridoaljefedelosjinetes.—Abuenashoras—dijoconsequedad.Encogió el otro los hombros bajo la cota de malla, sin responder.
Contemplaba dos cuerpos cubiertos con mantas, puestos a la sombra queempezabaaensancharsealpiedelmuro.—Sonde los nuestros—dijo el abad—.El hermanoPedroy el hermano
Martín. Los sorprendieron en el huerto y no tuvieron tiempo de refugiarsedentro.—¿Algúnmoro?—Allí.Caminóunospasosprecediendoaljinete,quelosiguióconlariendafloja,
apretandolaspiernascontralosflancosdelcaballoparaguiarlo.Juntoalladoorientaldelmurohabíatrescuerpostiradosentrelasjarassecas.Eljefedelahuesteloscontemplódesdelasilla:vestíanaljubaspardas,yaunoelturbantese le había desliado hasta descubrir un gran tajo parduzco que le hendía lafrente.Otroestababocaabajo,sinheridavisible.Altercero,caídodecostado,le asomaba del pecho un virote de ballesta y tenía los ojos entreabiertos yvidriosos.El sol empezaba a hincharlos y ennegrecerlos a todos.La sangre
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estaba casi coagulada, y sobre los cuerpos hacía zumzumzumzum unenloquecidoenjambredemoscas.—Intentaron dar el asalto por esta parte—dijo el abad—.Creyeron que
seríafácilporqueaquíelmuroesmásbajo.—¿Cuántoseran?—Unaaceifadetreinta,otalvezfueranmás.Atacaronalamanecer,conla
primera luz, cuando los dos hermanos salían al huerto…Querían cogerlosvivosymetersedentro,perolosnuestrosgritabanparaalertarnos.Asíquelosmataronyestuvierontodalamañanadándonosguerra,intentandoentrar.—¿Cuándosefueron?—Hace rato —el abad miró a la hueste, que aguardaba a unos pasos
conversandoconlosfrailes—.Quizálosvieronllegar,otalvezno.Elcasoesquesefueron.Se pasó el jinete una mano por la barba. Reflexionaba observando las
huellasdelosfugitivos,quesealejabanhaciaponiente:caballosherrados,yeranmuchos.Elabadlomiródesdeabajo,inquisitivo,entornadoslosojosporelsol.—¿Vanaperseguirlos?—Claro.—Pueslesllevandelantera.—Nohayprisa.Estascosassehacendespacio.Ymigenteestácansada.Laexpresióndelfrailesehabíasuavizadounpoco.—Podemosdarlesaguayalgodevino…Nohemoshorneadopan,aunque
quedaalgodehacetresdías.Tambiéntocinoycecina.—Bastaráconeso.Regresaronconlosotros,caminandoelabadjuntoalestribodeljinete.Éste
hizoungestoconlacabezaalquehabíaquedadoalfrentedelatropa:untiporubiasco, anchodehombrosy cintura, que llevabaunadeshilachadagonelagris sobre la cota, y que a su vez dio la orden de desmontar. Los jinetesbajaron de sus cabalgaduras para estirar los miembros doloridos,sacudiéndoseelpolvoyquitándoselosyelmos,casitodosforradosdetelay,aunasí,ardientesporelsol.—¿Dedóndevienen?—quisosaberelabad.El jefe de la hueste también había puesto pie a tierra. Pasó las riendas
delantedelacabezadelcaballoylepalmeóelcuelloconsuavidad.Despuéssequitóelyelmo.Aunque lacapuchade lacotademalla lecolgabadetrás,entre los hombros, bajo la cofia de paño burdo su cabello rapado estabahúmedodesudor.
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—Nos pagaron para que persiguiéramos a la partida mora. Y en esoestamos.—¿Sólosonvuestrasmercedes?—Tengo más gente y bagajes en Agorbe. Pero de los moros nos
encargamosnosotros.Elabadseñalóhaciaponiente.—Hayvarioslugaresnuevosenesadirección.Temoporloscolonos.Eljefedelahuestemiróhaciadondeindicabaelfraile.Luegosequitóla
cofia,seenjugólafrenteconellayvolvióaencogersedehombros.—Puesrecevuestrapaternidadporellos,señorabad.Quenolesirámal.—¿Yvuestrasmercedes?—Cadacosaasutiempo.Lomirabaelotroconatención,elairevalorativo.—Todavíanomehabéisdichoelnombre,señorcaballero.—RuyDíaz.Parpadeóelfraile,sorprendido.Omásbienimpresionado.—¿DeVivar?—DeVivar.
Alcaer lanocheacamparonmásaponiente,alabrigodeunascortadurasquepermitíanencenderfuegossinservistosdelejos.Loshombresdesensillaronloscaballos,aflojaronlosarreosysetumbaron
sobresusruanasacomerybeberalgodevinoaguado.Lohicieroncasitodosen silencio, pues estaban demasiado cansados para conversar. Dejaron laspatasdelosanimalestrabadasylasarmasamano.Dosjinetesconcuernosdeguerra colgados del cuello hacían guardia circular en torno al pequeñocampamento.Aratosseoíaelsonidodeloscascosdesuscaballosmientraslassombrasmontadaspasabandespacioenlanoche,bajolasestrellas.Se acercó el segundo de la hueste:Minaya, lo llamaban, y Alvar Fáñez
tenía por nombre. Su silueta maciza, acuclillada junto a Ruy Díaz, serecortabaenelresplandordelahogueramáspróxima.Lacruzdeunadagalerelucíaalcinto.Olíaasudor,metalycuero,comotodos.Teníalasfaccionespicadasdeviruelaycicatricesdeaceros:unadeesascarasquenecesitabanunyelmoyunacotademallaparaparecercompletas.—¿Cuáleselplan?—Nohayplan,demomento.
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Se miraron tranquilos, sin despegar los labios. Agachado Minaya,recostado en la silla y las alforjas el jefe de la tropa. Inmóviles yconociéndose. Las llamas rojizas danzaban luces y sombras en sus carasbarbudas.—Esaaceifavaahacermuchodaño,mientrastanto—dijoalfinMinaya.—Lasprisastambiénmatan—objetóRuyDíaz.Dudóunmomentoelotro.—Escierto—dijo.MordíaRuyDíazun trozodecarne seca,masticandoparaablandarla.Le
ofrecióasusegundo,quenegóconlacabeza.—Dice el fraile que hay cuatro lugares nuevos de aquí a la sierra—dijo
éste.Miraronhacialoshombrestumbadosentornoalosfuegos.Elfraileestaba
allí, con una manta por encima. Era el pelirrojo que había disparado laballestaduranteladefensadeSanHernán.Elabadlepermitíaacompañaralahueste, pues era joven y conocía el territorio. Iba a irles bien como ayudaespiritual.Loshabíaseguidoalomosdeunamula,conlaballestacolgadadelarzón.—¿Conmujeresyniños?EncogióloshombrosMinaya.—Algunoshabrá.—Malacosa.—Sí,porvidade.Muymala.CalculabaRuyDíazensucabezajornadas,caminoseincidenciasposibles
y probables. El ajedrez a jugar sobre un tablero de terrenos yermos, aguaescasaycolinasrocosas,calordiurnoyfríoenlanoche.Desdeunasemanaatrás, según noticias, la partida moruna corría el campo entre el río quellamabanGuadamielylasierradelJudío:unaextensatierradenadie,fronteraentrelaCastillacristianaylosreinosmusulmanes,dondealgunagentepobrey desesperada —colonos cristianos que huían de la miseria, familiasmozárabes fugadasdel sur,aventurerosdediversa índole—seasentabaconpequeñasgranjaspararoturarlatierraycriaralgúnganadoconunamanoenlos aperosde labranzayotra en la espada, durmiendo conunojo abiertoyviviendo,mientrasseguíaviva,conelreceloenelalmayelJesucristoenlaboca.—Los burgueses de Agorbe nos pagaron para cazar a esos moros —
comentóMinaya.
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—Y los cazaremos. Pero no pienso reventar a hombres ni caballos. Seisleguasporjornada…Seisosieteconprisas,comomucho.—Cuantomástardemosendarconlaaceifa,peorserá.—¿Paraquién?—Paraloscolonos.—Míraloporlapartebuena.Cuantomástardemos,máscargadosdebotín
ymáslentosirán…Mujeres,esclavosyganado.Sonrióelsegundo.Sevolvióaescupirhaciaelfuegoytornóasonreír.—Porvidade.Éseestuplan,entonces.—Másomenos.—Engordaralcerdoantesdematarlo.—Algoasí.Yquedarnosluegoconelembutido,eljamónyelmondongo.Minayaledirigióunaojeadaalfraile.—Mejornohablarledeesoalbermejo.Noparadepreguntarporquéno
picamosespuelas.—Puesdilelaverdad,oparte.Queestascosassehacendespacioparano
agotaralatropaynocaerenunaemboscada.Lootropuedesahorrárselo.Relinchóuncaballofueradelacortadura,seoyórodardepiedrasylosdos
hombres miraron en esa dirección, medio incorporados, de pronto tensos.Pero en seguida llegó la voz tranquilizadora de un centinela. Su monturahabíatropezadoenlaoscuridad.—ApenashemoshabladodesdequesalimosdeBurgos—dijoMinaya.—Hemoshabladodemuchascosas.—Nodetodas.HubootrosilenciomientrasRuyDíazterminabadecomerselacecina.Su
segundoseguíamirándoloalaluzdelahoguera,yéstaparecíaacentuarlospicadosdeviruelaenlapielcurtida.—Te han seguido al destierro. Lo de quienes somos tus parientes es
normal, pues la familia es la familia. Pero a los otros les debesreconocimiento.Hanpasadocatorcedíasyno leshasdichonada—hizounademánvago, señalando losbultos tumbadosen tornoa los fuegos—.Creoqueesperanunaspalabrassobreelasunto.—¿Quéclasedepalabras?—Nosé.Unaarenga.Algo.RuyDíazsehurgabaentrelosdientes.—Sabíanaloquevenían,alseguirme.—Pero nadie los obligó. Vinieron por tu nombre y tu reputación. No lo
olvides.
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—Noloolvido.Envolvióeljefedelahuestelosrestosdecomidaenuntrapoylosmetió
enlasalforjas.—¿Ytú,Minaya?…¿Porquévinistetú?—Me aburría enBurgos—emitió el otro una risa corta y seca—.Desde
queéramoscríos,séquecontigonoseaburreunonunca.Trasunmomentocalladoycomopensativo,elsegundoriódenuevo.Más
fuerteestavez.Másprolongado.—¿Dequéteríesahora,Minaya?—DelacaradeAlfonsoenSantaGadea.Cuando,todosolemne,subistelos
trespeldañosdelaltar,apoyastelamanoenelpomodelaespadayledijistequejurara…¿Lorecuerdas?—Puesclaro.Noloheolvidado,yéltampoco.—Todosaquellosinfanzones,caballerosyapellidosilustres,laflorynata
deLeónyCastilla,murmurando.Peropor lobajo,claro.Yelúnicoqueseatrevióadecirloenvozaltafuistetú.CogióRuyDíazunaramasecadelsueloylaarrojóalfuego.—Biencaromecostó,comoves.—Nopodíasevitarlo,¿verdad?—¿Elqué?—Sacarle los colores a un rey. Por vida de. Siempre fuiste un testarudo
arrogante.—Veteadormir,anda.Mañanalajornadaserálarga.SeincorporóMinaya,frotándoselosriñones.Luegobostezócomosifueran
adesencajárselelasmandíbulas.—Buenasnoches,Ruy.QueDiosteguarde.—Buenasnoches.
RezóRuyDíazensilencio,moviendoapenas los labios:unpaternósteryunavemaría,pornodescuidarnia laMadrenialHijo.Enaquellaclasedevida y en tales parajes, convenía dormir con las cosas en orden y el almapresta.Despuésdepersignarsecomprobóqueespadaydagaestabancercadesusmanos, se cubrió el torso con la ruana, acomodómejor la cabeza y sequedó inmóvilmirando las estrellas.Los fuegos languidecían y lamesnadaroncaba a pierna suelta.Relinchó otro caballo. Sobre el campamento, en labóvedanegradelcielo,millaresdeastrosluminososgirabanmuydespacioen
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tornoalaestrellamaestra;yOrión,elcazador,yamostrabasualjabaenlosbordessombríosdelacortadura.Sacarleloscoloresaunrey,habíadichoMinaya.Yporesoestabanallí.No era difícil recordar, pensó RuyDíaz, ymenos esa noche, bajo aquel
cieloquetambiéncubríaelmonasteriodeSanPedrodeCardeña,dondeadossemanas de marcha, y cada día más lejos, su mujer y sus hijas quedabanconfiadasalamparodelosfrailes,condineroparamantenerlassólodurantemedioaño.Noeradifícil recordar, siguiópensando, juntoa loscuerposdormidosde
loshombresquelohabíanseguidoeneldestierro.Unos,comomencionabaelsegundo de la hueste, obligados de honor por ser familia: su sobrino FélezGormazyelotrosobrino,eltartamudoPedroBermúdez,alférezencargadodela bandera. También los dos Álvaros eran parientes lejanos. El resto demesnaderos era gente de criazón vinculada al señorío de Vivar, amigosestrechos como Diego Ordóñez o aventureros de soldada que se le habíansumadoparaganarseelpan,porganasdebotínoporadmiraciónaRuyDíaz;confiadosenqueéste,sinreinocristianoalqueacogerse,haríabuenaalgaraentierrademoros.Cuarentaydoshombresallí, losmejores,ycincuentaycincoenAgorbe
bajoelmandodeotrosdosamigosdeconfianza,MartínAntolínezyYénegoTéllez,protegiendolosescasosbagajes.Esoeratodo.Noresultabadifícil,desdeluego,recordaralreydeCastillayLeónrojode
cólera,puestaladiestrasobrelosEvangelios,obligadoajurarquenadahabíatenido que ver en el asesinato de su hermanoSancho.A confirmar ante uncrucifijoqueeranuevoreyporlimpioyrectodesigniodeDios,nopormanoasesina interpuesta. El sexto Alfonso había llegado a Burgos esperandovítores,ylostuvodelpueblobajoalborozado;perotambiénsetopóconunafiladenotablescastellanosque,comoquiennobusca lacosa,cortándoleelpasoalpalacio,locondujoalaiglesiayaljuramento.Una emboscada, diría luego Alfonso a sus íntimos. Con sus sonrisas
hipócritas y sus maneras cortesanas, con sus mantos de solemnidad, esosestirados burgaleses le habían tendido una emboscada. El único que nosonreía era Ruy Díaz, el infanzón de Vivar que había sido alférez de sudifunto hermano. Estaba allí de pie ante él, espada al cinto, descubierta lacabeza,respetuosoperomortal,graveysecocomounpalo.Yunavezquelotuvieronanteelaltar,leapretólascuerdas.Detodosellos,fueelúnicoqueseatrevióahacereltrabajosucio:«¿Juráisnotenerparteenelcrimencontravuestrohermano?».
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«Sí,juro».«Sidecísverdad,queDiososlopremie.Ysiperjuráis,queoslodemande.
Y como al rey don Sancho, también os maten a traición villanos, nocaballeros».«Muchomeaprietas,RuyDíaz».«Esqueellanceesapretado».Traslocual,corridoelrostro,encarnadocomolagrana,conrápidoandar,
apartando a los burgaleses mientras reclamaba en torno a sus caballerosleoneses,asturianosygallegos,elsextoAlfonsosaliódelaiglesia.«¡Pasoalrey!»,gritabaRuyDíaz,soloenelpresbiterio.Medioañomástardeestabadecretadosudestierro.
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II
Salieronalrayarelalba,siluetasfantasmalesdehombresymonturasenlaprimera claridad gris, cada una con su lanza, cabalgando con rapidez paraaprovecharqueelcalornoseasentabahastaavanzadalamañana.Ysobreesahoraalcanzaronelprimerode los llamados lugaresnuevosque jalonabanelcamino.Eraunagranjapequeñademurospardosque,segúnelfrailedeSanHernán,habitabandosfamiliasvenidasdeAsturias.Lacolumnadejinetessedetuvoaladistanciadeuntirodeflecha.Nosalía
humode lachimenea.Todoparecíadesiertoyno ladrabanperros,pesea lacercaníade loscaballos.Avanzarondosexploradoresguarnecidosdecuero,conarmasligeras,mientrasRuyDíazobservabaloscuervosquesobrevolabanel lugar. Al bajar la vista encontró la mirada de Minaya y supo que susegundoestabapensandolomismoqueél.Todopaisajeteníacuatroocincosignificadosdistintos,peroellosnoveían
másqueuno.Yesonolesgustaba.Se puso de pie en los estribos para ver mejor. Los dos jinetes habían
llegadoalagranja.Unodeellos, trasdesmontarespadaenmanoyentregarlasriendasasucompañero,cruzóelumbralmientrasaquélmirabaentornodesdelasilla.AlratosalióelquehabíaentradoenlagranjayRuyDíazlosvioacercarseunoalotro.Parecieronconversarunmomento.Después,elqueestabamontado alzó la espada con la empuñadura hacia arriba, sujetándolaporlahoja.Nadahostilalavista,significabaeso.Ruy Díaz se volvió hacia la hueste y, sin necesidad alguna, arrimando
espuelas entre chasquidos de lengua y golpecitos de rienda, todos sedirigierondespacioalagranja.Desmontóantelapuerta.Elexploradorqueestabaacaballoteníaelrostro
grave,yelquehabíaentradoenelrecintomostrabademudadoelcolor,conrestos de vómito fresco en la barba. Se llamaba Galín Barbués y era unaragonés joven, tranquiloy fiable, de losqueno se alteraban con facilidad.Estirpealmogávar.SeleshabíaunidoenelpuentedelArlanzón,sabedordeldestierrodeRuyDíaz,dejandoatrásalgúnincidenteensutierradelquenole
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apetecía conversar. Y no era el único. Hombres con asuntos oscuros a laespaldahabíavariosenlatropa.—¿Malo?—lepreguntóRuyDíaz.—Peor.Caminaronjuntoshastalaentrada.Lagranjaeraunaconstrucciónparecida
a los otros lugares nuevos de la frontera del Duero: un muro de adobecircundabaelestabloyeledificioprincipal,fortificadoconmurosgruesosysaeterasenvezdeventanas.Enelpatiohabíacenizasdeunafogatayrestosde un buey, cabeza, patas y algunas vísceras, sacrificado allí para asar sucarne.TresocuatrocuervosquepicoteabanlosdespojosrevolotearoncuandoRuyDíazyelexploradorentraronenelpatio,parairaposarsealgomáslejos,sobrelosdoscuerposhumanoscrucificadosenlapuertadelestablo.—Dos viejos —dijo Barbués con calma—. Demasiado mayores para
venderloscomoesclavos…Inútilesparatodolodemás.Asentía Ruy Díaz sin decir nada, mirando los cuerpos clavados en las
estacas.Delejosparecíanmuñecosrellenosdepajacomolosquesevendíanparalosniñosenelmercado.Decercaerandosancianoscanosyflacos,yaunolecolgabanlastripas.Antesdeponerlosallíleshabíancortadolasorejasylanariz:lostajosyvíscerasestabannegrosdemoscas.SeñalóBarbuéslosdespojosdelbuey.—Unpocodediversiónmientras losmoroscenaban—sepasóunamano
por la barba, limpiándose los últimos restos de vómito—. Sus gritos comomúsica.MirabaRuyDíazentorno,inquisitivo.—¿Fuetodaladiversión?—Notoda.Siguióalexploradorhastalacasa.Elportónestabaroto,yelsolproyectaba
desde el exterior un rectángulo luminoso en el suelo. La luz alcanzaba lamitad inferior del cuerpo desnudo de una mujer: las piernas abiertas einmóviles,muypálidas,elvellooscuro.—Nohaysangre—dijoRuyDíaz.—Laestrangularon.—Quizáseresistiódemasiado.—Puedeser.Salieron.Minayayelfrailedepelobermejoestabanenelpatio,mirandoa
loscrucificados.Elfrailemusitabaunoslatinesrematadospordobleseñaldelacruzconlamanoalzada.Despuéssepersignó,yvolvióahacerlocuando
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vio salir a los dos hombres de la casa. Su rostro joven,moteado de pecas,estabadesencajadoporelhorror.—¿Quiénvivíaaquí?—lepreguntóRuyDíaz.—Dosfamilias…Vinieronhaceañoymedio.—¿Cuántoseran?Echócuentaselfraile.—Sumando abuelos, padres e hijos,me parece que nueve personas…—
señalóaloscrucificados—.Portanto,hancautivadoasiete.—Aseis.Sequedóelotroboquiabierto,tardandoencomprender.Alfinmirólacasa
yseestremeció.—Oh,Diosmío.—Sí.Corrióelfrailehaciaallíyregresóalmomento,blancocomoelpergamino.
Caminaba tambaleándose, y todos pensaron que iba a caerse. Pero respiróhondo y losmiró uno a uno.Era joven, pero no le faltaba entereza. Fraile,colono o guerrero, la frontera del Duero templaba a cualquiera quesobreviviesealgúntiempoallí.—Esunadelasmadres—dijo—.Nosécómosellamaba.Sequedócalladounmomento.Letemblabanlasmanos.—Losmorossehanllevadoadoshombreshechos,ytambiénaunamujer,
unamuchachaydosniños.—Tambiénalgúnganado—dijoMinaya, indicandoelestablovacíoy las
huellasenelsuelo.Asintióelfraile.—Teníantresocuatrocabrasyalgunaoveja—señalólosrestosdelbuey
—.Eranpobresylabrabanconeseúnicoanimal.Buscaronalgoparacubriralamujeryencontraronunsacodearpilleraque
leecharonporencima.Despuéssalierondelrecinto.Latropaaguardabaapiey disciplinada, teniendo los caballos por la rienda. CuandoRuyDíaz y losotrosestuvieronfueradelagranja,casitodosseacercaronamirar.—Quedoshombrescasadosamortajenalamujer—lesordenó—.Yluego
enterradalostres.Rápido,porquenosvamos.Se quedó observando el rastro en la dirección por la que se había ido la
aceifamora:estiércol,pisadasdecaballos,ganadoygenteapie.Lashuellaseran numerosas y las boñigas no estaban demasiado secas. Se agachó ydeshizounaentrelosdedos,paraolerla.
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—Hay otro lugar nuevo en esa dirección —comentó el fraile—.Seguramentelohanalcanzadoya,simandanunaavanzadillaconcaballos,ollegaránmañana,sivanconlosprisionerosyelbotínalmismopaso.—¿Haydondeabrevar?—Nadahastaallí,meparece.Perolagranjatieneunpozodebuenaagua.SeincorporóRuyDíaz.—¿Quiénviveenella?—Unafamiliapequeña:padreviudoydoshijosmozos.Lamadremurióde
fiebres.Eljefedelahuestealzólosojosdelrastro.Enlareverberacióndelsolcada
vezmásalto,lasierradelJudíoseperfilabaalolejoscondistintostonosdeocre.Antesdellegaraesasmontañas,acuatroocincoleguasdelagranjaenla que estaban, la llanura se quebraba en una cadena de estribaciones demedianaaltura.Minaya fue a situarse a su lado. Tenía los pulgares colgados en el cinto
dondelependíalaespada,ytambiéncontemplabalasierralejana.—Yadebendesaberquelesvamosdetrás—dijo.—Oimaginarlo.—Sí.Seguramente tienenbatidoresquevanyvienen, ligerosdearreosy
conbuenoscaballos,paraaveriguarquéselescuececerca…¿Recelasalgunaemboscada?—Nocreo.Ésosvanalosuyo—RuyDíazhizounvagomovimientoconel
mentón,indicandolascolinas—.Yentodocaso,noantesdequelleguemosallí.Enterrenollanonotienennadaquehacer.—¿Cuándocalculasquelesdaremosalcance?—Nosé…Dosdías,talvez.Tres,comomucho.—Unpardegranjasmás,quieresdecir.RuyDíaznorespondióaeso.Sequedaroncallados,observandoelpaisaje.
Asuespaldaoíanelsonidodelagentecavandotrestumbasconherramientasencontradasenlacasa.Alfin,Minayamoviólacabeza.—Estáspensandopordóndevanavolverseasutierra,¿verdad?El rostro impasible de Ruy Díaz se mantuvo inmóvil. Entornaba los
párpadosanteelresplandordelsol,sinapartarlosojosdelascolinas.—Sí.Enesoestoypensando.
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Aqueldíay el siguiente semovieronconmás rapidez, sindetenersemásqueparadardescansoycebadaa loscaballos.El crepúsculode la segundajornada los recortó en el último resplandor de poniente, visible todavía eldisco rojo del sol: una línea de jinetes a contraluz en un cielo de nubesrosadasybajas,acompañadosporeltintineodelasarmasyelsonidodelascalabazas de agua casi vacías, que colgadas en los arzones entrechocabancomocalaverashuecas.Aprovechando la lunayorientadospor laestrellamaestra,cabalgaronasí
hastamuyentradalanoche,descansaronunpocoyensillaronantesdelalba,cuya claridad los encontró de nuevo enmarcha. Con la primera luz ya eraposiblebuscarelrastrodelaaceifa,ylohallaronenunacañada,endirecciónnorte.Vieronlacolumnadehumoamediamañana—nosoplabanadadeviento,
porloquesealzabagrisyverticalenelhorizonte—,peronollegaronhastalatarde, cuando el sol empezaba a declinar. Para entonces, de la granja noquedaban sino tizones humeantes.Ni entre sus restos ni en los alrededoreshallaronanadie,muertoovivo.Quizáhubieraalguienenelpozo,peroeraimposible comprobarlo porque éste estaba cegado. Habían metido dentrotierraypiedras,destruyendoelbrocal.—Eso significa que no van a volver por el mismo camino —resumió
Minaya.RuyDíaz,piea tierra,mirabahaciaelnorte.Teníaelyelmocolgadodel
arzóndelasillayelalmófar,lacapuchadecotademalla,echadoatrás,sobreloshombros.Acausadelsudor,elpolvodelacabalgadaselepegabacomouna costra a la cara, agrietándose en torno a los ojos y la boca. Su barbaparecíaestopagris.Minayayelfrailedepelorojoestabanasulado,conlamismaapariencia.—Podemos aguantar una jornada más sin agua —comentó Minaya—.
Despuéshabráquedesviarseparabuscarla.Mirabaeljefedelahuestehaciaelnorte,endirecciónalasestribacionesya
próximasdelasierra.—Ellosla tienendelante—respondiótraspensarlounmomento.Después
se volvió hacia el religioso—.Hay una laguna pequeña allí, ¿no?…O esotengoentendido.—Entre lascolinasy lasierra—confirmóelotro—.LaJarilla, la llaman.
Peroesmásbienunacharca.—¿Todavíanoestásecaenestaépoca?—Podríaestarlo.Enveranonosuelehabermásquefango.
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—¿Creéis que los moros continuarán hasta allí?… ¿No será adentrarsemucho?Lopensóelfraile.—Si yo fuera ellos—concluyó—, ya que he llegado aquí, seguiría hasta
Garcinavas.—¿Quéeseso?—Unaaldeapequeña.Seisosietecasasconveintevecinos,opocomás.—¿Buenaparasaquear?—Algohay.Noesmalacosa.Ganadoyesclavos,sobretodo.—¿Tienengentedearmas?—Apenas.Puedendefendersedesalteadoresyvagabundos;perounaaceifa
enregla,yéstaloes,selosllevaríapordelante.—¿Hayagua?—Unpozoenlamismaaldea.Sehabíaagachadoelfraile,remangándoseelhábito,ydibujabaenlatierra
con una ramita. Ruy Díaz y Minaya se pusieron en cuclillas, a su lado.Atentosaloquetrazaba.—GarcinavasyLaJarillaestánentrelascolinasylasierra—explicó—.En
un camino perpendicular al que estamos siguiendo, que a poniente lleva alvadodelríoGuadamielyalevantedesembocaenlacalzadaromana.SeñalóRuyDíazelpozocegado.—Sinovanavolverseasutierraporelcaminoqueusaronparavenir,¿por
dóndeloharán?—Haydosrutasposibles.Unacorta,ladeponiente,llevaderechaalvado.
Ladelevante,máslarga,esporlacalzadaromana,ytambiénvahaciaelrío,unascincoleguasmásarriba.Allíhayotrovado…Puedenusarcualquieradelasdos,aunquesupongoqueiránporlamáscorta.—Ono—dijoRuyDíaz.MirabaaMinaya,quesemostrabadubitativo.—Nopodemospartirlahueste—dijoelsegundo.—Nopiensohacerlo…Otalvezsólounpoco.Se miraban, entendiéndose. Necesitaban pocas palabras para ello. Lo
hacían así desde niños, antes de haber peleado juntos frente a moros ycristianos, incluidasLlantadayGolpejeracontra las tropas leonesas,cuandoRuyDíazllevabacomoalférezlaseñaldeljovenreySancho,enfrentadoasushermanospor laherenciapartidadeldifuntoFernando I.Deaquelloúltimohabíantranscurridoochoañosqueselesantojabansiglos.
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—Siesporponiente—dijoal finRuyDíaz—,elcaminomáscortopasacerca del castillo deTorregoda.Y ahí hay guarnición castellana.Es lomásavanzadoporesaparte.EntornabaMinayalospárpados,interesado.—¿Creesquenosearriesgarán?—Cargadosconloquellevaránenesemomento,lodudo.Sinembargo,la
calzada romana discurre hacia el sur y el río por un paraje desierto, queademás bordea la frontera del reino moro de Zaragoza…—se volvió RuyDíazhaciaelfraile—.¿Esasí,fráter?—Loes—asintióéste—.Nohayalmamoranicristianaallí.Nisiquierael
vadoestávigiladopornadie.Hastasunombreesmoro:Magazalguad.LopensabadespacioMinaya.Miróelhorizonteyaljefedelahueste.—¿Ysiteequivocas?EsbozóRuyDíazunasonrisacansada.—SenosescaparánytendremosquedevolvereldineroalosdeAgorbe.—Porvidade.Nomegustadevolverdinero.—Amítampoco.VolvióamirarMinayaalolejos.Luegodetuvolavistaenlahueste.Los
jinetes estaban sentados en el suelo, buscando la precaria sombra de susmonturas.Algunossehabíanquitadolascotasdemallaparaenrollarlasenlasgrupasjuntoalescudoyelyelmoocargarlasenlasmulasdelaimpedimenta.Eranhombresdefiar,peroselesveíasucios,doloridos,fatigadosdecabalgarsinqueesoacabaranunca.Nolosdesgastabatantoelcombatecomolarutina.ConotroquenofueraRuyDíazyahabríanempezadoagruñirporlobajo.—¿Yporquénoseguimosdetrás,forzandolamarcha,hastaquelesdemos
alcance?—Porquenosésitendremosagua.Delalagunillanomefío,yconelpozo
puedenhacerlomismoqueconéste.—Hayunpaso entre nosotros y la calzada romana—dijo el fraile—.Lo
llamanCorvera.Porahísepuedeatajar.Lomiraronconsúbitointerés.—¿Acuántoestá?—Jornada y media hacia el nordeste. Y hay un manantial pequeño que
sueleteneragua.EstudióRuyDíazlosdibujosdelsuelo.Serascabalabarba.Entoncessupo
bienloqueibaahacer.—Quevenganloscabosdetropa.
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Seacercaronsacudiéndoseelpolvo, conel caminar incierto,dolorido,dequienpasabademasiadotiempoenlasilladeuncaballo:elalféreztartamudoPedro Bermúdez; los dos Álvaros—Alvar Ansúrez y Alvar Salvadórez—,altounoybajoelotro,quesiempreibanjuntosyparecíanhermanosaunqueno lo eran; FélezGormaz con su cuerno de órdenes colgado al cuello y elduroDiegoOrdóñez,sargentomayoraldelahueste,quehabíamatadoatresAriasenelpalenquedeZamoracuandodesafióalaciudadporlamuertedelreySancho.Fueronasituarsealrededor,mirandocuriososlosgarabatosdelsuelo.Ruy
Díazseagachóehizounacruzenlatierraconlapuntadesudaga.—Vamosaatajar a la aceifa enel caminodevuelta,y loharemosdesde
aquí…UnlugarllamadopasoCorvera.Mirarontodoslamarcayluegosemiraronentreellos.DiegoOrdóñez—
cráneocalvo,barbaespesaycrespa,nervudo,peligroso—sesonólanarizcondosdedosysacudióloobtenidoenelpolvo.—¿Ymientrastanto?—preguntóloquetodossepreguntaban.—Dejaremosquelosmorosvayanasuaire.—Quizáhaganalgúnestragomás.LomiróRuyDíazcondureza.—Puedequesí.Perolosvamosaesperar.Nadiecomentóeldetalle.Todosatendían, interesados.Satisfechosdeque
hubiera dicho «esperar» en vez de «cabalgar». Cuarenta y tres pares deriñonesmaltrechosibanaagradecerlo.Todavíaagachado,RuyDíazseñalóa losdosÁlvarosconelpomode la
daga.—Vosotros seguiréis lahuella a la aceifa, sinacercarosdemasiado.Nada
decontacto.Delejosdebencreerqueestodalahueste,peroenrealidadsólovaisallevaradiezhombres…¿Comprendido?—Claro—dijoAlvarAnsúrez.—Claro—añadióAlvarSalvadórez.—De noche debéis hacer varias fogatas para parecer muchos. De día
arrastraréishacesderamas,trotandoaratosparalevantarpolvo.Aseguraosdequelosmorosnovenloquecreenver.Si,comosupongo,tomandevueltalacalzadaromana,seguiréisdetráshastaquetodosnosencontremosenelpasoCorvera.AlvarAnsúrezseñalóelladooccidentaldeldibujoenlatierra.—¿Ysitomanotrocamino?
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—Entonces puede que se nos escapen, o puede que no… En tal casomandaréisunmensajeroparaavisarnos.Comolaaceifairácargadadebotín,esposiblequesinosmovemosrápidopodamosalcanzarlaantesdequelleguealvadodelGuadamiel.—¿Ysino?SeincorporóRuyDíaz,enfundandoladaga.—Losmorosseránunpocomásricosynosotrosunpocomáspobres.
Estabanresentidos,sabíaRuyDíaz.Nomucho,peroempezaban.Conocíaaloshombresdearmasysuspensamientos.A veces detenía el caballo a un lado de la columna y la miraba pasar,
cabeceando despacio los cuellos de lasmonturas, con su olor a hombres yanimales,aestiércol,cueroymetal,escudosalagrupa,lanzasenelestriboycampanilleooscilantedearmasylorigassobrelascabalgaduras.Podíaleerloentodosellos,ensumododesostenerlelamiradaoapartarla,enlaformadeapretar los labios agrietados o enjugarse el sudor de la cara, de cambiar deposturaenlasillaparaaliviarelpesodelacotademallaenloshombrosyenlaespalda.La mayor parte eran hombres de frontera, curtidos en algaras y
escaramuzas,delosquesabíanlascosasporhaberlasvisto,noporqueselascontaran.Lapruebadequelashabíanaprendidoeraqueseguíanvivos.Ynosetratabadeincursionesparahacerseconalgúnmorodescuidadoyunpardevacas:buenapartedeelloshabíalidiadoenbatallasserias,enaquellaEspañaincierta de confines inestables, poblada al norte por leoneses, castellanos,gallegos,francos,aragoneses,asturianosynavarrosqueunasvecescombatíanentreellos,cambiandolosbandossegúnsoplabaelviento,yotras lohacíancontralosreinosdemoros,loquenoexcluíaalianzasconestosúltimospara,asuvez,combatirodebilitaraotrosreinosocondadoscristianos.—Minaya.—Dime,Ruy.—Quetrotendurantecincocredos,paraqueserelajenloscaballos.—Atuvoluntad.—Luego tenlos un rato al paso y que después caminen desmontados un
cuartodelegua.Se quedó mirando cómo obedecían, y al cabo hizo lo mismo con su
caballo: un trote corto para ponerse de nuevo en cabeza de la columna, y
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luego al paso. Llegado elmomento de desmontar, sin necesidad de que sedieralaorden,todalacolumnalohizo,tomandoaloscaballosdelarienda.TambiénRuyDíazpusopieentierra.—Sonbuenoshombres—dijoenvozbajaMinaya,quecaminabaasulado
—.Conocensuoficioysegananlapaga.Cuandolespagues.No respondió, aunque pensaba en ello. Aventureros aparte —un tercio
aproximadodelahueste—,elrestoeramesnadadeVivar,unidaasujefeporlugar y familia. Eso permitía apretar algo más las clavijas, pues lasindividualidades se diluían en la disciplina del grupo. Pero Ruy Díaz, quellevabamediavidabatallando,sabíaporexperienciaquenoconveníallevaranadieasuslímites.Loseguíanporelprestigiodesunombre,yéstesehallabaenrelaciónconlasperspectivasdebotín.DesterradodeCastilla,lealasureypeseatodo,imposibilitadoparalucharcontraésteosusaliadosmahometanoso cristianos, no le quedaba sino guerrear en tierra demoros.La aceifa y elencargodelosburguesesdeAgorbeparaprotegerelnortedelGuadamielnoeraunagranempresa,aunquebuenaparaempezar,siempreycuandosalierabien.Pero los incursores semovían rápido, lapersecución resultaba largayloshombresempezabanavolversehoscosconlaperspectivademuchafatigaypocolucro.Sinduda,laacciónloresolveríatodo:algunascabezasdemoroscolgadas en los arzones pondrían las cosas en su sitio. Pero las cabezastardabanenllegar.—Deberíashablarles—insistióMinaya.Hizo Ruy Díaz un ademán negativo. Tenía la certeza de que, por el
momento,elsilencioreforzabasuautoridad.Poníaladistancianecesariaentreélylosmesnaderosalosqueibaaexigirdemasiadoentiemposinmediatos.—Llevan muchos días mirando tu espalda mientras cabalgas delante,
Ruy…—Asíaprendenmuchosobreespaldas,imagino.—Oh,basta.Noseasnecio…Eresunaleyenda,diablos.—Nomefastidies,Minaya.—Notefastidio.Poresoestánaquí.—Lasleyendassólosobrevivenvistasdelejos.Esoeraexacto.Sunombreyasonabalegendario,ylosabía.Nosóloporser
el único que, humilde infanzón castellano, se había atrevido a exigirjuramentoaunrey,sinoporquebatallabadesdelosquinceañosynadieteníaunhistorialdearmascomoel suyo:batalladeGrauscontra losaragoneses,campañacontralosmorosdeZaragoza,combatesingularenCalahorracontraelcaballeronavarroJimenoGarcés,combatesingularenMedinacelicontrael
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campeónsarracenoUtmanAlkadir,batallasdeGolpejerayLlantadacontraelahora rey Alfonso VI, asedio de Zaragoza, asedio de Coímbra, asedio deZamora, batalla de Cabra contra el conde García Ordóñez y sus aliadosmusulmanes de la taifa de Granada, algara contra los moros de Toledo…Siempre afortunado en la lid, siempre invicto. Campidoctor, lo llamaban aveces.Dueñodelcampo,ocampeador.Amadoporunosyenvidiado,temidoydetestadoporotros,habíatomadocomolemaeldeunemperadorromano,sugerido por un abad amigo de su familia:Oderint dum metuant. Que meodien,peroquemeteman.Estabaescritoensuescudo,enlatín.—Leshablarécuandoseaoportuno.—Sonsufridosylomerecen—Minayalomiródesoslayo—.¿Teacuerdas
de la niña de Covarrubias?… Ninguno protestó aunque teníamos cuatroleguas hechas desde el amanecer y los estómagos vacíos. Diste una orden,arrimaronespuelasyesofuetodo.Nisiquieramiraronatrás.AsintióRuyDíazsindecirnada.Eradifícilolvidaraesaniña.Teníaunos
nueveañosyhabíasalidocuandogolpeaban lapuertacon lospomosde lasespadas. La casa, como todas por el camino, estaba cerrada al paso de lahueste,puesprecedíanaéstaheraldosrealesconlaprohibición,bajopenadevida, de socorrer a los desterrados. Pero los hombres estaban hartos ydecidieronnodarunpasomássincomidanivino,degradooporviolencia.LosvecinosdeCovarrubiassehabíanencerradoensuscasas,asustadosysinquerer abrir, y la tropadecidió tomarpor asalto laqueparecíamás rica.ElpropioRuyDíaz,exasperadocomotodos,estabadispuestoatolerarlo.Fueentoncescuandoocurriólodelaniña.—¿Deverdadteacuerdas,Ruy?—Puesclaroquemeacuerdo.Lafamiliaestabadetrás,aterrorizada:padre,madre,hermanosysirvientes.
Quizálaniñafueempujadaasalirotalvezlohizoporpropiainiciativa,peroaparecióenelumbralparaenfrentarsealoshombresbarbudosycubiertosdehierroqueallíseagrupaban.Eratrigueña,conojosclarosyelpelorecogidobajo una cofia. Conmás curiosidad quemiedo observó los rostros duros yferoces cual si buscara entre ellos al jefe; y como todas las miradasconvergíanenRuyDíaz,ellaacabómirándolotambién,alintuirquiénera.«Elreynosmatará,señor».Eso dijo. Su voz era frágil como el cristal. En torno se había hecho un
silencioespeso,deaceite.«Osloruego.SeguidvuestrocaminoyqueDiososguarde».
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Su inocencia sonaba tan desvalida que aquellos guerreros cubiertos decicatrices,hechosasaquear,violarydegollar,semiraronincómodos.«Porpiedad,señor».Desde su caballo, Ruy Díaz había contemplado a la niña mientras una
extrañapicazónlesubíadelpechoalagarganta.Lerecordabaasushijas.Novolviólavistaasushombres,perosabíaquetodosestabanpendientesdeél.Unapalabrasuyaylacasaseríacenizas.Peronodijounapalabra,sinodos.Roncasysecas.«Enmarcha».Ysinunaprotestaniunmalgesto,disciplinadosdetrásdesujefe,noventa
ysietehombresmontaronacaballoysiguierondespaciosucamino.
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III
Elsiguienteamanecerlosencontróconelsolenlacara,cabalgandohacialevante.Amedidaqueelastroascendíaenelhorizonte,ladelgadafranjadebruma que se dibujaba a lo lejos, rojiza al principio y luego ámbar, fueconvirtiéndose en una línea de colinas pardas.Después, una luz violenta loiluminótodo.—SupongoqueahíestaráelpasoCorvera—dijoMinaya.—LlamaalBermejo.Se acercó el fraile joven a la cabeza de la columna, aguijando sumula.
Llevaba la capuchadelhábito subidaparaprotegersedel sol.Seguía con laballestay laaljabacolgadasdelarzón,golpeando lagrupade lamonturaaltrotar. Ruy Díaz le dirigió un vistazo al arma. Era de hueso y tejo, de lasbuenas;delasquelosmorosllamabanqausifranyi:unarcodelnorte,delosfrancos.—¿Dóndeaprendióamanejarla,fráter?Se ruborizó el religioso. Las pecas de su frente alternaban con gotas de
sudor.—Cazabaconmipadre,deniño.—¿Porestasmismastierras?—Sí.VinimosdeGaliciacuandoyoeratodavíaunmamoncillo.—¿Colonos?Sonrióapenaselotro,amargo.Conciertainsolencia.—Un carro con un buey medio cojo, un hombre, una mujer y cuatro
hijos…Eraestoolamiseria.Mipadreeligióunatierralibre,cercadelrío.—Unavidadura—apuntóMinaya.—Comotodasaquí.Peroaquélnoeramallugar.—¿Era?—Lofuehastaelveranodehacenueveaños,cuandolosmorossellevaron
amimadre ymi hermana.Mimadre estaba preñada y nunca supemás deellas.Minayasevolvíaamediasenlasilla,interesado.
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—¿Yloshombres?—Mipadreyunhermano,elmayor,murierondefendiendolacasa.—Vaya.Losiento.—Lafronteraesasí,yaquellaveznostocóanosotros—elfraileencogía
los hombros con sencillez—. También las cabalgadas cristianas hacen lomismoentierradeellos…Dioshacetajoparejo.—Quizádemasiadoparejo—dijoRuyDíaz.Sesantiguóelreligioso,escandalizadoporelcomentario.—Éltienesusdesignios.—Ya.—¿Yelotrohermano?—quisosaberMinaya.—Nos escondimos y logramos escapar…Despuésmi hermano se fue al
norte,creo.Nuncavolvíaverlo.Amímeacogieronenelmonasterio.—Almenossalisteisadelante.SanHernánesunbuensitio.—Síqueloes—confirmóelfraile—.Ysecomecaliente.RuyDíazhabíadejadodeprestaratención.Ahoramirabalascolinas.—¿HaciadóndequedaelpasoCorvera?—preguntó.Dudó unmomento el religioso, haciendo visera con unamano.Al fin la
extendióalfrente.—Vamosbien.—¿Aquédistanciapodríavérsenosdesdeallí?Lomiróelotro,desconcertado.Despuéssegiróaobservarlacolumnade
jinetesyvolvióamirarlo.—¿Quién?—Daigualquién.Loquepreguntoesdesdedóndepodríandivisarnos.Dudóelreligioso,contemplandodenuevolascolinas.—Talvezdesdeunalegua,siesalguienconbuenavista.Dijo eso y se quedó mirando a Ruy Díaz, inquisitivo. TambiénMinaya
parecía esperar una explicación. Cabalgaba junto a su jefe con las riendasflojasyel cascocolgadoenel arzónde la silla, echadaatrás la capuchadecotademalla.—¿Quésetehaocurrido?—preguntó.—Estoypensandoenalgo.AvanzaronveinteomáspasosantesdequeRuyDíazhablaradenuevo.—Vuélvaseatrás,fráter—ledijoalfraile—.Sihacefalta,lollamaré.—Avuestravoluntad.Volvió grupas el religioso. Minaya estaba pendiente de su jefe. Bajo la
cofiadepañoque leprotegía lacabeza,el sudor trazabasurcosenel rostro
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barbudoypolvoriento.—Silaaceifaeligelacalzadaromanacomocaminodevuelta—dijoalfin
RuyDíaz—, es posible que considere ese paso de las colinas; que además,segúnnoscontóayerelBermejo,tieneunmanantial.Minayalopensabadespacio.—¿Quieresdecirquepuedentemerquelosatajemosporahí?—concluyó.—Esomismo.—Porvidade.Descolgó el segundode la hueste la calabaza con aguaquependíade su
arzón,lequitóelcorchoyselapasóasujefe.—Tequedapoca—dijoéste,agitándola.—Ya.Atráslacabeza,seechóRuyDíazuncortosorboenelgaznate.Despuésse
ladevolvióalotro,quebebiósutrago.—¿Quéharíassifuerasmoro,Minaya?—Tenercuatromujeres.—Tehabloenserio.—Yenserioterespondo.ConAlfonsoVIderey,avecespreferiríaserlo.—Yaestábien…¿Quéharías?Elsegundodelahuesteselimpiólabocaconeldorsodelamano,colgóla
calabazaydenuevosetomósutiempo.Erahombrepocoimaginativo,lentoenlareflexiónydiligenteenlaejecución.Elperfectosubalternodemesnadacastellana.—Nadiesabequévaahacerunmorohastaquelohace.—Supónqueyalohayanhecho.Volvióapensarloelotro.—Vigilaríaelpaso,porsilasmoscas—concluyóalfin.—Exacto.—Lassorpresas,armadohastalosdientes.—Ahí.Éseeselpunto.SehabíapuestoenpieMinayaenlosestribos,oteandolascolinaslejanas.
Alcabosedejócaerdenuevoenlasilla.—¿Creesquehanmandadoaalguien?—Sabenhacerlaguerratanbiencomonosotros.Yaveces,mejor.Seguíareflexionandoelsegundo,arrugadoelentrecejo.—Si así fuera—añadió tras unmomento—, ¿cuánta gente pueden haber
puestoenelpaso?
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—Nocreoquelesconvengadebilitarlaaceifa.Yohabríaenviadoatresocuatrohombresconarmasligeras.DesfruncíaMinayaelceño.—Paraavisarencasodequeaparezcamosporallí—concluyó.—Sí.Sevolvióelotroamiraralahueste.Detrásdeellos,PedroBermúdez,uno
delosdossobrinosdeRuyDíaz,manteníaenaltoelastadelaseñal—bandarojaendiagonalsobrefondoverde—,aunqueéstaibaenrolladadentrodesufundadecuero.—Todavía estamos lejos,peroapartirdemediodíapuedendivisarnos—
dijoRuyDíaz—.Nosdetendremosentonces.—Mepareceprudente.—Luego,conelsolbajo,cabalgaremosdenuevo,yaqueelcontraluznos
ocultaráenelhorizonte.Laaproximaciónfinalvamosahacerladenoche.Lalunasaletarde,yesoayudaráunpoco.—¿Aquiénesdestacodeexploradores?—MandaaGalínBarbuésconalgunojovenyágil,quesepamoverseapie.
Quecalcenesparteñas,puesquizátenganquetrepar.Cuandonosdetengamosdaréinstrucciones.—Estábien.—ElBermejopuedeacompañarlos.Conoceelsitio.—Buenaidea.—¿Porquésonríes,Minaya?—Portucara.—¿Quélepasaamicara?—Se te anima, Ruy. Mientras dices todo esto, se anima. Te gustaría
encontrarmorosenelpasoCorvera,¿verdad?—Puesclaro.Confirmaríaquepiensanvolveralríoporlacalzadaromana.—Noessóloeso.Teconozco…Teponedebuenañolaperspectivadedar
esta noche un lindo Santiago, después de habernos aburrido tantos díaspaseando.—Podríaser.Ahoradia lagentequedesmontey lleveapie loscaballos
durantecincocredos.—Vienealpeloesodeloscredos,¿no?…Rezarparaqueesténlosmoros
enelpasoylospillemoshaciendolazalá,decaraaLaMeca.—Venga.Lárgateya.
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Cabalgaron despacio, manteniéndose en la falda de las lomas para norecortarseenlalíneadelcielo.Ycuandoelsolestuvoensucénitsedetuvolacolumnaenunencinar.Laordencorriódesdelacabezahastaelúltimojineteytodosdesmontaronestirandolosmiembrosdoloridos,ataronlaspatasdeloscaballos y se tumbaron a descansar y despiojarse bajo la sombra de losárboles mientras sus monturas, a las que habían quitado los frenos,mordisqueabanlahierbaqueallíhabía.El alférez Pedro Bermúdez le trajo a Ruy Díaz un puñado de bellotas
recogidas del suelo. Era un mozo de Vivar muy serio y tímido, quetartamudeabacuandoestabaociosoperojurabadecorrido,enbuenahabladeCastilla,alentrarencombate.Despuéssiempresequedabapreocupado,puesmorir con aquel torrente blasfemo en la boca, aunque fuera degollandoinfieles,habríacondenadosualmasinremedio.Peronopodíaevitarlo.—Probadlas,t-tío…Estáncasidu-dulces.—Nomellamestío.Asintióelotro,sumiso.—D-disculpad.Además de tartamudo, el joven era algo corto de vista y entornaba los
párpadoscuandomirabaalolejos,paraayudarse.Enloscombatessepegabaalagrupadeljefedelahuesteparanoperderlo,siguiéndolosiemprebanderaen alto, al modo de un lebrel. Y como apenas veía venir las flechas y laspiedras enemigashastaque las tenía encima,gozaba famade impávido.Loque,porotrolado,resultabacierto.Eraunvalientemuchacho.MasticódistraídoRuyDíazunpardebellotas.Alverqueotroshombres
tambiénlasbuscaban,lespermitióabrirlastalegasyyantar,porsiluegonopodía hacerse; pero ordenó hacerlo en frío, sin encender fuegos. Élmismocomióunpocodepandurodesmigadoenlecheagriadecabra.Alcabodeunrato,cuandoelsolempezóabajary todoshubieronreposadounpoco,hizovenir a los exploradores y a algunos cabos demesnada. Estaba sentado entierra,conlaespaldaapoyadaeneltroncodeunaencina,ensebandolasbotasde cabalgar que llamaban huesas, cuando vio llegar al grupo:Minaya conDiegoOrdóñezyPedroBermúdez,acompañadosdelaragonésGalínBarbuésyotrosoldadojoven.Elfraileibaconellos.—Escuchad—lesdijo.Se acuclillaron en semicírculo, mirando a su jefe sin decir palabra.
Aguardando mientras espantaban las moscas. Entre todos sumaban setentaañosdeexperienciamilitar.Inclusolosjóveneserantropahecha,cuajadaenescaramuzas cuando no en batallas campales con sarracenos, leoneses,
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gallegos o francos, nombre éste que se daba a la gente de los condadoscatalanes.Teníandisciplinayteníanpaciencia.YatodoslosintimidabaRuyDíaz. DesdeMinaya al más tierno de ellos—suponiendo que allí hubiesealgunotierno—sabíandesuvida:desumocedadjuntoalinfantedonSanchoylashazañascomoalférezcuandoaquélfuerey;desufortunaenlasfatigasde la guerra y la equidad en el reparto del botín; de su carácter duro perojusto,airadocuandoconveníaserlo,ydesucólera,fríaeinflexiblecuandosedesataba.Por todasesas razonesyalgunasmás lo respetabany temían.Porellas,mirandoondearenaltosuseñal,nosalíandesuordenenloscombates.Yporellaslohabíanseguidoaldestierro.—EsposiblequehayamorosenelpasoCorvera.Deserasí,supongoque
seránpocos—miróaGalínBarbuésyalotroexploradorjoven—.Siescierto,hayquevercuántosson.Alzóunamanoelalmogávar.—¿Losqueréismuertosovivos,señor?Sonrió Ruy Díaz. Dicho por otra clase de hombre aquello sonaría a
fanfarronada,peroBarbuéshablabaenserio.EraunsoldadometódicodelasmontañasdeJaca,todavíamediomozo,cortodepalabrasylargodeespada.—Porahorasóloquierosabersiestánallí.Yanosocuparemosdeellosmás
tarde.Iréistú—señalóalotroexplorador—yMuñoGarcía.Osacompañarásumercedelfraile,queconoceelterreno…¿Algúnproblema,fráter?—Ninguno,señor.—Demomento,quelecambienlamulaporuncaballo.MuñoGarcíasehabíaruborizadodeorgulloalversemencionado.Nopor
el encargo, que era natural, sino porque el jefe de la hueste recordase sunombre.Enrealidadésteconocíayrecordabaeldecasitodosellos.Esoeraimportanteeneloficiodelasarmas,puesnadaalentabamásenmitaddeuncombate,enladurasoledaddematarymorir,queunjefegritaranombres.Aellos, Galín Barbués. Ten duro, Muño García. Arriba esa señal, PedroBermúdez. Así, Ruy Díaz había visto a guerreros casi derrotados que yaflaqueaban, a punto de volver grupas y huir, renovar su ataque y hacersematar como leones sólo por haberse oído nombrar en la refriega. Por esoprocurabaconocera lossuyos.SehacíadecirdiscretamenteporMinaya losnombres, ydespués repetía cadaunoen su cabeza, docenasdeveces, hastafijárseloenlamemoria.—¿Yquépasasiencuentranmoros?—preguntóDiegoOrdóñez.Suvoz sonaba igualquepasaruna limaporunaherradura.Ordóñezy el
jefedelahuestesetratabandeantiguo,casitantocomoocurríaconMinaya.
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Era un soldado de modales desabridos, arrogante, brutal y experimentadoguerrero:unlidiadortemible.YconMinaya,elúnicoquetuteabaaRuyDíaz.Solía plantarse con las piernas abiertas y los fuertes puños apoyados en lascaderas,cualsibuscarapeleaconmediomundo.Yenrealidadlabuscaba.Lohabía dicho el difunto rey Sancho después de la batalla de Golpejera —matanza de la que el burgalés había salido chorreando sangre gallega yleonesa—:aenloquecidosmastinesdepresacomoDiegoOrdóñezeramejortenerlosaesteladodelescudoquealotro.—Vendrán a contárnoslo, y lo más aprisa posible. Sin alertarlos. Les
caeremosencimaantesdequeamanezca.—¿Yquépintaríanesosmorosallí?Se lo quedó mirando Ruy Díaz, sin responder. Ordóñez arrugaba el
entrecejo,obtuso,dándosetironesdelaespesabarba.Alfinseleiluminólacara.—Pormisabuelosgodos—dijo—.Yaentiendo.Losobservóunoporuno,buscandoconfirmaciónaloquecreíaentender.
Despuéssoltóunarisotadafeliz.—¡Lacalzadaromana,claro!…¡Hanpuestoatajadoresporqueesosperros
vanavolverporesecamino!RuyDíazdejódeprestarleatenciónycalculólahoraporlaalturadelsol.—Salimosdentrodeunrato,sinprisa.Conelsolalaespalda—sevolvió
haciaBarbués,Garcíayelfraile—.Vosotrospodéisirosya.Noquieroruidos,así quenadademetal encima excepto espadaypuñal…Estaréis de vuelta,saliéndonosalencuentro,antesdelosprimerosgallos…Elfráterdicequehayunrobledalquenotienepérdidacercadelpaso.Loveréisdecamino,puesalaidaaúnhabráunpocodeluz.Nosdetendremosaesperarosallí.Sealejaronlosexploradores.Losotrosaguardabanórdenes.—Lahuesteiráalpasoalprincipio,paranolevantarpolvo—miróaPedro
Bermúdez—.Correlavoz,anda.Alatardecerpodremosapretarunpoco.—Avuestravoluntad,ti-tío.—Nomellamestío.Telohedichocienveces…Nuncaencampaña.—Avu-vuestravoluntad,s-señor.—Venga, moveos —incluyó en el ademán a Diego Ordóñez—. Que se
preparelagente.Siguiósentadocontralaencina,viéndolosirse.Nohabíadejadodeensebar
elcuerodurantelaconversación.SóloMinayaquedabaasulado,todavíaencuclillas.Sehurgabaconunaramitaentrelosdientes,limpiándoselos.SeñalóaOrdóñezconlaramita.
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—Accióninminente—comentó—.Lohashechofeliz.—Todosloseremos,sisalebien.—Saldrá.Losexploradoressongenteviva,yelfraileparecedespierto.SeguíamirandoMinayaaDiegoOrdóñez,queseacercabaalosgruposde
hombresadormiladosbajolasencinas,espabilándolosapatadas.—Esunanimal.—Sí—sonrióRuyDíaz.—Menos mal que vino con nosotros, porque en Castilla ya lo habrían
ahorcado. No se cansa de decir a quien quiera oírlo que la jura de SantaGadeaselapasaporloshuevos…SigueconvencidodequealreySancholohizomatarsuhermanoAlfonso.Ynohayquienlosaquedeahí.—Ya,peronosvienedeperlas.Esunguerreromagnífico.Minayaescupióenlatierra.—PregúntaseloalosArias…Bueno,alquequeda.Elpobreviejo.Se quedaron callados, recordando. Al rey Sancho lo habían asesinado
durante el asedio de Zamora, cuando quería arrebatársela a su hermanaUrraca.Eldifuntoreypadrehabíapartidoelreinoentresushijos,ySancho,herederodeCastilla,pretendíareunificarlos.HabíaderrotadoasushermanosGarcíayAlfonsoyestabaapuntodedesposeeraUrracacuandoun traidorllamado Bellido Dolfos lo atravesó con un venablo bajo los muros de laciudad.—MenudalióDiegoOrdóñez—dijoMinaya.—Yquelodigas.Era una forma de resumirlo. Ciego de cólera por el asesinato de su
monarca,Ordóñez sehabíaplantadoa laspuertasdeZamora, armadode lacabezaa lospies, desafiandopor felonesy asesinos a todos los zamoranos,desde los ancianos a los niños de pecho. Que salieran a reñir en juicio deDios,decía,queélsolodaríacuentadetodoscuantossalieran,unoporuno.Despuésquebróunalanzacontraelmuro,escupióenél,yanteesonohubootra,paraloszamoranos,queaceptareldesafío.—Quéanimal—repitióMinaya,brotándole la risaentre labarba—.Tres
Ariasycasicuatro.Menudajornada.Asintió Ruy Díaz. Había sido exactamente eso. Aquel día, la principal
familia de Zamora, los Arias Gonzalo—un padre ya anciano y tres hijosmozos—, tomó sobre sí defender el honor de la ciudad. Primero en laestacada había sido el hijo mayor, a quien Ordóñezmató de un tajo en lacabeza.SalióelsegundoAriasciegodecóleraporlamuertedesuhermano,yalprimerbotelemetióOrdóñezelhierrodelalanzabajoelyelmo,enlacara.
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EltercerAriaseracasiunniño,peroacudióconmuchovaloralterreno;hirióaOrdóñezylematóelcaballo,peroaquéllomatóaéldeunalanzadaquelepasó la loriga. Y habría matado también al anciano padre cuando éste,desesperado, montaba para seguir el camino de sus hijos, de no haberseinterpuestoconlágrimaslainfantadoñaUrraca.Ymientras,enelpalenque,junto a los cadáveres de los tres hermanos, Diego Ordóñez, ensangrentadohasta la barba, ronco de cólera, seguía voceando su desafío a Zamora,pidiendoagritosotrocaballoyotroArias.
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IV
RuyDíaz dormíamal. Ni siquiera la extrema fatiga lograba rendirlo deltodo.Sedespertabaenmitaddelanoche,entumecidodecuerpoperoconlacabezaclara,llenadeimágenesdecosassucedidasoporsuceder,derostrosdetestadosoqueridos.LosdesushijasyeldeJimena,sumujer,discurríanamenudoentreesosúltimos, talcomoloshabíavistocuandolasdejóenSanPedrodeCardeña:laslágrimasdelasniñaspegadasalasfaldasdelamadre,el rostro sereno y dolorido de la esposa, su postrera visión agrupadas en elpórticodelaiglesiacuandoélmontóenelcaballoquesushombresteníanporlasriendasysevolvióadeciradiós.Yluego,laordendemarcha,elsonidodecascos,lacolumnarevestidadehierroycuero,yPedroBermúdezconlaseñaldesplegada al viento como un desafío mientras ellas quedaban atrás,difuminadas y cada vez más ocultas por el polvo, quizá para siempre. Amerceddeunreyvengativoqueodiabaasupadreyesposo.Seremovióeneldurosuelo,bajolamanta.Apoyabalacabezaenelcuero
delasillademontar,queolíaaazufreysudordecaballo,yentrelasramasdel robledalalcanzabaaver lasestrellas.Nohabía fuegosencendidosen laacampada,ylosbultosdormidosdeloshombresapenassedistinguíanenlaoscuridad. Se removió de nuevo intentando acomodarse mejor, sinconseguirlo.Ledolíalaespaldadesdeelcuellohastalarabadilla.Eltiempopasabamuydespacio.Demasiado.Oyó el relincho aislado de un caballo, y luego la voz queda de dos
centinelasdándoselanovedad.Unodeellosdijoalgo,rióelotro,sonaronunmomentosuspasosalejándose,ydespuésvolvióelsilencio.Niunsoplodebrisaagitabalasramas.Aesashoras,pensóRuyDíaz,los
exploradoresyadeberíanestarderegreso.Sinolohacíanpronto,seríaseñalfunesta.Unmalprincipio.Nohabíanadaquepudierahacersemientrastanto.Asíquecerrólosojosy
volvió a intentar dormir, sin conseguirlo. Demasiados pensamientos, comoantes.Demasiadasimágenes.
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Tambiénlosrostrosdelosenemigos,susfantasmasmortales,acudíanalavigilia,comocadanoche.Y,peseasusesfuerzos,sesuperponíanalosdelosseresqueridos.UnodeaquellosespectroseraeldelreyAlfonsoanteelaltardeSantaGadea,rojodevergüenza,apretadoslosdientesdecólera,jurandosuinocenciamientrasleprometíaelinfiernoconlamirada.No había sido de forma inmediata, por supuesto. El señor de Vivar era
alguienatenerencuenta;sinél,BurgosyCastillanoestabanaseguradosparaelnuevomonarca.La revancha sehabía fraguado silenciosa, a la esperadeunaoportunidad.Yéstahabíallegadoconunrostroquetambiénacudíaalacabeza de Ruy Díaz: el conde leonés García Ordóñez, su peor enemigo, aquiendespuésdeSantaGadeahabíanombradoAlfonsoVIalférezdelreino,desposeyendo de ese título al enseña de su difunto hermano. Taimado,maniobrero, ambicioso, favorito del monarca, García Ordóñez procurabaenvenenaraúnmáslasrelacionesentreRuyDíazyelnuevorey.Ylohabíalogrado.Eldestierroeralaculminacióndetalesintrigas.Letocaronunhombroyabriólosojos,llevandoporinstintounamanoala
daga.LasiluetanegradeMinayaestabainclinadasobreél.—Estándevuelta—susurróelsegundo.Se incorporó Ruy Díaz frotándose los ojos, estirando los miembros
doloridos.—¿Todobien?—Ellostedirán.Estaba de pie al fin, ciñéndose la espada sobre el belmez de cordobán.
Empezabaahacerfrío.—¿Dormías?—inquirióMinaya.—No.PensabaenGarcíaOrdóñez.—Ah.Elhijodemalamadre.Comprendoquenodurmieras.Había ocurrido en vísperas del destierro: RuyDíaz iba comisionado por
Alfonso VI a cobrar parias, el tributo anual del rey moro de Sevilla,Almutamid, que las pagó puntualmente; pero al mismo tiempo GarcíaOrdóñezibaenviadoporelmonarcaacobrarlasdelataifadeGranada,cuyorey,Abdalá,eraenemigomortaldelsevillano.Convencidoporaquél,GarcíaOrdóñez había invadido con un ejército de leoneses ymoros granadinos lataifadeSevilla,yRuyDíazsehabíavistoobligado,puesAlmutamidcumplíasuscompromisos,adefenderloconsuhueste.Estabandepormediosuhonory supalabra.Labatallahabía tenido lugar enCabra: leonesesygranadinoscontraloscastellanosylatropamoradeSevillabajoelmandodeRuyDíaz.Unamatanza,alcabo,enlaqueGarcíaOrdóñezhabíasidohechoprisionero;
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ysutropa,exterminadasinpiedadenelcombateylaposteriorpersecución.Paraelcondeleonés,Cabrahabíasidounahumillaciónimperdonable.YparaelreyAlfonso,unpretextoidealparaajustarlaviejacuentadeSantaGadea.Tedestierroporunaño,fueladesdeñosaordenrealcuandolotuvodelanteenBurgos, antes de volverle la espaldamientras nobles y cortesanos se dabanconel codo.Y laarrogante respuestadeRuyDíaz, firme lavoz,unamanoapoyadaenelpomodelaespada,nohizosinoagravarlomás:sivos,señor,medesterráisporunaño,yomedestierropordos.
Formashumanasentresombrasdeárboles,bajolaenramadaylasestrellas.Losexploradoresestabanderegreso,moviéndosedespacio.Silenciososcomogatosmonteses.—Creemosquesoncuatro—sonólavozdeGalínBarbués.—¿Oshicisteisnotar?—No. Subimos con cuidado entre las peñas. El fraile nos guió bien…
Detrás de la primera loma, a un lado del paso, hay una rambla. Tenían unfuego encendido allí, al resguardo. Estuvimos un ratomirando y luego nosvolvimos.RuyDíazdigeríalanovedad.—¿Seguroquesonsóloésos?—No vimos a otros. Oímos sus caballos un poco más lejos, cerca del
manantial.Unode losmorosestaba sentado, comodeguardia,y losdemásparecíandormir.—¿Armas?—Lahoguerailuminabapocoynopudimosvergrancosa.—Sóloescudospequeños,lanzasyunarco—apuntóMuñoGarcía.—Caballería ligera —completó la información Barbués—. Simples
batidores,comosuponíamos.SeguíapensandoRuyDíaz.—¿Cuántotardaremosenirallí?—¿Todalahueste?—No.Ungrupopequeño,armadoparairdeprisa.Dudaronuninstantelosotros.—Podríamos llegar pasados losmedios gallos—dijo Barbués—.Y para
entonceslalunaestarábastantebaja.—Bien…Esonosdatiempodeatacarantesdequeamanezca.
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SevolvióRuyDíazamirarentorno.Mássiluetasnegrassehabíanunidoalgrupoyescuchabanensilencio.CreyóreconocerenellasaPedroBermúdezyaDiegoOrdóñez.—Minaya.—Ordena.—Dispónaochohombresconarmas ligeras…Losmás jóvenesyágiles.
Quedejenaloscompañeroslaslorigas,losescudosytodoelequipopesado.Yquelleventraposparaembozarloscascosdeloscaballos.Noquieroniunruidocuandoestemosallí.—Atuvoluntad.—Losdemásnosseguiréisalalbacontodalaimpedimenta.Minayahizounapausadubitativa.Experta.—¿Vasairtú,Ruy?—Sí.Conlosocho,losdosexploradores,elfraileyDiegoOrdóñez.—Seréistrece.Malnúmero.—Megustapicaraldiablo.Sonaron risas. Era la clase de insolencias que todos esperaban de él.
Desafíosyorgullo.Tambiéndeesemodosefraguabanlasleyendas.—¿Serásuficiente?—insistióMinaya.—Será.Se dispersó el grupo sin más verbos. Ruy Díaz anduvo hasta su vivac,
apartóaoscuraslasarmaspesadas,cogiólasillaylamantaysefueaensillarlamontura.Uncaballo era lavidade su jinete,ynuncapermitíaquenadiehiciera aquello en su lugar. Ni siquiera llevaba criados cuando andaba encampaña.Jamás,desdequeguerreaba,habíaordenadoaunhombrealgoquenofueracapazdehacerporsímismo.Eransusreglas.Dormíadondetodos,comía lo que todos, cargaba con su impedimenta como todos. Y combatíaigualqueellos,siempreenelmayorpeligro,socorriéndolosenlaluchacomolo socorrían a él. Aquello era punto de honra. Nunca dejaba a uno de lossuyossoloentreenemigos,ninuncaatrásmientrasestuvieravivo.Poresosushombres lo seguíande aquelmodo, y lamayorparte loharía hasta la bocamismadelinfierno.Despuésdeasegurarlacincha,elfrenoylasriendas,comprobóqueteníael
crucifijo al cuello como solía, bajo la camisa. Lo besó con gesto rutinario.Despuéscolgólaespadadelarzón,palmeóelcuellocálidodelanimalyechóunvistazoalrededor.Elrobledalbullíadesombras,puesahoratodosestabandespiertos y cada cual hacía su obligación: sonidos metálicos, resollar demonturas,conversacionesenvozbaja.Noerannecesariasórdenes,puestodos
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conocían su oficio. Eran hombres cuyo valor tranquilo procedía dementessencillas: resignados ante el azar, fatalistas sobre la vida y la muerte,obedecíandemodonaturalsinquela imaginaciónlesjugaramalaspasadas.Eranguerrerosnatos.Soldadosperfectos.Seformabanlosdosgrupos.AlpocosedestacólasiluetanegradeDiego
Ordóñez,acercándose.Suszancadasfuertesydecididas.—Dispuestos,Ruy.Onceyelfraile.—Puesvámonosyendo,quehacefrío.La luna asomaba detrás de las colinas cuando trece sombras cabalgaron
haciaella.
Lopeornoeraelcombate,sinolaespera.Tuvotiempoparapensarenesomientras aguardaba inmóvil, tumbado boca abajo sobre una roca del pasoCorvera.Teníalaespadadesnudayalalcancedelamano.Bajolaloma,anteél,muycerca,laramblaerauntajodeoscuridadenlanochequelaclaridadlunaraliviabaunpoco.Asuespalda,unmantodeestrellasseextendíahaciaponiente.Enladistancia,muylejos,aullóunlobosolitario.La guerra era aquello, se dijo Ruy Díaz de nuevo: nueve partes de
pacienciayunade coraje.Ymás temple eranecesariopara loprimeroqueparalosegundo.Másfatigasdaba.Endiecisieteañosdepelearhabíavistoahombresdevalorprobadoenlasbatallas,aguerrerostemibles,desmoronarsecuandolaesperaseprolongabademasiado.Servencidosdeantemanoporlatensión.Porlaincertidumbre.Ensuniñez,cuandoenVivarjugabaconespadasdemaderasoñandocon
gestas heroicas, cabalgadas gloriosas y batallas contra moros narradas porjuglares junto al fuegode invierno,RuyDíaz creyó siempreque la vidadecampañaerauncontinuoguerrear,unaronqueradeapellidaraSantiago,unasucesióndelancessinsosiego.Sinembargo,prontoaprendióquebatallareraunmuchomás,ouncasi todo,derutinayfatiga,demarchasinterminables,de calor, frío, tedio, sed y hambre, y también de apretar los dientesaguardandomomentosquenosucedíannuncaoque,cuandoalfinllegaban,transcurrían fugaces y brutales, sin tiempo para retener detalles, sin otropensamiento que no fuera golpear, defenderse y recordar la única regla: siluchasbien,vivirás;sino,tematarán.
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Estabaal tantodeesodesde laprimeravez.Desde laprimeraesperayelprimer combate. Lo había aprendido pronto, a los quince años, y ya no loolvidójamás.LohabíaenviadosupadreparaeducarsecomopajedelinfantedonSancho,
comolecorrespondíaporderechoeinterésdesufuturo.Eraelcaminousualparauninfanzóndebuenacasta:aprendizajeentregentedearmasynoblesdecorte,humildaddeserviraunpríncipeantesdeprobarseenlaguerra—queentonceseramenoscontramahometanosquecontranavarrosyaragoneses—,ser nombrado caballero y acceder a los privilegios de la nobleza inferiorcastellana.«Serásmialférez»,habíaprometidodonSanchoalgomástarde.Unruidotenuelosobresaltódepronto:cloc,cloc,cloc.Creyóoírrodaruna
piedracercadelarambla;ysiéllohabíaoído,tambiénpodíanhaberlohecholosmorosquesehallabanabajo,algunodeloscualesestaríadecentinela.Seincorporósobreloscodos,tenso,aecharunvistazo.Yanohabíafuegoenelpequeñocampamento,sinounleveresplandorrojizodondeseconsumíanlosúltimosrescoldos.Todoparecíaseguirtranquilo.—Noesnada—susurróDiegoOrdóñez,apostadojuntoaél.Habían sido buenos tiempos, recordó relajándose de nuevo. Tiempos
felices. El infante don Sancho y el joven hidalgo simpatizaron pronto; ycuandoaRuyDíazaúnleapuntabaelbozotuvosuaprendizajedeguerraenGrausyluegoenlacampañacontraMoqtadir,reydeZaragoza,quesenegabaa pagar las parias correspondientes a ese año: batallas en campo abierto yasediosdeciudadesbajoelfríoylalluvia,emulándoseunoaotroelinfanteyel infanzón, gritándose ánimos en el combate, fanfarroneando luego, comomozosqueeran,enelrecuerdodelashazañas.Serásmialférez.Unapromesaqueanimabaelcorazóncomovinocaliente.
Trespalabrassoberbiasqueaugurabanlagloria.Serásmialférez.LashabíapronunciadodonSancho traselcombatedel río Jiloca,cuando
las tropas castellanas, después del alcance, se reagrupaban fatigadas en elvado.Lodijoaúnconelyelmopuesto, trasquitarseelguantemanchadodesangre agarena y extenderle, para que la estrechara, su mano desnuda. Lohabía prometido el futuro rey el día en que ambos pudieron morir y nomurieron:aquellajornadaenlaquemataroncodoconcodo,batiéndoseconelcoraje de su juventud y su crueldad guerrera, seguros de que degollandomorossehonrabaaCristo.Yjóvenescomoellos,élitecastellanacomoellos,
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príncipes como aquél que con hidalga franqueza le ofrecía su diestra,cumplíansiempresupalabra.Serás mi alférez, Ruy Díaz. El que envejecerá conmigo, cubierto de
honrosascicatrices,llevandomiseñalenlasbatallas.Elquebeberáamiladoenlamesa,recordandoproezasmientrasnosescuchanlasdamas.LojuroporelDiosquenosalumbra.Ycumplió.Olohicieronambos.Despuésdeaquello,elinfanzóndeVivar
luchóenduelossingularesporCastillayporsurey,yllevólabanderadesuseñor en lo más cruento de las batallas que aún estaban por reñir. Sinembargo, el azary lavida juegan suspropiosnaipes, y sobre lamesa saliódemasiadoprontolacartadelaMuerte.Entonces,paradañodelacristiandad,hubo un reino partido en tres y una guerra entre hermanos, combates decastellanos contra gallegos y leoneses; y al fin, una celada infame bajo losmuros de Zamora. De ese modo llegó el final de una vida regia, de unaamistad heroica y de un sueño de gloria. El infante segundón, Alfonso, eljoven indeciso y no siempre valeroso, el adolescente del que todos seburlaban en la corte, aquél a quien hermano mayor y paje dejaban aparte,despreciadoenjuegosyconfidencias,fuecoronadoamodeCastillayLeón.Ycomounabromapesadadelcielo,unrayocayóalospiesdeRuyDíaz.
Unanubeocultó la luna,queyaestabamuybaja.Llevabanunbuen ratoesperandoeso.—VamosconDios—dijoeljefedelahueste.Seincorporótrassantiguarse,prietoslosdientes,empuñandolaespada.Paternoster,quiesincaelis.Otras doce sombras se pusieron en pie a su alrededor, silenciosas al
principio,ruidosasamedidaquebajabanentrelaspeñashacialarambla,cadavezmásdeprisa,forzandolacarreraytropezandoconlosarbustos.Sehabíanpuestobandasdepañoblanco enunbrazo a finde reconocerse entre ellos.Paranoacuchillarseenlaoscuridad.Era asombroso, pensóRuyDíaz, lo que ciertos hombres eran capaces de
hacerporunpedazodepanounamonedadeplata.Sanctificeturnomentuum.Lejanas, frías en lo alto, las estrellas parpadeaban indiferentes. Estaban
acostumbradasaqueloshombressemataranentresí.Adveniatregnumtuum.
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La distancia a recorrer era poca. A Ruy Díaz lo ensordecía su propiarespiraciónentrecortada,elbatirdesangreenlosoídos.Losúltimospasoslosdiocorriendo.Casiestabaenlaramblacuandooyóbrotarungritodeella:unaexclamacióndemiedoyalertaenlenguamoruna.Paraentonceslosatacantesestaban saltando dentro, y la nube que ocultaba la luna, al apartarse, hacíareluciracerosdesnudos.—¡Santiago!—oyógritaraDiegoOrdóñez—.¡CastillaySantiago!Sombrashumanasselevantarondelante,desconcertadas.Gritosdepánico,
sonido de armas al desenvainarse, voces sofocadas y golpes. Tunc, tunc,sonabaelhierroenlacarneyenloshuesos.Tunc,tunc,tunc.—¡Quieroaalgunovivo!—aullabaRuyDíaz.Una silueta se le interpuso en el contraluz lunar.No había banda blanca
visible, asíque lanzóun tajode izquierdaaderechaque rozóel cuerpodeloponente, yotro inmediatodederecha a izquierdaquedio en carne conunchasquido.Lasiluetasedesplomósinunaqueja.—¡Dejadaalgunovivo!Depronto,todoquedóencalma.Apenashabíaduradounpaternóster.Sólo
se oían ahora el resuello alterado de los hombres y los gemidos sordos dealgúnherido.Atientas,loscastellanossebuscabanunosaotros,palpándoseparareconocerse.—¿Todosestamosbien?—preguntóRuyDíaz.Respondieronquesíunoporuno.Nadamásqueuna torcedurade tobillo
mientras bajaban por la cuesta. Poca cosa. En cuanto a los moros, DiegoOrdóñezhacíaelrecuento.—Alfinalerancinco—dijosatisfecho—.Ydossiguenvivos.
Los iluminaba la luz incierta del alba: tresmorosmuertos y dos heridos.RuyDíazhabíaenviadoexploradoreshaciaelnorte,por lacalzadaromana,para prevenir la llegada de la aceifa. Los demás estaban en la rambla,curioseandoentrelosrestosdelpequeñocampamento,aunqueallíhabíapocaganancia:mantasmorunas,unpardepellizasdeborrego,armasligeras,sillasdemontarycincocaballos.Registradoslosmuertosylosvivos,elbotíneramínimo: dos o tres objetos de plata y algunasmonedas de oro cristianas ymusulmanas.—Uno de los heridos no llegará a la noche—Diego Ordóñez hizo una
pausacortaparareír,brutal—.Y,naturalmente,elotrotampoco.
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Ruy Díaz contemplaba los cadáveres. Eran jóvenes, con barbas y ojososcuros entornados e inmóviles, fijos en la nada, en los que empezaban adepositarsemotasdepolvo.Teníanelpelolargoysucio.Noleshabíadadotiempo a liarse los turbantes antes de caer acuchillados. La palidez de lamuertedabauntonooliváceoasuteztostada.Aljubasyalbornocesestabandesgarrados a espadazos, y de las heridas brotaban regueros de sangre,absorbida por la tierra de la rambla. Las moscas, vencedoras de todos loscombates,empezabanaacudirenenjambres.—Sonmorabíes.Diego Ordóñez se pasaba una mano por la calva. La vigilia le tornaba
grasientalapielbronceada.Denoserporlaropaylaespada,habríapodidopasar por cualquiera de los moros muertos o vivos. Ruy Díaz los observódetenidamente.—¿Tanalnorte?—Miralostatuajes.Seinclinósobreunodeloscadáveresparaestudiarlodecerca.Eracierto.
Eneldorsodelamanoderechateníaunamarcaazulada:unatoscaestrelladecinco puntas. Al alzar la vista encontró lamirada de Ordóñez, que asentíagrave.—Empiezanasubirdemasiado—dijoéste.MiróRuyDíazlasmanosdelosotros.Muertosyheridosteníanlamisma
señalexceptounodeloscadáveres,alquelehabíancercenadolamanodeuntajoyasaberdóndeestaba.—Hijosdemalaperra—mascullóOrdóñez—.MecagoenelmoroIsmael
ysumadre.SemesóRuyDíaz la barba, pensativo. Losmorabíes eran gente salvaje,
fanáticahastalalocura.Excelentesguerreros,seestabanadueñandodelnortedeÁfrica;yalgunosreyesdetaifas,cuyastropaspeninsularesflojeabandesdeAl-Mansur,losinvitabanapasarelEstrechocomotropadechoqueacambiode paga y botín. A veces, incluso, eran contratados para guerrear entremahometanos,queenodiosmutuosemulaban—yamenudosuperaban—alosreinoscristianosdelnorte.Poresonoeraextrañoquealgúnjefemorabídecidiera,aprovechandoelbuen tiempo,asolarporsucuenta la fronteradelDuero.Sinembargo,eralaprimeravezquecruzabanelGuadamiel.—Veamosalosprisioneros.Estaban vigilados por cuatro hombres: un moro de rodillas, las manos
atadas a la espalda, y otro tumbado boca arriba y cubierto con su propioturbante ensangrentado, que alguien le había puesto sobre el vientre. Este
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últimoerajoven,conbarbarizadayrala.Estabapálidoyrespirabadespacio,dolorosamente.RuyDíazsearrodillójuntoaél,retiróeltrapoyviolastripasabiertas,azuladasysanguinolentas.Todavíalequedabaunrato,ynoibaaseragradable.Lasmoscaszumbaronenloquecidas,arremolinándoseallí.Volvióataparlo.—Yauga?—preguntóalherido—.¿Duele?Nocontestóelmoro,queselimitóaapretarloslabios.—Antummurabitín?Pareció querer erguir el otro la cabeza, con un espasmo de dolor. O de
orgullo.—Iyeh—afirmóentredientes.—Tiqalamar-romía?…Hablase o no cristiano, hizo el moro amago de escupir a Ruy Díaz, sin
conseguirlo.Desubocasecanosalíasaliva.Sequedóasíunmomentomás,intentándoloconpenosasboqueadas,hastaque,inclinándosesobreél,DiegoOrdóñezlediounpuñetazo.—Déjalo—dijoRuyDíaz.—QueleescupaasuputaFátima.—Quelodejes,tedigo.Se frotaba Ordóñez la mano, mirando torvamente al herido. Después la
introdujo en la faltriquera y sacó un crucifijo de plata deformado amartillazos.—Llevabaestoencima.Asaberaquiénseloquitó.Quizáalamujerque
vimosenlaprimeragranja…¿Noteacuerdas?El tono era casi insolente, y Ruy Díaz lo miró con dureza. No podía
consentir eso. Había otros hombres escuchando y no era cosa de darleconfianzasanadie.—Fuerademivista—ordenó,seco.Palidecióelotro.—Nomegustaesetono,Ruy.—Fuerademivista,DiegoOrdóñez—apoyabaunamano,colérico,enel
pomodelaespada—,oporCristovivoquelovasasentir.Tragó saliva el otro. Seguía pálido. Entreabrió la boca para decir algo,
aunque pareció pensarlo mejor. Sólo dio un bufido mientras Ruy Díazcontinuaba mirándolo, impasible. Al fin se guardó la cruz de plata y diomediavuelta,alejándose.—Eseotro síhablaromía—dijounode loshombres, señalandoalmoro
queestabamaniatadoyderodillas.
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El prisionero debía de tener unos treinta años: pelo ensortijado, crespo yespeso, ojos vivos ymuy negros. En realidad era sólo un ojo, pues el otroestabacerradoporungolpe,bajolospárpadoshinchados.Ungranhematomarojizo,queyavirabaalmorado,leibadesdelafrentealasien.Teníaelpelograsiento y olía a sudor y humode leña.Estaba en camisa, con las piernasdesnudas, y aparte el golpe de la cara no tenía daños visibles, excepto quealgunodesuscaptoresacababadearrancarleunaretedeorooplataquehabíallevado en la oreja izquierda, pues el lóbulo estaba desgarrado y sangraba,goteándolesobreelhombro.—¿Hablascristiano?—Xuai.—¿Quéhacéisaquí?Silencio.Elmoroapartólavista,fijándolaenelsuelo.—Sabesquetevamosamatar—dijoRuyDíazconcalma.—Sé—murmuróelotrosinalzarlosojos.—Puedeserrápidoopuedeserlento.Detidependequeseakasaokasa-la,
¿comprendes?…Sufrirmuchoopoco.Movióelmorolacabeza.—Anamuyahidmurabit…Soymorabí.—Sé lo que eres—le señaló lamano—.He visto tumarca y las de tus
compañeros.Tambiénhevistolasotrasmarcas:lasquehabéisdejadoenloslugarespordondepasasteis.Elmoromirófugazmenteloscuerposmuertosyluegoalqueagonizabaa
pocospasos.—Nuncapasadopor sitios…Nopasamosnada.Halefbelah, lo juro.Por
micabezaqueno.Su habla en lengua de Castilla no era mala. Todo lo contrario. Aquel
individuo,concluyóRuyDíaz,noacababadecruzarelEstrecho.Noera suprimera algara en tierra cristiana. Se acercó un poco más, cual si fuese adeslizarunaconfidenciaenlaorejaensangrentada.—Lamujerdelagranjaylosviejoscrucificados,Mahomé—susurró,casi
amistoso.Elojosanoparpadeabainquieto.Omásinquietoqueantes.—NollamoMahomé…Nodigasnombresanto.—Yo escupo en el nombre santo y me importa una mierda cómo te
llames…¿Noteacuerdasdeellos?¿Delamujerylosviejos?
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Negóconlacabezaelmoro.—La.—¿Deverdadquenoteacuerdas?—No.Suspiró,paciente.Sehabíaarrodilladojuntoalprisionero.—Dimecuántagentevaenlaaceifa,yhastadóndepiensanllegar.—Noséquéhablas.Noentiendodicesaceifa.—¿Quiénlamanda?…¿Quiéneseltudalil?Bajóelotroelrostro,obstinado,apretandoloslabios.RuyDíazloagarró
porelpeloparaobligarloalevantarlacabeza.—¿Cuándo tienen previsto pasar por aquí, de vuelta al río?… ¿Cruzarán
porelvado?—Nosé.—¿Nosabes?—La.Soltó el pelo del moro y se volvió hacia sus hombres, que miraban la
escenaconcuriosidad.SóloDiegoOrdóñezsemanteníaadistancia,sentadoenunapiedra.Enfurruñado.—Traedtocino.Unodeellossubióhastaloscaballosyvolvióconunatalegaalhombro.Al
llegarjuntoaRuyDíazlepusoenlamanountrozoenvueltoenunpaño.—¿Sabesquéesesto,Mahomé?Había deshecho el envoltorio y le mostraba el contenido: un tasajo
grasientodeunpalmo,blancoconvetasrojizas.Olíafuerteacausadelcalor.—Tocinodecerdo,fíjatebien.Hensir.Seloacercóalmoro,yéstemiróelsuelo.—Nuncahascomidocerdo,¿verdad?No respondió el otro, que mantuvo la cabeza baja, aunque Ruy Díaz
advirtióqueobservabadereojoeltocino,conrepugnancia.—Voyadecirteloqueharécontigoantesdecortarteelcuello—dijocon
muchacalma—.Tevoya restregarestopor la caray laboca, ¿sabes?…Ycuandotedegollemostemeteréunbuentrozoenlagargantayotroenelculo,paraquevayasconlabocayelojetellenosalparaíso,enbuscadeesashuríesque tenéis allí, y cuando llames te den con la puerta en las narices… ¿Tuhablaromíaeslobastantebuena?¿Entiendestodoloquetedigo?Elojosanoparpadeabacomosielmorohubieraperdidoelcontroldelos
músculos de la cara. El horror contraía el lado intacto de sus facciones.Ademásdelasangrequegoteabadesuorejadesgarrada,elsudorlecorríaen
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reguerosdesde la frentea lapuntade lanariz.Delcuerpobrotabaahoraunolor distinto, que Ruy Díaz conocía bien. Un olor agrio a desesperación,vómitoymiedo.Uili, murmuró el prisionero como si rezara. Ay demí. Apartó el rostro,
sobresaltado,cuandoRuyDíazleacercóeltocinoalaboca.—Vas a morir impuro, Mojamé —las palabras de Ruy Díaz goteaban
despacio,comoplomofundido—.TelojuroporelverdaderoDios,quetodoloveytodolosabe…Novasahacerloenyihad,comobuenguerrero,sinoniyis, impuro,ensebadodepuercocomounperro infiel.Voyacontarhastacinco,ytúdecides.Uno,dos…—Uqef.Para.Habíaalzadoalfinlacara.MiróaRuyDíaz,quepudoleerensusojosuna
congoja desgarradora. Después el moro se pasó la lengua por los labiosresecos y lo contó todo muy despacio, con voz átona, distante, como siacabara de franquear una puerta invisible: número de gente, intenciones,itinerario. No fue preciso hacerle ninguna pregunta más, y al terminar sequedócallado,mirandootravezelvacío.Conelojosanoveladode lamásabsolutanada.RuyDíazsepusoenpiesacudiéndoselatierradelaropa.Miróasugentey
asintió con la cabeza.Elquehabía traído el tocinodesnudó su cuchillo.Aloírlosalirdelavaina,elmoropareciórecordaralgo,puesmiróaljefedelahueste.—Agua,nezrani—suplicó.—Quesejoda—dijoeldelcuchillo,queyadabaunpasoadelante.—Dádsela—ordenóRuyDíaz—.Tienederecho.Loshombressemiraronentresí: indecisosprimero,aprobadoresdespués.
Unodeellostrajounodreconagua,acercándoseloalabocaalmoro.Bebióéste un sorbo corto, apenas lo justo para mojarse los labios. Ahorrando elaguadequienesloibanamatar.Luegoapartólacaraymiróalcielo.—Alahuakbar—dijo,resignado.Lo degollaron con eficiencia profesional y estuvieron contemplando,
curiosos, cómo se estremecía en el suelo con las últimas convulsionesmientraslasangreempapabalatierra.—Unomenos—dijoalguien.Ruy Díaz observaba a los suyos: rostros curtidos de viento, frío y sol,
arrugasentornoalosojosinclusoentrelosmásjóvenes,manosencallecidasde empuñar armas y pelear. Jinetes que se persignaban antes de entrar encombateyvendíanvidaymuerteporunsalario.Habitualesdelafrontera.No
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eranmaloshombres,concluyó.Nitampocoajenosalacompasión.Sólogenteduraenunmundoduro.Alfinelmorodejódemoverse.RuyDíazseñalóelrevueltocampamento.—Despejadlotodo.Diego Ordóñez seguía sentado en la piedra, mirando de lejos, airado
todavíaelrostro.RuyDíazcaminóhastaélysesentóasuladomientraselsolasomaba,rasanteyrojizo,porelbordedelarambla.—Nodebistehablarmeasíantes—gruñóOrdóñez—.Soyelmayoraldela
hueste.—Ytúdebisterefrenarlalengua.Yasabescómofuncionaesto.Se quedaron callados un momento, deslumbrados por la luz que les
calentaba la cara. Al cabo, emitiendo un suspiro, Ruy Díaz se palmeó losmuslosysepusoenpie.—Rematad al herido y cortadles la cabeza a todos —dijo—. Luego
ponedlasenunsaco,alasombra.Señalóelotroelsollevante.—Aunasí,acabaránapestandoconelcalor—apuntó.—Losé,peronohaymás remedio…Ignoro lasquecortaremosantesde
volver;perocuantasmásllevemos,mejor.—Claro —Ordóñez reía por el colmillo—. Los burgueses de Agorbe
querránverenquéhangastadosudinero.
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V
Sedirigieronsinprisahaciaelnorte,porlaantiguacalzada,alencuentrodelaaceifaquetardeotempranoutilizaríaesecamino.Lavía,construidacongrandeslosasdepiedraqueaúnseconservabanen
buen estado, había sido hollada en los últimos ocho o diez siglos por laslegiones romanas, las hordas bárbaras, los ejércitos godos y los invasoresislámicos. Con su trazado racional y recto, visibles todavía algunas de suspiedrasmiliares,aquéllaera,pensóRuyDíaz,unadelasarteriasporlasquetransitaba la historia de los pueblos; aunque a los hombres polvorientos yfatigados que cabalgaban detrás, e incluso a él mismo, eso les fueraindiferente. Facilitaba un camino más cómodo que campo a través, y esobastaba.Eratodo,yporDiosquenoerapoco.Lacalzadadiscurríaporunparajeyermo,desierto,queapartirdemedia
tardesefueanimandoconbosquecillosdepinoscercadeunacolinarematadapor un castillo roquero reducido a ruinas. Ruy Díaz iba en cabeza de lacolumna, conMinaya y el alférez PedroBermúdez detrás y precediendo alrestodeloshombres,cuyamarcha,traslasmulasconlaimpedimenta,cerrabalazagadejinetesmandadaporDiegoOrdóñez.Desdesumontura,apoyadaslas manos en el arzón de la silla donde colgaba el yelmo, Ruy Díaz veíaavanzardespacio,enladistancia,alosdosexploradoresqueenesemomentoocupabanlavanguardia.—Buenosmozos—comentóMinaya,quesehabíapuestoasulado.Asintió Ruy Díaz mientras con ojo experto observaba a los dos jinetes.
EranGalínBarbuésyMuñoGarcía.Losexploradoressiempreibandedosendos,paraapoyarsemutuamente.Algunasparejasfuncionabanbienyotrasno.Aquélla era de las que sí: jóvenes, ágiles, con buena vista y un sentido delriesgoquenunca rayaba en la imprudencia, el almogávar y el castellano secompenetraban de modo admirable. Ambos sabían cabalgar con los ojosabiertos.Enpocotiempohabíandesarrolladosupropiocódigosilencioso,loque les ahorraba andar a voces, y podían entenderse con unamirada o unademán,porlaformaenqueelcompañeroseinclinabasobreelcaballopara
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buscar huellas o se detenía, puesto en pie sobre los estribos, para miraralrededor.Cabalgabansiemprelejosunodeotroaunquesinperdersedevista,moviéndose en semicírculo a unos doscientos pasos por delante de lacolumna.Atentosalmenorindiciodepeligro.Depresenciahostil.—¿TeacuerdasdelcaminodeMedinaceli,Ruy?…¿Hacetreceaños?—Puesclaro.Minayaindicóalosexploradoresconelmentón.—Tú y yo, como esos dos ahora. La tropa a dos tiros de flecha, con el
infantedonSanchoalacabeza.Ydepronto,losmoros.—Túlosvisteprimero.—Da igual quién los viera. Salieron del bosque y nos vinieron encima.
Sobre todo a mí, que estaba más cerca… Podías haber picado espuelas ylargarte.Peroenvezdeeso,vinisteasocorrerme.AsintióRuyDíazsinapartarlavistadelosexploradores.—Huirsólosirveparamorircansadoysinhonra.—Eso decíamos entonces —rió Minaya— porque éramos demasiado
jóvenes.Ahorayanolodecimos.—No.—¿Acuántosmatamos allí? ¿Lo recuerdas?…Aveces seme cruzan los
muertos.—Derribamosacinco.Elqueteatacóconlalanzaycuatromás.SetocóMinayaunadelascicatricesqueteníaenlacara,entrelasmarcas
deviruela.Laquerasgabaenverticalsupómuloizquierdo.—Tres tú,dosyo.Esverdad.Conel futuroreymirándonosde lejos.Fue
unalindajornada.—Nofuemala.—Tus primeros moros muertos… Que no cristianos, pues ya habías
madrugadocontra losaragonesesenGraus,cuandodespachamosal reydonRamiro—sesantiguóMinaya—.QueDiostengaensugloria.Uno de los exploradores, el que avanzaba a la derecha de la calzada, se
habíadetenido.RuyDíazlovioobservarelbosquecillodepinosquequedabaaun ladode la ruta, arrimar luegoespuelasydetenersedenuevoalgomáscerca.Habiéndolovistohacereso,sucompañerocruzódespaciolacalzadayfue a reunirse con él. Al cabo de un momento reemprendieron la marchaseparándoseconuntrotecillocorto.Nadainquietantealavista.Quizáunave,ounanimal.—Buena jornada, ladeMedinaceli—repetíaMinaya,nostálgico—.Alos
pocos días nos armaron caballeros. Y un año después eras alférez de don
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Sancho.—Sí.—Todohaidomuyrápido,Ruy.—Demasiado…Miradóndeestamos.Resonaban,monótonos, los cascos herrados en las piedras de la calzada.
Minayamirabaeltorreónmedioderruidodelcastillo.—Nomehasdadodetallesdelaaceifa—dijo—.Loquesacasteenlimpio
delosatajadores.Ruy Díaz se los dio. Según lo que había contado el prisionero, la tropa
enemigalacomponíamediocentenardejinetes,dosterciosdeellosmorabíes:guerrerosprofesionalesconganasdebatallar.LosmandabaunmorodeFezllamadoAmir Bensur. El resto era lo que los deVivar llamaban agarenos:andalusíes de las taifas deAlpuente yAlbarracín que se les habían juntadoconlaesperanzadelsaqueo.Elplaneraelsospechado:pasarelGuadamiel,subir hasta la sierra del Judío y regresar luego por la calzada romana conganado,esclavosybotín.LosatajadoresdebíanasegurarelpasoCorverayelaguaparaloscaballos.Aesasalturas,laaceifateníaquehabersaqueadoyalaaldeadeGarcinavasyembocadoelcaminodevuelta.Esolossituabaalnorte,aunaodosjornadasdemarcha,acercándosealahuestecastellana.—¿Quédijerondesujefe?—Queeshijodealfaquímoroyesclavacristiana.Sobrelostreintaycinco,
veterano,buenguerrero…LlevaunañoenEspaña.LotrajodeÁfricaelreydeMálaga, contratado con doscientas lanzas, para que lo ayudara a cobrarimpuestosyleecharaunamanocontraeldeSevilla.Yporlovistocumplióbien.Luegoanduvoporlafrontera,buscándoselavidaconpartedesugente.Comonosotros,másomenos.—¿Trae caballería pesada?… Dice el Bermejo que los frailes de San
Hernánnopudieronverlosatodos.—Ocho o diez, nada más. Por si hay choques serios. El resto es gente
armadaalaligera,conarcosylanzas.Oesodijoelprisionero.—SieseBensuresunmorabícomomandaelProfeta,seráunfanáticode
aquíteespero.—Esoparece.PenadevidaparaelqueincumplalospreceptosdelCorán.
Prohibidoelvino,eljuego…Hastaelajedrezleshaprohibido.EscupióMinayaalfrente,entrelasorejasdesucaballo.—Porvidade.Quécabrón.—Sí.
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—Nomeextrañaquelosreyestaifasloenvíenalafrontera,paradescansardeélysusvirtudesislámicas…Aversi,conalgodesuerte,novuelve.Miró Ruy Díaz a los exploradores, que cabalgaban de nuevo doscientos
pasospordelante.Unoacadaladodelacalzada.—Denosotrosdepende—dijo—.Quenovuelva.ReíaMinaya,rascándoselabarba.—SiDiosquiere.—SiempreselepuedeecharunamanoaDios.
Elcastillo,deltiempodelosvisigodosotalvezdelosromanos,estabacasidemolido.Sóloquedabanenpiepartedeltorreónyunlienzodemuralla,yasu sombra se instaló lahueste.Eraunbuenobservatorio,puesdesdeallí sevigilabaunextensotramodelacalzada.Teníaunantiguoaljibeconaguadelluviasuciayfangosa,peroquesacadamediantecubosdecueroyfiltradacontrapospodíaserbebidaporhombresyanimales.Tambiéncrecíanallíalgunahiguerayunpardealgarrobos,queloshombresdespojaronconrapidez,ramaporrama.—Quelagenteceneydescanse—ordenóRuyDíaz—.Ponuncentinelaen
la torre,Minaya…Perohazlo subir con cuidado, no sederrumbe algoy separtaelalma.—Atuvoluntad.—Después cabalgaremos de noche. Nos iremos con los primeros gallos,
antesdequeasomelaluna.Habíaechadopieatierra.Soltólacincha,retirólasilladelcaballoylesecó
ellomoconlamantaantesdeextenderlaenelsueloytumbarseencima,alasombradelasviejaspiedras.—Quenadieenciendafuego.Loquehayandecomer,quelocomanfrío.Se había quitado la cota de malla, las espuelas y las botas de montar,
desabrochándose el calzón para mirarse el muslo izquierdo, bajo la ingle.Tenía allí una llaga que el continuo estar a caballo irritabamucho. Con elroce, el sudor y la suciedad acabaría infectándose, pensó con fastidio. Perohasta que el asunto de la aceifamora estuviese resuelto no había solución.Luego podría pensar en limpiarla y cauterizarla. De momento la lavó convinagre,dejándolasecaralsol.Tocarselapieldesnudalehabíarecordadoasumujer:JimenaenSanPedro
de Cardeña, con las hijas, esperando noticias. Su tez blanca y los senos
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rotundos,lascaderasanchashechasparaparir.Losojosylaboca.Sintió el estímulo en la carnepropia, por encimadel escozorde la llaga.
Estaba tumbado boca arriba, las manos tras la nuca, cerrados los ojos.Recordandoelprimerbeso—único,hastamuchomástarde—enelbalcóndelacasadeella,despuésdequeél,atrevidocualmozoenplenovigor,trepasepor la enredadera para arrancárselo. Luego vino la oposición del padre, elconde Lozano, orgulloso descendiente de los reyes de Oviedo; y acontinuación,laofensaalpadredeRuyDíaz,elviejoDiegoLaínez,cuandoéstefueapedirlamanodeJimenaparasuhijo:labofetadaenelcalordeladisputa,irreparableysinvueltaatrás.Yalfin,eldesafíodeRuyDíazalpadrede su amada, el encuentro del conde asturiano y el infanzón de Vivar encampo abierto, lanza a lanza, según las reglas del honor. La arrancada, elchoque,elcondeLozanocaídosobrelahierba,confusoporelgolpe,alzandounamanoanteelyelmoparaprotegerseelrostro,lamismaconlaquehabíaofendidoa todoVivarhumillando las canasdelviejohidalgo.YRuyDíaz,ahora pie a tierra, adelantándose con la espada para cercenar de un tajoaquellamano,queesemismodía,metidaenunaescarcela,fueallevarasupadreyluegoalrey.Constante comomujer, Jimena había tardado en perdonar.Ni siquiera la
boda ordenada por el monarca, según los usos y la ley, para amparar a lahuérfanaconelmatadordelpadre,habíafundidoelhielodesusojos,subocay su carne. Hasta que, al regreso de una campaña dura y poco feliz —elasediodeCoímbra—,RuyDíazentró en su casa aúnarmadoycubiertodepolvodelcaminoyhalló,comodecostumbre,laalcobacerrada.Yentonces,ciegodecólera,dandovocesa loscriadosyhaciéndolossalira todos,hartode sermarido sin esposa, hizopedazos la puerta; y ya dentro, ante Jimena,lloróporprimerayúltimavezdesdequehabíasidoniño:«Matéa tupadrecaraacara,nocomovillano.Hombretequité,perohombretedi».Esofueloquedijo.Yella, trasmirarloduranteun larguísimo ratoen silencio, le tocómuyserenalacara,comoparaborrarlelaslágrimas.Despuéslotomóporunamanoylocondujoallecho.Memoria.Tiempo, distancia ymemoria.Aún turbado con el recuerdo de
aquellacarnedemujerlejana,RuyDíazabriólospárpadoshúmedosdesudory estuvo mirando un gavilán que volaba sobre la torre desmochada delcastillo.Elsolyaestabacaminodelhorizonteyenelpinarqueseextendíaalpiedelacolinachirriabanenloquecidaslascigarras.Nohabíaniunsoplodebrisa.
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Tienesquehablarles,habíainsistidoMinaya.Tesiguenaldestierroporserquieneres,peroalfinaltendrásquehablarles.Selohanganadoconsulealtadysusilencio.Quizáahoraseaelmomento,pensó.Laoportunidad.Se puso en pie tras calzarse las botas, ciñéndose la espada. Era ésta una
herramientadebuenaforjaypesorazonable,bienequilibrada,dedoble filoenlahojadecincopalmosdelongitud,guardadecruzyempuñadurasólidaforrada de cuero hasta un pomo lo bastante contundente para golpear en elcuerpoacuerpo.Setratabadeunarmahechaparapelearencampoabierto,no para lucirla en los salones; y en gente como él y quienes lo seguíansignificabahonoryseñadeidentidad.Adiferenciadelaaltanobleza,consusprivilegiosy rentasde la tierradebidosahazañas familiaresdelpasado, loshidalgos de frontera lo fiaban todo a sus espadas y a su presente, y susfranquicias e inmunidades eran fruto del peligro en que vivían. Hasta unsimple villano podía ganar allí, a fuerza de años, trabajos y peligros, lacondicióndecaballero.—¡Amítodos!—gritó.Acudieron graves, congregándose con la curiosidad en el semblante:
rostros veteranos atezados de sol y cicatrices, o facciones casi imberbes demozosen suprimeracabalgada.Revueltosunosconotros, aunque reunidospara el descanso en ranchos por edad, afinidades o lugar de nacimiento,sometidos a la férrea disciplina impuesta porMinaya yDiegoOrdóñez.Enbuena parte eran burgaleses, aunque también los había de otros lugares deCastilla, aparte algún asturiano, un par de leoneses y el aragonés GalínBarbués: infanzones y gente baja mezclados en busca de rango y fortuna,aventureros de poca o ninguna hacienda, endurecidos por padres y abueloshechosencuatrosiglosdeguerrearcontramoroseinclusocontracristianos.Con nada que perder excepto la vida y todo por ganar, si lo ganaban.Unasociedadentredosmundos,organizadayforjadaparalaguerra.—Aquínostienes—dijoMinaya.Ruy Díaz miró en torno, demorándose unos instantes para crear
expectación.Todosestabanallímenosdoscentinelasdestacadosenlacalzaday el de la torre: veintisiete hombres. También el fraile bermejo venía conellos, curioseando todo con mucha atención mientras mordisqueaba unaalgarroba.Veintiocho.—Acercaosmás.
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Obedecieron, rodeándolo. Hedían a sudor, suciedad, estiércol de caballo,cuero ensebado y metal de armas. El jefe de la hueste no era hombre dediscursos,aunquepodíaarreglárselas.Sabíaunpocoderetórica,puesalgodelatín,historiaycuentashabíaestudiadodemuchachoenlacasapaterna;perosobre todo conocía a los hombres tras guerrear durante diecisiete años conellos o frente a ellos.Sabía queno era lomismohablar a cortesanosque asoldados,yquelaspalabrasquesedecíanbajotechoyentretapicesnoeranlas que debían usarse espada al cinto y con el viento de la guerra en losdientes.Tambiéneraconsciente,ynosóloporqueMinayahubiese insistidoenello,dequeesoshombresestabanallíporél.Porquesunombreysufamaprometíangananciayaventura.—Mañanaopasadomañana, si lo quiereDios, daremos con la aceifa—
dijoalzandolavozparaquetodosoyeranbien—.Vendráconunbuenbotín,asíquevamosaprocurarquecuantotraecambiedemanos.Lamenciónalbeneficioarrancósonrisasymiradasentrealgunoshombres.
RuyDíazlesconcedióunmomentoparaquedieranriendasalaambiciónyluegoapoyólamanoizquierdaenelpomodelaespada.—Unacosadebequedarclara,sinoloestá—prosiguió—.AlfonsoVIme
hadesterrado,yvosotroshabéiselegidovenirconmigo.Peroélsiguesiendomi rey, así como el vuestro…Estemos enCastilla o en tierra demoros, eljuramento de lealtad no queda roto.Ni siquiera en suspenso…Por eso, decuantobotínconsigamosahoraoenadelante,reservaremossiempresuparte—alzóunpocomáslavoz,rotundo—.Yéstaseráintocable.Se miraba la tropa entre sí. Los de Vivar asentían aprobadores por
costumbre,perootrosmostrabandesconcierto.Inclusodesagrado.FueDiegoOrdóñezquienlevantóunamano,ceñudocomosolía.—¿Yquépartedelreyesésa?—preguntóconaspereza—.¿Elquinto?LomiróRuyDíazsinpestañear.—Yodecidiréquélecorresponde,segúnloquehaya.LadeabalacabezaOrdóñez,lospulgaresenelcinto.—Connuestrosudorynuestrasangre—comentó,agrio.NovolviólavistaRuyDíazhaciaMinaya,aunquesupoquesusegundolo
miraba, y también supo que estaba pensando lo mismo que él. Son buenagente, con simpatías y aversiones como todos los seres humanos; pero hayque sujetarles la rienda, pues nunca olvidan lo que también son: lidiadoresferoces,hechosporsupropioméritoysufrimiento,sinotropatrimonioqueelorgullo.Conellosnobastadarórdenes,nitampocoesbuenoexplicárselas.Laconductadeunguerrerose forjaen loqueseesperadeél;poresohayque
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apelar a lo que lleva dentro. Su trato exige un continuo tira y afloja.Manejarlo,ganarsuobedienciaciega,noestáalalcancedecualquiera:sólodealguienaquienrespeteporestimarlosuperior;porsaberloelmejorentretodos.Yeneloficiodelasarmas,semejanteprueba,eljuiciodeDiosydeloshombres,esprecisopasarlacadadía.—Vuestro sudor y vuestra sangre me pertenecen —dijo, mirando al
mayoralcondureza—.Porquesemezclanconlosmíos.Bajólavistaelotro.Noconvencido—DiegoOrdóñeznuncaloestabadel
todo—, pero sí domado por la disciplina. Por el hábito profesional deobedecer. Entonces, procurando mirar un momento a cada uno de loshombres,sinolvidaraningunoynisiquieraalfraile,RuyDíazcontósuplande combate. Salir al paso de la aceifa en la calzada, emboscándola.Matarmuchoybien, liberara loscautivosyquitarlesa losmoroscuanto llevaranconsigo. Sin embargo, al mencionar a los cautivos algunos hombres seremovieron inquietos y Ordóñez volvió a mirarlo con reprobación, aunqueesta vez no dijo nada.Así que el jefe de la hueste se detuvo a aclarar esepunto.—PorlagentecristianayanospaganenAgorbe,asíquenohayrescateque
cobrardeellos…Lodemás,ganado,dinero,objetos, será todonuestro.Yalosmorosquequedenvivospodremosvenderloscomoesclavos.Hizoahíunapausadeliberada,reforzándolaconlaoportunasonrisa.—Así que, por mucho que matemos —añadió—, procuremos no matar
demasiado…LasputasquelestienereservadasMahomapuedenesperar.Sonaron carcajadas y burlas groseras.HastaDiegoOrdóñez sonreía a su
pesar, apreciando la chanza. Agachándose para tomar una rama del suelo,RuyDíazsepusoatrazarenlatierraeldibujodeloqueplaneaba.—Es mejor —siguió diciendo— que todos estemos al corriente de los
planes, porque empezado el combate no habrá ocasión de órdenes…Dejaremosaquílaimpedimentayloinnecesario,conlasmulasyunhombreparavigilar.Elrestocabalgaremosapuntodeguerra,conlascotasdemallapuestas, losescudosa laespalday lasarmas listas.Apartirdeahora,nadiecomeránibeberánadaquenopuedallevarconsigo…¿Entendido?Asentíanloshombres,expectantes.Eljefedelahuesteterminódedibujar,
rematándoloconunalíneavigorosaquecruzabadeparteaparte.—Quieroresolverloenlaprimeracarga.Nuestrogrupoprincipalirácontra
elgruesodelosmoros,desbaratándolos,yotromáspequeñoseencargarádeasegurarelbotínyalosprisionerosquetraigan,paraevitarquelosdegüellen.
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Enesepuntosedetuvoamirarlosotravezunoporuno,cualsiloqueibaadecirsedirigieraacadahombreenparticular.—Bajopenadevida,nadie sedetendráacogerbotínhastaque todos los
moros, insisto, todos los moros, estén muertos o prisioneros… ¿Se meentiendebien?—Espenadevida—repitióMinaya,quetambiénmirabaaloshombres—.
Sehaentendidoperfectamente.Asintieron, incluidoOrdóñez.PedroBermúdez, el sobrino alférez, señaló
hacialacalzadaromana.—¿Quéhaydelosd-dosÁlvarosysusd-diezjinetes?—Supongoqueseguiránpegadosalaretaguardiadelaaceifa.Siguiéndole
lahuella.Silosuyohaidobien,vendrándetrásporlacalzada.—¿Sabráninterpretarl-loqueocurra?RuyDíazborróeldibujodelsueloysepusoenpie,limpiándoselatierra
delasmanos.—Los dos son guerreros con experiencia, muy hechos a esto… Estoy
segurodequeseocuparándelalcance.Losmorosquehuyanvanadarsedebocaconellos…¿Algunapreguntamás?Nadie formuló ninguna. Lo contemplaban respetuosos, satisfechos.
Sabiéndosebienmandados.Para los veteranos eraunprobado camaradadearmas,buen jefeyconfamade justoa lahorade repartirelbotín.Para losjóveneserasencillamenteunaleyenda.Enrealidad,sedijo,serjefeconsistíaen eso: la capacidad de hacer planes y de convencer a otros para que losejecutaran,aunqueesolosllevasealamuerte.RuyDíazcruzólamiradaconMinayayvolvióaalzarlavoz.—Habéisunidovuestrodestinoalmío,yesomeataconunadeudaqueno
pagarían los tesoros de Arabia… Pero algo puedo prometeros. Vamos acombatir esta y otras veces, y cristianos y agarenos oirán hablarmucho denosotros.Os doymi palabra.Quienes nos sean hostilesmaldecirán nuestronombre,ylosamigossefelicitarándequeloseamos.ConlaayudadeDios.Dicho eso, se santiguó.Y unmurmullo general repitió «con la ayuda de
Dios»mientrasloshombreshumillabanlacabezaysesantiguabanasuvez.Alzóunamanoelfraile,bendiciéndolosatodos.—InnominePatris,etFilii,etSpiritusSancti,amen.
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VI
Parecían dirigirse hacia la luna, pues ésta se alzaba rozando todavía elhorizonte, al extremode la calzada romana.Suclaridaddifusa recortabaenpenumbraárbolesyrocas,alargandolassombrasdehombresycaballos.Esodabaunaaparienciaespectralalahueste,queavanzabadespacio,silenciososlos jinetes, sin otro sonido que el de los cascos de susmonturas sobre laspiedrasplanasdelsuelo.RuyDíazcabalgabadelante,comosolía,conelescudocolgadoalaespalda
yla lanzasujetaenelestriboderechoyelarzónde lasilla, laespadaensufundadecueroalotrolado.Cumpliendosuspropiasórdenes,llevabalacotapuestayelalmófardemalladeacerocolocadobajoelyelmo,protegiéndoleel cuello y la nuca: una incomodidad a la que sus hombres y él estabanhabituados. La oscuridad podía deparar sorpresas desagradables. Si poralguna razón losmoros decidíanmoverse en vez de acampar, nada excluíadarsedebocaconellosenmitaddelanoche.Pensó—ése era su trabajo, pensar y prevenir— en los dos hombres que
cabalgaban delante de la hueste, invisibles en las sombras. Para la ocasiónhabíarecurridootravezalosmejores:GalínBarbuésysuinseparableMuñoGarcía. Sus instrucciones eranmoverse con precaución, atentos a lamenorseñaldeavanzadillaocampamento.Esoeraespecialmentedelicadoenaquelparaje, pues los enemigos tendrían destacados centinelas, si vivaqueaban, oexploradores si se estaban moviendo. En este último caso, puesto que losmoros creían libre la calzada hasta el paso Corvera, Barbués y Garcíagozarían de ventaja. Llegado el momento, si eran hábiles y espabilaban,podíanemboscarasusexploradores,cegandoasíalaaceifaqueveníadetrás.Unbúhoagitólasalasenunárbolcercano,fijossusojosdeplataenRuy
Díaz.Buenagüero,pensóéste.Mirólaluna,cadavezmásalta,ysevolvióamediasparaecharunvistazoalafiladejinetesqueavanzabadetrás.Despuésacomodó el muslo izquierdo para atenuar el roce de la silla en la llaga yvolvióamiraralfrente,alaclaridadqueparecíadeslizarsecomoaceitesobrelasviejaspiedras.
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Con una luz nocturna parecida a aquélla, recordó, bajo los muros deZamora, había visto al rey Sancho asesinado por la espalda, cuando todocambió para mal en León y Castilla después de que ese rey ambicioso yvalienteintentarareunirlostrozosdelreinopartidoporlaobcecaciónsenildesupadre.Allí terminó todo: lavidadelmonarcay también la fortunadesuamigoyalférezRuyDíaz.Ydeesemodo,bajounalunasemejantealaqueahora iluminaba la calzada, había pisado el sendero que acabaríaconduciéndoloaldestierro.Porunmomentosedejóllevarporpensamientosamargos.Lotenidoylo
perdido.HabíaestadoalserviciodedonSanchoconfidelidadysinreservas.El joven infante, después rey, era impaciente y brutal; despreciaba a losdébiles —por eso no soportaba a sus hermanos Alfonso y García, yproclamaba que Urraca era más hombre que los dos juntos— y podía serdespiadadoconsusenemigos.Sinembargo,respetabaelvalorylalealtad.Élmismoeravalienteyleal,ycuandosequitabaunguanteyextendíaladiestra,era ésta una mano franca, sin doblez ni vuelta atrás. Por aquel hombre,infante, rey, señor natural, se podíamuy bienmatar ymorir; y enmuchasocasionesRuyDíaz había hecho lo uno estando cerca de lo otro.Desde laprimera vez en una cacería, cuando siendo paje se interpuso, con sólo unadaga,entreelpríncipecaídodelcaballoyeljabalíqueloacometía,hastalabatalla de Golpejera, cuando, ya nombrado alférez de don Sancho,enfrentadas las tropas castellanas a las leonesas de Alfonso, había tenidoocasióndeliberarloalverseaquélenvueltoporunacargaenemiga,rodeadoportrececaballerosquelesujetabanlariendaparaarrastrarloasucampo.Yentonces RuyDíaz, pasando a un sotalférez la enseña para tener libres lasmanos,cerrósobreellosaullandodefuriay,sinotroauxilioquesucaballoysuespada,matóohirióadoce,pusoenfugaaunoyrescatóalrey.«Es capazde luchar contra trece», vocearía un eufóricodonSancho ante
todasucorte,copadevinoenmano,cuandocelebrabanlavictoria.Aloquesualférez,trasencogersedehombros,habíarespondidoenvozbaja:«Luchoconuno,señor.Ysiluegohayotro,puesluchoconelotro.YDios,quemelosvaponiendodelante,seocupadedarmeánimoypaciencia».TorcióRuyDíazelgestoconamargura.Aquélhabíasidounverdaderorey.
Hombredeunapieza,generoso,vital,arroganteybatallador.Dehabervividolosuficiente,aquelSanchoIIhabríaapretadolasogaenelcuellodelastaifasmusulmanas,siempredivididasycadavezmásdébiles:pazytributosconlosmorossometidosydegüelloimplacableparalostacañosylosinsumisos.PeroeldestinosehabíacruzadoenZamora,bajouna lunasemejantea laqueen
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esemomento iluminabael lentopasode lahueste.NoestabadeDios.Oalmenos,concluyóRuyDíazmientrassuespadagolpeteabalasillaalpasodelcaballo,noestabadeDiostodavía.
Los exploradores regresaron con el alba, al romper la primera luz; justocuando, como señalaban los alfaquíes para la oración musulmana, ya eraposibledistinguirunhiloblancodeotronegro.Habíanubescubriendolalunayreinabaelfríohabitualdeesahora.Caminabalahuesteparadardescansoaloscaballos,llevadosdelarienda,yempezabanapercibirseloscontornosdelpaisajeylacolumnadehombresyanimalesquesemovíaporél.Lasdossiluetasaparecieronenlacalzada,viniendodelnorte.Cabalgaban
juntas en lo que parecía un trote largo; podían oírse los cascos de susmonturas.Alprincipio,conlaescasaluz,eraimposiblesabersisetratabadeGalínBarbuésyMuñoGarcía,porloqueRuyDíazordenóaDiegoOrdóñezquelesfuesealencuentro.Elmayoraldelahuesteseinstalóenlasilla,sacóla espada y picó espuelas, acercándose a los jinetes. Regresó con ellos unmomentodespués,alpaso.—Laaceifaestáamenosdedosleguas—dijo.Desmontabanélylosexploradores.Podíaoírseelresuellofatigadodelos
caballos.—Los encontramos sobre los medios gallos —precisó Barbués—.
Levantaban el campamento, listos para ponerse en marcha… No teníanfuegos encendidos, pero como la luna estaba despejada pudimos verlos.Parecíanllevarprisa.—Nuestra impresión fue que sólo habían tenido un rato de descanso—
añadióGarcía—.Semueventodolorápidoquepuedenparaalcanzarprontoelvadodelrío.—¿Sonmuchagente?—No pudimos verlo bien, pero hay unos cuantos. Creemos que unos
cuarenta.—Quizáalgunomás—apostillóBarbués—.Yesocoincideconloquedijo
elmorabí.—¿Traenprisioneros?—Seguramente. No había forma de acercarse más sin que nos
descubrieran, pero vimos un grupo a pie. También lo que parece ganado,
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además de un par de carromatos… Eso los retrasa, claro. De ahí quedescansenpocoycaminenmucho.Elexploradorvolvíaelrostrohacialaluzque,porlevante,silueteabayalos
árbolescercanos.Laclaridaddibujósuperfilaguileñobajoelconometálicodelyelmo.—Lostendremosaquíalmediodía,señor.DioRuyDíazunospasos,pensativo.Había soltado la riendadel caballo,
peroéstelosiguióobediente,elbelforozándoleelhombro.Forzabalavistaeljefede lahuestealmiraren torno, intentandodescifrar loque lanocheaúnescondía.Buscabalofavorabledelpaisaje,queenesemomentoerasólouncontraste indeciso de claridad y sombras: nubes plomizas sobre la luna,negrascolinas lejanas,siluetasdeárbolesafirmándoseenelcontraluzdeuncielo cada vezmás diurno, donde empezaba a amortiguarse el brillo de losastros.—Amediajornada,comomucho—insistíaBarbués.AsintióRuyDíaz, escudriñando todavía el lugar. Jugaba en su cabeza el
ajedrezdelaguerra.—Aquílosvamosaesperar—dijoalfin.
Elsolyaestabaalto;yapesarde lasombrade lasencinas,calentaba lasarmas de los dos jinetes ocultos en el bosquecillo. Colgado el casco en elpomo de la silla, húmedo de sudor el rostro bajo la cofia y la malla deeslabonesdeaceroquelecubríanlacabeza,Minayadirigióunlargovistazoalantiguocaminoromano.—Tienenqueestarllegando.Lodijosinimpaciencia,convoztranquila.Sinrastrodetensión,peseaque
aguardaban desde el amanecer. Por su parte, RuyDíaz no hizo comentarioalguno.Igualqueelsegundodelahueste,noapartabalosojosdelacalzada.DeunmomentoaotroesperabaverapareceraGalínBarbuésyMuñoGarcía,rápidosydiscretoscomosolían,alertandodelaproximidaddelaaceifa.Loshabíadespachadootravezhaciaelnortealahoradelostercerosgallos,conórdenestajantesdemirarynodejarsever.Elrestodelatropaaguardabapieatierra,cienpasosatrás,ocultoenunaramblaquecortabaendoselencinar.—Ojalá los moros hayan conseguido algo de oro y plata —comentó
Minaya—.Animaríamuchoalagente,ytampocoanosotrosnosvendríamal.RuyDíazmoviólacabeza,dubitativo.
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—Nosonlugaresricoslosquehansaqueado.—Ya. Pero siempre hay algo que rascar, ¿no?…Además, enGarcinavas
hay una iglesia —torcía Minaya la boca, sarcástico—. O la hubo. Y esosignificaalgúncrucifijo,vasossagradosycosasasí.—Losvasossagradoshayquedevolverlos.EstáenloquefirméenAgorbe,
yademásescostumbre.Reíaentredienteselotro.—Nofastidies,Ruy.Seríalaprimeravez…Loscálices,loscoponesylas
patenassehacenunabolaamartillazosyseechanalzurrón.Siemprepuededecirsequelohicieronlosmoros.—Claroquesepuede.—Puesyasabes.Cosadesacrílegosmahometanos.Minayahabíadescolgadodelarzónlacalabazadondellevabaelagua.Le
quitóeltapónyselapasóaRuyDíaz,queechandoatráslacabezabebióunsorbo.Aldevolverlasequedómirandoasucompañero.Seconocíanbien,yentre ellos eran precisas pocas palabras. Habían jugado de niños en Vivarsaltandobardas,cogiendonidosdepájarosyfrutadeloshuertos,guerreandoentre ellos con arcos, flechas y espadas demadera, jugando amatarmorosdesdequeteníanseisosieteaños.Luegohabíanidojuntosabatallarsiendoapenas pajes, primero contra los aragoneses y luego contra la taifa deZaragoza, compartiendodesdeentoncesazaresde lavidayde laguerra.Elascenso de Ruy Díaz en la estima de Sancho II había elevado con él aMinaya, igual que ahora lo arrastraba en su caída con Alfonso VI. Unadesgracia que el segundo de la hueste encaraba con flema natural en gentecomoellos,hidalgossinotropatrimonioqueelarrebatadoalosmoros.Eranellos,modestos infanzones sin fortuna, hombres de espada ávidos de pan ydinero,quienespocoapocomovíanhaciaelsur lafrontera,comoapuntabauna coplilla de juglares que a veces la tropa canturreabade noche, junto alfuegodelasacampadas:
Pornecesidadbatallo,yunavezpuestoenlasillasevaensanchandoCastilladelantedemicaballo.
Minaya le puso el corcho a la calabaza y volvió a colgarla en el arzón.Mirabaaljefedelahuesteconcuriosidad.—¿Porquésonríes,Ruy?
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—HablardeloroylaplatameharecordadoalosjudíosdeBurgos.—Ah,claro—Minayasoltóunacarcajada—.Fueunbuengolpe,ése.Lohabíasido,recordabaRuyDíaz,aunquenoeraalgodeloquesentirse
orgulloso. Pero cuando la necesidad apretaba, hasta el diablo servía deescudero.—Unbuengolpe—seguíariendoMinaya.Leshabíareportadoseiscientosmarcosenoroyplata,conlosquepudieron
equipar a la hueste y salir a campaña con desahogo. Tres semanas atrás,desposeídodefondos,acampadojuntoalpuentedelArlanzón,dondeenesasfechas acudían quienes iban a seguirlo al destierro, Ruy Díaz necesitabadinero y no sabía cómo hacerse con él. La idea la había tenido MartínAntolínez—elqueahoraestabaenAgorbealmandodelrestodelatropa—:unburgalésdepeloentrecano,viejocompañerodearmas,quecontraviniendolasórdenesdeAlfonsoVIloshabíaprovistodepan,cecinayvino,sabiendoque incurría en la cólera real y que eso lo obligaba a dejar su casa yheredades.Conozcoaunoshebreos,dijoAntolínezmientraspaseabajuntoaRuyDíazpor laorilladel río,mirandoa lo lejos la ciudadcoronadapor elcastillo y la torre de SantaMaría. Se llamanUriel y Eleazar. Y quizá nosresuelvanelproblema.«Sólohabráquementirunpoco»,añadiótrasunmomento.«¿Cuántodepoco?».«Lojusto.Hayalgoquesemehaocurrido».«Aunquesean judíosnopuedofaltaramipalabra,Martín.Tenencuenta
quesoy…».«Todos sabenquién eres—lo interrumpióamistosoelotro—.Perono te
preocupes.Sihayqueempeñarunapalabra,empeñarélamía…Tratándosedehebreos,nosoytanmiradoenpuntosdehonra».Trasdecir esohabíadado algunospasosmientrasRuyDíaz lomeditaba.
Miróésteentorno,lasprecariastiendasylagenteacampadajuntoalrío,losvoluntariosqueloobservabanconorgulloyesperanza,ycomprendióquelasituación era apretada. Aunque acabaran viviendo sobre el terreno, en lasprimeras jornadas sería imposible gobernar a esa tropa con la bolsa vacía.Acudíanbajo su enseñay besaban sumano, comoestipulaba la costumbre,parairconélaganarelpan.Yaélcorrespondíalaobligacióndedárselo.«Sideconseguircaudalessetrata—repusoalfin,trasunsuspiro—,mentir
esbuenatretadeguerra…Yenguerraandamos».«Puesdéjalodemicuenta,Ruy».«QuenoslaperdoneDios».
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«Lohará,teloaseguro.Queremoseldineroparaacogotarmoros,yesoloponedenuestraparte…Además,perdonaracristianosessuoficio».Maquinadoporelburgalés,queconocíaelpañoyalpaisanaje,todohabía
salidobien.ConelnombreylafamadeRuyDíazcomoaval,Antolínezhabíaido a ver a los prestamistas llevandodos arcas dehierro cerradas, cargadascon piedras y arena, asegurando que en ellas estaban las joyas, los vasossagradosyotrosobjetosdevalorqueJimena, laesposadeRuyDíaz,habíaheredado de su familia. Se trataba de dejarlos en depósito a cambio de lasumaprestada,conlagarantíadesupropietarioyelcompromisodeque,silacantidad no era devuelta en el plazo de dos años, los acreedores podríandisponer de todo con libertad.La única condición, y por eso venían así lasarcas, era que, siendo Jimena devota cristiana, amén de escrupulosa comomujer,ningúnnietodeAbrahampodíatocaraquellosobjetos,porloquelascerraduras iban selladas con plomo. Ése era el trato, planteado porMartínAntolínezcontodoelcuajodelmundoysinqueletemblaseunmúsculodelacara.Losdoshebreossehabíanretiradoadeliberar,yalcabodeunmomentoregresaronparaaceptar laoferta.Quedeverdadsecreyeranlahistoriaonovieran otro remedio daba igual: cuatro mil onzas pasaron a manos deAntolínez en talegos llenos demonedas. Y fue así, pagada por el dispersopueblodeIsrael,comolahuestedeRuyDíazpudosaliracampaña.
GalínBarbuésyMuñoGarcía aparecieronentredos lomas, emparejados,galopando estribo con estribo. Se inclinaban sobre los cuellos cubiertos desudordesuscaballos,flojaslasriendasyacicateandofuertelosijares.Traíanprisa.—Estánahí—dijeroncuandoRuyDíazyMinayalessalieronalencuentro.—¿Acuánto?—Medialegua.Terminarondecontarlomientrasseinternabanloscuatroenelencinar.La
aceifa, dijeron los exploradores, venía forzandomarcha por la calzada, conuna vanguardia de unos veinte jinetes y la otra mitad a cien pasos. Estosúltimoscustodiabandoscarromatosbiencargados,tiradosporbueyes,yaunaveintenalargademujeresyniños.—¿Nohayhombresentreloscautivos?—Ninguno—respondióBarbués.
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Asintió Ruy Díaz, pues no esperaba otra cosa. Siempre que se tocaba adegüello—yentrelosmorabíessolíaserelcaso—,lacostumbreeramataralosvaronesdemuchachoparaarriba:atodoelqueyatuviesevelloentrelasingles.Eraunmétododeseleccióneficaz,ytambiénloscristianosrecurríanaélcuandodecidíanmocharparejo.—¿Cuántacaballeríapesadatraen?—Hemoscontadonuevejinetesconlorigas,cascos,lanzasyadargas.Ésos
vanconlavanguardia…Elrestoesgentearmadaa la ligera,conturbantes,espadas,arcosyflechas.—¿Exploradores?—Tres que les abren camino, pero cabalgan muy a la vista. Nunca se
adelantanmásdecincuentapasos.—Muydescuidadosparecen—dijoMinaya,suspicaz.—CreenseguroelpasoCorvera…Suponenquelosatajadoresloshabrían
prevenidoencasodeproblemas.Yestáclaroquetienenmuchaprisa.Habíanllegadoalbordedelarambla,dondeaguardabalagenteapuntode
guerra.Eraunbuenespectáculo.Esperabansentadosalasombraorevisandolacinchayelbocadodesuscaballos.Yelmos,armasyescudosestabanenelsueloo en las sillasde lasmonturas, pero todos teníanpuestas las cotasdemalla o las lorigas de cuero, y cada lanza lucía bajo lamoharra su pendóntriangular de combate. Contando al fraile, que ensebaba con parsimonia lacuerda de la ballesta, y al propio jefe de la hueste, sumaban treinta y doshombres.Ruy Díaz condujo al caballo por la corta pendiente, se detuvo entre los
mesnaderos y puso pie a tierra. Todos lo miraban expectantes. Cuantosconversabanentreellosdejarondehablar,atentosasujefe.—Lleganlosmoros—dijo.Un murmullo recorrió la rambla. Había gestos graves, caras de
preocupaciónytambiénsonrisasenlosrostrosbarbudosypolvorientos.Losmásjóvenes,quenuncahabíanentradoencombate,observabandesoslayoalosveteranosparaaveriguarcuáldebía ser suactitudenesemomento.Quédeciroquécallar.Cómocomportarse.Enpocaspalabras,breveyclaro,RuyDíazdescribiólatropaenemigaycómoveníadispuesta.—Atacaremos en dos puntas…Una, mandada porMinaya Alvar Fáñez,
serádediezjinetesyseocuparádelbotín,loscautivosylaescolta.Laotrairácontraelgruesodelaaceifa,conmigoalacabeza.PedroBermúdezllevaráenalto la enseña, conDiegoOrdóñez a un lado y yo al otro…Cabalgaremosbien compactos y no habrá lugar para maniobras ni lances individuales.
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Quiero un solo ataque. Una espolonada directa y contundente, rápida y enlínearecta,quesóloconvernosaparecerdesbaratealosmorosenlaprimeraacometida…¿Estáclaro?Unrumorafirmativobrotóasualrededor.Entornandolosojos,RuyDíaz
alzó el rostro para comprobar la altura del sol. Estaba justo en su cénit.Empezabaahacermuchocalor,y sentía lacamisade linomojadade sudorbajoelbelmezylasarmas.—Dejad aquí todo cuanto no sirva para reñir —prosiguió—. Incluso el
agua.Yosrecuerdoquehaypenadevidaparaquiensedetengaacogerbotínodespojaraunenemigocaídomientrasdurelalucha.—¿Podemoshacerp-prisioneros?—preguntóPedroBermúdez.—Nomientrashayacombate.Únicamentealfinal,alosquequedenytiren
las armas, si es que lo hacen. De todas formas, sólo se respetará a losandalusíes, si alguno queda. Rendidos o sin rendir, quiero a todos losmorabíespasadosacuchillo.¿Estáclaro?…Atodos.Lo circundaron asentimientos vigorosos y sonrisas feroces. Nadie había
olvidado a los crucificados ni a lamujer de la granja. Les urgía equilibraraquello.—¿Y qué hay de la persecución? —quiso saber Diego Ordóñez—. Del
alcance.—Confíoenquenoseanecesario.Vamosadarlestandegolpeytanfuerte
queescaparánpocos…Además, supongoque losÁlvarosysusdiez jinetesno andarán lejos, a la zaga del enemigo. Cuando oigan nuestro cuerno deguerrasabránloqueocurreypicaránespuelas,asíqueesaparteselavamosadejaraellos.Tras decir eso, Ruy Díaz hizo una pausa deliberada. Mover a hombres
comoaquéllostambiénrequeríasuarte.Conducirlosymotivarlos.Señalóelcieloconundedo.—Recordadque, si algunodenosotros caepeleando conmoros, no irá a
malsitio—miróalfraile,queatendíaconlaballestaenlasmanos—.Denossureverenciaunaabsolución,fráter.Pornuestrospecados.—Nohamediadoconfesión—objetótímidamenteaquél.—Deaquíhaylamismadistanciaalcieloquealinfierno,asíquedaigual.
Endíascomoéste,Diosnosefijaendetalles…Denosloquepuedadarnos,quesehacetarde.Trasuntitubeo,dejóelotrolaballestaenelsuelo,secompusoelcínguloy
sacudióelpolvodelhábito.Despuéssacóunpequeñocrucifijo.—PongámonosabienconDios—dijo.
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Con los ojos cerrados, levantó el rostro cubierto de sudor y alzó la cruzmientras Ruy Díaz y el resto de la hueste se ponían de rodillas y, traspersignarse,oraban:—CredoinunumDeum,Patremomnipotentem,factoremcaelietterrae…YalterminarconunAmenelcoroderudasvoces,trazandounsignoque
abarcabaa todaaquella tropa revestidadehierroycuero, el fraile abrió losojosylabendijoenelnombredelPadre,delHijoydelEspírituSanto.—Acaballo—ordenóRuyDíaz,levantándose.
Pasó entre ellos camino de su montura. Ya se habían armado todos porcompleto,yconlascotasdemallacubriéndolescuerpo,cuelloycabezabajolos yelmos, su aspecto era imponente. Entre los anillos de acero que lesocultabanmedia cara, tras elprotectornasaldel casco, los rostrosbarbudosmostraban la tensión previa al combate: se opacaban sus ojos con un ferozvacío,distanciándosepocoapocodecuantonofueseloqueaguardabafueradelaramblayelencinar:lacabalgada,elenemigo,lavidaylamuerte.Erangentedeguerraapuntodehacerla,yconocíaneloficio.Ysuprecio.Enesemomento supremo, sólo sangre ajena y botín propio ocupaban lospensamientos.—Osestarémirando—dijoRuyDíaz.Caminaba a través de la hueste, repitiéndolo una y otra vez. Os estaré
mirando,hombres.Osverécumplircomoquienessois.Dadlesduro,pormíyconmigo.Acordaos.Tenéisquehacerlobien,porqueosestarémirando.Susguerrerosleabríanpasoconrespeto.Teníanloscaballosporlarienda.
Algunos sonreíano lomirabanboquiabiertos comomastines fieles;yotros,losveteranosdemásconfianza,llegabanadarlepalmaditasenloshombrosyen los brazos. Sabían que iba a cabalgar delante, con su señal y PedroBermúdezpegadosa lagrupa,metiéndoseasíenmitadde losmoros,comoacostumbraba.Ysabíanquenopodíandejarloirsolo.Había, pensó, cuatro clases de hombres en la guerra: los que no sentían
miedo,losquelosentíanperoevitabanmostrarlo,losquelomostrabanperocumplíanconsudeberyloscobardes.Sólolostresprimerosteníanunlugarenlahueste,pueslosotrosestabanausentesporcausanatural:losrechazabansuscompañeros,seibanomoríanpronto.Casitodoslosqueestabanallíeranlidiadoresdevalorprobado,gentea laquepodías fiar la famay lavida.Y
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cuandotaleshombresseasegurabandequeunjefeeracapazdehacerbiensutrabajo,loseguíanhastaelfindelmundo.—Recordadqueosestarémirando—insistió.Lasdospuntasdeataquesecongregaban,cadaunaensusitio.Másabajo
enlaramblalosdeMinaya,aesteladolosquecargaríancontraelgruesodemoros, tras la señal. Bermúdez, que ya estaba a caballo, había retirado lafundadecueroy la teníaconelmástilapoyadoenelestribo,desplegada labanderacaudalconloscoloresdelafamiliaenVivar,bandarojaendiagonalsobre fondo verde. FélezGormaz, el otro sobrino, también estaba cerca, elcuernodeguerracolgadodelpecho,pasándoselapuntadelalenguaporloslabiosagrietados.Cuandorecibieralaorden,loharíasonarparadarcomienzoalacarga.PusoRuyDíaz el pie izquierdo en el estriboy, pesadopor cuantohierro
llevaba encima, se izó a lomos de su montura, acomodándose en el cueropulidodelasilla.DiegoOrdóñezlealcanzólalanzayéllaencajóenlaguíadelestriboderecho.Caracoleabaunpocoelanimal, impaciente,mientrassuamo le tirabade la rienda.Persevante, se llamaba.Erauncaballodeguerrabienadiestrado,ysuinstintolehacíaolerlalucha.—¡Osestarémirando!—voceóeljefedelahuesteporúltimavez.Despuésarrimóespuelasylostreintaydoshombressesantiguaron.
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VII
A caballo, escondido tras un árbol grande casi en la linde del encinar,colgadodelcuelloelescudo,RuyDíazpodíaverunbuentramodelacalzadaromana.Veníarectadesdelaslomas,ensuavependiente,separadadelbosqueporunterrenobastantellano:doscientospasosdematojosyarbustos.Alotroladodelcamino,aunadistanciasimilar,sealzabanunoscañizalesespesos.Ellugar era perfecto para la emboscada. Al salir del bosque, los caballostendríanespacioparatomararrancadaycaersobrelosmorosalgalope,bajaslaslanzas,contodalafuerzadesumasacubiertadehierro.Había visto pasar a los exploradores enemigos. Eran tres, con espadas y
escudospequeñoscolgadosa laespalda,ycabalgabanmirando indolentesaderecha e izquierda. No parecían inquietos. El grueso de la aceifa veníadetrás,apocospasos.Sumabanunos cuarenta, todos a caballo.Relucía entre ellos algún acero,
perolamayorpartevestíaaljubasdecueroyturbantes.Muchossecubríanlaparteinferiordelrostroalamanerahabitualentrelosmorabíes.Cabalgabancon los estribos cortos a la jineta, según usanzamoruna, y sus armas eranligeras, propias de una algara sin complicaciones: lanzas, espadas, arcos yaljabas con flechas. No llevaban bandera ni señal de ninguna clase. Y semovíanrápido.MiróRuyDíazasuderecha.Ocultodetrásdeotraencinagruesa,pendiente
de sus gestos, Félez Gormaz seguía pasándose la lengua por los labios, elcuernodeguerralistosobreelpecho.Másatrás,camufladosenlaespesuraysin dejarse ver todavía, aguardaban los dos grupos en que estaba partida lagente,conDiegoOrdóñezyPedroBermúdezenelmáscercano.Manteníaelalférez la señalbaja, tocandoelastael suelo,a findequenopudieraversedesdelejos.Unpocomás,pensabaeljefedelahuesteviendoavanzarlatropaenemiga.
Sóloalgomásyeldiablo se llevaráa los suyos.Loconozco,y séqueestáimpaciente.
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Aparte el escozor de la rozadura en el muslo, notaba malestar en elestómago:unresquemorácido.Nohabíacomidonadaaquellamañana,loqueerabuena costumbre.Ningúnveterano lohacía antesde entrar en combate,porqueunaheridaenelvientreconladigestiónamediaseramodosegurodeahorrarse añosdepurgatorio:uno ibayacon lapenitenciahecha.Ayunaryvaciar el cuerpo y la vejiga antes de entrar en faena eran precaucionessaludables, pues atenuaban la posibilidad de infección si en la refriega lodestripabanauno.Reducíalasposibilidadesdeagonizarcontodalasuciedadderramándosepordentro,retorcidodedolorcomounperro.Losmorosseguíanadelante,confiados.Sinapartar losojosdeellos,Ruy
Díaz se quitó uno de los guantes de cabalgar, retirándose con dos dedos elsudordelospárpados.Todalahumedaddelcuerpoparecíaagolparseenlosporosdesupiel,peroteníalabocaylagargantasecas.Sediríaqueelgruesode la aceifa nunca fuera a alcanzar del todo la línea imaginaria que,perpendicularalacalzada,habíatrazadoensucabeza;cualsiacadapasoquedabaavanzaramásdespacio,y lashoras,elsolen loalto,elchirridode lascigarras,eluniversoenteroconsusplanetasyestrellas,discurriesendeprontoconexasperantelentitudsobreelanchoplanodelatierra.SóloelcorazóndeRuyDíazlatíamásdeprisa,golpeándolepordentrolacotademalla.Procuróconcentrarseenloqueibaaocurrir.Nadaimportabasinoque,de
allíapoco,losconfinesdelmundoibanareducirsealoquepudieraalcanzarconsulanzaysuespada.Sólounmomentomás,volvióapensarmientrasseponíaotravezelguanteyacariciabalacrindelcaballosinapartarlosojosdelenemigo.Noconseguía identificar al jefede la aceifa, eldalilAmirBensur al que
habíanombradoelprisionero.Losupusoenelgrupoprincipalyobservóconmuchaatenciónhastaque creyó situarlo sobreunbuencaballonegro, entrelos jinetesconarmaspesadas.Llevabacotademalla,yelmoenvueltoenunturbanteoscuroquesólodescubríasusojos,yunodeesosescudosdecueroenformadecorazónquelosmorosllamabandaraqas.Aesadistanciaparecíavigoroso, con autoridad. Podía ser Bensur o no serlo, pero aquel guerreroteníatrazasdenotable.Decampeador.Almenos,concluyóRuyDíaz,ahoraestabasegurodecontraquién ibaa
galopar,lanzabaja,cuandoFélezsoplaraelcuernoyempezaselacarga.La retaguardia de la aceifa bajaba ya por la suave pendiente, confirmó
forzando la vista. Traían consigo, en efecto, dos carromatos tirados porbueyes y cubiertos con toldos. Delante, a pie, caminaba una cuerda decautivosque incluía aniñosymujeres—aellas las llevabanconel cabello
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descubierto, humillándolas así por no ser musulmanas— custodiados porguardias a caballo que los avivaban con la contera de las lanzas y algúnrebencazorutinario.Estabaclaroquelosmorosteníanprisa,quizáporquesesabían seguidos por los dosÁlvaros sin conocer cuánta tropa les pisaba lahuella,ydeseabancruzarpronto, aldía siguiente lomás tardar, elvadodelGuadamiel.Laidealohizosonreírparasusadentros.Lasprisassolíanmatar,concluyó
satisfecho. Afectaban al instinto de conservación. Lo volvían a unodescuidado, y en hechos de guerra el descuido aúnmatabamuchomás. Lagentesolíamorirpordetallessimplescomoése.Respiróhondoparacalmarseelpulsoymetióelantebrazoizquierdoenlas
correas del escudo, aflojando la que lo sujetaba al cuello. El grueso de losenemigoscasiestabaenlaperpendicularprevista.Dirigióotrovistazoasuderecha.Yaconelcuernodeguerraenlasmanos,
su sobrino Félez lo miraba tenso en la silla, los ojos desorbitados bajo elyelmo,comosimiraseaDios.
Leparecíahaberpasadodíasenelencinar.Ydeprontoelgrupoprincipaldemorossehallabajustodelante,alextremodelalíneaimaginaria.Comositodoel tiempohubieraestadoallí.Asíqueconrapidez,mientrassujetabalariendaconlamanoizquierda,ladelescudo,liberólalanzaconladerechaylaapoyósobreelmusloyelpomodelasilla.SupoqueFélezGormazloestabaobservando,pendientedeél,peronoquisodevolverlelamiradaportemoraque el joven lo tomara por una orden e hiciera sonar el cuerno antes detiempo.Sinembargo,asuespaldaoyóunrumorapagadoentrelosárboles;ysin necesidad de volverse supo también que, unos pasos detrás, los másveteranos habían interpretado el movimiento y la hueste bajaba lanzaspreparándose para el ataque, bien asentada en sus sillas gallegas de altosarzones,hechasparasosteneraljineteenesaclasedechoques.Respiróhondootravez,afindecalmareltrémulovacíoqueletrepabapor
lasingleshaciaelestómagoyelcorazón.Eraunasensaciónfamiliar:lahabíaconocido diecisiete años atrás en la batalla de Graus, cuando la caballeríacastellanacargócontra la aragonesa.Esedía,mientras conotros trescientosjinetesbajabasulanza,apretabalosdientesypicabaespuelasrogandoaDiosque losacaravivodeallí,experimentóporprimeravez,en lasvenasde losmuslosyelvientre,aquellasensaciónparecidaalaqueproducíaelsonidode
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unahojadeespadaaldeslizarsesobreunapiedradeafilar:el temor íntimo,sutil, inexplicable con palabras, de la carne sabiéndose vulnerable en laproximidad del acero que podía tajarla, y abrirla, y dársela de pasto a losgusanos.Eneseinstanteadvirtióquelosmoroshabíandescubiertoquealgoocultaba
el encinar. Se oían gritos en su lengua, algunos señalaban hacia allí, y elgruesodelaaceifasedeteníaenconfusión.Susexploradoresvolvíangrupasyregresabanalgalope.Eraelmomento.Tensó el cuerpo, mirando por fin a Félez Gormaz. Y sin necesidad de
gestos ni órdenes, éste escupió a un lado y se llevó el cuerno a los labioshaciéndolo sonar demodo prolongado y ronco. Para entoncesRuyDíaz yahabíaapretadolosacicatesenlosflancosdesumontura,haciéndolasalirdelbosque.Vamosallá,sedijo,resignadoaloinminente.Sumiéndoseenlasensación
inciertadeacercarseaunenemigosinquenadaseinterpusieraentreambos.Denuevoeratiempoparamoriroparavivir.Derondarlaorillaoscura.Espoleóunpocomás,ganandovelocidad.MientrasPersevanteibadelpaso
al trote, pensóun instante en Jimenay lasniñas, antesdeolvidarlas.Allí adonde se dirigía no podían acompañarlo. Era incluso peligroso llevarlas,distraían su atención. Lo debilitaban. Hacían pensar en la vida, en desearconservarla a toda costa, y ese pensamiento liquidaba a cualquier guerrero:eraelprincipalobstáculoparapermanecervivo.SelohabíadichounveteranoenvísperasdeGraus:eltrucoeneloficiodelasarmasesaceptarqueyaestásmuerto.Asumirloconindiferencia.Asíacudesalacitaligerodeespírituydeequipaje, conmenos inquietudes ymásoportunidadde queDios, amigodellevarlacontraria,telaaplace.Sin mirar atrás, oyó el sonido de cascos que le iba a la zaga: lento al
principio,más rápidoy fuertedespués.Supoque todosveníandetrásyqueintentarcomprobarlo,apartedeinnecesario,seríaofenderlos.Alfinyalcabo,lahonradelahuestenoerasinolasumadelashonrasdecadacual.Apretódenuevoespuelas,acomodandoelcuerpoalosvaivenesdelasilla.
Suatenciónalcabalgarestabapuestaenelgrupoprincipaldelosmoros,enellugardondeahoratirabadelasriendaselguerrerodelcaballonegromientrasse arremolinaban los suyos alrededor. Era momento de aprovechar laconfusiónantesdequepudieranorganizarseoescapar.Asíque,acicateandomás su montura, la puso al galope, afirmándose en los estribos mientrasembrazabamásrecioelescudoyencajabalalanzabajolaaxiladerecha,bien
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sujetaelastadefresnodesietecodosdelongitudbajocuyohierroflameabaelpendón.Conrápidosvistazos,asuizquierdaviopegadoalestriboaPedroBermúdez,ondeantelaseñalenlagalopada,protegidoflancoconflancoporelmayoralDiegoOrdóñez;yaladerecha,máslejos,alosjinetesdeMinayaatacandolaretaguardiaenemiga.Como enloquecido, a espaldas de Ruy Díaz, Félez Gormaz soplaba su
cuernodeguerracualsibuscaseecharelalmaporél.Los moros estaban a veinte pasos, cada vez más cerca. Ya podían
advertirse bien sus rostros embozados. Unos hacían amago de huir y otrossacabanlasespadas,aprestabanlosarcosybajabanlaslanzas,mientraselqueparecía su jefeporfiabaenquererorganizarlos.RuyDíazapuntó lamojarrahaciaél,guiandolamonturamásconlaspiernasqueconlariendaparatenerlibreelbrazodelescudo,einclinóligeramenteelcuerpohaciaatrásafindereducir el impacto del choque. Retumbaba el suelo bajo los cascos de loscaballos.Unasaetamora,disparadacasialazar,zumbóalpasarrozándoleelyelmo.—¡Santiago!…—voceó—.¡CastillaySantiago!Yel grito lo repitió, contundente comoun trueno, el clamor ferozde los
hombresqueloseguíanenlacarga.
No había cálculo en un combate cuerpo a cuerpo. Hasta ahí llegaba larazón,yenesepuntoconcluíaparadarpasoalcorazónylasuerte.Unavezempezado, no existía lucidez posible. Sólo adiestramiento e instintos, hacerdañoymantenersevivoatodacosta.Seatacabacomogrupoorganizadoporla disciplina y se acababa en absoluta soledad, dando y recibiendo golpes.Sufridoryheridor,cadacualconsuvalorysumiedo,comodecíanlasviejasreglas.Esoera todomientrasduraba lamatanza.Sóloal terminar, siesqueuno seguía vivo, cuandomiraba en torno, era posible recobrar la visión deconjunto.Sabersihabíaganadoohabíaperdido.ARuyDíazloabandonólarazóncuandoquebrósulanza,clavándolaenel
cuerpodeunjinetemoroqueseinterpusoentreélyeldelcaballonegro.Elimpactoledejóelbrazodolorido.Apartirdeentonces,mientraselmorocaíadesarzonado,sólosupomatarynomorir.Sacó la espada y afirmó el escudo mientras guiaba la montura con las
piernas,tajandoaderechaeizquierdaparaabrirsepaso.Todoerauncaosderostrosmorenosybarbudosbajoturbantes,ojososcurosquellameaban,gritos
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ycentelleodearmas,zumbardesaetazos,relinchosdecaballosencabritadosychorrosdesangrequesalpicabansuespada,suescudo,sucara,susmanos.Tunc, tunc, hacía. Clanc, clanc. Todo eran golpes y más golpes. Saltabanchispasalchocarlosaceroscontraloscascosylascotasdemalla.Viocaerunalfanjeyapretólosdientesparaquerebotarasiloalcanzabaen
elyelmo.Elimpactoloaturdióuninstante,perosupoquenoestabaherido,así que tiró un tajo que cercenó el brazo delmoro por el hombro.Cayó elbrazo sujetando aún el arma sobre el cuello del caballo del castellano, y loapartóésteconelpuñodesuespada.Blancoelrostro,idoslosojos,elmorosedesplomósobrelagrupaysumonturalosacódandobotesdelapelea.Paraentonces Ruy Díaz picaba espuelas hasta espumear los ijares de la suya,llegandoalfinhastaeljefedelaaceifa.EltalAmirBensur,siesquedeélsetrataba.Noviograncosamientrasloacometía:apenasmediorostroatezado,yelmo
puntiagudo,ojososcurosrodeadosporun turbante.Elmorabí llevaba lorigademallahasta la cinturay su espada era largay recta.Alver llegar aRuyDíazseafirmóenlosestribos,alzósudaraqadecueroparacubrirseylelargópordebajoungolpeque,dealcanzarlacabezadelcaballo,habríadadoconélen tierra. Pero Persevante era un bruto hecho a la guerra, de corazón bienadiestrado.Lealalaspiernasycinturaquelomanejaban,rápidodecascos,sedesviólojustoparaqueeltajoseperdieraenelvacío.RuyDíazgolpeóalpasarconcuantasañapudo,tiródelariendayvolvió
atrás para insistir varias veces, revolviéndose en torno al enemigo, cuyosataques,ahoradepunta,lecastigabanescudoycotademalla,sinpenetrarlos.Alcabo,afirmándoseenlosestribos,elcastellanoasestóungolpeterrible,dearribaabajo,quelerompióelescudoalmorabíyacabódandoenelcuellodelcaballo,quesepusoacocearencabritado,relinchandodeangustia.Entonceselmorovolviógrupasyhuyó.SelanzóRuyDíazensupersecución.Porunmomento,mirandoalrededor
mientrasdenuevoespoleabaasucabalgadura,tuvounacortavisióngeneraldelarefriega:vastamezcolanzadehombresyanimales,polvoyespadazos,lanzasquebradas,gritosdedolorodefuria,hombresmuertosyheridosquegateaban por el suelo para no ser pisoteados por los caballos. Fue sólo uninstante,puessuatenciónestabapuestaenel jinetefugitivo.Denollevarelmorolamonturaherida,yalirmásligerodearmasquesuperseguidor,habríalogrado llegar a los cañizales; pero el animal estaba resentido, le sangrabamuchoel cuello,yRuyDíaz sepusoa lapar sindificultad,galopandoa la
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izquierda del adversario, asestándole golpes que abollaban el yelmo ycentelleabanenlosanillosdehierrodelaloriga.Clang,clang.Asísonaba.Clang,clang,clang.Sedefendíaelotroconbuencoraje,devolviendogolpeporgolpe;perosu
caballoflaqueabayéltambién.Además,cabalgabaporelladoderechoyesoentorpecía sus espadazos. El último ataque, lanzado con un grito dedesesperación,dioenlacotademalladelcastellano;peropareciódolerleelbrazoalgolpear,puestardóenalzardenuevoelacero.Otalvezsóloestabacansado.EntoncesRuyDíazloalcanzóenelcuello.Clang,chas,hizo.Sonóduro,metálico—primerovibrólahojadelaespada—yblandoalfin,
alpenetrarentrelosanillosdehierro.Elgolpehabíadadoencarne.Soltóelotroelarma,deshechoelturbante,yechandosangreporlanarizse
inclinó sobre las orejas de sumontura.Miraba el suelo con ojos aturdidos,cualsideprontolohubieravencidoelcansancioytodolefueseindiferente.EntoncesRuyDíaz tiró con fuerzade las riendas, haciendo revolverse a sucaballo,yconunviolentotajolaterallecortóalmorolacabeza.
Cabalgó despacio, frotándose el brazo dolorido, de regreso a la calzadaromana. Ya no se combatía. Iban y venían caballos sin jinete, y la huesteacuchillabaalosúltimosmorosquesedefendían.Elrestoarrojabalasarmasypedía cuartel.Losque intentaban refugiarse en los cañizalesno lohabíanlogrado; y quienes pretendían escapar por la calzada habían sido hechospedazos por los dos Álvaros y su pequeña tropa, que llegaban trotandojubilosos mientras mostraban con orgullo las espadas y lanzasensangrentadas.Loscautivosy loscarromatosconelbotínestabanaseguradosporDiego
Ordóñez,yaquéllosgritabansualegríamientraslosliberabandesusataduras.—Nohaescapadoniuno—dijoMinaya—.Oesoparece.Veníaalencuentrodesujefe.Elescudoastilladocolgabaaunladodela
silla,ysangreajenalesalpicabalabarbaylasonrisafatigada.Elbrazoconelqueaúnempuñabalaespadaseveíaensangrentadohastaelcodo.—Buenavendimia,señorRuyDíaz.—Nohasidomala.
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MirabaMinayaelcuerpodeljefedelaaceifa,caídocercadeloscañizales.Elcaballotambiénsehabíaderrumbadosobrelaspatas.Ahorasóloalzabalacabezacoceandodébil,agonizante.—¿Eraeljefe?—Esocreo.Elsegundodelahuesteseñalóconlaespadaloscuerposcaídos:sólotres
muertos y cinco heridos castellanos a cambio de dos docenas largas decadáveres moros. Los vencedores habían empezado a despojar a éstos decuanto de valor llevaban encima. De rodillas junto a los cristianos caídos,ensangrentadoel hábitoy laballesta colgada a la espalda, el fraile bermejorezabaunoslatinesparasantificarleselviaje.—Losnuestros—informóMinaya—sonmiprimoDiegoMartínezyotro
deVivar,PedroGarcidíaz.TambiénNuñoBernáldez,eseasturianotuerto…Losheridosnosongraves.—Sientolodetuprimo.MovíalacabezaMinaya,melancólico.—Sí,porvidade.Eraunbuenhombre…Letocabahoy,esoestodo.RuyDíazsehabíaquitadoelyelmoyechadoatrás lacapuchadecotade
malla,cuyoseslabonessemarcabanenlafrenteysobreelpañodelacofia,húmedodesudor.—Noesmalacuenta,peseatodo—dijo—.Ytenemoselbotín.—¿Quéhacemosconlosmorosquequedanvivos?Miró el jefe de la hueste hacia ellos: maniatados, de rodillas sobre las
anchasygastadaspiedrasromanas,lossupervivientesdelaaceifaaguardabansusuertevigiladosporlasmiradasferocesdelosvencedores.—Poned hierros a los agarenos, degollad a los morabíes y cortad las
cabezasdetodoslosmuertos.—Vanasercasicuarenta,contandolasdelpasoCorvera.—Metedlas en sacos. Las llevaremos a Agorbe y venderemos allí a los
morosquequedenvivos.—¿Yelbotín?—Loquehayadeoroyplatanosloquedamos.Ytambiénloscaballos.—Porvidade.ÉseesmiRuy.—Espabila.Emitió Minaya una orden seca y empezó la selección y la muerte.
Implacables,dirigidosporDiegoOrdóñez,losdelahuestebuscabanentreloscautivos, cogiendo a los que tenían tatuajes morabíes. Los apartaban aempujones, los ponían otra vez de rodillas, agarraban sus cabellos para
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echarles atrás la cabezay losdegollabancomoa animales.Pasada la fiebredelcombatelohacíanyasinodio,metódicamente.Simplerutinadevictoria.Alahuakbar, gritaban los moros sacrificados, invocando a su dios. Eran
creyentesycasitodosmoríancondecoro.—Hijosdeputa—escupióDiegoOrdóñez.Sedebatíaunmorabí jovencito, lampiño, resistiéndosea lacuchilla.Ojos
casi fuera de las órbitas, aterrorizados. Tenía roto un fémur y el huesoastillado le asomaba por la herida, pero ansiaba vivir. Parecía demasiadomozoyalgunoshombresdudaron.LevantóOrdóñezsu túnicaparamirar,yteníavello.Mientraslodegollabanaullócomounverraco.Cayóelúltimocuerpoconruidoblandoysordo.Erannueveejecutadosen
total,yentoncesacudierondoshombresconhachasdecombate.Chas,chas,hacían.Apilabanaunladolascabezas,seencharcabadesangreelsuelo,yasuolordulzónacudíanespesosenjambresdemoscas.Cabalgó Ruy Díaz al paso, floja la rienda, contando a los andalusíes
supervivientes. Estaban aterrorizados por ver decapitar a los otros y creíanque después iban ellos. Gemían y lloraban, suplicantes. Eran sólo seis, deaspectobajuno:despojosdefronteraquesehabíanunidoa laaceifaporquenadateníanqueperderyalgoporganar.Decualquiermodo,parecíanjóvenesyfuertes.Algúndineroibanadar,vendidoscomoesclavosenAgorbe.—Sa-taaixu, sa-taaixu —les decía Minaya—. Viviréis, estad tranquilos,
tranquilos…Nuestrojefeosperdonalavida…Aaixin…Viviréis.Comprendíanlosmoros,alfin,ysepostrabanechándosebajoelcaballode
RuyDíaz,voceandoensualgarabía.Sidi,Sidi,clamaban.ReíaDiegoOrdóñezsatisfecho,brutal,quitándoselasangredelacaracon
eldorsodeunamano.—Tellamanseñor,Ruy.¿Losoyes?…Tellamanseñor.
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Segundaparte
LACIUDAD
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I
Malcalzados, había dicho Berenguer Remont II en voz baja, aunque lobastante clara para que Ruy Díaz lo pudiera oír. Malcalçats. Ésa fue lapalabraquedeslizóasugente,conuntonoqueloscortesanos,mediadocenaqueenesemomentoloacompañaba,corearonconsilenciosassonrisas.Malcalzados.Noeraun insultosinounadefinición,perodejabaenelaire la sospecha.
Hasta el halconero del conde, que sostenía un ave encapuchada sobre elguante,habíacurvadolos labiosenunamuecadedesdén,pasandodemirarlasrefinadascalzasyborceguíesdeloscaballerosfrancosalasrudashuesasdecueroensebadodeRuyDíazyMinayaAlvarFáñez.Malcalçats.Ylassonrisas.Lociertoeraqueteníanrazón.Ynosóloporelcalzado.Adiferenciadelas
ropasquevestíanBerenguerRemonty lossuyos, losdoscastellanos ibanausanzamilitar, sin cotas demalla ni armas excepto las espadas y dagas alcinto, con gambesones de cuero y botas de cabalgar con espuelas.Estaban,además,cubiertosdepolvo trashaberdejadoa lahuesteatráspararecorrer,sinotracompañíaqueunheraldoenviadoabuscarlos,másdeunaleguahastalasafuerasdeAgramunt,alcampamentodelcondedeBarcelona.Loshabíarecibidoésteconmáscuriosidadquecortesíadespuésdehacerlosesperarunrato, pues volvía de una partida de caza y se estaba aseando. Ahorapermanecía sentado en un escabel bajo el toldo de una tienda de campaña,rodeadodesugenteenpie,desceñidalaespadayconunacopaenlamano.También había ofrecido vino a Ruy Díaz y Minaya, pero sin invitarlos asentarse.—Conozco vuestra historia, así que podéis ahorrármela—dijo el conde
cuando Ruy Díaz empezó a relatar su destierro—. Las noticias vuelan, yllegaronhastaaquí…LaosadíaconAlfonsoytodolodemás.Eratodavíajoven,yesolohacíaaltaneroydemasiadosegurodesí.Bien
parecido,altodecuerpo,lucíaunabarbitarubiarojizaconbigoterizado.Ojosclaros,muydelnorte.Cadenagruesadeoroalcuello.Susmodaleserande
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lánguida autoridad y daban por sentado, al primer vistazo, que la máximajerarquíaenaquellugardelatierraeranDiosyélmismo,porvíadirectayenese orden. Criado en el poder y para ejercerlo un día, Berenguer Remonthabía heredado el condado de Barcelona en condominio con un hermanogemelo, Remont Berenguer, al que en fecha reciente había hecho asesinarparadespejarelpaisaje.Eraamoyseñordeaquellastierras,yelreymorodeLéridalepagabapariasafindequelodejaraenpaz.—¿Aquédeboelhonordevuestravisita?Selasarreglababien,comprobóRuyDíaz,paraqueensuboca,debidoal
tono, incluso laspalabrascorteses sonasendespectivas.Lodelhonorquedótambién en el aire, flotando incómodo.Nadie sonrió estavez, pero el gestodelcondematizabaydesmentíasuspalabras.MiróRuyDíazalrededor.Losrostrosexpectantes.Cambióunaojeadade
soslayoconMinayayvolvióamiraralconde.—Tengounamesnadadegentehechaalaguerra—dijoconsencillez.—Esohemosoído.¿Cuántosson?—Con las últimas incorporaciones, casi doscientas lanzas… Están
acampadosadosjornadasdeaquí,enlafrontera.—SalisteisdeCastillaconmenos,mecontaron.—Enestostresmesessemehaidojuntandogente.Bebió un sorbo de vino el conde, tomándose su tiempo. Era obvio que
disfrutabadesuspropiossilencios.—Sigo sin saber a qué debemos el teneros aquí —comentó al fin, tras
secarseloslabios—.Ennuestrastierras.Remarcabaelnuestras,y tambiénhabíauna fríaarroganciaeneso.Unas
tierras, insinuaba, que casi lindaban con las de los condes de Tolosa, losduques de Gascuña y los margraves de Gotia: francos como él, gente delnorte, sus iguales. Aquél era otro mundo, procedente del viejo abueloCarlomagno.Nadaqueverconlostoscosaragoneses,losinfielessarracenosolospolvorientoscastellanos.Conesagentuzameridional.—Sigosinsaberlo—repitió.RuyDíazseencogiódehombros.—Somosunahuestesinseñor.—¿Y?—Noesbuenocarecerdeél.Otra pausa deliberada. Estudiaba Berenguer Remont el vino de su copa
comosialgoenélledesagradara.—¿Meestáisofreciendovuestrosservicios,RuyDíaz?
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—Sí.Tras un momento, el conde alargó la copa a uno de sus cortesanos, sin
mirarlo,yéstesehizocargodeella.—¿Yquépodríahaceryoconvuestrascasidoscientaslanzas?—TenéisquerellasconelreycristianodeAragónyconlosreyesmorosde
Lérida,ZaragozayValencia.Hizo el otro un gesto desganado, señalando el arma que estaba cerca,
puestasobreuncojíndeterciopelocomosisetrataradeunornamentosacro.Eraunapiezadeforjafamosa,conocidaporpasardepadresahijosenlacasadeBarcelona.LallamabanTusona,oTizona.—Paraesodispongodemiespadaydemipropiagente.—Doscientosbuenosjinetesconexperiencianuncaestándemás.Sonrió de pronto el conde, cual si acabara de cruzarle por la cabeza un
pensamientodivertido.—También,aveces,tengoquerellasconelreydeCastilla.RuyDíazpermanecióimpasible,sinmoverunmúsculodelacara.Sentíala
mirada de soslayo, inquieta, de Minaya. Con mucha calma, imitando elademándelconde,lepasóaMinayasucopadevinoycolgólospulgaresenelcintodelaespada.—Eselúnicocontraquiennopuedocombatir—dijo.LamuecadeBerenguerRemontsehabíavueltoaviesa.—¿Porqué?…Osdesterródesustierras.Segúnlosviejosusos,soislibre
deserviracualquiera.Odereñirconcualquiera.—Nocontraél.Simehadesterradoesporqueestáensuderecho.Esmi
señornatural.—Esonoestáescritoenningunaparte.—Síqueloestá.—Ah,vaya…¿Dónde?—Enmiconciencia.Elcondeloobservóotromomentoensilencio.—Conozco vuestra vida, Ruy Díaz —dijo al fin—. Estoy al tanto de
vuestro,hum…prestigio—dudóantesdecontinuar,renuenteaconcederesaúltimapalabra—.Meheinformadoantesderecibiros,yopinoqueunhombredevuestracalidadnotienecabidaentremigente.Amenos…Lodejó ahí, el aire taimado, como si jugara a las adivinanzas.RuyDíaz
seguíainmóvil.Inexpresivo.—¿Amenos,señor?
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—Amenosqueprestéis juramentode lealtadsinreservas.Dequeacatéishastalaúltimademisórdenes.RuyDíazloestabaviendovenir.—¿Castillaincluida?—Castilla y León, por supuesto. Las ambiciones de Alfonso acabarán
chocandoconlasmías…Sóloescuestióndetiempo.PareciópensarloRuyDíaz.Alcabonegódespacioconlacabeza.—Nopuedohacereso.—¿Porqué?—Sabéisporqué,señor.Mancharíaminombre.—Vuestronombreseráalgoenlafrontera,peroapenasvalenadaaquí.RuyDíazdejópasarun instante,apretados los labios.Conteniéndose.No
queríadecirnadadeloquearrepentirseluego.Noeralugarnimomento.—Tal vez—dijo al cabo—. Peromi nombre es el único patrimonio que
tengo.Encuantoamilealtad…Alzóelotrounamano.—Siospagounasoldadaavosyavuestratropa—lointerrumpió,áspero
—,laúnicalealtadmeladeberéisamí.SevolvióRuyDíazhaciaMinaya.Todavíaconunacopadevinoencada
mano,susegundoteníaelceñofruncidoyuntoquedecautelaenlamirada.Ándatecontiento,decíasugesto.Dejaloqueeresysomosparaluego,oaquínosahorcanalosdos.Aunasí,decidióhacerunúltimo intento.Erademasiado loqueestabaen
juego, y no deseaba que nada quedase por probar de su parte. Doscientoshombresdependíandeélparaganarseelpan.—Todopuedehacerse,señor—dijo—.Veddeloqueescapazmigente…
Utilizadmecontramoros,sigustáis.Ocontranavarrosyaragoneses.Peronocontramirey.—Yanotienesrey,RuyDíaz.El tuteo llegó brusco, insultante como una bofetada, y Ruy Díaz sintió
retirársele de golpe la sangre del rostro. Sólo un monarca tenía derecho ahablarleasí,ounsacerdoteejerciendosuministerio.AquélnadamásqueeracondedeBarcelona.Sindarsecuenta,apoyólamanoizquierdaenelpomodela espada. Fue consciente de ello cuando vio a los cortesanos francosinterponerse,inquietosporquehabíanadvertidoelademán.YporCristoqueteníanmotivosparahacerlo.Acualquierotrohombrelohabríaensartadoallímismo,deunespadazo.—Nohaymuchomásquehablar,comoves—dijoBerenguerRemont.
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Había apartado a los suyos con un tranquilo gesto de autoridad, parademostrarqueningúnhombrearmadoosinarmarlointimidaba.—Nomeinteresas—añadióelcondetrasunmomento—.Pruebasiquieres
con los moros o los navarros, o los aragoneses; aunque no creo que estosúltimos te acojan con losbrazos abiertos…Todavía se acuerdande cuandolesmatasteisaunreyenGraus.Sehabíapuestoenpie,comosilofatigaraaquellaconversación.—También puedes probar suerte en otros lugares —dijo—. El papa
Gregorio,porejemplo,andaalentandounaexpediciónmilitarparadevolverTierraSantaalacristiandad—loacompañódeunasonrisasarcástica—.Nomedigasquenoesunalindaempresa…LástimaqueBizancioyJerusaléntequedenunpocolejos.MiróporúltimavezaRuyDíaz,dearribaabajo.Demorándosedenuevo,
másdelonecesario,enlasbotasdemontarengrasadasconsebo.Enarcólascejas, fingiendo un exagerado horror que hizo sonreír otra vez a suscortesanos.—Atusdoscientaslanzas—concluyó—nolesfaltaráquienlasemplee.Yo
tengolasmías.Y dicho eso, despectivo y superior, el conde de Barcelona volvió la
espalda.ARuyDíazleardíalacara.
SegiróamediasMinaya,apoyadaunamanoenlagrupadelcaballoparadirigir un hosco vistazo a losmuros de Agramunt que dejaban atrás: líneaparda de murallas en torno a una loma, circundando una torre y uncampanario.Elsolempezabaadescenderantelosdosjinetes.—Esosfrancosafeminados—dijo.SonreíaRuyDíaz.—Notanto…Cuandopelean,lohacenbien.—Ahíquisieraverlosyo,frenteanuestraslanzas.—Nuncasesabe.Lavidatienemuchasvueltasyrevueltas.—Puesojaláalgunaveztuvieraésa—Minayasetocólagargantacondos
dedos—.Aúntengolodemalcalçatsatravesadoaquí…Alhijodeputalehafaltadoescupirnosalacara.—Estáensustierrasyensuderecho.
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—Eres Sidi RuyDíaz, diantre.No un villano pelagatos.Desde hace dosmeses toda la frontera habla de ti: de la aceifa morabí y la algara que leshicimosluegoparadevolverlavisita.ElrecuerdoarrancóaRuyDíazotrasonrisa.—Fueunbuennegocio,ése.Nuestraincursión.—Yquelodigas.Lohabíasido,sinduda.Despuésdelcombateenlacalzadaromanaytras
vender esclavos, caballos y botín en Agorbe, la hueste se había internadodurantecatorcedíasenterritoriomusulmándelataifadeToledo,saqueando,talando y quemando los panes hasta Brihuega. Volvieron a cruzar elGuadamielhaciaelnortecontreintahombres,mujeresyniñosparavender,yconcincuentacabezasdeganado.—Sin embargo —suspiró Ruy Díaz—, no tenemos suerte con reyes y
condes.MinayaechóunnuevovistazoendirecciónaAgramunt.—Ni una pizca—dijo tras soltar un escupitajo—.Unos nos destierran y
otrosnosinsultan.Ynoséquéespeor.—Cadacosatienesumomento.Ylapacienciaesunavirtud.—Sobretodoennuestrooficio.—Esoes.Cabalgaron callados un trecho. De vez en cuando, Minaya miraba de
soslayoaRuyDíaz.—¿Quétienespensadohacerahora?—preguntóalfin.—Estoyenello.Elotroledirigióunaojeadarecelosa.—Teconozco.Túsiempretienesalgoprevisto.Unaalternativa.NorespondióRuyDíaz.Ibaconlariendafloja,atentoalpaisaje.Nadade
limitarse a mirar: observaba, y Minaya conocía bien su modo de hacerlo.Siemprequeseencontrabaenelcampo,losojosdeRuyDíazestudiabanporinstinto los accidentes del terreno, su conformación física, los detallesfavorablesylasdesventajas.Aquellonoeradeliberadosinoespontáneo,igualque un artesano veía la obra en lamadera antes de tallarla, o un sacerdoteadivinabagloriaocondenaciónenlossusurrosdelpenitente.Eraunamiradaadiestrada en lo militar y hecha para eso. La mirada de águila de un jefenatural.Aquel infanzóncastellanonoveía, almiraren torno, lomismoqueveíanotros.Susojoseranlaguerra.—Doscientos hombres necesitan reposo y yantar —apuntó Minaya—.
Tambiénque se lespague la soldaday supartedebotín…Yalgunamujer
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cuandopuedeser.Deotromodo,acabanpordesmandarse.—Los nuestros son de otra cepa —respondió Ruy Díaz, distraído—.
Aguantarán.—Esoescierto,oasílocreo…Abuenapartedeellosnosóloelinteréslos
trajocontigo.Perosonhumanos.Yelquintoqueteempeñasenmandaralreyreduce los beneficios—lomiró con aire de vaga censura—.Una parte queAlfonsoacepta,peroporlaquenisiquieranosdalasgracias.Habíanllegadoauntoscopuentedemadera,apenasunostablonespuestos
sobrepiedrasypilotesquepermitíansalvarunriachuelo.Antesdecruzarlo,condujeronloscaballosalaorillaparaquebebieran,metidaslaspatasenelaguahastaelcorvejón.—Necesitamos algo estable, ¿no? —insistía Minaya—. Un acuerdo con
alguienquenosasegureunatemporadadecomercalienteypasarabrigadoselinvierno…Elproblemaesque,descartadosCastilla,losfrancosytambiénlosnavarro-aragoneses,noquedanadieaquienofrecerse.—Noquedanadiecristiano,querrásdecir.Minayamiródeprontoasucompañero,inquisitivo.—¿Hablasenserio?—Puesclaro.—¿Quétienesenlacabeza?NorespondióRuyDíaz.Tirabahaciaunladodelariendaparasacarasu
caballodelagua,encaminándoloalpuente.Minayaarrimóespuelasy lefuedetrás.—Miedomedascuandoteveotancallado—dijo—.Yconesacara.Seechóareíreljefedelahueste.—¿Quécarameves?—Ladelgatoqueacabadecomerseelpajaritodelajaula.Pasaronelpuentedemaderaprestandoatenciónasusolidez.Loscascosde
lasmonturasresonabaninsegurossobrelosdesgastadostablones.—¿Losmoros?—quisosaberMinaya.EncogióloshombrosRuyDíaz.—Noseríalaprimeravez.—Porvidade.Nomefastidies.—Sí.
Aquellanochenodurmióbien.
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Ellecho—unamantasobreunjergóndepajabajolatiendadecampaña—era duro e incómodo, aunque a eso estaba acostumbrado. Eran lospensamientos que iban y venían los que le negaban el reposo. Tenía unacabeza disciplinada, tozuda si era preciso, capaz de apartar lo inoportuno yconcentrarseencosasgratashastaque llegabaelsueño.Sinembargo,habíanochesynoches.Yésaeradelasinciertas.Unadetantas.Doscientas lanzas, pensaba removiéndose en la oscuridad. Doscientos
hombresconfiabanenélparaganarseelsustento,ydeelloseraresponsable.La suerte que le deparaseDios—y no había suerte, buena omala, que nodependieratambiéndequienlajugaba—arrastraríaconsigoladetodosellos.Para bien o para mal, de sus aciertos o errores iba a depender el futuroinmediatodesugente.Detodaella.Contumaces, esas dos palabras iban y venían en su mente: aciertos y
errores.Quédifícileravislumbrarcaminoscorrectosenelinsomnio,entrelosfantasmasyaprensionesquelanocheacicateabaconfacilidad.Comercalienteypasarabrigadoselinvierno,habíadichoMinaya.Aquelloeratodo,enrealidad.YporDiosquenoerapoco.Doscientaslealtadesydoscientasvidas.Mientras daba vueltas a eso —ni siquiera rezar ayudaba—, oyó la voz
lejanadeuncentinelaquepasabaaotrolanovedadycalculóqueseríanlosmediosgallosyqueaúnfaltabantreshorasparaelalba.Intentóacomodarsemejor cambiando de postura, y ahora fue la rodilla izquierda la que lomolestó. Era una vaga punzada, no muy dolorosa pero sí persistente. Unavieja lesión que, cuando la pierna permanecía demasiado tiempo inmóvil ohacíamaltiempo,reclamabasucuotadememoria.Paradistraer lospensamientos rememoró el origende esaherida, cuando
AlfonsoySanchoguerreabanpor laherenciade supadrey tropas leonesasconrefuerzodearagoneses,navarrosymorosdelastaifasamigasdeCórdobayToledodieronunmaltragoaloscastellanosenGolpejera.ElpropioSanchohabíaquedadoatrás enel famoso incidente final: cautivoentre trece jinetesenemigosfuerescatadoporsualférez,quematóadoceacambiosólodeunalanzadaenlarodilla.Laherida,demedianaconsideración,noimpidióaRuyDíazdirigiresanocheotroataquecontralastropasdeAlfonso,quecelebrabasuvictoriaenCarrión.ConlagentedeVivarenvanguardia,disimuladosporlaoscuridady la lluvia, loscastellanoshabíanvadeadoelCeaporunbancoarenoso,acuchillandosinpiedadhastadesbarataral rey leonés.Derrotadoypreso,Alfonsohabíapasadoaunconvento,delquepocodespuésescapópararefugiarseentremoros,enToledo.
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Casi diez añosmediaban ya de todo aquello. El vencido deGolpejera, aquienelpropioRuyDíazhabíasalvadodelacóleradesuhermano—queallímismo, en caliente, pretendía cortarle la cabeza—, era ahora dueño deCastillayLeón.EncuantoaSanchoII,estabamuerto.Yelinfanzónburgalésque, cojeando de la pierna herida, mal vendada y goteando sangre, seinterpusoespadaenmanoparaevitarqueelprisionerofuesedegollado—enuna sola jornada salvaba la vida a dos reyes—, era esta noche un proscritoque,bajolalonadeunatiendadecampaña,incapazdeconciliarelsueño,seinterrogabasobresufuturoyeldelagentequeloacompañabaeneldestierro.Lavida,elazar,eldiablooquienfuera,concluyóRuyDíaz,talvezincluso
elpropioDios,teníanunextrañosentidodelhumor.Unaretorcidaformadetirarlosdados.
Seguíasinconciliarelsueño,asíqueseenvolvióenelmantotrasceñirseunadaga,sesubiólacapuchaysalióafuera,bajolasestrellas.Hacíafrío.Elcampamentoconstabadeunaspocastiendasdecampañaquealbergaban
alosquepodíanpermitírselas,mientraselrestodelagentedormíaenelsuelooenloscarromatosdelaimpedimenta,entornoalasfogatasqueaesahorano eran más que rescoldos. Sólo una hoguera ardía viva allí donde semantenían despiertos los del retén: una docena de hombres armados que,atentos a los centinelas, aseguraban el descanso de todos. Desde que seadentraraenaquellosparajesinciertos,fronterizosentreloscondadosfrancos,elreinonavarro-aragonésylataifadeLérida,RuyDíazdisponíasiempreesaprecauciónparavelarelsueñodelahuesteyprevenirrebatosnocturnos.Nosefiabanidemorosnidecristianos.Se encaminó hacia la fogata. En el contraluz rojizo de las llamas se
recortaban las siluetas de los hombres sentados en torno. Y mientras seacercaba alcanzó a oír la voz de Galín Barbués, que estaba en el grupo,cantandounacopladesutierra:
Quehombrescobardesconhombresnosonbuenosconlashembras…
Aquelloledespertóotrosrecuerdos.PensódemodoinevitableenJimena,su mujer. La carne tibia y blanca, la piel y la boca. Los ojos grandes,almendrados, grises como la lluvia en las montañas de Asturias. El
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pensamiento,laausencia,suscitabanenélunvacíofísicocasilacerante.Unaintensa melancolía. Y nada podía remediarla. Tenía la certeza de que lasmujerzuelas que a veces seguían a la hueste o lasmoras que se ofrecían alpaso —no las rechazaba por falta de deseo varonil, sino por mantener eldecoroantesushombres—nohabríancalmadolanecesidaddeverdenuevoalaesposa.Llevabademasiadotiempolejosdeellaydelashijas.Delfuegodeunhogar.Encuestióndeafectos,laguerraeraelpaísdeloshombressolos.
—¿Quiénvive?Uncentinelalehabíasalidoalpaso.Vozronca,recelosa.Unasombraque
sematerializabadesdelaoscuridad,unreflejorojizoenelmetaldelasarmas.—Castilla—respondióRuyDíaz.—¿Santoyseña?—CristoyCalatayud.Lasombravolvióasumirsesilenciosaenlastinieblas.Eljefedelahueste
siguióadelante,hastaelcírculodehombresentornoalafogata.Unavezallíse echó atrás la capucha acuclillándose junto a ellos, cercanas lasmanos alcalordelasllamas.Alverloaparecer,GalínBarbuéshabíadejadodecantar.Algunoshicieronamagodeponerseenpie.—Sinnovedad,Sidi.TodosenlatropalollamabanasídesdeelcombateconlaaceifadeAmir
Bensur,yél lopermitíadebuentalante.Esoestrechaba lazosyfraguabasuleyenda, lo que era útil tal como andaban las cosas: conciencia de grupo,orgulloylealtad.Eradifícilnoseguiraciegasaunjefeaquienlospropiosmorosllamabanseñor.Afindecuentas,manejarespadaylanzaenbuscadebotínerasólounapartedelguerrear.RuyDíazlohabíaaprendidoasucostaendiecisieteañosdecampañas.Alguien le pasó un odre con vino y bebió mientras lo miraban en
respetuososilencio.Habíaalgunocasi lampiño,peroensumayorparteeranbarbudos,duros,
curtidosdepolvo,fríoysol.EnsuexpectacióncomprendióquelanoticiadelrechazodeBerenguerRemontestabaapuntodecorrerporlatropa.Teníaqueocurrir tarde o temprano. Así que era mejor tomar la iniciativa, decidió.Anticiparsealrumor.
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—Losfrancosnonosquieren—dijoentonodespreocupado,yañadióunasonrisa—.Nolessomossimpáticos.Semirabanloshombresentresí,ceñudos.GalínBarbuéspusocaradeya
os lo decía yo. Después el aragonés se volvió hacia el jefe de la hueste,tomandodesusmanoselpellejodevino.—¿Yquénosqueda?—inquirió.Ruy Díaz hizo un ademán de indiferencia. Seguía sonriendo conmucho
aplomoyprocurandoqueselenotara.—Hayvariasalternativas.No dijo cuáles. Permanecían todos atentos, cual si de él esperasen los
evangelios.—¿Navarra y Aragón? —aventuró un veterano, más atrevido que sus
compañeros.RuyDíazlomiró,inexpresivo.—Ésaesmala frontera.Lindacon la taifadeZaragoza,donde losmoros
pagan parias a Castilla…Guerrear con ellos supondría enfrentarnos al reyAlfonso.Asintieron todos, halagados de que un jefe compartiese con ellos tales
cálculos.Trasuninstante,Barbuésescupióenelfuego.—Tampocohayquefiarsedemispaisanos—argumentó.—Ymuchomenosdelosnavarros—dijootro—.Buenoscomoenemigos,
maloscomoamigos.Unodeloshombresalzóunamano.Ahoraquehablabandeesatierra,dijo,
quería contar que ocho años atrás, siendomozo, había asistido al combatesingular que Ruy Díaz, entonces paladín de Castilla, había mantenido conJimenoGarcés,alférezdelreinodeNavarra,pararesolverladisputasobrelaposesióndeCalahorra: tres lanzas rotas,doscaballosmuertos,y la lid finalpieatierrayaespadazoshastaacabarconelnavarroenelsuelo,abolladoelescudo,partidaslascorreasdelyelmo,echandosangreporlanarizylabocacomountoroalanceado.Conlagentegritandodejúbiloentornoalpalenque.—Nunca imaginé—concluyó el que narraba—que una noche estaría en
campaña, al raso con el vencedor de aquel día, calentándome en elmismofuegoybebiendoelmismovino.Escuchaban todos, aprobadores; con semblante amistoso el jefe de la
hueste, que miraba al mesnadero como si pusiera empeño en recordar surostro.—¿Tunombre?—LaínMárquez,señor…SoynaturaldeArnedo.
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—Puesgracias,LaínMárquez.Lomiróelotroconsorpresa.—¿Porquémelasdaisamí?—Porestarallíesedíayporestaraquíahora.Cambiaba el tal Márquez ojeadas con sus camaradas, ruborizado de
orgullo.—Fue aquella jornada la queme trajo—comentó al fin—. Bajo vuestra
señalyconvos.AsintióRuyDíaz.—Apasarfríoyhambre—replicó,jocoso—,yaquelosfrancosnosden
conlapuertaenlasnarices.Sonaroncarcajadas,puesaquel tonofacilitabaelbuenhumor.Al reír, las
carasquemadasporelsolsearrugabancomocuerosuave.—Ya ajustaremos cuentas con ellos—GalínBarbués volvió a escupir al
fuego—.¿Noesverdad,Sidi?—Quesecondenemialmasinoloes.Asentían loshombres confortados, satisfechos.Peligrosos.Palmeaban los
pomosdelasespadasprometiendoensusadentrosunaadecuadarevancha.Eljefede lahueste losmirabaunoauno,calculandocon frialdadobjetivasusestadosdeánimo.—Cuentan… —empezó a decir en tono de confidencia, y lo dejó un
momentoenelaire,cualsidudaraenproseguir.Tal como esperaba, todos se inclinaron hacia él sobre la fogata, muy
atentos.Estabanpendientesdeaquelsilencio,asíquesedemoróunpocomás.Loexactoynecesario.Eraunbuenmododeplantearlo,pensó.Deempezaraadobarleslaidea.—CuentanqueelreymorodeZaragozanoesmalagente.
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II
Las cornejas volaron de izquierda a derecha sin cambiar de dirección; yDiego Ordóñez, suspicaces los ojos bajo el yelmo, las vio alejarse,tranquilizadoalfin.—Buenaugurio—comentó.Cruzaba lahueste el vadodelCinca, caminodeZaragoza: los caballosy
mulas con la corriente amedio corvejón, los carromatoshundidoshasta losejes.Elríobajabamanso,conpocaagua,yesofacilitabalamaniobra.Ordóñez y Ruy Díaz, que habían cruzado los primeros —sus monturas
estabanmojadashastalosijaresyelloshastalasrodillas—,sehallabansobreuna altura que dominaba el vado y permitía ver una extensa porción delterritorioenelqueseadentraban.Unparajedesuavescolinasonduladasquesehacíabrumosoyocreenladistancia.—Laverdadesque,vistosasí,impresionan…Oimpresionamos.SereferíaOrdóñezalacolumnadehombresyanimalesqueserpenteabaen
el lechodel río.Avanzabaéstadisciplinaday segura,poderosa, rutilantedereflejosmetálicosbajoelsolaúntibiodelamañana.—Ojalátambiénlosimpresioneaellos—comentóRuyDíaz.—¿Aquiénes?—Aésos.Señalóconunmovimientodelmentónacuatrojinetesinmóvilessobreuna
colinacercana,aladistanciadedosflechas.Vestíanalbornocesyturbantes,ycadaunososteníaunalanza.—Noloshabíavisto—dijoOrdóñez.—Estabasdemasiadopendientedelascornejas.Acabandeasomarporahí.Haciendoviseraconunamano,elrudomayoraldelahuestelosobservóun
momento.—Batidores,naturalmente—concluyó.—Puesclaro.Serascóelotrolabarba.Traselprotectornasaldelcasco,susojososcuros
relucíancoléricos.
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—Hijosdelagranputa.DeesaAgar,ocomosellame.RuyDíazencogióloshombrosbajolapesadacotademalla.—Hacensutrabajo,¿no?…Comonosotroselnuestro.—Sucios moros —Ordóñez enseñaba los dientes, masticando viejos
rencores—.Sodomitassarracenos.—Vale,déjaloya.Ahorasomosamigos…Porlomenos,deéstos.—Nopormigusto.—Quelodejes,tedigo.Se quedaron callados. El belfo entre las patas, relajados, los caballos
mordisqueabanlosmatojos.Ordóñezestudiólascolinascondesconfianza.—Supongoquenoestaránsolos—dijoalfin—.Enalgúnlugartendrána
másgenteoculta.EstuvodeacuerdoRuyDíaz.—Si yo fuera ellos, la tendría. Jesucristo dijo: «Sed hermanos, pero no
seáisprimos».—¿Enserio?—Ordóñezlocontemplabaconhoscointerés—.¿Esodijo?Sonreíaeljefedelahueste.—Meloacabodeinventar.—Creíaqueeraenserio.—Puesno.CavilabaOrdóñez,hosco.Desconfiadocomosolía.—Esperoqueesosperrosveanbienlacochinabanderaquellevamoshoy.Miraron hacia la cabeza de la columna, donde Pedro Bermúdez había
sustituidolaseñaldeguerraporungranlienzoblanco.Ésashabíansidolascondiciones impuestas por Mutamán, rey de la taifa de Zaragoza, parapermitirles la entrada en su territorio: aquel día, por tal lugar exacto y conbanderablanca.Dosjornadasatrás,paraasegurarse,RuyDíazhabíaenviadoaMinayayaFélezGormazconunacartaprotocolariaescritaenárabe:EnelnombredeDiosclementeymisericordioso,RodrigoDíazdeVivarsaludacontodo respeto al rey Yusuf Benhud al-Mutamán, hijo de Ahmad Benhud al-Moqtadir,nobledefensordeloscreyentes,cuyorostroilumineDios,etcétera.Los dos castellanos aguardaban ahora en la ciudad,mitad heraldos ymitadrehenes. Y no era la suya una situación envidiable. Si algo salía mal,acabaríancrucificadosodespellejadosvivos.—Algún día —dijo Ordóñez— tienes que explicarme por qué estamos
aquí.PalmeóRuyDíazelcuellodesucaballo.—Losabetodalatropa.Ytúlosabesdesobra.
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—No.Yo no sé un carajo. Lomío es Castilla y Santiago, sus y a ellos.Amontonar cabezas, ya me entiendes. Las finuras diplomáticas no son miespecialidad.—Notenemosopción,Diego.Yhayqueganarselavida…Yasehahecho
otrasveces.—¿DeverdadtefíasdeMutamán?—Desupadreme fiabamenos,peroelviejoacabademorir.Comohizo
nuestro difunto rey Fernando con Castilla y León, Moqtadir ha partido elreinoentresushijos:Mutamán,aquiendejóZaragoza,yMundir,alquehadadoLérida,TortosayDenia…Deaquíanada,losdosvanamatarseentresí.—Como nuestro pobre don Sancho y su hermano Alfonso —apuntó
Ordóñezconamargura.—Exacto.Poresoesbuenmomentoparaayudaraunodeellos.—¿YporquéaMutamán?—Eselmásfuerte.Ytambiénmásserio,másentero…Máshombre.Nada
fanáticoencuantoareligión.LoconocícuandoasediábamosZaragoza.Yélme conoce a mí. Sabe lo que podemos hacer por su causa… Además, aMundirloapoyanSanchoRamírez,reydeAragónyNavarra,yelcondedeBarcelona,BerenguerRemont…AsíqueparaMutamán,quetampocosefíamuchodenuestroAlfonsoVI, llegamos comocaídosdel cielo—RuyDíazhizounamueca—.OdelparaísodelProfeta.—Salvoqueseaunatretaparadegollarnos.—Lodudo,aunquetodopuedeser.—Habrá que andar con la barba sobre el hombro y dormir con un ojo
abierto.Porlomenos,alprincipio.—Claro…Entodocaso,sabemosdefendernos.Yatacar.MovíaOrdóñezlacabeza,dubitativo,sinperderdevistaalosjinetesdela
colina.—Alianzas,repartosdereinos…Todoesoesdemasiadoparamí.Moroo
cristiano,bastaquedigascontraquiéntocairconlalanzabaja,yloharésinrechistar. Sin embargo, hay un detalle que me gusta: la posibilidad deromperle algún día los cuernos al conde franco… Todos sabemos que eseBerenguertetratócondescortesíaenAgramunt.SonriódenuevoRuyDíaz.—Yaseandará.—Claro,Sidi—Ordóñezenseñabalosdientes,feroz—.Lobossomos,yen
tornoalhatoandamos.
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PasaronelúltimodíaacampadosjuntoaunrecododelEbro,amedialeguadelaciudadquesedivisabaalolejos,amuralladayblanca.Impresiona,comentabanloshombres.Sereuníanencorrosparamirar laorilladelrío,señalándoseunosaotros
losminaretes de lasmezquitas. Tan grande comoBurgos, añadían.Tal vezaúnmáshermosa.Zaragoza.Ruy Díaz ya había estado allí durante la campaña de los castellanos y
leoneses contra el rey viejo. Lo recordaba al día siguiente cuando el solestuvoaltoenelcielo,despuésdeasearseaconcienciayarreglarselabarba;mientrascabalgabadespaciohacialaciudadsinotracompañíaquesusobrinoPedroBermúdez,quehabíacambiadolabanderablancaporlaseñalverdeyrojadeloshombresdeVivar.—Si al anochecer no tenéis noticias nuestras, tomad las armas —había
dichoantesdeirse—.YqueDiosnosayudeatodos.Dos fueron las disposiciones que ordenó antes de abandonar el
campamento:poner lahuestebajo elmandodeDiegoOrdóñez, por si algoibamal,yprescindirély suacompañantedeotrosarreosqueno fueran lasespadas, cambiando las cotas de malla por briales de gamuza fina. Paramostrar,oaparentaralmenos,quenadarecelabanenlavisita.—Prefierounpeligroincierto—comentó—ainfligirunaofensacierta.Los primeros indicios fueron, sin embargo, alentadores. El día era
espléndido y había mucha gente dispuesta en el camino, incluso mujeresveladas y niños que observaban su paso con curiosidad.Y cuando llegaronantelossólidostorreonesdelcastillodelaAljafería,situadoenlasafuerasdela ciudad, la guardiamorade lapuerta les dispensóhonores con atabalesycímbalos.—Nosuenaad-degollina,Sidi—dijoPedroBermúdez,disimulandoentre
dientes.—Demomento…Asíquerezaparaquedure.Lasdudassedisiparoncuando,trasdesmontar,caminaronporelhermoso
jardíndelpalacioguiadosporunchambelán.Mutamánnoaguardabadentro,comohabría sidonatural, sinoque les salió al encuentro al extremodeunagran rosaleda.Vestía aljuba de seda y turbante demuselina, y en su rostroafilado y moreno, afeitado por completo, destacaba el trazo blanco de unagransonrisa.Eraunhombreatractivo,alto,debuenaplanta.Debíaderondar
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lacuarentena.Noibaarmado,aexcepcióndeunagumíadeplataymarfilenlafaja;peroasulado,sinalejarsecuatropasosdeél,nolequitabanojodosnegrazosdepielaceitadayenormesalfanjes.—QueDiostebendigacomoyotesaludo,RuyDíaz,alqueloscristianos
llamanCampidoctor.Lo dijo en buena habla de Castilla. Y sonaba bien. Sonaba acogedor,
despuésde tantocamino, tantas fatigasy tantos recelos.RuyDíazpusounarodilla en tierra, se desciñó la espada dejándola caer y besó la manoensortijadaqueseleofrecía.Cuandoalzóelrostro,Mutamánlehabíapuestolaotramanoenunhombroymanteníalasonrisa.—BienvenidoaZaragoza—dijoelrey.—Gracias,señor.Másallá,detrásdeMutamán,RuyDíazvioavarioscortesanosmorosmuy
bien vestidos, y entre ellos a Minaya y a Félez Gormaz, que parecíanrelajadosytranquilos.Todovabien,pensómientrasseponíaenpie.Todopareceirbien.
—TudestierrodeCastillamepareceuna injusticia—dijoMutamán—.YunerrordeAlfonso.Estaban los dos solos, sentados sobre grandes cojines de cuero entre las
columnas, arcos y yeserías policromadas de un salón decorado con gustoexquisito.Porlasventanasabiertas,rematadasenarcosdeherradura,seveíanlascopasdelosárbolesdeljardín.—Nometocaamíjuzgarlasdecisionesdemirey—respondióRuyDíaz.Elreymoroloobservabaconcuriosidad.Permanecióunmomentocallado
yalfinladeólacabeza,irónico.—Loquesignificaquetampocodebohacerloyo,delantedeti.—Nopretendíadecireso,señor.—Da igual… El caso es que estás aquí, en mis tierras. Y que buscas
acomodo.AsintiócautoRuyDíaz.—Talvezpuedaserosútil.—Sí,nezrani—elmoroseguíaestudiándolo,pensativo—.Talvez.—Ossupongoalcorrientedemisituación.—Yyoatidelamía,aunquenoseacosadecompararnos.—Nisemeocurriría,señor.
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SonrióMutamán con una especie de desdén cortés.Había sobre lamesauna bandeja de plata con vasos de cerámica y una jarra con un cocimientohumeantedehierbasypétalosderosa.Elreymorocogiósuvaso,soplósobreel contenido y se lo llevó a los labios, sin dejar demirar a RuyDíaz conpenetración.—Bien—dijo.Invitóconunademánalcastellano,yéstecogióelsuyo.Quemaba,asíque
losostuvoentreelpulgaryel índice,bebiendouncortosorbo.Yaerahora,pensófatalista,deentrarenmateria.Detirarlosdados.—Séquevuestrohermanoysusaliadoscristianospuedendarosproblemas.Lo miró el otro enarcando las cejas, cual si acabara de escuchar una
inconveniencia.Perosonreía.—Yyoaellos—repuso—,comosupondrás.—Claro.Bebieronasorbos,mirándose.—Problemas…—repitióMutamánalcabodeuninstante.Lohizoen tonoreflexivo.Luegodejóelvasoen labandejaysepusoen
pie.RuyDíazloimitódeinmediato.—Venunmomento,nezrani…Acércate.Elmorohabía idohasta una de las ventanas y se apoyaba en el alféizar,
vueltohaciaelexterior.RuyDíazfueasituarseasulado.—Miraallí.Habíauna jaulasuspendidadeun torreón,sobre lascopasde losárboles.
Ensuinteriorhabíaunafigurahumanainmóvil.—Se llamabaAmirBensamajy fuemuchosañosvisirconmipadre,que
gocedelparaíso…HacepocoaverigüéqueAmirandabaentratosocultosconvuestro rey Alfonso y mantenía correspondencia secreta con mi hermanoMundir.Asíquelohicedesollarymandéquerellenaransupielconpaja.Miraba Ruy Díaz el monigote en la jaula, impasible. Había visto cosas
peoresyambos lo sabían;perocomo referencia, reconocióen susadentros,noeramalaenabsoluto.Sincomprobarlo, supoqueMutamán loobservabadereojo.—Lomantengoahía lavista—prosiguióelmoro—.Todoscreenquees
por escarmiento parami corte ymi pueblo, pero se equivocan…Lo tengopara escarmiento propio. Para recordarme que la ambición y la traiciónexisten.Paranoolvidarlonunca.—Esunabuenaadvertencia.—Sí…Estoysegurodequeloes.
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Regresarondespacioa los cojinesy lamesa.Mutamánvolvióa sentarse.EstaveznohizoaRuyDíazseñaldequeloimitara,asíqueéstepermaneciódepie.Traselpuntomásdelicado,llegabaelmomentocrucial.—¿Quévienesaofrecerme?Lohabíapreguntadomuyserio.Casiconindiferencia.Elcastellanocruzó
lasmanosalaespaldayhablóconmesura.—Tengodoscientaslanzasdeprimeraclase.Ysicuentocondinero,endos
mesespuedoreunirotrascienodoscientasmás.—Dispongoyadesoldados…¿Porquéhabríadenecesitarlostuyos?Tras una leve duda, más aparente que real, Ruy Díaz se encogió de
hombros.—¿Puedohablarosconfranqueza,señor?—Tienesfamadehacerloamenudo.Ynosiempreentubeneficio.—Conozcoavuestragente.Heguerreadocontraellaenotrotiempo.—Sí.Tehevistohacerlo.Unavezestuvimoscercadecruzarlasespadas,
cuandoconelinfanteSanchoasediabaisZaragoza.—Cierto. Aquel día os vi de lejos mientras se combatía bien. Me
parecisteisun jovenygallardopríncipe.Undignoenemigo…Intenté llegarhastavos,peronopude.—Muchosdemisguerrerosfielessesacrificaronparaimpedirlo.—Ymuchosdelosmíosparaintentarlo.—Honoratodosellos.—Pazyhonor.Habíaasentidoelmoro,complacido.Volvióallevarseelvasoaloslabios.
Todavíadepiefrenteaél,RuyDíazentróenmateria.—El coraje militar de vuestras tropas no está en duda —expuso—. La
infantería es buena y los jinetes combaten eficaces con lo que en Castillallamamos tornafuye: ataques y retiradas rápidas. Nadie maneja como losvuestroslajabalina,elarcoylasflechas;pero…Lodejóahídemododeliberado.Mutamánseguíaelhiloconatención.—Lo puedes decir—sonrió levemente—. Es la caballería pesada la que
sueledecidirlasbatallas.—Enefecto.—Yotambiéntengojinetesconlanzasycotasdemalla.—Sí. Pero son menos y peor adiestrados… Ahí, señor, los castellanos
llevamosventaja.
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—¿Porejemplo?—Mi gente es disciplinada, sólida y de fiar. Sabe cargar sin
descomponerse. Y está bien mandada. Cuatro de cada cinco hombres songenteveterana.Yporotraparte…Volvióainterrumpirse,cauto.Lasideasdebíancocinarsedespacio,ynoen
su cabeza sino en la del otro. Era necesario darle tiempo para que todoencajarademodoconveniente.—Acaba—seimpacientóMutamán.—Eso,señor.Que,comodigo,lamíaesgentebienmandada.—Estástúalfrente,esloquemedices.Elmoro se quedó callado unmomento, dando vueltas entre los dedos al
vasovacío.Alfinlopusoenlabandejaconmuchadelicadeza,cualsifuesemuyfrágil.—¿SabesquiénesYaqubelTortosí?—No.—Puesdeberías,porquesetratadeunsabio,unfilósofoquetengoenmi
corte… Sus escritos circulan por todo Al-Andalus. Lo escucho de vez encuando y lo leo a menudo… Si te interesa, puedo ordenar que hagan unacopiadesutratadoprincipal.—Nosoymuydelecturas,señor…Hacetiempoqueno.Conestaclasede
vida.—Lástima.Lafilosofíayelpensamientocultivanlamente.—Latengodemasiadoocupadaensobrevivir.Elreyzaragozanoparecióapreciarlarespuesta,pueslesuscitóunamueca
desimpatía.ConademánamableinvitóaRuyDíazatomarasientodenuevo.—Esigual, te loresumo.Sostienemifilósofo,yestoydeacuerdo,que la
fuerzadeun reyconsiste tan sóloen las tropasa lasqueescapazdepagarsoldada…¿Quéopinasdeeso?Elcastellanocruzabalaspiernas,sentándoseenelcojíndecuero.—Quenolefaltarazón—convino.—Esperabaunarespuestaasí.Perohayquiensostienelocontrario:quela
fuerza de un rey se basa en el apoyo de su pueblo. En los comerciantes,agricultoresyartesanosalosquesubuengobiernobeneficia…¿Vesadóndequierollegar?—Todavíano,señor.Mutamán lo explicó en pocas palabras. Pensar en un futuro pacífico de
comercioybuenavecindad,dijo,eradeingenuos.Al-Andalusvivíaenelfilodeunaespada.Elespíritude larazaquehabíaderrotadoa losgodosestaba
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perdido desde hacía mucho tiempo. La unidad musulmana era imposible.Ninguno de sus gobernantes, que se combatían entre sí más que a loscristianos,obligadosapagaraéstos tributosparaque losdejaranenpaz,separecía a lo que fueron sus abuelos. El gran Al-Mansur, que saqueóCompostela y se trajo de allí las campanas, no era más que un gloriosorecuerdo.—¿Noopinaslomismo,nezrani?—Podríaopinarlo.—Yo soy de los más fuertes, y me crecen los problemas como hongos
despuésdelalluvia.Séqueconestonotereveloningúnsecretodeestado.Miró la jarra y los vasos con repentino desagrado. Después cogió una
campanilla de plata y la hizo sonar. Al cabo de un momento apareció unsirvienteconunanuevabandeja,estavezconotrajarraydoscopasdevidrio.Cuando lo puso todo sobre la mesa,Mutamán lo despidió con un gesto ysirvióélmismo.Consorpresa,RuyDíazcomprobóquesetratabadevino.—Elislamsehahechollevaderoypocoriguroso—dijoelmoro—.Nome
quejodeeso,pueselmundocambia.Perohayquiendicequeeserelajonosdebilitaynosdejaalospiesdelosreinoscristianos,cadavezmásarrogantesyambiciosos.Nadierespetaanadie…YademásestáesagentedelnortedeÁfrica.Esosfanáticosanimales.Alzó su copa, bebió un sorbo y esperó educadamente a que Ruy Díaz
probaselasuya.Lohizoésteconplacer.Eraunvinosuave,decolorrubí.Semiraronalzandolosvasosyvolvieronabeber.—Séqueyahasluchadocontramorabíes—comentóMutamántrassecarse
loslabios—.¿Quéteparecenesoshombres?—Másduros.Mássecosyguerreros,sinduda.—Ésees elpeligro.Algunosdemis iguales acarician la ideadehacerlos
venir cadavez enmayor número, para recobrar el espíritu guerreroque losmusulmanes andalusíes, los que vosotros llamáis agarenos, estamosperdiendo.¿Creesquetienenrazón?—Puedequelatengan.—Pero eso plantea un problema serio. Los norteafricanos son gente sin
escrúpulos,amediocivilizar.Basurarigurosaeintolerante.SonrióRuyDíaz.—NohayotrodiosqueDios,yMahomaessuprofeta.—Exacto—Mutamán señaló la jarra de vino—.Y eso, que aquí es una
fórmulapiadosa,allíesunmandatodeintransigenciadivina.—LaYihad.
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—Sí…Laguerrasantaqueesosbárbarosllevanenlasangre.Apuró despacio el contenido de la copa y la dejó en la bandeja con un
golpecitoirritado.—Hay quien me aconseja traerlos, pero no me fío—siguió diciendo—.
Unavezaquí,sabeDiosloquesoncapacesdehacer.Connosotrosyconloscristianos.Sinembargo,necesitofuerzamilitar.Unejércitoqueseimpongaamihermano,aloscondesfrancos,alosnavarrosyaragoneses…EinclusoaCastillayLeón.Esoúltimolohabíadichoconmáslentitud,trasunapausasignificativa.Y
ahoramirabaexpectantea su interlocutor.Conunpuntodediversiónenunángulodelaboca.—Nunca guerrearé contra Alfonso VI —dijo Ruy Díaz—. Es mi señor
natural.—Tienes mi palabra de que nunca te exigiré eso. Llegado el caso,
quedaríaslibredelcompromisodelealtadparaconmigo.—Noesperabamenosdevos,señor.Vuestragenerosidad…Lo interrumpióelotroconademánhastiado.Alzabaunamano,y ladejó
caer.—Eracostumbredemipadre,conelqueDiosseamisericordioso,contratar
tropascastellanasonavarrascuandoconvenía…Yestoydecididoahacerlomismo. Caballeros famosos por su valor y su prestigio militar. Por sushazañas.Queimpongandisciplinaamistropasycausenpavoralenemigo.Susojososcurosrelucíandeconvicción.Ydeinteligencia.—TellamanSidi,tengoentendido—añadiótrasunacortapausa.RuyDíaznodijonada.Alcabodeuninstante,Mutamánasintiócomopara
símismo.—SidiQambitur,enmilengua…SeñorCampeador,enlatuya.Suenabien,
¿verdad?—Mehanllamadocosaspeores.—Lo sé: Ludriq alain, Alkab aladu… Ludriq el Maldito, el Perro
Enemigo…TambiénRudericoelInfame,AzotedelosCreyentesytodoeso.AsintióRuyDíaz,sonriente.—Algohabíaoído.LopensóunmomentoMutamán.—Creo que te llamaré Ludriq —resolvió al fin—, prescindiendo del
Maldito.—Osloagradezco,señor.Queprescindáis.—Eresmuyconocido—sonreíatambiénelmoro—ytufamateprecede.
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Suspiródespués leve, casi delicadamente.Mirabahacia la ventanapor laquesehabíanasomado,ylohacíacomosienellapudieraadvertirunpaisaje,unmapa,unfuturo.—Tengo ambiciones, como todos —dijo—. Cuando resuelva lo de mi
hermanodeseo expandirmehacia la parte sudoriental deAl-Andalus.HaciaLevante,omásallá…—¿Valencia?—aventuróRuyDíaz.—Porsupuesto—movíaelotrolacabeza,complacido,comosielnombre
de aquella ciudad lo pusiera de buen humor—. Ésa es la perla queambicionamos todos… Y sé que, llegado el momento, también podrásayudarmeeneso.—¿Estoycontratado,entonces?—Lo estás,Ludriq.Creo que eres un hombre singular, y queAlfonso se
equivocaaldartedelado.—TambiénlohizoelcondedeBarcelona.—Losé…Ynopiensocometerelmismoerror.TrasdeciresoquedópensativoMutamán,muyserio.—Cuarentamonedasalmesparati—dijodepronto—yotrotantoportu
hueste.—¿Enoro?—Deplata.Endírhams.RuyDíazmirabaalmorosinpestañear.Impasible.—Sesentaparamíycienparamigente,conbastimentosaparte—dijocon
calma—.Enoroycontresmesesdeadelanto.—¿Quéhaydelbotín?—Unquintoparavos.Lopensabaelrey,caviloso.Sinapresurarse.—Cincuentaparati,cienparaellos—concluyóalfin—.Eslamejoroferta
quepuedohacerte.—Meparecejusta—admitióRuyDíaz—.¿Enoro?—Mitad en oro,mitad en plata…Yuna cuarta parte del botín reservada
paramí.—Sólounquinto,comodije.Reservaréotroquintoparamirey.SesorprendióMutamán.—¿Pesealdestierroqueteimpone?—Desterradoono,AlfonsoVIsiguesiendomiseñornatural.Asentíadespacioelrey,admiradoypensativo.—Eresunhombreduro,Ludriq…Ysingular.
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—Puedeser.—No quisiera regatear contigo el precio de una libra de carne en el
mercado.—Esperoqueesoseaunelogio,miseñor.—Noestéstanseguro.Todavía estuvieron observándose un momento, muy serios, como si se
dispusieranacruzarlosaceros.Yalcabo,comounsúbitotrazoblanco,unasonrisailuminóelrostrotostadoyelegantedelmoro.—Reúnemecuatrocientas lanzas—asintió—.Yqueadondeno llegue tu
espadallegueelmiedo…Combatebajomibanderasinrenunciaralatuya,siasílodeseas,yDiosnosayudaráatodos.
Noerauna fiesta,perosíunactodeMutamánparahonrarasuhuésped:unacomidaconunaveintenadeinvitadosselectos,rumordeconversaciones,mesas bajas con grandes bandejas, pastel de ave con miel, albóndigas ycordero.Pesealoavanzadodelaestación,elcieloestabadespejadoylosdíaseranagradables,asíquetuvolugarenunsalónabiertoalosjardinesatravésdeunporchedearcospolicromados.—Esbuenoqueteconozcan—habíadichoMutamán.De los castellanos, sólo Ruy Díaz estaba presente —aljuba de seda de
Damasco regalada por el rey, bañado y perfumado con algalia, arregladoscabelloybarba—.Elrestode los invitadoserannotablesdeZaragoza,muybienvestidosalamoruna.—Hastaun judío tenemos—añadióMutamán—.Ésequevesallí…Arib
ben Ishaq, se llama. Lo nombréamin, jefe de los hebreos de la ciudad. Esmuydevotomíoytienemuchodinero.Quizáporquetambiénseencargaderecaudarmisimpuestos.—Buenoessaberlo—sonrióRuyDíaz.—Notehagasilusiones.Ésesólomeprestadineroamí.Sorbióelmorounpocodesopadesucuencohumeante.Despuésleguiñó
unojoalcastellano.—Quiero que los impresiones como es debido… A fin de cuentas, sus
impuestosvanapagartusoldada.Todoslosinvitadoseranvaronesaexcepcióndedosmujeresque,sentadas
solas a una de las mesas, se comportaban con libre naturalidad; y aunque
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adornadas con joyas, vestidas con ropas bordadas, velos y cofias que lestapabanelcabello,llevabanelrostrodescubierto.—Mi hermana Raxida y mi tía Itimad—se limitó a decir Mutamán, al
observarqueaRuyDíazlesorprendíaverlasallí.Noerafrecuente,pensóéste.Porlogeneral, losmusulmanesmanteníana
susmujeresaparte,sinmostrarlasdemasiado;ycuandolohacían,fielesalosrigoresdelCorán,ellassolíanvelarselacara.Sólounpocodespués,mediadalacomida,Mutamánaclaróelasunto.—LasdossonviudaspordesigniodeDios.Laedaddemitíalaponeyaa
salvodecualquierhabladuría…EncuantoaRaxida,esunamujerdecarácter;unaauténticaBenhud.Alenviudarsenegóataparselacara.Viveconciertalibertad,aunquesinfaltaralobligadorecato.Observó RuyDíaz, con la discreción debida, a la hermana del rey: alta,
esbelta,depielmuyclaraparaunamora.Debíadeteneralgomásdetreintaañosyerarazonablementehermosa.Laaparienciaymanerassugeríancarnetibia,acogedora.Bajoelvelodegasaajustadoporunceñidordeperlas, losojosverdes—suclaridadseveíaintensificadaporlaluzquepenetrabadesdeeljardín—estudiabanalguerrerocristianoconcuriosidad.—¿Yesnormalqueasistaafestejoscomoéste?—Aveceslohace.Noseresignaavivirencerradaenpalacio.Cuandosale
delaAljaferíaoapareceenpúblico,nuestratíasueleacompañarla.SemostróextrañadoRuyDíaz.—¿EsfrecuentequelasmujeresdeZaragozatenganesalibertad?—Veoquetesorprende.—Confiesoquesí.—Mientrasno faltenaldecoro, la tienen.Aquí somosmás tolerantesque
enotroslugares…Más,incluso,queenalgunosreinoscristianos.TomóRuyDíazconlosdedosunpocodecorderoyselollevóalaboca.—Enlaciudadhevistoamuchasmujeresquevanconelrostrodescubierto
—dijotrasunmomento—.Selimitanataparseelcabello.AsentíaMutamán.—Sí.Soncompletamentehonestas,porotraparte.Peromediviertequete
sorprenda…Aquívivimosenlaciudad,noenelcampo.Señalóelmoroelvino,servidoporesclavosquesemanteníanatentos,uno
juntoacadamesa,enpieycongrandesjarrasenlasmanos.Luegotomósucopayselallevóaloslabios,curvadosenunasonrisatolerante.—Somoscreyentesycumplimosconlosmandatosdelislam,aunquedeun
modocivilizado.Losexcesosderigorlosdejamosparaotros,¿comprendes?
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—Comprendo.—LoqueesaconsejableparalospastoresdeArabianosiempreencajaen
lugarescomoéste.BebióunpocomáseinvitóaRuyDíazahacerlo.—De todas formas —añadió tras secarse los labios—, mi hermana es
especial.Tienecuriosidadporelmundo, sabede religiónehistoria,discutecon los alfaquíes y los filósofos…Hoy se empeñó en asistir a la comida.Quería,medijo,verelaspectodelextranjerodelquetodoshablan.Mirabanambosalamujer;que,conscientedeello,bajólosojosconpudor.
Los mantuvo así mientras, inclinada hacia ella, la tía deslizaba algunaspalabrasensuoído.Alpoco,RuyDíazobservóqueloslabiosdelamujersecurvabanenunasonrisa.—Sorprendeelcolordesusojos—dijo.—Notanto—Mutamánrió,complacido—.Mimadreeranezrani,comotú.
Unacristiana…¿Nolosabías?—No,miseñor.Loignoraba.—Pues Raxida se le parece mucho. Yo, sin embargo, me parezco a mi
padre, con el que Dios tenga misericordia —el moro se dio una jovialpalmadaenunmuslo—.Aunquesoymásguapo,naturalmente.—SientolarecientepérdidadelreyMoqtadir—dijoRuyDíaz.Encogíaelmoroloshombroscubiertosdesedafina.—Dios hace cumplir sus leyes, y éstas incluyen la vida y la muerte—
comentóconsencillez—.Nadapodemoshacerparacambiareso.—Eraungranseñor,queelProfetahabráconducidoalagloria.—Allí estará sin duda —Mutamán enarcó una ceja, meditándolo un
momento—.Perodejóunserioproblemaalpartirentremihermanoyyoelreino que tanto le costó unificar. Curioso, ¿verdad?… Como vuestroFernandoI,quedejósembradalaguerraentresushijos.Miróalrededorconvisiblesganasdecambiardeconversación.Observaba
asusinvitados.—Tampocosomostandiferentes,alfinyalcabo…¿Noteparece?—Esocreo.—Túmismo,Ludriq,usasparacomersólolamanoderecha;apartandola
otra,queeslaimpura—lomiróconpenetración—.¿Escostumbreocortesía?—Cortesía.—Lo imaginaba. Conoces nuestras buenas maneras, aunque no hagas
alardedeello.Enrealidadpodríasserunodelosnuestros…Conesabarba,tostadoporelsol.Orgullosoydeespadafácil.
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—Ovos,miseñor,unodelosmíos.Elmoro le dirigió un vistazo rápido, sagaz.Después, relajado, sonrió de
nuevo.—La antigua Ispaniya de los romanos y los godos es ahora un lugar
complejo—comentó—: Al-Andalus y reinos cristianos, sangres vertidas ymezcladas…Yesafronteranuncatranquila,siempreenavanceoretroceso.Todavíaconlasonrisaenloslabios,mirabaasuhermana.RuyDíaznotó
denuevolosojosdelamujerfijosenél.—Noteaconsejodiscutirconella,si llega laocasión—apuntóMutamán
—.Haleídomucho.—Nuncameatrevería,miseñor.Nisiquieraadirigirlelapalabra.—Oh,noteinquietesporeso.Raxidatienemuchocarácter…Sileparece
oportuno,ellateladirigiráati.
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III
LosencontrósentadosenlospeldañosdeunaescaleraenlagrantorrenortedelaAljafería,esperándolo.Leshabíandadodecomerybeberencompañíadeoficialesmorosyparecíanagusto.EstabanallíMinaya,DiegoOrdóñez,PedroBermúdez,MartínAntolínezy
YénegoTéllez,queeranloscabosdelatropa.Tambiénelfrailebermejo—frayMillánerasunombre—,quedurantelapersecucióndelaaceifamorabíhabía peleado como los buenos y que, dispensado por su abad, losacompañaba para darles auxilio espiritual. Sólo faltaban los dos Álvaros yFélez Gormaz, que por precaución permanecían en la campa junto al ríodonde, al abrigo de una empalizada y un foso, habían levantado tiendas,letrinasycaballerizas.—¿Todobien?—seinteresóRuyDíazalllegarjuntoasushombres.—Todoperfecto—confirmóMinaya.—Buenosmanjares,supongo.—Seguramentenotanexquisitoscomolostuyos—elsegundodelahueste
indicóasuscompañeros,quesonreían—.Pero,comoves,nadiesequeja.Eracierto.Sehabíadesvanecidoel recelode lamañana,cuandoentraron
en el castillo con sólo sus dagas al cinto, mirando suspicaces en tornomientrastemíanunadegollinayagrupadoscontimidezderústicoscastellanosbajoellujosoartesonadoárabedelossalones.Ahoraleschispeabanlosojospor el vino y sus rostros enrojecidos parecían satisfechos. Sólo el correosoDiegoOrdóñez,suspicazcomosiempre,seguíadirigiendo torvasojeadasdesoslayoacuantomoroarmadosecruzabaensucamino.—MecagoenTariqyenMuza—gruñíaentredientes—.Yenlalagunade
LaJanda.—Haydineroyhayplanes—dijoRuyDíaz.Adelantaronlosrostros,inquisitivos.Complacidosporelordendefactores
enunciadoporsujefe.—ElmomentoesdelicadoparaelreyMutamán—prosiguióRuyDíaz—.
Vaahacerlaguerraasuhermano,alqueapoyanelreydeAragónyelconde
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deBarcelona.—Muchogranoparatanpocosmolinos—silbóMinaya.—Antesquenada,Mutamánquierequeleaseguremoslafronteraoriental:
lacuñaquesemeteentreAragón,loscondadosfrancosylataifadeLérida.—Esoeselnordeste.—Sí.—¿Monzón?—Monzón,enefecto.Semirabanentreelloslosveteranos.—¿Enestaépocadelaño?—Enésta.Talessonlasórdenes.—Malsitio—resumióDiegoOrdóñez.—Por eso mismo hay que asegurar la plaza… Así que haremos una
cabalgada de castigo por los alrededores para tantear la zona y pasear labandera.—¿Cu-cuándo,Sidi?—quisosaberPedroBermúdez.—Deaquíatresocuatrosemanas.FruncíaDiegoOrdóñezelespesoentrecejo.—Esosignificapelearencajonadosentretresenemigos,sinotrasalidaque
elcaminoanuestrasespaldas.—Ysinretiradaposible—puntualizóMinaya—silascosassetuercen.RuyDíazestabadeacuerdo.—Exacto—admitióconmuchaflema—.Poresonopodemospermitirnos
ellujoderetirarnosdemalamanera.Se volvían los hombres unos a otros, recabando impresiones. Ruy Díaz
metiólospulgaresenelcinto,juntoaladaga.—Pasaremos un tiempo aquí—añadió—. Adiestrándonos con las tropas
morasquenosacompañarán:peonesycaballeríaligera.—Nomerevientes—gruñóOrdóñez.—Eradeesperar.Asíqueacostúmbrateaeso.Malhumorado,OrdóñezestuvomaldiciendoporlobajohastaqueRuyDíaz
loacallóconunaduramirada.—¿Botín?—inquirióalguien.—Elhabitual.Peroestavezsólohay tresquintosparanosotros…De los
otrosdos,unoseráparanuestroAlfonsoVIyotroparaMutamán.Huboexpresionesincrédulas.—¿Elreymoroconsienteeneso?—Notieneotra.
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Lesdejóunmomentoparadigerirlo.Reducirleselbeneficioeramesarleslabarba, pero todos debían hacerse cargo de la situación. Demasiado bienestabansaliendolascosas.—Zaragozaestáamedialeguadenuestrocampamento—comentóMinaya,
cambiandodeasunto—.¿Puedeirlagente?—Habrácantinasconcomidaybebidaparaquenadietengaqueacercarse
alaciudad;peronosedespacharáunagotadevinoantesdelmediodíaniapartirdelapuestadesol.Ylaebriedad,sobretodoalavistademusulmanes,serácastigadacontodorigor.Volvieronloshombresamirarseentreellos,einsistióMinaya.—Encuantoalaciudad,Sidi…Algunavezhabráqueir.—Noquiero incidentes.Sólopequeñosgruposcontroladosoencomisión
deservicio,paraaprovisionarseocumplirórdenes.Yesoincluyealoscabosdehueste—losmirócondureza—.Atodos.Hizootrapausaparaquecalaralaidea.Luegoendurecióaúnmáselgesto.—Quien vaya a Zaragoza debe tener las cosas claras: no molestar a las
mujeres,evitarlasmezquitas,pagarsindiscutircuantocompreyseramableconloshombres,seanmoros,judíosomozárabes.—En materia de mujeres dicen que hay un barrio adecuado —apuntó
MartínAntolínez.Hubo sonrisas esperanzadas. Ruy Díaz miró de reojo al fraile, que
escuchaba impasiblemanoseándoseelcíngulo,comosiacabaradequedarsesordo.—Estáprohibidopisarlo.MartínAntolínezsequedóboquiabierto.—PeroSidi…—Seinstalaránbarraconesconalgunasmujeresjuntoalcampamento.—¿Moras?—Aquínohayotras.—Megu-gustanlasmoras—sonrióPedroBermúdez.—Puesamíno—dijoDiegoOrdóñezconungruñido.LosmiróconfrialdadRuyDíazhastaquetodoscerraronlaboca.Entonces
sevolvióhaciaelfraile.—¿Algunaobjeción,fráter?Seaclaróelotrolagarganta.—Talvez…Bueno—volvióacarraspear—.Desuyo,lacastidad…AlzóRuyDíazunamano,cortandolahomilía.
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—Son soldados. Hombres que necesitan aliviarse… Y puestos a loinevitable,tantopecadoeselsolitarioenlapropiacarnecomoelacompañadodecarneajena…¿Nocree?—Puedeser—concedióelfraile,nosinesfuerzo.—Pues eso, fráter. Tengamos a la hueste en paz. Para eso está luego el
sacramentodelapenitencia.Paraponerlascosasensupunto.—Amén—rióDiegoOrdóñez.Entodocaso,puntualizóRuyDíaz,aquellodebíaserconocidohastaporel
últimomesnadero. La situación de todos era delicada, había que demostrarmuchascosasantesdesentirseenseguridad,yno ibaa tolerarquenadie loestropease.—Cualquier indisciplina se castigará con treinta latigazos —añadió—.
Todafaltamayorsupondrálahorca…Aquieninsulteaunmoroselecortarála lengua, y a quien mate a uno se le amputarán las manos antes de sercolgado…YquienvioleaunamujerseráentregadoalajusticiadeZaragozaparaqueelloslodesuellenvivo.¿Estáclaro?Callabanloshombres,hoscos.Rumiandoloqueacababandeescuchar.Los
miró uno por uno acabando en Minaya, en cuyos ojos leyó la mudaaprobaciónqueesperaba.Todoestabadicho.—Puescelebroqueloesté—zanjó—.Yahora,levantadunpatíbulojunto
alaentradadelcampamento,conlasogabienvisibleamododerecordatorio.
Lucíaunsolintensoqueentibiabaelairedelamañanaenaquellugardeljardín, bajo un porche de arcos decorados donde había una mesa y dosjamugasconrespaldosdemaderaycuero.Lamesaestabacubiertaconmapaspintadossobrepergamino—elreydeZaragozateníabuenoscartógrafos—enlos que se detallaba la frontera nordeste de la taifa. Mutamán acababa demarcharse tras un largo rato estudiando con Ruy Díaz el itinerario de lacabalgada prevista sobre Monzón, y ahora el castellano dirigía una últimamiradaalosmapasantesderegresaralcampamentodondellevabatresdíasestablecidasuhueste.Había sido una buena conversación, pensó satisfecho. Fluida y sin
discrepancias.Elreymorosabíahacerpreguntasyescucharrespuestas,virtudrara en los poderosos. Con Ruy Díaz se mostraba amable y cooperador,dispuestoadartodaclasedefacilidades.Erahombredetalento,sabíaelvalorde lo adquiridoyparecíadispuestoa sacarle elmáximopartidoposible.Su
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tonoconel jefede lahuesteseguíasiendoconsideradoycortés,vagamenteirónico a veces para mantener las distancias o devolverlas a su sitio, peronuncadespectivooarrogante.Sindudahabíacálculoenello;pero lociertoera que, cada uno desde su desigual posición, monarca y mercenariosimpatizaban. El franco aplomo del guerrero castellano y la inteligentebonhomía del rey moro lo hacían todo fácil, cordial, casi espontáneo. Dehabersidodemássemejantecondición,concluyóRuyDíaz,talvezMutamánBenhudy él habrían podido ser amigos; o con igual naturalidad, llegado elcaso,matarsecontranquiloymutuorespetoenuncampodebatalla.SedisponíaaenrollarlosmapascuandovioapareceraRaxida,lahermana
del rey. Paseaba ésta por el jardín, precedida de una esclava negra yacompañada de su tía. Una fuente con surtidores, rodeada de rosales ymacetasconflores,laseparabadelporche.Sedetuvieronlasmujeresalotrolado,traslatenuecortinadeagua,observandoconcuriosidadaRuyDíaz,quesepusoenpiealverlas.IbaRaxidasinveloenelrostro,recogidoelcabelloen una trenza, con un cendal de gasa negra sobre los hombros y una batasencilladesedagris.—Buenosdías,nezrani.Quésorpresa.Habíarodeadolafuente—trasunrápidocuchicheoconlatía,queparecía
desaconsejárselo— y ahora estaba delante del porche, segura de sí. Casiaudaz.Suhablacastellanaeralimpia,muycorrecta;ylavoz,queRuyDíazescuchaba por primera vez, vagamente ronca. Ya no era joven, peroconservabaunabellezamestiza,madurayserena.—Nosabíaqueestabaisaquí—comentómientrassecubríalacabezacon
elcendal.—Acabodeconversarconvuestrohermano.—Claro.Lodijopensativa,conunasonrisaremota.Laclaridaddelsoleneljardín
hacía muy intenso, casi cristalino, el verde de sus ojos. Eso acentuaba elcontrasteconlatez,demasiadomorenaparaunacristianaydemasiadoblancaparaunamora.—¿Preparandogloriosascampañasparaél?—Algoparecido…«SielAltísimoloquiere»,hadicho.—Mutamán siempre tiene a Dios en la boca. Es hombre piadoso —lo
mirabaconburlóninterés—.¿Nolosoisvos?—Razonablemente.—¿Soléisrezar?—Hagomisoraciones,comovuestragentehacelassuyas.
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Ellamirabalosmapas.Conundedo,rematadoporunauñalarga,perfecta,siguiólosdetallesenunodeellos.Teníalasmanosfinasycuidadas,observóRuyDíaz,eldorsopintadoconarabescosdealheña,yenellasrelucíananillosypulserasquetintineabanencadamovimiento.—Supongoquepartiréisprontoalaguerra.—Esodependedelrey.—Claro—dijoelladenuevo.Inclinabaaunladolacabezaconairepensativo,fijoslosojosenRuyDíaz
con una mezcla de curiosidad y descaro. Su piel o su carne, advirtió él,emanabanuna agradable tibiezaquenada teníaquever con losperfumesyquetraspasabalasedadelvestido.—¿TenéismujerenCastilla?—Sí.Sonrióelladelmismomodoqueantes.—Esnatural.Sus labios bien dibujados, gruesos, sensuales, removían sensaciones
turbadorasenelcastellano.Pensóélensuesposa,Jimena.Ensufríaypálidabellezaasturiana.Ensucasireligiosorecato.EnelmuchotiempoquellevabalejosdeSanPedrodeCardeña.Lejosdeellaydesushijas.Sintocaramujeralguna.—¿Osgustaeljardín?—Mucho.La hermana del rey se había vuelto a indicar el recinto, la fuente y las
flores.Latíaylaesclavaseguíanaguardandoadistancia,alotroladodelossurtidores.—Mipadre,alqueDioshayaconcedidoelparaíso,lohizoconstruir.Para
compensar,decía,lostiemposenquesustatarabuelostuvieronantelamiradasólopiedrasyarenales…Paseoporélcadamañana—señalóunvolumenquelaesclavasosteníacontraelregazo—ymesientoaquíaleer,bajoelporche.—Sientohaberloocupado.—Oh,noospreocupéisporeso.Notieneimportancia.—El rey dice que sois de muchas lecturas. Y que practicáis caligrafía
copiandoversículosdelCorán.—¿Ossorprende?—Unpoco.—¿Nohaymujeresquelohaganenlosreinoscristianos?—Nodemasiadas.Loobservóvalorativa,prolongandoelsilencio.
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—¿Vuestraesposalee?—Devocionariosdeoración,comomucho.—¿Ysabeescribir?—Algosabe…Fueeducadaenunafamilianoble.—Hicisteis buen matrimonio, entonces. Aseguran que erais un simple
infanzónconpocafortuna.—Ymetemo,señora,quelosigosiendo.—PodéisllamarmeRaxida.—Prefieroseguirllamándoosseñora.Lamujerlomiróuninstantemás,inexpresiva,yluegotomóasientoenuna
delasjamugas.Alhacerlo,elruedodelafaldadesubatadescubriódescalzoslospiesmorenospintadosdeazulyrojo,conajorcasdeoroen los tobillos.Ellasiguióladireccióndesusojosysonriódenuevo.—Sostiene el Corán —dijo muy despacio— que peca la mujer que
descubrelospieshastalasajorcas…¿Osloparece?—¿Simeparecequé,señora?—Quepeco.Ruy Díaz no respondió. Ignoraba qué era oportuno decir sobre aquello.
HizoRaxidaunademánparainvitarloasentarse,peroélpermaneciódepie.—Osvihaceañosdelejos,desdelosmuros—comentóellatrasuncorto
silencio—. Fue cuando asediabais Zaragoza y mi hermano salió con laguardia negra de mi padre a combatiros… Es el alférez de Castilla, medijeron. El que lleva la bandera. Veía esa bandera agitarse en mitad de lalucha,entreelpolvoyeldestellodelasarmas.Imaginoqueeraisvos.—Loera.Yfueundíaduro.—Sí.Mutamánestuvocercadeperderlavida.—Casilaperdimostodos.Semiraban.Verdeesmeraldaenlosojosdeella,pardosombríoenlosdel
hombre.Dosmundosadospasosunodelotro.—Mihermano—dijoRaxida—hablademieducaciónalgunasvecescomo
elogioyotrascomoreproche.Enelfondodesapruebaqueunamujer,vasijadondeelhombredepositasuimportantesemilla,noselimitealanguidecerenun harén y esté versada en lógica, geometría, caligrafía… Sin embargo,cuandose tratadevigilar lavidadomésticaenpalacio,micriterio leparecemuybien.SonrióRuyDíaz.—Es cierto. Dice que sois muy competente en eso. Que los sirvientes,
eunucosycocinerasostemencomoalacóleradeDios.
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—Sí.Yaséquelodice.Ahímeparezcoamimadre,quenacióenNavarrayfuecautivadadeniña.AntesdellamarseMalikasellamóElvira…Esonoimporta en la opinión de la gente, porque losmusulmanes consideramos lasangredelpadremuyporencimadeladelamadre,perosíenlodoméstico…¿Conocéiselviejodichosobreelharénperfecto?—Creoqueno.—Para el amor, lo mejor por temperamento es una bereber; para tener
hijos,unaandalusí,yparallevarbienlacasa,unacristiana.Lo dejó ahí, como para que su interlocutor reflexionara sobre ello. Ruy
Díazasentía,divertido.—PeroelCoránpermitecuatro—objetó.—Ahíesdondeentroyo…Oentraba,mientrasviviómiesposo.Lamujer
queechaapatadasalasotrastres.—¿Esohicisteis?—Más o menos.Mi esclavitud conyugal fue soportable, incluso dulce a
veces.Miesposoeraunbuenhombre,demuynoble familia…Lomatóunmédico incompetente, ordenando unas sangrías que se convirtieron enhemorragiaynadiepudoparar.—Losiento.—Decualquiermanera, sumuerteprematurame liberóde todo.No tuve
hijos.—Tambiénlosiento.—Nolosintáis.Quizáfueunasuerte.Vivomiviudezenlibertadylavivo
bien…¿SabéisquiénfueWalidaal-Mustaqfi?—No.—Una poetisa de Córdoba, mujer instruida y sabia, cuyos escritos me
gustanmucho.Haceunoscincuentaañosescribióhermososversos:
Aunquelasgentesadmirenmibelleza,soycomolasgacelasdeLaMeca,cuyacazaestáprohibida.
Se quedó callada un momento, observándolo con fijeza. Por sus labiosentreabiertosasomabalapuntamuyblancadelosdientes,comosirespirasedespacioycontuvieraelaliento.Elcendalhabíaresbaladosobresushombros,descubriendo de nuevo el cabello negro, tirante y aplastado hacia atrás,recogidoenlatrenza.—¿Soisaficionadoalapoesía,nezrani?
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Élmirabasuspiesdescalzos.—Nodemasiado.Chispearondivertidoslosojosverdes.—Losuponía…Toscoyvaliente,comobuencristiano.
Habíandispuestounterrenodeejerciciocercadelcampamento,enunllanojuntoal río,yallí seadiestraban losescuadrones.Jinetescristianosymoroscabalgabansimulandoacometidasyretiradas,empeñadosentresíunasvecescomoaliadosyotrascomoadversarios.—Empezaddenuevo,desdeelprincipio.LagentedeMartínAntolínezse
hamovidodespacio…Aestashorasestaríanmuertosocautivos.—Avuestravoluntad,Sidi.—Puesaellootravez,yespabilad.Cuantomássesudaantesdelaguerra,
menossesangraenella.Lacuestión,habíaexplicadoRuyDíazaloscabosdetropa,eracombinar
con lamayor eficacia posible la potencia de la caballería pesada castellanacon el ágil tornafuye de los jinetes agarenos, sacando partido de ambos ycubriéndoseunosaotrosensusdebilidades.ElreydeZaragoza,porsuparte,habíaproporcionadopeonesquemaniobrabanapieparadarmayorvariedadalosejercicios,queerandiariosyconstantes;demodoqueelcampoeraunapolvareda de hombres que se acometían fingiendo acuchillarse, caballosgalopando en todas direcciones, lanzas sinmojarra, romas de punta, que sealzabancuandoparecíanapuntodegolpearalimaginadoenemigo.Aunasí,laemulaciónentremusulmanesycristianosllevabaavecesaencontronazosviolentos,yelalgebristadelamesnadapasabadíascomponiendocontusionesyhuesosrotos.—Esmuybuenoesemoro—Minayaseñalabaaunjinetedestacadodela
huesteandalusí—.Cabalgabienysehacerespetar.—Llegóhoyparaincorporarseasugente.Estaráalmando.—¿Cómosellama?—Yaqubal-Jatib.PorlovistoesunodelosmejoreshombresdeMutamán.Observaronaljinete.Erafuerteyágil,ibaarmadoconlorigaligera,daraqa
decuero,yelmoyalfanjealaoriental,ymanejabaelcaballocomosihubieranacidosobreél.Teníaautoridadysemovíaconsolturaentrelossuyos.—¿Ydicesquevendráconnosotrosalnorte?—Esoparece.Comoraisdesutropa.
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—Tieneunaspectoimponente,¿verdad?…Deesosquenoquerríastoparteenelcampodebatalla.AsentíaRuyDíaz,pensativo.—Vamosahablarconél—dijoalfin.Montaronyanduvieronentrehombresycaballos.Acababadeconcluirun
ejercicio: moros y cristianos recobraban aliento mientras muchachos concántarosdeagua la repartíanencuencosque todosbebíanconavidez.Bajocascos y turbantes, la transpiración les pegaba a los hombres el polvo a lacara.—Hansudadolascotas—dijoMinaya.—Paraesonospagan…Onosvanapagar.—Puesaversiespronto.Al paso deRuyDíaz, los cristianos—había algunos recién llegados a la
hueste— sonreían o saludaban con la cabeza, respetuosos,mientras que losmusulmanes lo observaban con curiosidad. Es Ludriq, se les oíamurmurarporlobajo,admirados.ElQambiturromí.ElCampeador.Elraismoroseguíaacaballo,apoyadoenelarzóndelasilla,comentando
la maniobra con algunos de sus hombres. Se había quitado el yelmo paraenjugarse el sudor, y bajo la cofia se le veía el cabello corto, húmedo, tanrubio como sus cejas y su escasa barba.Hombros anchos ymanos fuertes.Ojosgrisesyclaros.Debíadetenerunostreintaypocosaños.—Assalamaleikum,raisYaqub.—Aleikumsalam,Sidi.—CreoquehablaslalenguadeCastilla.—Sí.—ÉlesMinayaAlvarFáñez,misegundo.Semiraronlosdosguerreroshaciendounaleveinclinacióndecabeza.Ruy
Díazseñalóalatropaagarena.—Misfelicitaciones.Esgentemuybienmandada.Elmoroacogióimpasibleelelogio,perolosotrosqueentendíanlalengua
hicierongestosdesatisfacción.—Veo que tu gente ha trabajado bien—lo aprobóRuyDíaz—.Los veo
cansados.—Esnatural,Sidi.Seafananenhacerlocomoesdebido.—Nolespesará,llegadoelcaso…Entreenemigosenigualescondiciones,
losmásresistentesalafatigasuelenconseguirlavictoria.—Inshalah.—Hablemosunmomento,raisYaqub.
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Desmontaronlostresysealejaronunospasosteniendoaloscaballosporlasriendas.EldíaeramuyclaroyseveíanbienelcastillodelaAljaferíay,másallá,laciudaddeZaragozajuntoalospuentes.Habíamujereshaciendolejíaconaguaycenizaenlaorilladelrío.—Sinomeequivoco,mandaráselcontingentemusulmán.—Noteequivocas,Sidi…MiseñorMutamán,queDiosloprotejaentrelos
creyentes,confíaenmíparaeso.—Pelearemoscontrafrancosyagarenos,comosabes.Quizátambiéncontra
aragonesesynavarros.—Esomehandicho.—Hasestadoyaenotrascampañas,tengoentendido.El moro lo miró en un apunte de ironía de inmediato desvanecido. Con
gestoenaparienciacasualsetocóunacicatrizqueteníaenelladoizquierdodelcuello,bajolamandíbula,medioocultaporelsudoryelpolvo.—Enalgunasestuve,Sidi.ObservóRuyDíazlamarca,indudablehuelladeunaherida.—¿Aceromoroocristiano?Sonrió apenas el otro, sujetando más fuerte las riendas del caballo, que
habíavistounavíborayagitabalacabeza.Lepalmeóconsuavidadelcuelloparatranquilizarlo.—Cristiano.Fuehaceaños,enelcombatedeDaroca.—Yoestuveallí—RuyDíazseñalóaMinaya,queaplastabaalavíborade
unpisotón—.Ytambiénél.—Iyeh,losé.Perovencimosnosotros.—Nihablar—protestóMinaya—.Fuimosnosotros.AlzóRuyDíazlamanolibre,mediando.—Acabóentablas,comoelajedrez—terció—.Todosnosretiramosalcaer
lanoche.Elcamponoquedóparaunosniparaotros.—Aunasí…—insistióMinaya.—Darocafuetablas,digo.Ypunto.Se miraron los tres con calma profesional. Tras un instante, Ruy Díaz
esbozóunasonrisa.—Tu señor Mutamán ha dicho que mandarás vuestra tropa. Bajo mis
órdenes.—LoharésiDiosnodisponeotracosa.—SiDioscambiadeidea,esperoquemelohagassaberdeinmediato.Elotronorespondióaeso.MiródesoslayoaMinayayluegomantuvola
mirada franca y fija en Ruy Díaz. Había, apreció éste, mucha firmeza y
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orgulloenella.Arroganciadeguerrero.—Tambiénhadicho tu señorMutamánquepuedoconfiaren ti—añadió
—. Que eres hombre valiente, noble campeón y eficaz luchador. Con unalealtadatodaprueba.Pareciópensarloelmoro,tomándosesutiempo.—Mientrasmiseñor,queDiosproteja,meordeneserteleal,loseré—dijo
alfin—.Niunmomentomás,niunmomentomenos.RuyDíazlomirabamuyserio.—Conesocuento…Entuoficioyelmío,setratamenosdecabalgarcon
amigosquedeconocercuándodejandeserlo.—Éseesunsabiopensamiento,meparece.—Síqueloes.Soltó Ruy Díaz las riendas para quitarse el guante de la mano diestra,
tendiéndoladesnuda.—Bienvenidoamihueste,raisYaqub.El moro se quedó inmóvil, observándolo. Después también se quitó el
guante y estrechó lamano que le ofrecía. Lo hizo despacio, sin apartar losojosdelossuyos.—Bienvenidoamitierra,Sidi.
Zureaban las palomas en la gran torre circular situada en la partemeridional de la Aljafería. Era temprano. El sol, todavía bajo sobre elhorizonte, iluminaba las troneras triangulares de los nidales. Olía aexcrementosdeaveycaloranimal.—Me gusta cómo suena este lugar por la mañana —dijo Mutamán,
complacido—. Escucha. ¿No te parece delicioso?…Ese rumor de palomasfelices.Asintió Ruy Díaz, aunque sin demasiada convicción. Felices o
desgraciadas,sóloleinteresabanlaspalomascomomensajerasoservidasenun plato. Pero el rey deZaragoza era aficionado a la cría de esas aves.Alpresentarse en palacio, al castellano lo habían conducido directamente a latorre.Raroeraeldía,ledijeronmientrassubíalasescaleras,enqueMutamánnoempezabaallísujornada.Setratabadeunenormepalomarconstruidoconmaderas,tejasyazulejos,provistodecortavientosycornisasqueprotegíandelasavesrapaces.
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—¿Ves estos pichones?—el rey moro sostenía dos en la palma de unamano—.Casiacabandenacer,ciegosyconsuplumoncilloamarillento.Enpocomás de unmes tendrán plumas de verdad y serán capaces de volar…Ahoratocamimarlos.DevolvióMutamán con delicadeza los polluelos a su nicho, tomó aRuy
Díazdelbrazoylohizocaminarunospasosrodeandoelpalomar.Vestíaelreyunsencilloalbornozdelana,babuchasyuncapiellodelinoblanco.Quienno loconociera lohabría tomadoporunsirvientecualquieradelpalacio,denoserporelanilloconrubíensumanoizquierdaylosdosfornidosnegrosdepielaceitadaque,alfanjealcinto,semanteníanalaadecuadadistancia.—Sonpalomasbravías,traídasdetierrademisabuelos.Yolasdomestico
yhagoprocrear—señalóunaparteaúnmásprotegidadelpalomar—.Mira,las de ese lado son lasmensajeras,mis ojitos derechos. ¿Sabías que ya lascriabanlosegipciosylosbabilonios?…¿YqueunadeellastrajoaNoéunaramitadeolivodespuésdelDiluvio?—Nollegotanlejos,señor.—Tambiénlasusaronlosromanos…¿Sabescosasdelosromanos,otoda
tucienciamilitarespráctica?—Nodemasiado,señor.BatallasdeJulioCésarypocomás.—¿Galliaestomnisdivisainpartestres?—Porejemplo.—PuesCésartambiénusabapalomas.—Ah.Loestudióelreymoroconcuriosidad.—¿NotuvisteestudiosalláenVivar,nicuandoeraspajeenlacortedelrey
Fernando?—Algunostuve.Rudimentosdelatín,cuentasyesascosas…Lonormalen
uninfanzóndeCastilla.Ycomoosdije,salíaguerrearmuyjoven.—Yaveo.SonreíaMutamán,vueltadenuevolaatenciónalpalomar,orgullosodelos
mejores ejemplares. Se losmostraba aRuyDíaz alabando su sentido de laorientación,elbrillanteplumaje,lafuerzaylaresistenciaalafatiga.Lasqueél criabaerancapaces, aseguró,devolar cientocuarenta leguasenuna solajornada.—Te llevarás algunas a tu cabalgada del norte, porque están bien
adiestradasy sabránencontrarel caminodevueltaesquivandoahalconesygavilanes…Tedarédelasmejores.—Gracias.Esunhonor.
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—Sí, lo es… No me gusta desprenderme de ellas, pero deseo estarinformadodecuantoocurra,yharánelrecorridoenmenostiempodeloqueemplearíaunmensajeroacaballo.—Contadconeso,señor.Elmorohabíametidoconsuavidadlasmanosenunnidalyextraídodeél
unapalomadebelloplumajegrisconiridiscenciasverdes.—Son aves muy limpias, pero vulnerables a los parásitos. Por eso les
revisopersonalmentelasplumasylaspatas…Mira.Unpiojo.Le mostró el insecto a Ruy Díaz antes de aplastarlo entre las uñas del
pulgaryelíndice.Despuésdevolvióelavealnidal.—Me gustaría acompañarte en esta primera cabalgada, pero hay asuntos
queme retienen aquí. De todas formas, una vez hayas asegurado un lugardondepasarelinvierno,mereunirécontigo…¿Hasdecididoyadónde?AsintióRuyDíaz.—DespuésdeMonzónmepropongotomarTamariteymantenermeallí.—EsoesmetersemuchoenLérida—elmorofruncíaelceño,pensativo—.
TaifademihermanoMundir.—Asíes,señor.Detodasformas,sinovamosnosotrosvendránellos.—Sinduda—concluyóMutamán—.YTamariteparecebuensitio.Espero
reunirmecontigoatiempoparahacerfrentealcontraataque.—¿Creéisquelointentarán?—No me cabe duda. Ni los francos, ni los aragoneses ni mi querido
hermanovanapermitirunaespinaclavadaallí.Querránsajarelabscesoantesdequesupure.Dio el rey unos pasos hasta las almenas, seguido por el castellano, y
contemplaronensilencioelbellopaisaje.Elsolestabaunpocomásaltoysuresplandor convertía el río enuna franjanacaradaycegadora.Laciudad sealzaba en contraluz tras lasmurallas, abigarrada de casas blancas y pardas.Erizadademinaretesdemezquitas.—De momento, quien primero nos adivina las intenciones es el rey de
Aragón—dijoelmoro—.Yasabesloquehadicho,¿no?…Alenterarsedequeandasporaquí.—Que si semeocurre acercarme aMonzón, vendrá encima con todo su
poder.—Loharásinduda…SanchoRamírezpuedeserunbruto,peronoesde
losquereculan.—Pues allí nos veremos, señor. Él y nosotros, de poder a poder. Y que
Diosayudealossuyos.
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—Tellevarécuantosrefuerzospueda.Palomasmensajerasaparte.—Quéharíayo,señor.Sinvuestraspalomas.Mutamán, que todo el tiempo había estadomirando el paisaje, se volvió
muydespaciohaciaRuyDíaz.Habíaunbrillorepentinoensusojos,peroelcastellanonolograbaadivinarsieradecóleraodediversión.—Megustas,LudriqQambitur—comentóelmoroalfin.—Mehacéisgranhonor.—Aúntelosharémayores.Guerrealomejorquepuedas,pormicuentay
enminombre.Justifica tu famay tusalario…Ysivencessiempre—habíarecalcadoel siempre—, teprometoquenadie te tratará jamáscomo loharéyo.Asegurarétufortunayladelostuyos.—Amén,decimosloscristianos.Sonrió el rey moro: una de aquellas sonrisas suyas, espontáneas y
simpáticas,quelecruzóelrostromorenocomounrápidotrazodemarfil.—Inshalah,decimosloscreyentes.
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IV
Sivencessiempre,serepitió.EsohabíadichoMutamánantesdelasonrisa,yenrealidadnohabíaotra:
vencerentodacircunstancia,puesensucasoderrotaequivalíaaaniquilación.ARuyDíazya lossuyos,mesnadaconbanderaasueldo, faltosde lugaryseñorpropiosalosqueacogerse,nolesquedabaotraqueseguiradelantesindesmayoniretiradaposible;comoaquellosgriegosalserviciodeunreypersacuya historia le habían contado de niño. Su único camino para lasupervivencia,alaesperadequealgúndíallegasedeCastillaelperdónreal,pasaba a través de los futuros y sucesivos campos de batalla. Conseguirbotines,matarparanomoriro,llegadoelcaso,morirmatando.Desde tiempo inmemorial, desde las guerras de los antiguos o desde
siempre,laúnicasalvacióndelosguerrerossinpatriaeranoesperarsalvaciónninguna.Pensabaenesosentadobajolalonadesutienda,mientrasdictabaunacarta
afrayMillán,elfrailebermejo.EstabadestinadaaJimena,suesposa.Eraunamisivafría,casiprotocolaria,quedabacuentadepormenoresgeneralesyseinteresabaporsuestadodesaludyporsubienestaryeldesushijas.Apenashabía corazón en ella, y no porque Ruy Díaz la escribiese por manointerpuesta, ya que la elección del fraile para el menester era deliberada.Resultaba más cómodo así; más adecuadamente distanciado, pues permitíaevitar ciertos extremos.Una cosa era el pensamiento abstracto, la nostalgiadelcuerpodesumujer,elcalordesucompañíayelafectodelasniñas,queenverdad echaba demenos, y otra la intensidad de tales sentimientos, o elpesoconcretodeéstos.Parahombrescomoél,convidascomolasuya,enelinciertopaisajeporel
quesemovíanpresenteyfuturo,cuantoquedabaatráseramásunlastrequeunestímulo.Nohabíaotromundoreal,específico,queelquepodíallevarenlasilladelcaballooalcintoconlaespada.—Conmiamorymirespeto—concluyó.
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Repitióelescribalasúltimaspalabrasy,alterminarelrasgueodelaplumade ave, vertió arenilla de la salvadera a fin de secar la tinta. Después selevantóyvinohastaRuyDíazparaquefirmara.—Gracias,fráter.—Avuestroservicio,Sidi.SonrióRuyDíazensusadentros. Inclusoel fraile lo llamabaasí.Esoera
bueno,consideró.Tejíaprestigioyconsolidabaleyenda:justoloque,ademásde dinero, él y la hueste necesitaban.Hasta que demostrasen en la fronteranordeste lo que de verdad eran capaces de hacer, todo se basaba en unapalabra:reputación.Éseeraentalmomentosuúnicopatrimonio.AcababaderetirarseelfrailecuandollegaronMinayayDiegoOrdóñez.Al
levantar la lona de la entrada, la claridad cruda del día penetró con ellos.Venían cansados y polvorientos, pues habían trabajado toda lamañana conmoros y cristianos, ejercitándolos. Sin decir palabra, Ruy Díaz señaló unajarraconaguapuestasobreuncofre,ylosdosbebieronconansia.—Hay un problema—dijoMinaya, secándose la boca y la barba con el
dorsodeunamano.—¿Grave?—Sí,porvidade.Ypodríaserloaúnmás.FueDiegoOrdóñez,encargadode ladisciplinaen lahueste,quienrefirió
lospormenores.Enunodelosejercicios,enelcalordelaacometida,unodelos castellanos se había trabado de malos modos con un agareno. Primerohubounintercambiodeverbosdestemplados.Alfin,elmorohabíavueltolaespalday escupido al suelo, despectivo; y el otro, furiosopor el desaire, lehabíaidodetrás,dándoleunabellacacuchilladaquelodejóenelsitio.—¿Muerto?—seinquietóRuyDíaz.—Tantocomomibisabuela.—¿Ycómohanreaccionadolosmoros?—Telopuedesfigurar.Casiseamotinan,yapuntoestuvimosdellegara
lasmanos… Sólo pudimos calmarlos un poco poniéndole grillos a nuestrohombreyprometiendojusticia.—Pero no les basta —añadió Minaya—. Están en su campamento,
arremolinadosydandovoces.ReflexionabaRuyDíaz,reprimiendolasganasdemaldecir.—Conesagente,lasdeudasdesangresonmalas—dijo.—Mucho.Poresoconvienequetedejescaerporallíloantesposible,para
calmarlosánimos.
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—O para degollar a unos cuantos más —apuntó Ordóñez con malaintención—. Juntar a unos y a otros es mezclar lumbre y estopa, ya os loadvertí…Dudoquefuncione.RuyDíazhizocasoomisodeeso.Pensabaencosasmásurgentes.—¿Losabesurais,eltalYaqub?Minayaencogióloshombros.—Puesclaroquelosabe.Ydenoserporél,quecontieneasugentecomo
puede,yaestaríamosdestripándonosunosaotros.Se levantó preocupado Ruy Díaz, y tomando un manto y una daga se
dispusoasalir.Minayalomirabasombrío.—¿Vasdeesemodo,sincota?¿Consólounmantoyunaaljubadepielde
gamo?—Essuficiente.—Porvidade.¿Tienesideadedóndetevasameter?—Venga…Vámonos.Porsuparte,manteniendoapartadalalonadelaentradaparadejarlespaso,
DiegoOrdóñezparecíadivertidoconlasituación.—Yodeti,Ruy—sugirió,mordaz—,llevaríatambiénlaespada.
Minayalehabíareunidounaescoltapersonal:docebuenosmozos,todosdeVivar,armadoshastalosdientes.Aguardabanfueraconestólidaexpresióndemastinesfieles,dispuestosamataroadejarsehacerpedazossinunapalabrani una queja. Pero Ruy Díaz les ordenó que los siguieran a distancia, sinacercarse.—Estásloco—lesusurróMinaya—.Silosmorossenosechanencima…—Enesecaso,igualdarándocemásquemenos.Además,noconvieneque
nosveandesconfiar.—Esqueyodesconfío,rediós.—Puesprocuraquenosetenote.—Esoesfácildecirlo.—Cállatedeunavez.MinayapusomalacaraycambióunaojeadainquietaconOrdóñez,quese
limitóareírentredientes.—Vamos—ordenóRuyDíaz.Caminaronlostressinapresurarsehastalaplazadearmas.
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Era ésta un llano de trescientos pasos de anchura, con las tiendas de loscristianosaunladoylasdelosmorosmásallá.Estabaocupadapordocenasde hombres con ganas de llegar a las manos. Vociferaban indignados losagarenosyapretabanlosdientesloscastellanos,mirándoseentresícomoparapreguntarse hasta cuándo aguantarían insultos y desafueros. Al que habíamatadoalmoroselollevabanconhierrosenlasmuñecasybajocustodiadesuscompañeros;que,desenvainadaslasespadas,impedíanquenadiellegarahastaél.RuyDíazlomiróbrevementealpasar,seinternóentresushombres,quienes le fueron abriendo paso, y anduvo hasta losmoros, que lomiraronconcuriosidadhostil.Amedidaqueseacercaba,losdelasprimerasfilascesaronensugriterío.—Pasofranco—ordenó,conmuchasangrefríaymuchacalma.Rostros morenos, barbas, turbantes, ojos oscuros y coléricos. Algunos
tenían las espadas fuera de la vaina, y sus hojas relucían bajo el solpolvoriento.RuyDíazlosmirósereno,condureza.Procurabaquenadaensuapariencia delatase la tensión que crispaba cadamúsculo de su cuerpo.Eraconsciente de que si uno de aquellos hombres,más furioso o decidido queotros,alzabalaespadacontraél,todosleiríanencimacomojauríadelobos.Másallá,entresuscabezas,alcanzóaveraYaqubal-Jatib.Elraismorolo
mirabaconfijeza,inexpresivo.—Pasofranco—repitióRuyDíaz,firme,espaciandobienlasdospalabras.Ahorael silencioeracasi absoluto.Callaban losmoros, expectantes,yel
jefedelahuestesólooía,muycercayasusflancos, larespiracióntensadeMinayayelresuellodeDiegoOrdóñez,queseguíariendoentredientescomoun perro satisfecho, cual si todo aquello no fuese más que una broma sinimportancia.Entonces,entrelosmoros,seoyólavozdeYaqubal-Jatib.Athayadu,gritó.Retiraos.Laordenresonóaltayclaraenelsilencio.Ytrasunosinstantes
queparecieronhoras, losagarenosqueestabandelanteabrieronpasoaRuyDíaz.—Quedaosahí—ordenóaMinayayOrdóñez.Luegocaminósereno,internándoseentrelosmoros.Olía sus ropas y sus armas. Sentía en él docenas de miradas: curiosas,
inquisitivas, desconfiadas, temerosas, coléricas. Era Sidi Qambitur ycaminabaentreellossinmiraranadieymirándolosatodos,indiferentealosacerosquelorodeaban.Sinmolestarsesiquieraenacercarlasmanosaladaga
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quellevabaalcinto.Protegido,comosifuerainvulnerable,porsunombreysuleyenda.Elartedelmandoeratratarconlanaturalezahumana,yélhabíadedicado
suvidaaaprenderlo.Pagandoporcadalección.LlegóasíhastaYaqubal-Jatib.Eljefeagarenonosehabíamovido,niidoa
suencuentro.Tampocohabíadichonadamás.Silencioso, inmóvil,cruzadoslos brazos, lo dejaba caminar indefenso entre su gente, expuesto al peligro,estudiándolo con mucha atención mientras pasaba la prueba. Tal vez paramostrárseloasuspropioshombres.Oquizáparacomprobarloél.RuyDíazsedetuvoadospasos.Semirabanalosojos.—¿Quéquierentushombres,raisYaqub?—Justicia.Sonóseco.Sininflexionesnimáspalabras.Asintióelcastellano.—Sehará,nolodudes.—Laharemosnosotros,Sidi…Dichoseaconrespeto.DudóunmomentoRuyDíaz.Apenasfueeseinstante,peroelmorosedio
cuenta.—Haocurridoennuestratierra—añadió.AsintiódenuevoRuyDíaz,cauto.Buscandoganartiempo.—PoresodebemosconsultarloconelreyMutamán.Negó firme el otro.Había apoyado la palma de lamano en el pomo del
alfanjesirioquelependíaalcostado.Elsolcasicenitalcortabaunasombraduraensurostro.—Estonoesasuntodereyes,sinodesoldados.ReflexionabaRuyDíaz.Enrealidad,Yaqubal-Jatibteníarazón.Unmoro
asesinadocasibajolosmurosdeZaragozateníapocoquediscutir.Perosilesentregabaalcristianoparaqueloejecutaranellos,lahuesteibaasublevarse.—Di una orden a los míos… Quien mate a un agareno será ahorcado
despuésdeamputarlelasmanos.Entornabaelmorolospárpados,condesconfianza.—¿Esloquepiensashacer?Parecía escéptico. Suspiró en sus adentros Ruy Díaz, resignado a lo
inevitable.Noquedabamuchoporreflexionarapartirdeahí.LaalianzaconZaragoza,ladisciplina,elfuturodelahueste, lasvidasdetodos,estabanenjuego en ese momento. Asintió de nuevo con la cabeza, dos veces.Procurandohacerlodespacio,muysereno.—Esloquepiensohacer,desdeluego.—¿Inclusocortarlelasmanos?
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—Incluso.El moro miró a los suyos y después de nuevo a él. Su recelo se había
trocadoensatisfacción.O talvezera respeto.Entre labarbarubiaapuntabaunasonrisa.—¿Ypodremosverlonosotros?SeencogiódehombrosRuyDíaz.—Puesclaro.
Lohabíanmetidoenunrecintodetablonesylonadondesealmacenabaelforraje. Había dos hombres de guardia en la entrada y otros dos dentro,vigilándolo.—SellamaLuengo—dijoDiegoOrdóñez.—¿Ydenombre?—Tello…EsdenuestragentedeVivar.—Malasuerte.—Sí.RuyDíazsedetuvoanteelprisionero,queestabasentadosobreunhazde
henoysehabíaincorporadodespacioalverloentrar,resonanteslosgrilletesqueleaferrabanlasmanosylospiesconunacadena.—Lo tuyo fue una estupidez, Tello Luengo. Y nos ha traído un grave
problema.Hizo el otro un ademán afirmativo.Era unmozo robusto con aspecto de
guerrero: manos nervudas, hombros anchos. Llevaba el pelo corto, a losoldado,ylabarbaeracastañayrizada.Suropaaúnestabamanchadaconlasangrepardaysecadelagarenomuerto.—Losé,señor.Ylosiento.—Quetúlosientasyanoarreglanada.Lo miraba el prisionero sin apartar la vista. Parecía tranquilo, o se
esforzabaenaparentarlo.Sóloparpadeabaunpocomásdelonormal.Comoel restode lahueste, estabaal corrientede lasórdenes.No le cabíandudassobre cómo iba a terminar aquello, y parecía asumirlo con razonableestoicismo.—¿Tengoalgunaposibilidad?MovióRuyDíazfríamentelacabeza.—Ninguna.—¿Horcaotajo?
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Al preguntar eso, Ruy Díaz le advirtió un leve temblor en la voz.Comprensible,porotraparte.Sogayhachaterminabanigual,peronoeranlomismo.—Conoceslasordenanzas.Todanuestragentelasconoce.Parpadeabaelotroaúnmásrápido,ahora.—SoydeVivar,Sidi.—Esomehandicho.—SobrinodeLaínGarcía.Losmíossonparientesdevuestrafamilia.Recordó vagamente Ruy Díaz: infanzones pobres, primos lejanos de su
padre.Unhijoaloficiodelasarmasyotrosavivirdelapequeñaporcióndetierraquelespertenecía.Unavidadura.—Losconozco.—Vineconvosdesdeelprincipio…CombatíenZamora,enCabrayenla
algara sobre Toledo. Después os acompañé al destierro y estuve en lapersecucióndelaaceifamorabí.Matéadosmorosenlacalzadaromana.—Teloagradezco…¿Hayalgoquepuedahacer?MiróelprisioneroaDiegoOrdóñezyalosguardias,comosisedispusiera
areclamarlestestimonio.—Elmoromeescupió.Habíamostenidounencontronazo,ysemesubióla
sangrealcampanario…Podríahaberlepasadoacualquiera.—Cierto.Perotepasóati.Alzóelotrolasmanos,mostrandolosgrilletesquelasaprisionaban.—Lodecortármelasantesdelaejecución…Sequedócalladounmomento,enlamismapostura,sosteniéndolelacaraa
RuyDíaz.Alcabobajólosgrilletes.—Eso puedo entenderlo—añadió—. Lo de las manos. Y no es que me
guste… Pero la horca es una vergüenza, señor. Indigna de un hombre dearmas.—Poresolaestablecícomopena.Paraevitarcosascomolaquehashecho.—Degollarmeseríamásdecente.—Ya.Peronodejaríasatisfechosalosmoros.Pareciómeditarloelotro,fruncidoelceñoybarbasobreelpecho,antesde
alzarbruscolamirada.Habíaahoraunrelámpagodesafianteenella.—Soyunsoldado—protestó.RuyDíazsemantuvoimpasible.—Hoy sólo eres un asesino. Y muchas cosas dependen de que se haga
justicia.Sevolvióhacialosguardias,señalándoleslapuerta.
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—Dejadnos solos —miró a Ordóñez, que remoloneaba—. Tú también,Diego.Se quedaron frente a frente. La expresión de RuyDíaz había cambiado.
Menosdura,ahora.Mástoleranteyamistosa.—Sinohagocumplirmispropiasórdenes—explicó—,habráunarevuelta
ycorrerá lasangre…Laalianzaconel reyMutamánse iráaldiablo,ynoscostarádiosyayudasalirdeaquí,siesqueloconseguimos.Mirabainquisitivoalotro,queescuchabaconatención.—¿Locomprendes,TelloLuengo?Asintióelsoldado.—Locomprendo,señor.—Lo de la horca es inevitable—indicó los grilletes—. En cuanto a las
manos… Escucha. Te vamos a dar vino con un bebedizo que te dejaráinsensible.Apenasnotarásnada.Nisiquieralasogavasasentir.Yentreunacosayotraapenaspasaráunmomento.Serárápidoyloharemosbien.—¿Qué pasará conmi cuerpo, señor?…Nome gustaría acabar expuesto
ahíafuera,comidoporloscuervosylosperros.—Seteharáunbuenentierrocristiano,comoesdebido.Tienesmipalabra.Por primera vez, una leve sonrisa asomó a los labios del prisionero: una
muecalentayamarga.—Loquelamentoesdescansarentierradeinfieles,señor.—Agentecomonosotrosnosdaigualendóndeestélasepultura—sonrióa
suvez—.¿Nocrees?—Esoesverdad.—Enlonuestro,morirvadeoficio.—Sí…¿Cuándovaaser?—Muyrápido,deaquíapocorato.Estánpreparandoelcadalso.Todosirán
averlo,morosycristianos.Seacentuólasonrisaamarga.—Hayquedarejemplo.—Sí.—Noospreocupéis,señor.Daréunlindoespectáculo.—Asíloespero,porquedeesosetrata.PensóRuyDíazsihabíaalgomásquedecir,peronoencontrónada.Entre
hombrescomoellos,todoestabadichoya.—¿Puedohaceralgomásporti?Lopensóelotrouninstante.
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—AlláenVivartengotreshermanassolteras…Sidotaraisaunadeellas,ayudándolaacasarse,esoaliviaríaunpocoamispadres.—Asíserá,enloqueyopueda.Ytambiénlesharéllegarlapagaquesete
debahastahoy.—Osloagradezco.—¿Estásdispuesto?—Todocuantopuedeestarse,aunquenoseamucho…Nopidáisperasal
olmo.—¿Quieresconfesión?—Convendría.—TemandaréafrayMillán.Yelbebedizo.Trasunmomentodeduda,alzóRuyDíazunamanoylaposóenelhombro
delprisionero,quenorehuyóelcontacto.—Noesfácilmandar,TelloLuengo.—Nosiempreesfácilobedecer,señor.—Losé…Poresoesunhonormandarahombrescomotú.¿Algunacosa
más?Brillabanlosojosdelotro,reconfortadodeorgullo.—Deseadmequemuerabien.—Adiós,soldado.—Adiós,Sidi.
Comohombrequehabíahechodelaguerrasuoficio,TelloLuengomurióbien.Losacarondespuésdequelosmorosrezaranlazaládelmediodía,cuando
el sol ya declinaba en el cielo. Escoltado por cuatro hombres y sujeto porotros dos, engrilletadas las manos, caminó con entereza hasta el cadalso,observadoporlahuestecristianaylatropaagarenaquesehabíancongregadoa uno y otro lado para presenciar la ejecución. Su continente era sereno ymirabaalfrente,vagoslosojos,conairedeestarpensandoenotracosa.Elzumodeadormiderasmezcladoconvino,pensóRuyDíaz,habíaobrado
suefecto.FrayMillánesperabaalpiedelcadalso,untabladosobreelque,alextremo
detresmaderossinpulir,pendíalasoga.Debajohabíauntocóndetajaryunhacha.El fraile recibióal reoconunos latinesy ledioabesaruncrucifijo.
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DespuésDiegoOrdóñez,comosargentomayoraldelahueste,tomódelbrazoaLuengoylohizosubirlosseispeldañosdelcadalso.Moros y cristianos observaban expectantes, en contenido silencio. Ruy
Díazpermanecíaenprimerafila,conloscabosde la tropa.Alotro ladodelcampo,entre lossuyos,veíaaYaqubal-Jatib,que locontemplaba todoconextremaatención.Avecessusojosseencontrabanconlosdeljefecristiano,yambossosteníanlamirada,inexpresivos.Impasibles.Todotranscurrióconrazonablerapidez.ConDiegoOrdóñezcomomaestro
deceremonianoeranecesarioverdugo,puesnuncaponíareparosaocuparsedeeso.Mientrasélcogíaelhachaycomprobabael filo, losdosguardianeshicieron que Luengo se arrodillase y extendiera los brazos sobre el tajo,tirandode lacadenade losgrilletes.Obedecióéstesinoponerresistencia;ycomo si de pronto tomara conciencia del lugar en que se hallaba, paseó lavistaalrededor.Lohizoconunrepentinogestodeextrañeza,oestupor,cualsihastaentoncesnohubiera sidoconscientede loque ibaaocurrir.Porunmomentoparecióquererincorporarse,peroloretuvieronenelsitio.Alcabomiróentornoydijoalgoenvozbajaalosquelosujetaban.Aflojaronéstosunpocoeltiróndelacadena,yelreoalzólasmanosparahacerlaseñaldelacruz.Miró después al cielo, cerró los ojos, tensaron de nuevo sus grilletesjuntándolelasmuñecassobreeltajo,yDiegoOrdóñezlecortólasdosmanosdeunsologolpe.De las filas de los moros surgió un griterío de aprobación. Un clamor
vengativoysatisfecho.
Pendíaelcuerpodelahorca,dondeibaaquedarcolgadohastalapuestadesol. Se retiraban a sus tiendasmoros y cristianos cuandoYaqub al-Jatib seacercóaRuyDíaz.—Aprecioloquehashecho,Sidi.—Losé.—Séquelosabes…Peroesdehonraveniradecírtelo.—Esotambiénlosé.Pasearonhastaelrío.Ibansolos.Habíalavanderasacuclilladasenlaorilla;
algunas tenían el rostro velado, pero la mayoría sólo llevaba pañuelosrecogiéndoleselcabello.Elaguaveníaturbia,decolorterroso.Enladistanciadespuntabanlosminaretesdelaciudad.
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—MiseñorMutamán,aquienelDiosdeloscreyentesproteja,haestadoalcorrientedetodo.SequedómirandoelmoroaRuyDíaz,atentoasureacción.Peroéstese
limitóaasentir.—Losuponía—dijo.—Le estuve mandando mensajeros, pues así lo exigió. No deseaba
intervenir,perosíconocercuantopasaba.SonrióapenasRuyDíaz.—¿Unaespeciedeprueba,comoentucaso?—Podríaser.—Tureyesunhombresabio.—Loes.Ymeencargaque te transmitaalgo: está satisfechodecómo lo
hasresueltotodo.LomirabaRuyDíazconmuchaatención.—¿Y tú, rais Yaqub? —inquirió tras un silencio—. ¿También estás
satisfecho?Sepasóelmorounamanoporelpelocortoyrubio.Comopensándolo.—Yonolohabríahechomejor—dijoalfin—.Pormicaratelojuro.Has
dadoejemploatugenteyalamía.Yahoralamíatambiénestugente.—¿Y a ti? —el castellano seguía mirándolo con fijeza—. ¿Puedo
considerartemigente?Tocóelotrolaempuñaduradesualfanjecomosilopusieraportestigo.—Yate lodije,Sidi…MientrasmiseñorMutamánmeloordene, teseré
leal.Niunmomentomenos,niunmomentomás.Anduvieron en silencio por un camino de sirga. Dos barquitos de
pescadores pasaron río abajo, izadas las velas blancas y triangulares.A lospocospasos,elmoroseagachóacogeruntallodehinojoyselopusoenlaboca.—Tengootroencargodemireyparati—comentó—.Ytienequevercon
dinero.—Dime.—A mi gente la sostiene nuestro señor, y eso está en regla… Pero tú
necesitas pagar a la tuya, y ya está dispuesta la primera cantidad, comoacordasteis.Esoylosfondosparalacampañadelnordeste.—Esunabuenanoticia.¿Melaentregaránsustesoreros?Masticaba el otro el hinojo sin darse prisa en responder. Al cabo de un
momentoescupióeltallo.
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—Porahoramiseñor,alqueDios ilumine,nocreeconvenientequepasedinerodesusmanosalasdeunahuestecristiana.Almenos, todavía.Noesque no lo tenga, naturalmente. Pero debe guardar ciertas formas… ¿Locomprendes?—Podríacomprenderlosimeexplicaselresto.Yaqubal-JatibmiróhaciaZaragoza.—Hay un judío en la ciudad. Muy rico y bien situado. Recauda los
impuestosparaelreymiseñor.—LovienunconviteenlaAljafería,meparece.—Esemismo, sí.Se llamaAribben Ishaq…La ideaesqueél te lodéa
mododeadelanto.Sininterés,porsupuesto.LopensóunmomentoRuyDíaz.Empezabaaverclaralajugada.—Nonecesitounpréstamo—concluyó.—Teequivocas,Sidi,dichoseacontodorespeto.Lonecesitassimiseñor
lodice.—¿Aquéplazosería?—Esodebesdecidirlotúconeljudío.—¿Yeldineromeloprestaráamí,noaMutamán?—Iyeh.Exacto.Seguía reflexionando Ruy Díaz. Irritado consigo mismo por no haber
previsto aquello.No sólo se tratabadeque el reydeZaragozaguardara lasformas. También era un modo astuto de endosar a otro los pagos. Si lacampaña salía bien, el botín y el quinto real compensarían los gastos deMutamán,asíquenotendríainconvenienteensaldarsudeudaconlahuestecristiana:ningúnriesgoytodobeneficios.Siporelcontrariolasuertedelasarmaseraadversa,elreynohabríaperdidonadaysóloRuyDíaz,encasodeseguir vivo para entonces, iba a ser deudor del prestamista hebreo. Algoexclusivamentesuyo.QuereembolsaraonoeldineroyanoseríaproblemadeMutamán.—Insistoenquetuseñoresunhombresabio.Sonreíaelmoro,divertido.—Sí…Diostambiénlohabendecidoconeso.
Regresabanalcampamentoporlaorilladelríocuandolabrisatrajo,desdela ciudad, el rumor lejano de los almuédanos voceando el adán en los
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minaretesde lasmezquitas.RuyDíazobservóque la sombrade losárbolesresultabayaigualasualtura.—Terceraoración—comentó,deteniéndose.Yaqubal-Jatiblomiró,agradablementesorprendido.—¿Noteimporta?—Porfavor.Todavía lo contempló el moro un momento, pensativo. Después,
agachándoseenunaspiedrasjuntoaunremansodelagua,selavólacaraylasmanos;y,trasdescalzarse,hizolomismoconlospies,hastalostobillos.Traspensarlobrevemente,RuyDíazseacuclillóasulado.—¿Mepermitesacompañarte?Lasorpresadelotrosetrocóenestupor.—¿Conoceslaoracióndelatarde?—Lasconozcotodas.—¿Tambiénlasrakaat?…¿Losmovimientos?—Sí.—Peroerescristiano.—Rezamos al mismo Dios, que es uno solo —Ruy Díaz empezó a
descalzarse,quitándoselashuesas—.Lailahailalahu…NohayotrodiosqueDios,MahomaeselmensajerodeDiosyJesucristootrogranprofeta…¿Noescierto?Asintióelmoro,complacido.—Ésaesunagranverdad.—Noveo,entonces,ningunarazónquenosimpidaorarjuntos.Sequedóelmoroinmóvilyensilencio.—Eresunhombreextraño,Sidi—dijoalfin.—No, raisYaqub—cumpliendoel ritual,RuyDíaz sepasabaunamano
mojadaporlacara—.Sólosoyunhombredelafrontera.Terminadalaabluciónprevia,losdossepusieronenpie,descalzos,vueltos
haciaoriente.Aúnasombrado,cualsinoacabasedecreerloqueveía,Yaqubal-Jatibmirabadereojoasuacompañante,siguiendoconatencióncadaunodelosademanesdeéste,puntualmentecoordinadosconlossuyos.—Alahuakbar…Levantaronambos lasmanoshasta loshombros, y tras cruzarlas sobre el
pecho se inclinaron poniéndolas encima de las rodillas. Subhana rabbiyaal-adim, recitaron al unísono. Samia alahuliman hamidah. Y algo después,prosternadosconlafrentetocandoelsuelo,alabaronaDiosportresveces.Subhanarabbiyalalawa…
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Cuando acabó la oración se calzaron en silencio. Y al incorporarse,sintiendofijosenéllosojosadmiradosdeYaqubal-Jatib,eljefedelahuestesupoqueacababadeganarseelcorazóndeaquelhombre.Yconél,sulealtadhastalamuerte.
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V
Másalládelamezquitamayor,lascallejasdelajuderíadeZaragozaeranestrechas,conmurosencalados.Puertas,celosíasyventanasestabanpintadasde azul, verde y rojo, pero la luz decreciente apagaba los colores, dando atodo una pátina sombría y gris. Algunos bacalitos y pequeñas tiendasempezaban a cerrar; y en otros, aún abiertos, se encendían candiles en elinteriorqueproyectabanen la calleuna luz aceitosayvaga.Era lahora enqueellentocrepúsculodabapasoalassombras.Elhombrequelosconducíacaminabademasiadorápido,yDiegoOrdóñez
lellamólaatención.—Niseacabaelmundo,ninoscorrenmoros…Vemásdespacio.Sedetuvoelotroaesperarlos:Ordóñez,MartínAntolínezyRuyDíaz.Era
unhebreojovenycorpulento,vestidoconunsayodepañoburdoyungorrodelana.—Yaestamoscasi—dijoenhabladeCastilla.—Razóndemásparaquenocorrastanto.—Déjalo—dijoRuyDíaz.—Putojudío.—Déjalo,tedigo.Miró Ordóñez en torno con desagrado. La capa con capucha que le
oscurecía el rostro, como la de Ruy Díaz, le daba un aspecto de monjesiniestro.Entrelosplieguesdelpañoasomabalaempuñaduradeunaespada.—Nomegustaestebarrio.Niestagente,asesinadeCristo.—Puesunodeellosnosvaadardinero…Asíquetenpacienciaycierrala
boca.Aún recorrieron dos callesmás, con vueltas y revueltas, antes de que el
hebreosedetuvieraanteunportóndondeenesemomentouncriadoencendíaun farol.El jovencorpulentocambióconélunaspalabras, señalóa los trescristianos y desapareció en las sombras sin decir nada. Ordóñez se quedóafuera,vigilando,yelsirvientehizopasaralosotrosdos.—Esunhonor—dijoeldueñodelacasa.
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AribbenIshaqdebíadeandarporlossesentaaños.Eraaltoymuyflaco,eibapeorvestidoqueenelconvitedeMutamán.Sualbornozarayasparecíaflotarsobreuncuerpohuesudo.Teníaunasmanoslargasdeuñasdemasiadocrecidas,unanarizgrandesobreunrostrobarbudoyunacabezaestrechaencuyacoronillallevabaunakipádelanaroja.Suúnicoadornoeraunenormeanillodeoroenlamanoizquierda.Lomásnotableenél,aprecióRuyDíaz,eransusojososcuros,melancólicoseinteligentes.—Porfavor,adelante.Honradmicasa.Indicaba un suelo cubierto de buenas alfombras, con cojines de cuero en
torno a una bandeja de cobre labrado. Un candelabro grande con velonesencendidosalumbrabalahabitación.Adiferenciadelausteroexterior,lacasaseveíaamuebladaconunlujoconfortableydiscreto.—¿Puedoofrecerosalgodecomer?—No—respondióRuyDíaz—.Tenemosprisa.—¿Debeber,entonces?…¿Vino,infusióndehierbas,agua?—Conaguaserásuficiente.Diounapalmadael recaudador,elcriado trajoaguaenunabella jarrade
vidrio y el propio dueño de la casa llenó los vasos. Ya estaban los tressentadosenelsuelo.—Esunverdaderohonorverosdenuevo—insistióelhebreo.Permanecieroncallados,mirándosemientrasbebíanelagua,queeralimpia
y fresca.Además de inteligentes, concluyóRuyDíaz, los ojos deArib benIshaq eran astutos. Una astucia tranquila y segura de sí. Parecíanacostumbradosacontardineroyacalibraraquieneslopedían.—MiseñorMutamánmehapuestoalcorriente—dijoeljudío.AsintióRuyDíaz.—Esonosahorratiempo.—Porsupuesto,nohaynadaqueyopuedanegarleamiseñor.—Locelebro.—Niavos.—Esotambiénlocelebro.Haceinnecesariaslasexplicaciones.Pensaba Ruy Díaz en la posición del hombre al que tenía delante,
privilegiadaytambiénpeligrosa.RecaudarimpuestosparaelreydeZaragozaera asunto delicado, pues Ben Ishaq cargaba con la tacha de lo impopular,dejando aMutamán almargen, o casi. Su labor aseguraba almonarca unasrentas,yélse reservabaalgún lucroprivado.Sienalgúnmomentoalgo ibamal,si lapresióntributariasobreelpuebloeraexcesiva,elreydeZaragoza
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siempre podía hacer de Poncio Pilatos ofreciendo la cabeza de un odiadojudíoacusadodemalversación.Despuéslebastaríaconnombraraotro.—De todas formas, es una cantidad de dinero considerable —dijo Ben
Ishaq.—Loes,enefecto.ElhebreomirabaaMartínAntolínezconsuspicacia,preguntándosequién
erayquéhacíaallí.RuyDíazledespejóladuda.—Esmihombredelosnúmeros…Élseocupadelosgastoseingresosde
lahueste:repartosdebotín,quintosdelreyycosasporelestilo.Detodamiconfianza.Tieneenlacabezacosasdelasqueyocarezco.AsintióBenIshaq.—¿PuedotenerlamerceddellamarosSidi?—Asísuelenhacerloenestastierras.Aventuró el otro una sonrisa entre taimada y dubitativa, aunque
posiblementeerasólotaimada.—Ochocientos dinares es una cantidadmuy grande, Sidi…Eso son casi
cincomildírhams.—Losé.Poresoestoyaquíestanoche.Otrapausacorta.Elhebreosemirabaelgruesoanillodeoro,pensativo.—¿Puedohablarosconfranqueza?—Naturalmente.Alzóelotroelrostro.—Vuestrasgarantíassonpocas.SonreíaRuyDíazconmuchafrialdad.—Bastaconuna,yeselreyMutamán.—Ya,perolousual…—Lousual esque cumpláis susórdenes: lamitaddeldinero espara tres
meses de pagas; la otra se destina a bastimentos, carromatos y recuas demulas.—Claro, de eso no hay duda—parpadeó el judío, cual si le costara ir al
grano—.Encuantoalosintereses…Lodejóahí,enarcandomucholascejas.Comosiélmismosesorprendiera
dehaberdichomásdeloquelacortesíalepermitíadecir.RuyDíazsellevóel vaso de agua a los labios, bebió despacio y lo puso de nuevo sobre labandeja.—Nohay intereses.Asíme lohandicho,yesodebeestarclarodesdeel
principio.—Corrounriesgo,Sidi—protestóelotro.
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—Másriesgocorremosmigenteyyo.—Aesomerefiero.Encasodeque…Hum.Silasuerteosfueraadversa…—Siaragonesesyfrancosnosdestrozan,queréisdecir.—NoquieraDios—alzabaelotro lasmanos,apaciguador—permitiresa
desgracia.—Lotendríaisdifícilpararecobrareldinero,desdeluego.—Celebroqueloveáistanclaro.Micompensación…—Vuestra compensación, tengo entendido, la obtenéis cobrando los
impuestosdevuestrorey.Yquedándoosconelremanentecuandosobra.Setragóaquelloelhebreo,nosindificultad.—Tambiénpongodemibolsacuandofalta.Todohayquedecirlo.—Esonoesasuntomío.Estavezelsilencioseprolongóunpocomás.RuyDíazdeseabaquetodo
calasehondoenlamentedesuinterlocutor.—Niundírhamdemás,AribbenIshaq—añadióalfin—.Esodebequedar
claro.Fueradelreembolsodelasuma,notendréisniunamoneda.Esencargodelrey.—¿Oslohadichoélpersonalmente?—Está por encima de esos detalles, como sabéis…Perome lo ha hecho
llegarporconductoapropiado.Ysupongoqueavostambién.Titubeóelotro.—Notengonadaporescrito.—Estoysegurodequealgooshabrándichodepalabra.—Quizá —volvía a dudar el recaudador, debatiéndose entre lucro y
obediencia—.Aunquenadasobreperdonarintereses.RuyDíazhizoun ademánde calculada cólera.Casi podía escuchar, a su
lado,larisainteriordeMartínAntolínez.—¿Perdonar?…VotoaDiosysussantos.¿Osatrevéisautilizarconmigo
esapalabra?Seapresuróelhebreoarecogervelas,justificándose.—Nolopretendía.Miintenciónerasólo…—Puescuidadvuestrasintenciones.Lacampañaesdelrey,nomía.Aúnarriesgóelotrounadébilprotesta.—Peronoospagaél,sinoyo.—Supongo queMutamán desea comprometerse lo justo. El dinero es un
asuntodelicado.—Sí—suspiróelrecaudador—.Muydelicado.
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Otro silencio.Ben Ishaq volvió amirarse el anillomientrasRuyDíaz loobservaba cocinar lo que bullía en su cabeza. Si la campaña del nordesteterminabamal,noibaacobrar.Adiósalosochocientosdinares.—Nopuedoservirosentalescondiciones,Sidi.MartínAntolínezibaadeciralgo,peroRuyDíazleapoyóunamanoenun
brazo.Sepusoenpiecondeliberadabrusquedad.—Graciasporelagua.Buenasnoches.—Esperad.El semblante del judío mostraba consternación y alarma. El jefe de la
huestelomiróconaspereza.—¿Aqué?…Nohevenidoparaperdereltiempo.Ben Ishaq continuaba sentado.Con aire contrito señaló el cojín vacío de
RuyDíaz,invitándoloaocuparlodenuevo.—Soisunhombreduro—miróaMartínAntolínez—.¿Noosloparece?—Loes,enefecto—elotromoderabaunapuntederisa—.Poresosirvo
conél.BenIshaqsevolvióotravezhaciaRuyDíaz,quesehabíasentadocomosi
hacerlo violentara su voluntad. Los ojos del recaudador parecían aún másmelancólicos.—Nomeengañaronsobrevos,Sidi.Hizoelcastellanounmovimientodeimpaciencia.—Acabad.Más que sugerencia era orden militar. Arib ben Ishaq hizo un ademán
abatido,casidócil.—Despuésdetodo,Mutamánesmiseñor.QueDiosiluminesuvidaylo
guardemuchosaños.RuyDíaz seguíamirándoloen silencio.Al cabo, elotro suspirómientras
alzabaambasmanosconresignación.—Setecientosdinares,entonces.—Ochocientos.—Mearruináis.Lojuro.—Ochocientos,osdigo.—Enfin…Deacuerdo,peroniunomás.—¿Sinintereses?Otrosuspiro.Parecíaquealhebreoselefueraelalmaconél.—Quéremedio…Sinintereses.
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Paraultimarlacampaña,eljefedelahuesteyelreydeZaragozatrabajarondurante tres jornadas con mapas e informes detallados en la Aljafería,escuchando la opinión de expertos y conocedores del terreno. Lospreocupaban, sobre todo, el camino a seguir, las líneas de comunicación ysuministroparaevitarversecercados,y laposibilidaddequeelmal tiempofacilitaraundesastre.—Temomáslafaltadecomidaquealastropasenemigas—opinabaRuy
Díaz.Los planes principales, insistió desde el principio, tenían que hacerse de
caraa la situaciónmásprobable;aunque lo tocantea la seguridad, reaccióndel enemigo, frío y lluvia, debía considerarse según la hipótesis máspeligrosa. Adentrarse profundamente en territorio hostil —entre navarro-aragoneses,francosymorosdelataifadeLérida—teníamuchodeaudaciaydesconcertaríaalosadversarios,perotambiénibaaexponeralapropiagente.—Sihayquemorir,semorirásinrechistar—expusoconfrialdad—.Para
esonospagan…Perovivosyvencedoresseremosmásútiles.Mutamán parecía satisfecho y mostraba confianza. Sentado, paciente,
atentoatodo,indicandotalocualpuntoparaquesusecretariotomasenotas,escuchaba la opinión del consejo militar dirigido por Ruy Díaz,Minaya yYaqub al-Jatib: los planes que llevarían a quinientos jinetes y unmillar depeones, con su impedimenta, a lo largo de más de veinte leguas desde lafrontera del reino de Zaragoza hasta su primer objetivo, el castillo deMonzón,situadopeligrosamentecercadeterritorioaragonés.—Mereuniréenpersonaconvosotros—prometióelreyconentusiasmo—.
LlevarérefuerzosybastimentoscuandoMonzónestéseguro.Semirabanloscapitanesentreellos.SabíanqueMonzónysusalrededores
noestaríansegurosnunca,oqueibanatardarenestarlo.Sóloseríanunabaseinicial donde apoyarse. Un primer escalón, pero también una patada alavispero.Apartirdeahílacampañasepresentaríalarga,extensaydura,coninnumerablesfrentesabiertos.—No sé si debéis correr ese riesgo,mi señor—aventuróYaqub al-Jatib,
inquieto.AlzóMutamánunamano,atajándolo.—Un rey debe dar ejemplo. Los títulos no se ganan en los palacios…
¿Piensaslomismo,Ludriq?SehabíavueltohaciaRuyDíaz,quienapenasdudóuninstante.Losreyes,
sabíaporexperiencia,sóloescuchabanloquedeseabanescuchar.Teníanesemalhábito.Demaneraqueasintió,grave.
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—Lopienso,señor.—Miespadaestanbuenacomoladecualquiera.—Y aunmejor,mi señor—señaló a los capitanes—, porque nos tiene a
nosotros.—Ah,bien.Espléndido.Encajandoconnaturalidadelhalago,complacidoypensativo,seacariciaba
Mutamán el labio superior mientras estudiaba soñador los mapas. Quizásimaginabaunregresotriunfal,trashaberhechomorderelpolvoasuarrogantehermanoMundir.—Sancho Ramírez ya está al tanto, y nos amenaza —comentó de
improviso, cual si acabarade recordarlo—.Ha juradoque jamás llegaréis apisarlafronteradeLérida…MirabaaRuyDíazparacomprobarelefectodeaquello;peroelcastellano,
comoentodolodemás,semanteníaimpasible.—ElreydeAragónyNavarratendráqueirhastaallíparaimpedirlo—dijo
—.Yentoncesveremosloquevadelaspalabrasaloshechos.—Inshalah…AsíloquieraDios.SesantiguaronRuyDíazyMinaya.—Amén.
Lareuniónacabóalanochecer,mientrasseencendíanfarolesycandiles.Seretiraban los capitanes cuandoMutamán llamóaparte aRuyDíazyanduvoconélhastaunadelasventanas.Másalládela torreprincipal,elcielorojoempezabaaoscurecerseentrenubesalargadasynegras.Parecíasangrevieja,espesa,ounanunciodelaqueseibaaderramar.—Tengounproblema,Ludriq.—Lamentooíreso,señor.Parecíaelreyvagamentedivertido.—Hacesbienenlamentarlo,porqueelproblemaestambiéntuyo.Siguióun silencio expectanteporpartedeRuyDíaz, pensativopor lade
Mutamán.—MihermanaRaxida—dijoéstealfin.Sehabíalimitadoapronunciarelnombreentonodesuspiro.Estuvoasíun
momento,mirandoporlaventana,mientrasRuyDíazaguardabapaciente.Alcabo se volvió hacia el castellano. Lo hizo recorriéndolo de arriba abajo,
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comosinuncalohubieseobservadoantesydeprontoleinteresaramuchosuaspecto.—Tedijequeesviudaybastantelibre,dentrodesuestadoycondición.—Lorecuerdo.—Yquetienemuchocarácter.—Esotambiénlorecuerdo.—Me tiene el harén en un puño, y los eunucos la temen como al cólico
negro.—Tuveocasióndecharlarconellaenvuestrojardín,haceunosdías.—Losé…Ylecausasteunafavorableimpresión.El rey lo había dicho con suave ironía, y Ruy Díaz intentó imaginar el
porquédetalesconfidencias.Noeraaquél,concluyódesorientado,terrenoenelquesesintieracómodo.—Mihermanamehapuestoenuncompromiso—expusoMutamán—.O,
paraserprecisos,mehaspuestotú.—Señor,ignoroenabsoluto…Hizoel reyunademánimpaciente.Lasonrisase lehabíareplegadoa los
ojos.—Raxidamepidepermisoparainvitarteaunaquintaquetienejuntoalrío.
Eradesudifuntomaridoyahoralepertenece.Unlugarmuybonito…Quieredarunbanquetededespedida.¿Quéteparecelaidea?VacilóRuyDíaz,desconcertado.—Noséquédecir,miseñor.Entodocaso,creoqueesirregular.Mutamánsemostródeacuerdo.—Sí…Esporcompleto irregular.Ynosésiconveniente.Peroya tedije
que es unamujer tozuda, acostumbrada a hacer su voluntad.Nos llevamosbien,yprocuronocontrariarlaenloquelacomplace.—¿Asistiríaisvos?—No creo—el reymovía la cabeza—.Ella prefiere que todo transcurra
conmás libertad, ymi presencia complicaría el protocolo.Quiere invitar aalgunosamigosyofrecerteunpocodenuestramúsica.Pretendepresumirdeti,imagino.—¿Ydeboaceptar?—No veo por qué no. Le daremos una satisfacción y tú pasarás un rato
agradable.—Notengoropaadecuada,señor.—Oh, vamos.Esa aljuba damascena del otro día está bien.O te prestaré
algonuevoparalaocasión…Además,lafincatieneunodenuestrosfamosos
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bañosárabes,elmásbellodeZaragoza—fingióolisquearelpañoburdodeRuyDíaz—.Allípodrásaseartecomoesdebido.Despuésdetantoejercicio,tantopolvoytantaprácticaguerreraviviendobajolalonadeunatienda,teirábienunbaño…¿Noteparece?—Talvez.—A diferencia de los cristianos, los agarenos somos puros porque
cuidamos la circuncisión y la ablución del cuerpo; mientras que vosotrossoléissersucios,porquerizosycomedoresdegatos.—Nuncamecomíungato.Seechóareírelmoro.—Melodecíanmisnodrizascuandoeraniño.Sieresmalo,amenazaban,te
haremoscomergatos,comohacenloscristianos—riódenuevo—.Ynoloheolvidado.Durantemucho tiempo locreídeverdad…¿Tecomeríasungato,Ludriq?—Porquéno.Enunasedioyconhambre,unocomecualquiercosa.—Nohaycomoelhambre,¿verdad?Paracambiarlospuntosdevista.—Cierto.MutamánestudiabaaRuyDíazconrenovadaatención.Unainsólitamezcla
deironíaycuriosidad,cuyosentidonoerafácildescifrar.—¿Tepareceatractiva,Raxida?—preguntóde improvisoel rey—.Yasé
quenoestáensulozaníayesviuda,peromegustaríasaberquéopinas.Titubeóelcastellano.—Viudaono,esunamujer…Quiso dejarlo ahí, pues no se le ocurría nada oportuno; pero Mutamán
insistió.—Acaba.—Pueseso,señor.Unamujer…Bueno…Espléndida.Soltóelotrounacarcajada.—¿Eso piensas?… Que Dios me ilumine. Nunca la vi como una mujer
espléndida.Perosomoshermanos,claro.Enfamiliaunovelascosasdeotramanera.Miraba otra vezMutamán por la ventana, cruzados los brazos. Ahora el
cieloeramásnegroquerojo.—Puedesasistiralconvite,Ludriq—dijosinvolverse.—¿Esunaorden,señor?—Podríasconsiderarloasí…Aunque,viniendodeRaxida,lascosassuelen
sermásqueunaorden.
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VI
Aldíasiguiente,RuyDíazfueabuscarotrocaballo.Teníados,CenceñoyPersevante,unodemarchayotrodeguerra;peroeste
últimoempezabaaperderfacultadesyreclamabaundignoretiro:eljefedelahueste lo había comprobado en la cabalgada contra la aceifa morabí.Necesitaba un tercer animal joven, sano y vigoroso, capaz de afrontar unacampañaduraconsusprevisiblescombates.Demaneraque,acompañadoporYaqub al-Jatib y por Minaya, cabalgó hasta unos establos que lerecomendabancomolosmejoresdeZaragoza:losdeAliFarach,comerciantedecaballeríasyproveedordelascuadrasreales.Losestablossehallabanenlasafuerasdelaciudad,alotroladodelrío:una
gran casa entre árboles, con cobertizos para los animales en torno a unpicadero.Supropietario,lescontóAl-Jatibmientrasseacercaban,erahombrebiensituado.Hacía traersementalesdelRifydeloscondadosfrancosy loscruzabaycriabaconmuchoesmero.—Quéhonor,Sidi…Aldueñodeestacasalehacéisungranfavor.AliFarach,queprevenidodelavisitalosaguardabaenlapuertadesucasa,
era un bereber gordo y simpático.Vestía de blanco desde el turbante a lasbabuchas, para probar al mundo que podía mantenerse inmaculado aunquepasara el día entre animales. Tenía un rostro oliváceo muy tostado y unabarbaespesaynegraqueempezabaaverseveteadadecanas.Suacentoeravagamentenorteafricano.SerumoreabaquehabíasidoproxenetaenFezantesdeveniralapenínsulaconsusahorrosylabrarseunanuevavida.—Deguerra,porsupuesto.Claro.Unbuencaballodecampaña,resistentea
lasmarchasyobedienteenelcombate…AliFarachtieneloquenecesitáis.Hablabasiempreentercerapersona,cualsifueraunsimplesecretariodesí
mismo.Despuésdeinvitarlosaunainfusióndehierbasyunospasteles,quetomaronbajountoldoeneljardín—eldíaerasoleadoyespléndido—,ydehablardeliviandadescorteses,losacompañóalosestablos.—¿Tenéisalgunaideaespecialenlacabeza,Sidi?
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—Lonormal—admitióRuyDíaz—:buenaalzada,pechofuerte,cascosdesueladurayprofunda,quesoportenpiedrasyguijarros.—¿Loqueréisporcompletoadiestrado,oamedias?—Amedias;sóloenlobásico.Paraelresto,queseadaptealosmodosde
sujinete.—Porsupuesto…¿Tenéisprevistocuántogastar?RuyDíazmiródesoslayoaMinayayaYaqubal-Jatib.—Depende del animal—respondió, prudente—. Y de que el precio sea
razonable.—Loserá,paraungranseñorcristianocomovos.—Esoespero,porquenoatodoslosgrandesseñorescristianosnossobrael
dinero.Seechóareírelcomerciante,complacido.Celebrandolabroma.—Quécosastenéis,Sidi.—Sí…Quécosastengo.—ConfiadenAliFarach.—Puesclaroqueconfío.Aciegas.Elotroloescuchabacomosifueraenserio.—Honorquemehacéis.—Elhonoresmío.Acodadosenlacercadelpicadero,presenciaronlaexhibición.Losmozos
de establo pasearonvarios animales, todos soberbios: desde caballos árabesmenudosyllenosdevigoracorcelesfrancosdebuentamaño.—¿Quéospareceése,Sidi?—Noestámal.Atento a su negocio, Ali Farach acechaba de reojo las impresiones del
cliente; pero RuyDíaz semantenía impasible, consciente de que cualquiergestodeaprobaciónporsuparteharíasubirlosprecios.Asulado,MinayayAl-Jatibpermanecíanensilencio.—¿Yeseotro?—señalóelcomerciante.—Tampocoestámal…Quizádemasiadorectodecorvejones.—Vaya…¿Osloparece?—Sí.—Mesorprendeoíreso.AliFarachlovebien.—EsnaturalqueAliFarach loveaasí,puestoquepretendequeyose lo
compre.Ypuedoimaginarquenadabarato.Reíaelbereber,encajándolotodoconbuentalante.—Nomientevuestrafama,Sidi…Soiselmismodiablo.
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—Sólocuandocomprocaballosymequierenvenderloquenobusco.—Ja,ja.Dio una voz el otro y losmozos retiraron los animales que estaban a la
vista. Cuando Ruy Díaz se volvió a un lado, encontró la mirada todavíarisueñadesuanfitrión.—Si me permitís la confianza—dijo el bereber—, habéis superado con
creceslaprueba.—¿Quéprueba?Seguíansonriendolosojosavispadosdelcomerciante.—Los que Ali Farach acaba de mostraros son excelentes monturas —
respondió—.Perotenéisrazón:nosonlosmejores.Poresoostienereservadoalgoespecial.Diootravoz,yunmozointrodujounnuevocaballoenelcercado.Eraun
bridóngrandeyarrogante,depelajetordomuyclaro.Teníaunacabezanobley formas perfectas, pecho profundo y ollares amplios por los que respirabacon fuerza impaciente, cual si pidiera campo libre y rienda suelta paracorrerlo.—¿Quémedecísdeéste,Sidi?—¿Cuántosañostiene?—Casi cinco. Observad su paso y su musculatura… Criado suelto en
buenosprados.EneltonodeAliFarachhabíalegítimoorgullodepropietario.Consciente
deello,RuyDíazencogióloshombros.—Tampocoestámal.Vacilóporprimeravezelbereber.—¿Noestámal,decís?—sonabarealmenteofendido—.QueaAliFarach
loaniquileDiosconunrayosinoeselmejorcaballoquetuvojamás…Lojuraporsuvidaysuhacienda.NorespondióRuyDíaz,queseguíaestudiandoalanimal.Asimplevistano
podía apreciarse la menor tacha, así que pasó al otro lado de la cerca,aproximándosealcorcel.Tomóelronzaldemanosdelcaballerizoy lehizodar unos pasos en torno, observando cadamovimiento. El animal obedecíacon tranquila dignidad. Los caballos, pensó Ruy Díaz, eran seres pocointeligentes, pero tenían fino instinto. Y aquél sabía reconocer a un amoapropiado.—Eres un buen mozo —susurró acercándole la boca a una oreja. Y el
caballoemitióunsuaverelincho,comosientendieraesaspalabras.
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Sentía Ruy Díaz, próximo y cálido, el aliento húmedo de los ollares.Acarició complacido la crin corta, la piel bien cepillada donde aflorabanabundantes vasos sanguíneos, adecuados para la buena circulación de lasangrey el refrescodel animal.Palpó losmúsculos y el fuerte dorso recto,capazdeacomodarlasillagallega,elequipoyelpesodeunjinetearmado.Estudiólaboca,laalineacióndelaspatasytocóloscascosdurosygrandes,todavía sinherrar.Despuésmiróhacia lavalladondeAliFarach,MinayayYaqub al-Jatib aguardaban expectantes, antes de acercar otra vez la boca aunaorejadelcaballo.—TellamaréBabieca—dijo.
LaquintadeldifuntomaridodeRaxidaBenhuderaunahermosacasaderecreo en la orillamismadel río, rodeada de huertos y árboles frutales quedabanunambientedeverde frescor.Unanoriavertíaaguaen loscanalesyconductosdeloshuertosyeljardín,ysobreelrumordelasfuentesseoíaeltrinardelospájaros.RuyDíazloadmirótodo,imaginandocómoseríaenlamejorestacióndel
año, cuando los árboles espesaran sus hojas y aquello se llenara de flores.Nada igualhabíavistoen suvida,y reflexionó sobre ladiferenciaentre lasrefinadas cortes de los reyes musulmanes y la tosquedad de las de loscristianos,cuyacomodidaddomésticaapenashabíacambiadodesdeeltiempodelosabuelosgodos.—Así están esos moros de amujerados—había gruñido Diego Ordóñez
cuandosupodelasunto—.Muchoarbolito,muchoperfumeymuchoalfaquídiscutiendo de teología mahometana mientras nosotros les partimos elespinazo…PoresotraendeÁfricaalosmorabíes,quetienenloscojonesqueaellosyalesfaltan.Yporesonosotros,quenoslavamosmenos,lesvamosametersuAlcoránporelojete.Sonreía Ruy Díaz recordando los exabruptos de su sargento mayoral. Y
también la insistencia del rey Mutamán en que asistiera al convite de suhermana. Un día de tranquilidad y reposo antes de emprender la campañamilitar,habíasidoelargumento.Unaplacenteraveladaajenaalasarmas,concomida, música y conversación, antes de que el jefe de la hueste cristianavolvieraaserSidiQambitur.La sala del baño—hammán, lo llamaban los moros— era un prodigio:
medianteuningeniososistemadenoriasyconductos,elaguapasabaporuna
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caldera donde se calentaba para verterse luego en una piscina, bajo unabóvedaconarabescos talladosenpiedra.Lapiscina teníaunosveintecodosde longitudporotros tantosde anchura,y en tornohabíamesasdemármoldondetumbarsepararecibirmasajesodescansar.El agradable vapor del agua caliente lo llenaba todo. EmergióRuyDíaz
relajadoygoteante,sacudiéndosecomounmastínmojado,yfueaenvolverseen la toalla que el mayordomo le ofrecía. Era la primera vez queexperimentaba algo semejante, y estaba asombrado de cómo su cuerpoendurecidoporlasfatigasdelaguerraagradecíatandeliciosanovedad.—¿Unmasaje,Sidi?El mayordomo era un eunuco grande y fuerte, de mediana edad, con el
cráneorasuradoyunpendientedeplataencadaoreja.Latranspiraciónhacíabrillar su piel como si estuviera cubierta de aceite. Lo había recibido a sullegada, mostrándole el vestido nuevo de brocado cordobés que el reyMutamánhabía enviadopara que luciera en el convite.Se esperabapara elbanquete,dijo,unadocenade invitados selectos.Amigos íntimos, todos,desuseñoraRaxida.—Sí—accedióRuyDíaztrasunabreveduda—.Sólounmomento.Se puso un ligero lienzo blanco en torno a la cintura y caminó entre el
vapordeaguahastatumbarse,bocaabajoyconlosojoscerrados,enlatoallaextendidasobreunadelasmesasdemármol.—¿Preferísquelohagayo,ounamujer?AbriólosojosRuyDíaz,sorprendido.—Nosabíaqueeraposibleelegir—dijo.—Puesclaroquepodéis,Sidi.Miróel castellano lasmanosyel torso relucientedelotro.Si eraposible
escoger,laelecciónestabaclara.—Creoqueserámásadecuadaunamujer.—Avuestrasórdenes.Salió el eunuco del recinto, y un instante después entró una mora con
aspecto dematrona:mediana edad y formas abundantes bajo una túnica delino que le tapaba desde el cuello hasta los tobillos, dejando al descubiertounosbrazosmorenosy fuertes.Llevabaelpelo recogidobajounpañueloyteníalafrenteylospómulosmarcadosdetatuajesazules.Sindecirpalabrasesituóaunladodelamesa,ysusdedoshábilesvertieronaceiteperfumadoconalmizcleyempezaronamasajeardiestroslaespaldadelcastellano.CerróRuyDíazlosojos,dejándosehacer.Disfrutandodelvaporcalientey
el tactoquedistendíasusmúsculos.Sesentíarelajadoysoñoliento,hastael
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puntodequellegóaadormecerse.Alcabodeunratoentreabriólosojosyvioante sí, unos pasos más allá, unos pies descalzos con las uñas pintadas yajorcasdeoroenlostobillos.Alzólavista,desconcertado.Yallí frenteaél,contemplándolo inmóvily
conunasonrisaenloslabios,vioaRaxida,lahermanadelrey.
Entreelvapordeaguacaliente,losojosdecoloresmeralda—eltintequeloscircundabaseveíaligeramentecorridoporlahumedad—destacabanmásclarosycristalinosquenunca.Lamujervestíaunalbornozblancobajoelquecontrastabasupielmorena,yllevabaelcabellodescubiertoyrecogidoenunatrenzaquelecaíasobreelhombroizquierdo.—¿Temolestaquemire,nezrani?—preguntóconmuchoaplomo.Sonreía,superiorytranquila.Muyserenaeneltuteo.Habituadaasatisfacer
suvoluntadosucapricho.Lasmanosdelasirvientaqueledabaelmasajesehabíandetenidosobrelaespalda,comosiaguardasenórdenesdesuseñora.—Noesusualenmitierra—dijoRuyDíaz.—Peroesdivertidoaquí.—¿Ylosotrosinvitados?—Todavíafaltaunbuenratoparaquelleguen.Tumbadobocaabajo,labarbaapoyadaenlatoalla,selimitóaencogerlos
hombros. Su aparente indiferencia no era sino una forma de disimular eldesconciertoantelamiradaqueexplorabasucuerpoinmóvilycasidesnudo,lafirmeconformacióndelosmúsculosylascicatricesviejasyrecientesqueconstituíansuhistorialdeguerra.Lasmujeressonanimalesextraños,pensó.Yunasmásqueotras.Ella hizo un leve ademán con la cabeza y las manos de la sirvienta
volvieron a actuar, metódicas y precisas. Ruy Díaz cerró un momento losojos,dejándosellevarporelplacerdelcontacto,ycuandolosabriódenuevoencontrólosdeRaxidafijosenél.Lamujerseguíadepieenelmismositio,observándolo.—Tehanheridomuchasveces—comentó.AsintióRuyDíaz.Cruzabaahoralasmanosbajoelmentón,apoyándoloen
eldorso.Elaceitehacíarelucirlapielensusfuertesbrazos,ycomprobóqueellalosmiraba.—Algunas—respondió.—¿Musulmanesocristianos?
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—Detodostengo.Alamujerseleensanchólasonrisa.—Latuyaesunavidapeligrosa.LopensóRuyDíaz.—Loesladetodos—concluyóconnaturalidad—.Peronosiempresomos
capacesdedarnoscuenta.Ellaparecióvaloraresarespuesta.—¿Vivimossincaerenello,quieresdecir?—Algoasí.Seguía estudiándolo con mucha atención. Entreabiertos los labios,
mostrabaelapunteblancodelosincisivoscomosiretuvieseelaliento.—Relájate,nezrani—suspiró al fin—.Disfrutadel instante—movíauna
mano abarcando el recinto, la piscina y la bóveda decorada—. Esto no lotenéisenvuestrosreinosbárbaros.—Escierto.—Pues disfrútalo mientras puedas… No es lo que dentro de unos días
encontrarásenelnorte.Cerró los ojos el castellano. La sirvienta reanudó el masaje, pero la
presencia deRaxida impedía que él se relajara del todo.El contacto de lasmanosensuespalda,laproximidaddelaotramujer,loturbabanyexcitaban.Porfortuna,pensó,estoybocaabajoynobocaarriba.Lasmanosdelasirvientasedetuvieronyélpermanecióinmóvil,cerrados
los párpados, esperando a que prosiguieran. Lo hicieron tras un momento,aunquedeformadistinta:menosvigorosasymássuaves,conmayordulzura.Máscercanasaunacariciaqueaunmasaje.Abrió los ojos Ruy Díaz, confuso, alcanzando a ver cómo la sirvienta
desaparecíasilenciosaporelpasillo.—Noesestoloqueteesperaenlaguerra—insistióRaxidacasirozándolo
conloslabios,enunsusurrotanpróximoqueleerizólapiel.Él se quedó inmóvil, pensandoque eso era cierto.Quenunca en su vida
había escuchado una verdad semejante. Después se dio la vuelta muydespacioparasumergirseenlasonrisadeellayenelparaísoesmeraldaqueprometíanaquellosojos.
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Terceraparte
LABATALLA
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I
Habíadoscadáveresjuntoalsendero,entrelospinosyenebrosquecrecíanalpiedelamuralla.Llevabanallídosdíasyempezabanaolerfuerte.Selosadivinabaporesoyporelzumbidodelasmoscas.RuyDíazpasócercadeloscuerpossinprestarlesatención,manteniendoen
altoelescudoparaprotegersededardosopiedrasquepudierantirarledesdearriba. Los muertos eran moros leridanos de los caídos la primera noche,cuando la vanguardia de la hueste llegó a Piedra Alta. Una veintena dehombres subiódespacio explorandoel terreno,y losdedentrohicieronunasalida para probar la solidez de los atacantes. Había sido una escaramuzaconfusayrápidaenlaoscuridad,ylosdefensoressereplegarondejandoatrásaesosdosyaotroquesepudríaalgomásarriba,cercadelportónysupuentelevadizo.—Cuidado ahí—advirtióDiegoOrdóñez—.Ese trechohayque cruzarlo
rápido.Hayunballesteroarriba,yyanoshamatadoauno.Elmayoraldelahuestetambiénavanzabaconelescudoenalto,atentoalo
que cayera. Se había detenido y señalaba un espacio descubierto de seis osietepasos,dondeelsenderoseelevabasobreunasrocasantesdequedarotravezmedioocultoporlosenebros.—Túprimero,Ruy.—No.Pasatú.Losdossabíanqueelprimeroquecruzasealertaríaalballestero,siesque
no lo estabaya,quienprocuraría acertarle al segundo.DiegoOrdóñezmiróbrevemente hacia arriba, a la saetera estrecha y vertical abierta en elmurocercano,alzóunpocomáselescudoysedispusoacruzar.ComoRuyDíaz,paramoverseconfacilidadeneseparajeno llevaba lapesadacotademallaqueusabanacaballo,sinocapellinadeacero,espada,dagayunpetodecuerogrueso.Tampoco el escudo era el usual de combate, grande y en forma delágrimainvertida,sinounoredondo,máspequeñoyligero.—Voy—dijoOrdóñez.
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Cruzó a la carrera, en alto el escudo, y se detuvo al otro lado, bajo unenebro. Todavía no se había vuelto a mirar cuando Ruy Díaz levantó suescudoycorriódetrás,atentoano tropezaren laspiedrasdelsendero.Casiestabaalotro ladocuandoescuchóelzumbidoagudodelasaeta,pasándolecerca.Zaaas,hizo.Deunsaltosepusoasalvo,cayendosobreOrdóñez.—MecagoenloshijosdeWitiza—dijoéste.Siguieron camino adelante, siempre atentos a lo que pudieran tirar desde
lasalmenas.Cincuentapasosmásalláolieroneltercercadáver.Unpocomáslejos, el sendero desembocaba en un bosquecillo de pinos más espeso,próximo al puente levadizo. Había allí apostadamedia docena de hombresconarcosyballestas,queconsustirosmanteníalasalmenasdesguarnecidaspor esa parte. Protegían así el trabajo de los que se afanaban bajo unmanteleteanteelportónde lapequeñafortaleza, rellenandoaquel tramodelfoso con fajinas, tierra y piedras. Los que trabajaban eran musulmanes ycristianos; y también, en el lugar más expuesto, moros prisioneros ycampesinoscapturadosenlosalrededores.YénegoTéllez,unodeloshombresdeVivar,queestabaallíalmando,vino
al encuentro de los recién llegados. Era delgado, melancólico, de ojostranquilos.Teníauncardenalenlacarayunaheridaenlamanoizquierda,ycojeabaunpoco.Sobrelacontusión,elyelmoseveíaabollado.—Sinnovedadaquí,Sidi—señalólasalmenasdesiertassobreelportón—.
Los tenemos con la cabeza gacha y las orejas bajas… Pero lo del foso escomoecharaguaenuncedazo.Noseacabadecegarnunca.—Noimporta.Loquecuentaesquecreanquepodemoshacerlo.—Puesvayasilocreen.Devezencuandoasomanynostiranconmucho
empeño—indicóalosballesterosyarquerospropios—.Perolosnuestroslostienenaraya.Semiraba lamano herida como si fuera un objeto extraño. RuyDíaz le
indicóelgolpedelacara.—¿Quéhasido?—Unapedrada.Elcascohizoloquedebía,peroalgomellevéyo.Yalcaer
melastimélamanoyunpie.—¿Serio?—No.Observó Ruy Díaz a los tiradores: dos ballesteros cristianos y cuatro
musulmanesdeZaragozaconarcosárabesdeolmobiencurado.Estabanencuclillasentrelospinos,lassaetasyflechasclavadasenelsuelo.Vigilabanlamuralla, y cuando detectaban movimiento en ella tensaban sus armas y
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disparaban con precisión hacia lo alto. Lo hacían seguros y tranquilos, sinprecipitarse, señalándose unos a otros los posibles blancos con periciaprofesional.Enbuenaarmonía.Loshabíanescogidoentrelosmejores.—¿Sesabealgodelosotros?YénegoTéllezmiraba hacia el norte, donde entre las ramas bajas de los
pinosseveíanlascrestaspardasygrisesdelasierradeGuara.DiegoOrdóñezseencogiódehombrosyRuyDíaznegóconlacabeza.—Nadademomento—repuso—.Ahísiguen.—¿Creéisquesemoverán,Sidi?—Por ahora sólo miran. Los del castillo les mandaron anoche un
mensajero,peronuestrosescuchasloatraparonymetrajeronlacarta.—¿Quédecía?—Quesonpocosyconescasosbastimentos.Yquesinolossocorren,no
podránaguantarmásdedosdías.—Espancomido—dijoOrdóñez.Téllezseguíamirandohaciaelnorte.—Salvoqueaquellosotrosseanimenyvengan—dijo,preocupado.—Nocreoquelohagan—Ordóñezescupióalsueloyserascólabarba—.
Estelugarnolesinteresamucho…¿Túquépiensas,Ruy?—Nolosé.—LoquelesimportaesMonzón.—Quizás.Avanzaron los tres hacia la linde del pequeñopinar, desde donde podían
vermejor el paisaje. El sol hacía reverberar el horizonte; pero entre PiedraAlta y la sierra, en un terreno ondulado con lomas y bosques dispersos,podían verse a la distancia de una legua las tiendas de las tropas navarro-aragonesas.—¿EstaráelreySanchoconellos?—Esotampocolosé—respondióRuyDíaz.Lo dijo pensativo, mirando a lo lejos con los párpados entornados y la
cabeza despierta.De nuevomovía en ella piezas del ajedrezmilitar, con ladiferenciadeque,sihacíaunamalajugada,lostrebejosnegrosoblancosnovolverían a su caja en espera de otra oportunidad, sino que quedaríandispersos por el paraje, perseguidos por la caballería enemiga hasta sudegüelloytotalexterminio.ElreySanchoRamírezhabíaprometidoimpedirqueRuyDíazllegaraaMonzón,ylapresenciadesuejércitodemostrabaquemantenía supalabra o almenos iba a intentarlo.Tambiénhabía noticias dequelagentedelreyMundirestabaencaminodesdeLéridaparaunirseaél.Y
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siunoyotrollegabanajuntarseenunsolocuerpo,seríademasiadagenteparacombatirla con sólomil peones y quinientos jinetes.Mutamán se proponíaacudir con refuerzos desde Zaragoza cuando le fuera posible; pero paraentonces,sabíaRuyDíaz,yaestaríacasitododecidido.Afavoroencontra.—Hayqueresolverlorápido—dijo,volviéndoseaobservarlostrabajosdel
foso.—Todavíaestamosverdesparaelasalto—objetóTéllez.—Nomerefieroaeso…Estoessólounatreta,perolosdedentroestarán
impresionados.Sabenquesumensajeronopudopasar,porqueestamañanaleshicimosllegarsucabezaconelmensajemetidoenlaboca.—Tambiénsabenquesidamoselasaltonohabrácuartel—apuntóDiego
Ordóñez—.Serántodospasadosacuchillo.Era cierto. Tales eran los usos. Una plaza que se rendía podía poner
condiciones de salvar vidas y parte de los bienes; pero tomada al asalto noteníaotraquelamatanza,elsaqueoylaesclavitudparalossupervivientes.EnPiedraAlta,ademásdeuncentenardemorosdeguarniciónindecisosentresulealtadalreydeZaragozayaldeLérida,habíaeldobledemujeres,ancianos,niñosycampesinosrefugiadosdelosalrededores:almenostrescientasbocasporalimentar,conpocacomidayescasasganasdelucha.Suúnicaesperanzaeraelejércitoacampadoaunaleguadeallí,aunquenadagarantizabaqueéstefueraamoverse.Yeltiempocorríaencontradelossitiados.—Esta tarde les ofreceremos capitular —dijo Ruy Díaz—. Respetando
vidasyhaciendas.DiegoOrdóñezdiounrespingo.—¿Así, por las buenas? —protestó—. ¿Sin exigirles un rescate como
reparación,porresistirse?—Talcual…TenemosprisaynuestroobjetivoesMonzón.TorcíaelgestoOrdóñez,rascándoselabarba.Nolegustabaaquello,pues
preferíalosasaltosyeldegüello.Paraunabestiadeguerracomoél,losuyoeran casas incendiadas, pisar cadáveres y cargarse de botín. Sólo así seencontrabaensuelemento.—Seguroqueloaceptarán—auguró,malhumorado—.Estosmorosdeaquí
sonflojitos.Puramierda.
Comoestabaprevisto,antesdeponerseelsollosdefensoresdePiedraAltaaceptaronparlamentar.
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Fuepasada lamedia tarde cuandoFélezGormazhizo sonar el cuernodeguerra con el toque adecuado.Respondió una trompetamora y un pequeñogrupo se destacó al otro lado, en una barbacana que se alzaba diez codossobre el foso. Eran seis, vestían cotas de malla, petos de cuero y yelmosenvueltos en turbantes, y enarbolaban el pendóndel alcaide de la fortaleza.Ruy Díaz conocía el nombre de éste: Abu Qumes, un renegado de origenasturiano.No tenía fama de intrépido, y su lealtad a uno u otro rey era decircunstancias. Lo identificó fácilmente en la barbacana: grueso, con barbagrisyunajacerinadeacerosobreeltorso.NoseencargóRuyDíazdelparlamento.QueríadejarclaroquePiedraAlta
era un episodio menor y sus defensores, gente sin importancia. Pocasilusionesdebíanhacerselosasediadossobreeltratoquelesesperaba.Poreso,permaneciendoa la sombradeun enebro convariosde sus cabosde tropa,hizo adelantarse a Minaya y a Yaqub al-Jatib hasta el foso para quenegociaran el asunto, o más bien expusieran lo que no admitía discusión:reconocimiento de la soberanía del rey de Zaragoza, capitulación de lafortaleza,respetodevidasybienesexceptolosbastimentosnecesarios,ypasolibre,transcurridounmes,dequienesdesearanirseaotrolugar.HabíatenidoRuyDíazlasagacidaddeencomendarleelparlamentoalrais
Yaqub,relegandoaMinayaalpapeldecomparsa.Laautoridaddeunmorodeconfianza deMutamán, respaldada por la silenciosa solidez de la mesnadacastellana,eralaidea.Yrealmenteelcapitánmorolohizobien.Lahawlawalaqwailabilah,empezódiciendo.NohayfuerzanipodersinodeDios.Noeraunmalcomienzo,puesponíaaDiosdepartedelpoderylafuerza.
Osea,desuparte.Bajoelenebro,muyatentoatodo,RuyDíazsonreíaentrelabarba.Mozo
listo,pensó.AquelcapitánYaqub.Porqueinmediatamentedespués,alabandocon un par de oportunos Alahuakbar a ese mismo Dios compasivo ymisericordiosocuandonoselecontrariaba,yencuantoelalcaidedePiedraAltasemostródeacuerdoentalpunto,entróelcapitánmoroenmateriasinprotocolosnipañoscalientes,secoyarrogante,comosienvezdedirigirseaunalcaidelohicieseaunmozodemulas.Hawlawaquetila,repetíaentonodesiniestrapromesa.Ataqueymatanza.
Ycomoalternativa,sólounapalabra:istislam,rendición.La lengua franca castellano-moruna que manejaba Ruy Díaz no bastaba
para seguir los detalles de la conversación, que transcurrió rápida, afiladacomouncuchilloporunladoydesconcertadaalprincipio, titubeanteluego,
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por parte del alcaide; que, una vez seguro de que él y los suyos podríanconservarintactoelpescuezo,intentabasalvartambiénunpocodedignidad.Ihtiram,protestóunayotravez.Honor,honor,honor.YelavispadoYaqubfue lo bastante astuto para admitirle ese adorno, aceptando una condiciónmilitarmínima:sialdíasiguiente,antesdelaoracióndelmediodía,elcastillonorecibíasocorrodelastropasacampadascerca,capitularíansinmástrámite.Acordado todo eso se retiraron los de la barbacana y regresaron los dos
parlamentarios sin apresurarse, caminandomuy tranquilos o aparentándolo,vuelta la espalda a las almenas como si las posibles saetas enemigas noexistieran.—Estupendotrabajo—lossaludóRuyDíaz.Minayasehabíaquitadoelyelmoyseapartabadeltorsolacotademalla
para orear el sudor. Sonriente, hizo un ademán de modestia indicando alcapitánmoro.—Todolohizoél…Nirespirarlespermitió,nuestroamigo.—Pueslohizomuybien.El raisYaqub encajaba los elogios impasible, silencioso, la palma de su
manoizquierdaapoyadaenelpomodelalfanje.Perolosojosgrisesydurosbrillabandeorgullo.
Celebraronconsejobajolalonadeunatienda.Estabanallíloscabosdelahueste castellana: Minaya, Ordóñez, los dos Álvaros, Martín Antolínez,YénegoTéllezyPedroBermúdez,y tambiénfrayMillán,queaesasalturaserasecretarioycartógrafoademásdecapellán.PorpartemusulmanaasistíanYaqubal-Jatibysusegundo:unmororenegrido,silencioso,bajodeestaturaperomuyfuerteycompacto,denombreAliTaxufin.RuyDíaznoseanduvoporlasramas.HabíaencargadoafrayMillán,que
teníabuenamano,unmapadellugar,yelfrailelohabíapasadoalimpiocontinta y mucho detalle en una piel de animal bien curtida. El mapa estabadesenrolladoenel suelo, sobreunaesteradeesparto,y todos se sentabanopermanecíanarrodilladosoencuclillasalrededor,mirándoloconatención.Seveíanmuybiendibujadaslasalturasdelafortaleza,losbosqueshastalasierrade Guara, la disposición del campamento propio y las avanzadas navarro-aragonesas,situadasconlosflancosprotegidosporsendasramblas.—PiedraAltase rendirámañana, sino lasocorrendeaquíaentonces—
RuyDíazseñalabalosdetallesdelmapaconlapuntadesudaga—.Lastropas
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moras de Lérida aún están lejos, así que la única ayuda puede venirles deSanchoRamírez.—¿Creéisquesemoverán?—inquirióYénegoTéllez.LomiróRuyDíaz.AldeVivar,lapedradaenlacaraselehabíaconvertido
en una buenamoradura.Tenía un ojomenos abierto que el otro y lamanoizquierda envuelta en una venda, aunque no parecíamuy afectado.Aquéllaeragentehechaaesoslancesyaotrospeores.—¿Quétalestás,paisano?—Bien,Sidi.—¿Duele?—Poco…Peorhabríasidounsaetazo.—Enelculo—rióDiegoOrdóñez.Bromearonunpocomás sobre esomientrasTéllez sonreíabonachón, sin
darleimportancia.RuyDíazvolvióaseñalareldibujodefrayMillán.—DudoqueelreydeAragónvayaamoversedeaquíamañana—dijo—.
Peroeneloficiodelasarmas,yporsiacaso, ladudadebetratarsecomosifueracerteza.Se mantuvo en silencio mientras todos estudiaban el mapa, dándoles
tiempo. En realidad dejaba que la idea calase en sus mentes antes deexpresarla.Unatrasotra,lasmiradassefueronalzandohaciaél,intrigadas.—VamosadarlesunSantiagoestanoche—dijo,ysonrióalosdosmoros
—.O,siloprefierennuestrosamigosmusulmanes,unIalahbismilah.—¿Alafortaleza?—preguntóalguien.—AlosdelreydeAragón—anteelestupordetodos,señalódenuevoel
mapa—.Aquíyaquí.Después,enpocaspalabrasyconsencillez,expusoelplan.Nisiquieralo
había hablado antes con Minaya, que escuchaba con la misma sorpresa yatención que los demás. Como ignoraban si los navarro-aragoneses iban amoverseensocorrodePiedraAlta,dijo,lomejoreradarlesunatrasnochadaque causara algún desorden y los retuviera en sus posiciones esperando unataque formal. Eso los mantendría inmovilizados mientras llegaba larendiciónpactadaconelalcaideAbuQumes.—Esunbuenplan—convinoMinaya.—¿Ycuántoshacenfaltaparaelrebato?—quisosaberunodelosÁlvaros.—Iremosentrescuerpos—RuyDíazsedirigióalcapitánmoro—.Unode
tropamusulmanaharáunamagodeataqueconmuchogriterío,sinempeñarsedecerca.Flechasyjabalinasadistanciamientrassushombresvanyvienen,antesdeunaretiradarápida…¿Teparecebien,raisYaqub?
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Trascambiarunamiradaconsusegundo,asintióelotro.—Meloparece.—¿Irástú?Parpadeóelmorocomosilapreguntaloofendiera.—Iyeh.Puesclaro.RuyDíazledespejóelsemblanteconotrasonrisa.—¿Cuántagentenecesitas?…Hablosólodejinetes,parairyvolverrápido.—Siessóloeso,bastarándosdocenas.SiDioslopermite.—Llegaréis al borde de la rambla oriental, aunque sin cruzarla. Para
hostigarsusavanzadas.¿Estáclaro?—Mucho,Sidi.Pormicaraquesí.SevolvióRuyDíazhacia losdemás. Juntoa todoselloshabíacabalgado
antes y los conocía de sobra.Hasta por su forma demoverse era capaz deadivinarles el estado de ánimo.Y ahora veía en sus rostros curtidos lo queesperaba encontrar: disciplinados, serenos, con indiferencia de mesnaderosprofesionales, aguardaban órdenes que podían llevarlos al cautiverio o lamuerte.Eragentequesabíahacerbiensutrabajo.—El grupo principal estará formado por castellanos, dividido en dos
cuerpos —explicó—. Una treintena de jinetes cada uno. El primero lomandaré yo, y el segundo estará a cargo de Martín Antolínez. Minaya sequedaráaquíconel restode lahueste…Martín llevaráde segundoaAlvarSalvadórezyyoaDiegoOrdóñez,ytambiénaFélezGormazconsucuernodeguerra,para lasseñales—indicabaotravez lasposicionesenelmapa—.Migrupo remontará este arroyoquepasapor la ramblapara atacar laparteoccidentaldelcampamento.—¿Yonovoy?—preguntóYénegoTéllez.—Denochenecesitasdosojos,yhoysólotienesunoymedio.Denuevorierontodos,incluidoTéllez.—Seráunataquerápido,supongo—quisosaberMartínAntolínez.—Rapidísimo.Setratadeincendiarlesalgunastiendas,sillegamosaellas,
yretirarnospronto…Túcubriráslaretiradasinospersiguen,quenocreo.—¿Quéhaydelaluna?—inquirióAlvarSalvadórez.—Sale tarde y es poca. Nos acercaremos con el oscuro y daremos la
espolonadacuandoasome.—¿Yesnecesarioquevengáisvos,Sidi?—Loes.—Denochesiemprehaypeligro.Sisurgealgúnimprevisto…
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Sinresponderaeso,RuyDíazloacallóconlamirada.Siguióunsilencioque el jefe de la huestemantuvo unmomentomás, por si tenían algo queañadir;peronadiedespególoslabios.SedirigióafrayMillán.—Fráter, estarían bien unos latines discretos mientras quede luz…Algo
corto,paraquenuestragentesearregleconDios.Asintióelreligioso.—Porsupuesto,Sidi.SevolvióRuyDíazhacialosotros.—Saldremos en cuanto nos disimule la noche. Quiero todos nuestros
fuegos encendidos, que crean que vamos a dormir tranquilos… ¿Algunapreguntamás?Sentía lamirada deMinaya fija en él, preocupada. Y era natural que lo
fuera.Encasodeque lascosassecomplicarano la reacciónenemiga fuesemayordelaprevista,aélcorresponderíatomarlasgrandesdecisiones;yesoincluía entrar en batalla con el resto de la tropa.QueRuyDíaz le asignaratanta responsabilidad era una carga, pero también una prueba de extremaconfianza.FueDiegoOrdóñezquienalzóunamano.—¿Necesitamosprisioneros?—No. Con los que capturamos ayer forrajeando tenemos información
suficiente…Podemosmatartodoloquesemueva,hombreoanimal.Sonreíaelotro,feroz.Satisfecho.—Megustaelplan—dijo.
Ibanallevararreosycaballosligeros,sinescudosysinlaspesadascotasdemallaquepodríanestorbarlesmoverseconrapidezenlaoscuridad.PoresoRuyDíazhabíaensilladoaCenceño,sucaballodemarcha,másvelozqueeldebatalla.Lohabíahechoélmismocomosolíahacerlotodo,comprobandoelbocado,
la cincha y las herraduras. Nunca confiaba seguridad y vida al cuidado deotro;pero,además,valerseporsímismo,correridénticospeligrosqueelrestodelagente,conveníaasuimagendejefe,probandoqueanadieexigíanadaqueélnopudierahacer.Mandar a hombres sencillos y ásperos como aquéllos no era fácil, pensó
unavezmás.Cadacosateníasumodo.Susmaneras.
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Apretóloscordonesdelgambesóndecueroyseciñólaespadayladaga.Luego,conelyelmobajoelbrazoyunmantonegrosobreloshombros,salióde la tienda. Minaya aguardaba allí, teniendo a Cenceño de la brida.Caminaron juntos, sin decir palabra, hasta el lugar donde se preparaba latropa.Entorno,lanocheestabailuminadaatrechosporhoguerasyhachonesclavadosenelsueloquedabantonosrojizosalequipodequieneshacíanlosúltimos preparativos: yelmos, hebillas, mojarras de lanzas. Refulgían portodasparteselhierroyelacero,queloshombrescubríanconbarroparaevitarreflejos. Losmás precavidos daban pequeños saltos para asegurarse de quenada les tintineabaohacíaun ruidoquedurante laaproximaciónalertasealenemigo.—La luna no asomará hasta mediados los gallos —comentó Minaya—.
Tendréiseloscurohastaentonces.Danzaban en los rostros barbudos y serios contrastes de luz y sombra.
Moros o cristianos, casi nadie hablaba o lo hacía en voz muy baja,concentrados todos en su tarea, tanto los que partían como quienes losayudabanaequiparse;yelúnicosonidoqueseextendíaporelcampamentoeraelcrepitardeleñaenlosfuegos,elsuaveresollardeloscaballosmientraslosensillabanyelmetálicoresonardelasarmas.—He dejado en mi tienda una carta para mi mujer y otra para el rey
Alfonso,cerradasyselladasconcera—dijoRuyDíaz.—Meharécargo.Descuida.Se había detenido el jefe de la hueste.El belfo deCenceño le rozaba un
hombro.Sentíaenelcuellolarespiracióncálidadelanimal.—No hagas nada si no es necesario—apoyó una mano en un brazo de
Minaya—.¿Estáclaro?Asentíaellugarteniente.—Loestá.—Sólomantén a la gente dispuesta por si algo se tuerce.Y si pormala
suertemequedoallí,retírateaZaragoza.—Estaríamosenpésimasituación,entalcaso.—Mutamánprometió que si yo falto os dejará regresar aCastilla.Oque
podréis tomar cualquier otro camino, e incluso quedaros con él si os siguenecesitando…Ésayaseríaturesponsabilidad,nolamía.SeechóareírMinaya.—Puesprocuranodescargarlasobremí,comocuandoéramoscríosyme
azotabanportusfantasíaseinsolencias.
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Ruy Díaz se puso la cofia y se encasquetó el yelmo encima. Mientrasajustabaelbarbuquejo,el fuegode lashoguerashizorelucirsusojos traselprotectornasaldeacero.—Novanacastigarteestavez.Estarédevueltaantesdelalba.—SiDiosquiere,amigomío.—Notepreocupes…Querrá.
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II
Amparadosenlanochefueronbajandounotrasotroporlapendientehastaelarroyo.Erantreintaeibanapie,llevandoaloscaballosporlasriendas.Nohabíaotraluzquelasestrellasdelcielo,ytodoscaminabanconsuma
precauciónprocurandoque los animales hicieran elmenor ruido posible.Avecesrodabaunapiedraouncaballoresollabainquieto,ytodossequedabaninmóviles,suspendidoelaliento,hastaqueporlafila,susurradaenvozmuybajadehombreahombre,circulabalaordendeseguirlamarcha.Alsentirelcaucebajosuspies,disimulandolospasosenelsuaverumorde
lacorriente,anduvieronarroyoarriba,elaguaporlasrodillas.RuyDíazibaelprimero, con Félez Gormaz pegado a su grupa y Diego Ordóñez detrás.Atentoacualquierindiciodepeligro,alzabalavistaparaobservarelcontrasteescasoentrelasiluetadelbordedelaramblayelcieloestrellado.Eraunbuencamino para acercarse al campamento navarro-aragonés sin ser vistos, peropodíaconvertirseenunatrampaletalsilosenemigosadvertíanlamaniobrayatacabandesdeloalto.Como todo en la guerra, se dijo, aquello era cuestión de riesgos y
oportunidades.Decalcularpérdidasyganancias.Asíque,paraprevenirunamala sorpresa, habíamandado por delante, sin caballos, a sus dosmejoresexploradores: Galín Barbués y Muño García. Los dos jóvenes seguíanactuandosiemprejuntos.Seentendíanconunamirada,unsimpleademán,unsuavesilbidoenlanoche.Ahoradebíandeirmásdeuncentenardepasospordelante,reconociendocautoselterreno.Pensó Ruy Díaz brevemente en Galín Barbués. Diego Ordóñez había
manifestadosureservacuandohablódeenviaraljovendeavanzada.—Esaragonés—habíaobjetado,suspicaz—.Ylosdeenfrentetambiénlo
son.Esopuedetentarloapasarse.—Mefíodeél.—Nosjugamosmucho,Ruy.—Tehedichoquemefío.
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Era cierto. Se fiaba. Le gustaba aquel mozo tranquilo, ágil, callado yvaliente,conmiradadegavilán.Yporloquesabíadeél,Barbuésteníapuestala cabeza a precio en Jaca; donde, si alguien lo reconocía, le esperaba lahorca. Por lo demás, alejarlo aquella noche habría sido mostrarledesconfianza.Poreso,antesdeabandonarelcampamento,RuyDíazlohabíallamadoaparte.—Sontuspaisanos—selimitóadecirle.Asintióeljovenalescucharaquello,convagorecelo.—Losé,Sidi.—Hoypuedesquedarteaquí,siloprefieres.LomiróBarbuésuninstante,sinresponderenseguida.—¿Esordenuofrecimiento?—quisosaber.—Loúltimo.Bajoelcascodecuero,entrelabarbaralayclaradeljoven,laluzdeuna
fogatadesvelabaunamagodesonrisa.—Nohellegadohastaaquíparaquesemeinsulte,Sidi.—Tienesrazón…Vuelveatupuesto.Yesohabíasidotodo.
Laclaridaddeunpocode lunacreciente,queempezabaaasomar tras lacortadura, perfilaba los bordes de la rambla y las sombras espesas de unaarboleda. Una lechuza emprendió el vuelo de repente, sobrevolando lacolumna, y sobresaltó a los caballos. Hubo algún relincho antes de quelograranacallarlos.Todossequedaron inmóvilesenelcauce,metidosenelarroyohastalasrodillas,loshombres,yloscorvejones,losanimales.Sintiendolaspiernasentumecidasporelaguafría,RuyDíazestudiabalas
alturascomosieldiabloestuvieseapuntodeasomarenellas.Permanecieronasíunbuenrato,calladosyquietos,peronohubonada.—Adelante—musitóalfin.DiegoOrdóñezrepitiólaordenhaciaatrás,recorrióéstalafilaydenuevo
sepusieronenmarcha,aunladolatinieblayalotrounavagapenumbra,cualsiavanzaranporelfilodeambas.Alospocospasosunasombrasedestacódelante.—ZaragozayBurgos—susurróunavozconocida.Era Barbués. Algo más allá, informó, el arroyo llevaba a una pendiente
suave por donde los caballos podían ascender sin esfuerzo; sólo había que
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tenercuidadoconlaszarzas,paraquenorelincharan.Perounpocomáslejoshabíaunaavanzadaenemigaquesindudaadvertiría su llegada.Eraprecisoeliminarlaantesdeseguiradelante.—¿Cuántosson?—inquirióRuyDíaz.—Doshombres…Puedequetres.Peroestántanconfiadosquesecalientan
enunafogata,yporesopudimosverlos.Estáclaroquelosdelcampamentonoesperansorpresas.—¿Podréisconellos?—Hayuncarrascalyarbustosquepermitenllegarsinservistos.Elsueloes
de tierra arenosa, con pocas piedras, y no hacemos ruido.Muño sigue allí,vigilándolos…Condoshombresmás,losdegollamos.Estabanparadosenelagua,hablandoenvozbaja,yDiegoOrdóñezseles
había unido. Sin queRuyDíaz tuviera necesidad de ordenárselo, se volvióaquélasusurrardosnombres,quefueronrepetidosporlatropa.Unmomentodespuésseacercarondossombras,yOrdóñezlesmandóirconBarbués.Nohubo comentarios ni preguntas. Las sombras se alejaron con el aragonésarroyoarriba,fundiéndoseconlaoscuridaddelarambla.—¿Cuántoesperamos,Ruy?—Quincecredosyunpaternóster.CrujiólarisacontenidadeOrdóñez.—¿Lodelpaternósteresnecesario?—Nuncaestádemás.Cuandolosperdiódevista,RuyDíazvolvióamirarelcieloestrelladoyla
línea más oscura de la cortadura, sobre la que la hendidura plateada de laluna,yaalgomásalta,derramabaalgunaluz.CredoinunumDeum,Patremomnipotentem…No era tanto oración—aunque también lo fuese— como cálculo. A esa
hora, dedujo,Martín Antolínez y Alvar Salvadórez estarían en su posiciónconotrosveintiocho jinetes, listospara cubrirles la retirada.Ymás allá delcampamento,juntoalaramblaoriental,latropaagarenamandadaporYaqubal-Jatibseprepararíaparaelataquededistracción.Omásvalíaqueasífuera.Paternoster,quiesincaelis…Sólo quedaba confiar en que el azar no les jugase una mala pasada: un
hombrequetropezaba,unruidoinoportuno,elbrillodeunarmaenlanoche.Enasuntosmilitares,losmejoresplanespodíanvenirseabajoporunmínimodetalle.Sedliberanosamalo,amen.—Adelante—dijo.
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Lacolumnaprosiguiósuavanceenlaoscuridad.
Remontaron lacuestaenelmayorsilencioposible,empapadosdecinturaparaabajo,esforzándoseennochapoteardemasiadoconlasbotasmojadasymantenertranquilosaloscaballos,cuyosollarestapabanconunamanoparaevitarquerelincharan.Mientrashacíarecuento,RuyDíazlosviopasaranteélunoporuno,cadacualconsuanimaldelarienda,siluetasrecortadasporlapoca luna y el cielo estrellado, silenciosas, oliendo a ropa sucia húmeda,cueromojado,sudorytierra.—Agrupaosallí.Conórdenessecasyrápidasemitidasenvozbaja,DiegoOrdóñezlosfue
situando en la oscuridad, hombres y caballos al amparo del bosquecilloindicadoporBarbués,quesedestacabacomounamasasombríaentreellosyel campamento enemigo. Ardía, medio extinguida —a quienes habíacalentadoyaestaríanmuertos—,unapequeñafogataaveintepasos, tras losárboles,yseperfilabanloshombresensulejanaluz,orinandotodosantesdemontar.Nadadevejigasllenascuandopodíanabrírselasdeunalanzada.RuyDíaz también se levantó el faldón para orinar, sin prisas.Luego fue
haciaelcarrascal,dondelesaliólasombradeBarbuésalencuentro.—Todoenorden,Sidi—susurróelalmogávar.Eljefedelahuestemirabalafogata.Noseveíaanadiealrededor.—¿Yloscentinelas?—Erantres…Loshemosdegollado.—Nooímosningúnruido.Centelleó algo en el rostro oscurecido del joven. Parecía el trazo de una
sonrisa.—Notuvierontiempodehacerlo—dijo—.Ocurriórápido.RuyDíazseñalólassiluetasdehombresyanimalesqueseagrupabanjunto
alcarrascal.—Buscadvuestroscaballosyuníosaellos.—Avuestravoluntad,Sidi.DiegoOrdóñezsehabíaacercadoendemandadeórdenes.—Todoapunto—dijo.—Quemonten.Asiendo con una mano el arzón de la silla tras darse dos vueltas de la
riendaenlamuñeca,metióelpieizquierdoenelestriboyseizóalomosde
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Cenceño.Elanimal,satisfechoalsentirelpesofamiliar,cabeceósuave,connobleza. El calor de sus flancos aliviaba a RuyDíaz el frío de las piernasmojadas.Apretólosmuslos,guiándolodespaciosinnecesidaddeespuelas.En ese momento, por la parte de la rambla oriental y al otro lado del
campamento navarro-aragonés, resonó un griteríomuy lejano, salpicado detoquesdecuernoytrompetasdeguerra.—Ahíestán—oyódeciraOrdóñez,muysereno.Eracierto.Yaqubal-Jatibacudíapuntualalacita.RuyDíazsepusoenpie
sobre los estribos para ver mejor. Más allá del bosquecillo, bajo la débilclaridad lunar, seadivinaban las lonasde las tiendasdecampañaenemigas.Habíafogatasencendidas,loqueseríaútilparaincendiarcuantosepudiera.Observóotravezlalunaquesilueteabalosrelievesdelpaisaje.Leíaenel
terreno el inminente combate como si lo hiciese en un libro, calculando enqué podía beneficiar cada detalle al enemigo o beneficiarlo a él. El campoestabadespejado,sinobstáculosseriosparaelgalopede loscaballosyparafacilitardespuéslaretirada.Oasíloparecía.—Todoslistos—dijolavozdeOrdóñezasuespalda.VolvióRuyDíazadejarsecaerenlasillamientrassepasabalalenguapor
loslabiossecos.Despuéssepersignóyrespiróhondocuatroveces.—Conmigo—ordenóenvozalta.Apretaba de nuevo los muslos guiando a Cenceño, que avanzó al paso
contorneandoelcarrascal.Loseguíaun rumordensodecascosdecaballos,contenidoalprincipio,alquesefuesumandoelsonidomatedelasespadasaldeslizarsefueradelasvainas.Sacólasuyayapoyósobreelhombroderecholoscincopalmosdeanchahojadeacero,paramantenerdescansadoelbrazohastaquetocaramoverlo.Había llegadolahoradeconfundiryasustaraunenemigo incapaz de saber si quienes atacaban esa noche eran treinta o tresmil.Respiró muy profundamente otra vez, procurando vaciar la cabeza de
cuantonofueseloqueibaaocurrir.Pensódemodofugazensushijasysumujerantesdeolvidarlasporcompleto;yluego,enelaspectoquetendríanlaspuertasdel cieloodel infierno si esanoche le tocabapresentarse ante ellasconsupobrebagajedesoldado.Alcaboloolvidótambién,yenlugardetodoesoquedólanoche,lasfogataslejanas,ellatidodelasangreimpacienteenelcuellodelcaballo,latensiónenlaspiernas,elpuñoquesecrispabaentornoalmango forrado de cuero de la espada, las espuelas de hierro rozando losflancosdelanimal.Quedó,enfin,sólolaguerra,queerasuverdaderavida.
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—¡Santiago! —gritó con toda la fuerza de que fue capaz—. ¡Santiago,ZaragozayCastilla!Relinchóel caballoal sentir el aguijonazode las espuelas,FélezGormaz
hizosonarelcuernodeguerraylostreintajinetesselanzaronalcombate.
Golpeabaalpasaralgalope,sindescanso.Noeraunanocheparalapiedad.Tunc,chas,tunc,chas,hacíaelaceroaldarencarne,traslassombrasque
corríandespavoridasentrelastiendasylosabrigosdefajinas.Aqueltunc,chas,eramáscarniceríaqueotracosa.Parecíaquelasespadas
fueranel látigodeldiablo:centelleabanfugacesalalzarseycaerunayotravez.Todoentornoerangritosyalaridosenvueltosenelresonardecascosdecaballosenplenacarga.Aullabanlosjinetesquematabanyloshombresquemorían.Tunc,chas,tunc,chas.Azuzadoporlasespuelasenlosijares,guiadoporlosmuslosdeljinetemás
que por las riendas, Cenceño atropellaba a los que corrían indefensos,arrancados al sueño. Galopaba en la semioscuridad a través de un caosiluminado por la lunamientrasRuyDíaz descargaba espadazos a diestro ysiniestro,cebándoseenlosfugitivos.Alcanzándolosunotrasotro.Metódicoysin compasión, como si entrara en un campo de trigo, segaba a mansalva.Recolectabaamanosllenas.Tunc,chas.Tunc,chas.Tunc,chas.La claridad lunar recortaba sombras desordenadas que corrían sin rumbo
fijo,sinotrodestinoqueescaparalamuerte.Gritabanhombresheridos,casiinvisiblesbajolaspatasdeloscaballos.Empezabanaarderalgunastiendas,ysu resplandor iluminó fragmentos de noche por donde cruzaban siluetasdespavoridas.Erasuficiente,sedijoRuyDíaz.Lalecciónestabadada.Tiródelasriendas,refrenandoalcaballo.Luegoalzólavozcuantopudo,
gritandoporencimadelfragordelamatanza.—¡Félez!—¡Avuestravoluntad,Sidi!El sobrino seguía allí, pegado a su grupa. Había atravesado la noche
siguiéndolociegamente,algalope,atentoasusórdenes.—¡Retirada!…¡Tocaretirada!
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Sonóel cuerno.Dosvecescortasyuna larga.Unquejidobronco,brutal,que se alzó sobre el griterío y el batir del combate. Por todas partes loshombres empezaron a contener a sus cabalgaduras, retirándose hacia elarroyo. RuyDíaz semantuvo en elmismo lugar, obligando al caballo conviolentostironesdelasriendasavolversobresímismo.Procurandososegarlotraslarudaexcitacióndelaespolonada.—¡Atrástodos!—volvióagritar—.¡Vamos,retiraos!…¡Atrás!Sabíaqueloshombresnoloescuchaban,enardecidosaúnporlacargayla
matanza. Incluso el latido de su propio corazón le llegaba a los tímpanos,ensordeciéndolos.PeroelcuernoobedientedeFélezGormaztradujolaordencon un quejido espectral. Así, poco a poco, incluso los jinetes quemás sehabíaninternadoenelcampoenemigovolvierongrupas.Pasabanvelocesporsulado,deregreso,raudassombrasnegrasdecascosresonantes.Caracoleóporúltimavezeljefedelahueste,tironeandolasriendas,hasta
quenadiemásquedóporretirarse,oesolepareció.Entonces,vueltohacialastiendas en llamas que dejaba atrás, al desorden en que veía sumida aquellapartedelcampamentoenemigo,sepusodepieenlosestribosyvoceólomásfuertequepudo:—¡Soy Rodrigo Díaz de Vivar! ¡Oíd bien mi nombre!… ¡Soy el que
llamanSidiQambitur,yésteesmisaludoalreydeAragón!Despuésenvainó laespaday, trasarrimarespuelas, trotódespacioenpos
de los suyos.Notabagotear sangredesde el codopor lamuñecay lamanoderecha,hastamojarleelguante.Peroesasangrenoerasuya.
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III
MarcharonhaciaMonzónun díamás tarde sin que el enemigo, prudentetraselrebatonocturno,losinquietarasinodelejos.RuyDíazdejóenPiedraAlta una guarnición que asegurase el castillo—veinte jinetes castellanos ymediocentenardepeonesmoros,todosbajoelmandodeMartínAntolínez—,ydestacandopatrullasqueprotegieransuflancoizquierdocondujoalrestodelatropahaciaelesteporlascincoleguasdelmalcaminoquediscurríaalsurdeBarbastro,conlascumbresdelasierradivisándosebrumosas,azuladasygrisesenladistancia.Amediajornadadesudestino,cercayadelríoCinca,lahuesteacampóen
unlugaraltoybienprotegido.Lasnubesquesecerníansobrelasmontañasanunciabanmaltiempo,yRuyDíaznoqueríapresentarseanteMonzónconlatropaempapadayexhausta.Asíqueordenólevantarlastiendas,rodeándolasde una empalizada y un foso, situó escuchas, mandó gente a forrajear,exploradores al campo enemigo y palomas mensajeras a Zaragoza, y sedispusoaesperar.También,asugerenciadeYaqubal-Jatib,envióaMonzóncomoparlamentarioaAliTaxufin,queteníaparientesallí,paraquesondeasevoluntadesyplanteara laúnicaalternativaposible: sometersea la autoridaddelreydeZaragoza,sinmáscostequeeldelareputación,oarriesgarverseexpugnadosalasalto.—En el último caso—había dichoRuyDíaz al enviadomoro—, quiero
que se lo digas sin rodeos:Monzón será saqueadoy pasados a cuchillo losvaronesmayoresdedoceaños…¿Estáclaro?—Iyeh,Sidi.—Puesaello,queurge.Urgía, desde luego, pues las amenazas eran varias. Y si las cosas se
estancaban, todo podía empeorar. Aquella noche los exploradores trajeronnoticiasdelejércitonavarro-aragonés:sehabíamovidohaciaeleste,siemprealavistaperosinarriesgarse.ElreySanchoRamírezsemanteníaadistancia,enesperadeloqueocurrieseenMonzón.
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Consciente del peligro,RuyDíaz convocó consejo de guerra y todos suscabosdetropa—Yaqubal-Jatibacudióconellos—coincidieronenlomismo:—Silaciudadresiste,elenemigotendráunabuenaoportunidad—expuso
Minaya—. El rey Mundir de Lérida prepara sus tropas… Si se une a losnavarro-aragoneses,nosdoblaránotriplicaránennúmero.Losotrossemostrabandeacuerdo.—Siempre y cuando el conde de Barcelona no decida sumarse a la
montería—apuntóAlvarAnsúrez,preocupado—.EldeLéridalepagaparias,yestáobligadoasostenerlo.—Contratodosalaveznotendríamosningunaposibilidad—dijoYénego
Téllez.—Sisejuntan.—Serácuestión,entonces,denopermitirquesejunten.—Yaunquelohagan—opusoDiegoOrdóñez,brutalcomoacostumbraba
—.Amásenemigos,másganancia.—Subotínpuedensernuestrospescuezos.Ruy Díaz los dejaba hablar, estudiándolos cual solía. Aprendiendo de
todos. Estaban en su tienda, alumbrados por un candil de aceite que dabatonalidadesgrasientasa los rostrosbarbudos.Olíanaestiércoldecaballo, asudor,ahumodeleña.Sabíancosasdelavidaydelamuerte,delcombate,dela supervivencia, que ellos mismos no eran capaces de explicar cómoalcanzabanasaberlas.Rudosenlasformas,extraordinariamentecomplejoseninstintoseintuiciones,eranguerrerosynuncahabíanpretendidoserotracosa.—SiMonzónnoserinde,estaremosvendidos.—Ytalvezaunqueserinda.—No.Entalcaso,nuestrasituaciónmejoraríamucho.—Esoesfácildecirlo.—Puesosdigoquesí.—Yyodigoqueno.TeníanenelsuelootromapatrazadoporfrayMillán:crestasdemontañas
yBarbastroalnorte,Monzónyelcaminoqueibamásallá,haciaTamariteyAlmenar.Porallívendrían las tropasdel reydeLéridaparaunirsea lasdelrey de Aragón. Y por Balaguer, llegado el caso, los francos de BerenguerRemont.Yeracierto:silostresejércitosseuníanparadarbatallajuntos,elfuturo de la hueste pintaba difícil. Suponiendo que en tal caso quedasemargenparaunfuturo.—NuestroseñorelreyMutamánhaprometidoenviarnosrefuerzos—dijo
RuyDíaz.
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Miraba a Yaqub al-Jatib, que no había despegado los labios. El jefeagarenoencogióloshombros.—Los refuerzos pueden llegar—comentó con sencillez—. O pueden no
llegar.—¿QuéposibilidadeshaydequeMonzónserindasinlucha?Lopensóelotrounmomento.—Creoquemuchas—repusoalfin.—¿Yporqué,entuopinión?Se explicó con detalle el capitán moro. Su enviado Ali Taxufin sabía
manejarse bien. Por otra parte, el alcaide, un tal Yusuf al-Aftas, no erahombrebelicosoysulealtadalreydeLéridasiemprehabíasidorelativa.Alamuerte del viejo rey de Zaragoza se había mostrado indeciso entre unhermanoyotro,yteníadentromuchagentenoaptaparacombatir:mujeresyniñosademásdeloscampesinosqueserefugiaronallíalverlosaparecer.—Esopuedevolverlorazonable—resumió.Semiraronentresíloscapitanes,esperanzados.Aquellosonababien.—SientramosenMonzón—opinóMinaya—,podremosaguantar.Elmal
tiemposeechaencimayelreyaragonésselopensarámejor.Cuandolleguenlas tropas enemigas de Lérida estaremos seguros y listos para hacerlesfrente…Conunlugaranuestraespaldapararefugiarnossialgosalemal.—Túlohasdicho—gruñóDiegoOrdóñez—.SientramosenMonzón.Ruy Díaz miró de nuevo a Yaqub al-Jatib. El capitán moro permanecía
impasibleaunqueentornaba lospárpados,comocorroborando loqueel jefede la hueste meditaba. Se tocó éste la barba, pensativo. Luego asintiódespacio,elaireconvencido.—Entraremos—afirmó.—Inshalah—dijosuavementeelmoro.
Yusufal-Aftas,elalcaide,eraenefectohombrepocobelicoso.Yprudente.Ni siquiera intentó negociar, ni pidió plazo para pensarlo. Al amanecer,abiertas las puertas del castillo, el rayah, la bandera verde con el león y laespada de Mutamán, ondeó en la torre principal, y las tropas del rey deZaragoza cruzaron el Cinca para tomar posesión de Monzón sin que seregistraraningúnincidente.—Clausa patent—comentó un admirado frayMillán cuando entraban a
caballo, resonando los cascos sobre el puente levadizo—. Vuestra sola
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reputaciónabrelaspuertas,Sidi.—Ojaláesobastaraparaganarbatallas.—AsíloquieraDios.Ruy Díaz fue recibido por el alcaide con todos los honores. Y aquella
mismamañana,desdelasmurallasyencompañíadeYaqubal-Jatib,MinayayDiegoOrdóñez,pudoobservarlasposicionesenemigas.Elejércitonavarro-aragonésseguíasinintervenir,enladistancia,acosadeunaleguajuntoalrío.—Nocreoqueataquenahora—dijoMinaya.Estudiaba Ruy Díaz el campamento lejano, velado por el gris que
descendía despacio de lasmontañas. En el camino deBarbastro y sobre elcaucedelCinca,elcierzoarrastrabanubarronesespesosyoscuros.—NosmantendremosenguardiaporsialreySancholedieselaventolera.—Dudo que esos ahembrados se atrevan a moverse —opinó Diego
Ordóñez—ahoraquetenemoselcastilloguardándonoslasespaldas.—Nuncasesabe.Asíquequieroatalayasyexploradoresenlasdosorillas
delrío.Todoeltiempo.—Atuvoluntad.—Yqueinformenacadamomento.—Claro.VolvióaobservarRuyDíazelcampamentoenemigo.—Tenéisrazón—concluyó—.NocreoqueelreydeAragónsemuevapor
ahora.Sipermanecedondeestá,seguiremoscaminodentrodedosdíasparacortarelpasoalejércitodeLéridaeimpedirqueseleuna.—¿Hastadóndepiensasllegar?—seinteresóMinaya.Sinresponder,RuyDíazmiróalcapitánmoro.—¿CreesqueMundirsedaráprisa,raisYaqub?Lopensóelotrouninstante.—Lo dudo —respondió al fin—. No querrá arriesgarse demasiado. Lo
conozco,ynosepareceasuhermanomiseñor.Ydisponedepocacaballeríapesada…Siendo como es, aguardará a los francos del conde de Barcelonaparavenirconmásfuerza.RuyDíazescuchabaconmuchaatención.—¿Esocrees?—Estoycasiseguro,Sidi…Pormicaraquesí.—¿Hastadóndepretendesllegar,Ruy?—insistióMinaya.Mirabaeljefedelahuestelasnubesoscurasquebajabandelasmontañas.
Cadavezseveíanmáscercanas.—Demomento,hastaTamarite—respondió.
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—Nofastidies.Sonó la risa contenida de Diego Ordóñez. Yaqub al-Jatib se mantuvo
impasible,comosolía,mientrasMinayasehurgabaunaoreja,inquieto.—Esoestáadosleguas—objetó—.Talvezseairmuylejos.AsintióRuyDíaz,queseguíamirandolasnubes.Sintiócaerleenelrostro
unaprematuragotadelluvia.—Puede…Peroesbuenlugarparavigilarlallegadadeunosyotros.Minayaarrugabaelentrecejo.—¿AnteshasdichollegaraTamaritedemomento?—Esoes.—Porvidade—elotroescupiódensoylejos,entredosalmenas—.¿Aún
piensasirmásallá?—Tengoesaintención.—¿Adónde?—HastaAlmenar.MinayayDiegoOrdóñezlomiraronboquiabiertos.—Creo que ese lugar está abandonado —apuntó el primero—. Casi en
ruinas.SeñalóRuyDíazalcapitánmoro.—ElreyMutamándeseaquelofortifiquemos…Laordenllegóanoche.—Porvidade.Se volvieron los dos castellanos hacia Yaqub al-Jatib, que encajó el
escrutiniosinalterarse.—Nosotrosnolosabíamos—protestóOrdóñez,molesto.—Puesahorayalosabéis—repusoRuyDíaz.—UnavezarregladoAlmenar,serábuenresguardoparapasarel invierno
—dijoelmoro,objetivo.Minayamirabapreocupadohaciaeleste:alcaminoirregularquediscurría
entrelasierra,alnorte,ylosmontesbajos,alsur.—Hasta allí son ocho leguas omás—suspiró—.Demal camino y peor
terreno.Yhayquellevarrecuasdemulascontrigo,cebada,aceite,sal,vinoyforraje.—Losédesobra.—Y mira ese feo cielo, color panza de burra —señalaba las nubes—.
Vienendíasdefríoyagua.—Esotambiénlosé.Peroencampoabierto,elmaltiempoesneutral.Será
tanincómodoparanosotroscomoparalosadversarios.NosedabaMinayaporconvencido.
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—Cuanto más nos internemos en territorio enemigo, más vulnerablesseremos—razonó—.PeorescomunicacionesymáslejosdeMonzón.InclusodeTamarite,figúrate…ImaginaahoraqueSanchodeAragónnoseretira.AsintióRuyDíazconmuchacalma.—Llevodíasimaginándolo.—Pues imaginaentoncesenemigosalnorte,alesteyal sur,confluyendo
paraunirse…Sitenemosproblemas,nohabrádondeguarecerse.Pondríanunhurónencadabocadelamadriguera.Sonrió el jefe de la hueste en sus adentros. Lo del hurón no estabamal
traído.Erauna formacautademencionar lo temible: la tropadeshecha trasuna derrota, corriendo los supervivientes para salvar sus vidas, perseguidosporlacaballeríaenemigaqueiríaasusalcances.Enaquellosparajesderocaslimadaspor elvientoy la lluviani siquierahabíabosques espesos.Sinunafortalezacercadonderefugiarse,elexterminioseríainevitable.Sólo Ordóñez no parecía preocupado. Al contrario. La perspectiva de
cualquier degüello, propio o ajeno, le hacía brillar los ojos. Lo estimulaba.Eraunsoldadoperfecto,unapurabestiadeguerra.—Nosepescantruchasabragasenjutas—dijorascándoselacalva.Yensubarbaespesaseabriólabrechadeunasonrisaferoz.
Primerollegóelvientoyluegolalluvia.Soplóelcierzotodalatarde,yalanochecer, tras un rato de truenos y relámpagos, rompió con fuerza elaguacero.Elaireolíaaazufre,tierrahúmedayhierbaquemada.Notoda lahuestecabía tras lasmurallasdeMonzón,asíquesemontóel
campamentojuntoalcastillo,cavandoentornoa las tiendasy loschamizoszanjasquedrenaraneldiluvio.Tambiénse instalaronpuestosdeescuchasyatalayasjuntoalríoparavigilarelcampoenemigo.Yaldespuntareldía,bajouna luz mortecina y triste, Ruy Díaz salió con una docena de jinetes parareconocer el terreno. Montaba a Persevante y cabalgaban con él YénegoTéllez,GalínBarbués,unadalidlocalynuevecastellanos,delosquecuatroibanarmadosconlanzas.Todosmenoselmorollevabancotasdemallabajolascapasenceradas,elyelmopuestoyelescudocolgadodelcuello.—Buentiempoparaeldiablo—mascullóYénegoTéllez,escupiendoagua.La lluviaeradeverdadmolesta.Las rachasquecaíandelcielo formaban
veladurasgrisesquearatosimpedíanvermásalládecincuentapasos.Corríael agua por los rostros bajo los yelmos, empapaba losmantos y se filtraba
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entre los eslabones de las cotas de malla, mojando los belmeces que ibandebajo. Chapoteaban los caballos en regueros de fango casi líquido quecorríancomotorrentes,arrojandosalpicadurassobrelosjinetes.RuyDíazapretólosdientesparaquenolecastañearanaltiritar.Tambiénle
dolíalaantigualesióndelarodilla.Habíavividomomentosmáscómodosyconfortables que aquél, sin duda. Se notaba mojado hasta dentro, tenía laspiernas y los brazos entumecidos, y el paño húmedo sobre sus hombrosaumentaba el peso de la arroba ymedia de acero que llevaba encima. Sinembargo, la coyuntura era buena para pasar junto a las posibles avanzadasenemigassinservistos.—Paraeldiablo—repetíaYénegoTéllez.Era un joven sufrido y prudente, pero toda aquella agua exasperaba a
cualquiera.Hacíaunratoquehabíandejadoatráslaúltimaatalayapropia:unatorrehechacontroncosenlaquesorprendieronaloscentinelasresguardadosysinpreocuparsedeotracosa—esolesvalióunareprimendaquelospusoatemblar,ynodefrío—.Yahora,guiadosporeladalidmoro,losdocejinetesseinternabanenlatierradenadie,resueltosaaveriguarsilaspatrullasdelreydeAragónhabíanalcanzadoelcaminoqueconducíaaTamariteyAlmenar.Avanzabanconcuidado,flojalarienda,atentosalpaisaje.Mirándolotodo
bien.Poraquellaparteel terrenoerairregular,rocosoyquebrado,demontebajo; y el camino, poco más que un sendero con vueltas y revueltas quediscurría entre jaras, aliagas y romeros vencidos por la lluvia. Habíabosquecillosdispersosdecarrascasyunachoperaalgomásespesaporelladoizquierdo, muy cercana, junto a un arroyo que corría turbio y colmado,brumosotodo.—Jinetes—dijodeprontoGalínBarbués.Élloshabíavistoprimero,sólounmomentoantesdequeelguíamorose
volviera a dar la voz de alarma señalando los chopos. Para entonces, RuyDíaz había dejado caer elmanto sobre la grupa y aflojado la correa que lesujetabaelescudoalcuello,yyaembrazabaéste,sacandolaespada.Eranmuchos,advirtiódeunaojeadaminuciosa.Almenosveinte.Salíande
entre los árboles agrupados para combatir, grises y revestidos de hierro,silenciososcomolamuerte.Estabaclaroque,emboscadosenlachopera,loshabíanvistovenir.Ynoeranmoros,sinocristianos.GentedelreydeAragón.Sin duda llegaban allí haciendo lo mismo que ellos: averiguar para quiénestaba libre el camino.Aquel darse de boca era unamás de las numerosascasualidadesencampaña.Unencuentroinesperadobajolalluvia.—Cristoyrecristo—mascullóYénegoTéllez.
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Noquedabaotra,concluyóRuyDíazconelúltimopensamiento lúcidoyrápido. No había mucho que pensar. Una retirada con aquellas lanzas a laespaldayelsueloembarradoeraunsuicidio.Sólorestabauncamino,yésteconducíaenlínearectahacialosenemigosqueyaarrancabanaltrote,bajandolaslargasastasdefresno:jugarlasuerte,esperandoquefuerabuena.Asíquelarazóndejópasoalinstinto,frutodeañosviviendoenlaguerra.—¡Peleamos!—gritó a los hombres, que se volvían hacia él, confiados,
esperandosudecisión.Después, cuando sintió que sus compañeros se le situaban a uno y otro
lado, flancocon flanco,clavó lasespuelasenPersevante,acicateándoloconviolencia.Esperaracaballoparadolacargaenemigaeracondenarseamuerte;asíquetrotóalencuentrodelaslanzas—noquedabaespacioparaalcanzarelgalope—inclinadoelcuerposobreelcuellodelanimal,firmeenlosestribos,asentando el escudo ligeramente vuelto a un lado para desviar impactos.Llevaba la rienda en esa misma mano, pero floja, pues en aquellascircunstanciaselcaballoseguiabamásconlaspiernasqueconlasmanos.Yalzabalaespadaextendidoelbrazodiestro,listaparaapartarloshierrosqueenuninstanteibanabuscarsucuerpo,yparatajarluego,sipodía.Sitraselprimerchoqueseguíamontadoyvivo.NadiegritóSantiago,niCastilla,niAragón,ninada.Noestabaneltiemponielmomentoparavoces.Seacometieronunosyotrosconlosdientesprietos,sinmássonidosqueel
repicardelalluviaenlosarneses,elentrechocardelasarmasyelchapoteodeloscaballosenelbarro.Laprimera lanza, laquebuscabaaRuyDíaz—sintióelaprensivovibrar
delvientreylasinglescuandolatuvomuycerca—,resbalósindañocontrasuescudo.Golpeóélentoncesalpaso,entreviendoapenasunrostrobarbudoenemigo y unos ojos enloquecidos bajo un yelmo por el que chorreaba elagua.Luegotiródelariendapararefrenarelcaballo,volviendoalapelea,ylo que vino a continuación fue, como de costumbre, una sucesión demovimientosmecánicoshechosdecoraje,desesperaciónyadiestramiento:unsinfíndelanzadasygolpes,chasquidos,gruñidosdefuria,relinchosybatirdeacero.Lalluvialohacíatodomáslentoymásdifícil.Goteabaelaguaysalpicaba
elfango,yalgunoshombres,imposiblesaberdequébando,caíanalsuelo.Sealzabandemanosycorrían,desbocados,unpardecaballossinjinete.Seencontróeljefedelahuestejuntoaunadversario,tanpegadoaélqueni
había espacio para tirarle de filos o punta. Un rostro barbudo, tal vez el
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mismodeantes.Otalvezno.Mientraschocabanloscaballoslogolpeórecioconelpuñodelaespada,guarnecidoconunpomodeacero;yelotro,quesíalcanzóatenerespacio,aunquedoliéndose,asestóunespadazoqueabrióuntajo de un palmo en el cuello de Persevante. Flaqueó el animal, dobló laspatas, y, sintiendo que se iba al suelo, Ruy Díaz se abrazó al enemigo,desmontandoconél.Cayeronjuntosalbarro,entrelaspatasdeotroscaballosy el cuerpo de Persevante, que agonizaba. Trabado por el escudo aúnembrazadoenlazurda,RuyDíazsoltólainútilespada,desenfundóladagademisericordia con la diestra y buscó tanteando bajo el almófar del otro unresquiciopordondemeterla.Gritócomounverracoelaragonés,oelnavarro,oloquefuera—teníaunbrazoroto,quelecolgabainertebajoelcamisotedecotademalla—cuandoelaceroencontrócarne.Despuésarrojóunabocanadade sangre oscura y bajo el nasal del casco los ojos se quedaron primeroturbiosyluegoenblanco.Se incorporó a medias Ruy Díaz, arrodillado, chorreante de barro,
librándose del escudomientras buscaba su espada.Ocupado en eso, no viovenirlamazaenemigaquelegolpeólacabezapordetrásyloarrojódebrucesalfango.
Lecontaronloquehabíapasado.Fue algo más tarde, cuando recobró el sentido. Lo habían llevado hasta
apoyarloenel troncodeunchopo,apocospasosdel lugardelcombate.Alabrir losojosvio la lluviagrisque seguíacayendo,yalgomás lejosmediadocenadecuerpostiradosenelbarrodonderepiqueteabaelagua.La cabeza le dolía como si se la hubieran rellenado con pez negra y
caliente.Ajustó al fin la mirada, turbia al principio. Advirtiendo los detalles.
Persevante estaba inmóvil y parecía muerto. Otro caballo, desventrado,relinchabadedoloragitandoalairelaspatasenredadasensuspropiastripas.DejódehacerlocuandoGalínBarbués,inclinadosobreél,letajóelsurcodela yugular de una cuchillada. Después fue a reunirse con Ruy Díaz,agachándoseasulado.—¿Cómoosencontráis,Sidi?—Fatal.Sonrióelalmogávar.Teníaelrostrocansado,conprofundasojerasazules.
Parecíahaberenvejecidoveinteaños.
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—Pudoserpeor.ParpadeóRuyDíaz,aúnaturdido.Lehabíanretiradoelyelmo,yelaguale
goteaba por la cara y la capucha de anillas de acero. Tenía frío y tiritaba.Quisolevantarse,perolaconmociónseloimpidió.Mareado,volvióadejarsecaer.Lepesabatodo.Yalmoverse,elcuerpoenteroledolióhastalapuntadelospies.Igualquesilohubiesenmolidoapalos.—¿Cómonoshaido?—Leshicimosseismuertosyvolvierongrupas.—¿Ylosnuestros?—Dosyeladalidmoro—señalóaunlado—.TambiénYénegoTéllezse
hallevadolosuyo.—¿Muerto?—Todavíano.—Ayúdame.SepusoenpieapoyándoseenBarbués.El herido estaba tumbado bajo otro árbol, con un manto mojado por
encima.Lehabíanretiradoelcascoyelrostroseveíamuypálidoyexangüe,aunqueparecíadespiertoylúcido.—Sialguiennoseocupademipiernavoyamorirdesangrado,Sidi.Entornabalosojosparaprotegerlosdelalluvia.Eljefedelahuesteletocó
la frente con los dedos y luego apartó la capa para echar un vistazo. Lalanzada había pasado la cota demalla por debajo de una ingle, y entre loseslabonesrotossefiltrabalasangrediluidaengotasdeagua.—Esmalsitio,paisano.Suspiró el moribundo, resignado. No parecía sentir dolor. Los otros se
habían congregado haciendo corro y lo miraban en silencio sin acercarsedemasiado,mojadosyserios.Resultabaasombroso,pensóRuyDíaz, loqueesa clase de gente podía hacer, o soportar, o sufrir, por una soldada y unpedazodepan.Eranhombressencillos,capacesdematarsinremordimientosydemorircomoeradebido.—Séqueesmalsitio,Sidi…Lodijepordeciralgo.Seguía lloviendo. El jefe de la hueste se arrodilló y le tocó los dedos.
Estabanheladosyyertos,cualsisupropietariocomenzaraaextinguirseporallí.—Tengofrío—murmuróelherido,yempezóatemblar.RuyDíazvolvióacubrirloconlacapamojada.ConocíaaYénegoTéllez
tan bien como a casi todos los deVivar: desde que lo había visto, todavíaniño,cogernidosdepájarosyenjaulargrillos.Lorecordóconlapedradaen
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lacaraylamanoheridabajolosmurosdePiedraAlta,sinperderlasonrisa.Noeradeaquéllosalosqueresultabanecesarioendulzarlascosas.—Deberíasrezaralgo,supongo.—Ya…recé.—Buenaidea.Ruy Díaz le puso una mano haciendo pantalla sobre el rostro, para
protegerlelosojosdelagua.—Locontaréallí,paisano.Queacabastebien.Seenturbiabalamiradadelotro,apagándosedespacio.—Hiceloquepude,Sidi—murmuró.Todavía dijo algo más, pero ya no pudo oírse porque en ese momento
arreciólalluviayelrumordelaguaalcaerapagósusúltimaspalabras.
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IV
Aunque los refuerzos de Zaragoza se retrasaban, Ruy Díaz no quisoesperar. En cuanto mejoró el tiempo envió una avanzadilla de cincuentalanzasydoscientospeonessiguiendoelcontornodelasierra,endirecciónaTamarite yAlmenar,mientrasmantenía enMonzón las posiciones frente alejércitonavarro-aragonés.—SiSanchoRamíreznosemueveenunpardedías—dijoasugente—,es
quetenemoslapartidaganada…Almenosporeselado.Parasualivio,elreydeAragónsemovió,peroenladirecciónopuesta.Dos
díasdespués,sustropasdesmontaronelcampamentoyempezaronaretirarsehaciaelnoroeste.Reclamadoenotrapartedesusdominios,SanchoRamírezrenunciabaacontinuaruna inciertapartidaen laquepocoobteníaymuchopodíaperder.Esodespejababastantelasituación.Ahorael jefedelahuestepodíaconcentrarseenhacerfrentealadobleamenazadelreydeLéridayelcondedeBarcelona,cuyosejércitos,segúninformesdeespíasyexploradores,avanzabandespacio,muyprudentes.—Sehabránjuntadoendossemanas—anuncióDiegoOrdóñez,queibay
veníaendemandadenoticias—.YparecequeloharánenalgúnlugarentreLéridayBalaguer.—Tenía razónMutamán—opinabaMinaya—.Almenar va a ser el sitio
clave.—Pueshabráquedarseprisa.—Ymucha.Ruy Díaz reclutó por fuerza a todos los moros habitantes de la zona,
incluidosmujeres y niños—hubo que ahorcar a algunos para convencer alresto—, los dotó de picos y palas e hizo fortificar Almenar, cuyo castilloestaba enmal estado. Luego dejó allí el grueso de la tropa y anduvo hastaEscarpeenbuscadeforrajeybastimentos,reconociendolafrontera.—LosfrancosyelreydeLéridasehanunidoya—informóGalínBarbués
unamañana, bajándose polvoriento del caballo tras haber galopado toda la
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noche—.CercadeAlmenar, como suponíamos…Pronto estarán listos paradarnosbatalla.Aquelmismodía,alcaerelsol,unmensajerotrajoaEscarpelanoticiade
que los refuerzos estaban, por fin, en camino desde Zaragoza: trescientosjinetes y mil hombres de infantería, a cuya cabeza cabalgaba el rey enpersona.AsíqueRuyDíazacudióareunirseconél,reventandocaballos.Loencontró en Tamarite, un pequeño lugar protegido por un castillo yencajonado entre cerros quebrados y rocosos que lo circundaban como unamuralla natural. Y apenas bajó del caballo para besar su mano y vio lasonrisa,supoqueMutamánestabasatisfecho.—Hashechounbuentrabajo,Ludriq.Teníaelreybuenaspectoyvestíaropamilitar:yelmodoradoconturbante
blanco, aljuba de cordobán y su rica gumía al cinto. En vez de espada,desdeñoso, llevaba una simple fusta de plata y cuero trenzado. Pero loescoltabasuguardianegra.RuyDíazvioentreelséquitoaYaqubal-JatibyAliTaxufin,ysupoquebuenapartedeaquellasonrisasedebíaalosinformesdelraisagareno.—Cumplívuestrasórdenes,miseñor.—Segúnmecuentan,yporloqueveo,hicistemásqueeso.Mutamán tenía motivos de sobra para estar satisfecho. No sólo habían
tomado Piedra Alta y Monzón y fortificado Almenar, sino que el rey deAragónvolvíagrupassinpresentarbatalla.Además,elejércitodeZaragoza,ahora en buena posición para hacer frente a francos y moros leridanos,disponía de setecientos hombres a caballo, tres cuartos de ellos caballeríapesada cristiana, y más de tres mil peones agarenos encuadrados poralmocadenes expertos: una fuerza que bajo cualquier otro jefe seríarespetable,peroquemandadaporRuyDíazeratemible.—Eso,sinoloestropeaMutamán—habíacomentadoMinayaenunaparte
—ynosfastidialacampaña.No faltaba razón al segundo de la hueste. Tras las primeras cortesías,
cuando el rey se hizo explicar los detalles de la situación y anunció susplanes, éstos inquietaron a Ruy Díaz y sus cabos de tropa. Mientras loscastellanosseinclinabanporpermaneceraladefensivamostrandosufuerza,sin fiarlo todo a una batalla campal de resultado incierto, el rencor queMutamán sentía hacia su hermanoMundir lo tornaba intransigente. Queríadarlea todacostaunescarmientomilitar,y restaba importanciaalpesoquelas tropas del conde de Barcelona tendrían en la balanza. Confiaba
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ciegamenteeneltalentoguerrerodeRuyDíazyenelefectoquesupresenciacausaríaenelenemigo.—ConSidiLudriqylaayudadeDios—concluyó—losharemospedazos.Peroeljefedelahuesteerabatalladoracuchillado.Losuficienteparasaber
queconsóloreputaciónnoseganabanbatallas.YqueDios,moroocristiano,teníalacostumbredeayudaralosenemigoscuandoeranmásnumerososquelosamigos.
—Todoshablanbiendeti,Ludriq.—Menoslosquehablanmal.—Nadieentrelosmíoslohace.Elogiantudisciplinaytuprudencia.Atardecía en Tamarite: el sol se estaba poniendo tras los cerros que
rodeabanelpueblo.RuyDíazyMutamánacababandecenaryestabansolos,sentados a la mesa en una casa aderezada para aposentar al rey: edificioantiguodemurosanchosyfríos,deltiempodelosgodos.Enlasala—vigasennegrecidas en el techo, paredes gruesas y húmedas, esteras en el suelo—ardíaunbuenfuegoenunagranchimeneadepiedra.—Noesfácilmandaraloshombres—añadióMutamán.HizoRuyDíazunademánconciliador.—Serreyesaúnmenosfácil,miseñor.Quizásealapruebasuprema.—No estoy seguro de eso.Hay reyes y reyes…Gobernar en situaciones
extremas, victorias o desastres, es ir todavía más lejos. Requiere virtudesmilitares y también humanas. Ciertas condiciones.Mi buen padre, que delparaísogoce,sabíamandaraloshombres.Yolointento.—Lohacéisbien,miseñor.Al otro lado de lamesa hubo unamirada rápida y unamueca escéptica.
Echandoatrásunamangadeseda,elmoroalzabaundedoadmonitorio,comollamandoalordenasucomensal.—No cuadran los halagos a Sidi Qambitur, aunque eso los haga más
valiosos—ironizó—.Además,conmigosoninnecesarios.—Vanincluidosenelsalario,miseñor.Sedesafiaronuninstante,cómplices,yelreyemitióunabrevecarcajada.—Talvezlohagabien,comodices.Olointento,almenos…Mihermano
Mundiresincapaz.Lefaltafrialdaddejuicioylesobranambiciónyvanidad.Diosloconfundiráporeso.
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Se detuvo Mutamán cual si acabase de caer en algo. Luego movió unamano,benévolo,paraquitarleimportanciaaloqueibaadecir.—Porcierto.Hablandodehermanos,Raxidatemandasaludos.ARuyDíaznoselemovióunmúsculodelacara.—Agradecedloenminombre,señor.LomirabaMutamánpenetrante.Conintención.—Loharé—dijotrasunbrevesilencio.Sepasólosdedosporlabocaparalimpiarlosrestosdecomida,losenjuagó
enunajofaina,bebióunúltimosorbodevinoysepusoenpie.RuyDíazloimitó en el acto, alisando el paño del brial que vestía. Como concesión almomento, llevaba calzas y borceguíes de corte, sin ceñir espada ni puñal.Nadie podía llevarlos a solas con el rey. Y estar allí de ese modo era unprivilegioextraordinario.Unapruebaextremadeafectoyconfianza.—Llevotiempoobservándote,Ludriq.Enpersonaomedianteterceros…Y
tienesalgoqueotrosnotienen.Eressecoysobrio.—Lointento,miseñor.—Haces más que intentarlo. No vas a la guerra rodeado de pajes y
sirvientes, apartado de tu gente.Al contrario.Compartes con ella elmismopanyelmismoriesgo.Miróelreylachimenea.—Hacedemasiadocalor,¿no teparece?…Hancargadoel fuegohasta lo
insoportable.—Supongoquebuscanagradaros,miseñor.—Puessóloconsiguenfastidiarme.FueMutamánhasta la ventana, que estaba cerrada, trasteando los cierres
paraabrirla.—Hablábamosdeti,Ludriq.—Noesmitemadeconversaciónfavorito.Elmorohizocomosinolohubieraoído.Forcejeabaconlospestillos.—Hay algo que me asombra… Si alguien me dijera que hasta mis
capitanesandalusíesestaríanundíadispuestosamoriracambiodeungestode amistad o un simple elogio tuyos, los habría tomado por idiotas o porlocos.Se le resistían los cierres, demasiado oxidados. Ruy Díaz acudió en su
ayuda,destrabándolos.Luegoabriólospostigosalaluzdelcrepúsculo.—Necesito saber cómo lo consigues, Ludriq—el rey lo dejaba hacer—.
Sercapazdeponerteenpieentreunalluviadeflechasdandoórdenessinquetetiemblelavoz,yquetussoldadosterespetenporeso.
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Másalládelaventanaabierta,auncentenardepasos,elminaretedeunamezquitasealzabasobrelostejadospardos.Elairefríopenetróenlaestancia,aliviandoalosdoshombres.—Soy un rey con súbditos a los que gobernar —añadió Mutamán—.
Necesitoherramientaseficacesparadesempeñarmimisión,queessagrada…Quisieraapropiarmedepartedetualmaparausarlaenmiprovecho.Incómodoconlaconversación,RuyDíazmirabaporlaventana,eludiendo
losojosdelrey.—Metenéisaquí,miseñor.—Sí,mientrastepague.Peroundía,terminadotutrabajo,teirásytalvez
sirvas a algún enemigo mío. Y más si obtienes el perdón de ese Alfonsoincapazdecomprenderquealalejartesecortaélmismounbrazo.Lasiluetadeunalmuédanoasomóenloaltodelamezquita,recortadaenla
luzponiente,yalmomentoseoyólavozllamandoalaoración.Bismilahal-rahmanal-rahim.EnelnombredeDiosclementeymisericordioso.—¿Nuncahaspensadoenhacertemusulmán,Ludriq?…¿Enquedarteaquí
yllevarunavidadiferente?—TengofamiliaenCastilla,miseñor.—Podrías traerla, convertiros al islam y que vuestra vida fuese distinta.
Otroslohicieron.—Allácadacualconloquehaceodejadehacer.—Túnodebesnadaaesereyingrato.—Peroesmiseñornatural.—Insistoenquenadaledebes.LopensóRuyDíazunmomento.—Melodeboamímismo—dijoalfin.—Por supuesto… Me estás diciendo que, en realidad, tu rey es lo de
menos.Me refiero a la persona. Es la idea, ¿no?…Eres uno de esos raroshombresfieles,noaunapersonasinoaunaidea.Entucaso,unaideaegoísta:laquetienesdetimismo.RuyDíazreflexionóotravez.Lociertoeraquenuncasehabíaplanteado
eso.Onodetalmodo.Suoficionoerarumiaresaclasedecosas.—Esposible—admitió.—Claroqueloes.Poresohayquienesnosetraicionannunca,aunqueen
tornoseleshundaelmundo.Inclusoenlanegruradelanoche,cuandonadielosve…Nohaylealtadtansólidacomoésa.Seguíasonandolavozdelalmuédano,dobladaenloscerroscercanoscomo
unecodistante.RuyDíazhizounademándeindiferencia.
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—Sóloesimportanteelfinaldelascosas.Lo miró el rey casi con sorpresa. Cual si algo notable se acabara de
desvelarantesusojos.—Esloquedesearíascuandollegue,¿verdad?…Unfinalqueloconfirme
todo.Seguía mirando Ruy Díaz por la ventana, sin responder. La oración
pregonadadesdeelminareteparecíaatraersuatención.—¿Notefatigavivirsiempreenguerra,Ludriq?—Noséquédeboresponderaeso.Había encogido los hombros al hablar. El rey se acercó un poco más,
apoyandolasdosmanosenelalféizar.—Teheobservado.Ycomodijeantes,tambiénteestudianpormí…Hasta
cuandotemuevesdeunahabitaciónaotraescomosialotroladodelapuertaesperasesencontraraunenemigo.Secallóuninstante.Despuéssuvozsonóimperiosa.Seca.—Míramecuandotehablo,cristiano.Obedeció Ruy Díaz. Los ojosmuy oscuros deMutamán relucían con la
últimaluz.Lomismopodíasercóleraqueafecto.—Hayhombresvaliososde losque,sinembargo,sedeberecelaracausa
desuambición,desumaldadodesusdefectos…Perotúnoeresdeésos.Tras decir aquello, el moro ladeó la cabeza para contemplar la claridad
rojizaqueseextinguíatrasloscerros.—Quizáalgúndíamealiviequemueras—dijo.AsintióRuyDíaz.—Esposible.—Ojalánuncaseanecesario.—Enesoconfío,miseñor.CruzóMutamánlosbrazossobreelpecho.Deprontoparecíasentirfrío.—Pero ¿sabes?—dijo casi conbrusquedad—.Hayhombres cuya lealtad
hacia ellosmismos, a lo que son o creen ser, los hace peligrosos…Aésosresultaimposibledominarleselcorazón,inclusoaunquecompressuvida.Se detuvo cual si intentara redondear la idea, o buscara otro modo de
expresarla.Alcabopareciórendirseysuspiró.—Túerespeligroso,Ludriq.—Vivodeeso.Lohabíadicho con ecuánime sencillez.Mutamán le dirigióunaúltimay
pensativamirada.—No—concluyó—.Estunaturaleza.
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Suspiródenuevotrasdecirlo,observandolaluzdeclinanteafuera.—Noseasnuncamienemigo…Esfavorque tepideunrey,hijodeotro
rey.AsintióotravezRuyDíaz,disciplinado.Impasible.—Harécuantopuedapornoserlo.
LanoticialatrajoAlvarAnsúrez,queconelotroAlvarestabadestacadoenAlmenaralmandodeuncentenardemorosycristianos.LlegóaTamaritealromperelalba,conelcaballocubiertodeespumaymediomuertoporhaberloespoleadosincompasióndurantemásdetresleguas.Echópieatierra,pidióagua para beber y semetió sin trámite en la habitación donde el jefe de lahuestedescansaba.—Yaestánallí—dijo.No hacía falta que dijera quiénes. Arrancado al sueño, Ruy Díaz se
incorporóenellechoconprontitud,tanlúcidoyalertacomosillevaraunratodespierto.AbriólosojosyvioaAnsúrez.Laluztemblorosadeunavelaqueel recién llegado sostenía en alto le iluminaba a medias el rostro, todavíacubierto de polvo por la cabalgada. A su lado, Minaya y Diego Ordóñezmostrabanexpresionesinquietas.—¿Losdos?—Sí. Sus avanzadas se juntaron ayer bajo el Tosal. Cuando monté a
caballoteníanyaexploradorescercadeAlmenar.—¿Morosofrancos?—Gente de Lérida es la que vi. Caballería ligera. Matamos a un par y
cogimosaunovivo…Noscontócosas.Trasverteraguaenunajofaina,RuyDíazseenjuagólabocaylavólacara.
Luegoempezóavestirse:camisoladelino,aljubamorunadegamuza,huesasdemontar.Ropadeguerra.MientraslohacíasedirigióaMinaya.—Hayqueavisaralrey.—Yalohice.EljefedelahuesteseciñólaespadaqueleofrecíaDiegoOrdóñez.—VanaporAlmenar,loprimero—dijoéste.—Naturalmente.ReflexionóRuyDíazuninstanteysevolvióhaciaAnsúrez.—Descansaunpoco,ydespués regresa allí concien jinetesy trescientos
peones—miróaOrdóñez—.Queestén listosparaponerseencaminoantes
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delmediodía.—Atuvoluntad.—Minaya.—Dime,Sidi.—Consejodeguerraencuantosalgael sol…Ydíseloal rey,quequerrá
estarpresente.—Porsupuesto.DenuevosedirigióRuyDíazaAnsúrez.—Si llegas a tiempo con el refuerzo, recién fortificado como está el
castillo,Alvar Salvadórez y tú podréis aguantar sin demasiados problemas.Lo suficiente para que intervengamos nosotros —lo estudió muy fijo,asegurándose—.¿Estáclaro?—Sí.—Repítelo.—Clarísimo.—Son francos sodomitas y moros de Lérida más bujarrones todavía—
expusocondesdénDiegoOrdóñez—.Sumanpocoshuevos.Nadielehizocoro.RuyDíazledirigióunaojeadafría.—Sumen lo que sumen—dijo con sequedad—, sonmuchos e intentarán
echarsobreAlmenartodoloquetienen…Sipretendenavanzarhaciaeloeste,necesitanasentarlasespaldas.—Sinduda—apuntóMinaya.—Que asedien el castillo o intenten tomarlo por asalto, eso no podemos
saberlo todavía—se volvió el jefe de la hueste hacia Ansúrez—. En todocaso,osmantendréisacualquierpreciomientrasquedeunapiedratraslaquedefenderos.—Confiadeneso,Sidi.—Lo hago. Y vosotros, hacedlo enmí. Tenéis mi palabra de que no os
dejaremossinsocorro.Una luz gris penetraba ya entre los postigos. Ansúrez sopló la vela,
apagándola.—Nohacefaltaesapalabra…Losé,yenAlmenartambiénlosaben.Sonrió RuyDíaz. La confianza aparente de un jefe inspiraba firmeza en
quienes lo seguían.Másbatallasganabaun talante impávidoquequinientaslanzas.—Picaespuelasparallegarpronto,ysaludademipartealotroAlvar.Dile
que cuando volvamos a Vivar tengo intención de contar con detalle a lasdamastodocuantohaga.
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Rió Alvar Ansúrez, relajado, superando la fatiga como sin darleimportancia.Yno fingía.El burgalés era de esos guerreros tan hechos a laideadevivirymorirtempranoquelesresultabaindiferentemadrugar.—Selodiré,Sidi.—Puesyasabes—RuyDíazlediounapalmadaamistosaenunhombro—.
Portaoscomosiellasosestuvieranviendo…Ocomosiosestuvieraviendoyo.
Discutíanelasuntodesdeelamanecer.Ynoerafácil.—Quierounabatalla—insistióMutamán.Semirabanentresíloscabosdelahueste,inquietos.AdemásdeRuyDíaz
yel reydeZaragozaestabanallíMinaya,DiegoOrdóñezyYaqubal-Jatib.Sobre lamesahabíaunmapa, reciéndibujadosobreunpergaminopor frayMillán,queabarcabalosalrededoresdeAlmenar.—Unabatalla,Ludriq—repitióMutamán,tenaz.—Cualquier encuentro campal será incierto —objetó Ruy Díaz—. Son
demasiados,mi señor.No sólo se tratade la taifadeLériday las tropasdeBerenguerRemont, sino que traen gente deCerdaña,Besalú,Rosellón y elAmpurdán.—HastadeCarcasonavienen—apuntóMinaya.—¿Hayestimacióndesufuerza?—quisosaberelrey.Hizoeljefedelahuesteunademánvago.—Hemos mandado exploradores a tantear sus líneas. Nos superan en
número.—Ytalveznosdoblan—señalóDiegoOrdóñez.MovíaMutamánlacabeza,reticente.Convisibledisgusto.—Lastropasdemihermanonovalennada.—Por poco que valgan, pelearán —opuso Ruy Díaz—. Y el conde de
Barcelonatraemuchaslanzasyalgunainfantería.ObservabaMutamánaYaqubal-Jatib,comoreclamandosuopinión.Hasta
entonces,elraisagarenonohabíadespegadoloslabios.—Los francos conocen su oficio—confirmó éste al fin, ecuánime—. Su
caballeríapesadaestanbuenacomolacastellana.—Casitanbuena—matizóDiegoOrdóñez.LamuecadeMutamánerafríayaltiva.—¿Sabéisconquénombrenací,cristianos?—dijodepronto.
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Lo contemplaron desconcertados. El rey parecía haberlos interpelado atodos,perosólosedirigíaaRuyDíaz.—Mi nombre primero esYusuf—dijomuy despacio—.Yo fui quien al
reinaradoptéeldeAl-Mutamán…¿Sabesquésignifica,Ludriq?Eljefedelahuestelesosteníalamiradasinpestañear.—ElqueconfíaenDios—respondió.Asintióelrey,solemne.—Exacto—dijo—.ConfíoenDiosyésteconfíaenvosotros.Siguióunsilencioembarazoso.RuyDíazinclinólacabezaparaestudiarel
mapadesenrolladosobrelamesa.Oparafingirhacerlo.—Esa confianza nos honra,mi señor—comentó—. Pero las cosas de la
guerra son inseguras. No conozco fórmulas que garanticen una victoria…Sóloocasionesquelafacilitanolaimpiden.Hizoelreyunademánimpaciente.—Un hombre justo no debe pensar en la victoria o la derrota, sino en
combatirvalerosamentehastalamuerte.—En términos militares, mi señor, morir es una pérdida… Vivir, una
ganancia. De poco sirven los hombres justos o valientes cuando estánmuertos.CruzólosojosdeMutamánunrápidodestellodecólera.—Nolodirémás.SoyelreydeZaragoza,yquierounabatalla.Eltonoyanoadmitíaréplica.RuyDíazmiróunmomentoaloscapitanesy
sevolvióotravezhaciaél.—Si así lo queréis, la daremos —concedió, cauto—. Pero hay otras
manerasdeplantearelasunto.Secallómientrasseguíaconundedolosdetallesdelmapa:Almenarentre
los montes del Tosal y Miravet, las líneas que señalaban los caminos deMonzón, Lérida y Balaguer, las marcas que indicaban las distancias. FrayMillánhabíahechounbuentrabajo.—LosenemigosnoavanzarándejandoAlmenarennuestrasmanosyasu
espalda —prosiguió tras un momento—, porque amenaza demasiado suretaguardia.Yencasodeserderrotadosenunencuentrocampal,losprivaríadeunlugardondebuscarrefugio.Mutamán también se había inclinado sobre el mapa. Alzó la vista hacia
Yaqub al-Jatib y el rais moro asintió con unmovimiento de los párpados.MiróentonceselreyaRuyDíaz.—BalagueryLéridaestándemasiadolejos…¿Esoquieresdecir?
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—Losharíamospedazosenunapersecución—confirmóéste—.Poresoelcastilloesclaveparasusplanes.—¿Creesqueintentarántomarloantesdeseguiradelante?—Sinlamenorduda…Peronuestratropa,siAlvarAnsúrezllegaameterse
dentroconelrefuerzo,esdura.Hayprovisiones,aguaygenteparaaguantarsemanas.—Talvezunmes—opinóMinaya.—Esodesgastaráalenemigoynosdaráocasiónparareforzarnos.Mutamántamborileabaconlosdedosenelmangodemarfildesugumía.—¿Quépropones,entonces?—Negociar,miseñor.Arrugóelreyloslabios,irritado.—NoharéesoconMundir,alqueDioscastigue.—No perdemos nada con ganar tiempo. Y hasta es posible que vuestro
hermanoseconvenzadelosriesgosquecorre.—¿YquépasaconBerenguerRemontylosfrancos?—Lesgustaeldinero,comoa todos.Talvezconsiderenunaoferta, sies
adecuada.Eldisgustodelreycedíalugaralasorpresa.—¿Meproponespagarlesuncensoparaqueseretiren?—Si ofrecemos un tributo elevado, quizá dejenAlmenar en paz.Y si el
castilloquedaasegurado,tambiénloestarávuestrafrontera.Siguióunsilenciolargo,cargadoymuypocoagradable.Devezencuando
Mutamánclavaba losojosenYaqubal-Jatibcomoparapedirleapoyo,peroéstesemanteníacallado.RuyDíazsabíaqueelraismoroestabadesuparte;perootracosaeraquellegaseamanifestarlo,contradiciendoasurey.—Conunasumaquelossatisfaga,talvezcambiendeidea—prosiguió—.
Pormuysegurosqueestén,lasuertedelasarmassiempreesincierta.Yesolosabenigualquenosotros.Mutamánnosedabaporvencido.—Pagarparaevitarunabatallaeshumillante—dijo.—Máshumillaunaderrota,miseñor.Sonrióahoraelrey,mordaz.—Dimequeheoídomal…Nopuedocreerque seaSidiQambiturquien
diceeso.Nosonpropiasdetilasactitudessumisasnilaspalabrasoscuras.—Noeludoelcombate.Nunca lohice—RuyDíazalzaba lasmanoscon
sencillez—.Sabéisquetantomishombrescomoyolidiaremosconelcorazónylaespada,hastaelúltimoaliento.
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—Faltaríamás.Paraesoospago.RuyDíazcerródespaciounpuñoy loapoyósobre lamesa.Exactamente
sobreelcastillitodibujadoqueseñalabaAlmenar.—Dadlaorden,miseñor,ynospondremosenmarchahoymismo,sinmás
quehablar.Yenunpardedíasestaremosenbatalla…Perojustoporqueesvuestra decisión, conviene que contempléis todas las posibilidades antes dequeunpasoseairreversible.Loestudiabaelrey,suspicaz.Agrio.Mirandoelpuñocerrado.—¿Meloexiges?AbrióRuyDíazdespaciolamanoylaretiródelmapa.—Jamásmeatrevería.Sólooslosuplico…Esmiobligaciónymiderecho.Seestudiaronelunoalotro,sosteniéndoselamirada.AlfinRuyDíazbajó
lasuyaporrespeto.Entonces,conbrusquedad,Mutamánlevolviólaespalda.—Túganas,Ludriq.Harásunaoferta—caminabahacialapuertasinmirar
atrás—.Peronoseráenminombre,sinoeneltuyo.
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V
Laluzdelamanecer,entregrisyamarilla,fueaclarándosetraslascolinaslejanashastaqueelprimerrayodesolincidióhorizontalmenteenelrostrodeRuyDíaz,bajolamalladeaceroyelnasaldelcasco.—Ahíasoman—dijoDiegoOrdóñez.Alzandounamanoenguantadaparaprotegerselosojos,eljefedelahueste
recorrióelpaisajeconunamiradaminuciosayprofesional.—Son catorce, como nosotros—contaba Ordóñez—. En eso, al menos,
cumplen.RuyDíaz no le prestómucha atención. Se fijabamenos en las distantes
figuras que cabalgaban despacio, acercándose al vado del río, que en losaccidentesdelterreno.Antesdeirasuencuentropretendíalocalizarlugarespeligrosos, propicios para una emboscada. Sitios a vigilar y de los quemantenersealejado.—LlevanelrayahdeMundir—dijoYaqubal-Jatib.—YeldelcondedeBarcelona—añadióOrdóñez.RuyDíaz seguía observando el paisaje. El terreno era ondulado, llano a
trechos,conunaslevespendientesquebajabanhaciacadaorilladelrío.Habíajaras, arbustos y pocos árboles. Sólo un bosquecito situado junto a unroquedal, pegado a la margen opuesta, despertaba alguna sospecha. Unapequeñatropapodíaocultarseallí.—¿Piensaslomismoqueyo?—inquirióOrdóñez.NorespondióRuyDíaz,atentoaloqueestaba.Alcabosevolvióhacialos
jinetes castellanosymorosque aguardabandetrás, apoyados en los arzonesmientras sus caballos mordisqueaban la hierba. Como el jefe de la hueste,traían los escudos colgados a la espalda y las espadas en sus vainas. Lomismoquequienesseacercabanporlaotraorilla,ningunoportabalanza.—Vigiladesosálamos—dijoalfin—.Ycuidadoconelsol,quenosciega.SóloentoncesarrimóespuelasehizomoverseaBabiecapendienteabajo.
El caballo relinchó suavemente por la cercanía del agua y anduvo al paso,seguidoporlosotros.PegadoasugrupaibaDiegoOrdóñez,queportabael
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pendón de Ruy Díaz. Lo flanqueaban Félez Gormaz, el cuerno de guerracolgadoalpecho,yelraisYaqub,quenoportabaseñalninguna.Detrásdeellosiban,estriboconestriboyextendidosenlínea,loscincojinetesmorosyloscincocristianosqueformabanlaescolta.Fueentoncescuando,volviendoaalzarunamanoparaprotegersedelsol,
RuyDíazestudióconmásdetenimientoalosjinetesqueporelotroladoseacercaban. Igual que los de su grupo, eran moros y cristianos; y pese alcontraluz alcanzó a observarlos bien. Los agarenos vestían a su estilo, conlorigasdecueroyturbantes.Losotroscargabanarmaspesadas,ysuaspectoapenas difería del de los jinetes castellanos en yelmos y cotas de malla,excepto en las gonelas que algunos llevaban encima, más lucidas que lassobriascastellanas,pueslastraíancoloreadasalamodadelosfrancos.—Tocaseñal—ordenóaFélezGormaz.Soplóelcuernoelsobrino—untoquebreveyseco—,tirarondelasriendas
ysedetuvieronunosyotroscercadesusrespectivasorillas,vigilándosealadistanciadeuncentenardepasos.AhoraRuyDíazpodíaverbienalosqueestabanenfrente.Y tambiénYaqubal-Jatib,queespoleandoa sucaballo seaproximóunpocomás.—EsMundirenpersona—dijosinseñalaranadie.Noeranecesario.Elsolyaestabaalgomásalto,yeljefedelahuestehabía
adivinado al rey de Lérida en el jinete que montaba un caballo árabeinmaculadamente blanco. El hermano deMutamán se cubría con un yelmodorado al que circundaba un turbante y llevaba el torso protegido por unajacerinarelucientedehilosdeoro.—Creoquereconozcoalotro—comentó—.Elqueestádelantedelaseñal
cruzada.Miraba el moro con mucho interés. Cubierto de acero, el jinete aludido
teníaunaspectoimponente.Montabaunruanodegranalzadaysobresucotademalla,de las llamadasbruñaspor los francos, lagonelaestaba listadadellamativasfranjasblancasyrojas.—¿BerenguerRemont?—Elmismo…Nosencontramosnohacemucho.—¿Deformaamistosa?—Relativa.Fuiapedirletrabajoynomelodio.—Ah.Esonolosabía,Sidi.—Puesyalosabes.Todo estaba hablado con antelación, y había unos protocolos. Sin
necesidaddemáspalabras,RuyDíazapretólaspiernasenlosflancosdesu
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caballo y lo condujo despacio hacia el vado. Lo siguió el moro y el restoquedóatrás,alaespera.Enlaorillaopuestahicieronlomismo,ydelgruposedestacósólounaparejadejinetes:elreyMundiryelcondefranco.—Vienenellosenpersona—sesorprendióYaqubal-Jatib.—Asíparece.—No están obligados, puesto que no traemos a mi señor Mutamán…
SupongoqueMundirdeseavertedecerca.Tomarteelpulso.—Todossomoscuriosos.Tambiénamímeconvienetomárseloaél.—Almenosesogarantizaquenohayemboscada.RuyDíazdirigióunaojeadainstintivaalbosquecitodeálamos,queahora
sehallabamáspróximo.—Demomento.Loscuatrojinetesseencontraronenmitaddelvado.Elcauceestababajoy
elaguacorríaalaalturadeloscorvejonesdeloscaballos.
Conversaban desde hacía un buen rato en habla fronteriza hecha decastellano,latín,árabeylenguadelosfrancos.Seguíanloscuatromontadosenmitaddel río, en terrenoneutral.El tonoera reticenteydesconfiadoporparte deMundir, altivo por la de Berenguer Remont, seco en Ruy Díaz yYaqubal-Jatib.Decuantodecíanunosyotrosestabaausentecualquierformacortés.Eracomoregatearenunmercado:discusiónbreve,simpleydura.Afin de cuentas, aparte de guardar las apariencias no se trataba de un actoamistoso. Eran enemigos hablándose en busca de un pacto, negociandotérminosparanoacuchillarseenlaspróximashorasodías.Peronoseponíandeacuerdo.—NohaydineroquecompreAlmenaroTamarite—estabadiciendoelrey
deLérida—.YnisiquieraMonzón.Asíquenadavoyaaceptarsobreeso.Separecíaasuhermano,aunqueunpocomásjoven.Teníalosmismosojos
oscuroseidénticodestelloblancoenelrostroatezadocuandohablaba;peroelmentón era más débil, apenas disimulado por una barbita en punta. Y elsemblante, sin duda a causa de las circunstancias, carecía de la expresiónagradabledeMutamán.—Todopuedearreglarse—insistióRuyDíaz—.El tributoqueofrecemi
señoresaltoyjusto.Negabaelmoro,altivo,alzandounamanoamododeadvertencia.
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—Por el Dios que nos mira te lo digo, cristiano: no habrá acuerdo sinvuestraretiradadelafrontera.—Metemoqueesonoesnegociable.—Entalcasoestamosperdiendoeltiempo.Conuntiróndelarienda,Mundirrefrenóunmovimientoimpacientedesu
caballo.DespuéssegiróhaciaYaqubal-Jatib,quelesostuvolamirada.—Atiteconozco.Dileamihermanoquepagaráestomuycaro.Añadió algo en árabe y el rais zaragozano palideció: Baggal. Mozo de
mulas. El insulto sonó como el crujido de una rama seca.Después los dosmorosdiscutieronensulengua,conaspereza.Enalgúnmomentosevolvíanamirar a Ruy Díaz como si aludieran a él, pero hablaban con demasiadarapidez para que éste pudiera seguirles la conversación. Al fin, Mundirescupióalaguacomosiarrojaraallísuúltimapalabrayalzóluegoundedohacialoalto,poniendoaDiosportestigo.—Alahsahid—dijo.Siguió un breve e incómodo silencio. Ruy Díaz miró al conde de
Barcelona.TraselyelmoylababerademalladeacerodeBerenguerRemontseveíansusojosazulesyelbigoteylabarbarubios.—¿Tenéisvosalgoquedecir,señor?Lamiradaclaradelfrancoparecíaheladacomoescarcha.—Nada que no haya dicho mi amigo y aliado —respondió, seco—.
Mutamánlequierearrebatarsustierrasyyoestoyobligadoasocorrerlo,puesmepagaparias.Porsupuesto,sedijoRuyDíaz.Estásobligado,peronosóloporhonrarun
compromiso.TampocoteconvienequeelreydeZaragozacrezca.Hastahacepoco esperabas, como su hermanoMundir, que el rey deAragón hiciera eltrabajo sucio. Que nos destrozara en Monzón. Pero Sancho Ramírez tienecosasmás urgentes de que ocuparse, como las pesadumbres que le dan losnavarros.TodoesopensóRuyDíazmirandoaBerenguerRemont,peronolodijoen
voz alta. Era hidalgo de buena crianza, e incluso entre enemigos había unrespetodebido.Elhumildeinfanzónburgalésnoolvidabaquiéneraélyquiénelotro.—Cadacualtienesusobligaciones—selimitóadecir.Apoyóelfrancounamanoenguantadaenelpuñodelaespada,colgadadel
ladoizquierdodesusillademontar.LareconocióRuyDíazporlacruzcurvay el pomo en forma de bellota. Era la misma que había visto en elcampamentodecazadeAgramunt,cuandoelconderechazósusservicios.
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—Laúltimavezquenosvimosnoestabastanarrogante,RuyDíaz.De nuevo el tuteo, también como en Agramunt. El tono despectivo que
rozabael insulto.Ensucaso,elcondedeBarcelonasíolvidaba,uobviaba,quiéneracadauno.—Esverdad—repusoRuyDíazconsencillez.—Enesaocasiónveníasmuchomásmansodeloquevieneshoy.Asintióconcalmaeljefedelahueste.—Buscabaunseñoryvosnoquisisteisserlo…Malcalçats,nosllamasteis
amíyamigente.—Oslopuedoseguirllamando.—Lodudo,porqueestavezsíesadecuadoloquecalzamos—seseñalólas
botascasiconindiferencia—.Comoveis,sonhuesasdeguerra.Parpadearonbajoelacerolosojosazules.Furiosos.—NotenecesitabaenAgramunt,ysigosinhacerlo,RuyDíaz…Deaquía
pocotevoyademostrarporqué.Atiyatunuevoamo.Pareció el conde a punto de tirar de las riendas para volver grupas, pero
antesdehacerlomiróalreydeLéridacomoparaconfirmarlo.Sinembargo,Mundirhizounademánpidiéndolecalma.Nohabíaterminadotodavía.—Tambiénamihermano,queDios castigue, hemosdedemostrarle algo
—dijo el moro a Ruy Díaz—. Con el socorro y la grandeza de DiostomaremosAlmenar, tomaremos Tamarite y os empujaremosmás abajo deMonzón.Escuchaba el jefe de la hueste impasible y en silencio, con respetuosa
atención.Esoparecióirritaralmoro.—¿Mehasoído,yarumiadulah,enemigodeDios?…Teloprometo.AsintióRuyDíaz.—Osheoído,señor.Perodemasiadapromesameparece, inclusoparaun
rey.AlzóunbrazoMundir,enérgico,señalandohaciaponiente.—Crucificaré a tus hombres a la puerta de cada uno de esos castillos.Y
luegodeteñirmicapaenvuestrasangre,amontonarélascabezasyharéquelos almuédanos suban encima para llamar a la oración —miró al raiszaragozano—.¿Oyesloquedigo,Yaqubal-Jatib?—SóloDiossabelaverdad—repusoelotrosininmutarse.Ruy Díaz miraba la espada del conde de Barcelona. Su espléndida
empuñadura.—Laúltimavezquelavi—dijo—estabasobreuncojíndeterciopelo.Recibiólapullaelfranco.
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—Puesahoraestáenmisilla.—Yaveo.—EslaTizona.Pertenecióaunreymoroydespuésamifamilia.—Hermosapieza.—Esmuchomásqueeso…Ellaterebanaráelcuellocuandoestésvencido
yprisionero.LomirófijamenteRuyDíaz.—Measustáis,señorconde.Las cuatro palabras sonaron duras. Metálicas. Airado por el sarcasmo,
BerenguerRemontmoviólacabezacondesdén.—Pensándolomejor,nomereceselfilodeunaespadasinounabuenasoga.
Comoelmásbajobellaco.—Vaya…Measustáistodavíamás.Sentía Ruy Díaz la mirada de soslayo de Yaqub al-Jatib, que sin duda
estabadisfrutandoconlaesgrima.—Nohaydequéhablar,entonces—dijo.Hizo una inclinación de cabeza que por su parte lo zanjaba todo. Iba a
volvergrupascuandoMundirllamósuatención.Sonreía,malévolo.—TutristefamahallegadoaLérida.TellamanSidiQambitur,¿verdad?…
Elseñorquebatalla.RuyDíazrefrenóasucaballo.—Asímellamanalgunos.ElreydeLéridaseñalóalcapitánzaragozano.—VoyadecirtealgoquenoaprovechaaYaqub,porqueélesunhombre
estúpidodelealtadesequivocadas…Perotúeresdistinto.Eresunmesnaderoasueldo.Peleaspordinero.—La palabra no es exacta, señor—objetó con tranquilidadRuyDíaz—.
Peleopormipanyeldemigente.—Yo tengo pan y tengo dinero. No me importa lo que mi hermano te
pague…—Mepagabien.—Puedodoblaresacifra.Ruy Díaz se quedó callado un instante, cual si de verdad lo meditara.
DespuéssedirigióaYaqubal-Jatib.—Noestámalparaunasolaconversación—comentócomosilosotrosya
no estuvieran allí—.Uno promete ahorcarme como a un bellaco y otromeinsultacomoaunvillano…Creoqueeshoradeirnos,raisYaqub.
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—Kalbromí—loinsultóMundiraltoyclaro,condespecho—.AsíteabataDios.A Ruy Díaz ya lo habían llamado perro cristiano otras veces. A fin de
cuentas,aquéleraunrey.—Podríaser—respondióimpasible.—Nosveremosenelcampodebatalla.—Sí.Despuésdirigióunvistazoalbosquecitodeálamosparaasegurarsedeque
nadamaloibaavenirdeallí, tiródelasriendas,arrimóespuelasysaliódelríomuydespacio,seguidoporelcapitánmoro.Sinmiraratrás.
Apenas abandonaron la orilla,mientras ascendían por la suave pendienteparareunirseconlosotros,sonóunavozasuespalda.VolvióRuyDíazlacabeza.El reyMundir y el conde deBarcelona se habían juntado con los suyos,
perodelgruposedestacabauncaballerosolitariotrotandoendirecciónalrío.Llegado a éste, semetió por el vado hastamitad de la corriente, haciendocaracolearallísumontura.—Eradeesperar—dijoRuyDíazconfastidio.Se trataba de un campeón corpulento quemontaba un alazán de aspecto
poderoso e iba equipado con yelmo, escudo redondo y cota de malla. Suaspecto era formidable. Agitaba en alto la espada mientras exigía unadversario, lanzando gritos arrogantes que sonaban a lo que eran: insulto ydesafío.—Esandalusí—observóYaqubal-Jatib.Resultabausualentreenemigoscercanos,sobretodotrasunanegociación
fallida: combate singular previo a la batalla de verdad. Tanteo de gallos.Todosenlafronteraconocíanyaceptabanlasreglas.ElpropioRuyDíazsehabíavistoeneso,unasvecescomodesafiadoryotrascomodesafiado.—Contupermiso,Sidi.QuisoYaqubal-Jatibpicarespuelaspararegresaralrío,peroeljefedela
huestelecruzósucaballo.—No.Pretendíaseguiradelanteelzaragozano,obstinado.EntoncesRuyDíaz le
sujetólariendapararetenerlo.—Hedichoqueno…Yesunaorden.
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—Setratadehonor—protestóelotro.—Tenecesito.Estabandetenidoscercadelosotros.SonóentonceslarisaferozdeDiego
Ordóñez, y cuando Ruy Díaz miró en su dirección vio que aquél le habíapasadolaenseñaaFélezGormaz.—Amis hijos podrán llamarlos hijos de puta—masculló el burgalés—,
peronohijosdecobarde.Y acto seguido, tras embrazar el escudo y sacar la espada, clavó con
violencialasespuelasenlosijaresdesucaballo,alzándolodemanosantesdelanzarseadelante.Quéanimal,pensóRuyDíaz.Québrutísimoanimal.PasóOrdóñez cabalgando pendiente abajo junto al jefe de la hueste y el
capitánmoro,endirecciónalvado;yseoíancarcajadasdegozotraslamalladeaceroqueletapabalabarbaylaboca.EracuantoDiegoOrdóñeznecesitabaparaserfeliz,asumióresignadoRuy
Díaz.Undíaconbonitaluz,uncaballo,unenemigoyunaespada.
Fueunbuencombate.Delosquedespuéssenarrabanjuntoalfuegoenlasnochesde invierno, impresionandoa losmuchachosya lasdamas.Deésoscuyolejanorecuerdo,pensóRuyDíaz,ayudabaalprotagonistaamantenersealgomáserguidocuandollegabanelvencimientoylavejez.Entró Diego Ordóñez en el río a trote largo, salpicando agua por los
flancos. Aguardaba el campeón moro a montura firme en mitad del vado,escudolistoyespadaenmano,ysóloenelúltimoinstanteespoleósucaballopara laarrancada.Pasaronunojuntoaotrogolpeandoalmismotiempo, tanfuerte que el resonar de las armas fue escuchado por los jinetes quecontemplabanlaescenaacincuentapasosdedistancia.Clang,clang,hizocasialunísono.Metalcontrametal.Dobleimpacto.Después, ambos contendientes tiraron de las riendas para encararse de
vuelta,yotravez secruzaron,altos losescudos,golpeando lasespadasconfuerza.Clang,clang,denuevo.Acerocontraacero.Ningunodelosdosparecíaseriamenteafectado;aunque,observóRuyDíaz
coninquietud,elsegundogolpehabíahechotambalearseaOrdóñezcomosiperdiesepieenunodelosestribos.Peromientrasdejabaatrásaladversario,elcastellano pareció rehacerse, afirmándose bien.Volvió grupas hacia el lado
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izquierdo con un violento tirón de la rienda, metió espuelas y trotó alencuentrodelmoro,queyaveníatambiéndevuelta,levantandoabanicosdeaguaalbatirdesumontura.Clang,clang,seoyóotravez.Ya no golpeaban al paso, siguiendo como antes de largo. Se habían
detenidoenellugardelencuentro,flancoconflanco,ycubriéndoselomejorquepodíanintercambiabangolpesterribles,capacesdepartiraunhombredenomediarescudos,yelmosycotasdemalla.Sedabanconsañacaracoleandocadaunoentornoalotro,buscandoelladoderechodeladversario,queeraelmenosprotegido.Clang,clang,clang,clang.Ahora, tras el largo silencio inicial, los dos grupos de jinetes que
observabanelcombateestallaronengritosdeánimoasurespectivocampeón.Enardecidosporelespectáculo,unosyotrosaullabansuentusiasmomientrasresonaba el metal en el vado. Ruy Díaz sabía que ni Ordóñez ni el moropodían oír las voces, sordos como estaban por los golpes y la tensión,enrocadosenunlimitadomundodeviolenciaavidaomuerte.Perosesumóalosgritos,comotodos,cuandovioqueelescudodelmoroparecíaromperse,saltandoelrevestimientodemetal,partidaslamaderayelcuerodedebajo.Clang,clang.Apartirdeahítodofuemuchomásrápido.Intentó el moro desembarazarse del escudo para que no le estorbara, y
entoncesOrdóñezleasestóuntajohorizontalenlacara,ungolpetremendo,afortunado, que hizo al moro vacilar y vencerse al fin sobre la grupa. Seencabritó el caballo, sueltas las riendas; y el animal, sin control, fue dandosaltosporelvadohastacercadelaorilla,comosiquisieraponerasalvoasujinete.PeroOrdóñeznoeradelosqueabandonabanunapresa.Espoleóparairle
detrás,alcanzandoalfugitivoantesdequellegaraalaorilla.Allísepusoalladoyledioprimerountajoenelcuelloyluegoungolpedepunta,otravezen lacara, tras loqueelmorosedeslizóporun flancode lamonturahastacaercontodoelpesodelhierroquellevabaencima.EntoncesOrdóñezbajódelcaballo,yconelaguapormediapiernalearrancóalcaídoelyelmoyelalmófar.Después,deunsoloyreciorevés,lecortólacabezaylaalzómuyenalto, agarrada por el cabello, mostrándosela al rey Mundir y al conde deBarcelona.Gritó Ruy Díaz enardecido, como todos los suyos, hasta enronquecer.
Voceabansujúbilolosjinetesdelaorillaoccidentalycallabanlosotros,en
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sombríosilencio.
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VI
El consejo de guerra se había prolongado mucho. Eran ya los primerosgallos.Envuelto en unmanto, RuyDíaz salió de la tienda del rey de Zaragoza
respirandoelairefríodelamedianoche.Ledolíalacabezayestabaaturdidodeplanesypalabras,asíqueseagachóamojar lasmanosen lahierbapararefrescarselacaraconlaescarcha.Labatallaibaadarseallevantareldía.Sonaron detrás los pasos deMinaya y los otros, que se detuvieron a su
lado.La luz resinosa de un hachote clavado en tierra iluminaba sus rostrosfatigados.—Deberíasdescansar,Sidi.Asintió,irguiéndose.Sentíalahumedaddelrelentenocturno,elolorcálido
deloscaballosyelhumodelasfogatas.Entornoalatiendaseperfilabanlassombrasdelosguardiasquelacircundaban,semejantesainmóvilesestatuasnegras. Y más allá, agrupados en los sectores moro y cristiano delcampamento,cuatromillaresdehombresdormíanovelabanenesperadequesecumpliesesudestino.Amedialeguahacialevante,bajoelcielocuajadodeestrellas,sedivisabanlosfuegosdelcampocontrario.Duranteeldíaanteriorse habían desplegado unos a la vista de otros, con las tropas enemigassituadasalolargodelcaminodeLérida.—Esunbuenplan—comentóMinaya—.Dentrodeloquecabe.RuyDíazasintiódenuevo.Nohabíaqueridoesabatalla,peroyanoestaba
ensumanoevitarla.Mutamánladeseaba,ysuhermanoMundiryelcondedeBarcelonalahacíanineludible.Sinacuerdoysinlucha,elcastillodeAlmenarysusdefensoresseperderían.Noquedabaotraqueasumirloqueviniera.—Descansadunpoco.Nospondremosaelloalromperelalba.Pasaron por su lado despidiéndose: Ordóñez, Pedro Bermúdez, Félez
Gormaz.LosdosÁlvarosseencontrabanalotroladodelaslíneasenemigas,en el asediado Almenar; Martín Antolínez, en Monzón, y Yénego Téllezestabamuerto.
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—Buenasnoches,Sidi.—IdconDios.Eran sombras que se alejaban entre las sombras, por las tiendas y las
hogueras junto a las que dormían bultos inmóviles o velaban algunoshombres.Noeraningún secretoque secombatiría en laspróximashoras,ymuchos eran incapaces de dormir. Fray Millán había dicho misa la tardeanterior, con absolución general; y en el sector agareno todos se habíanarrodillado de cara a oriente, rezando en voz alta durante las dos primerasraqaatdelaoracióndelanochecer.—Deverdadesunbuenplan—repitióMinaya.Al menos, se consoló Ruy Díaz, se trataba del mejor de los posibles:
avanceendirecciónalapartesurdelcaminodeLérida,parapelearallí.Unmovimientoaudazqueaparentabaconfianzaenlaspropiasfuerzas,amagandoconcortaralastropasdeMundirunaeventualretirada.Unataqueatrevido,pensóresignado,enlugardeunadefensadudosa.La idea era combatir con cuatro cuerpos compactos de ciento cincuenta
lanzascadauno,seguidosdecercaporhacesdepeonesmientraslacaballeríaligeraescaramuzabaenlosflancos.Buscarlaocasiónderomperalenemigo,quelossuperabaennúmero,odesangrarseanteél.Tirarlosdadosfiandolasuertecontesónaunasolajugada.Yenesohabíapasadolasúltimashoras:en imaginar la peor situación posible, analizándola una y otra vez paraaveriguarcómosellegaríaaellaycómoevitarla.Porquedespués,hechosloscálculosyempezadoelcombate,lavictoriaseríadeaquélaquienDiosseladiera.—Vetetambiénadormir—ledijoaMinaya.—¿Ytú?—Ahoradescansaréunpoco.—Teconviene.SealejabaelsegundodelahuestecuandodelatiendasalieronYaqubal-
JatibyAliTaxufin,alosqueMutamánhabíaretenidounpocomás.SaludóconrespetoTaxufinantesdeirse,ysóloelraisagarenopermaneciójuntoaRuyDíaz,contemplandolanoche.—Noseráfácil—dijoRuyDíaztrasunmomento.Elmorosequedócalladouninstante.—Losé,Sidi—dijoalfin—.YmiseñorMutamántambiénlosabe.—Estáobstinadoentenersubatalla.—Asíes…Considerasuhonorenjuego.EmitióRuyDíazunarisasuave,desprovistadehumor.
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—Aveces,cuandoDiostieneganasdebroma,castigaconcediendoloquedeseas.AsintióAl-Jatib.—Hágaseentoncessuvoluntad…Sóloéltodoloveytodolosabe.—Sí.—Contralosabrazosdeldestino,ningúntalismántienepoder.Estuvieronotromomentoensilencio,observandoelcampamento.Después
Al-Jatib sevolvióhaciael jefede lahueste.La luzgrasientadelhachote leiluminabamediorostroyhacíabrillarsusojos.—Mehagustadoesoquelehasdichoantesalreymiseñor,ahídentro.—¿Yquéhedicho?—Haremosloquesepuedahacer,ytambiénloquenosepueda.—Ah,sí.Otrosilencio.Alcabo,RuyDíazhizounademánindiferente.—Algohabíaquedecir.—Claro.Recordó la escena: tensa, con los capitanesmorosy cristianos calladosy
atentos,elreyobstinadoyélmismoalfinclaudicante,convencidodequenohabíamododeevitar lo inevitable.Denadahabía servido insistir enqueelarte de la guerra exigía no hacer frente a un enemigo que ocupase unaposiciónelevada,noircontraquienteníaunacolinaasuespalda,noatacarasusmejores tropas, no caer en sus trampas, no pelear bajo el sol sin aguacercanaparabeber.Quierolabatalla,habíazanjadoMutamán.Yquieroquelaganes,Ludriq.Paramihonraylatuya.Al-Jatibseguíaobservándolo.Surostroensombraparecíadesvanecidoen
lanoche.—Ytambiénharemosloquenosepueda—repitió,pensativoyadmirado
—.Lociertoesquesabeshablaralosreyes,Sidi.Ruy Díaz alzó la vista a las estrellas: alfileres fríos clavados en media
esferanegra,ajenosacuantoocurríaenlaplanasuperficiedelatierra.—Amenudo—dijo— la derrota llega cuando uno se siente inclinado a
hacersóloloquepuede.—Comprendo…Quieres decir que hay actos razonables que en el fondo
sonactosdedebilidad.—Todospodemosequivocarnos,raisYaqub.Diosciegaa losquequiere
perder.—¿Teequivocastealgunavez?—Varias.
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—Esometranquiliza…Nosepuedeconfiarenalguienquenuncacometióunerror.Exponeaotrosaverseenvueltosenelprimeroquecometa.Caminaronalejándosedelatienda,entrelosgruposdehombresdormidosy
losquesemanteníandespiertosjuntoalashogueras.Todoseranagarenosenaquellapartedelcampamento,yalreconoceraRuyDíazyaYaqubal-Jatibmuchos se ponían en pie, susurrandoAssalamaleikum.Respondían los dosjefesconunAleikumsalamyseguíanadelante,conversando.—Séloquevasahacermañana,Sidi:ponernosatodosenunasituaciónsin
salida, de modo que no haya más alternativa que el desastre. Si flaqueo,muero;siretrocedo,muero;sinovenzo,muero.—EsloquequiereMutamán.—Nocreesenlavictoria,meparece.—¿Ytú?Yaqubal-Jatibaúndiounospasossindespegarloslabios.—Nopuedevivirdelasarmasquiennosabemorir—suspiró—.Ylagente
biennacidasabeirconcalmahacialaeternidad.SemostródeacuerdoRuyDíaz.—Si un guerrero va a morir y está dispuesto a ello, actúa como si ya
estuvieramuerto…Igualquesisuvidanofuerasuya.Entoncescombatecontodassusfuerzas,permaneceunidoasuscompañerosynobuscalasalvación,sinohaceralenemigotodoeldañoposible.—PoresohicistecircularentretugenteylamíaelrumordequeMundiry
elcondefrancohanjuradonohacerprisioneros…¿Noescierto?Sehabíadetenido,mirándolo.Sombraanteunasombra.Imposiblesabersi
sonreíaono,peroquizá lohacía.Trasun instante,RuyDíazsiguiócaminosinresponder.—Y por eso nos has puesto en una situación sin opciones —añadió el
agareno, yéndole a la par—.Fingiremos cortarle la retirada aMundir, peroquienesnopodránretirarseseremosnosotros.—Id al combate tanto si es difícil como si es fácil… Lo dijo vuestro
Profeta.—Cierto.—YquetodoseadevueltoaDios.—Eresasombroso,Sidi.Alaluzdeunafogata,unadocenademorosqueacababandeserrelevados
en las avanzadas se limpiaban la cara y las manos con la tierra arenosa,disponiéndose a la quinta oración; preferían reservar el agua para la durajornadasiguiente.
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—Decisiones —dijo Ruy Díaz como si pensara en voz alta—. Tomardecisionesybuscarelmomento.—Yid.Bien.Enesoconsistetodo.Dejaronatrása losorantesysusvocesproclamandoalunísonoqueDios
eraelmásgrandeyquenohabíaotrodiosqueél.Ashaduan lailah-ilahlah,decían.RuyDíazseenvolviómejorconelmanto.Hacíafrío.—Unjefedeguerrahadetomarunadecisióntrasotra—dijo—,yeneso
pasasuvida.Ocupadoenesasdecisionesyensusconsecuenciasinmediatas.—Esverdadloquedices,Sidi.—Pues claro.Los hombres no son ideas; si los pierdes tal vez no tengas
más.—Creolomismo.Poresonuncaenvidiélavidadelossabios,losartistaso
losfilósofos.Nisiquieraladelosgobernantes…Comoati,megustalamía.—Assalamaleikum.El saludo había venido de otro grupo numeroso que, a la luz de una
hoguera, ajustaba puntas de flechas y las metía en las aljabas. Algunosengrasabanlascuerdastrenzadasdearcosyballestas.Eracaballeríaligeradelaquealdíasiguientehostigaríaconataquesrápidoslasfilasenemigas.Susanimalesestabancerca,estaqueadosalsuelo.—Aleikumsalam.Los moros se pusieron en pie con deferencia. El rais les habló en su
algarabía, demasiado rápido comopara que el jefe de la hueste alcanzara aentenderlo.Sindudaeraalgoentonodebroma,puestodosrieron.—Diles algo,Sidi…Tehan reconocido,y algunoshablan tu lengua.Les
harábien.LosobservóRuyDíaz:flacos,duros,jóvenes,barbasrizadasypielmorena.
Peligrososlobosdefrontera.Llevabanlosturbantessueltosentornoalcuello,mostrandoelpelo recogidoencortas trenzaso coletas, yporordendeRuyDíazcasitodosteníanatadasalhombroderecholasbandasdetelanegraquepermitiríandistinguiralosamigosentrelosenemigos.—No hay nada en la tierra que se esconda de Dios—dijo señalando el
cielo estrellado—. Recordad que Él os estará mirando mañana—indicó aYaqubal-Jatib,luegosetocóelpechoyseapuntóalosojos—.Ytambiénosestaremosmirandonosotros.Rierondenuevo los arqueros.Dinosquenovamos amorir, bromeóuno
más atrevido que el resto. Ata kalmatiq, Sidi, afaq. Por favor. Danos tupalabra.
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RuyDíaz lepusounamanoenunhombroyalzóal cieloel índicede laotra,almodomusulmán.—Sehaprescritoque combatamos, aunquenosdisguste—dijo—.Puede
quedisgustealgoqueconvieneyamemosalgoquenoconviene…SóloDiossabe,mientrasquenosotrosnosabemos.Élnosiluminaelrostro.Niunalfaquílohabríadichomejor.Asintieronlosqueentendíanlalengua
de Castilla, contentos con esas palabras. Otros las traducían a suscompañeros.—Entodocaso—prosiguióRuyDíazcambiandoeltono—,procuradque
las huríes que prometió el Profeta las disfrute el enemigo… Las vuestraspuedenesperar.Ahorasonaroncarcajadas.Entoncesañadióunconsejo:—Y mañana, cuando venzamos, acordaos de colocar a los compañeros
muertosyheridosdecaraalenemigo,porsinuestroseñorMutamánvisitaelcampodebatalla.Elhonordeellosseráelnuestro.Asentíantodos,complacidos.Satisfechos.YasílosdejaronRuyDíazyAl-
Jatibalproseguirsucamino.—Nadie que no sea andalusí habría dicho eso —comentó el moro,
impresionado.RuyDíaznorespondió.Al-Jatibvolvióahablaralospocospasos.—Mesiguesasombrando,Sidi…Pormicaratelojuro.ManejaselCorán
mejorquemuchosmusulmanesqueconozco.—Notengomásremedio.Avecesmevalavidaenello.Llegaban a la zona cristiana del campamento.Había allí un retén: varios
hombresencuyasarmasrelucíaelrojodelasfogatas.Aprovechabanlavelapara pulir con salvado las cotas de malla antes de darles aceite. Ningunollevaba escudo: Ruy Díaz lo había prohibido en las guardias porque suestructuralarga,decometa,permitíaapoyarloenelsueloyreposarlosbrazossobre el borde superior, reclinando la cabeza. De ahí a dormirse mediabapoco.Yaqubal-Jatibcontemplóelcielo,sedetuvoenlaestrellamaestrayluego
miróhacialevante.—Lomalodelaoscuridadesqueocultalaforma—murmuró,sombrío.—Sóloeslanoche—RuyDíazmirabaenlamismadirección—.Nadahay
allíquenoestécuandoamanezca…Eldíadevolveráanuestrosenemigoslaforma.Ytodoloquetieneformapuedeservencido.—¿Nuncaestásinseguro,Sidi?—Continuamente.
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Lopensóunpocotrasdecireso.Noqueríadespedirsedeesemodo.Noconelhombredequienaldíasiguiente,ydespuésdeélmismo, ibaadependercasitodo.—Mañana, mientras peleamos —dijo al fin—, habrá que acechar en la
formaelmomentojusto.Saberreconocerlo.Relucieronenlapenumbralosojosdelotro.—¿ElinstanteenqueDios,queconocealosqueletemen,tesonríe?—Esoes…Sisedejapasar,quizánohayaotro.—Ojaláocurraasí—dijoAl-Jatib—.QueDiossonríaporuninstante.—Bastaráconeso.Delrestoyanosencargaremosnosotros.Extendióelagareno ladiestra,ofreciéndola,y laestrechóRuyDíazen la
suya: dos manos desnudas y firmes, ásperas por el roce del puño de lasespadas.—Seráunhonorlucharmañanaatulado,SidiQambitur.—Lomismodigo,raisYaqub.
Aquella noche soñó con Jimena y las niñas —un sueño extraño: ellashabíancrecidoycaminabanporunbosque—yluego,sintransición,sevioenun campo de batalla por el que galopaban caballos sin jinete. Estabadesmontadoeintentabaagarrarunoporlarienda,perolosanimalespasabanjuntoaél,despavoridos, lejosdesualcance.Alrededor, invisiblesperomuypróximos, batían atabales de guerra. El sonido creciente retumbaba en sustímpanosysusentrañashastavolverseensordecedor.Despertó cubiertode sudor, sobrecogidoe inmóvil hastaque comprendió
quelostamboreseranloslatidosdesucorazón.Unamanoletocóelhombro.Unrostroensombrasseinclinabasobreél.—Eslahora,Sidi.Casilaprima…Se incorporó en el jergón, apartó la manta y estuvo así muy quieto,
recobrandoelcontroldesupulsoysuspensamientos.Procurandosituarseenelmomentoexactodeltiempoyellugarenquesehallaba.—¿Yahayalgunaluz?—Estárompiendoelalba.—Hedormidodemasiado.—MinayaAlvarFáñezordenóqueosdejásemosdescansar.—Esecabrón.
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Se oyó la risa respetuosa del otro: uno de los seis hombres que habíanestado de guardia ante la tienda de campaña. Un mozo alto y fuerte, deconfianza. Lope Diéguez era su nombre, de Vivar. Siempre eran de allíquienesloguardabandenoche.Se incorporóel jefede lahuestemientraselmesnaderofrotabaeslabóny
pedernalconyescaparaencenderunavela,cuyallamailuminólalona.—¿Todoenordenafuera?—Sinnovedad,Sidi.Latiendaerapequeña,modestaparaunjefedeguerra;peroRuyDíazno
necesitabaotra.Sequitólacamisadelinoylaaljubamoradegamuza—conenemigos cerca siempre dormía vestido— para frotarse con agua de unajofainaelrostroyeltorsodesnudo.Elfríoacabópordespejarlo.Se puso de rodillas y rezó sin importarle que lo viera el otro: una breve
oraciónquecadamañanaycadanocherepetíadesdequeeraniño.Despuéssepersignóantesde señalar la cotademallay el restode las armas apoyadassobreel cofredondeguardaba suspertenencias: algode ropa, losmapasdefrayMillán,unacadenadeoroylahabitualcartatestamentoparaJimena.—Oshetraídounpocodececinayqueso,Sidi.Peronoquedapan.—Noimporta.Mientras el mesnadero lo disponía todo, comió de pie, ayudándose con
unossorbosdevinoaguado.Luegobesóelcrucifijoquellevabaalcuello,sepusoelbelmezdecueroatandofuerteloslazosyalzólosbrazosparaqueelayudantelecolocaraencimalapesadalorigaquecubríadeloshombrosalasrodillas,ysobreéstalagonelapardaqueresguardaríaelmetaldelosrayosdesol.Asídispuesto,sepusolacofiadepañoyelotroleajustóelalmófarsincubrirletodavíalacabeza,echadaatráslacapuchadeanillasdeacero.Luegoatólascorreasdelasespuelasalashuesas, leciñólaespadayleentregóelyelmo.RuyDíazloagradecióconunasonrisaamistosa.—Vamosallá,LopeDiéguez.Entornó el de Vivar los ojos, agradecido al oírse llamar por su nombre.
Comounmastínfielquerecibieseunacaricia.—Despuésdevos,Sidi.Apagólavela,apartólalonadeentradaysaliódelatiendaseguidoporel
mesnadero,quelellevabaelescudo.Hacíafrío.Aúneradenoche,perounalínea gris azulada partía el cielo por levante, apagando las estrellas máspróximas.Podíaverse laVíaLáctea,yel lucerodelalba relucíaen todasuintensidad.
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—Harácalor—comentóelmesnadero.—Sí.Alrededor de RuyDíazmadrugaba el ejército entre voces de hombres y
rumor de caballos. El resplandor mortecino de las fogatas descubríamovedizos grupos de sombras. El sonido metálico de los que se armabanrecorríadepuntaapuntaelcampamento.Babieca, abrevadoyalmohazado, estaba listopara labatalla.Lo teníaun
mozo de la brida y su pelaje claro destacaba en la penumbra. Al sentir lapresencia del amo relinchó suavemente.RuyDíaz le acarició el cuello y elbelfoantesderevisarfreno,sillaycinchaparaasegurarsedequetodoestababienajustado.Lasherraduras lashabíarevisadoélmismolanocheanterior,clavoporclavo.Estaba ocupado con el caballo cuando se acercó otra sombra en la que
reconocióaMinaya,quetraíaelsuyodelarienda.—Cuando el sol esté alto vamos a sudar —confirmó el segundo de la
hueste.—Esoparece…Quelosaguadoressemantengancerca,paseloquepase.—Loheprevisto,Sidi.—Ysialgunoseasustayseapartaenlarefriega,queloazotenduro.—Cuentaconello.Pasó al trote una larga fila de jinetes, huidizas siluetas en la oscuridad,
dejando trasde sí ruidodecascosde loscaballosy tintineometálicode lasarmas.Cuandosealejaron,RuyDíazmiródenuevohacialevante.Lafranjadel amanecer se ensanchaba despacio, adquiriendo un tono púrpura en suparteinferior.Haciaeseladohabíacadavezmenosestrellasyempezabanadistinguirseacontraluzloscontornosdelpaisaje.—¿Todoestáenbuenorden?—Eso creo. La mayor parte de nuestros moros ya está en posición. El
primer cuerpo de peones ocupa su lugar y el segundo está a punto dehacerlo…Los querías desplegados con la primera luz, y así lo han hecho.Protegelosflancossupropiacaballeríaligera.—¿YelraisYaqub?—Tambiénestáallídesdelossegundosgallos,supervisándolotodo.—¿Algúncontactoconenemigos?—Poca cosa. Según Galín Barbués, que va y viene, se despliegan en el
camino de Lérida, como dijiste. Hay alguna tropa ligera, gente suelta,escaramuzandoalolargodelalínea.Toquesdetanteosuyosynuestros.
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LlegaronDiegoOrdóñez,PedroBermúdezyFélezGormaz, también consus caballos de la brida. La claridad que empezaba a derramarse por elcampamentopermitíareconocersusrostrosbarbudos.Olíanacotasdemallarecién aceitadas y sebo para el cuero.Bermúdez traía al hombro, enrolladatodavíaensufunda,laseñadeRuyDíaz.—¿AlgunanovedadsobreMutamán?—Nada—respondióDiegoOrdóñez—.Porlovistohapasadolanochesin
salir de la tienda, rodeado por su guardia negra. Y allí sigue. Dicen queleyendoelCorán.—¿Creéisqueestaráp-presenteenelcampodebatalla?—inquirióPedro
Bermúdez—.¿Quesearriesgarádece-cerca?—Nolosé—dijoRuyDíaz.—Pues quizá deba hacerlo —opinó Ordóñez, desabrido—. A fin de
cuentas,élnoshametidoenesto.RuyDíazlomirócondureza.—Éseno es asunto tuyo.Es el reyyhace suvoluntad.Nuestrodeber es
combatirporél,yaesovamos.Estédondeesté…¿Entendido?Gruñóelotro,aregañadientes,unaconfusadisculpa.—Noteheoídobien,Diego.Yloscompañeros,tampoco.—Entendido,Ruy.—HoyprefieroquemellaméisSidi.—Entendido,Sidi.—Puesocúpatedetusasuntos.Quevanasermuchosydifíciles.SesubióRuyDíazlacapuchadelacota,dejandotodavíasueltalababera,
ysecolocóelyelmoconelprotectornasal,ajustandobienlascorreas.—Acaballo—dijo.Metióelpie izquierdoenel estriboy, agarradoal arzónde la silla, izóa
lomos de Babieca la arroba y media de hierro que llevaba encima. ElmesnaderodeVivarlealcanzóelescudo,quesecolgóalaespalda.Despuésarrimó las piernas a los flancos, los otros lo imitaron y el grupo semoviódespacioenvueltoenlaclaridadinciertadelamanecer.Mástardepusieronloscaballosaltrote.Cabalgabanentrelargascolumnas
de jinetes cristianos y peones moros que, erizados de jabalinas y lanzas,guiadosporloscabosdetropa,avanzabansinotroruidoqueeldesuspasoshacia la luz lejana que ya teñía el horizonte de tonos azules, naranjas ypúrpuras.Ycuandoalfinlaprimeramotadesolrojoasomóporallíysuluzhizo entornar los ojos a todos, el jefe de la hueste se volvió a PedroBermúdez.
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—Démoslesalgoquevitorear.Despliegalaseñal.Obediente,elalférezquitólafundaalabanderaparamostrarlaalextremo
delasta.Entonces,RuyDíazarrimóespuelas.—Galopemosunpoco…Queondeeyseveabien.Todo el grupo lo imitó, ganando velocidad. Resonaron acompasados los
cascosdeloscaballos,pasandovelocesjuntoalasfilas.Yalreconoceréstaslaenseñaverdeconlafranjaroja,unclamordeentusiasmosefuealzandoasupaso.Sidi,Sidi,gritabantodos,señalándoselounosaotros.Sidi,Sidi,Sidi.
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VII
Desdeunacolina,elgrupodejinetesobservabalallanurarotaporarbustosypequeños encinares.Eranunadocenade aspecto formidable, cubiertosdehierro y cotas demalla sobre fuertes caballos de guerra. Casi todos teníanlanzas con pendones apoyadas en el estribo derecho y llevaban el escudosuspendidodelcuelloocolgadoalaespalda.Enlaextensióndeterrenoqueabarcabasuvista,cortandoenperpendicular
el camino que iba deAlmenar a Lérida, formaciones densas de hombres ycaballos se mantenían silenciosas e inmóviles en una composición casigeométrica: rectángulos de peones y núcleos de jinetes se extendían unosfrenteaotros formandodos líneasocamposbiendefinidos.Apenasseveíapolvo, pues todos permanecían a la espera excepto algunos almocadenes ymensajerosquesemovíanentre lasfilas.Yelsol,queestabamásaltoperoaúnnoalcanzabasucénit,hacíarelucirarmasyyelmos,salpicandolallanuraconinfinidaddereflejosmetálicos.Cuatromilhombrespropios,pensóRuyDíaz:cuatromilcientocincuenta
siendoexacto,entrepeonesylanzas.Yenfrente,asóloquinientospasos,decincoaseismilenemigos.Esocalculabanélysuscabosdetropa,quedesdela loma llevaban un rato estudiando las líneas contrarias: más caballeríapesadalagentebajosumando,másinfantesymenosjineteslosotros:peonesmorosdeLérida,casitodos,ylanzasfrancas.SegúnGalínBarbués,quehabíatomadolenguadelosapresadosenlasescaramuzasprevias,elreyMundiryel conde Berenguer Remont estaban en persona al otro lado. Aunquedemasiadolejosparadistinguirsusbanderas,seguramentesehallabanconlareserva de caballería, en dos densas agrupaciones de jinetes situadas tras lainfantería.Elfrenteprincipalestabaconstituidoporhacesdepeonessituadasen forma de un muro de lanzas que, visto de lejos, parecía espeso einfranqueable.—Novanamoversedeallí—concluyóeljefedelahuesteenvozalta—.
Nosesperan.
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—Yen algo de pendiente—dijoMinaya, preocupado—.Tendremos queavanzarcuestaarriba…Cargarunpocohacialaizquierdaparagolpearconladerecha.—Nohayotra.La táctica enemiga era evidente y simple: sus peones moros y francos
recibiríanapiefirmelassucesivasacometidashastaquelagentedeRuyDíazperdiera impulso y empezara a retirarse; entonces la caballería pesada delconde de Barcelona daría el golpe final desbaratando a los agotadosenemigos.Eraunamaneradecombatirclásicaysegura,depocoriesgoygranganancia si los defensores lograban mantenerse en orden. Se había hechootrasveces, desdeel tiempode los romanosy losgodos.Gentedescansadacontra jinetes y peones obligados a remontar la pendiente para quebrar suresistencia.—Vaaserlargoyfatigoso—apuntóDiegoOrdóñez—.Yasquerosamente
cómodoparaellos.Se volvióRuyDíaz haciaYaqub al-Jatib.El raismoro estaba a su lado,
casi estriboconestribo.Montabaunsoberbiocaballodebatallay secubríaconunyelmorodeadodeturbanteyunalorigademalladeacero.Noportabalanza, pero como los cristianos y sus propios oficiales agarenos —habíamedia docena cerca, todos montados— llevaba su daraqa, el escudo demaderaycuero,colgadoalaespalda.—¿Quéteparece,raisYaqub?—Nopiensonadaquetúnopienses.RuyDíazseñalólasfilasenemigas.—Habrásvisto,comoyo,quetienenlascostanerasmuyextendidas.Yque
susegundalíneaesdehacesmásespesas,comodequinceoveintehombresdefondo.—Lohevisto.—Entoncessabrásloquesignifica.—Yid… Si les sale todo bien, en algúnmomento cederán un poco en el
centroparaenvolvernos.—Asílocreo.Poresonecesitoquetucaballeríaligerahostiguesusflancos
con flechas y jabalinas. El poco viento ayudará a los arqueros.Que no losdejen tranquilos y los mantengan apretados y sin abrir las alas, para quenuestrascargashaganmásefecto.—Cuentaconeso.Observó de nuevo Ruy Díaz la disposición de las tropas propias.
Conducirían el ataque cuatro cuerpos de caballería pesada: un total de
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seiscientos hombres recubiertos de hierro, de los que dos tercios erancastellanosyel restoagarenos.Conellosavanzarían lospeonesmorosparaaprovechareléxitodelosjinetessiéstoslograbanromperalenemigo,oparasostener el combate mientras la caballería se reagrupaba después de cadacarga.—Ordóñez.—Atuvoluntad,Sidi.—Túvasprimero,comodije.—Porsupuesto.Hizo Ruy Díaz un ademán con una mano, como si partiera
imaginariamentelalíneaenemiga,ylamovióhacialaizquierda.—Atacarásdesdeelcentroasuflanco,dondelapendienteesmenor.Tus
caballosllegaránmásdescansadosporahí.—Bien.—Si no los derrotas, te reagruparás a nuestra zurdamientras yo dirijo la
segunda carga. Si hace falta una tercera y no estoy en condiciones, laconduciráMinaya…¿Entendido?—Entendido,Sidi.—Nos reagruparemos siempre en los flancos, procurando no estorbar ni
desbarataralospeonesnialosquevayanacargardespués.Cambiabanmiradas incómodas losoficialesmoros, y el jefede lahueste
supo lo que pensaban.El ataque principal lo iban a dar los cristianos, peroellos también tenían alguna caballería pesada. Se sentían dejados aparte,como segundones, y eso los humillaba. Así que se dirigió a ellos confranqueza.Sindisimuloalguno.—NecesitoalraisYaqubenlareserva,conelcuartocuerpo.Élyvosotros
soisnuestramanodeDios,quetodoloveytodolopuede.Bajosuseñalnosjuntaremos cuantos quedemos, si las primeras cargas fracasan… Ignoro sipara entonces yo seguiré a caballo. De no ser así, vuestra será laresponsabilidad.Asentíanlosmoros,aprobadoresalfin,tranquilizadosensuhonra.IbaRuy
Díaza añadir algocuandoun sonidodeañafiles a suespaldahizovolver atodoslacabeza.Porlafaldadelalomaascendíaalpasouncentenardejinetesdepielnegrayaspectoferoz.EralaguardiapersonaldeMutamán.Traíanlabanderaverdedesplegadayentreellos,eleganteytranquilo,cabalgabaelreydeZaragoza.
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No era momento de muchas palabras, pues todo estaba dicho la nocheanterior. A caballo, apoyadas las manos en el arzón delantero de la silla,Mutamán permanecía callado, observando las líneas enemigas. No llevabaespadaalcinto:sólosucortagumíay,colgadadelamuñecaderecha,lafustademangodeplata.Orgulloderey.—Demasiadoriesgo,miseñor—selimitóadecirRuyDíaz—.Demasiado
cerca.Elperfildehalcónmorenosequebróenunasonrisablanca.—Novoyaquedarmeenmiafraqesperandonoticias.—Elcombatepuedellegarhastaaquí.—Enesecaso,lucharé…Comotúycomotodos.MiróRuyDíazhaciaelgrupodecabosdetropa,delqueambossehabían
apartado un poco. En torno a ellos, los jinetes de la guardia negraacordonaban la colina. Una ligera brisa hacía ondear suavemente lospendonesdelaslanzas.—Ospido,miseñor,quenovayáismásalládeestelugar.Pelearémejorsi
estoytranquilorespectoaeso.—¿Sinotienesqueocupartedemiseguridad,quieresdecir?El jefe de la hueste no respondió. Se limitaba a mirar al rey moro en
respetuososilencio.Encogióésteloshombrosmientrasseñalabaasuescoltaysubandera.—Tengomipropiagentequemeguarda.—Prometedme que no bajaréis de la colina. Y que os retiraréis si las
cosas…—¿Setuercen?Ruy Díaz no dijo nada. Seguía mirando a Mutamán con insistencia.
Contemplaba éste condetenimiento el aspecto formidabledel castellano, surostrobarbudoapenas entrevistobajo la cotademallay el nasal del yelmorelucientealsol.Laespadasujetaalasillayelescudocolgadoalaespalda,consulemapintadoOderintdummetuant.Quemeodien,peroquemeteman.—Maldigo a mi hermano cada día con la oración del alba —dijo de
improvisoelrey—.Tejuroque,sihoycaeenmismanos,locrucificaréconunperroaladerechayunpuercoalaizquierda…DeesoDiosnomepedirácuentaseldíadelaresurrección.Calló bruscamente, vuelto de nuevo hacia las líneas enemigas.
Observándolaspensativo.—Yoquiseestabatalla,Ludriq.
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Lodijoconsencillezimpropiadeunrey.Casihumilde.PeroRuyDíazsemantuvoinflexible.—Prometedmequepermaneceréisaquí,miseñor.AlzóundedoMutamán,estoico,señalandoelcielo.—NadiepuedemorirsinpermisodeDiosysegúnelplazofijado.—Prometedlo.Osloruego.Suspiróelrey,alfin.Cualsiledoliera.—Puedesluchartranquilo…Tienesmipalabra.Asintió satisfecho el jefe de la hueste y todavía estuvieron unmomento
calladosmientrasobservabanelcampoenemigo.Comosidispusierandetodoeltiempodelmundo.—Vaaserdifícil,supongo—comentóMutamán.—Esoparece.—¿Conducirástúelprimerataque?—Elsegundo.—Mejorasí.Haciendo visera con una mano, Ruy Díaz levantaba la vista para
comprobarlaalturadelsol.Sehacetarde,pensaba.—Supongoqueeslahora—dijoMutamán.Tiraronde las riendasy cabalgarondespaciopara reunirse conel capitán
moro y los cabos. Metiéndose entre ellos, el rey se quitó un guante parapermitirqueYaqubal-Jatibylosotrosoficialesmoroslebesaranlamano.—Recordad—dijomientras lo hacían— que nadie entra en el jardín de
Diossinqueéstesepaquiénhacombatidobienyquiénno…Aélpertenecenlanocheyeldía.Cuandotodoslehubieronrendidohomenaje,Mutamánseñalóconlafusta
elqueibaasercampodebatalla.—Que los enemigos os encuentren duros y sin piedad—añadió—.Dios,
que conoce la misericordia, está con quienes lo temen. Y el día que loscongregue,losreconocerá.Cualquiercosaquelehayáisdado,inclusolavida,osserádevuelta.MirabadenuevoaRuyDíaz,yensurostrodestellóunasonrisaamistosa,
confiadayserena.—Adelante,SidiQambitur…Ganaestabatallaparamí,opereceenella.
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Dejaron al rey deZaragoza en la colina para bajar al trote por la ladera,dirigiéndose a sus lugares de combate. Y a medida que cada jinete seaproximabaadondeestabaasignado,dejabaelgrupoparaocuparsupuesto.Yaqubal-Jatibfueelprimeroenapartarseconsugente,situándoseentrela
reservade jinetesy su infanteríaagarena.Después fueMinayaquienquedóatrás, frente al tercer cuerpo de caballería pesada castellana. Por su parte,seguidoporelalférezPedroBermúdezyporFélezGormazconsucuernodeguerra, Ruy Díaz cabalgó hasta la primera línea acompañando a DiegoOrdóñez.Refrenaronallíloscaballos,atentosalaslíneasenemigas.Aunadistancia
de dos flechas, las haces de peones del rey de Lérida se veían espesas,erizadasdelanzasyconlosescudosapoyadosentierra.Entreambosbandosescaramuzabayagentesueltadeunosyotros,tirándosedardosypiedrasconhondas,ypor los flancossemovíanalgunos jinetesdecaballería ligeraquetanteaban las líneas. Entre los del bando propio Ruy Díaz divisó a GalínBarbués y su compañero Muño García. Galopaban cerca de la formación,levantando polvo; y al reconocer al jefe de la hueste, el almogávar saludóespadaenalto.—Buenmuchacho—dijoDiegoOrdóñez,viéndolopasar.Lavozdelburgaléshabíasonadosorda,apagadaporlababeradeeslabones
quelecubríalaparteinferiordelacara.Protegidodearribaabajo,sóloseleveíanlosojosrelucientesyunpocoderostrobarbudo;elrestoeraunrebozodehierroycuero.Teníalalanzaapoyadaenelestriboderechoyembrazadoel largo escudo en la zurda.Tras él, un sotalférez levantaba el pendón azulque ibaapermitir reconocerloenelcombate:elqueseguiríasugenteen laespolonadayentornoalcualsereagruparíanlossupervivientesdespuésdelacarga.AlzóRuyDíaz la vista al cielo.Muy arriba, un águila solitaria planeaba
majestuosa sobre el campo de batalla, volando hacia la derecha. Por unmomentoenvidiósumiradadesdeallíarriba.Sualtivadistancia.Entodocasoeraunbuenaugurio.—Ahoraescosatuya,Diego.Asintióelotro,yRuyDíazcreyóoírlereírbajoelmetálicoembozo.Otal
vez lo imaginó, por costumbre. Quiso estrecharle una mano para desearlesuerte,peroelotronoparecióadvertirlo.Supensamientoyaestaba,sinduda,quinientos pasos más allá. Recogido en sí mismo, Ordóñez tenía los ojosausentesyfijosenlaslíneasenemigas,ajenosacuantonofueseladistanciaarecorreryloshombresamatarcuandolahubieserecorrido.
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VolviógrupasRuyDíazparaocupar supuesto, seguidoporBermúdezyFélezGormaz; pero en vez de rodear la formación de caballería que iba aseguiraOrdóñez,cientocincuentahombresalineadosestriboconestriboydecuatroenfondo,metiósucaballoentreellos.—Buenasuerteatodos—ibadiciendo—.Buenasuerte.Seapartabanlosjinetes,abriendolasfilasparadejarlepaso.Sentíaeljefe
delahuestesuolorahierro,cuero,sudoryestiércol:aloquehabíaocurridoyaloqueibaaocurrir.Eran,pensóRuyDíaz,losmejoresguerreadoresdelmundo,veteranosdecombatesyalgaras,genteconocidayprofesional,hechaa su oficio, que por eso Ordóñez llevaba en la vanguardia. Serenos,silenciosos, apoyadas las lanzas en los estribos, se estaban pasando losescudosde laespaldaal lado izquierdoyajustaban lascorreasdeyelmosyarneses, asentándose bien en las sillas de altos arzones. Dispuestos sinaspavientosaencararloquelesaguardaba.—Dadles losuyo,compañeros…Queveancómopelea lagentequesabe
hacerlo.Bajolosprotectoresnasales,medioocultoslosrostroshirsutosporlascotas
demalla,docenasdeojoslomirabanconrespeto.Tirandodelasriendasparaapartarsuscaballos,algunosletocabanunbrazoolepalmeabanunhombroalpasar,segúnacostumbraban,comosiesofueraatraerlesmejorfortuna.Yasí cabalgaba Ruy Díaz entre ellos, mencionando los nombres de cuantosconocía.Teniendoparatodosunapalabraounamirada.
Deprontoempezólabatalla.Ocurriósinseñalesespecialesnitoquesdecuernodeguerra.Unmomento
antestodoestabaquietoyensilencio,yalinstantevioRuyDíazmoverseelpendón de Diego Ordóñez al frente de sus hombres y ponerse éstos enmarcha.—Ordóñezat-taca—dijoelalférezPedroBermúdez,entornandolosojos.Desdesuposición,paradodelantedelsegundocuerpo,eljefedelahueste
veíalasgrupasdeloscaballos,lasespaldasdeloshombresylaslanzas.Bienadiestradosparaello,partíanalpasosinapresurarse,afindenofatigaralasmonturas antes de la espolonada final. Se alejaban manteniendo su densaformación estribo con estribo, atentos a no descomponerse en la inminentecarga. Dispuestos a ganar velocidad poco a poco y llegar al adversariocompactosyenbuenorden.
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Másalládelosqueavanzaban,ligeramenteelevadasenlasuavependiente,sedistinguíanlashacesenemigasqueaprestabanescudosyafirmabanlanzas.Arquerosyhonderosquehabíanescaramuzadoentreambosejércitoscorríanaponerseasalvotrassuslíneas,ydesdeallíarrojabandardosypiedrascontralos cada vez más cercanos jinetes. Ahora el pendón azul se movía conrapidez,losatacantesarrimabanespuelasyconseguíanvelocidad,pasandoaltrote.Seoía rítmico,acompasado,el resonardecascosde loscaballos,yelpolvoempezabaaocultarlospordetrás.Yasólopodíanverselasespaldasdelos jinetes,quebajabansus lanzas.Ycuandocercadelenemigo la señaldeDiegoOrdóñezondeóaunladoyaotro,lossuyosespolearonparaponersealgalope, lapolvareda crecióhastaocultarlo todoy a travésde ella seoyóelgriteríodeloshombresquematabanymorían.—No los romperán a la primera—comentó Félez Gormaz, manoseando
inquietoelcuernodeórdenesquelependíadelcuello.Miró Ruy Díaz a derecha e izquierda, donde la caballería ligera propia,
agarenos de Zaragoza con arcos y jabalinas, acosaba las alas enemigas yprotegíalashacesdepeonespropiosqueseaproximabanparaaprovecharlaruptura de la línea o proteger a los jinetes deOrdóñez cuando se retiraran.Sabía que era improbable que la primera carga descompusiera las filascontrarias,peroconfiabaensuefectoparadebilitarlasyponérselomásfácilalossiguientesataques.Alzólavista.Eláguilacontinuabaarriba.Trazabacírculossobreelflanco
derecho,loqueseguíapareciendounsignofavorable.Sivencemoshoy,seleocurrióde improviso,harépintaresaaveenmiescudo.Enagradecimiento.Unacabezadeáguilaerguidaynoble:eláguiladeAlmenar.Sevolvióhacialosqueinmóvilesaguardabandetrás,acaballoylanzaen
alto, dirigiéndoles una larga ojeada. Su aspecto era magnífico. La brisaagitabalospendonestriangularesalextremodelasastasdefresno,apoyadasen losestribosde las reciassillasdebatalla.Erancientocincuentahombresidénticosalosqueloshabíanprecedidoyalosqueatacaríandespués:gentecurtida,caballeríabregadaenlafrontera.Muchosdeellos,gentedeVivarydeBurgos que lo había seguido en el destierro e iba a seguirlo ahora en elcombate. Sentía Ruy Díaz, al observarlos, la áspera fraternidad de loshombresdeguerra.Unvagoycomúnorgulloforjadofatigatrasfatiga,conloqueleshabíaocurridoenlavidayloquelesibaaocurriresedía.—¡Voy a meterme entre esos bujarrones moros y francos! —gritó de
pronto,burlón—.¡Novayáisadejarmesoloahídentro!
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Le respondió un coro de risas y voces enardecidas. Sidi, aullaron todos.Sidi.Bastaba con eso, de momento. Pegados a su grupa, Pedro Bermúdez
sostenía la señal verdirroja y Félez Gormaz, listo el cuerno de órdenes,escupíaysepasabalalenguaporloslabios.Todoestabaenorden.MiróRuyDíaz hacia la polvareda del combate cercano, de la que salían caballos sinjineteyhombresheridosytambaleantes.Alpocovioaparecerelpendónazulcabalgandodevueltahaciaelalaizquierda.DiegoOrdóñeznohabíalogradoromperyseretiraba.Almenos,elburgalésestabavivo.Oloparecía.—Vamos—dijo.Se obligó a pensar en Jimena y las niñas, sólo un instante, y después
procuróolvidarlas.Hizo la señal de la cruz, se cerró la baberadel almófar,situóelescudoalaizquierda,sostuvobienlalanza,yapretandolaspiernasenlosflancosdeBabiecalohizoavanzaralpaso,sintiendoarrancarasuespaldaelrumordeloshombresquelosecundaban,elcrujidodelcueroenlassillas,eltintineodelasarmasyelandaraúnreposadodeloscaballos.Pater noster, qui es in caelis, oraba entre dientes. Sanctificetur nomen
tuum.Susojosminuciosos—seguía envidiando los del águila—noparabande
moverseaunladoyotro,vivosyatentos,fijándoseencadadetalle:losjinetesdeOrdóñezque trotabandispersos,buscandoreagruparsebajo laproteccióndelospeonesylacaballeríaligera.Lapolvaredaque,aldisiparse,mostrabalasfilasenemigastodavíaespesas,preparándoseanteelnuevoataque.Adveniatregnumtuum.Habíacuerposdehombresyanimalescaídos.Eranmuchos,asíque,para
evitarqueentorpecieranlaespolonada,hizodesviarseaBabiecaunpocoaladerecha. Picó espuelas y empezó a trotar, sintiendo que arreciaba detrás elresonardecascos.Fiatvoluntastua,sicutincaeloetinterra.Todavíaacienpasos,lashacesleridanassecerrabanesperandoelataque.
RuyDíazyapodíadistinguirlasbien:escudosfirmesylanzasasentadasenelsueloparaoponerunerizodeacero.En su estómago, un enorme y conocido vacío empezó a crecer.Ojalá el
águilasigasuvuelohacialamanodiestra,pensó.Luegoclavólasespuelasenlosijares,lanzandoelcaballoalgalope.—¡Santiago!—gritóalfin—.¡CastillaySantiago!Sonódetráselcuernodeguerraycientocincuentavocesrepitieronelgrito.
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Panemnostrumcuotidianumdanobishodie,seguíarezandoRuyDíazdemodo mecánico, por rutina, sin prestar ya atención a lo que él mismomurmurababajoeltapabocasdemalladeacero.Elvacíodelestómagoeraunpozooscuroyhondoquelellegabahastael
corazón.Latensiónleagarrotabainglesyriñones,ysusmúsculosestabantanendurecidosqueparecíanapuntoderomperse.Seapoyómásenlosestribosparaqueelmovimientodelcaballonolelastimaralaespalda,contodoaquelpesodelasarmasencima.Unaflechaaisladavinodelcielo,yasinfuerza,ylegolpeóelyelmoconunsonidometálico.Clang,hizo.Otraledioenelescudo.Etdimittenobisdebitanostra.OjaláDiosseaindulgente,sedijo,sihoymetocallamarasupuerta.Porunmomentoquisoimaginarcómoseríanelinfierno,elpurgatorioyel
paraíso.En todocaso, frayMillánhabíaaseguradoquequienmurieseen lajornadairíaalotromundoligerodetrámites.Limpiocomounapatena.Yelfrailebermejoparecíahombredepalabra.Sicutetnosdimittimusdebitoribusnostris.Lavanguardia enemigaya estabapróxima: peones agarenos alineados en
haces espesas.Turbantes, cascosypetosde cuero.Rostros barbudosyojosobstinadosdefuriaodesencajadosporelmiedo—hacíafaltamuchotemplepara no flaquear ante unamasa de caballos, lanzas y hombres cubiertos dehierro—.Ensuafánporestrecharseanteloquelesveníaencima,pisoteabanalosmuertosyalosheridosquenopodíanbuscarrefugiotraslasfilas.Etnenosinducasintentationem.RugíabroncoelcuernodeFélezGormaz.Elsobrinolohacíasonarcomosi
anunciaraelJuicioFinal.Retumbabael suelobajo loscascosde loscaballosyparecíaque fuesea
hundirselatierra.Llovíanahoraflechasypiedras,golpeandocomogranizo.Sedliberanosamalo,amen.Ruy Díaz esperó a estar muy cerca de los enemigos. Entonces puso la
mente en blanco—su último sentimiento fue una desamparada soledad—,bajólalanza,seafirmóenlosestribosyarremetiógritandodefuria.Castilla,rugía.SantiagoyCastilla.Superandoelestruendodelagalopadayelcombate,suvozsemultiplicaba
comosiunecolallevase,puescientocincuentagargantaslacoreabantrasél.SantiagoyCastilla,gritabanenloquecidos.SantiagoyCastilla.Elchoquefuetanbrutalquecasiloarrancódelasilla.
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Sintióelcrujidodeunalanzaalrompersecontraelescudomientrasvariassaetasyjabalinaszumbabanrozándolelacara.Ziaang,ziaang,hacían.Clavósulanzaquebrándolaenelprimerhombrequetuvodelante—unalmocadénbarbudoquedabaórdenesalfanjeenalto—,sacólaespadaycubriéndoseconel escudo, apretados los dientes, dando tajos a diestra y siniestra mientrascaracoleabaBabieca,empezóalucharlomejorquesabía,noyaporelreydeZaragoza,niporeldeCastilla,niporsugente,niporlapropiareputación.Enesemomentopeleabaporsuvida.
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VIII
Aunqueconenormespérdidas,losmorosdelreydeLéridaaguantabanensusfilas.Sabíanquesepararseovolverlaespaldasignificabamorir,yporesopeleabanapiefirmeconsusescudosylanzas,tenacescomorocas.En un respiro del combate, forcejeo desesperado y sangriento cuya
duraciónparecíaeterna,RuyDíazpudoal finmiraren torno,comprobandoquelashacesenemigasseguíandensasyquedesdesuretaguardiallenabandeinmediatoloshuecos.Sabíaque,comocualquiercombatiente,esoshombresseríancapacesdesoportarunadeterminadacantidaddehorror;peroeselímitenoacababadellegar.Susalmocadenesmanteníanladisciplinaempujándolosespadaenmano.Peleandoymuriendoconmuchopundonor.Aspiró con violencia el aire ardiente y el polvo que le abrasaban la
garganta.Ycongranesfuerzodevoluntad,recobrandolafrialdaddejuicio,larazónseabriópasoensumenteofuscadaporlamatanza.Lasegundacargahabíafracasado.Volvió entonces a ser jefe de la hueste en vez de un animal solitario,
enloquecido y peligroso. Gritó retirada, tiró de las riendas de BabiecabuscandoasusobrinoFélezGormazconelcuernodeguerra;yalnohallarlocerca,alzólaespadamanchadadesangreparaindicaraPedroBermúdez—quedefendidoporvariosdeVivar,manteníaenaltolaseñalrojayverde—ellugardondereagruparse.—¡Retirada!…¡Retirada!Corríase la voz entre los hombres que luchaban. Pasaban junto a él,
veloces, picando espuelas para salir del combate al ver a los compañerosvolvergrupas.Maltrechos,cubiertosdeheridas,chorreandosangrepropiayajena,desorbitadoslosojosbajolosyelmos,teniéndoseaduraspenasenlassillas, galopaban entre caballos sin jinete que saltaban sobre los cuerposcaídos.—¡Retirada!QuisoRuyDíazsocorreralosúltimos.Acuchillócuantopudo,fatigadoel
brazo,lasprimerasfilasenemigasycubrióaunrezagadoque,malherido,con
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una pedrada en la cara y una flecha clavada en la grupa del caballo, seagarraba con lasdosmanos a la sillaparano caer.Luegometió espuelasyhuyóenposdesushombres,quecabalgabandesordenados tras la señaldelalférez.Tump.Clang.Esohizolasaetadeballestaaltraspasarleelescudo.Notó la mordedura del hierro en el hombro izquierdo, rompiendo los
anillosdelacotademallayelbelmezdeabajo;perolatensióndelcombateaplazóeldolor.Sólosentíaunentumecimientosúbitoypérdidadevigorenelbrazo. Apretó espuelas inclinándose sobre el cuello mojado de sudor deBabieca mientras intentaba desembarazarse del escudo, cuyas sacudidaslacerabanlaherida.Loconsiguióalfin,soltandolascorreasydejándolocaer—ahora sí dolió, al arrancar con el escudo el asta de saeta—, mientrasadelantabaalhombreaquienantesquisoayudar:habíacaídodelasillaysucaballoseguíaalgalope,arrastrándoloporelsueloconunpie trabadoenelestribo.Lacaballeríaligeraylospeoneszaragozanosseportabanbien,arrimándose
alenemigo lo suficienteparaquea suamparo se reagruparan los jinetesenretirada.Debíadequedarmenosdeuncentenarencondicionesdecombatir,comprobó Ruy Díaz al unirse a ellos. Algunos contusos y maltrechos semanteníanenlassillas,perolospeorparadosdesmontabanosedejabancaerdoliéndosedelasheridas.Vagabansinrumbocaballoscubiertosdeespumayjinetes exhaustos que se miraban unos a otros en busca de compañeros oqueriendoidentificaralosausentes.Al ver llegar a Ruy Díaz, que trotaba despacio, algunos lo vitorearon,
satisfechos de hallarlo vivo. Siempre con la señal en alto, PedroBermúdezespoleósumonturay levinoalencuentro.Habíaperdidoelyelmo, tenía lagoneladesgarradasobrelacotademalla,losguantesmanchadosdesangre,yel almófar que le cubría la cabeza estaba mate y sucio. Los ojos se veíanenrojecidosbajounamáscaradesudorypolvo.—BenditoseaDios,Sidi…Queostrajovivo.Ahora no tartamudeaba en absoluto: el combate le había aligerado la
lengua.RuyDíazmirabaentorno,buscandoasusobrinoFélezGormaz.—¿Dóndeestátuprimo?Encogíaloshombroselalférez,conindiferencia.Eldíaibaaserlargoyera
demasiadoprontoparalapiedad,inclusoenlafamilia.—Yanoestá.Lovieroncaer.
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Pensó Ruy Díaz en su hermana, esperando en Vivar al hijo que noregresaría.Miró hacia lamatanza que había dejado atrás y se dijo que trasaquellajornadamuchasmadres,esposasehijosibanaaguardarenvano.—Estáissangrando,tío.—Nomellamestío…Unballestazomepasóelescudoylacota.—¿Cosaseria?—Nocreo—se tocóelhombro,palpandoconundedo lamalladeacero
perforada—.Aunqueelhierrosequedódentro.Puedotocarlo.—Estápocohondo,entonces.—Sí.Desmontaronpesadamente,doloridos,insegurosalpisarelsuelodenuevo.
Al verlos, quienes seguían a caballo los imitaron.Con los animales sujetosporlarienda,casitodossesentabanosetumbabansobrelahierba.Bermúdezseacercóaecharunvistazoalaherida.—Esverdad,elhierroestádentro…Dejadqueoslocu-curen.Habíarecobradoeltartamudeo.NegóRuyDíazconlacabeza.—Mástarde.Miraba en torno. Docenas de rostros cansados y sucios lo observaban
expectantes, sabiendo su destino en sus manos. Pero no estabandesmoralizados, comprobó. Al menos, no todavía. Conservaban armas ycaballos, un jefe y una bandera. Seguían vivos y podían matar de nuevo.Cargaryreagruparseunayotravezerausualenaquellaclasedecombates.Algopropiodesuoficio.—¿Hascontadoaloshombres?—Hemosp-perdidomásdeuntercioentremuertosyheridos…Quedamos
unosochentaenbu-buenascondicionesparacombatir.—Noestámal.MenostuvodonPelayo.Sonrió el otro. Una mueca cansada, hecha por igual a las buenas y las
malasnoticias.—Sí—dijo—.Podríaserp-peor.RuyDíazseñalabaalolejos,haciaelgruesodelejército.—Unámonos a la gente de Ordóñez—indicó las formaciones enemigas,
procurandodisimularsumuchafatiga—.Habráqueregresarallí.—Claro,Sidi.SevolvióRuyDíazhacia los hombresmáspróximos, que escuchaban la
conversación estudiándose de reojo entre ellos, sombríos y viéndolas venir.Losmirósindecirnadayellosasintieron,resignados,conscientesdequelesestabapidiendoquesejugaranotravezlavida.
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—Todoslosquepuedan,acaballo—resumió.SubióalasillaayudadoporBermúdez.Laheridadelhombroseenfriaba,
empezandoadoler.Tambiénvolvíaamolestarlelaviejalesióndelarodilla.Miróen torno,empuñandolasriendas.Si llegoaviejo,pensó,undíaestarédemasiadodeshechoparahaceresto.—¿QuépasaconMinaya?—Ahíva—dijounodeloshombresconelbrazoextendido,señalandoalo
lejos.
Eralaterceracarga.Inclusoentrehombresduroshechosaesavida,sedijoRuyDíaz,conmovía
vera loscompañeros lanzándosealataque.Noera lomismopicarespuelashaciaelenemigorodeadoporellos,hermanadosunosyotrospor la tensióndelcombate,queasistirpasivo,delejos,asutriunfoosudesastre.MibuenMinaya,pensó.Allá iba, en efecto, el segundo de la hueste, Minaya Alvar Fáñez.
Cabalgabaseguidoporsupendónamarilloalfrentedeotroscientocincuentajinetesestriboconestribo,directohaciaelenemigo.Elretumbardistantedelacabalgadaestremecíalatierra.—QueDioslosp-proteja—dijoBermúdez.Todosmirabanenesadirección;hasta losqueestabanmaltrechosomuy
cansadosseerguíanparavermejor.Algunosgritabanpalabrasdeánimo,cualsilosqueatacabanpudieranoírlos.—Quizác-consiganquebrarlosestavez,Sidi.—Puedeser.AvanzabanMinayaysugentecomounsolocuerpocompactoyrutilanteal
sol, embrazados los escudos y bajas las lanzas. Dejando a su paso unapolvareda tras laque corrían lospeones agarenos, resueltos a aprovechar laocasiónsilacargadesbaratabaalfinlashacesenemigas.—Vamos—ordenóRuyDíaz.Trotó, seguido por su gente, hacia el lugar donde se veía el pendón de
DiegoOrdóñez,entornoalcualsehabíanreagrupadolossupervivientesdelaprimeracarga.Porelcaminotodosmirabanatrás,atentosaloqueocurríaconMinaya, que ya embestía con los suyos, trabando combate. Esta vez lasituación parecía distinta, pues en la retaguardia enemiga se divisabanbanderasmoviéndoserápidasdeunladoaotro.LashacesdelreydeLérida
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empezaban a flaquear y eran sus reservas las que ahora llenaban huecos.Advirtiéndolo,lospeonesdeZaragozaseacercabanmuchoadondepeleabanlosjinetes,paraapoyarlos,buscandoelcuerpoacuerpo.—Talvezloc-consigan—insistióBermúdez.RuyDíaznodijonada.Buscóeláguilaenelcielo,peroyanoestabaallí.
Podíaserunbuenounmalaugurio,masnodisponíadetiempoparapensaren ello. Llegaban ya junto a la gente de Diego Ordóñez, sesenta o setentahombres a los que éste tenía formados de tres en fondo,montados y listosparaatacardenuevo.VinoalencuentrodeRuyDíaz.—Mealegrodevertevivo,Sidi.—Yyoati.Ordóñezmostrabaunaestampaquehabría impresionadoaunenemigo,e
inclusoaunamigo:montabauncaballoquenoerasuyo,asíqueRuyDíazsupuso que el otro se lo habían matado o lisiado en la carga. Cubierto depolvo y de sangre seca, el burgalés llevaba la cabeza descubierta, con lashuellasde loseslabonesde lacotademalla impresasen la frentecalva.Lasangre quemanchaba el brazo demanejar la espada era sin duda enemiga;perolacostrapardasobreelcuelloyunhombroerasuya,procedentedeunaheridaquebajounimprovisadovendajelecubríadesdeelcuellohastalasien.—¿Quétehapasado?GruñóOrdóñez,malhumorado.Lasgotasdesudorletrazabansurcosenla
carasucia.—Heperdidounaorejaconesoshijosdeputa…Porsuerteteníados.Miraron hacia donde se luchaba. La infantería propia y la enemiga
peleabancuerpoacuerpoyelpendóndeMinayaseguíaenalto,empeñadoenla lid y sin indicios de retirarse. O estaba venciendo, o se veía atrapado.Buscando vermejor, RuyDíaz se puso de pie en los estribos. También laseñalverdedeYaqubal-Jatibentrabaenliza:ladistinguióenplenocombate,algomásalaizquierda.Sinesperarnuevasórdenes,segúnloprevisto,elraiszaragozanoempeñabalareserva.—Ese moro cabrón conoce su oficio —admitió Ordóñez, que también
miraba.EraelMomento, sedijoel jefede lahueste.Oparecía serlo.Demasiado
tarde no volvería a serlo jamás. Tocaba al instinto actuar en consecuencia.Jugárselaavictoriaoderrota.ADiosoaldiablo.Dudaba, sin embargo.Y eso no era bueno.En un combate no importaba
tantoloquesehicieracomoejecutarloconaudaciaydeterminación.
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Se volvió a echar un vistazo sobre la grupa. Sus jinetes ya se habíanalineadoconlosdeOrdóñez,fundiéndoseenunsolocuerpo.Erauncentenarymediodehombresycaballospreparadosparavolvera labatalla.Algunosdaban cortos sorbos a las calabazas con agua que pendían del arzón, seajustabanlasarmas,tranquilizabanalosanimales,quecabeceabannerviosos.—Loharán—apuntóOrdóñez,adivinandoloquepensaba.En su mayor parte, aquellos rostros rodeados de hierro no traslucían
emociónalguna.Mirabanasusjefesaguardandoórdenes,resueltosaaceptarlo que viniera: pelear, morir, ser derrotados o vencer. Para eso cobrabantreinta sueldosalmes.Paraganar supanyasumir sinaspavientos la suerteinciertadelosdadosquemanejabaelazar.—Vieneunba-batidor—dijoBermúdez,entornandolosojos.Era cierto. Un jinete solitario se acercaba al galope desde la línea de
batalla,dejandotrasélunrastrodepolvorectoyrápido.—PareceGalínBarbués—asintióOrdóñez.Lo era. Picando espuelas hasta ensangrentar los ijares de sumontura, el
almogávarllegóhastaellos,refrenandosucaballocontantaviolenciaqueésteresbaló sobre las patas traseras. Luego, con voz sofocada por el esfuerzo,informódelasituación.TraíaunmensajedeYaqubal-Jatib:lashacesdelreyde Lérida empezaban a desordenarse y la caballería pesada del condeBerenguer Remont, hasta entonces en reserva y apartada del combate, sesituabaenposiciónparasocorrerlas.—Sicargancontranuestrainfanteríalabarrerán,Sidi…ElraisYaqubpide
unacontracargacontodoloquetenemos.Ahoraosmandarácuantosjinetespuedareunirdelossuyos.—Nohaytiempoparaesperarlos.—Vienendecamino.Escosadeunmomento.MiróRuyDíazaunladoyaotro,calculandodistanciaytiempo.Todoiba
endiabladamenterápido.Demasiado.—¿Pordóndeseesperaalosfrancos?Hizo Barbués girar a su caballo con un tirón brusco de las riendas.
Entornabalosojosbajoelcascodecuero,señalandoalolejos.—Pornuestracostaneraderecha.—¿QuétallevaaMinaya?—Sesostienebien,creo.Acomete,seretiraunospasos,acometeotravez…
No desampara a los peones moros, que lidian bien, ni éstos a él. Parecedispuestoaquedarseahí.—Esoesbuenaseñal.
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—Loes.—Dilesqueaguantencuantopuedanynoaflojen.Quevamosallá.—Avuestravoluntad.Partióelalmogávarde regresoa la líneadecombate,denuevoen rápida
galopada.RuyDíazmiróaOrdóñezyluegoaBermúdez.—Enaltoesaseñal,quelaveanbienlosquecombaten.Obedeció el alférez, irguiéndose en la silla. RuyDíaz tiró de las riendas
hacia la izquierda, rozando la crin de Babieca. Vuelto hacia los hombresalineadostrassugrupa.—¡Formadencuña!Eraelmodomáseficazdecargarentalescircunstancias,ynoteníavuelta
atrás.Lanzadosalgalope,elreagrupamientosóloseríaposibletraslaslíneasenemigas,unavezatravesadasydeshechaséstas.Ysino,puesno.—Vamos a buscar tu oreja —le dijo a Ordóñez, señalando el campo
enemigo—.Quizálaencontremosporahí.Rióelburgalésconsuferocidadhabitual,pasándoseunamanoporlafrente
paraapartarelsudoryelpolvodelosojos.—Selaquitaréaotrosinoencuentrolamía,Sidi.Aquísevieneamorir.—Aunasí,procuremosvivir.—Ymatar.Llegaron los moros prometidos. Eran unos treinta, de buen aspecto:
veteranosdetezoscura,barbasenpuntayturbantesentornoalosyelmosdeacero. Casi todos llevaban escudos, cotas demalla, lanzas y espadas.Muytranquilos, sindecirnada, fueronaalinearsecon los jinetescastellanos,quetirabandelasriendasparahacerlessitioensusfilas.Unosyotros,pensóRuyDíaz,erangentebiennacida,comohabíadichoYaqubal-Jatib.Capacesdeirconcalmaalaeternidad.Sacólaespadaylaapoyóenelhombroderecho.Elmodomássegurode
perderunabatalla,pensaba,eracreerlaperdida.—¡Soy Sidi Qambitur y vosotros sois mi gente!… ¡Que en Lérida y
Barcelonallorenviudasyhuérfanosaloírnuestronombre!Le respondió un rumor de aceros saliendo de las vainas y un coro
desafiantedegritoseinsultosalenemigo.—¡Santiago,ZaragozayCastilla!—voceó—.Ialahbismilah!Entoncesarrimaronespuelasyfueronalencuentrodelacaballeríafranca.
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Cuartaparte
LAESPADA
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I
Hundióconalivioelrostroenelarroyoypermanecióarrodilladoeinmóvilsobre las piedras de la orilla, sintiendo el agua fresca correr por su caramientrasarrastrabaelpolvo,elsudorylasangrequelacubrían.Era sangrededos clases: propia, de la ceja que le habíanpartidodeuna
cuchillada; y ajena, de los hombres a los que había matado. Tambiénmanchabasubrazoderechohastaelcodo,demanejarlaespada.Yelhombroizquierdo,porelballestazorecibidoenlaprimeracarga.Después de unmomento con el rostrometido en la corriente, RuyDíaz
bebió despacio hasta saciarse. Cuando cogió el yelmo y se incorporópesadamente con el apoyode la espada, las gotas de agua le corrían por elpeloy labarba,mojando lacotademalla, lacapuchadeaceroechadaatrásentreloshombros,lagoneladesgarradaysuciaporelcombate.Babieca,librelarienda,mordisqueabalahierbadelaorilla.Eljefedelahuesteseacercóalcaballo,metiendolaespadaenlavainaque
pendía del arzón y colgando allí el yelmo abollado de golpes. Despuésacaricióelcuellodelanimal.Teníaésteuntajopocoprofundo,delqueapenasparecíadolerse.Lasangregoteabamansahastaelpechoylapataizquierda.Cogiósudueñodelsuelounpuñadodetierralimpia,lamezclóconhierbayfrotóconesolaheridaparacortarlahemorragia.Despuéssepalpóelhombro,tocando con un dedo el hierro de saeta que seguía incrustado allí, nodemasiado dentro. Sangraba poco, comprobó. Y más que doler, escocíamucho.Apoyadoenlasilla,miróalrededor.Hasta donde alcanzaba su vista, en ambas orillas del arroyo e incluso
dentrodeél,habíahombresycaballos:enaquelparaje,que lindabaconunbosque de pinos bajos, seríanmás de una treintena, pues el combate habíasidoduroallí.Mezcladosmorosycristianos,algunosestabanmuertosyotrosno.Tambiénhabíaheridosque sequejabanoagonizabanen silencio.Otrossóloestabanmaltrechosofatigados.Dosotresmerodeadoressemovíanentreellos,furtivoscomocuervos,buscandoidentificarenemigosparadegollarlos,
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si seguían vivos, y quitarles cuanto de valor llevaran encima. Inclusodespojabanalosdelpropiobando,siestabanmuertosoapuntodeestarloyno tenían amigos cerca. Había ya media docena de cadáveres desnudos,iluminadosporelsoldeclinantedelatarde.Nadaseparecíatantoaunaderrota,pensóRuyDíaz,comounavictoria.Unos jinetes se acercaban despacio por la falda de un otero cercano,
mirándolo todo.Traían cuatro o cinco caballos capturados y hatos de botíncogido a los muertos. Por instinto, Ruy Díaz apoyó una mano en laempuñadura de la espada, pero la retiró al reconocer aMinaya. Venía conotros deVivar, y lo buscaban. Todos tenían aspecto sucio ymuy cansado.Uno de sus acompañantes picó espuelas para echar el caballo sobre losmerodeadoresqueenesemomentodesvestíanaotrocadáver.Huyeronéstosruines y rápidos, salpicando agua del arroyo, refugiándose en el pinar.Entonceseljinetedesmontóycontinuóporsucuentaeldespojo.Minayasemostrabafelizdehaberencontradoaljefedelahueste.—GraciasaDios.Tehemosbuscadoportodaspartes,Sidi.RuyDíazhizounademánqueabarcabaellugar,losvivosylosmuertos.—Acabéaquí,comoellos…Aunqueenmejorestadoquealgunos.AsintióMinaya. Cada cual tenía su propio relato de las últimas horas, y
mástarde,juntandotestimonios,seempezaríaacomponerlahistoriageneral:la de quienes acudían a la llamada para reagruparse y la de los que ya noacudiríanjamás.Muchoshombresbuenossehabíanperdidoparasiempre.LadelpropioRuyDíazeraunadeesashistorias.Trasromperselashaces
morasenlacuartacarga,despuésdedesbarataralacaballeríapesadadelosfrancossehabíavistoenvueltoenunodelosmuchoscombatesparcialesquesalpicaron la persecución del enemigo derrotado. Acabó en el arroyo conotros jinetes que lo seguían, acuchillándose con un grupo de enemigos queintentaba huir por el pinar y que, acorralados, vendieron caras sus vidas:habíanluchadotodosmuyrecioybien,primeroacaballoyluegopieatierra,hastacaerunotrasotro.RuyDíazhabíamatadoalúltimo,uncaballerofrancode buen aspecto al que ofreció cuartel y no lo quiso; lo rechazó en airadalengua catalana. Ahora el franco yacía junto al arroyo, blanco y desnudocomo un gusano. Era de los primeros muertos despojados por losmerodeadores.—Lajornadaesnuestra,Sidi—dijoMinaya.—Esoparece.DosjinetesbajarondesuscaballosparaayudaraRuyDíazaizarsealomos
del suyo.Minaya se acercó amirarle la herida del hombro y el corte de la
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ceja.—¿Esloúnico?—Queyosepa.—Noparecemucho.Señalóeljefedelahuestealrededor,losmuertosylosheridos.—Noenestepaisaje.Mediadocenadelosquehabíanestadodispersosporelarroyoseacercaron
algrupo.Todostraíancaballospropiosoajenosdelabridaycargabanarmasyobjetosdelosmuertoscercanos.—¿Sesabealgodelalcance?Minaya se había quitado el casco y echado atrás el almófar. Estiraba los
miembrosparaaliviarlaspiernasylaespaldadoloridasdetantocabalgar.Sepasóunamanoporelrostrofatigado,marcadoporviejascicatricesdeguerrayviruela.—Aúncontinúa—se retiraba también la cofiade la cabeza, enjugándose
conellaelsudordelacara—.LosnuestrospersiguenalosmorosdeLérida,acuchillandoacuantohombrevivosetopan…Segúndicen,elreyMundirhaconseguidoescapar,aunquesacrificandoamuchosdelossuyosparacubrirlafuga.Ruy Díaz parecía no escuchar. Se hallaba absorto en los recuerdos
recientes:imágenesdelabatallaqueirrumpíanensuspensamientoscontantavivezacomosiestuvieranocurriendodenuevo.El retumbarde loscaballosen el suelo, el sonidometálico de las armas, los gritos de los hombres quematabanymorían.Elcalor,elsudor,labocaseca,ladesesperación,lafatigadelbrazoquesealzabaparaherirydefenderse.—¿Me escuchas, Sidi?… Te digo que el rey de Lérida puede haberse
escapado.Asintió el jefe de la hueste comodesde lejos. Era ahora, sereno al cabo,
cuando ordenaba la sucesión de hechos, las decisiones que había tomadosobrelamarcha,frutodelaexperienciacombinadaconelinstinto.Decisionesque lohabían llevadohastaallí,peroque también,porcaprichosdelazaroerroresdejuicio,podíanhaberloconvertidoenunodeloscadáveresdesnudosaorillasdelarroyo.Miróhaciaelcampodebatalla,lúcidoalfin.Comprendiendoporquéhabía
ocurridodeésaynodeotraforma.Entonces,ysóloentonces,supoconcertezaporquéhabíavencido.Habían empezado atacando a la caballería pesada franca que avanzaba
sobre el flanco derecho, en una contracarga directa: Ruy Díaz, Diego
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Ordóñez,PedroBermúdezconlabanderaycientoochentajinetescristianosymoros reagrupados, puestos al paso, luego al trote y después al galope,directos hacia el enemigo.Ymientras se acercaban a éste,RuyDíaz habíaforzado las cosas. Sabía por experiencia lo insólito de que dos masas decaballeríachocasenalacarga;alestarcercaunadeotra,lamenosmotivadaodecididasolía flaquearyvolvergrupas.Erasemejanteasostenerundesafíomirándosealosojos.Todosejugabaahíenladecisióndeloshombresylasangrefríadesusjefes.Algotanviejocomoelmundoylaguerra.Yasífue.Amenosdetreintapasosdelchoque,losfrancostirarondelasriendas.Nohabíaningunarazónconcretaparaello,maslohicieron.Eranhombres
tanexperimentadosyvalerososcomolosdeRuyDíaz,otalveznoloeran.Quizá menos audaces. Lo cierto fue que, por los arcanos que mueven elcorazóndeloshombres,susjefesparecieronvacilar,refrenaronlasmonturasy eso bastó para que todos volvieran la espalda. Entonces los atacantesapretaronaúnmáslasespuelasylospersiguieronconlasespadaspicándoleslos riñones; matando a unos pocos y desordenando a todos hasta que,dispersos, sin concierto ni cordura al mando, los francos abandonaron elcampo.—Esecabrónsobrinotuyo—comentóMinaya.Ruy Díaz lo miró parpadeando con asombro. El segundo de la hueste
parecíahaberlepenetradoelpensamiento.Porque también él pensaba en Bermúdez. Tras la espolonada contra los
francos se reagrupaban todosen tornoa la señalqueel alférezmanteníaenalto,cuandoésteseñalólashacesenemigasqueasólountirodeflecha,alverretirarse a su caballería pesada, empezaban a flaquear abriendo en suformaciónclarosquenocubrían.LainfanteríadeYaqubal-Jatibpeleabadecercaconmuchobrío,peronoconseguíaquebrarlasdeltodo.Percatándosedeello, Ruy Díaz miraba en torno para comprobar si sus jinetes seguían lobastanteagrupadosyencondicionesdecargardenuevo.Unabatallaperdida,recordó, sóloeraunabatallaquesecreíaperdida.Yél senegabaacreerlo.Fueentoncescuandoelalféreztartamudodejóotravezdeserloehizoloquehizo.Omásbiengritóehizo.—¡Ahíestá,Sidi!—exclamó—.¡Ahíestálavictoria!Entre las cosas que Ruy tardaría toda su vida en olvidar, una era a su
sobrinohaciendocaracolearelcaballo,sosteniendoenlazurdaelastaconlaseñal verde y roja de la mesnada de Vivar, desenvainada la espada en la
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diestra.Cubiertodelpolvodelagalopada,centelleanteslosojosmiopestraselnasaldelyelmo,PedroBermúdezhabíamiradocomounrelámpagoaljefede la hueste; y al comprobar que éste dudaba sobre la conveniencia dearriesgarlotodoaungolpe,habíagritadodenuevo,sintrabucarniunasílabaytrasunatremendablasfemiaqueinvolucrabaaDiosyasuSantaMadre:—¡Nodejéisquemequitenlaseñal!Y dicho eso, clavando hasta los talones los acicates en los flancos de su
caballo,lohabíalanzadocontralashacesenemigasparameterseentreellas,dandobotessobre losmuertosy losvivos,soltandoespadazosenunacargasolitariaysuicida.FueentoncescuandoRuyDíazlovio.ElMomento.Laleve,fugazfraccióndetiempoquedecidíavidasybatallas.Entoncesdejódepensar,picóespuelasparasocorrerasualférez,yciento
ochentamorosycristianoslosiguieronatravésdelainfanteríapropia,quealverlosllegarabríalasfilasparadejarlespaso,gritandodeentusiasmo.
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II
Dejaron atrás el pinar y el arroyo cabalgando muy despacio, al pasocansado de los caballos. Al otro lado del otero se extendía el llano dondehabía sidomás recia labatalla.Hastadondealcanzaba lavista sedivisabancadáveresdehombresyanimales,armastiradasporelsuelo,heridosquesearrastraban buscando socorro y alzaban las manos para suplicar ayuda opiedad a los que se tenían en pie. Zumbaban enjambres de moscas y olíacomo el tajo de un matarife, a vísceras, excrementos y sangre. Grupos demerodeadores iban de un lado a otro en busca de botín o corrían tras loscaballossinjinete.Otrosrematabanalanzazosopedradasalosenemigosqueseguíanvivos.Por el cielo, revoloteando a baja altura, los cuervos acudían enbandadas
negras,ávidosporaprovecharlacarnicería.Encontraron a Yaqub al-Jatib con un grupo de sus jinetes. Tan sucio y
ensangrentadocomotodos,elraisagarenoestabaarrodilladojuntoaunmoromalherido.AlveracercarseaRuyDíaz,sepusoenpie.—Mealegraelcorazónvertevivo,Sidi…Dioshasidohoygenerosocon
nosotros.Apoyaba unamano en el arzón del jefe de la hueste. Sonreía con fatiga,
torciendo los labios agrietados y cubiertos de costras. Se había quitado elyelmoyprofundoscercososcurosleembolsabanlosojos.RuyDíazmiróalherido:AliTaxufin,eloficialdecaballeríaagarenaquehabíaparlamentadoenMonzón.Unmorocompetenteyvaleroso,de losmásallegadosaYaqubal-Jatib.Susegundoenelmando.—¿Esgrave?—seinteresó.—Se partió el cuello al ser derribado del caballo —el rais miró un
momentoalcaído—.Nosientenadaenelcuerpoypidequelorematemos.—¿Yquéharás?SuspiróYaqubal-Jatib.—Todavíanolosé—volvióasuspirar,amargo—.Esmiamigo.
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AsintióRuyDíaz.Cadacualdebíacargarconlosuyo,yenaquellajornadahabíaparatodos.—¿Quéhaydelosfrancos?—quisosaber.Señalóelmorounlugarimpreciso,hacialevante.—EscapanendesordencaminodeBalaguer,perseguidosporlosnuestros.—Nohayquedejarlosreagruparse.Aellosmenosqueanadie.—Noloharán,porquematamosacuantospodemos—lotranquilizóelotro
—.Sabenquenohay cuartel exceptopara los caballerosquepuedanpagarrescate, y ni siquiera ésos están seguros. Por eso corren como liebresacosadas,buscandoponerseasalvo…Yanopeleaninguno,alhamdulih-lah.GraciasaDios.—¿SesabealgodelcondedeBarcelona?—preguntóMinaya.—Deélnotengonoticias.Laúltimavezquevi labanderafuecuandose
retiraba,despuésdequedestrozáramossureserva.—Seguramentehabrálogradoescapar—dijoRuyDíaz.Minayamirabaentorno,satisfecho.—Leshemoshechounalindamatanza,¿verdad?Esbozóelmorounamuecafatigada.Talvezeraunamagodesonrisa.—Por mi cara que sí—indicó los cuerpos de sus hombres caídos en la
llanura—.Perotambiénnoslahanhechoanosotros.—Sí,aunquemenos—acordóMinaya—.HaydíasenlosqueDiossepone
simpático…Además,hoyhemostenidoadosdenuestraparte:elvuestroyelnuestro.Yaqubal-Jatibledirigióunamiradadereprobación.—Noblasfemes,cristiano.—Disculpa.Un jinete seacercabaal trote fatigadode sumontura: eraGalínBarbués,
que durante toda la batalla había ido de un lado a otro con mensajes yparticipadoluegoenlapersecucióndelosenemigosenfuga.Veníacubiertode polvo y su caballo se movía con desgana, sangrantes los ijares de losespolonazos.Traíaungruesocollardeoroalcuello.—TenemosaBerenguerRemont—dijoalllegarjuntoaellos.RuyDíazlomiróconasombro.—Repiteeso.—Lotenemos,Sidi…Elcondefuecapturadocuandointentabaponersea
salvoconvariosdelossuyos.Algunosibanheridos,yesolosretrasaba.Porlovistonoquisoabandonarlos.—¿Dóndefueeso?
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HabíaocurridocuandolosfugitivosvadeabanelNoguera,contóBarbués.Para entonces ya cabalgaban jinetes propios por la otra orilla y fue fácilcortarleselpaso.Losfrancos,pocomásdeunadocena,sehabíandefendidobien;perometidosenelaguateníanpocoquehacer.Algunodelosheridos,incluso,seahogóconelpesodelacotademallaylasarmas.—Al final pidieron cuartel—concluyó con sencillez—.Y al ver que era
gentedecalidad,selesconcedió—tocabaelcollardeoro,mostrándolo—.Elpropiocondedioestoparaquenolomataran.—¿EstássegurodequeesBerenguerRemont?Elrostrofatigadodelalmogávarloiluminabaunaanchasonrisa.—Puesclaro,Sidi…Yomismolepuselaespadaenelcuelloylequitéla
suya.
CuandoRuyDíazllegóadondeestabanloscautivos,elsoldescendíasobreelhorizontealargandosombrasydandotonosrojizosyvioletasalpaisajedepinos y chaparros que ondulaba en las colinas cercanas. El conde deBarcelona se hallaba sentado en el suelo bajo una vieja encina, junto a lasruinasdeunaermitavisigodadelaquesólosemanteníanenpielosmurosyelarcodelaentrada.Elrestoeransillarescaídosporelsuelo,dondecrecíanmatojosycorreteabanlagartijas.Berenguer Remont estaba en compañía de ocho de sus caballeros, los
supervivientes del vado, vigilados por una treintena de moros y cristianosentre los que se contaban Diego Ordóñez y Pedro Bermúdez, quemilagrosamentehabíasalidoconsólounadescalabradurayunapiernaherida,pero con la señal en alto, de las filas enemigas. Los prisioneros francos seveían deshechos de fatiga, humillados y sucios.Ninguno estabamaniatado,perotodoshabíansidodespojadosdesusarmasycotasexceptoelconde,quebajolagoneladerayasblancasyrojasconservabaunalorigatachonadaconplacasdeplata.Desmontó Ruy Díaz y saludó a Berenguer Remont, que pareció no
escucharsuspalabras.Teníalacabezadescubiertayelaireabatido;mirabaelsuelobajosusbotasdecabalgardibujandoenélconunaramita,distraídooaparentandoestarlo,cualsinosehubierapercatadodelallegadadeljefedelahueste.Supeloybarba se veían apelmazadosde tierra y sudor.Tenía algomásdetreintaaños,peroparecíahaberenvejecidootrosveinte.
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Sinmáspalabras,RuyDíazfueasentarseapocospasosdeél,sobreunapiedragrande.LoacompañabanMinayayGalínBarbués,y alverlos llegarDiegoOrdóñezseunióaellos.Elburgaléshabíatrocadosuhabitualairedeceñuda ferocidad por una sonrisa satisfecha aunque no menos feroz. Aúnimponíamás su aspecto, con la cota demallamanchada de polvo y sangreseca,elvendajerojizoquelecubríadelcuelloalasienyelrosariodeorejasenemigas cortadas: una veintena ensartadas en un cordel que pendía de sucintojuntoaladagaylaespada.Habíavengadodesobralasuya,perdidaenelcampodebatalla.—Tenemosaquíaun tebibdelosmoros—dijoOrdóñezcomprobandola
herida en el hombrodeRuyDíaz—.Así quevamos a sacarte esapuntadesaeta.—Meparecebien.—Dice que puede darte un cuarto de dracma de opio, para hacerlo más
fácil.—Luego.Ahoraprefieroseguirdespejado.—Comoquieras.Se dejó hacer el jefe de la hueste, sentado como estaba, mientras le
desceñíanlasarmasantesdesacarleporlacabezaelalmófar,lapesadacotademallayelbelmezque llevabadebajo.Desnudodecinturaparaarriba,alaire el torso cubierto de marcas y cicatrices, aceptó el pequeño trozo demaderaquelepusieronentrelosdientesparasoportarloquevendríadespués,yporelespaciodediezcredoslomordióconfuerza,procurandomantenerseimpasible y no gemir mientras Minaya y Ordóñez lo inmovilizaban y elsanador—unhebreoderostroarrugadoymanoshábiles,silenciosoyeficaz—,apartandoamanotazoslasmoscas,extraíaelhierrodelaherida,limpiabaéstaconvinagre,vertíasebofundidoalfuegoparacauterizarlaylacubríaconunavenda.Despuéslecuróelcortedelaceja.—¿Puedesmoverelbrazo?—inquirióOrdóñez.ProbóRuyDíazahacerlo.Sentíaentumecidoslosdedosdelamano,pero
nohabíanperdidomuchafuerza.Secerrabanyabríanbien.—Puedo.—¿Ydueleahora?—Lonormal.Ordóñezlepasóunpellejodecabraconalgodevino.—Echauntrago.Compensarálasangrequehasperdido.—Gracias.
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—Tuviste suerte; es herida limpia. La punta no tocó la articulación nirompióuntendón.Mientras bebía, Ruy Díaz observó a Berenguer Remont. Éste había
levantado varias veces la vista durante la extracción de la flecha, antes devolverahurgarelsueloconlaramita.Yentonces,cuandoOrdóñezyMinayaayudaronaRuyDíazaponersedenuevoelbelmezyceñirlasarmas,ésteseincorporó y anduvo hasta el prisionero procurando pisar firme pese almalestardelbrazo.Aúnteníaelodreenlasmanosyseloofreció.—Esvino,señor.Osirábien.El condedeBarcelona levantó lavista, contemplando laofertay luegoa
RuyDíaz.Ensusojosazules,a travésdelcansancioyeldespechoseabríapaso una honda soberbia. En realidad lo habían apresado por retrasarse enabandonar el campo de batalla. Incluso tras saberse derrotado, él y suscaballeros francos habían luchado con extraordinario valor, hasta laextenuación,antesdedarseporfinalafugayacabarprisionerosenelrío.—Notengosed—dijo.—Yaacabótodoyestamosvivos—insistióRuyDíaz—.Osveosediento,
comovuestroshombresytodosnosotros.Bebed,osloruego.—Beberécuandosemeantoje.—No esmalmomento para hacerlo, señor. Tenemos demasiado polvo y
sangreenlagarganta.—Nonecesitotuayudaparalimpiarlamía.RuyDíazse loquedómirando,sinreplicar.Alcabosevolviódespacioa
losotrosprisioneros,mostrándoleselpellejodevino.Comoeradeesperar,unotrasotronegaronconlacabeza.Losmásviejos,quesindudasehabíanvisto en trances parecidos, lo hicieron con adusta altivez; los jóvenes,desasosegadosycontemorenlosojos.EljefedelahuestelepusoeltapónalodreyseloarrojóaOrdóñez,quelo
atrapóalvuelo.Después,sinapresurarse,doblólasrodillasparasentarseanteel conde de Barcelona. Lo hizo deliberadamente, haciendo caso omiso delprotocolo. Una cosa era el orgullo de cada cual y otra olvidar quién eravencedoryquiénprisionero.—¿Dóndeestávuestraespada,señor?Con un ademán del mentón indicó el franco a Galín Barbués, que se
manteníaadistanciarespetuosaconsucaballoyBabiecadelasbridas.—Élsabrá—dijocondesdén.Miró Ruy Díaz a Barbués y éste señaló a Muño García, que con otros
mesnaderosestabarecostadoenelmuroderruidodelaermita.
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—Latieneél,Sidi.Cuandofuiabuscaros,ledijequelacustodiaraconsuvida.—Quelatraiga.Se acercó Muño García con un hato de paño sujeto con cordeles, y al
deshacerloapareciólaespada,rectaylarga,dehermosaempuñaduraconcruzenligeroarco,metidaensuvainadecuerorepujado.—¿Es la vuestra? —preguntó Ruy Díaz a Berenguer Remont—. ¿La
llamadaTusonaoTizona?—Loes—confirmóelotrodemalagana.Movía la cabeza Ruy Díaz, pensativo. Sacó la espada de la vaina y la
sopesó, valorando su hoja perfecta de dos filos, la acanaladura central y elperfecto encaje en la empuñadura. Tenía huellas recientes del combate ytrazas de sangre seca, pero ni una solamella.La acarició unmomento conadmiraciónantesdeenvainarlaydevolvérselaaMuñoGarcía.Con visible desolación, el conde deBarcelona veía cómo se llevaban su
espada.Conscientedeloqueelcautivosentía,RuyDíazquisoconsolarlounpoco.—Habéisluchadobien,señor.Comoquiensois.Torcíaelotrolabocaconarroganteamargura.—Perohesidovencido—dijo.Sonaba menos a lamento que a insolencia. A la consideración de algo
imposible o inexplicable. Vencido por unos desharrapados y unos cuantosmoros,queríadecir.Porchusmadefrontera.RuyDíazledirigióunasonrisabenévola.—Essimplefortunadeguerra,señor.—¿Lallamasasí?—Nuestrooficiotieneestascosas.Unasvecesseganayotrassepierde.BerenguerRemontdiounrespingo.—Nomezclesoficios…Elmíoesgobernar,yeltuyoservirporuntrozode
pan.VolvióunpocolacaraRuyDíazmirandohacialoshombresapoyadosen
elmurode laermita,cualsi reflexionarasobre loqueacababadeescuchar.DespuésseñalóaMuñoGarcía,quehabíavueltoconsuscompañeros.—Sólo quería deciros que vuestra espada está a salvo.Y que la tendréis
cuandoseoslibere.Undestellodeinterésiluminólamiradadelfranco.—¿Cuándoseráeso?…¿Ycuántomevaacostar?—Noesasuntomío,señor.
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—Ah,¿no?—Enabsoluto.Yo sirvo al reydeZaragoza.A él corresponde establecer
vuestro rescate—miró Ruy Díaz a los otros cautivos—. Y el de vuestroshombres,alosquesupongogenteprincipal.BerenguerRemontemitióunarisitamalhumoradaysarcástica.—Nohevistoatureyenlabatalla—casiescupió—.Sí,encambio,asu
hermanoMundirantesdequeescaparadevueltaaLérida…Peronoaél.—Estabacerca,mirándolotododesdeunacolina.—Nodemasiadocerca,porloquesé.—Paraesometeníaamí.Paraarrimarme.—Claro…Paraesotetieneati.RuyDíazempezabaasentirseirritado,ysabíaqueesonoerabueno.Noen
talescircunstancias.NoanteBerenguerRemont,pormuyprisionerosuyoquefuera. Si en vez del conde de Barcelona se hubiera tratado de un simplecaballero, de un infanzón como él, lo habría puesto en libertad en el acto,dándoleunaespadaparamatarloacontinuaciónsegún lasmásescrupulosasreglasdelaguerra.Peroesonoeraposible.—En Agramunt, a mí y a mi gente nos llamasteis malcalçats— habló
mirando las botas con espuelas doradas del conde—. Hoy, sin embargo,ambosllevamoslamismaclasedehuesas—señaló lassuyas—.Apenasmelashequitadodesdeentonces.Loobservabaelfrancoconrecelosacuriosidad.—¿Yquépretendesdecirconeso?—Quetodoescuestióndesaberparaquésecalzauno:paradanzarenlos
salonesoparalaguerra…Yolohagoparaganarmipan,comohabéisdicho.—Alserviciodemoros—apuntóelcondeconmalafe.SonrióRuyDíazconsencillez.—Señor,nisoyelprimeroniseréelúltimo.Tambiénvoshabéis luchado
hoyhermanadoconellos.—Yenmalahorasemeocurrió.Nohabíamásquehablar,comprendióRuyDíaz.ElcondedeBarcelonaiba
a necesitar tiempo para asumir su humillación: ningún respeto le haríaolvidarla y ningún consuelo era posible. Demasiado orgullo maltrecho, elsuyo,paraunsolodía.—¿Hayalgoquepuedahacerporvos?—Sí.Vetealdiablocontusmoros,turuinbatallaytumalvino.—¿Ruinbatalla,decís?
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Deimprovisoyasupesar,sinpoderreprimirlo,RuyDíazsintiórecorrerleelcuerpounrelámpagodeira.Entonces,endosrápidaszancadas,fuehastaelcondeylohizolevantarseconviolencia,agarradoporelcuellodelaloriga.Alzandoelbrazoherido,señalóaloscuervosyavesrapacesquecadavezenmayornúmerorevoloteabansobreelescenariodelarecientematanza.—Ahíacabandemorirdosmillaresdehombresvalientesvuestrosymíos.
Tenían hijos, mujeres, padres que en este momento los esperan y aún nosabenqueestánmuertos…Morosocristianos,todosmerecenvuestrorespeto.Acercósurostroaldel franco.Tanto,queelotroquisoretrocederyse le
espantóelsemblante.—¿Osatrevéisallamarlosruines?—loincrepóRuyDíaz,casibrutal.Se debatía el conde de Barcelona intentando desasirse mientras los
prisioneros francos se levantaban indignados, queriendo socorrerlo. Y lohabrían hecho de no desenvainar espadas sus guardianes y tenerlos a raya.LosseñalóRuyDíazconladagaqueacababadeempuñar.—Agradeced aDios que no os hago decapitar con todos éstos, y cuelgo
vuestrascabezasenlasramasdeesaencina.Respiraba entrecortado Berenguer Remont. Ahora estaba por completo
inmóvil.Laspupilassehabíandilatadodegolpeyolíaagrio,atierraymiedo.RuyDíaz le había puesto el filo de la daga en el cuello. Sabía que en esemomentopodíamatar,yledolíanlosmúsculosdecontenerseparanohacerlo.—Abrid la boca, señor conde de Barcelona —le susurró al oído—.
Suspiradtansólo,movedunaceja,parpadead,yporelDiosquenosalumbrajuroqueosdegüello.Yensusojoshabíasuficientenocheparacreerlo.
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III
Hacía frío. Un viento del norte agitaba los arbustos invisibles en lassombrasyresonabaconsuavidadenlasoquedadesdelaspeñas.Terminabaellargodía.—Bisahih,Ludriq.Tedebomucho.Desde lo alto de una colina,RuyDíaz y el reyMutamán veían cómo la
noche se adueñaba de todo. Los iluminaban desde atrás hachotes de pez yresina clavados en tierra ante la tienda real, y esa luz dejaba entrever losescorzosdecentinelasinmóvilesyarmadosquesemanteníanadistancia.Losdosestabancercaunodeotro,envueltosenmantos.Conversaban.—Hiceeltrabajo,miseñor.Todoslohicieron.—Yoteníarazón,comohasvisto.Eranecesariodarlabatalla.—Nosésieranecesario…Perosalióbien,yporesofuebuenodarla.Elhorizonteyanoexistíaalevante,dondehabíaoscuridadycadavezmás
estrellas. Por el lado de poniente quedaba una estrecha franja mortecinacomprimidaentretierraycielo,quevirabadespaciodelámbaralazuloscuro.Y contra la negrura, salpicándola de puntos rojos, brillaba una infinidad defogatas.—¿Puedo hablaros con franqueza? —preguntó Ruy Díaz—. ¿Con todo
respetoperoconfranqueza?Asintióelperfildelreyenlapenumbra.—Hoyhasganadohablarcomoteconvenga.Todavíadudóeljefedelahueste.—Estuvimosapuntodeperder—confesóalfin—.Hubounmomentoen
querozamosladerrota.Mutamánescuchabaconnaturalidad.—Losé.Medicuenta.Esascargassinéxito,¿verdad?—Creíquenolograríamosromperlashacesenemigas.—Ysinembargo,loseguisteintentando.—Yanopodíaelegir…YelraisYaqubal-Jatibfuedecisivo.Mantuvola
presiónde lospeonesunayotravez,dándonos tiempopara reagruparnosy
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cargardenuevo.—Esunbuenhombre—concedióMutamán.—Esmásqueeso.Esunguerrero.Relucíanrojizoslosojosdelrey.Estabasonriendo.—Nosomostandiferentes,¿verdad?—No,miseñor.Creoquenolosomos.—Dereligióndistinta,perohijosdelamismaespadaylamismatierra.Sequedaroncalladosun instante.Contemplaban los innumerables fuegos
en torno a los que centenares de hombres estarían curando sus heridas yrecordandolospormenoresdelajornada.—Se equivoca—dijo de prontoRuyDíaz, como para símismo—quien
hacelaguerraconlaúnicaesperanzadevencersiempre.Mutamánparecióreflexionarsobreaquello.—Hayqueeducarsetambiénparaladerrota,quieresdecir—concluyó.—Sí.Otrosilencio.Alcabo,RuyDíazhablóconvozopaca.—Cuatro cargas, mi señor… Y hasta la última no creí que lo
consiguiéramos.—Sinembargo,enningúnmomentohicisteamagoderetirarte.—Unaretiradapuedecostarmáscaraqueelataquemássangriento.—Lo sé… Te observaba desde aquí, como digo. Entre el polvo de las
galopadas veía tu señal ir y venir de las filas enemigas, a tu gentearremolinarsealrededor,formarlíneasycargardenuevo.Siguióotrosilencio,cubiertoporelchisporroteodeloshachotesdeluzyel
susurrodelvientoentrelasrocas.—MegustaríaqueempezarasapensarenValencia,Ludriq…Lastierrasde
Levante. Creo que es momento de extender mi reino por allí. ¿Te parecebuenaideaunacampañaenprimavera?LopensóRuyDíaz.—Podríahacerse,miseñor.—Empiezaconunacabalgada.HaciaMorella,porejemplo.Deseoqueno
haya árbol que no tales, casa que no quemes ni esclavo o botín que no tetraigas.Hazles sentir el temor deDios y el tuyo, hasta el punto de que nosepancuállosaterramás…¿Tevescapaz?—Sí.—Tenlopresenteentonces,porquehablaremosdeello.Contemplabaelreylasfogatasextendidasporel llano.Alpocosevolvió
otravezhaciaeljefedelahueste.
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—¿Cómova tuherida?…¿Hicieronefecto lashierbasmedicinalesque teenvié?—Sí.Ahoraapenasmeduele,ypuedomoverelbrazo.—Mealegro…¿Puedohablarteyotambiénconfranqueza,comotúantesa
mí?—Seráunhonor.—Cuando te disponías a atacar de nuevo y os vino encima la caballería
franca,estuveapuntodegaloparladeraabajoparaunirmeavosotrosconmiguardianegra.Yasabes:victoriaomuerte.—Porfortunanolohicisteis,señor.—Túsabesquenosetratadecobardía.Wa-rasabi.Lojuroporlacabeza
demipadre,alqueDiostengaensujardín…Soyrey,yelfuturodeunreinono lo decide una batalla. Mi obligación habría sido regresar a Zaragoza,levantar otro ejército y defendermi derecho ante los enemigos—Mutamánhizo una larga pausa—. Te habría tenido que abandonar para ponerme asalvo.—Claro.—IgualquehizomihermanoMundirconlossuyos.—ElreydeLéridapeleóbien.Honróvuestrasangreyseretirócuandoya
nohubomásremedio.—PueselcondedeBarcelonanotuvotantaprisa.—Lointentó,osloaseguro.Yesnatural.Elfrancotuvomalasuerte.Mutamáninclinóelrostro,pensativo,ylaluzresinosaresbalóporsuperfil
dehalcónflaco.—Debopensarquéhacerconél—dijo—.¿Estábientratado?—Sí, dentro de lo razonable…Duerme enmi tienda, custodiado por los
mejoreshombres.Rióelrey,divertidoconlaidea.—Tutiendanoesgrancosa.—Eslomejorquetengo.—¿Crees que debería ir a verlomañana, antes de partir? ¿O seríamejor
hacerloveniraquí?—Nolosé,señor.Entrereyesycondesyotengopocoquedecir.Lo pensóMutamán. Al cabo hizo un ademán impaciente, envolviéndose
másenelmanto.—Prefieronoverlo.Queteocupestú—lomiróconintención—.Mehan
dicho que es hombre de insolencias, y no quisiera ordenar que le corten lacabeza.
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—Sóloesorgulloso,miseñor.Acostumbradodesdeniñoamandar.Comovos,supongo.—Quizátengasrazón.Tampocoyoseríabuenprisionero.—¿Quédebohacerconél?Exhalóelreyunprolongadosuspiro.Sonabaaindecisiónyfastidio.—No puedo ejecutarlo—dijo—. Otra cosa es que hubiera muerto en la
batalla. Ahora, todos los reyes cristianos y algún andalusí me llamaríanasesino.—¿Pediréisrescate?—Eso plantea un problema, porque en tal caso debo retenerlo como
prisionero hasta que pague, lo que lleva tiempo…No puedo tener en unamazmorradurantemesesauncondedeBarcelona.—Podéisliberarlobajopalabra.—¿TúcreesqueBerenguerRemontpagaríaunavezsevieselibre?—¿Consinceridad,miseñor?—Puesclaro.—Nocreoquepagaseniunatristeonza.—Yotampocolocreo.Rieronlosdos:unarisabienhumoradaycómplice.—Megustas,SidiQambitur.Ruy Díaz se removió incómodo, sin responder. No era la clase de
confidenciasalaqueestabaacostumbrado.Ymenosviniendodeunrey.—Llevo todo este tiempo observándote —prosiguió Mutamán—. Sabes
mandar.Renuncias a privilegiosque te corresponden: duermes como todos,comes lo que todos, te arriesgas con todos. Jamás dejas a unode los tuyosdesamparado,sipuedesevitarlo…¿Estoyenlocierto?Encogió los hombros Ruy Díaz, con desgana. Nadie podía ignorar la
preguntadeunrey.—Quien no tiene consideración por las necesidades de sus hombres —
repusotraspensarlounmomento—nodebemandarjamás.Nadiecomoellosessensiblealaatencióndeunjefe.—Por eso tu gente, y ahora lamía, se hacematar por unapalabra o una
miradatuyas.—Todossonhombresvalerosos.—No se trata sólo de valor, porque la frontera está llena de hombres
valientes…Hastauncobarde,sisabequetúlomiras,luchacomounleón.Esasí,Ludriq,ynodeotromodo.Dios,quetodoloveytodolosabe,tebendijoconeseprivilegio.
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—¿Puedoconfesarosalgo,miseñor?—Porsupuesto.—Nohayhombremáscobardequeyoenvísperasdeunabatalla.LaluzrojizailuminóamediaslasorpresadeMutamán.—¿Lodicesenserio?—Mientrashagoplanes,procuroimaginarcuantopuedesalirmal.—¿Yactuarluegoenfuncióndeeso,ynodeloquepuedesalirbien?—Másomenos.—Antalahaq…Tienesrazón.Tehevistohacerlo.Laúltimafranjadeclaridadsehabíaextinguidoenelhorizonteylabóveda
celesteparecíaacribilladademinúsculosalfilerazosdeplata.Alzóelrostroelrey,contemplandolasestrellas.—Eres un jefe extraño, Ludriq. Puedes ser temible con los enemigos,
implacable con los indisciplinados, fraternal con los valientes y leales…Tieneslaenergíaylacrueldadobjetivasdeungranseñor.Eresduroyjusto.Yloqueesmásimportante:puedesmirarelmundocomouncristianoounmusulmán,segúnlonecesites.—Hagoloquepuedo.—Haces más que eso, o tal vez sea que prometes menos de lo que
puedes…Por locomún, las leyendasseconstruyensobrehombresmuertos.Pero tú eres una leyenda viva, Sidi Qambitur. Contigo vencería yo a loshombres,alosdiablosyalosángelesdelcielo.SeguíaMutamánconelrostrovueltohacialasestrellasquesereflejabanen
susojos.Elperfil,silueteadoporlaluztenueyrojizadelasantorchas,parecíacontemplarlasPléyades.—Deberíaestarcelosodeti…Unreydebesospechardetodoloadmirable.RuyDíaznosupoquédeciraeso,asíquepermanecióensilencio.Suspiró
elreyotravez,conmuchamelancolía.—Volviendoanuestro ilustreprisionero—dijo—,nohaymásalternativa
que poner a Berenguer Remont en libertad. Podemos pedir rescate por suscaballeros:aésos losretendremoshastaqueelcondeo las familiaspaguen.Peroaélhayquesoltarlo…¿Opinaslomismo?—Sí.—Habríaquearrancarle,almenos,quenoseentrometaennuestraposesión
deMonzónyAlmenar.Sonasuntosentremihermanoyyo.ElreydeAragónyasehalavadolasmanos,comodecísloscristianos.QueBerenguerRemonthagalomismo…¿Podríasplanteárselotú?—Puedointentarlo.
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—Inshalah.—¿Libreacambiodesupalabra?—Esoes.—Dudoquesupalabravalgamuchoenesteasunto.—Yo también, pero es mejor eso que nada. Prepararé un documento en
árabeyensulenguafrancaparaquelofirmeypongasusello…Hablaconélmañanayprocuraqueloacepte.—Noseráfácil,miseñor.Ladiplomacianoeslomío.Metemoquehoyhe
dadoalgunaprueba.—Yamecontaronvuestroincidente…Esehombreagotalapaciencia,¿no?—Casi.—Conocí a su hermano, al que hizo asesinar.Y era igual de orgulloso e
irritante. Carácter de familia, me temo… De todas formas, habla con él.Persuádelo. Invítalo a comer.Temandaré viandas y vinodemi bagaje.Unbuenconvite.Dioelreymediavuelta,dandoporfinalizadalaconversación.Regresaríaal
díasiguienteaZaragozaynecesitabadescansar.Caminarondespaciohaciasutienda, circundada por los guardias negros apenas visibles en la noche. Depronto,Mutamánsedetuvocercadelchisporroteodelasantorchas.—Elinconveniente—dijo—esquedeestosacaráspocomásdeloquete
pago: el despojo de la batalla, los caballeros cautivos y basta. De rescatesustancioso,nada…Resderes,comodicenellos.SonrióRuyDíaz,estoico.—Nosepuedeganartodoniganarsiempre,miseñor.—Es cierto, pero has batallado duro para merecerlo. Me gustaría
compensarteconalgo.Asíquepiénsalobien,SidiQambitur.Asintióeljefedelahueste.Algunaidealerondabalacabeza.—Lopensaré,miseñor…Lopensaré.
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IV
ElconvitefueenAlmenar,enlapequeñaplazadearmasdelcastillo,cuatrofechasdespuésde labatalla.Eldíaerasoleado,yel jefede lahuestehabíaordenado instalar una carpa de lona sobre una mesa provista con lo queMutamándejóantesderegresaraZaragoza.Alfuegoseasabanunadocenadepollosytrescorderosqueselardeabanconsupropiagrasagirandoenlosespetones.Habíadamajuanas forradasdemimbre llenasdevino, servidoencopasdebarro,yhogazasdepanhorneadoaquellamismanoche.Noestabamal,convinierontodos,paratratarsedeunacomidadecampaña.Habíadosmesasbajolacarpa.Unaeramásgrande,yenellaestabanfrente
afrenteseisdeloscaballerosfrancosprisionerosyotrostantosoficialesdelahuesteademásdefrayMillányYaqubal-Jatib.Enlaotramesa,cubiertaconunmantel, estaban sentadosRuyDíaz yBerenguerRemont, pero no habíasidofácilqueelcondeasistiera.Trasmuchainsistencia,sólolaamenazadeponergrilletesasushombresysumirlosenlomásoscurodeunamazmorrahabíadoblegadoelorgullodelfranco.Aunasí,senegabaaprobarbocado.—Gustaduntrozodecordero,señorconde.Osloruego.—Notengohambre.—Porfavor.NegóotravezBerenguerRemont,obstinado.Oscurodeánimo.—Tedigoquenotengohambre.Conversaban y reían los vencedores en la otra mesa, comentando
pormenores de la batalla. Callaban los vencidos, comiendo cabizbajos.Despojadosdesusarmasymejorropa,barbaypeloendesorden,losfrancosvestían de cualquier manera, con prendas viejas que les habían dado suscaptores,yalgunosmostrabanheridasymagulladuras.Sinembargo, siendocomoerandebuenacrianza,teníanactitudesdignasyalcomersemostrabanmoderadospor respetoalcondedeBarcelona.Aunasí,masticabanconmaldisimuladoapetitoybebíanconsed,pueseraelprimeryantardecentedesdesucautiverio.—Pueslosvuestrossellenanelestómago,señor—opusoRuyDíaz.
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—Cadaunoescadacual.El jefe de la hueste se inclinó sobre lamesa con expresión amable, casi
confidencial.—Es absurdo que os neguéis a probar bocado… La guerra tiene idas y
venidas,diversosgolpesdefortuna.Quiencomehoypuedelucharmañana.Seguíaenrocadoelcondeensurechazo.—Noveopróximoesemañanamientrassigaentupoder.—Os apresé en buena lid. Mi gente pagó su precio en sangre, como la
vuestra.Todosluchamosbien.Apartóelotro,coneldorsodeunamano,elplatoquesuanfitriónlehabía
puestodelante.Elorgulloheridoleenturbiabaeltalante.—ElreyMutamán,miseñor,mehaencarecidomuchovuestrocuidado—
insistióRuyDíaz—.Estacomidalaenvíaélparahonraros.Ledirigióelcondeunamiradatorva.Malintencionada.—Habéisdichomiseñor—recalcó.—Asílohedicho,enefecto.—Pues eso lo resume todo —hizo una mueca desagradable que se
pretendíaaltivasonrisa—.Vuestroseñoresunreyezuelomoro.AsintióRuyDíazconmuchacalma.—Nosiemprepuedeunoelegirasusseñores—opuso.—Yaveo.—Nitampocoquiénlocapturaauno.Acusóelotrolasaeta,puesestuvounratocallado,ensortijandolosdedos
en labarba rojiza.RuyDíazdecidiódarleun respiro.Bromeabanen laotramesasobrelaorejaperdidaporDiegoOrdóñez,queeraelprimeroenhacerchanzadeello.—Melacobréconcreces…Concreces,osdigo.Peroningunaerademi
talla.Reían los castellanos y callaban los francos. Sentado junto a Yaqub al-
Jatib,frayMilláncomíaensilencio,conunavagasonrisaenlaboca.Elfraile,pensóRuyDíaz, teníaderechoaestarallí.Lorecordó tímidomonjeenSanHernán, con supelobermejo tonsurado, el hábitode estameñay la ballestacolgada a la espalda, prestándose voluntario para acompañarlos en lacabalgada. Después, cuatro días atrás en el campo de batalla, tranquilo ysegurodesí,recorriendoensumulalasfilascastellanas,exhortándolosparaquepelearanyfuesenaDioscomobuenossoldados,indiferentealasflechas,piedras de honda y jabalinas enemigas que llovían como granizo. Y mástarde, al terminar todo, arrodillado junto a moribundos moros o cristianos,
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confortándolos camino del paraíso de cristo o del jardín del profeta.Hermanándolosenelúltimoviaje.—Unbrindis—propusoMinaya.Se había puesto de pie con una copa de vino en lasmanos. Lo imitaron
ruidososlosotrosmesnaderos.—¿Porquién?—preguntóOrdóñez.—Pornuestrosmuertos—mirabaMinayaa los francos sentados enfrente
—.Yporlossuyos.—Por los bu-buenos hombres va-valientes —se sumó Pedro Bermúdez,
que llevabaunvendaje en torno a la cabezay se apoyaba enun cayadodepastor.Mirábanselosprisionerosentreellos,indecisos,hastaqueelmásviejo,un
guerrerodepelocanoycicatricesenlacara,cogiósucopayselevantó.Loimitaron los otros y bebieron todos a excepción de fray Millán, que sóloprobabaelvinoenmisaylohizoconagua,yYaqubal-Jatib,queselimitóallevarserespetuosamentelamanoderechaalcorazón.TambiénRuyDíaz sehabía levantadoconunacopadevinoen lamano.
Sin embargo, Berenguer Remont permanecía sentado, ceñudo y sombrío.Teníalamiradabajaycruzaba,testarudo,losbrazossobreelpecho.—¿Nobebéisporvuestrosmuertos,señorconde?—Déjameenpaz.—Esonoestábien,señor.—Vetealinfierno.Despuésdebeber,RuyDíazsesentódenuevo.Alcabodeunmomento,el
condefrancolevantólavista.—¿Yahaspensadocuálseráelrescate?—inquirióconaparentedesdén—.
¿Loquepediráspormilibertad?Asintióeljefedelahueste.—Lohablamoshaceunosdíaselreymiseñoryyo.—Imaginolostérminos.HizoRuyDíazotroademánafirmativo.—Alguiendevuestracalidadnovalemenosdecincomilmarcosdeoroy
plata.Ésafuelaconclusión.—Quédisparate.—Oshacéisdemenos,señor.—Notengotantodinerodisponible…Gastédemasiadoenestacampaña.Alzóunamanoeljefedelahueste,descartandoaquello.
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—Hay hebreos en Barcelona que os lo prestarían con gusto, al interésadecuado.TambiénelreydeLérida,porelqueosveisaquí,podríaayudar.Siunasonrisapodíacalificarsedenegra, ladeBerenguerRemont loera.
Negrayastuta.Todoelrencorytodoeldespreciosevomitabanenella.—Lo suponía… ¿Y aceptará Mutamán mi palabra, o debo permanecer
prisionerohastaquesesatisfagaelpago?Lo miró Ruy Díaz con fingida sorpresa. Lo cierto era que empezaba a
divertirse.—No he dicho que sea ése el rescate. Sólo dije que mi señor y yo
estuvimosdiscutiendoelasunto.—Esperoquenoseoshayaocurridopedirmás.—Esodepende.VolvióatocarseBerenguerRemontlabarba.Ahoraparecíadesconcertado.—Muybajamaneratenéisdenegociarunrescate—dijotrasunmomento.—Ah,pueslacreíagradableparavos.Unabuenacomida,undíadesol,y
todosseguimosvivos—señalólaotramesa—.Almenos,ellosynosotros.Era laocasión,decidióal fin.Estudiabaconcautelaelgestocrispadodel
conde,laspupilascontraídasporelodioenelcentrodelosirisazules,ysupoque tocabadarel siguientepasoen lapartidaque llevaba rato jugando.Sinapresurarse,conmovimientostranquilos,desenrollóeldocumentoescritoenvitelaquehabíaestadoocultoensuropa.—Os pido que leáis esta declaración, señor. Está en árabe y en vuestra
lenguafranca.Mirabaelotroeldocumento,receloso.—¿Quées?—Leedylosabréis.Leyó Berenguer Remont, renuente al principio. Al cabo le enrojeció el
rostroytiróeldocumentosobrelamesa.—MutamánestálocosicreequevoyafirmaralgoqueleentregaMonzón
yAlmenar.—Nosonvuestros,señor.—Son del rey de Lérida, queme paga parias…Esmi aliado.No puedo
desentendermedeél.—Quererespoder.Sobretodosiestávuestralibertadenjuego.—¿Yquépasasinofirmoymeniegoapagarrescatealguno?HizoRuyDíazunademánambiguo.—Esonodependedemí.Enloqueavosrespecta,supongoquepasaríais
una larga temporada en unamazmorra de Zaragoza, a voluntad del reymi
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señor—señalóalosprisionerosfrancos,bajandolavoz—.Ellos,encambio,síseríandemicompetencia.—Loquesignifica…—Quecongrandolordemicorazón,puessonvalientescaballeros,tendría
quedegollarlosatodos.UnpuñodeBerenguerRemont, apoyadoen lamesa juntoaldocumento,
estabatanapretadoytensoqueblanqueabanlosnudillos.—¡Bellaco!RuyDíazencajóelinsultoconmuchasangrefría.—Labellacaeslacostumbre.Noinventéyolosusosdelaguerra.Porotra
parte,y segúnmisnoticias, tambiénvoshabéisdespachadoaunoscuantos.Ossupongoacostumbradoaqueosdegüellengenteyadegollar…Inclusoenfamilia.Palidecióelotroconlaalusión.—ElreydeZaragoza…—empezóadecir.—El rey de Zaragoza se encuentra lejos —lo interrumpió Ruy Díaz—.
Quienestáaquísoyyo.Nodijomásysequedómirandofijaeintensamentealconde.Alpocolo
vio parpadear, respirar fuerte y parpadear otra vez. Seguía con el puñoapretado sobre la mesa, pero ahora la mano le temblaba. No mucho, perotemblaba.Yanoera furia, sino incertidumbre.Teníagotasde sudorbajoelnacimiento del pelo, en la frente. Y cuando habló al fin, su voz sonó aclaudicación.—Además—dijo,ronco—,mequitaronelanillocondalalapresarme.Intentando nomostrar su júbilo, RuyDíazmantuvo el semblante hosco.
SeñalóafrayMillán.—Lotieneelfráter,queessecretariodemihueste.Hombresantoydetoda
confianza.Puededevolvérosloahoramismo.Lasúltimaspalabras lasdeslizócasicondelicadeza.Todoencajabaensu
lugar,ynoeracosadeestropearloconprisas.—¿Deverdadnoqueréisprobarelcordero?…Estádelicioso.Leacercóelplatoalcondecomosiyaestuvieratododicho.Despuéstomó
untrozodelsuyo,llevándoseloalaboca.Masticódespacioytragóconayudadeunsorbodevino.—Voyaproponerosalgo—dijocomosiseleacabaradeocurrir.Mirabaelotrosuplato,sintocarlo.—Nocreoquemeguste.SonrióRuyDíaz.Lojusto.
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—Esperadaescucharlo.Traschuparselagrasadelosdedos,selimpiólasmanosenlajofainacon
aguaqueteníaallado.Despuéssevolvióhaciaelconde.—Vuestrorescateesveroscomer.—¿Qué?—Lo dicho —señaló el plato que el otro tenía delante—. Hacedme la
inmensa merced de probar este cordero y estaréis muy cerca de vuestralibertad.—Noteentiendo.—PueslohedichoenlimpialenguadeCastilla.—Quizánodominodeltodotulengua.—Puessientonomanejarbienlavuestra,perooslopuedodecirenlatín:
ede,etlibereris.Elcondeabriólabocamediopalmo.Lomiraba,incrédulo.—¿Dequéestáshablando?—Dequevuestrorescateesquecomáis.—Noestoyparabromas.—Habloenserio.Vuestralibertadacambiodelplacerdeverosyantarcon
apetito…Yalgúnpequeñodetallemás.—¿Quédetalle?—Vuestrafirmayvuestrosigno,porsupuesto.Tocabaconundedoeldocumento.BerenguerRemontcontemplóel rollo
devitelacomosilovieseporprimeravez.—Metomaselpelo.—No.—¿Esoestodoloquepides?—Casi…Comed.Diounosgolpecitosenelbordedelplato.Despuéstomódelicadamentecon
dosdedosuntrozojugosodecorderoylopusoenlamanodelconde,quelocogióindeciso.—¿Quéeslootro?—quisosaber.—Comed.Porfavor.Semetió Berenguer Remont el trozo de cordero en la boca. La grasa le
manchabalabarbamientrasentornabalospárpados,recelosoeintrigado.—¿Quées?—Vuestraespada.—¿LaTizona?—Sí.Ésa.
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Masticóelotrotragandocondificultad,comosiseleacabaradeatravesarunbocado.LealcanzóRuyDíazlacopadevinoybebióunlargosorbo.—Peroyamelahasquitado—dijo.—Asínotendréquedevolvérosla.Elcondecogióotrotrozodecordero.—Esaespadavaledoscientoscincuentamarcosdeoro.—Ah.Creíqueeramás.LaexpresióndeBerenguerRemonteraunamezcladedespecho,asombro,
desconciertoyalivio.—Comed—insistíaconmuchaamabilidadRuyDíaz—.Yluego,firmad.Rebañó el otro su plato, silencioso y pensativo. Al cabo se enjuagó las
manosenlajofainaylassecóensuropa.Yentonces,aungestodeRuyDíaz,selevantófrayMillányvinohastaelloscontintero,plumayelanillocondal.—Hijodeputa—mascullóentredienteselconde.
Tresdíasmástarde,bajouncielodesgarradoygrisqueamenazaballuvia,Berenguer Remont fue conducido al límite de sus dominios. Lo escoltabantreinta jinetes castellanos escogidos por RuyDíaz, y el jefe de la hueste yGalínBarbuéscabalgabanconellos.Anduvieron sin prisa casi tres leguas, hasta un antiguo puente romano
próximo a Balaguer. Al otro lado, ante las estribaciones de la sierra delMontsec, esperaba un destacamento de caballería para hacerse cargo delconde de Barcelona. Como los castellanos que se aproximaban, los jinetesfrancosibanarmadosdearribaabajo,envueltosenembozosnegrosypardos.Desde las cumbres lejanas, cubiertas de nieve, soplabaun cierzo cortante yfrío que agitaba losmantos, los pendones de las lanzas y las crines de loscaballos.Cerca del puente, RuyDíaz ordenó alto, tiró de las riendas y estudió el
lugar.Noporreceloespecial,sinoporqueerasucostumbre.Ydeesemodo,susojoshechosalaguerrarecorrieronlosdetallesdelterreno,lasramblasyoteros,losbosquesqueseespesabanalosladosdelcamino.Barbuéssehabíaadelantadohastadetenersejuntoaél.—Todoestátranquilo,Sidi.—Esoparece.Entornabalosojoselalmogávar,observandosuspicazalosfrancos.—¿Cruzaremosalotrolado?
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—No… Vuelve con el conde y que permanezca tranquilo. Esperad miseñal.ApretólaspiernasenlosflancosdeBabieca,haciéndoloavanzardespacio,
alpaso.Ymientrasseaproximabaalpuentesólooíaelsonidodeloscascosdel caballo y el rumor del viento que agitaba las jaras y las ramas de losárboles.Todoestabaenorden,confirmóconunúltimovistazo.Losjinetesdelotro
ladoseveíantranquilos,alaespera.Relajados.Sindejardemirarlos,hizolaseñaaBarbuésydesmontómanteniendoelcaballodelarienda.Trasestirarlosmiembrosdoloridosporlacabalgadaseacomodóelmanto,
abrigándosemejor mientras observaba las montañas. El casco y la cota demallaqueletapabanmediorostroparecíanaúnmásfríosqueelaire.Moviólas piernas entumecidas, pateando el suelo.Volvía a dolerle la rodilla, y laheridadelhombrosehacíanotar.El viento decrecía en intensidad, pero la sierra arañaba el vientre de un
enorme nubarrón, oscuro y denso, que lo ensombrecía todo a su paso.Relumbrabanlatigazossilenciososderelámpagoslejanos.Nosvamosamojarhastaelánima,pensóconresignadofastidio.Apagadoenladistancia,seoyóelsecoretumbardeuntrueno.Ycomosi
fuera una señal que abriese despacio las espitas del cielo, gruesas gotas delluvia empezaron a repiquetear suavemente sobre el acero de su yelmo y avencerlashojasdelasjarasquebordeabanelcamino.Sevolvióaloírcascosdeuncaballoacercándoseasuespalda.Elcondede
Barcelona había dejado atrás a la escolta y avanzaba solo, montado en unalazán árabe demagnífica estampa que el propioRuyDíaz había escogidoentreloscapturadosenAlmenar.Ibacubiertoconunacapadepañoenceradoque tapaba hasta la grupa del animal y se tocaba con un elegante gorro deviaje.Conlasbotasdemontarcalzabalasespuelasdoradas.Ruy Díaz permaneció inmóvil, a pie, mirándolo aproximarse. Las gotas
precursoras de la tormenta arreciaban ahora en lluvia declarada, y el airecomenzaba a velarse con la cortina triste y gris del agua intensa que caía.Despacio, al paso tranquilo de su caballo,BerenguerRemont llegó junto aljefedelahuestesinmirarlosiquiera.Sediríaqueibaaseguirdeesemodo,pasando de largo hacia el puente, cuando pareció pensarlo mejor. Tiró unpocodelasriendas,bajólavistaylomiróporprimeravez.—Volveremosavernos—prometió.LesostuvolamiradaRuyDíaz.Lalluviamojabaelgorroylabarbarojiza
delfranco,ysusojosexpresabantodoeldesprecioyelrencorposiblesenun
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serhumano.—Supongoquesí.Reteníaelotrosucaballo,unpocoseparadoslostalonesdelosijares,como
sidudaseen irsedel todo.Parecíabuscaralgoquedecir.Unúltimogestoounapalabra.—Noséquiéncreesqueeres…Sólolasuertetedioloquetienes.Ynoes
grancosa.Lo pensó Ruy Díaz sin despegar los labios. Era razonable, se dijo. De
modoqueasintió,sincero.—Noesmucho,señor.Estáisenlocierto.—Quenoteenvanezcahaberhechojuraraunreyyderrotarauncondede
Barcelona.Todosepaga.MovióRuyDíaz los hombros, incómodo. El agua empezaba a calarle el
mantoysefiltrabaporloseslabonesdelacotademalla.—Losé—repusoconsencillez.Soltóelcondeunamaldición.Casiunablasfemia.—¿Losabes,dices?…Túnosabesnada.Noeresmásqueundesterradosin
patria—señaló aBarbués y los otros—.Túy esa gente soismercenarios ybuscavidas.Chusmadefrontera.TambiénreflexionóRuyDíazsobreesepunto.—Tengo un caballo y una buena espada, señor… Lo demás, Dios lo
proveerá.Seentreabrióelmantomientraslodecía,afindequeelcondepudieraver
laTizona,quellevabaalcinto.Palidecióelotro.Otalvezfueunrelámpagocercanoqueenesemomento
restallóenelcielo,blanqueándoledeluzlacara.Apartódenuevolasespuelasparaacicatearasumontura,peroaúnsecontuvounúltimoinstante.—SoyBerenguerRemont,segundodeminombre,condedeBarcelona,de
Gerona, de Ausona y Vich —dijo con la voz quebrada de cólera—.¿Comprendes?—Comprendo.—Estoy en los anales de la historia, como lo estuvieronmi abuelo ymi
padre, y como lo estarán mis hijos y mis nietos… Pero tú acabaráspudriéndote al sol en cualquier oscuro combate, ahorcado y pasto de loscuervos, cargado de cadenas en los sótanos de un castillo…Se borrará delmundoloqueeresyloquefuiste.Hizoeljefedelahuesteotroademánafirmativo,peroestabadistraído.En
esemomentopensabaenJimenaylasniñas.Ojaláseencuentrenbienlastres,
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sedijo.EnSanPedrodeCardeña,lejosdelalluvia.Asalvoyreunidasanteunbuenfuego.Pensó después en Yusuf Benhud al-Mutamán, rey de Zaragoza. En las
tierrasdeLevanteyenlaciudaddeValencia.Enlosabastecimientosytropasque reuniría para la primavera: soldados, animales, carros, comida, armas.Cadacaballoibaarequerirveintelibrasdeforrajeyuncubodeaguaaldía;cada hombre, dos libras y media de alimentos, vino, aceite para aderezarcomida,alumbrarseyengrasarlasarmas.Habíamuchoqueprevenirantesdeque acabara el invierno.Por suerte tenía aMinaya,Ordóñez,Barbuésy losotros.Elloseransusverdaderoshermanos.Sufamilia.Podíaconfiarentodos.Por un momento tuvo la grata visión de yelmos y lanzas brillando al sol,pendones flameando al viento, grupos de jinetes cargados de botín quearreabanganadoycuerdasdeprisioneros,conunfondodecamposenllamasyhumodeincendios.—¿Oyesloquetedigo,RuyDíaz?…Dentrodeunosañosnadierecordará
tutristenombre.Asintió de nuevo. La lluvia caía ahora con más fuerza golpeándole el
yelmo,corriendoengruesasgotasporsucaraysubarba.—Probablemente,señor—dijo—.Probablemente.
BuenosAires,abrilde2019
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Agradecimientos
AAlbertoMontaner, por su imprescindibleCantar delCid y la revisióntécnicadeltexto.AFedericoCorriente,porelvocabularioandalusídelsigloXI.AJulioMínguez,porelvistobuenoecuestre.AAugustoFerrer-Dalmau,porlaportadacidiana.ACarolinaReoyo,porsuimplacablemiradaholmesiana.YamibisabuelaAdéleReplingerGal, que en1883adquirióLa leyenda
delCiddeJosédeZorrilla,queyoleeríasetentayseisañosdespués.
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ARTURO PÉREZ-REVERTE (Cartagena, España, 1951). Se dedica enexclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero deprensa, radio y televisión, cubriendo informativamente los conflictosinternacionaleseneseperiodo.TrabajódoceañoscomoreporteroeneldiarioPueblo,ynueveenlosserviciosinformativosdeTelevisiónEspañola(TVE),comoespecialistaenconflictosarmados.
Como reportero,ArturoPérez-Revertehacubierto, entreotrosconflictos, laguerradeChipre,diversasfasesdelaguerradelLíbano,laguerradeEritrea,la campaña de 1975 en el Sahara, la guerra del Sahara, la guerra de lasMalvinas, la guerra de El Salvador, la guerra de Nicaragua, la guerra delChad,lacrisisdeLibia,lasguerrillasdelSudán,laguerradeMozambique,laguerra deAngola, el golpe de estado deTúnez, etc. Los últimos conflictosque ha vivido son: la revolución de Rumania (1989-90), la guerra deMozambique (1990), la crisis y guerra del Golfo (1990-91), la guerra deCroacia(1991)ylaguerradeBosnia(1992-93-94).
Desde 1991 y, de forma continua, escribe una página de opinión enXLSemanal, suplemento del grupo Vocento que se distribuyesimultáneamenteen25diariosespañoles,yquesehaconvertidoenunadelassecciones más leídas de la prensa española, superando los 4500000 delectores.
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Elhúsar(1986),Elmaestrodeesgrima(1988),LatabladeFlandes(1990),El club Dumas (1993), La sombra del águila (1993), Territorio comanche(1994),Unasuntodehonor(Cachito)(1995),ObraBreve(1995),Lapieldeltambor(1995),Patentedecorso(1998),Lacartaesférica(2000),Conánimodeofender (2001),LaReinadelSur (2002),CaboTrafalgar (2004),Nomecogeréisvivo (2005),Elpintordebatallas (2006),Undíadecólera (2007),Ojosazules(2009),Cuandoéramoshonradosmercenarios(2009),ElAsedio(2010), El tango de la Guardia Vieja (2012), El francotirador paciente(2013),Perrosehijosdeperra(2014)yLaguerracivilcontadaalosjóvenes(2015) son títulos que siguen presentes en los estantes de éxitos de laslibrerías,yconsolidanunaespectacularcarrera literariamásalládenuestrasfronteras, donde ha recibido importantes galardones literarios y se hatraducido a más de 40 idiomas. Arturo Pérez-Reverte tiene uno de loscatálogosvivosmásdestacadosdelaliteraturaactual.
A finales de1996 aparece la colecciónLasaventurasdel capitánAlatriste,quedesdesulanzamientoseconvierteenunadelasseriesliterariasdemayoréxito.Porahoraconstadelossiguientestítulos,quehanalcanzadocifrasdeventas sin parangón en la edición española: El capitán Alatriste (1996),Limpiezadesangre(1997),ElsoldeBreda(1998),Elorodelrey(2000),Elcaballerodeljubónamarillo(2003),CorsariosdeLevante(2006)yElpuentedelosAsesinos(2011).En2016AlfaguarahareunidolassietenovelasenelvolumenTodoAlatriste.Hacíamuchotiempoqueenelpanoramanovelísticonoaparecíaunpersonaje,comoDiegoAlatriste,queloslectoreshicieransuyoycuyacontinuidadreclaman.UnpersonajecomoSherlockHolmes,Marlowe,ocomoHérculesPoirot.
AlatristeencarnaauncapitánespañoldelosterciosdeFlandes—dehechonoescapitán,peroquémásda—.Unafigurahumana,consusgrandesvirtudesysus grandes defectos, perfectamente trazada, minuciosamente situada en sutiempo—siglo XVII— y su geografía, rodeada de amigos que han hechohistoria,partícipede lasmásprincipaleshazañasdesuépoca.Unpersonajeparasiempre.
ArturoPérez-ReverteingresóenlaRealAcademiaEspañolael12dejuniode2003,leyendoundiscursotituladoElhabladeunbravodelsigloXVII.
Desde abril de 2016 es editor y cofundador de la web de libros y autoresZenda.
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