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Los Cuadernos del Pensamiento TE, RELIGION, FILOSOFIA (1) Eugenio Trías I L a filosoa, durante varias décadas, ha suido, como máximo grillete este- rilizador, la presión del espíritu po- sitivista y cientista que quiso hacer de ella, de forma más sofisticada pero menos su- gestiva y grandiosa que en sus orígenes comptea- nos, una especie de reflexión segunda o supernu- meraria respecto a las ciencias, mera metodología o teoría analítica del conocimiento científico, anci- a scientiae. Se ha pretendido disolverla en el universo enciclopédico de los saberes positivos, dejándole el escaso margen de una reflexión se- gunda sobre los métodos o de una elucidación de enunciados científicos, o en general de enuncia- dos. O también se ha querido convertir a la filoso- a en una especie de reexión subsidiaria de la praxis política y revolucionaria. Se ha hablado con despaajo de la «muerte de la filosoa» y de su ausencia de lugar y de sentido, cua,1do no de su carácter de residuo o survival de un pasado toda- vía demasiado vivo y vigente. Como respuesta mecánica a esta orientación positivista se ha reaccionado irmando el valor cultural o contracultura! del ámbito «imagina- tivo», tomado por estrechos racionalismos llenos de gazmoñería por zona, si no prohibida, simple- mente «tolerada». De este diálogo de sordos noti- fiqué en mi libro Metodología del pensamiento magico. Se ha pretendido disolver la especificidad de la filosoa en el nuevo ídolo afirmado: litera- tura y narración. Se ha hlado de la filosofia meramente como «género literario» o como espe- cie narrativa, obviándose así, por inversión mecá- nica, lo mismo que obviaban pseudoracionalismos positivistas, neopositivas o marxistas: lo que la filosoa tiene de específico y propio. �. 11 La filosofia pertenece, junto con el arte y la literatura, al género creación. Dentro de este gé- nero, conviene diferenciar de momento dos espe- cies: una de ellas, la creación artística y literaria; la otra, la creación osófica. Es inútil jerarquizar ambas especies: ni la preeminencia romántica o irracionalista concedida a la creación artística y literaria, ni la preeminencia hegeliana concedida a la filosoa están en absoluto justificadas. Arte y filosofia difieren en sus métodos, en la derente relación que establecen entre ideas universales y singularidades sensibles concretas. Mientras el arte y la literatura alcanzan la universalidad y la 2 idea sin abandonar jamás el plano singul sensi- ble y concreto, quedando la idea universal reve- lada a contraluz, la filosofia se mueve de entrada en el plano ideal y universal, sin abandonarlo ja- más, pero de tal suerte que lo singular sensible y concreto quede (en la gran osoa) radicalmente expresado. Arte y filosofia apuntan a la misma síntesis de universalidad y singularidad, de idea y sensibilidad, pero producen dicha síntesis de forma necesariamente inversa. Se juntan en el infinito, pero entre tanto caminan separadas: «Juntos están, en las montas más separadas», como diría Holderlin. Al igual que dos líneas pa- lelas: se juntan úcamente en el infinito. El arte en el que la filosofia no es simplemente sugerida, en el que la idea filosica que necesariamente te subyace pasa a primer plano, se desnaturaliza en tanto que arte, se vuelve arte alegórico o «litera- tura de tesis». El arte trabaja sobre sbolos, que son siempre signos sensibles y concretos en los cues «resuenan» múltiples sugerencias reflexi- vas y morales. Como dice Kant, el arte «hace pensar mucho», dispa la reflexión en direccio- nes mil, sin quedar nunca atrapado ni agotado por una idea o concepto determinado. La filosoa, en cambio, trabaja directamente sobre ideas (idea de sustancia, de espíritu, de alma, de poder, de esen- cia, de creación, de temporalidad). La falsa filoso- a es aquella en la que la idea forma un universo cerrado sin capacidad de expresión del orden sin- gular sensible y vital, es idea cadavérica sin so- porte en la vida. La fsa filosoa es, así mismo, la que no se alza al terreno de las ideas y se queda todavía en niveles bajos de abstracción. La gran filoso es la que es capaz de tensar el pensa- miento hasta el orden sumamente «abstracto» de las ideas ontológicas con el fin de proporcionar una «visión», lo más ajustada posible, del movi- miento mismo de la vida y del devenir, de lo radicalmente singular y concreto. Las grandes fi- losoas, la de Platón y Aristóteles, la de Spinoza y Leibniz, la de Kant y Hegel, la de Nietzsche y Heidegger, alcanzan esa finalidad con creces. Lo- gr transrmar nuestra visión y nuestra «situa- ción» en el mundo a través de una remoción en profundidad de las ideas direcices respecto a las cuales tenemos el orden propio y mundano «ajus- tado». Producen, pues, un desajuste y una rees-

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Page 1: ARTE, RELIGION, FILOSOFIA...Los Cuadernos del Pensamiento ARTE, RELIGION, FILOSOFIA (1)Eugenio Trías I La filosofía, durante varias décadas, ha sufrido, como máximo grillete este

Los Cuadernos del Pensamiento

ARTE, RELIGION, FILOSOFIA (1)

Eugenio Trías

I

La filosofía, durante varias décadas, ha sufrido, como máximo grillete este­rilizador, la presión del espíritu po­sitivista y cientista que quiso hacer

de ella, de forma más sofisticada pero menos su­gestiva y grandiosa que en sus orígenes comptea­nos, una especie de reflexión segunda o supernu­meraria respecto a las ciencias, mera metodología o teoría analítica del conocimiento científico, anci­lla scientiae. Se ha pretendido disolverla en eluniverso enciclopédico de los saberes positivos,dejándole el escaso margen de una reflexión se­gunda sobre los métodos o de una elucidación deenunciados científicos, o en general de enuncia­dos. O también se ha querido convertir a la filoso­fía en una especie de ref1exión subsidiaria de lapraxis política y revolucionaria. Se ha hablado condesparpajo de la «muerte de la filosofía» y de suausencia de lugar y de sentido, cua,1do no de sucarácter de residuo o survival de un pasado toda­vía demasiado vivo y vigente.

Como respuesta mecánica a esta orientación positivista se ha reaccionado afirmando el valor cultural o contracultura! del ámbito «imagina­tivo», tomado por estrechos racionalismos llenos de gazmoñería por zona, si no prohibida, simple­mente «tolerada». De este diálogo de sordos noti­fiqué en mi libro Metodología del pensamientomagico. Se ha pretendido disolver la especificidad de la filosofía en el nuevo ídolo afirmado: litera­tura y narración. Se ha hablado de la filosofia meramente como «género literario» o como espe­cie narrativa, obviándose así, por inversión mecá­nica, lo mismo que obviaban pseudoracionalismos positivistas, neopositivas o marxistas: lo que la filosofía tiene de específico y propio.

�. 11

La filosofia pertenece, junto con el arte y la literatura, al género creación. Dentro de este gé­nero, conviene diferenciar de momento dos espe­cies: una de ellas, la creación artística y literaria; la otra, la creación filosófica. Es inútil jerarquizar ambas especies: ni la preeminencia romántica o irracionalista concedida a la creación artística y literaria, ni la preeminencia hegeliana concedida a la filosofía están en absoluto justificadas. Arte y filosofia difieren en sus métodos, en la diferenterelación que establecen entre ideas universales y

singularidades sensibles concretas. Mientras el arte y la literatura alcanzan la universalidad y la

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idea sin abandonar jamás el plano singular sensi­ble y concreto, quedando la idea universal reve­lada a contraluz, la filosofia se mueve de entradaen el plano ideal y universal, sin abandonarlo ja­más, pero de tal suerte que lo singular sensible yconcreto quede (en la gran filosofía) radicalmente expresado. Arte y filosofia apuntan a la mismasíntesis de universalidad y singularidad, de idea ysensibilidad, pero producen dicha síntesis de forma necesariamente inversa. Se juntan en el infinito, pero entre tanto caminan separadas: «Juntos están, en las montañas más separadas», como diría Holderlin. Al igual que dos líneas para­lelas: se juntan únicamente en el infinito. El arte en el que la filosofia no es simplemente sugerida, en el que la idea filosófica que necesariamente te subyace pasa a primer plano, se desnaturaliza en tanto que arte, se vuelve arte alegórico o «litera­tura de tesis». El arte trabaja sobre símbolos, que

son siempre signos sensibles y concretos en los cuales «resuenan» múltiples sugerencias reflexi­vas y morales. Como dice Kant, el arte «hace pensar mucho», dispara la reflexión en direccio­nes mil, sin quedar nunca atrapado ni agotado por una idea o concepto determinado. La filosofía, en cambio, trabaja directamente sobre ideas (idea de sustancia, de espíritu, de alma, de poder, de esen­cia, de creación, de temporalidad). La falsa filoso­fía es aquella en la que la idea forma un universo cerrado sin capacidad de expresión del orden sin­gular sensible y vital, es idea cadavérica sin so­porte en la vida. La falsa filosofía es, así mismo, la que no se alza al terreno de las ideas y se queda todavía en niveles bajos de abstracción. La granfilosofía es la que es capaz de tensar el pensa­miento hasta el orden sumamente «abstracto» de las ideas ontológicas con el fin de proporcionar una «visión», lo más ajustada posible, del movi­miento mismo de la vida y del devenir, de lo radicalmente singular y concreto. Las grandes fi­losofías, la de Platón y Aristóteles, la de Spinoza y Leibniz, la de Kant y Hegel, la de Nietzsche y Heidegger, alcanzan esa finalidad con creces. Lo­gran transformar nuestra visión y nuestra «situa­ción» en el mundo a través de una remoción en profundidad de las ideas directrices respecto a las cuales tenemos el orden propio y mundano «ajus­tado». Producen, pues, un desajuste y una rees-

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Los Cuadernos del Pensamiento

tructuración de las ideas que nos gobiernan (las «creencias», las «ideologías»). Y en el curso de ese proceso crítico y reconstructivo nos propor­cionan una nueva versión del movimiento del de­venir y de la reverberación de las singularidades sobre el fondo ontológico desvelado. El arte ilu­mina un singular en el que resplandece una idea (moral, filosófica). La filosofía ilumina una idea en la que resplandece la vida singular.

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En la distinta conexión que establecen entre lo universal y lo singular, entre la idea y lo sensible difieren arte y filosofía. Ahora bien, arte y filoso­fía forman una unidad respecto a un tercer género de creaciones que no he considerado: la religión. La religión es género aparte: a la vez matriz fun­dacional y ancestral de arte y de filosofía, a la vez

«padre destronado» por esas creaturas suyas. Fi­losofía y arte, vocacional e intencionalmente, te­leológicamente, tienden a moverse en el universo inmanente intramundano del ser en devenir, mien­tras que la religión toma el mundo como alegoría o símbolo de «otro mundo». La religión concede valor de realidad a sus propias creaturas. Dado que no son de este mundo, dado que no son fácti­cas, se ve en la exigencia de desdoblar este mundo en otro en el cual esas producciones, consideradas reales, tienen cabida: puebla el mundo de dioses o lléga al extremo de concebirlo como creación de un Dios. También arte y filosofía crean un espacio «aparte» respecto a la facticidad: ámbito de posi­bilidad verosímil por donde discurre la ficción o en el cual se realiza la síntesis formal; ámbito estructurado de las ideas interconexas por donde discurre el pensamiento filosófico. Pero ese «or­den aparte» pretende ser símbolo del propio mundo (apertura de sus propias posibilidades) en el caso del arte e inflexión reflexiva respecto al propio mundo (desvelamiento de las ideas subya­centes al mundo) en el caso de la filosofía. Arte y filosofía tienen, a la vez, mayor consciencia que la religión de la diferencia existente entre el ámbito que implantan y el plano fáctico y por lo mismo pueden, desde ese ámbito, referirse radicalmente al mundo real, recreándolo, sin abandonar su ám­bito. Arte y filosofía recrean, en el modo del sím-

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bolo o de la idea, el propio mundo. Para lograr esa recreación crean un espacio aparte, si se quiere decir así «artificial», expediente a través del cual pueden reconstruir, en símbolos o en ideas, el propio mundo, desvelando lo esencial a él, lo que en él subyace, las posibilidades latentes, los pode­res virtuales contenidos en lo meramente fáctico: todo lo que puede ser, todo aquello que en la factividad pasada y presente posee virtualidad fu­tura. Arte y filosofía son creaciones, recreaciones que, como tales, se orientan hacia esa desvelación de poderes imantada hacia el futuro. La religión, por el contrario, niega esa radical intramundani­dad afirmando un orden separado, que no es con­cebido artificial ni ilusorio sino real. Y se da en­tonces la lógica y comprensible paradoja de que el arte, que sabe, consciente o inconscientemente, que sus obras son «ilusorias», dice por lo mismo, a través de ellas, verdad; o que la filosofía, que

sabe el carácter de «ficción» de sus ideas, dice por lo mismo o puede decir, a través de esas «conven­ciones», verdad; mientras que la religión, en razón de que ignora ese carácter ficticio-virtual de sus objetivaciones, en razón de que insiste tozuda y tercamente en que tienen carácter real -y exige adhesión en forma de fe respecto a ese carácter­dice sólo verdad a pesar suyo, de forma sintomal; es verdadera «en sí», en el modo del síntoma neurótico; la religión, como dice Freud con razón, es ilusión. No diferencia el ámbito cotidiano del sujeto creador o del sujeto receptor al ámbito pro­pio de lo religioso. O lo diferencia tan sólo en el modo de la apertura a un más allá más real que el temporal, inclusive real por no ser propiamente temporal, cotidiano. Mientras el arte establece marcos de cuadro y escenarios que separan lo ficticio de la vida real, la religión crea complejas liturgias para separar altar y sancta sanctorum del pueblo fiel, trazando una línea rígida de demarca­ción entre Jo sagrado y lo profano. Pero lo que se produce en el altar o sancta sanctorum es, se dice, «más real que la vida misma», es lo real por excelencia y es la palabra u obra verdadera. Por eso dicha palabra es autoritaria y se formula en dogmas, mientras la palabra filosófica es siempre, vocacionalmente, crítica y problemática. El ca­rácter conscientemente crítico de la palabra filo­sófica se corresponde con el carácter consciente-

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Los Cuadernos del Pensamiento

mente ilusionista del arte. De ambos difiere el carácter del objeto del culto religioso, al que se tiene por real y la palabra de Dios, mediada por sacerdotes, considerada dogma. El carácter poli­valente del símbolo artístico desencadena inter­pretaciones a través de las cuales se revela la historicidad e inmortalidad intramundana de la obra artística, mientras que la ambigüedad del «mensaje» religioso, revelado en textos sagrados o en voces oraculares, desencadena interpretacio­nes literales que dan, inexorablemente, funda­mento a la distinción entre ortodoxia y heterodo­xia.

En sus orígenes, arte y filosofía viven en el espacio o hábitat de la religión. El arte y la filoso­fía logran su emancipación difícilmente, a través de un largo curso histórico y dialéctico (que en este texto no puedo perseguir, por razones de espacio).

Cabe también diferenciar entre Magia y pensa­miento mítico, por una parte, y religión propia-� mente dicha, por otra. En aquella no se ha con­sumado todavía la creación de un espacio radi­calmente diferenciado del mundano en el que se afirman los objetos propiamente religiosos (los dioses). Hay también, a este respecto, transicio­nes relevantes (religiones antropomórficas poli­teístas, monoteísmo puro, monoteísmo trinitario, etc.)

La religión abre un espacio de diferenciación con respecto al mundo real y cotidiano que es presupuesto de la diferenciación «ilustrada» del arte y de la filosofía: es, pues, arte y filosofía no realizadas. De ahí que Hegel repartiera, no sin razón, la religión según su preponderancia del arte (Grecia) o de la filosofía (cristianismo). La intra­mundanidad mágica es reafirmada en el arte y en la filosofía, conservándose, sin embargo, la dife­renciación de espacios conseguida por la religión. En este sentido arte y filosofía revierten en el inmanentismo implícito a la magia la diferencia­ción producida por la religión. De ahí que en el arte y en la filosofía se alcance o realice la teleolo­gía de la cultura, se consuma su historicidad: en el arte y en la religión se logra lo que sólo de forma parcial y fragmentaria buscaba y tanteaba el hom­bre a través de la magia, del mito y de las grandes religiones, politeístas o monoteístas. De ahí que arte y filosofía sean grandes posibilidades de in­tegración sintética de cultura y vida: sean afirma­ciones intensificadoras de la vida.

IV

Arte, religión y filosofía son siempre creaciones de un sujeto. Con ello no digo que ese sujeto sea, necesariamente, un individuo: puede ser ese su­jeto un grupo, un equipo, una comunidad, siendo el individuo intérprete o mediador según los ca­sos. Dicho sujeto crea, a través de la cultura, un orden propio intrínsecamente vinculado con la ex­periencia del creador: transfiere su propia sustan-

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cia o esencia a la obra configurada, que es recrea­ción de sí mismo. La obra es, pues, sea artística, religiosa o filosófica, recreación de Sí mismo, en­tendiendo por Sí mismo lo que por esta idea en­tendía Nietzsche en el Zarathustra. De las entra­ñas de Sí mismo produce el creador sus creacio­nes, que por esta razón son autorecreaciones. De hecho en sus creaciones expresa el creador o des­vela la perspectiva propia, la interpretación pro­pia, el modo y manera cómo, desde una posición radicalmente singularizada y finita, temporal, his­tórica, se apropia del mundo y de «lo universal», promoviendo una idea o visión propia: una pers­pectiva. Dicha perspectiva es, como sabía Leib­niz, una apropiación y visión parcial de la totali­dad, en la que ésta adquiere su expresión y objeti­vación a través de una coloración subjetiva impo­sible de soslayar: finitud inherente a todo conoci­miento y expresión. Esa parcialidad o finitud, si es

asumida, permite que la visión (y la expresión, en palabra o forma, de esa visión) sea verdadera, lo cual no significa «verdadera sin condiciones». Es verdadera bajo la inexorable condición de su perspectivismo, inherente a la condición finita y temporal-histórica, espacial-geográfica, étnica, desde la cual se formula o expresa. De este pers­pecti vismo, que hace que nunca filosofía ni arte puedan ser «conclusivos» y se hallen abiertos siempre a recreaciones de lo mismo en otros luga­res o tiempos, en otras subjetividades, individua­les o étnicas, no puede extraerse, como hace fa­lazmente Nietzsche, la conclusión de que arte y filosofía -lo mismo que religión y moral- son «errores» (sólo que necesarios para la conserva­ción y superación de la especie).

Uno de los aspectos más lamentablemente -e inútilmente- superficiales de la filosofía nietzs­cheana es su teoría de la ver<lad y del error, que abona una especie de relativismo escéptico des­mentido por otras tendencias más profundas de su propia filosofía. En el fondo, Nietzsche no terminó de liquidar el gran prejuicio platónico -y de tantos filósofos detrás de él- respecto a la falsedad, men­tira e ilusión de lo artístico. Queriendo hacer de toda producción cultural obra de arte, o tomando el arte como matriz y modelo desde el cual pensar toda la cultura, sin abandonar el prejuicio plató­nico, pero sin tratar tampoco de rebasarlo, acep-

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Los Cuadernos del Pensamiento

tando por bueno lo que Platón rechazaba, ha­ciendo de la necesidad virtud, eliminando la refe­rencia transmundana de la Idea -desde la cualPlatón criticaba el arte- Nietzsche quedó cogidoen las propias redes de su proyecto inversor deplatonismo y cristianismo, teniendo razón Hei­degger en su crítica al gran pensador alemán. Loque olvida Heidegger es que, en el propio núcleosubterráneo de las ideas nietzscheanas de eternoretorno de lo mismo y voluntad de poder hayvirtualidades suficientes para reconstruir toda estacompleja cuestión acerca de la relación entre arte,religión y filosofía, entre arte y verdad, yendo másallá de las superficiales conclusiones nietzschea­nas, que no están a la altura de sus geniales intui­ciones. Nietzsche fue, en efecto, un genial «intui­tivo» de la filosofía pero un pésimo constructor oarquitecto de ideas. De ahí que su proyecto siste­mático (La voluntad de poder) terminara en un

fiasco. De ahí su deserción ensayística y poéticarespecto a la filosofía.

Arte, religión y filosofía son expresiones, pues,de una mónada subjetiva. Entendiendo por sujetolo que en este texto entiendo: la articulación, máso menos estructurada, de historias pasionales so­bre las que cristaliza una palabra, voz o interroga­ción que expresa un estilo propio.

Ahora bien: mientras en el arte y en la filosofía este carácter subjetivo está, más o menos cons­cientemente, asumido, en religión está radical­mente negado. Cierto que la filosofía tiende apronunciarse sub speciem aeternitatis sobre laverdad, pero. suele mantener cierto pathos inte­rrogativo y crítico que evita su clausura dogmá­tica. Cierto que el arte se halla, hasta muy entradoel siglo XVIII, bajo el tutelaje de la religión. Perotendencia/mente arte y filosofía se orientan a unasíntesis entre la verdad y la subjetividad temporale histérico-geográfica, entre la universalidad deaquello que expresan y el lugar limitado y singulardesde donde lo expresan. En la religión lo que seafirma o se configura pretende tener valor, comopalabra autoritaria o figura alegórica, respecto atodo hic et nunc, al menos como intención. En lareligión se produce el mismo mecanismo de crea­ción subjetiva que en arte y filosofía, pero en elmodo dé la enajenación, como proyección en laque no se diferencia entre el sujeto y lo que en la

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obra o palabra se objetiva. En filosofía y arte setraza una diferenciación entre sujeto y objetiva­ción que abre la posibilidad de constitución de unorden simbólico (arte) y de un orden de ideas(filosofía). El sujeto creador se magnifica hipertró­ficamente en sus creaturas religiosas, que son supropio Yo transfigurado: El sujeto creador semueve en arte y filosofía or.ientado por Ideales delyo, Ideales de la razón, en relación con los cualesproduce la terminación de palabras u obras, ex­presiones o formas con valor de símbolo artísticoo de idea filosófica. U sancto terminología freu­diana diría: Dios es Yo-ideal allí donde las creatu­ras artísticas y las ideas filosóficas son concrec­ciones, en obras o palabras, en formas o expresio­nes, de Ideales del yo. De ahí que acierte Freuden ver en la religión la transfiguración de la figuraidealizada del Padre con el cual el sujeto se identi­fica. O en ver en el monoteísmo, en la religión del

Padre, la verdad de la religión y de su evoluciónlatente. Arte y religión significan cuestionamientodel Padre, ateísmo, ilustración y crítica. Sobreesas bases promueven al Padre a la condición deIdeal que orienta la poíesis erótica de la creati vi­dad artística y filosófica, o que se concreta o rea­liza aspirativamente en lo fáctico en. el universoficticio -de ideas o de símbolos- creado. De ahíque arte y religión produzcan catarsis en el lectoro espectador, devolviéndole a su yo diferenciadoy «libre» respecto al mundo en que se han sumer­gido: mundo de ideas o de símbolos. La religiónpide adhesión y fe allí donde arte y religión susci­tan propiciación, transformación basada en la di­ferencia de Mismo y Otro del creador y su criaturay de ésta y el receptor. El arte y la filosofía sólopueden vivir y crecer en libertad. Son las

�obras liberales por excelencia, son el sín- ........... toma mismo de una cultura liberal. �

(!) Este texto forma parte de un libro en preparación que se titula Filosofía de/futuro.