arquitectura barroca

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Barroco, un modo de ser Americanos Armando de Magdalena

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Arquitectura barroca española.

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  • Barroco, un modo de ser Americanos

    Armando de Magdalena

  • Armando de Magdalena

    Barroco, un modo de ser americanos. - 1a ed. - Boulogne Sur Mer : el autor, 2013.

    E-Book.

    ISBN 978-987-33-3479-5

    1. Ensayo Cultural. I. Ttulo.

    CDD 306

    Fecha de catalogacin: 23/05/2013

    2013. Armando de Magdalena.

    Maquetacin y diseo: YoMendieta y AdeM.

    Para contactarse con armando:

    Todos los derechos reservados. Se permite copia del presente libro dando aviso al autor.

    www.armandodemagdalena.com.ar

  • ndiceBarroco: Un modo de ser americano 28; La revulsin 30; Aculturacin y sincretismo 51,

    I 52, Requerimiento 54, II 62, III 64; Estampas Barrocas: Las vrgenes triangulares 67,

    II 69, III 84, Las vrgenes negras 88; La vrgenes mltiples 98; Los ngeles arcabuce-

    ros 112; Santiago Matamoros 130, II 134; El nio Jess Inka y algunos iconos postcolo-

    niales 139, II 142; Los Santos Apcrifos 146; Arquitectura 154; Dameros y fortalezas 155;

    La Ciudad Europea 156; La ciudad americana 174; Las nuevas ciudades 193; Miseria

    y opulencia 236; La Arquitectura Religiosa 245, II 246, III 268, IV 272, V 314, VI 329,

    III 384; Pintura y estatuaria 389, II 407, III 430, IV 434, IV 441, V 456; La Msica 468;

    El teatro y la danza 490, II 503, III 504; Las cofradas y 511; cabildos de negros 511,

    II 514; Literatura 523; La Fiesta 536, II 537, III 539, IV 559; La gastronoma 564; La in-

    geniera social 574, I 576, II 578, III 579, IV 584, V 587, VI 593, VII 595; El Pensamien-

    to 596, II 601; Abstract conclusivo 611

  • 11Barroco un modo de ser americano

    El Barroco es un periodo de la historia del arte occidental al que generalmente se lo ubica en los siglos XVII y XVIII entre el Renacimiento y el Neoclsico. Como toda clasifi-cacin debe esta ser tomada con cierta cautela, ya que su ubicuidad puede variar (anticiparse o extenderse espacial o temporariamente) segn los diferentes criterios de interpretacin y mo-dos de percibir y concebir el fenmeno, as como tambin, de acuerdo al lugar geogrfico en el que se lo estudie o nos ubiquemos.

    Si bien el Barroco es materia bsicamente de la Historia del Arte, y como tal, estudiado de manera objetual como estilo, algunos historia-dores, filsofos o pensadores, han querido ver en el Barroco algo ms que eso y se han inclinado a considerarlo una especie de actitud, de pul-sin que regresa puntualmente casi de manera circular y que no necesariamente tiene que ver con rigurosos cnones o preceptos, normativas o esquemas, como sera comn pensar, si es que adems lo restringimos casi totalmente al terre-no de la arquitectura (y hasta de la decoracin)

    como generalmente sucede. Esta peculiar mane-ra de percibir lo barroco de una manera ms amplia, como actitud y no slo mero estilo den-tro de una acotada historia del arte, hace que muchos hayan credo encontrar su pulsin al fi-nal de cada uno de los periodos de la historia, in-cluso, en las expresiones de otros pueblos fuera ya de la cultura occidental a la que en ltima ins-tancia casi siempre se refieren dichos estudios.

    En un inicitico texto, Lo real maravilloso, (augurador de toda esta polmica) Alejo Carpen-tier desarrolla bastante este modo de aproxima-cin, dando excepcionales ejemplos de lo ba-rroco al referirse a cosas tan aparentemente alejadas del canon como la escultura indostni-ca o los bajorrelieves aztecas. En general, toda la parafernalia csmica del panten de divini-dades de la Amrica arcana, como la de aquella parte del Asia, es para el gran novelista cubano una expresin acabada del espritu barroco. Espritu, incluso, que se le aparecer ya fuera de la arquitectura y del arte mismo, en van-

  • 12 armando de magdalena

    guardistas como Maiacovsky o en personajes de la historia como Napolen Bonaparte.

    Y es que todo esto est en la base de la po-lmica acerca del Barroco, un trmino que ya nace con una carga despectiva (se cree que pro-viene de barrueco: falsa perla / perla deforme) y que muchas veces, desde lo cannico, intenta hacer de l algo excesivo, recargado, de mal gus-to, una especie de degeneracin de lo clsico, de lo refinado, de lo equilibrado, del buen gusto. Barroco ser la ms de las veces en boca de los especialistas e historiadores del arte, sinnimo de aquello que podra expresarse de una manera ms clara y concisa, con mucho menos recursos que al cabo lo volvieran difano y contundente.

    Como podemos ver, aunque resulte paradjico, es la propia academia quien termina negando tam-bin su entidad de mero estilo al convertirlo en ad-jetivo denostativo de lo que cree modlico. No deja de ser este un elemento a tener en cuenta. Ya sea para denostarlo o usarlo como descalificador, ya sea como modo de captar su espritu y grandiosi-dad, el Barroco parece poco proclive a ser reducido

    a una serie de normas y caractersticas a travs de las cuales diferenciamos habitualmente un estilo de otro. Hay evidentemente (y lo hubo mucho ms en otra poca) una clara diferencia de valoracin hacia lo que el Barroco es o represent y hacia las esferas en las que se vio involucrado segn sea la manera que elijamos para aproximrnosle. Nues-tra intencin no es necesariamente tomar partido ante esta dicotoma, (aunque evidentemente lo he-mos hecho), ya que este tipo de polmicas se nos ocurren generalmente eternas, y por tanto, la ms de las veces, infecundas, eso si en realidad de lo que se trata una vez ms, es establecer un dogma como es el caso. Evidentemente hay algo que est fuera de discusin, (y de eso trata este libro), y es que lo barroco no es ni signific lo mismo a un lado y al otro del Atlntico.

    Sin dejar de compartir alguno de esos jui-cios peyorativos en una que otra obra puntual (nada en el arte pude ser nunca categrico), nos ha parecido siempre fundamental captar el es-pritu de aquello que nos enfrenta para poder dimensionarlo correctamente. Y en el caso del

  • 13Barroco un modo de ser americano

    1 La composicin barroca muchas veces es tan intrincada que cada detalle podra ser una composicin aparte del todo en la que est aprisionada y de la cual se expanda una periferia que muchas veces se superpone a la inmediatamente contigua.

    Barroco, trado a la realidad americana, es ms evidentemente inoperante esta explicacin ca-nnica de la que hablamos, ya que a nuestro juicio escamotea lo que consideramos esencial. De todos modos, y aun en la visin de la Aca-demia, lo barroco contrapuesto a lo clsico, pareciera ser en principio, una especie de p-nico al vaco (horror vacui) lo cual tomaremos como vlido y como dato primero para empe-zar a analizarlo. La carga discursiva tambin es muy importante y tiene un por qu que analiza-remos a su tiempo, as como la voluptuosidad y grandilocuencia, el sensualismo, la pluralidad de ncleos proliferantes1, la recurrencia perma-nente a los contrastes, los efectos y dinamismos y el predominio de lo voltil contrapuesto a lo anclado del clasicismo.

    Todo esto, (acerca de lo cual no hay mayor discusin), de slo enumerarlo, pareciera no

    responder a esa convencin denostativa que el Barroco parece cargar como una cruz desde el comienzo.

    Es cierto que esto ya no es tan as y que afor-tunadamente aquella inicial valoracin hacia el Barroco ha ido cambiando da a da a fuerza de investigaciones y trabajos de estudiosos y espe-cialistas, no obstante, (y como siempre sucede en la vida), su estigma inicial prevalece en la subjetividad de la memoria y del sentido comn, incluso de los especialistas. Como gusta bro-mear a Carpentier en el texto que de l hemos trado a cuenta y que recomendamos, ni siquie-ra los propios diccionarios de la Real Academia Espaola alcanzan a definir de manera satisfac-toria su esencia, sino es a travs de un sumario de agravios y acusaciones con el que ms que definirlo parecen repudiarlo. Por suerte autores como el cataln Eugenio DOrs, Henrquez Ure-a, ngel Rama o los cubanos Lezama Lima y Severo Sarduy han ido ms all de las conven-ciones para tratar de develar, salvando los lu-gares comunes, la superficialidad de las formas

  • 14 armando de magdalena

    Detalle de las escayolas del interior de Santa Mara de Tenontzintl

    y los juicios simplistas, la psicologa profunda del hombre barroco que para nosotros es casi lo mismo que decir, del Barroco mismo. Ya antes,

    en el Siglo XIX, au-tores europeos como Jacob Burckardt, Be-nedetto Croce y Hein-rich Wlfflin comen-zaron su desagravio siendo Wlfflin quien ms resalt su au-tonoma como estilo y hasta una cierta contraposicin con el Renacimiento.

    Como vemos la po-lmica no es nueva y las posibilidades que abre son tentadoras aunque justo es decir que no estarn de-masiado presentes en nuestro trabajo, ya que

    el tema de reflexin ser para nosotros el Barroco Americano y slo nos ocuparemos del Barroco en general cuando sea imprescindible. Nuestra inten-cin no es exactamente abundar en algo sobre lo cual ya se ha abundado bastante, nuestra inten-cin es sacar a Nuestro Barroco de la generalidad (que no llega a explicarlo) del Barroco Europeo y empezar a verlo no como una versin traida, y en cierto modo devaluada de una modelidad lejana, sino como algo distinto y con caractersticas pro-pias y bien diferenciadas.

    Pensaremos nuestro Barroco como algo par-ticular dentro de un ya devaluado campo, y ad-vertiremos, ya desde el principio, que el agre-gado de americano, en tanto adjetivo, no debe llevar al observador desprevenido a un primer error insalvable: pensar al Barroco Americano como la totalidad de las obras que los europeos hicieron en Amrica en un perodo de tiempo acotado que va desde un sitio muy cercano a la fecha del descubrimiento y se diluye poco a poco en los albores de la gesta independentista. El Barroco Americano es para nosotros un algo

  • 15Barroco un modo de ser americano

    muy diferente y no tan obvio, es una serie de expresiones que son el resultado de una actitud ante un proceso acultural en marcha. Un modo de asimilar y a la vez de conservar una serie de pautas y valores en el marco de un proceso de sojuzgamiento inevitable, y que por tanto, ponen al sujeto de la dominacin ante varias opciones a saber: 1) perecer conservando la totalidad de su esencia 2) asimilarse totalmente renegando de la misma 3) tratar de contrabandear deter-minados elementos bajo el ropaje de lo formal-mente aceptado y estatuido. En esta ltima alternativa (que por otro lado fue la ms repre-sentativa del proceso iniciado con la conquista) creemos que se inserta el Barroco Americano como resultado.

    Estas tres opciones que acabamos de apun-tar, se dieron en Amrica de manera indistinta y simultanea, aunque con distinta intensidad. Y en esto, la realidad de nuestra cultura, poco se diferencia de cualquier otro proceso acultural en cualquier parte y poca del mundo (incluso del que los peninsulares sufrieron durante ocho

    siglos a manos de los musulmanes). Lo que si parece llamativo y singular es la envergadura del contrabando y la mestizacin al punto de haber generado un tercer tipo distinto que ya no es ni el uno ni el otro en relacin a los dos trminos ini-ciales y antagnicos del proceso. La actitud sin-crtica, que nosotros rescataremos del acotado marco de la religin en la que generalmente se la ubica, es por lejos el fenmeno mas extendido y generalizado de la historia Americana a partir de la irrupcin de Europa en su realidad. Un fen-meno que rebasa todos los mbitos del quehacer humano impregnando todo la realidad para con-vertirse prontamente en el principal modo de ser nosotros mismos. Esto es lo que saca al Barroco del pequeo arcn de los estilos artsticos y lo convierte en Amrica en esa actitud de la que hablbamos. Un mecanismo intrnsecamente li-gado al modo de construccin de la identidad que impone por fuerza el slo hecho de la conquista. Nuestro anlisis parte de que tenemos aqu una alta civilizacin que es colisionada por occidente, que es sometida por occidente, y que es (de no

  • 16 armando de magdalena

    mediar este proceso que describimos) casi exter-minada y sustituida, en un solo acto, por la cul-tura del dominador. El Barroco Americano es por tanto, y en consecuencia, un arte de resistencia, la historia y la plasmacin de un contrabando semitico que los artistas indianos (originarios o criollos) van consumando hacia el interior de un discurso esttico, pero por sobre todo filosfico, discurso con el cual el clrigo, el funcionario real, la Corona misma, intentan suplantar o falsear el imaginario ancestral de pueblos a quienes desea y necesita dominar para consumar su sueo de superioridad, no slo como portador de una cul-tura determinada que acaba de consolidar, sino como el mismsimo instrumento de una sagra-da misin civilizatoria, esto es, la de defender y propagar el cristianismo por toda la tierra. Esa construccin al interior de un discurso esttico y filosfico impuesto pasa inicial y necesariamente por productos artsticos en los que generalmente el dominado participa como parte de su aprendi-zaje acultural, pero en el que prontamente em-pieza a introducir elementos de otra ndole con

    los que termina reinterpretando, adaptando o resignificando esa semiologa que le es impuesta

    y de la que no tiene posibilidad de escindirse. Ya sea por influencia, ya sea como nico medio el

    contrabando comienza y al cabo ya es casi im-perceptible hasta para quien lo realiza.

    Por eso es importante imaginar la afectacin de cada uno de los protagonistas de este drama. Por que la afectacin y la intencionalidad son, los que en nuestro caso, reconvierten el instrumen-tal occidental que nos llega con la conquista mis-ma. Veremos que en cualquiera de los mltiples aspectos que encierra esta realidad, quedarnos en lo superficial es renunciar a la comprensin

    profunda de los fenmenos transculturales de los que somos y hemos sido protagonistas, y que en contrapartida es el uso y la intencin lo que hace diferente a lo que en apariencia no lo es. Hay que disfrazar lo prohibido y demonizado con la ropa de lo ejemplar y paradigmtico. Por eso, aunque en apariencia nos enfrentemos a lo mismo, es la

  • 17Barroco un modo de ser americano

    intencin, el cmo se emplea y para qu, lo que cambia el significado.

    El caso ms evidente es la resignificacin de la propia lengua castellana. Como bien seala-ra Ezequiel Martnez Estrada en su Muerte y transfiguracin del Martn Fierro hasta la prin-cipal diferencia entre el habla peninsular y la nuestra es la intencionalidad, al punto que el nuestro es a veces, (y aunque parezca imposible y contradictorio), ms castizo, aunque no que-pan dudas al escucharlo que se trata del ms genuino modo de lo americano. Esto slo es po-sible por que la intencionalidad esconde, la ms de las veces, una readjudicacin de significado. Los hechos y las cosas acrecientan su polisemia y un mismo suceso es vivido y entendido de dis-tinto modo segn sean sus protagonistas.

    Por eso es tan importante ahondar en la psico-loga de los personajes, en las distintas percepcio-nes y actitudes que se llevaron como a priori de los procesos que desencaden esta catstrofe, de la ca-tstrofe misma y su posterior evolucin. Hubo aqu dos entidades totalmente disimiles que se vieron

    I Detalle de pintura mural de Vall de Boi, Catalunya

  • 18 armando de magdalena

    obligadas por la historia a coprotagonizar un tiem-po, unas circunstancias y un espacio convergiendo desde realidades y subjetividades inequiparables. El original totalmente conmocionado y vencido, el espaol una especie de ira de Dios fundando y refundando siempre sobre las cenizas de su clera. Ambos asombrados hasta la perplejidad en el mo-mento primero, prontamente erigieron sus estrate-gias de supervivencia y de hegemonizacin. El uno desde la permeabilidad de lo mgico, el otro desde la certeza de su mesianismo. Esta es la masa sen-sible donde todas las huellas de los acontecimien-tos quedarn plasmadas de manera indeleble.

    Los peninsulares que llegaron a nuestras tierras sobre los finales del Siglo XV eran verda-deros cruzados que acababan de expulsar a los infieles de su propia tierra como afirmacin de su fe y su cultura. Esto es muy importante re-conocerlo y fijarlo. Tan slo unos meses despus de consumar esa gesta de siglos, los cascos de sus naos tocan la arena de Bahamas, y con ese mismo impulso de ser adalid y heraldo de la Sacrosanta Iglesia Catlica, Guardin de la

    Fe, Apstol del Verbo, comienza la conquista de los Nuevos Reynos. Ante eso se estrellaron los antiguos dioses americanos como bien relata el mexicano Miguel Len Portilla en su Visin de los vencidos, derrotados, casi vencidos, pero portadores de una alta cultura, de una sofisti-cada y compleja cosmovisin amasada tambin a lo largo de miles de aos. No era un peas-co lo que descubri Coln, era un mundo. Un colosal y gigantesco mundo que como se pue-de leer en su diario de viaje, lo encegueci con sus destellos. No por victorioso el conquistador dejaba de ser un grano de arena en las dunas de lo inconmensurable. No ha de resultar ex-trao entonces que prontamente los mensajes oscuros del mundo preexistente comenzaran a subvertir (como ltima rebelda) su maquinaria simblica. Esta subversin minimal e impercep-tible gener sin embargo productos realmente singulares. Productos que ya no eran ni lo uno ni lo otro porque haban nacido de relaciones hasta ese instante inexistentes que terminaron generando con el tiempo nuevas subjetividades

  • 19Barroco un modo de ser americano

    y nuevas simbologas nacidas del cruce. Por eso hemos titulado este libro Barroco, un modo de ser Americanos. No por que sea el nico modo, sino porque es el nico nacido del cruce. Esto es lo que da al Barroco Americano una re-levancia y complejidad que en Europa no tuvo, por ser un mero estilo comparable a otros tantos que lo antecedieron o reemplazaron.

    En Amrica el Barroco es, en contrapartida, intemporal e imperecedero, subyace como teln de fondo de todos los movimientos estticos y filosficos que vinieron despus y persiste hasta nuestros das en tanto y en cuanto somos una cultura de trasiego que sigue dialogando y sigue recibiendo sin alcanzar a homologarse nunca, ya que es algo distinto, pero inacabado. En esta actitud contradictoria se perpeta y se nutre el barroco que somos. Hay una especie de deter-minismo que est en la gnesis de la catstrofe y que arrastramos generacin tras generacin producindonos una especie de angustia ante este vaco de no ser que ya es parte de nues-tra personalidad. Por eso como muchos sealan

    acertadamente, el tema fundamental de la Filo-sofa Americana es la bsqueda de la identidad. Somos barrocos porque no tenemos posibilidad de ser otra cosa. En estas circunstancias, con esta historia, atravesados como estamos por lo que nos atraviesa, ms all de los estilos, de las corrientes de pensamiento, de los procesos polticos, econmicos y sociales (de las modas incluso), la actitud barroca se mantiene y pre-valece porque esta en la misma irresolucin del ser americanos.

    Esta es la tesis de este trabajo. Si bien Am-rica es tan antigua como cualquier otra parte de la tierra, si bien aqu se desarrollaron civili-zaciones excelsas de inigualable imaginera, si bien aqu, al igual que en Europa, nos encontra-mos a veces conviviendo con lo inmemorial, con huellas de hombres que se pierden en los albo-res de la humanidad, el hecho de la Conquista, mas all de su carcter traumtico que se tra-duce tambin en exterminio, gener un entre-cruzamiento que no tiene equivalencia en nin-guna otra poca de la historia de la humanidad,

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    ni en ningn otro sitio de la tierra. Todas las culturas del mundo entraron al nuestro por el portal abierto aquel da: esclavos musulmanes y judos, esclavos africanos e hindes, gentes de todos los rincones de Europa ingresaron al mundo numinoso y original aquel 12 de octubre y llegaron aqu para quedarse. Colonialismos, imperialismos, burguesas nacionales educadas en los valores del opresor, son la secuencia cam-biante de una sola realidad inalterada. Aqu no fue sustituida una cultura por otra, una pobla-cin por otra poblacin. Aqu se sediment por capas y al igual que en la corteza terrestre, de las tensiones profundas fueron aflorando plega-mientos, elevados picos de afilados contornos. El modelo de conquista y colonizacin ibero con sus singularidades comparativas gener all en el inicio un fenmeno que no pudo contro-lar y que incluso revirti hacia l ensanchando y redefiniendo su propio acervo. Su intencin acultural, de la cual el Barroco fue a su mo-mento uno de los ms perfeccionados instru-mentos, no pudo consumarse sino en parte y

    lo que es peor y no fue siquiera imaginado, es que terminase siendo de doble direccionalidad. Ntese (como bien seala el chileno Alejandro Lipschutz) que a pesar de no ser un fenmeno relevante se dieron incluso casos como los de Gonzalo Guerrero que defeccionaron del bando opresor y se enrolaron en el de los guerreros que resistan la conquista. Tal es la diversidad de opciones que puede generar un proceso como el que describimos y que aun no est cerrado en nuestro continente, ya que no es un hecho del pasado, una arqueologa de la historia, sino una eleccin siempre vigente y reactualizada de aquellas tres fundamentales que sealamos al principio (asimilarnos, resistir, o resistir contra-bandeando y reconvirtiendo). Aun hoy, en este siglo XXI, los actores iniciales de este drama so-breviven junto a sus derivados. La proporcin ha cambiado como resultado del propio proceso, pero los actores y el proceso en s son los mis-mos. Slo cinco siglos han bastado para que el europeo sea tan extico en esta tierra como lo es el indio incontaminado. Mas all del carcter de

  • 21Barroco un modo de ser americano

    Matanza del Templo representada en los cdices de la poca y recogida en la Visin de los Vencidos de Portilla.

    la dominacin y de las valoraciones que asuma-mos en relacin a ella, es indudable que el ele-mento fundamental de Amrica es el mestizaje (cultural o tnico), elemento que se vale muchas veces de manera pendular de un extremo o de otro para forjarse en un escenario de perma-nente disputa y presiones paradigmticas.

    Estos procesos que describiremos son simi-lares a los flujos del agua cuando hierve en un

    recipiente cerrado. Son circulares y recurrentes pero no evitan que el agua pase de un estado a otro. Aun sigue interactuando con toda vitalidad aquel mundo numinoso de las antiguas civiliza-ciones del sol y el maz con la cultura de los grandes imperios y las burguesas tributarias que los representan en cada estado. El perma-nente contacto, la permanente disputa, sigue al-terando a cada uno de los trminos protagnicos y a la base inicial de cada nueva repeticin del proceso. Por eso la contaminacin es inevitable y la tendencia a la sntesis una posibilidad no slo cierta sino altamente probabilstica. Esto no debe llevar a confundirnos y caer en el error de ver en el mestizaje una sola cosa, un nico producto. Ya que si as lo hiciramos estaramos desconociendo los mecanismos de construccin histrica de nuestra identidad, que slo pueden explicarse a travs de fenmenos como los que

  • 22 armando de magdalena

    2 La referencia a tierras incgnitas con sociedades paradisa-

    cas es recurrente desde la antigedad, el estudio de los ma-

    pas es muy ilustrativo en ese sentido al igual que las leyendas

    y las crnicas de supuestos viajeros. Eso estaba en el imagi-

    nario del conquistador y es por eso que su primera actitud

    fue la idealizacin del indio, como veremos a lo largo de estos

    apuntes aqu se ensayaron utopas como la de los monjes

    mendicantes, y tambin las propias ideas que nos convirtie-

    ron en repblicas. A eso se refiere Zea, aqu se deban consu-

    mar todo aquello que la viaje Europa no permita.

    describe este trabajo. Los procesos son gradua-les y de resultados muchas veces variados e impredecibles, a cada momento del devenir se erige la posibilidad cierta de que surjan nuevos paradigmas que de manera indefectible conduz-can a uno u otro lado. Esto es lo apasionante de un proceso vivo como el nuestro, procesos que por lo dilatados y complejos estn en condicio-nes de generar una diversidad fenomenolgica inimaginada. Procesos abiertos de los cuales no sabemos el final, ni su derrota posible, pero de los cuales sin dudas el Barroco Americano es un alto y singular ejemplo, ya que encierra en si importantes claves acerca de los mecanismos de resistencia semitica ante la opresin, a la vez que explican el estado actual de nuestra cultura y su posible evolucin y proyecciones.

    Como vemos las mscaras de Amrica son y han sido muchas y disimiles, cada una oculta y ha ocultado siempre un proyecto y un modo de ver y de verse. Resulta evidente a estas alturas que, como de tantos modos ya dijera Leopoldo Zea, Amrica naci para occidente como una

    necesidad de consumar en ella sus ms caras utopas2. Tambin es evidente que eso tuvo un precio terrible para las culturas preexistentes y otro muy distinto para las que nacieron del cruce. El uno o bien pereci en la guerra o la esclavitud, o bien inici su viaje de siglos hacia el mestizaje, el otro, casi un mal no deseado en el comienzo, termin siendo el actor por exce-lencia. Ese mestizo ubicado en el centro mis-mo de estos dos mundos tuvo desde el primer da una sensibilidad partida al medio que no pudo remediar, ya que por ms que est en su

  • 23Barroco un modo de ser americano

    base (y siempre estuvo) enmendar la historia, no pudo ya mirar a su pasado si no es con los ojos nuevos que azul el Atlntico. Desde esta posicin tan incmoda es que Amrica ha teni-do siempre que pensarse. El Barroco America-no llamado tambin a veces Arte Colonial es en ese sentido el intento ms descollante y mas desesperado de traducir en smbolos la gesta de un pueblo que busca liberarse asimilando lo in-evitable pero tratando de no perder su esencia. Esa afectacin de estar en el cruce de dos mun-dos inmensos que han colisionado, a veces pro-duciendo fragmentos impelidos hacia la nada, otras veces fundiendo piedra con piedra hasta hacerlas una sola, es lo que el Barroco viene a plasmar en singulares obras que abarcan no slo la arquitectura, la plstica, la msica, la literatura, sino tambin la poltica, la ingeniera social, el pensamiento, la filosofa.

    Es el arte de un pueblo y la actitud que lo genera, el imaginario que se va construyendo en el alma de aquellos fermentos que asimilan y re-sisten y que al mismo tiempo contaminan toda la

    masa hasta leudarla. Arte Barroco, actitud Ba-rroca, difcil a veces de separar otras veces clara-mente diferenciados. Lo que si esta muy claro es que ese cataclismo y esa incomodidad estn en la base de lo que somos y atraviesan toda la esfera de nuestra actividad material y espiritual. Nada puede pensarse de nosotros que no tenga como directriz el tema de la dominacin, la historia de las circunstancias y devenires de un hombre y de una tierra arrebatada de un mundo y puesta en otro. El Barroco Americano es el arte de esa resistencia pero tambin de las proyeccin de ese hombre hacia el futuro, la forma en que se piensa en paz con su pasado mientras va dirimiendo un presente que no alcanza.

    Este pequeo gran dato fundacional es lo que ha alterado aquel significado inicial con que naci el Barroco. Ya no ser el arte de Contrarreforma que fue en Europa, sino el arte de Contracon-quista que fue para nosotros. Y que esto no con-funda a nadie, contraconquista no remite a un fenmeno unidireccional que tiene en un extremo al dominado y en el otro al dominador, sino que es

  • 24 armando de magdalena

    un camino de ida y vuelta que produce brechas en las monolticas murallas cognitivas y sensibles de ambos. No hay sujeto unvoco. Todo lo que aqu sucede repercutir siempre all en la Metrpoli al punto que lo Hispano desde ese momento ya no ser el lugar donde est contenido lo Americano, sino ms bien todo lo contrario, lo Hispano (y no por un nacionalismo provinciano) esta inmer-so y comprendido dentro de lo hispanoamericano (lo mismo podramos decir de lo ibero). Amrica excede a Espaa, la rebasa, la enriquece y redi-mensiona. Lo que no se cumpli all se cumplir al fin ac, y el sueo de Europa se terminar con-sumando sin Europa e incluso contra Europa o a

    pesar de ella. No obstante es una rebelin contra s la de Amrica. Los independen-tistas criollos, los espaoles americanos (tal se los llamaba

    en aquel entonces) no eran menos espaoles que los de Espaa, el tema es que ya no queran ser-lo.

    Por eso nada nos es totalmente extrao, ni el devenir de los pueblos que terminaron con-formando el Reino de Espaa (incluidos los 800 aos de aculturacin rabe y juda), ni la pro-pia cultura del conquistador como resultado, ni tampoco la de los sucesivos pueblos que vinie-ron y se afincaron ya sea para dominar o para sumarse a la amalgama preexistente. Es una imagen eminentemente femenina la nuestra. La imagen de aquel que termina venciendo asimi-lando, conteniendo a travs de su entrega, fago-citando. La riqueza y fortaleza del mestizaje est en esta aparente debilidad y endeblez, ya que sus circunstancias le han dado la posibilidad de construir de manera selectiva y hasta eclctica su esqueleto, su msculo y su nervio. La con-dicin de bastardo de dos culturas ha inocula-do en l una especie de rabia y determinacin, de orgullo y ansia de legitimidad, que sin duda tambin estn en la base de su condicin y que

    Monedas de 8 reales de pla-ta acuadas en Potos

  • 25Barroco un modo de ser americano

    lo ha llevado a descartar y elegir como modo de justificarse como algo distinto y al margen de lo que sin embargo lo constituye.

    Por eso tratar de percibir las magnitudes de un acontecimiento fortuito como fue el descu-brimiento de Amrica, la trascendencia de lo que sin embargo gener al nivel sensible de los participantes, es realmente imprescindible para entender lo que el Barroco es y puso en juego. Por un lado lo que signific para el hombre me-dioeval, habitante ribereo de un lago llamado Mediterrneo, el hecho de ver multiplicarse por tres o por cuatro (y de manera abrupta) la su-perficie de la tierra. Esa maravilla (tal lo define Carpentier en Lo Real Maravilloso) de ver bes-tias, pueblos y follaje (exotismo extremo), de ver ciudades esplendorosas albergando poblaciones nunca vistas en el Viejo Continente, con dioses fieros y tremendos, con gente desnuda, desinhi-bida y agreste, no pudo dejar de haber produci-do una impactacin tremenda en la psicologa y en la subjetividad de aquellos hombres que des-cubran un mundo para s y que necesitaban

    de manera imperiosa alumbrar sus utopas. As sucedi tambin para aquellos otros que ahora eran descubiertos. Amrica como bien seala Tzvetan Todorov en su magnifico libro La con-quista de Amrica asume para el conquistador todos las mscaras posibles de la fisonoma hu-mana, desde la idealizacin a la demonizacin, aunque en en realidad de lo que se trataba (y se sigue tratando) es de ver a Amrica como en verdad es. La Amrica ancestral, seminal, m-tica que encontraron, donde la circularidad del tiempo no daba lugar a la angustia del ser, la incertidumbre vital, vio consumarse sus ms oscuras profecas con la llegada de estos dio-ses que clausuraban el esplendor de su mundo reducindolos al hambre, le desolacin, la en-fermedad y la muerte. Era el final sin dudas de una de aquellas cuatro edades en las que saban el tiempo se divida recurrentemente, y as lo to-maron esperando su renacer. Ese tiempo germi-nal de lo que vendr es lo que ocupa el mestizaje y el Barroco Americano como su expresin por excelencia. Un tiempo de asimilacin y resisten-

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    cia. Un tiempo en que el mundo arcano trata de fagocitar al mundo nuevo y en esa lucha intra-visceral nadie vence si no es alumbrando.

    Alguien dijo que no es cierto que Espaa no haya tenido Renacimiento. El Renacimiento de Espaa fue Amrica, y el Barroco, dentro de ese Renacimiento que fuimos para Espaa, es el re-sultado de una batalla en la que el vencido ven-ce (como dira Gramsci) al impregnar el alma de quien lo domina con la numinosa humedad de su aliento. Nadie saldr ileso de ese contacto. La historia de esa embestida es lo que pretendemos dejar aqu en espasmdicos pero indelebles tra-zos. Trazos bellos y singulares donde dos fuer-zas igualmente viriles se enfrentan y se igualan produciendo a cada paso nuevos estadios de compenetracin, de simbiosis, hasta despren-derse como lo hace la clula para conformar un nuevo organismo. Ese es un proceso en marcha, un proceso no acabado, la historia de una aven-tura transcultural que quizs nunca termine.

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    Diego de Rivera La conquista

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    BarrocoUn modo de ser americano

  • 29Barroco un modo de ser americano

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    La revulsin

    El nacimiento del Barroco est ntima-mente relacionado al Concilio de Trento ( Italia 1545 1563) donde la Iglesia Ca-tlica define, concibe y delimita un arte "como

    respuesta" a la Reforma Protestante iniciada

    por Martn Lutero en Alemania a principios del 1500. Esto hace del Barroco un arte particu-larmente poltico (aunque todo arte lo sea por accin u omisin). La Iglesia Catlica Apostlica Romana necesita en Trento contrarrestar las predicas de los sacerdotes rebeldes. Necesita de-fenderse ante un poder que se extiende y crece da a da amenazando ya su propia existencia. Por eso como ya lo hemos sealado en la intro-duccin a este trabajo, el Barroco tiene una gran carga discursiva y conceptual por esta impronta con la que nace de haber sido pensado como ve-hculo ideolgico en medio de una disputa inte-rreligiosa por el poder y que pronto involucrara tambin a los reyes, la nobleza, la burguesa y dems clases subalternas. El Barroco es porta-

    dor por tanto de un concepto, de una interpre-tacin de la vida y de la muerte, pero tambin del aqu y del ahora. Es decir, es una especie de pedagoga de lo que el hombre debe hacer para "agradar a Dios" en una sociedad y en un tiem-po donde nada haba fuera de su presencia.

    En esta poca de la que hablamos los reyes haban logrado deshacerse ya del poder atomi-zado de los seores y lo haban hecho, justa-mente, gracias al apoyo de la Iglesia y la bur-guesa. Monarqua e Iglesia eran casi sinnimos y el Vaticano mismo poco o nada se diferenciaba a cualquier otra corte, con un Papa que no deja-ba de ser un rey ms entre otros tantos aunque con un ascendiente inmenso ya que gracias a la Fe su influencia se extenda sobre las masas populares de todo el continente. Esta situacin se tornaba muy incmoda para los gobernantes de los cambiantes reinos de Europa, haciendo de la relacin Iglesia Monarqua una cosa muy compleja y contradictoria.

    Si bien haba habido una legitimacin y una colaboracin mutua y estrecha entre ambas,

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    haba tambin una lucha por el poder real de la sociedad y del mundo que siempre obraba como sedimento. Esta realidad est en el centro mismo de la disputa. La igualacin de la Iglesia jerarquizada al poder terrenal de los reyes, su creciente banalizacin y fastuosidad, su inter-pretacin de la Fe aggiornada a las exigencias polticas, culturales, econmicas y sociales era lo que justamente estaba siendo cuestionado por los reformistas que surgan por toda Eu-ropa. Desde San Francisco de Ass a Jan Hus, John Wyclif, Zuinglio, Savonarola o mas tarde Lutero y Calvino, la univocidad de la Iglesia ser cuestionada en los mas diversos aspectos, sean estos terrenales o teolgicos. Por tanto la Iglesia que se presenta a Trento es una iglesia amena-zada y cuestionada fuertemente que busca por todos los medios conservar su hegemona. De esa preocupacin nace el Barroco tratando de traducir a planteos estticos una serie de cons-trucciones ideolgicas claramente orientadas a difundir y legitimar una visin del cristianismo articulada a su vez de una manera muy precisa

    concreta al poder terrenal de los reyes y al mo-delo de sociedad que le corresponde.

    Si partimos del hecho que los reyes eran re-yes por "mandato divino" podremos ver clara-mente la gravedad e importancia de cuestiona-mientos de los reformadores y lo que realmente esos cuestionamientos ponan en juego. Ese po-der que era la Iglesia era nada ms y nada me-nos que el soporte con que cont la civilizacin occidental durante siglos cuando fue sacudida y casi destrozada por la irrupcin en Europa de las tribus del Asia Central. Es decir, duran-te el periodo que va desde la cada del Imperio Romano hasta la cristianizacin de los nuevos reyes brbaros. Una civilizacin que segura-mente no hubiera sobrevivido sin el cristianis-mo ya que fue el nexo ms claro con el pasado grecorromano y el domesticador por excelencia de los reyes brbaros a los que termin legiti-mando despus de un conflictivo proceso. Slo siendo un gran aculturador como lo fue, es que la Iglesia pudo lograr esto: sintetizar el pasado grecorromano por un lado, compatibilizarlo con

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    las Sagradas Escrituras por el otro, y a su vez imponer un predominio espiritual y cultural a los innumerables pueblos que asolaron Europa y que haban destruido la univocidad que hasta entonces represent el Imperio Romano. Por eso debemos pensar en una Iglesia jaqueada pero de gran fortaleza. Una Iglesia forjada en la ad-versidad y permanente disputa con los poderes fcticos y no fcticos y de la cual siempre sali victoriosa. Su universalizacin se haba efecti-vizado gracias a esta tremenda capacidad que le estamos apuntando. Por un lado la capacidad asimilativa y adaptativa, la incorporacin per-manente de una gran cantidad de conceptos y creencias de las religiones preexistentes a las que superpuso su dogma y su liturgia, por otro su capacidad de institucionalizarse a travs del comercio de intereses con el poder real. Ya en el Siglo V la Iglesia se alzaba como el nico sobre-viviente en esta parte occidental de Europa de lo que antes fuera el gran mundo grecolatino. Esto le daba un prestigio y una supremaca cultu-ral que los reyes brbaros no pudieron resistir

    a pesar de haberse hecho con el poder material y poltico. La Iglesia fue el gran homogeneizador de este periodo de transicin entre un mundo y el otro del mismo modo que antes lo haba sido subvirtiendo al Imperio Romano desde dentro. Esos godos recin cristianizados se convertirn por su sola mediacin en portadores y defenso-res mximos de la cultura romana y de la Fe cristiana siendo el Romnico su expresin es-ttica. Lo mismo sucedi con los francos y de-ms pueblos. Nace as el contrato entre la Iglesia y los Reyes. Una sola fe y un solo poder es lo que el mundo feudal bsicamente nos ensea ms all de las realidades nacionales o regiona-les. Reyes, que lo son por la sagrada voluntad de Dios, desigualdad social legitimada en tanto proviene (aunque por va indirecta) de la volun-tad de Dios. La tierra no es ni ser el paraso por tanto sufrir aqu es natural, tan natural como el paso de las estaciones y las pocas. El sufrimiento obediente no slo ser aceptado, sino que ser el principal vehculo de salvacin que propone la doctrina cristiana. Tanto es as

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    que poco pas para que la Iglesia misma fuera la Corona (como ya hemos sealado). Cada vez su intereses se ligan ms, se confunden ms, si bien no se funden se hacen si ms estrechos e interdependientes. Prebendas, Papas de dudoso linaje, convenientes absoluciones o excomunio-nes y la aplicacin de un credo a la carta que nunca o muy pocas veces contradeca los inte-reses sin limites de los Reyes... persecuciones, Autos de Fe, combate a la ciencia, la razn y el pensamiento, guerras revestidas de altruismo y celo religioso, son algunas de las caractersticas de este periodo de la civilizacin occidental que sobrepasar incluso la Edad Media y se interna-r, bien adentro en muchos casos, de la propia Modernidad.

    De manera simultanea, en ese mundo que ya no es el mismo y de la mano de una burgue-sa empieza a tomar conciencia de ser una clase en si y para s, empiezan a surgir en la iglesia y en la sociedad expresiones de rechazo al status quo. El dogma cristiano empezar a sufrir las presiones de las nuevas relaciones econmicas

    y sociales hasta llevarlo al punto de la escisin cismtica cuando las posibilidades de regenera-cin interna se hubieron agotado. Hay una re-

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    lacin no directa pero si muy estrecha entre ca-pitalismo y protestantismo como la hay tambin entre catolicismo y feudalidad. El ataque a la iglesia romana terminar siendo por contigi-dad un ataque feroz al absolutismo monrquico y ms tarde a los histricos privilegios de la so-ciedad aristocrtica en general. En ese marco el Concilio de Trento es la respuesta a la respuesta de los reformadores. Una contrarreforma que tambin intentar ser autorreforma y tratar de sobrevivir a las demandas de los rebeldes cambiando lo que haga falta para no cambiar demasiado. Por eso las "guerras de religin" que sobrevendrn, que si lo fueron no dejaron de ser tambin "guerras mundanas" en trmi-nos poltico econmicos y sociales, el preludio de la lucha de clases y la revolucin burguesa que conmover al mundo en los siglos venide-ros. La crtica de Lutero en ese sentido, y la de todos los que lo antecedieron como San Fran-cisco de Ass, era necesaria e inevitable y debe enmarcarse en estas circunstancias epocales o ms bien de cambio edad. La venta de indulgen-

    cias, el celibato impuesto a los sacerdotes para posibilitar la concentracin e inalienabilidad de las propiedades eclesiales, la connivencia del poder de la Iglesia y el de los monarcas, y en consecuencia las convenientes interpretaciones y tergiversaciones para conformar y convalidar ese poder de manera mutua no poda dejar de ser visto como una especie de degeneracin de la predica evanglica, pero adems y por sobre todo, como un serio impedimento para el desa-rrollo material e intelectual de la humanidad. Los derroteros del protestantismo estaban mar-cados tambin (y como es lgico) por esta opcin que se presentaba ineludible en aquel tiempo. Como contrapartida plantearn devolver la Fe al plano de lo individual sin la obligada mediacin de la Iglesia. Otras veces buscarn un camino nacional como el anglicanismo, el luteranismo en Alemania o el calvinismo en Blgica y los Pases Bajos. Austeridad, racionalidad y mer-cantilismo no podan convivir con una realidad feudal como la que representaba la Iglesia hasta ese entonces. Tampoco una refocalizacin de la

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    Fe en la figura de Cristo con al accionar asimi-lativo del catolicismo en relacin a las creencias y tradiciones de las religiones antiguas ahora paganas que ahora se reabran con la conquista del Nuevo Mundo. Lo reformadores acusan a la Iglesia de apostasa, es decir, de abandonar la verdadera Fe a base de tergiversarla, reacomo-darla e incorporarle elementos paganos que a su vez permitan una hegemonizacin poltica, econmica y cultural de viejo cuo, es decir, al modo de los viejos imperios. El protestantismo se plantear lo mismo pero bajo nuevas formas, mercantilismo e ilustracin para el progreso de Europa, colonialismo y positivismo cuando se lo lleve a la periferia del mundo.

    Como podemos ver, si bien en esta poca del Concilio celo religioso y capitalismo aun podan ser diferenciados, prontamente conver-gern hasta mimetizarse cuando la conquista del Nuevo Mundo se vaya profundizando y el capitalismo extractivo revelando su potencial. Tal es as que es esta irrupcin de Amrica en la civilizacin occidental la que posibilitar con

    sus enormes riquezas el advenimiento de un nuevo sistema a partir del proceso de acumu-lacin primaria del capital que representar la conquista.

    La aculturacin en ese marco se liga al propio proceso de dominacin y al saqueo donde ya no habr sustanciales diferencias entre el bandole-rismo protestante y el bandolerismo catlico.

    Por eso para entender lo que sucedi en Amrica hay que entender lo que ya haba su-cedido antes de su descubrimiento. En ese sen-tido no hay ninguna originalidad en relacin a los procesos aculturales y transculturales de Amrica si los comparamos con los de la propia civilizacin occidental. Si bien el sincretismo es singularmente importante en nuestro continen-te no es un fenmeno estrictamente exclusivo. Como hemos visto la Iglesia en su largo cami-no hacia la universalizacin del cristianismo lo us ampliamente hasta convertirse en un agen-te acultural de primer orden. La propia civiliza-cin se homolog a ella al punto que empezar a llamarse occidental y cristiana, dos trminos

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    desde entonces indisolubles que no hacen mas que reafirmarse el uno al otro.

    Si vemos la historia de las religiones, y den-tro de ella la del cristianismo y el catolicismo, nos daremos cuenta que lo sucedido en Amrica era en realidad su modo de ser mas genuino. En su cruzada misionera fue tergiversando y re-significando el calendario sa-grado ancestral de los pueblos con que se top a travs de la superposicin con el suyo pro-pio. Fue buscando similitudes y equivalencias entre las dei-dades y las historias, levant sus iglesias sobre los lugares que ya eran sagrados (inclu-so con las misas piedras) para que en la confusin el cristia-nismo surgiese como la conti-nuidad superadora y natural de muchas de las creencias preexistentes. En ese proce-so arduo y consiente de acul-

    turacin, a veces a sabiendas otras ignorando, el cristianismo y el catolicismo fueron minados en lo profundo por los smbolos y significados de las cosmovisiones de esos pueblos a los que aculturaban. Por eso hablbamos al principio de que este era un proceso de doble direcciona-lidad. El cristianismo se haba conformado as.

    La asimilacin y superposicin de creencias nuevas y preexis-tentes, fue el mtodo por el cual dej de ser un movimiento sectario judo para convertirse en religin universal y mas tar-de excluyente. En este proceso muchas otras interpretaciones fueron declaradas herticas y desaparecidas y otras en con-trapartida tomadas como pro-pias. Esta asimilacin no fue slo formal y anecdtica, sino real y profunda. Muchas de las ideas y conceptos fundamenta-les de las religiones ms impor-

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    tantes que le antecedieron fueron tomadas para esta autoconstruccin interesada. Aquella secta de judos que se alzaron contra la hipocresa y la formalidad de sus sacerdotes, fue asimilando (a medida que se iban imponiendo en su seno las tendencias ms universalistas como las de San Pedro y San Pablo ), las creencias, concep-tos y cosmovisiones de las principales religiones y corrientes filosficas de su tiempo. Desde el mazdesmo, al culto a Isis, desde el estoicismo al gnosticismo, el cristianismo primitivo fue adap-tando permanentemente su mensaje mediante la asimilacin, la eliminacin o la resignifica-cin. Slo as puede explicarse el hecho de que una secta minscula y proscripta de una reli-gin perifrica, colonial y minoritaria pasase a ser en un corto lapso la "religin oficial" de un imperio planetario como el romano. Cada nueva conquista en este viaje a la hegemona iba impo-niendo al cristianismo y al catolicismo nuevas exigencias para legitimarse. La seleccin y or-denamiento de los evangelios, la exaltacin de diversos aspectos y mensajes de Jesucristo en

    detrimento de otros, pueden explicarse por esta conveniencia. Conveniencia que tiene unos de sus puntos ms altos en el descarte de una par-te importante de sus propias crnicas llamadas a partir de ese momento "apcrifas". Tambin en el cambio interesado de roles y preeminencias de muchos de los que compartieron la predica del carpintero de Beln y que pasaron casi al olvido, fueron denostados o cobraron una im-portancia que originalmente no tenan3. Visto de este modo se puede afirmar que la religin catlica es una gran obra de ingeniera deter-minada a cada momento por las caractersticas poltico, sociales, econmicas y culturales del poder fctico con el que le toco convivir4. Esto

    3 Los que sostienen este tipo de teoras asignan a la madre de Jess un rol totalmente secundario dentro del cristianismo primitivo, no as a personajes como Magdalena e incluso Ju-das de quien se ha encontrado un interesante evangelio mas tarde descartado y declarado apcrifo.4 Slo as se explica el largo y complejo camino que llev al cristianismo de ser una secta disidente juda a religin ofi-cial del Imperio Romano despus y luego, a la cada de este,

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    no alberga ninguna valoracin denostativa a la Fe cristiana que como toda Fe merece el mayor de los respetos. Lo que estamos tratando aqu es la Iglesia como institucin, como poder fc-tico (que lo fue y lo es) con una historia y una actitud ante la historia. Una institucin que se convirti en el rasero de la humanidad, en el sustento de la civilizacin occidental y que fue tambin el sustento espiritual de la conquista, el exterminio y la colonizacin de Amrica. Esa Iglesia Catlica que se rene en Trento para re-

    solver el tema de los sacerdotes rebeldes que la cuestionaban en lo profundo, no es una Iglesia falta de experiencia en esto de adaptarse, dar respuestas, reformular sus contenidos a la luz de cuestiones que tienen como fondo su conti-nuidad y vigencia. Todo lo contrario es cierto, la Iglesia Catlica Apostlica y Romana, a pesar de las crisis casi terminales que ha tenido que sobrellevar a lo largo del tiempo, ha demostrado a lo largo de su historia ser un edificio lo sufi-cientemente slido como para sobrevivir a ms de un estruendoso terremoto.

    Dentro de este marco el Arte Barroco (que es lo que nos interesa) es la respuesta concreta a una de esas crisis en el plano de la represen-tacin. Un afilado instrumento dentro de una verdadera estrategia desplegada por Roma ante quienes amenazan su monopolio espiritual en occidente. Es por eso que se lo ha definido como un arte de "contrarreforma" y es exacto que as se entienda en el caso europeo ya que fue un arte impulsado, concebido y ejecutado por ver-daderos soldados de la Fe frente a las amena-

    religin de los nuevos reyes brbaros. Ni la revolucin fran-cesa, ni el nazifascismo alter la autoridad y universalidad de la Iglesia de Roma, dictaduras, democracias, regmenes ms o menos xenfobos o reaccionarios, a todos se adapt la iglesia institucin y a todos los sobrevivi. Estas compli-cidades y comercio de valores no es en modo alguno ni un juicio de valor hacia la fe cristiana ni siquiera a la de los mu-chos sacerdotes y laicos que actuaron en sentido inverso a las jerarquas, es simplemente la historia de esa institucin documentada y verificable. La conquista de Amrica es uno

    de esos captulos donde justamente veremos tanto la norma como la excepcin que la confirma.

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    Detalles del Mosteiro da Batalha en Portugal

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    zas que quienes quieren disolver ese poder para reemplazarlo por otro. El Papa necesita en ese momento exaltar la grandiosidad y magnificen-cia de la Iglesia tanto como difundir su inter-pretacin de las Sagradas Escrituras a travs de imgenes y obras arquitectnicas que con-muevan el alma del hombre comn de aquellos tiempos a quienes no slo quiere retener sino a quienes adems quiere ganar cuando se trate de pueblos fuera de su esfera como lo son los de las nuevas tierras descubiertas. Tengamos en cuenta qu es la imagen en esta poca de la que hablamos?. Una poca donde la gran mayo-ra de la poblacin (incluso muchos nobles) no saban ni leer ni escribir. Una poca donde las misas se celebraban en latn (una lengua casi ininteligible para el comn), una poca de una gran indigencia material donde los campesi-nos vivan en habitaciones muy precarias y las grandes infraestructuras eran prcticamente las que haban sobrevivido del Imperio Roma-no. En esa precariedad se levantaron las gran-des catedrales gticas que aun nos sorprenden

    y que luego fueron recargadas discursivamente con los murales y pinturas, bajorrelieves, vidrie-ras y policromados hasta llevarlos al paroxismo del Barroco. (Imagnense lo que eran esas cate-drales para el campesino misrrimo que viva en una choza).

    Casi se podra establecer una correspon-dencia directa entre esta exuberancia y el es-pritu beligerante del Barroco. Beligerancia que est en la base de su nacimiento y que en cierto modo explica a travs de su afn propagands-tico su obsesin por el mensaje y su efectismo grandilocuente5. Carlos V (I de Espaa), Empe-

    5 Tal es as que en 1622 se crea la Propaganda Fide, una congregacin de la Santa Sede fundada por el Papa Gregorio XV con la doble finalidad de difundir el cristianismo en las

    zonas en las que an no haba llegado el anuncio cristiano y defender el patrimonio de la fe en los lugares en donde la llamada hereja haba puesto en discusin el carcter genuino de la fe. Por lo tanto, Propaganda Fide era, en la prctica, la Congregacin a la que estaba reservada la tarea de organizar toda la actividad misionera de la Iglesia pero tambin sus contenidos reactivos a la crtica reformista.

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    rador del Sacro Imperio Ro-mano Germnico, soberano de un tercio del mundo que hoy conocemos, intent hasta ltimo momento evitar el cis-ma de la Iglesia frente a las amenazas del islam y el ju-dasmo. El cisma protestante viene a amenazar un poder ya amenazado. En esa verda-dera cruzada la Espaa que nos conquist perdi todo lo que saque en Amrica tratando de defender no slo una religin sino ms exactamente una vi-sin medieval caballeresca del mundo y una in-terpretacin muy concreta de lo que era y deba ser el cristianismo. Ya en los albores de la mo-dernidad y del capitalismo Espaa segua su-mergida e imbuida en aquel mismo espritu con que los monjes ya siglos atrs se haban armado como caballeros para rescatar el santo sepulcro de manos de quien pensaban herejes. A pesar de los siglos la tarea no haba cambiado. Mien-

    tras otros ms pragmticos y mezquinos como Francia e Inglaterra se dedicaron a acrecentar su poder y fortu-na, la Espaa del sueo ca-balleresco se dedic a pelear contra turcos, rabes, pro-testantes y sectarios, como impelida por una voz divina que la empujaba a defender la existencia misma de Dios. Por eso no es exagerado hablar

    de beligerancia ya que ese "concilio ecumnico" realizado en Trento tuvo como principales ani-madores a los sacerdotes de una orden reciente-mente creada (Compaa de Jess) que a su vez seran los que llevaran al Barroco Americano a sus mximas posibilidades. A Dios rezando y con el mazo dando tranquilamente podra haber sido acuado a su imagen y semejanza. Una verdadera orden militar religiosa que de-penda directamente de la autoridad del Papa, situacin sta que la diferenciaba de la mayora

    Ignacio de Loyola fundador de la Compaa de Jess

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    de las existentes en ese momento y que termina-ra siendo uno de los factores de peso a la hora de declarar, dcadas despus, su disolucin, al momento que los Reyes intentaron recuperar su autonoma frente a la Iglesia de Roma .

    El Concilio de Trento obviamente no se dedi-c de manera exclusiva a definir lo que mas tar-

    de conoceramos como Barroco pero si encontr en l una de sus mejores vidrieras. Fruto de presiones ya casi insostenibles, el Papa Clemen-te VII, despus de fracasada la mediacin del Emperador Carlos V en la Dieta de Worms en el ao 1521, tuvo que convocar al concilio. Ante el descontento de los protestantes, y despus de muchas interrupciones y aplazamientos, los partidarios de Roma (nicos asistentes) logra-ron promulgar una serie de medidas que si bien no modificaban en lo sustancial la visin que la Iglesia tena sobre temas doctrinarios y del culto, tendieron si a asimilar parte de las crticas que los protestantes le hacan con absoluta justicia. El concilio termin ratificando la necesidad de la existencia mediadora de la Iglesia para lograr la salvacin del hombre, reafirmando tambin la jerarqua eclesistica,y en consecuencia la au-toridad del Papa. Se estableci la obligatoriedad de la predicacin los das domingos y de fiestas religiosas y la imparticin de la catequesis a los nios, el registro de los nacimientos, matrimo-nios y fallecimientos. Se reafirm tambin la

    Lutero y Calvino

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    plena validez de los siete sacramentos, y de la necesaria correspondencia entre la fe y el accio-nar de las personas, sumadas a la influencia de la gracia divina, para lograr la salvacin. Esto desacreditaba de manera indirecta las prdicas Lutero quin sostena que el hombre se salva slo por la fe. Tambin se desacredit la tesis de la predestinacin de Calvino quien aseguraba que el hombre est predestinado a su salvacin o condena. Los santos tambin fueron reivin-dicados al igual que la misa y la existencia del purgatorio. La Inquisicin que haba surgido en el Siglo XVII para expurgar a Francia de los he-rejes ctaros fue restablecida bajo la denomina-cin de Santo Oficio. Se cre el ndice de libros prohibidos para censurar las teoras cientficas y la ideas en general que pudieran ser contra-rios a la fe catlica. Se public la edicin defini-tiva de la Biblia, sostenindola como fuente de la revelacin de la verdad divina, pero otorgando tambin dicho carcter a la tradicin, negndo-se su libre interpretacin, considerando sta, una tarea del Papa y los obispos, herederos de

    San Pedro y los apstoles, a quienes Cristo les haba asignado esa misin.

    En este contexto y como prolongacin de estas medidas surge el Barroco que, como ya dijimos, ser en lo esttico una expresin de es-tas contramedidas de la Iglesia Catlica Apos-tlica y Romana ante los que a estas alturas ya se escindan de su seno. No obstante esta car-ga dramtica, fue un estilo permeable, mucho mas que sus antecesores. En la prctica estuvo muy sujeto a las particularidades nacionales de cada pas cosa que puede verse sobre todo en la pintura y aun en la arquitectura donde, como antao, convivan elementos del romnico, del gtico, del mozrabe o el renacimiento. Esto no quita ni minimiza la intencionalidad que le apuntamos sino que la matiza dndole un ras-go nacional. Tal vez esta actitud fundente del Barroco (su adaptabilidad y permeabilidad) es lo que termina abonando su no reconocimiento como estilo, sino ms bien, como una actitud expresada en la arquitectura como mera de-coracin y falta de simetras. De todos modos

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    ya hemos dado nuestra opinin al respecto. El solo hecho de que artistas como Vivaldi, Scar-latti, Purcell o Sebastan Bach sean incluidos en l, el solo hecho que pintores como Carava-gio, Rembrant, Rubens, Velazquez; o escritores como Shakespeare, Sor Juana Ins de la Cruz, Gngora o Quevedo, arquitectos como Bernini y Borromini hayan sido considerados Barrocos sin que nadie se atreva a cuestionarlo, nos da una idea de lo antojadiza y pretenciosa de esta intencin denostativa de la cual ya nos hemos ocupado largamente.

    Podramos hablar de las magnificencias que el Barroco en cada una de sus escuelas naciona-les dej en Europa pero, como ya definiramos al principio, no es el objetivo de este trabajo y en contrapartida slo lo haremos cuando hable-mos del Barroco nuestro si las circunstancias necesariamente lo requieren. Queda slo inter-narnos sin ms en l explorando esas particu-laridades que tuvo en Amrica y que son ms el resultado de una intencin y de una actitud, que una suma de logros y resultados agrupados

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    bajo estrictos cnones que nos llegan siempre de afuera. El Barroco Americano, como bien in-dica Ramn Gutierrez, debe pensarse desde un punto a medio camino entre la subestimacin eurocntrica y el nihilismo de un americanismo quimrico tan irreal como irreflexivo. El pun-to es que aqu, ese arte nacido en Europa bajo otras circunstancias polticas, culturales, eco-nmicas y sociales, se convirti en otra cosa por la mediacin del solo acto de la conquista. El Barroco no vino aqu a luchar contra el protes-tantismo. El Barroco vino aqu a evangelizar, a profundizar la conquista espiritual de pueblos de los que hasta dudaba pudieran o no ser con-siderados humanos.

    Esta otra deriva del Barroco es la que en ver-dad nos interesa. La Iglesia se enfrenta a la po-sibilidad de ganar para si, en medio de esta gue-rra que ya est planteada y que hemos abordado extensamente, una cantidad indeterminada de fieles y de territorios. De pronto esta misin que pareca accesoria pasa al centro de la escena y termina transformando a aquel estilo de mane-

    ra grandiosa en el fenmeno que nos ocupa y que analizaremos en profundidad.

    En el ao 1494 el Tratado de Tordesillas, bajo los auspicios del Papa Alejandro VI, repar-ti entre las coronas de Aragn y Castilla y el Reino de Portugal el mundo no cristiano. Cuan-do se firm este acuerdo no se tena siquiera conocimiento de que lo que haba descubierto Coln era un nuevo continente. La intencin de la Iglesia fue la de poner orden entre dos de sus dilectos paladines (Espaa y Portugal) ante los problemas suscitados de la interpretacin que ambos hacan del anterior tratado de Alcovas firmado en 1479 y que pona fin a las disputas sucesorias del Reino de Castilla, al tiempo que refrendaba la exclusividad portuguesa sobre las costas de frica que ahora los lusos crean cuestionada por el descubrimiento de Coln. La letra del tratado deca sencillamente que todas las tierras al oeste de Cabo Verde (descubier-tas y por descubrir) quedaban bajo la exclusi-vidad de Espaa, lo cual no quera decir mu-cho si sacamos el aun no descubierto como tal

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    continente americano. El tema es que Coln no haba llegado a Qatay o Cipango (actuales cos-tas de China y Japn) sino a las islas Bahamas (y Yaez de Pinzn al Brasil en 1500) lo cual, como ya hemos dicho multiplic en un solo acto el tamao del mundo conocido, pero tambin revivi antiguas rivalidades y ambiciones insa-tisfechas. Cuando Europa toma conciencia real de que esta frente a un nuevo mundo aquel tra-tado toma una nueva significacin. Cada nue-va expedicin agrandaba exponencialmente la fisonoma de la antes incgnita geografa ameri-cana, y a medida que el tamao creca crecan tambin las tensiones entre las potencias euro-peas, y tambin el celo de los espaoles. La Igle-sia tambin se sinti conmocionada a medida que se iba teniendo conciencia de la maravilla. Una cosa eran unos misioneros en una tierra tan hostil cultural y filosficamente como poda ser la China y Japn y otra la posibilidad de evangelizar a un continente de millones de per-sonas y de riquezas inimaginables. Si pensamos que el Cuzco de los Incas era por ese entonces

    la ciudad ms habitada del mundo, comprende-remos claramente lo que aquello representaba para Iglesia y Estado. Aquella segunda impron-ta, casi accesoria, con que haba sido pensado el Barroco contrarreformista (la evangelizacin de los gentiles) termin siendo la principal cuando la conquista se desplaz del Caribe a Mxico y Per, y dej de ser la conversin y el abuso de un puado de adnicos e indigentes indios cari-beos, para comenzar a ser la evangelizacin de millones de hombres y mujeres de dos altos im-perios de descomunal riqueza. Fue as, casi de manera abrupta que ese arte beligerante nacido al calor de la disputa intestina en el seno de la Iglesia, pas a ser de inmediato un arte evange-lizador y misionero, de expansin y de conquis-ta, cuando subido a las naves se dirigi a los Nuevos Mundos ganados por vidos capitanes de dudosa herldica.

    Aqu una vez ms Iglesia y Estado se dieron la mano y prontamente el Barroco fue adaptado a tales desafos. Junto a su necesidad de evan-gelizar fue naturalizndose tambin la preocu-

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    pacin por legitimar el poder terrenal de la Co-rona y el derecho que esta tena de sojuzgar los pueblos que hasta entonces desconoca.

    No es de extraar entonces que la Iglesia haya sido el nico y excluyente tutor y mecenas de las artes en las tierras que se anexaban a Castilla y Portugal durante el tiempo que va desde la Con-quista hasta la Independencia. "Tutelaje sin con-trapesos" dice Gutierrez con acierto. No pudo ser de otro modo, este "Arte Colonial", y que otros llamaron "Novohispano", termin siendo en la prctica no slo la introduccin de una fe religio-sa, sino tambin una jerarqua clara. La Corona dej en manos de la Iglesia la problemtica de la legitimacin. Una legitimacin doble expresa-da en los retablos y pinturas, donde se poda ver sin dificultad la genealoga del poder Real que era en definitiva la misma que la de la Iglesia. Ms adelante podremos incluso estudiar alguna iconografa muy reveladora sobre este particular donde veremos por ejemplo fundirse y confun-dirse a santos y soldados en un slo personaje. Esta genealoga comenzaba en Dios y descenda

    hasta el funcionario o encomendero pasando por el Rey, la Iglesia y sus mrtires. Son este tipo de fenmenos los que terminarn imprimindo-le al Barroco una serie de particularidades que en Europa no tuvo. Particularidades que ms all de las motivaciones pueden hasta haberlo convertido en otra cosa, un producto diferencia-do que no fue pensado tal cual result por los telogos y funcionarios de Roma, y que termin transformando los dos trminos antagnicos de la ecuacin (dominador/dominado), al punto de volver a ambos, al cabo de dos o tres generacio-nes, en parte fundante de ese sustrato espiritual que los segregara de la metrpolis dndoles una nueva autonoma. Por eso es importante diferen-ciar aqu que una cosa son los mviles, las inten-ciones y estrategias aculturales de la Iglesia (ni-co y excluyente mecenas de las artes coloniales americanas) y otro muy distinto son los rumbos y las consecuencias que ese proceso acultural tom y tuvo. La misma estrategia y los mismos mecanismos que el evangelista utiliz para sub-vertir el orden sensible y espiritual de los gentiles

  • 49Barroco un modo de ser americano

    habitantes originarios, fue usado por el indiano para subvertir a travs del contrabando simbli-co el mundo sensible y espiritual del conquista-dor. Qu grado de conciencia o conocimiento de estos mecanismos tuvieron cada uno de los ac-tores de esta relacin dominador/dominado? Es algo que ya no podemos precisar, lo que si queda claro es que ambos tuvieron esa intencionalidad inicial sin dejar de ser probable que en el medio del proceso la olvidaran. Ese olvido (que no es tal) son los primeros y graduales resultados de una transculturalidad de ida y vuelta que como ya hemos dicho termin alterando los trminos iniciales y antagnicos de la ecuacin.

    Este proceso tan extrao que acabamos de describir ciment las bases de una nueva na-cionalidad que no fue ni deseada ni planifica-da. El slo contacto con su inevitable derrotero de dilogos deseados y no deseados, encontr a ambos lados una permeabilidad que hizo po-sible que se dieran puntos de encuentros aun en un marco general de confrontacin entre el conquistador y el conquistado. A nivel de lo

    sensible los peninsulares no encontraron aqu hostilidad sino ms bien receptividad a sus de-nodados intentos. Mas all de la resistencia fsi-ca, de la guerra en s, haba en el pensamiento original americano una psicologa pasible de ser fecundada con un nuevo mensaje religioso ms all del carcter terrible con que este mensa-je se revelaba. El indio no conceba la realidad sino como una realidad sagrada y en esto frai-les e indianos no tenan ningn conflicto. Slo se necesitaba identificar un mundo con el otro, empalmar las nuevas ideas como continuidad superadora de las anteriores y as sucedi en cierta manera naturalmente, ya que como cons-ta en las crnicas los indios, se pensaron una vez ms en el tiempo mtico y asignaron de in-mediato al conquistador un rol en su cosmogo-na. En esto estuvieron muy claros los jesuitas y los frailes de diversas rdenes generalmente mendicantes. Mucho antes que las imprentas funcionaran en los centros neurlgicos desde donde se llevaba a cabo la conquista, ya se im-priman libros en las misiones. Obras traduci-

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    das al guaran, al quechua, al nahual, lo que implica no slo un conocimiento del idioma sino de aquello que las palabras representaban. No es casualidad que los evangelistas hayan sido los primeros y tal vez mejores investigadores y etnlogos de aquel mundo antecolombino. Al co-nocer el numen seguramente empezaron a tener una visin diferenciada de aquella que tenan las autoridades seglares, y tambin por ese ca-mino hasta llegaron a enfrentarse con el poder de la Corona.

    Ya nos ocuparemos ms adelante del origi-nal ensayo que llevaron adelante los jesuitas en sus famosas misiones. Sin nimo de abrir un juicio ahora sobre su controvertida obra, apunto solamente que tuvieron otra actitud. Una acti-tud que ms all de los fines, gener el mbito de un intercambio simblico que tuvo muchas veces resultados exitosos como veremos. Resul-tados que hoy perduran y que ya son parte de lo ms genuino de nuestro ser.

  • 51Barroco un modo de ser americano

    Aculturacin y sincretismo

  • 52 armando de magdalena

    Si bien parecen trminos antagnicos, aculturacin y sincretismo son dos fen-menos que pueden darse de manera si-multanea en un mismo proceso intercultural. Los dilogos entre culturas son casi siempre complejos y estn basados en un sistema de prstamos y transferencias. Las culturas ms desarrolladas terminan siempre aculturando6 a las que no lo son, por eso cuando se dan pervi-vencias quiere decir que esa cultura que preten-de aculturar (incluso a veces por la fuerza) no es para el otro tan seductora como se pretende. Cuando la aculturacin se da por propio peso, es decir en una relacin no violenta o traum-

    tica, la adopcin es voluntaria y se consuma en aquellos aspectos que son vistos como continui-dad superadora o simple superacin. Cuando es traumtica y violenta es posible que el universo que se quiere sustituir resista y recurra para ello a una serie de mecanismos que podramos llamar: sincrticos.

    I Sincretismo es aceptacin aparente. Una si-

    tuacin en la que el dominado acepta el ropaje de lo estatuido y deseable conservando hacia el in-terior los contenidos que vienen a suplantar eso que le va siendo entregado como paradigma. Ge-neralmente se asocia este fenmeno a lo religio-so, aunque generalmente como veremos en este

    6 Esto es simplemente un axioma, sea por la fuerza, sea por sola influencia la cultura ms desarrollada es tomada en

    aquello que sobresale por los pueblos que estn por debajo de ese desarrollo. Hay si queremos una cierta nivelacin en las relaciones humanas desde que el hombre es hombre. Tal es as que incluso culturas desarrolladas que eventualmente son sometidas por pueblos que estn por debajo de su ni-vel terminan aculturando a sus opresores. Uno de los casos

    ms identificables es el de la cultura romana en relacin a

    los reyes brbaros. En ese caso el vencido acultur casi de manera total a su opresor, en otros (como veremos en este trabajo) existe un comercio no demasiado claro o categrico en relacin al predominio de unos u otros.

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    trabajo a travs de muchsimos ejemplos se da a una escala mayor en la esfera total de la cultura (es decir, de la actividad humana).

    Esta sustitucin de una cultura por otra no siempre logra sus objetivos (o no los logra al me-nos de manera acabada y total). No pocas ve-ces esa cultura que se impone, termina siendo contaminada y hasta a veces reconvertida por la que resiste. Esto es posible porque nos move-mos casi de manera exclusiva en un plano sutil, subliminal e inconsciente y por ende no siem-pre tenemos la capacidad de detectar elemen-tos y mecanismos que parecen intrascendentes o anecdticos (folclricos incluso) pero que en realidad remiten a lo profundo.

    El sincretismo opera por analoga, busca equivalencias simblicas entre uno y otro uni-verso y una vez que las identifica los trueca para que lo prohibido pueda latir bajo la ms-cara de lo aceptado. El dominador no sabe o se da cuenta muy tarde de esta operatoria, y cuando lo hace ya est legalizada. Otras veces es l el que elige pagar el precio para poder co-

    locar en la grilla un elemento que le interesa. Vemos que en esto no slo hay premeditacin y caminos de ida y vuelta sino que hasta un cierto grado de comercio interesado. Esta acep-tacin de los contenidos agregados al propio es lo que el cubano Fernando Ortz describi como "transculturacin". Por eso no pueden dejar de darnos ternura el asombro de los Cronistas de Indias ante la tremenda "devocin del indio", o su "repentina conversin", "facilidad para asi-milar y comprender" los misterios de la Nueva Fe. En realidad no se daban cuenta que se es-taban deslizando sobre la superficie sin llegar a comprender lo que suceda en lo profundo.

    Esto que ya es normal en cualquier proceso de estas caractersticas es ms esperable aun cuando el acto acultural es burdo y grotesco. Si tenemos en cuenta que el acto de conversin era un verdadero ultimatun no es difcil entender de que se trata el sincretismo.

    No vamos a reproducir aqu la llamada "le-yenda negra". Todos sabemos con mayor o menor precisin de que se trat la Conquista. Lo cierto

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    es que ante las presiones de algunos de los me-jores telogos de aquella poca, que se quejaban ante el Rey de los tremendos abusos cometidos contra los indianos por adelantados y encomen-deros, Fernando II de Aragn mand confeccio-nar una pieza argumental que deba ser leda con obligatoriedad ante cada nuevo contacto y antes tambin de tomar cualquier accin. La pieza en cuestin se llam "Requerimiento" y tuvo obliga-toriedad de aplicacin durante dcadas. Aqu la reproducimos de forma ntegra para que tangan idea de que estamos hablando.

    RequerimientoDe parte del rey, don Fernando, y de su hija,

    doa Juana, reina de Castilla y Len, domadores de pueblos brbaros, nosotros, sus siervos, os no-tificamos y os hacemos saber, como mejor pode-mos, que Dios nuestro Seor, uno y eterno, cre

    el cielo y la tierra, y un hombre y una mujer, de

    quien nos y vosotros y todos los hombres del mun-do fueron y son descendientes y procreados, y to-

    dos los que despus de nosotros vinieran. Mas por la muchedumbre de la generacin que de stos ha salido desde hace cinco mil y hasta ms aos que el mundo fue creado, fue necesario que los unos hombres fuesen por una parte y otros por otra, y se dividiesen por muchos reinos y provincias, que en una sola no se podan sostener y conservar.

    De todas estas gentes Dios nuestro Seor dio cargo a uno, que fue llamado san Pedro, para que de todos los hombres del mundo fuese seor y su-perior a quien todos obedeciesen, y fue cabeza de todo el linaje humano, dondequiera que los hom-bres viniesen en cualquier ley, secta o creencia; y diole todo el mundo por su Reino y jurisdiccin, y como quiera que l mand poner su silla en Roma, como en lugar ms aparejado para regir el mundo, y juzgar y gobernar a todas las gentes, cristianos, moros, judos, gentiles o de cualquier otra secta o creencia que fueren. A este llamaron Papa, por-que quiere decir admirable, padre mayor y gober-nador de todos los hombres.

    A este san Pedro obedecieron y tomaron por seor, rey y superior del universo los que en

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    aquel tiempo vivan, y as mismo han tenido a to-dos los otros que despus de l fueron elegidos al pontificado, y as se ha continuado hasta ahora, y continuar hasta que el mundo se acabe.

    Uno de los Pontfices pasados que en lugar de ste sucedi en aquella dignidad y silla que he dicho, como seor del mundo hizo donacin de estas islas y tierra firme del mar Ocano a los dichos Rey y Reina y sus sucesores en estos rei-nos, con todo lo que en ella hay, segn se contie-ne en ciertas escrituras que sobre ello pasaron, segn se ha dicho, que podris ver si quisieseis.

    As que Sus Majestades son reyes y seores de estas islas y tierra firme por virtud de la dicha donacin; y como a tales reyes y seores algu-nas islas ms y casi todas a quien esto ha sido notificado, han recibido a Sus Majestades, y los han obedecido y servido y sirven como sbditos lo deben hacer, y con buena voluntad y sin nin-guna resistencia y luego sin dilacin, como fue-ron informados de los susodichos, obedecieron y recibieron los varones religiosos que Sus Altezas les enviaban para que les predicasen y ensea-

    sen nuestra Santa Fe y todos ellos de su libre, agradable voluntad, sin premio ni condicin al-guna, se tornaron cristianos y lo son, y Sus Ma-jestades los recibieron alegre y benignamente, y as los mandaron tratar como a los otros sbditos y vasallos; y vosotros sois tenidos y obligados a hacer lo mismo.

    Por ende, como mejor podemos, os rogamos y requerimos que entendis bien esto que os hemos dicho, y tomis para entenderlo y deliberar sobre ello el tiempo que fuere justo, y reconozcis a la Iglesia por seora y superiora del universo mundo, y al Sumo Pontfice, llamado Papa, en su nombre, y al Rey y reina doa Juana, nuestros seores, en su lugar, como a superiores y reyes de esas islas y tierra firme, por virtud de la dicha donacin y consintis y deis lugar que estos padres religio-sos os declaren y prediquen lo susodicho.

    Si as lo hicieseis, haris bien, y aquello que sois tenidos y obligados, y Sus Altezas y nos en su nombre, os recibiremos con todo amor y ca-ridad, y os dejaremos vuestras mujeres e hijos y haciendas libres y sin servidumbre, para que

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    de ellas y de vosotros hagis libremente lo que quisieseis y por bien tuvieseis, y no os compele-rn a que os tornis cristianos, salvo si vosotros informados de la verdad os quisieseis convertir a nuestra santa Fe Catlica, como lo han hecho casi todos los vecinos de las otras islas, y allende de esto sus Majestades os concedern privilegios y exenciones, y os harn muchas mercedes.

    Y si as no lo hicieseis o en ello maliciosamen-te pusieseis dilacin, os certifico que con la ayu-da de Dios nosotros entraremos poderosamente contra vosotros, y os haremos guerra por todas las partes y maneras que pudiramos, y os su-jetaremos al yugo y obediencia de la Iglesia y de Sus Majestades, y tomaremos vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos y los haremos es-clavos, y como tales los venderemos y dispondre-mos de ellos como Sus Majestades mandaren, y os tomaremos vuestros bienes, y os haremos to-dos los males y daos que pudiramos, como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su seor y le resisten y contradicen; y protestamos que las muertes y daos que de ello se siguiesen

    sea a vuestra culpa y no de Sus Majestades, ni nuestra, ni de estos caballeros que con nosotros vienen. Y de como lo decimos y requerimos pe-dimos al presente escribano que nos lo d por testimonio signado, y a los presente rogamos que de ello sean testigos.

    Como podemos ver claramente, en este texto que no deja de ser un gran logro de sntesis, se expresa de manera impecable todo lo que tedio-samente hemos querido explicar en la primera parte de este trabajo. Aqu se ve claramente el linaje de este modo de entender la cristiandad. Se ve claramente la superposicin de la Iglesia y el poder terrenal de los Reyes. Se ve claramen-te la actitud ante el otro y por sobre todo el carcter mesinico y excluyente de la empresa de conquista del Nuevo Mundo. Realmente los invito a releerlo y reflexionar.

    Retomando la cuestin queda claro que las opciones que planteaba este requerimiento no eran muchas: vivir o morir. Ms all de que fue morir por la sencilla razn de que (aunque pa-rezca increble y ridculo) los indios no iban a

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    entender una lengua que les era totalmente des-conocida (tal como pretendan los autores del texto) este tipo de conversin, aun cuando se diera, lo nico que lograba era una pura exterio-ridad bajo la cual el originario, con sus templos destruidos, su lengua prohibida, sus prcticas y sus fiestas erradicadas y demonizadas, sigui adorando a los viejos dioses bajo el ropaje de los nuevos. La conversin no era tal, era una mera supervivencia, y si el precio de vivir era inclinar-se ante una imagen bien se poda hacer aunque emocionalmente me estuviese dirigiendo a mi antiguo y nico Dios.

    En eso consiste bsicamente el sincretismo (al menos en su comienzo). Luego, al perpetuar-se en el tiempo, y fruto tambin de esas identifi-caciones de las que hablamos entre un panten y otro, van surgiendo a veces nuevas deidades y nuevas prcticas que quedan a medio camino de uno y otro universo, o una resignificacin de contenidos de las que nos presentan. Debemos volver insistir que en la mayora de los casos no es este un acto consciente, ya que de hecho

    Famosa escena protagonizada por el cura Valverde y que desencaden la masacre entre las tropas de Atahualpa y Pizarro

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    se da como prctica habitual y al cabo de va-rias generaciones quizs se ha naturalizado tanto que ni interesa el origen o simplemente se lo desconoce. Debemos tratar de situarnos en el terreno de un pensamiento mgico, algo diametralmente opuesto a nuestra racionalidad. Un pensamiento natural que se mueve mucho por analoga y por simpata, con un modo de aprender casi siempre indirecto y donde la iden-tificacin de contenidos es lo que generalmente prima sobre la forma.

    Un caso muy elocuente de esto que relata-mos (y para que se entienda mejor) es el de la Santera cubana, la Umbanda en Brasil o el Vud Haitiano y Dominicano. Derivaciones, como los son, de la religin yorub o locum que tiene su origen en Nigeria. En todos los casos, estas nuevas religiones, se dan como resultado de un proceso que tiene en un extremo de la ecuacin a la religin africana referida y en el otro al catolicismo. A medio camino ambos pan-teones se chocan y se superponen dando como resultado algo que ya no es exactamente igual a

    lo uno y a lo otro. Se da aqu esa identificacin

    de la que hablbamos, ese actuar por analoga, ya que lo que se pretende es encajar una cosa en otra como si fuera un puzzle, pero al cabo no se puede y hay que reconvertir algunas piezas. Esas piezas son los puntos en comn y de diver-gencia al mismo tiempo. Las divinidades (en el caso de la religin) que representan lo mismo, que tienen historia o caractersticas similares, que ocupan similares sitiales en el universo del

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    que vienen son homologadas produciendo en al-gunos casos nuevas caractersticas.

    Veamos el caso de Babal Ay una de las deidades de la religin yorub que sincretiza en la santera cubana con San Lzaro. Digamos para empezar que Babal Ay (el personaje mti-co que seguramente haya sido en el principio un personaje histrico) por una serie de circuns-tancias que no vienen al caso relatar termina siendo condenado al destierro y cubierto de en-fermedades como la lepra y la viruela a pesar

    de ser un hombre bondadoso y recto y de cierta alcurnia. Su asociacin con San Lzaro es muy particular por que no es con el San Lzaro que la Iglesia Apostlica Catlica y Romana recono-ce, sino con un Lzaro que aparece como perso-naje de una de las parbolas que cuenta Jesu-cristo en el Evangelio de San Lucas y que nunca fue canonizado. Este personaje es un mendigo y un leproso que termina al morir a la diestra de Abraham contrapuesto a un rico que termina en el infierno. Ya observarn ustedes la cantidad de elementos a los cuales se puede identificar un esclavo negro de esto solo que estoy contan-do. Lo asombroso (y de esto se trata el sincre-tismo) es que es adorado en santuario que el Lzaro canonizado por la Iglesia tiene en Regla, provincia de la Habana los das 17 de diciembre (como corresponde al santoral). Tenemos aqu entonces una especie de doble falsificacin (por llamarla provisoriamente de algn modo) mu-chsimos cubanos adoran en la Iglesia de San Lzaro a un Dios africano llamado Babal Ay a quien asocian en el santoral cristiano con un

    San Lzaro, Chang, Elegua, Obatal y Obb, al-gunos de los orishas ms importante de la Sante-ra cubana y de otras religiones afroamericanas

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    Lzaro que no es el resucitado por Cristo, mas tarde obispo y por ltimo santo (a quien levan-taron el templo), sino con un mendigo leproso protagonista de una parbola recogida en el Evangelio de Lucas. El Lzaro sincrtico de la santera tiene todos los atributos y equivalencias que ambas historias (la africana y la evanglica) pueden conferirle. Es leproso por ambas partes. Se lo asocia a los perros ya que en la parbola hay uno que le lame sus llagas. Su color es el prpura tal cual sale en la versin evanglica. Su vestimenta andrajosa como en la parbola, o cubierta de caracoles como en el relato africano. Su condicin en ambos casos la de un hombre justo y de poderoso linaje. Este mismo meca-nismo analgico se observa de manera rigurosa en muchas de las ms importantes deidades de las religiones afroamericanas. Siguiendo en la Santera cubana podramos citar los casos de algunos de su orishas ms importantes: Chan-g/Santa Brbara, Yemay/Virgen de Regla, Babal Ay/San Lzaro, Olofi/Dios, Oshun/Virgen de la Caridad del Cobre, Oggun/San Pe-

    dro, Elegua/Santo Nio de Atocha, Obb/Santa Rita, etc. A su vez todas estas religiones fruto del sincretismo con el catolicismo han incorpo-rado elementos de las religiones indgenas, del espiritismo y del chamanismo tanto occidental como americano.

    Podramos citar otros muchos ejemplos de igual ndole (ms adelante se sucedern varios) incluso todo el santoral apcrifo (del cual ya hablaremos) de personajes canonizados por el pueblo de manera permanente y que la ms de las veces responden, como sealara Rodol-fo Kusch, a estereotipos mticos que se pierden en la Amrica arcana (aunque sean encarnados por personajes actuales o contemporneos). Lo importante es empezar a develar el mecanismo de lo sincrtico por que nos es vital para a su vez analizar el Barroco Nuestro.

    Ya hemos hablado de este fenmeno como un fenmeno de doble direccionalidad. Un recurso utilizado tanto por el dominador como el domi-nado. Alguno con ms premeditacin que otro, de manera ms planificada, ms consciente, sin

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    embrago las consecuencias fueron para ambos y sus alcances inimaginados. El sincretismo como contrabando semitico, como mensaje su-bliminal introducido al interior de un discurso religioso o cultural profundo, no fue en Amrica patrimonio exclusivo de los pueblos resistentes (indios o negros) sino que fue utilizado tambin con mucha habilidad por parte del conquista-dor y del evangelista, aunque todos terminaron siendo vctimas de l. Se puede hacer toda una secuencia (y la haremos) de lo que signific la conquista de Amrica en el plano profundo de lo simblico. Como ya hemos dicho, ese conquista-dor que vino, estaba impregnado de una subje-tividad amasada en la lucha ardua y tenaz por reconquistar la tierra que por casi ocho siglos hollaron islmicos y judos, por tanto est en la misma raz del ser ibero, la defensa de la Fe y el cristianismo. Cuando llegaron a Amrica (y despus del enamoramiento inicial de Coln) no pudieron ver otra cosa que barbarie e idolatra donde en realidad haba complejas elaboracio-nes religiosas y avanzadas sociedades. Socie-

    dades incluso, que comparadas con las de la Europa medioeval se hallaban muy cerca de la perfeccin en ms de un aspecto, dato est que algunos registraron y que termin dando ori-gen a muchas bellas utopas como la de Toms Moro, Campanella o Bacon. La actitud, supera-do aquel inicial deslumbramiento e idealizacin fue la extirpacin de las idolatras (frase recu-rrente en los documentos de aquella poca), y esa extirpacin pas por la tortura y el asesina-to de los sabios y sacerdotes, la destruccin de templos y ciudades, la conversin compulsiva y la muerte. No obstante los resultados fueron magros por no decir nulos al nivel que estamos hablando. Pronto descubrieron los conquista-dores que erradicar miles de aos de civiliza-cin era algo que no poda hacerse con arengas y caonazos, esa evangelizacin compulsiva y casi mgica que propona el Requerimiento, no serva de mucho a los fines polticos, econmi-cos y religiosos de su empresa ya que slo era aparente y superficial. Debemos decir aqu (y en defensa de los espaoles) que ms all del modo

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    A la izquierda, caratula de las Leyes de Indias promulgadas en 1542, son en realidad una

    revisin de las Leyes de Burgos y una manera de dar respuestas a las cuestiones planteadas por los defensores de los indios. Si

    bien siempre fueron irrespetadas por encomenderos y autorida-des