apuntes para la militancia

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un libro de John William Cooke a punto de cumplir 50 años de editarse por primera vez

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página 2 • john william cooke

© Queda hecho eldepósito que fija la

ley N° 11.723.Prohibida su

reproducción total oparcial sin mencio-

nar la fuente.

editorEduardo Carnevale

direcciónSilvia Rolón

coordinaciónDaniel López

asistenteAdriana Sanguinetti

administracióny redacción

Dean Funes 1062

diseño

[email protected]

«El Valor de la Palabra»es una colección digital -

sin valor comercial- editadapor la Asociación CivilCorazón Compañero,

integrante de la VertientePeronista, con el fin de

promover el debatedefinitivo en busca

del ser nacional.

Prohibida la reproduccióntotal o parcial sin

mencionar la fuente

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Propósitos

Contar con una información adecuada no es sólo underecho que la masa peronista se ha ganado en sufridosaños de lucha, sino también condición esencial paracumplir su misión histórica de liberar nuestra patria dela explotación nacional e internacional. Sin embargo,desde las estructuras dirigentes del movimiento única-mente le llegan trivialidades que nada agregan salvo con-fusión.

Las funciones inexcusables es extender y ahondarese conocimiento directo, elaborar críticamente datos dela realidad contemporánea y presentar conclusiones queaclaren su sentido, extraer y generalizar las enseñanzasque deja la acción colectiva, tareas sin las cuales no seperfeccionan las formas organizativas y de combate.

Es en la organización revolucionaria que se opera eseenriquecimiento recíproco, al cual contribuyen los cua-dros directivos con las síntesis esclarecedoras que orien-tan a las masas obreras.

El peronismo lo necesita con urgencia, como puntode partida para replantear sus inoperantes líneas políti-cas.

Para saber cuales son nuestras fallas y llegar a sus

causas hay que tener una visión global de la Argentina,de las fuerzas que chocan en su seno, de las característi-cas que revisten esos conflictos. U dentro de ese marcohistórico, examinar el significado del peronismo, conqué tendencias sociales e irreductiblemente antagónico,qué políticas lo condenarán a frustrarse y cuáles sirvenal objetivo de realizarnos como destino nacional.

Por no plantearse correctamente todo esto, las buro-cracias siempre rectifican los aciertos y reinciden en loserrores. La indigencia teórica arrastra a los desastres es-tratégicos.

Lo primero que procuramos demostrar en la breve-dad de este informe es que la teoría política no es unaciencia enigmática cuya jerarquía cabalística manejan unospocos iniciados, sino un instrumento de las masas paradesatar la tremenda potencia contenida en ellas. No lesllega como un conjunto de mandamientos dictados des-de las alturas, sino por un proceso de su propia con-ciencia hacia la comprensión del mundo que han detransformar.

John William Cooke – Diciembre de 1964

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El libro que prologamos tuvo un origen bien concreto:la tentativa de acercar a las bases del movimiento, es decira la clase trabajadora peronista, una visión histórico –política comprensible. Se trata de apuntes revolucionaria-mente didácticos, escritos con alto sentido crítico, en tan-to Cooke insistía en la necesidad del auto-conocimientopermanente del Movimiento Nacional Peronista.

(...) La burocracia que «rectifica los aciertos y reincideen los errores», apunta a que la burocracia puede a lossumo en la mejor de las hipótesis, es un cándido milagre-rismo. La burocracia no es para Cooke un conjunto dehombres más o menos malos o ineficaces. Se trata en cam-bio, en lo interno del Movimiento, de una conducciónsin política de fines, o aún más concretamente, un siste-ma de conducción de Movimiento que carece de una po-lítica de Poder.

Cooke tiene en claro que el peronismo tiene origen enel reconocimiento de que el propio peronismo es un en-cuadramiento de las fuerzas populares vertebrado en tor-no a la clase trabajadora.

Es exacto que desde 1955 el país sufre un “despotis-mo clasista” y que la presencia del peronismo impedíaque las clases dominantes gocen tranquilamente de susprivilegios usurpados. Pero no es menos exacto que a esaviolencia del régimen, que está en la lógica de las cosas yque nos confirma como su antítesis, el Peronismo se limi-ta a jaquearla pero no la suplanta revolucionariamente.

Cooke busca en la historia argentina los orígenes del

Peronismo. Desde ya participaba de una concepción revi-sionista de la historia en tanto recuperación de una con-cepción nacional antioligárquica. Va a insistir en la de-mostración de cómo movimientos nacionales antecesoresdel Peronismo: el federalismo de Rosas, la montoneras deChacho Peñalosa, Felipe Varela y López Jordán; y el radi-calismo de Yrigoyen fueron derrotados en la lucha libra-da en la estructura semicolonial de la Argentina. Es decir,la historia como experiencia imposible para el político, yla analogía sirviendo de instrumento de concientizaciónde las masas, posibilitando una nueva estrategia de poderque no repita los errores histórico-políticos allí analiza-dos.

John Cooke no rehuye desde ya, sino que asume, unanálisis clasista del Peronismo, del cual surge que éste esel hombre político del proletariado, en la semicolonia quees la Argentina.

La nueva situación

El paso de una ideología de protesta a una teoría revo-lucionaria forma parte de la lógica necesaria de la lucha deliberación, es uno de sus momentos básicos. En primerlugar es necesario desarticular la supuesta racionalidadque bajo la apariencia de cientificismo, encubre la «cultu-ra» de dominación del Sistema.

Es cierto, sin embargo, que hasta ahora existe:a.- Una inadecuación entre el papel objetivo del pero-

Prólogo

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nismo y su supuesta ideología-doctrina.b- La ausencia de una teoría revolucionaria del pero-

nismo coherente y adecuada para la toma del po-der.

c- Un desarrollo de la programación de un socialismonacional.

Cooke y la teoría revolucionaria peronista

En la formación de Cooke señala: «Todo planteo parala lucha a partir del conocimiento de nuestra situación depaís semicolonial, integrante de un continente semicolo-nial». Por ello «cualquier política de liberación debe ser,ante todo, antiimperialista». «La oligarquía nativa es unsubproducto que solamente será eliminado cuando se li-quide la influencia del imperialismo. La lucha entonces,es de liberación nacional, para liberar al país y alcanzar eltriunfo definitivo».

«El nacionalismo sólo es posible como una políticaantiimperialista consecuente».

Cumplida la regla primordial de identificación del ene-migo, Cooke analiza la naturaleza de la guerra librada porel peronismo. «Si es una guerra librada contra el régimen,no podemos contar con los que combaten dentro del régi-men. Combatimos contra el sistema y no contra una desus variantes. Cooke remarca la existencia de rebeldíastoleradas dentro del Sistema como una categoría propiadel Sistema (nota: las marchas en reclamo de planes deasistencia social podría encuadrárselas dentro de esta ca-tegoría).

«Un clima de rebeldías individuales puede durar inde-finidamente. Solamente cuando la rebeldía está coordina-

da y encausada en un movimiento de liberación, adquierela eficacia necesaria para luchar con éxito».

«No hay liberación sin el peronismo –explica Cooke-pero el peronismo solo no puede hacer la liberación».

Afirma:Que se necesita una movilización popular muy vastaLa orientación por un programa, inflexible en el man-

tenimiento de ciertos principios fundamentales.Suficientemente amplio como para superar las parti-

cularidades ideológicas de los sectores que coinciden.Los partidos políticos tradicionales no forman parte

del Frente de Liberación por la sencilla razón de queestán en la trinchera enemiga. No desean terminar con laopresión sino cambiar la mentalidad de los oprimidos.

Autoconciencia y revolución peronista

Marca como puntos de una teoría revolucionaria pero-nista:

Sobre el voluntarismo y las masas: «Movimiento demasas en que la salida revolucionaria sea la consecuencialógica y la dirección revolucionaria se convierta en la úni-ca posible».

La verdadera disyuntiva es entre una política refor-mista y una política revolucionaria. Entre una política degrupos y una política de masas. Una política revoluciona-ria equivale a unidad de teoría, metodología organizativay de lucha. Por ello lo que hay que cambiar no es el equi-po burocrático de turno: hay que cambiar los métodos(nota: cuestión imposible con alianzas con los partidostradicionales, hoy también el PJ)

Hasta que la revolución no triunfe, sólo podemos es-

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perar triunfos tácticos. «Toda revolución es el final de unproceso, y hasta que se cumpla ese proceso, solamente seanotan parciales.»

«¿Quién ha dicho que porque el peronismo tenga unacomposición social policlasista su ideología es tambiénpoliclasista? El clasismo aparece de ese modo como unatentativa ideológica de desmembrar el movimiento nacio-nal, de aislar a la clase trabajadora en nombre de un ideo-logismo puro».

La ideología revolucionaria es la única que dará solu-ciones, no solamente para la clase trabajadora sino tam-bién para los sectores de nuestra burguesía que tienenuna función constructiva que desempeñar en las etapasde transición hacia nuevas formas de organización de lasociedad. «No hay política nacionalista sino bajo la con-ducción de la clase trabajadora, que movilice la voluntadnacional tras la empresa revolucionaria de cambiar el or-den social existente y asegurar sus bases mediante el desa-rrollo independiente, hasta desplazar del poder a las cla-ses dominantes, la toma del poder por los trabajadores y laconstrucción nueva».

El peronismo: hecho maldito de la política burguesa

«El sistema capitalista en la Argentina está decrépitosin haber pasado por la lozanía. Bajo el liderazgo dePerón, a partir de 1945 el país realizó su proceso demo-crático burgués, como imposición de un frente antiim-perialista cuya base de apoyo estaba en la clase trabaja-dora y sectores de la clase media y sector nacionalistadel ejército».

«Al cerrarse las condiciones de prosperidad de post gue-

rra, se agudiza la lucha de clases. Las contradicciones sedan también internamente en el seno del peronismo. Elfrente original amalgama fuerzas diversas, se transformóen causa de debilidad» (nota: estas tensiones internas ele-vó estos choques de baja confrontación a la más alta enlos años ’70).

¿Qué es el peronismo? «Fue –define Cooke- el másalto nivel de conciencia al que llegó la clase trabajadoraargentina. La definición aparece reformulada en un cono-cido reportaje a las FAR: ‘Nosotros no nos integramos alperonismo, el peronismo no es un club o un partido bur-gués al que uno puede afiliarse, el peronismo es funda-mentalmente una experiencia de nuestro pueblo y lo quenosotros hacemos ahora es descubrir que siempre había-mos estado integrados a ella, en el sentido que está inte-grado a la experiencia de su pueblo todo hombre que seidentifica con los intereses de los más’.

La superación del peronismo

«El ejército revolucionario está nucleado tras sus ban-deras y el peronismo no desaparecerá por sustitución sinomediante superación dialéctica, es decir, no negándoselosino integrándolo en una síntesis».

Pero el problema aquí aparece, aunque correctamentesolo apuntado: «El peronismo jaquea al régimen...perosólo con métodos revolucionarios podrá suplantarlos».

Por de pronto describió algunas de las característicasdel Método: «Si tomamos como punto de partida que laliberación no se consigue derrotando al grupo gobernantesino terminando con la dominación imperialista, se perfi-la con bastante nitidez el carácter de la lucha». Al anali-

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zar la política del Sistema en materia electoral precisó: «Laprimera línea de defensa de la casta dominante está ubica-da en el sistema de 1853, que otorga libertades políticas acambio del respeto por las organizaciones que permiten elmantenimiento de las desigualdades sociales. Cuando esalínea es rebasada, está la segunda línea, el fraude, cuyacaracterística moderna consiste en la clasificación aprio-rística de cuáles fuerzas son democráticas y cuales no».

Algunas conclusiones

El peronismo en el poder sustituyó una ideología dela realidad (capitalismo de estado popular) con una doc-trina coyuntural, en un destiempo que sería aprovechadopor la contrarrevolución al querérsele dar carácter perma-nente.

El peronismo en el llano (peronismo de resistencia)condicionó el proceso de la cuestión nacional, pero sintematizar su propia actividad de resistencia anticolonial.

El peronismo está en actitud de toma del poder, puedeser integrado al sistema en función de aquella doctrinacoyuntural como maniobra neo-colonial, o puede formu-lar su propia autoconciencia revolucionaria a través deuna teoría en la cual explicite que el poder no va a serregalado por cuanto el neocolonialismo no se suicida.

Pero todo esto sin olvidar aquel pensamiento de Co-oke: «Las masas latinoamericanas no pueden hacer causacomún con los verdugos, porque ellas también están en lalista de las víctimas».

Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde (1973)

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Seguros de nuestra propia fuerza y razón, durante latiranía militar, aun en sus períodos más sombríos, lareconquista del poder nos parecía próxima e inexorable.A nueve años del golpe imperialista (de 1955) ese opti-mismo ingenuo ha cedido su lugar a otra actitud másrealistas y reflexiva, aunque siempre poseída del opti-mismo.

El origen del descontento no es por lo tanto la violen-cia del régimen, son las sospechas sobre la aptitud delMovimiento para doblegarlo. Los presos, los torturados,los muertos, las innumerables jornadas de combate, tes-timonian nuestro coraje ante la adversidad: también des-piertan interrogantes sobre si no estaremos malograndotanto sacrificio.

Hay muchos de nuestros compañeros que relegan esasinquietantes intuiciones, resistiéndose a admitir el dete-rioro de las viejas certidumbres. Otros se tranquilizanoponiendo la convicción de que, pese a todos los obstá-culos, a la larga el pueblo vencerá. Pero este fatalismooptimista no es más que otra forma de autoengaño: nues-tros compromisos son con esta época, sin que podamosexcusarnos transfiriéndolos a generaciones que actuaránen un impreciso futuro.

La historia no es nítida ni lineal n simple, la Argenti-na de hoy es un ejemplo de sus complicaciones y ambi-güedades. La presencia del peronismo impide que lasclases dominantes gocen tranquilamente de sus privile-gios usurpados: es por sí misma, la prueba de la decre-

pitud del régimen, de su ineficacia para resolver los pro-blemas del país (nota: aunque habría que considerar susformas de prolongación y reciclamiento para mantener-se).

La inquietud prevaleciente responde a la impresiónde que nuestros objetivos finales se hallan en una bru-mosa lejanía que nuestros esfuerzos cotidianos no pare-cen acortar. Dicho de otra manera: entre los anhelos detomar el poder y los episodios de nuestra lucha, no seve la relación de una estrategia que avance hacia los ob-jetivos últimos. Se organiza lo táctico, pero sin integrarloen una política que, por arduo que sea el camino queseñale, presente la revolución como factible, como metahacia la cual marchamos. No más que eso necesitan lasmasas, pero no con menos se conformarán.

Lo importante es destacar que allí está el origen deese temor a no encontrar respuestas revolucionarias alos desafíos contemporáneos.

Las clases gobernantes no pueden ya aspirar a nadamás que al mantenimiento del equilibrio, salvo las fluc-tuaciones secundarias entre fases de máxima tensión yfases de relativa calma social, permanecerán en la situa-ción óptima mientras esta paridad no se rompa. El pero-nismo, como agrupación mayoritaria, necesita alterarla.Mientras no encuentre la política que lleve a conseguir-lo, prorroga la vigencia del régimen y simultáneamentese debilita internamente.

Tiene ante si una opción entre dos líneas de conduc-

Capítulo IMalestar en las bases

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ta. Puede mantener la actual, confiando en que de algu-na manera imprevista llegará al poder y se iniciará así elmilenio peronista, concepción burocrática. O puede plan-tear la cuestión a la inversa: comprender que el futurodel Movimiento no está en acertar una tómbola sino enmovilizar al pueblo en una política revolucionaria. Lacasualidad que nos regale el gobierno y nos garantice elfuturo no se dará. Lo que sí podemos hacer es encararlos cambios internos de fondo que nos pongan en con-diciones de aspirar al poder.

La crisis del Régimeny la crisis del Movimiento Peronista

Todos coincidían en que la causa originaria de la cri-sis fe el gobierno peronista. El que las penurias justa-mente comenzaran con la restauración de 1955 no pasasegún ellos de mera casualidad. También es “casuali-dad” que después de nueve años de una política que esla antítesis de la que habría provocado la crisis, ésta si-gue a toda marcha. Pero desde todas las tribunas se nossuministra una explicación que absuelve nuevamente alrégimen con irrefutable rigor lógico: lo que impide sacaral país del pantano son las maquinaciones de una formi-dable asociación ilícita, que integran Perón, Fidel Cas-tro, “los que sueñan con un retorno imposible” y MaoTse Tung, además de una caterva de agentes del “comu-nismo internacional” que nadie ha visto nunca, pero quese nos dice que está por todas partes haciendo maldadesa full time.

Sobre la caracterización de la crisis hay una ampliavariedad de versiones: es crisis moral, o crisis de la cul-

tura, o crisis del desarrollo, o crisis de jerarquías, etc....Cada uno de sus exponentes toma por epicentro del fe-nómeno, aquel aspecto que se ofrece a su ángel de lamuerte ronda a la Argentina. Ven el fin de sus privile-gios como si fuese e fin de la comunidad: confunden elno-ser burgués con el no-ser de la Nación.

Por nuestras virtudes hemos podido agudizar las con-tradicciones internas de los sectores gobernantes, impe-dir muchos de sus abusos, evitar la institucionalizacióndel despojo y el semicoloniaje. Por nuestras carenciasno hemos logrado impedir que el régimen siga mante-niendo intacta la superioridad en fuerza material que lepermite subsistir, oscilando entre la dictadura desnuday la dictadura encubierta tras las formas rituales de lademocracia minoritaria. A su propia anarquía e incohe-rencia hemos opuesto nuestras propias indecisiones,nuestra invertebración teórica y operativa.

El pueblo se niega a aceptar el viejo juego político enque sólo participaba por procuración, y por medio delMovimiento ha hecho imposible el reestablecimiento deese anacronismo, salvo como aparato desprovisto de todovestigio de representatividad. No ha logrado en cambio,dotar a esa vocación de poder de una práctica eficaz. Laresistencia no es suficiente: sin contraataque no hay vic-toria.

El Movimiento exige una política en que se conju-guen las ideas, la práctica y la organización revoluciona-ria, en que la búsqueda de los objetivos finales se armo-nice y complemente con las variantes tácticas y operati-vas capaces de dar respuesta a cada coyuntura.

Cada vez que se nos cierran los caminos de la semile-galidad, la burocracia declara la guerra. Pero nada más.

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Esta que librada a la espontaneidad de sacrificados acti-vistas que oponen una violencia inorgánica, inconexa einsuficiente, al potencial y a la técnica siempre en au-mento de los órganos represivos oligárquicos imperialis-tas. Esta vacancia de conducción dura hasta que vieneun nuevo período de soluciones negociadas. Entonces,los que estuvieron en la retaguardia durante el combate,pasan a ser la vanguardia en los trámites de la tregua ycapitalizan la abnegación de las bases en la mesa de are-na de los acuerdismos.

En el escenario político del país, la diferencia entrelos partidos tradicionales y el peronismo es neta, tajan-

te, evidente por si misma. Esto explica que nos proscri-ban, no pertenecemos al mismo sistema. Pero las estruc-turas del movimiento no reflejan esa contradicción irre-soluble, sino que ésta reaparece internamente. Tenemospor un lado el peronismo rebelde, amenazante para losprivilegios, y por otra parte, aparatos de dirección en losque predomina una visión burguesa, reformista, buro-crática, en luhar de la visión revolucionaria que corres-ponde a la realidad objetiva del papel que cumple elperonismo en la vida nacional (nota: en la vida partida-ria, el pejotismo liberal ocupó el lugar contra el peronis-mo revolucionario).

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La recolonización de 1955 permitió a la minoría ex-plotadora ocupar económica y políticamente el país, perono culturalmente. Antes una cosa implicaba a la otra,ahora no.

La fórmula había funcionado durante un siglo a partirde la derrota nacional de Caseros. Allí se liquido el pleitoentre las dos corrientes que chocaban desde los días deMayo: la del puerto de Buenos Aires, cosmopolita, libre-cambista, vehículo de ideas e intereses que convenían aEuropa y trataba de imponer al resto del país; y otra, na-cionalista popular, que veía al país en su conjunto y comoparte de la unidad latinoamericana. Antimorenistas ymorenistas, dictatoriales y americanistas, unitarios y fe-derales, fueron fases de ese enfrentamiento. Una vez queArgentina quedó incorporada como satélite de la primerapotencia capitalista de mediados del siglo XIX (Inglaterra)y se unificaba en la política de la oligarquía portuaria losantagonismos se denominaban separatistas bonaerensesy hombres de Paraná: crudos y cocidos, chupandines ypandilleros, liberales y autonomistas, cívicos y radicales.

Desde la Independencia, los intereses foráneos teníansu aliado natural en la burguesía comercial de BuenosAires, dispuesta a enriquecerse como intermediaria de uncomercio sin restricciones en Europa. Su primera víctimafue Mariano Moreno, cuya visión americanista chocó conel centralismo unitario que subordinaba el país a la políti-ca bonaerense, a ellos se debe el rechazo de los diputadosorientales que llevaban a la Asamblea del año XIII las ins-

Capítulo IIEl orden de la oligarquía liberal

¿Cuál es la fuerza que impulsa ese progreso?Señores, ¡es el capital inglés!. BARTOLOMÉ MITRE

trucciones de Artigas sobre la organización confederal. Sólodesacatándose pudo realizar San Martín la campaña deChile y Perú, pero el pago fue dejarlo abandonado a supropia suerte en suelo peruano, del cual pasó al exiliovoluntario y definitivo.

Fue contra los devaneos monárquicos de ese grupoque los gauchos impusieron el principio republicano enel año 20, fue contra la Constitución aristocratizante de suagente conspicuo –Rivadavia- que se alzaron seis añosdespués los caudllos federales. Dignos antecesores de laoligarquía contemporánea, en 1815 sancionaron la Ley deVagancia para terminar con la protesta de los gauchos ham-breados por la política de los exportadores de carne. En laConstituyente de 1826 los rivadavianos proponían unacláusula prohibiendo el voto de los domésticos, soldadosde línea, peones, jornaleros, en una palabra, a la chusmaque había hecho la Independencia. Dorrego a quien luegoharían asesinar por Lavalle ridiculizó los argumentos deesa minoría reaccionaria. La de hoy, aplica al mismo prin-cipio proscriptivo aunque no tiene la valentía de soste-nerlo com doctrina.

Fue ese unitarismo el que concedió a Inglaterra la fran-quicia para que sus barcos navegasen nuestros ríos, a cam-bio del derecho espectral de que los barcos que no tenía-mos navegasen por el Támesis, el mismo escandalosounitarismo que dio toda la tierra pública como garantíapara contraer el empréstito con Bering Brother’s, el queentregó las minas de Famatina a un consorcio europeo del

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cual Rivadavia estaba a sueldo, el que creó el Banco deDescuentos dando el control a los comerciantes ingleses.

La época de Rosas fue un compromiso entre BuenosAires y el interior, unidos en una política defensiva con-tra el colonialismo anglofrancés y las fuerzas que secun-daban sus planes para desintegrarnos. Buenos Aires re-tiene las ganancias del puerto, pero encabeza la lucha contrael extranjero. La Ley de Aduanas protegía a la industriaartesanal, el coraje criollo, la soberanía acechada.

Rosas, caudillo de la conjunción de fuerzas popularesque terminó con el unitarismo, era la cabeza de los gana-deros bonaerenses, y formaba con sus amigos y parientesel sector más dinámico de la economía, integrado comoindustria de tipo capitalista e independiente del sistemacomercial de Inglaterra: cría de ganado, saladeros, flota debarcos para transportar los productos a diversos merca-dos. Cuando esas circunstancias cambiaron, la políticaproteccionista del Restaurador ya no contóicon el apoyode los estancieros, que se unieron a la coalición organiza-da por Inglaterra y dirigida por el imperio esclavista deBrasil.

En 1852 el país necesitaba superar el equilibrio pre-cario del período rosista e integrarse como nación mo-derna, constituyendo una unidad económica con el te-rritorio nacional como mercado interno único y el puer-to de Buenos Aires, puesto al servicio común como basepara un desarrollo capitalista autónomo. Ocurrió todo locontrario.

La burguesía comercial portuaria afirmó su control alhaberse constituido también como burguesía terratenien-te. Los hombres de la Federación poco pudieron contrasus maquinaciones, especialmente cuando Urquiza hipo-

tecó su caudillaje para salvar sus vacas, y la «barbarie»del interior fue aniquilada para asegurar la hegemonía deesa oligarquía ganadero-comercial.

La Argentina se incorporó al proceso económico mun-dial, pero como mercado complementario del capitalismoinglés. La manufactura importada terminó de aniquilarnuestras industrias embrionarias. Los ferrocarriles dibu-jaron una nueva geografía donde el intercambio interre-gional desaparece, se expande el mercado comprador deartículos ingleses y nacen “las provincias pobres”, las com-pañías extranjeras, los grandes terratenientes y la burgue-sía que participaba del negocio importador y exportador,engordan a medida que la riqueza del interior cae en lostoboganes que la deposita en los puertos para ser transfe-rida a las islas británicas. Los ríos que el paisanaje habíacerrado con cadenas para atajar a las flotas invasoras, pa-san a ser vías internacionales por prescripción constitu-cional: no la prosperidad sino la miseria navegarán porellos.

Zona marginal del centro capitalista inglés, tambiéndebíamos ser dependencia ideológica y política. Es que elimperialismo es tanto un hecho técnico-económico comocultural. El lugar de operaciones aisladas de intrecambio,establece una relación permanente que no se agota en cadatransacción, los capitales colocados en la semicolonia de-ben rendir frutos durante muchos años. Es preciso en-tonces evitar toda inseguridad en los reintegros y pagosde intereses. Debe procurarse que crezca la economía agrariapara que sus productos fluyan a la metrópoli, y que nosurjan industrias que desequilibren la «división interna-cional del trabajo».

El imperio necesita contar con gobiernos estables, or-

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denados, buenos pagadores e inmunes al extravío nacio-nalista. Para eso no hace falta recurrir a la presión directao a los groseros despliegues de potencia armamentista. Lapenetración financiera produce el encumbramiento de unaoligarquía nativa cuyo destino estaba ligado al del «granpaís amigo».

Las expediciones punitivas de Mitre y Sarmiento aho-garon en hierro y fuego las protestas del pueblo, la cabezade Chacho Peñalosa, exhibida en la Plaza de Olta, simbo-liza a la oligarquía mucho mejor que los mármoles y bron-ces con que ella se ha idealizado.

La dependencia económica aseguró la esclavitud men-tal. La semicolonia quedó unificada en el culto idolátricode las ideas –símbolo del liberalismo- y cuanto se le opo-nía fue sentenciado y ejecutado en trámite sumario.

La lucha política era entre minorías. La montonerahabía sido una forma de política elemental en la que separticipaba directamente. El hombre de nuestro campotomaba la lanza y arrancaba detrás del caudillo: iba a pe-lear contra los españoles o al grito de «Federación o Muer-te» (que según se ha demostrado, significaba «República oMuerte») contra los proyectos monárquicos centralistasde la aristocracia porteña o contra el chancho inglés ofrancés que rondaba nuestras aguas, en último caso paraentreverarse en peleas de menor significación.

El enriquecimiento de la región pampeana significó,como contrapartida, el estancamiento del interior. El librecambio tuvo un primer efecto negativo: la producción ar-tesanal de las provincias interiores no pudo resistir a laafluencia de manufacturas extranjeras.

Durante la época de Rosas no se había contraído em-préstitos con el extranjero, pero a medida que la Argenti-

na aumenta sus exportaciones, y por ende su solvenciacomo deudor, se recurre al crédito externo con tal exagera-ción que el país se va hipotecando hasta límites increí-bles. Sarmiento se vale del empréstito para terminar laguerra con el Paraguay y «pacificar» nuestro interior; otrosempréstitos se piden para obras que no se construyen,para planes que nunca se inician, a veces sin buscar pre-texto plausible. Después se van pidiendo empréstitos parapagar los servicios de empréstitos anteriores. Sólo de 1863a 1873 los ingleses prestan a la Argentina 15 millones delibras esterlinas.

En estos idílicos tiempos, que tanto añoran los conser-vadores, el país sufría inmediatamente los efectos de cual-quier contracción en los países industrializados. Estos eranperiódicamente sacudidos por la crisis que llegaban aquícon violencia multiplicada al reducir la demanda de nues-tras exportaciones y simultáneamente el precio que se nospagaban por ellas. Además, justo cuando nuestro paísentraba en crisis, Gran Bretaña drenaba nuestras reservasde oro agravando la situación. Sin embargo, las clasesdirigentes ponían todo su empeño en mantener el créditointernacional de la Nación a toda costa. Un presidentediría que «es necesario economizar sobre el hombre y lased de los argentinos».

Yrigoyen y sus enemigos

Fue Yrigoyen quien, orientándose como pudo, infligióserias derrotas al aparato que asfixiaba al país. El Yrigoye-nismo fue un movimiento de masas que expresaba la ten-dencia al crecimiento del país, frenado por la alianza de laaristocracia latifundista y el imperio británico.

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En el gobierno tuvo entre otros méritos, el de cum-plir con su promesa de no enajenar ninguna parte de lariqueza pública ni ceder el domino del Estado sobre ella.En un asunto clave como el ferroviario su acción fuefecunda y demostró una comprensión cabal cuando, alvetar la ley del Congreso que traspasaba las líneas delEstado a una empresa mixta, afirmo en el Mensaje: «elservicio público de la naturaleza del que nos ocupa hade considerarse principalmente como Instrumento deGobierno con fines de fomento y progreso para las regio-nes que sirve». El apoyo a YPF, la tentativa de crear unBanco del Estado y un Banco Agrícola, la compra debarcos, etc.., son otras tantas pruebas de su orientaciónnacionalista.

Su política internacional fue digna, altiva, indepen-diente y retomó el sentido latinoamericanista que po-seían los hombres de la Independencia y que se perdió amediados de siglo pasado.

Es bueno insistir sobre el manto de plomo que recu-bría la cultura del país. Las voces solitarias de aquí y alláquerían agregar un aporte renovador, estaban fuera (o selas dejaba rápidamente) de los medios de difusión capa-ces de amplificarlas hasta influir en la conciencia políti-ca nacional. La transición a concepciones políticas másadelantadas y claras que producirse dentro del radicalis-mo, cosa que no ocurrió. Fuera de él, en las fuerzas orga-nizativas, había un páramo ideológico.

El Partido Conservador, representante de la oligar-quía terrateniente, no se resignó a la pérdida del gobier-no ocasionada por la aplicación del sufragio libre. Mien-tras esperaba la hora de recuperar el poder por la violen-cia, su táctica consistió en unir todas las fuerzas posi-

bles bajo el lema negativo de hacer antirradicalismo (lue-go, cuando contó con aliados en el propio radicalismo,su bandera sería el «antiyrigoyenismo»).

El aliado más consecuente que siempre tuvieron losconservadores fue el Partido Socialista, que no sólo losacompañó en las maniobras concretas contra el radica-lismo, sino que también lo haría contra el peronismo.

Buenos Aires, puerto de factoría que servía a la inter-mediación importadora-exportadora, centro burocráticoal que convergían los inmigrantes y los criollos despla-zados por el latifundio, era la única realidad que veían –incompleta y erróneamente, además- los socialistas. Porel resto del país sentían el mismo desprecio que los «ci-vilizadores» mitristas y rivadavianos.

La gran mayoría de los explotados estaba en el cam-po: eran los peones de la estancia, los obrajeros, los hi-jos de la tierra convertidos en mano de obra miserable.

La Argentina quedaba seccionada en una porción in-dustrial y en otra que no lo era, cuyos respectivos asala-riados se incomunicaban entre sí y perseguían objetivoscontrapuestos. Era una estrategia que podía deparar al-gunas mejoras a sectores reducidos del proletariado(creando nuevos motivos de desunión interclasista) perole vedaba la lucha política para avanzar en conjunto comoclase. Los obreros industriales, sin peso en el cuadroglobal de la economía subdesarrollada, no podían serfactor de transformaciones revolucionarias si actuabande espaldas al resto de los perjudicados por el sistemaoligárquico imperialista. A cambio de la fantasía de bus-car una liberación exclusiva, para ellos solos, en mediode la Argentina desangrada, rompían el frente capaz deobtener una liberación real y abdicaban del papel que les

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correspondía dentro de ese frente como clase revolucio-naria.

En suma, no les quedaba más que «el sindicalismopuro», la lucha economista por mejoras inmediatas, aun-que debilitados por renunciar a la solidaridad de los otrosgrupos de intereses comunes, y votar por los socialistas,con lo que terminarían de suicidarse. Como el PartidoSocialista era enemigo de la industrialización, la clase pro-letaria no crecería, y como también era librecambista yenemigo de lo que llamaba las «industrias artificiales»,cuando éstas desapareciesen, los obreros sin trabajo au-mentarían la oferta de mano de obra y bajarían los sala-rios. Limitándose a una política meramente encaminada alas mejoras salariales en la industria, éstas servirían, poruna parte, para aumentar la diferencia entre las remunera-ciones de la ciudad y del campo, característica de los paí-ses subdesarrollados, al mismo tiempo, servirían de pre-texto para el aumento de costos de producción y, sin pro-teccionismo, las industrias quedarían en peores condi-ciones ante la competencia extranjera.

Con estas menciones basta para apreciar que si el Par-tido Socialista nos ha negado siempre hasta «la leche dela clemencia», no es por oportunismo ni por improvisa-ción, sino por una vocación rectilínea –desde la cuna has-ta la tumba-. La oligarquía copiando instituciones libera-les y el Dr. Justo remedando enfoques socialistas llegabansiempre a las mismas conclusiones y compartían los mis-mos prejuicios. Por ejemplo, al peón de cambo y al obra-jero que los oligarcas explotaban y denigraban, el Dr. Jus-to los crucificaba teóricamente negándoles toda capacidadpolítica. Su discípulo, el Dr. Repetto, explica que era im-posible hacerles comprender razones «porque se trata de

gente muy ignorante, envilecida en una vida casi salvaje».Mencionamos las modalidades que los hacen indis-

tinguibles del conservadorismo, destacaremos algo queacredita a los socialistas como caso político único. Es elpartido socialista del mundo colonial y semicolonial quenunca fue antiimperialista, ni siquiera doctrinariamente.Más aún: es el único partido socialista del Mundo que hadefendido expresamente al imperialismo. Hasta los másviscosos amarillismos social-demócratas de Europa, be-neficiarios y cómplices de la política colonial de sus bur-guesías, al menos en teoría han condenado al imperialis-mo. En la Argentina tenemos un fenómenos mundial: unpartido socialista proimperialista en la teoría y en la prác-tica.

Los designios de Estados Unidos de imponer su hege-monía en todo el continente no constituían ningún secre-to: sus hombres de Estado lo venían proclamando desdehacía un siglo y había muchos hechos probatorios enexceso, la oposición a los proyectos de Bolívar para launificación continental, la destrucción de nuestro PuertoSoledad en las Malvinas, el robo a México de más de lamitad de su territorio, las depredaciones en Nicaragua, laincursión naval contra Paraguay, erean algunos ejemplos.Pero cuando la intervención yanqui en Cuba, a principiosdel siglo XX, Juan B. Justo observó: «Apenas libres delgobierno español, los cubanos riñeron entre sí hasta queido un general norteamericano a poner y mantener la paza esos hombres de otras lenguas y otras razas. Dudemospués de nuestra civilización». Dudemos más bien de lossocialistas cipayos, porque hasta los obrajeros analfabe-tos del Dr. Repetto saben que cuando los cubanos teníanganada la guerra de la Independencia, en 1898, los norte-

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americanos, mediante una provocación, tomaron parte enla contienda y se constituyeron en usufructuarios del sa-crificio de los isleños que venían guerreando desde hacíatreinta años, firmaron un tratado de paz con España sindar intervención a los cubanos, y se apoderaron de lasFilipinas, Guam, Puerto Rico, etc. En Cuba nombraronun gobernador militar y sólo lo retiraron cuando se lesdio la base de Guantánamo (que todavía ocupan) y se lesreconoció el derecho de intervenir militarmente. Cada vezque había protestas por el fraude con que se elegía a unpresidente amanuense de los yanquis, estos mandabanfuerzas amparados en esa concesión.

Únicamente los socialistas argentinos se les podía ocu-rrir echarle la culpa a los cubanos de esas intervencionesimperialistas que sufrieron todas las naciones que esta-ban en el radio geopolítico de Estados Unidos.

Cuando decía «dudemos de nuestra civilización», setrataba de una ironía justista: quería decir que estabaseguro de nuestra barbarie. Como la civilización y elprogreso sólo pueden llegar del extranjero, tambiénaplaudieron la maniobra yanqui que quitó una provin-cia a Colombia y creó la república artificial de Panamá.Pensaban, como los yanquis, que nuestro continentesería un emporio de civilización si no estuviese pobla-do por latinoamericanos.

Lenin, explicando la desviación reformista de los mo-vimientos europeos que recibían su cuota del productocolonialista, dijo que «el partido obrero-burgués es inevi-table en todos los países imperialistas», ha mencionadoasimismo que «en todos los países en los que existe el modode producción capitalista hay un socialismo que expresala ideología de las clases que han de ser sustituidas por la

burguesía». En esta segunda categoría estaría el PartidoSocialista de nuestro país sin describirlo totalmente. LaArgentina, siempre al día con las modas del Viejo Mun-do, quiso darse el lujo de tener un partido obrero-oligár-quico-proimperialista, una creación de la fantaciencia po-lítica. Desde que se acriollaron los inmigrantes, nunca másconsiguieron reclutar a un proletario. Cuando en la Casadel Pueblo ven acercarse a un grupo de obreros, cierranlas puertas y piden custodia policial.

En 1930 la situación se tornó mucho peor, los efectosde la crisis se sentían fuertemente y la reacción afilaba suscuchillos. Como después pudo verse, el curso de la eco-nomía en todo el mundo no admitía ninguna salida de ladepresión. Había que capearla lo mejor posible. Pero lamaquinaria de la oligarquía le permitía exagerar las fallasdel gobierno, atribuirle la culpa de procesos que eran in-evitables y marcarlo como responsable del descontentopopular.

El Partido Socialista, infaltable en las grandes infamiascontra el país, dio una batalla parlamentaria contra la leyde nacionalización del petróleo y lo mismo de su des-prendimiento, el Partido Socialista Independiente, se sumóal escándalo callejero, arrastrando a los bobalicones de lapequeña buguesía portuaria, que creían que aquellos tri-bunos municipales eran la última palabra en materia deprogresismo y audacia de pensamiento.

Entre otras lindezas, el diario La Nación emitió estejuicio sintético: «No se recuerda ninguna época de fana-tismo y corrupción como esta». Y La Prensa: «Nunca an-tes en la Argentina, un gobierno quiso mostrarse y se mos-tró más prepotente, omnisciente, ni llegó a dejar mayorconstancia de su incapacidad de actuar, respetar y ser res-

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petado». Por su parte el Partido Comunista no aportabanada al esclarecimiento de las cosas, por el contrario, de-finió al gobierno de Yrigoyen como «reaccionario» y «fas-cistizante».

El clásico frente antipopular, perfectamente sincroni-zado, sacó a relucir sus grandes palabras y los militaresde cabeza hueva hicieron de verdugos.

La Década Infame«Recién entonces comprendimos qué punto de

nuestras oligarquía estaba divorciada de la vida nacio-nal y pudimos medir la amplitud y la perfección con quedominaba los nudos estratégicos de la vida de relación».

Scalabrini Ortiz.

En la dictadura que sustituyó a Yrigoyen pugnabandos corrientes de pensamiento. Los amigos más próxi-mos del general Uriburu profesaban un vago nacionalis-mo fascista, cuyo expositor principal había sido Leopol-do Lugones, por entonces en una de las etapas más reac-cionarias de su vida atormentada y contradictoria. Se iden-tificaba a la patria con su aristocracia, frente a la chusmaque venía a ser lo espúreo y extranjero. Era la «hora de laespada». La dictadura clasista y los grupos conservadoresplanteaban su contradicción de siempre: invocaban lasideas de la democracia liberal pero en los hechos teníanque violar para impedir el retorno del partido derrocado,sobre todo cuando la elección de abril de 1931 demostróque los radicales seguían siendo mayoría.

Después del a guerra 1914-18, la posición de GranBretaña como primera potencia financiera había cedidoante los Estados Unidos, que emerge como primer país

acreedor del mundo. En la Argentina eso se reflejó en unavance norteamericano, tanto en el monto de sus inver-siones como en su participación en nuestro comercio ex-terior. El país se convirtió en zona de fricción entre ambosimperialismos. Los norteamericanos invertían en algunossectores de la industria y tenían sus ojos puestos en losyacimientos petrolíferos, buscaban el desarrollo de la via-lidad para ampliar el mercado de sus exportaciones: auto-móviles, petróleo, caucho, etc. Los ingleses defendían elsistema de transportes estructurado en torno a los ferroca-rriles y al suministro de carbón. La crisis del año 30, diotransitoriamente el triunfo a los ingleses.

Las inversiones directas norteamericanas habían pasa-do de 40 millones de dólares en 1913 a 330 millones dedólares en 1929, en 1940 representaban 360 millones: el14% de las inversiones extranjeras contra el 61% queposeían los ingleses.

Con la primera guerra había terminado el período deauge del sistema capitalista universal. La crisis iniciadaen 1929 no fue más que un efecto retardado de ese res-quebrajamiento cuyos problemas habían quedado irresuel-tos. En la Argentina el impacto fue tremendo, como con-secuencia de la indefensión que nos creaba el sistema agro-exportador. Las condiciones de nuestro progreso –deman-da creciente de productos agropecuarios, fertilizad de lazona pampeana, arribo de capitales y de inmigración- pro-venían de afuera, al margen de una acción consciente im-pulsada por factores internos. Ese desarrollo espontáneoya estaba agotado para entonces, pues el aumento de laproducción ya no podía hacerse mediante la incorpora-ción de nuevas tierras aptas para el proceso productivo.La crisis trajo un estancamiento en la demanda mundial

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de nuestras carnes y cereales, y el valor de las exportacio-nes argentinas se redujo, de golpe, en un 50%.

Los países industrializados abandonaron los métodosdel liberalismo y establecieron una serie de medidas paracontrarrestar los efectos de la depresión. Simultáneamen-te, se invirtió la corriente mundial de capitales: en lugarde afluir a los países dedicados a la producción primaria,retiraron gran parte de las inversiones y cesaron sus prés-tamos. Para hacer frente a los déficit de sus cuentas inter-nacionales, los países como Argentina no tenían otro re-curso que apelar a sus reservas de oro y divisas y, cuandoéstas se agotaron, a diversas medidas de regulación eco-nómica.

La conferencia de Ottawa, en que Gran Bretaña habíaestablecido sus dominios un sistema de «preferencias»que cerraba las puertas a la penetración comercial ameri-cana, puso a nuestra oligarquía en el trance de perder elmercado británico de carnes. Empavorecida mandó unadelegación a Londres, encabezada por el vicepresidentede la República, que firma el pacto Roca-Runciman y so-mete a nuestra economía a dictados ingleses. Gran Breta-ña no se comprometía a nada importante. En cambio se leotorgaba el control de nuestro mercado de carnes y distri-buir el 85% de su exportación, asegurándose además queel transporte se realizase en sus buques.

La clase dirigente entregó al extranjero todo cuantoéste exigió, desde el manejo de la moneda y el créditohasta el monopolio de los transportes. El principal ins-trumento de dominación fue el Banco Central, cuya leypreparo Otto Niemeyer, vicepresidente del Banco de In-glaterra, y fue adoptada y puesta en ejecución por losdoctores Pinedo y Prebisch. La misión nombrada por Jus-

to para proyectar las reformas financieras del país era,con leves modificaciones, la misma que antes había nom-brado el gobierno de Uriburu. La componían AlbertoHueyo, E. Uriburu, Federico Pinedo, Raúl Prebisch, R.Berger, R. Kilcher, L. Lewin, y Robert W. Roberts, repre-sentantes de la banca Baring Brothers, Morgan y Leng,Roberts y Cía., que eran acreedores del gobierno. Ex-tranjeros eran los ferrocarriles, los teléfonos, el gas, losfrigoríficos trustificados que controlaban la exportaciónde carnes, las empresas de comercialización de las cose-chas, los tranvías, ómnibus y subterráneos.

Para dar una ídea del aniyrigoyenismo, Alvear habíafestejado la caída de Yrigoyen.

Los socialistas aprovecharon los años de abstenciónradical para conquistar una numerosa bancada parlamen-taria, luego reducida a representaciones de la Capital Fe-deral. Ostanteron el mérito de no complicarse en ningu-no de los escandalosos negociados de la época, pero si-lenciaron el escándalo total de nuestro encadenamientoa Gran Bretaña y de los avances del imperialismo yan-qui. Al fijar posición en el debate parlamentario sobre elpacto Roca-Runciman, el diputado Nicolás Repetto acla-ró: «Desde luego, nuestro voto no implicará un reprochea la gestión diplomática realizada en Londres por el doc-tor Julio A. Roca. Manifestamos y lo hemos hecho públi-camente, nuestra adhesión por la forma tan discreta, porla perseverancia realmente ejemplar y por la alta digni-dad que nuestra representación ha sabido mantener entodo momento en el ejercicio de su elevado mandato».

Su oposición se limitó a lo episódico y marginal, sincalar en ninguno de los temas fundamentales que afli-gían a la Nación. Eran la oposición ideal para el régimen:

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didato de la UCR, Alvear. Con el criterio de Repetto, enla elección de 1931 no hubo proscripción radical, pues-to que el general Agustín P. Justo era también radicalantipersonalista (Ortiz fue uno de sus ministros).

Desde luego, ahora los radicales prefieren no hablarde esos episodios, desde que hace años son ellos losque usufructúan la proscripción del partido mayorita-rio (nota: el peronismo había sido proscrito desde 1955)y eso les ha convertido en gobierno. Cuando aluden altema se enredan en explicaciones más retorcidas aúnque las habituales. Uno de los que ha abordado intrépi-damente es el Dr. Ricardo Balbín, y como era de espe-rar, desapareció toda confusión. Su diáfana oratoria dejóestablecido que las situaciones no eran idénticas. «Losradicales mantuvieron su entereza moral en la absten-ción, sin prestarse con sus votos a pactos ni a la confu-sión de la República. Los proscritos deben tener espíritudemócrata y no ser aventureros del poder» (La Razón,06/08/61).

moderada, enemiga del desorden, cultora de todos losmitos proimperialistas. Su minúscula astucia de jacobi-nos parroquiales consistía en equiparar a radicales y con-servadores en salvaguardia del orden cuando se temíaque los radicales intentasen perturbarlo.

Los radicales siempre reprocharon a los socialistas elhaberse aprovechado de su abstención para obtener re-presentaciones y legalizar el fraude de los conservado-res. En defensa de esa actitud, Repetto dijo hace nosaños cosas muy graciosas: relata que, vetada la candida-tura Alvear-Güemes en 1931, Lisandro de la Torre vaci-laba en presentarse como candidato de la fórmula con elpropio Repetto, pero éste en vano aventó sus escrúpu-los, y termina diciendo: «Los hechos ocurrieron en laforma supuesta por mí, y en la elección presidencial si-guiente, los radicales triunfaron con su candidato, el Dr.Roberto Ortiz» (La Razón 24/10/61). No menciona queOrtiz fue electo por los conservadores y radicales anti-personalistas mediante un fraude cometido contra el can-

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La política de neutralidad del gobierno militar rom-pía la unidad continental que Estados Unidos buscabapara su política de guerra (Segunda Guerra Mundial). ElDepartamento de Estado apeló a todos los recursos paraforzarlo a cambiar de línea o provocar su derrocamiento:retiro de los embajadores latinoamericanos, inglés y nor-teamericano, congelamiento de nuestras reservas de oroen Estados Unidos, prohibición a sus barcos de tocarpuertos argentinos, restricción de sus exportaciones condestino a nuestro país, etc. Recién en 1945, cuando lasuerte del conflicto mundial estaba decidida, la Argenti-na rompió relaciones con el Eje, pero sin unirse al reba-ño de las restantes repúblicas americanas conducidaspor los yanquis.

Los partidos, la prensa y los intelectuales, movidospor el imperialismo, apoyaban al empajador yanquiSpruille Braden, quien actuaba públicamente en la vidapolítica argentina, fogoneando la renuncia y detenciónde Perón.

Pero los trabajadores ya no consintieron esa nuevavergüenza: todo el país quedó paralizado por una huelgageneral y las multitudes marchan hacia Plaza de Mayodonde exigen la libertad de Perón y su vuelta al poder.

Scalabrini Ortiz ha dejado una inolvidable descrip-ción de esas jornadas. De ahí extraemos algunos párra-fos que captan su vivencia: «Un pujante palpitar sacu-día la entrada de la ciudad. Un hálito áspero crecía en

densas vaharadas, mientras las multitudes continuabanllegando. Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de lostalleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturasy acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas.Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descen-dían de las Lomas de Zamora. Hermanados en un mis-mo grito y en la misma fe, iban el peón de campo deCañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecá-nico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el sub-suelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de lanación que asomaba, aglutinados por una misma ver-dad que una sola palabra traducía: Perón.»

El milagro aritmético

La oligarquía había temblado ante la invasión de losdescamisados. Las explicaciones autotranquilizadoras ledevolvieron la calma que se transformó en euforia cuan-do, de inmediato, el gobierno convocó a elecciones paracuatro meses más tarde: allí obtendría el triunfo que sele acababa de escapar de las manos y castigaría la escoriaresponsable del fracaso.

El Régimen al que había referido Yrigoyen se habíareconstituido, esta vez el radicalismo como participanteprincipal. El acercamiento de los partidos respondió,como hemos visto, a una serie de motivos: el belicismolos llevó a desarrollar actividades conjuntas, y desde

Capítulo IIILa brisa de la historia

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junio de 1943 habían desaparecido las causas del anta-gonismo –fraude, lucha por el gobierno- y todo contri-buía a unirlos, incluso la desgracia común. Ante la oladesconocida que traía un candidato «de afuera», no per-teneciente al selecto club democrático-representativo, seconstituyó la Unión Democrática.

Mirada desde el ángulo tradicional, la Unión Demo-crática era una aplanadora: estaban todos los partidosque tenía el país, es decir, todos los votos. Los analistasprocedían con criterio realista y admitían que de ese in-menso montón de sufragios había que descontar unospuñaditos de gente votaría al candidato «imposible» al-gunos obreros sin conciencia que se habían dejado enga-ñar por el demagogo, los sectorcitos que seguirían a losradicales de la Junta Renovadora, los totalitarios, claroestá, y por fin ciertos elementos de la población, comoser vagos, ladronzuelos, punguistas, borrachos, male-vos.... En suma, una ínfima minoría de estúpidos y an-tisociales, y por consiguiente, lo único que tenía interésera el escrutinio de las listas de diputados para ver comoestaría compuesto el Parlamento que acompañaría al go-bierno de Tamborín-Mosca.

Para mayor garantía, el imperialismo yanqui no deja-ba de ayudar a sus amigos. Poco antes, la Junta de Exilia-dos Políticos Argentinos se había dirigido a las NacionesUnidas pidiendo la solidaridad del continente contranuestro gobierno, en un documento que llevaba la firmade los partidos Socialistas, Demócrata Progresista, Radi-cal, Demócrata Nacional (conservador) y Comunista. Bra-den había dejado la embajada, ascendido al cargo deSubsecretario de Estado para Asuntos Latinoamericanosy desde allí trataba de obtener el asentimiento para los

que desde aquí pedían «la intervención militar en laArgentina». En noviembre de 1945, el canciller urugua-yo, Rodríguez Larreta, le da estado diplomático a la tesisy emite la Doctrina de Intervención Multilateral, propi-ciando la intervención colectiva del hemisferio para res-tablecer la democracia en nuestro país, recibiendo la res-puesta que merecía de nuestro Ministerio de RelacionesExteriores.

Faltando pocos días para las elecciones, el Departa-mento de Estado norteamericano publicó el Libro Azul,donde se repetían las habituales acusaciones y se daban«pruebas» de que Perón y sus colaboradores eran agen-tes nazis, nuestro gobierno las desmintió con el LibroAzul y Blanco, haciendo enérgicas consideraciones so-bre la intromisión norteamericana en los asuntos inter-nos de la Argentina.

No hay necesidad de explicar como fue que perdie-ron todos los partidos, con toda la prensa y el dinero,con las omnipotentes embajadas de las democracias vic-toriosas, con los estudiantes, profesionales e intelectua-les, con los caudillos grandes y chicos de todo el país.

Ese golpe fue cruel para todos ellos. Muy especial-mente para el radicalismo, que de ser una inmensa ma-yoría, se encontró ante la sorpresa de que no podía ga-nar ni con el aporte de todos los partidos juntos. Susfrases seguían siendo las mismas, los propósitos quevenían enunciando no habían cambiado, ni tampoco lacomunicación inmaterial con las masas de Alem, Yrigo-yen y Alvear. Sin embargo ese pueblo que durante treceaños de fraude había querido votarlos, ahora que teníanla oportunidad de hacerlo en comicios libres, les volvíala espalda para seguir a un recién llegado.

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Ellos se veían a sí mismos de una manera: la imagenera falsa y el pueblo los contemplaba tal eran.

La UCR, como todo partido «serio», excluyó de suléxico la palabra «imperialismo» justo cuando el hombrede la calle estaba adquiriendo conciencia de su peligro-sidad.

El caso que venimos analizando deja una primeralección: no hay que encerrarse en cuevas ideológicasporque afuera pueden estar sucediendo cosas impor-tantes y uno enterarse demasiado tarde o no enterarsenunca.

El Partido Comunista, que se autotitulaba «vanguar-dia del proletariado», se desempeñó como vanguardiade la oligarquía. De lo que se han valido los antiliberalesreaccionarios para desacreditar al marxismo que parece-ría conducir sistemáticamente a las mismas posicionesque el liberalismo. Lo cual es falso. Primero, porque elmarxismo no es una doctrina que de respuesta automá-ticamente a cada situación, es un método para conocer larealidad social y guiar las actividades tendientes a cam-biarla, según como se lo utilice se llegará o no a interpre-taciones y a líneas de acción concretas. Y segundo, por-que lo que ha caracterizado siempre al PC Argentino es,precisamente, el no aplicar la teoría que invocan.

Tienen una concepción del país que proviene, enparte, de asimilarlo a modelos históricos que no se ade-cuan a nuestro casi y, en parte, de la mitología mitrista.Y una política consistente en adaptarse mecánicamentea la política de la URSS. El marxismo sirve para justifi-car literalmente esa suma de irrealidades.

Así, de la táctica de los «frentes populares» cuando sefirmó en 1939 el pacto ruso-germano, a defender la neu-

trailidad y denunciar como sirvientes del imperialismoa los que intentaban meternos en la guerra. Pero cuandola URSS fue arrastrada a la contienda de los «imperialis-mos» pasaron a ser «democracias», los neutralistas fue-ron declarados «nazis» y los cipayos pasaron a ser laesperanza de la Patria, no abandonaron el frentismo, quees su técnica permanente, pero ya no se buscó el «frentenacional antiguerrero» sino otro para incorporar a nues-tro país en el frente único de los pueblos en guerra conel «nazifascismo».

Era un nazifascismo tan raro que había levantado laintervención de las universidades, dado legalidad al Par-tido Comunista después de 15 años de proscripción,permitía la libertad de prensa más desenfrenada, y cele-bró las elecciones más limpias de toda nuestra historia,como lo reconocieron los partidos opositores.

Ningún integrante de la Unión Democrática creyó quepudiera triunfar el coronel Perón. El 17 de octubre habíasido un misterio «policial»: el 23 de febrero (elecciones)fue un misterio aritmético.

Algunos dijeron después, para prestigiarse como za-horíes, que se la vieron venir: no es cierto, eso estabafuera de toda lógica que ellos pudieran desarrollar. Porlo general, hasta el día de hoy siguen sin enterarse de loque pasó. En el subconsciente les baila la hipótesis deque cosa de magia negra.

1945-1965: Citación nacionaly actuación revolucionaria de las masas

En el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto dela democracia para esquistos, distorsionaron todas las

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relaciones sociales, desmontaron los cómodos engrana-jes del comercio ultramarino y para colmo, se mofaronde las estatuas y cenotafios con que la oligarquía gustaperpetuarse en el mármol y en el bronce.

El 17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamentelo redujeron a su verdadero valor: era una especie decongregación de papanatas, delincuentes o como decíanlos cultos de la izquierda oficial, lumpen proletariado,arriados por la policía en una especie de carnaval sinies-tro. Lógicamente el 24 de febrero, cuando se reunierontodos los partidos políticos, los que tenían todos losvotos, el candidato imposible como llamaban a Perón,no tenía otra perspectiva que la de conseguir algunosvotos de esos elementos marginados.

La verdad es que los dueños de todos los votos per-dieron, en lugar de unos pocos sufragios de la canallas,la canlla sacó más sufragios que todos los partidos jun-tos desde la izquierda a la derecha.

Inmediatamente los teóricos buscaron explicación ylo plantearon como un episodio de la lucha de nazis yantinazis dentro de su característica habitual de trasla-dar a escala nacional los problemas universales. Peropor detrás de todas esas explicaciones, en el fondo delsubconsciente les baila la hipótesis de que había sidocuestión de magia negra.

Pero en todo esto había algo más que mala fe, había laincapacidad de la clase dirigente argentina para compren-der un fenómeno que no cabía dentro de las formas con-ceptuales del liberalismo tradicional

Ese ostracismo de las clases dirigentes debió habersido definitivo. Solamente duró 10 años, y sobre el per-jurio de algunas espadas se restableció el régimen y re-

solvió aplicar sus tesis. Los juristas de almas heladasinventaban decretos de desnazificación y crearon mara-villas de la juricidad como el 4161 famoso, mientras losintelectuales inventaban teorías que iban, desde la tesisde que constituíamos una acumulación multitudinariade abribocas encandilados por métodos de propagandatotalitaria hasta la distinción sociológica entre masa ypueblo, la masa como algo informe, innoble, indiferen-ciada; y el pueblo, para decir una palabra, constituidopor gente que votaba al radicalismo, a los conservadoreso a los socialistas. Hasta monseñor Plaza, el conocidoclérigo financista del Banco Popular, anunció que la epi-demia de poliomelitis que padecían los niños argentinosera el castigo de Dios por el extravía del peronismo.

Nosotros dijimos: soberanía política, independenciaeconómica y justicia social. Pero si para esos objetivosaplicamos métodos que eran adecuados a una realidadde hace 20 años, la inoperancia de los métodos desvir-túa y desmiente la fidelidad a los objetivos. Esa maneraburocrática de conseguir las cosas, no es ortodoxia pero-nista, es apenas oficialismo peronista. Una teoría políti-ca que refiere a una realidad debe cambiar con esa reali-dad. Le reprochábamos casualmente a la ideología libe-ral que las ideas eran universales y tanto valían paraEEUU, África o Francia, y que tanto valían en la épocaascendente de la burguesía como en la época de la ex-pansión imperialista sobre las zonas subdesarrolladasde la tierra y lo que nosotros negamos en 1945, lo quenegamos de toda esa superestructura ideológica implan-tada sobre una triste realidad del país, así como nega-mos los mitos de la historiografía mitrista y a los presu-puestos de la Constitución de 1853, de la misma mane-

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ra, para ser fieles con esa negativa y toda Revolución,debe ser primero rechazo si después quiere ser afirma-ción, fieles a esa negativa debemos también cuestionardentro de nuestro bagaje ideológico todo aquello ya peri-mido por el tiempo, por los hechos y por el fluir de lahistoria nacional e internacional.

Moreno, Dorrego o Rosas... han merecido nuestraadmiración y nos sentimos identificados con ellos encuanto a defensores de la soberanía, en cuanto a actoresde la lucha independentista, a nadie se le ocurriría, sinembargo, ir a repetir el plan de ninguno de ellos, pero enese tiempo histórico presente de las revoluciones de lospueblos y los levantamientos de los continentes, tantoda estar atrasados 20 años como estarlo 100 o 140.

Nosotros postulamos la defensa y la continuidad dela tradición, el pensamiento conservador es partidariodel tradicionalismo, es decir, de la fijación de categoríasque alguna vez fueron, la época de la montonera no erapara ellos la dinámica de las luchas de las masas argen-tinas en sus etapas de ascenso, sino que es el reflejo, laépoca de oro para una utópica restauración del fijismode la estancia rosista.

Por eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo elnacionalismo de derecha al régimen liberal y la historio-grafía mitrista, pronto nuestros caminos nos separaron,porque donde ellos todavía soñaban con la vuelta a latierra, y se veían caudillos de gauchos sometidos a laelite de la aristocracia de la que formaban parte, nosotrosveíamos el gaucho de carne y hueso transformado encabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindi-cal, orientación para sus luchas, conquistas políticas,líderes de las masas.

Hay miles y miles de hombres que sólo conocieron laderrota, pero lo que no conocieron fue el deshonor.

En el año 1945 Perón planteó perfectamente el pro-blema nacional, acá hay una frase clave y que él de unamanera o de otra la ha repetido siempre: «Cien años deexplotación interna e internacional han creado un fuer-te sentimiento libertario en el espíritu de las masas popu-lares».

La izquierda inclusive no la entendió. Posiblementesi Perón en vez de decir frase tan sencilla hubiese dicho:La dialéctica de la lucha de clases internas, en relacióncon la liberación de los pueblos semicoloniales en laépoca de la expansión financiera del imperialismo, seconjuga en una unidad dialéctica dentro de las coorde-nadas de la economía y de la historia mundial. Si lohubiese dicho así, de esa forma, la izquierda tal vez lohubiese reconocido como un hombre genial.

La lucha de clases estaba agudizada pero el régimenperonista seguía planteando el problema del país, comosi todavía existiese el frente policlasista antiimperialistadel año 1945, con Perón como Gral en Jefe, y ese frenteya estaba desintegrado. La parte marginal de ciertos sec-tores de la burguesía media y alta se fueron retirandorápidamente, de la pequeña burguesía, algunos movili-zados por el problema religioso, otros por diversos fac-tores coyunturales, expuestos como están a los factorespropagandísticos de la burguesía, rápidamente abando-naron este frente popular, y entonces, así se explica nosolamente la caída del peronismo, sino la forma en quecayó, porque la única fuerza real con que contaba el pe-ronismo a esa altura de los acontecimientos era la claseobrera.

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No es insólito que esto ocurra, lo insólito es que sibien el general Lucero es lógico que creyera en la palabrade honor de sus camaradas, qué diablos tenía que de-pender de la fuerza de la clase trabajadora de la palabrade honor de ningún militar, si la única fuerza real conque contaba eran sus propios puño y su propia fuerza.Y aunque el peronismo no era un régimen del proletaria-do, tampoco era la dictadura de la burguesía.

Sin embargo había donde pudo haberse planteadotodo eso, eso era el partido, pero lo que ocurre es quetambién el partido y la administración y gran parte delsindicalismo sufrieron un proceso de burocratización, yahí donde debía haber sido el campo de desarrollo ideo-lógico se transformó en una esclerotizada estructura bu-rocrática donde cualquier recomendado por el mismopodía ir de gerente de una empresa, como interventordel partido. Se identificaron las tareas administrativascon las tareas políticas y lógicamente en estos casos seproduce una cierta degeneración: cualquier burócrata fir-ma un decreto y cree que ha contribuido a la grandeza dela nación, dice tres palabras de obsecuentes y cree quees artífice del triunfo peronista, murmura una arengapatriótica y cree que la República le está en deuda. Elmal proceso de selección determinó que ante esa coyun-tura a que me estoy refiriendo, el salto cualitativo nopodía ser tomado como medida técnica, debía haber sidotomado desde el punto de vista de la media política.

Se produce por consecuencia un enfrentamiento conuna tremenda coalición interna e internacional, en la queel peronismo actuaba como si contase, como en el casode un general que creyese que tiene determinadas divi-siones que están en el campo adversario y no en el cam-

po de él, y todos los lamentos póstumos sobre las mili-cias obreras, para mí son simples especulaciones fanta-siosas. Porque no se puede armar la clase trabajadorapara que defiende a su régimen y al otro día decirle:Bueno m’hijo, devuelva las armas y vaya a producir plus-valía para el patrón.

La milicia obrera y la defensa del régimen implicabalos cambios sociales, cuando se quiso formar ya era tar-de, porque el régimen se vio entre la contradicción deque el paso de su respaldo militar a un respaldo com-partido por la clase obrera armada, hubiese significadoperder ese aparato militar, y en ese desajuste hubiesecaído irreversiblemente.

El régimen fue vendido el 16 de julio, porque casual-mente Perón proclamó que era el presidente de todos losargentinos, en ese momento no era más el presidente dela clase obrera, nadie más lo reconocía. Entonces, siguiópidiendo la pacificación como la había pedido en el ’52,creyendo que le acababan de dar el último golpe a lacontrarrevolucionario, y lo que acababan de dar el pri-mero, un golpe prematuro de una coalición de fuerzasque seguía inconmovible.

(...) Se podría seguir todo el tiempo con esta clase decosas. El senador Fassi dice que la URSS es fascista yque el régimen de Fidel Castro es imperialista, y podríaacumular así disparates constantemente.

Es un problema mucho más serio, eso no dependede Illia ni de Onganía ni de nadie. Depende de determi-nadas estructuras que no pueden permitir el acceso delperonismo, y que cuando lo permitan será porque elperonismo no será la expresión política de los trabaja-dores.

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Todo lo demás pertenece al mundo de la magia, almundo del milagrerismo, en el fondo se reduce a lo si-guiente: Que se arme un bochinche y pase no se sabequé y como consecuencia de eso aparezcamos no sé comoen el gobierno sin darse cuenta de que el hecho que yodiga que el régimen está en crisis, en descomposición,no significa que el régimen cae, porque sólo no va a caer,hay que voltearlo, porque una situación histórica asípuede durar cualquier cantidad de años.

Cualquiera que hayan sido los factores que hayanintervenido, que en todas partes no fueron lo mimo, elhecho concreto es que en el momento, para lo que yollamo una alta conducción burocrática, plantearse el pro-blema de su mito, lo que había que plantear llenándolode su verdadero significado y no como hacen con Perón,que es como Sócrates, que le dan la interpretación quequieren, entonces todos proclaman una adhesión abs-tracta que parece que es la más obsecuente y el máximode fidelidad y la verdad es que es la mayor falta de res-peto.

En el fondo todo radica en lo mismo, como en el año1945 el pueblo y las fuerzas armadas marcharon juntosen una etapa de la historia, una vez que se despejen losmalentendidos que siembran los malvados, nos volvere-mos a juntar -¡nunca más nos volveremos a juntar!- Enprimer lugar porque en 1945 eso de pueblo y ejército fueuna verdad a medias. Al fin y al cabo el 9 de octubre aPerón lo echó el Ejército. Lo que pasa es que como enaquel entonces el balance, el equilibrio de fuerzas inter-nas de las FFAA era muy parejo, la irrupción del movi-miento de masas fue suficiente para volcar de nuevo labalanza a favor de Perón. Pero ese ejército ya lo perdi-

mos. Porque ese nos acompañaba en el industrialismo,en la lucha antiimperialista, en una serie de cosas, perono en el contenido social ni en el avance social que re-presentaba, no el la subversión de las jerarquías. Por esoque mientras unos se levantaron contra el peronismo enseptiembre, otros pelearon con bastante desgano y estocorresponde sí a un estado de espíritu, a un estado deconciencia, pero siquiera esos estaban formados en uncierto repertorio mínimo de ideas nacionalistas.

Por otra parte, cuando nos disolvamos como pero-nistas, si es que nos disolvemos como peronismo, esporque otra fuerza representará el papel revolucionarioque representa en este momento al peronismo.

La revolución social entonces no es un orden idealfijado porque nosotros lo consideramos que es el quepreferimos con respecto a otro, es una necesidad técni-ca, como necesidad económica y como necesidad delpaís para realizarse como integridad nacional, es unatarea nacional postergada, exige ese pre-requisito de larevolución social, así que cuando nosotros decimos elrégimen burgués no da más, estamos diciendo no unapreferencia, porque aunque el régimen burgués fueracapaz de desarrollarse yo igual estaría en contra, peroal mismo tiempo eso no quitaría que pudiese el paísrecorrer etapas dentro de él, pero ahora lo que yo opineo no opine no tiene importancia, lo que tiene importan-cia es si los análisis son correctos y si los análisis talcomo yo los he planteado son exactos, entonces hayque replantearse una nueva visión del país, una corres-pondencia entre las luchas del pueblo que son sacrifi-cadas, que son abnegadas y que ya vienen desde hace10 años, y una estrategia de poder. A nadie se le pide

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que nos ponga en el poder mañana ni pasado.Se les pide que nos encaminemos al poder, que no

nos encaminemos a la disgregación, que no nos encami-nemos a la esterilidad histórica. Lógicamente como yohago estas críticas, comprendo que puedan hacer otras,pero siempre desde la lucha. La primera condición paracriticar el combate, es estar en el combate.

Estamos en un equilibrio: el régimen que no tienefuerza para institucionalizarse pero sí para mantenersemientras el peronismo y la masa popular y otras fuer-zas tiene suficiente potencia para no dejarse institucio-nalizar, pero no para cambiarlo. ¿Quién tiene que rom-per ese equilibrio? Nosotros; a la burguesía con durarle basta.

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indice

PropósitosPrólogo de John William Cooke (1964)PrólogoRodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde (1973)

Capítulo IMalestar en las bases

La crisis del Régimen y la crisis del Movimiento Peronista

Capítulo IIEl orden de la oligarquía liberal

Yrigoyen y sus enemigosLa Década Infame

Capítulo IIILa brisa de la historia

El milagro aritmético1945-1965: Citación nacional y actuación revolucionaria de las masas

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Colección: El valor de la palabra