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1 UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO CARRERA DE ARQUITECTURA ASIGNATURA: “ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTE” PROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES PROMETEO DOCENTE UCSG APROXIMACIONES A LA ESTÉTICA DE HEGEL. LA NOCION DE LO BELLO NATURAL Y LO BELLO ARTÍSTICO. LO BELLO Y EL ESPÍRITU INTRODUCCIÓN Aún cuando Hegel no emprendería el desarrollo sistemático de su estética hasta un período relativamente tardío, ya que las notas y lecciones de sus cursos de estética comienzan en 1817 y 1818 en Heidelberg y en 1820- 1821; 1823; 1826 y 1828-1829 en Berlín, el contenido de estos cursos serían publicados póstumamente entre 1836 y 1838 por H.G. Hotho, 3 antiguo alumno de Hegel, a partir de los cuadernos de los oyentes y de los apuntes del mismo Hegel. Hotho conseguirá en la segunda edición de 1838 ordenar las Vorlesungen über die Ästhetik, trad. Español: Lecciones de Estética, de un modo sistemático y según el desarrollo histórico y dialéctico propio del pensamiento de Hegel. Las ideas de Hegel sobre el arte se recortan sobre el trasfondo determinado por el temprano romanticismo de Jena y Tubinga, en el contexto de las experiencias que tuvo ocasión de compartir con Friedrich Hölderlin (1770-1834) y Friedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854) entre 1788 y 1793. El punto de partida era la conciencia de la modernidad 3 Givone Sergio, Historia de la Estética, Traducción de Mar García Lozano, Editorial Tecnos, S.A., Madrid, 1999, p. 49

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UNIVERSIDAD CATÓLICA DE SANTIAGO DE GUAYAQUIL FACULTAD DE ARQUITECTURA Y DISEÑO

CARRERA DE ARQUITECTURA ASIGNATURA: “ESTÉTICA Y FILOSOFÍA DEL ARTE”

PROFESORA: DRA. AIXA ELJURI FEBRES PROMETEO DOCENTE UCSG

APROXIMACIONES A LA ESTÉTICA DE HEGEL. LA NOCION DE LO

BELLO NATURAL Y LO BELLO ARTÍSTICO. LO BELLO Y EL ESPÍRITU

INTRODUCCIÓN

Aún cuando Hegel no emprendería el desarrollo sistemático de su estética

hasta un período relativamente tardío, ya que las notas y lecciones de sus

cursos de estética comienzan en 1817 y 1818 en Heidelberg y en 1820-

1821; 1823; 1826 y 1828-1829 en Berlín, el contenido de estos cursos

serían publicados póstumamente entre 1836 y 1838 por H.G. Hotho,3

antiguo alumno de Hegel, a partir de los cuadernos de los oyentes y de los

apuntes del mismo Hegel. Hotho conseguirá en la segunda edición de

1838 ordenar las Vorlesungen über die Ästhetik, trad. Español: Lecciones

de Estética, de un modo sistemático y según el desarrollo histórico y

dialéctico propio del pensamiento de Hegel.

Las ideas de Hegel sobre el arte se recortan sobre el trasfondo

determinado por el temprano romanticismo de Jena y Tubinga, en el

contexto de las experiencias que tuvo ocasión de compartir con Friedrich

Hölderlin (1770-1834) y Friedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854)

entre 1788 y 1793. El punto de partida era la conciencia de la modernidad

3 Givone Sergio, Historia de la Estética, Traducción de Mar García Lozano, Editorial Tecnos, S.A., Madrid,

1999, p. 49

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como reino de la escisión entre el espíritu y la naturaleza, frente a la

presunta organicidad de que habría gozado la cultura griega. Las fuentes

inmediatas de esta visión de las cosas eran, sobre todo, Johann Gottfried

Herder (1744-1803) y Schiller. El primero, con su esfuerzo por salvar y

reactualizar las viejas tradiciones en el seno de la sociedad

abstractamente racionalizada, se había adelantado al sueño romántico de

una “mitología de la razón”4 tal como se demandaba en el

Systemprogramm hacia 1796. El segundo había encontrado en la

literatura un camino para llevar a Kant más allá de sí mismo. Tanto en un

caso como en el otro, la solución a los dilemas del criticismo kantiano

quedaba encomendada en exclusiva al universo de la experiencia estética,

y muy especialmente la del arte.

A Hegel lo caracteriza su resistencia a conformarse con la salida esteticista

propugnada por los pensadores del absolutismo romántico, como

Friedrich von Schlegel (1772-1829) o el propio Schelling. Ya en su

temprano escrito sobre la Diferencia (1801) entre los sistemas de Johann

Gottlieb Fichte (1762-1814) y Schelling, Hegel establecía la necesidad de la

filosofía desde el momento en que las contradicciones han perdido su viva

relación e interacción y cobran autonomía,5 el cometido de la filosofía

sería, por supuesto, la reconciliación de lo finito y lo infinito, de necesidad

y libertad, pero esa reconciliación no podría tener lugar de un modo

inmediato, sino que “tiene que hacer justicia a la separación entre sujeto y

4 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, La Balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1996, p. 227 5 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., pp. 227-228

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objeto”,6 es decir, a la identidad y a la no identidad del Absoluto. En pocas

palabras: tiene que sufrir “la fatiga del concepto”,7 la legitimación racional.

En este punto Hegel se mantuvo fiel a los principios de la Ilustración. En

las lecciones de Jena de 1805-1806 (Realphilosophie), y en abierta

oposición al intuicionismo estético de Schelling, el arte es comparado con

el “Baco indio, que es espíritu oscuro que no se sabe a sí mismo”.8 Pues

para Hegel el arte no puede dar a sus formaciones sino un espíritu

limitado, pues este medio de la finitud, la intuición, no puede captar lo

infinito. Es sólo “fingida u opinada infinitud (...) fingida, no verdadera

representación”.9 No está en ella la necesidad, la forma del pensamiento.

La belleza no es tanto la exposición de la verdad, como más bien el velo

que la recubre. Ahora bien esta reducción de la experiencia del arte a la

esfera de la mera opinión –de lo ficticio, lo ilusorio, la apariencia lo

meramente subjetivo- debe entenderse como una consecuencia de la

desconfianza del joven Hegel respecto de todo apresurado irracionalismo

enemigo de la Ilustración, que el pretendía “superar” pero no contradecir

sin más. En cualquier caso esta abrupta confrontación entre la intuición

inmediata y la mediación de la reflexión intelectual quedaría pronto

matizada con la historización radical del Absoluto, algo que Hegel sólo

podría llevar a cabo a partir de las formulaciones de la Phanomenología

des Geistes (1807), trad. Español: Fenomenología del Espíritu.

6 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 228 7 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 228 8 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 228 9 Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías

Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 228

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4

La radical historización hegeliana de la experiencia del arte se produjo en

un contexto donde lo decisivo era la absolutización de la historia misma.

Esto permitía al arte mantenerse en su posición de agente mediador en el

camino hacia lo Absoluto, pero sólo a cambio de presentarse en lo

sucesivo como una mediación todavía inmediata, es decir, relativamente

pobre en determinaciones y ya superada por la religión y por la filosofía,

en cuanto que manifestaciones superiores del Espíritu Absoluto. Dicho de

otro modo, el carácter sensible, la particularidad de la apariencia estética

quedaba legitimado, elevada al rango de materialización de una verdad

universal, puesto que su núcleo sería el Absoluto. Pero por otra parte,

significaba también la condena del arte a su autodisolución en el seno de

esa verdad, que no podía ser otra que la establecida por la Razón.

En efecto, si el Espíritu Absoluto ha de desplegarse a través de los “tres

anillos de la conciliación”: el arte, la religión y la filosofía, es decir, en

forma de manifestación sensible, de representación desde el sentimiento y

de concepto sistemático, respectivamente, entonces hay que pensar que el

contenido de verdad del arte no puede ser sino el Espíritu, la Razón, de

manera que su sentido tiene que poder resolverse sin residuos en

términos filosóficos. Es esto, precisamente, lo que justifica y lo que incluso

exige la teoría sobre el arte y, por tanto, la estética. Y es esto también lo

que determina la estética como filosofía del arte.10

De hecho, y en abierta oposición a Kant, Hegel se niega a considerar la

belleza natural como objeto de la estética filosófica.11 Según Hegel “(...) lo

bello natural aparece solamente como un reflejo de lo bello perteneciente al

espíritu, como una forma imperfecta, incompleta, como una forma que según

10

Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 228 11

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Traducción de Raúl Gabás, Ediciones Península, Barcelona, 1989, Introducción, pp. 9-19

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su ‘substancia’ está contenida en el espíritu mismo”.12 Para Hegel los

“defectos de la realidad inmediata natural”,13 son los que hacen necesario

el arte, pues sólo en su caso puede la belleza responder al “ideal”, es decir,

a la presencia concreta y singular, a la materialización sensible del

espíritu en toda su dignidad, su verdad y su universalidad.

Así nos encontramos con que la estética de Hegel, es la primera que se

define a sí misma como filosofía del arte, que hace del arte su objeto

exclusivo,14 y le concede el ámbito del Espíritu en lo que concierne a la

experiencia estética en cuanto que manifestación sensible de la “Idea”,

esto es, del Absoluto. “El reino del arte bello es el reino del espíritu

absoluto”.15 La realización particular del Espíritu Absoluto es el hacerlo

sensible mediante el arte. El arte es el primer intermediario reconciliador,

es la encarnación de la infinitud del mundo espiritual en la finitud de las

formas. El arte no es, así, el simple reflejo de la naturaleza, sino que se

impone a nosotros como la verdadera y profunda realidad. Esta sólo nos

llega en apariencia, pero en una apariencia cargada de espíritu,

compenetrada de la verdadera realidad de las cosas.

La Estética de Hegel consta de tres partes: la primera, tiene por objeto el

Ideal en si o en su generalidad; la segunda, el Ideal en las formas

particulares de su desarrollo histórico, (estas formas son: la simbólica, la

clásica y la romántica); la tercera el Ideal realizado en la obra de arte

individual, o el sistema de las artes. Se reconocen aquí las categorías de la

lógica: lo general, lo particular, lo individual.16

12

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Traducción de Raúl Gabás, Ediciones Península, Barcelona, 1989, p.10 13

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., pp. 136-137 14

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., pp. 9-19 15

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., p. 87 16

Después de una introducción destinada a dar una idea general del arte, y a señalar su lugar al lado de la religión y de la filosofía, comienza la primera parte, la cual trata: 1) El concepto de lo bello en general; 2) Lo

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En el arte simbólico, la Idea es incierta, confusa indeterminada. No es

todavía una Idea concreta, sino una idea abstracta que se mantiene en lo

exterior. No es adecuada a la forma, y esta inadecuación de la Idea

permanece simbólica. De aquí deriva ese esfuerzo por amplificar la Idea: la

Idea no se encuentra en la forma ni crea una unidad con ella, sino que se

queda afuera. Por ello jamás forma parte de la categoría de lo bello,

únicamente de la categoría de lo sublime.17 En este contexto Hegel sitúa el

arte oriental, en especial el hindú, así como la literatura hebrea, pero la

plenitud del simbolismo corresponde al mundo egipcio. Es entonces

cuando el desacuerdo que constituye el símbolo se hace sublime: el

espíritu se plantea a sí mismo, de manera consciente, como problema en

el ámbito de lo sublime, aunque sin lograr su auto-desciframiento. Por eso

la culminación del simbolismo la halla Hegel en el enigma de la esfinge,

bello natural; 3) Lo bello artístico o el Ideal. La segunda parte expone el desarrollo del Ideal en las formas del arte bello. Estas formas son: la simbólica, clásica y romántica. En la primera, la Idea se busca y esfuerza en vano para lograr una forma que le convenga; en la segunda, la encuentra; en la tercera, la sobrepuja. Vuelta sobre sí misma, la Idea se despoja de sus formas sensibles. Finalmente, en la tercera parte las artes se distinguen, se clasifican y se escalonan según el grado que expresan el Ideal: Arquitectura, Escultura, Pintura, Música, y Poesía. La gradación se establece según el principio de que un arte es superior a otro cuando expresa mejor el espíritu. Hay otra división que responde a la división histórica y en la que se reproduce la triplicidad de las formas anteriores. La Arquitectura es el arte simbólico; la Escultura, el arte clásico; la Pintura, Música y Poesía forman la serie de las románticas. En cada grado, la Idea se despoja de una de sus formas, se hace más espíritu. La poesía, la última es la más cercana al espíritu, tiene a su vez tres formas: la épica, lírica y dramática (Véase Bénard Charles, La Estética de Hegel, Prólogo de la traducción francesa en Hegel Friedrich, Estética, Traducción de la edición francesa de Charles Bénard, por H. Giner de los Ríos, Librería El Ateneo Editorial, Buenos Aires, 1954, pp. 37-39) En la segunda parte de la obra al exponer el desarrollo del Ideal en las formas del arte bello; toda la serie de artes particulares: Arquitectura, Escultura, Pintura, Música y Poesía se presentan dentro de cada una de las tres formas de arte progresivas: la simbólica, la clásica y la romántica, y aunque todas las artes se presenten en cada época, sucede, sin embargo, que cada vez que se presentan una o más de ellas tiene una categoría privilegiada, que depende de la coincidencia de su tendencia especial con el espíritu de la época dentro de la cual se encuentra. Así para la forma de arte simbólica, la Arquitectura es central o característica, para la forma de arte clásica, lo es la Escultura, y para la forma de arte romántica, lo son la Pintura, la Música y la Poesía (Véase Bosanquet Bernard, Historia de la Estética, Traducción de José Rovira Armengol, Ediciones Nueva Visión, SAIC., Buenos Aires, 1970, pp. 400-401) 17

Bayer Raymond, Historia de la Estética, Traducción de Jasmín Reuter, Fondo de Cultura Económica, México, 1993, pp. 323-324

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7

“símbolo de lo simbólico mismo”,18 donde “el espíritu humano, tiende a

salir de la fuerza brutal de la bestia, pero no alcanza a manifestar

completamente la propia libertad”.19 En consecuencia, el arte que

corresponde de manera prioritaria a esta fase de su despliegue histórico

ha de ser la arquitectura, es decir, aquella forma de arte cuyo sentido

espiritual se mantiene más próximo a la materialidad natural inmediata.

El agotamiento de la forma simbólica conduce a lo que Hegel califica como

“el centro mismo del arte”,20 el punto en el que se da la más perfecta

unidad de forma y contenido. En efecto, es en el arte clásico donde

encuentra Hegel la “compenetración” absoluta entre espíritu y

manifestación sensible, entre libertad y necesidad material, entre

universalidad y particularidad, entre claridad intelectual y dominio técnico

de los materiales. Precisamente en esto consistiría la realización plena del

“ideal” de la belleza, es decir, en la representación paradigmática de la

figura humana en cuanto que encarnación singularizada de la “idea”

espiritual. No extraña, pues, que sea la escultura el arte que Hegel

presenta como el más ajustado a este universo estético.

En cualquier caso, ha de quedar claro que la orientación clasicista de la

estética hegeliana no deriva de un gusto puramente personal, o de su

eventual insatisfacción ante los resultados del romanticismo, sino que, en

lo fundamental, descansa más bien en su concepción de la religión (esto

es, la auténtica, la “revelada”) como el estado que corresponde a un

“después del arte”. Así, la perfección del modelo clásico no estribaría sino

en el hecho de que, en el mundo griego, arte y religión eran todavía la

18

Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías Artísticas Contemporáneas, Volumen I, La Balsa de la Medusa, Visor, Madrid, 1996, p. 230 19

Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., p. 230 20

Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., pp. 230-232

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8

misma cosa. Puesto que, a diferencia de lo que sucedería tras la irrupción

del cristianismo, “el arte fue en Grecia la más alta expresión del absoluto”,

de modo que “la religión griega es la religión misma del arte”. El artista, en

efecto, era justamente el creador de los propios dioses, aquel que confería

una forma (humana) a las representaciones difusas que extraía de las

tradiciones de la comunidad.

Con la irrupción de la “subjetividad infinita” de la mano del cristianismo,

el espíritu ya “no se afirma como una revelación por obra del arte, sino

que es capaz de revelarse sin él”. Más aun, con el cristianismo la religión

se hace por fin “absoluta” y, por consiguiente, pasa a constituir “el

presupuesto esencial del arte” y no su forma inmediata de existencia. Es

así como nos internamos en lo que Hegel nos presenta como el momento

decisivo en donde habría de jugarse el destino histórico del arte, el

auténtico comienzo de su hora fatal: el arte romántico, es decir, el arte de

la era cristiana. En el contexto de la “interioridad absoluta” que

corresponde a la “subjetividad infinita”, el espíritu no puede ya

contentarse con la “inmersión en la corporeidad”; al contrario, “se asegura

su verdad solo por el hecho de que desde el exterior se ve remitido a su

intimidad consigo mismo y pone la realidad externa como una existencia

que no le es adecuada”.21

El cuerpo cristiano se presenta como el lugar del “dolor infinito”. Por lo

mismo la figura de Cristo no se nos ofrece como un objeto de

contemplación estética, como encarnación individual de lo divino en el

sentido del “ideal”, sino que vale solo como imagen sensible a través de

cuya negación se revela lo más universal, es decir, la verdad suprema del

espíritu infinito manifiesto en forma de humanidad. Así se explica,

21

Jarque Vicente, G.W.F. Hegel, en Bozal Valeriano (ed), Historia de las Ideas Estéticas y de las Teorías Artísticas Contemporáneas, Volumen I, Op. Cit., pp. 230-232

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9

igualmente, que las artes “románticas” por excelencia lo sean la pintura, la

música y la poesía, es decir, aquellas donde la universalidad e infinitud de

los significados queda asegurada por el máximo de desmaterialización de

la apariencia física sensible.

DELIMITACIÓN DE LA ESTÉTICA DE HEGEL22

Dedicamos estas lecciones a la estética, cuyo objeto es el amplio reino de

lo bello. Hablando con mayor precisión, su campo es el arte y, en un

sentido más estricto, el arte bello. Hemos de reconocer que la palabra

estética no es totalmente adecuada para designar este objeto. En efecto,

“estética” designa más propiamente la ciencia del sentido, de la sensación.

Su origen se remonta, pues, a un tiempo en el que las obras de arte se

consideraban en Alemania bajo el aspecto de las sensaciones que estaban

destinadas a producir. La ciencia a que nos referimos no considera lo bello

en general, sino solamente lo bello del arte. Por eso nos quedaremos con el

término “estética”, pues, por tratarse de mera cuestión de nombre, el

asunto es indiferente para nosotros. Además el vocablo ha pasado al

lenguaje cotidiano, de modo que podemos retenerlo como nombre. Sin

embargo, la expresión genuina para nuestra ciencia es la de “filosofía del

arte” y, más exactamente, “filosofía del arte bello”.

Mediante esta expresión excluimos inmediatamente lo bello natural. Tal

delimitación de nuestro objeto puede parecer una determinación

arbitraria. Sin embargo, afirmamos ya de entrada que la belleza artística

es superior a la naturaleza. En efecto, lo bello del arte es la belleza nacida

y renacida del espíritu. En la misma medida en que el espíritu y sus

producciones son superiores a la naturaleza y sus manifestaciones,

descuella lo bello del arte por encima de la belleza natural. En verdad, lo

superior del espíritu y de su belleza artística sobre la naturaleza no es algo 22

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., pp. 9-19; 13-14

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puramente relativo. Más bien, el espíritu es por primera vez lo verdadero,

que lo abarca todo en sí, de modo que cualquier cosa bella solo es

auténticamente bella como partícipe de esto superior y engendrada por

ello. En ese sentido, lo bello natural aparece solamente como un reflejo de

lo bello perteneciente al espíritu, como una forma imperfecta, incompleta,

como una forma que según su substancia está contenida en el espíritu

mismo.

Por lo que se refiere a la cuestión de si el arte merece tratarse

científicamente, hemos de conceder el hecho de que el arte puede

utilizarse como un juego fugaz al servicio del placer y de la distracción,

para decorar nuestro entorno, para hacer agradables las circunstancias

exteriores de la vida y para resaltar otros objetos mediante el adorno.

Efectivamente, bajo estas modalidades, no es arte independiente, libre,

sino servil. Sin embargo, lo que nosotros queremos considerar es el arte

libre también en sus fines y en sus medios. Por otra parte, el hecho de que

el arte en general puede servir también a otros fines y puede ser así un

mero juego, es un rasgo que tiene en común con el pensamiento. Pues de

un lado, es cierto que la ciencia, como entendimiento servil, puede ser

utilizada para finalidades finitas y medios casuales, con lo cual no recibe

de sí misma su propia determinación, sino que la recibe de otros objetos y

determinaciones; pero, por otra parte, se desliga de estos servicios para

elevarse con libre autonomía a la verdad, en la cual se consuma

independientemente tan solo con sus propios fines.

Por primera vez en esta libertad es el arte bello verdaderamente arte, y

solo resuelve su tarea suprema cuando se sitúa en un círculo común con

la religión y la filosofía, convirtiéndose en una forma de hacer consciente y

expresar lo divino, los intereses más profundos del hombre, las verdades

más universales del espíritu. Los pueblos han depositado en las obras de

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11

arte los contenidos más ricos de sus intuiciones y representaciones

internas. Y la clave para la comprensión de la sabiduría y la religión es

con frecuencia el arte bello, y en algunos pueblos solamente él. El arte

comparte este rasgo con la religión y con la filosofía, pero con la

peculiaridad de que él representa lo supremo sensiblemente, y así lo

acerca a la forma de aparición de la naturaleza, a los sentidos y a la

sensación.

El pensamiento penetra en la profundidad de un mundo suprasensible, y

lo presenta primeramente como un más allá a la conciencia inmediata y a

la sensación actual. Es la libertad del conocimiento pensante la que se

sustrae al más aquí, que se llama realidad sensible y finitud. Pero el

espíritu, que adelanta hacia esta ruptura, también sabe curarla. Él

engendra por sí mismo las obras del arte bello como reconciliador

miembro intermedio entre lo meramente exterior, sensible y caduco, por

una parte, y el puro pensamiento, por otra, entre la naturaleza y la

realidad finita, de un lado, y la libertad infinita del pensamiento

conceptual de otro.

EL ARTE EN HEGEL23

Como los románticos, Hegel define el arte a la vez como una empresa

especulativa opuesta al saber del entendimiento y como un ser-en-el-

mundo extático,24 opuesto al ser en el mundo empírico. O, para emplear

sus propios términos: en el arte, el Espíritu abandona la esfera del

espíritu finito tal como este se encarna en la vida individual y social del

hombre para acceder a su estado de desarrollo último, el del Espíritu

absoluto, es decir, de la reconciliación del saber y de la realidad, del sujeto

23

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Traducción de Sandra Caula, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., Caracas, Venezuela, 1999, pp. 206-218 24

Extático: (έκστατικός), que está en actual éxtasis.

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12

y el objeto, de lo espiritual y lo sensible, etc. La oposición se funda en la

idea de un parentesco íntimo entre el arte y la razón, y por consiguiente,

entre el arte y la filosofía.

El paralelismo entre la razón y el arte, y su oposición común al

entendimiento, en principio apuntan a establecer el carácter autotélico

(autónomo) del arte. En la razón lo real se identifica con el saber. Existe

sin embargo, una diferencia entre el arte y la razón, o al menos entre el

arte y el pensamiento puro, es decir, la especulación filosófica: en el

ámbito del pensamiento, el Espíritu absoluto se determina como unidad

de lo ideal (saber) y lo real (Ser) en el pensamiento. Mientras que en el arte,

esta misma unidad se realiza en la realidad sensible, se trate de la

materialidad tridimensional de las artes plásticas, del aparecer

bidimensional de la pintura, del sonido evanescente de la música, o de la

representación imaginativa de la poesía. Esta diferencia, tiene grandes

consecuencias, pues va a fundamentar la superioridad de la filosofía sobre

el arte.

Hegel sostiene por una parte, que el mundo sensible es una ilusión

(Schein), pues se presenta como una realidad que se basta a sí misma, en

tanto desconoce que se funda en el espíritu; por otra parte, el arte en la

medida en que transforma el mundo sensible en apariencia (Schein),

producida por la imaginación artística, lo transforma al mismo tiempo en

manifestación (Scheinen) del Espíritu, por tanto revela su ser verdadero,

su Verdad. Cuando la escultura clásica representa el cuerpo humano

como un cuerpo ideal, como manifestación del alma divina liberada de

toda imperfección debida a la contingencia biológica, revela al mismo

tiempo lo que este es en verdad, a saber, una objetivación del Espíritu. A

la inversa, el cuerpo biológico, sometido a las vicisitudes de la vida y del

tiempo, solo logra lo mismo de manera muy imperfecta y rara vez. En

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lugar de ser una ilusión, la estatua del dios griego vuelve transparente su

substrato sensible y lo hace brillar por su propia espiritualidad interna;

cumple así la superación de la realidad sensible, transformándola en una

manifestación epifánica del Espíritu.

En otras palabras, la representación artística deroga el reino de la ilusión

que es la realidad sensible reificada (separada de su fundamento ideal): la

cambia en manifestación de verdad, que no es otra cosa que la unidad de

la esencia y su manifestación en el fenómeno. –unidad que se desconoce

en lo inmediato sensible de esta misma realidad: “La esencia ni se

encuentra (…) tras el fenómeno ni más allá de él, sino que, debido a que

es la esencia lo que existe, la existencia es fenómeno (Erscheinung)”.25

La obra artística, la encarnación de la Idea en una forma sensible, es

entonces la verdad de la realidad sensible. Esta capacidad del mundo

artístico para transformar el mundo de la realidad sensible en substrato

transparente de la Idea se debe al hecho de que el arte es creado por el

artista, y por tanto, desde su nacimiento, es exteriorización consciente del

Espíritu y más precisamente de la imaginación (Phantasie). Como el

pensamiento puro, la imaginación forma parte del ámbito de la razón, por

tanto, del Espíritu que se produce a sí mismo cuando es consciente de su

identidad con las formas en que se exterioriza. Pero a diferencia de la

razón, la imaginación da una forma sensible a su contenido espiritual,

porque solo con esta forma sensible es capaz de tomar conciencia de él, de

aprehenderlo.

Como unidad de lo sensible y lo espiritual el arte nace entonces de un

doble movimiento. Por un lado, la realidad sensible –que en la obra

25

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, p. 208

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artística solo vale como apariencia (y no como materialidad y peso)- se

transforma en una suerte de sensibilidad ideal: se espiritualiza. Pero,

inversamente también, la espiritualidad en la medida en que es mediada

por la imaginación, se vuelve sensible. El arte es así la coalescencia

(propiedad de las cosas de unirse o fundirse) de la realidad sensible y de

su fundamento espiritual. Hegel salva así en cierto modo, los fenómenos,

el mundo finito, enraizándolos en lo absoluto: “El arte libera el contenido

verdadero de los fenómenos de la ilusión que los hace aparecer como

mundo malo y perecedero, y los dota de una realidad superior nacida del

espíritu”.

La teoría del arte de Hegel, así como la teoría romántica es una estética

del contenido: la unidad del arte está garantizada por la universalidad de

su contenido que es común a todas las artes, sus diferencias se refieren

únicamente a la diversidad semiótica de los substratos en los que se

encarna. Debido al carácter especulativo del arte, a su participación en la

esfera del Espíritu absoluto, este contenido es el mismo que el de la

filosofía y la religión. También la diferenciación de estas tres actividades,

solo se realiza a través de la distinción de sus formas semióticas.

El contenido que el arte comparte con la religión y la filosofía, en el nivel

más abstracto, este contenido del arte es la Idea, es decir, el concepto en

tanto es al mismo tiempo toda la realidad, es decir, el Absoluto, la verdad

del Ser. En un nivel menos abstracto, Hegel nos dice que el arte debe traer

a la conciencia y enunciar “lo divino, los intereses más elevados del

hombre, las verdades más fundamentales del espíritu”.26 Para Hegel el

26

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, p. 210

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contenido del arte es de orden teológico sin que por ello el Arte se limite a

motivos religiosos.

Todo hecho que expresa una necesidad substancial, es decir, que es

inteligible como determinación del pensamiento absoluto, posee una

determinación teológica y puede llegar a ser un motivo del arte. La

determinación de su contenido, no se limita entonces a la enumeración de

motivos religiosos, sino que toma en cuenta también motivos tomados de

la realidad humana cuando ésta se manifiesta como existencia

intramundana de lo divino. De manera más general, toda realidad

humana substancial puede llegar a ser el contenido del arte, dando por

sentado que la realidad humana, cuando realiza los intereses del Espíritu,

participa de lo Divino y lo expresa (al mismo tiempo que manifiesta su

carácter inmanente). Al mismo tiempo, el arte no se limita a la

representación del mundo mitológico griego, aunque este último sea el

mundo del arte por excelencia.

Dada la función paradigmática que Hegel otorga aquí al mundo teológico

griego, la determinación religiosa del arte puede parecer paradójica: la

actividad artística alcanza su cima cuando expresa una teología todavía

inadecuada, a saber, la teología panteísta de los dioses del Olimpo; y a la

inversa, resulta inadecuada para la expresión de la teología realizada que

es el cristianismo. Ciertamente, dado que la religión cristiana también

conoce una relativa diversificación y multiplicidad de lo Divino con la

figura de Cristo, de la Sagrada Familia, de los santos y mártires, sigue

siendo compatible con la representación artística. Por otra parte, el arte

romántico evidentemente también puede representar la realidad

puramente humana cuando expresa las realidades substanciales del

Espíritu. Lo cual no impide que, siendo el cristianismo la religión de la

interioridad, esta diversificación externa sea siempre solo secundaria, aun

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más porque solo establece una relación puramente contingente con la

interioridad espiritual. Hegel recuerda así que en el arte cristiano Cristo

no representa un cuerpo ideal como los dioses griegos: su cuerpo ya no es

la expresión adecuada de la interioridad, sino su simple despojo mortal.

Esto no significa que la teología del cristianismo tenga que identificarse

con el universalismo abstracto que caracteriza al Dios hebreo; Hegel, por

el contrario, otorga una importancia filosófica e histórica capital al hecho

de que el Dios cristiano se ha hecho carne, de que está encarnado en una

realidad sensible particular. En efecto, mientras las religiones del Oriente

están aquende de la religión del arte de los griegos, el cristianismo está

allende, pues lleva la encarnación sensible de Dios hasta su resolución

dialéctica, hasta su verdad, hasta su autosuperación en la pasión, la

muerte y la resurrección de Cristo.

Todo esto explica por qué el arte romántico se aleja del punto de equilibrio

perfecto que tuvo el arte clásico (y sobre todo la escultura clásica). El arte

romántico se caracteriza por una hegemonía del elemento espiritual sobre

el elemento sensible: al mismo tiempo su interés se desplaza de la

escultura –arte del equilibrio entre la interioridad y la exterioridad- a las

artes en que la interioridad predomina: pintura y música, la poesía ocupa

una posición más compleja.

El contenido del arte es de orden teológico sin que por ello el arte se limite

a motivos religiosos: todo hecho que expresa una necesidad sustancial, es

decir, que es inteligible como determinación del pensamiento absoluto,

posee una dimensión teológica y puede llegar a ser un motivo del arte. La

determinación de su contenido no se limita entonces a la enumeración de

motivos religiosos, sino que toma en cuenta también motivos tomados de

la realidad humana cuando ésta se manifiesta como existencia

intramundana de lo divino.

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ARTE FILOSOFÍA Y RELIGIÓN27

Hemos visto que el arte, definido de acuerdo con la teoría romántica como

saber especulativo y modo de ser extático, ya no es para Hegel el término

supremo del conocimiento del Ser: por encima de la esfera artística se

sitúa el pensamiento filosófico “la realidad más verdadera”. Hegel justifica

esta depreciación (relativa) del arte diciendo que representa lo Absoluto en

y a través de una realización sensible, es decir, en tanto posee una

apariencia exterior; mientras que en el pensamiento Lo Absoluto se piensa

en sí mismo y por sí mismo en su libertad infinita.

Se trata simplemente de un límite del poder especulativo del arte

comparado con la filosofía, límite que se vincula íntimamente con el hecho

de que el arte está condenado a la representación sensible y que solo la

filosofía, lenguaje de la razón, puede aproximarse a la exposición

conceptual de la universalidad concreta en su elemento propio que es el

logos.

Hegel no había sostenido siempre concepciones tan tajantes en lo que se

refiere a las relaciones entre el arte y la filosofía. En sus escritos de

juventud, se había situado en efecto en la corriente de la religión estética

de los románticos. En el espíritu del cristianismo y su destino, había

escrito: “La verdad es belleza”.28 En ese mismo texto Hegel examina la

relación entre el arte y la religión, y sostiene que solo la religión griega

realiza la esencia auténtica de la religión, “porque solo ella es una religión

de la belleza”. El arte entonces no solo está en relación con la filosofía,

sino también con la religión: para comprender su estatus específico hay

que inscribirlo en ese triangulo.

27

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, pp. 218-228 28

Hegel G.W.F., El espíritu del cristianismo y su destino, en Hegel G.W.F., Escritos de juventud, Traducción de Zoltan Szankay y José María Ripalda, Fondo de Cultura Económica, S.A., México, 1998, p. 295

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Tanto en la Fenomenología como en la Enciclopedia,29 el arte sigue ligado

íntimamente a la religión, pues toda la esfera del Espíritu Absoluto es de

hecho la de la religión. Al mismo tiempo el destino del arte es ser superado

a la vez por la religión cristiana y por la filosofía. Pero mientras que en la

Fenomenología lo absorbe la religión como tal, como uno de sus

momentos, en la Enciclopedia (y en la Estética), es más bien la religión

panteísta, como religión específica, la que es absorbida por el arte.

En la Estética la problemática de las relaciones entre arte, religión y

filosofía se encuentra expuesta en el capítulo titulado: “La Idea de lo Bello

Artístico o Ideal”.30 El arte se define allí como un saber inmediato de lo

absoluto, realizado bajo la forma de la intuición sensible. Se opone a la

religión, segundo momento del Espíritu Absoluto: es la conciencia interior,

el sentimiento de lo Absoluto. Por último, el arte se distingue también de la

filosofía, momento último en el cual lo Absoluto se piensa en sí. Allí de

nuevo, si la religión toma el relevo del arte, se trata de la religión cristiana.

La filosofía por su parte realiza la síntesis última, la del arte y la religión

como tal: es a la vez arte (pero despojado de los límites debidos al

elemento sensible), y religión (pero despojada de los límites debidos al

sentimiento).

La relación que vincula el arte a la religión y sobre todo a la filosofía, es

una relación que se inserta en una evolución histórica: las obras de arte

son el primer eslabón intermedio destinado a unir lo externo, lo sensible y

lo perecedero con el pensamiento puro, a conciliar la naturaleza y la

realidad finita con la libertad infinita del pensamiento comprensivo. El

primer momento está destinado a ser suplantado por la religión (cristiana)

que a su vez encuentra su verdad en el pensamiento filosófico. Como

29

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, pp. 224-228 30

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., pp. 85-96

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Hegel piensa que con su propia filosofía se alcanza la autorrealización

absoluta de la filosofía, concluye que el arte es cosa del pasado. Esta tesis

no significa evidentemente que no habrá más arte en el sentido empírico

del término, sino que, desde el punto de vista de la autorrealización del

Espíritu absoluto, el arte como saber especulativo ya no tiene una misión

histórica. Ya no puede por tanto conforme a su esencia, a su finalidad

categorial interna (lo que a decir verdad ya no lo era desde el fin de la

antigüedad).

La tesis del fin del arte es ambigua. Acabamos de ver que se vincula al

hecho de que el arte ya no tiene misión histórica, pues ha pasado la

antorcha del saber especulativo a la filosofía. La filosofía no solo retoma el

mismo contenido especulativo sino que también le confiere su forma

paradigmática: el Absoluto es logos y entonces es completamente normal

que encuentre su realización última en el discurso conceptual de la razón

más que en la figuración sensible del arte. Tomada en ese sentido, la tesis

no es más que un intento de solución radical del conflicto de las

facultades especulativas. Sin embargo, Hegel vincula también el fin del

arte, de manera más general, a la naturaleza prosaica de la modernidad.

En otras palabras, el fin del arte parece ser también el resultado de la

hegemonía del entendimiento (que no es idéntica a la razón filosófica), de

la reflexión abstracta, en la sociedad civil moderna.

En esta perspectiva, el fin del arte toma un tinte diferente: ya no se

vincula a una superación de la obra artística por el discurso filosófico,

sino a la unilateralidad de la cultura del entendimiento, a su incapacidad

de elevarse hasta la sustancialidad de la síntesis de lo individual y lo

universal, del pensamiento y la sensibilidad, síntesis que define el arte. La

tesis del fin del arte implica no solo que en la época contemporánea éste

ha perdido toda función especulativa propia, sino también que estamos

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irremediablemente separados de él: no podemos ya vivir en el arte,

nuestra relación con él sigue siendo una relación externa. Esto no quiere

decir que ya no podemos de nuevo obtener placer estético directo del arte,

pero ahora somos incapaces de vivir en el universo de la obra, en su

verdad efectiva, en su dimensión especulativa propia (o, como lo dirá

Heidegger, en el mundo abierto por ella)

“En todas esas relaciones el arte sigue siendo para nosotros, en cuanto a

su supremo destino una cosa del pasado. Debido a ello ha perdido para

nosotros todo lo que tenía de auténticamente verdadero y vivo, su realidad

y su necesidad de antaño, y se encuentra ahora relegado a nuestra

representación. Lo que una obra de arte suscita hoy en nosotros es, al

mismo tiempo que un disfrute directo, un juicio que se refiere tanto al

contenido como a los medios de expresión y al grado de adecuación de la

expresión al contenido. Por esta razón la ciencia del arte es hoy más

indispensable aun que en las épocas en las que el arte procuraba una

plena satisfacción. El arte nos llama a someterlo a la contemplación del

pensamiento, no con la intención de crear obras nuevas, sino para

conocer específicamente lo que es el arte”.31

Pero así como lo indica el final del pasaje citado, la imposibilidad en la que

nos encontramos de vivir aun en el mundo del arte tiene una

contrapartida positiva: podemos comprender lo que fue el arte, podemos

enunciar su esencia y verdad profundas. La muerte del arte hace posible

el saber especulativo correspondiente.

31

Hegel Friedrich, Estética, Volumen I, Op. Cit., p. 17

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21

EL SABER FILOSÓFICO DEL ARTE: SISTEMA E HISTORIA32

La existencia de la Estética en tanto saber del arte como totalidad

sistemática solo es posible porque el arte es cosa del pasado. En efecto, el

conocimiento filosófico, contrariamente a la historia del arte o a la crítica,

no puede limitarse a un conocimiento parcial y empírico del arte: tiene por

tarea “desarrollar y demostrar la necesidad de su naturaleza interna”.

Ahora bien, solo lo que está realizado según su esencia puede ser

“conocido según su necesidad lógico-metafísica”. La tesis del fin del arte

está entonces íntimamente ligada a las exigencias del esencialismo

historicista: si para conocer la esencia categorial de un objeto (en este

caso del arte) hay que comprender su desarrollo dialéctico, seguir el

desarrollo progresivo de la esencia en sus diferentes momentos hasta su

realización final, entonces el conocimiento es siempre fatalmente el de una

realidad pasada.

En el capítulo titulado “Deducción histórica del verdadero concepto de

arte”, Hegel indica también una segunda condición que preside el

nacimiento de la estética, condición que por su parte es interna a la

evolución de la filosofía. El arte, lo vimos, es el lugar de la síntesis de lo

sensible y lo espiritual, de lo particular y lo universal. De ello se

desprende que solo una filosofía capaz de pensar esta síntesis puede

pensar el arte. Las filosofías del entendimiento, es decir, las filosofías

prekantianas, son incapaces de hacerlo, pues el entendimiento se concibe

siempre como universalidad abstracta, que se opone a la particularidad de

lo sensible. Solo la filosofía de la razón, es decir, la filosofía Idealista, tiene

los medios para superar su oposición en una reconciliación absoluta.

Kant, en la Crítica de la Facultad de Juzgar, es el primero que aborda el

problema, pero Hegel piensa que Kant fracasa en la medida en que solo 32

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, pp. 229-237

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otorga un estatus subjetivo a la reconciliación realizada en el juicio

estético. Hegel agrega que es merito histórico de Schiller, en La Educación

Estética del Hombre, haberse atrevido a sostener que la reconciliación

debía tener un valor objetivo.

El conocimiento del arte según su esencia debe exponer su disposición y

su organización internas. Debe determinar también el lugar que ocupa

entre las diferentes formas que reviste el Espíritu en su Odisea Metafísica.

El primer punto se lleva a cabo en la Estética, concebida como una de las

fases del sistema ontológico global: antes de estudiar las artes en su

fenomenalidad, Hegel debe determinar el lugar del arte como figura

específica del Espíritu. O para decirlo de otro modo: lo que el arte es y

puede ser depende a priori del lugar que ocupa en el sistema global. El

campo de la Estética, por tanto, no es autónomo: se funda en y por el

sistema global. En ese sentido Hegel puede decir que sus análisis del arte

en la Estética no tienen un estatus independiente. Se fundan en última

instancia en la Lógica, cuya pertinencia presupone la teoría del arte: “Para

nosotros el concepto de lo bello y del arte presuponen el sistema

filosófico”.

Las consecuencias de esto para la Estética son importantes: la tesis

hermenéutica central de Hegel –la idea de que el contenido del arte es de

orden teológico- así como la teoría histórica que le corresponde –la

identificación de la realización de la esencia del arte con el arte griego- se

derivan no de una determinación de la especificidad del arte, sino de la

determinación general de la esfera del Espíritu Absoluto como esfera

religiosa. Hay entonces un movimiento doble: porque el arte es una

actividad especulativa (herencia de la teoría romántica del arte) y porque

el ámbito de la actividad especulativa –el del Espíritu absoluto- es en el

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fondo religioso (tesis filosófica hegeliana), el arte es necesariamente de

naturaleza teológica.

Esta determinación posee también una vertiente histórica: la evolución

religiosa suministra el marco de la evolución histórica global. En ese

sentido la historia de la religión es la historia del mundo. Este principio

también vale para la historia del arte: las tres formas del arte, el

simbólico, el clásico y el romántico corresponden a tres etapas de la

religión: la religión de la naturaleza, el panteísmo griego y la religión

revelada (que es la verdad de toda religión). Por ello la historicidad del arte

no se confunde con la historicidad de las religiones: la religión no se

vincula necesariamente a un pueblo particular (aunque pueda hacerlo,

como lo muestra la religión griega), el arte en cambio, siempre es la

expresión de un espíritu nacional. La historia del arte es una historia de

las artes nacionales (al menos esa es su determinación de principio).

EL ARTE COMO SISTEMA ORGANICO33

Tal como nos la han transmitido sus editores, la Estética se divide en tres

partes:

A) La determinación universal del arte según su contenido, es decir, su

definición como Ideal: esta determinación como vimos, parte de la

determinación general del arte como realización sensible de la Idea, pasa

por una exposición de la visión del mundo que es conforme al arte, para

descender progresivamente al núcleo Ideal que es la acción conflictiva.

B) Las determinaciones particulares del arte, según la especificación del

contenido espiritual, es decir, según las particularizaciones de las visiones

del mundo que éste inviste y que corresponden respectivamente a 33

Schaeffer Jean- Marie, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la filosofía del arte desde el siglo XVIII hasta nuestros días), Op. Cit., 1999, pp. 237-250

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momentos de la religión. Se trata de tres formas de arte, el simbólico, el

clásico y el romántico, que se suceden categorial y cronológicamente.

C) Las determinaciones individuales, según las cuales el Ideal y su

especificación histórica (la forma del arte) se encarnan en un material

singular: la materia inerte y opaca en la arquitectura, la materia

“informada” por la apariencia de la vida orgánica en la escultura, la

superficie bidimensional que vale como apariencia visual en la pintura, la

pura interioridad subjetiva y evanescente del sonido en la música, la

representación concreta y determinada, exteriorizada por la palabra en la

poesía.

El orden categorial en el que se presenta las artes corresponde a la

interiorización progresiva de lo material sensible, pero también a la

concreción progresiva del contenido espiritual: la poesía a la vez es el arte

más interiorizado y aquel en el cual el contenido espiritual encuentra su

concreción extrema (en la acción dramática).

El problema esencial que encuentra este sistema muy potente –y muy

atractivo- es el de la disposición de las formas de arte y las artes

individuales. Hegel, en efecto, presenta los dos niveles como

especificaciones histórico- categoriales de las determinaciones universales

de lo Bello, mientras que a la vez refiere uno a la esfera de la

particularidad y el otro a la de la singularidad individual. La disposición

de los dos niveles, por tanto, dista mucho de ser evidente.

El arte simbólico, que es el primer momento, se caracteriza por una

separación entre el contenido espiritual y la realización sensible en la cual

se da. De allí su denominación, pues lo simbólico nace en cuanto existe

una relación motivada pero inadecuada entre el signo sensible y el

contenido espiritual significado: cuando identificamos simbólicamente la

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fuerza (contenido espiritual) con el león (realización sensible), usamos un

signo a la vez motivado (el león es efectivamente fuerte), e inadecuado, en

la medida en que no hay vínculo unívoco entre el significante y la

significación (el león no es el único animal fuerte y la fuerza no es la única

cualidad que posee). Hegel distingue entre “simbolismo consciente” y

“simbolismo inconsciente”; el primero esta presente en las alegorías, entre

las fábulas y las metáforas. En lo que se refiere al “simbolismo

inconsciente”, núcleo del arte simbólico representado por el arte hindú y

sobre todo el egipcio. El simbolismo del arte egipcio se caracteriza por una

indeterminación de la significación: el símbolo es un misterio, y es la

razón por la cual Hegel ve en la esfinge no solo el emblema del arte

egipcio, sino también el símbolo del arte simbólico como tal.

Hay que esperar el arte clásico para llegar a una adecuación recíproca del

contenido y de la figura sensible, es decir, para llegar a un arte conforme a

la definición del arte. La reconciliación del espíritu y la materia se hace

posible porque el arte clásico tiene como centro de sus preocupaciones la

representación escultórica de la figura humana. Ahora, bien de todos los

objetos sensibles, solo el cuerpo humano es capaz de expresar la

espiritualidad que lo habita. El arte simbólico es ante todo arquitectónico,

y cuando es escultórico representa, sea animales o seres monstruosos, sea

–en la escultura egipcia- figuras ciertamente casi humanas pero

inexpresivas (como los colosos de Memnón de Amenofis III cerca de Tebas,

sin movimiento, con los brazos apretados contra el cuerpo, los pies ligados

uno al otro, son rígidos, tiesos, sin vida).

El arte clásico, en cambio, descubre al hombre como forma sensible que

expresa su propia interioridad en y a través de su vida. La humanidad es

el contenido adecuado del arte: el hombre es el único objeto sensible en el

cual el Espíritu se expresa directamente (definición formal del arte),

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asimismo, la humanidad es el receptáculo inmanente del devenir del

Espíritu absoluto (definición hermenéutica del arte). De allí se deriva que

lo ideal del arte clásico es de orden plástico –lo cual justifica el lugar

central que la escultura ocupa en el sistema de las artes- y que el centro

del arte plástico, por tanto, también del arte como tal, debe ser la figura

humana. Obviamente el hombre se toma aquí en tanto se relaciona con lo

divino, por tanto, como Ideal: lo que significa que la representación clásica

tiene por objeto primero el cuerpo divino y solo en segundo lugar, el del

hombre mortal. Este además, debe haber sido idealizado para presentarse

en su sustancialidad espiritual, con la fuerza de su alma, que no es otra

cosa que lo Divino inmanente al hombre.

El arte romántico, El arte clásico descubre ciertamente la interioridad

humana como territorio del arte, pero esta interioridad sigue identificada

con su figura inmediata, es decir, corporal: no se representa aun como

interioridad que se conoce como subjetividad infinita irreductible a toda

encarnación sensible. Por esta razón, el arte clásico solo es un momento

de equilibrio transitorio superado por el arte romántico. Se puede decir de

este último que es el efecto, dentro del arte, de ese nuevo momento del

Espíritu que lo empuja a ir más allá del arte. Por eso, como el arte

simbólico, el arte romántico se caracteriza por una separación entre los

sentidos y la realización sensible.

Pero mientras en el primer caso la escisión resulta de una falta de

determinación del contenido espiritual, aquí sucede a la inversa: el

contenido espiritual ha llegado a ser demasiado rico, demasiado

determinado para poder continuar encontrando su realidad formal

adecuada a una figura sensible. El ámbito propio del Espíritu, es desde

ahora la interioridad de la subjetividad infinita y no ya la forma sensible

de la belleza. El carácter desfalleciente del arte romántico, considerado

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desde el punto de vista de la esencia del arte, se debe entonces, al hecho

de que tiene que expresar artísticamente lo que, por derecho, ya no

pertenece al arte.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

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HEGEL FRIEDRICH, Estética, Traducción de la edición francesa de

Charles Bénard, por H. Giner de los Ríos, Librería El Ateneo Editorial,

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SCHAEFFER JEAN- MARIE, El Arte de la Edad Moderna, (La estética y la

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Sandra Caula, Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., Caracas,

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