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AÑO 1179 DOCTORAS TAMBIÉN TIENE LA IGLESIA FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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AÑO 1179

DOCTORAS TAMBIÉN TIENE LA IGLESIA

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

SOBRE SANTA HILDEGARDA DE BINGEN DOCTORA DE LA IGLESIA

De todos es conocida la expresión “Doctores tiene la Iglesia”, a lo que podemos

añadir que también tiene “Doctoras”, siendo una de ellas Santa Hildegarda de Bingen,

fallecida en 1179. Al igual que las Santas Catalina de Siena, Teresa de Jesús o de Ávila

y Teresa del Niño Jesús o de Lisieux, según la Iglesia Católica, Hildegarda tiene mucho

que enseñar, podemos aprender mucho de ella.

Hay una película sobre Santa Hildegarda, titulada Visión: La historia de Hildegard

von Bingen que nos puede acercar a su figura y a su obra. En este film, de Margarethe

von Trotta, con Bárbara Sukowa protagonizando el papel de la Santa, se nos presenta

ésta guiada por sus visiones celestiales y por un sentido común inusual, defensora de los

derechos y valía de la mujer, así como también de la primacía del amor sobre otros in-

tereses mundanos.

Ciertamente, en esta película se hace hincapié en el aspecto feminista, más aún que en

aspecto religioso, resaltando la fuerte personalidad de la protagonista frente a las pre-

siones recibidas por los distintos poderes, y recreando artísticamente un mundo que sa-

lía de los temores milenaristas, ya un tanto lejanos, entregándose, según la película, a la

oración y a la penitencia en aquella coyuntura.

Vemos luces y sombras, de una mujer de carácter proveniente de un entorno privile-

giado, todo ello muy bien reflejado por la fotografía tenebrista y por un cuidado diseño

de producción en lo que se refiere a vestuario, localizaciones y atrezzo.

Con un punto de frialdad y un exceso de solemnidad en algunos momentos –sobre

todo por una música enfática– Visión… se acerca a esta mujer culta y santa, y nos

muestra su firmeza para llevar a cabo la misión divina de escribir sus visiones.

Su convencimiento la llevó a enfrentarse a clérigos y a costumbres de su época (com-

prendiendo algunas reformas benedictinas, como construir su propio convento y sepa-

rarse de los monjes), a entrevistarse con nobles y prelados, llegando a ocuparse de ella

tanto el Papa (Alejandro III y sus predecesores) como el Emperador (Federico I Barba-

rroja).

Hildegarda fue una mujer capaz de los mayores sacrificios por amor a Dios y a los

hombres, destacando en ella una exquisita sensibilidad para la música o para la medi-

cina natural, además de mostrarse ocupada y preocupada en otros muchos asuntos, todo

ello también ciertamente con su orgullo, con una entereza propia de su sentido posesivo,

muy destacado, por ejemplo, como apropiándose de la joven Ricardis y faltándole tacto

en su relación o trato con Jutta.

Su fuerte temperamento puede desconcertar al espectador, con reacciones sorpren-

dentes en una narración seca y con algunos giros algo forzados, donde la espiritualidad

queda reducida a consideraciones ascéticas, prácticas piadosas o audacias evangeliza-

doras, pero no del todo a una interiorización sentida de la fe, aunque ello no falta.

Se asiste a los hechos desde una rigurosa reconstrucción histórica, pero tal vez le falte

a la cinta un poco de alma y sentimiento humano, de intimismo espiritual y de matiza-

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ción de los caracteres. De haberlo logrado, sería tal vez una obra maestra. Siendo una

cinta irregular en la caracterización de los personajes, y poco conmovedora en las es-

cenas, sí parece artísticamente bien conseguida. Puede decirse que recoge una historia

interesante, con elementos suficientes para un espectador que quiera viajar a la Edad

Media y dejar de considerarla como una época oscura, tediosa o aburrida.

Somos testigos en la película, con el confesor Volma, de algunas contestaciones des-

templadas y de hostigamientos bruscos por parte del abad Kuno y de las propias monjas,

con algunas actitudes que pueden ser consideradas impropias de la misma Hildegarda.

Según avanza la película, todo se expone de manera muy explícita y contundente,

rompiendo la armonía precedente entre los personajes. Mejores son los silencios y los

celos de Jutta, postergada una y otra vez, o el dilema de la doble obediencia que se plan-

tea en el alma de Ricardis, en ambos casos sentimientos cuasi ocultos o reprimidos, pero

verdaderos.

Bárbara Sukowa trabaja bien como mujer fuerte y decidida, pero demasiado fría y

distante del espectador, al contrario que la jovial y entusiasta Hannah Herzsprung, si

bien el papel de ésta como Ricardis entraña menos dificultades.

Si la ambientación histórica y artística es el elemento más logrado de la cinta, es justo

mencionar la música como elemento decisivo para introducirnos en la época. La escena

de representación (auto sacramental) ante la visita de la abadesa foránea encierra todo el

arte exquisito y espiritual del entorno refinado, así como cierta comicidad en un mo-

mento de cambio.

Históricamente hablando, puede decirse que en la película hay algunos aspectos cho-

cantes, siendo uno de ellos, entre otros, el de los abundantes besos, no en las mejillas

sino siempre en los labios por parte de todos los protagonistas, siendo así que los ale-

manes no fueron ni son demasiado besucones, salvo reservadamente y en la intimidad.1

1 Las primeras referencias escritas que tenemos de un beso se remontan a 1.500 años a. de C., en los

textos védicos de la literatura sánscrita, fundadores de la religión hindú. Aunque no aparece la palabra

“beso”, sí encontramos referencias indirectas al mismo, en el sentido de “lamer” o como “bebiendo la

humedad de sus labios”. Es evidente que el beso ya estaba muy presente también en la prehistoria, cosa

que ahora no nos paramos a considerar. La literatura hindú, con el paso del tiempo, fue más explícita, en

la tradición del Kama Sutra, donde hay un capítulo dedicado a las mejores maneras de besar.

Otras civilizaciones, como la babilónica, incorporan el beso en su literatura, en este caso como acción

de gracias y súplica en su Enuma elish (historia de la creación), escrita hacia el siglo VII a. de C. Más

conocidas para nosotros son las referencias que aparecen en el Antiguo Testamento (Cantar de los

Cantares): “Que me bese con los besos de su boca… es mejor que el vino”. También está el beso de

traición de Judas a Jesús, en el Nuevo Testamento. Y los más fervientes de la pecadora besando los pies

de Jesús.

Pero sin duda es en la civilización griega con su extensa literatura escrita donde el beso adquiere una

gran relevancia como acto de amor, de respeto e incluso de costumbre o cumplido social. El mismo

Herodoto en su Historia nos explica que los egipcios nunca besarán a los griegos en la boca, como era su

costumbre, porque estos consumen su animal sagrado, la vaca.

Con los romanos, los grandes besadores de la historia, llega la sublimación del beso como acto social.

Serán ellos junto a su incesante poder conquistador quienes introducirán el beso en todas las partes del

mundo conocido a través de su Imperio. Los romanos legislarán sobre el beso, cantarán al beso en sus

poemas, y lo incorporarán como una práctica común entre hombres hasta llegar a puntos de verdadera ob-

sesión.

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Otro aspecto un tanto chocante de la película es el de la secuencia del auto sacra-

mental escenificando el Ordo Virtutum representado ante una abadesa visitante. Como

en ningún momento se dice que se trata de un auto sacramental (tal vez porque en ale-

mán no exista ese concepto como por ejemplo en España), la sorprendida y peniten-

cialmente acongojada visitante se quejó y vio mal que aquellas monjas bailaran disfra-

zadas de virtudes, sin velos y con el pelo suelto, en torno a un monje (representando al

demonio) al que ataban.

Dicha escenificación del Ordo Virtutum no está mal realizada en la película, pero no

parece que históricamente la representaran las monjas de esa guisa. ¿O tal vez sí? Puede

que, de haberlo hecho, se hubieran disfrazado sin haberse despojado de sus velos y há-

bitos. Tampoco parece probable que para la representación hubieran permitido al monje

entrar en la clausura propia de las monjas. ¿O tal vez sí? Téngase en cuenta que la

clausura monástica no eran entonces tan estricta como posteriormente.

De otra parte, el Ordo Virtutum lo compuso Hildegarda con fines bien precisos, en el

contexto de su principal obra, el libro Scivias, lo que tal vez no concuerde con la

pretensión de obsequiar con la representación a una abadesa visitante, mucho menos si

era persona ilustre.

Otro asunto históricamente discutible de la película, por mucho que aquella vida mo-

nástica fuera dúplice, es el hecho difícil de sostener sobre la familiaridad presentada en

los encuentros entre monjes y monjas. El resultado, en la película y no en la historia, es

el del embarazo de una monja y su suicidio.

Los monasterios dobles (recordemos de paso que Castilla nació y se formó en gran

parte gracias a ellos) planteaban una situación delicada de convivencia-cercanía, porque

como dice ya nuestro viejo romance (y se trasluce en la película) “el hombre es lumbre,

la mujer estopa y el diablo sopla”. Por eso se aplicó siempre la sabia y prudente norma

siguiente: “entre santa y santo, pared de canto”.

Prestando atención a la película pueden encontrarse más errores de bulto propiamente

históricos, sobrados de cierto morbo.

Con el cristianismo en épocas romana y medieval lo de besar se retrae bastante, aunque sigue el beso de

paz, ritual y litúrgico, si bien se restringe en su aspecto más sensual. Durante la Edad Media, el beso se

relaciona socialmente con el rango social y como gesto honorable. Al Papa se le besaban las sandalias, a

los obispos y cardenales el anillo, al rey (y a los curas) la mano. También existió el beso feudal de

vasallaje y contrato. Como la mayoría de la gente no sabía leer ni escribir, se utilizó el beso legalmente

para sellar un contrato. Se besaba una X dibujada sobre el contrato, pasando a ser dicha letra simbólica

del besar.

El beso fue alternándose también más recientemente a nosotros con el saludo del tipo apretón de manos.

Pero como ya señalara Charles Darwin, en 1872, el beso, considerado desde la evolución de la especie

humana, es significativo de nuestro deseo de conectarnos.

Hollywood, y el cine en general, impuso la popularización del beso como costumbre global en nuestro

mundo.

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AÑO 1179

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UCLÉS

En marzo, el maestre Pedro Fernández, de la Orden de Santiago, desde Toledo, con-

cedió a Uclés2 un fuero semejante al de Sepúlveda,

3 haciendo realidad una considerable

repoblación y una rápida expansión territorial santiaguista.4

2 Provincia de Cuenca.

3 Provincia de Segovia.

4 Ver Epílogo I.

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SORIA

El 20 de marzo, en Soria, firmaron un tratado los reyes Alfonso VIII de Castilla y

Alfonso II de Aragón, acordando repartirse Navarra. Por este tratado, que pasa a la his-

toria como Tratado de Cazola (o Cazorla), se fijan cambios respecto a los acuerdos que

se firmaron anteriormente en Tudilén (27 de enero del año 1151),5 cerca de Aguas

Caldas.6

Se da esta circunstancia: que los reyes de Aragón y de Castilla coinciden en estos mo-

mentos en sus avances de reconquista. Si el primero tomaba y repoblaba Teruel (1170-

1171), Cuenca era por entonces el objetivo del segundo. Incluso ambos se aliaron para

la toma de esta ciudad, que pasó a manos castellanas en 1177. Fruto del mutuo enten-

5 El Tratado de Tudilén (o Tudillén o Tudején) se suscribió entre Alfonso VII (de León y Castilla) y Ra-

món Berenguer IV (conde de Barcelona y príncipe de Aragón).

En dicho Tratado se notifica la muerte del rey García Ramírez de Pamplona (“que omnia rex die illo

quo mortus est”), óbito ocurrido el 21 de noviembre de 1150, por lo cual el Tratado de Tudilén debió

firmarse en 1151, seguramente en ese 27 de enero. El hecho de la muerte de García y su sucesión por su

hijo Sancho VI sin duda propició el Tratado, ya que Sancho tenía 17 años de edad, lo que, en principio,

podía suponer una cierta debilidad del viejo reino. Es de señalar que para la Iglesia todavía Sancho seguía

siendo Dux Pamplonensis, título que correspondía al que mandaba un territorio por acuerdo de sus ha-

bitantes sin permiso o aceptación de la Iglesia, cosa que logró Sancho más tarde. Pero ni Alfonso VII ni

Ramón Berenguer IV en este Tratado ni en el anterior de Carrión (año 1140) le negaron el título de rex a

García, lo que muestra un cierto reconocimiento a García por el Imperio leonés y la posteriormente

llamada Corona de Aragón. Así pues, en el Tratado de Tudilén convinieron los firmantes en hacerle la

guerra al reino de Navarra, para repartírselo, basándose en el citado Tratado de Carrión, además de ad-

judicar a Aragón la conquista de las plazas y términos situados al sur del Júcar y el derecho a anexionarse

el reino de Murcia, excepto los castillos de Lorca (Murcia) y Vera (Almería).

El Tratado de Tudilén fue claro precedente de otros como el de Lérida (año 1157) y el de Cazola (que

ahora nos ocupa), así como el de Almizra (localidad actual de Campo de Mirra, provincia de Alicante), en

1244, fijando los límites levantinos de los dos grandes reinos peninsulares.

Por el Tratado de Cazola, el reino de Murcia (que incluye parte de la actual provincia de Alicante hasta

el puerto de Biar) será zona castellana a cambio de poner fin al vasallaje aragonés a Castilla por el

Regnum Caesaraugustanum (Zaragoza) y por cualquier territorio que en el futuro se conquiste hasta el

límite de expansión catalana-aragonesa, que se establece en Biar (Alicante), lo que equivale básicamente

al antiguo reino de Valencia, que Castilla consideraba suyo.

En el nuevo Tratado se adjudica a la Corona de Aragón la conquista de las plazas y términos de Játiva,

Denia y Biar, desde el castillo de Biar hasta Calpe y en dirección a Valencia. Para Castilla quedaba la

tierra situada al otro lado del Castillo de Biar. Además de repartir, una vez más, el reino de Navarra, como

ya se había realizado en 1137, en 1140 (Tratado de Carrión), en 1151 (Tratado de Tudilén), en 1157

(Tratado de Lérida), en 1174 y en 1177 (en Cuenca).

Comparado con el anterior Tratado de Tudilén queda claro que con el de Cazola perdía Aragón el

derecho a anexionarse el reino de Murcia, como se verá en el Tratado de Alcaraz (año 1243), pactándose

lo siguiente: “Que ninguno de los dos quite o disminuya al otro algo de la parte a cada uno asignada, ni

de otro modo uno de los dos maquine astutamente algún obstáculo contra la ya dicha división”.

6 En Baños de Fitero (Navarra).

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dimiento fue la firma del Tratado de Cazola, en virtud del cual ambos monarcas se dis-

tribuyen las tierras musulmanas que hayan de reconquistar respectivamente en el futuro.

Sin duda, a lo que parece, el acuerdo resulta desfavorable para Aragón, que sólo podrá

extenderse por Castellón, Valencia y la costa alicantina, mientras el resto de la España

musulmana quedará reservado para Castilla.7

En Soria pasó también, el 20 de marzo, que el rey Alfonso VIII puso la primera piedra

de la iglesia monástica de Santa María de Huerta.8

7 Hasta que los Tratados posteriores de Almizra, Tarazona y Monreal modifiquen lo acordado en Cazola.

La amenaza sobre Navarra contenida en el Tratado de Cazola condujo luego a la Concordia de Nájera

(15 de abril), basada en el laudo de Enrique II de Inglaterra de 1177, que establece la devolución a

Castilla de las plazas ocupadas por Navarra entre los años 1160-1163 y la devolución a Navarra de las

plazas que ocupara Castilla entre los años 1173-1176, acabando con las correspondientes disputas. La

Concordia permite a Sancho VI de Navarra repoblar y fortificar las tierras de Álava (incluyendo el tercio

suroeste de la actual Guipúzcoa, pero no la villa de Salinas, entregada a Castilla) y de Guipúzcoa, pero

renuncia a la Bureba (devuelve Briviesca), a la mayor parte de La Rioja (devuelve Logroño, Entrena,

Navarrete, Calahorra, Arnedo, Quel, Ausejo y Autol) y a Vizcaya (muy pro-castellana y que no incluye

por estas fechas el Duranguesado, aún navarro, con Icíar y Durango) a favor de Alfonso VIII, así como a

sus derechos sobre las tierras sorianas reconquistadas antaño por Alfonso I el Batallador. Castilla le

devuelve a Sancho VI las villas de Leguín (Navarra) y Portilla (Álava), así como el castillo de Don

Godín, posiblemente la Puebla de Labarca (Álava) y además se compromete a pagar a Navarra 3.000

maravedíes anuales durante un decenio. La reina Sancha, esposa de Sancho VI y tía de Alfonso VIII y

que probablemente ayudó mucho a lograr esta paz, fallece poco después (agosto) y el rey de Navarra,

aislado por el pacto de 1177, comienza a buscar alianzas allende los Pirineos, que harán de Navarra un

reino singular en el contexto medieval.

El navarro Pedro Ruiz de Azagra, señor independiente de Albarracín (Teruel), cambia de aliado y co-

mienza a subscribir documentos del rey de Castilla, entre los años 1179-1184.

Alfonso II de Aragón dona el castillo de Alcañiz (Teruel), actualmente Parador Nacional de Turismo, a

la Orden de Calatrava (1179-1526), utilizado como sede de encomienda. Se incluye la aldea de Val-

dealgorfa (Teruel).

8 Ver Epílogo II.

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ROMA

El Papa Alejandro III convocó en la Basílica de San Juan de Letrán, en Roma, el III

Concilio de Letrán, XI ecuménico desde el punto de vista católico,9 celebrándose esta

muy significativa y numerosa asamblea en marzo de este año 1179 (en tres sesiones),10

tras la paz establecida entre el Pontífice y el Emperador Federico I Barbarroja en 1177,

como podemos recordar.11

El Concilio giró bastante sobre las herejías de los cátaros y de los valdenses.12

Se emi-

tieron 27 cánones. Todo ello lo desentrañamos o detallamos a continuación.13

9 Tercero de los celebrados en Occidente.

10

Durante los días 5, 14 y 19 de marzo.

11

Federico I reconoció entonces la legitimidad de Alejandro III como Papa, tras haberse alienado sucesi-

vamente con tres antipapas: Víctor IV (1159-1164), Pascual III (1164-1168) y Calixto III (1168-1178).

Con una asistencia mayor que los concilios anteriores y una sorprendente representación de muchas

partes de Europa, este Concilio se conoció en el pasado como “el de Letrán”. Su carácter y la conciencia

que tuvo de sí mismo se muestran en la carta de convocación del Papa Alejandro III en 1178: “De modo

que, siguiendo la costumbre de los antiguos padres, el bien sea buscado y confirmado por muchos, y con

la cooperación de la gracia del Espíritu Santo, con el esfuerzo de todos, se lleve adelante lo que se

requiere para la corrección de los abusos y el establecimiento de lo que es grato a Dios”.

12

Recordemos que los albigenses (también conocidos como cátaros medievales) fueron herejes muy

extendidos durante los siglos XII-XIII, desde la localidad francesa de Albi. La herejía, en total forma de

secta, es históricamente considerada como rebrote del dualista maniqueísmo (principio del bien y prin-

cipio del mal). Creían los albigenses que el espíritu fue creado por la deidad buena mientras que la

materia, incluso el cuerpo humano, fue creado por la deidad mala o demonio, el cual tiene dominio sobre

ella. Sostenían además que la deidad buena envió a Jesucristo como criatura para liberar nuestras almas

del cuerpo. Creían en Jesús como si se tratara de un ángel y que su muerte y resurrección tenían un

sentido meramente alegórico. En consecuencia, consideraban que la Iglesia Católica, con su realidad te-

rrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era una herramienta de corrupción.

Por su desprecio al cuerpo, los albigenses abogaban en contra del matrimonio y practicaban una ascesis

excesivamente rigurosa, que llegaba en algunos casos a la muerte por inanición y al llamado suicidio de

liberación. Los más elevados practicantes eran llamados “perfectos”, mientras que los seguidores menos

elevados o no totalmente iniciados eran denominados “creyentes”. Muchos de los “creyentes” ayudaban

a los “perfectos” en su camino de liberación al ámbito del espíritu, llegando a asesinarlos. No obstante

estos extremos, el movimiento llegó a convertirse en una verdadera fuerza política bajo la protección de

Pedro II de Aragón (1196-1213) y de Raimundo VI de Toulouse, por las mismas fechas.

La Iglesia –como iremos viendo– condenó la herejía albigense en varios sínodos y concilios, adoptando

también medidas pastorales al respecto.

En cuanto a los valdenses, hemos de referir esta herejía a Pedro Valdo, quien siendo un rico mercader

de Lyon, en 1173 renunció a todas sus posesiones y se convirtió en un predicador laico itinerante. Valdo y

sus seguidores, llamados también “Pobres de Lyon”, predicaron contra la jerarquía eclesiástica. Su pré-

dica era sencilla y basada únicamente en la interpretación bíblica por parte de ellos. A estas alturas de la

década de los setenta, la herejía estuvo muy extendida por toda Europa.

Como resumen de los errores valdenses podemos señalar los siguientes: el rechazo de la Misa, de las

ofrendas, de las oraciones en general y por los difuntos en particular. Reclamaban el derecho de las mu-

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Asistieron a este Concilio unos 400 obispos y un gran número de abades provenien-

tes de diversos lugares de Europa, incluida España. También hubo numerosos embaja-

dores de reyes y príncipes.14

jeres y de los laicos a predicar sin necesidad de licencia eclesiástica. Arremetían contra la Iglesia por

tener propiedades. Algunos valdenses ponían en duda que exista el purgatorio. Consideraban inválidos los

sacramentos administrados por sacerdotes indignos.

La Iglesia excomulgará a los valdenses en el Concilio de Verona (año 1184). Serán como precursores

de los protestantes del siglo XVI por sus posturas anticlericales y antijerárquicas.

13

Tenemos en cuenta que las actas de este Concilio se han perdido casi por completo y lo manuscrito de

sus cánones no se nos presenta con entera claridad. Muchos de sus 27 cánones ciertamente quedaron in-

corporados a las compilaciones canónicas o al Derecho Canónico con total vigencia. El primer canon, el

más importante y aún vigente, establece el requisito de una mayoría de dos tercios en las elecciones pa-

pales; además, establece el canon 1 el principio de que no se puede recurrir a autoridad más alta que la

Iglesia de Roma. Entre otras importantes cuestiones tratadas en este Concilio están las siguientes: la in-

validez de las ordenaciones de los tres antipapas recientes (canon 2); las cualidades y comportamiento re-

queridos a los obispos y otros clérigos (cánones 3, 4, 12, 15, 16); restricciones relativas a las excomu-

niones y las apelaciones (canon 6); simonía (canon 7); normas que reflejan la importancia creciente de los

monjes, los templarios y los religiosos (cánones 9, 10); el problema recurrente del concubinato (canon

11); la acumulación de beneficios (cánones 13, 14); medidas en relación con la educación gratuita de los

niños pobres en las escuelas catedralicias (canon 18); establecimiento de impuestos exorbitantes sobre las

Iglesias prohibidas (canon 19); cuestiones civiles y morales pertenecientes al ámbito del Concilio (cáno-

nes 20, 22); legislación pastoral y compasiva en relación con los leprosos (canon 23); prohibición de ven-

der armas a los sarracenos (canon 24); normas contra la usura (canon 25); restricciones relativas a los

judíos y los sarracenos, y no aceptación de su testimonio en contra del de un cristiano (canon 26); le-

gislación en contra de los herejes, con la concesión de ciertos privilegios de los cruzados a los que se

alisten en contra de la herejía (canon 27).

Mientras que el Papa recibía y trataba comprensivamente a los albigenses, el Concilio quedó en que no

se les permitiera predicar, si bien dejando el asunto a la discreta y prudente autoridad del obispo local. La

problemática respecto a los herejes albigenses se recrudecerá o aumentará en adelante.

De otra parte, aunque el III Concilio de Letrán fue convocado con la motivación del Papa por las

necesarias reformas en la Iglesia, no se siguieron, sin embargo, dichas reformas en la práctica, como

tampoco se siguieron por parte de los concilios posteriores.

14

Ciertamente, el pontificado de Alejandro III fue uno de los más laboriosos de la Edad Media, empe-

ñado, como en 1139, en reparar los daños causados por el cisma de un antipapa. Poco después de volver a

Roma (12 marzo de 1178) y de recibir de sus habitantes el juramento de fidelidad junto con ciertas

garantías indispensables, Alejandro III tuvo la alegría de recibir la sumisión del antipapa Calixto III (Juan

de Struma), el cual, estando cercado en Viterbo por el arzobispo Cristian de Maguncia, acabo rindiéndose

y sometiéndose al Papa (en Tusculum, el 29 agosto de 1178). El Papa le recibió con total amabilidad,

haciéndole gobernador de Benevento. Algunos de sus seguidores eligieron a otro antipapa –Inocencio

III–, pero éste se sometió poco después, siendo confinado al monasterio de La Cava (al que ya nos fuimos

refiriendo en otras ocasiones).

En septiembre de 1178, de acuerdo con lo establecido en la Paz de Venecia, el Papa Alejandro III

convocó el Concilio del que ahora nos ocupamos, celebrado en la Cuaresma de 1179, siendo muchos los

convocados, de diversos lugares europeos. El Papa convocó y presidió, sentado sobre un trono elevado,

rodeado de cardenales, prefectos, senadores y cónsules de Roma. De entre los obispos hubo algunos de

las sedes orientales. Eran los reunidos en total casi mil concurrentes. Nectarius, abad de Cabules, re-

presentaba a los Griegos. Oriente estaba representado por el arzobispo Guillermo de Tiro y por Heraclio

de Cesarea, Pedro (Prior del Santo Sepulcro) y el obispo de Belén. España envió 19 obispos, Irlanda 6;

Escocia 1, Inglaterra 7, Francia 59, Alemania 17, Dinamarca y Hungría 1 y 1 respectivamente.

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Los dos primeros cánones intentan evitar los posibles futuros cismas, determinando

que para la elección válida de un Papa es necesaria una mayoría de dos tercios de votos.

Se establece que el candidato al episcopado tenga al menos 30 años cumplidos, de-

biendo ser elegido por los canónigos catedralicios. Una vez más se condena el concubi-

nato clerical, la simonía, la usura, la piratería… Incurren en excomunión quienes facili-

ten armas a los musulmanes. El último canon anatematiza a los cátaros o albigenses y a

quienes les ofrezcan alojamiento.

Estos herejes mantienen un odio tremendo a la Iglesia Católica. Saquean e incen-

dian iglesias, asesinan a clérigos y todo ello en nombre de un dualismo de carácter

gnóstico que es verdadera herencia del maniqueísmo. Rechazan la Encarnación de Jesu-

cristo. Defienden el suicidio y la endura (morirse de hambre), proclamando que el ma-

trimonio es inmoral y pecaminoso. Es evidente que la Iglesia ve en estos herejes un pe-

ligro para la fe.15

Y lo peor es que gran parte de la nobleza los defiende y ayuda, ya que

los albigenses denuncian con total vehemencia que la Iglesia sea rica y poseedora de

grandes propiedades, no siéndole lícito poseer bienes terrenos, porque la Iglesia, según

los albigenses, ha de ser espiritual. La herejía albigense conlleva que los nobles puedan

actuar desposeyendo a la Iglesia de sus bienes o propiedades. Es lógico que el III Con-

cilio de Letrán condene todo esto tras debatirlo justa y detenidamente. Se entiende tam-

bién que fruto de este Concilio sea el de un considerable avance dogmático sobre ecle-

siología, existiendo en estos tiempos graves desviaciones morales y no pocas confu-

siones sobre la naturaleza de la Iglesia y de su jerarquía.

Además de terminar con los restos del cisma, el Concilio emprendió la tarea de con-

denar a los herejes valdenses así como la restauración de la disciplina eclesiástica que se

había relajado mucho. Se promulgaron los siguientes 27 cánones, que podemos resumir

así (algunos de ellos):

Canon 1: Para prevenir cismas en el futuro sólo los cardenales tienen el derecho de

elegir al Papa y se requiere dos tercios de sus votos para la validez de tal elección. Si

algún candidato, después de conseguir solamente un tercio de los votos se arroga la dig-

nidad papal, tanto él como sus partidarios deben ser excluidos del orden eclesiástico y

excomulgados.

Canon 2: Anulación de las ordenaciones realizadas por los heresiarcas Octaviano16

y

Guy de Crema17

así como Juan de Struma.18

Los que han recibido dignidades o benefi-

El Santo obispo Lorenzo de Dublín presidió a los obispos irlandeses. El Papa consagró en presencia del

Concilio a dos obispos ingleses y a dos escoceses, uno de los cuales había llegado solo con un caballo a

Roma y el otro a pie. También estaba presente un obispo de Islandia que no tenía otros ingresos que la

leche de tres vacas, una de las cuales se secó y la diócesis le proporcionó otra.

15

Puede decirse que el catarismo albigense fue una importante causa de la creación o consolidación de la

Inquisición.

16

Antipapa Víctor IV.

17

Antipapa Pascual III.

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~ 14 ~

cios eclesiásticos de esas personas son privados de las mismas y los que han jurado

libremente adherirse al cisma se declaran suspendidos.

Canon 3: Se prohíbe promover a persona alguna al episcopado antes de la edad de 30

años. Deanes, archidiáconos, empleos parroquiales y otros beneficios que conlleva el

cuidado de las almas no deben se conferidos a nadie antes de los 25 años de edad.

Canon 4: Regula los ingresos de los miembros del alto clero, cuyas visitas canónicas

solían arruinar a los sacerdotes rurales. En adelante, el cortejo de los arzobispos no ha

de llevar más de 40 ó 50 caballos; el del obispo 20 ó 30 y el del archidiácono de 5 a 7

como máximo; el deán 2.

Canon 5: Prohíbe la ordenación de clérigos que no tengan un título eclesiástico o no

dispongan de medios para mantenerse a sí mismos. Si un obispo ordena a un sacerdote o

diácono sin asignarle un cierto título con el que pueda sobrevivir, el obispo se encargará

de proporcionar al tal clérigo los medios de subsistencia hasta que consiga unos ingre-

sos eclesiásticos, es decir, si el clérigo no puede subsistir con su patrimonio propio.

Canon 6: Regula las formalidades de las sentencias eclesiásticas.

Canon 7: Prohíbe retirar cantidades de dinero para el enterramiento de los difuntos, la

bendición matrimonial y en general para administración de los sacramentos.

Canon 8: Los patrones de los beneficios nombrarán para los mismos dentro de los

seis meses después de la vacante.

Canon 9: Recuerda a las órdenes militares de los templarios y hospitalarios la obser-

vancia de las reglas canónicas de las que sus iglesias no están exentas.

Canon 10: Los monjes no sean recibidos en el monasterio mediante un pago... Y si

alguno, por habérsele exigido, hubiera dado algo por su recepción, no suba a las sa-

gradas órdenes. Y el que lo hubiere recibido, sea castigado con la privación de su cargo.

Deben ser evitados los herejes.

Canon 11: Prohíbe a los clérigos recibir mujeres en sus casas o frecuentar las suyas

sin necesidad y los monasterios de monjas.

Canon 14: Prohíbe a los laicos transferir a otros laicos los diezmos que poseen bajo

pena de ser excluidos de la comunión de los fieles y privados de entierro cristiano.

Canon 18: Provee para el establecimiento de una escuela para pobres en cada cate-

dral.

18

Antipapa Calixto III.

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~ 15 ~

Canon 19: Excomunión par los que pongan impuestos a las iglesias y a los eclesiás-

ticos sin el consentimiento del obispo y del clero.

Canon 20: Prohíbe los torneos.

Canon 21: Sobre la Paz o Tregua de Dios.

Canon 23: Sobre organización de asilos para leprosos.

Canon 24: Prohíbe proveer a los sarracenos con material para la construcción de sus

galeras.

Canon 27: Encarga a los príncipes la represión de la herejía. Como dice el biena-

venturado León:19

“Si bien la disciplina de la Iglesia, contenta con el juicio sacerdotal,

no ejecuta castigos cruentos, sin embargo, es ayudada por las constituciones de los

príncipes católicos, de suerte que a menudo buscan los hombres remedio saludable,

cuando temen les sobrevenga un suplicio corporal”. Por eso, como quiera que en Gas-

cuña, en el territorio de Albi y de Toulouse y en otros lugares, de tal modo ha cundido

la condenada perversidad de los herejes que unos llaman cátaros, otros patarinos, otros

publicanos y otros con otros nombres, que ya no ejercitan ocultamente, como otros, su

malicia, sino que públicamente manifiestan su error y atraen a su sentir a los simples y

flacos, decretamos que ellos y sus defensores y recibidores estén sometidos al anatema,

y bajo anatema prohibimos que nadie se atreva a tenerlos en sus casas o en su tierra ni a

favorecerlos ni a ejercer con ellos el comercio.

19

El Papa San León Magno (siglo V).

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~ 16 ~

Del Magisterio del Papa Alejandro III podemos destacar lo siguiente:

Proposición errónea acerca de la humanidad de Cristo20

Como quiera que Cristo perfecto Dios es perfecto hombre, de maravillar es la audacia

con que alguien se atreve a decir que “Cristo no es nada en cuanto hombre”. Mas, para

que abuso tan grande no pueda cundir en la Iglesia de Dios, por autoridad nuestra pro-

híbe, bajo anatema, que nadie en adelante sea osado a decir tal cosa...; pues, como es

verdadero Dios, así es también verdadero hombre, que consta de alma racional y de

carne humana.

Del contrato de venta ilícito21

Dices que en tu ciudad sucede con frecuencia que al comprar algunos pimienta o ca-

nela y otras mercancías que entonces no valen más allá de cinco libras, prometen a

quienes se las compran que en el término convenido pagarán seis libras. Ahora bien,

aunque este contrato no pueda considerarse por tal forma como usura, sin embargo los

vendedores incurren en pecado, a no ser que sea dudoso si al tiempo de la paga aquellas

mercancías valdrán más o menos. Y por tanto, tus ciudadanos mirarían bien por la salud

de sus almas, si cesaran de tal contrato, como quiera que a Dios omnipotente no pueden

ocultarse los pensamientos humanos.

Del vínculo del matrimonio22

Puesto que la predicha mujer, si bien fue desposada por el predicho varón, no ha sido,

según asegura, conocida todavía por él, mandamos a tu fraternidad por los escritos

apostólicos que, si el predicho varón no hubiere conocido carnalmente a la mujer, y la

misma mujer, como de parte tuya se nos propone, quisiera pasar a religión, recibida de

ella suficiente caución de que dentro del espacio de dos meses tiene obligación o de en-

trar en religión o de volver a su marido, cesando la contradicción y apelación, la absuel-

vas de la sentencia de excomunión por la que está ligada, de suerte que si entrare en

religión, cada uno restituya al otro lo que conste que ha recibido de él, y el varón, por su

parte, al tomar ella el hábito de religión, pueda lícitamente pasar a otra boda. A la ver-

dad, lo que el Señor dice en el Evangelio que no es lícito al varón abandonar a su

mujer, si no es por motivo de fornicación [Mt 5, 32; 19, 9], ha de entenderse según la

interpretación de la palabra divina, de aquellos cuyo matrimonio ha sido consumado por

20

Condenada en la Carta Cum Christus al arzobispo Guillermo de Reims, 18 de febrero de 1177.

21

De la Carta In civitate tua al arzobispo de Génova, de fecha incierta.

22

De la Carta Ex publico instrumento al obispo de Brescia, de fecha incierta.

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~ 17 ~

la cópula carnal, sin la cual no puede consumarse el matrimonio y, por tanto, si la pre-

dicha mujer no ha sido conocida por su marido, le es lícito entrar en religión.

De otra parte,23

después del consentimiento legítimo de presente, es lícito a la una

parte, aun oponiéndose la otra, elegir el monasterio, como fueron algunos santos llama-

dos de las nupcias, con tal que no hubiere habido entre ellos unión carnal; y la parte que

queda, si, después de avisado, no quisiere guardar castidad, puede lícitamente pasar a

otra boda. Porque no habiéndose hecho por la unión una sola carne, puede muy bien uno

pasar a Dios y quedarse el otro en el siglo.

Si entre el varón y la mujer se da legítimo consentimiento de presente, de modo que

uno reciba expresamente al otro en su consentimiento con las palabras acostumbradas,

háyase interpuesto o no juramento, no es lícito a la mujer casarse con otro. Y si se hu-

biere casado, aun cuando haya habido cópula carnal, ha de separarse de él y ser obli-

gada, por rigor eclesiástico, a volver a su primer marido, aun cuando otros sientan de

otra manera y aun cuando alguna vez se haya juzgado de otro modo por algunos de

nuestros predecesores.

De la forma del bautismo24

Ciertamente, si se inmerge tres veces al niño en el agua en el nombre del Padre, del

Hijo y del Espíritu Santo, Amén, pero no se dice: “Yo te bautizo en el nombre del Padre

y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”, el niño no ha sido bautizado.

Aquellos sobre quienes se duda de si están bautizados, son bautizados diciendo pre-

viamente: “Si estás bautizado, no te bautizo; pero si no estás bautizado, yo te bautizo,

etc.”.

23

De fragmentos de una Carta al arzobispo de Salerno, de fecha incierta.

24

De fragmentos de una Carta (¿a Poncio, obispo de Clermont?), de fecha incierta.

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~ 18 ~

REINO DE PORTUGAL

El Papa Alejandro III, por su bula Manifestis Probatum, en mayo, reconoció oficial-

mente la independencia del reino de Portugal y aceptó su vasallaje a la Santa Sede, pro-

metiendo el rey portugués Alfonso I Enríquez un tributo anual al Papa. De este modo, el

rey Fernando II de León se ve obligado a reconocer a Alfonso I como rey a todos los

efectos.25

Como consecuencia de este acontecimiento, Lisboa recibe sus primeros fueros.26

25

La bula Manifestis Probatum reconoció la validez del Tratado de Zamora que firmaron el 5 de octubre

de 1143 Alfonso VII de León y Castilla y el ahora rey de Portugal Alfonso I Enríquez. La bula, en parte

(traducida del original en latín), dice así:

Alejandro, Obispo, Siervo de los Siervos de Dios, al queridísimo hijo en Cristo, Alfonso, ilustre rey de

los portugueses y a sus herederos para siempre. Está claramente demostrado que, como buen hijo y

príncipe católico, prestaste innumerables servicios a tu madre, la Santa Iglesia, exterminando intrépida-

mente en esforzadas fatigas y proezas militares contra los enemigos del nombre cristiano y propagando

diligentemente la fe cristiana, dejando así a las generaciones futuras un nombre digno de memoria y un

ejemplo merecedor de imitación. La Sede Apostólica debe amar con sincero afecto y procurar atender efi-

cazmente las justas súplicas de aquél que la Providencia Divina eligió para gobernar y salvar a su pueblo.

Por ello, Nos, atendiendo las cualidades de prudencia, justicia e idoneidad de gobierno que adornan tu

persona, te tomamos bajo la soberanía y protección de San Pedro y la nuestra y concedemos y confir-

mamos por la autoridad apostólica tu excelso dominio sobre el reino de Portugal, con la honra plena de

reino y la dignidad que corresponde a los reyes, así como todos los lugares que con el auxilio de la Gracia

arranques de las manos de los sarracenos, sin que sobre él valga reivindicación de derechos de tus vecinos

príncipes cristianos. Y para que más te esfuerces en la devoción y servicio del príncipe de los apóstoles,

San Pedro, y de la Santa Iglesia romana, decidimos hacer esta misma concesión a tus herederos y, con

ayuda de Dios, prometemos defenderla en cuanto alcance nuestro magisterio apostólico.

26

Resumimos aquí la historia de Lisboa (Olissipo pre-romana) hasta estos momentos medievales. Parece

ser (aunque no existe documentación al respecto) que su nombre más antiguo derivaría de la expresión

fenicia Allis Ubbo, con significado de “puerto seguro”, en el estuario del Tajo. También hay teorías que

denominan aquel nombre como de origen tartesio, ya que el sufijo ipo es frecuente en las regiones de

influencia turdetana-tartesia. El prefijo “oli(s)” no sería único pues aparece en otra ciudad lusitana, de

localización actualmente desconocida, que Pomponio Mela (geógrafo hispano romano, nacido en Alge-

ciras, llamada Tingentera entonces, en el siglo I) llamaba Olitingi.

La zona, en época romana, formó parte de la Provincia de Lusitania, cuya capital fue Mérida (Emerita

Augusta).

Hace siglos el estuario del Tajo era más ancho que ahora; su reducción con el paso de los años ha

provocado la ampliación del terreno disponible para la ciudad, necesariamente amurallada y fortificada,

contra ataques, invasiones, piraterías, etc.

Los griegos conocían Lisboa como Olissipo o también como Olissipona (en latín vulgar), haciendo

derivar el nombre de Ulises (nombrado Odiseo por los griegos), debido a que, según la mitología, la

ciudad fue fundada por Ulises, huido desde Troya a la Península Ibérica: “Ibi oppidum Olisipone Ulixi

conditum: ibi Tagus flumen”.

En su epopeya nacional portuguesa, Os Lusíadas, se hace eco de todo eso el célebre Luis de Camoens

(o Camões), que vivió entre los años 1524-1580).

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~ 19 ~

SANTIAGO DE

COMPOSTELA

El Papa Alejandro III emitió también la bula Regis aeterni, confirmando la anterior de

su predecesor Calixto II en 1120,27

autorizando que en Santiago de Compostela se pue-

dan obtener las mismas indulgencias que peregrinando a Roma (o a Jerusalén), que-

dando regulados los años santos compostelanos cada vez que la fiesta del Apóstol caiga

en domingo, cada 6 años, teniendo en cuenta que los años santos o jubilares romanos

son cada 25 años.

Otras intervenciones del Papa Alejandro III en España fueron en este año las de hacer

que la abadía de Santa María de Husillos,28

del señorío episcopal de Palencia, pase a

depender sólo de la Santa Sede y la aprobación pontificia de las primeras instituciones o

En época musulmana, conquistada la ciudad por los moros, en el año 719, la ciudad se llamó Al-Lix-

buna o Al-Ushbuna. El destacado castillo actualmente nombrado de San Jorge lo iniciaron seguramente

los musulmanes.

Lisboa fue importante en la producción y comercio de sal, vino, pescados y célebres caballos lusitanos,

caballos que, como ocurre con los andaluces, destacaron siempre por su bravura, bella flexibilidad y

nobleza, muy adecuados para la monta, la doma clásica, el rejoneo…

Económicamente, además de contar con riqueza minera, ya desde época romana, Olissipo era conocida

por su garum (una especie de salsa de pescado, afrodisíaca, que se exportaba hasta Roma y a otros lu-

gares.

En cuanto al cristianismo, Olissipo fue tempranamente evangelizada, si bien sus primeros obispos son

legendarios. Durante las invasiones bárbaras, a la caída del Imperio Romano, Lisboa acabó siendo terri-

torio de los suevos, hasta que la dominaron los visigodos del reino toledano que la llamaron Ulishbona.

También los judíos estuvieron presentes en Lisboa desde antiguo.

Durante la Edad Media, Lisboa fue un importante centro mozárabe, viviendo en su recinto y entorno

muchos muladíes y dhimmíes (cristianos y judíos que se mantuvieron como tales, si bien pagando los

correspondientes impuestos por ello, pagando la yizia o yizya.

Lisboa fue tomada por Alfonso II de Asturias en el año 798. Más tarde, en el año 844, los vikingos la

atacaron con 54 embarcaciones bajeles y la saquearon durante 13 días antes de ser expulsados. Hubo otra

importante invasión vikinga en el año 966. Entre los años 1013-1022, la taifa de Lisboa perteneció de

hecho a la taifa de Badajoz.

Un primer intento de los portugueses para hacerse con el control de Lisboa fracasó en 1137. Más tarde,

en 1147, en contexto de reconquista y cruzada, los portugueses de Alfonso I Enríquez, con caballeros

(realmente invasores y poco respetuosos) franceses, ingleses y alemanes, asediaron y conquistaron Lis-

boa, siendo desde entonces totalmente portuguesa.

La reconquista cristiana de Portugal repercutió como uno de los hechos o eventos más significativos de

la historia lisboeta. Se sabe que había allí un obispo mozárabe, que fue asesinado por los cruzados y que

la población rezaba a la Virgen María cuando sufría ataques guerreros o de plagas. Tras ser reconquis-

tada, las mezquitas de Lisboa fueron transformadas en iglesias.

27

Bula ésta que no se conserva actualmente.

28

Provincia de Palencia.

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~ 20 ~

consuetudinario de la Orden de Santa María de Benevívere,29

fundada en 1169 por los

canónigos regulares agustinos, a los que se les otorgaron importantes privilegios.

29

También en la provincia de Palencia.

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~ 21 ~

VILLALPANDO

A Villalpando30

le concedió fuero el rey Fernando II de León, con privilegios y

exenciones que incrementan su población. Villalpando tiene doble recinto amurallado y

notables arrabales.31

30

Villalpando es una localidad situada en la comarca de Tierra de Campos, en la provincia de Zamora, al

nordeste, cerca del río Valderabuey (afluente del Duero, por su derecha). Según algunos autores pudiera

tratarse de la antigua ciudad romana de Intercacia, y los musulmanes la llamaron Alpando. Fue despo-

blada por Alfonso VII de León y Castilla (1126-1157), pero en 1170 la repobló Fernando II de León

(1157-1188), siendo en poco tiempo localidad de gran desarrollo, pues hay constancia de cinco iglesias

durante este reinado, siendo pronto algunas más.

31

Actualmente de las murallas quedan sólo restos, y dos puertas de entrada, de las cuatro que tuvo: la

Puerta de Santiago y la Puerta de San Andrés. En el siglo XIII hubo hasta 12 parroquias, un convento de

franciscanos y dos hospitales, el de San Lázaro y el de Santi Spiritus. A partir de 1297 se celebra un

mercado que fue otorgado por privilegio de Fernando IV. La villa, con su destacada fortaleza, perteneció

pronto a los templarios, pero en 1312 pasó a manos de la Corona, hasta pasar, en 1341, a Juan Alfonso de

Benavides.

Villalpando fue una más de las numerosas villas que sirvieron a Enrique de Trastámara (Enrique II de

Castilla, 1369-1379) para premiar y recompensar a sus vasallos en su lucha por el trono de Castilla

(asunto que consideraremos en su momento). Buen ejemplo de esto fue que concluida la guerra civil

contra su hermano Pedro I el Cruel, rey de Castilla y de León (1350-1369). Enrique II donó la villa al

francés Arnao de Solier, el 12 de noviembre de 1369, en pago de los servicios prestados en la mencionada

contienda. Años después, por el matrimonio de su hija, María Solier, con Juan de Velasco, perteneciente a

la familia de los condestables de Castilla, la villa se incorporó al señorío de los Velasco.

Villalpando contó con una notable aljama o barrio judío. Parece ser que los judíos estuvieron en el lugar

ya desde el siglo VII. La judería se hallaba fuera del recinto amurallado, llegando a contar con más de

doscientos vecinos, siendo considerada como una de las más florecientes y prósperas de Castilla y León.

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~ 22 ~

CAMPO DE ARGAÑÁN

El Campo de Argañán, cerca de Ciudad Rodrigo,32

fue noticia en este año 1179 por la

derrota que allí sufrieron los portugueses atacados por tropas leonesas. Al frente de los

portugueses estuvo el infante Sancho, príncipe heredero, que contó con la ayuda sal-

mantina en el lugar.

32

En la provincia de Salamanca.

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~ 23 ~

MONASTERIO DE santa

maría de LEBANZA

El obispo Raimundo de Palencia mandó ampliar y reedificar la iglesia abacial de santa

María en Lebanza, de estilo románico.33

33

Provincia de Palencia, en la zona norte montañosa. Parece ser que en el solar que hoy ocupa la actual

abadía existió una ermita mozárabe del siglo X, fundada por los condes lebaniegos Alfonso y Justa, en el

año 932, aunque no queda nada de aquellas primeras construcciones. Por entonces, el lugar se conocía

como Nebantia, modificándose posteriormente como Labantia y Labancia, hasta llegar a ser Santa María

de Lebanza y Nuestra Señora de Alabanza o Lebanza, como hoy se denimina.

En el siglo XII, concretamente por el año 1179, sobre los restos de la vieja ermita, el obispo Raimundo,

primer conde episcopal de Pernía, reedificó la referida iglesia nueva, de la cual, como románica, sólo

quedan dos capiteles, datados en 1185 (que se conservan en el Fogg Art Museum de Harvard). La abadía

que hoy puede verse es del siglo XVIII, de incipiente estilo neoclásico. La mandó construir el rey Carlos

III (1759-1788), el cual, por los datos de que se dispone, tuvo gran devoción por la Virgen venerada en el

lugar (lo recuerda una inscripción que hay en el presbiterio).

En el siglo XIX, cuando la desamortización de Mendizábal, el conjunto pasó a manos de un particular,

lo mismo que los terrenos del entorno.

Tras la guerra civil (1936-1939), ya en la década de 1940, se adquirió el lugar por la diócesis de Pa-

lencia, dedicándose a seminario menor. En esta época se amplió el edificio hacia el oeste, construyéndose

un nuevo patio. Se puede diferenciar claramente la parte nueva sobre la del siglo XVIII, porque esta

última tiene el suelo de la planta de arriba de madera vista, mientras que la zona nueva es de losetas. La

pequeña carretera que llega a la abadía quedaba aislada durante los meses de invierno por la nieve, siendo

la radio u otros medios las únicas formas de comunicación de sus habitantes con Palencia. Por eso, al-

rededor de la abadía había cuatro edificios con cuadras, panadería, carnicería... e incluso un pequeño

puesto de la Guardia Civil, cuyos miembros eran además artesanos, para ser autosuficientes durante esos

meses de aislamiento. Llegados los años 1960, desapareciendo de allí el seminario menor, la abadía de

Lebanza sirvió ya únicamente como seminario de verano. Durante años vinieron a la abadía a dar cursos y

charlas importantes intelectuales. El lugar se utiliza también para colonias y campamentos de verano.

La iglesia abacial tiene planta neoclásica, en forma de cruz griega, sobre la que se instala una cúpula

central rebajada. La cabecera se cubre con cúpula vaída. Dos retablos barrocos adornan el presbiterio y el

lado de la Epístola, con escasa imaginería.

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Santa María de Lebanza

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~ 25 ~

MONASTERIO

DE RUPERTSBERG

BINGEN (ALEMANIA)

En el monasterio de Rupertsberg, de la ciudad alemana de Bingen, el 17 de sep-

tiembre, murió su célebre abadesa benedictina Hildegarda, muy sabia y polifacética, re-

formadora de la Iglesia, mística.34

Tenía 81 años de edad.

Hildegarda nació en Bermersheim, en el valle del Rin,35

durante el verano de 1098,

siendo de familia noble, económicamente solvente. Fue la menor de los diez hijos de

Hildeberto de Bermersheim, caballero al servicio de Meginhard, conde de Spanheim, y

de su esposa, Matilde de Merxheim-Nahet, y por eso fue considerada como el diezmo

para Dios, entregada como oblata benedictina y consagrada en ese sentido desde su na-

cimiento.36

Se le confió su noble educación a la condesa Jutta (Judith de Spanheim),

hija del conde Esteban II de Spanheim, la cual la inició en el rezo del salterio y la ins-

truyó en lengua latina, Sagrada Escritura y música sacra (canto gregoriano).

Durante algunos años, Jutta e Hildegarda vivieron en el castillo de Spanheim, hasta

que al cumplir Hildegarda 14 años de edad, ambas se recluyeron en la clausura monás-

tica de Disibodenberg (San Disibodo).

Este monasterio, pese a ser masculino, acogió a un pequeño grupo de recluídas en una

celda anexa, bajo la dirección de Judith. La solemne ceremonia de clausura fue cele-

brada el 1 de noviembre de 1112, fiesta de Todos los Santos, participando Judith, Hil-

degarda y otra noble jovencísima.

En 1114, la celda se transformó ampliándose como pequeño monasterio, pues aumen-

taron las vocaciones femeninas. En ese mismo año, Hildegarda profesó como monja,

imponiéndole el velo el obispo Otón de Bamberg.37

Judith murió en 1136, con fama de santidad tras haber llevado una vida de mucha aus-

teridad y ascesis, que incluyó largos ayunos y penitencias corporales. Hildegarda, a pe-

34

Santa Hildegarda de Bingen. Proclamada Doctora de la Iglesia, juntamente con el español San Juan de

Ávila, el 7 de octubre 2012, por el Papa Benedicto XVI. Su fiesta es el 17 de septiembre.

35

Actualmente Renania-Palatinado (Alemania).

36

Cosa que era normal en la mentalidad medieval, como se contemplaban también en el ámbito benedic-

tino.

37

San Otón de Bamberg, destacado misionero en la Pomerania (en la costa báltica, al norte de Alemania

y Polonia). San Otón se conmemora el 2 de julio, habiendo sido canonizado por el Papa Clemente III en

1189.

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sar de su juventud, fue elegida como abadesa (magistra) de manera unánime por la co-

munidad de monjas.

Disibodenberg

Cabe que destaquemos ya las cualidades de Hildegarda como escritora y visionaria o

mística. Desde niña tuvo débil constitución física, sufriendo de constantes enfermeda-

des y experimentando visiones.38

38

El monje Teoderico de Echternach, como hagiógrafo, consignó el testimonio de la propia Hildegarda

dejando constancia de cómo a sus 3 años de edad tuvo la visión de “una luz tal que mi alma tembló”.

Estos hechos continuaron aún durante los años en que estuvo bajo la instrucción de Judith, la cual, al

parecer, tuvo conocimiento de ellos. Vivía estos episodios conscientemente, es decir, sin perder los sen-

tidos ni sufrir éxtasis. En el prólogo del Liber divinorum operum explica: “Despierta de cuerpo y mente

en los misterios celestes, lo vi con los ojos interiores de mi espíritu y oí con los oídos interiores, y no en

sueños ni en éxtasis”. Ella los describió como una gran luz en la que se presentaban imágenes, formas y

colores; además iban acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, en algunos casos, de

música.

Todo el bagaje simbólico y originalidad de las obras de Hildegarda encuentra su origen en la inspiración

sobrenatural de sus experiencias visionarias, de ahí que la explicación de dicha enigmática fuente de

conocimiento haya sido causa de interés e investigación incluso durante la vida de la abadesa.

Precisamente, una de las fuentes más importantes sobre el origen y descripción de sus visiones se en-

cuentra en la carta con la que Hildegarda respondía a los cuestionamientos epistolares hechos en 1175 por

el flamenco Guibert de Gembloux en nombre de los monjes de la abadía (belga) cisterciense de Villers

(actualmente en ruinas), acerca de la manera en que tenía sus visiones. Por estas respuestas se sabe que

las visiones comenzaron desde su muy temprana infancia y que en ellas no mediaba el sueño, ni el

éxtasis, ni la pérdida de los sentidos: “No oigo estas cosas ni con los oídos corporales ni con los

pensamientos de mi corazón, ni percibo nada por el encuentro de mis cinco sentidos, sino en el alma, con

los ojos exteriores abiertos, de tal manera que nunca he sufrido la ausencia del éxtasis. Veo estas cosas

despierta, tanto de día como de noche” (Epíst. CIII).

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En 1141, con 42 años de edad, le sobrevino un episodio más fuerte de visiones, siendo

tal que, según ella, recibió la orden sobrenatural de escribir las visiones que en adelante

tuviese. A partir de entonces, Hildegarda escribió sus experiencias, que dieron como

resultado el primer libro, llamado Scivias (Conoce los caminos), que no concluyó hasta

1151. Para tal fin, tomó como secretario y amanuense a Volmar, uno de los monjes de

Disibodenberg, colaborando con él una de sus monjas, Ricardis de Stade.

No obstante, siguió teniendo reticencias para hacer públicas sus revelaciones y los

textos resultantes de ellos, por lo que para disipar sus dudas recurrió a uno de los hom-

bres más prominentes y con mayor reputación espiritual de su tiempo: Bernardo de Cla-

raval.39

A él le dirigió una sentida y sincera carta pidiéndole consejo sobre la naturaleza

de sus visiones y sobre si convenía o no darlas a conocer. En dicha misiva, enviada

hacia 1146, confesaba la monja al monje que lo había visto en una visión “como un

hombre que veía directo al sol audaz y sin miedo”, y al mismo tiempo que, atribu-

yéndose a sí misma “debilidad”, solicitaba su consejo:

Padre, estoy profundamente perturbada por una visión que se me ha apare-

cido por medio de una revelación divina y que no he visto con mis ojos carnales,

sino solamente en mi espíritu. Desdichada, y aún más desdichada en mi condi-

ción mujeril, desde mi infancia he visto grandes maravillas que mi lengua no

puede expresar, pero que el Espíritu de Dios me ha enseñado que debo creer.

Por medio de esta visión, que tocó mi corazón y mi alma como una llama que-

mante, me fueron mostradas cosas profundísimas. Sin embargo, no recibí estas

enseñanzas en alemán, en el cual nunca he tenido instrucción. Sé leer en el nivel

Igualmente, explica que este conocimiento sobrenatural que adquiere se da al mismo tiempo de tener la

experiencia, tal como ella misma escribe: “simultáneamente veo y oigo y sé, y casi en el mismo momento

aprendo lo que sé”.

Tales visiones siempre se acompañaban de manifestaciones lumínicas, de hecho, los mandatos divinos

que recibía provenían de una teofanía luminosa a la que nombra “sombra de la luz viviente” (umbra

viventis lucis) y es esta luz a la que nombra en la introducción del Scivias y de Liber divinorum operum

como la que toma voz para ordenarle poner por escrito cuanto experimenta: “Oh, pequeñita forma, [...]

encomienda estas cosas que ves con los ojos interiores y que percibes con los oídos interiores del alma, a

la escritura firme para utilidad de los hombres; para que también los hombres comprendan a su creador

a través de ella y no rehúyan venerarlo con digno honor” (Introducción al Liber operum divinorum).

Esta luz divina le mostraba las visiones que describe en sus obras y que posteriormente fueron ilus-

tradas, las cuales han llegado hasta nosotros gracias a los manuscritos sobrevivientes, que muestran un

simbolismo cuya interpretación no resulta tan obvia. Luego pasa a explicar su significado profundo y las

enseñanzas derivadas de tales visiones. Ordinariamente estas visiones venían acompañadas de trastornos

físicos para la abadesa como debilidad, dolor y, en algunos casos, rigidez muscular.

Lo anterior ha llevado a algunos estudiosos a buscar causas neurológicas, fisiológicas e incluso pato-

lógicas para las visiones de esta mujer medieval, siendo una de las respuestas médicas más difundida que

sufría un cuadro crónico de migraña, teoría esta última propuesta por el historiador de la medicina Carles

Singer (1876-1960) y popularizada por el neurólogo inglés Oliver Sacks (nacido en 1933).

39

San Bernardo de Claraval, cisterciense, fallecido en 1153. Se conmemora en el santoral el 20 de agos-

to.

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más elemental, pero no comprenderlo plenamente. Por favor, dame tu opinión

sobre estas cosas, porque soy ignorante y sin experiencia en las cosas mate-

riales y solamente se me ha instruido interiormente en mí espíritu. De ahí mi ha-

bla vacilante.

La respuesta de Bernardo no fue ni muy extensa ni tan elocuente como la carta

enviada por Hildegarda, pero en ella la invitaba a “reconocer este don como una gracia

y a responder a él ansiosamente con humildad y devoción”. Además, parece que el

abad de Claraval influyó posteriormente a favor de Hildegarda ante el Papa Eugenio III

(1145-1153), ya que Bernardo tenía buen trato personal con el obispo de Roma, porque

también éste era cisterciense y antiguo discípulo de Bernardo.

Precisamente, el arzobispo Enrique de Maguncia, bajo cuya jurisdicción hay que con-

tar al monasterio de Disibodenberg, puesto al día de las visiones y profecías de Hil-

degarda, mandó una comisión al Papa Eugenio para informarse de lo sucedido y lograr

que se declarara sobre la naturaleza de tales dones. El Papa se encontraba por aquellos

días en Tréveris, presidiendo el sínodo reunido entre los años 1147 y 1148.

Precisamente en 1148, un comité de teólogos, encabezado por Alberto de Chiny-Na-

mur, obispo de Verdún, a petición del Papa, estudió y aprobó parte del Scivias. El

mismo Papa leyó públicamente algunos textos durante el sínodo de Tréveris y declaró

que tales visiones eran fruto de la intervención del Espíritu Santo. Tras la aprobación,

envió una carta a Hildegarda, pidiéndole que continuase escribiendo sus visiones. Con

ello dio comienzo no sólo la actividad literaria aprobada canónicamente, sino también la

relación epistolar con múltiples personalidades de la época, tanto políticas como ecle-

siásticas, tales como el ya mencionado Bernardo de Claraval, Federico I Barbarroja

(emperador),40

Enrique II de Inglaterra o Leonor de Aquitania, que pedían sus consejos

y orientaciones. Tal fue su reconocimiento, que pronto llegó a ser conocida como la

Sibila del Rin.

Siguió luego el tiempo de Hildegarda como fundadora. También en 1148, y sin haber

concluido la redacción del Scivias, una visión la hizo concebir la idea de partir de

Disibodenberg y marchar a un lugar “donde no había agua y donde nada era pla-

centero”, lo que fue su inspiración para la fundación de un monasterio en la colina de

San Ruperto41

(Rupertsberg), cerca de Bingen, no lejos del Rin, en la desembocadura de

40

La fama de santa y profetisa que llegó a tener la abadesa fue tal que, en 1150, el emperador la invitó a

entrevistarse con él en su palacio de Ingelheim. El aprecio mutuo que generó aquella entrevista queda

patente en el epistolario entre ellos. Federico promulgará un edicto de protección imperial a perpetuidad

sobre las fundaciones de Santa Hildegarda.

41

San Ruperto de Bingen, santo legendario alemán, del siglo VIII, que se conmemora el 15 de mayo. Se-

gún la leyenda, Ruperto fue hijo de un pagano de nombre Robolaus y de una princesa cristiana de

nombre Berta. Tras la muerte de su padre se educó conforme al sentir cristiano de su madre. A los 15

años de edad peregrinó a Roma. Al regresar a su hogar, construyó una iglesia y algunas casas en las

tierras de su familia. El vivió con su madre en una colina a la orilla del río Nahe, en la desembocadura del

Rin, junto a Bingen, dedicándose a obras caritativas. Murió cuando tenía 20 años de edad debido a unas

fiebres, siendo enterrado en la iglesia que él y su madre habían mandado construir.

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su afluente el Nahe, a donde se trasladó la nutrida comunidad de monjas emancipadas

ya de los monjes de Disibodenberg.

Sin embargo, Kuno, entonces abad de Disibodenberg, se opuso a que se fueran las

monjas, lo cual contrarió mucho a Hildegarda, tanto que sufrió trastornos físicos que se

atribuyeron a intervención divina:

“Decían que había sido engañada por la vanidad. Cuando lo oí, mi corazón se

afligió, mi carne y mis venas se secaron, y durante muchos días yací en cama”.42

Ante aquella situación, con sus influencias, intervino la noble Ricardis de Stade, quien

logró convencer al arzobispo Enrique de Maguncia para que autorizara la salida de las

monjas de Disibodenberg y pudieran fundar el nuevo monasterio. Así, hacia 1150,

Hildegarda se trasladó a Rupertsberg con una veintena de sus de sus monjas, con el

permiso del conde Bernardo de Hildesheim, propietario del terreno. Fundado el monas-

terio de Rupertsberg, Hildegarda fue la abadesa del mismo.

Por entonces, se marchó Ricardis para ser abadesa del monasterio de Bassum, en

Sajonia, causando gran tristeza a Hildegarda, que se aponía a ello y por lo cual protes-

taría con sentidas y serias cartas ante el arzobispo Hartwin de Bremen, hermano de

Ricardis y artífice de la decisión de hacer abadesa a su hermana. Hildegarda apeló al

Papa, pero no pudo conseguir que Ricardis volviera junto a ella. Murió al año de la

separación.

Por entonces concluyó Hildegarda el Scivias y dos libros más: Physica, de ciencias

naturales, y Cause et cure, de medicina, demostrando la gran cantidad de conocimientos

que tuvo la abadesa sobre el funcionamiento del cuerpo humano, la herbología y acerca

de tratamientos médicos basados en las propiedades de piedras y animales. Asimismo,

comenzó la colección de cantos que tituló Symphonia armonie celestium revelationum,

que compuso para atender a las necesidades litúrgicas de su comunidad.43

Hacia 1163, como fruto de sus constantes visiones, comenzó a escribir su Liber divi-

norum operum, la tercera de sus tres obras más importantes y que tardaría alrededor de

diez años en concluir. Sin embargo, la abadesa alternó la vida contemplativa y de es-

critora con la de predicación y fundación, ya que en 1165 fundó un segundo monasterio,

esta vez en Eibingen, que visitaba regularmente dos veces a la semana.

La labor de escritora de Hildegarda se vio interrumpida muchas veces por los viajes

que hizo dedicándose a la predicación.44

Santa Hildegarda de Bingen veneraba mucho a San Ruperto y probablemente se basó en la tradición

sobre él para escribir su biografía (Vita Sancti Ruperti), mandando renovar su iglesia y construyendo el

monasterio de Rupertsberg.

42

Vita, II, V.

43

Según algunas cronologías, también de 1150 dataría el inicio del Liber vite meritorum.

44

Si bien la clausura en esa época no era tan rígida como posteriormente, a partir sobre todo del Papa

Bonifacio VIII (1294-1303), no dejó de sorprender y causar admiración a sus contemporáneos que una

abadesa abandonara su monasterio dedicándose a predicar.

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El contenido de su predicación giró en torno a la redención, la conversión y la reforma

del clero, criticando duramente la corrupción eclesiástica, además de oponerse firme-

mente a los cátaros o albigenses, proponiendo al clero cómo habían de combatir los

errores de estos herejes: predicando bien y sobre todo con el edificante ejemplo. Hilde-

garda proporcionó algunas predicaciones a predicadores clérigos.

Además de estos viajes de predicación, Hildegarda usó las cartas para hacer sentir su

opinión ante personajes notables. Con motivo del cisma provocado por la elección del

antipapa Víctor IV con el apoyo del emperador Federico I, frente al Papa romano

legítimo Alejandro III, cisma alargado a la muerte de Víctor IV con la elección de los

también antipapas Pascual III y Calixto III, Hildegarda hizo graves amonestaciones pro-

féticas al primero de estos (Víctor), así como al mismísimo emperador.

En el año 1173, poco antes de concluir el Liber divinorum operum, murió el monje

Volmar, su más cercano colaborador y secretario, por lo que acudió a ayudarse de los

monjes de la abadía de San Eucharius de Tréveris para terminar dicha obra. Durante

algún tiempo el monje Godofredo de Disibodenberg le sirvió como amanuense, a la vez

que éste comenzó la redacción de una biografía de Hildegarda, si bien no escribió mu-

cho, pues murió en 1176. El último secretario de Hildegarda fue el monje flamenco

Guiberto de Gembloux, espiritualmente muy cercano a ella.

La última situación crítica o difícil a la que tuvo que enfrentarse Hildegarda ocurrió en

1178, cuando su comunidad dio sepultura en el cementerio conventual a un noble su-

puestamente excomulgado. Por la imposición de esta pena eclesiástica, el derecho canó-

nico de este tiempo prohíbe el entierro de un excomulgado en suelo sagrado. Se pidió a

Hildegarda que exhumara el cadáver. Ella se negó e incluso hizo desaparecer cualquier

rastro del enterramiento para que nadie pudiera buscarlo. Sostuvo que había sido recon-

ciliado con la Iglesia antes de morir. Los prelados de Maguncia, en ausencia del arzo-

bispo Christian, que estaba en Roma, pusieron en entredicho al monasterio de Ru-

pertsberg, prohibiéndose en el mismo el toque de campanas, los instrumentos musica-

les y los cantos en la liturgia. Hildegarda se defendió escribiendo una carta de rico con-

tenido doctrinal,45

donde recogía el significado teológico de la música. Cuando regresó

el arzobispo Christian, en marzo de 1179, se presentaron testigos que apoyaban la ver-

sión de Hildegarda y fue levantado el entredicho. Y poco después, el 17 de septiembre,

como señalábamos al principio, murió Hildegarda.46

En 1298, el Papa Bonifacio VIII, mediante la bula Periculoso, prohibió que las monjas salieran del mo-

nasterio sin permiso del obispo. Además dispuso que las que tuviesen cargos de responsabilidad (aba-

desas, prioras, etc.) usaran de procuradores que las representaran. De este modo, dejaron de poder actuar

por sí mismas.

En total fueron cuatro los viajes de predicación que Santa Hildegarda realizó, siendo el primero entre

1158 y 1159, viajando a Maguncia y a Wurzburgo. En 1160 fue a Tréveris y a Metz. El tercer viaje fue

entre los años 1161-1163, por el Rin y Colonia. Y en el cuarto y último de sus viajes, entre los años 1170

y 1171, predicó en las tierras de Suabia.

45

Epíst. XXIII.

46

Las crónicas hagiográficas cuentan que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes y

de diferentes colores que formaban una cruz en el cielo.

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En cuanto a las obras escritas de Hildegarda, generalmente en latín de su tiempo,47

tenemos:

Entre los años 1180-1190, el monje Teoderico de Echternach escribió la Vita (Vida) de Hildegarda, re-

cogiendo pasajes autobiográficos que la monja había dejado y contado. El Papa Gregorio IX (1227-1241)

abrió el proceso de canonización en 1227, aunque no se concluyó. Fue reabierto por Inocencio IV (1243-

1254) en 1244, sin que tampoco en esta ocasión se llegase a concluir. Sin embargo, debido a la difusión

de su culto, se la inscribió en el Martirologio Romano, con el siguiente texto (en la actual edición espa-

ñola):“En el monasterio de Rupertsberg, cerca de Bingen, en Hesse, actual Alemania, santa Hildegardis,

virgen, que expuso y describió piadosamente en libros los conocimientos conseguidos experimentalmente,

tanto sobre ciencias naturales, médicas y musicales, como de contemplación mística”. Se incluyó tam-

bién su nombre en algunas letanías; se extrajeron reliquias de su sepulcro; se celebró su fiesta litúrgica; se

le atribuyeron milagros y sus representaciones pictóricas y escultóricas comenzaron a ser objeto de

veneración.

Sus reliquias se mantuvieron en el convento de Rupertsberg hasta la destrucción de éste en 1632, du-

rante la Guerra de los Treinta Años (entre los años 1618-1648). Entonces se llevaron a Colonia y después

a Ebingen donde aún reposan, en la iglesia parroquial.

En 1940 se aprobó oficialmente su celebración para las iglesias locales. Con motivo del 800 aniversario

de su muerte, el Papa Juan Pablo II (1978-2005) se refirió a ella como profetisa y santa (Carta de Juan

Pablo II al cardenal Hermann Volk, arzobispo de Maguncia, con ocasión del 800 aniversario de la muerte

de Santa Hildegarda. Ver Epílogo III). De la misma manera, en 2006, el Papa Benedicto XVI (en su en-

cuentro con los presbíteros y diáconos de la diócesis de Roma, 2 de marzo de 2006) se refirió también a

Hildegarda como santa y la encomió como una de las grandes mujeres de la cristiandad, al igual que las

santas Catalina de Siena, Teresa de Jesús o Teresa de Calcuta.

En el año 2010, El Papa Benedicto XVI dedicó a Santa Hildegarda las Audiencias Generales de los días

1 y 8 de septiembre, dentro del marco de una serie de catequesis sobre escritores cristianos, siendo la pri-

mera mujer presentada en estas catequesis; recordó, entre otras cosas, que los contemporáneos de Santa

Hildegarda la consideraron con el título de “profetisa teutónica” y puntualizó el valor teológico de sus

escritos y enseñanzas. Ver Epílogo IV.

En diciembre de 2011, el Papa Benedicto XVI anunció su decisión de proclamar a Santa Hildegarda

Doctora de la Iglesia. El 10 de mayo de 2012 procedió a inscribirla en el catálogo universal de los santos

(como también lo está en el santoral anglicano y escocés). El 27 de mayo de 2012, durante el rezo del

Regina Caeli, en la solemnidad de Pentecostés, El Papa determinó la fecha para la proclamación como

Doctora. Finalmente, el 7 de octubre de 2012, durante la Misa de apertura del sínodo de los obispos, en la

romana basílica de San Pedro, el Papa Benedicto XVI proclamó Doctora de la Iglesia a Santa Hildegarda

y Doctor de la Iglesia al español (del siglo XVI) San Juan de Ávila.

La iconografía de esta Santa, debido a su prolongado culto local, no es muy abundante. Es presentada

como abadesa benedictina, con báculo. En las miniaturas antiguas aparece en actitud de escribir sobre

tablillas o dictando a un monje, con cinco flamas sobre su cabeza, representativas de su visión divina.

Posteriormente se la representó con pluma en actitud de escribir y con algún pergamino o libro en la

mano (el Scivias) y algún instrumento musical.

47

Con anotaciones en lingua ignota, como un precedente del denominado esperanto. Empleó varios esti-

los de escritura: el tratado teológico, el epistolar, el hagiográfico y el tratado médico; pero destacan sus

obras visionarias, en las que hace un uso constante y fecundo de la alegoría ética-religiosa, que aunque

era bastante común en su tiempo, llegaba a usar símbolos poco frecuentes.

Sus fuentes más referenciales son las propiamente bíblicas (de la Vulgata), muy destacadamente si-

guiendo los libros proféticos. Del Nuevo Testamento es de reseñarse el Evangelio según San Juan y el

Apocalipsis, muy presente en las partes finales de su Scivias.

También fue buena conocedora de la patrística, destacándose la influencia de San Agustín y de San

Isidoro de Sevilla, entre otros, como el Pastor de Hermas o Boecio. De referencias clásicas podemos enu-

merar a Cicerón, Lucano, Séneca y (en lo que se refiere a medicina) Galeno.

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Tres obras de carácter teológico: Scivias (dogma), Liber vite meritorum (moral) y Li-

ber divinorum operum (sobre cosmología, antropología y teodicea). Esta trilogía forma

el mayor corpus escrito de Hildegarda.

Scivias: El nombre Scivias es una forma abreviada del latín Scito vias Domini, que

significa Conoce los caminos del Señor. Esta obra fue inspirada tras una visión tenida

por Hildegarda a la edad de 42 años, (hacia 1141), visión por la que Hildegarda ase-

guraba haber asistido a una teofanía que le ordenaba escribir lo que percibiera:“Oh

frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe

lo que ves y escuchas”.

Dividida en tres libros, en esta obra describe las 26 visiones que tuvo, las cuales se

encuentran ilustradas en los manuscritos conservados, sirviendo de alegoría y medio de

explicación de los principales dogmas del catolicismo y la Iglesia de una manera más o

menos sistemática. Tras la descripción de cada visión cargada de un complicado simbo-

lismo, la voz celestial pasa a explicar su significado. De esta manera recorre los temas

de “la majestad divina, la Trinidad, la Creación, la caída de Lucifer y Adán, las etapas

de la historia de la salvación, la Iglesia y los sacramentos, el Juicio Final y el mundo

futuro”.

Liber vite meritorum: Es el Libro de los méritos de la vida, cuyo título completo es

Liber vite meritorum, per simplicem hominem a vivente lucem revelatorum; fue escrito

entre 1158 y 1163. Es una obra de carácter moral en la que, partiendo de la visión de

Dios como un hombre cósmico que sustenta y vivifica al universo, Hildegarda llega a

una exposición de los principales vicios espirituales y sus virtudes opuestas. Esta siste-

matización hace corresponder aspectos naturales del mundo y del hombre con las pa-

siones del alma humana. Dicha visión está explicada a lo largo de cinco libros y se com-

plementa con un sexto que detalla la descripción de las penas que en la otra vida co-

En su Ordo Virtutum representa la lucha constante de las virtudes contra los vicios a través de su

personificación como mujeres ataviadas con los atributos correspondientes a la actitud moral que en-

carnan, combatiendo cada virtud contra el vicio opuesto a ella. Esta tradición alegórica es común a otros

escritores medievales y anteriores, como el hispano Prudencio (siglo IV).

La obras de Santa Hildegarda se conservan en diversos códices, siendo de destacar el de Wiesbaden,

conocido en alemán como Riesencodex (Códice gigante) por su gran tamaño (46 x 30 cm.) y peso (15

kg.), manuscrito medieval de 481 folios, cuya datación oscila entre los últimos años de vida de Hil-

degarda y algunos posteriores a su muerte, siendo la fecha más tardía el año 1200. Originalmente, se

custodiaba en Rupertsberg, pero su riqueza artística ha llevado a algunos investigadores a dudar de que

haya sido creado ahí o en Eibingen.

Cuando el convento de Rupertsberg fue destruido (siglo XVII), el manuscrito fue trasladado al monas-

terio de Ebingen junto con las reliquias de la santa. En 1814 fue llevado a la biblioteca estatal y uni-

versitaria de Wiesbaden. Durante la Segunda Guerra Mundial, el manuscrito original fue casi destruido,

pero su contenido se conservó gracias a fotocopias y facsímiles extraídos durante las primeras décadas del

siglo XX.

Contiene una versión de sus tres principales obras místicas: Scivias, Liber vite meritorum y Liber

divinorum operum. También es la fuente de todas sus composiciones musicales, sus obras acerca de la

Lengua ignota, trabajos hagiográficos (Vita sancti Ruperti), algunas cartas, homilías y la Vita escrita por

el monje Theoderic, por lo que es la fuente más numerosa e importante del trabajo de la monja medieval.

Contiene las ilustraciones de las visiones descritas por la abadesa, inspiradas en las que ilustraban los

manuscritos originales.

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rresponderán a cada vicio. De esta manera el Liber vite meritorum deviene en un catá-

logo de 35 vicios, descritos bajo la figura simbólica de seres alegóricos conformados de

partes de bestias y humanos.

Liber divinorum operum: El Liber divinorum operum o Libro de las obras divinas

fue compuesto entre los años 1163 y 1173, siendo Hildegarda ya sexagenaria. Es la

descripción de 10 visiones, por las que presenta una cosmología que estructura al uni-

verso en correspondencia con la fisiología humana, y que convierte los actos del hombre

en paralelos a los actos de Dios, mediante su cooperación activa en la construcción y

orden del cosmos.

Desarrolla también así una explicación del quehacer creador de Dios, centro del uni-

verso, que se desenvuelve en el tiempo humano teniendo su manifestación en la natura-

leza del mundo y en la historia, con su máxima expresión en la Encarnación de Cristo,

Verbo divino.

Podemos destacar en los escritos de Hildegarda su Lingua ignota o artificial usada por

ella.48

El alfabeto de Santa Hildegarda de Bingenque usó para su Lingua ignota

Además, Hidegarda escribió obras de carácter científico: Liber simplicis medicine o

Physica, es una obra sobre medicina, divida en 9 libros sobre las correspondientes pro-

piedades curativas de plantas, elementos, árboles, piedras, peces, aves, animales, repti-

les y metales. El más amplio de tales capítulos es el primero dedicado a las plantas, lo

48

La primera lengua artificial que se registra en la historia, por lo cual Santa Hildegarda es tenida como

patrona por los esperantistas, siendo el esperanto un idioma creado como auxiliar para que pudiera servir

como lengua universal u auxiliar para todo el mundo. Posiblemente trataremos de ello en su momento, a

partir de finales del siglo XIX.

Hildegarda expuso su lingua ignota en su escrito Ignota Lingua per simplicem hominem Hildegardem

prolata, que ha llegado a nosotros integrada con otras obras en el Riesencodex, en sus folios 461v–464

v,

así como en el de Berlín, folios 57r–62

r. La obra es un glosario de 109 palabras escritas en dicha lengua

con su significado en alemán, incluyendo el de algunas plantas y términos usados en sus obras médicas.

En ambos manuscritos también se encuentra una pequeña obra conocida como Littere ignote (Letras

desconocidas) en la que presenta 23 nuevas letras constituyendo un alfabeto hasta entonces desconocido,

que si bien tienen cierta semejanza con los rasgos del alfabeto griego y hebreo, no se considera que

Hildegarda haya intentado emularlos.

Se ha propuesto que su creación fue de carácter místico, tal vez una especie de glosolalia, no obstante,

muchas de las palabras de dicho lenguaje parecen tender hacia un interés científico. Pero no hay un

motivo claro del porqué de su creación.

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que indica que Hildegard tenía amplio conocimiento en su aplicación terapéutica.49

En

este libro aplica Hildegarda la difundida teoría médica de los humores,50

teoría relacio-

nada con la idea de que la constitución de los seres, a partir del plan divino, se realiza a

través de cuatro elementos constitutivos cuyo equilibrio determina la salud o enferme-

dad del individuo. Así, a cada planta se le otorga el correspondiente calificativo de su

cualidad: robustus, siccus, calidus, aridus, humidus, etc.

Hildegarda escribió su Liber composite medicine o Cause et cure, sobre el origen de

las enfermedades y su tratamiento.

Otros escritos de la célebre abadesa son sus numerosas cartas, unas 300, en las que

trata de los más variados temas. El estilo de estas cartas es, en ocasiones, igual de sim-

bólico que el de sus escritos visionarios, ya que llega a proporcionar consejos con la

misma autoridad y en nombre de la voz divina que dictaba sus visiones.

En lo que se refiere a sus escritos hagiográficos, se encuentra la Vita sancti Disibodi

(Vida de san Disibodo)51

escrita hacia 1170 a petición de Helenger, abad del monasterio

de Disibodenberg, donde trata la vida y obra del eremita irlandés Disibodo que terminó

su vida en las cercanías del monasterio que aquel presidía. Por las mismas fechas es-

cribe la Vita sancti Ruperti para documentar la vida del santo patrón del monasterio

fundado en la colina donde supuestamente descansaban las reliquias de San Ruperto de

Bingen.

También escribió Hildegarda una explicación de la Regla de San Benito (Explanatio

regule sancti Benedicti) y otra, también explicativa, del Símbolo Atanasiano o Quicum-

49

Desde un punto de vista holístico, siendo el holismo la doctrina o mentalidad que considera cada reali-

dad como un todo distinto de la suma de las partes que lo componen.

50

Vigente en la Edad Media, habiéndonos referido ya a ello años atrás.

La teoría de los cuatro humores o humoral, fue una teoría acerca del cuerpo humano adoptada por los

filósofos y físicos o médicos de la antigüedad griega y romana. Desde Hipócrates (siglo V a. de C.), la

teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo humano hasta la llegada

de la modernidad y hasta bien entrado en siglo XIX, siendo catastróficos muchos de los tratamientos

médicos hasta entonces (sangrías, aplicaciones de calor, etc.).

En esencia, esta teoría mantiene que el cuerpo humano está compuesto de cuatro sustancias básicas

(líquidas), llamadas humores, cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas las

enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de alguno de estos cuatro humores,

los cuales fueron identificados como bilis negra, bilis, flema y sangre. Tanto en griegos y romanos como

en el resto de posteriores sociedades de Europa que adoptaron y adaptaron la filosofía médica clásica,

consideraban que cada uno de los cuatro humores aumentaba o disminuía en función de la dieta y la

actividad de cada individuo. Cuando un paciente sufría de superávit o desequilibrio de líquidos, entonces

su personalidad y su salud se veían afectadas.

Teofrasto (entre los siglos II y III a. de C.) y otros elaboraron una relación entre los humores y el

carácter de las personas, teniendo en cuenta una psicología de los temperamentos, etc. Así, aquellos in-

dividuos con mucha sangre eran sociables, aquellos con mucha flema eran calmados, aquellos con mucha

bilis eran coléricos, y aquellos con mucha bilis negra eran melancólicos. La idea de la personalidad hu-

mana basada en humores fue una base para las comedias de Menandro y más tarde para las de Plauto.

51

Un monje misionero de la alta Edad Media (siglo VI), con mucho de legendario, que se conmemora en

el santoral el 8 de julio.

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~ 35 ~

que, atribuido a San Atanasio de Alejandría, en el siglo IV (Explanatio symboli sancti

Athanasii).52

Otras son las obras musicales de Hidegarda, muy prolífica al respecto, dada la im-

portancia concedida por ella a la liturgia musicalizada y cantada en el ámbito monástico.

Tal importancia se puso de manifiesto en la carta escrita a la curia de Maguncia, dictada

tras el entredicho interpuesto con ocasión del conflicto derivado de que la abadesa diera

sepultura a un hombre supuestamente excomulgado y por el cual se prohibió a su co-

munidad cantar el salterio y hasta tener misa.

En dicha misiva, tras declararse dispuesta a obedecer las medidas impuestas y par-

tiendo de una cita del Salmo 150 (“Alabad al Señor…”), Hildegarda explica que el

canto es una manifestación del espíritu divino en el hombre, que con ello recuerda vaga-

mente la bienaventuranza de Adán en el paraíso, quien participaba de la voz y el canto

de los ángeles en alabanza a Dios. Los profetas, a quienes Dios les otorgaba una gracia

extraordinaria habían compuesto cantos y creado instrumentos entreviendo el pasado

52

Quienquiera que desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica: quien no la observare íntegra e

inviolada, sin duda perecerá eternamente. Esta es la Fe Católica: que veneramos a un Dios en la Trinidad

y a la Trinidad en unidad. Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. Porque otra es la

persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del

Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad. Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu

Santo. Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Inmenso el Padre, inmenso el Hijo,

inmenso el Espíritu Santo. Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no

tres eternos, sino uno eterno. Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno

inmenso. Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin

embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el

Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios. Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es

Señor el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor. Porque, así como la verdad

cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la

religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores. Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo

engendró. El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre

y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos. Por tanto, un Padre, no tres

Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en esta Trinidad nada es

primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas las tres personas son coeternas y coiguales las unas

para con las otras. Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo,

como se dijo antes. Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad. Pero, para la salud

eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es pues fe

recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios

de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre,

nacido en el tiempo. Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana. Igual al Padre,

según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad. Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos,

sino uno. Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por

Dios. Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona. Porque, como

el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo. Que padeció por nuestra

salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió a los cielos, está

sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos. A su venida,

todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios

actos. Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno. Esta es la fe católica,

quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse. Amén.

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~ 36 ~

beatífico de la humanidad. De hecho, los instrumentos musicales, al ser tocados con los

dedos recordaban a Adán mismo creado por el “dedo de Dios”.

Defiende Hildegarda que la alabanza a Dios dentro en la Iglesia tiene su origen en el

Espíritu Santo y es conforme a la armonía celeste:“El cuerpo es verdadero vestido del

espíritu, el cual posee una voz viviente, para que de esta manera el cuerpo con el alma,

use su voz para cantar las alabanzas de Dios”.53

Si bien Hildegarda emplea la técnica monofónica,54

el melisma55

y la notación propias

de su tiempo, la música por ella compuesta se diferencia por el uso de amplios rangos

tonales, que exigen a la cantante o al coro subir a agudos intensos estando en una nota

intermedia o baja. Contrae frases melódicas que impulsan a la voz a ser más rápida para

luego ralentizarse.56

La totalidad de las obras musicales de Hildegarda se creó para las necesidades litúr-

gicas de su propia comunidad, así como para la didáctica teológica y moral, sobre todo

en el caso de suOrdo Virtutum.57

Hildegarda compuso 78 obras musicales, agrupadas en Symphonia armonie celestium

revelationum (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestes): 43 antífonas, 18 res-

53

Epíst. XXIII, PL CXCVII, Migne, 1855.

54

La monofonía o monodia, en música, es la textura más sencilla, que consiste en una sola línea meló-

dica sin acompañamiento alguno.

Actualmente se conoce también como monodia, pero este término no siempre fue sinónimo de mo-

nofonía. El estilo musical de finales del siglo XVI llamado “monodia” (ligado a la histórica Camerata

Florentina) no utiliza propiamente la textura aquí definida como monódica, sino la melodía acompañada.

Sin embargo, recibió ese nombre ya que, en contraste con el estilo dominante entonces, era una sola voz

la que conducía el discurso musical sobre un acompañamiento instrumental de acordes.

55

En música, melisma (canto en griego) es la técnica de cambiar la altura de una sílaba musical mientras

es cantada. Puede hacer referencia a la música de la antigua Grecia (en la que una nota larga se sustituía

por una sucesión de notas breves) o al canto gregoriano (en el que se cantan varias notas sobre una misma

sílaba). A la música cantada en este estilo se le llama melismática, lo opuesto a silábica, donde a cada

sílaba de texto le corresponde una sola nota. En las culturas antiguas, este tipo de técnica musical se usaba

para lograr un trance hipnótico en aquellos que escuchaban, lo cual era útil para tempranos ritos de ini-

ciación musical (por ejemplo en los misterios eleusinos) y en ceremonias de adoración religiosa. Este

estilo se puede encontrar aún hoy en parte de la música hindú y árabe. En la música occidental, el término

se refiere más comúnmente al canto gregoriano (y a cantos litúrgicos del cristianismo antiguo, bizantino,

etc.), aunque actualmente se utiliza también para describir música de cualquier otro género, desde el ba-

rroco a los más rabiosamente actuales.

56

Usa igualmente intervalos de cuarta y quinta, cuando el canto de su época rara vez pasaba de terceras.

57

Un verdadero auto sacramental musicalizado este Ordo Virtutum (Orden de las virtudes).

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~ 37 ~

ponsorios, 4 himnos, 7 secuencias (en el Aleluya), 2 sinfonías,58

1 aleluya, 1 kyrie, 1

pieza libre y 1 oratorio.59

He aquí las mencionadas obras:

1.- Ave generosa.

2.- Ave Maria.

3.- Columba aspexit.

4.- Cum erebuerint.

5.- Cum processit factura.

6.- Cum vox sanguinis.

7.- Favus distillans.

8.- Hodie aperuit.

9.- In Matutinis laudibus (Aer enim volat).

10.- In Matutinis laudibus (De Patria etiam earum).

11.- In Matitinis laudibus (Deus enim).

12.- In Matutinis laudibus (Deus enim rorem).

13.- In Matutinis laudibus (Et ideo puelle iste).

14.- In Matutinis laudibus (Sed diabolus).

15.- In Matutinis laudibus (Studium divinitatis).

16.- In Matutinis laudibus (Unde quoqumque).

17.- Karitas habundat.

18.- Kyrie.

19.- Laus Trinitati.

20.- Mathias sanctus.

21.- Nunc gaudeant.

22.- O beata infantia.

23.- O beatissime Ruperte.

24.- O Bonifaci.

25.- O choruscans stellarum.

26.- O clarissima mater.

27.- O cohors milicie floris.

28.- O crúor sanguinis.

29.- O dulcis electe.

30.- O dulcissime amator.

31.- O Ecclesia.

32.- O eterne Deus.

33.- O Euchari columba.

34.- O Euchari in leta via.

58

Entendida al modo del siglo XII y de más antiguo (no como actualmente), por ejemplo desde San

Isidoro de Sevilla, haciendo más relación al instrumental musical y a las voces.

59

Lo que no deja de ser fascinante, pues el oratorio (solistas, coro y orquesta) propiamente dicho se in-

ventó y se componía en el siglo XVII.

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~ 38 ~

35.- O felix anima.

36.- O felix apparicio.

37.- O frondens virga.

38.- O gloriosissime lux vivens angeli.

39.- O Ierusalem.

40.- O ignee Spiritus.

41.- O ignis Spiritus Paracliti.

42.- O ludisissima apostolorum turba.

43.- O magne Pater.

44.- O mirum admirandum.

45.- O nobilissima viriditas.

46.- O orzchis Ecclesia.

47.- O pastor animarum.

48.- O Pater ómnium.

49.- O presul vere civitatis.

50.- O pulcre facies.

51.- O quam magnum miraculum.

52.- O quam mirabilis.

53.- O quam preciosa.

54.- O rubor sanguinis.

55.- O spectabiles viri.

56.- O speculum columbe.

57.- O splendissima gemma.

58.- O successores.

59.- O tu illustrata.

60.- O tu suavissima virga.

61.- O victoriosissima triumphatores.

62.- O virga ac diadema.

63.- O virga mediatrix.

64.- O virgo Ecclesia.

65.- O viridissima virga.

66.- O viriditas digiti Dei.

67.- O virtus Sapientie.

68.- O vis eternitatis.

69.- O vos angeli.

70.- O vos felices radices.

71.- O vos imitatores.

72.- Ordo Virtutum.

73.- Quia ergo femina.

74.- Quia gelix puericia.

75.- Rex noster promptus est.

76.- Spiritui Sancto.

77.- Spiritus sanctus vivificans vita.

78.- Vos flores rosarum.

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~ 39 ~

De la teología de Hildegarda podemos destacar que sus conocimientos al respecto son

bien valorados.60

Hildegarda concibe a Dios al modo de su tiempo, pero con las peculiaridades de sus

visiones particulares. La Trinidad, en su Scivias, aparece como una luz en la que, a su

vez, se diferencian una “luz serenísima” (splendidissimam lucem), que figura al Padre,

una figura humana color zafiro (spphirini coloris speciem hominis), que simbolizaba al

Hijo, y un “suavísimo fuego rutilante” (suavissimo rutilantem igne), como manifesta-

ción del Espíritu Santo, imágenes que conservan su diferenciación compartiendo la

misma naturaleza única: “De tal modo que era una única luz en una única fuerza”,

“inseparable en su Divina Majestad” e “inviolable sin cambio”.

Dios también se presenta como la fuente de toda fuerza, vida y fecundidad. En el Li-

ber vite meritorum es representado como un varón (vir) precisamente porque en él radi-

ca el vigor que comunica a lo existente, no sólo a través del acto de la creación sino

incluso a través de la inmanencia de su poder que sostiene al mundo, otorgando fecun-

didad (viriditas) a la naturaleza y al espíritu.

En cuanto al hombre y al mundo cabe decir lo siguiente: Como en la restante cultura

teológica de su tiempo, Hildegarda considera al hombre como el centro del mundo

creado por Dios y partícipe de la obra redentora. Según el Liber divinorum operum, el

hombre, hecho a semejanza de Dios, posee parecido con otra de las grandes obras del

omnipotente: el cosmos. Esta semejanza se refleja incluso a nivel corporal, pues en el

cuerpo se pueden distinguir partes aéreas, acuosas, invernales, nubosas, cálidas, etc.

Hombre y cosmos interactúan y están ordenados conforme al plan divino. Es por ello

que el cosmos puede ser leído como una lección para enseñar al hombre a amar a su

Creador y guardar la debida moral. Tanto uno como otro están destinados a su rein-

tegración final a Dios, pero el hombre con su libre albedrío puede optar por rebelarse.

La calidad moral del hombre se encuentra herida desde la caída de Adán y Eva a

causa del pecado, si bien Dios elige esa misma debilidad para otorgar la salvación por

medio de su Hijo Jesucristo, quien toma carne para rescatar al hombre, quien a su vez

debe tender hacia Dios con sus pensamientos y actos, eligiendo las virtudes antes que

los vicios.

En cuanto a Cristo y la Iglesia (cristología y eclesiología) señalamos lo siguiente en

Hildegarda: El Verbo de Dios, hecho carne en la persona de Jesucristo, posee así la do-

ble naturaleza divina y humana, de la misma manera que la Iglesia, los sacramentos y

las virtudes poseen las realidades sobrenatural y mundana.

La abadesa comparte la visión patrística de la Iglesia como nueva Eva salida de la

costilla de Cristo, custodia de la salvación en el mundo y prefigurada en la Virgen

María. Se opone a la Sinagoga, que representa a los enemigos de la fe y de Dios.61

En

60

Desde su época y hasta nuestros días.

61

Una sinagoga, para nada peyorativa en sí, es el lugar de oración, tradición y culto del judaísmo. Sin

embargo, a partir de la mención o expresión neotestamentaria de la “Sinagoga de Satán” (Ap 2, 9), el

papel de la Sinagoga en el imaginario medieval pasó a ser símbolo de la comunidad de opositores de la

Iglesia, hijos del Diablo y seguidores del Anticristo. Ya en el siglo VII la imagen era usada por San

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~ 40 ~

las visiones descritas en el Scivias, la Iglesia es figurada como una “mujer inmensa

como una ciudad”, coronada y vestida con resplandor, con el vientre perforado por don-

de entran una multitud de hombres con piel obscura que son purificados al salir por su

boca (Scivias, II, 3).

Una imagen común en la teología cristiana no es ajena a la eclesiología de Hildegarda,

la de los “esponsales de la Iglesia”. La Iglesia como esposa mística contrae matrimonio

con Cristo a través de su pasión: “Inundada por la sangre que manaba de su costado,

fue unida a él en felices esponsales por la voluntad superior del Padre, y notablemente

dotada por su carne y por su sangre” haciéndose así mediadora de los sacramentos que

actualizan la vida de Cristo en el tiempo.

Isidoro de Sevilla como símbolo de los enemigos de la Iglesia que al final de los tiempos le hará la guerra

a ésta (Sentencias 1, 25, 6).

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~ 41 ~

DAMASCO (SIRIA)

En Damasco (Siria), prisionero de Saladino, el 19 de octubre, murió Eudes de Saint-

Amand, gran maestre de la Orden del Temple (el octavo de ellos),62

quedando registrada

la defunción en el obituario de Reims.63

Eudes (u Odón) pertenecía a una noble familia de Limousin.64

Siendo muy joven par-

tió hacia Palestina, asumiendo jefatura en la orden templaria,65

ascendiendo militar-

mente en ella, llegando a ser mariscal y vizconde del reino de Jerusalén.

Tras su elección como maestre se opuso al rey Amalarico I de Jerusalén (1162-1174)

al rechazar presentar ante la justicia al templario Gautier de Mesnil, culpable de haber

asesinado a un emisario del Viejo de la Montaña.66

Su enfrentamiento con el soberano

de Jerusalén duró hasta la muerte del rey, sucedido por el enfermo de lepra Balduino IV.

Cuando en 1177 Saladino atacó Ascalón, como podemos recordar, Eudes estuvo en la

vanguardia de combate, siendo Saladino derrotado. Se contó que parecía como si “el

62

Siéndolo desde 1171, sucesor de Philippe de Milly (1169-1171).

63

Aunque gozó de una reputación como hombre sagaz y de gran coraje, el cronista Guillermo, arzobispo

de Tiro, lo describe como “hombre ruin, soberbio, arrogante, que respira sólo furor, sin temor de Dios y

sin consideración hacia los demás... murió en la miseria, sin pena de nadie”.

A Eudes de Saint-Amand le sucederá como gran maestre de la Orden del Temple (el noveno), ya a

finales de 1180, Arnaldo de Torroja, un catalán de Solsona (Lérida). Ejercerá su maestrazgo ya entrado en

años, en avanzada edad, bien curtido en la disciplina y en el funcionamiento de la Orden. Veremos, sin

embargo, cómo por haberse dedicado bastante a las tareas de reconquista en España, no conocerá bastante

la situación en Oriente. Iremos viendo su gestión y mando, todo ello marcado por las querellas o tensiones

entre hospitalarios (cada vez más poderosos) y templarios.

Arnaldo de Torroja ha sido uno de los pocos grandes maestres de la Orden del Temple llevado al cine,

siendo interpretado, en el año 2007, por el actor inglés Steven Waddington, en la película Arn: El ca-

ballero templario, dirigida por el danés Peter Flinth.

A estas alturas de nuestras consideraciones, puede leerse, por ejemplo, a Alain Demurger (1986): Auge

y caída de los Templarios, Barcelona, Ediciones Martínez Roca.

64

Territorio francés en el que durante el siglo IX y en adelante proliferaron muchas órdenes religiosas y

se fundaron numerosos monasterios. Se formaron allí numerosos señoríos o vizcondados, abundando

también castillos y fortalezas. Los siglos XII y XIII serán de máxima prosperidad para Lemousin, en parte

debido a su vocación monacal y a su situación en el Camino de Santiago. A partir de 1154 y con la boda

de Enrique II de Inglaterra con Leonor de Aquitania permanece bajo dominación inglesa, hasta que

definitivamente sea conquistado el territorio por Carlos V de Francia (1364-1380) durante la Guerra de

los Cien Años, que duró más de un siglo (1337-1453).

65

Si bien se desconoce la fecha de su ingreso en el Temple. No se conocen tampoco datos ciertos de su

vida anterior o biografía.

66

Hasan ibn Sabbah, reformador religioso del Islam, muerto en Alamut (fortaleza ismailita de los niza-

ríes, llamados hashashin, asesinos, por sus enemigos) en 1124. El conocido como Viejo de la Montaña

formó a sus seguidores para habituarlos a perpetrar atentados políticos con resultado de muerte.

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~ 42 ~

ángel exterminador” hubiera estado en aquella batalla, la de Montgisard, en noviembre

de aquel 1177. Fue una gran victoria de los cristianos, conseguida en parte gracias al

ímpetu y la furia de los aguerridos templarios.

Sin embargo, en este año 1179, mientras el ejército cristiano, desde 1178, construía un

fuerte sobre el río Jordán, Saladino atacó por sorpresa, teniendo lugar la batalla del

Vado de Jacob.67

En octubre de 1178, el rey Balduino IV de Jerusalén y los caballeros templarios

iniciaron en el Vado de Jacob la construcción del castillo de Chastellet, siendo ese lugar

el único para cruzar el río Jordán y la vía principal entre el territorio imperial de Sa-

ladino y el reino de Jerusalén. El castillo, a tan sólo un día de marcha de Damasco, la

capital siria de Saladino, socavaba o hacía peligrar seriamente su poder. Mientras se

iniciaba la referida construcción, Saladino se encontraba aplacando una rebelión en te-

rritorio libanés. El tamaño que se pretendió para el castillo cristiano era realmente rival

arquitectónico y militar respecto del Crac de los Caballeros.68

Pero Saladino regresó,

67

Territorio actualmente situado en Jordania.

68

Un castillo situado en la actual Siria que fue la sede central de la Orden Hospitalaria de San Juan de

Jerusalén en la época de las cruzadas.

Según el arquitecto restaurador Leopoldo Torres Balbás (1888-1960), el Crac de los Caballeros, con su

doble recinto amurallado, constituye el prototipo de la arquitectura militar de los siglos XII y XIII, siendo

su único paralelo el de la alcazaba de Málaga, de la época de las taifas andalusíes en el siglo XI.

Según Thomas Edward Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia (1888-1935), el Crac de los Ca-

balleros es el castillo más admirable del mundo.

El Crac de los Caballeros fue construido por los cruzados sobre un espolón del desierto sirio, para

proteger la ruta que unía la ciudad siria de Homs (bajo dominio musulmán) con la libanesa y cristiana

Trípoli, capital del condado cristiano de ese nombre, en la costa mediterránea. La fortaleza original había

sido construida durante el anterior emirato de Alepo, siendo conquistada por Raimundo IV de Toulouse

en 1099, durante la primera cruzada, si bien fue abandonada cuando los cruzados siguieron rumbo a Je-

rusalén. El príncipe Tancredo de Galilea recuperó la plaza en 1110. Luego, el conde Raimundo II de

Trípoli cedió el lugar a los caballeros de la Orden Hospitalaria, cuando dirigía a los mismos el general

Charles Vicens, en 1142. En los siguientes 150 años los caballeros hospitalarios fueron construyendo la

importante fortaleza referida como Crac de los Caballeros, siendo la mayor fortaleza de Tierra Santa en la

época. Resistió al menos 12 serios asaltos de los musulmanes.

El castillo se construyó en dos etapas. En la primera se levantaron los muros exteriores y un núcleo

interior de pequeñas edificaciones cuadradas, de forma que para el año 1170 la fortaleza estaba terminada.

En 1202 un terremoto afectó gran parte de las fortificaciones, por lo que poco después se acometió una

profunda reestructuración. Así surgió el núcleo actual de fortificaciones y las defensas exteriores que

pueden verse: un muro externo de 3 metros de anchura con 7 torres de entre 8 y10 metros de anchura,

creándose una fortaleza concéntrica. Las laderas escarpadas del espolón se aprovecharon con fines tác-

ticos.

Aunque el risco en el que estaba situada proporcionaba un emplazamiento ideal, una fortificación

ubicada en este punto poseía dos puntos débiles: la puerta principal y el flanco sur, abierto a la llanura.

Para proteger este expuesto lado, se levantó un muro de albañilería con tres grandes torres, precedido de

un enorme parapeto de mampostería que en algunas zonas medía 25 metros de espesor.

De otra parte, el problema de la entrada se resolvió haciendo que el acceso a ella se construyera en

zigzag por el declive escarpado, de manera que un posible invasor se expondría durante su asalto al fuego

de los adversarios. Entre las puertas exterior e interior, se abre un angosto pasillo entre los muros y las

colosales defensas.

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~ 43 ~

cuando en el Vado de Jacob sólo se había terminado el primer anillo de las murallas de

Chastellet,69

con el resto del castillo aún sin terminar. Sólo se había completado una

torre.

En la primavera de este año 1179 hubo varias escaramuzas, saliendo Saladino

victorioso de las mismas. Balduino IV se retiró a Tiberíades, y más tarde a Jerusalén,

para reagruparse con tropas, pero mientras tanto llegaban también refuerzos para Sa-

ladino desde el norte de Siria y desde Egipto. De este modo, en agosto de este año 1179,

Saladino estaba preparado para asaltar el Vado de Jacob. Balduino IV se encontraba aún

acampado en Tiberídes, a sólo un día y medio de marcha hacia el lugar. Saladino co-

menzó a lanzar sus proyectiles sobre el castillo, desde el este y desde el oeste, hasta que

a continuación envió especialistas mineros a los muros, los cuales hicieron un túnel por

debajo de la muralla más a propósito; pero un incendio causó el colapso de la mina,

provocándoles a los mineros un daño importante. El túnel se terminó en el cuarto día de

asedio, pero no se prendió fuego al túnel debido a que no se encontraba directamente

con la muralla. Saladino esperaba que llegara pronto el rey Balduino, por lo que era ne-

cesario que continuara la socavación de inmediato, pero con el fuego ahora azotándole

era imposible. Saladino ofreció una moneda de oro a cada hombre que se ofreciera a

apagar el fuego llevando cubos de agua desde el río Jordán.

Los que se presentaron voluntarios al acarreo de agua sufrieron muchas bajas, debido

a la concentración de cuanto lanzaban contra ellos los cruzados, intentando ganar tiem-

po para que llegara Balduino. Sin el fuego, el túnel se amplió y se prendió de nuevo en

el quinto día, causando una brecha a través de la cual Saladino mandó a sus hombres,

dando muerte a 800 soldados de la guarnición y obteniendo 700 nuevos cautivos o pri-

sioneros que después ejecutaría. Saladino ordenó a sus hombres llenar el castillo con los

cuerpos de los hombres y caballos muertos y estropear así la fuente de agua, disua-

diendo a los constructores para que abandonaran las obras por muchos años o para

siempre. Balduino llegó seis horas después de todo lo ocurrido. Al ver el castillo en

llamas, dio marcha atrás y se retiró de allí. Saladino desmanteló el castillo, pero ya se

había desatado una peste, en la que murieron 10 de sus principales comandantes.

La posibilidad de rendir la fortaleza mediante asedio también resultaba inútil. La fortaleza poseía un

almacén de 120 metros de largo y almacenes adicionales excavados en el acantilado bajo la fortaleza,

donde se almacenaba agua y alimentos suficientes para mantener largo tiempo a una guarnición de 2.000

hombres. Se estima que podría haber resistido un asedio de cinco años.

Además del control de la ruta hacia el Mediterráneo, los caballeros hospitalarios ejercieron cierta

influencia sobre el lago Homs, al este, donde podrían haber controlado la industria pesquera y vigilado los

ejércitos musulmanes reunidos en Siria.

En 1163, la fortaleza fue infructuosamente asediada por Nur al-Din. Los exitosos caballeros hospital-

larios se convirtieron después en una fuerza virtualmente independiente en la frontera con el condado de

Trípoli. El castillo será asediado, también sin éxito, por Saladino, en 1188. Finalmente, será el sultán

Baibars de Egipto quien consiga conquistar la fortaleza, el 8 de abril de 1271, siendo entonces escasa la

guarnición del Crac. Iremos considerando todo esto al relatar las sucesivas cruzadas que aún nos quedan

por ver. Y aún más iremos viendo a lo largo de la historia, hasta nuestros días, respecto a este castillo.

69

Con 10 metros de altura.

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Los caballeros cristianos se desbandaron, aunque los que más resistieron, con los

hospitalarios, fueron los templarios. Todos fueron muertos, a excepción del maestre

Eudes de Saint-Amand. Saladino deseó intercambiarlo por un sobrino al que habían

capturado los templarios. Ante ese deseo de Saladino, Eudes respondió: “Yo no puedo

autorizar con mi ejemplo la cobardía de mis caballeros que se dejarían prender con la

esperanza de ser rescatados. Un templario debe vencer o morir, y no pude dar por su

rescate otra cosa que no sea su puñal y su cinto”.

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~ 45 ~

EPÍLOGO I

SOBRE LA ORDEN MILITAR DE SANTIAGO Y SUS INSTITUCIONES

(Pedro Andrés Porras Arboledas)70

Uno de los expedientes utilizados por los monarcas hispánicos medievales para aco-

meter la repoblación del territorio reconquistado y defenderlo militarmente fue la crea-

ción, dentro de sus reinos, de instituciones ya decantadas en Tierra Santa desde el siglo

XI. Dichas instituciones habían nacido precisamente de la necesidad de defender los lu-

gares conquistados en Palestina en lucha con los musulmanes. Pues bien, los reyes pe-

ninsulares crearon Órdenes Militares para desempeñar un papel parecido en la lucha

contra los territorios islámicos españoles y portugueses.

Probablemente, la más importante de las Órdenes Militares creadas en la Península

Ibérica fuera la de Santiago, tanto por el número de territorios poseídos como por re-

cursos económicos y militares. Los dominios enseñoreados por la institución santia-

guista se extendían por todos los reinos peninsulares, acumulando los mayores señoríos

en tierras castellano-leonesas, para cuya defensa había sido creada la Orden en 1170.

En realidad, se trataba de órdenes religioso-militares por cuanto sus miembros tenían

la doble condición de clérigos (de ahí que se les denominara como “freires” o “freiles”)

y de caballeros. En este punto, los caballeros santiaguistas gozaban de un estatuto es-

pecial, distinto del de sus colegas calatravos o alcantarinos, pues su condición religiosa

se hallaba muy mitigada, pudiendo contraer matrimonio, siempre y cuando guardasen

“castidad conyugal”.

Así pues, el estudio de las instituciones santiaguistas se puede abordar desde dos pun-

tos de vista distintos, según que nos refiramos a los miembros de la Orden, esto es, a los

caballeros y a los religiosos, y a las autoridades que les regían en ambos ámbitos, por un

lado, y, por otro, a la organización de los territorios controlados por la Orden y la forma

de administrarse de los concejos y vasallos que vivían en su interior.

1.- Organización concejil y territorial.

a) Implantación foral.

El estatuto jurídico de los freires de la Orden, seglares o eclesiásticos, estaba recogido

en la Regla y los Establecimientos de la misma, no así los de sus vasallos, los cuales

70

Entre otra, puede verse como bibliografía, Derek W. – D. W. Lomax, D. W. (1965): La Orden de

Santiago (1170-1275), Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Escuela de Estudios

Medievales; Martín, J. L. (1974): Orígenes de la Orden Militar de Santiago (1170-1195), Barcelona;

Porras Arboledas, P. A. (1997): La Orden de Santiago en el siglo XV. La Provincia de Castilla, Madrid,

1997; Rodríguez Blanco, D. (1985): La Orden de Santiago en Extremadura a fines de la Edad Media

(siglos XIV y XV), Badajoz, Diputación Provincial.

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recibieron distintos textos forales con la finalidad de facilitar el asentamiento de nuevos

pobladores en los territorios cedidos para su administración a la Orden. En la zona cas-

tellana se conocieron tres textos: el más antiguo sería el fuero de Toledo, extendido por

las tierras situadas en torno a Ocaña y también en las del área murciana, en consonancia

con los fueros predominantes en ambas zonas. Sin embargo, los fueros más utilizados

serían los de Uclés y Cuenca, ambos dentro de la tradición extremadurana, siendo el

conquense el más extendido, desde las actuales provincias de Toledo y Cuenca a las de

Jaén y Murcia. La repoblación de la mayor parte de La Mancha se completaría en la

primera mitad del siglo XIV.

Por lo que se refiere a la Provincia de León, hubo dos partidos: el de Mérida y el de

Llerena:71

En el de Mérida se aprecia la contundente presencia de esa ciudad, en cuyas

numerosas aldeas se extenderá el fuero de Cáceres, que también recibió la villa de

Montánchez. En cambio en el partido de Llerena el panorama es más complicado: se

encuentran lugares poblados a fuero de Sevilla, otros recibieron el desconocido fuero de

Reina, Usagre gozó de un fuero derivado del conquense y Segura de León recibió el

fuero de Sepúlveda.

b) La organización del territorio.

1º) Los concejos.

El elemento fundamental dentro de la estructura organizativa de los vasallos de la Or-

den eran los concejos, creados mediante la concesión de los distintos fueros mencio-

nados. Se trataba de que los vecinos de cada lugar se administrasen en los temas de su

competencia (organización del municipio, aprovechamientos rurales, salubridad y abas-

to de la población, etc.) a través de una mínima organización local, a la que en principio

estaban llamados todos los vecinos varones y mayores de edad, dentro del denominado

“concejo abierto”. Los puestos más importantes (el juez y los alcaldes) estaban ocu-

pados por aquéllos de entre los vecinos que contaban con caballo y armas. En estos

momentos existía una relación casi directa entre el maestre y los vasallos, existiendo un

comendador mayor por cada provincia y, ocasionalmente, comendadores locales.

Siguiendo la misma evolución que el resto del reino castellano-leonés, a partir de me-

diados del siglo XIV el concejo abierto fue dejando paso al “consejo de regidores” o

cabildo municipal, en el que la toma de decisiones se sometía a una serie de personas

concretas (regidores) encargadas de “ver fazienda de concejo”, esto es, ver el modo de

conseguir recursos y el modo de gastarlos. En un principio, los regidores eran anuales,

aunque se procuraba que estuviesen entre los mejor “abonados” del municipio. En este

período la organización de la Orden se va haciendo más compleja: aparecen los gober-

nadores de provincia, los gobernadores de partido, los alcaldes de la Casa del Maestre,

etc., actuando los visitadores efectivamente.

71

En la provincia de Badajoz.

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A partir de mediados del siglo XVI tanto la Orden como sus municipios sufren un

control férreo por parte de la Monarquía, que ha conseguido hacerse con el dominio de

todas las Órdenes, dentro de su programa de creación del Estado Moderno. Esto no

quiere decir que las Órdenes pierdan su personalidad, pues se conservará su territorio,

sus instituciones y su régimen particular hasta la desamortización del siglo XIX.

2º) Las comunidades de villa y tierra.

Desde un principio se organizó la Orden pretendiendo englobar territorios homogé-

neos, a fin de unificar en lo posible la administración de los mismos; esto se hizo en el

siglo XIII mediante las comunidades de villa y tierra, que no eran sino el resultado de la

fusión de las aldeas del término municipal de una villa con ésta, creándose una dico-

tomía entre villanos y aldeanos. La capacidad de gobernar estas comunidades estaba en

el juez y los alcaldes de la villa, estando las aldeas sometidas a éstos. En el área caste-

llana, y dentro de la zona de la que estamos mejor informados, se formaron las comu-

nidades de Uclés, Villaescusa de Haro, Valle de Segura, bailía de Caravaca, Valle de

Ricote y Aledo-Totana. En la zona extremeña se distinguen cuatro posibles comuni-

dades en el partido de Mérida: Medina de las Torres, Mérida, Alcuéscar y Montánchez,

y dos en el partido de Llerena: Montemolín y Reina.

3º) Los comunes.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIV, superpuestos a estas comunidades y reu-

niendo en exclusiva a los vecinos pecheros, tanto de villas como de aldeas, aparecen los

comunes. Agrupaban a los labradores no hidalgos, debido a la función que tenían en-

comendada: distribuir los repartimientos de pechos,72

pedidos,73

recuas, llevas (tierras) y

demás servicios debidos al maestre de la Orden. Al menos esto es lo que sucedió en un

origen, porque más tarde vemos en los Capítulos de la Orden a los procuradores de los

comuneros defendiendo cualesquiera temas que atañesen a sus representados, o incluso

fuera del Capítulo.

Del mismo modo que los concejos designaban procuradores, los comunes nombraban

procuradores pecheros que les representasen; esto se llevaba a cabo en el seno de los

Ayuntamientos del Común. Para 1353 se habían fundado los comunes de Uclés, La

Mancha, Campo de Montiel y Sierra de Segura, todos ellos, salvo el segundo, cons-

truidos sobre la base de las comunidades de villa y tierra. Aunque no se conservan datos

sobre este tema, es posible que tanto las zonas de Ocaña y Murcia, como las de la pro-

vincia de León, se organizasen de un modo similar.

72

Tributos que se pagaban al rey o señor territorial por razón de los bienes o haciendas. O bien, contribu-

ciones o censos que se pagaban por obligación a cualquier otro sujeto, aunque no fuera rey.

73

Donativos o concesiones que pedían los soberanos a sus vasallos y súbditos en caso de necesidad. O

bien, tributos que se pagaba en los lugares.

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~ 48 ~

4º) Los partidos y las provincias.

Resulta evidente que la Orden de Santiago, al igual que el resto de las demás órdenes

religiosas, se dividía en provincias, agrupando sus posesiones por reinos: Castilla, León,

Aragón, Valencia, Nápoles, Sicilia y Francia. Resta añadir que las posesiones portugue-

sas se independizaron del maestre castellano, formando su propia Orden de San Tiago.

La autoridad suprema dentro de cada una de ellas, al menos en las tres primeras, era el

gobernador o justicia y alcalde mayor. Igualmente, en los casos en que coincidían en-

comienda y común, a partir del siglo XIV, los comendadores nombraban un alcalde

mayor de partido, que entendía en todas las causas en vía de apelación. Alcaldes de

alzadas (o de apelaciones) se encuentran en las villas del comendador mayor y en dis-

tintos lugares diseminados por la provincia.

Evidentemente, así como los comunes se habían superpuesto a las comunidades de vi-

lla y tierra, los partidos se formarán a partir de los comunes, utilizando así la organi-

zación señorial las estructurales territoriales de base popular.

La información en este punto es escasa y contradictoria, aunque es posible afirmar

que, al menos desde la época de Isabel la Católica, el territorio castellano de la parte de

Extremadura conocía los mencionados partidos de Mérida y Llerena, que se subdividió

en varios partidos, cada cual con su gobernador o alcalde mayor al frente: La Mancha y

Ribera de Tajo, Valle de Segura, Murcia y, probablemente, el Campo de Montiel. Pos-

teriormente, ya en tiempos de Felipe II, el primero de ellos se volvió a dividir en otros

tres: Ocaña, Uclés y Quintanar (de la Orden), con lo que, de hecho, comunes y partidos

se extendían exactamente sobre los mismos lugares. Fue en ese momento cuando todas

las posesiones de Murcia se reunieron alrededor de la gobernación de Caravaca.

2.- Organización interna: la administración señorial.

Sobre la estructura concejil y territorial de los vasallos de la Orden se superponía la de

los miembros de la misma y sus instituciones propias, en sus vertientes personales, terri-

toriales y centrales.

a) Caballeros y clérigos.

Entre los freires santiaguistas encontramos tanto caballeros como clérigos, en una cla-

ra división de funciones, ya que el estatuto de los primeros era especial respecto de los

caballeros de las restantes órdenes: como decíamos, los santiaguistas podían contraer

matrimonio, con lo que el papel del monje-soldado se quebraba, acentuándose dicha

quiebra sobre todo tras la secularización de la Orden desde la época de los Reyes Ca-

tólicos. A partir de ese momento, los monarcas, convertidos de modo automático en

maestres de las órdenes peninsulares, concedieron las encomiendas, no ya a los caba-

lleros de la Orden, sino a los leales servidores de la Monarquía, fueran previamente o no

caballeros de Santiago, de modo que se produjo la curiosa práctica de conceder hábito y

encomienda de forma simultánea.

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Para ser freire se tenían que reunir una serie de requisitos, en cuanto a linaje y a con-

dición militar, debiendo hacer tres votos: pobreza, castidad conyugal y obediencia, vo-

tos a los que se venían a unir unas obligaciones de carácter tanto religioso como militar.

Si el candidato creía reunir estas condiciones, era sometido a un interrogatorio, formán-

dosele desde una información; y si el resultado era positivo se celebraba la doble cere-

monia de ser armado caballero y de recibir el hábito de la Orden. Durante un año debía

estar en aprobación en un convento de la Orden instruyéndose hasta profesar.

Por lo que se refiere a la figura del sargente (sargento), hay que decir que se trata de

una institución de contornos difusos; se trataba de un caballero de rango menor, que a

cambio del compromiso de dejar una parte o todos sus bienes a la Orden, recibía el há-

bito, quedando exento por ese hecho de tributos.

Una posición menor ocupaban los freires clérigos desde fines del siglo XII, debido a

la entrada de los intereses nobiliarios dentro de la organización; las condiciones para su

acceso no eran tan rigurosas como las de los caballeros; estos clérigos, que debían de

vivir junto a sus priores, eran presentados por el maestre y colados por el diocesano

correspondiente, reservándose los beneficios mayores de 50.000 maravedís. Lo cierto es

que las parroquias de los pueblos de la Orden no estaban servidas por sus clérigos, sino

por los de otras órdenes religiosas, a pesar de prohibirlo los estatutos santiaguistas. A

fines del siglo XV, al menos, la presencia de clérigos de la Orden de San Pedro74

sir-

viendo estos curatos estaba generalizada.

b) Comendadores y encomiendas.

La encomienda era, territorialmente hablando, el núcleo básico de la Orden, la cual se

dividía en buen número de ellas, en tanto que una serie de pueblos con sus rentas eran

reservados a la Mesa Maestral, a la encomienda mayor de la Provincia y a distintas al-

caidías. El comendador era el administrador de los bienes de la casa puesta bajo su

autoridad, temporalmente, debiendo percibir los ingresos de su encomienda y distribuir-

los a los freires que estuviesen bajo su protección.

Originalmente, no existía una división territorial en encomiendas, sino que el maestre

recibía las rentas de todos sus dominios, manteniendo con las mismas un contingente

determinado de caballeros o lanzas, listos para seguirle en la batalla. En un momento in-

determinado empezaron a segregarse del control directo del maestre distintos territorios

que se encomendaban a un comendador, a fin de que los administrase y mantuviese, en

función de los recursos recibidos, una serie de lanzas que le acompañasen a las mesna-

74

La Orden Militar de los Crucesignatos de Jesucristo, también denominada Orden o Cofradía de San

Pedro Mártir (de Verona), fue una corporación que tuvo como misión la defensa de la fe católica frente a

corrientes consideradas heréticas. Esta orden fue establecida en el año 1216 por Santo Domingo de

Guzmán, obteniendo el respaldo del Papa Inocencio III ese mismo año. La Orden de los Crucesignatos

fue reorganizada desde Italia por el Papa Inocencio IV en 1252, a raíz del asesinato de Pedro de Verona.

Desde entonces esta orden empezó a ser conocida por el nombre de este Santo dominico. Aunque con el

transcurso del tiempo se redujo su presencia, la Orden de San Pedro Mártir fue el antecedente de la

Cofradía de Sam Pedro Mártir de Verona de Ministros del Santo Oficio, entidad que integró a los

miembros de la Inquisición y que logró ejercer una gran influencia en el siglo XVII.

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~ 50 ~

das del maestre. Más tarde este modo de organizarse se generalizó hasta ofrecer el pa-

norama que conocemos a finales de la Edad Media, bien entendido que estos beneficios

lo eran sólo de modo temporal y amovible a voluntad de los maestres, como lo de-

muestra el hecho de que las fortificaciones de la Orden, estuviesen donde estuviesen

ubicadas, debían ser entregadas por sus alcaides al maestre cuando éste lo solicitase.

Entre el comendador y sus vasallos se establecía una doble corriente de obligaciones y

deberes: los encomendados debían, además de entregarle las rentas correspondientes, no

promover asonadas75

contra ellos, respetarles, dar posada y manutención a los visita-

dores y no hacer ligas contra ellos. A cambio, los comendadores debían ampararlos y no

dar refugio a los malhechores que aquéllos persiguiesen. Resulta evidente que, en la

práctica, las relaciones entre los concejos y los comendadores atravesaron por muchas

alternativas, en las que los vasallos llevaban la peor parte, obligando a éstos a elevar sus

quejas a los Capítulos de la Orden ante el maestre; un buen ejemplo de las conse-

cuencias de la desatención de esas quejas lo hallamos en el archiconocido episodio de

los vasallos de la encomienda calatrava de Fuenteovejuna.

c) Prioratos, vicarías, hospitales y colegios.

Como decíamos, desde el punto de vista eclesiástico, también se dividía la Orden en

Provincias, las de León y Castilla, arnés de otros territorios dispersos en Castilla la

Vieja; dentro de cada Provincia la suprema autoridad era la del prior: en la de León, el

de San Marcos de León, y en la de Castilla, el de Uclés; bajo su dependencia se en-

contraban todos los clérigos santiaguistas, los cuales se hallaban integrados dentro de

distintas vicarías o divisiones territoriales eclesiásticas, distintas del propio territorio del

priorato. Es decir, aun cuando el prior era la suprema autoridad dentro de la provincia y

los vicarios estaban bajo dicha autoridad, el territorio de la provincia conocía una parte

pertinente al prior y otras distintas divididas en vicarías.

Desde el punto de vista jurisdiccional, el prior era el juez ordinario de su propio terri-

torio, recibiendo, además, las alzadas de las sentencias de los distintos vicarios de su

provincia. Hasta la época de los Reyes Católicos los priores fueron vitalicios, habién-

dose dispuesto por éstos que sólo ejerciesen el cargo por trienios; debían de ser mayores

de 40 años, tener el hábito al menos desde seis años antes y ser bachilleres en Teología

o Derecho o maestros en Artes (trivium y quadrivium).

Fuera del territorio del Priorato, la jurisdicción eclesiástica era ejercida en primera

instancia por el vicario correspondiente. Los vicarios eran presentados por el prior y

colados por el diocesano, y entendían en primera instancia en causas civiles, matrimo-

niales, criminales y mixtas, teniendo preeminencia de colar curas y capellanes, dar carta

de licencia a los clérigos para abandonar la vicaría y traer óleo y crisma.

En la Provincia de Castilla, además del Priorato de Uclés, a fines del siglo XV ha-

llamos las vicarías de Montiel, Beas, Segura, Yeste y Caravaca.

75

Reuniones tumultuarias y violentas para conseguir algún fin, por lo común político.

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Los hospitales gozaban de una gran tradición dentro de las Órdenes Militares, esta-

bleciéndose desde su comienzo con la doble finalidad de rescatar cautivos y llevar a la

guerra el aparato sanitario; precisamente por ello estas casas asistenciales perdieron su

función con la finalización de la Reconquista, si bien desde mucho antes se habían

transformado en unos beneficios más, hallándose muy descuidadas sus instalaciones

hospitalarias.

En territorio castellano habían existido hospitales en Toledo, Talavera de la Reina,

Cuenca, Alarcón y Moya.

Para la instrucción de los freires de la Orden tenía ésta en Salamanca un colegio, al

menos desde el siglo XV al que asistían dieciséis colegiales, provenientes por mitad de

ambas provincias; cinco estudiaban Artes y Teología y tres Cánones.

d) Gobernadores provinciales y de partido.

A partir del siglo XV por lo menos, aparecen los gobernadores santiaguistas, de

acuerdo con la extensión del régimen de corregidores habida en el reinado de Enrique

III; sin embargo, existe una sensible diferencia entre unos y otros, pues, en tanto que los

corregidores ejercen su jurisdicción dentro del ámbito local, los gobernadores la exten-

dían sobre un Provincia o partido, existiendo también alcaldes de alzadas, que sólo la

ejercían sobre una encomienda; existe, pues, una estrecha relación entre el ámbito de

actuación de los gobernadores y la distribución territorial de la Orden.

Desde tiempos del maestre Don Lorenzo Suárez de Figueroa, contemporáneo de En-

rique III (siglo XV), hasta entrado el siglo XVI, conocemos las nóminas de alcaldes

mayores, justicias mayores o gobernadores de provincia, alternándose en estos oficios

bachilleres y caballeros de la Orden, todos éstos de importantes linajes. Eran sus atri-

buciones conocer en grado de apelación las causas civiles y criminales, avocar a los

jueces ordinarios durante sus visitas anuales, dar ordenanzas de aguas a los concejos, oír

a los presos de la cárcel, etc.

Los partidos y sus gobernadores aparecen tras la división de las provincias en zonas.

Por lo que se refiere a la de Castilla, hubo cuatro zonas: Mancha y Ribera de Tajo,

Campo de Montiel o Villanueva de los Infantes, Segura de la Sierra y Caravaca, el pri-

mero de los cuales fue subdividido en tres a comienzos del siglo XVI: Ocaña, Uclés y

Quintanar de la Orden. Esta división de la provincia en partidos tiene mucho que ver

con la promulgación en 1500 de los Capítulos de Corregidores por parte de los Reyes

Católicos. Su designación correspondía al Consejo de Órdenes por delegación del

maestre, alternándose caballeros de la Orden y letrados.

e) Capítulo general.

El Capítulo general y el maestre hicieron que los Capítulos se reunieron con bastante

asiduidad, aunque sin llegar a la periodicidad anual que preveía la bula fundacional.

Hasta la unificación definitiva de los Reinos de León y Castilla en 1230 el Capítulo no

se convierte en un organismo realmente operativo, siendo utilizado vigorosamente por

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el maestre Don Pelayo Pérez Correa en su política centralizadora, tendencia que se

mantendría durante las grandes conquistas sureñas, haciendo aguas para 1271.

Durante el siglo XIV se reunieron los santiaguistas en 1310, 1312, 1329, 1371, 1383 y

1387, en tanto que en el XV lo hicieron en 1403, 1410 y 1440, debiendo de esperarse

hasta la segunda mitad del mismo para que las reuniones fueran frecuentes (1467, 1469,

1474, 1477, 1480 y 1484); los Reyes Católicos, como administradores de la Orden,

reunirían Capítulo cuatro veces (1494, 1497, 1499 y 1501-1502), en tanto que Fernando

el Católico en solitario haría lo propio en 1507, 1511 y 1515.

Dos meses antes de la celebración del Capítulo el maestre debía enviar cartas con-

vocando, bien de forma personal a comendadores mayores, treces76

y priores, además de

a intrusos y caballeros desobedientes o fugitivos, bien de modo general comendadores y

freres, a los caballeros de la Orden, además de a los pueblos y a los tenentes de los

bienes de la misma. La asistencia era obligatoria para todos, excepto para éstos últimos

y para los freires en general. El primer día de sesiones todos los asistentes debían con-

fesar y comulgar, así como oír misa, colocados de acuerdo con sus dignidades. Luego se

procedería a la elección de treces y enmiendas.

El segundo día, tras los actos litúrgicos, todos debían ir ante el prior de Uclés a hacer

la venia, presentándose más tarde las quejas y agravios entre caballeros por escrito.

También se presentaban los libros de visita de los últimos visitadores, los cuales debían

ser revisados por el Consejo del Capítulo, formado por priores, comendadores mayores,

treces y enmiendas, que debían elevar al maestre sus conclusiones. El tercer día, tras oír

misa, se tomaba nota de los concurrentes y se aprobaba el poder del maestre para que,

con los votos mayoritarios del Consejo, hiciese justicia y legislase; acto seguido eran

llamados al Consejo algunos caballeros no letrados.

En días posteriores el Consejo, en virtud del poder del Capítulo, actuaba en todos los

temas concernientes a la Orden, sin intervención externa; esta fue la actuación del Ca-

pítulo reformado por los Austrias, con anterioridad se convocaba a todos los caballeros

y freiles de la Orden, que actuaban con voz y voto en las deliberaciones del Capítulo

general, no existiendo delegación en Consejo alguno, tal y como había sucedido en las

Cortes castellanas.

Creados por la bula de Alejandro III, los treces tenían encomendadas importantes fun-

ciones: aconsejar, amonestar e incluso deponer al maestre, previo consejo del prior de la

casa central. Su elección se atribuyó en un principio al maestre y, a su vez, eran aquéllos

quienes debían designar a éste. Gozaban de un poder arbitral entre maestre y Capítulo.

Cuando algún trece no llegaba a tiempo al Capítulo, se creaba una enmienda, que cum-

plía sus funciones en el ínterin.

Los visitadores, por su parte, son una institución bien conocida desde la fundación de

la Orden, encargándoseles que periódicamente discurrieran por los territorios santiaguis-

tas inspeccionando casas y corrigiendo freires. La elección correspondía al maestre, que

designaba dos, un caballero y un freire de provincia, distinta a la visitada para cada pro-

76

Cada uno de los caballeros elegidos por sus hermanos en capítulo general, para gobierno y adminis-

tración de la Orden de Santiago. Eran una resonancia de los trece primeros freires o caballeros cuando la

Orden se fundó en Cáceres en el siglo XII, como podemos recordar.

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vincia (León, Castilla, Castilla la Vieja y Aragón). Sus atribuciones venían especifi-

cadas en sus poderes, siendo las principales las inspectoras, ejecutivas y jurisdiccio-

nales.

f) Consejo de la Orden.

En materia administrativa y judicial el maestre se había reservado el conocimiento en

última instancia sin perjuicio de la mayoría del rey desde un comienzo. Sin embargo, en

el siglo XII muchas causas no llegaban al maestre, dependiendo de los fueros dados a

cada lugar. Para la centuria siguiente es seguro que las recibía, unas veces directamente,

otras a través del comendador mayor. Las atribuciones de éste fueron de primera mag-

nitud, tanto que Alfonso VIII, en 1182, estableció cómo debía ser recibido en la Corte;

actuaba como lugarteniente del maestre en su ausencia, sobre todo en el ámbito juris-

diccional.

La primera referencia al justicia de la Casa del Maestre aparece en 1344, siendo co-

nocido también como alcalde del maestre y después como juez del mismo. Para 1358 ya

aparece su alguacil mayor y su cárcel; en el siglo XV, antes de la creación del Consejo

de la Orden, conocemos varias actuaciones concretas del Juez Mayor de la Casa del

Maestre.

El Consejo de la Orden sería establecido en 1440 por el Maestre-Infante Don Enrique;

estaba formado por letrados con jurisdicción sobre los vasallos santiaguistas y por jue-

ces de la Orden, o sea, caballeros de hábito, para entender en las causas de los caba-

lleros. Evidentemente, el Consejo conocía en última instancia en causas civiles y crimi-

nales de los vasallos; en materia eclesiástica conocía los casos civiles por sí mismo, en

tanto que en lo criminal era órgano consultivo del maestre; además, entendía en las ren-

tas de la Mesa Maestral, encomiendas, iglesias y conventos y en pruebas de caballeros e

hidalguías, etc.

g) El Maestre, el Rey, el Papa.

La institución del maestre se encuentra ya perfectamente perfilada en la bula de 1175:

el Maestre jugaba dentro del instituto un papel similar al del monarca en el reino, con la

ventaja de ser, al propio tiempo, jefe espiritual de sus freires. Teóricamente, se estable-

cía un equilibrio entre maestres y treces para evitar el despotismo de aquél, pudiendo

llegar a deponerle de mediar causa justa y grave, no obstante lo cual, el maestre podía

ejercer su autoridad dentro de unos límites extraordinariamente amplios: todos los frei-

res, clérigos y seglares, le debían obediencia, humildad y disciplina; el maestre daba

permiso para las cosas más nimias, aceptaba o rechazaba novicios, autorizaba o dene-

gaba matrimonios, proveía encomiendas, autorizaba la emisión de juramentos, otorgaba

cartas pueblas, dirigía sus huestes en la guerra y, en fin, representaba a la Orden ante el

mundo exterior.

La gran complejidad que implicaba la administración de los extensos territorios de la

Orden determinó que ya desde fines del siglo XII aquélla fuera dividida en encomien-

das, como beneficios temporales para los caballeros santiaguistas. Durante el siglo XIII

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~ 54 ~

se fue creando una primitiva organización administrativa, basada en la estructuración de

la Mesa Maestral, agrupando varias encomiendas. Encargadas de abastecer a la tropa en

campaña y de recaudar los diezmos de la Mesa Maestral estaban varias encomiendas de

los Bastimentos,77

en tanto que la encomienda de la Enfermería se ocuparía de llevar los

auxilios necesarios para atender a los heridos en la guerra. El cuadro se completaba con

el mencionado comendador mayor provincial, lugarteniente del maestre en su ausencia

de la provincia.

A partir del siglo XIV la estructura administrativa se hace mucho más compleja, en

primer lugar, el maestre delega sus funciones en algunos comendadores (administrado-

res provinciales en 1348 y 1410). Dentro de la Casa del Maestre había camareros y ma-

yordomos mayores, así como escribanos. Más tardía es la aparición de los secretarios de

los maestres, ya a mediados del siglo XV. Pero donde la organización se diversifica más

es en los aspectos económicos y hacendísticos, sobre todo a partir del siglo XV.

Para calibrar el grado de señorialización de la Orden es de primordial importancia co-

nocer las prerrogativas que sobre ella conservaba la Corona; éstas eran de carácter civil,

ya que en lo eclesiástico el Pontífice representaba la última instancia. En los primeros

tiempos el rey jugó un papel muy importante, pues fue a través de sus donaciones como

principalmente se constituyó su solar, no obstante, aunque esa entrega se hacía por juro

de heredad, el monarca nunca renunció a su derecho de revocación de tales mercedes.

Las donaciones reales se podían referir no sólo a territorios, sino también a honores y,

sobre todo, a rentas y derechos jurisdiccionales. Los reyes hasta la segunda mitad del

siglo XIV se fueron desprendiendo progresivamente de sus derechos a favor de los

maestres y comendadores, resultando que un siglo después las únicas rentas que les que-

daban de recaudar en los territorios santiaguistas eran monedas, monedas forera, alca-

balas, tercias reales, regalías de minas, capitaciones de minorías confesionales y la jus-

ticia en los casos de Corte y en suprema apelación. De hecho, fue en lo jurisdiccional en

lo que más intervino el monarca, y ello a pesar de haber concedido ya en el siglo XIII la

inmunidad a estos territorios.

A partir de mediados del siglo XIV no se conoce ninguna intervención real, a

excepción, claro está, de las normales confirmaciones de anteriores privilegios; esto era

debido a que con los Trastámara la Orden había conseguido el máximo de autonomía

como institución. En adelante, el control de la misma pasará por la ubicación en el

maestrazgo de personas reales o cercanas a la realeza.

La Orden de Santiago, a diferencia de las otras órdenes peninsulares, estaba vinculada

al Papa directamente, sin mediación de ninguna orden religiosa internacional, siendo

por esto por lo que la relación con el Pontífice fue siempre muy estrecha. Esta tutela se

mostró desde el primer momento de su fundación. Debido al carácter religioso de la

nueva institución, el Papa pronto solicitó y temió la influencia de los diocesanos hispá-

nicos, que continuamente intentaron mermar la jurisdicción eclesiástica de la Orden.

La intervención más amplia y conocida de los pontífices se refiere a los pleitos que la

Orden mantuvo bien dentro de los institutos santiaguistas, bien con otras instituciones,

77

Abastecimientos, provisiones. En la Orden de Santiago, primicias de que en algunos territorios se cons-

tituía encomienda, y así se decía: Encomienda y comendador de bastimentos.

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generalmente, los obispos. Para ello, Sixto IV (1471-1484) crearía diversos jueces con-

servadores; huelga decir que en todas estas causas eclesiásticas la apelación final corres-

pondía al Pontífice. Otra importante función era la confirmación de la elección del

maestre o la entrega de la administración a los reyes; igualmente, podía conceder esa

administración a perpetuidad e incluso permitir la desmembración de sus propiedades

para fines justificados, como sucedió en tiempos de Carlos I y sucesores.

A cambio de los desvelos del Papa, la Orden debía satisfacerle anualmente con 10 flo-

rines,78

que tras 1387 abonaba concretamente el prior de Uclés.

78

Moneda de oro mandada acuñar por los reyes de Aragón copiando los florines o ducados de Florencia,

que fueron moneda internacional en la Edad Media.

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~ 56 ~

EPÍLOGO II

LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DE HUERTA EN SORIA

El monasterio de Santa María de Huerta es uno de los más importantes monumentos

de toda la provincia de Soria.

A pesar de que su carácter románico es muy tardío, evolucionando hacia el pleno gó-

tico, la buena conservación de varias de las dependencias de este monasterio permite al

visitante, como en pocos lugares, hacerse una idea de lo que supuso un complejo mo-

nástico cisterciense de finales del siglo XII y del XIII.

Se trata de un monasterio fundado en 1162, cuya edificación se inició en las últimas

décadas del siglo XII, pero a sus dependencias fueron añadiéndose otras más modernas

de transición o ya plenamente góticas.

A mitad del siglo XII, una primitiva comunidad de monjes cistercienses se instaló en

Cántavos, a 15 kilómetros del actual monasterio. En Huerta tenían una granja a la que se

trasladaron en 1162. A partir de estas fechas debió iniciarse el conjunto constructivo. La

posterior colocación de la primera piedra por el rey Alfonso VIII podría ser más un acto

protocolario que efectivo.79

Otros dos personajes destacados del momento fueron el

abad, San Martín de Finojosa o Hinojosa (que llegó a ser obispo de Sigüenza), y el ar-

zobispo de Toledo Don Rodrigo Ximénez de Rada.80

79

Alfonso VIII de Castilla, gran impulsor de la Orden del Císter en su reino, hizo importantes donaciones

al monasterio de Santa María de Huerta.

80

Don Rodrigo Ximénez de Rada, destacada figuras política y eclesiástica en el siglo XIII, hizo conside-

rables donaciones al monasterio y dispuso ser enterrado en él.

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Antes de ocuparnos de la iglesia del monasterio de Santa María de Huerta haremos

una muy breve referencia al recinto del monasterio. Todo cenobio medieval se encon-

traba rodeado de una cerca o muralla que lo aislaba del mundo y lo defendía de ataques.

Éste es el caso también del monasterio que nos ocupa y todavía se pueden ver gran parte

de los muros e incluso cubos cilíndricos de su vieja muralla medieval.

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La puerta monumental del recinto monacal se encuentra alineada con la del templo, en

el costado occidental y es un ejemplar renacentista del siglo XVI, de estructura similar a

un arco de triunfo romano, con arco de medio punto flanqueado por estructura de co-

lumnas toscanas y hornacinas. Por encima, hay un frontón triangular con la imagen de

La Virgen y dos columnas jónicas en los extremos.

Ya en la iglesia, podemos apreciar lo espaciosa que es, sobre planta de cruz latina, con

tres naves de cinco tramos, transepto resaltado en planta y alzado, y cabecera formada

por ábside principal semicircular y dos capillas rectangulares a ambos lados a las que se

unen otras dos iguales ya abiertas en los costados orientales del transepto.

El interior muestra la clásica estructura de pilares que soportan los arcos formeros y

las bóvedas de crucería del edificio. La particularidad está en la ausencia de columnas

de apoyo en los pilares. Menos en la cabecera y transepto, todo está resuelto mediante

pilastras y mensulones de rollos adosados a los pilares, lo que aumenta la sensación de

austeridad por un lado y ese carácter anguloso cisterciense que se aleja de las redonde-

ces románicas puras.

Junto a la verja está el magnífico sepulcro vacío de Rodrigo Ximénez de Rada con su

escultura yacente, vestido de arzobispo, soportada por tres leones.

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Consideremos el exterior: De la cabecera sobresale especialmente el ábside principal

con grandes arcuaciones semicirculares ciegas en cuyos paños rehundidos se abren ven-

tanales. Los canecillos de la cabecera y transepto son todos de finos rollos en degrada-

ción. Este motivo de antiguo origen califal se va a dar en numerosas iglesias sorianas

(por ejemplo en Almazán) y alcarreñas.

La fachada occidental es de una extraordinaria hermosura y verdadero emblema, junto

al refectorio gótico del que luego nos ocuparemos, del monasterio de Santa María de

Huerta.

Los dos elementos fundamentales de que consta son la hermosa portada que se abre en

el muro correspondiente a la nave central y el inmenso rosetón de más de ocho metros

de diámetro.

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La puerta tiene seis amplias arquivoltas de perfil apuntado y de distinta decoración

geométrica, la mayoría basada en finos boceles, aunque hay una con dientes de sierra y

otra angrelada.81

El guardapolvos lleva puntas de diamante. El conjunto columnario

tiene capiteles de hojarasca vegetal gótica.

Por su parte, el rosetón es fruto de una reconstrucción de 1965 pues se hallaba cegado

y alterado, pero se respetó la estructura original.

Tiene una fisonomía muy frecuente basada en dos círculos concéntricos (el interior

con forma de sol) unidos por columnas y en el intradós del círculo exterior se muestran

arcos de medio punto que cobijan trilóbulos y rombos en las enjutas. De nuevo, se apre-

cian similitudes con el rosetón del hastial norte de la catedral de Cuenca.

81

Dicho de una pieza de heráldica, de una moneda o de un adorno de arquitectura: Que remata en forma

de picos o dientes muy menudos.

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~ 63 ~

Según excavaciones recientes, se sabe que delante de esta fachada existió un nártex

porticado, estructura que ha dejado algunas huellas en el muro del hastial, como un arco

y una fila de sillares alterados entre la clave superior de la puerta y el rosetón. Estas es-

tructuras debieron pertenecer al abovedamiento de crucería del citado nártex.

Ocultando la parte norte de este muro occidental hay un edificio que data del siglo

XVI y que fue promovido tras la entrada en la Con-

gregación de Castilla. Se trata de antiguas dependen-

cias nobles del monasterio (incluyendo el palacio

abacial) hoy convertida en Hospedería y cuenta con

puerta y ventanales clasicistas.

Otra puerta tiene esta iglesia que la comunica con el

claustro y da a su costado septentrional.

Se trata de una portada extremadamente apuntada

con arquivoltas de finos boceles y escocias.

Una vez entramos al conjunto monástico por la

puerta antes citada de la Hospedería, el primer espa-

cio abierto que encontramos es el cuadrado perfecto

del claustro herreriano, construido a partir de 1583.

De aspecto radicalmente austero, tiene dos pisos

con arquerías de medio punto cuyos arcos están sepa-

rados por pilastras toscanas. En medio aparecen dos

estatuas de San Martín de Finojosa y de Rodrigo Xi-

ménez de Rada.

Dentro del apartado de dependencias medievales

nos ocuparemos de las correspondientes a los legos:

cilla y refectorio de conversos, y la de los monjes:

claustro, restos de la sala capitular, cocina y refectorio gótico.

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Al este del claustro herreriano nos encontramos con la cilla o almacén del monasterio.

Es una estancia rectangular románica que ha sido alterada en bastantes aspectos. Por

ejemplo, el suelo está recrecido con respeto al original y el largo de la estancia fue re-

ducido para comunicar mediante un pasillo los dos claustros.

Está constituida por una serie de arcos diafragma de medio punto cuyos muros tienen

ventanales de medio punto abocinados entre los mismos. Elemento de gran valor es la

techumbre de madera que servía de techo de la cilla y suelo del dormitorio de los legos

o conversos. Se considera original y está sostenido por ménsulas de rollos como los ca-

necillos de la iglesia.

El refectorio de conversos es el lugar donde los hermanos legos comían y realizaban

reuniones. Junto a la cilla es una de las partes más antiguas del monasterio, quizás del

siglo XII o muy principios del XIII. Incluso hay quien piensa que estas dos depen-

dencias son anteriores a la construcción del monasterio y serían parte de la Granja de

Huerta anterior al traslado definitivo hasta aquí por los monjes de Cántavos.

Se trata de un magnífico espacio románico rectangular, dividido en dos naves por una

fila de grandes columnas exentas centrales del que parten los nervios de las bóvedas que

también soportan mensulones de los muros. Los ventanales de este refectorio son sen-

cillos y muy abocinados, con perfil de medio punto. Tanto las bóvedas como las propias

columnas dan a la sala una sensación de reciedumbre y hermosura difícil de explicar.

Los capiteles de las columnas muestran decoración esculpido en bajo relieve, que aun-

que se insiste en asociarlo a lo mudéjar más bien nos recuerdan motivos prerrománicos.

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El claustro –gótico– es obra del siglo XIII, constituido pos galerías abiertas al patio

central mediante grandes arcos ojivales sobre columnas. Lamentablemente, ha sufrido el

parcial cegamiento de estos vanos, salvo algunos que han sido restaurados.

El abovedamiento de las pandas es de sobrias y perfectas bóvedas de crucería sencilla.

Hay que fijarse en varios arcosolios de sus muros correspondientes a antiguos ente-

rramientos de personajes de la nobleza. Muy interesantes son los de los condes de Mo-

lina y el de Don Pedro de Manrique. Es inevitable aquí hacer una referencia a la si-

militud de la arquería de este arcosolio con los del falso triforio de la catedral de

Cuenca.

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Este claustro tiene un segundo piso superior de estilo plateresco, construido en el siglo

XVI, constituido por columnas que soportan arcos carpaneles, todo muy decorado como

corresponde al estilo.

La sala capitular está muy alterada, pero conserva la entrada

y los ventanales laterales, aunque ambos cegados. Toda esta

estructura es de estilo románico y es obviamente anterior al

claustro. Tal extremo se aprecia en la irregular situación en la

que se encuentran las columnas truncadas que reciben los ner-

vios de la bóveda de crucería del claustro y que se disponen

asimétricamente en relación a los vanos de la sala.

A pesar de su sencillez, son destacables los arcos de medio

punto que cobijan otros dos más pequeños con mainel central.

La antigua puerta de acceso está presidida por una imagen

gótica de la Virgen y el Niño.

Las cocinas de los monasterios cistercienses no por su pro-

saica función son carentes de la monumentalidad propia de la

orden. La de Huerta cumple con las características habituales

de los monasterios cistercienses españoles. Tiene planta cua-

drada, con ventanales en los muros y bóvedas de crucería. En medio está la chimenea,

con forma de templete abierto a los cuatro lados mediante arcos ojivales.

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El refectorio de los monjes es probablemente la estancia más célebre y valorada del

monasterio de Santa María de Huerta. Este refectorio es uno de los primeros ejemplos y

más perfectos del gótico primitivo que comienza a aparecer en España (mencionando

Cuenca y Sigüenza) procedente de Francia.

Al refectorio se accede por una bonita puerta de arquivoltas apuntadas, con zigza-

gueado desde la panda oeste del claustro. Encima de esta puerta y visible desde el in-

terior del refectorio se abrió un hermoso rosetón circular con doce columnillas radiales

cobijado en el seno de un arco de medio punto sobre columnillas.

Una vez ingresamos en este magnífico refectorio, observamos que se trata de un am-

plio espacio rectangular de gran altura (comparable a la de la iglesia). La altura de este

edificio se acrecienta mediante los ventanales rasgados de sus muros laterales. Por enci-

ma de este primer piso surgen columnas truncadas que soportan los nervios de las extra-

ordinarias bóvedas sexpartitas que cubren el cielo de la construcción. Estas bóvedas de

nuevo vinculan directa o indirectamente Huerta con Cuenca y Sigüenza.

También es magnífica la escalera que conduce al púlpito del lector y que está em-

bebida en uno de los muros mediante arcos de cuarto de circunferencia sobre columnas

exentas octogonales.

El hastial oeste del refectorio se abre al exterior mediante cuatro amplios y sencillos

vanos apuntados en la parte inferior y dos preciosos ventanales superiores de arcos

apuntados que cobijan dos menores del mismo perfil sobre el que hay sendos óculos he-

xalobulados.

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EPÍLOGO III

CARTA DEL PAPA SAN JUAN PABLO II AL OBISPO DE MAGUNCIA

CON OCASIÓN DEL 800 ANIVERSARIO

DE LA MUERTE DE SANTA HILDEGARDA

A nuestro venerable hermano cardenal de la Santa Iglesia Romana Hermann Volk,

obispo de Maguncia.

Luz de su gente y de su época. Santa Hildegarda, por sobrenombre Bingense, brilla

con más fulgor en la actualidad, ya que se celebra el 800 aniversario desde que, con

santa muerte, para reinar con Dios en la vida sempiterna, salió de este mundo, de cuya

perversidad y malicia estuvo alejada, pero al que reportó innumerables beneficios, apre-

miada por la caridad de Cristo. Participamos, pues, muy gozosamente en esta conme-

moración de su aniversario con cuantos admiran y veneran a esta mujer excepcional-

mente ejemplar, y te rogamos, venerable hermano nuestro, en los confines de cuya dio-

cesis ella vivió largo tiempo, y donde se separó de las cosas terrenas, que seas intérprete

y mensajero de nuestros sentimientos.

Nadie ignora que la primera alabanza con que está adornada esta flor de Alemania es

la santidad de vida: cuando era niña de 8 años, fue encomendada para su instrucción a

las monjas, y ella misma comenzó inmediatamente el camino de la vida religiosa que re-

corrió con celo y fidelidad; reunió compañeras que adoptaron la misma resolución,

fundó nuevos monasterios desde donde se propagó felizmente “el buen olor de Cristo”

(cf. 2 Cor 2,15).

Enriquecida con peculiares dones sobrenaturales desde su tierna edad, Santa Hilde-

garda profundizó en los secretos de la teología, medicina, música y otras artes, y es-

cribió abundantemente sobre ellas, poniendo de manifiesto la unión entre la redención y

el hombre.

Amó exclusivamente a la Iglesia: ardiendo en este amor, no dudó en salir de los

claustros del monasterio, para encontrarse, como intrépida defensora de la verdad y de

la paz, con prelados, autoridades civiles y con el mismo emperador, e incluso habló a

multitudes de hombres.

Ella, que aunque siempre débil de salud, pero muy vigorosa en fuerzas espirituales y

verdaderamente “mujer fuerte”, fue llamada en otro tiempo “profetisa de Alemania”,

en la conmemoración de este aniversario parece hablar perentoriamente a los fieles cris-

tianos de su estirpe y a los demás. La vida y la obra de esta Santa esclarecida enseñan

que la unión con Dios y el cumplimiento de la voluntad divina son los dones que se

deben buscar con mayor cuidado, sobre todo por aquellos que han elegido una vida más

exigente en el estado religioso: es conveniente dirigirles las palabras de Santa Hilde-

garda: “Mirad y recorred el camino recto” (Epíst. CXL; PL 197, 371). Los fieles cris-

tianos deben sentirse impulsados a poner en práctica, en esta época, el mensaje del

Evangelio. Además, esta maestra, llena de Dios, enseña que el mundo sólo puede ser

comprendido y regido rectamente si se lo considera como criatura del Padre amoroso y

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providente que está en los cielos. Finalmente, el cuidado que ella mostró como sierva

infatigable del Salvador para con las almas y cuerpos de sus coetáneos, impulsará a los

hombres actuales de buena voluntad a ayudar en la medida de sus fuerzas a los

hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.

Rogando con gran interés a Dios para que en la solemne conmemoración de Santa

Hildegarda se recoja gran abundancia de frutos espirituales, a ti, venerable hermano

nuestro, a los demás obispos, sacerdotes y fieles que acudirán para honrar a esta Santa,

os impartimos con mucho gusto la bendición apostólica, testimonio de nuestro amor.

Vaticano, 8 de septiembre del año 1979, I de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II

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EPÍLOGO IV

AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI

SOBRE SANTA HILDEGARDA DE BINGEN

(Palacio Apostólico de Castelgandolfo, miércoles 1 de septiembre de 2010)

Queridos hermanos y hermanas:

En 1988, con ocasión del Año Mariano, el venerable Juan Pablo II escribió una carta

apostólica titulada Mulieris dignitatem, en la que trata sobre el valioso papel que las

mujeres han desempeñado y desempeñan en la vida de la Iglesia. “La Iglesia –se lee en

el documento– expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del „genio‟ fe-

menino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones;

da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la

historia del pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y ca-

ridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina” (n. 31).

También en aquellos siglos de la historia que habitualmente llamamos Edad Media,

muchas figuras femeninas destacaron por su santidad de vida y por la riqueza de su en-

señanza. Hoy quiero comenzar a presentaros a una de ellas: Santa Hildegarda de Bin-

gen, que vivió en Alemania en el siglo XII. Nació en 1098 en Renania, en Bermersheim,

cerca de Alzey, y murió en 1179, a la edad de 81 años, pese a la continua fragilidad de

su salud. Hildegarda pertenecía a una familia noble y numerosa; y desde su nacimiento

sus padres la dedicaron al servicio de Dios. A los ocho años, a fin de que recibiera una

adecuada formación humana y cristiana, fue encomendada a los cuidados de la maestra

Judith de Spanheim, que se había retirado en clausura al monasterio benedictino de San

Disibodo. Se fue formando un pequeño monasterio femenino de clausura, que seguía la

regla de san Benito. Hildegarda recibió el velo de manos del obispo Otón de Bamberg y,

en 1136, cuando murió la madre Judith, que era la superiora de la comunidad, las her-

manas la llamaron a sucederla. Desempeñó esta tarea sacando fruto de sus dotes de mu-

jer culta, espiritualmente elevada y capaz de afrontar con competencia los aspectos or-

ganizativos de la vida claustral. Algunos años más tarde, también a causa del número

creciente de las jóvenes que llamaban a las puertas del monasterio, Hildegarda fundó

otra comunidad en Bingen, dedicada a San Ruperto, donde pasó el resto de su vida. Su

manera de ejercer el ministerio de la autoridad es ejemplar para toda comunidad reli-

giosa: suscitaba una santa emulación en la práctica del bien, tanto que, como muestran

algunos testimonios de la época, la madre y las hijas competían en amarse y en servirse

mutuamente.

Ya en los años en que era superiora del monasterio de San Disibodo, Hildegarda había

comenzado a dictar las visiones místicas, que recibía desde hacía tiempo, a su consejero

espiritual, el monje Volmar, y a su secretaria, una hermana a la que quería mucho, Ri-

chardis de Strade. Como sucede siempre en la vida de los verdaderos místicos, también

Hildegarda quiso someterse a la autoridad de personas sabias para discernir el origen de

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sus visiones, temiendo que fueran fruto de imaginaciones y que no vinieran de Dios. Por

eso se dirigió a la persona que en su tiempo gozaba de la máxima estima en la Iglesia:

San Bernardo de Claraval, del cual ya hablé en algunas catequesis. Éste tranquilizó y

alentó a Hildegarda. Y en 1147 recibió otra aprobación importantísima. El Papa Eu-

genio III, que presidía un sínodo en Tréveris, leyó un texto dictado por Hildegarda, que

le había presentado el arzobispo Enrique de Maguncia. El Papa autorizó a la mística a

escribir sus visiones y a hablar en público. Desde aquel momento el prestigio espiritual

de Hildegarda creció cada vez más, tanto es así que sus contemporáneos le atribuyeron

el título de “profetisa teutónica”. Este, queridos amigos, es el sello de una experiencia

auténtica del Espíritu Santo, fuente de todo carisma: la persona depositaria de dones so-

brenaturales nunca presume de ellos, no los ostenta y, sobre todo, muestra una obe-

diencia total a la autoridad eclesial. En efecto, todo don que distribuye el Espíritu Santo

está destinado a la edificación de la Iglesia, y la Iglesia, a través de sus pastores, reco-

noce su autenticidad.

El próximo miércoles volveré a hablar de esta gran mujer “profetisa”, que también

hoy nos habla con gran actualidad, con su valiente capacidad de discernir los signos de

los tiempos, con su amor por la creación, su medicina, su poesía, su música –que hoy se

reconstruye–, su amor a Cristo y a su Iglesia, que sufría también en aquel tiempo, herida

también en aquel tiempo por los pecados de los sacerdotes y de los laicos, y mucho más

amada como Cuerpo de Cristo. Así Santa Hildegarda nos habla a nosotros; lo comen-

taremos de nuevo el próximo miércoles. Gracias por vuestra atención.

AUDIENCIA GENERAL DEL BENEDICTO XVI

SOBRE SANTA HILDEGARDA

(Sala Pablo VI, miércoles 8 de septiembre de 2010)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quiero retomar y continuar la reflexión sobre Santa Hildegarda de Bingen, impor-

tante figura femenina de la Edad Media, que se distinguió por sabiduría espiritual y san-

tidad de vida. Las visiones místicas de Hildegarda se parecen a las de los profetas del

Antiguo Testamento: expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiem-

po, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas cir-

cunstancias de la vida. Así, todos los que la escuchaban se sentían exhortados a prac-

ticar un estilo de vida cristiana coherente y comprometido. En una carta a San Bernardo,

la mística renana confiesa: “La visión impregna todo mi ser: no veo con los ojos del

cuerpo, sino que se me aparece en el espíritu de los misterios… Conozco el significado

profundo de lo que está expuesto en el Salterio, en los Evangelios y en otros libros, que

se me muestran en la visión. Ésta arde como una llama en mi pecho y en mi alma, y me

enseña a comprender profundamente el texto” ( Epistolarium pars prima I-XC: CCCM

91).

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Las visiones místicas de Hildegarda son ricas en contenidos teológicos. Hacen refe-

rencia a los principales acontecimientos de la historia de la salvación, y usan un len-

guaje principalmente poético y simbólico. Por ejemplo, en su obra más famosa, titulada

Scivias, es decir, “Conoce los caminos”, resume en treinta y cinco visiones los aconte-

cimientos de la historia de la salvación, desde la creación del mundo hasta el fin de los

tiempos. Con los rasgos característicos de la sensibilidad femenina, Hildegarda, precisa-

mente en la sección central de su obra, desarrolla el tema del matrimonio místico entre

Dios y la humanidad realizado en la Encarnación. En el árbol de la cruz se llevan a cabo

las nupcias del Hijo de Dios con la Iglesia, su esposa, colmada de gracias y capaz de dar

a Dios nuevos hijos, en el amor del Espíritu Santo (cf. Visio tertia: PL 197, 453c).

Ya por estas breves alusiones vemos cómo también la teología puede recibir una con-

tribución peculiar de las mujeres, porque son capaces de hablar de Dios y de los mis-

terios de la fe con su peculiar inteligencia y sensibilidad. Por eso, aliento a todas aque-

llas que desempeñan este servicio a llevarlo a cabo con un profundo espíritu eclesial,

alimentando su reflexión con la oración y mirando a la gran riqueza, todavía en parte

inexplorada, de la tradición mística medieval, sobre todo a la representada por modelos

luminosos, como Hildegarda de Bingen.

La mística renana también es autora de otros escritos, dos de los cuales particular-

mente importantes, porque refieren, como el Scivias, sus visiones místicas: son el Liber

vitae meritorum (Libro de los méritos de la vida) y el Liber divinorum operum (Libro de

las obras divinas), también denominado De operatione Dei. En el primero se describe

una única y poderosa visión de Dios que vivifica el cosmos con su fuerza y con su luz.

Hildegarda subraya la profunda relación entre el hombre y Dios, y nos recuerda que

toda la creación, cuyo vértice es el hombre, recibe vida de la Trinidad. El escrito se

centra en la relación entre virtudes y vicios, por lo que el ser humano debe afrontar dia-

riamente el desafío de los vicios, que lo alejan en el camino hacia Dios, y las virtudes,

que lo favorecen. La invitación es a alejarse del mal para glorificar a Dios y para entrar,

después de una existencia virtuosa, en una vida “toda llena de alegría”. En la segunda

obra, que muchos consideran su obra maestra, describe también la creación en su rela-

ción con Dios y la centralidad del hombre, manifestando un fuerte cristocentrismo de

sabor bíblico-patrístico. La santa, que presenta cinco visiones inspiradas en el prólogo

del Evangelio de san Juan, refiere las palabras que el Hijo dirige al Padre: “Toda la

obra que tú has querido y que me has confiado, yo la he llevado a buen fin; yo estoy en

ti, y tú en mí, y somos uno” (Pars III, Visio X: PL 197, 1025a).

En otros escritos, por último, Hildegarda manifiesta la versatilidad de intereses y la

vivacidad cultural de los monasterios femeninos de la Edad Media, contrariamente a los

prejuicios que todavía pesan sobre aquella época. Hildegarda se ocupó de medicina y de

ciencias naturales, así como de música, al estar dotada de talento artístico. Compuso

también himnos, antífonas y cantos, recogidos bajo el título Symphonia Harmoniae

Caelestium Revelationum (Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales), que

se ejecutaban con gran alegría en sus monasterios, difundiendo un clima de serenidad, y

que han llegado hasta nosotros. Para ella, toda la creación es una sinfonía del Espíritu

Santo, que en sí mismo es alegría y júbilo.

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La popularidad que rodeaba a Hildegarda impulsaba a muchas personas a interpelarla.

Por este motivo, disponemos de numerosas cartas suyas. A ella se dirigían comunidades

monásticas masculinas y femeninas, obispos y abades. Muchas respuestas siguen siendo

válidas también para nosotros. Por ejemplo, a una comunidad religiosa femenina Hilde-

garda escribía así: “La vida espiritual debe cuidarse con gran esmero. Al inicio implica

duro esfuerzo, pues exige la renuncia a los caprichos, al placer de la carne y a otras

cosas semejantes. Pero si se deja fascinar por la santidad, un alma santa encontrará

dulce y amoroso incluso el desprecio del mundo. Sólo es preciso prestar inteligente-

mente atención a que el alma no se marchite” (E. Gronau, Hildegard. Vita di una

donna profetica alle origini dell‟età moderna, Milán 1996, p. 402). Y cuando el em-

perador Federico Barbarroja causó un cisma eclesial oponiendo nada menos que tres

antipapas al Papa legítimo Alejandro III, Hildegarda, inspirada en sus visiones, no dudó

en recordarle que también él, el emperador, estaba sujeto al juicio de Dios. Con la au-

dacia que caracteriza a todo profeta, ella escribió al emperador estas palabras de parte

de Dios: “¡Ay de esta malvada conducta de los impíos que me desprecian! ¡Escucha, oh

rey, si quieres vivir! De lo contrario, mi espada te traspasará” (ib., p. 412).

Con su autoridad espiritual, en los últimos años de su vida Hildegarda viajó, pese a su

avanzada edad y a las condiciones difíciles de los desplazamientos, para hablar de Dios

a la gente. Todos la escuchaban de buen grado, incluso cuando usaba un tono severo: la

consideraban una mensajera enviada por Dios. Exhortaba sobre todo a las comunidades

monásticas y al clero a una vida conforme a su vocación. En particular, Hildegarda

contrastó el movimiento de los cátaros alemanes. Éstos –cátaros literalmente significa

“puros”– propugnaban una reforma radical de la Iglesia, sobre todo para combatir los

abusos del clero. Ella les reprochó duramente que quisieran subvertir la naturaleza mis-

ma de la Iglesia, recordándoles que una verdadera renovación de la comunidad eclesial

no se obtiene con el cambio de las estructuras, sino con un sincero espíritu de penitencia

y un camino activo de conversión. Éste es un mensaje que no deberíamos olvidar nunca.

Invoquemos siempre al Espíritu Santo, a fin de que suscite en la Iglesia mujeres santas y

valientes, como Santa Hildegarda de Bingen, que, valorizando los dones recibidos de

Dios, den su valiosa y peculiar contribución al crecimiento espiritual de nuestras comu-

nidades y de la Iglesia en nuestro tiempo.