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PRODIGIOS DEL EO ANTONIO MASIP HIDALGO

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PRODIGIOS DEL EO

ANTONIO MASIP HIDALGO

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PRODIGIOS DEL EO

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© Antonio Masip HidalgoD. L.: AS 4.024-2016Imprime: Imprenta Gofer

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TRES PRINCESAS MORAS SE TOPAN CON L’HOME MARÍNCUANDO CELEBRABAN EL CUMPLE DE AIDA.

“-No me maravillaría de nada deso-replicó don Quijote-porque,si bien te acuer-das, la otra vez que aquí estuvimos te dije yo que todo cuanto aquí sucedía eran

cosas de encantamiento, y no sería mucho que ahora fuese lo mismo”,

Don Quijote, cap.XXXVI

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Otro verano. La misma luz; los mismos río, ría y ri-bera. La clave, no obstante, en saber si somos tambiénlos mismos o es solo distinta la visión de iguales porten-tos

Ante la llegada de las amigas de Aida, Elo sacó la ter-quedad que yo creía antaño de exclusiva patente de losque descendemos del Aragón baturro; está, sin embar-go, ya claro que en el céltico Valle del Alto Narcea nonos dejan atrás.

Mi mujer estaba empeñada en que fatigáramos todaclase de sortilegios para que, con eficaces advocaciones,y hasta ex votos, los delfines y las no menos saltarinasperseidas adelantaran unos días sus prodigios. Aida que-ría reservar el evento de nuevo para García Martín, ca-sual beneficiario la temporada pasada; la convencimos,sin embargo, de que si la presencia de cetáceos era soloprobable, al albur de la temperatura del agua y de la me-moria conservada en la manada de antigua senda pes-quera, la visita de perseidas estaba programada muyantes del afamado pronosticador Nostradamus. Alguiendijo que profeta viene lejanamente de poeta y, a firma-mento despejado de nieblas y otros velos y otras gasas,los metéreos despiezados de Perseo no fallan en su baile

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periódico desde los astrónomos chinos contemporáneosa Cristo para acá. Sucede en cuanto Ribadeo y Castropolapagan farolas en las noches próximas a San Lorenzo,supuesto motivador por su martirio, con la tradicionalapropiación de ídolos y simbología paganos, de un am-plísimo coro silente de plañideras celestes.

¡Qué menos prodigio para saludar a Noemí, Noeliae Isabel, con la reverencia de su merced!

García Martin dejó publicado: Añado a mi interminabletestamento, tan repleto de maravillas, los delfines (...), de Fi-gueras, que han abandonado su ruta habitual para venir a sa-ludarme y anunciarme algún prodigio”

Aquellos chinos son ahora, sigilosos y comunistasellos, el gran banquero de Occidente y de nuestra deca-dencia, pero generaciones arriba creyeron aprender, pa-ciencia, ocio y sapiencia al unísono, en la contemplacióndel cielo.

¿Qué harían los chinos en el Londres romanizado delos siglos II-IV, como consideran recientes y controver-tidos descubrimientos (Seres, el pueblo de la seda, les de-cían en Britannia)?¿Y el marino ovetense cuyo nombrehabría aparecido,según Pepe Fernandez Buelta, en lamuralla escocesa de Adriano?

Así las cosas lo preparamos todo con la mesura delos buenos anfitriones para ellas tres y la inminencia es-tival agosteña de delfines/perseidas. Chus Quirós, maes-tro del diseño y la armonía, nos recomendaba

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acondicionar un cuarto aprovechando la inclinación dela pradería con el exclusivo fin de que hipotéticos hués-pedes se penetrasen con la ría, sus bordes y su fondo. Enla nunca acondicionada Quirós’room habría que dejarunos prismáticos para ver lejanías y cambios de luz y decolor. Recuerdo que José Antonio Mases, tan buen es-critor, atribuía algo mágico a los prismáticos en una na-rración breve. A mí me regaló unos el antiguo gobiernocomunista de la RDA que quería hacer un Planetario enOviedo. En lugar de devolver la dádiva se la pasé al ser-vicio de bomberos donde podría ser útil, como me re-comendó el siempre riguroso Luis Arce, secretariomunicipal.

A la hora de la verdad habíamos hecho ayunos y pe-nitenciales sacrificios siguiendo los impuestos por Alfon-so VI para que El Cid y compañía descerrajasen el ArcaSanta de la Catedral ovetense, llegada de larga escala enel legendario Monsacro, en cuya imagen, avasalladorapara celtas, godos y templarios, volcó Carlinos Sierraminuciosas pinceladas de arte y genio.

Nunca estuvo tan actualizado el Monsacro comoahora con Sierra y su incidente con el cuadro que hacíaen Latores, que se organizan incluso marchas desde laCatedral al Monsacro. “Los paisajes si no se les ponen aten-ción o verbo no existen como sucedió con el Sena de los impre-sionistas, Monet, Seurat...La Toscana de Boticelli y Piero dela Francesca, Giorgone, de los fondos de los cuadros italianos,

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Fray Angélico...Puedo decir que siendo Piñole de Gijón, fueúnico pero insuficiente, personaje aislado. La lírica del paisajela tiene Piñole, mientras que en Evaristo Valle son los perso-najes con el paisaje elemento de la composición. Con EvaristoValle desaparece el anterior claroscuro; los colores son planos,áreas de color. El paisaje estaba en Castilla, mundo seco y me-setario. Vaquero habrá nacido aquí pero es castellano. Sorollano pudo con Asturias, que siempre quedó en el paisaje de se-gundas. La potencia de Sorolla daba entidad al pueblo medi-terráneo; aquí no se creó la raíz de lo “asturiano” que, conestar tan cerca, no es León ni Galicia. La escuela de China eslo más cercano como elemento fugaz de realidad mutante enla fusión cielo/tierra. Las brumas es un filtro de la rotundidaddel color y una forma de desaparecer o diluir haciéndolo eva-nescente” me cuenta divagando el pintor.

En el pequeño pueblo vecino de Tol aplaudieron laidea de recordar al Campeador que hace mil años falló elpleito de la autonomía campesina ante los señorones ylos abades de las tierras de Entrerríos, o Entrambasa-guas, así llamadas las limitáneas del Eo, o del Eo/Navia,también conocidas luengos siglos atrás Honor del Suarón.La sentencia sigue incumplida tras el reciente auge dela equívoca leche desnatada y su no menor errático eu-ropeísmo ecológico.

Hubimos no obstante de interrumpir la inquieta es-pera/desespera de portentos por el inoportuno traspiéde Maribel en Cibuyo, chez Molin, herida de codo en tri-

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ple rotura, que obligó a trasladarnos a Cangas, con pa-rada reparadora en la carta típica tinetense de Emburria,en El Crucero/Rodical, para volver casi llegada la no-che.

Con tanto ajetreo, o por lo que fuera, los delfines nocumplieron la ansiada cita y temíamos que las perseidastampoco, indispuesto el ánimo para competir frente alos inefables fuegos de artificio, que ya tienen aquel conla estupidez de trasladar El Carmen de Julio a Agosto,asustando la pacífica naturaleza nocturna y las estrellas,más huidizas que fugaces.

El fantasma vive por doquier y lo hace mejor en lasaburridas invernadas de As Figueiras. Es, en cualquiercaso, viajero infatigable de la Vía Láctea, constelaciónque nos vio nacer, crecer y nos verá morir, sin que, a larecíproca, apenas la veamos de forma continua, siemprea escondidas de la incierta luz diurna. Dudosa luz del día,titulaba Fernando Arrabal al que sigo desde pretéritostiempos universitarios, cuando, pese al páramo cultural,se había colado en Primer Acto, de José Monleón, y en Ín-dice, de Juan Fernández Figueroa, con un extraordinarionúmero del Grupo PÁNICO...

Entre roedores y nosotros, bien informados por Go-ogle, - ¡gracias José, Álvaro, Julia... por vuestros saberestecnológicos!- ya lo habíamos espantado, pero regresósabiéndose sin ratos ni devoradoras lampreas, cuyosefectos depredadores describen Torrente Ballester y An-

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tolín S.Presedo en el curso del Mandeo/Betanzos e, in-cluso, libre de nos, que estábamos lejos.

Ni corto ni perezoso se encaramó donde solía: entrebaldas de libros que atesoro siguiendo inveterada cos-tumbre generacional mientras apenas nadie lee.

El trasgu suele ser analfabeto; también lo fue Sócra-tes, modelo axiológico de intelectual ético, nada fantas-mal precisamente. Letrado o no el trasgu habría eludidopícaramente la cicuta. El recinto, -Casa Blanca, RayaAzul-, camuflaje de mar, entorno y horizonte, se pres-taba a escapista sedentaria soledad.

Cansinos, borgeano avant la lettre, que, tal personajefantástico, pudo no haber existido nunca en encarnaduramortal, se enjoyaba de libros polvorientos y candelabrosconceptuales; Michel de Montaigne se encerraba en sutorre bordelesa dejando simplemente que la vida pasaramientras dibujaba sus ensayos en redondilla caligrafía yvista profunda y cansada; el florentino Nicolás de Ma-quiavelo, despedido o cesante del servicio, vestía gala pa-ra escribir, vespertinos, sus póstumos consejosprincipescos y don Rodrigo se dolía de carecer tan si-quiera de una almena habiendo sido Rey visigodo de Es-paña. ¡Y qué decir de la greguería de Gómez de la Serna:en el Medievo las almenas tenían dentistas, tras la resplan-deciente mandíbula rescatada hogaño del Castillo y laTorre vigía de Pardo Donlebún en el muelle de Figue-ras!

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Dueño del espacio, el trasgu trancó la puerta que que-dó clausurada e infranqueable.

José Carlos del Rey me remite las imágenes de unalarga colección de candados antiguos de pesos y filigra-nas deslumbrantes que no creo los trasgos acarreen con-sigo.

Luego, al oír ruidos turbadores, manteniendo cons-tante prieto pestillo, abrió una ventana para fuir alero ycanalón abajo con el zumbido de sus orígenes abisaleshacia su refugio habitual entre los magos, las alineadasy sumergidas cuevas de ostras sin perla y la cunqueiranaSanta Compaña de la ría y la Searila.

Alero y canalón, y hasta poste de sombrilla, para des-lizarse presto pues los castaños y el abedul, que hubieransido quizá de naturaleza idónea para el salto gatuno deun trasgu, dan a fachada lateral; árboles, en cualquier ca-so, testigos de la afición a pintarrajear de Luchy, no laTantamount en Contrapunto de Aldous Huxley ni deAgatha Cristie en El tren de las 4,50 ni Prestleay en al-guna parte de la maravillosa biblioteca de mi padre sinootra apellidada Balaustrada, y/o Covi, no la Covichi deGarcía Pavón, sino Balaustrada Camino, hermana deLuchy. Mis apasionadas grafiteras una vez claman queme vaya y, otras, no sé si en palmaria contradicción, fir-man que aprenda para el futuro de su supuesta expe-riencia eota que a mí me faltaría.

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Los dondiego con expansiva flor amarillenta, los so-brios sanjuaninos, los pinos menudos y las hortensiascubrieron, multicolores, la veredita y el vericueto deoblicua retirada. A un lado, la rodaja arbórea de versosangélicos; al otro, la pétrea roseta de viejo molín, evoca-dora de los ancestros de Elo, y el pararrayos de mi abue-lo en trama de pescador salmonero con pipa que jamáshabría mordido él en su Santurce o en su Salinas, de don-de lo traje.

Jaime Gil de Biedma escribió de Áspero Mundo, libroque se conmemora en el corte de negrillo de la platafor-ma:Todavía hoy sigue pareciéndome un libro favorito; ha en-vejecido y no ha pasado, es de su época y la trasciende. Lastonalidades de entonces, el sabor de estar vivo y desear jovenen aquellos años, perduran en esos poemas con toda su inten-sidad y con toda su nitidez.(...)En cuanto amigo y en cuantolector, agradezco sobre todo la sólida capacidad de simpatíahumana que he encontrado siempre en él y en sus poemas.

En los mismos párrafos Jaime hacía protesta de co-mún amistad con Carlos Bousoño, “asturiano y amigode siempre” de Ángel.

Por miedo a las descargas, que me metió Jaime, estavez no Gil sino mi hermano, he derribado el previsto pe-destal para pararrayos alegórico del pescador familiar.

Río arriba, en San Tirso de Abres, pesqué de chavalun par de esos salmones emulando al abuelo. Siempreme causó misteriosa intriga que la pesca fuese a cuchari-

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lla, nombre harto curioso para la trampa óptica a tru-chas, reos y salmones que giraba tal peonza diminuta,luminosa y maravíllente.

Los celtas tenían al salmón por “ser sagrado”. En elrío irlandés Bandon, Bandan en gaélico, hay un pequeñopuerto fluvial, Kill Mac Salmon, sagrado lugar del hijo delsalmón.

Aunque mucho me ha interesado todo Hemingway,muchas vueltas le he dado a su viejo pescador caribeñoen lucha por preservar a su pez llegando a la orilla solocon la raspa de su trofeo.

Orbayaba o barruzaba, según, con la obstinación queasumía, condescendiente, Cunqueiro.

En la terraza, las lagartijas, mejor recibidas que losratones, reptaban escurridizas en cuanto, muy poco lue-go, picaba sol. Elvira Lindo cuenta, en “Noches sin dor-mir”, cómo las ratas blancas de un laboratorioneoyorkino se cogen por el rabo que no se separa del cuer-po. Catherine Deneuve entregó, impasible, a un raton-cito el terrón de azúcar de su té para que se largara lejoscon su abalorio.

Encargué a mi nieto Álvaro, Abu, el seguimiento enla red del lenguaje ratonil que evitase los sustos de suabuela, incompatible absoluta con presencia roedora ysus mínimas huellas, cuya hostilidad exageraba. Minimi-zar sus efectos depredadores, reales o supuestos, era fun-

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damental para estabilizar, y hasta permitir, nuestro ve-raneo. Abu lo tenía claro.

Las lagartijas de la terraza son verdes y pardas de ta-maños diversos.

Lorca canta al lagarto y la lagarta, “¡con delantalitosblancos!”. El colmo, pues, imaginarse esos delantalitos,de tanto ritmo poético.

¿Y hubo alguna vez lagartijas de pecho y panza blan-ca?

La confusión, en los meandros de la memoria, esgrande con el verde de las lagartijas pues otros niños,mayores ya hogaño, que fueron niños de pueblo y prau,y yo mismo hasta ahora siempre me las encontraba par-duzcas.

Verdes lagartos, o marrones como siempre en diminu-tas lagartijas, vale,¿pero de dónde sacó Lorca el blancogenial de su poemilla? José, Álvaro y Julia, y pronto Lu-cio, me han de ayudar en la búsqueda de nuevas lagarti-jas estridentes que aclaren la cuestión.

Las abejas y las mariposas de línea azul se esfumaronde nosotros por preocupantes aguijones provenientes dealejadas latitudes afroamericanas. Ya nunca volveré a te-ner, ni de nada serviría, un cazamariposas para enseñarlas correrías a mis nietos. El artilugio se queda en “elpaís de nunca jamás” de mi “De Oviedo a Salinas por elEo”, fijado para siempre, altar de mis localidades de pre-

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ferencia, en la delicia secular ayestina de “Helena o elmar del verano”.

Las culebras son, a veces, palabras mayores, que ani-dan en uno de los linderos de la finca. Mi sobrino Jaimees especialista en toda clase de bichos y se cuenta queuna de sus exóticas culebras se le escapó en Majadahon-da con pánico familiar.

Escribió Pepe Hierro: “...La poesía es como el viento, o como el fuego, o como el mar. Hace vibrar árboles, ropas, abrasa espigas, hojas secas, acuna en su oleaje los objetos que duermen en la playa...”Y Tagore:El mismo río de vida que circula por mis venas noche y día, circula por las venas del mundo y canta, en lo hondo, con pulso musical. Y es una vida idéntica a la mía la que a través del polvo de la tierra alza su verde alegría en innúmeras briznas de hierba, y estalla en olas tiernas y furiosas de hojas y flores.Mi oído no alcanza los grillos que haberlos haylos.

¿Será posible que haya quien los entrene para campeo-natos y apuestas en Shanghai?

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Barras de redondo acero inoxidable, que me busca-ron Jorge y su mujer, la inolvidable Ángeles, mejor quemaromas, alivian mi discapacidad facilitando tambiénseguramente las llegada y salida del espectro.

Un bar restorán de Besullo, sin duda por influenciade Alejandro Casona, se llama Trasgu cuya cocina des-taca, Pucheros del paraíso, Ana Paz Paredes.

El perro de un vagabundo, Josín Lazcano, enfermoterminal, con un proyecto de arte alternativo (CajaLata)se llama Trasgu. Su pintoresco dueño buscó, y consiguióenseguida, entregar a su “trasgu” a quien debe cuidarlebien, antes de morirse tranquilo para que le sobrevivieseconfortablemente.

La escritora Mari Luz Pontón, en hermoso relato, veal trasgu utilizando la ¡manzorga!, o mano izquierda, que,en efecto, pudo quedar afuracada del saltu. Para Chus Nei-ra, al que tanto quise, la grafía asturiana era manzurzasin la g que da Mari Luz.

Don Diego Torres Villarroel, extravagante y talentu-do personaje dieciochesco en el que reparó Borges, quefue catedrático salmantino de matemáticas, ignorándolotodo de las Ciencias Exactas y disintiendo de Newton, segúnsu propia fabulación, recomendó a una condesa madri-leña que se mudase a la calle del Pez ¡para huir de untrasgu!. Marco y Cristina, y José, su primogénito, vivie-ron en esa misma Pez, supuestamente libre de trasgos. Pé-rez de Ayala les había precedido en la calle y se mudaron

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luego a Sainz de Baranda, donde vivió antes Alejo Car-pentier. En Sainz de Baranda la familia creció con Abu yJulia, y en Narváez se uniría Lucio.

Aunque Constantino Cabal cree que los trasgos noson exclusivos de Asturias, parece, sin embargo, quenuestra tierra es su solar natural.

En cualquier caso, estamos en la ribera, a menos decien metros de la ficción y a doscientos de la vida.

El texto sociopolítico quizá más afamado de la His-toria, tras El sermón de la Montaña, “El manifiesto comu-nista” de Marx y Engels, empieza con una invocación alfantasma que recorre Europa...

José María Gironella, Los fantasmas de mi cerebro, con-sideraba que Cristo medía 1,85 metros y tenía el hombro de-recho más bajo que el izquierdo, a causa de su oficio decarpintero...

Según el Papa Ratzinger mientras Jesús pronunciabalas bienaventuranzas en la colina corría una grata brisa,lo que no imagino en la biblioteca londinense que fre-cuentaban los clásicos socialistas.

“y esta brisa que riza mi alegría” es verso de GabrielCelaya, que le tradujeron al vasco. Visité al poeta en supenúltimo ingreso de la Clínica Ruber y se reía por có-mo sonaría él mismo en una lengua que desconocía por com-pleto.

Montaña y brisa.

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Lejos, muy lejos y alto, el Mondigo, del que resultabainimaginable el popular dicho de “Cando o Mondigo pono capelo, todal-as veyas tembran, ou mexan, de medo”

Pérez de Ayala usa montañuela que a mí me suena aarcaísmo.

El trasgu es conocido por aquí, en tierra pixota o fi-guéirola, como l’home marin, generador de vientos ma-léficos y recurso para pedagógica disciplina de infantesdíscolos y demasiado consentidos. En Tapia da rótulo aun chigre de marineros que le respetan callando blasfe-mias.

Hay visionarios que describen al tal home marín con“dientes verdosos, cuerpo cubierto de escamas, viscoso, mitadhombre y mitad pez, rompedor caprichoso de redes y aparejosbien cosidos, que se mueve con igual facilidad en tierra y mar”.Los no duchos en mitología costera astur a veces con-funden los trasgos con murciélagos despistados, esperte-yos o nóctulos, que silvan su vuelo de velocesmoscardones gigantes evitando muradas. En la sesiónacadémica de fin de curso del Colegio Público Aurelio Me-néndez de San Antolín nos interrumpió uno de esosmurciélagos escapado sin duda de dónde vienen los tras-gos.

Gonzalo Torrente Ballester, al que un día acompañébuscando la casa, probablemente desaparecida, dondepasó un tiempo de su juventud en el ovetense barrio deSantullano/San Julián de los Prados, cita expresamente

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los trasgos: toda su maldad consiste en gastar bromas pesadas.Don Gonzalo sufrió en el Hotel de la Reconquista unasalmonelosis, sin duda algo fantasmal. Fue una tarde en laque Arafat y Rabin, también huéspedes, pero previsoresde sus fatales destinos, no quisieron probar bocado.

La grafía y fonología más usada en Galicia, que se eri-ge frente a mi casa, es, no obstante, trasnos y las trastadasse llaman trasnadas. M.L.Pontón da por bueno trasno pa-ra el bable occidental, pero yo me sigo quedando con tras-gu y home marín.

En “Desde mi ventana” doy cuenta de mi encuentro,también de Eloina, en el Biltmore de Coral Gables, afa-mado “hotel de fantasmas”, con Bill Murray, ghostbus-ter/cazafantasma por excelencia.

En alguna otra parte escribí también cómo, en la ma-drileña Casa de América/Palacio de Linares, que da a laCibeles, escenario de Berlanga, almorcé con Nicolás Sar-kozy, cuando era Ministro del Interior, al que a puntoestuve de contar la leyenda de los fantasmas emisores,allí mismo, de ruidos que apasionaban la búsqueda deaficionados a la ufología. A tiempo me detuve, con cam-bio de tercio de la charla, en las reuniones semanales quemantenía con Manolo Díaz en Neuilly, temiendo faltade diplomacia de mi parte dada la frecuencia por la con-sideración social de “fantasma” a mi vecino de mantel.

Sarko se elevaba con tacones todavía de moda entrelos nobles de la corte de Luis XIV, pronto la suya,”la del

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grandeur”. Carlos Fuentes, que fue embajador mexica-no en París, me trasladó varias sabrosas anécdotas de DeGaulle y su altura física de gigante que probablementehayan influido en Sarkozy, sucedáneo sucesor empeque-ñecido; fantasma sin la grandeza del General. No entien-do muy bien, con lo que me cuesta a mí andar, el afánequilibrista de tantas féminas subidas a zancos y suple-mentos.

José, nieto mío, ha escrito, lustro atrás, delicioso re-lato sobre el apasionante hallazgo por su hermano Álvarode “Una momia egipcia” en las imaginadas cavidades deltesón o arenal que emerge puntual junto a casa. “Noe-lia” fue también otro maravilloso cuento, inolvidable,de Aida adolescente y ya feminista para dar un vuelcoal Noe bíblico con segundo diluvio universal.

L’Home marín, un trasgu aseado por ría y río.“Home petit, cargat de puñetas” insinuaba Jordi Pu-

jol de sí mismo, con sentido del humor y la empatía deaquel memorable aforismo regio de “tranquilo, Jordi,tranquilo” del 23-F antes de que supiéramos las trapa-cerías muy honorables del trespercent.

La ría mayor que el río. Siempre la güerta mayor que elgüerto, Julio Concepción dixit.

Para Le Clézio los aztecas fueron los primeros surre-alistas. Compañero de claustro profesoral en Alburquer-que no creo que Ángel haya instruido al Nobel francés

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en leyendas astures de trasgos que mucho tienen de re-volvines, traviesos e inanes seguidores de André Breton.

Con ayuda del desfacedor de escrituras inversas y cu-neiformes, endemoniados exorcismos, versículos sacrí-legos, metamorfeados encantamientos y bálsamoschamánicos, procedente de Vegadeo, subido a metálicastraviesas de peldaños varios y, al menos, tres metros, ter-minó el hechizo, entre satánico y artúrico. La puerta res-pondía, leal al fin, abriéndose en la normalidadrecuperada.

Normalidad sí, aunque ni delfines ni perseidas, al en-tender el mensaje astral, vendrán a nuestros suplicantesrequiebros cuando Setiembre y García Martín, perdidode momento en Praga por junto a un tal Kafka, la me-nos topadiza Marina Tsvietáieva y el río Moldava, sinduda pleno de otras fábulas vampirizadas del “poemaépico a la arquitectura” que penetraba Rilke en la capitalcheca.

El bisabuelo Floro quería que sus nietas, Carmenchuy Lelé, se adentraran en algunos de los prodigios que lehacían feliz: la escritura inversa de caracteres arábigos yel rayo verde de sus tiempos en Santurce, fenómeno queles animó a hallar en la costa portuguesa de Figueira daFoz.

Cuando notó cerca La Dama del Alba, don Floro plan-tó un limonero para que yo, biznieto mayor, y quizá Crisy Jaime, y puede que también Mari Carmen, que vinie-

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ron pronto, lo viéramos crecer con su memoria, bien asabiendas que resultaría difícil de cuidar con el vientodel mar demasiado próximo. María José, mi prima, queno conoció al bisabuelo, pero sí la estela, diminuta comoél, del limonero ha dejado plantado otro para Violeta,su creativa hija. Mucho me prestaban “Peter, Paul andMary”, con su “But the fruit of the poor lemon is impossibleto eat”

Diego Suárez Infiesta, pariente lejano, que ha pro-fundizado en nuestra común genealogía de la parte deLucía, mi abuela materna, me confirma la afición a losnombres grecolatinos de una amplia rama familiar.También me informa de antepasados colaterales queocupaban cargos en sociedades que promovían el espe-ranto. Tuvo que ser curioso el contraste entre los abue-los Antonio y Lucía; él con su padre entusiasta del árabey ella con los suyos en el forzado clasicismo de la tradicióngrecolatina y la momentánea histórica emergencia delesperanto. La presión lingüística fue proverbial en tío Ju-lio Masip Acevedo, que dominaba una quincena de idio-mas, vivos o muertos. En los orígenes de las institucioneseuropeístas se replantearía la posibilidad de resucitar ellatín, y aún el esperanto, como lenguas comunes que su-perasen la nueva Babel en la que estuve sumergido unadecena de años.

Borges, para Steiner “de prodigioso talento lingüista”aludió varias veces a Acevedo, el apellido de su madre,

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que fue también el de mi abuela paterna: “Puede que Ace-vedo sea un apellido judío portugués, pero también puede queno...La palabra acevedo, por supuesto, significa un tipo deárbol; no es una palabra especialmente judía, aunque muchosjudíos se llaman Acevedo. No lo sé...” Borges hablaba ochoidiomas, muchos pero menos que Julio, con el que com-partía segundo apellido.

Aida se llevó luego a Noemí, Noelia e Isabel en aven-turera y azarosa búsqueda por el triángulo eoto de lasBermudas: Ribadeo/Castropol/Figueras, mismo reco-rrido, entonces a remo, hecho por García Lorca y sus ba-rraquistas, donde todavía suelen encallar y despiojarse,en quijotesco encantamiento, barcos normandos y otrosvarios corsarios arboricidas de pabellones de convenien-cia. Isabel temió que, siguiendo también las hazañas delMuy Ilustre Señor don Quijote, el desayuno hubieraconvertido su corazón en mantequilla, propicia a derretir-se, reproche que Sancho Panza recibía con resignacióncaracterística. Impecable las pastillas mantequeras na-viegas de Reny Picot surcando todos los aires en el cate-ring de cualquier compañía aérea que conmueven elcorazón de los asturianos que las tropiezan. Emilio Alar-cos, siempre humorista, pronunciaba en francés, diri-giéndose a Paco, con gesto teatral: Monsieur Renée Picotd’Anleóo...

“¡Que cante niña Isabel, grita la marinería!” fraseabanCarlos Cano y todos los que la copla y la habanera han

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dicho, pero no hubo tal: ni la nave ni la voz de Aida, de-masiado tempranera para sus habituales cantarinos, nisi quiera el tenue tableteo del motor rompieron las bre-ves olas. La mención de la Searila transforma, segúnarraigada creencia, las aguas que se oscurecen de tinta.

Ay niña Isabel //Que si al agua se van tus suspiros ...S., un amigo, me escribe al blog:”agárrate, yo vi una

nutria en el muelle figuerense, de noche, mientras los niñospescaban”.

- No hay de momento prodigio inhabitual, me asegura elpatrón de la lancha de paso/paseo.

Jaime, ingeniero naval, y María, mi sobrina aeronáu-tica, me tienen que explicar los múltiples efectos de lacavitacion y sus burbujas.

Carpe diem.Yo creo que fue todo cosa del fantasma, trasgu, home

marín o parentela, en línea al buñuelesco “Ángel exter-minador”. Si bien, recalcitrante demócrata, admito yrespeto discrepancias. El fantasma, probablemente dedistinta estirpe política, no será de nuestro talante ni opi-nión social. En cualquier caso, no quisiera provocar eno-jo mayor ante la obligada perspectiva hospitalaria anuevos invitados. Nacho Gracia mantenía que la etniadel trasgu sabe latín, dispuesta a extasiar con las divinaspalabras del sacristán valleinclanesco.

“Todo en el aire es pájaro” habría escrito un Guillénexcesivo; si en el Hudson notas una lancha navegar sin

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piloto lo atribuyes enseguida a magia robótica, con fron-teras abarrotadas de ciencia y progreso innovador; encambio en el Eo, desde que Casona imaginó barca sinpescador, Gonzalo Moure galerna en El Risón, AlfredoConde el sangriento final del Marqués de Sargadelos yCernuda las múltiples desapariciones de Santiniebla, to-do es cosa de trasgos desportillados y/o zambullidos,dramas morales, deudas antiguas, linchamientos, trai-ciones sin cura ni perdón y amores y desamores infini-tos.

Al fondo vasallo de la ría, los coches revolotean hacesde luz orientando fantasmas perseguidos de espanto enla orilla, donde la Searila mojaba sus pies y aún la matade pelo que su amante conservó, húmeda en hornacina,junto al corazón, que sigue ahí, en todo su romanticis-mo icónico, a la vera del río; la bruxa Clara de Rueda, asu vez, rebajaba enfriándolas sus pociones abrasivas; Ju-lien Gracq describía desaparecidos naranjos en esos bor-des fluviales y el vagabundo celano, proveniente delMiño, pescó en el Eo, quizá a marea alta y sin fango co-mo ensueño a Concha y Julián Ariza. El personaje, o elmismo Camilo José, había platicado poco antes con Ál-varo Cunqueiro pero no se enteró de mucho más. Gar-cía Baena, contra el que preferí a Ángel para el Príncipede Asturias, cuestionaba en cuál de las orillas se encon-traba el poeta, metáfora de las dos orillas que tanto uti-lizó en política su otro paisano cordobés, ex alcalde y ex

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califa, de rancios ecos e indudable y discutida personali-dad.

En Canarias guardan museísticamente un rizo deTristana, de Galdós; a su vez, la cabellera de Berenice, des-aparecida de un templo egipcio, que un personaje deHenry Morton Robinson vio también en la mar océanaentrando en Nueva York, se sigue contando que reapa-reció en siete estrellas consteladas; la melena de la Sea-rila, cortada en el sepulcro por su amante no tiene aúnsiglos de mito, aunque va para mucho más. Siguiendoarraigada tradición, Jesús Evaristo Casariego menta lafábula de las xanas, que peinaban, con peiniquines de co-ral, sus cabellos de oro al borde de las fuentes.

“Ardiente mar”, oxímoron eoto de Juan Ramón Jimé-nez.

Nuestro Pérez de Ayala, de no menor pasta poéticay cultista, hablaba de “la región de la húmeda niebla deoro” lo que, en determinados anocheceres eotos, es másverdad que metáfora, cuando Ribadeo, desaparecido enla neblina, enciende sus áureas luminarias urbanas. Eljuez Alejandro Sela, desde Viladevelle, veía, lo mismoque nosotros, “acorde de amarillos” incluso antes de laluz alógena, predominante hogaño en tardes mágicas.La pureza de lo dorado tiene, para Sela, un contrapuntolíquido, lengua de plata.

Mediavilla vuelve sobre parecida imagen caleidoscó-pica: el aire se llenó de cenizas que ascendieron de manera que

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el sol dejó de brillar quedando reducido a un círculo opales-cente.

Ernst Jünger, decano de los escritores europeos, conel que Aida y yo mantuvimos animado encuentro, bus-caba el campo para renovar sus grises.

Vicente Loriente Cancio, en el BIDEA, destaca la vi-sión de Sela, juez/testigo, pintor, escritor, cuando el Eoy el Occidente eran menos conocidos.

El fondo fantasmal no es ajeno tampoco a Tigre Juan,la segunda obra en el crono de la exquisita nómina de labien novelada que decían Alarcos/Cachero/Manolo Ave-llo/Juan Benito, o Bendito para Bryce Echenique.

Mucho me impresionó en el parisino Orsay un lienzode Monet con la bruma sobre el Támesis y la House ofParliment. No menos sobrecogido estuve por otro másconocido de Van Gogh. ¿Será posible que Claude Monety el holandés de la oreja cortada, no conocieran nunca laRía del Eo? Más triste que se lo haya perdido el ovetenseLuis Fernández. No así Bernardo Sanjurjo, en la Ense-nada de la Linera, y César Montaña, Luis Fega y Legazpial fondo veigueño, y aún Piñole y tía Lelé Hidalgo quemontaron el caballete en mi mismo solar de la Atalayade San Román. Caso reciente y aparte el tapiego MiguelGalano, recogedor inigualable de estas brumas, desde laGalea y otras esquinas.

Para algún clásico castellano “brumado” equivale a“abrumado” lo que jamás hubiera sido ante el Eo.

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Poco más arriba, en la azotea superpuesta del cambiorasante de la ladera, chispean también los indicativos demolinos aerogeneradores, gigantes de esta Mancha ver-de, llamada y premiada como Los Oscos, a cuya calmabeldad sin ventarrón ni armatostes es comprensible ren-dirse, en riesgoso ataque de panteísta stendalismo.

Dejad hablar al viento//Somos agua, somos ríos, auroras,atardeceres; reclama desde el cercano Cadavedo mi ami-go Miguel en conocido e intenso verso. Otro poeta, aho-ra galardonado con el Nobel y antes premio Principe deAsturias, Bob Dylan, deja musicalizado para siempre: larespuesta, amigo mío, está flotando en el viento...

Sin olvidar a Onetti:Dejemos que el viento hable a borbotonesEn los días de lucha tensadaEn los días de dudas sonorasEn los balcones de la casa solitariaY en el cariño de los nidos.Dejad hablar al viento.Hay un verso de Yeats archirrepetido (out of the mur-

derous innocence//of the sea: fuera de la asesina inocenciadel mar) que va con la calma eota fuera del peligro de lamar abierta.

José Antonio Alvarez Castrillón, culto cronista oficialde Los Oscos, se pregunta si la energía así obtenida fuesetan rentable por qué no está colocada, v.g., en El Sueve. Encualquier caso, los parques eólicos ganan en su desapa-

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rición nocturna. Todo moderadamente pues la energíahay que obtenerla de alguna parte y esta forma, llamadalimpia, no dejará secuelas irreparables cuando los chata-rreros se lo lleven todo y otras alternativas surjan en elimparable progreso.

Ensenada abajo se hicieron las horcas de la Invenci-ble, pulverizadas luego por los elementos: “abandonadopor la mano de Dios, se consideraba en El Escorial elRey Felipe II” a juicio de Michelet.

A nuestro lado, el actual astillero. Más allá la paradi-siaca, en léxico borgeano, biblioteca de Pérez de Castro,enfrente de la legendaria castropolina, circulante, de Lo-riente, que, tal la norafricana de Alejandría, conserva in-extinguible aroma popular.

Los sones de una orquesta de aves migrantes son se-ñal de que l’home marín roza la lámina de agua.

Esa mezclilla de ruidos y espumas diversas me traeconstantemente la divina omnipresencia de Neptuno. Ala vista de un insólito fósil marino oí por primera vez enPinos Altos, Salinas, una elíptica referencia a los neptu-nianos que todo lo explicaban desde el dios de las aguas,contrarios a los plutonianos de astrales explosiones vol-cánicas, incluidas las queridas perseidas de supuesto des-consolado llanto. Supongo que la clásica espiralgeológica neptunianos/plutonianos es el sofisma de tan-tas disyuntivas vacuas; no sé si desde aquel entonces, pe-ro desde ahora, a sabiendas de su palmario

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reduccionismo, incluso de su planteamiento absurdo,¡yerro en la pregunta no tanto en la respuesta!, abrazoen la contemplación del Eo la causa mítica neptuniana,sus soles, lunas, grisuras y un largo poema tranquilón,hecho de agua, tal la sonrisa amorosa de Neruda.

BRUXASFernández-Arias Campoamor, Díaz Fernández y Var-

gas Vidal llaman la atención sobre As Campas, dondehabitaba Clara de Rueda, eficaz adivinadora/profetisa ysanadora de cualquier desdicha. Su fama le venía de hier-bas, bebedizos y del desembrujo de un inestable arreba-to de amor. Clara no se mojaba con lluvia y sin paraguas, nile manchaban los barros de los caminos que jamás ensuciabansus madreñas, relucientes los domingos en misa hiciera el tiem-po que hiciera.

Víctor Botas, en Rosa/Rosae, su novela latina resca-tada por Paulina y G.Martin, escribe, referido a una viejahechicera de Tarquinia:

-(...)periódicamente le prepara un mejunje a base de abró-tano y jugo de mastuerzo, con el cual debe Léntulo rociarse laspartes durante siete noches sin luna, siete veces cada noche, yluego, antes de que el potingue se le seque sobre la piel, se gol-pea con un ramo de ortigas verdes las pelotas.

Vitín leía apasionadamente a Petrarca, a Borges, a loslatinos, sin que me lo dijese ni por mi parte sospecharasu excelente poesía. A cambio algo sabía yo, silenciosa

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y simultáneamente, de esa Tarquinia por Margarita Du-ras, escritora y militante sobre la que vuelve la memoriapóstuma de Jorge Semprún, testigo, digno y cualificado,del XX.

El fabuloso Torres Villarroel, al margen del conjurode la calle Pez, llevaba siempre consigo un doblón paradárselo a quien le hechizara o le metiera en una casadonde habitase duende

No conocimos ni a Clara ni a una ayudante herederade éxitos menores ni a otra colega de la tapiega Porcía.En torno a esta última sigue flotando la duda popularsobre si su espíritu influye todavía en la inusitada fre-cuencia de relámpagos, o si los sigue todavía atrayendoel mineral de hierro del carguero holandés Valkenburg,naufragado a finales de los veinte cuando se dirigía alPuerto de Rotterdam. Hay, no obstante, unanimidad enque los rayos vienen del infierno, jamás del cielo.

Porcia sin la tilde de playa y río era el nombre de lamujer de Bruto, el principal asesino de Julio Cesar. Sha-kespeare le hace reclamar su capacidad para guardar elsecreto de la tormentosa conspiración entre infierno ycielo, o viceversa.

J.L.R.Vigil, estudioso importante, se extiende en lasfacetas de herejes y hechiceras de las bruxas, perseguidaspor la Inquisición, que no parecen de la tipología rea-daptada a la nueva época de Clara y las suyas.

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Tampoco conocí el cercano e inutilizado lavadero deArroxo, así denominado por la tierra rojiza, el pequeñoarroyo o el arrojo heroico del fortín medieval, o por to-do a la vez. Al lavadero surtía una fuente milagrera enla que se apareció San Romanín, sacralizado mucho des-pués en nombre compartido de puente, obra colosal delingeniero Ignacio Arango, de la gloriosa estirpe de poli-técnicos/renacentistas de los Cabrera, Madariaga, Eche-garay, Fernández-Casado, Benet...Siguiendo a José LuisMediavilla, el puente toma del hombro a Ribadeo, abrazán-dolo en círculo mágico, collar recién estrenado de la Ría.

La fibra culta y humanista de Nacho Arango se ma-nifestó en su propuesta, inicialmente admitida, de ponerel nombre de La Regenta al mayor puente de Asturias, enBallota, bautizado luego como Pintor Fierros, a iniciativadesmedida de las Consejería de Cultura y Junta Generaldel Principado, de las que discrepé abiertamente. Supri-mido con pena el nombre clariniano, Arango consiguióse mantuviera una escultura encargada a Miguel ÁngelLombardía alegórica,al menos por su nombre, de la frus-trada y efímera denominación de La Regenta.

Antes se usaron otros puentes.Los antiguos caminantes santiaguinos pasaban la ría

por Abres; en los primeros días de la guerra civil, espon-táneos republicanos planearon volar el Puente de Vega-deo pero se produjo un sabotaje del sabotaje. Mi abueloAntonio y Luis, su chófer, pasaron el puente veigueño el

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20 de Julio de 1936, mientras Aranda ultimaba la ocupa-ción rebelde de Oviedo. El abuelo se encontraría con lastropas alzadas que venían de Lugo a las que previno queno encontrarían resistencia hasta Asturias, aunque enRibadeo hubo un Comité de Guerra que pudiera no co-nocer.

El Puente de los Santos, autoría de Nacho, imagenque tanto me acompaña, lo ve Paco Rodriguez integra-do en el paisaje aunque no lo toleraban Gamallo ni losno menos queridos hermanos Lombardero. Tuvo signi-ficada oposición, redoblada en el desdoblamiento, peronadie hubiera pensado en sabotaje alguno, ni el frustra-do de la incivil guerra ni en el del remoto río Kwai delcine yanqui, cuya pegadiza música silbada nos absorbióun tiempo de la adolescencia.

Un grupo de chicas británicas, caminantes, amochi-ladas, bastón en ristre, llegaron hasta casa preguntandopor el paso.

Gerardo Entrena que fue Subsecretario de Obras Pú-blicas en el momento del Puente quedó tan prendadode su Panorama desde el Puente, que diría de otra opuestadramática manera Arthur Miller, que se ha convertidoen adicto con su familia a la zona, tan distinta de Gra-nada, su Granada. Gerardo penetró también en el redes-cubierto paisanaje: los Guerra, el quijotesco barberoPestaña...

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La fuente encantada me lleva a la de tío Enrique Hi-dalgo, Cambroña, en la Isla/Colunga, con la correspon-diente leyenda de tres lindas muchachas sumidas bajolas aguas cristalinas que antes las habían fascinado.

VOLAR EN CÍRCULOS¡Cuidado!, no lo fiemos todo al experto cósmico da

Veiga, curandero hogaño de emergencias, trancas y es-caleras, pues toma alarmantes vacaciones.

Lo que Noemí, Noelia e Isabel, como las tres hermo-sas princesas moras de Washington Irving en la grana-dina Alhambra, tardaron apenas un santiamén enresolver se nos puede eternizar con otros huéspedes, queni la presencia de los de Tol, el arréglalotodo espíritu delCid y su salta cerrojos para Divinos Candados de Cega-tos Resplandores, el Carmen, desubicado de su fecha tra-dicional, el sagrado chosco adobado de Casa Emburria,consuelo de paladares, miradas y barrigas, y/o el merlin,violinista entejado, de la escala plateada veigueña, nosliberen del embrujamiento no ya por delfines sino de ce-rraduras herméticas en las mismísimos postigos, o fau-ces traseras, del Paraíso Natural, sin San Pedro que nosabra otra vez.

Para entonces las risas y sonrisas talismanes de lasmoras, los nardos de flor e inteligencia lorquianos, seguardarán tal los dondiego dispuestos a abrirse con laatardecida. Les asignaremos para hacerlas imperecede-

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ras, despojándolas de su proverbial algarabía, almenadosmuros de As Figueras, garantía gestual probada contrainesperados acechos de brujería eota y sus corresponsa-les fantasmas, merodeadores de la ría, del sepulcro poe-mado de la Searila, al recodo de Piantón, de la tumbaprofanada del industrioso Antonio Raymundo Ybáñez...Por allí moran aún las ánimas de encomenderos, los pu-blicanos evangélicos, condenados a arrastrarse a puertasde un paraíso que por sus muchos pecados recaudato-rios no alcanzan picaporte. También cuchichea la cerca-nía de El Esquilo con un taimado y discreto gánster,superviviente de San Valentín, histórico tiroteo chica-güense. José Francés, del que me hablaba María Zam-brano en Ginebra, rodeada de gatos, sostuvo, en sumagnífica “Madre Asturias”, que los ahogados siguen enlas playas, dispuestos a reaparecer vivos con la resaca. Asensu contrario, o complementario, Mediavilla evoca enCastroniebla, que llama Moure, a hombres todavía no naci-dos que se reúnen para homenajearnos.

Puede que Noemí, Noelia e Isabel se parezcan comotres gotas de agua a las hermosas Zayda, Zorayda y Zo-rahayda del romántico hispanista neoyorkino, con nom-bres tan próximos al de mi hija. No en vano la grafíazigzageante, casi onomatopéyica, de la Z, ceta, no es si-no N inclinada sobre pedestal firme y horizontal siendola l isabelina mayúscula la mejor representación de la es-

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cala alta traída de Vegadeo en refuerzo contra la fechoríapuertabloqueante de l’home marín.

En la coplilla, que me recuerda Alejandro DuqueAmusco, el gran especialista en nuestro Bousoño, sontres moriscas jienenses de apelaciones rítmicas distintas:

Tres morillas me enamoran en Jaén, Axa y Fátima y Marién. Poco que ver con la no menos legendaria Lela Zorai-

da, argelina y cervantina, receptora de otra de las variasderivaciones literarias de la genuina Aida.

En cualquier caso, descontada su evidente comúnhermosura y su torre/almena prisión de cerrares sobre-naturales, no me atreví a preguntarles la edad exacta nofuera a ser que, como las hijas de sultán y bella cristiana,coincidiendo también con la leyenda granadina, Noemí,Noelia e Isabel apenas se llevaran entre ellas unos esca-sos minutos de natalicio.

John le Carré cuenta el caso de una fabulosa mujerque reclama en Camboya, justo antes de la entrada delos jemeres rojos, pasaporte francés para cuatrillizos conlos nombres improvisados de Lundi, Mardi, Mercredi yJeudi.

El famoso novelista de grandes éxitos policiacos na-ció en la bahía de Poole, donde pasé un par de veranos,y luego mi mujer, mis hijos y alguno de mis nietos. Esabahía poblada de veleros mucho me recuerda la ría eota.

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En Poole, Spur Hill Avenue, tuve de vecina la familia delMayor Towsend, de abrupto noviazgo con la PrincesaMargarita cuando los chismes rosas se reducían a las ca-sas reales británica, iraní y monegasca que, con otrosprotagonistas, duraron luego muchos años hasta elgran suceso de Diana en el túnel parisino de Alma. Enlos condados de Dorset (Poole) y Hamsphire (Bourne-mouth) se hablaba mucho del Lago Ness al Norte de laisla. El monstruo del Ness era de alguna manera parien-te en su común celtismo, no sé si próximo o, más pro-bablemente, lejano, de nuestro l’home marín, mucho másdúctil, ubicuo y volador.

“Volar en círculos” es las memorias de David Corn-well, John Le Carré.

CUMPLE EN EL RISÓNDe las tierras castellanas de don Quijote y del Señorío

de Iniesta, llegó, risueña donde las haya, doña Ana, dis-puesta a entrar, con su mágico palíndromo, en las claveseotas de l’home marín. Nada inalcanzable para quien vinodesde viñedos y tierras historiadas hasta nos en benditasorpresa.

Norma, “proveniente de una constelación austral”;Amaya, “luz brillante para el Imperio del Sol naciente”,indómita veneración de los vascones y un siempre anu-dado recuerdo para Eloina; Pilar, de apelativo fundacio-nal, sostén de los suyos, y los bíblicos Daniel y Marcos

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contemplaron también su cuota parte de los prodigioscoincidiendo con el cumple de AIDA, fosforescente es-trella de una galaxia que disputa nombradía con este as-teroide edénico, llamado El Risón.

Es Venta, posada o mesón náutico, cuyo embarcade-ro se alcanza en vela latina atravesando la Estigia, susmareas y tesones, y la vista de tres cisnes, difusos, atípi-cos, exóticos, inesperados y negros, especie que llevabaveinte años sin ser vista por la ría, signos para NassimNicholas Taleb, en su best-seller, de improbabilidad, im-predecibilidad e imprevisibilidad. Trío de patitos feos, enevocación de Hans Christian Anderssen, que contra Ta-leb, profesor americanolibanés, no son precisamente im-posibles, pues los fotografía, en su blog, EnriqueSampedro, joven ornitólogo eoto. Rubén Darío, que sequedó en el Nalón, sin llegar hasta aquí, elevó a verso lapresencia del cisne negro, que anuncia siempre el día.

El Risón, en su naturaleza asteroide, orbita entre Mar-te y Júpiter, y tiene calidad gastronómica jamás imagina-da por Antoine de Saint Exupéry para su Principito. Lanómina de asteroides rocosos llega a 26.000 sin que sea-mos capaces de saber si El Risón se encuentra en esa an-cha contabilidad, o en un apéndice a cargo de l’homemarín. Quizá lo compruebe, en el futuro, Lucio, el pe-queñajo, tan avispado él. Dicen, en cualquier caso, los sa-bios que, por encima de nos, pasan apenas dos mil,

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algunos de tamaño aproximado a El Risón, ideal para darcuenta de moluscos, crustáceos y lubinas salvajes.

¿Cómo han concurrido en tan corto espacio otras ca-sas de comidas tan exquisitas:Peñalba, Vicente, Los Arán-danos, Fumarel...?

Aunque afectada la ría toda por la degradación delecosistema global llamado Antropoceno, la alteración debiodiversidad puede resultar menor que otras zonas. Laausencia de plásticos y escorias industriosas opera a fa-vor al reducirse la letanía de los efluvios de la pasta eu-calital papelera a la otra ría hermana de la que apenasson recuerdo sin estigma el acarreo empacado desdePorcillán en buque diario.

Estamos en un extremo de Asturias, región de la queeran oriundos, con familia en Salas, según Carlos Rodrí-guez, su biógrafo, y/o, según una personal investigaciónde campo que hice años ha, en Piedras Blancas, popu-larmente llamada Piedras, Luis y Walter Alvarez, físicoy geólogo. Los Álvarez, padre e hijo, descubrieron el finde los dinosaurios por un tremendo impacto de cuyocráter, pedregoso y blanquecino, pudo desprenderse ElRisón. Moure vio, o se imaginó que es lo mismo, la lle-gada hasta allí, en la tormenta y por el canal, de leños yotros peligros procedentes de Abradeo(topónimo litera-rio, fusión de Abres y Eo/Vegadeo) salvado El Risón mis-mo por la altísima marea.

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Cuando reapareció en Estados Unidos ElisabethCraig, a la que está dedicada por Céline “Viaje al fin dela noche”, obra cumbre de la Literatura, esta danzarina,amante del novelista, se sorprendió de que su antiguonovio fuera un declarado antisemita al ser judío su ínti-mo amigo, el doctor español Álvarez, le pétit Alvares.Desde que lo supe relacioné caprichosamente en el mis-mo tronco familiar a estos Álvarez, asturamericanos, ¿ypor qué no El Risón y el cercano home marin?

Ana y Noemí (Iniesta/Perú) se liaron al remo del bo-te danielesco girando sobre sí mismas en tris de chapuzónsin que supiéramos- son de tierra adentro, junto al Car-diel y el Piura, tan diferentes al prodigioso Eo- si sabíannadar. Torpe maniobra que bajo el puente dePiantón/Suarón, en curva y apenas altura, ví ha tiempoa Paco Rodriguez y Avelino Martínez, mientras Pérezde Castro daba muestras de destreza sin que los añosmermasen sus facultades de lobo marino.

El Piura, río de Noemí, lo es también de La Casa Verdede Vargas Llosa, y el Cabriel de Ana está en el Patrimo-nio paisajista de la Humanidad en el que debería constarel Eo sin mediar papeleo.

Veremos si el l’home marin sigue en cavernas acechan-tes para tiempos futuros o desaparece tal los dinosau-rios, la bruxa Clara y/o la línea de costa por eldesmedido crecimiento del mar.

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El mesonero argentino ofrece de postre típico reque-són. Aida, germanista en auge, no sabía que en la pri-mera traducción española, que leí en la insólitabiblioteca de mi padre, de “Madre Coraje y sus hijos”,Bertolt Brecht llama Requesón a uno de sus personajes,que pasó a Cara de queso en palabras de Amelia de la To-rre para la legendaria versión de José Tamayo.

Diego, inquietotimonel primerizodel Cielo azulal ParaísoDe oca a ocaCandela y Rocío.Ajenos benditosA tanto prodigioQue guardanen recordatorioDe Aida, su cumple¡Y el Eo casi dormido!El trasgu, por lo demás, vaga por la ría desde tiempo

inmemorial.Ay, es solo ¡l’home marin!

EL NIÑO DEL PELO VERDEBien recuerdo la película de J. Losey, “El niño de pelo

verde”.

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La dieron en una matinal de domingo en el ovetenseReal Cinema, de la plaza Longoria Carvajal. Era promo-vida por el Cine Club de la Alianza Francesa, que con-ducía Juan Cueto. Al día siguiente, por la tarde, en lasdependencias de la Alianza, en la calle Santa Cruz, nosreuníamos para hacer comentarios.

Losey era autor de culto por sí mismo y por la perse-cución del enloquecido senador McCarthy tras la quehubo de exiliarse a Inglaterra. La película es inglesa porescenario y argumento pero anterior al exilio inglés delautor.

La vimos en versión original y no era fácil de seguirpara mí pero aún me resuenan las palabras del protago-nista sobre su “green hair”. El pelo de color se le habíapuesto inopinadamente una noche y se vio en el espejoal despertarse.

En una escena trata de lavarse, y frotarse, la cabezaen el grifo del lavabo para que desapareciese el color pe-ro resulta inútil.

Debía de ser una cinta de mucho mensaje antibelicis-ta que trataba de alguna rebeldía o al menos eso buscá-bamos en todo el ciclo del Cine Club.

Ahora resulta que Thomas, un crío inglés, como elde Losey, que hace intercambio con mi nieto mayor, apa-reció una mañana eota con el pelo completamente ver-de. Yo bien sabía que era muy rubio y el recuerdo deaquella película resultaba inevitable.

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La ría del Eo con sus prodigios produjo el sorpren-dente tinte verde en la playita junto a casa.

No hay guerra próxima ni si quiera bosque verde delargumento, pese a lo que Losey y su personaje se meaparecieron.

Cristina, mi nuera, se asustó: demasiado joven no co-nocía la peli de Losey; tampoco Losey, ya en el otro mun-do, a Thomas, al que hubiera llevado a su rodaje.

Al irse Thomas a su país, a José le diagnosticaron es-carlatina.

A mi nieto no se le puso el pelo verde como a su ami-go, pero, ¿y si su espalda llena de puntitos rojos se le su-biera a los cabellos? Mucho me hubiera prestado uninopinado chaval pelirrojo, simultáneo al huésped ver-de.

No sé, está claro que José se apasiona con la natación,el surf de Peñaronda, la vela...No parece en principioque le afecte al pelo. No obstante, ya en Madrid le hepreguntado si se ha visto la cabeza en el espejo por si elfenómeno de Thomas/Eo hubiera quizá producido, re-tardado, el prodigio de otro color. El de su tocayo JosephLosey era “colour by technicolour” como rezaban los tí-tulos de crédito.

¿Quien sabe?

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OTROS TEXTOS DEL PRODIGIO EOTO, YA PUBLICADOS

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UN CAÑÓN PARA EL MARQUÉS DE LA RÍA

A la memoria me vienen también inolvidables amigos ribereños: Gamallo, Del Pino,

Cándido Riesgo, Luis Estrada…

Conocí a don Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo unatarde del verano de 1982. En Vegadeo celebraban unaregata de traineras. Al Presidente del Gobierno le acom-pañaba su cuñado, Rafael del Pino, viejo amigo de mifamilia materna ya desde el Ribadeo de 1936. Conmigo,Consejero de Cultura entonces del primer gobierno au-tónomo asturiano, venían de un viaje por el Occidente,Emilio Martínez Mata y Avelino Martínez, con cuyosasesoramientos intentaba yo montar los servicios regio-nales de Deporte y Educación respectivamente. Recuer-do también al Alcalde Álvarez Linera y al Presidente delClub de Remo, Vicente Loriente. Emilio, hoy ilustre cer-vantista, comentó que la imagen que teníamos de Leo-poldo de persona seria, en absoluto dado ni siquiera a lasonrisa, se evaporó enseguida hablándonos de cosas delrío y de la ría.

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A estas alturas, fallecido Leopoldo, nadie puede po-ner en cuestión su bonhomía, su cultura y su sentido delhumor.

Le recuerdo en una de las últimas comidas de Anleo.Allí, Francisco Rodríguez, propietario de Reny Picot, nosreunía anualmente a un amplio grupo de amigos, por logeneral de veraneo en el Occidente Astur. Con la inve-terada costumbre española de hablar a los postres, -muya diferencia de Centroeuropa donde los discursos sonsiempre en los inicios-, a las palabras del anfitrión suce-dían las de Leopoldo, como invitado de mayor rangohistórico en el que de forma tácita todos delegábamos.

Aquella tarde agosteña, el ex presidente se erigió enrepresentante de la Xunta, comisionado para indagar si,como sostiene Dámaso Alonso, desde el Eo hasta al ríoFrejulfe se habla un dialecto gallego. No solamente eracómica su autorepresentación del Gobierno de coaliciónde izquierdas de la Xunta, que me parece se acababa deestrenar, sino que los reunidos a la vera de la fábrica ydel Castillo de Anleo no teníamos precisamente mucharepresentatividad para semejante prueba fonética. PeroLeopoldo lo decía todo con tal serenidad un humor des-bordante: “Comprendan lo que les digo, he de informary concluir si las hablas de esta franja están dentro del sis-temalingüístico galaico, desde una perspectiva sincróni-co-diacrónica”. Pienso incluso que pudo haber quiencreyese que ciertamente estaba cumpliendo tan pinto-

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resco mandato del socialista Emilio Pérez Touriño paraun estudio de campo filológico.

La afición a las jerigonzas locales le venía a Calvo So-telo de familia. Su padre fija bien giros vernáculos en lanovela “Ribanova” y su tío, Joaquín, académico de la es-pañola, se detuvo ampliamente en detalles antropológi-cos. De ese Calvo Sotelo, de tanto éxito como autor de“La Muralla”, recuerdo, en la época de la televisión enblanco y negro, cómo refería la tristeza de una mujer acuyo nieto se le había, “en la ría del Eo”, estrellado elcometa con el que jugaba:”esparapapillousele o papa-ventos”. Si en alguna parte el seguimiento de la lenguaapasiona ha de ser ahí, en uno de los puntos más nota-bles no ya del “Paraíso natural” sino del Paraíso terrenalmismo. Uno de los mejores poetas de todos los tiempos,Luis Cernuda, da cuenta de cómo escuchaba, en el hotelGuerra de Santiniebla (Castropol) a las mujeres ribaden-ses que iban al mercado, en madreñas, a la vez que oíatambién de un gramófono la Sonata a Kreuzer a lo lejos.A Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo le habrán ocurridosituaciones de ese mismo tenor, viviendo como vivíajunto a su pueblo y, a la vez, bien enraizado en los clási-cos musicales.

Otra tarde, un amigo guasón me dijo que había en-contrado en un anticuario a miembros de la familia Cal-vo Sotelo- Ibáñez Martín tanteando la compra de uncañón. El chamarilero, del que conozco sus dotes co-

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merciales y sus ocurrencias, sostenía muy crédulamenteque se podía preparar para que funcionase. Como quie-ra que la notable casona del ex-presidente se levanta en-frente mismo de mi ventana, por medio la ría, que DonLeopoldo, con su título nobiliario, contra el criterio as-tur llamaba de Ribadeo, y que hace tiempo en ese mis-mo lado, en el Forte de San Damián, había un cañónorientado contra Asturias o, según épocas, contra los pi-ratas ingleses, escribí en mis notas íntimas que debía es-tar ojo avizor por si montaban una cureña. Sin guasa ypor si acaso…

Escrito ya lo anterior en mi diario, me decidí a disipardudas hablando con Leopoldo que me confirmó la po-sesión de un cañón que pudiera funcionar malamente:

-Lo dejaron los nacionales abandonado al principio de laguerra, después de hacer dos o tres disparos contra el Castillode San Román.

-“No se llamaba de San Román sino de Arroxo”, precisóal quite José Luis Pérez de Castro, que mostró, una vezmás, su autoridad como el mejor coleccionista de todolo asturiano:

-“Sí hubo tales impactos en la vecina Ermita de San Ro-mán, junto a la casa de Antonio. Tengo las fotografías de losagujeros”.

Total: tanto historicismo me mosqueó y me presentéen el anticuario para comprar el cañoncito que, dispa-rase o no, debía apuntar al revés.

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Ni Leopoldo ni yo, que tantas protestas de paz hici-mos en política, probamos nunca nuestros artilugios co-mo aburridos señores de vetustas hazañas bélicas. Sinembargo, hubo un día, hace poco, ya fallecido Leopoldo,que tomé cierto respeto a mi propia arma. Y es que lafusilería dialéctica sobre cuestiones lingüísticas fue cre-ciendo hasta límites preocupantes. Y no tanto entre so-carrones ribereños como entre políticos invisibles a labúsqueda de imposiciones académicas de laboratorio.La edición occidental del periódico venía esa mañanacon violenta polémica entre dos corresponsales sobre ladiferencia de “las isoglosas”, “la ausencia de geada” y nosé qué lío con una “intervocálica”. Un tercer comenta-rista aseguraba que la batalla podía llegar a las manos yque era mayor “que la gota fría que había descargadorecientemente”.Me acordé enseguida de la intervenciónde Leopoldo inspeccionando las riberas del Frejulfe y delAnleo. ¿Y si alguien lo tomaba en serio, entraba en mifinca, demasiado abierta, y le daba por intentar un dis-paro contra la otra orilla? ¿Cómo inutilizar definitiva-mente, pues, mi cañón, en la prudencia de que “lasarmas las carga el diablo”? Además el mindoniense ge-nial, don Álvaro Cunqueiro, previene varias veces en susobras sobre gentes que deambulan por esos mismos pa-gos guardando en su magín deudas antiguas de genera-ción en generación.

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Hice un viaje hasta Figueras con el exclusivo propó-sito de pulverizar el cañoncito de marras.

Resultó, sin embargo, que me lo encontré destroza-do, con restos fuera de su soporte.

Al parecer, versión que aceptó la Compañía de Segu-ros sin rechistar, un rayo había atravesado el percutor.

El perito se extendió en su informe sobre los adita-mentos y postizos de una pieza genuina que jamás hu-biera sido concebida para montar sin su toma de tierra.

El experto asegurador escribió lo que supo, que debíaser bastante, sobre las provocaciones al aparato eléctricode las tormentas. Muchos no la contaron; otros, tal Ben-jamín Franklyn o la viejecita expresiva de Joaquín CalvoSotelo, sí nos legaron sus experiencias de cometas.

Nadie, sin embargo, puede asegurarme si desde elcielo alguno de sus habitantes recién llegados, no en va-no ingeniero para más señas, orientó el rayo fatídico conintenciones y resultados pacifistas, adelantándose cau-telarmente a mis buenos propósitos.

La ría sonríe; Leopoldo también, con gesto celestial,pero muy próximo por lo que se ve.

(Del libro homenaje a Leopoldo Calvo Sotelo del Ayuntamiento de Ribadeo)

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PÉREZ PRIETO Y GAMALLO ANTE EL EO

“(...)miro el agua siempre como él me dijo:con respeto y emoción”

Julio Llamazares,”Distintas formas de mirar el agua”.Claudín Pérez Prieto, personaje fabuloso, que apenas

nadie recuerda ya en su Ribadeo, al volver de largo exiliocaribeño se percató de una nueva tonalidad cromáticade la Ría del Eo.

-No hay nada parecido en el mundo.El tramo entre Abres y Vegadeo, antes de hermanar-

se con El Suarón, es también inigualable.Sin duda Claudín tenía razones para expresarse con

autoritas.Algunos reclamaron a Dionisio Gamallo Fierros para

apostillar lo que Claudín pontificaba acercándose al bor-de del agua con cierta perspectiva en determinados díasy soles. Para Cunqueiro, “desde remotos siglos,uno delos grandes ocios humanos es contemplar estrellas”, Ga-mallo, los Pérez Prieto y demás buenos ribereños tam-bién daban categoría celeste al transcurrir del Eo.

La cruel guerra había separado a ambos genios riba-denses que volvieron a unirse en visión personalísima yheterodoxa de su ría.

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Cada cuál, a su indómita manera, esperaba, por pri-mavera, el regreso de los delfines.

Los domingos Claudín no faltaba en el Puerto dePorcillán; Dionisio, sin embargo, pese a autodenominar-se “Varón de Porcillán” en sus tarjetas de visita, era pre-cisamente el tiempo dominical, el que no bajaba delCantón donde velaba la salida a misa de su madre, mo-mento, marcado por el preciso reloj “lombardero” deSanta María del Campo, antes del excesivo campanilleopregrabado.

Dionisio, erudito donde los haya, lleno de paquetes,remitidos a la alejada estafeta de Castropol, burlaba du-rante la misa la orden de la jefa que no quería ni un libromás en el domicilio común.

-¡Ay, Dionisín!,..¡qué desgracia, hijo mío, el día que apren-diste a leer!

Si Claudio y Dionisio no coincidían festivos de guar-dar, sí tenían misma parroquia durante la semana.

Claudio se fue a su tumba de Vilaselán sin revelar laauténtica colatura eota; Dionisio dejó, sin embargo, es-crito:”Dividir en dos mis cenizas/Una parte vaya a Tí, ma-dre,queaún me brizas”; la otra para la Ría, a cuyo cielo elincrédulo Perez Prieto llegaría algo antes.

Los versos de Dionisio, legados para cumplir discre-tamente al anochecer, que en espíritu podían ser deClaudín, concluían: Ya en el regazo de la Ría... siente / minada como el dulce rumoreo / con que crecí en tu vientre.

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CUNQUEIRO Y MERLIN, El ImpostorMondoñedo ha tenido el acierto de sentar en bronce,

en uno de los bancos de la plaza de su Catedral, al nomenos suyo Alvaro Cunqueiro, que realmente colocó laciudad obispal en el mundo de las literaturas española ygallega.

Una tarde que peregriné hasta allí, debía de notárse-me mucho el afecto hacia lo que representaba aquellaestatua que pronto merodeó, dando vueltas, alrededorde don Álvaro y mío, un individuo de corta estatura queaún se agachaba doblando el espinazo y andando a sal-titos. Pese a lo insólito y cómico de la situación me que-dé tan callado como mi ilustre compañero de asiento.Pronto el extraño hombrecillo me habló, con fuerteacento gallego:”Soy el mago Merlin de Cunqueiro. Fui suamigo e inspirador. “. El Obispo me odia y me ha excomulga-do. Yo era librero pero me han boicoteado por vestirme un car-naval. Resisto aquí, al lado de él y sigo vendiendo estampitasde Santa Rita. Desde que murió Cunqueiro, yo mantengo suespíritu y el Obispo no puede conmigo.”Después me condu-jo a su antigua librería, allí mismo, donde ya no le que-daban libros a la venta sino estampas y algunasinvocaciones a la Santa Compaña, envueltas en granosde anís. Por algún lado decía guardar, pero no lo encon-traba, el decreto que le impedía acceder a los sacramen-tos. Él seguía hablándome de sus particulares devocionesa varias santas y de impresos de indulgencias parciales.

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En la frente le sobresalían levemente dos cuernos.Esa faz cornúpeta era la prueba, a juicio del escritorGonzalo Moure, que le conoce, de cómo tendía su cuer-po realmente a parecerse al mago que asumía ser.

Horas después, aquella misma tarde, en el Cantón deRibadeo, donde ahora precisamente se levanta su esta-tuilla, le conté el sucedido al cunqueirista por antono-masia, Dionisio Gamallo Fierros, que me atajó próximoa la irritación:”Sí, ellibrero Montero. Es un impostor. No sehable más”.

No sé si Dionisio, en definitiva, me aclaraba redun-dantemente lo que era un mago o que en su país de mei-gas y faunos hay magos auténticos para que otros caiganen la impostura.

Alguien ha escrito, y escribió bien:”la literatura esuna larga lucha de redundancia en redundancia hasta laredundancia final”.

(De mi libro CON VISTAS AL NARANCO. Septem ediciones)

Pepe Caballero (Bonald) sostiene que la narración sinel humor de la tipología de Cunqueiro/Cervantes seríasolo sermón.

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DELFINES Y ECLIPSE LUNAR

“Con la esperanza de un prodigio improbable”,Pedro de Silva

¡Qué hermosa última de La Nueva España en Agos-to/18/2015: “¡Orbayu estelar sobre los Picos”!

García Pavón, de la nómina de la bien novelada, sesorprendía que en Oviedo (Lloviedo, para el poeta Fer-nando Beltrán) no “lloviese sino orbayase”. Lo mismo te-nía que ser con las “lágrimas de San Lorenzo”. Pudecazarlas en la desembocadura del Eo, que compite comopórtico de excelencia con el Naranjo de Bulnes y afinespicotas sureñas; esta vez la entrada oeste al Paraíso.

Mi hija llegaba del Norte de Alemania donde suscompañeros de la Universidad de Bremen la alecciona-ron de la inminente revuelta estelar. Los turistas y astro-físicos que subieron al refugio de Áliva se encontraroncon espectaculares “fuegos artificiales”que eran simple-mente naturales, desprendidos de un cometa prodigiosode orbital zigzag errático. Aida y yo vimos lo que las ab-sorbentes, y en cierto modo cegadoras luminarias de Ri-badeo, enfrente nuestra, nos permitían.

Pero prestó mucho, tanto como la posterior llegadade delfines. Estos llevaban años años desaparecidos,in-vocados por mí íntimamente, muy poco antes, al glosara Dionisio Gamallo y Claudín Perez Prieto, que todas

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las temporadas los esperaban al borde de la ría. JL GarcíaMartin, personalidad exquisita, al toparse con estos del-fines eotos recordaba que los padres de Antonio Macha-do, cuyo heterónimo, Mairena, era tapiego de Casariego,iniciaron su amor divisando delfines en el Guadalquivir.

En un soneto de exaltación al Eo, dedicado a Pérezde Castro, Jesús Evaristo Casariego, en los cincuenta, es-cribe un verso enigmático por imposible belicismo ho-gaño: “ el delfín a tus hombres se rendía”. Imposible,desde luego tras la contribución a nuestra cercanía yamistad humana de tantas películas y lamentables ac-tuaciones circenses. Elo y yo recordamos mucho un en-cuentro con esos delfines, arroas los llamaban allí, en lasaguas de la playa coruñesa de Carnota.

Otra imagen sobresaliente, pues no hay dos sin tres,cuyo prodigio, en el que repararon antes, entre audacesmetáforas y fantasías, Casona y Conrad, era solo torpezahumana: el Kelly, un barco inglés, quedó varado, trans-versal al curso fluvial, como sucedió en el Támesis conel que se inicia “El corazón de las tinieblas”, pieza maes-tra del relato.

Aquí, en mi Eo, también el gran varado era de pabe-llón británico, entre arenas y mareas de un tesón incon-trolado.

Hace años, Ángel González y otros amigos (Loli Lu-cio, Juan Benito, Máximo Aza, Susana Ribera) vinierona buscarnos a Eloina y a mí, en Salinas, con la pretensión

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de ver semejante lluvia de estrellas en Pinos Altos, SanCristóbal u otra altura circundante. Tercas nubes nosdesbarataron el firmamento, mientras el whisky “nossubía a los tobillos”que decía el poeta.

Ahora se anuncia para el 28 de Setiembre eclipse totalde Luna.

Evaporados para la vista de la maravilla, aquellosamigos, idos y/o lejanos, bien guarnecidos en la memo-ria, espero contemplar el tránsito momentáneo a duer-mevela lunar desde el sitio donde las perseidas, losdelfines y el buque anclado sin ancla, me acaban de serpropicios. También hubo quien divisó una nutria.

En ese mismo lugar, tiempo ha, ví también a Marte,engrandecido de su pequeñez visual, disputar el predo-minio de la noche al satélite blanco plata.

El Eo, de Gamallo, de los P rez Prieto, de CándidoRiesgo, seguirá maridando ría y perseidas, cuando vuel-va a tocar. La presencia de cetáceos, como este verano,ya es coincidencia mayor.

Habrá mezcolanza con otros prodigios, probables oimprobables, que la metereología no es nunca segura enestos pagos cuando comienzan “el otoño y otras luces”,que titulaba el llorado Ángel. El poeta, en su ÁsperoMundo, nunca disfrutó, sin embargo, “lágrimas de SanLorenzo”, al menos tras aquel intento fallido de Salinas,que no sé si en su Alburquerque, donde un verso y undía,”¡y no era sueño!, la nieve ardía”.

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“Ardiente mar”, oxímoron eoto de Juan Ramón Jimé-nez.

(Columna sabatina de La Nueva España/blogwww.antoniomasip.net

http://www.antoniomasip.net)

DUELO A ORILLAS DEL EOLa zona de Figueras-Castropol es de lo más bonito de

Asturias, que es tanto como decir del ancho mundo. Paraencontrar un paisaje que pueda competir con el que seve situándose simplemente en el puente de los Santos ymirando hacia el sur, habría que adentrarse en lugareslejanos, quizá en algunas cataratas de América o Áfricao en estuarios del norte escandinavo, cuando hay luz in-finita, o en la dulzura mítica del Oriente. Los renombra-dos parajes suizos de ben inclinar la cerviz ante la ría delEo y lo mismo las misteriosas Hébridas Exteriores, alnorte escocés, o lo mejor de las recónditas Maldivas.

Una visión maravillosa de este trozo edénico es la ha-bitual a cualquier hora y desde cualquier ángulo y tem-porada. No obstante, hay momentos en que la mismaimagen de la lámina de agua se supera a sí misma en unadesconcertante proliferación de lo que los ribereños lla-man Fumaregos, más espectaculares que los geisers nór-dicos y los bufones llaniscos. Son fenómenos que seproducen muy circunstancialmente en invierno, mejor

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en la anteprimavera, determinados días, cuando el ven-daval, subiendo la marea, arran ca a la cresta de las olasuna finísima nube de la que obtiene una inmensa ima-gen próxima a la humareda. Se diría que el agua estu -viese ardiendo desde Vegadeo a la Punta de la Cruz. Enocasiones veraniegas surge, en zig-zag «el rayo verde»que. algunos privile giados han logrado captar y, sin em-bargo, jamás fotografiaron.

Es inconmensurable también tomar en esa mismaría, paraje de dioses, la barca de paseo y aprovechar elhorario de la marea para dirigirse hacia Vegadeo yAbres. A la izquierda llaman primero la atención lasconstrucciones art nouveau de Peñalba, el Palacio de losPardo Donlebún, el núcleo habitacional de pescadores,resguar dado del nordeste, el impacto de rectángulos ver-des del astillero, a la derecha la Torre estriada de los Mo-reno, encajonada entre tanta construcción última. Tediriges directo a un horizonte de montes de plomo gar-cilorquianos. En los fondos, ha ido desapareciendo elamarillo arena de los tesones de la bajamar pero se diríaque se re cupera en las riberas con el color de los nabales,las tierras de labra dío, los tojales. las folgueiras secas,próximas a los pinos y alejadas de los eucaliptos que pre-dominan incluso en una playa que tomó nombre de des-aparecidos «carbayíos», el barro, las mimosas y has ta lasmargaritas. De color muy próximo están las frecuentescuevas de raposos en acantilados de arenisca, los restos

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de los caleiros u hornos de cal... Dejas a un lado la ense-nada del mar pequeño en la que hay huellas de un antiguomolino de mareas, de La Linera, don de se fabricaron lashorcas de la derrotada Armada Invencible, y de Vilave-delle mientras cruzas pequeñas embarcaciones de velalatina, en forma de majestuoso triángulo, y de vela mís-tica, como un trape cio, superas Castropol, que fue endos ocasiones capital de Asturias, imagen espectacularde pueblo blanco, con su característica y leve torre cua-drangular, su casino, que se insinúa entre la arboleda,sus casas señoriales, como la blanca de Montenegro, y ala altura de Vegadeo, cuando el cauce se hace estrecho,te topas con otro río, el Suarón. que para el vagabundajede Julien Gracq. y aún más de Ca milo J. Cela, «se divier-te en hacer el papel de espejo de los campos de bien me-dida decoración». Las marismas, las bandas de gaviotasde alas aliladas y los cormoranes salen al encuentro. Vas,sin perder el Eo, de repente, a un ambiente casi tropical,amazónico... con la ventaja de no tener calor insoporta-ble, ni mosquitos ni amenazantes cocodrilos...

Después vienen lianas, juncos, eucaliptos de nuevo yconstantemente, abedules, avellanos, robledales. Hay ra-mas cortadas por el filo del cuchillo hídrico. Está frentea ti el aliciente de la pincelada de alguna manzana flotan-do, desprendida más del bode gón cromático de un maes-tro flamenco que de un árbol autóctono, o el de divisaruna pareja de patos de cara blanca a los que el fin del frío

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ha despistado. A la altura de Abres, en plena quietud, tepuedes dar con nutrias y otras especies, por cuya super-vivencia se teme. Antes de seguir adelante, conviene co-nocer bien el fatídico instante en que la inmensa fuerzade los astros se dispone a variar el sentido de su dirección,para evitar embarrancar. Sin duda hubo alguna vez relo-jes, de los que da cuenta Halldór Laxness, el Nobel islan-dés, en El concierto de los peces, que señalaban lasmareas y las fases de la luna, que pienso ayudarían a uniren un mismo instante todo el partido de un crepúsculode luces diversas al compás del silencio y las primeras es-trellas. Son los contrastes donde, según el verso del poetavaldesano, el río «cambia de sexo y se convierte en ría».Cabe, aunque no siempre, coincidir con el momento enque el nor deste se duerme y el celaje predomina.

Si el paisaje es de altísima calidad, también el paisa-naje. Josep Pla, al que suele contradecir Gracia Noriega,caracterizaba el norte por su tranquilidad cuando lo nor-mal hasta entonces era considerar a los andaluces, y encierto modo a los isleños de las Pitusas y, sobre todo, delas Afortunadas, como consustancial y tópicamente len-tos y pacíficos. La proverbial retranca de los gallegos estodavía más aguda si cabe en la ribera de la marina quetierra adentro. Aquí hay, sin embargo, menos dudasacerca de si suben o bajan pues, salvo el absurdo urba-nístico que han armado en Ribadeo, con una concentra-ción de edificabilidad excesiva, no existen muchas

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esca leras en las que te puedas encontrar a nadie. Ese di-cho definitorio de supuesta galleguidad ha operado conéxito en La Coruña, ciudad que odiaba el personaje Pas-cual Duarte, o en Vigo, o mejor en los rascacielos delmundo americano que es donde cabe toparse con un ga-llego genuino y ejerciente. En esta vega no hay escaleras.Úni camente en las bajadas a los puertos de Figueras yde Porcillán. A lo más, la expresión más definitoria derecelo indagador está en las miradas detrás de los visillosde Castropol. que te observan hasta que se percatan deque les has visto.

La lucha por el dominio de la ría entre eoarios —eo-tos, diría Dámaso Alonso—, asturianos y gallegos, quese ha manifestado en importantes pleitos de jurisdicción,desde tiempos ancestrales, tie ne últimamente una deri-vada inquietante. Es la soterrada respuesta que las dosorillas se dan con motivo del desplazamiento de la arenaa un lado o a otro. Alegan que un ente eufemístico de-nominado Me dio ambiente no permite venderla y llevarlalejos. Así el colmo es que la draga que contrata Galiciaextrae los áridos y los deposita en Asturias; cuando a lasemana siguiente toca aligerar el suelo astu riano lo de-vuelve, en la mayor impunidad, a su lugar originario.

José Luis Pérez de Castro, director del Instituto deEstudios Asturianos, probablemente el mejor bibliólilode España, ha vivido aquí centenares de anécdotas quedefinen la especificidad de este insólito lugar. Me con-

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taba una tarde en la baranda de su casa, ocu pada de li-bros y magníficos objetos de sus diversas colecciones, loque le venía de suceder con un ribereño al que había avi-sado de la muerte de un amigo, vecino común. «Mañana—le habría di cho José Luis— le vengo a recoger con elcoche para el entierro. Esté, pues, preparado». Diez mi-nutos antes de la hora prevista se encontraba, en efectoJosé Luis ante la huerta de la casa. El hom bre, no obs-tante, se hallaba sin arreglar. No se había afeitado y suindumentaria seguía siendo la del día anterior, poco ade-cuada para asistir a la despedida. No parecía en absolutoque hubiera la menor intención de participar de maneraalguna en las pompas fúnebres.

José Luis le espetó que si se tenía que mudar no llega-rían a la hora. La réplica, en tono grave, fue clarividente:

«Sabe, don José Luis, me he preguntado por qué yovoy a tener la deferencia de asistir al entierro y en cam-bio el difunto ya no la va tener conmigo. Tampoco conusted. Perdóneme. No voy. Por usted no decido».

No todas las almas del Eo tienen anchura y genero-sidad en ar monía con el paisaje. Dionisio Gamallo Fie-rros, varón de Porcillán. formuló la con ciliación delhombre y el medio:

En pie de Guerra póngase el paisaje Los vendavales barran la amenaza.

(“Cuentos y cuervos”. Llibros de El Pexe. 2005)

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DE CARONTE A ANLEOEn el examen de acceso a la Escuela Oficial de Perio-

dismo- sería 1963,convocatoria arriba o abajo- una de laspreguntas cuya respuesta era difícil para el general delos examinandos no enchufados y con la que cabía sus-pender la prueba, dado el corporativo numerus clausus,producía cierta perplejidad: “¿cuál es el problema de laPlaza de toros de Las Ventas, Madrid?”. A mí, que ama-gaba sin presentarme, se me antojó como respuesta ima-ginativa, “Que es ligeramente ovalada”. Nadie podríaprobarlo ni asegurar que la circunferencia del coso fueraperfecta.

Ha pasado medio siglo y me entero de que la órbitadel satélite Caronte sobre Plutón es precisa y ligeramenteovalada.

En aquellas calendas del rockandroll ni se sabía, sinembargo, de la existencia de semejante cuerpo celeste,bautizado mucho después, Charon en inglés, y apenascasi nada de un Plutón del que las enciclopedias escola-res daban como el onceno y último planeta en conocer-se. Listín convencional que ha crecido y/o menguado.

Caronte o Charon está llena de intriga con un océa-no subterráneo, probablemente en proceso de congela-ción, que pudo ser el agua, (H2O, para la ciencia) quetanto, dicen, explicaría.

¡Hasta veintinueve veces más hay entre Plutón y elSol que de este a la tierra!

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Si Plutón y Caronte no estuvieran tan lejos paranuestra vista quizá apareciesen en las noches agosteñascomo hace un par de años vinieron hasta nosotros, muyapreciables, dos lunas por su aspecto, Júpiter y Marte.Así los contemplamos al fondo de la ría del Eo, que lle-gué a imaginar las estelas de Dámaso Alonso y Luis Cer-nuda, poetas que, en lo personal, se repelían y se dijeronde todo, pero que se encontraron con fría cordialidad enel desaparecido Hotel Guerra, de Castropol, en el año35 del pasado siglo.

El espectáculo jupiterino, ya mediada la segunda de-cena del XXI, sigue induciendo a la Santa Compaña dedon Álvaro Cunqueiro, casi en puertas de su Mondoñe-do, por encima de la aldea lucense de Ove, que algunovio origen del topónimo Oviedo.

Cunqueiro es homenajeado por Francisco Rodríguezen el Palacio rehabilitado de Anleo, colocando un retra-to de Álvaro Delgado entre la exquisita y magnífica nó-mina de una veintena de lienzos con lo más granado y/oterrible del siglo XX.

Caronte, invisible también en la mitología, ayuda apasar la laguna de la Estigia, en la línea frontera del Pa-raíso.

Y en ese borde paradisiaco natural, expresamente lla-mada también Estigia, enmarcaba Cernuda al río y la ríadel Eo.¡Con qué recalcitrante insistencia pretenden obli-garnos a denominarla Ría de Ribadeo,sesudos ribereños

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de los que se mofaba Dionisio Gamallo Fierros, ahorade centenario, para el que tampoco era anatema que, entolerable reduccionismo, hubiese partidarios de apelarlaRía de Abres.

Los exámenes de periodismo antes de que hubierauna carrera reglada eran hilarantes en su rebuscada ex-trañeza y, tras haber estampillado a tantos por méritospolíticos nacionalsindicalistas, se volvían exigentes hastalo inimaginable con centenares de jóvenes, deseosos deuna profesión y de un carnet a los que se intuía renovadoprestigio y futuro. La espiral de mitología y astronomíaes, por el contrario, moneda corriente, de aprobacióngeneral, pero la coincidencia en el Eo de la Estigia no esmás casual y divina que el Paraíso mismo en su bordeastur.

La mixtura de mar océana no se congela entre Riba-deo y Figueras y Castropol ni de Anleo a Navia o El Es-pín; para semejante mágica glaciación hay que llegar aCaronte y eso está, de momento, muy lejos.

En Anleo, chez Paco Rodriguez y Reny Picot se que-da el siglo XX de Álvaro Delgado entre paredes levanta-das en el trece, el dieciocho y el veintiuno.

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INSTANTE EN QUE ICASTO ENTRÓ ENEL CIELO

En Navia, 5/8/2013, se produjo el delirio cuando AraMalikian dedicó a Horacio Icasto, que da nombre al Fes-tival agosteño naviego, las Estaciones de Piazzola. Fuetras colocar Juan Coloma, Justo García y Teresa Calde-rón en un atril de la Iglesia un clavel y un gran libro defuertes pastas con la fotografía del pianista argentino.

No me gusta propalar situaciones equívocas, entre lamagia y el milagro, pero lo cierto y verdad, es que la vi-bración de un acorde de viola, violín o de los chelos,pues me perdí en la inmensidad del corazón, el libro yla faz de Horacio levantaron vuelo solitos cayendo alsuelo. Supimos de esa forma sobrenatural, con golpe,tenue y seco, que nuestro admirado artista finiquitabaen una clínica madrileña, para entrar en el cielo de Na-via.

(Del blog y La Nueva España. 2013)

DÁMASO ALONSO Y LUIS CERNUDA, SEPARADOS POR EL EO

Mis amigos Xabier F. Coronado y Luis López ya hanadelantado que el personaje “Demetrio V”, que aparececríticamente tratado en “En la costa de Santiniebla”, deLuis Cernuda, sería Dámaso Alonso. Formaban, Cernu-

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da y Alonso, parte nuclear de la generación poética del27, que, en general, estuvo constituida de amigos a losque unía la soldadura del entusiasmo hacia don Luis deGóngora y Argote. Fernández Coronado, en un artículode 2002, pormenoriza que los dos escritores citadoscoincidieron en el Castropol de 1935; el sevillano en elHotel Guerra, hoy desaparecido en la cuesta que entraen el pueblo, y el que fuera luego director de la Real Aca-demia, en “La Argentina”, que estaba donde se sitúaahora la carretera general, entre el “Hotel Peñamar” ylos restaurantes “Casa Vicente” y “Peñamar”. Los dospoetas gastaron mucha amistad con el ilustre castropo-lense Vicente Loriente pero no fueron amigos entre sí.Cernuda describe a su Demetrio, como “amable e in-ofensivo a primera vista del que sólo se descubría su ver-dadera personalidad cuando comenzaba a hablar”; “suinusitada presencia, en Santiniebla (Castropol) tranqui-lizaba e inquietaba a la vez”. La enemistad entre Cernu-da y Dámaso, excepción que confirma la regla de sugrupo generacional, está tratada con amplitud por Fran-cisco Ruiz Noguera en “Ínsula” de febrero de 1991 que,sin embargo, no menciona la hipotética identidad de De-metrio V. ni la coincidencia en Castropol. Siguiendo aeste estudioso, Cernuda alude, en sus cartas y poemas,sin citar el nombre, a Dámaso, al que llama Alonso elDesamado, “sapo”, “roedor”, “gusano”, cuyos escritos“ni como regalo deseo recibir”, de “variedad común”

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que “cometió la suprema blasfemia de poner al alcancede sus congéneres (las bestias) el poema Las soledades”.Nada comparable a lo que ninguneó, muy al principio,el autor de “Los hijos de la ira”, tachándolo de joven,aislado en Sevilla e inmaduro, que Cernuda jamás per-donó. Históricamente Alonso estuvo vinculado por fa-milia y residencia a Ribadeo, mientras Cernuda nos halegado unas impagables imágenes asturianas de la ría.

Se me antoja que el próximo 27 de agosto, Dámasoy Luis, se reencuentren en la ría. Con la puesta de solhay quien anuncia que surgirá entonces doble luna, co-mo si la tierra homenajeara, proyectando una réplica in-sólita, el cuarenta aniversario de la llegada del serhumano a los mares astrales. Hay el natural eco legen-dario y amplificador de todo lo que se difunde por in-ternet. Las dos lunas, pienso, habrían de mezclarse, consus reflejos y rieles aparcados, mármol gris, nácar, espejobrillante, en la casi quieta lámina del Eo, donde ya ape-nas tiembla el Puente de los Santos al paso de los camio-nes. Dos cumbres de la poesía contemporánea pueden,pues, reaparecer, fantásticamente representados, de ri-gurosa etiqueta, como cuando sintieron impresionadospor este lugar, frontera, para Cernuda, del Paraíso. “Sí,son fantasmas. Fantasmas: polvo y aire”, escribió Dáma-so de sus difuntos. También: “un órgano infinito de as-tros mudos”.

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Las dos lunas, si el visillo de nubes, en posición des-corrido, concede tregua, no solo sería un efecto ópticomas sino toda una maravillosa confusión. Una, la lunaverdadera, de tantos poemas, la otra, simplemente Mar-te, que, dicen, ha de ser el nuevo objetivo de conquista,sueño y epopeya. El pasado y el futuro; ninguno –o nin-guna–, virtual. En Orihuela, han organizado, y pareceque conseguido, que la próxima expedición lleve “Peritoen lunas” de Miguel Hernández al suelo del satélite,cuando quizá fuese mejor a Marte, la luna siguiente.

“Todo esto que veo lo contemplo como si fueran vi-siones de trasmundo” le dice Cernuda a Demetrio V. Esepensamiento ultraísta puede sobrevenir a cualquieracontemplando el firmamento al anochecer del últimojueves de agosto 2009, ¿por qué no al mismo fantasmade Luis Cernuda junto, de nuevo, al de Dámaso Alonso,con “el ademán de desafío” que menciona en “En la cos-ta de Santiniebla”?

También hay quien sostiene que la apariencia lunarde Marte, más cerca que nunca, será, no obstante, muypequeñita, incapaz de engañarnos. Cernuda ya nos rom-pe por adelantado la esperanza al término de su poesía“Noche de luna”: “Definitivamente frente a frente//Elsilencio de un mundo que ha sido//Y la pura bellezatranquila de la nada”. La luna seguiría siendo, como ti-tulaba el ex Presidente asturiano, Pedro de Silva, “ins-trumento de trabajo”, pero, sin competencia marciana,

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la ría del Eo no unirá jmás las poesías de Cernuda yAlonso, condenadas de origen al desafecto, sin Góngoraque valga, entre las nieblas de Santiniebla.

(La Comarca del Eo, agosto de 2009)

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