antologia de leyendas y mitos

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El pájaro dziú Leyenda Maya Cuentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas. Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo. Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo: —Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar. En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó: —Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida. Y mientras, el pájaro toh se dijo: —Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero. Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo. El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo:

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El pájaro dziú 

Leyenda Maya 

Cuentan por ahí, que una mañana, Chaac, el Señor de la Lluvia, sintió deseos de pasear y quiso recorrer los campos de El Mayab. Chaac salió muy contento, seguro de que encontraría los cultivos fuertes y crecidos, pero apenas llegó a verlos, su sorpresa fue muy grande, pues se encontró con que las plantas estaban débiles y la tierra seca y gastada. Al darse cuenta de que las cosechas serían muy pobres, Chaac se preocupó mucho. Luego de pensar un rato, encontró una solución: quemar todos los cultivos, así la tierra recuperaría su riqueza y las nuevas siembras serían buenas.  Después de tomar esa decisión, Chaac le pidió a uno de sus sirvientes que llamara a todos los pájaros de El Mayab. El primero en llegar fue el dziú, un pájaro con plumas de colores y ojos cafés. Apenas se acomodaba en una rama cuando llegó a toda prisa el toh, un pájaro negro cuyo mayor atractivo era su larga cola llena de hermosas plumas. El toh se puso al frente, donde todos pudieran verlo. 

Poco a poco se reunieron las demás aves, entonces Chaac les dijo:

—Las mandé llamar porque necesito hacerles un encargo tan importante, que de él depende la existencia de la vida. Muy pronto quemaré los campos y quiero que ustedes salven las semillas de todas las plantas, ya que esa es la única manera de sembrarlas de nuevo para que haya mejores cosechas en el futuro. Confío en ustedes; váyanse pronto, porque el fuego está por comenzar. 

En cuanto Chaac terminó de hablar el pájaro dziú pensó: 

—Voy a buscar la semilla del maíz; yo creo que es una de las más importantes para que haya vida. 

Y mientras, el pájaro toh se dijo: 

—Tengo que salvar la semilla del maíz, todos me van a tener envidia si la encuentro yo primero. 

Así, los dos pájaros iban a salir casi al mismo tiempo, pero el toh vio al dziú y quiso adelantarse; entonces se atravesó en su camino y lo empujó para irse él primero. Al dziú no le importó y se fue con calma, pero muy decidido a lograr su objetivo. 

El toh voló tan rápido, que en poco tiempo ya les llevaba mucha ventaja a sus compañeros. Ya casi llegaba a los campos, pero se sintió muy cansado y se dijo: 

—Voy a descansar un rato. Al fin que ya voy a llegar y los demás todavía han de venir lejos. 

Entonces, el toh se acostó en una vereda. Según él sólo iba a descansar más se durmió sin querer, así que ni cuenta se dio de que ya empezaba a anochecer y menos de que su cola había quedado atravesada en el camino. El toh ya estaba bien dormido, cuando muchas aves que no podían volar pasaron por allí y como el pájaro no se veía en la oscuridad, le pisaron la cola. 

Al sentir los pisotones, el toh despertó, y cuál sería su sorpresa al ver que en su cola sólo quedaba una pluma. Ni idea tenía de lo que había pasado, pero pensó en ir por la semilla del maíz para que las aves vieran su valor y no se fijaran en su cola pelona. 

Mientras tanto, los demás pájaros ya habían llegado a los cultivos. La mayoría tomó la semilla que le quedaba más cerca, porque el incendio era muy intenso. Ya casi las habían salvado todas, sólo faltaba la del maíz. El dziú volaba desesperado en busca de los maizales, pero había tanto humo que no lograba verlos. En eso, llegó el toh, más cuando

vio las enormes llamas, se olvidó del maíz y decidió tomar una semilla que no ofreciera tanto peligro. Entonces, voló hasta la planta del tomate verde, donde el fuego aún no era muy intenso y salvó las semillas. 

En cambio, al dziú no le importó que el fuego le quemara las alas; por fin halló los maizales, y con gran valentía, fue hasta ellos y tomó en su pico. El toh no pudo menos que admirar la valentía del dziú y se acercó a felicitarlo. Entonces, los dos pájaros se dieron cuenta que habían cambiado: los ojos del toh ya no eran negros, sino verdes como el tomate que salvó, y al dziú le quedaron las alas grises y los ojos rojos, pues se acercó demasiado al fuego.

 Chaac y las aves supieron reconocer la hazaña del dziú, por lo que se reunieron para buscar la manera de premiarlo. Y fue precisamente el toh, avergonzado por su conducta, quien propuso que se le diera al dziú un derecho especial: 

—Ya que el dziú hizo algo por nosotros, ahora debemos hacer algo por él. Yo propongo que a partir de hoy, pueda poner sus huevos en el nido de cualquier pájaro y que prometamos cuidarlos como si fueran nuestros. 

Las aves aceptaron y desde entonces, el dziú no se preocupa de hacer su hogar ni de cuidar a sus crías. Sólo grita su nombre cuando elige un nido y los pájaros miran si acaso fue el suyo el escogido, dispuestos a cumplir su promesa. 

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El Mayab, la tierra del faisán y del venado 

Leyenda Maya 

Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato. Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso. Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos. 

Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.

 Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre. 

Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar. 

Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aun así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo: 

—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron. Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab. 

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La boda de la xdzunuúm 

Leyenda Maya

 Una mañana llena de sol, la colibrí, o xdzunuúm que es su nombre en lengua maya, estaba parada sobre la rama de una ceiba y lloraba al contemplar su pequeño nido a medio hacer. Y es que a pesar de que llevaba días buscando materiales para construir su casa, sólo había encontrado unas cuantas ramas y hojas que no le alcanzaban. La xdzunuúm quería acabar su nido pronto, pues ahí viviría cuando se casara, pero era muy pobre y cada vez le parecía más difícil terminar su hogar y poder organizar su boda. 

La xdzunuúm era tan pequeña que su llanto apenas se escuchaba; la única en oírlo fue la xkokolché, quien voló de rama en rama hasta encontrar a la triste pajarita. Al verla, le preguntó: 

— ¿Qué te pasa, amiga xdzunuúm?

— ¡Ay! Mi pena es muy grande —sollozó más fuerte la xdzunuúm. 

—Cuéntamela, tal vez yo pueda ayudarte —dijo la xkokolché. 

— ¡No! Nadie puede remediar mi dolor —chilló la xdzunuúm. 

—Ándale, platícame qué tienes —insistió la xkokolché. 

—Bueno —accedió la xdzunuúm—. Fíjate que me quiero casar, pero mi novio y yo somos tan pobres que no tenemos nido ni podemos hacer la fiesta. 

— ¡Uy! Eso sí que es un problema, porque yo soy pobre también —respondió la xkokolché. 

— ¿Lo ves? Te lo dije, nadie me puede ayudar —gritó la xdzunuúm. 

—No llores, espérate, ahorita se me ocurre algo —aseguró la xkokolché. 

Las dos aves pensaron un rato; desesperada, la xdzunuúm ya iba a llorar de nuevo, cuando la xkokolché tuvo una idea: 

—Mira, tú y yo solas no vamos a poder con la boda. Tenemos que llamar a otros animales para que nos ayuden. 

Apenas acabó de hablar, la xkokolché entonó una canción en maya, que decía así: 

U tul chichan chiich, u kat socobel, ma tu patal xun, minaan y nuucul. 

De esta forma, la xkokolché contaba que una pajarita se quería casar, pero no tenía recursos para hacerlo. Luego repitió la canción; como su voz era tan dulce, algunos animales y hasta el agua y los árboles se acercaron a escucharla. Cuando ella los vio muy atentos a sus palabras, les pidió ayuda con este canto: 

Minaan u xbakal, minaan u nokil, minaan u xanbil, minaan u xacheil, minaan u neeneíl, minaan u chu-cí, minaan u necteíl. 

Con esas palabras, la xkokolché les explicaba: 

No tiene el collar, no tiene el vestido, no tiene los zapatos, no tiene el peine, no tiene el espejo, no tiene los dulces, no tiene las flores. 

Mientras la xkokolché cantaba, la xdzunuúm derramaba gruesos lagrimones. Así, entre las dos lograron que todos los presentes quisieran ayudar. Por un momento, se quedaron callados, luego, se escucharon varias voces: 

—Que se haga la boda, yo daré el collar —dijo el ave xomxaníl, dispuesta a prestar el adorno amarillo que tenía en el pecho. 

—Que se haga la boda, yo daré el vestido —ofreció la araña y empezó a tejer una tela muy fina para vestir a la novia. 

—Que se haga la boda, yo daré los zapatos —aseguró el venado. 

—Que se haga la boda, yo daré el peine —prometió la iguana y se quitó algunas púas de las que cubren su lomo.

—Que se haga la boda, yo daré el espejo —afirmó el cenote, pues su agua era tan cristalina que en ella podría contemplarse la novia.

 —Que se haga la boda, yo daré los dulces —se comprometió la abeja y se fue a traer la miel de su panal.  Con eso, ya estaba listo lo necesario para la boda. La xdzunuúm lloró de nuevo, pero ahora de alegría. Luego, voló a buscar al novio y le dijo que ya podían casarse. A los pocos días, se celebró una gran boda, y por supuesto, la xkokolché fue la madrina. En la fiesta hubo de todo, porque los invitados llevaron muchos regalos. Desde entonces, la xdzunuúm dejó de lamentar su pobreza, pues supo que contaba con grandes amigos en el mundo maya. 

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El Hanincol

Leyenda Maya 

Mucho tiempo perdí tratando de concurrir a una ceremonia india, a una hanincol (comida de milpa) que hacen los maya con el objeto, unas veces, de agradar a los dioses, y otras, de desagraviarlos. Había rogado a los hechicero que me permitieran la entrada, pero todos se habían negado porque yo también me había negado a que me santiguaran: (santiguar es someter a una persona a ciertos baños, con hierbas, hechicerías, etc.) En las ceremonias de las comidas de milpa se admite a mujeres cuando se va repartir el alimento. Al fin me resolví a todo y lo comuniqué al men. Así fue como logré concurrir a la comida. Y ahora les narraré lo que ví; lo que oí no, pues fue todo en maya, idioma que no entiendo. 

La ceremonia se hizo en un pueblo llamado San Juan Bautista Sahcabchén o Alto Sahcabchén, por estar ubicado en la cresta de un cerro de roca viva.

 El maestro de la escuela, un joven llamado Mario Flores Barrera, me avisó con anticipación; llena de alegría caminé a caballo toda la noche en que la Luna plateaba los árboles y alumbraba el camino.  Llegué al amanecer. Allá arriba estaba el pueblo. Subí a él, llamé a una puerta y al punto asomó su risueña cara el maestro que me saludó. 

Hoy será la fiesta, me dijo con acento de satisfacción. Nos desayunamos con pan y café y luego me llevó a la casa del men quien me recibió solícito, pero desconfiado. 

¿Está resuelta a que le santigüen?- me preguntó. 

El maestro me miró, incrédulo de que pudiera aceptar eso. 

Sí le respondí, y en pocos minutos quedé santiguada y oliendo a romero y ruda. 

Salimos los tres y nos sentamos en el brocal de un pozo, y el hechicero contestó así mi interrogatorio. 

-¿Por qué harán el hanincol? 

-Para desagraviar a los dioses.

El dueño de la milpa que se ha de sembrar tiene un hijo enfermo, señal del disgusto del Nohoch-Tat (Gran Señor).

Luego me enseñó varias palabras mayas, el nombre de los vientos, etc., para que pudiera entender, y me llevó a la casa donde el muchacho estaba enfermo. 

¿Quiere verlo?, me dijo. Sí- le respondí.

 En una hamaca estaba el joven calenturiento. El men le preguntó por su salud, y él casi no contestó. Su ánimo estaba caído más que por la fiebre, por el temor de que le hubiera castigado el dueño del monte. El men sacó de su morral un bollo de pozole lleno de moho que de amarillo pasa a verde. Lo mezcló con agua, lo endulzó con miel y se lo dio al enfermo.

 Las mujeres de la casa, durante la noche, mojan maíz y lo muelen en metates para hacer una bebida refrescante llamada sacab. Este se reparte entre los que van a asistir a la ceremonia. 

En la ocasión a que me refiero me dieron una ración, por la cual me sentí invitada. Marchamos luego a la ceremonia o que diga, adonde iba a efectuarse. 

El dueño de la sementera y sus trabajadores estaban ocupados. Unos abrían una fosa en la tierra; otros, en grandes calderos cocían maíz, frijol y tostaban semillas de calabaza, que molían luego para formar una masa de estos tres productos, la cual recogían en bolas. 

Teniendo ya las bolas sobre hojas de roble o plátano, se extiende primero la masa de maíz haciendo una tortilla grande y se forma una de semilla de calabaza: luego, una de frijol, y así sucesivamente, hasta llegar a nueve. 

Estos huahes (panes) se envuelven en las mismas hojas; uno de ellos es más grande que los otros. Mientras esto se lleva a efecto, en la fosa abierta se ha colocado gran cantidad de leña, que arde y calienta casi hasta calcinar algunas piedras grandes. Por otro lado, en ollas también grandes se cuecen pavos y gallinas, y en un caldero se hace el cool (atole salado).

En un caldero se pone el caldo de gallina y pavos, destinado a preparar el chocó (caliente). El men, con toda parsimonia, toma dos velas que enciende, y, seguido de unos hombres que llevan en tablas los huanes (panes) y de todos los invitados, llega a la ardiente fosa. Y dice así: lakín-ik, xikín-ik, nohol-ik, xamán-can (vientos de oriente, del poniente, del sur y del norte; sed benévolos). Luego hace mil contorsiones, brinca de un lado para otro de la fosa, saca con las manos, del fuego, las candentes piedras, y sólo deja unas en el fondo, sobre las cuales se colocan los panes. La piedras extraídas se acomodan encima y se recubre la fosa con tierra y gajos de roble. 

Retornan el brujo y su comitiva al lugar primitivo, donde se ha colocado una mesa, que tiene encima una cruz cristiana, tres velas grandes, tres medianas y tres chicas. También hay incienso, rudas, albahacas, flores, dulces, cigarrillos, etc. 

Se han llevado a la mesa los pavos y las gallinas condimentadas y cocidas. Debajo de la mesa está el gran caldero de cool, el jugo de gallina y pavos, etc. 

El men parece perder su personalidad de hombre, y en medio de gesticulaciones y contorsiones, conjura a los vientos malo y llama a los buenos; levanta en sus manos las ramas de albahaca y ruda, y blandiendo la cruz cristiana aleja a los viento malos. como regalo a los buenos arroja a los cuatro vientos jicaradas de miel y balché. Luego cae en éxtasis, oculta su rostro entre las manos, y tomando enseguida el inciensario, marcha hacia la fosa; al llegar a ésta levanta aquél al cielo y mucha manos de hombres destapan la fosa, de donde extraen los huanes.

Todas caminan hacia la mesa y el brujo cierra la procesión.

El pan más grande es el que se pone en una mesita aparte. Apenas desenvuelto, muchas manos arrancan trozos, hirviente aún y los depositan en el caldo de pavos y gallinas, donde otras manos lo baten y disuelven. Así se prepara el chocó. 

Terminado esto, el men reparte entre los concurrentes balché en jicaritas. Hay que tomarlo, pues es malo tirarlo o despreciarlo. 

Luego el hechicero da a cada persona presente un cigarro gigante, al que debe darse dos o tres fumadas. Esos cigarros son recogidos por un brujo en hojas de almendro o higuerilla, con el fin de que sus manos no los toquen, los lleva a la mesa y los riega con brebajes. Inmediatamente se toma a todos los niños que han asistido a la ceremonia y se les pone de rodillas, con las manos cruzadas sobre el pecho. El men les da balché dulce, chocó, cool, dulces, trozos de pavos, pero todo en la boca.

 (Los niños representan a los aluxes, y el men les da de comer con la mano, ellos no pueden tocar nada con las manos). 

Terminada esa comida, se aleja a los niños, y con una jícara grande se pone una buena ración de todo lo que hay, de lo mejor, un gran trozo de pan y los cigarros, todo lo cual toma el men pues es la ofrenda destinada al Nohoch-Tat (padre o dueño de monte). El hechicero llega a la fosa y en el centro de ella coloca la jícara grande y todo lo demás. 

A una señal del men la fosa es cubierta de tierra y casi ni queda señal de ella. Se cree que durante la noche el dueño de bosque tiene allá su banquete, y que sus hijos, los aluxes le hacen compañía y fuman en rueda sus cigarros.

 Cuando el men vuelve al lugar de la comida, todo se transforma en fiesta, se reparte lo que aún queda, se da al dueño de la milpa, a sus hijos y trabajadores, de todo lo que hay, y luego a los visitantes. Esta es ya la comida terrenal. Todos comen, todos beben. El men viene a mí con una pierna de pavo en la mano y me dice: ¿No come?, y me trae un trozo de muslo de pavo. 

Yo estaba sentada en una hamaca suspendida en medio de dos árboles, especialmente para mí, frente a la mesa de la ceremonia. Era tal mi proximidad a la mesa, que materialmente estaba bañada en miel y balché, pues me salpicó el men cuando arrojó esos líquidos al aire. 

Terminó la ceremonia -me dijo el men-. El enfermo está curado.

Entre los comensales vi a Pedro, que comía y reía con mucha gana. 

Pedro -dijo el men- ven aquí, pues quería demostrarme su poder. El muchacho obedeció la orden.

Ya no tenía calentura, había recobrado la salud. 

En ese momento di la razón al men y al enfermo. Estaba curado. Había que reconocerlo. 

Mas luego pensé que ese hombre sagaz aprovechaba la ignorancia y fe de los descendientes de los xius y cocomes. 

Me retiré pensativa. Soy una de los que creen que lo más de los indios mayas no padecen ciertas enfermedades gracias que ingieren frecuentemente, las dosis de penicilina que se encuentran en el moho del pozole, que siempre comen con sal e sus milpas. 

¿Se curó el muchacho? ¿Sería por el favor de los dioses o por la acción de la medicina que le dio el men en el pozole? 

Tal vez ni el hechicero lo sepa. Tal pensaba yo después de la peregrina ceremonia que me dejó la impresión de un sueño fantástico. 

Leyenda tomada del libro "El alma de Campeche en la leyenda maya" de Elsie Encarnación Medina E. 

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La piel del venado 

Leyenda Maya

Los mayas cuentan que hubo una época en la cual la piel del venado era distinta a como hoy la conocemos. En ese tiempo, tenía un color muy claro, por eso el venado podía verse con mucha facilidad desde cualquier parte del monte. Gracias a ello, era presa fácil para los cazadores, quienes apreciaban mucho el sabor de su carne y la resistencia de su piel, que usaban en la construcción de escudos para los guerreros. Por esas razones, el venado era muy perseguido y estuvo a punto de desaparecer de El Mayab.

 Pero un día, un pequeño venado bebía agua cuando escuchó voces extrañas; al voltear vio que era un grupo de cazadores que disparaban sus flechas contra él. Muy asustado, el cervatillo corrió tan veloz como se lo permitían sus patas, pero sus perseguidores casi lo atrapaban. Justo cuando una flecha iba a herirlo, resbaló y cayó dentro de una cueva oculta por matorrales.

 En esta cueva vivían tres genios buenos, quienes escucharon al venado quejarse, ya que se había lastimado una pata al caer. Compadecidos por el sufrimiento del animal, los genios aliviaron sus heridas y le permitieron esconderse unos días. El cervatillo estaba muy agradecido y no se cansaba de lamer las manos de sus protectores, así que los genios le tomaron cariño.

En unos días, el animal sanó y ya podía irse de la cueva. Se despidió de los tres genios, pero antes de que se fuera, uno de ellos le dijo: 

— ¡Espera! No te vayas aún; queremos concederte un don, pídenos lo que más desees.

El cervatillo lo pensó un rato y después les dijo con seriedad:

—Lo que más deseo es que los venados estemos protegidos de los hombres, ¿ustedes pueden ayudarme? —Claro que sí —aseguraron los genios. Luego, lo acompañaron fuera de la cueva. Entonces uno de los genios tomó un poco de tierra y la echó sobre la piel del venado, al mismo tiempo que otro de ellos le pidió al sol que sus rayos cambiaran de color al animal. Poco a poco, la piel del cervatillo dejó de ser clara y se llenó de manchas, hasta que tuvo el mismo tono que la tierra que cubre el suelo de El Mayab. En ese momento, el tercer genio dijo:

—A partir de hoy, la piel de los venados tendrá el color de nuestra tierra y con ella será confundida. Así los venados se ocultarán de los cazadores, pero si un día están en peligro, podrán entrar a lo más profundo de las cuevas, allí nadie los encontrará.

El cervatillo agradeció a los genios el favor que le hicieron y corrió a darles la noticia a sus compañeros. Desde ese día, la piel del venado representa a El Mayab: su color es el de la tierra y las manchas que la cubren son como la entrada de las cuevas. Todavía hoy, los venados sienten gratitud hacia los genios, pues por el don que les dieron muchos de ellos lograron escapar de los cazadores y todavía habitan la tierra de los mayas. 

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La leyenda de los aluxes

Los aluxes son seres pequeños, creados antiguamente con barro virgen que debían dejarse en lugares ocultos para proteger. Los aluxes (se pronuncia alushes), tenían un vínculo muy fuerte con su creador. Una vez que eran elaborados, se les hacía oraciones y ofrendas para que cobraran vida.

Los aluxes tenían la particularidad de ser fieles con sus dueños y traviesos con sus desconocidos. Cuando las propiedades de los creadores originales pasaban en manos de otros propietarios, los aluxes se hacían visibles para asustar a los niños. Para complacerlos, los nuevos dueños tenían que regalarles comida, cigarrillos, miel o pozol.

En la actualidad, los aluxes todavía cuidan las tierras de los pueblos mayas. Algunos ejemplares originales se encuentran en los cenotes de Dzitnup y Samulá, cerca de Valladolid. Sin embargo, existe la creencia de que los aluxes salen al mundo como seres de luz. Pocas personas los ven porque son hábiles y ligeros como el viento. Si los sabes respetar, ellos protegerán de ti y cuidarán tus propiedades.

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EL ENANO DE UXMAL

En la aldea de Kabán vivía una vieja con fama de bruja. Cierta vez encontró un huevo pequeñito y llena de alegría lo guardó en un sitio tibio y oscuro. Todos los días lo sacaba para contemplarlo y acariciarlo. Y sucedió que después de varias semanas, el huevo se abrió y nació un niño. La bruja lo arrulló, pero como no podía alimentarlo buscó una mujer recién parida. Vino la mujer y amamantó al niño como si fuera su propio hijo. Al ver tanta ternura la bruja le dijo:

—De hoy en adelante tú serás la madre y yo seré la abuela.

El niño creció un palmo y no más y, en poco tiempo, cambió de aspecto; tuvo barba y se le hizo grande la nariz. Era, pues, un enano.

Cuando la bruja se dio cuenta de esto, quiso más a la criatura.

Como la mayor parte del tiempo la bruja permanecía junto al fogón, el enano sospechó que algún misterio guardaba aquel sitio y así se propuso averiguarlo. En un descuido de la bruja, hurgó en la cenizas y tropezó con un tunkul [instrumento de percusión hecho con un tronco hueco]. En cuanto lo tuvo en sus manos, lo golpeó y su sonido se oyó a mucha distancia. Al oír tal ruido, la bruja vino, se acercó a su nieto y le dijo:

—Lo que has hecho ya no tiene remedio. Pero te digo que no pasará mucho tiempo sin que sucedan cosas que llenarán de espanto a la gente y tú mismo te verás envuelto en sus consecuencias.

El enano contestó:

—Yo no soy viejo y las veré.

La bruja replicó:

—Yo soy vieja y las veré también.

El rey de Uxmal y sus consejeros sabían que el ruido de aquel tunkul anunciaba el fin del reinado; pero éstos, por no afligir a su señor, le dijeron:

—Lucha contra tu destino

— ¿Cómo?—preguntó el rey.

—Busca al que tocó el tunkul; acaso de sus labios oigas la verdad que necesitas.

El rey ordenó que sus guardias salieran en busca del que tocó el tunkul; y después de mucho andar, lo hallaron y lo trajeron al palacio. Al ver al enano el rey le dijo:

— ¿Qué anuncia el ruido de ese tunkul?

—Tú lo sabes mejor que yo—contestó el enano.

— ¿Me puedo librar de que se cumpla la profecía?—pregunto el rey.

—Manda hacer un camino que vaya de Uxmal a Kabán y cuando esté listo volveré y entonces te daré mi respuesta—dijo el enano.

El camino quedó hecho en poco tiempo y por él vinieron el enano y la bruja. Entonces el rey preguntó al enano:

— ¿Cuál es tu respuesta?

—La sabrás si resistes la prueba que te pondré.

— ¿Cuál es?

—Que en tu cabeza y la mía se rompa un cocoyol [fruto de hueso muy duro].

—Está bien, pero tú sufrirás la primera prueba—dijo el rey

—Acepto, si así lo deseas.

Se acercó el verdugo y colocó sobre la cabeza del enano un cocoyol y descargó un golpe . El enano sacudió la melena y se levantó sonriendo. Entonces el rey, en el silencio, se quitó el manto y subió al cadalso y el verdugo le colocó un cocoyol en la cabeza. Al primer golpe el rey quedó muerto.

En el acto el enano fue proclamado rey de Uxmal y ese mismo día la bruja lo llamó y le dijo:

—Ya eres rey. Sólo esto esperaba para morir. No me llores porque mi muerte no es cosa de dolor. Cumple con la justicia que aprendiste de mí. Oye el consejo de todos y sigue el mejor. No le tengas miedo a la verdad aunque sea amarga. Sé antes benigno que justo. Destierra de tu corazón la venganza. Acata la voz de los dioses pero no seas sordo a la de los hombres. No desdeñes a los humildes y no te confíes, ciego, en los poderosos.

Por un tiempo el enano siguió los consejos de la bruja y la felicidad se extendió por el reino. Pero con los años cambió de espíritu, cometió injusticias, se volvió tirano y tanto creció su orgullo que un día dijo a sus consejeros:

—Haré un dios más poderoso que todos los dioses que nos rigen.

Y en seguida mandó hacer una estatua de barro y la puso sobre una hoguera y con el fuego se endureció y vibró como si fuera campana. Entonces el pueblo creyó que la estatua hablaba y la adoró. Por esta herejía, los dioses destruyeron Uxmal.

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SAC MUYAL

Cierta vez, Sac Muyal robó a una muchacha y desapareció con ella. Para rescatarla, el amante recorrió día y noche montes y caminos. De pronto le salió al paso una serpiente y le dijo:

—Sé lo que buscas y quiero ayudarte. Sácame un poco de sangre, bébela y entonces seré tu guía.Lo hizo así y echó a andar detrás de la serpiente; pero como esta era perezosa, después de un rato se quedó dormida. Entonces el hombre la azotó con un bejuco y sólo de ese modo reanudó su camino. A poco llegó a un monte tan tupido que le fue imposible avanzar más. Ya se volvía desconsolado cuando una vieja se le acercó y le dijo:

—Toma esta hebra de mi pelo; tírala y podrás seguir tu ruta.En cuanto tiró la hebra se abrió una vereda y sin dificultad caminó hasta alcalzar la orilla de un lago. Entonces ahí un venado le dijo:—Toma esta piedra, échala al agua y lo podrás cruzar. El hombre tiró la piedra y como en sueños fue llevado a la otra orilla. Aquí se le apareció un águila y le dijo:—Toma esta uña de mis garras; te será útil. Ahora sigue tu camino.Avanzó y al pasar bajo una anona le cayó en los ojos una gotita de savia y quedó ciego. Entonces un escarabajo le dijo:—Pásate esta bolita de tierra por los ojos y volverás a ver.Se la pasó dos veces y recobró la vista. Siguió avanzando y se detuvo junto a una cueva donde estaban la vieja, el venado, el águila y el escarabajo. La vieja le habló así:—Ha llegado el término de tu viaje. Entra en la cueva y ahí encontrarás a la muchacha que buscas.El venado le dijo: —Tócala con la piedra. El águila le dijo: —Tócala con la uña. El escarabajo le dijo: —Pásale la bolita por los ojos. La serpiente le dijo: —Rocíala con el agua de tu calabazo.El hombre cumplió con lo que le dijeron, pero en eso se le nubló la razón y ya no supo más de sí. Cuando despertó, tenía en sus brazos a la muchacha que le robó Sac Muyal.

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El mito de la creación de los mayas

El Popol Vuh, o Popol Wuj en el idioma quiché, es la historia de la creación de los mayas. Los miembros de los linajes reales quiché que gobernaron las tierras altas de Guatemala registraron la historia en el siglo 16 para preservarla bajo el reino del imperio colonial. El Popol Vuh, que significa “Libro de la comunidad”, narra el relato de la creación maya, los cuentos de los Héroes gemelos y las genealogías y derechos de tierra quiché. En esta historia, los Creadores, Corazón del cielo y otras seis deidades incluyendo la Serpiente Emplumada, querían crear seres humanos con corazones y mentes que pudieran “llevar la cuenta de los días”. Pero sus primeros intentos fracasaron. Cuando estas deidades finalmente crearon humanos usando maíz blanco y amarillo que podían hablar, ellos quedaron satisfechos. En otro ciclo épico de la historia, los Señores de la muerte del Inframundo convocaron a los Héroes gemelos a jugar un memorable juego de pelota donde los Gemelos derrotaron a sus contrincantes. Los Gemelos subieron a los cielos, y se convirtieron en el Sol y la Luna. A través de sus acciones, los Héroes gemelos prepararon el camino para la siembra del maíz, para que los seres humanos vivieran en la Tierra y para la Cuarta Creación de los mayas.“Nuestra historia de la creación nos enseña que los primeros abuelos de nuestra gente fueron hechos de maíz blanco y amarillo. El maíz es sagrado para nosotros porque nos conecta con nuestros antepasados. Alimenta nuestro espíritu al igual que a nuestros cuerpos”. Juana Batz Puac, maya quiche, contadora del tiempo.

Mitología maya. Xibalbá - El Inframundo Maya

Xibalbá, el inframundo que describe la mitología maya, es en realidad un increíble laberinto de ríos subterráneos que horadan la península del Yucatán. El Yucatán carece de ríos y lagos, pero los mayas creían que los pozos subterráneos de agua dulce diseminados por el territorio eran portales sagrados hacia este inframundo. Actualmente se está llevando a cabo la exploración de la civilización subacuática maya y ahora se sabe que el inframundo fue creado por una serie irrepetible de fenómenos naturales.

Existen miles de entradas al inframundo de Xibalbá escondidas entre el denso follaje del Yucatán. Estos portales sagrados que conducen a la civilización subacuática son en realidad sumideros de agua conocidos como “cenotes”, una transliteración al español de la palabra maya dzonot. Estos aljibes subterráneos fueron creados por la lluvia, que fue erosionando lentamente el lecho de piedra caliza y formando grutas subterráneas. Con el tiempo, las bóvedas de estas cavernas ceden y dejan al aire la oquedad natural que va desde pequeñas grutas a completas redes de túneles.

Las grandes ciudades mayas de Chichén Itzá y Mayapán, así como otras poblaciones menores, se encuentran estratégicamente situadas junto a cenotes, pues no eran sólo parte del inframundo maya, sino también su fuente principal de agua potable.

De acuerdo con la mitología, el inframundo maya estaba gobernado por los doce dioses de la muerte, conocidos como los Señores de Xibalbá. Su corte se encontraba bajo la superficie de la tierra y los dos principales era Hun-Camé (Uno-Muerte) y Vucum-Camé (Siete-Muerte). El resto de los señores era demonios que trabajaban de dos en dos, cada par encargado de un tipo específico de tormento humano: la enfermedad, el hambre, el miedo, la indigencia, el dolor y la muerte. Los demás moradores de esta civilización subacuática eran servidores hechizados por los demonios.

Según el Popol Vuh, el libro de mitos mayas, el inframundo era una auténtica civilización con diversas estructuras que incluía un consejo para los Señores, casas, una cancha de juego de pelota, jardines y edificios sagrados que indican que la civilización bajo las aguas era una gran ciudad. Los visitantes tenían que sortear grandes obstáculos, retos y trampas antes de llegar. Una vez ahí, los Señores los pondrían a prueba en una de seis mortíferas casas, donde o superaban la prueba o eran condenados a muerte.

A los gobernantes del inframundo maya se les rendía culto y se les hacía sacrificios. Pero la civilización de la superficie empezó a engañar a los soberanos de Xibalbá con falsos sacrificios. Dice el mito que dos héroes gemelos maya fueron capaces de Xibabla y derrocar a sus señores. Incluso tras la caída de Xibalbá, el sombrío inframundo maya siguió siendo mencionado en la mitología.

Actualmente la zona es el centro de un proyecto de investigación de arqueología subacuática que está estudiando y haciendo mapas estas grutas acuáticas. Los buceadores han encontrado restos de seres humanos, animales, platos, cuencos y otros signos de sacrificios a los dioses de Xibalbá. La mayoría de los sacrificios maya precisaban agua de los dioses subterráneos. Sin embargo, durante los periodos de sequía más duros, las ofrendas eran más elaboradas e incluso incluían sacrificios humanos.

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Mitología maya -el conejo en la luna-

Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre.

Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos.

Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.-¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?-Gracias, pero yo no como zacate.-¿Qué vas a hacer entonces?-Morirme tal vez de hambre y de sed.El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.

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Mitología azteca

Tláloc, el Dios Azteca de la lluvia

Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre.

Pero todavía siguió caminando, caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos.

Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar.

-¿Qué estás comiendo?, – le preguntó.-Estoy comiendo zacate. ¿Quieres un poco?-Gracias, pero yo no como zacate.-¿Qué vas a hacer entonces?-Morirme tal vez de hambre y de sed.El conejito se acercó a Quetzalcóatl y le dijo:-Mira, yo no soy más que un conejito, pero si tienes hambre, cómeme, estoy aquí.Entonces el dios acarició al conejito y le dijo:-Tú no serás más que un conejito, pero todo el mundo, para siempre, se ha de acordar de ti.Y lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después el dios lo bajó a la tierra y le dijo:-Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos.

Los Dioses Se Mudan En El Sol Y La Luna

Dicen que cuando aún es de noche, cuando aún no sale el Sol, cuando no amanece, dizque se juntaron en uno, se convocaron los dioses allá en Teotihuacán, dijeron, se dijeron unos a otros:

—Venid acá, dioses, ¿quién tomará el trabajo, quién se echará a cuestas el hacer salir el sol, el hacer amanecer?

Dicen que cuando aún es de noche, cuando aún no sale el Sol, cuando no amanece, dizque se juntaron en uno, se convocaron los dioses allá en Teotihuacan, dijeron, se dijeron unos a otros:

—Venid acá, dioses, ¿quién tomará el trabajo, quién se echará a cuestas el hacer salir el sol, el hacer amanecer?

Y luego por cierto por allá habla aquel, se presenta delante Tecuciztecatl, dijo:

— ¡Dioses, yo tengo que ser!

Una vez más dijeron los dioses:

— ¿Quién otro más?

Luego por esto juntos, se ponen a ver, se miran unos a otros, se dicen:

— ¿Cómo ha de ser esto? ¿Cómo seremos nosotros?

Nadie se atrevía para presentarse como otro más: sólo todas las personas tenían miedo, retrocedían. Y no se estaba presentando delante de otra persona.

Nanahuatzin allí junto a ellos estaba oyendo lo que se determinaba: luego pues a este llamaron los dioses, le dijeron:

—Tú tienes que ser, Nanahuatzin.

Luego él vino en tomar la orden, la recibió de buena gana, dijo:

—Está bien, dioses, vosotros me habéis hecho una gracia.

Al punto, pues, comenzaron a hacer penitencia, ayunaron cuatro días ambos, él y Tecuciztecatl.

En seguida por consiguiente se encendió fuego, ya arde allá en el fogón, y el fogón tenía el nombre de ―roca divina”. precioso: sus ramas de abeto, plumas de quetzal; sus bolas de grama, oro; sus espinas, jades; sus cosas ensangrentadas, sus sangramientos, coral, y su incienso un muy buen incienso.

Los primeros dioses

Los más antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro hijos con su mujer Tonacacihuatl.

El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlatlauhqui. El segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl.

El más pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos. Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron un dios principal por ser el dios de la guerra.

Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su nacimiento, estos cuatros dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer.

Acordaron crear el fuego y medio sol. pero como estaba incompleto no relumbraba mucho. Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también le ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera adivinar y curar.

De este hombre y de esta mujer nacieron los macehuales, que fueron la gente trabajadora del pueblo.

Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días.

Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un caimán y de él hicieron la tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que enviaran a la tierra las lluevias buenas y las malas.

Y así fue como dicen que los dioses hicieron la vida.

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El mito de Eurídice

Eurídice era una dríade (ninfa) y era a la esposa de Orfeo (poeta y músico divino).

Orfeo amaba profundamente a su bella esposa quien acostumbraba pasear con las náyades.

Una vez en que la bella Eurídece caminaba en uno de sus paseos, por un prado de Tracia fue vista -según Virgilo- por Arsisteo, quien prendado inmediatamente de ella, la persigue para hacerla suya. Ella escapa con gran velocidad y miedo, pues su corazón sólo le pertenece a Orfeo. En su huída, Eurídice es mordida por una serpiente y muere.

Orfeo, desconsolado la llora y su desesperación no encuentra consuelo, por lo que toma la arriesgada decisión de ir en busca de su dulce y amada esposa al Hades, la tierra de los muertos.

Con su dulce canto y su poesías, Orfeo logró conmover a Caronte, quien lo deja atravesar el río Estigia, límite entre el mundo de los vivos y los muertos. Después, también con sus habilidades artísticas Orfeo logra convencer a Perséfone y a Hades de que le permitan llevarse a Eurídice.

Las divinidades subterráneas aceptan que se la lleve, pero Orfeo debe prometer que no intentará ver a su esposa hasta que la haya llevado a la luz del sol.

Entonces, según lo convenido, Eurídice seguía a Orfeo en el camino hacia la luz, y en el momento en que estaban a punto de abandonar las oscuras profundidades, Orfeo tuvo dudas.

Así, empezó a pensar en la posibilidad de que Perséfone lo hubiera engañado y que Eurídice no viniera tras él, por lo que no pudo soportar la tentación y se volvió para mirarla y corroborar que ella venía con él.

Cuando esto ocurrió, Eurídice fue arrastrada por una fuerza irresistible otra vez hacia el Hades. Orfeo, desesperado, intenta ir de nuevo a rescatar a su amada, pero esta vez Caronte no se lo permite.

Orfeo regresó a la Tierra solo y desamparado y mantuvo fidelidad a su esposa hasta su muerte.

Mito de Prometeo

Cielo y tierra habían sido creados; el mar se mecía en sus orillas y en su seno jugueteaban los peces; en el aire cantaban, aladas, las aves; pululaban en el suelo los animales. Pero faltaba aún la criatura en cuyo cuerpo pudiera dignamente morar el espíritu y dominar desde allí todo el mundo terreno. Apareció entonces en la Tierra Prometeo, vástago de la vieja estirpe de los dioses que Zeus destronara, hijo de Japeto, que lo era de Urano, nacido de la Tierra, dotado de gran ingenio. Bien sabía éste que en el suelo dormitaba la semilla del Cielo; por eso tomó arcilla, la humedeció con agua del río, la amasó y modeló con ella un ser a imagen de los dioses, señores del Mundo. Para animar este amasijo obra de sus manos, pidió a las almas de todos los animales cualidades, buenas y malas, y las encerró en el pecho del hombre. Entre los Olímpicos tenía una amiga, Atenea, diosa de la sabiduría, quien, admirada de la obra del hijo del Titán, infundió en la figura semianimada el espíritu, el hálito divino.

Así nacieron los primeros hombres, y no tardaron en multiplicarse y llenar la Tierra. Durante largo tiempo, sin embargo, no supieron cómo servirse de sus nobles miembros y de la divina chispa que recibieran. Miraban en vano, sin ver; oían sin oír. Vagaban como fantasmas, sin poder ayudarse de lo creado. Desconocían el arte de excavar las piedras y trabajarlas, de cocer ladrillos con barro, con los troncos caídos del bosque tallar maderos, y con todas estas cosas construirse viviendas. Pululaban bajo el suelo, en cavernas donde jamás penetraba el sol, como inquietas hormigas. No conocían las señales seguras anunciadoras del invierno, de la primavera con sus flores, del verano con su riqueza de frutos. Cuanto hacían era sin plan ni concierto.

Y he aquí que en Prometeo se despertó el interés por sus criaturas. Les enseñó a observar la salida y la puesta de los astros, las inició en el arte de contar, en el de la escritura; les enseñó a reducir a los animales al yugo y a utilizarlos como compañeros de trabajo; acostumbró los corceles a la brida y al carro, inventó barcas y velas para navegar. Se preocupó igualmente de los demás aspectos de la vida de los humanos. Antes no sabían éstos emplear remedios en sus enfermedades, desconocían los ungüentos que mitigan el dolor y no practicaban para cada dolencia una dieta apropiada; por falta de medicinas, los pacientes sucumbían miserablemente. Por eso, Prometeo les enseñó a mezclar medicamentos con que combatir toda suerte de enfermedades. Les enseñó luego el arte de la predicción, revelándoles los significados de señales y sueños, del vuelo de las aves y de los aruspicios. Además, les hizo dirigir la mirada al

interior de la tierra y descubrir así los minerales metálicos: el hierro, la plata y el oro. En una palabra, les inició en todos los regalos y las artes de la existencia.

No hacía mucho que reinaba en el Cielo, junto con sus hijos, Zeus, que había destronado a su padre Cronos y a la antigua raza de dioses de la que también descendía Prometeo.

Y he aquí que los nuevos dioses fijaron su atención en el linaje de hombres que acababa de nacer. Le exigieron les rindiera homenaje, a cambio de la protección que pensaban dispensarle. Se celebró en Mekone (Sición), Grecia, ura asamblea de mortales e inmortales, y en ella se estipularon los derechos y deberes de los hombres. Como abogado de sus humanas criaturas se presentó en la asamblea Prometeo, con objeto de velar para que los dioses no impusiesen excesivas cargas a los mortales en pago de la protección otorgada. Pero su listeza incitó al hijo de los Titanes a engañar a los dioses. En nombre de sus criaturas sacrificó un gran toro, del cual los Olímpicos debían escoger la parte que desearan. Una vez despedazado, había hecho dos montones con el cuerpo del animal propiciatorio: de un lado puso la carne y las entrañas, con abundante grasa, atado todo ello en la piel del animal, y puso el estómago encima; del otro lado colocó los huesos mondos, envueltos hábilmente en el sebo de la víctima. Y este montón era el más voluminoso. Pero Zeus, el padre de los dioses, el omnisciente, vio el engaño y dijo: «Hijo de Japeto, rey ilustre, buen amigo, ¡qué desiguales has hecho las partes!». Creyó entonces Prometeo haberle engañado y, sonriendo para sus adentros, dijo: «Ilustre Zeus, el más grande de los dioses eternos, escoge la parte que el corazón en tu pecho te aconseje». Zeus sintió la indignación en su alma, pero cogió adrede con ambas manos el blanco sebo y, habiéndolo apretado y viendo los pelados huesos, simuló que hasta aquel momento no se daba cuenta de la superchería e, irritado, exclamó: «¡Bien veo, amigo Japetónida, que no has olvidado todavía el arte del fraude!»

Resolvió Zeus vengarse de Prometeo por su engaño, y negó a los mortales el último don que necesitaban para alcanzar la plena civilización: el fuego. Más, también aquí supo componérselas el astuto hijo de Japeto. Cogiendo el largo tallo del jugoso hinojo gigante, se acercó con él al carro del Sol que pasaba y prendió fuego a la planta. Provisto de aquella antorcha bajó a la Tierra y pronto la primera hoguera flameó hacia el Cielo. Fue el Tonante quien más se sintió dolido en el fondo del alma, cuando divisó a lo lejos el resplandor del fuego elevándose de entre los hombres. Inmediatamente, y para reemplazar el uso del fuego, que no podía ya arrebatar a los mortales, ideó para ellos un nuevo mal: Hefesto, dios del fuego, famoso por sus habilidades, formaría la estatua de una hermosa doncella. La propia Atenea que, celosa de Prometeo, se había trocado en su enemiga, echó sobre la imagen una vestidura blanca y reluciente, le aplicó sobre el rostro un velo que la virgen mantenía separado con las manos, la coronó de frescas flores y la ciñó el talle con un cinturón de oro, artística obra que Hefesto ofrendara también a su padre, adornada maravillosamente con policromas figuras de animales. Hermes, el mensajero de los dioses, otorgaría el habla a la bella imagen, y Afrodita le daría todo su encanto amoroso. De este modo Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada; pues cada uno de los Inmortales había conferido a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres. Condujo entonces a la virgen a la Tierra, donde los mortales vagaban mezclados con los dioses, y unos y otros se pasmaron ante la figura incomparable. Pero ella se dirigió hacia Epimeteo, el ingenio hermano de Prometeo (1), llevándole el regalo de Zeus. En vano aquél había advertido a su hermano que nunca aceptase un obsequio venido del olímpico Zeus, para no ocasionar con ello un daño a los hombres; debía rechazarlo inmediatamente. Epimeteo se olvido de aquellas palabras, acogió gozoso a la hermosa doncella y no se dio cuenta del mal hasta que ya lo tuvo. Pues hasta entonces las familias de los hombres, aconsejadas por su hermano, habían vivido libres del mal, no sujetos a un trabajo gravoso, exentos de la torturante enfermedad. Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera. Apenas llegada junto a Epimeteo abrió la tapa y en seguida volaron del recipiente innumerables males que se desparramaron por la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja hahia un único bien: la esperanza; pero, siguiendo el consejo del padre de los dioses, Pandora dejó caer la cubierta antes de que aquélla pudiera echar a volar, encerrándola para siempre en el arca. Entretanto, la desgracia llenaba, bajo todas las formas, tierra, mar y aire. Las enfermedades se deslizaban día y noche por entre los humanos, solapadas y silenciosas, pues Zeus no les había dado la voz. Un tropel de fiebres sitiaba la Tierra, y la muerte, antes remisa en sorprender a los hombres, precipitó su paso.

Después, Zeus dirigió su venganza contra Prometeo. Entregó al culpable a Hefesto y sus criados, Cratos y Bia (la coerción y la violencia), quienes hubieron de arrastrarle a las soledades de Escitia, y allí, sobre un espantoso precipicio, encadenarle con cadenas indestructibles al muro de roca del Cáucaso. Hefesto cumplió con desgano el mandato de su padre, pues amaba en el hijo de los Titanes al consanguíneo descendiente de su abuelo Urano, a un vastago de los dioses de tan alta alcurnia como Zeus. Con palabras llenas de piedad y bajo los improperios de sus brutales servidores, mandó a estos a que efectuaran el cruel trabajo.

Y así hubo de permanecer Prometeo suspendido de la desolada peña, de pie, insomne, sin nunca poder doblar la cansada rodilla. «Exhalarás muchas inútiles quejas y suspiros —le díjo Hefesto—, pues la voluntad de Zeus es inexorable, y todos aquellos que llevan poco tiempo disfrutando de un poder usurpado son duros de corazón (2)». En realidad, el tormento del cautivo debía durar eternamente, o por lo menos treinta mil años. Aunque suspirando y quejándose a voces, aunque llamando, como testigos de su dolor, a los vientos y a los ríos, a las fuentes y a las olas del mar, a la madre Tierra y a los astros del Zodíaco que todo lo ven, su. ánimo no se doblegó. «Debe soportar la decisión del Destino —dijo— todo aquel que sabe comprender la fuerza invencible ce la necesidad». Tampoco se dejó mover por las amenazas de Zeus a descifrar la oscura profecía de que un nuevo lazo matrimonial (3) depararía al soberano de los dioses la perdición y la caída. Zeus cumplió su palabra: envió al prisionero un águila que, huésped diario, se nutría de su hígado, el cual, consumido, se regeneraba constantemente. Aquel tormento no habría de cesar hasta que se presentase un redentor que, aceptando voluntariamente la muerte, se aviniese en cierto modo a reemplazarle.

Finalmente llegó para el infeliz el día de la liberación. Después de haber permanecido por espacio de siglos suspendido de la roca y sufriendo torturas espantosas, acertó a pasar Hércules camino de las Hespérides y en busca de sus manzanas. Al ver colgando en el Cáucaso al nieto de los dioses y con la esperanza de poder aprovecharse de su buen consejo, se apiadó de su destino al ver cómo el águila, posada sobre las rodillas de Prometeo, devoraba el hígado del infeliz. Dejando entonces la maza y la piel de león, tendió su arco y disparó la flecha, ahuyentando al ave cruel de la entraña del atormentado. Acto seguido desató sus ligaduras y se alejó con el redimido. No obstante, para que se cumpliese la condición del rey de los dioses, puso en su lugar al centauro Quirón, quien se declaró presto a morir en aquel sitio, pues que antes era inmortal (3). Mas para que no quedase incumplida la sentencia de Zeus, que condenaba a Prometeo a permanecer desterrado en la roca durante un tiempo mucho más prolongado, tuvo éste que llevar en adelante un anillo de hierro en pie que, se encontraba una piedrecita arrancada de las peñas del Cáucaso. De este modo, Zeus pudo jactarse de continuar teniendo a su enemigo cautivo a la montaña.

1. Prometeo significa «el previsor»; Epimeteo, «que reflexiona después del hecho».2. Zeus había derrocado a Cronos (Saturno) y con él a la antigua dinastía de dioses, apoderándose por la fuerza del Olimpo. Japeto y Cronos eran hermaros; Prometeo y Zeus hijos de hermanos. 3. Con Tetis. (Pues a ésta se le había vaticinado que tendría un hijo que sería más fuerte que su propio padre. Por eso más tarde Zeus la casó con el héroe mortal Peleo, de quien tuvo Aquiles.)

El Mito del Dios griego Zeus

Este rey de los dioses, llamado Zeus, se casó con Hera, estableció su morada en el monte Olimpo y gobernó Grecia y la parte de Oriente de donde descendían sus ancestros, siendo célebre por su valor, su prudencia y su justicia.

El mito del Dios Zeus

Fue el dios del trueno, el relámpago y el rayo y ocupó el primer lugar entre las divinidades greco-latinas, siendo su culto el más extendido.

En su altar se ofrecían sacrificios de animales, como la cabra, el cordero y el toro blanco, pero nunca se sacrificaron humanos.

La harina, la sal y el incienso eran también ofrecidos en los rituales y el olivo y la encina eran los árboles consagrados a él.

Era un dios generoso, franco, entusiasta y con gran sentido del humor y la justicia.

Zeus es el dios Júpiter de los romanos, es el que sostiene el universo por medio de una serie de luchas y con sus dones de clarividencia, poderío y conocimiento todas las cosas.

Este dios era representado con un aspecto majestuoso, con barba, sentado en su trono y sosteniendo en la mano derecha el rayo y armado de dos flechas, y esta representación así como otras que le adjudicaban, simbolizaban sus poderes.

La diosa Hera era la esposa de Zeus y también su hermana; por lo tanto era además hija de Rea y Cronos y hermana de Poseidón, Hades, Deméter y Hestia.

El mito relata que Zeus se enamoró de Hera y la engañó disfrazándose de un ave, el cuclillo.

Para su casamiento fueron invitados todos los dioses, todos los hombres y todos los animales. Asistieron todos, con excepción de la ninfa Quelona que por esa razón fue convertida en tortuga.

Pero Hera no vivió mucho tiempo con Zeus, debido a su maltrato y sus constantes disputas y hasta guerras. Un día llegó a colgarla con una cadena de oro entre el Cielo y la Tierra con un yunque en cada pie y cuando uno de sus hijos quiso liberarla Zeus le dio un puntapié que lo hizo caer del Cielo a la Tierra.

Además Zeus le era infiel a Hera, provocándole muy crueles celos y rencores.

Hera no era tampoco una mujer muy virtuosa, tenía mal humor constante y también tuvo relaciones amorosas con muchos hombres, además de conspirar para destronar a su marido.

La leyenda cuenta que Hera se bañaba todos los años en una fuente que la tornaba virgen.

Hera concibió muchos hijos de manera alegórica, comiendo lechuga o tocando una flor o extrayendo de la tierra los vapores que acogía en su seno.

Se preocupaba mucho por su belleza y pretendía ser la más bella del Olimpo. Se dedicaba a presidir los casamientos y los nacimientos y en Roma también controlaba la moneda.

Realizó muchos prodigios y tomó muchas venganzas e inspiró gran temor y respeto. Su culto se extendió hasta Asia, llegó a África a través de Egipto y en todas partes se podían encontrar templos dedicados a esta diosa.

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Mito de Hércules

Hijo de Zeus y de Alcmena, esposa de Anfitrión, fue concebido en una triple noche, sin que por ello se alterase el orden de los tiempos, ya que las noches siguientes fueron mas cortas.

Se dice que el día de su nacimiento resonó el trueno en Tebas con furioso estrépito, y otros muchos presagios anunciaron la gloria del hijo del dueño y señor del Olimpo. Alcmena dio a luz dos mellizos, Heracles e Ificles. Anfitrión deseando saber cuál de los dos era su hijo, envió dos serpientes que se aproximaron a la cuna de los mellizos. El terror se apoderó de Ificles, quien quiso huir, pero Heracles despedazó a las serpientes y mostró ya entonces, que era digno hijo de Zeus.

Por otro lado, Hera, movida por los celos, resolvió eliminar al recién nacido enviando contra él a dos terribles dragones para que le despedazasen. El niño, sin el menor espanto, los trituró e hizo pedazos.

Palas logró que se apaciguara la cólera de Hera hasta el extremo de que la reina de los dioses consintió en darle de mamar de su pecho al hijo de Almena. Se cuenta que Heracles, abandonando el pecho, dejó caer algunas gotas de leche que se derramaron sobre el cielo, formándose de esta singular manera la vía láctea o camino de Santiago.

Los maestros más hábiles se encargaron de la educación de Heracles, Autólico le enseñó la lucha y la conducción de carros; Eurito, rey de Elia, el manejo del arco: Eumolpo, el canto; Cástor y Pólux, la gimnasia; Elio, le enseñaba a tocar la lira y el centauro Quirón, la astronomía y medicina.

Su desarrollo físico fue extraordinario y su fuerza portentosa. Heracles era un gran bebedor, y su jarro era tan enorme que se necesitaba la fuerza de dos hombres para levantarlo.

Ya mozo, Heracles se retiró a un lugar apartado para pensar a que género de vida se habría de dedicar. En esta oportunidad se le aparecieron dos mujeres de elevada estatura, una de las cuales, la Virtud, era hermosa, tenía un rostro majestuoso y lleno de dignidad, el pudor en sus ojos, la modestia grabada en sus facciones y vestía de blanco. La otra llamada, Afeminación o Voluptuosidad, de líneas onduladas y color rosado, miradas encendidas y llamativo vestido, manifestaba claramente sus inclinaciones.

Cada una de las dos procuró ganarlo para sí con promesas, decidiéndose Heracles por la Virtud. Abrazó así el héroe por su propia voluntad un género de vida duro y trabajoso.

Cuando Heracles creció, Hera vertió en su copa un veneno que lo enloqueció y esta locura hizo que Heracles matara a su mujer y a sus propios hijos confundiéndolos con enemigos. Como castigo fue enviado con el primo de Hera, Euristeo, para servirle por 12 años. Euristeo, estimulado por Hera, siempre vengativa, le encomendó las empresas mas duras y difíciles, las cuales se llamaron los doce trabajos de Heracles. Estas fueron: El león de Nemea, la hidra de Lerna, el jabalí de Erimanto, las aves de Stinfálidas, la cierva de Artemisa, el toro de Creta, los establos de Augías, robar los caballos de Diomedes, robar las manzanas de las Hespérides, arrebatar el cinturón de Hipólita, dar muerte al monstruo Gerión, y arrastrar a Cerbero fuera de los infiernos.

De todos ellos salió victorioso el héroe y son otros muchos los que asimismo se le atribuyen, pues casi todas las ciudades de Grecia se vanagloriaban de haber sido teatro de algún hecho maravilloso de Heracles. Exterminó a los centauros, mató a Busilis, Anteo, Hipocoón, Laomedonte, Caco y a otros muchos tiranos; libró a Hesione del monstruo que iba a devorarla, y a Prometeo del águila que le comía el hígado, separó los dos montes llamados más tarde columnas de Heracles, etc.

El amor, pese a las numerosas hazañas realizadas por el héroe, ocupó intensamente el espíritu y el cuerpo de Heracles. Tuvo muchas mujeres y gran número de amantes. Las más conocidas son Megara, Onfalia, Augea, Deyanira y la joven Hebe, con la cual se casó en el cielo, sin olvidar las cincuenta hijas de Testio, a las cuales hizo madres en una noche.

El odio del centauro Neso, unido a los celos de Deyanira, fueron la causa de la muerte del héroe. Sabedora esta princesa de los nuevos amores de su esposo, le envió una túnica teñida con la sangre del centauro, creyendo que con ello impediría que amara a otras mujeres. Pero apenas se la puso el veneno del que estaba impregnada hizo sentir su funesto efecto, y penetrando a través de la piel, llegó en un momento hasta los huesos. En vano procuró arrancarla de sus espaldas; la túnica fatal estaba tan pegada a la piel que sus pedazos arrastraban tiras de carne.

Las más espantosas imprecaciones contra la perfidia de su esposa brotaron de los labios del héroe, y comprendiendo que se acercaba su última hora, constituyó una pira en el monte Oeta, extendió sobre ella su piel de león, y echándose encima mandó a Flictetes que prendiera fuego y cuidase sus cenizas.

En el mismo instante en que comenzó a arder la pira, se dice que cayó un rayo sobre ella para purificar lo que pudiera quedar de mortal en Heracles. Zeus lo subió al Olimpo y lo colocó entre los semidioses.

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La mujer dormida y el cerro Popocatépetl

IZTACCIHUATL Y POPOCATEPETL

Tonatiuh, el Dios Sol, vive con su familia en el cielo 13 en el que no se conoce la oscuridad ni la angustia...El hijo de Tonatiuh era el príncipe Izcozauhqui a quien le encantaban los jardines. Un día el príncipe oyó hablar de los vergeles del señor Tonacatecuhtli. Curioso fue a conocerlos. Las plantas parecían más verdes y los prados frescos y cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se acercó con presteza y al hacerlo, se encontró con una mujer que salía de las aguas ataviada con vestidos de plata. Se enamoraron de inmediato ante el beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos, recorrían un cielo y otro. Pero los dioses les prohibieron ir más allá de los 13 cielos.

Los enamorados conocían el firmamento. La curiosidad por saber qué había bajo de él hizo que descendieran a conocer la tierra. Allí la vida es diferente. El sol no brilla todo el tiempo, descansa por las noches. Hay más colores, texturas, sonidos y animales que en todos los cielos recorridos.

Los príncipes, al descubrir que la tierra es más hermosa que los paraísos celestiales decidieron quedarse a vivir en ella para siempre. El lugar escogido para su morada estaba cerca de un lago, al lado de valles y montañas.

Los dioses, furiosos por la desobediencia de la pareja, decidieron un castigo. La princesa enfermó repentinamente, fueron vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La mujer supo que esa era la sanción de los dioses, Tonatiuh se lo hizo saber con sus abrasadores rayos. A ella no le permitirían vivir.

Fuente: La Mujer Dormida y el cerro Popocatepetl

Los mayas y la tortuga

Cuentan los antiguos mayas en un hermoso mito, que cuando el Sol y la Luna huyeron de la destrucción del mundo se cobijaron bajo el caparazón de una tortuga, lo que permitió a la Luna efectuar su habitual recorrido, pues con ello evitó

morir destruida por el cataclismo. Muchos de los códices mayas representan al dios Sol llevando a cuestas el caparazón de una tortuga. A más, la tortuga es la insignia de los cuatro bacaboob que sostienen el Cielo, y se encuentran situados en los cuatro puntos cardinales, ya que los mayas concebían al planeta Tierra como una gran tortuga, cuyo caparazón simbolizaba su redondez.

Pawahtún, el Cargador del Cosmos, uno y cuatro a la vez, se representa con los brazos en alto, el rostro arrugado, la boca desdentada, y el cabello cubierto con una red. Carga un caparazón de tortuga en la espalda, y su glifo se representa por medio del caparachón. Pawahtún mora en el Cielo, la Tierra, y el Inframundo; su tarea es sostener la bóveda celeste y la superficie de la Tierra. La naturaleza del dios es pétrea. A él le correspondía presidir los cinco días nefastos, wayeb’, del calendario solar, a más de ser el patrono de los pintores y los tlacuilos.

http://www.mitos-mexicanos.com/mitos-cortos/los-mayas-y-la-tortuga.htmlFuente: Los mayas y la tortuga

Los hijos de los árboles. Mito mixteco

En aquellos los primeros y lejanos tiempos, la Tierra se encontraba en un absoluto caos. Todo era desorden, no existían los días ni los años, pues el tiempo flotaba en la nada. El agua y la lama lo cubrían todo; sólo había oscuridad y tinieblas. No existían ni los animales ni las plantas. No se conocían las montañas ni las cuevas y, por supuesto, no había gente. Solamente las divinidades creadoras vivían en esa oscuridad, volando por los aires. Ahí estaban Uno Venado Serpiente de Jaguar y Uno Venado Serpiente de Puma, los dos espíritus que simbolizaban el principio dual del cosmos. Serpiente de Jaguar llegó a este caos adoptando la forma humana y haciéndose visible. Después apareció Serpiente de Puma, en forma de una mujer muy bella. Vivía esta pareja en el noveno Cielo representación dual de un dios superior y mucho más poderoso: el Dios del Centro por quien “vive todo ser viviente”.

Los dos dioses Serpiente habían nacido en un lugar llamado Stinu, muy próximo a la peña de Cawacandivi, Donde Descansa el Cielo. De esta pareja surgieron todos los dioses que integraban el panteón mixteco. Uno Venado Serpiente de Jaguar y Uno Venado Serpiente de Puma crearon a los primeros seres divinos, los ñuhu. Estos ñuhu fueron las deidades Ñuhu Tachi, Dios del Aire; Ñuhu Nde’yu, Dios de la Tierra; Ñuhu Nchikanchii, Dios del Sol y el Fuego; Ñuhu Yoo, Dios de la Luna y de las Predicciones; Ñuhu Savi (Dzahui) Dios de la Lluvia; y Ñuhu Ndoso, Dios de los Montes y los animales. Todos ellos fueron los primeros habitantes de la Tierra que ayudaron a ordenar el mundo con sus fantásticos poderes divinos, otorgados por el Ser Supremo.

En ese mundo de oscuridad inicial, los dioses-primeros-pobladores de la Tierra, vivieron muchos siglos. Hasta que un día las divinidades decidieron separar la oscuridad de la luz, lo de arriba de lo de abajo, y la tierra del agua. Cuando Ndicahndíi, el Sol, se creó, los ñuhu se asustaron y se escondieron en las cavernas y en las barrancas, aunque fueron alcanzados por la luz del Sol y quedaron petrificados. Desde entonces, las cavernas y las barrancas fueron sagradas. Algunos de ellos son conocidos todavía con los nombres de Señores Árbol, Señor Frijolón, Señor Frijolito, y los catorce Señores Serpiente.

De una peña, la pareja Venado hizo brotar el líquido vital, para después construir sobre aquélla un hermoso palacio en el cual vivirían y en donde quedó asentada la Tierra. Dicha peña se encontraba en Apoala, palabra de origen nahua que significa “agua que destruye” o el Lugar del Nacimiento de los Linajes. Apoala se encuentra en el noroeste de la actual ciudad de Oaxaca. En la parte más alta del palacio, se encontraba un hacha de cobre con el filo hacia arriba, en donde se asentaba el Cielo. Ya establecidos en su palacio, la pareja divina tuvo dos hijos: uno se llamó Viento Nueve Serpientes, porque ese día había nacido; y al otro lo denominaron Viento Nueve Cavernas, sin duda por la misma razón. El primero, tenía la facultad de volverse águila y volar a donde su voluntad lo llevara; el segundo, podíase convertir en una serpiente con alas, y volar con tanta maestría que podía meterse por las grietas y paredes, y aun

volverse invisible. Los dos pequeños dioses fueron creados con mucho cariño y, por lo tanto, eran muy felices. Con el fin de honrar a sus padres, estos hermanos elaboraron una ofrenda consistente en incensarios de barro en los cuales quemaron beleño molido. Esta fue la primera ofrenda que el mundo conoció. Al entregar la ofrenda, los dos Viento les pidieron a sus padres que crearan la luz, el Cielo, las aguas y la Tierra. Entonces, procedieron a pincharse las orejas y la lengua con astillas de pedernal, y la sangre que brotó la esparcieron con una rama de árbol de sauce, sobre todos los árboles y plantas. Los dos hermanos les rogaron a sus padres que el mundo se poblara. Los dioses accedieron y juntaron la Tierra desde abajo, para que saliera el agua que todo lo cubría. El mundo se fue poblando con los hijos de ellos, la primera generación de mixtecos.

Más tarde, los dioses padres crearon dos hermosos jardines: uno para el placer de deleitarse, y otro para que contuviera todas las cosas que fuesen indispensables para efectuar las ofrendas a los dioses. Los jardines estaban repletos de árboles, plantas y flores de suma belleza; además, había en ellos frutas de excelso sabor, y hierbas olorosas y coloridas. Pero sucedió que llovió durante muchos días hasta que la Tierra se inundó. Muchos dioses y muchos hombres sucumbieron. Los dioses se refugiaron en las nubes, y los hombres en las profundidades de la Tierra. Con el paso del tiempo, el Sol secó la tierra y renacieron las plantas. Los dioses decidieron que la Tierra debía poblarse otra vez. Así pues, las deidades superiores: Añau Nallihui, Corazón del Mundo; Iya Nicandi, Creador de Todas las Cosas y Yoco Situayuta, Dios de la Generación, que vivían en la cueva sagrada Cahuadzandanah, crearon el Río Yutatnoho, Río de Donde Salieron los Señores, para que fecundaran las semillas de dos árboles sagrados, Yuthu-ji, que habían plantado los mismos dioses en la riberas del río, muy cerca de la cueva sagrada de los tiempos primarios. Los árboles, que al principio podían confundirse con arbustos, fueron cuidados con mucho esmero por los dioses hasta que se convirtieron en hermosos y grandes. De ellos surgieron, gracias al aliento de Yoco Situayuta, un hombre y una mujer -desnudos y friolentos por el viento y la lluvia, y deslumbrados por los relámpagos- que fueron los antepasados de esta segunda generación de mixtecos. Del apareamiento de la pareja nacieron los nobles, los sacerdotes, los guerreros y los artífices; de las hojas de los árboles surgieron los quiadachiñosa, campesinos; los quiadabasha, artesanos; los iyosidacosa, mercaderes; y los quiadabasha-béé, los constructores.

Cuatro Pie, conocido también como Nácxitl, hijo de esta pareja, decidió hacer un agujero en un árbol que se encontraba en las nubes para ejecutar el acto sexual. De esta unión el árbol quedó preñado y, al poco tiempo, nació El Flechador del Sol, quien habría de retar al astro rey disparándole flechas, a las que el astro respondía enviándole sus poderosos rayos solares. Un atardecer, el Sol cayó herido de muerte y su sangre tornó rojiza la tarde y, por ende, a todos los futuros atardeceres. El Flechador tuvo miedo de que el Sol renaciera y quisiese recuperar las tierras que su asesino le había arrebatado; así pues, llevó con él a todas las personas y les ordenó que cultivaran milpas, aunque era ya de noche. Al otro día, cuando el Sol volvió a nacer, la Tierra estaba poblada y sembrada y ya no pudo hacer nada. Entonces, los mixtecos quedaron como dueños absolutos del lugar, porque así lo quiso el dios Nácxitl.

http://www.mitos-mexicanos.com/mitos-mexicanos/los-hijos-de-los-arboles-mito-mixteco.html

Fuente: Los hijos de los árboles. Mito mixteco

Los primeros hombres mal hechos

Había una vez dos dioses que vivían en el silencio y la oscuridad. No existían la naturaleza, los animales ni los hombres. Solamente un inmenso mar en reposo, donde acostumbraban pasear Tepeu y Gucumatz. Vivían bajo plumas verdes y azules en el Cielo, junto a Corazón del Cielo, Huracán, El de una sola Pierna. Un día en que estaban platicando decidieron que se hacía necesario dar vida al hombre y a la naturaleza. Huracán aceptó y así lo dispuso, Huracán que es tres en uno: Caculhá-Huracán, Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá. Y bajo el conjuro de las palabras de Tepeu y Gucumatz, el mar se retiró, surgió la Tierra: las montañas, los valles. Luego, aparecieron las corrientes de agua, los arroyos. Una vez creada la Tierra, los dioses agradecieron a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. A continuación, aparecieron los animales del monte, los espíritus del bosque, de la montaña y de los bejucos, los pájaros, los venados, los tigres, las serpientes; a todos ellos les asignaron un lugar en la Tierra donde deberían vivir por siempre, y a cada uno les dieron habla a la manera de cada especie, para que alabaran a Corazón del Cielo y a Corazón

de la Tierra. Pero los animales no hablaban como de los hombres, y por lo tanto no podían decir los nombres de los dioses, ni rezar ni venerarlos como era debido. De tal manera que la pareja creadora decidió que debían dar vida a otros seres que fueran obedientes y pudieran adorarlos. Pero como los dioses eran buenos decidieron darles a los animales otra oportunidad para que hablaran, pronunciaran sus nombres y los venerasen. Pero fue inútil, los animales siguieron sin hablar y solo emitían los sonidos propios de su especie: graznaban, croaban, gruñían, piaban. Ante tal incapacidad, los dioses dijeron a los animales que su destino sería ser cazados y comidos.

Cuando ya estaban cerca el amanecer y la aurora, los dioses pensaron que era el momento de crear unos seres que los sustentaran, los alimentaran, los alabaran y los veneraran. Entonces tomaron barro de la tierra y formaron la carne de los hombres; pero estaba tan blanda que la cabeza se les iba de un lado para otro y, además, la vista la tenían nublada. Estos hombres podían hablar, pero no tenían razonamiento. Con el agua se desbarataron. Los dioses fueron a ver a los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané (por otros nombres Hunahpú-Vuch y Hunahpú-Utiú): la Abuela del Día, el Abuelo del Alba. En seguida, los dos dioses viejos echaron sus granos de maíz y de tzité para adivinar lo que se debía hacer para lograr crear a los seres destinados a venerar a los dioses. Después de llevar a cabo la ceremonia adivinatoria, los Abuelos dijeron que los hombres se deberían formarse de madera. Los dioses se pusieron manos a la obra y labraron muñecos de madera que eran la imagen de los hombres de la tierra y que contaban con la capacidad de hablar. Los muñecos se aparearon y tuvieron hijos; pero tenían un defecto: carecían de alma, no tenían entendimiento, caminaban a gatas, y no se acordaban de Corazón de Cielo al que, por supuesto, no veneraban. Carecían de sangre, sus manos y pies eran inconsistentes, su carne estaba amarilla, su cara enjuta.

Ante tal horror, los dioses destruyeron a estos primeros hombres mal hechos, Corazón del Cielo envió un terrible diluvio que dio fin a su existencia.

Tepeu y Gucumatz hicieron un nuevo hombre con tzité, y a la mujer le hicieron su carne con espadaña; pero no hablaban ni pensaban, por lo cual una resina llegó del Cielo, Xecotcovach les vació los ojos, Camalotz les cortó la cabeza, Cotzbalam los devoró, el Tucumbalam les rompió los huesos y los nervios, y los molió, por no haber sabido venerar a Corazón de Cielo, a Huracán. En ese momento, una lluvia negra cayó en la Tierra. También llegaron los animales y los maltrataron y reclamaron a los hombres el mal trato que sufrieron y el servirles de alimentos, y llegaron los enseres domésticos y les rompieron las caras a los hombres por haberlos atormentado con el uso diario.

De esos hombres quedaron sus descendientes: los monos. Es por tal acontecer que los monos se parecen tanto a los hombres.

http://www.mitos-mexicanos.com/mitos-mexicanos/los-primeros-hombres-mal-hechos.html

Fuente: Los primeros hombres mal hechos

El regalo del Padre sol. Mito tzotzil

En la Primera Creación la pareja humana inicial fue hecha de barro. Cuando los hijos de sus descendientes tenían seis meses de nacidos, se los comían, una vez que los habían hervido en agua. Este hecho enojó al Padre Sol quien mató a la pareja y castigó a los hombres enviándoles un horrible diluvio de agua hirviendo. Los hombres rompieron sus ollas para que sus espíritus pudieran escapar. Vino una terrible oscuridad y todos murieron devorados por las serpientes, los pumas y los jaguares que nacieron en esa oscuridad. Pero los niños no murieron, sino que les salieron alas y se convirtieron en pájaros. Los pocos hombres que lograron salvarse se fueron a refugiar a las cuevas y a las montañas. Los que se fueron a éstas, comieron frutas, plantas silvestres y bellotas, por lo que se convirtieron en ardillas y monos. Los que se escondieron en las cuevas comieron bulbos y plantas. Ese fue el castigo que les dio el Padre Sol por no haber muerto en la inundación como él les ordenara. Además, los convirtió en mapaches, a quienes ya se les olvidó que un día fueron hombres. Por eso se meten a las milpas a comerse el maíz tierno. Una mujer sobrevivió porque se subió a la cima de un cerro con su perro, hizo el amor con él obligándolo, y quedó embarazada. Así surgieron los ladinos

(mestizos). Los únicos que se salvaron de tal inundación fueron los sacerdotes, porque eran monos araña y aulladores que se subieron a los árboles.

http://www.mitos-mexicanos.com/mitos-mexicanos/el-regalo-del-padre-sol-mito-tzotzil.htmlFuente: El regalo del Padre Sol. Mito tzotzil.

Ya´axché, el árbol sagrado de los mayas

En un principio fue la cruz: la representación simbólica de los cuatro vientos, de los cuatro rumbos sagrados. Al centro de la cruz cósmica, el Gran Árbol de la Vida y de la Fertilidad: Ya’áxché, el Árbol Sagrado…

Cuentan los abuelos que en el año 3,114 a.C. nació el dios Hun Nal Ye, Uno Maíz, el Primer Padre, quien un buen día decidió construir una casa en un lugar llamado Cielo Levantado. Dividió la casa en ocho partes: cuatro rumbos cósmicos y cuatro espacios intercardinales. Tres piedras le sirvieron para indicar el centro del cosmos, en donde colocó a Ya’axché Imich, el Árbol Sagrado. En cada rumbo sagrado sembró un árbol. Así, surgieron El Primer Árbol Blanco, Sac Imix Che, en el norte; el Primer Árbol Negro, Ek Imix Che, en el oeste; el Primer Árbol Amarrillo, Kan Imix Che, en el sur; y el Primer Árbol Rojo, Imix Che, en el este. Hun Nal Ye decidió que Ya’axché relacionara los tres planos verticales del cosmos: el Cielo, la Tierra y el Inframundo.

En la copa del árbol, en el plano celeste -azul e inalcanzable- está el mundo de lo sagrado, pleno de fuerzas creadoras, de existencia pre cósmica, y morada de las deidades eternas. En el Cielo habitan sagradas aves psicopompes: el Pájaro-Serpiente, de larga cola de quetzal y collares de jade; Yaxcocahmut, el ave oracular; y Kinich Kak Mo, la guacamaya de fuego de rostro solar. Las aves comparten el espacio celeste con monos que se destacan por su sabiduría y por sus enormes saltos de rama en rama. El Cielo cuenta con trece estratos dispuestos en capas sobre la Tierra. En el más alto vive Itzamná, El Lagarto de la Casa, el dios del Sol y la sabiduría, supremo creador del universo, del fuego y del corazón, representante de la muerte y del renacimiento de la naturaleza. Itzamná, sentado sobre una cauda de estrellas, dirige el orden del cosmos desde las alturas celestiales, para beneficio de los humanos. Cuatro jaguares, los bacaboob, hijos de la diosa lunar Ixchel y de Itzamná, sostienen el Cielo en cada una de las esquinas de las cuatro direcciones sagradas; así, el Cielo nunca caerá. Los cuatro sostenes se nombran: Balam Quitzé, Jaguar de Fuego; Balam Acab, Tigre Tierra; Mahucutah, Tigre Luna; e Iqui Balam, Tigre Viento. Solamente cuando el mundo dio fin en una de sus eras a causa de un diluvio que todo destruyó, los bacaboob se libraron de tan pesada carga. A cada uno corresponde un punto cardinal y un color: el bacab del norte es blanco; el del sur, amarillo; el del este, rojo; y el del oeste negro. Despojados de su penosa tarea, los bacaboob habitan las entrañas de la Tierra, y los lugares acuosos de la naturaleza. Cada uno de los bacaboob se identifica con un amuleto: una tela de araña, un caparazón de tortuga y dos clases de concha.

En las raíces de Ya’axche se sitúa el plano terrenal, Cab, la Madre Tierra, la morada de los hombres, el espacio donde tiene lugar el ciclo vital y el acontecer del continuum humano. En Cab se produce y se reproduce la naturaleza en todas sus expresiones; en Cab se encuentran las montañas, los ríos, los valles, las flores, los animales; y sobre todo, en Cab crece el sagrado maíz, el regalo más preciado de los dioses a los humildes mortales. Bajo la superficie de Cab, donde se surgen las aguas vitales, flota el divino cocodrilo, Itzam Cab, Cocodrilo de la Tierra, por otro nombre Chac Mumul Ain, Gran Cocodrilo Lodoso, con rugosa piel que connota los accidentes naturales. Sobre el fuerte tórax del Cocodrilo sagrado, encarnación de la fertilidad cósmica y terrenal, descansa la Tierra, mientras que su cuerpo flota sobre una inmensa laguna. Dios Cocodrilo sacralizado de representación tripartita, pues en él se unen los conceptos celestiales, terrenales e infernales; es decir: Cielo-Tierra-Inframundo.

Más abajo de Cab, se encuentra el Inframundo, Xibalbá, el reducto de los muertos, el mundo subterráneo donde reinan los malignos Señores de Xibalbá, dioses de la enfermedad y de la muerte: Xiquiripat, Chuchumaquic, Ahalpuh, Ahalcaná, Chamiabac, Chamiaholom, Quicxic, Patán, Quicré y Quicrixcac, comandados por Hun Camé y por Vucub Camé, los jueces supremos del concejo fúnebre. Para acceder a Xibalbá es necesario transitar por pendientes muy acusadas, cruzar el Barranco Cantante y el Barranco Cantante Resonante, esquivar árboles espinosos y ríos de sangre,

hasta llegar a un cruce de cuatro caminos de colores rojo, blanco, amarillo y negro. Llegar a Xibalbá requiere soportar horribles tormentos en la Casa Oscura, llena de tinieblas; en la casa del Frío, donde sopla un viento gélido; en la Casa de los Jaguares, plena de bestias que se revuelcan, gruñen y se burlan de los caminantes; en la Casa de los Murciélagos, que revolotean y chillan sin cesar; y en la Casa del Calor, envuelta en eternas llamas y brasas ardientes.

A pesar del paso del tiempo, Yaáxché no ha sido olvidada. Los lacandones cuentan que Hach Ak Yum, Nuestro Verdadero Señor, creador de la selva, el Sol y de los humanos vivía en Yaxchilán, lugar que se encontraba en la Tierra. Un día decidió irse a vivir al Cielo y se fue con toda su familia. Desde entonces, Yaxchilán se convirtió en un espacio sagrado, en donde por medio de la celebración de ritos, se logra la comunicación con el dios. Yaxchilan es el centro del mundo en el cual existe una ceiba sagrada, cuya copa llega al Cielo y cuyas raíces conducen al Inframundo. Tal árbol recibe el nombre de Ya’axché; es decir, el Árbol Verde, encargado de sostener al mundo. Alimenta y hospeda a los que no tienen padres. Dicho árbol simboliza la fecundidad, la fertilidad y a la temible Xtabay, la diosa asesina y seductora de hombres,. A más de este árbol central, la Tierra se encuentra sostenida por otros cuatro situados en cada uno de los puntos cardinales. Estas direcciones sagradas tiene su color y su significado: el este es rojo: sangre y vida; el oeste es negro: muerte; el norte es blanco: el cenit; y el sur es amarillo: la medianoche.

http://www.mitos-mexicanos.com/mitos-mexicanos/yaaxche-el-arbol-sagrado-de-los-mayas.htmlFuente: Ya'axché, el Árbol Sagrado de los mayas