anthony pagden la ilustración - prólogo

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Anthony Pagden La Ilustración - Prólogo

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  • PRLOGO A LA EDICIN ESPAOLA

    I

    La idea original de esta obra se remonta a 1999, cuando tuve la fortuna de pasar una parte del verano en Madrid como profesor visitante de Filo-sofa gracias a la Fundacin BBVA. Fruto de aquella experiencia y de las largas charlas con mis colegas, en especial con el profesor Jos Mara Hernndez, fue la publicacin en el ao 2002 de La Ilustracin y sus ene-migos. Dos ensayos sobre los orgenes de la modernidad. Aquel libro trataba de la recepcin y posterior crtica denigratoria de la Ilustracin por parte de los romnticos y de sus herederos, que la hicieron responsable de casi todos los males de la modernidad, desde el desencantamiento del mundo de Max Weber hasta las cmaras de gas de Auschwitz. Todos los males del mundo occidental moderno, argumentaban los enemigos de la Ilustracin, eran la consecuencia inevitable de imponer el dominio de la razn pura al universo humano y al universo natural. Segn esto, los pensadores de la Ilustracin no haban sido nicamente racionalistas ra-dicales, sino tambin cosmopolitas (por cierto, una de las acusaciones que los nazis dirigan contra los judos), pues al liberarse de la cadena de las emociones comunes que tradicionalmente agruparon a los seres hu-

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    manos en familias y a las familias en naciones, se haban desprendido tambin de una gran parte de su humanidad normal. Semejante filsofo se mofaba del hombre cosmopolita Jean-Jacques Rousseau ama a los trtaros para no tener que molestarse en amar a su vecino. De ah la ar-gumentacin, favorecida tanto por los comunitaristas americanos (en general, de izquierdas) como por los nacionalistas conservadores (en ge-neral, de derechas), de que los conceptos de ilustracin y cosmopoli-tismo haban despojado al mundo moderno de una direccin y de un objetivo moral. Escrib La Ilustracin y sus enemigos para demostrar que esa opinin ha conseguido ocultar el aspecto ms significativo del proyec-to filosfico de la Ilustracin, que, a grandes rasgos, no fue sino fundar una ciencia absolutamente laica de la humanidad, basada en una visin nueva y secular de los orgenes de la sociabilidad humana.

    En la presente obra he querido demostrar que gran parte del debate so-bre lo que se ha denominado proyecto ilustrado ha conducido a una in-terpretacin errnea del aspecto ms significativo del proyecto, as como aclarar por qu la Ilustracin contina despertando en la actualidad un in-ters profundo y suscitando iracundos debates. La Ilustracin nos importa an porque nosotros, los europeos occidentales, somos herederos suyos. Por tanto, no es ocioso que aspiremos a comprenderla en profundidad.

    Como he pretendido demostrar aqu, el nico objetivo de la Ilustracin consisti en someter el universo humano a la tirana de la razn. No pue-de negarse que ser un ilustrado significa superar lo que en trminos gene-rales se calific de prejuicio, para lo cual era necesario ser crtico, circuns-tancia que requiere el uso de la razn. Nuestra poca deca Immanuel Kant en un pasaje clebre de la primera de sus tres grandes Crticas, la Crtica de la razn pura (ella misma, de hecho, una obra crtica) es una autntica poca crtica, y a la crtica ha de someterse todo. La religin por sagrada y la legislacin por su carcter majestuoso se han credo exentas, y con ello se han ganado la desconfianza de los dems. Por tanto, no pueden pretender el genuino respeto que la Razn garantiza solo a las cosas capaces de soportar un examen pblico y libre1.

    Pero si la Ilustracin se hubiera quedado en eso no habra sido ms que una prolongacin en el tiempo del empirismo de la denominada Revo-lucin Cientfica del siglo xvii. En esta obra he sostenido que el proyec-

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    to filosfico ilustrado, al contrario que la ciencia del siglo xvii, convenci-da de que todo conocimiento derivaba de la interaccin de los sentidos con el mundo exterior, atribuy el conocimiento al sentimiento, como se llam en la poca, especialmente al ms importante de todos: la sim-pata (o empata, como diramos hoy). Partiendo de esta base, se lleg a la conclusin de que todos los seres humanos comparten la misma na-turaleza y de que su capacidad para reconocerse unos a otros como tales permita fundar una nueva ciencia una ciencia humana capaz de sustituir a la teologa y de ser el contrapunto, igualmente riguroso, igual-mente laico, de las ciencias naturales. Fue la concepcin de una huma-nidad culturalmente diversa pero racialmente homognea lo que hizo posible la evolucin del ideal cosmopolita moderno. He querido de-mostrar que de todos los aspectos distintivos de la Ilustracin que conti-nan entre nosotros laicismo, derechos humanos, liberalismo e incluso economa de mercado este es ms consistente. A falta de ese aspecto, el mundo globalizado que hoy habitamos no habra existido jams.

    Sera este un motivo para no tropezar en la misma piedra que los histo-riadores modernos que oponen una imaginaria Ilustracin radical a otra supuestamente moderada2. Y no slo porque as no puede explicarse la compleja red de comunicaciones que cruz Europa de cabo a rabo durante el siglo xviii, ni entenderse la admiracin que Diderot senta por Montes-quieu, sino tambin porque esa forma de verlo fragmenta un cuerpo de ideas que, si bien eclctico, se mostr absolutamente coherente en lo rela-cionado con sus objetivos finales. Y es tambin un motivo para evitar esa otra tendencia de la historiografa moderna que pretende analizar la Ilustra-cin siguiendo lneas nacionales. Adjudicarse la Ilustracin significa adju-dicarse el liderazgo intelectual (y tal vez moral) del mundo moderno. Pero la Ilustracin fue un fenmeno europeo o, si se quiere, puesto que tambin tuvo lugar en las Amricas, un fenmeno occidental. Aunque no cabe duda de que existieron estilos literarios, modos de pensar, grados de fe, cosas importantes que en cierto modo distinguieron a los britnicos de los fran-ceses o a los franceses de los espaoles, tampoco esto da cuenta de un pro-yecto intelectual que fue transnacional y transcultural por naturaleza.

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    II

    El hecho de que la Ilustracin abarcara la totalidad de Europa est fuera de duda. Sin embargo, la historiografa ms tradicional tiende a situarla en unas partes de Europa y a excluirla de otras. En efecto, la Europa del sur, la Europa catlica, Espaa, junto con Portugal e Italia esta ltima con las salvedades de Ferdinando Galiani, Cesare Beccaria, Gaetano Filangieri y algunos otros se tratan como excepciones. Razones histricas no faltan, desde luego. La Ilustracin como proyecto filosfico consciente fue una creacin fundamentalmente francesa con races inglesas, circunstancia por la que se excluye tambin otra gran parte de Europa: Holanda, Irlanda, Escandinavia, Polonia y Rusia. Y aunque sus races fueran inglesas, lo cierto es que la Ilustracin inglesa empalidece cuando se la compara con la es-cocesa. No obstante, existen motivos muy concretos para la persistente y lamentable exclusin de Espaa. El primero de ellos tiene que ver con el lugar predominante (al que he aludido en esta obra) que ocup la escols-tica espaola en la historia intelectual de la Europa moderna. He sostenido que el principal objetivo de la crtica de la nueva epistemologa del siglo xvii la epistemologa de Hobbes, Locke y Spinoza, e incluso la de Descar-tes, con la que la Ilustracin contrajo una enorme deuda intelectual, era para Jean DAlembert redactor junto con Diderot de la Encyclopdie, la empresa ms caracterstica de la Ilustracin eso que se llam ciencia durante los siglos de la ignorancia. Los autores ms influyentes de aquella ciencia, conocidos comnmente con el nombre de escolsticos, desde Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y Luis de Molina en el siglo xvi hasta Francisco Surez en el xvii, fueron espaoles. He sostenido tambin que los escritores de la Ilustracin estaban decididos a poner la mayor dis-tancia entre ellos y los racionalistas del siglo xvii, pues, como DAlembert dijo de Descartes y habra podido decir de todos, aunque ha demostrado tener un ingenio agudo capaz de sacudirse el yugo de la escolstica, la opi-nin y la autoridad, en una palabra, los prejuicios y la barbarie, procedi a sustituirlas por sus propias certezas falsas3. Pero al mismo tiempo los ilustra-dos no tenan la menor intencin de recuperar ningn elemento de la esco-lstica, en especial los relacionados con los orgenes de la sociabilidad que Hobbes, Locke, Descartes y Spinoza haban desechado con tanta eficacia.

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    Puesto que los espaoles se hallaban entre los escolsticos ms conocidos, no nos sorprende que se les considerara los mayores portadores del yugo de la escolstica. Una afirmacin no del todo falsa. Por lo general, los pro-fesores de universidad han sido siempre y siguen siendo fundamentalmente reaccionarios. Los cambios en los sistemas de conocimiento raras veces proceden del mundo acadmico. Y puesto que la escolstica espaola fue durante ms de un siglo la corriente intelectual ms potente de Europa, no sorprende que aun cuando la Revolucin Cientfica hubiera arrasado con sus premisas ms queridas, las siguientes generaciones de profesores se resis-tieran a abandonarlas. Como observaba custicamente el autor de la entra-da correspondiente a la filosofa escolstica en la Encyclopdie, el estudio de la filosofa en Espaa y Portugal se encontraba en la misma situacin en que estuvo entre nosotros desde el siglo xii hasta el siglo xvi. Los profesores se niegan a ensear nada nuevo y adoptan todas las precauciones posibles contra la ilustracin4. Y no se trata del tpico desprecio de los franceses por la vida intelectual de su vecino del sur. En 1730, Martn Martnez, un su-jeto algo repelente, deca en un tono de desesperacin semejante sobre sus colegas que la universidad y sus profesores se comportan como si el presti-gio de las escuelas consistiera en la obstinacin y los malos mtodos de en-seanza5. Pero este oscurantismo no se limitaba a las facultades del mundo ibrico. La mayor parte de las universidades europeas, al menos en los pri-meros aos del siglo xviii, se hallaban en una situacin muy parecida. Por ejemplo, Edward Gibbon, el gran historiador ingls, hablaba custicamen-te de su breve experiencia en Oxford, donde pas los catorce meses ms intiles y desperdiciados de mi vida, porque los colegios de Oxford y Cambridge, que se fundaron en los siglos oscuros de la ciencia brbara y falsa, continan contaminados por los vicios de su origen. Su gobierno se encuentra an en manos de los clrigos, hombres cuyas formas estn muy lejos del mundo actual y cuyos ojos estn cegados por la luz de la filo-sofa6. Pero, de nuevo, una mirada a lo que se enseaba en Oxford duran-te los aos cincuenta del siglo xviii subrayaba que la principal fuente de la ciencia falsa y brbara eran los escolsticos espaoles. Otro tanto podra haberse dicho de Heidelberg o de Pars. Incluso en este primer Siglo de las Luces se lamentaba DAlembert refirindose a las universidades france-sas [la sombra de la escolstica] an obstaculiza el progreso de la filoso-

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    fa. Por tal razn, entre otras, pocos de los grandes autores de la Ilustracin ocuparon cargos universitarios.

    Cabe tambin la posibilidad de que la Iglesia espaola, por haber esta-do tan identificada con el Estado durante el reinado de Isabel y Fernando, conservara su peso intelectual sobre la opinin pblica con mayor eficacia que la iglesia de Francia, pero, como he tratado de demostrar, aunque el derrocamiento de la teologa fue una de las metas fundamentales de la Ilustracin, lo cual haca imprescindible atacar a la mtica defensa de la historia cristiana, cosa que las generaciones anteriores haban evitado, no era en absoluto necesario ser ateo para ser ilustrado. Si los espaoles ob-servaron sus creencias religiosas con mayor tesn que, digamos, los fran-ceses, lo mismo podra decirse de los ingleses. El hecho de ser espaol y, a mayor abundamiento, benedictino, no impidi que Benito Jernimo Feijoo, por ejemplo, sostuviera sobre la condicin de las mujeres, segn lo expresa en su Teatro crtico universal una obra admirablemente ilus-trada en casi todos los aspectos, opiniones bastante ms ilustradas que las expresadas por Diderot en Sur les femmes.

    Sobre Espaa se cierne adems la herencia de la llamada leyenda negra del siglo xvi. Segn las historias ampliamente propagadas por los enemigos protestantes de Espaa en especial por los holandeses sobre la Inquisi-cin y los horrores de la conquista de Amrica, los espaoles eran un pueblo cruel, rapaz y, sobre todo, dominado por los curas, del cual no poda espe-rarse nada nuevo ni excepcional. A principios del siglo xviii haca tiempo que se haban olvidado los orgenes de esta sanguinaria imagen inventada durante el prolongado conflicto entre catlicos y protestantes, pero sobre-vivi la sensacin, compartida tambin por muchos espaoles, de que la Iglesia y la herencia de los conquistadores haban aislado a Espaa del mun-do moderno. Como afirmaba Pedro Rodrguez Campomanes helenista, jurista, historiador y ministro de Hacienda de 1762 a 1783, si Espaa quera recuperar su sitio a la cabeza de Europa necesitaba algo ms que una simple reforma. La monarqua espaola deba despojarse de la carga de su pasado; no tena ms remedio que cambiar su ser, como deca con fre-cuencia el propio Campomanes7. En el caso de los franceses, que hicieron mucho por propagar la leyenda, el que la Espaa del siglo xviii estuviera gobernada por los Borbones, que segn los trminos del pacto de familia

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    de 1761 se haban jurado apoyo mutuo y perpetuo, facilitaba la interpreta-cin de la crtica a Espaa como una crtica velada, o cuando menos una advertencia, a la Francia del antiguo rgimen.

    Pero existe an otro motivo que explica el indebido olvido del papel de Espaa o mejor, de los espaoles en la historia de la Ilustracin filo-sfica, y no es otro que el hecho de que la mayora de los grandes pensa-dores espaoles de la poca fueran economistas polticos, dado que la economa poltica y la economa en general no despertaron el inters his-trico que hubieran debido despertar, lo cual se debe en parte a que, con pocas excepciones, se escribi de una forma que no le permita trascender el momento histrico inmediato para el que fue concebida, y en parte porque muchos de sus hallazgos se vieron eclipsados por el desarrollo de una aproximacin al tema mucho ms matemtica durante los siglos xix y xx. Sin embargo, no cabe duda de que en el siglo xviii los espaoles, junto con los napolitanos y los escoceses, formaron la vanguardia de esa discipli-na. Por ejemplo, Dugald Steward, el bigrafo de Adam Smith, en su eva-luacin del progreso de la economa poltica, que defina como la ciencia que se haba propuesto la mejora de la sociedad, no mediante planes para nuevas constituciones, sino iluminando la poltica de los actuales legisladores, enumeraba por sus ms celebradas obras a los siguientes autores: Pedro Rodrguez Campomanes, Franois Quesnay, Anne-Robert Turgot, Cesare Beccaria y el propio Smith; es decir, un espaol, dos fran-ceses, un italiano y un escocs, posiblemente la muestra representativa ms amplia de la sociedad ilustrada europea que caba imaginar, al menos para Stewart8. En 1754, bajo la atenta mirada de Carlos VII de Npoles, el administrador Bartolomeo Intieri cre la primera ctedra de ciencia pol-tica llamada commercio e meccanica de toda Europa. En 1759 Carlos se convertira en Carlos III de Espaa, cuya funcin iba a consistir en introducir en Espaa lo que el pas necesitaba: ciencias tiles, princi-pios econmicos, espritu general de ilustracin, segn las palabras que Gaspar de Jovellanos otro miembro de la lite ilustrada espaola pro-nunci en 1788 ante los miembros de la Real Sociedad Econmica Matri-tense9. Nadie puede dudar del enorme xito de Carlos.

    En la actualidad, a pesar de la crisis de los ltimos aos, que est lejos de superarse, Europa representa incluso ms que en 1751 lo que Voltaire defi-

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    ni con frase famosa: una especie de gran repblica dividida en varios es-tados unidos por tener el mismo principio en sus leyes pblicas y polti-cas, desconocidas en otras partes del mundo. Para esta Europa, del norte y del sur, catlica y protestante, la Ilustracin fue tomando el lenguaje de Kant la matriz de la que nacieron las aspiraciones ms consistentes del mundo moderno liberal, tolerante, secular y cosmopolita, y eso a pe-sar de que en el siglo xx las violentara y las traicionara. Por esta razn, su identidad y su historia siguen siendo muy importantes para nosotros.

    Pars, febrero de 2015

  • AGRADECIMIENTOS

    La idea inicial de esta obra se remonta tanto tiempo atrs que apenas me acuerdo. A lo largo del camino he recibido muchas ayudas de per-sonas muy distintas. Las primeras versiones vieron la luz en forma de conferencias en la Universidad de Santiago de Compostela, cuando tuve la fortuna de ser titular de una ctedra itinerante del Banco de Bilbao y Vizcaya, y en el Seminario Pblico de la Fundacin Juan March de Madrid. En aquellas ocasiones, como en tantas otras, mi amigo Jos Mara Hernndez hizo de lector paciente y profundamente crtico. Pre-sent otras versiones en el mbito de las Priestley Lectures en la Univer-sidad de Toronto, la Solomon Katz Distinguished Lecture en la Univer-sidad de Washington y la Verne Moore Lecture en la Universidad de Rochester.

    Como de costumbre, me siento en deuda con mis editores, Will Mur-phy de la Random House y Matthew Cotton de la Oxford University Press, por la correccin paciente y esmerada. Me gustara dar las gracias tambin a mi agente Andrew Wylie, sobre todo por su paciencia, y a

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    Scott Moyers, que se tom la molestia de leer de principio a fin varios de los primeros captulos y cuyos comentarios me ayudaron a ver con mayor claridad la direccin que debera haber tomado. Jeff New, Hayley Buc-kley y Emma Barber leyeron el manuscrito entero con una atencin es-crupulosa y me ahorraron varios errores y numerosos desatinos.

    He contrado una deuda especial con Peter Campbell, que ley el libro en un primer borrador, hizo amplios comentarios y me propuso numerosas revisiones que, a mi parecer, han beneficiado enormemente la presente versin. Como siempre, mi esposa Giulia Sissa me ha en-mendado tantas cosas que sera difcil enumerarlas. A ella, a su apoyo, su generosidad, su inteligencia y su amor, tambin como siempre, le debo tanto que ni puedo expresarlo ni podr recompensrselo nunca.

  • prlogo 21

    PRLOGO

    Entre las muchas divisiones ideolgicas del mundo moderno, una de las ms persistentes, complejas y polmicas es la disputa sobre la herencia de la Ilustracin. La Ilustracin periodo de la historia europea que se extiende aproximadamente desde la ltima dcada del siglo xvii hasta la primera del siglo xix ejerci una influencia mucho ms profunda y constante en la formacin del mundo moderno que las anteriores convulsiones de signo intelectual. Aunque el Renacimiento y la Refor-ma transformaron tambin de un modo irreversible primero las cultu-ras europeas y posteriormente todo el orbe cristiano, para la mayora de nosotros no dejan de ser simples perodos histricos. No ocurre lo mismo con la Ilustracin. Si nos consideramos modernos, progresistas, tolerantes y, en general, de mentalidad abierta, si no nos asusta la inves-tigacin de las clulas madre y s las creencias religiosas fundamentalis-tas, tendemos a considerarnos ilustrados. Con tal convencimiento nos declaramos de hecho herederos aunque herederos distantes de un movimiento intelectual y cultural concreto.

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    Se han producido acalorados debates para determinar qu fue la Ilustracin, cundo y cmo ocurri, y si hubo una o varias. Se la ha querido dividir en grupos radicales y conservadores o en distintas ver-siones nacionales, en las cuales los ingleses, sensatos y razonables, o los alemanes, solemnes y filosficamente serios, se han contrapuesto por lo general a los franceses, improvisadores y literarios en exceso. Algunas de estas distinciones tuvieron su origen en el propio siglo xviii. Varias no son ms que pura fantasa especulativa. Pero, a pesar de las claras dife-rencias existentes en su seno, la Ilustracin se identifica con una idea elevada del raciocinio y de la bondad de los seres humanos y con una confianza mesurada y a veces escptica en el progreso y en la capa-cidad humana de superacin. Por regla general, se la identifica con la idea de que todos los individuos tienen derecho a definir sus objetivos y a no dejar que otros lo hagan en su lugar y lo que viene a ser lo mismo a vivir su vida de la mejor forma posible sin la ayuda o los impedimentos que impongan los decretos divinos. Se la ha considerado fuente de la mentalidad laica y libre de dogmatismos de la poltica mo-derna y liberal, as como el origen intelectual de todas las manifestacio-nes del universalismo, desde el reconocimiento de la unidad intrnseca del gnero humano y de la perversidad de la esclavitud y del racismo hasta el sentimiento humanista que anima a Mdicos sin Fronteras. Se suele ver en ella el origen intelectual de esa conviccin que an emer-ge tmidamente entre nosotros de que todos los seres humanos compar-ten los mismos derechos bsicos, de que las mujeres piensan y sienten igual que los hombres o de que los africanos lo hacen igual que los asiticos. Como movimiento intelectual fue tambin el principio de las disciplinas acadmicas economa, sociologa, antropologa, ciencias polticas y ciertos tipos de filosofa moral que determinan en gran parte nuestra forma de ver la vida y de vivirla. La modernidad fue hija de numerosos planteamientos intelectuales y cientficos, desde la inven-cin del motor a vapor hasta Internet, pocos de los cuales pueden atri-buirse a la Ilustracin (a pesar de que el filsofo alemn Gottfried Wilhelm Leibniz fuera el primero en concebir ya en el siglo xviii el sistema binario en el que se basan los ordenadores digitales de la actua-lidad). En cambio, s podemos atribuir a la Ilustracin el mundo fun-

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    damentalmente laico, experimental e individualista que, a la postre, hizo posibles todas esas innovaciones. Un mundo en el que las viejas formas de asociacin, las creencias y las tradiciones supuestamente irre-ductibles que durante siglos haban dividido a los seres humanos en grupos llenos de desconfianza mutua y, a veces, brutalmente homicidas, se fueron abandonando de un modo lento, doloroso e irreversible. Esto no significa que sin Ilustracin no hubiera existido la modernidad sea cual sea nuestro modo de entender esta ltima o que sin Ilus-tracin continuramos siendo herejes quemados en la hoguera u oyen-tes de sermones que prometen las penas del infierno como entreteni-miento semanal, pero lo ms seguro es que no habra sucedido como sucedi y donde sucedi.

    A la Ilustracin se debe tambin el concepto moderno de sociedad global. El mundo, por supuesto, sigue firmemente dividido en nacio-nes, muchas de ellas enzarzadas entre s en feroces disputas. Al observa-dor un poco escptico le parecer un objetivo lejano lo que en cierta ocasin se llam optimistamente en las Naciones Unidas Nuestra Comunidad Global. Pero el hecho de que la mayora de las personas educadas y de mentalidad liberal estn dispuestas a cooperar ms all de sus fronteras ha de ser un motivo de esperanza.

    Ese globalismo o cosmopolitismo es tambin un concepto ilus-trado. Uno de los objetivos de este libro es explicar cmo se hizo posible que un pequeo grupo de intelectuales europeos dejaran de referirse a s mismos como ingleses, franceses, holandeses, sajones, espaoles o napolitanos para tenerse por ciudadanos del mundo. El cosmopolitis-mo es un credo antiguo, pero con anterioridad al siglo xviii haba aco-gido sobre todo a unos cuantos objetores y marginados sin races como Digenes el Cnico, que acu la expresin en el siglo v antes de Cristo; o se haba relacionado con el imperio (uno de los ms grandes cosmo-politas de la antigedad, Marco Aurelio, fue a su vez uno de los ms grandes emperadores romanos); o haba servido de excusa para la uni-formidad religiosa (ni en el cristianismo ni en el islam hay naciones, slo un pueblo bajo un Dios).

    Sin embargo, durante la Ilustracin, la idea de ser un ciudadano del mundo adquiri significados muy diferentes. Se concibi como una

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    forma de ecumenismo abierto a cuantos se sentan preparados para vi-vir conforme a unos cdigos legales y morales bsicos; como un medio de combatir el tribalismo reduccionista que para muchos era la causa ltima de la mayor parte de los males que aquejaban al mundo; como un modo de comprender las relaciones humanas e internacionales, ca-paz de conseguir por fin lo que el utilitarista ingls Jeremy Bentham llamaba el escaparate de la humanidad para lograr la paz universal y perpetua que se le ha negado a la especie Homo sapiens sapiens desde su creacin. Puede que hoy no hayamos avanzado mucho en la consecu-cin de estas aspiraciones, pero si existe una cierta idea de justicia uni-versal, si incluso los estados ms poderosos se sienten a veces obligados a respetar las normas del derecho internacional, eso se lo debemos a la Ilustracin.

    Sin embargo, no todo el mundo lo ve de esta forma. Hoy en da ha crecido la desconfianza hacia los valores y las aspiraciones que se iden-tifican estrechamente con Occidente a su vez una invencin del siglo xviii, de los cuales la Ilustracin parece una infame representan-te. El ltimo siglo y medio de la historia euroamericana ha llegado a considerarse y no sin razn poco ms que una letana de guerra y opresin, explotacin y colonizaciones. A la luz de esa historia, las ideas de la Ilustracin o de lo que suele entenderse por tal, etreas, opti-mistas y ecumnicas, parecen viejas, cuando no hipcritas y presuntuo-sas. Ahora se acusa a la Ilustracin de ser la responsable ltima del eurocentrismo que condujo sin remedio a una intolerancia implaca-ble de todo aquello y de todo aquel que osara desafiar sus objetivos re-duccionistas y racionalistas, lo que la convirti en la partera del impe-rialismo y del racismo moderno.

    En cierto sentido, tales acusaciones no carecen de fundamento. Aun-que muchas de las reivindicaciones que se hacen en su nombre podran hallarse en otras culturas del mundo, la Ilustracin fue sin la menor duda un proceso limitado a Europa y a la poblacin de sus colonias de ultramar. Tampoco cabe negar que la confianza en su propia cultura que la Ilustracin contribuy a inculcar en Occidente derivada del sentimiento de independencia intelectual y no de una supuesta idea superior de Dios influy despus en el concepto de misin civiliza-

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    dora que se desarroll en el siglo xix (y tambin en el xx). Si podemos liberar a los nuestros de lo que el marqus de Condorcet calificaba de sagrados dspotas y conquistadores descabellados, argumentaba el razonamiento, tendremos la obligacin de contribuir a que lo consigan tambin aquellos que en otras partes del globo sufren an sumidos en la oscuridad. Y aada: Seremos para ellos [...] generosos libertadores. Y si no daban muestras de querer la liberacin se debera tan slo a que sus sacerdotes y sus reyes les impedan ver lo que podan ganar de seguir nuestro ejemplo. En tal caso estara justificado, segn las infames palabras de Jean-Jacques Rousseau, forzarlos a ser libres. Pero ninguno de los ilustrados intelectuales del siglo xviii los philosophes, como solan llamarlos los franceses, empleando un trmino que nombra a quien era al mismo tiempo algo ms y algo menos que un filsofo adopt jams semejantes puntos de vista. De hecho, los aterrorizaba la posibilidad de un futuro dominado por un grupo pequeo de lo que ellos llamaban monarquas universales, que, en palabras de Immanuel Kant, slo podran ser cementerios de la libertad y despotismos sin conciencia. La lnea que supuestamente lleva del racionalismo del siglo xviii y la apoteosis de la ciencia moderna, va atrocidades tales como las matanzas del Congo Belga y las Guerras del Opio en China, a la prc-tica dominacin del mundo por las llamadas grandes potencias de Euro-pa y de los Estados Unidos, es ilusoria. El verdadero origen de muchas de las innegables injusticias que Occidente ha perpetrado en el resto del mundo en tiempos recientes no digamos las que ha hecho con-tra s mismo se encuentra en otra parte: en la perversidad del nacio-nalismo y del racismo cientfico de finales del siglo xix, en la sensa-cin de omnipotencia producto de las nuevas tecnologas de la Revolucin Industrial y en el resurgimiento de una piedad cristiana y un fervor evanglico (protestantes) que habran aborrecido todos los philosophes.

    Estn tambin aquellos que acusan a la Ilustracin de dinamitar los antiguos y reputados sistemas de creencias religiosas, de situar la razn por encima de cualquier otra facultad humana o de reducir el sentimien-to, la solidaridad, el afecto y las emociones a una mera ilusin, destruyen-do por el camino toda posibilidad de una creencia consoladora en una

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    deidad omnisciente y benvola. El mundo, dicen, no est hecho de indi-viduos, como crean ingenuamente los philosophes y sus seguidores. Los seres humanos no son los creadores de los mundos sociales y polticos que habitan, sino sus criaturas. Viven en culturas complejas que han evolucio-nado durante largos periodos de tiempo, todo lo cual hace insostenible la fe ilustrada en una naturaleza humana cientficamente inteligible. Sin duda, como los ilustrados defendan, todos los seres humanos deberan reconocerse como tales los unos a los otros y respetar las formas ajenas de organizarse, pero es sencillamente absurdo creer que, empleando slo la razn, unas criaturas tan diferentes pueden ponerse de acuerdo en algo tan complicado como la mejor forma de vivir la vida. Sin la gua de la tradicin, sin esos sistemas de creencias religiosas que todas las sociedades humanas poseen y han posedo siempre, los humanos estn perdidos. Todos los intentos la mayora de los cuales han tenido lugar en Europa o bajo la influencia de la Ilustracin europea de emplear la coaccin para hacer realidad la visin de un mundo completamente nuevo, ideal y racional han dado como resultado horrores inimaginables. Slo hay que ver, decan, lo que ocurri en la Revolucin Francesa, la Revolucin Rusa, la Revolucin China. Por no citar el resultado final del nacionalso-cialismo y del fascismo.

    Es completamente cierto que la Ilustracin fue profundamente anti-rreligiosa. Hubo algunas figuras ilustradas indiscutibles, sobre todo en el sur de Europa, que fueron creyentes sinceros. El italiano Giambat-tista Vico (al que volveremos a encontrar), en muchos aspectos uno de los personajes ms radicales del siglo, fue sin la menor duda un creyen-te, pese a los intentos de presentarlo como espinosista y, por tanto, desta, si no directamente ateo. Otro tanto puede decirse de Benito Je-rnimo Feijoo, tal vez el espaol ms ilustrado de la poca, y adems fraile benedictino. Otras figuras de la Ilustracin pertenecieron a rde-nes menores (por lo general tan slo un medio para asegurarse unos ingresos estables) y, como observ David Hume, en aquel periodo esca-seaban los verdaderos ateos incluso en Pars, pero la mayor parte de los grandes del siglo xviii, si bien no exactamente ateos, no solan prestar atencin a las deidades de ninguna de las religiones monotestas del mundo y, en trminos generales, se encontraban ms cmodos con

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    el politesmo. Ser ilustrado significa, como recoge la famosa afirma-cin de Immanuel Kant, liberar la mente humana de la bola y la cade-na de su permanente minora de edad impuesta, entre otros, por los dogmas y las frmulas de la religin establecida. Casi todos los philo-sophes habran coincidido en que la conveniencia de creer o no en una vida ms all de la muerte para compensar las carencias de esta o en la existencia de una deidad de corazn bondadoso que nos ayuda en los momentos de apuro es un asunto de eleccin y de inclinacin, pero subrayaban la necesidad de tener una comprensin clara de lo que sig-nifica apoyar semejantes creencias y, sobre todo, el derecho de cada in-dividuo, si lo considera oportuno, a rechazarlas sin ser perseguido.

    No es cierta, en cambio, esa idea frecuente y a veces no cuestionada de que la Ilustracin fue un movimiento interesado sobre todo en do-minar las pasiones y cualquier otra manifestacin de los sentimientos o los afectos humanos. El ejercicio de la razn represent un papel deci-sivo en el proceso ilustrado, pero reducir un proyecto intelectual alta-mente complejo, lleno de matices y no pocas veces indirecto sosten-dr que se trat efectivamente de un proyecto, a lo que luego se dio en llamar el imperio de la razn es, como espero demostrar, un simplis-mo absurdo. Al fin y al cabo, el propio David Hume junto con Kant, el mayor de los filsofos del siglo xviii dijo en frase famosa que la razn es y debera siempre ser una esclava de las pasiones y no preten-der jams ninguna otra tarea que no sea servirlas y obedecerlas. La Ilustracin tuvo tanto que ver con el rechazo de las pretensiones de la razn y de la eleccin racional como con su defensa.

    Se la ha acusado tambin de interesar nicamente a una pequea camarilla de intelectuales diseminados a lo largo y ancho de Europa, y en parte es verdad. Pero si la camarilla fue relativamente pequea, la enorme difusin de sus obras lleg desde Estocolmo hasta Npoles y desde Boston hasta Bombay. Sus miembros escribieron en muchas len-guas distintas tratados filosficos, econmicos y antropolgicos; obras de teatro, poemas, novelas e historias; y en algunos casos como en La ciencia nueva de Vico o El espritu de las leyes de Montesquieu textos que desafan cualquier clasificacin reduccionista. Los ilustrados, cier-tamente, sedujeron a todo el pblico instruido de la poca. Aspiraron

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    tambin a superar los estrechos crculos profesionales en los que se en-cerraron sus predecesores. Hume se lamentaba de que todo el conoci-miento de tiempos anteriores haba estado encerrado en universidades y celdas, apartado del mundo y de las buenas compaas. Tal y como l lo vea, su misin consista en liberar el conocimiento de sus prisiones y hacerlo comprensible para lo que llamaba la parte convertible de la humanidad. Incluso Kant, que cre un lenguaje filosfico extraordina-riamente complejo, tena la ambicin de que los numerosos artculos que escribi para la prensa alemana mensual llegaran a lectores de un mbito extrauniversitario, como efectivamente ocurri. Muchos de los razonamientos de los philosophes, convenientemente simplificados, lle-garon tambin a pblicos ms amplios gracias a los peridicos, un me-dio relativamente nuevo, y varias obras fueron a su modo autnticos xitos de ventas. La novela sentimental de Jean-Jacques Rousseau, Julia, o la nueva Elosa, se hizo tan famosa que se alquilaban ejemplares por horas. Pese a todo lo cual, la Ilustracin nunca fue un movimiento po-pulista. Los lectores devotos de Rousseau, acomodados, formados e instruidos, pertenecan a la nueva clase media. Ciertamente la mayora de los ilustrados europeos del siglo xviii no recelaron menos del encen-dido entusiasmo de las masas lo que Denis Diderot calificaba de perversidad, estupidez, falta de humanidad, sinrazn y prejuicio que sus contemporneos no ilustrados. La Ilustracin, argumentaba Kant, al menos en sus inicios, serva slo para los hombres de letras que se dirigan a todo el pblico lector, pero en el siglo XVIII el tamao de todo el pblico lector, aunque en aumento, era an muy pequeo. Slo con el tiempo, crea Kant, y con el buen gobierno que, convenci-dos por los eruditos, pondran en prctica los lderes polticos, acaba-ran por ilustrarse todos los dems. La Ilustracin no fue, pese a lo que sostuvieron sus enemigos, un movimiento revolucionario, sino re-formista, y las reformas constituyen inevitablemente un proceso que va de arriba abajo.

    La mayor parte de lo conseguido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy se debe a su herencia. En un mundo lleno de reg-menes corruptos, homicidas y en nada ilustrados puede parecer un lo-gro muy modesto. Pero frente a ese comportamiento no ilustrado, so-

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    bre todo en el mbito internacional, la mayora de los estados ms poderosos, aunque slo sea en apariencia, aceptan la universalidad de los derechos humanos y de la justicia, que no son como proclam en una ocasin el ayatol Jomeini una mera expresin cultural del impe-rialismo de Occidente. Contamos con un Tribunal Internacional de Justicia desde 1998 y con un Tribunal Penal Internacional, aunque al-gunas naciones del mundo, por otra parte ilustradas, se nieguen a adop-tar sus resoluciones. Hemos conseguido, si no universalmente, al me-nos de un modo muy amplio, ciertos acuerdos relativos al cambio climtico y al calentamiento mundial y a las posibles medidas a tomar. Cada vez resulta ms difcil que los culpables de crmenes contra la humanidad en s mismo un concepto ilustrado escapen a la cen-sura o al castigo, como qued claro con los seores de la guerra impli-cados en las atrocidades cometidas durante el conflicto de los Balcanes en la dcada de 1990. Pese a las acusaciones de ser poco ms que agen-tes de un nuevo tipo de imperio no oficial, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, sin interferir demasiado en los asuntos internos, tratan de lograr que todas las naciones alcancen los niveles econmicos medios, y por eso mismo sociales, caractersticos de los es-tados del mundo desarrollado. Puede que ciertos conceptos como comunidad internacional y gobernacin global carezcan de conte-nido especfico; pero el simple hecho de que se utilicen estas expresio-nes e impongan un cierto respeto puede constituir un motivo de espe-ranza. La mayora de las naciones aceptan sin cortapisas que las distintas religiones y tradiciones deben tolerarse, aunque slo sea porque la segu-ridad y el bienestar social incluyen en cierta medida todo aquello que es importante para los seres humanos, por muy incomprensible que nos parezca.

    Pero muy pocos estados defenderan el derecho de las creencias reli-giosas a merecer un trato de excepcin all donde entran en conflicto con las leyes laicas del Estado o con los valores de la comunidad inter-nacional. La ley internacional y las leyes de la mayora de los esta-dos no aceptan que los matrimonios forzosos o los homicidios por causa de honor sean simples costumbres locales comparables a la danza Morris o al juego de bolos de la especialidad ten-pin. La mutilacin

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    genital femenina objeto ya durante el siglo xviii de un debate apasio-nado no se considera un asunto de opinin sino la violacin de un derecho humano bsico.

    Sin la Ilustracin nada de esto sera realidad. Por esa razn no tiene nicamente un inters profesional para los historiadores; por eso nos importa todava; y por eso importa saber en qu consisti. Este libro no quiere ser un panfleto poltico ni una homila moral. Es un libro de historia, un intento tomando prestadas las palabras que el moribun-do Hamlet le dice a Horacio, el leal historiador humanista de contar mi causa como es debido. Pero todo estudio histrico que aspire a superar la mera arqueologa debe ser una reflexin sobre lo que el pre-sente le debe al pasado.

    Pars Los ngeles VeneciaSeptiembre de 2012