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Page 1: Anónimo - Historia sintética de la Francmasonería
Page 2: Anónimo - Historia sintética de la Francmasonería

D~ LA

COLECCI0N DE AMICULas •

,"UBLICADOS B"

, "LA VOZ DE MEXICO"

BIBLIOTECA CE MEXICO.

UtEXICO . '

Imprenta Española, Escalerillas 20 -

1898

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Eicandalizados por la última oarta del Señor Sánchez Camacho.

1 N O h&bíamos pensado responder

á los escritos del Sr. Sánchez Ca­macho. Ni - juzgamos peligrosa su voz en este país, ni esa pobre alma nos inspira otro sentimiento que el de compasión muy honda; porque, entre todas las apostasías, aquella que sugirió la soberbia y alienta el despecho es, sin duda, la. que se co­loca más le.jos de las clemencias de la Misericordia Divina. La sober­bia es un frenesí; es elptJ'ius demen­tat del poeta; es la apoplegia del alma, incurable como la del cuerpo. y así como el atacado de hemiple­gía no puede levantar sus manos al cielo, el atacado de soberbia, te­ni-endo muerta media alma, no pue·

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4 de elevar sus' ruegos de perdón á las alturas divinas. No teníamos pensado, repetimos, ocuparnos pú­blicamente en las desventuras de aquel infeliz extraviado, que comen­zó por apagar en su tenebroso ho­dzonte la estrella de los náufragos del mundo, María; pero observamos que las sectas comienzan á emplear­le como instrumentó de errores y de injurias á ],as personas y las cósas sagradas; observamos que la Masonería intenta prestigiar su secta nefanda, á los ojos de los ig­norantes, envolviéndolá-en los des­pojos talares de un ex-pbispo; subs­cribir la blasfemia con un nombre que ha tenido por rúbrica la cruz; hacer que distribuya el veneno de las almas aquel á quien se dijo: ite et doce te omnes qentesj promover el espectáculo horrendo de.que se lan­ce como un tígre tras la fe de los buenos uno de aquellos á quienes solemne y amorosamente fué dicho: sicut misit me Patm', et Eqo mito vos:;

, el espectáculo atroz de que agiten las heces del escándalo las manos . ., mIsmas- que ayer se Impoman so-bre los apóstoles y los inocentes;

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5 Y ante este sibaritismo de la secta, ante ese lujo del odio ~í Jesucristo, ante ese sistema traidor y misera­ble, ante esa explotación odiosa de las llagas de un enfermo, ante esa inicua zarzuela en que se entretie­ne á un público de incautos con los traspiés y las caídas de un ciego, ante ese comercio odioso que con- . siste en ofrecer una hoja inmund::y­para que se estampen desahogos"­pasionales, con tal de obtener el escándalo, la blasfemia, la san­ción para las sectas que más abo­rl'ece:r!"á Cristo; ante esa abomina­ble táctica del do ut des astutamen­te-..escogida para. escandalizar á los fiel'és y hundir más al caído en el abismo, estamos dispuestos á cum-plir con nuestrg deber. , ;

Mientras el S..¡. ~ánchez Cama!'; cho procedió por-inspiración pro­pia, por movimien tos de s u perso­naldesventura, guardamos silen­cio, porque debíamos respetar la jurisdicción de la Iglesia, pero nos creemos..con indiscutible derecho á . interve1)i.T desde el instante en que la~ seotas se apoderan del ex-pre­lado ~ar~ dar prestigio á . errores

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-"

6 que, como todos los que directa­mente trastornan el orden social, caen bajo el objeto del publicismo católico. Vamos, por lo mismo, á cumplir con nuestro deber.

II

El Ilmo. y Rmo. Sr. Dr. D. Her­culano López, Obispo de Sonora, y uno de los más venerables prela­dos de la Iglesia Mexicana, publi­có una iuteresantísima Carta Pal;­toral condenando los errores y pro­cedimientos de la seda, masónica.

E l director de un periódico que se publica en Sonora, fran cmasón de raza, escribió a l Sr. Sáuchez Camacho pidiéildolfl ' su cipinióo acerca de ese.docuID,Auto episcopal. ¿ Quién había de pone\.' en duda el carácter de la contestación soli­citada?

El director dice que acudió al se- . ñol' Sánchez Camacho, por ser és­te uno de los prelados más inteli­gentes é ilustrados del país; pero todo el mundo comprenderá que acudió á él para provocar el escán­dalo, sabiendo de antemano cuál

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'1 sería la respuesta, justa é integra­mente la que apetecía. El pretex­to es notoriamente hipócrita. No se buscaba lealmente\ una opinión ilustrada, pues, de buscarla, otra hubiera sido la persona elegida, no sólo teniendo en cuenta el estado pasional, despechado y frenético del ex-obispo de Tamaulipas, esta­do que lo imposibilita para un dic­tamen sereno é imparcial, sino tam­bién las aptitudes suyas; porque si bien suponemos que el Sr. Sánchez Camacho debe ser instruido en al­gunas materias, y aun lo creemos , , aSl, una cosa SI aseguramos y pro-baremos en seguida: que la Histo-

. '. ria ;ilQ..,ha pasado por la biblioteca del 'Sr. Sánchez, y si pasó, ha bo­rrado con singular escrúpulo hasta la más leve huella. -Al recibir la anhelada contesta-ción (que, excusadq parece decirlo, se despachó á vuelta de Correo), los masonetes del periódico aludido

. se frotaron las manos con ebriedad de júbilo, y se apresuraron á pu­blicarla bajo un rubro de letras co·

.. losales. ' .

. . .Veamos, pues, 1ó que vale cientí·

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11 nca y literariamente la contesta­ción del Sr. Sánchez Ca macho, que es, como se supondrá, un tejido de injurias á la Iglesia, de insultos al Sr. Obispo de Sonora y de preten­dida apología de la secta masónica. Sólo que, -,para establecer el orden debido, comenzaremos por la parte apologética.

III

Dice, al efecto, el Sr. Sánchez Camacho:

«Vamos á hablar de la Benemé­rita Asociación Masónica.» (Hace­mos constar que esas letras mayús­culas pertenecen á la ortografía del Sr. Sánchez Camacho.)

«Indudablemente que el califica­tivo de «Benemérita» que doy á la masonería va á causar' grande es­cándalo al Sr. López, pero su es­panto no me afecta á mí. A los ma­zones ó masones ó mazzones, que todo es lo mismo, y cuyo nombre es oriental en su origen, deben sus obras monumentales las sociedades antiguas y modernas. Las grandes y admirables pagodas del Indostán

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! Y los templos más famosos de Asia y Europa son obra suya. Si en el Indostán no formaron una asocia­ción respetable y renombrada, fué por la diferencja de castas que allí impide todo ' progreso; pero en el Asia Menor ya formaron, antes del cristianismo, un grupo renombrado y muy distinguido.»

Razón de sobra tuvo el director del relacionado periódico para ex­perimentar tamaña alegría al reci­bir la contestación del Sr. Sánchez Camacho.

Era una espada de dos filos. Por una parte causaría el escándalo, y por otra pondría de relieve la inco­mensurable ignorancia del autor en el asunto de que trata.

En efecto, el pá~Tafo copiado es un monumento de ignorancia.

¿En dónde están esas obras mo­numentales de la masonería? El Sr. Sánchez Ca-macho lo dice en segui­da: esas obras son las pagodas del Indostán y los templos más famo­sos de Asia y Europa.

Hé aquí un Amazonas de ignoran­cia. Si se pregunta á un alumno de escuela primaria cU(iles son los tem-

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1""6 .

pIos másfamo8orl de Eurdpa, respon­derá sin vacilar lo que saben hasta los cafres; dirá que esos templos son, en primer lugar, el San Pedro de Roma, y después las catedrales de Milán, Colonia, París, etc., etc., y dirá más, que hasta hoy, 1 S de Febrero de 1898, nadie, absoluta­mente nadie ha sabido, dicho ni so­ñado,que esos famosísimos templos hayan sido erigidos por la Masone­ría. Este supra-absurdo del Sr. Sán­chez Camacho da la medida de sus fortalezas históricas.

Véamos lo referente á las pago­das del Indostán; pero antes hare­mos observar cómo la Geografía del Sr. Sánchez corre parejas con su Historia. Sí, porque dice que «las pagodas del Indostán y les templos más famosos de Asia.. .. Es. decir, qUe el Sr. Sánchez coloca al Indos­tán fuera del Asia, ó coloca las pa­godas fuera de la clasificación de los templos. De cualquier manera, el desatino es descomunal, ya porque el Indostán pertenece al Asia, ya porque las pagodas no son sino tem­plos. Pero el disparate, mayor to­davía, consiste en afirmar que las

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11 pagodas son obra de los masones. Ellas, como también lo sabe todo el mundo, se 'han debido á los brahmi­nes, y éstos fueron y son perfecta­mente distintos de lus masones. To­das las religiones paganas tienen entre sí algún ó algunos puntos de

. contacto; siendo, pues, la Masone­ría una religión pagana, tiene por fuerza que coincidir y de hecho coincide con las demás en algunos . puntos. Así, por ejemplo, el Pan­teísmo es común á la Masonería y al Fetiquismc, al Buddhismo, al Brahmanismo, etc., etc.; y, sin em­bargo, sería enorme contrasentido suponer que. esas religiones sean una misma. El misterio reservado á ] a clase sacerdotal ha sido tam-• bién común á todas las religiones paganas. Desde la más culta de to­das, la griega, hasta la más grose­ra, ]a de los aztecas, en todas el mis­terio religioso jamás se comunicaba al pueblo, sino ue era reservado á los sacerdotes. ¿ por esto diremos que los tonalpouhque Ó adivinos de

. México profesaban la misma reli­gión que las sibilas? Pues entonces ya nos autorizó el Sr. Sánchez Ca-

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. 12 macho para Nirmar, aunque se ho­rroricen todos los Congresos de Americanista!!>, ,que el gran teocalli de México fué erigido por los seño­res masones.

Lo repetimos: el Brahmanismo es perfectamente distinto de la Maso­ría. Apena discutir sobre asuntos tan elementales, pero á ello nos obligan los dislates que combati­mos. La ciencia de la religión brah· mina está en su trinidad: Brahma, Vishní, Si va, al derredor de cuya tri­nidad se agrupa una infinidad de dioses y diosas. ¿ En dónde está esa trinidad, ni siquiera una dualidad en el Grande Arquitecto, ni esa mul­titud de divinidades efectivas y pero sonales del Brahmanismo? En una

• palabra, desde la noción religiosa hasta la estructura dogmática, des­de la moral hasta el método, desde el simbolismo hast.a las realidades, todo se parece tanto en ~ Brahma­nismo y en la Masonería, como una catedral á una levita.

Importa fijar bien esto conceptos, porque el Sr. Sá,nchez Camacho se hace eco de una impostura insufri­ble.

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' 13 La Masonería tiene por base y

por ciencifi. la incompatibilidad con toda religión revelada. La Masone­ría y la revelación se rechazan dia­metral, absolutamente. Deaquíque cuanto se afirme de una religión re· velada es contradictorio de la natu­raleza de la Masonería.

Pues bien, el Brahmanismo, se­gún su teología, fué una religión re· velada, y el Buddhismo, que lo subs­tituyó, lo fué igualmente.

Mil años antes de J eSllcristo, Buddha reformó desde las orillas del Ganges la religión de Brahma, y su reforma fué seguida (Balbi) por ciento setenta millones de sec­-tarios. Buddha se declaró dios, con· naturalizado con Brahma, y se hizo hombre. Todo su dogma es revela­do. Su moral es igualmente opues­ta á la doctrina masónica. El celi­bato, por ejemplo, que la Masone­ría detesta, llegó á ser una ley que amenazaba, por su universalidad, suspender la continuación de la es­pecie. Prohibió aquella moral el uso del vino é impuso las más aus­terasmortificaciones del c-uerpo; contra las cu;ales ha protestado

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u siempre la Masonería. El Buddhis­mo profesa la doctrina del Infierno para los malos, cuyos torment,os son superiores á los pintados por Dante, y enseña la metempsícosis como una serie indefinida de trans­migraciones. Buddha nació y mu­rió innumerables veces. «Mis naci­mientos, decía, y mis muertes exce­ceden ~n número á los arbustos y plantas del Universo.» Pues bien, esos dogmas substanciales del Bud­dhismo han sido recha.zados en todo ti.empo por la Masonería. '

Queriendo el Sr. Sánchez Cama­cho hacer !In grande elogio de esa secta confundiéndola con el Brah­manismo ó el Buddhismo, la ha con­trariado en sus más audaces preten­siones; porque en estos la más ele­vada. virtud consiste en la inacción de la inteligencia, para llega.r á la nulificación absoluta; en tanto que la Masonería pretende respirar el progreso por todos los poros. En suma, los templos indios fueron obra de los brahmines y buddhistas cuya religión es perfectamente dis­tinta de la Masonería; así es, que el desatino asentando por el apologii~

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,16 .ta de ella, no cabe de seguro bajo la bóveda de los cielos. , Los masones deben quedar muy agradecidos al Sr. Sánchez Cama­cho por un favor con que no conta· ban: la paterni.dad de las pagodas.

y agrega el Sr. Sánchez que si los masones no formocon en el Indos· tán una asociación respetable y re· nombrada qué por la diferencia de castas, pero en el Asia Menor ya formaron antes del cristianismo un grupo renombrado y muy distingui· do.» No hay básculas capaces de pesar todos estos contrasentidos.

1° No habiendo formado los ma· sones en el Indostán un grupo 1'espetable, pudieron hacer. aquellas obI.'as maravillosas, que eXigieron inmenso costo, innumerables bra­zos, muchos años y labor inefable; pues algunas de ellas se cavaron en la roca viva con pbmor indecible.

21? No ha sido 1'enombrado un gru­po que erigió precisamente las obras más renombradas del Asia.

31? y este es el contrasentido ma,­gistral, «la diferencia de castas hizo que los masones no pudieran pro­gresar en el Indostán¡ en cambio,

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16 progresaron, y mucho, en · el Asia. Menor.» . ¡Eso es! ¡como si. en el Asia Me­nor no hubiera habido, como la hu­bo en todo el mundo antiguo, dife­rencia de castas! ¡Ahora resulta el SI'. Sánchez Camacho con una abso­luta democracia precristiana exten­dida en el Asia Menor! Pues nos declaramos impotentes para el co­mentario.

Sin salir de la Judea, el pueblo de más suaves costumbres, nos en­contramos desde luego las grandes familias patricias y sacerdotales, que producen los Pontífices, los Boethos, los Hanan, los Kanith, los Phabi. El pueblo detestaba esas castas, maldecidas por él en publi­cos cantares yen las calles mismas de Jerusalén, y junto á esa aristo­cracia del nacimiento, que forma­ba el núcleo del 'partido saduceo, se levantabá la no menos poderosa de los doctores y escribas, lbs letrados de la «Thora.» .

La Masonería difunde entre las clases profanas, á falta de otros tí­tulos, su al'ltigüedad, que es una de tantas fábulas. El fin directo de esa

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17 secta es el ataque sistemático' al Cristianismo. Su doctrina y sus prácticas, proceden de los gnósti. cos, los maniqueos, los albigenses y los templarios. Por tanto, les hombres medianamente instruidos en la Historia científica no conside­ran la pretendida antigüedad de la Masonería, sino como novela urdi­da para los ignorantes.

Temerosos de alargar demasiado, suspendemos hoy este análisis de la apología que nos ocupa. Mañana trataremos de la historia de la Ma­sonería, pero no como 1ft presentan esos libracos que la secta distribu­ye para engañar, uno de los cuales hojeó probablemente el Sr. Sánchez Camacho al escribir su carta, sino como aparecf' en la verdadera His­toria científica.

.:.:" .. .. ",\ ' ..••

Dijimos ya que la Masonería, sec­ta posterior á la Iglesia Cristiana, en una derivación del Gnosticismo, . el Maniqueísmo,' a8í como de los Albigenses y Templarios. Por lo mismo, su historia como . doctrina

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18 está c.ompteildida en nuestra éra, y arranca de las primeras · herejías que se levantar.on c.ontra el Cristia-

• msm.o. El al'. Sánchez Camacho afirma

que el Ilm.o. Sr. Obisp.o de S.onora ha estudiad.o la Masonería en uno de es.os libr.os que mas.ones falsa­mente arrepentid.os publican para divertirse de l.os clérig.os.

Después de leer la Pastoral del sabi.o prelado son.orense, estam.os abs.olutamente segur.os de que co­n.oce la secta masónica c.onf.orme á las leyes de la crítica. Más c.om.o n.o queremos, p.or nuestra parte, que el Sr. Sánchez Camach.o se refugie en la invectiva de atribuirnos instruc· ción de comedia en asunto tan gr.a­ve, pr.ocurarem.os n.otar l.os crite­teri.os de nuestras afirmaciones, hasta d.onde la mem.oria n.os ayude, pues basta saber c.om.o se escriben l.os periódicos, baj.o la es·puela del minut.o impaciente que azuza al es­crit.or en c.orrería vertig'inosa para satisfacer las exigencias de tiemp.o de la; .oficina administrativa; basta saberl.o, decim.os, para c.omprender que n.o es p.osible puntualizar mu-

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l' chas citas, por cuanto no es posi-ble entregarse á esa lenta labo,' de consultar libros y documentos. Una redacción presupone el concépto, el estudio ya hecho. U na redacción es un Banco á que se llevan ya los caudales; no una hacienda en que han de formarse. Es un almacén, no una fábrica.

Con todo, por las citas que hare· mos, se verá que nuestras bases son científicas, por lo tanto sólidas y enteramente distintas de las pa­sionales y fantásticas en que se apoyó el Sr Sánchez Camacho, y que no pueden tenerse en cuenta por los hombres que estudian se­riamente la Historia.

Nos permitimos, por lo tanto, en· carecer á los lectores la observa­ción de nuestros criterios.

, •

II

GNOSTICISMO . .

La primera fuente de la doctrina masónica es la secta del Gnos, co­nocida con el nombre de Gnosticis· mo. Apareció hacia la mitad del primer sii'lo de la li'lesia, compues-

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20 ta de paganos semi-convertidos al Cristianismo y de judaizantes, unos y otros intérpretes arbitrarios de la personalidad y misión mesiánica de Jesús. De esta manera, el Gnos­ticismo fué la primera herejía con .que tropezó la Iglesia.

Difícil es explicar, en pocas lí­neas, sistema tan complicado en sus pormenores, tan bifurcado en sus escuelas, tan entretejido de símbolos é impregnado del sincre­tismo religioso como el de la Gno~; haremos, sin embargo, un esfuerzo de síntesis, para exponerlo breve é íntegramente.

Los gnósticos tuvieron sus pre­cursores en el mago Simón, en Me­nandro, en Corinto, que enunció por primera vez la doctrina de ha­ber sido Jesús un hombre en quien temporalmente moró Cristo, (el Eón de los gnósticos). Estos arranca­ron del símbolo de los Apóstoles algunos dogmas, y fundaron la es- ' <;mela herética que pretendió suoor­dinar el sistema cristiano á doctri­nas paganas anteriores. De ahí bro­tó ,laaoosce, palabras sintética que sign~fica la posesión de la ciencia

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21 superior. Neander. "Desarrollo genético de los principales siste­mas del Gnosticismo" Munter, "Ensayos sobre las antigüedades eclesiásticas del Gnosticismo".-·­Lewald, "Comentario de la doctri­na gnó3tica."

Los gnósticos comenzaron por di­vidir la ciencia en exotérica, esto es, \. ­lo accesible á todos; y la esoté1'ica, la reservada á un pequeño número. La escuela esotérica, formada en lo gen~ral de hombres ricos é ins­truidos, de la Asiria y de Egipto, pretendió explicar el origen del bien y del mal y la estructllra mo­ral del universo por medio de dos causas antagónicas: la luz y las ti­nieblas. El Ser infinito, invisible se exparció en emanaciones: hé aquí el Panteísm,o.

Las emanaciones superiores, par­ticipes de la esencia divina, se lla~ man eOniSj están distribuidas por el universo en secciones de siete, ocho, diez, dQce, y reunidas á la S'ubstancia fornmn cl pleromo Ó ple­nitud de la inteligencia. A medida que se alejan de su origen, pierden su perfección, hasta constituir la

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' 22 última emanación del plel'oma, el Derniw'(jos, 1mezcla de luz y de ti­nieblas, de fuerza y de debilidad, de bondad y de malicia, que creó este mundo.

Cristo, eón superior, habitó al­gún tiem]!o en el cuerl~o del hom­bre; Jesús, para combatir la obra .del Demiurgo. .

Los hombres, á su vez, están di­vjdidos en tres clases: los 1.íticos ó per.tenecientes al vulgo, los que hoy llaman p1'ofano la Mason~ría; los pneumáticos, ,que aspiran á tomar al pleromo, y los psíquicos que se elevan hasta el Demiurgo.

Todos los gnósticos estaban acor· des en estos principios; pero al tra­tar de desarrollarlos, se dividieron en más de cincuenta sectas, que se­gún se aproximaron más al · dogma egi pcio, ó. bien al persa, pueden cla­sificarse en dos familias princi pales: los panteístas, cuyos jefes fueron Apeles, Valentino, Carpócrates, Epifanio; y los du(tlistas, como Sa­turnino, Bardesano y Basilidas.

Saturnino declara coeternoB el bien y el mal, Dios y Satanás. Bal·· desano declara que éste es una ma-

¡

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23 nifestación espiritual de la mate­ria, origen del mal. Basilidas se esfuerza en explicar el problema de _ coexistencia <lel bien y del mal por medio de un p~l'omo compuesto de trescientas sesenta y cinco inteli­gencias, ó sea el abrasas.

Va.lentín, el más célebre de los gnósticos, egipcio de origen, pre­dicó resueltamente el Panteísmo. Toda' la materia procede del espí­rítu. El mal no existe: es simple­mente una falta de dirección del bien, falta causada por 'la lucha en· tre los eones, que aspiran á unirse en el gran abismo y la impotencia de lograrlo. Clemente de Alejan­dría; Stromates. Ireneo: «Adver­sus haere Teodoreto: «Heret.»

Todas estas sectas dieron origen á los cainistas y otras variedades l de que oportunamente hablaremos. 1..

Según los gnósticos, los cristianos son inca,paces de llegar á la ciencia perfecta .

. En cuanto á la moral de los gnós­ticos, no podemos describirla ni- á tí tulo de análisis; bástenos decir que Carpócrates de Alejandría, maes­tro de la moral gnóstica, enseñó el

-

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,

,

24 desprecio á las leyes, el ataque á toda propiedad y la comunidad de

• mUJeres. . . En 1824 se descubrió en la Cire-

• naica una inscripción de los gnósti-cos carpocratianos, que dice así: «La comunidad del eones y de mu­jeres es el manantial de la justicia.>

En suma: una mezcla confusa de moneísmo y panteísmo, de fatalis­mo, de la theurgia y 'del ascetismo, y una moral natuml, la misma en esencia que la llamada universal por los libres-pensadores modernos: tal fué el Gnosticismo.

El Cristianismo lo persiguió así­duamente en el terreno filosófico y teológico, y las autoridades civiles en el material.

San Juan, que escribió, bastante anciano ya, su Evangelio, fué el, primer discípulo del Salvador que salió al encuentro de Gnosticismo. Escribió su Evangelio, especial­mente contra las doctrinas de Co· rinto, que era la misma de los Ebio­nistas, y contra los monstruosos errores gnósticos del diácono após· tata Nicolás. Por eso el Evangelio de San Juan es¡ en resúmen, tlní'lJ

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2S definición precisa de la naturaleza divina de Jesucristo. Evangelio es­crito por súplica del Apostol San Andrés, y de las Iglesias de Asia, entre las cuales buscaba ardiente­mente prosélitos del ' Gnosticismo.

La persecución de la dialéctica y del sable causó grandísimos estra­gos en la secta; pero no llegó á ago­tarla por completo, y los restos de ella apelaron al secreto como base de su organización universal, y mer­ced á él pasaron de Asia á Europa' y se desarrollaron.

Cuando tratemos de' los templa­rios y del Rito Escocés, uemostra­remos la persistencia de la Gnos á través de les tiempos.

", III Ahora bien: para demostrar que

la Masonería procede del Gno~ti­cismo, como de su primera fuen­te, preséntansedos caminos segu­ros: 1'? La comparación crítica en­tre unas y otras doctrinas y prácti­cas; 2'? La Historia, inclusive la tra­dición profesada por la M~sonería expuesta en los documentos más serios é íntimos.

Lo primero sería demasiado ana·

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,26 lítico, demasiado prolijo para un .articulo de periódico, que debe por fuerza revestir carácter shitético; preferimos, pues, el segundo méto­do que, además de ser breve, es más eficaz.

Hé aquí las pruebas. Weishaupt, en su discurso sobre

el iniciado en el grado de «caballe­ro es'cocés,> dice: «8ólo los ilumi­nados están en posesión de los se­cretos del verdadero francmasón; ,mas aún resta á los iluminados una gran parte de secretos que descu­brir. El,nuevo caballero debe con­sagrarse á descubrirlos. El está es­pecialmente adve1'tido de que por el estudio de los antiguos GNÓSTICOs y DE LOS MANIQ.UEOS es por donde

. podrá hacer GRANDES · DESCUBRI-MIENTOS SOBRE ESTA VERDADERA MASONERíA. VI Parte del «Code illuminé, Cbavelier écossais. Der-

· nier mot de Philon.» Roliano, His­toria. «Memorias» por Barruel.-

· "Hieroglypbes .magoniques." Ragou, autoridad respetadísima

· en todo el mundo masónico, y que escribió, entre otr.os libros, el "Cur­

'- .so-de inieiación en-los , grados ma;

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27 sónicos, " se apoya const¡l¡ntemente en los gnó!iticos para definir el sen­tido de los símbolos y ritos, y es absolutamente explícito en algunos pasajes; estos por ejemplo: "En me­dio de la estrella flamígera, apare­ce la letra G, emblema de la unión de la materia con el espíritu. "

" Los GNÓSTICOS, sabios Ó clarivi- , dentes, poseE:dores de la Gnos, la verdadera ciencia, tuvieron la mis­ma letra por inicial." (Grado de compañero. ) 'La alegoría de la luz y de las tinieblas, que constituye ­una parte del fondo del grado de Maestro, ha hecho tomar los maso- . nes por maniqueos, por prisbilia- ' nos y por gnósticos. " (Grado de Maestro.)

Clavel, otra gran autoridad ma­sónica, demuestra en su «Histoire pittoresque de la Franc-magone­rie,» la identidad entre las doctri­nas de ella y las de la GNOS, y hace observar que ya los gnósticos se I

llamaban, como los masones, HIJOS ' DE LA LUZ.

Rédavés, masón igualmente'auto­rizado, en sus ~Etudes historiques et philosophiques sur trois grades

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2e de la Magonnerie symbolique,::. tr:te, entre otros, muchos párrafos pertinentes, los que siguen:

«:Los gnósticos. . . . .. todos maso­nes, tan notables por la ciencia co· mo por el talento, dividieron los trabajos masónicos en dos catego­rías> .... ' " «:El Gnostici8mo es un pensamiento de" renacimiento, la cadena científica que liga el anti­guo mundo de elegidos con el nue­vo, y nosotros debemos considerar su movimiento filosófico y religioso como la faz histórica más importan·

I te de la masonería simbólica.» <No pretendo entrar en el fondo de las doctrinas, analizar las divisiones y subdivisiones de la teología gnósti­ca; quiero pasar ligeramente sobre todas esas cosas para mostrar la pe?'-

" fecta analog la que existe ent?'e la8 creen­cia8, los ?'itos, las costumbres del Gnos· ticismo y tos de la Fl'ancmasoTÍm'Ía.-,p

Un historiador eminente, M. Mat· ter, protestante, profesor de Histo­ria é Inspector de la Universidad Imperial de Alemania, nos suminis­tra preciosas investigaciones acer­ca del origen gnóstico de la Maso-nería. '

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,

!! : A juzgar por los desmedidos elo­

gios que M. Matter hace de los jgn6st~cos, de la profunda simpatía

bacia ellos que revela, adviértese en él al francmasón 33, lo cual, en est'e caso, da mayor autoridad á sus palabras. ,1

Hablando, pues, de la escuela de. Valentín, que Tertuliano califica de la más fanática y numerosa de todas dice:

«Elocuente é instruido, ocupó lu­gar prominente entre los pensado­res del segundo siglo de nuestra · éra. En Egypto, en Roma, en Chi­pre, por todas partes en que ense­ñó sus doctrinas formó discípulos entusiastas, Susdiscípulos,r\W con el nombre de CAINISTAS Ó J UDAIS- . TAS, llegaron en su odio al De­miurgo hasta designar á lós hom­bres más eminentes del mundo an­tiguo, los .t~tri_arcas, los legislado­res y los profetas, como enemigos del Ser Supremo, autores de la crea­ción del ])emiurqo y opresores de la 1'aza santa de Caín, A,biran, Ju­das, , Ellos fueron á la vez, de todos los

gnósticos, los adve~sarios más con,

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30 secuentes de todas las instituciones del Mo~aísmo, y los defenspres más intlrépido8 de la indq;endencia del e8~ p'iritu, y de todos LOS APETiTOS DEL OUERPO.}>

<Hallánse, de tarde en tarde, · hombres que acometen 'la empresa de salvar de la condenación á. los personajes que cargan la maldición de todos los siglos. En ese terreno, los cairiistas han sobrepujado á las demás' especies de valor. Según ellos, Caín, Caro, Esaú, los habi­tantes de Sodoma y Gomorra, los

1 hijos de Corea, Dathan y Abirón, , son nobles víctimas que forman la

verdadera familia de SofÚ(;, y como tales, adversarios del or.gJillo y de las depravadasinsti 1 De· miurgo, Jehová.» Sin luego la sacrílega defensa de Judas he­cha por los gnósticos, y expone, siempre en sentido laudatorio, el Carpocratismo: que ya hemos des­crito. «Historia de la Iglesia Cris­tiana.}> -- «Historia del Gnosticis­mo.»

«Quien no ve, dice N. Deschamps en su excelente estudio «Las Socie­dades Secretas;;, la misma organi-

, .

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SI sación en el Gnosticismo y en la Masonería; .el mismo secreto, el mismo panteísmo con los dos prin­cipios contradictorios, ambos eter­nos? Ahí se encuentra en detalle á Swedenberg y Cagliostro, San Mar­tín y los espíritas, los eclécticos Y ' la kábala. Se ven ahí, en sus pri­meros ljneamientos, las pruebas Y los grados, la Masonería azul Ó sim­bólica, la Masonería roja Ó filo­sófica; el dogma Y la moral de la natu'l'aleza, Se reconocen ahí todos los principios dogmáticos de las lo­gias de Francia Y Alemania, de que Casin, director de la Universida.d, se hizo intérprete y propagador en la enseñanza oficial. Esa moral es

·la moral de las logias Y de todos los maestros masones Helvecio, Vol­

·taire, J. J. Rousseau, Diderot, Con-,dorcet, etc." ,etc.» .

El cainisrrto profesado por la Ma­sonería 'actual, aparece, como se ha' visto, en toda su plenitud en el ·Gnoticismo valentiniano. }

Bástanos las · pruebas presenta­das. In,numerables son las , que pu­dieraii~"cl~arse .. ¡.:r..a-·Iglesia, la His­tovia; la ciencia cristiana están, ya.

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32 en &bsoluta posesión de la historia, los dogmas, .los secretos,\ la orga· nización de la Masonería. Nada, . absolutamente nada ha podido ocul. tar esta secta á las sabias y afano­sísimas labores de la ciencia en es~ te siglo. Actualmente, ella conoce á la Masonería hasta en sus más ocultos escondrijos.

Pasó la época en que los secre­tos masónicos eran el privilegio de las grandes dignidades de la aso­ciación.

Si escribiéramos un libro, acu­mularíamos muchas más pruebas, pero escribimos un artículo y no debemos prolongarlo más, tanto menos cuanto que las expuestas, por su autoridad insuperable, bas­tan para nuestro objeto.

En el siguiente artículo tratare­mos del Maniqueismo, como segun­da fuente de la Masoneria.

Ya verán los católicos, escandali­zados por la carta del Sr. Sánchez Camacho la falta absoluta decien­cia en las peregrinas afirmaciones de éste.

" ,

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EL MANIQUEISMO. •

111

En nuestro artículo anterior, de­mostramos el origen gnóstico de la Masonería; vamos ahora á tratar del Man.iqueísmo, como segunda fuente histórica y doctrinal de esa secta.

Un sarraceno llamado Scitiano, hombre muy rico y autor de algu­nos libros contra el Cristianismo, los dejó al morir, así como todos sus bienes, á Terebinto, sectario suyo. Vanos fueron los esfuerzos de éste por propagar la doctrina de ta­les libros en Palestina, por lo que se dirigió á Persia con esperanza de. mayor éxito.

En Persia, los sacerdotes de Mi· thras se encargaron de contrariar vigorosamente la propaganda de ' Terebinto, quien, desesperado al fin, desistió de su empresa., dedicán­dose á disfrutar sus caudales en

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:u unión de una viuda (1) con quien vi· vió. A poco tiempo murió Terebin­to, á resultas de una caída que su­frío desde lo alto de su casa.

La viuda, que á su vez heredó el caudal, compró un esclavo egipcio (y no persa como aseguran muchos · autores, entre ellos Descharnrp8) lla­mado Cubrico, le adop1:¡ó, le puso maestros, y al morir la viuda, que lo era del babilonio Stecipho,n, le dejó sus bienes y los libros aquellos que había llevado Terebinto, escri· tos por Scitiano. Efto pasaba á principios del siglo III de la Igle-SIa. ' . Cubrico, luego que se vió libre,

cambió su nombre por el de JJfánes ó Maniquee, palabra que en lengua persa significa Dialé.ctica, arte en que era habilísimo.

Maniquee se entregó con afán á ~.studiar aquellos libros, y no tardó en emprender su predi~ación, titu­lállqose el P(JJf'áclito, anunciado por .Jesucristo., '-'r~ -., -

_ p) A su tiempo se verá ;el gran papel Ifl!:.e' hace es~a viuda en el tecnicismo masó-

• •

lllCO.

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35 , Difícil sería descridir el ardor con que Manes predicaba el evan­gelio (estenq) que compuso, yel afán con que buscaba sectarios, espe­cialmente en aquellas comarcas en que la famosa doctrina de los gnós­ticos, la teoría de los dos principios rivales, el mal y el bien, la luz y las tinieblas, habían hecho prosélitos.

La elocuencia artificiosa de Ma~ nes, y, más que todo, la moral fa­talista que predicaba, y que siem­pre halló y hallará eco en el cora­zón de los hombres perversos, que apetecen la irresponsabilidad de la conciencia humana, hicieron que el nuevo heresiarca tuviera bien pron­to un enorme qttOl'um de discípulos_ ~ , Maniquee era médico y fué llama­do á curar al hijo del Rey de Persia. El enfermo murió, y el padre, que veía coh malos ojos al Paráclito, lo sentenció á una muerte cruel, á ser azotado con varas de rosa cubiertas de espinas. La sentencia se ejecu­tó. Mas habiéndose formado ya nu­merosos di'5cípulos, éstos continua­ron la propaganda.

El :sistema de Manes descansa en el de los gnósticos: el pa~~teismo y_

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36 los dos principios opuestos y coe­ternos, la luz y las tinieblas, á lo cual agregó algunos principios de los güelbos y de los magos.

Su panteísmo ha sido el más osa­do de todos los tiempos; considera­ba á Dios repartido en todos 1&8 se· res de' la. naturaleza, en los entes todos del .r.eino mineral, vegetal y animal. Su mpral excedió 19S lími­tes de lo mons,truoso. Cond~nó el matrimonio, si bien p &J'mit'iendo los placel'es. El alma era una parte de Dios que, al _pasar al cuerpo, por obra del Demiurgo, quedaba escla­va; por tant0, el matrimonio, per­petuador de la especie, y, en tal concepto, de esas esclavitudes, era una obra sacrílega.

Todos los seres son sensibles, porque todos están animados por Dios. De aquí que el agricultor, el carpintero, el cerrajero, etc" etc., hacen sufrir en sus manipulaciones y labores á los seres que sirven pa­ra esas industrias; por 'lo cual,' Ma­nes las prohibió; y los maniqueos, antes de comer el pan)h~ían una oración, d' , -"ante ese producto, y de no ha~ :

.' .' --.

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37 ber sido ellos los panaderos que le habían torturado al amasarlo. H.1S­ta es:1.S locuras llegó el desenfrena­do panteísmo de Manes. E l homici­dio y el asesinato eran lícitos y hn.s ta meritorios, por cuanto mer­ced á ellos se libraba á una po)'ción de Dios, el alma, de la ' esclavitud del cUérpo. Según los maniqueos. las almas de los elegidos pasaban á las estrellas, á la luna y después al sol. POI' esto hon7'CtbCtn al sol y lo.~ a8tl'o8, no 80lamente como el símbolo de la luz eterna, 8i1/O como substancia de Dio8 mismo.

Condenn.bal'. toda ley y todo tri­bunal como obras del mal p1'incipio. Condenaban igua lmente el derecho de propiedad en t odas sus formas y aplicaciones.

Las autoridades civiles, alarm<L­das con la prédica de semejante moral, que es la misma profesada por los anarquistas de ahora, obra de la Masonería, emprendieron la

- persecución de los maniqueos, y entonces éstos se constituyeron en sociedad rigurosamente secreta.

Exteriormente mostraban ser de­YOui5imos cristianos, tnientrastra- -

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-

38 bajaban en secreto por aumentar su secta y propagar sus doctrinas. En­tonces establecieron el célebre apo­tegma, cuya observación dura has­ta el día: «JU1'a, pe?,w'a, seCl'etum perde?'e nolli, jura y perjura, con tal que no reveles el secreto,» Llama­dos á declarar, aseguraban que su objeto era la beneficencia, el soco­rro á todos los desamparados, lo que nunca hacían, pues sólo entre ellos se protegían recíprocamente. San Agustín, que fue maniqueo, di­ce: Quiu in homine mendico, nisi metnichaeuB sit, panem et etquarn non poniqunt. (<<De Moribus manicha­eorum.)

Constituidos ya en sociedad se­creta, tenían tres grados: los cr'e­yen tes, los elegidos y los p8?fectos.

Estos últimos eran los libres, los absolutamente desligados de toda ley y de la obediencia de todo pre~ cepto. En cada uno de sus grados, se ligaban con los más estrictos ju­ramentos, pronunciando siempre la formula, «jura et pe?,u?'a, secretum pel'dere nolli.»

Para reconocerse entre sí, como hijos de la luz, dicen San Epifanio

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3! Y San Agustín, usaban de signos especiales: palabms saqmdas, y pa­lab1'as de paso, tocamiento de manos y de seno. Signa O1'is, manum ·et si­nus. Manicheorum alter alte1'i obviam factUis, dexte1'a8 dant sibi ipsi siqni casna, velut á teneb1''is se1'vati. (San Agustín: «De manichreis.~)

A pesar de las públicas' y fervo­rosas protestas de los maniqueos sobre su ortodoxia, y su humilde "'" acatamiento á las leyes, las autori­dades civiles .pudierdn percibir que había entre ellos una organización y religión secretas, y desplegaron, especialmente los emperadores cris­tianos y los príncipes islamitas. persecución muy activa. Huyendo de ella, se infiltraron en la Europa Occidental, formando al principio pequeños grupos, que fueron en­sanchándose á medida que adqui­rían influencia y poderío. De esta manera, los maniqueos que, perse­guidos por los emperadores roma­D,OS, se refugiaron en el país sal va-je al norte del Danubio, fueron pa­sando poco á poco á la Bulgaria. la Boznia, la Dalmacia, la Lombardía.

De Bulgaria, enviaron eniisarios

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:40 á Italia, por lo que los maniqueos de este reino se llamaron búlga?'08, nombre que el pueblo transformó, porun calembou?' en una palabra obs­cena. Repartidos en aquellas par­tes de Europa, dieron origen á los catharos, los patarinos, los albige­ses, en que después habremos de ocuparnos. (M. Douais. «Los albi­genses y sus orígenes.» M. de Cbampagny: «Los césares del siglo VIII. Hurter, autor protestante: «Historia del'papa Inocencio III y de su siglo.») . .

Tal es, á grandes rasgos, la his­toria del Maniqueísmo. ¿Procede de él la Masonería?

Permítasenos ceder aquí la pala­!:>ra á M. N. Deschamps, (obra cita­da), autor cuya extrema frialdad al tratar de los asuntos masónicos, llegó. á hacerlo sospechoso á los ojos de católicos poco ilustrados:

«Todo hombre de buena fe, dice, tendrá que reconocer en los mani­queos los mismos principios, doctri­nas y prácticas de la Masonería:

, . •

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41 panteísmo en el fondo de todos los sistemas; doble principio de la luz y las tinieblas, representadas por las columnas Booz y Fakiu;los mismos elogios de todas las sectas y falsas religiones, el mismo odio y las mis­mas calumnias á. la Iglesia católica; los mismos cultos y honores en to­das las logias, á las estrellas, la lu­na y el sol, representante ó esencia del Dios Luz, ó Fuego, distri buido en todas las cosas; la misma igualdad por consiguiente, el mismo trián­gulo y los mismos lados: vegetal, animal, mineral/ la misma aversión á todo poder; la misma condenación de la propiedad, los mismos grados fundamen tales, con la difereucia de ser el elegitio el cuarto; los mismos signos, los mismos secretos, los mis­mos juramentos en cada grado; la misma moral y los mismos medios de seducción_» .

Hay, pues, las mismas ceremo­nias, decoraciones, días sagrados, palabras, y a,quellos signos tan pe­euliares del Maniqueísmo y de su autor, que, al hallarlos en las lo­gias masónicas, no puede uno me­nos que sentirse impresionado por

• •

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.4! la semejanza . . Cada año, dice San Agustín, para conmemorar la muer-

. te de Maniquee, los sectarios se reunen en derredor de unc atafalco, erigido sobre cinco gradas, y rica­;mente decorado; y ahí, con rosas en la mano, y en la actitud del silencio y la tristeza, tributan á su muerte honores particulares que llaman B ema.

El Jueves y el Viernes Santos, era cuando por lo regular celebra­ban esta ceremonia á manera de Pascua y aniversario.

Pues bien: lo que se hace en el grado de Maestro, en el de Rosa­Cruz, ¿no presenta semejanza con las ceremonias de esas honras fú­nebres? ¿Cuál es el por qué de la historia de ese maestro asesinado, Adonhintm ó Hiram, que todos los masones instruidos convieI,len en que jamás existió, y que fué reem­plazado más tarde por Molay? ¿ Cuál es la razón histórica de esa rama de acacia? ¿ Cuál la de esa palabra sagrada: Mac-Benac ó la carne deja los huesos? ¿Por qué esta otra pala­bra: A mí los hijos de la VIUDA? ¿ Qué significan esas reuniones d,e

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43 . Capítulos y logias los Viernes San­tos, las rosas que llevan sus miem­bros y esa expresión de duelo pro­fundo que súbitamente se cambia en regocijo? ¿ Manes y su muerte no expliéan todas es;as cosas, su historia y su muerte histórica, así como el origen de la Masonería?

¿La acacia no figura las rosas, con sus varas y sus espiní1s? ¿ El género de muerte sufrido por Ma­nes no está exactamente explicado por la palabra Mac-Benac'! ¿No to­do lo debía Manes á la VruDA de Stecifon? ¿ Y los m.aniqueos y sus hermanos los masones no adopta­ron por madre á la famosa vruDA? ¿ Cómo no reconocer ahí el origen de esta exclamación ritual de los masones: A mí los hijos de la vru­DA ?»

Mas, independientemente de es­tas y otras muchas identidades, el origen maniqueo de la Masonería se demuestra por la tradición con­servada en las logias y expuesta por sus más renombrados maestros é historiadores.

Weishaupt prescribe á los inicia­dos el estudio de los maniqueos, á

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44 fin de que puedan penetrar los mis­terios de la Masonería.

Rédavés asegura que la s doctri­nas de los maniqueos han servido para formar el «nudo social de to­dos los pueblos de la tierra,» es de­eir, la,> sociedades secretas.

Ragau refiere el origen u\; la Ma· sonería actual á los templarios «que recogiel'on en Oriente la doct¡'ina de los gnósticos y maniqueos. »-­«Curso de iniciaciones.» •

Clavel asegura otro tanto, y pa­ra no acumular citas ,que dicen lo mismo, bástenos repetir que todos los teólogos é historiadores maso­nes están absolutamente unánimes en ese pun too

Se comprende que eL empuje de la civilización cristiana ha tenido

, que arrancar algunas supersticio­nes y práe:,ticas maniqueas á ese mundo secreto y pagano que vive dentro de la soci edad común.

,

Nada, ni el erl"Ol', resiste á las influencias del medio. Así, el pan­teísmo mani<:¡ueo ha tenido que ci· 'IJÜ'Za1'se un poco, y los masones de hoy ya no muestran aquel dolor de ;,;us abuelos ante las viandas de un

,

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45 banquete. Los masones de ahora ya no creen triturar las partículas espirituales del Gran Arquitecto, en los roast-beef que devoran ni en el cognac que paladean ansiosa­mente. La cocina, que tanto horror inspiraba á los maniqueos, es la ofi­cina de más alta importancia en la organización masónica: el Tívoli, es el verdadero Oriente del Valle de México. Ya no vemos al maniqueo en soliloquios-místicos y lacrimosos ante el pedazo de pan, pidiéndole perdón por las torturas del amaci­jo y recriminando acerbamente al panadero. ¡No! hoy el masón engu­lle deliciosamente su tajada de pan inglés, bien rociada de champagne y,"'lejos de increpar al panadero, siente una especie de culto por M. De Verdun.

Pero estas pequeñas apostasías, que sólo se registran en lo relativo á los derechos del vientre, estas pequeñas he regías abdominales na­da dicen contra el volumen de la doctrina, contra la masa transcen'" dental de ella, ni contra el alto pan­teísmo maniqueo .

. Este subsiste en la Masonería,

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46 así como la desastrosa moral "que, difundida en el pueblo por medio de periódicos, libros, tribunas, espec­táculos, instituciones y revolucio­nes, ha producido ya la anarquía que predicaron los maniqueos, y que les valió la asidua persecución de las autoridades civiles.

Adueñada hoy la Masonería del poder en casi todos los pueblos cul­tos de la tierra, fomenta el anar­quismo con · la debilidad de leyes meramente contemplativas, y con la continuación cada día más vehe­mente de sus prédicas disolutas, y de todo linaje de elementos corrup­tores.

Es decir, que la Masonería ha de­sechado la parte fútil, quedándose con la substancia, con el alma del . , mamquelsmo.

El masón de hoy no es otra cosa ' que el maniqueo antiguo, recorta­do de uñas, y cabello, lavado de cara y vestido á la europea.

En nuestro artículo siguiente de­mostramos que los albigenses cons­tituyeron la tercera fuente de la Masonería en el orden histórico y

" dóctrinal. ,

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47

LOS ALBIGENSES.

IV

Así como de los gnósticos proce­dieron los maniqueos, de éstos pro­cedieron los albigenses. En rigor, no ha sido más que una misma sec­ta perpetuada con distintos nom­bres, desde el primer siglo de la Iglesia. No hay un solo historia­dor científico que desconozca esa cadena sectaria que, recorriendo nuestra éra, tiene por último esla­bón la Frane-masonería. Los nom­bres que señalamos no tienen más oficio en la historia que señalar las distintas etapas de la Gnos, y los distintos períodos de su desarrollo social en los siglos. Hasta los au­tores más excéntricos como Douais i (<<Los Albigenses y sus orígenes») y Champagny. (((Los Césares del siglo III») reconocen la persisten­cia del Maniqueísmo hasta el siglo XIV y prueban que de él provino todo el grupo de sectas conocido con el nombre genérico de albigen-

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I ,

48 ~es. Su historia es horrible. La irrupción de estos sectarios que dejaron imperecedera memoria de crímenes sin mímero, fué como la primera parte de la Revolución francesa, como el primer acto de la tragedia de 93. .

Perseguidos vehemen temen te los maniqueos, se escondieron y multi­plicaron en el secreto, especial­mente en el Languedoc, llamado por este motivo la Judea de la Francia. A favor del misterio, se esparcieron por la Europa meridio­nal hasta llegar á constituir una agrupación enorme, de la que for­maban considera ' le parte no sólo burgueses y sol ados, sino perso­najes de altísima hnportancia, co­mo el Rey de Aragón, el Conde de Tolosa, el Vizconde de Beziéres y Carascona, el Conde de Foix, Gui­llermo de Minerva y otros no me­nos poderosos. Sucedía entonces el extraño fenómeno de los príncipes afiliados hoy en la Masonería, quie­nes, no obstante ser ésta una cons­piración ruda y permanente contra el trono y el altar, son los más fa­náticos sectarios de ella.

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" La influencia de los señores y nobles maniqueos habfa dado in­mensas proporciones á la secta, y, como lo ha hecho siempre, á medi­da que alcanzó poderío en lo políti· -co, fué descarnando sus doctrinas y arrojando los velos que las cu­brían. En la época á que vamos á referirnos, l:ts logias maniqueas sostenían ya descaradamente en lo teológico el dualismd moral y en lo social fa anarquía.

Frecuentes delaciones corrobora· das. por hechos públicos, especial­mente crímenes de origen miste­rioso, pusieron á la Santa Sede y á-los tronos al tanto de lo que pa­saba, y se fundó el tribunal políti­co llamado Inqu1·"ición, con el obje­to, como su nombre lo indica, de inquirir lo que hubiera de cierto en el asunto.

Toda herejía, observa con grande exactitud Menendez Pelayo, ha te­nido por fuerza que trascender á los órdenes político y social. De aquí la solicitud con qu ,:" en tratándose de aquella colosal -herejía, acudie­ron los Estados á su defensa por me· dio de la organización inquisitorial.

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·.50 Ella puso espanto á los sectario~,

quienes, al verse sorprendidos, de­terminaron lanzarse al terreno pú­blico levantando una revolución de­sastrosa.

Muchos pueblos estaban ya con­taminados horriblemente, con es­pecialidad Tolosa, Narbolla, Bezié­res, Cahor y Albi, de donde vino el nombre de albigenses, á los secta­rios. Allí h;:¡,bía emprendido la pré­dica Pedro de Bruys, desde~l tiem­po de Luis el Menor, 1137.

En los comienzos del siglo XIII, los albigenses inspiraban el mismo terror que en la actualidad los anar­quistas, y la Iglm;ia y el trono cre­yeron llegado el momento de salir resuelta y enérgicamente en defen­sa de la Rociedad.

En 1208, el Papa Inocencio III, mandó predicar una cruzada con­tra los albigenses, cuyos atentados en masa eran ya insoportables, y encargó de organizarla á Felipe Au­gusto, Rey de Francia: y nombróse caudillo á Monfort, Conde de Lei­cester, admirable guerrero, llama­do en su tiempo el Maca.beo de la

'Europa católica, que salvó de la

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51 destrucción prodigiosamente. La lucha fué horripilante, pavorosa .

.Los albigenses, protegidos por magnates poderosísimos, incendia­ban, .asolaban, perpetraban por to­das partes crímenes sin número ni semejantes. Organizados en ejérci­tos de 100,000 hombres, entraban á saco en las ciudades destrozándo· las, especialmente los templos y monasterios. Ningún crimen dejó de serIes familiar y deleitoso. Los pueblos eran presa del terror, tal y como si reunidas todas las fieras del Africa y del Asia, se hubieran lanzado jUD tas sobre la Francia. Complicada esta nación en otras emergencias tan graves como su conflicto con Inglaterra, no podía destinar á esa cruzada todos sus re­cursos militares, ni siquiera gran parte de ellos; pero Montfort hizo prodigios de valor y de estrategia verdaderamen te . inenarrables. J a· más caudillo alguno, ni de la anti· gua ni de la nueva éra, contó aza· ñas como las suyas, en Muret. Re­ducido en esta ciudad su ejército á sólo dos mil hombres, fué sitiado por cien mil albigenses perfecta·

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52 mente organizados y armados, al mando del Rey de Aragón.

Es un hecho que Montfort no va­ciló. Reunió su pequeño ejército en el templo, lo Jividió en tres seccio­nes, y luego, tomando su espada, del altar, dijo:

«Señor, tú me has e::.cogido para mandar tu ejército contra tus ene­migos: á tí te toca sostenerme en la lid desigual que emprendo, y de­fenderme en el gran peligro á que me expongo_ Manifiesta á todo el orbe, concediendo tu favor á mis armas, la justicia de la causa que me has confiado.» (Segur, «His­toria U ni versal. »

Partió luego maravillosamente terrible, y abriéndose paso entre millares de saetas y espadas logró llegar á pelear personalmente con el Rey de Aragón, que tendió muer­to á sus piés; derribó luego á otros eminentes campeones, y haciendo esfuerzos prodigiosos alcanzó mila­grosa victoria, en que tomó 20,000 prisioneros, no habiendo perdido en la lucha, más que veinte de sus soldados.

Se apoderó el terror de los albi·

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53 genses, y la campaña l?-abría termi­nado muy pronto, á no ser las se­veras reprensiones del Pontífice á. Montfort, á causa de algunas cruel­dades empleadas en los castigos de los herejes. Mortfort se sometió á esas reprensiones, pero su ánimo decayó por algún tiempo; rehecho su entusiasmo, continuó la lucha, doblemente desigual ya por el nú­m ero, ya por los medios, pues que debiendo obedecer al Pontífice, no podía aplicar los recursos de escar­miento propios de la gnerra en aquella época.

Por fin, en 1215, el Príncipe Luis acndió con su ejército en ayuda de Montfort, y sitió á los albigenses en N arbona y To10sa, donde los destrozó completamente.

La Europa se había salvado de la desolación con que la amenaza­ban aquellas hordas anarquistas; pero los restos de ellas volvieron á reorganizarse en el secreto, y con­tinuaron su vida de misterio y de logia . Tal es sucintamente la his­t oria del Maniqueísmo en su pri­mer periodo público y militante de la Edad Media.

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s. Ahora bien: aquella reorganiza­

ción de los albigenses fué la terce­ra fuente histórica y doctrinal de la Masonería.

No habiendo entre los maniqueos y 10s albigenses más diferencia que la del nombre, y demostrado, como está, el origen maniqueo de la Ma­sonería, parece surperflua la prue­ba de la filiación de ésta respecto de los albigenses. Con todo, pasa­mos á demostrarla valiéndonos de la misma tradición masónica.

«De los iniciados de Oriente, di­ce Condorcet, es de quienes hemos recibido los misterios actuales. ~ (<<Manuel magonique.» . Huter, autor protestante y muy sabio historiador de la Edad Media, dice;

«Comparando la organización in· terior de los franc-masones con los principios de los albigenses, se ve uno precisado á reconocer las seme­janzas, no sólo por lo que hace á los principios generales, sino en los pormenores más minuciosos.

«Las dos sociedades tienen por principio la independencia del hom­bre de toda autoridad suprema; las

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~5

,do!! profesan el mismo odio á las instituciones sociales y particulár­mente á la Iglesia; las dos comuni· can sus secretos tan sólo á aquellos individuos asegurados por largas y grandes pruebas, é imponen la obli· gación ne guardarlo áun á sus pa­rientes más próximos. En las dos, los verdader~s jefes son desconoci­dos á la multitud; los mismos sig­nos de reconocimiento en la mane­ra de hablar y de entenderse; de suerte que podemos asegurar que toda la revolución que mina desde . hace medio siglo los fundamentos de la sociedad europea, no es otra cosa que la obra de los albigenses, transmitida por ellos. á sus suceso­res los franc-masones.» (<<Historia del Papa Inocencio, y de su siglo.»)

En nuestro artículo siguiente, al tratar de los Templarios, habremos de exponer otros documentos rela­cionados con este asunto; así es que, para evitar repeticiones, los suprimimos por ahora.

Más por lo expuesto hasta aquí, el lector habrá podido persuadirse de que el Sr. Sánchez Camacho, al ha<;erse eco de las vulgaridades

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J ,

,

56 que la Masonería echa á volar pa­ra producir el engaño en la socie­dad común, se ha colocado fuera del terreno científico en las auda· ces afirmaciones que hace, y de las que, cumpliendo con nuestro deb¡ar no hemos querido dejar un sólo átomo ileso.

• •• LOS TEMPLARIOS

Hemos llegado al último de los orígenes históricos de la Masonería: la célebre Orden del Temple.

A través de la polémica muchas veces secular sobre aquella basta sociedad, famosa por sus riquezas y por el estruendo,de su disolución; á través de una controversia que ha durado casi seiscientos años acerca del verdadero carácter de esa Or­den y de sus responsabilidades; á través de esa contienda en que la pasión ha sido el combatiente y el ingenio y la impostura han peleado con encarnizamiento, la ciencia lo­gró abrirse paso, y colocar en re&'io-

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fl7 nes serenas sus conclusiones y sus fallos.

Hélos aquí expuestos con fideli­dad absoluta.

En 1118, Hugo de Payens, Codo­fre de Saint- Omer y otros siete ca­balleros franceses, fundaron la Or­den militar de los Templarios, con­sagrada por su instituto á defender la religión y la Tierra Santa.

San Bernardo escribió la Regla de esa Orden y fué dada en el Con­cilio de Troyes y aprobada por el Pontífice HonoriQ n. En esa regla estaban preceptuados los votos de castidad, pobreza y obediencia, la asbtención de carne tres dias á la semana y otras austeridades.

Era la época de las Cruzadas. La Europa en la edad de oro de su fé, soñaba en conquistar para la cris'" tiandad aquel pedazo de tierra, que­es como el Sagrario del Globo; aque­lla tierra que por ser la patria de Jesús debería ser la patria de la hu-, manidad; el hogar adoptfvo, 'la casa paterna de todo el género humano;

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a..'i ' aquel territorio en que se agrupa­ron los cielos para contemplar la grandiosa y admirable reivindica­ción del hombre, el suntuoso nacer del sol de la libertad, el rompimien­to sublimemente formidable de ce­rrojoR y cadenas en todas las cárce­les del dolor humano; el hundimien­to del nuevo caos y la erupción' del nuevo génisis, la entrada triunfal del amor y la justicia, la luz y la redención, que trás de un sitio de cuatro mil años impuestos al des­potismo, la esclavitud y las tinie­blas habían cerrado sus filas, lan­zado sus últimos bloqueos desde la montaña, desde el Tiberiades, desde Cafarnaum, desde el cenácu­lo y el Monte de los Olivos, é iza­ban ya el estandarte victorioso, chorreando sangre en la cima del Calvario, entre el crugido de la ti­ranía que se desgranaba, las voces inmensas del espíritu humano que pregonaba la victoria, las tumbas que se estremecían al soplo de la vida, y los terrores de la nuturale­za que trémula se arrodillaba ante el dolor de su Dios, cuando los as­tros se asomaron en la cuenca del

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59 infinito como las pupilas de la ~ter­nidad para ver la derrota de las ti­nieblas, y los patriarcas salieron de sus sepulcros á mirar la resurrec­ción de su raza, y alabar con sus sal­mos de paz y de pureza aquel ine­fable prodigio del sacrificio y del amor.

Soñaba la Europa en poseer aque­lla Palestina, en que todos tenemos un pedazo del alma, un origen de nuestra personalidad moral, un vín­culo con los demás séres de la espe­cie, una harmonía, un grano de in­cienso, una plegaria, una aurora; y soñaba en poseerla, no como un feu­do, ni como un trono, sino como un santuario, como el templo del mun­do, en que no un pueblo, no una na.­ción, no un continente sino el hom­bre, es decir, toda la humanidad ce­lebrara sus grande fiestas, en que oficiara el cristianismo, con los es­plendores de la. civilización, el can­tar de los cantares de la libertad y las músicas eternas del U ni verso.

Ese sueño era la conquista de la Tierra Santa, y en pos de ese ideal se lanzaron Rugo de Payens ·y sus bravos compañeros. Marcharon ~o._

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• 60

bres, humildes, casi ignorados. Otros muchos los siguieron y bien pronto la milicia sacerdotal se hizo formidable. Pelearon los templa­rios con esfuerzo inaudito, hiciéron­se famosas sus hazañas cuya noti­cia circuló por toda la Europa, yen aquella empresa guerrera ciñeron los templarios los mejores laureles. Su gloriosa conducta les atrajo, con 1;:1 admiración de todos, la protec­ción de los cristianos opulentos, de los reyes y de la Sede Romana. Se multiplicaron los cuantiosos dona­tivos, los privilegios y los monaste­rios, y aquellos frailes en un prin­cipio tan humildes, llegaron á ser una potencia colosal por sus rique­zas y su inft.ujo. El ejercicio de las armas y su permanencia en Oriente fué funesta para ellos y para la cris­tiandad. Difícil es compadecer la vida militar con la sobriedad de cos­tumbres. La historia ha recibido de los templarios una gran enseñanza; la de que ~l apostolado de la cruz no se aviene con los hábitos guerre­ros, ni con el derramamiento de san­gre. El sargento y el sacerdote se repelen. La caballería monacal fué ·

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61 un inmenso error de la Edad Media. Los templarios se corrompieron hasta un grado indecible. En Orien­te aprendieron el Maniqueísmo y á él se entregaron con furor, ampa­rándose bajo sus enormes riquezas y sus grandes pri vilegios.

En la desastrada apología que dió orígenes á estos artículos, se dice que los templarios eran pobres, y que fueron víctimas de la avaricia de un rey. Esto es ignorar hasta el A B e de la Historia. Entre los in­numerables documentos que pudié­ramos citar como prueba de la cau­dalosísima riqueza de · los templa­rios, elegimos uno verdaderamente inexpugnable: «La Historia de las Prisiones» cuyo autor, frac-masón, describe en sendas páginas (tomo primero) los tesoros del Temple. Relátase ahí la visita intempestiva de Felipe el Hermoso al monaste­rio, verdadera fortaleza de París, y la inspección que el rey hizo al departamento de tesoros, donde se maravilló de los valores, especial­mente los estimativos, que poseían los templarios, mientras la Francia . se moría de hambre. La Orden te- ·

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62 nía, conventos en muchos lugares de Europa, sobre todo en Francia, y ha~ta el momento á que vamos á referirnos los templarios goza­ban de universal respeto y venera­ción.

En el año de 1,307, un templa-rio, Prior de Montfaucon, y un flo­rentino Hamado N opodi, sentencia­dos á muerte por sus crímines, pi­dieron, al' ser conducidos al suplicio, hablar al rey, anunciando que te­nían grandes revelaciones que ha­cerle. Suspendida la ejecución de la sentencia, fueron conducidos an­te Felipe el Hermoso, á quien ma­nifestaros que los templarios eran enemigos de la ley, del trono y de la religión; que bajo la exterioridad monacal constituían una asociación secreta en que se perpetraban los más atroces sacrilegios, que des­cribieron minuciosamente, agre­gando que todos los asociados se ligaban con terribles juramentos. En suma: la revelación hecha por , aquellos delatores, presentó á los templarios como sectarios del Ma­niqueísmo, al que agregaron prác­ticas abominables. -.. ; .

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,

Si Felipe, sin consultar á 'la Santa

Sede, procedió con ímpetu, mandó prender en un solo día, el 13 de Oc­tu bre de dicho año, á todos los tem­plarios, y los entregó al tribunal de la Inquisición, ante el cual N 0-

garet se constituyó en acusador. La Santa Sede reprobó lo hecho,

por carecer el trono de jurisdicción sobre una orden eclesiástica, y de­cretó la forma en que había de for­marse la causa.

J acobo de Molay, Gran Maestre de la orden, pidió ser juzgado direc­tamente por el Pontífice; pero el rey empleó medios eficaces para estorbarlo.

De ciento cuarenta templarios examinados en París, todos, excep­to tres, confesaron los crímenes de que se les acusaba; lo mismo suce­dió en todas partes. Adquirida por el pueblo y las autoridades civiles y religiosas, la convicción de ser ciertos tales crímenes, y de consti­tuir los templarios una sociedad se­creta y herética, muchos fueron condenados, entre ellos Jacobo de Molay, el Gran Maestre; la orden fué anulada, y sus bienes reparti-

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64 dos á varias órdenes, especialmen­te á la de los frailes J uaninos.

El asombro de Europa fué inmen­so. ¿ Quién predijera que aquellos intrépidos y gloriosos monjes que habían teñido de sangre los alfan­ges sarracenos, y arrastrado cade­nas entre los infieles, habían de con­vertirse en los más encarnisados enemigos de Cristo? Tales son los misterios de la Historia, cuyos fe­nómenos íntimos, así como los de la naturaleza toda, están reserva­dos á Dios.

Durante mucho tiempo se susci­taron dudas sobre la exactitud de las acusaciones hechas á los tem­plarios. Nadie dudaba al principio; más una de esas coincidenciá-s que impresionan hondamente al públi­co, vino á sembrar la incertidum­bre.

El Gran Maestre, Jacobo de Mo­lay, que en sus primeras declara­ciones confesó la verdad acerca de la herejía de los templarios, retrac- . , . tó después tal confeslón, protestan~ .

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-6[;

do su inocencia; y en los momentos de morir, citó al Pontífice Clemen­te para la presencia de Dios, á los cuarenta días y al Rey para dentro de un año. Ambos eminentes per­sonajes murieron en los plazos tija· dos, y el vulgo, que carece de cri­terios para distinguir lo 9asual de lo maravilloso, dió entrada' á la du­da. Con tal arte la han trabajado los secuaces del Temple, que áun his­toriadores de gran talla, como el Conde de Segur, vacilaron respec­to de la culpabilidad de los templa-

• nos. Hoy, no se tiene duda acerca de

ella. La Masonería misma se ha en­cargado de pro bar cuán exactas fueron las delaciones de Montfau­con y N opodi.

Ragón, autoridad masónica · de primer orden, ya citada, asegura que los templarios aprendieron ,en Oriente las doctrinas de los g·nós­ticos y maniqueos; refiere á ellos el origen de la Masonería. y agrega textualmente:

«El nombre de termplrllrio8 no les vino, como muchos creen, del tem­plo del Santo Sepulcro; por QfectQ

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&5 de sus ídeas, los jefes de la orden se proponían levant(l¡r otro templo más digno de la Divinidad: el mun­do entero poblado de hombres Ubres y vvrtuo8os. Por la construcción de ese templo es- por lo que ellos tra­bajaban. Aqu-el que ~n otro tiempo habia visto Je:rusalem edificar ba­j,o el }'einado de Sa10IDóJi1, era el símbolo del otro, más. por razón de su unidad que de su magnifi.cencia. ASÍ; aunque el nombre de templa-1'ios prevaleció, ellos. no perdieron el de masones.»

Nicolás, que no había querido convenir en esto, tuvo que rendir­se ante el siguiente hecho, uno de los l'lil.ás fuertes argumentos: En Italia, las antiguas Iglesias que pertenecieron á la Orden, conser­van hasta el día el nombre de de­lla massone ó maecione. ¿ No dem ues­tra esto que el pueblo ante~ de lla­marlas a13Í, se había dado cuenta de que franc'-masón y templario eran la;. misma cosa! (Ragón, «Curso de Ini· ciados}) H.) .

Chereau, funcionario del Gran Oriente de Francia, en su «Expli­cacióu.. de la cruz filosófica de los

• •

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67 cab.·. sob.·. prin.·. R.'. G.· . dedi­cada al Gran Oriente de Portugal::!> dice refiriéndose á los iniciados en el grado de Rosa-cruz:

«Ellos saben entonc~s, 1° que la orden masónica, ,designada con el nombre de JlIasonería azul, sabe lan­zar á los desgraciados de una O1'den auqusta, reliqiosa y rnilitar, víctima de la ignorancia y de afrentoso fa­natismo, pero digna por sus virtu­des de alcanzar los más elevados destinos; 2~ que merece por sus se­ñalados servicios formar parte in­tegrante de aquella orden ilustre cuyos caballe1'Os eran todos masones .. 4~ que las dos órdenes (del Temple y masónica), unidas por lazo indi­sDluble, vinieron á constituir una misma y sola institución.»

Abundan los monumentos y las pruebas á este respecto, y no que­riendo ser demasiado sóbrios en ca­pítulo de tal importancia, le consa­graremos otro artículo, por lo que nos limitaremos en el presente á se­ñalar otra prueba más: el discurso pronunciado por Banville, oficial del Gran Oriente de Francia, en la logia de los Caballe,ros de la Cruz.

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68' En ese díscurso que mereció gran­des alabanzas de la secta dijo:

«En mi sistema, que demostraré brevemente,la ()1'den mas6'nica es una emanació1~ ele la O'I'Clen del Temple t cuya historia y desgracias conocéis demasiado y 'racionalmente no pue­de ser ot1'a cosa. El heróico Guiller­mo de 'Monre, gran Prior de Ingla­terra y de Escocia, pudo desde su prisión dirigir á los caballeros de su lengua en la creación,. organiza­ción y desarrollo del rito masónico t

destino .á ocultar de las miradas de los profanos la orden del Temple proscrita y herida anatema. Se com­prende que esta transformación, en ha len(Jua ele ESGocia, de la orden del Temple en la orden masónica, que­dó constantemente envuelta en el más profundo secreto.»' § (El Glo­bo, órgano oficial del Gran Oriente

, de Francia, París, año de 1839.) Nada pudiera imaginarse tan explí­cito y terminante como esas decla­raciones, ni á la vez tan autoriza­do, no sólo por la elevada gerar­quía y prestigio del autor como sao bio masónico, sino por la sanción que dió á. sus 'palabras El Globo,

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'6~

'quien, refiriéndose á ese discurso¡ dice: «en el que el 01'ado1' ha ,t1'atad(') pe1i ectamente el O1'iqen de .la asocia­.ció n masónioa.»

Basta por ahora.; en otro artícu­lo seguiremos presentando las prue· bas que demuestran la identidad entre templarios y masones. Esta .aemostración tiene por objeto po­ner de relieve la supina ignorancia -del apologista de la Masonería en e l asunto de que trata, y probar á la vez que no fueron la avadcia de un Rey y la envidia de un Papa, s ino la justicia quien determinó la persecución y abolición de la orden del Temple, agrupación traidora que, explotando la piedad de la Eu­ropa 'Cristiana, practicaba en secre­to una secta mortalmente enemiga de la religión que fingía profesar en público, y de la sociedad que la protegió caudalosa, espléndidamen­te, creyendo así proteg,er á esa re­ligión.

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70

TEMPLARIOS Y MASONES .

• ---

Continuando la demostración del carácter masónico de los templa­rios, citaremos otras autoridades, que con las ya citadas pertenecen á la galería de 108 grandes sabios masones.

Willaume, en su Manual ó «Tui­leur» masónico, dice: ~Los caballeros hospitalarios de

San Juan de Jerusalén, conocidos con el nombre de Templarios ó sus SUCESORES los francmasones, pare­cen haber sido los autores de la mayor parte de los grados de ini­ciacióu ... Nosotros no tenemos du­da, como se ve, de que los templ~­rios eran iniciados, aun desde su institución. M'.ASAUN, CREEMOS QUE ES A ELLOS A QUIENES DEBE LA Eu­ROPA LA MASONERíA, Y que fuero,n sus PRACTICAS SECRE'l'AS las que sir­vieron de pretexto para la acusa­ción que los condujo á un fin tan trágico.

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'71 ~~Lostelllplarios han desapareci­

(lo en el orden civil, pero han deja­do suceS01'es ·en la Fraomasonerfa, y ·sus instituciones les han sobrevivi· ·do. »( Willaume, «Manuel du Tui­leur,~ págs. 10 y il.)

Banv.iHe, en su ya rélacionado 'discurso, hace la siguiente definiti­va afirmación;

«Oso, pues, afirmar, que la Or­den masónica fOO establecida en el siglo XIV por los miembros de la .orden del Temple, de la obedien­da del gran Prior de Escoda, y que esa bella institución, partiendo de aquel lugar, se propagó fácilmente por las naciones europeas, llenas -entonces de nuestros antecesores proscritos. Fácil me sería acumular numerosas pruebas, tomadas de la comparación de los rituales usados -en ambas órdenes; y sería. notable desde luego remarcar un sistema idéntko de recepción, procediendo por prue.bas físicas y morales. N 0

seria menos elocuente la singular analogía de las dos órdenes respec­to al mismo modo de iniciación, de ¡a serie de grados, entre los cuales se obs~va una semejanza ·tal con

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72 la caballería templaría, que detel'­mina una perfecta semejanza.»­(Banville, obra citada.)

Michelet, que es' una gloria de la Masonería, miernb1'O del Instituto en la «Colección de documentos inédi­tos para la Historia de Francia,» ha publicado el proceso de los tem­plarios, conforme á las actas res­pectivas.

El sabio académico asegura la autenticidad de ese documento, así como la libertaj con.quefueron ren­didas las declaraciones que contie­ne, diciendo:

«Publicamos en este tomo y en las primeras hojas del siguiente el ACT A MAS IMPORTANTE DEL PROCE­SO DE LOS TEMPLARIOS. Es el inte­rrogatorio á que el Gran Maestre y 231 caballeros fueron sometidoi en París, ante los comisarios pon­tificios. Este int8?'7'oqatO?'io rW''' fué hecho con la mayO?' suavidad y dul-zura por altos dignatarios ecle-siás un Arzobispo y muchos Obispos. Estas declaraciones ren­didas así merecen más fe que las obtenidas por los inquisidores y los agentes del rey, arrancadas por la

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'73 turtUl'a inmediatamente después de las aprehensiones,»

Pues bien, en esa acta, que hace fe tanto por sU.autenticidad cuanto por la libertad con que declararon los procesados, acta publiéada no por un ¡({¡lso a1'repentido pa1'C/; diver­ti1'se de los clérigos, sino por el Mi­nisterio de Instrucción Pública de Francia, para ilustrar la Historia de esa nación, se leen las declara­ciones siguientes, hechas por los templarios sin la presión de la tor­tura, sin la violencia del terror, si­no libre y lealmente:

1~" Que cada templario, en SUp1'O­

jesión, después de haber hecho los tres votos de obediencia, pobreza y castidad, ó poco después, según quería ó querían los altos dignata­rios de la Orden, renegaba de Cris­to como crucificado, como Jesús ó Salvad01', como Dios; lo mismo que de la bienaventurada Virgen y de los Santos, conforme el iniciado iba siendo incitado á ello por los que lo recibían, quienes le decían que Cristo fué un falso profeta, crucifi· cado no por la redención del géne­ro humano, sino por sus crímenes;

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74-que esta práctica era común á la de la mayoría.»

«2~ Que se le obligaba á escupir la cruz, ya la figura ó escultura mis- , roa de la cruz, ya en la imagen de J esücristo, y algunas veces piso­tearla, ultraje que practicaban los mismos que estaban ya iniciados.»

«3~ Que era costumbre de algu­nos reunirse el Viernes Santo ú otro día de la Semana Mayor para pisotear la cruz (POU1' fonle1' aux piedsla c1'Oix) y hacer sobre ella ul­trajes mucho más odiosos. y obli­gar á los demás á hacer-los.»

(Sigue la declaración de prácti­cas obscenas que, como se com­prenderá, no debemos mencionar.)

«.7~ Que esas recepciúnos eran · secretas, en presencia sólo de los hermanos de la Orden, y que se les bacía jurar jamás revelarlas.»

• • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 4 •••••

dO~ Que aquellos que en su recep­ción ó después de ella se negaban á hacer lo que se les mandaba, eran asesinados ó encadenados á prisión perpetua» [<rColección de documen­tos inéditos para la Historia de Francia) publicados por el Minis-

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75 tel'io de Instrucción Pública.» Pri­mera serie. El original, depositado primeramente en el te801'O de Nues­tra Señora de París, después de haber pasado por manos del Presi- , den te Brisson y del a bogado gene­-ral Sevin, y haber escapado del in- ,~ cendio, en 1793, de la biblioteca de los Benedictinos de Sto Germain­de~-Prés, á la que lo había cedido M. de Harlay, se halla depositado en la Biblioteca Real, lote Harlay, núm. 49J.

Este documento, cuya respeta­bilidad inmensa satisfacé las leyes e.e la crítica, tanto por su origen como por la sanción que le dá el go­bierno francés y la eminente auto­ridad· del historiador Michelet, prueba dos cosas: 1::: la exactitud de la tésis que sostenemos; 2::: la exactitud de las prácticas sacrí­legas de los templarios, que eran todos masones; prácticas que nie­ga la Masonería haciendo colosa­les esfuerzos en público por apa­rentar que se burla de la autentici­dad de ellas.

Sin embargo, la verdad de esas prácticas está ya absolutamente de-

,-

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'7'6 mostrada. Una prueba ha sido ine· sistible,esta: identidad de las decla· raciones de templarios que vivían en distintas Provincias, y aun rei­nos, sin haber tenido tiempo para ponerse de acuerdo.

Sorprendidos á la vez en un solo día, examinados por distintos tribu­nales, todas las declaraclones coin­cidieron exactamente en los mis­mos puntos. Lo mismo declararon los templarios de París que lo::; de Poitiers, que los de Bolonia, Pisa, Florencia, etc., etc. Lo mismo an­te el Papa que los interrogó, no co· mo juez, sino como padre, dulce y suavemente, según la frase de Mi· chelet, que ante los tribunales in· quisitoriales.

Esta harmonía en las declaracio· nes es, repetimos, una prueba irre­futable, absoluta. No cabe ya sos­tener ante la Historia que el terror arrancó esas confesiones. Pero su· pongámoslo. ¿Puede explicarse que el terror arrancara exactamente la<; mismas confesiones las mismas palal;>ras, en el mismo día,á los tem­plarios de los distintos países y mo· nasterios, que no habían tenido un

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77 minuto para comunicarse, ni mucho menos conocimiento los unos de lo que declaraban los otros?

Aun sin salir de un mismo sitio ¿puede explicarse que 231 indivi­duos, incomunicados, vengan á de­clarar precisamente los mismos he­chos, con los mismos detalles, con las mismas palabras, si esos hechos no fueran la verdad, sobre todo cuando ellos los condenaban, cuan­do en vez de constituir una disculpa, una defensa, constituían una terri­ble acusación, la mayor y más pu~ nible que pudiera darse en aquella época?

Entre reos acusados del mismo delito, cabe el acuerdo para falsas declaraciones. cuando ellas tienen

por objeto salv los, engañar al tribunal para q se amengüe ó nu­lifique la pena; es absurdo su­poner el acuerdo para declarar en falso con objeto de sufrir la pena mayor: la más cruel, la más terrible.

La crítica, pues, tiene que recha­zar y ha rechazado por absurdo tal acuerdo, como contrario á la filoso­fía, á la naturaleza del hombre, al instinto invencible de conserva-

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78 ción, á sus costumbres, á su histo-

• na. Por tanto, las declaraciones de

aquellos sacrilegios 'abominables aparecen revestidas de verda,d su­perior á toda disputa.

Todavía pudiéramos citar mu­chas más pruebas que omitimos por no incurrir en redundancia, pues bastan y sobran las presentadas.

En nuestro próximo y último ar­tículo resumiremos todo lo dicho hasta aquí, y deduciremos las con­:~ecuencias más transcendentales.

RESUMEN ,

,

Por la historia anterior, sintética historia de la Masonería, se com­prenderá cómo ésta no es otra cosa que la persistencia'de la Gno8 á tra­vés de diez y ocho y medio siglos. Decimos esto, por lo que hace á la substancia de la doctrina, pues por lo que hace á los accidentest en la organización de la secta, se han mo­dificado en el curso de los tiempos.

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79 El Rito Escocés Antiguo y Acepta­do, que es el dPminante en el mun­do y particularmente en la Repúbli­ca Mexicana, fué establecido por el gran Prior de los templarios en ES,cocia, como habrá podido obser­varse en las anteriores noticias.

La Masonería tiene dos aspectos transcendentales: el secreto y el pú­blico. En secreto es una secta gnós­tico- maniquea, mientras que el pú­blico es el Liberalismo, que dice profesar como base la doctrina del libre-pensamiento, la neutralidad en materia de religiones, la secula­rización del Estado, etc., etc.

El liberalismo es un medio, no un fin de la Masonería; un medio de combatir al Cristianismo y de adue­ñarse del poder público. Así como para edificar un edificio sobre el te­rreno en que ya está otro ~dificado lo primero que se requiere es derri­bar la construcción anterior, arra­zándola, así la Masonería, para eri­gir su doctrina en el espíritu de los hombres, lo primero que necesita es arrasar la religión que lo ocupa, destruir hasta el cimiento toda creencia religiosa; tal es el oficio

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80 del Liberalismo, del libre-pensa­miento, que es el ateismo sistemá­tico, el encargado de dejar limpio el te1'1'eno, para que venga después la construcción del nuevo templo. En tal virtud, el Liberalismo es un pro­cedimiento de destrucción, en tanto que la Masonería lo es de construc· ción.

Por eso en todos 'los países la Ma­sonería inicia sus trabajos públicos enmascarada con el liberalismo en el concepto de un partido pÓlítico. De ese partido, la Masonería lleva á su seno á aquellos que le convie­ne, dejando que los demás trabajen inconscientemente en su obr'a. Por manera que si no todos los liberales son masones, todos, absolutamente todos son sus obreros, conscientes unos, inconscientes los otros. Ya sean racionalistas ó matérialistas, espiritistas ó naturalistas~ posi tivis- . tas ó jacobinos, todos constituyen el batallón de zapadores de la Ma­sonería, que los mueve á su antojo.

En suma: la Masonería es una de las sectas Jpanteistas con que la Iglesia ha luchado casi desde su ori­gen, venciéndola á veces con es-

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81 truendo, pulverizando sus errores en el terreno especulativo, defen­diendo heróicamente á los pueblos del cataclismo s.9cial á que esos errores los arrastrarían.

La adorable sabiduría del Señor, en cuyas obras á cada paso creen ver paradojas las. miopes pupilas del hombre, ha permitido que hoy la secta masónica se halle poderosa, y que la Iglesia gima bajo su tira­nía. No intentaremos penetrar á los arcanos de esa insondable Provi­dencia; pero sí sabemos por la en­señanza de la Historia y las prome­sas de la fé, que este dominio de la secta será transitorio, y así lo anun­cian ya, por una parte, el completo descubrimiento de su tradicional secreto que ha sido su fuerza, y la actitud del mundo social que se ar­ma ya contra el enemigo á quien debe sus más formidables trastor­nos modernos, sus más honibles amenazas.

Pedimos, pues, á los católicos la constante I?legaria por el triunfo de la Iglesia y por la conversión de

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82 sus enemigos. Pedimos el aborreci­miento á la secta, pero á la vez la más amorosa oración por tantos ex­traviados. En el palacio de Dios to­das las puertas son de bronce, y na­da hay en el Universo que pueda forzarlas; pero hay una, la Miseri­cordia, que se al{re dulce y silencio­samente á los esfuerzos de la ora­ción.

Roguemos con cariño; con humil­dad, con t enacidad, con la porfía de que l"iabla la parábola avangélica, por tantos que llamándose hij08 de la luz viven en el antro más obscuro de las tinieblas.

Roguemos especialmente por la alma infeliz cuyos errores han mo-tivado estos artículos. '

¡Oh, pobre alma! Ella, como toda criatura racional, ha recibido este precepto inexorable, eterno, ema­nado de la naturaleza. de Dios y del hombre; este precepto dulcemente terrible : AMARÁS, y hoy, ella, que amó lo infinitamente amable, sueña en cumplir con esa ley buscando el amor en el vacío glacial de la nada; ella, como el desdichado Renan, co­mo todos los que huyen de ' la casa

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83 paterna de Dios, «busca su ojo de padre en el cielo, y sólo halla la cuenca vacía del infinito.»

Pobre alma la que no siente ya' la atracción del infierno; pobre alma la que, como dice San Pablo, hace su reprobación en aquello mismo que aprueba.

Pobre espír it u el que intenta cún­~olar la amargura de su destierro blasfemando contra su patria, cuan­d~ intellta engañarse á sí mismo con un odio mentido, tanto más im­posible cuanto menos silencioso.

N o se odia lo que no se desprecia, y no se desprecia lo que en todo mo­mento atrae nuestros ojos.

Roguemos por esa alma desterr a­da. Su pat r ia está allá, dulce, lumi­nosa, como una madre, y con amor

. de madre abierta de brazos. Amor de madr~, decimos. Se sa­

be que un hijo asesinó un día á la mujer que le dió la vi,:l o;> T_ ,~ 11"0

le ~acó el corH7~ la m .... ·1v

México: 1860 . .

TIPOGRAFIA DE N ABOR CH.\VEZ, Calle de la Canoa númerQ 5.

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84 una voz que salió de él y -re decía dulcemen.te: «Hijo: ¿, no te has he­cho daño?» Con esa ternura le es­peran unos brazos amorosos.

Roguemos porque Satanás no se adueñe del momento en que la gra­cia le dice á esa alma: 1'et1'ocede, y el orgullo le dice: adelante.

Roguemos, sí, por el desterrado; porque la cruz que llevó diez y seis años sobre el pecho vuelva á sus manos y descanse otra vez sobre su carazón, cuando la vida le preste su último aliento y la luz negra apague

• sus oJos.

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