anexos curso inteligencia emocional

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Algún tiempo atrás, en un lejano pueblo, había una casa abandonada. Cierto día un cachorro, buscando refugio del sol, logró meterse por un agujero en el interior de la residencia. Subió lentamente las viejas escaleras de madera hasta que se topó con una puerta semiabierta y se adentró en uno de los cuartos, cautelosamente. Con gran sorpresa se dio cuenta de que dentro de esa habitación había mil perritos más observándolo fijamente como él a ellos, y vio asombrado que los mil cachorros comenzaron a mover la cola, exactamente en el mismo momento en que él manifestó su alegría. Luego ladró festivamente a uno de ellos y el conjunto de mil canes le respondió de manera orquestada, idéntica. Todos sonreían y latían como él. Cuando se retiró del cuarto se quedó pensando en lo agradable que le había resultado el lugar y se dijo: «Volveré frecuentemente a esta casa». Pasado el tiempo, otro perro callejero entró en la misma vivienda. A diferencia del primer visitante, al ver a los mil congéneres del cuarto, se sintió amenazado, ya que lo miraban de manera agresiva, con desconfianza. Empezó a gruñir; y vio, asombrado, cómo los otros mil perros hacían lo mismo con él. Comenzó a ladrarles y los otros también hicieron lo mismo ruidosamente. Cuando salió del cuarto pensó: «¡Qué lugar tan horrible es éste. Nunca volveré». Ninguno de los cachorros exploradores reparó en el letrero instalado en el frente de la misteriosa mansión: 'La casa de los mil espejos'. Enrique Mariscal

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Facilitados por Jesús Niño Triviño, ponente del curso

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Page 1: Anexos curso Inteligencia emocional

Algún tiempo atrás, en un lejano pueblo, había una casa abandonada.

Cierto día un cachorro, buscando refugio del sol, logró meterse por un

agujero en el interior de la residencia. Subió lentamente las viejas escaleras

de madera hasta que se topó con una puerta semiabierta y se adentró en

uno de los cuartos, cautelosamente.

Con gran sorpresa se dio cuenta de que dentro de esa habitación había mil

perritos más observándolo fijamente como él a ellos, y vio asombrado que

los mil cachorros comenzaron a mover la cola, exactamente en el mismo

momento en que él manifestó su alegría.

Luego ladró festivamente a uno de ellos y el conjunto de mil canes le

respondió de manera orquestada, idéntica. Todos sonreían y latían como él.

Cuando se retiró del cuarto se quedó pensando en lo agradable que le había

resultado el lugar y se dijo: «Volveré frecuentemente a esta casa».

Pasado el tiempo, otro perro callejero entró en la misma vivienda. A

diferencia del primer visitante, al ver a los mil congéneres del cuarto, se

sintió amenazado, ya que lo miraban de manera agresiva, con desconfianza.

Empezó a gruñir; y vio, asombrado, cómo los otros mil perros hacían lo

mismo con él.

Comenzó a ladrarles y los otros también hicieron lo mismo ruidosamente. Cuando

salió del cuarto pensó: «¡Qué lugar tan horrible es éste. Nunca

volveré».

Ninguno de los cachorros exploradores reparó en el letrero instalado en el

frente de la misteriosa mansión: 'La casa de los mil espejos'.

Enrique Mariscal

Page 2: Anexos curso Inteligencia emocional

¿…y eso es bueno o malo?

Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una pequeña aldea en las montañas. Su único medio de subsistencia era el caballo que poseía, el cual alquilaban a los campesinos para labrar las tierras.

Todos los días el hijo llevaba al caballo a las montañas para pastar. Un día, volvió sin el caballo y le dijo a su padre que lo había perdido. Esto significaba la ruina para los dos. Al enterarse de la noticia, los vecinos acudieron a ver al padre y le dijeron: «Vecino, ¡qué mala suerte!» El hombre respondió: «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?».

Al cabo de unos días, el caballo regresó de la montaña, trayendo consigo muchos caballos salvajes que se le habían unido. Era una verdadera fortuna. Los vecinos, maravillados, felicitaron al hombre: «Vecino, ¡qué buena suerte!». Sin inmutarse, les respondió: «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?»

Un día que el hijo intentaba domar a los caballos, uno le arrojó al suelo, partiéndose una pierna al caer. «¡Qué mala suerte, vecino!», le dijeron a su padre. «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?», volvió a ser su respuesta.

Una mañana aparecieron unos soldados en la aldea, reclutando a los hombres jóvenes para una guerra que había en el país. Se llevaron a todos los muchachos, excepto a su hijo, incapacitado por su pierna rota. Vinieron otra vez los aldeanos, diciendo: «Vecino, ¡qué buena suerte!». «Buena suerte, mala suerte, ¿quién sabe?», contestó.

Esta historia continúa, siempre de la misma manera,

y nunca tendrá un final.

Page 3: Anexos curso Inteligencia emocional

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando era niño me encantaban los circos. Lo que más me gustaba eran los animales. También a mí, como a otros, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... Pero después de su actuación y hasta un rato antes de la siguiente función, el elefante quedaba sujeto por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. La estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía evidente que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su inmensa fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir.

El misterio era evidente:

¿Qué lo detiene entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces, por el misterio del elefante a mi maestro, a mis padres, a mis amigos… Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia:

–Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí, por suerte para mí, que alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta:

El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.

Page 4: Anexos curso Inteligencia emocional

Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo escapar. La estaca era, ciertamente, muy fuerte para él.

Juraría que cayó agotado de tanto intentarlo, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al otro…

Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree ¡pobre! que “NO PUEDE”.

Él tiene recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer, cuando no pudo deshacerse de la estaca.

Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro.

Jamás... Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez..., a intentarlo de nuevo.

Vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad... Condicionados por experiencias negativas, condicionados por dificultades que no fuimos capaces de resolver, condicionados por el recuerdo de “NO PUEDO”...

La única manera de saber si eres capaz de escapar de tus cadenas, si eres capaz de lograr tus objetivos, si eres capaz alcanzar tus sueños, es intentándolo de nuevo, poniendo en el intento todo tu CORAZÓN...

Jorge Bucay