ventanal de un sexto piso, juan carlos pérgolis
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VVVEEENNNTTTAAANNNAAALLL DDDEEEUUUNNNSSSEEEXXXTTTOOOPPPIIISSSOOO
un libro de viajes
Juan Carlos Prgolis
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A Nata
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Indice
Un pasaje de ida 5
Mendoza y Santiago de Chile, en vuelo 8
A Colombia: Cali y Cartagena 10
Bogot, una ciudad entre las nubes 17
Curazao, Jamaica y Bahamas: la presencia del mar 24
Invierno europeo: Luxemburgo, Blgica, Francia 33
Por el Romnico de Espaa 40
Italia, mis races dispersas 46
Viena, Luxemburgo y de nuevo el Caribe 49
Otra vez Colombia 52
Lima, la ciudad del toque de queda 59
La selva: Iquitos y Pucallpa 63
Un segundo regreso es un reencuentro 68
La primavera en la Costa Este de Estados Unidos 74
En Reykjavik la memoria repite los signos 82
Rumbo al norte, Escandinavia 84
Alemania, entre amigos 90
Un nuevo regreso y una nueva vida 97
Bogot, un lugar 100
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Otra vez en viaje 107
Una travesa diferente por Italia y Grecia 110
Camino al arraigo 126
Verona. Los amigos dan la identidad del lugar 129
Los significados en Ankara, Capadocia y Estambul 135
Bogot, mi lugar 151
El inicio de algo en Quito y Guayaquil 153
La rutina es la ruta que se repite 156
Por Colombia en familia 158
Un pasaje de ida y regreso 164
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Un pasaje de ida
En ese entonces, el nico sentido que tena para m la palabra
baseera su connotacin militar y pas muchos aos sin entender que
base significa cimiento, la parte ms baja, la que est en contacto con
la tierra como la raz del rbol. Tener una base es estar en un lugar que
es parte de la propia intimidad, es saber a dnde referirse y a dnde
volver. El trmino viaje sugiere la idea de un regreso, como si ms tarde
o ms temprano, a travs de un recorrido directo o con desvos, siemprehubiera un retorno a ese lugar, donde el destino final coincide con la
seguridad emocional del punto de partida.
Por eso, a una travesa sin retorno le damos otro nombre:
migracin o desplazamiento, palabras que no sugieren la alegre
aventura de un viaje. Si el itinerario de ida se hace con la certeza del
imposible regreso, entonces lo llamamos exilio.
Saba que tarde o temprano tendra que marcharme, aunque no
quera pensarlo. Me fascinaba la vida en Buenos Aires, su gente, sus
actividades infinitas y sus espacios llenos de emociones. Aunque quizs
lo que me gustaba era mi vida con los amores y los
afectos que se tejen a travs de los aos mientras la ciudad se va
convirtiendo en historia, en el marco que da sentido a la existencia.
Tambin amaba las actividades de la ciudad insomne, las charlas
con amigos en el bar La Paz o las discusiones ideolgicas que en esos
aos mediatizaban todas las actividades y que fueron el motivo de este
viaje o exilio, el nombre ya no importa. Por ltimo, amaba y sigo
amando los lugares de aquella ciudad.
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Por eso, caminar hoy por un parque de Buenos Aires, entre losrboles enormes y sin hojas en una helada tarde con sol de invierno,
no es para m una experiencia, sino la emocin de haber vivido otra
emocin anterior y puedo decir lo mismo de esas noches de verano
cuando el aire hmedo parece hervir en la Costanera del Ro de la
Plata, entre pescadores solemnes, parejas abrazadas, olor a carne
asada y el estruendo de los aviones que aterrizan en el vecino
Aeroparque.
Muy temprano en la maana, antes de que abriera el comercio,
esperaba el 68 para ir a la Polica Federal a recoger el pasaporte que
una semana antes haba solicitado. -Hay que tener el pasaporte vigente,
nunca se sabe qu puede pasar, nos decamos unos a otros. Ese da me
lo entregaban.
En el colectivo iban muy pocos pasajeros y el conductor oa la
radio: msica militar. -Qu es esa marcha?, le pregunt. -El golpe, los
militares dieron golpe de Estado. Recog el pasaporte. De pronto el viaje
fue una realidad indiscutible, ira a Colombia donde viva Pedro, un
compaero de universidad y amigo de los aos de estudiante. -Si la
cosa se pone peor, te vienes, me haba dicho una vez.
Conoca Colombia porque haba estado como turista un ao antes
y regres alucinado con la costa Caribe: Cartagena, Santa Marta, calor
y gente afable; Tambin haba estado con Pedro en su apartamento en
Bogot, una ciudad fra trepada a un altiplano andino; all ira a
buscarlo.
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Cuando me informaron que para ingresar a Colombia era
necesario tener un pasaje de salida del pas o de vuelta al punto deorigen, escog un irreal destino a Panam. Entonces entend que el
regreso a Argentina ya no sera posible. Esa noche llor a todos y a cada
uno de los afectos, los amores, los lugares, las conversaciones polticas
que quedaran resonando en los rincones del bar La Paz, los susurros
de amor que an se enredaban en las sbanas, los gritos desaforados
en la montaa rusa del Italpark; llor por una historia que se rompa y
por la angustia de otra historia que comenzaba. Llor porque mi vida separta en dos, como un tren que deja vagones en una estacin y
contina su marcha.
Mendoza y Santiago de Chile, en vuelo
Todo lo miraba con el detenimiento cinematogrfico de una
cmara lenta, los aviones en la plataforma, los autobuses que sobre unhilo invisible y perfecto traan a los pasajeros de esos aviones, las
empleadas alineadas como en un ballet detrs del mostrador de
Aerolneas Argentinas; miraba un detalle de la forma del mostrador y mi
mano sobre ese detalle. -Embarque por la puerta 3, o que decan y todo
sonaba lejano, con resonancia; atrs, ms all de las puertas de vidrio
estaban mis tas Loly y Ester que me despedan. Las volver a ver?
quin sabe, algn da...
El avin vol sobre el Ro de La Plata y luego por el Paran; a la
altura de Rosario desvi hacia Crdoba, en el centro de Argentina.
Despus de una corta escala y con el sol de frente que pona brillos de
fuego en los bordes de las alas, se dirigi a Mendoza; all transbordara
a la aerolnea chilena para cruzar a Santiago. Un empleado de esa
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compaa me ayudara a embarcar para evitar las listas que los
militares haban distribuido en los aeropuertos y dems puntos desalida del pas.
Volbamos bajo, por mi ventanilla pasaban los viedos sin hojas,
apenas los soportes y los alambres donde, en verano, se enredaran las
ramas nuevas y colgaran los racimos. El avin dio un ltimo giro y
corri por la pista envuelto en el trueno de sus motores.
All estaba el hombre de Lan Chile, que hoy sin nombre ni figura,
es parte de un recuerdo de terror. -Ya llegaron las listas pero no pude
verlas, dame el pasaporte y el boleto. Esperame en la sala de embarque.
A nuestras espaldas sonaba otro trueno, haba aterrizado el avin que
ms tarde me llevara a Santiago. -Listo, ya te sellaron la salida, cuando
llamen a bordo, yo subo contigo.
En la hipnosis que produce el miedo, me dejaba llevar por el
hombre de Lan Chile. -Ahora, vamos, dijo y me empujo el brazo. Nos
sentamos en el primer asiento, junto a la puerta; afuera vea la fila de
pasajeros que embarcaban; luego slo qued en el cuadro un ngulo de
la terraza del aeropuerto y ms atrs la cola del avin que me haba
trado de Buenos Aires, recortada contra las ltimas luces de la tarde.
Hay problemas con el clima, cerraron Santiago, coment una azafata conel suave acento con que hablan los chilenos y todos los pasajeros
bajamos a la cafetera. Al fin, ya de noche, cruzamos la Cordillera de los
Andes con ms de tres horas de retraso.
A Colombia: Cali y Cartagena
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El vuelo transcurra entre el viento fro de las montaas y las
turbulencias de la costa del Pacfico; atrs haba quedado el aeropuertode Pudahuel en Santiago y mucho ms all del horizonte, an de aquel
que poda intuir el radar del avin, me esperaba Cali, caliente y alegre,
un destino transitorio en el viaje sin retorno.
Despus de la cena sobrevolamos Lima que brillaba como un
collar extendido sobre el pao negro del mar; luego se desdibuj la
costa y se apagaron las pocas luces que an se vean en tierra. Depronto, dejamos de estar en algn lugar y el avin se desliz, oscuro,
zumbando en ese vaco que modifica el sentido de todos los lugares, el
vaco que comienza cuando se apagan los carteles de abordo y termina
cuando se encienden nuevamente, anunciando el aterrizaje.
En medio de los pasajeros dormidos, la emocin me mantena
despierto entre la ltima nostalgia y la primera expectativa, entre elrecuerdo de la pampa, la llanura infinita y el ansia de las montaas
escondidas bajo las nubes; entre aquella ciudad-puerto, que dejaba ver
los mstiles y las chimeneas de los barcos al final de la calle Corrientes
y las ciudades por descubrir; entre las ciudades que en ese momento
slo existan en mi ansiedad y la que ahora comenzaba a vivir en mis
recuerdos.
En la plataforma del aeropuerto de Cali, dorman varios aviones
bajo las luces amarillas, opacadas por el revolotear de millones de
insectos. Desembarqu con algunos pasajeros y en pocos minutos
habamos hecho los trmites migratorios y de aduana. Pronto se
dispersaron y qued solo; estaba en Colombia, en el silencio de un
aeropuerto desierto. Esperara la salida del vuelo a Cartagena. -Dnde
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hay una cafetera? -Est cerrada, abre a las seis, respondi el empleado
que me sell el pasaporte y se sent a mi lado con intencin deconversar.
Los ltimos meses en Argentina haban sido tiempos de terror:
todos los das desapareca algn amigo; los diarios mostraban, en
primera plana, los cadveres arrojados en cercanas de las ciudades;
todos comentaban, en voz baja, las torturas en las diferentes
instalaciones militares y noche tras noche vivamos los allanamientos,veamos a las personas que se llevaban, que nunca volveran y que
nadie jams podra volver a mencionar. El pnico me impeda
responder lo que me preguntaba el empleado del aeropuerto y en la
misma charla se mezclaban los cantantes, los militares y los futbolistas
argentinos con cuestiones propias de Cali, que no poda entender; por
suerte amaneci y comenz la actividad en torno al avin que me
llevara a la costa norte de Colombia, al Caribe.
Un aterrizaje en Pereira, en medio de enormes matorrales de
guadua, esa caa cuyas varas alcanzan varios metros de altura; luego
Medelln y por ltimo Cartagena. Como el cansancio me venca, me dej
llevar por el taxista a la pensin que l consider apropiada. Despus,
otro da, pensara en mi nueva vida.
Por la ventana del cuarto vea la calle con una palmera desflecada
por la brisa y al fondo, un pedacito de mar; cada tanto pasaba un viejo
y colorido autobs con una impecable fila de codos asomados por el
vaco de las ventanas sin vidrios. La pensin estaba entre dos zonas de
la ciudad, el centro histrico rodeado de viejas murallas y la zona
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Una oferta de trabajo en Cartagena me permiti tramitar la
residencia en el pas. Con el contrato en la maleta viaj a Bogot. Perono quera ms aviones. En autobs fui a Barranquilla y con una amiga,
tambin extranjera, que viva en esa ciudad, descubrimos los rincones
sobrevivientes de la poca de la compaa bananera y del esplendor del
Art Deco. Destartalados hoteles con fachadas que parecan el marco
para alguna seductora pose de Mae West; casas comerciales, sedes de
empresas como salidas de algn dibujo de Flash Gordon, formas
modernas y gestos futuristas en un sector olvidado en el cual cuentanlos barranquilleros- se bailaba la cumbia con rollos de billetes
encendidos. Ms all estaban los barrios de los aos cuarenta y
cincuenta, donde an pareca resonar el eco de las grandes orquestas
que difundieron por el mundo la msica de la costa colombiana.
El tren a Bogot sali de Santa Marta en medio del resoplar de
vapores de la antigua locomotora, cruz las ridas sabanas de la costa,donde los hormigueros son ms altos que un hombre y corri cercano
al ro Magdalena entre la ms inslita variedad de frutas tropicales.
Despus de casi treinta horas de viaje se enfrent a la cordillera para
trepar los 2.600 metros hasta Bogot.
El tren suba con dificultad, balancendose a uno y otro lado de
la estrecha va; cada metro que lograba, el aire se volva ms difano yla vegetacin menos densa. Abajo quedaba el ro Magdalena con sus
temperaturas infernales; adelante se vean paredes rocosas, casi
verticales, cuyas cimas se perdan entre las nubes. Ms arriba, entre
esas brumas, nos esperaba Bogot.
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El da se oscureci y estall una lluvia desaforada, justo en el
momento en que el estrecho corredor por donde trepamos se abri enuna enorme extensin cuyos lmites se perdan en la cortina de agua
que formaba telones de diferentes grises; la Sabana de Bogot nos
recibi con una de sus habituales tormentas. Los truenos hacan vibrar
las ventanillas del tren y el granizo amenazaba romper los vidrios. Bajo
el diluvio, el suelo se deshaca entre charcos, montones de hielo y
pasto color verde tierno.
Los camareros pasaron recogiendo las botellas de cerveza
mientras los pasajeros se abrigaban, en un principio pens que
exageradamente, pero luego tambin yo sent el fro de la altura. El
tren, bamboleante, atravesaba la ciudad cuando un repentino rayo de
sol cort la tarde de lluvia y todo se encendi con una helada luz
amarilla que ti los muros de las casas y convirti las ventanas en
reflejos incendiados. Al fondo, los cerros que limitan la ciudadaparecan envueltos en nubes que el viento desgarraba como en una
alucinada pintura manierista.
Bogot me recibi con las calles encharcadas y la luz rasante del
sol del atardecer, una escena muy comn que transforma las
perspectivas; entonces, todo parece perder sus relieves. Un eventual
compaero de viaje me recomend un hotel en el centro, cerca delministerio donde tendra que hacer los trmites. Entre la Bogot que
conoc en aquel momento y la actual, hay un abismo; muy poco queda
de aquella ciudad no muy grande, de costumbres pueblerinas.
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Los pasajeros del tren se desparramaron rpidamente y qued
solo en la puerta de la estacin. Una avenida repleta de automviles meseparaba de la ciudad.
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Bogot, una ciudad entre las nubes
Al da siguiente me levant muy temprano y sal a desayunar. El
centro herva de actividad en la maana gris, los cerros continuaban
envueltos en nubes y brumas que presagiaban un da lluvioso. La gente
se vea muy abrigada y caminaba muy aprisa. No entenda la relacin
entre esta ciudad agitada y fra y las ciudades de la costa con su eterno
verano y sus ritmos relajados. -Si tengo que vivir en Colombia, alguna
vez, voy a vivir aqu, pens; en un pas ecuatorial donde el clima no lo
define la poca del ao sino la altura, escogera el invierno.
En la costa, mucha gente me haba dado las direcciones de sus
amigos en Bogot. -Bscalos, ellos te ayudarn, decan y efectivamente,
poco tiempo despus ya me mova en un pequeo grupo que me recibi
con hospitalidad y me introdujo en las costumbres locales. Con ellos
conoc los teatros de La Candelaria, que en esos aos tenan una fuerte
carga ideolgica y recreaban, una vez ms, aquellas conversaciones de
las noches de Buenos Aires; tambin descubr los paseos dominicales a
la Sabana y a tierra caliente, o a clima medio, esos lugares cercanos,
ms bajos que Bogot.
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Pero nadie daba razn de mi amigo Pedro que era desconocido en
las asociaciones profesionales, en las universidades y en las direcciones
que yo traa, incluso en la casa donde lo haba visitado aos atrs. -Tal
vez se fue de Colombia, conclu, pero ya no me preocupaba, senta que
estaba iniciando otra vida donde todo era nuevo.
Buenos Aires era un recuerdo todava cercano; an no eranostalgia, pero lo sera muy pronto, apenas terminara de descubrir a
Bogot y muriera la fascinacin que me produca lo nuevo.
No sabra decir si realmente entenda a Bogot, sus costumbres y
su gente o estaba inventando una ciudad que llenara mis vacosante la
ausencia de la otra. Me mova por Bogot o por un simulacro al que le
daba ese nombre? S que a la ciudad fingida, a la ciudad simulada se la
vive a partir de anhelos, de lo que se espera encontrar en ella, porque
en la expectativa est implcito el deseo, aquello que no se tiene y que
se anhela tener.
Bogot, encerrada entre montaas me mostraba muchas cosas,
pero ms que sus espacios y su arquitectura me enseaba un modo de
vida, que en esos aos era todava introvertido y recogido en el interior
de las casas, a diferencia de Buenos Aires, que se olvida de s por mirar
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al mundo, entre la llanura infinita y el ro sin lmites, Bogot, aislada en
la altura debe descubrirse en su propia historia y reconocerse en las
perspectivas que le permiten sus cerros. Si aquella ciudad invita a
mirar el cielo, esta otra seduce con los rincones cercanos y con los
pequeos gestos.
Ahora, despus de vivir muchos aos en Bogot, cada vez que
regreso a Buenos Aires creo descubrir all la fascinacin de lo nuevo y
pienso que Bogot, desde la distancia y la diferencia me ayud a
entenderla; otras veces intuyo que fue mi vida en la ciudad del Ro de la
Plata la que me permiti entender a sta del altiplano andino. En mi
ltimo viaje, cuando se apagaron las luces y al igual que aos antes, el
avin se desliz por el vaco sin referencias ni sentido, las dos ciudades
se mezclaron, coincidieron en una sola emocin y en una sola nostalgia.
El fin del trmite ante el ministerio me enfrent con la realidad
que haba tratado de evitar asumiendo el comportamiento propio de un
turista: viva en Colombia, estaba radicado en este pas, aunque por
muchos aos me sentira en trnsito, como si estuviera haciendo una
escala en un aeropuerto de paso.
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Deba volver a Cartagena, ya no tena excusas para continuar en
Bogot, me esperaba la insercin en la vida laboral de aquella ciudad
costera. Pero, esto significaba que ya no volvera a Buenos Aires?
Finalmente lo entend as y la ciudad recuerdo se convirti en la ciudad
nostalgia.
Regres a la costa en un vuelo que sigui la ruta del ro
Magdalena, la misma que durante ms de un siglo recorrieron los viejos
barcos de rueda; la experiencia del viaje en tren se redujo a una hora
en el aire, pero pude ver, desde otra perspectiva, los violentos cambios
del paisaje, que tanto me asombraron desde la ventanilla del tren; los
valles encerrados, casi inaccesibles entre altsimas montaas, la
sucesin de pueblos sobre las riberas de los ros y luego el Caribe,
enorme y azul, sobre el cual el avin describi un amplio giro para
aterrizar en Cartagena.
La ciudad amurallada se senta repleta de gente, de vendedores
ambulantes, de gritos, del calor ardiente de las calles que contrastaba
con el fresco interior de las casas; all alquil un apartamento en un
viejo edificio cuyos corredores eran como balcones abiertos a una
pequea plaza, a la muralla y al mar; mis amigos de Cartagena me
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ayudaron a amoblarlo y a los pocos das estaba integrado al barrio y a
la rutina laboral de la ciudad.
El edificio funcionaba como una pequea comunidad que se
extenda a otras casas de la cuadra: la del balcn con petunias, de
Liza, una anciana alemana que haba llegado a Cartagena en vsperas
de la Segunda Guerra Mundial; el enorme casern de anchos muros
donde viva un grupo de muchachos de Puerto Rico y el pequeo
apartamento de Tova, una norteamericana que con el tiempo sera una
de mis grandes amigas. Curiosamente, la comunidad del edificio y de la
cuadra era de extranjeros. Tortas de queso colombo alemanas, extraos
chutneys, pastas italianas con inslitas salsas y otras maravillas. La
comida una al grupo y en las reuniones se desgranaban y entretejan
recuerdos y aventuras vividas en los ms lejanos rincones del planeta.
Era el exilio entre exiliados. Afuera estaba Cartagena.
Un da, Liza anunci su regreso a Alemania; la reclamaban su
hija y sus nietos en Mainz y el grupo tuvo su primera fractura, luego se
fueron algunos de los muchachos del casern; el tiempo iba mostrando
que la opcin de la comunidad de extranjeros no era vlida, aunque las
nostalgias de cada uno nos empujaran a ella. Pero la vida estaba
afuera, muy cerca, all en la rutina y en las costumbres de la ciudad: en
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el cine de los mircoles en la Base Naval, en la fiesta del sbado en una
u otra casa, en el paseo del domingo a alguna playa cercana, en el
trabajo cotidiano.
Un da termin el trabajo, el contrato se haba cumplido y pronto
se iniciara otro; esta situacin reanim al fantasma de la nostalgia con
sus rondas de recuerdos de Buenos Aires y la evidencia del imposible
regreso. Tendra que salir, buscara los recuerdos en Europa, entre los
amigos que haban emigrado all, entre otros exiliados con sus libros y
sus discos llevados desde el lejano sur y atesorados como clulas de la
memoria.
En un centro comercial de Bogot haba visto una propaganda de
Loftleidir, la aerolnea de Islandia que ofreca un vuelo a bajo precio
desde Bahamas a Luxemburgo va Air Bahamas; una extraa ruta entre
dos lugares del mundo tan diferentes, que a nadie se le ocurrira
relacionar jams. Esa sera mi ruta y de paso conocera algunas islas
del Caribe en el recorrido a Nassau.
Una agencia de Cartagena me vendi los pasajes; como parte de
pago di el pasaje Cali - Panam, esa salida de Colombia que nunca
haba utilizado y tambin entregu un boleto Bogot - Buenos Aires,
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comprado con mis primeros ingresos en un momento de soledad. Mis
pocas pertenencias quedaron dentro de una caja en casa de un amigo.
El primer tramo del viaje sera entre Barranquilla y Curazao, en
las Antillas Holandesas. -Yo tambin voy, dijo Elisa, mi amiga de
Barranquilla, con quien habamos caminado entre los fantasmas del Art
Deco en el deteriorado sector del mercado de esa ciudad.
Se iniciaba una nueva etapa del viaje, o tal vez ste era un viaje
dentro de otro, porque sin duda, el regreso sera a Cartagena, un lugar
que a pesar de que intua ajeno, quera volverlo mo.
En la cartera tena los boletos para un recorrido que en otro
instante de mi vida hubiera considerado como un sueo imposible,
como algo fascinante, pero en ese momento no significaba nada
especial, nada fuera de lo comn. Slo pensaba en la inminente partida
a otros lugares. Muchos aos despus, detrs de la actitud frentica
que me impuls a hacer ese viaje, descubrira la necesidad de Buenos
Aires, de su gente y de sus lugares, buscados repetidamente en mil
gestos de otras tantas ciudades, en cada esquina y en todas las plazas,
con la intencin de llenar el vaco de la ciudad ausente.
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Aos ms tarde descubr que mi ciudad no es aquella del Ro de
la Plata, aunque en ese momento contena toda mi nostalgia y
encerraba todo mi deseo. Hoy creo que mi ciudad es la que he
construido con partes de todas las que he habitado y que a su vez,
habitan en m. No s cmo se llama esa, miciudad; tal vez la llamo
Buenos Aires, otras veces digo Bogot, aunque no sea ninguna de ellas,
ni se parezca a las otras que he conocido.
Curazao, Jamaica y Bahamas: la presencia del mar
El avin de ALM volaba sobre la Guajira, abajo slo se vea la
rida tierra amarilla y el mar verde; en la delgada lnea de espuma
blanca que los separaba, se produca cada tanto algn movimiento
como para convencernos de que no se trataba de una escena pintada
en el cristal de la ventanilla. Ms all del Cabo de la Vela el paisaje se
convirti en un teln verde que pareca representar el mar, que tan
plano y tan quieto no poda ser un mar verdadero .
Despus de una escala en Aruba, destino turstico de la mayora
de los pasajeros, llegamos a Curazao, la mayor de las Antillas
Holandesas. Un autobs amarillo que cruz la isla a travs de una
indefinida sucesin de barrios, hoteles y construcciones aisladas en
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medio de la vegetacin, nos llev a Punda, uno de los dos sectores
separados por la ra, que conforman Willemstad, la capital.
Elisa y yo tenamos la misma sensacin, no sabamos qu hacer,
ni a dnde ir en nuestra primera noche de viaje; el autobs nos haba
dejado en la mitad de la zona comercial y deambulbamos con nuestras
maletas entre la multitud que regresaba a sus casas, entre vitrinas muy
iluminadas y calles repletas de gente; de pronto, por alguna de ellas
desembocamos en el borde de la ra y all, como posando para alguna
fotografa, estaba la pulcra fila de casas holandesas, la imagen que
muestran los carteles tursticos.
No entiendo, reneg Elisa, no entiendo el papiamento, pero s de
qu estn hablando, no sabemos a dnde ir, pero no estamos
desorientados, la ciudad parece una maqueta. Mirbamos los puentes
que unen Punda con Otrabanda, uno de ellos, flotante y mvil, junto a
otro moderno. Al fondo de la ra las luces de una refinera de petrleo
parecan ser la verdadera ciudad y Punda un simulacro, tan fascinante
que perda credibilidad. El ferry nos cruz a Otrabanda y la ciudad
luminosa y congestionada se convirti en un barrio tranquilo y oscuro;
all buscamos una pensin. Por la maana recorreramos la ciudad.
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La dbil luz de la calle se filtraba entre las cortinas. Acostado de
espaldas segua el juego de las sombras en el techo. Quera pensar en el
viaje que se iniciaba en esta ciudad fra a pesar del clima caliente y de
la presencia del Caribe, pero me iba ganando el sueo y el pensamiento
se transformaba en fantasa.
Si ahora tuviera que describir a Willemstad, hablara de las luces
de la destilera, del resplandor anaranjado que producen en el cielo los
fuegos de sus chimeneas, de la extraa situacin de ver pasar los
enormes barcos petroleros entre las casas; quizs hablara de algo que
no era ciudad aunque lo pareciera. Con seguridad no hablara de
Punda, un lugar hermoso y ficticio, con sus incontables centros
comerciales y sus casas holandesas que siempre parecen recin
pintadas.
El regreso al aeropuerto, en horas de la maana, nos mostr lo
que no habamos visto la noche de nuestra llegada: barrios y grupos de
viviendas entre el verde de la vegetacin exuberante, como si
Willemstad, la ciudad, hubiera estallado en mil rincones por toda la isla
y Punda y Otrabanda, que son el centro, aunque estn en la puerta de
la ra, fueran slo un punto para que nuestros pasos pudieran
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construir el territorio. Porque la ciudad sin centro no tendra principio
ni fin, ni podramos retornar, seguros, al origen de cada recorrido.
Un vuelo de dos horas nos llev a Kingston, la capital de Jamaica,
otra ciudad fragmentada en gran cantidad de sectores separados por
espacios verdes que recordaban los prados ingleses.
Es evidente que la diferencia entre las ciudades americanas de
colonizacin espaola y anglosajona, radica en la continuidad de sus
espacios: mientras las primeras son compactas y centralizadas en la
plaza principal, las segundas estn dispersas en fragmentos que se
desparraman en grandes territorios. El ronroneo del mnibus Leyland
me traa recuerdos de Sudfrica, nostalgias de un viaje realizado tiempo
atrs, en condiciones muy distintas de las de ahora.
Desde la ventana del autobs mirbamos la ciudad: barrios con
casas de madera, grandes construcciones aisladas en medio de
jardines, avenidas y comercios en algunos cruces. Finalmente llegamos
al centro, una mezcla de grandes construcciones empresariales y
tradicionales casas del Caribe ingls, todo matizado por la presencia
ineludible del puerto, aun en aquellas callejuelas desde las cuales no se
vean ni un mstil ni una chimenea.
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Nos sugirieron alojarnos en un bed and breakfastde uno de los
barrios y sentimos un gran alivio cuando nos alejamos del centro. A los
pocos minutos de marcha la ciudad puerto qued olvidada y
reaparecieron los barrios de casas de madera y los amplios sectores de
caserones entre prados. En uno de estos estaba la pensin
recomendada, un chalet no muy grande, con fachada de ladrillos e
interiores empapelados con rayas y flores. Mrs. Alice, la propietaria,
cordial y rigurosa, como transplantada de algn barrio londinense, se
esmeraba en demostrar que las habitaciones ignoraban el clima de
Jamaica: camas tendidas con cobijas de lana y alfombras en los pisos. -
En el armario encontrarn ms cobijas, nos indic y continu
describiendo el desayuno del da siguiente.
Por la tarde hicimos algunos recorridos por la ciudad y ya de
regreso a la pensin de Mrs. Alice entramos en un pequeo
supermercado a comprar algo para improvisar la cena. Una muchacha
del lugar nos ayud con las compras. Salimos con ella, conversando
acerca del negocio; despus de caminar un largo rato nos sugiri que la
acomparamos a su casa; cocinaramos y comeramos juntos, lo que
pareca ser un excelente programa para la noche jamaiquina. La
caminata nos internaba en el barrio, entre calles estrechas y casas de
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madera puestas en desorden. Elisa dio la primera voz de alarma: -Yo no
sigo, no me meto por esos callejones. A travs de un mar de excusas
intentamos evitar el compromiso, tratbamos de despedirnos y de
regresar. -Les dio miedo verdad?, dijo y se perdi en el laberinto.
Nunca supe si fue una expresin de burla o de desencanto, pero me
envolvi un silencio de desprecio que no olvidar jams.
Una maana, despus del desayuno de Mrs. Alice iniciamos viaje
a las playas de la costa norte. Otro Leylandnos llev hasta las afueras
de Kingston; desde all seguiramos en auto-stophacia Spanish Town, la
antigua ciudad de la colonizacin espaola en el centro de la isla.
Un automvil nos condujo por un camino de montaa, que en
algunos trechos bordea ros de agua roja en el fondo de los valles
ardientes, entre vegetacin frondosa y oscura, casi violeta. Ahora
recuerdo a Jamaica como una alucinacin de colores inslitos
producidos por los minerales del terreno. Cada tanto, una explotacin
de bauxita alteraba el paisaje con la tierra revuelta que mezclaba los
colores y creaba cerros irreales.
Al medioda llegamos a Spanish Town, una ciudad pequea y
desolada a esa hora. Caminamos por su plaza vaca y visitamos el
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Rodney Memorial, una construccin con una gran galera al frente y dos
pabellones en los extremos, que me trajo imgenes de otros edificios
conocidos. Las columnas, el ritmo de los balaustres y las ventanas
largas y solemnes opacaron las palmeras y la flora exuberante, los
colores del campo y las montaas de bauxita.
Acostado bajo el sol ardiente, en la parte de atrs de un camin
que nos llevaba a Ocho Ros, reviva mi adolescencia en el Colegio
Nacional de La Plata, cuyas ventanas eran iguales -en mi recuerdo- a
las del Memorial e idnticas las balaustradas que interrumpen el
encuentro del edificio con el cielo. Ms all y tambin ardida por el sol
de Jamaica, mi compaera de viaje, conversaba con alguien que
tambin iba hacia el mar; pero yo estaba solo, muy lejos, en mi
adolescencia en una ciudad de Argentina.
El camin nos dej en la entrada a Ocho Ros, donde el ro
Dunns se rompe en miles de corrientes que forman las cascadas, a
travs de escalones y piedras, para llegar al mar. Entramos a la playa
con el sol bajo de la tarde y nos quedamos jugando en el agua tibia
hasta bien avanzada la noche; all dormimos, envueltos en la arena
blanca. Con la primera luz del da volvimos al mar. Nuestra ltima
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noche en Jamaica la pasamos en casa de Mrs. Alice, con sus cobijas y
edredones, alfombras y paredes empapeladas.
Un vuelo que se diriga a Londres nos dej en Nassau, capital de
las Bahamas. Despus de media noche saldra nuestro avin hacia
Luxemburgo y como apenas era el medioda, nos quedaban muchas
horas para mirar la llegada y la salida de los aviones desde la terraza,
para tomar jugos de naranja en el bar del aeropuerto y anticipar las
expectativas del viaje por Europa.
Despus regres varias veces a este aeropuerto; en uno de esos
viajes pas una noche en un hotel de la ciudad, tambin dorm en
alguna de las largas bancas de la terraza y una vspera de Navidad
ayud a las empleadas del restaurante a cubrir las ventanas con la
espuma de un sprayque imitaba nieve en medio del calor de Bahamas.
-Trata de escribir Merry Christmas, me deca una de ellas. Finalmente
qued la frase entre dos ventanas, como una obra de arte efmero, que
borraron las rfagas de las turbinas y los remolinos de las hlices.
La tarde fue ms larga de lo que habamos previsto, pero al fin
oscureci y el aeropuerto revivi otra vez con sus luces encendidas;
tambin cambi el clima y sobre el filo de la media noche aterriz
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nuestro avin: vena del fro de Luxemburgo y all regresara con
nosotros, apenas le desenredaran las ltimas nieblas que traa del
Atlntico Norte.
Esa noche so con ciudades sumergidas, con torres y murallas
entre aguas muy verdes y una variedad infinita de sombras. Desde
abajo vea los cascos de las embarcaciones como manchas negras
distorsionadas, flotando ms all de las cpulas y de los edificios. El
avin dej el cielo azul de la maana y se meti en el gris de las nubes.
Abajo estaba Europa.
Invierno europeo: Luxemburgo, Blgica, Francia
Entramos por la puerta ms extraa; por ella el contraste entre el
mundo que habamos dejado y el que nos reciba era ms notable, casi
grotesco. En la maana gris y lluviosa de nuestro primer da en
Europa, Luxemburgo mostraba una uniforme tonalidad; no se trataba
de falta de colores sino de una asombrosa palidez, como si mirramos a
travs de un velo que todo lo suaviza y lo aplana, porque en esa
maana en Luxemburgo no haba relieves.
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La ciudad estaba partida por un enorme caadn, cuyas laderas
verdes remataban en torres medievales, que mil aos despus seguan
vigilando el horizonte. A medida que descenda por alguna calle hacia el
interior de ese quiebre, mis emociones se alejaban ms y ms del
Caribe caliente y vital. Descubra otra vida en otro clima, en otro
mundo. Cada tanto, algn tren cruzaba por un puente o bordeaba uno
de los lados del caadn.
En Luxemburgo no haba nada especial, pero todo era especial
para m; las calles de la ciudad, los puentes, las torres medievales que
me sugeran imgenes y hacan emerger recuerdos. Elisa regres al
hotel y segu caminando solo, en busca de rincones que calmaran quin
sabe que expectativa.
Qu recordars t, Elisa? Porque s que no detallbamos los
mismos pasos en los mismos lugares; por ejemplo, quiero hablar de un
momento en el cual, desde un puente, descubr a un hombre que
lavaba un automvil en el jardn delantero de una casa. Me qued
mirndolo un buen rato, lo vea revolotear en torno al auto llevando
trapos, baldes, una aspiradora y luego trajo una manguera. El hombre
de all abajo, que podra ser yo mismo, me mostraba una opcin de
vida, la cotidiana, llena con los pequeos gestos de la rutina. Miraba y
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recordaba mi vida en Argentina, otros momentos con otro balde y otra
manguera, delante de otro automvil.
Guardo tan ntida y tan viva esa imagen de Luxemburgo, que
reaparece en mi pensamiento una y otra vez, cuando descubro con
asombro la magia de lo cotidiano. Ese da no lo supe, tampoco me di
cuenta de que por all, por esas pequeas rutinas pasara mi vida. En
una de nuestras caminatas por alguna ciudad, te deca que la memoria
es ambigua, pero creo que no es as; tal vez, la ambigedad est en
nosotros cuando tenemos que escoger entre los recuerdos.
Fuimos a Bruselas en uno de esos trenes que veamos pasar por
los puentes de Luxemburgo y nos alojamos en casa de unos amigos que
vivan cerca de la calle Americaine, donde estn las casas de Victor
Horta, el genio del Art Nouveau que cre un mundo de rizos y crespos
para que la arquitectura, engalanada, esperara el siglo XX. Una y otra
vez, pas por esa calle y entr a las casas, luego descubr otras obras de
Horta en otros rincones de la ciudad, hasta ver aquellas, que ya
iniciado el siglo se olvidaron de los rulos y de los ornamentos y hoy se
ven trasnochadas, pero con la satisfaccin y el cansancio que quedan
despus de una fiesta.
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Iba y vena en el tranva 92. Mientras Elisa y sus amigos
recordaban momentos para m desconocidos, yo descubra la Grande
Place, las galeras Ravensteiny el lujo de las vitrinas de Avenue Louise.
Vea a Bruselas como una ciudad triste, donde la vida oscila entre la
calma y la falta de brillo. Curiosamente, comenzaba a recordar a
Colombia, el entusiasmo de Bogot y el alboroto de Cartagena se
mezclaban con mis recuerdos de Buenos Aires. Quizs all comenzaba a
conformarse esa ciudad abstracta, mezcla de mil momentos en mil
lugares, que es mi ciudad.
Un da nos despedimos de Bruselas y tomamos otro tren a Pars.
Durante el trayecto, Elisa me dijo que ira a Santiago de Compostela a
visitar a otros amigos que vivan all. Desde all yo seguira solo,
buscando algo que seguramente no estaba en Europa, pero que Europa
me ayudara a encontrar all donde estuviera.
Liliana era una amiga a quien no vea desde mis aos de
universidad, desde antes de que comenzaran las noches de pnico en
Argentina. Nos recibi en el pequeo apartamento que alquilaba en la
rue Trudaine. Juntos evocamos a los amigos lejanos, ella quera saber
de cada vida, de cada destino, pero el solo recuerdo de las
desapariciones me electrizaba. Uno tras otro iban desfilando las
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presencias de los que ya no estaban o estaban en el horror de la
tortura. Me haca preguntas que yo slo poda responderle a una
persona que como ella comparti conmigo los helados de Prsico a la
salida de clase en La Plata o el tren de 21:32 a Buenos Aires.
Con Liliana conoc a muchos latinoamericanos que vivan en
Pars, rodeados de libros con las hojas arrugadas de tanto releerlos, de
discos con ruidos y rayones por el uso en los rituales de las noches de
nostalgia. Nadie saba hasta cundo durara el exilio. Nadie arriesgaba
una fecha de posible regreso, aunque en el fondo, no importaba si los
discos o los libros iban a daarse; finalmente habra otros libros y otros
discos ms all del aeropuerto de Ezeiza, en Buenos Aires, esperando el
retorno. Ninguno de ellos sospechaba que al llegar ese momento, varios
aos ms tarde, algunos ya no querran regresar, otros se habran
olvidado de los discos y otros preguntaran por ellos en una Argentina
que los desconoca.
Si en Bruselas se me mezclaban los recuerdos de Buenos Aires
con los de Bogot y Cartagena, en Pars pensaba en Colombia, en las
ansias de su gente, en el entusiasmo de una noche de cumbiamba en
Arjona, o en un paseo a tierra calientedesde el fro bogotano, cuando el
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paisaje revienta en veraneras florecidas en infinitos tonos de rojo y
amarillo.
En los rincones de Pars descubra lugares de Buenos Aires,
aunque ahora saba que no era eso lo que me interesaba encontrar. El
flagelo de la nostalgia me dola tanto como el recuerdo del pnico o el de
los desaparecidos.
Un da Lilianatuvo que viajar a Normanda, a Caen, en busca de
unos datos que necesitaba para su trabajo de tesis en la universidad;
fui con ella, Elisa prefiri quedarse para ver el recital de alguien del
lejano sur que traa tangos al teatro Olympia.
Caen me mostr que puede haber recuerdos sin nostalgia y que la
nostalgia muchas veces es como una cortina que impide ver la realidad.
Mientras Liliana revolva archivos y bibliotecas yo caminaba por la
ciudad y en las esquinas me encontraba con Guillermo el Conquistador
y sus normandos construyendo iglesias: la Trinidad para las damas,
San Esteban para los hombres; deliraba imaginando travesas a
Inglaterra por el tormentoso Canal de la Mancha y correras por los
prados verdes ms all de los acantilados.
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Tarde de lluvia en Pars, la multitud de paraguas que se
atropellaba en la acera se converta en una mancha detrs de los
vidrios empaados. Esperbamos a Elisa en un caf del Boulevard
Raspail; en un instante, en el nico rincn transparente de la ventana
se dibuj una cara. -Mir, ese es Jorge, era mi vecino, te acords?
Estudiaba economa. Liliana corri a la puerta y lo trajo a nuestra mesa:
nos habl de su viaje en un tour; en ese momento sus padres
descansaban en un hotel cercano a Montparnasse, al da siguiente
seguiran a Suiza y a Italia. -Que alegra encontrarlos aqu... cuando lo
sepa mam... si, Marta estudia psicologa, termina en marzo... no, de
Carlos no se supo ms... dicen que est desaparecido... La Argentina muy
bien, como siempre viste?... A Susana la encontraron cerca al Cruce de
Varela... si, muerta, con otros dos... ah, les cuento, que ah van a hacer un
cruce de autopistas... como los de Estados Unidos, muy moderno y ni te
digo el edificio del correo que se fajaron, parece de la NASA.
Afortunadamente se fue enseguida. -Es muy fcil confundir a un
pelotudo con un hijo de puta, concluy Liliana.
Los ltimos das en Pars pasaron rpidamente. -Les hacemos una
despedida, pero ustedes nos tienen que cocinar algo colombiano, nos
dijeron los amigos. Despus de una hbrida frijolada, cuyos ingredientes
fueron ms difciles de conseguir que de elaborar, nos acompaaron a
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la estacin; amaneceramos en Angoulme y de all, en otro tren,
seguiramos a Espaa.
La larga espera para hacer el transbordo nos permiti conocer la
gran catedral romnica. Desde el atrio mirbamos la campia, los
prados se extendan en ondulaciones cultivadas -Qu tiene que ver esto
con Colombia?, coment. -Y con Argentina?, respondi Elisa. De un
autobs de turismo baj un grupo de japoneses precedidos por sus
cmaras y sus lentes. -Vamos antes que ellos. Dentro de la iglesia
alguien haca sonar el rgano, las notas largas no configuraban
ninguna meloda, slo eran soplidos graves que resonaban bajo las
cpulas.
Por el Romnico de Espaa
Discutimos acerca del lugar donde pasar esa noche, Elisa quera
quedarse en Burgos, yo prefera Len, para ir desde all a Asturias. Al
fin decidimos viajar directamente a Santiago de Compostela y yo
regresara solo a Oviedo antes de seguir al sur.
Los amigos de Elisa trabajaban en un hospital de Santiago, l era
un mdico espaol, ella una colombiana, jefe de enfermeras; apenas
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nos recogieron en la estacin preguntaron si traamos caf de Colombia.
-No. Al otro da preguntaron si tendramos esmeraldas para vender, en
el Hospital las pagaran muy bien. -No. -Y precolombinos? -Tampoco.
Al da siguiente entr a la catedral por el Prtico de la Gloria,
luego por la Puerta de Plateras; recorr las naves en uno y otro sentido,
vi volar el botafumeiro, ese enorme inciensario echando humo y chispas
sobre el crucero, me detuve en cada una de las capillas por detrs del
coro y delir con peregrinaciones anteriores al forro barroco que cubri
el edifico original. Al otro da ira a Oviedo y de all a Madrid.
Me senta extrao viajando solo; llegu a Len muy tarde y prefer
esperar hasta el da siguiente para ir a Asturias. Pas la noche en un
hotel pequeo, detrs de la estacin; desde mi ventana vea la calle y
una cerca de alambre con enredaderas, atrs haba vagones de tren y
las farolas iluminaban crculos amarillos en el piso de tierra. Quizs
nadie lo hubiera notado porque era un lugar insignificante, la playa de
maniobras de la estacin.
Creo que estas imgenes de Len, que hoy atesoro, son en
realidad recuerdos de la estacin de trenes de Marcos Paz, el pueblo de
mi familia, en la Provincia de Buenos Aires. Algunas veces la memoria
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le hace trampas a la realidad y temo confundirme en el relato; otras
como sta acepto con gusto las trampas de la memoria y le ayudo a
hacerlas. No s si es Len con su catedral magnfica o si es Marcos Paz,
donde slo son magnficos mis recuerdos de infancia. Tal vez los
habitantes de la ciudad espaola ignoren la existencia del pueblo
argentino o por lo menos no sospechen los parecidos que confunden al
viajero, que al final del camino recuerda una nica estacin, sntesis de
muchas otras, con cercas de alambres y enredaderas, con luces
amarillas que iluminan crculos en el piso al lado de los vagones
olvidados.
Avanzaba diciembre y el fro y la lluvia se hacan sentir en
Asturias; mojado y temblando de fro conoc Santa Mara de Naranco y
San Miguel de Lillo, que bajo el clima espantoso se agrandaban en su
maravillosa humildad. Recorr hrreos y otras construcciones
coronadas con cruces en la campia de Oviedo, pero tuve que esperar
veinte aos para que mi emocin por Asturias se encontrara con la
cancin de Vctor Manuel y la cantramos a do en mi automvil, l
desde el cassette, yo con la ventana abierta al fresco de la maana .
Saba que no ira a Madrid directamente. Con una obsesin que
apenas se estaba asomando en mi interior quise ver, como en un
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inventario, las tres grandes cpulas del Romnico espaol. En Zamora
camin junto al Duero, sub y baj mil pendientes; en Toro busqu la
enorme colegiata y logr que me permitieran entrar a visitarla a una
hora absurda. Finalmente llegu junto a la Torre del Gallo en
Salamanca. Nunca me haba sentido tan solo, pero tan libre; comparta
mi soledad con la arquitectura romnica en un dilogo de capiteles y
fustes, de encuentros en los claustros y de caricias con la spera
textura de los contrafuertes erosionados por las lluvias de casi mil
aos.
Contrario a lo que me ocurrira aos ms tarde en otro viaje,
Madrid me interes muy poco; no entiendo por qu en ese momento no
pude descubrir la magia de la Plaza Mayor, o quizs, afortunadamente
no la descubr en ese viaje, para poder alucinarme diez aos ms tarde
en vsperas de un 31 de diciembre.
Sal de Madrid hacia Toledo y Granada; comenzaba a pesarme la
soledad y senta la necesidad de comentar con alguien todo lo que vea.
Por momentos recordaba a Colombia, los amigos de Cartagena y los de
Bogot, -Esta noche voy a llamar a Elisa; no, mejor a Liliana, o llamo a
Colombia. Y a Argentina? En mi mapa de emociones Buenos Aires
apareca ms all del doble filtro de Colombia: Cartagena y Bogot,
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porque haba otra Argentina aqu, al alcance de la mano, la que dej en
Pars con Liliana y sus amigos, la que apareca en el Teatro Olympia y
la que encontrara unos das ms tarde en otro teatro de Barcelona.
Con los ojos todava iluminados por los brillos de los baldosines
de la Alhambra, esperaba en la estacin de Granada la salida del tren
de regreso a Madrid. El compartimento casi vaco y oscuro prometa un
seguro descanso. Apenas comenz el viaje ca en un sueo profundo y
despert por la maana, en las afueras de la capital. Ese mismo da
continu a Barcelona, donde evit llamar a otros latinoamericanos
cuyos telfonos me haban dado en Pars. No quera caer nuevamente
en el juego de la nostalgia y prefer buscar una pensin en el Barrio
Gtico. De pronto me di cuenta de que llevaba casi dos das sin hablar
con nadie y pens que esa era la ventaja, nunca promocionada, del
pasaje Eurailpass.
Pero la soledad me golpeaba y no poda hallar un objetivo que la
justificara. Caminaba por las Ramblas sin lograr interesarme en lo que
vea; ni el recuerdo querido de la Sagrada Familia en la portada de un
libro de mi padre, mezclado con la imagen verdadera, ni el viaje a la
cercana Tahull en busca de la arquitectura romnica que haba
colmado mis das recientes en el norte de Espaa. En un teatro se
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presentaba un grupo chileno y en la acera gritaban Viva Chile, mierda!;
en otro, Susana Rinaldi congregaba a mis compatriotas. Ventanal de un
sexto piso, mi apartamento de Buenos Aires... Volvera a Pars y de all a
Luxemburgo, tratara de cambiar la fecha del regreso. No quera estar
solo, pero tampoco deseaba el juego de la memoria, aunque en mi
interior pensaba que si perda la nostalgia quedara vaco, como un
cascarn sin recuerdos.
Afortunadamente cambi Pars por Gnova, viaj toda la noche y
parte de la maana; en un momento en que un ruido en el vagn me
despert, vi entre sueos el cartel de la estacin de Marsella, creo haber
visto tambin el de Niza. Despert en Italia, ya entrando a Gnova, de
all segu a Miln. Necesitaba respirar otro aire, escuchar otro idioma,
ver otro paisaje.
Italia, mis races dispersas
Varias veces he regresado a Miln; algunas, de paso para otra
ciudad italiana; entre 1987 y 1989 viv all largos perodos por motivos
de trabajo y puedo decir que en cada nuevo viaje descubra algo que
aumentaba mi fascinacin. Quizs tendra que contarlo como el
romance entre un hombre y una ciudad, romance que naci en otra
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pensin cercana a una estacin, esta vez, junto a los muros de Milano
Centrale, de donde pas a las columnas del hally de all corri por los
rincones de la ciudad; por las galeras Vittorio Emanuele, por la cpula
de Santa Maria delle Grazie, por las calles con nombres de poetas, ms
all de los rieles de la Ferrovia del Nordy del puente que los cruza por
la via Pagano hacia el parque.
Cuando dej Miln mi estado de nimo haba mejorado. Estaba
solo pero me senta acompaado; me llenaba de alegra hablar italiano
y recordar expresiones y dichos odos en mi infancia. Viaj a Verona,
sin sospechar la importancia que esa ciudad tendra en mi vida a partir
de los dos aos siguientes. Camin alrededor de la Arenay a lo largo
del Adige; mir como turista una ciudad que despus ya no volvera a
ver, porque mis emociones me mostraran otra Verona. Luego fui a
Venecia que me esperaba con nieblas que la hacan an ms irreal, con
la punta del campanileoculta en la altura y con la cpula de la Salute
como un fantasma que aparece de improviso para borrarse
inmediatamente.
Una luminosa tarde en Ravena logr borrar las nieblas y el fro
del invierno; el sol tibio que entraba por las ventanas me acompaaba
en mi recorrido por las herencias de Bizancio. Desde lo alto de los
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mosaicos, la fila de santos miraba indiferente, con los ojos muy abiertos
y fijos en algn punto, quizs ms all de la historia de los ltimos mil
aos.
No quiero hablar de los edificios monumentales de Florencia, tal
vez lo haga en otro momento, cuando la emocin de haber compartido
un caf frente al Palacio Pitti o un atardecer en el Piazzale Michelangelo
me permitan hablar de otra Florencia, la que descubr diez aos
despus.
Esa noche so con un cortejo fnebre que suba la cuesta hacia
San Miniato al Monte. Alguien me deca -Es tu entierro, ve a verlo, quien
asiste a su funeral asume fcilmente la muerte... Atrs, la vista de los
techos de Florencia bajo el sol del medioda me inundaba de alegra. Al
da siguiente baj solo la larga pendiente y tambin solo camin
durante horas por la ribera del Arno.
De Florencia fui a Siena; ya de noche entr en su plaza
monumental iluminada y vaca y unas horas ms tarde otro tren me
llev a Roma; el viaje llegaba a su fin y deba regresar a Luxemburgo a
encontrame con Elisa. Colombia estaba cada da ms cerca, Argentina,
enredada en los recuerdos de Buenos Aires y Pars se disolva entre la
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confusin y la nostalgia. Muchas veces pensaba en Jorge, aquel antiguo
vecino de Liliana que encontramos en el caf del Boulevard Raspail.
Me gustaba Roma y disfrutaba de una ciudad que estaba muy
lejos de los foros, de las termas y de los arcos. Caminaba por la
periferia montona, con sus largas perspectivas de bloques de viviendas
y recreaba imgenes de aquellas pelculas del neorrealismo que vea con
mis padres en el cine de barrio; pensaba en la generacin de italianos
que lleg a Argentina en la dcada del cincuenta y acompa mi
infancia con sus dichos, sus gritos y su alboroto en la tierra nueva;
pensaba que fue la misma generacin que comenz a ocupar, an
inconclusos, estos bloques de vivienda. El tiempo corra hacia atrs;
entre los edificios a medio construir en un terreno sin ciudad, vea el
paso gil de Vittorio de Sica; entre gritos de obreros y materiales de
construccin imaginaba el contoneo desafiante de Marisa Allasio.
Viena, Luxemburgo y de nuevo el Caribe
Un da llam a Elisa a Santiago de Compostela, pero ya haca una
semana que haba regresado a casa de sus amigos en Bruselas. Era el
fin de mi estada en Roma y el inicio del viaje para encontrarnos en
Luxemburgo. Pero antes quera pasar por Viena. Mientras haca el
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transbordo en Venecia me abrumaba la sensacin de estar desandando
demasiado rpido los pasos que antes haba dado con cautela.
Desde la puerta de la Sdbanhof miraba el da helado y tena la
sensacin de estar llegando a otro mundo de alguna lejana nebulosa.
La gente corra bajo sus paraguas. Alguien me sugiri el tranva 18,
colorido y alegre, pintarrajeado con flores que alegraban el paisaje de
nieve vieja, ya convertida en hielo. El 18me pase por el Ringcon sus
palacios maravillosos; finalmente camin hasta la Michaelerplatz,
porque en mi interior saba que este viaje a Austria era una
peregrinacin al edificio de Adolf Loos.
En ese momento floreci Viena y la ciudad helada y aptica dej
ver las maravillas de 1900; ms all de Loos encontr a Otto Wagner,
las estaciones del metro en la Karlplatz, Olbrich, el edificio de la
Secesin rodeado de bhos solemnes y cataratas de hojas doradas. Slo
estuve en Viena, entre un tren que me dej por la maana y otro que a
media noche me llev a Metz y de all a Luxemburgo, al encuentro con
Elisa y al vuelo de regreso a Bahamas. Pero ese da la Viena de Klee, de
Loos, de la Secesin, entreabri una puerta y me mostr un mundo que
apenas entendera muchos aos ms tarde.
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No quera pensar en Colombia ni en Argentina, ni siquiera en el
prximo encuentro con Elisa. Tema que me hiciera demasiadas
preguntas sobre estos das que consideraba profundamente mos, tan
ntimos, que a veces ni yo mismo quera reparar en ellos. Intua lo que
cada tramo del viaje haba significado y significara en mi vida. Por la
ventanilla del tren vea pasar los campos nevados, tan uniformes en el
blanco infinito, que todos parecan el mismo; cada tanto atravesbamos
alguna ciudad, Munich, Estrasburgo, pero en pocos minutos estbamos
de nuevo rodeados por el blanco. Despus de un corto tramo en otro
tren llegu a Luxemburgo y luego al aeropuerto de Findel. En un gran
silln de cuero negro estaba Elisa.
El avin de Air Bahamas vol durante un largo rato entre las
nubes grises, luego sali al cielo azul y limpio, busc el rumbo del
Caribe y dirigi su proa hacia el Atlntico norte.
Un horario equivocado en una gua de trfico areo retras la
salida de Nassau y perdimos el vuelo a Barranquilla. Esa noche
dormimos en Miami; la compaa de aviacin nos aloj en un hotel
cercano al aeropuerto, donde tambin se hospedaban las tripulaciones
de varias aerolneas.
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Fuimos a comer a un pequeo restaurante de hamburguesas, con
los carteles de nen, las luces y los colores que en esos aos slo
veamos en las series de televisin. El Airliners Hotelestaba junto a un
cruce de avenidas, donde la ciudad no tena aceras ni senderos para
peatones; all nadie caminaba, excepto nosotros en nuestro recorrido
hacia el restaurante. Por la maana, el microbs de las tripulaciones
nos llev al aeropuerto. Elisa se qued en Barranquilla y yo continu a
Cartagena, donde pasaramos juntos la cercana Navidad.
Otra vez Colombia
Haba llovido la noche anterior y la carretera de Barranquilla a
Cartagena brillaba entre charcos y humedades, el techo de hojas que
por momentos cubra el camino pareca hervir bajo el sol de la maana.
En el aire limpio y transparente todo se dibujaba con exagerada
precisin y me resultaba imposible no detallar cada hoja, cada rama, el
vuelo de cada pjaro. Con ojos asombrados, no daba crdito a los tonos
de verde que vea, pensaba en el helado trayecto a Metz, en la cpula
dorada del edificio de la Secesin con salpicaduras de nieve, recortada
en el cielo gris de Viena; record la sensacin de mirar a travs de un
velo y sent que se haba descorrido.
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El reencuentro con los amigos se prolong durante varios das en
reuniones, comidas y paseos de domingo; cada paquete de cigarrillos,
cada caja de chocolates era motivo de interminables relatos y cada
regalo adquira una categora de objeto mgico en el exagerado mundo
cartagenero. Detrs de las ventanas brillaban rboles de Navidad y en
mi vida reapareca la nieve ahora en forma de algodn, harina o
festones. -Olvdate, estos das ni hables de eso, me respondieron cuando
intent averiguar por mi trabajo.
Esa noche la baha estall en millones de fuegos artificiales
duplicados en el plano quieto del agua, se iluminaron los barcos que
esperaban turno para entrar al puerto y retumb la msica en cientos
de fiestas de Nochebuena. Al otro da la ciudad se despert tarde y la
gente apenas tena fuerzas para mostrar los regalos encontrados al pie
del rbol de Navidad y para sacar, ya muy tarde, las mecedoras a la
acera.
Entre Navidad y fin de ao y luego durante el mes de enero, la
actividad de la ciudad se centr en la multitud de turistas del interior
del pas que colmaban las playas y daban a todos los acontecimientos
un carcter festivo que desvirtuaba la natural alegra de la gente de la
costa; en medio del alboroto de la temporada, yo avanzaba con mi
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trabajo, el segundo contrato, que tendra que entregar en los primeros
das de marzo.
Una noche llegaron Angeles y Jos Mara, los espaoles que
cambiaron la vida del edificio. En medio de un gran alboroto
comenzaron a bajar bultos de dos taxis; en la primera maleta que
alguien apoy en la acera se sentaron dos nios silenciosos que
miraban sin inters el gritero de los mayores; don Toms, el portero, no
se atreva a participar y se limitaba a mantener despejado el paso para
la entrada del grupo. Ocuparon un apartamento amueblado del primer
piso y en apariencia se integraron con facilidad a la comunidad del
edificio y de la cuadra.
En la fiesta de despedida a Liza, en vsperas de su regreso a
Alemania, en los paseos a las playas, en los encuentros en el barrio, en
todas partes y en todos los momentos Jos Mara acaparaba la atencin
y nos encantaba con sus relatos y chistes. Angeles, en cambio se
mantena silenciosa y sonriente en su papel de la mujer de Jse al
decir de los vecinos. Los hijos, formales y correctos no existan en
medio de los otros nios del edificio, gritones y caprichosos, con
quienes Jseno los dejaba jugar.
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Un domingo de febrero fuimos a Tierra Bomba, la isla cercana, a
la cual se poda llegar en las lanchas de los lugareos entre timbosde
combustible, gallinas, cerdos y toda clase de alimentos. Pero algo
ocurri ese da y el encanto de Jsese convirti en prepotencia, cada
gesto, cada palabra, adquiri un sentido de arrogancia que hasta
entonces no habamos notado y cuando sta dio paso a los comentarios
despectivos, uno tras otro, mis amigos cartageneros, sin decir una sola
palabra, comenzaron a alejarse de Jos Mara y se acercaron a Angeles,
la mujer silenciosa que jugaba con los nios en la arena hmeda. Ese
da descubr otro rasgo de mis amigos y entend que si en un momento
se abrieron sin reparos, en otro pueden volverse hermticos y distantes,
pueden desaparecer.
Nunca supimos qu fueron a hacer a Cartagena, tal vez llegaron
con intenciones de trabajo, aunque jams manifestaron iniciativas en
ese sentido y hablaban de su vida en otros lugares de Amrica y Africa
sin mencionar actividades laborales. Aunque el grupo sigui tratando
con cordialidad a Jos Mara, no lo acept nuevamente y l acentu su
actitud despectiva hacia nosotros; Angeles, en cambio, continu
sonriente, silenciosa y cercana. Finalmente comenzaron a frecuentar
otros crculos de la vida de la ciudad hasta que un da desaparecieron.
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Varias veces yo pregunt por ellos pero nadie supo darme razn. -Se
fueron, aj. y un movimiento de los hombros cerraba el dilogo.
El correo era un importante sitio de encuentro en Cartagena. All,
a primera hora de la maana se reuna la comunidad del edificio y de la
cuadra con otros extranjeros de la ciudad. Las casillas o apartados
postales, eran nuestro nexo con el mundo, con los recuerdos y con la
gente que relataba hechos que ocurran en tierras cada da ms lejanas.
Al meter la mano para retirar la correspondencia, senta que entraba en
otra dimensin y de all traa, casi mgicamente, cartas que hablaban
de m en relacin con otras personas que no eran Elisa, ni Antonio, ni
Alfredo y Mary, ni Fabio y se referan a lugares que no eran Tierra
Bomba ni Turbaco, ni Bar, ni las islas. A veces pensaba que haba
otro, que tambin era yo y viva en forma simultnea, ms all de la
casilla del correo.
Carta de Argentina. Unos amigos de Buenos Aires me invitaban a
viajar con ellos a Per. Varios aos atrs yo haba estado en Cuzco,
Machu Picchu y tena un hermoso recuerdo de Lima, una ciudad
amable de gente cordial. Tambin guardaba la imagen de la ciudad
recostada contra el Pacfico y encendida de luces, que haba visto en el
vuelo a Cali. Volvera a Per donde encontrara a mis amigos de Buenos
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Aires, a mi gente, a mi historia; ya no sera esa Argentina nostlgica
que encontr en Pars, sino el reencuentro con todo aquello que haba
dejado haca menos de un ao.
Me apresur a terminar el trabajo pendiente que deba entregar
en Barranquilla. Aunque no haba perspectivas de nuevos contratos, no
me preocupaba, lo pensara a mi regreso de Per. -Ojo, cuidado con
tanta nostalgia, no te vaya a dar la plida por all, me advirti Elisa la
noche en que nos vimos en su casa despus de haber entregado el
trabajo. -No pierdas de vista que de todos modos, vas a regresar a
Colombia, agreg haciendo nfasis en el necesario regreso, como si
intuyera algo que yo sospechaba pero no quera reconocer, porque en
mi interior, el viaje a Per sera un sondeo para intentar el regreso a
Argentina; entonces, Cartagena sera el recuerdo de una experiencia,
quizs, algo ms que unas vacaciones, pero del mismo modo, una
experiencia transitoria.
La misma agencia de viajes que me vendi los pasajes a Europa,
organiz el viaje a Per, revolvi sus libros misteriosos y sac la tarifa
maravillosa, a ltimo momento, de algn cajn olvidado. Ira por Cali,
en un vuelo de Branniff y regresara por Bogot; pero entonces, en mi
pensamiento, no tena lugar la idea del regreso.
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Fabio me acompa al aeropuerto, -Tu no vas a volver, verdad?
Yo trataba de explicarle que s, claro que iba a volver, acaso no haba
vuelto de Europa?, pero l insista en averiguar a dnde me mandara la
caja que, por segunda vez, dej a su cuidado. -Per es muy cerca, aqu al
lado, insista yo. -Tambin es muy cerca de Argentina, respondi.
El avin avanzaba hacia Cali como si retrocediera una pelcula;
pasamos por Medelln y con el ltimo sol de la tarde aterrizamos en
Pereira. Otra vez las enormes guaduas y los rboles oscuros que
brillaban mojados bajo la luz dorada. El aeropuerto de Cali me pareci
ms grande, congestionado de pasajeros y con mucho comercio, intent
buscar al empleado que me acompa la primera noche pero no lo
encontr, compr algunas artesanas para llevar a mis amigos de
Buenos Aires que ya estaran en Lima.
El vuelo de Branniff vena de Estados Unidos y despus de Per
continuara a Buenos Aires. Los pasajeros eran en su mayora gente de
negocios, algunos argentinos me recordaban a Jorge, aquel vecino de
Liliana que encontramos en un bar de Pars, pero yo estaba encerrado
en m mismo y no poda mirar alrededor ni abrirme al momento que
estaba viviendo; tema la invasin de pensamientos que mantena
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represados y que luchaban por salir a la superficie. Despus de la cena
anunciaron que llegaramos a Lima antes de la medianoche; sin duda,
este vuelo me pareci mucho ms corto que aquel, cuando tampoco
quera pensar en la incertidumbre que me esperaba ms all de Cali.
Lima, la ciudad del toque de queda
Marta, Diana y Mario me esperaban en el aeropuerto; por algn
motivo poltico, en esos das haba toque de queda en Lima y
tendramos que llegar muy rpido al hotel, antes de que impidieran la
circulacin. Yo segua encerrado en mi temor de comunicar alguna
emocin y en el taxi slo hablamos de otros amigos de Buenos Aires;
por fortuna en ese momento no mencionaron nuevas desapariciones o
muertes, aunque en los das sucesivos me fui enterando. Tambin me
preguntaban por mi vida en Colombia y sugeran, con irona, que
estaba viviendo un bienestar econmico que en realidad distaba mucho
de mi rutina en Cartagena, de mi trabajo y de mi modo de vida.
Todava en esos aos, el Centro era el lugar a donde llegaban los
turistas que visitaban Lima; an no haba comenzado la decadencia y
apenas se insinuaba la atraccin de los nuevos sectores de Miraflores y
San Isidro, que eran barrios residenciales con un incipiente comercio.
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Mis amigos, que haban llegado el da anterior, estaban alojados en el
Wilson, un tranquilo hotel del Centro, donde habamos estado con
Marta unos aos antes, de paso para Cuzco y Machu Picchu.
La habitacin daba a la calle y el cartel luminoso del hotel se
prenda y se apagaba en forma intermitente dibujando y borrando
formas caprichosas en el techo. Recordaba la habitacin de la pensin
de Curazao con las sombras de la cortina movida por la brisa del
Caribe, pero no poda ubicarla en el tiempo; senta que en aquella isla
haba estado haca muchos, muchsimos aos, porque ahora estaba
otra vez en mi ambiente, hablando de mi gente y de mis lugares, de mis
recuerdos. Me dorm con ese pensamiento en el silencio arrullador del
toque de queda; cuando despert entraba el tmido sol limeo por la
ventana y nada sugera los dibujos que por la noche haba trazado el
aviso luminoso en el techo.
La avenida Nicols de Pirola, la Colmena, segua siendo el eje de
todas las actividades y el paseo obligado entre las plazas San Martn y
Dos de Mayo. En las oficinas de Aeroper en la Plaza San Martn
tomamos la decisin: Diana y Mario iran a Cuzco, pero Marta y yo
buscaramos un nuevo itinerario. Fuimos a la Plaza de Armas y a la
estacin Desamparados; muchos aos antes habamos comenzado all
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un mgico viaje por la sierra peruana, primero en el tren ms alto del
mundo, hasta La Oroya y desde all a Cuzco, en destartalados
autobuses que culebreaban en el barro al borde de precipicios sin
fondo, por Ayacucho, Andahuaylas y Abancay, trepando a los picos
helados y ridos, bajando al calor infernal de los valles. Ms all de
Cuzco la alucinacin de Machu Picchu y por fin Puno, la ciudad del
lago Titicaca. Recordbamos con emocin cada lugar y cada detalle de
aquel viaje y mi pensamiento volaba entre los juncos de totora del
Titicaca y las naranjas de Abancay. Muy lejos en el tiempo y en la
distancia, como si me lo hubieran contado y no lo hubiera vivido,
estaban la lluvia de Oviedo y la nieve de Viena.
El primer da en Lima transcurri como cualquier da de paseo,
pero por momentos la charla se cristalizaba y se producan silencios
que no podamos llenar. Yo senta que haba temas vedados y frases
que no deban decirse, y hubiera jurado que tambin ellos lo sentan;
primero supuse que eran los comentarios sobre muertos y
desaparecidos, luego pens que seran los temas cotidianos, porque yo
no me abra fcilmente a relatar mi vida en Cartagena y la defenda
como una nueva intimidad. Finalmente entend que el silencio separaba
dos opciones, una de ellas era la ma y las frases que deban callarse
eran las que se referan al futuro, incluso a acontecimientos tan
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cercanos como el da en que tomaramos dos vuelos distintos, uno de
regreso a Buenos Aires y otro con rumbo norte; yo ira en este ltimo.
Lima es una ciudad que despierta afectos duraderos; tan firmes
como la amistad que tej con algunos peruanos que ya no estn en Per
o simplemente ya no estn, pero aparecen en mis recuerdos de Avenida
Larco, del Ovalo del Pacfico o de una interminable noche manejando
un auto desde Trujillo entre el mar de camiones de la carretera
Panamericana.
Porque los afectos de Lima, tienen que ver con la emocin que
despiertan sus lugares: la secuencia de playas en el mar helado con
olas enormes, entre Barranco y la Herradura, los rincones del centro
histrico, las perspectivas imposibles de algunos patios coloniales en
los que la forma se desvirta, el achaparrado barrio del Rimac, junto al
ro que fertilizaba el valle en tiempos de los Incas.
Una maana caliente y brumosa Diana y Mario viajaron a Cuzco;
al da siguiente nosotros salimos para Iquitos, la ciudad puerto sobre el
ro Amazonas en el corazn de la selva peruana. En menos de una
semana estaramos de regreso para pasar juntos el ltimo da antes de
despedirnos.
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La selva: Iquitos y Pucallpa
El avin procedente de Lima aterriz en el aeropuerto de Iquitos
en medio de un torrencial aguacero. Miraba la selva y la lluvia a travs
del mojado cristal de la ventanilla y a Marta sentada junto a m. Con
una cierta inseguridad en mis movimientos me levant a buscar el
pequeo maletn; como borrado por un afn que slo permite las
imgenes imprescindibles para el relato, ya no estaba a mi lado el tercer
ocupante del asiento; salimos por la puerta trasera del avin y el aire de
la selva nos envolvi como una toalla caliente y mojada.
Dejamos el maletn en un hotel cuyas habitaciones se refrescaban
con antiguos ventiladores de techo; el edificio de los aos veinte, con
pilastras, frontones y largas balaustradas me confunda an ms la
identidad del lugar y al igual que aquel Memorial de Jamaica, revivan
mis imgenes del Colegio Nacional donde estudi el bachillerato. Bajo la
lluvia salimos a la calle, enfrente nos esperaba el ro Amazonas, enorme
y marrn, casi rojo; ms all el verde oscuro y denso de la selva.
Empapados recorrimos los malecones que bordean el ro; al fondo se
vean las viviendas sobre pilotes, los palafitos de los barrios Beln y
Venecia. A ltimo momento, cuando el da ya era casi noche, apareci
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una lnea anaranjada sobre la selva: un ltimo destello de sol
anunciaba un cambio del tiempo.
Salimos muy temprano en la maana, antes que arreciara el calor
y comenzara la lluvia del medioda. Durante el viaje ro abajo pareca no
existir la tierra, los rboles gigantescos crecan desde el agua y la
lancha avanzaba evitando los troncos en medio de un paisaje arcaico,
anterior a todo lo que pudiramos conocer, algo grabado en el ancestro
de la especie, cuando sta pisaba los pantanos bajo el sol trisico.
Nos esperaba un hotel en medio de la selva, con cabaas y
comedores construidos con hojas de palma; desde all, el ro se vea
como una inmensa masa viscosa que se deslizaba lentamente
arrastrando ramas, troncos y montones de vegetacin que parecan
islas flotantes. Por la noche, despus de una descomunal cena de
palmitos todo se call. El hotel y la selva se sumieron en el ms
profundo silencio; ya no se oan las conversaciones de los turistas, ni el
rtmico golpear de la planta elctrica, ni los radios invasores; en la total
quietud fueron despertando uno a uno los ruidos de la selva, un grito,
un silbido, el golpe de un fruto que cae, miles de gorgoteos.
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Nos levantamos muy temprano para ver el nacimiento del sol rojo
sobre la floresta inundada, para sentir su calor temprano sobre la piel y
verlo multiplicado en los reflejos sobre el agua quieta; ya nos esperaban
el desayuno y un nuevo paseo, esta vez por senderos de tablas bajo los
rboles enormes que crecen entre la inundacin.
El ltimo da recorrimos Iquitos en busca de los vestigios que
pudieran quedar de la poca de esplendor de la explotacin del caucho;
aqu una columna cada, all un edificio magnfico erosionado por la
humedad y la manigua; de pronto, entre otras construcciones, una casa
metlica diseada por Eiffel, construida en Francia y transportada a
travs del Atlntico y de la descomunal longitud del Amazonas. Aos
ms tarde, conocera otra obra de Eiffel, el mercado de Guayaquil en
Ecuador, repleto de rizos y curvas del Art Nouveauque an hoy miran
asombrados el inslito destino que los trajo a ese rincn de Amrica.
Esa noche Aeroper mand un avin ms pequeo, que adems
debera recoger pasajeros en Pucallpa. Nos ofrecieron un da ms en
Iquitos o quedarnos en esa pequea ciudad junto a la laguna de
Yarinacocha, la tierra de los indios shipibos, que elaboran esas
magnficas cermicas pintadas con dibujos labernticos. Escogimos la
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segunda opcin y en menos de una hora de vuelo descendamos del
Fokkeren otro punto de la selva peruana.
Pucallpa era un arrume de casas junto a la laguna y la pensin
donde dormimos era apenas una ms en ese casero. Record que en
Buenos Aires haba conocido a un estudiante de este lugar y pregunt
por l en la pensin; al otro da, en su recin instalado consultorio,
desayunamos papayas con azcar morena; era el nuevo mdico del
pueblo.
En una lancha fuimos al encuentro con los bufeos, los grandes
delfines rosados de agua dulce que las leyendas de Yarinacocha
identifican con mujeres que por las noches seducen a los pescadores.
Las sirenas de la selva peruana nadaban junto a la lancha y cada tanto
alguna hembra ajena al ensordecedor peque-peque, sonido del motor
de gasolina que da nombre a las embarcaciones, dejaba ver su vientre
blanco, casi femenino.
La escala en Pucallpa retras un da nuestra llegada a Lima;
Diana y Mario estaban en el hotel, preocupados por nuestra demora.
Esa noche salimos a comer a un restaurante de Avenida Larco. Ya no
tena dudas y pens que mi regreso a Colombia sera una nueva
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despedida, otro duelo que me alejara de mi gente, mis espacios y mis
conversaciones, pero no fue as. Diana y Mario contaban su aventura
en Cuzco, nosotros hablbamos de la selva. No s si en ese momento
mis amigos sintieron que haba algn tema vedado; yo no lo sent. Ellos
anticipaban su llegada a Buenos Aires, yo tena expectativas del
reencuentro con Bogot, la fra ciudad del altiplano que nunca haba
podido borrar por completo de mi pensamiento.
En el mismo corredor de embarque del aeropuerto de Lima
estaban nuestros aviones, el mo saldra media hora antes. Juntos
fuimos hasta las salas de embarque y all nos despedimos; en ese
momento no sabamos que jams volveramos a vernos y que nuestras
vidas iran por carriles divergentes.
Un segundo regreso es un reencuentro
El avin se meti entre nubes turbulentas y por las ventanillas
corrieron los hilos de agua, que aos despus reconocera como el signo
de entrada a Bogot; del otro lado de las nubes apareci, muy cerca, el
suelo verde de la sabana. Desde el aeropuerto llam a Germn; en las
tres horas que deba pasar esperando la combinacin a Cartagena no
quera pensar en Per ni en Colombia ni en Argentina; senta un
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fastidio indefinido y no quera estar a solas con mi mal humor. -Cambia
el pasaje y te quedas el fin de semana en Bogot, dijo Germn.
El domingo fue un da de sol brillante pero muy fro; salimos
temprano con Germn y su familia; almorzamos en un restaurante
cercano, una pequea construccin con fachada de piedra y un patio
repleto de geranios y malvones, que aqu llamamos novios. En medio
del olor a eucaliptus confrontaba mis das de Cartagena con los
recuerdos de mi vida en Buenos Aires, pero segua confuso por lo
ocurrido la ltima noche en Per e intentaba explicrselo a Germn. -
Ellos estaban tal vez ms confundidos que t y seguramente entendieron
muy poco de tu mundo, me dijo.
Senta que mi vida estaba muy lejos de la de Marta, Diana, Mario
y tantos otros amigos que quedaron en Buenos Aires; tambin senta
que los viajes diarios que una vez compartimos en los trenes de la
maana, las compras en el supermercado del barrio y las reuniones de
amigos, con empanadas y vino de damajuana, ya no tenan significado
en mi mundo nuevo, que tampoco era Cartagena, a la que senta como
un lugar de paso, casi de vacaciones, como si yo tambin fuera un
turista de los que llegan a la costa con la euforia de enero.
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En ese momento no tena la perspectiva de un nuevo trabajo,
pero luchaba por no sentirme en trnsito en Cartagena: insista en
alinear libros en un estante del apartamento que alquilaba, aunque en
su mayora eran folletos recogidos durante el viaje a Europa, compraba
abrelatas, pelapapas, descorchadores y cuanto objeto pudiera
sugerirme la cocina bien instalada de una vivienda estable; tambin en
esos das comenc a juntar latas de cerveza de diferentes marcas, que
ordenaba cuidadosamente en otro estante, porque nadie que vive el
momento efmero del trnsito inicia una coleccin.
Pero la decisin ya estaba tomada, me ira a vivir a Bogot, con
las latas de cerveza y con los folletos a los que llamaba la biblioteca; all
buscara trabajo y desarrollara mi vida sin la sensacin de lugar
transitorio que me produca Cartagena. -Yo siempre viv aqu y nunca
pens que estuviera de vacaciones, me dijo Fabio en tono de reproche,
pero l no poda entender que para m, el mar y el calor eran sinnimos
de verano, la poca de las vacaciones.
-Entonces, no ms sueos con Buenos Aires, dijo Elisa,en uno de
sus arrebatos de racionalidad, sin ver que me propona un imposible. -
Vivir en Bogot te va a permitir una mayor estabilidad, concluy. Volv de
Barranquilla con psimo humor, me agrad que Elisa me apoyara en mi
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intencin de vivir en Bogot, pero no soportaba su actitud analtica.
Camin desde las oficinas de la empresa de autobuses hasta el
apartamento; cada familia reunida en las mecedoras de la acera
escuchaba una radio grabadora flamante, recin trada de la Guajira;
por las puertas siempre entreabiertas se vea la luz azulosa de los
televisores. -Ninguno de ellos se siente en trnsito, pens.
Al pasar junto a la plaza de toros, la vieja construccin en madera
al lado de la muralla, tuve la idea de un nuevo viaje. Como en ese
momento no tena compromisos laborales futuros, gastara parte de los
ahorros en el viaje y llevara menos plata a Bogot, donde sera fcil
conseguir trabajo. A cada paso encontraba nuevas excusas: otro viaje
sera el cierre de este perodo y al regreso ya no tendra la sensacin de
estar en trnsito, me deca. Pas frente al correo, cerrado y oscuro, -
me habrn escrito de Argentina?, si Marta me hubiera escrito cuando
lleg a Buenos Aires ya debera haber llegado la carta.
A la maana siguiente, a primera hora llegu al correo y con
muchas dudas abr el apartado postal. Como lo tema, no haba nada,
ninguna carta que hablara del otro yo que viva simultneamente en
esa dimensin imaginada ms all de la casilla del correo, porque
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quizs ya no habra otro yo. Un nuevo mal humor se agregaba al del da
anterior y todo concurra a justificar el imprevisto viaje.
Uno de los extranjeros que a diario encontraba en el correo me
sugiri pasar por Estados Unidos; desde Nueva York podra conseguir
otro vuelo de Loftleidircon tarifa reducida a Luxemburgo. Tambin me
dio algunas direcciones de sus amigos de
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