teatro: "madre he vuelto", por leonardo gonzález
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Madre, he vuelto
Por Leonardo González Torres
Dedicada a Eliana Ávila y Filma Canales. Por el paso del tiempo. Y el recuerdo.
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Personajes
Joven
Abuela
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Un joven extranjero y su falsa abuela en algún pueblo en guerra. La
abuela no articula palabras, pero gime como si intentara hacerlo.
Los espacios son tres: la casa, el exterior y un muelle.
JOVEN: Mi abuela decía que su hijo no tenía edad porque los hombres en la
guerra se suspenden en el tiempo. Mi abuela decía que su hijo más que un sol-
dado era un ser humano valiente y que tenía el corazón todo el tiempo en lla-
mas. Mi abuela decía que su hijo era de los que siempre le daba protección a
todo el mundo sin esperar a cambio ningún favor. Mi abuela decía que su hijo
había pescado el pez más grande de la historia. Mi abuela decía que su hijo era
como una montaña. Mi abuela decía que su hijo era como una canción cantada
por ella. No sé bien por qué pero cuando una madre canta es difícil no pensar
que uno también fue hijo alguna vez. Mi abuela decía que su hijo era como Ro-
bin Hood. Mi abuela decía que su hijo era amado por todos en el pueblo. Y que
sería recibido con fuegos artificiales, lágrimas de alegría y gritos de paz. Mi
abuela decía que su hijo era 100% consecuente con sus ideales y que por eso se
fue a la guerra. Mi abuela decía que su hijo debía estar pensando en ella mien-
tras intentaba escribir una carta a mano con un lápiz que consiguió prestado
arriesgándolo todo. Mi abuela decía que su hijo era como la tierra. Mi abuela
decía que su hijo era como lo que hay después del mar. Mi abuela decía que su
hijo era como la noche. Mi abuela decía que su hijo era como todo lo que hay
más arriba de las nubes. Pero en ese caso necesitas un telescopio para verlo.
Entonces mi abuela me decía que su hijo era estar parado en medio del campo
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cuando llueve. Mi abuela decía que volver a verlo sería como dormir en paz
cuando luchamos con algo que no entendemos. Y decía que abrazarlo era su
único sueño. Yo no la culpo, porque todos necesitamos tener algún deseo para
seguir viviendo. Mi abuela decía que todos necesitamos creer en los recuerdos
y que durante mucho tiempo ella lo buscó… que revisaba todas las mañanas el
correo pero nunca llegó nada. Hasta que de a poco dejó de hacerlo. Como tam-
bién de a poco yo dejé de hacerlo. Porque todos esperamos que alguien nos re-
cuerde alguna vez. Aunque sea para decirnos “No te quiero”, “Déjame solo”.
Pero ella creía que un día llegaría una carta escrita a mano con un lápiz presta-
do diciendo “Estoy vivo”, “Aquí”, “Perdóname”, “Hablemos más tarde cuando
nos veamos”. Ahora mi abuela no puede hablar. Mi Abuela decía que su hijo
era como un cofre lleno de piedras de oro. Un tesoro que no debía ser olvida-
do. Por eso llenó las paredes y los muebles de la casa de fotos de él; y por eso
todos los años el día que partió a la guerra llorábamos. Yo muchas veces me
emocionaba más por mí que por él, porque nunca lo conocí y, aunque creo en
su pena, también sé que toda madre que pierde a un hijo en la guerra está con-
denada a creer que es un santo. Pero un soldado nunca podrá ser un santo.
A veces me quedo parado, vistiéndola,
y pienso en la muerte.
Mi guerra es ponerle los calcetines mientras se le cae la baba
y escribirle cartas a mano a Trencitas que nunca le entregaré
por miedo a su rechazo.
A sentirme abandonado otra vez.
Pero su guerra a ella la conmueve porque todos somos un poco románticos.
Yo también tengo recuerdos románticos, abuela,
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le digo a veces cuando estoy de ánimo.
Yo sé que no me contesta.
Y me da rabia,
porque ella no se merece vivir toda la vida esperando.
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Abuela, tengo algo importante que contarle. Anoche llamaron por teléfono y
hoy día cuando yo fui a comprar al supermercado del hindú, donde ya casi no
hay mercancías, y como siempre Trencitas me habló de usted con una sonrisa
y posteriores alegres palabras, que yo no quiero mal interpretar, pero a veces
pienso que todo el pueblo está en nuestra contra, porque usted no está bien.
Pero ella pregunta de usted con alegría entonces yo no sé si se está riendo de
usted o qué, porque jamás viene a verla y yo pienso que por alguna razón es
feliz estando sola y no sé, me gustaría que de vez en cuando nos viniera a ver
para que usted reciba compañía, además Trencitas es rubia y el hindú le pide
que repita las cosas pero ella me pregunta por usted y se ríe, como si usted es-
tuviera compitiendo el triatlón… pero ella sabe que usted tuvo un accidente,
entonces yo desconfío de todos, abuela, menos de usted, porque usted ya no
habla y todo el pueblo, salvo Trencitas que no entiende nada, dice de usted co-
mo si fuera una maleta más que hubo que botar pero no saben que usted está
viva, que cuando mueve los ojitos parecen pequeñas estrellas, y sus ojos bri-
llan. Con eso tenemos luz suficiente para rato…con tanto corte de luz, es bueno
tenerla a usted, abuela.
Afuera están pidiendo la cabeza del presidente porque todos dicen que él apo-
ya la guerra y la muerte de los nuestros en manos de los otros, que también
son personas como usted o como yo pero dicen rojo en vez de negro. Pero yo
pienso que eso no es todo, porque si fuera tan simple podríamos llegar a decir
verde limón y problema resuelto pero hay mucha plata de por medio. La
muerte es un negocio, abuela. No quiero que se asuste pero el otro día pasó
que Trencitas me contó que al hindú le dijeron que venía un barco y yo no en-
tendí nada, pero ahora entiendo todo. La gente grita, la gente vive, abuela. Es-
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tamos tan cerca de las explosiones que esto parece un sueño y yo creo escuchar
helicópteros por las noches y esos ruidos épicos que siempre soñé que algún
día iba a oír de cerca y por los que vine a este pueblo pero todavía no hablo
bien el idioma y cada vez odio más la guerra.
Me gustaría escuchar en masa a la gente cantar por la paz, abuela.
Usted me acogió cuando caí en este pueblo más solo que un lunar en un cuer-
po mutilado. Repartiendo volantes para hacer clases de español, yo toqué el
timbre de su casa y nunca más salí de acá y le estoy muy agradecido por eso y
quizás debería llamarle madre y no abuela, madre porque eso es lo que ha sido
para mí en todo este tiempo pero usted tuvo un hijo verdadero, tiene un hijo y
de eso venía hablarle porque usted de eso me hablaba mucho cuando podía y
es súper difícil seguir, abuela… porque ayer cuando llamaron por teléfono en
la noche usted no se dio cuenta, porque ya casi no se da cuenta de nada. Yo
contesté el teléfono y el tipo que hablaba dijo que era una persona importante,
pero no un político, sino algo así como algo más que un policía, no sé, algo im-
portante dentro del sistema de ellos y me pidió hablar con usted. Era educado
y eso es raro entonces yo le dije también, de la misma manera, que usted no lo
podía atender pero no le dije por qué, creí que podía ser un poco violento decir
que ya no sabe hablar. Que desaprendió eso porque el doctor brasileño que
viene a verla de vez en cuando y atiende gratis porque dice que le gustan las
personas enfermas que expresan su interior, que es como expresarlo todo, me
contó en secreto que usted está mal. Pero yo sé que no es así… pero lo que
pasó fue que el tipo entonces me preguntó si yo era pariente suyo y yo le
mentí, le dije que era su nieto y el tipo dijo ¡oh! qué raro, no nos figura un nie-
to en nuestra lista de datos, porque ahí entendí yo que hay gente que tiene
nuestros datos y le dije ¡oh que raro! seguramente también tienen el dato del
francés de la piscina, del hindú del supermercado (que como no le llega comi-
da trajo unos hologramas donde salen tigres y mujeres con lucecitas LED que
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me gustaría comprarle para adornar la casa pero ya casi no nos queda dinero)
y de Trencitas que yo sé que también intenta aprender a hablar el idioma, que
es muy difícil para nosotros entenderlo como usted y como todos, pero yo
hago esfuerzos, abuela, intento comunicarme con todos pero a veces no se
puede porque a pesar del tiempo sigo siendo nada más que un extranjero que
llegó aquí a mirar la guerra y no hacer absolutamente nada, y me duele la
mandíbula por mover de forma tan absurda la boca y por hacer combinaciones
de sonidos que suenan como jeroglíficos y maldiciones… y el tipo entonces me
dice en su idioma que sabe todo de nosotros porque somos un pueblo “duende
de árbol” donde todos pero todos nos conocemos, incluso los dos colombianos
que llegaron hace poco a trabajar en la construcción de las casas nuevas, que
dicen en el café que son homosexuales y que lideran las protestas.
No estamos bien, es cosa de salir a la calle. Ahora al presidente se le ocurrió
que todos los caballos del estado deben llevar una montura donde salga dibu-
jado el emblema de su mandato porque el presidente dice que los caballos son
la esencia del escudo y la raíz del futuro, pero los caballos se ven horribles con
su cara patética hecha con hologramas. Yo le dije que el hindú era un traidor,
porque eso se le nota en la cara. Las pobres yeguas van a morir sin saber que
fueron abusadas. Y me da rabia, porque eso sí que es antiético, porque con la
vida no se puede jugar así. Esta no es una guerra simple, abuela, lleva años y
yo sé que usted lo sabe. ¿Ha visto las fotos en los diarios? Generalmente me
gustan y a la vez me dan pena…porque igual me excita la guerra y creo que por
eso quise venirme hasta acá, para verla de cerca pero no nos merecemos este
final y yo no soy capaz de hacer nada por el pueblo.
Pero lo que intento decirle es que la persona que estaba al otro lado del teléfo-
no se puso aun más seria cuando yo le dije, cuando le mentí diciéndole que era
su nieto, que tampoco era una mentira, porque usted me decía que yo era co-
mo un nieto para usted antes del accidente y me dijo algo que necesito, que he
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intentado toda la mañana decirle. Yo sé que esto es importante para usted, que
no se juega con estas cosas porque son su vida y eso es un tesoro, entonces él
me dijo que habían encontrado…algo, algo valioso, un pedazo del mar. A veces
la gente aparece, a veces desaparece, a veces a la gente la encuentran y ahí es
normal que se avise y vuelvan a la casa con sus padres. O al menos con su ma-
dre. Porque es una ley de la humanidad hacer eso. El tipo me dijo que ha pasa-
do muchas veces, últimamente, esto de encontrar cuerpos que creímos muer-
tos alguna vez pero también creímos vivos, como otras veces pasa que encuen-
tran algunos restos pero este no era el caso porque estaba entero y que sobre
todo supiera que era cierto, que no era un juego ni nada parecido a un juego,
que era algo serio con lo que yo no debo jugar y no estoy jugando. Le quiero
decir que ayer me llamaron para decirme que encontraron a su hijo vivo des-
pués de todo este tiempo y que vuelve esta tarde. Que regresa para estar con
usted. Viene en un barco, anoté el nombre en un cuaderno, es un nombre en
inglés, y tenemos que ir a esperarlo. Su hijo, vuelve su hijo, eso es lo que nece-
sitaba decirle.
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Yo estoy a punto de ponerme a llorar pero me contengo, ella también está a
punto de quebrarse o quizás sean los remedios que le humedecen las pupilas.
Nos miramos y le doy un beso en una de sus mejillas. Ella gime, yo he descu-
bierto que hace eso cuando quiere expresarse. Le digo que tenemos que orde-
nar la casa completa, cambiar las ampolletas, ir al supermercado a comprar
todo lo que podamos pillar, o al menos carne, té, bebidas, letras de cartón para
colgar entre un extremo de la casa y el otro y una torta. Le digo que necesita-
mos una torta y ella mueve la cabeza en señal de afirmación y ahí capto que
entendió el mensaje o al menos que le gusta la idea de comer torta.
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Afuera me congelo. El invierno en este pueblo es imposible. Llego al super-
mercado, toco la puerta varias veces y el hindú (que es muy igual a todos los
hindúes salvo por un lunar que tiene en la nariz y que siempre ocupa jockeys
que dicen el nombre de algún equipo de básquetbol de la NBA) pregunta
¿quién es? Le digo la contraseña en su idioma, no sé qué significa pero ya la
aprendí a decir bien.
(El joven dice una contraseña en inglés)
El hindú me deja entrar. El lugar está hediondo a incienso. Ya no se puede
más con ese olor. Me tapo la nariz y compro lo poco que me alcanza y que en-
cuentro, con esto de la crisis de la guerra interminable. A la salida paso por la
caja donde atiende Trencitas. Se ve afectada, no está risueña como siempre,
tiene los ojos cansados como si hubiera llorado, pasa los productos por la
máquina y en ningún momento me pregunta por mi abuela ni tampoco hace
algún comentario de cualquier cosa. Meto los productos en bolsas plásticas
que ellos venden y que prefieren no gastar y salgo del lugar. Pienso decirle algo
a Trencitas. Que hoy se ve linda… o que me cae bien que sea como es cuando
es como era antes y que no la juzgo por haber llorado porque hay que hacerlo y
está bien llorar en el supermercado y ojala no tenga vergüenza por eso. Ella
también es extranjera. Ella es de Alemania, creo. La verdad es que nunca se lo
he preguntado.
Abuela, tengo que maquillarla.
Abuela, tengo que quitarle esos zapatos, desnudarla para cambiarle todo lo
que lleva puesto.
Tengo que transformarla,
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de alguna manera.
Le fui a comprar ropa americana. Mire lo que encontré.
Es todo lo que pude encontrar.
La guerra, abuela.
Además pasé por el supermercado hindú. Trencitas preguntó por usted.
¿Le gusta la blusa que le compré? También le traje una corona de fantasía que
le pondré cuando llegue el barco en vez de su sombrero que parece un sombre-
ro de selva.
Y también le traje un abrigo.
Está un poco helado afuera, pero no demasiado.
Déjeme echarle un poquito de base, nada más.
Estos polvos son milagrosos.
Le voy a pintar las uñas,
¿Qué color prefiere?
¿Blanco, azul o rojo?
Compré los tres por si acaso.
La carne la dejé congelando en el refrigerador.
Deberíamos llevar la torta.
Usted debería llevarla encima de sus piernas.
Así la prendemos cuando llegue.
Se me olvidó comprar una vela.
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La compramos en el camino, ¿ya, abuela?
Cuando él llegue yo me tendré que ir a otro lado y eso estará bien.
La vendré a ver alguna vez.
Porque él la va a cuidar ahora.
Y yo estaba aquí para cuidarla.
Pero yo también tengo que volver.
Me fui hace mucho tiempo.
Y tengo algunos recuerdos que quiero encontrar.
Le queda bien ese color, abuela.
Me recuerda a una reina que vi una vez.
Yo también tengo ganas de volver, abuela.
Hoy Trencitas estaba llorando en el supermercado.
¿Hice bien en traer torta de yogurt?
Es que no había torta de chocolate sin azúcar,
y como el yogurt dicen que es sano.
Yo creo que no debe tener tanta azúcar.
Pero si tiene no se va a morir tampoco por eso,
si ya ha aguantado tanto no se va a morir por un poquito de azúcar en el yo-
gurt.
Yo creo que Trencitas va a estar bien, no se preocupe.
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El hindú la debe haber retado porque ella tampoco es de aquí y seguramente
comete errores
o extraña a su familia.
Es difícil hablar con la gente, abuela.
Es difícil no acordarse de los padres de uno.
Aunque a uno no lo quisieran tanto.
Le voy a traer el espejo chico del baño para que se vea
y le voy a cambiar las medias después,
cuando termine con su cara,
que debería ser lo último pero está bien que sea lo primero.
Levántese un poquito, abuela, yo le ayudo.
Eso.
Eso.
Eso.
¿Ve? Con ganas uno puede levantar montañas.
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(El joven ha ordenado la casa completa y está colgando un letrero con letras de
cartón que dice BIENVEDO JO. Termina de hacerlo y lo observa. Se queda
unos segundos mirándolo)
No es necesario apagar las luces, abuela.
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El atardecer aquí es de un rojo que te deja pasmado. Todo el cielo teñido de
nubes con manchas como salpicones de pintura en una tela, como látigos, co-
mo destellos de óleo o de tempera. Es como si estuviéramos dentro del cuadro
de un pintor. A mi abuela le empieza a tiritar una mano. Es normal, la enfer-
medad, el tiempo, la angustia, la espera. Tenemos que comprar velas y el su-
permercado del hindú ya está cerrado (aunque siempre está cerrado) tomo un
atajo hacia otro supermercado al que casi nunca vamos porque está en la plaza
y no me gusta ir a la plaza porque no es recomendable para un extranjero pa-
sear cerca del centro, ni menos en estas circunstancias, donde todos tenemos
miedo del otro y andamos como animales asustados.
(El joven y la abuela ven algo a lo lejos)
Yo no entiendo la guerra, abuela.
Somos dos, porque yo sé que usted quizás qué cosas está pensando ahora.
Dicen que ahí, en esa casa, vive el presidente con toda su familia y que él es el
culpable de la invasión.
Pero yo creo que los culpables son ellos, los del pueblo. Y también ellos, los de
la casa. Entonces dígame, de quién es la culpa porque yo no sé.
Entramos al supermercado y es lo de siempre. Salimos del supermercado con
la vela en el bolsillo del abrigo y seguimos caminando rumbo al puerto. En el
camino veo como apuñalan a un tipo. Es el francés de la piscina donde antes
nadaba. No sé porque lo han despachado de esa forma. El francés me caía bien
pero me molestaba que nadara siempre por las dos pistas. Creo que no se me-
recía este final. Lo deben haber confundido con alguien o quizá fue un soplón
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de algo y por eso lo cortaron. Pero yo no entiendo cómo es que uno pasa de ba-
ñarse en una piscina a bañarse en su propia sangre y todo esto es normal aquí
porque aunque protestamos no cambia nada. Y quizá nunca pensamos que es-
to va cambiar, pero igual elegimos arriesgar nuestra vida, porque de qué vale
la vida si no arriesgamos algo.
Yo no sé si arriesgaría mi vida por alguien, abuela.
Por eso es que no me gusta venirme por la plaza y por eso es que prefiero com-
prarle al hindú aunque su negocio esté hediondo a incienso y aunque Trencitas
esté con pena y tenga que llorar y yo tenga que ver eso y luego quedarme con
pena porque Trencitas tiene pena por algo y yo no sé qué es, pero puede tener
que ver con que el hindú tiene familia y Trencitas quizás no. Porque no debe
ser fácil vivir solo.
Estamos a punto de llegar al puerto y mi abuela suelta un grito cuando vemos
el mar.
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Ahí está el mar, abuela, el mar. ¿Se acuerda del mar?
Mi abuela grita de nuevo. Es un grito tierno y medio diabólico.
El mar es donde viven los peces, abuela. Usted se ha bañado en el mar.
Mi abuela vuelve a gritar de emoción, intenta mover las manos pero no puede
sacarlas de su chal.
Abuela, yo creo que es un buen momento para que paremos y nos ubiquemos.
El barco debe estar por llegar. Dijeron que llegaría muy luego. Según mi reloj
falta muy poco. Yo sé que está nerviosa. Mire, la ciudad, ¿no cierto que está
bonito el cielo?
¿Estoy loco o se escuchan disparos?
Yo soy de la idea que o todos somos buenos o nadie lo es. Y parece que nadie lo
es pero algunos nos hacemos los superhéroes.
Mi abuela ya no grita, se ha quedado en silencio, contemplando el océano.
Pienso que debe estar pensando en algo y quizás es en ese barco que yo tam-
bién estoy pensando.
Aquí tengo el nombre, en una libreta, espérese.
Abuela, ¿es posible dejarlo todo de un momento a otro y no querer volver?
Mire el cielo, la luna ha comenzado a salir y parece una sandía luminosa. Me
dan ganas de comérmela y volar.
Mi abuela, que ha logrado sacar por fin su mano del chal busca mi mano y me
la aprieta. Siento su piel fría sobre mi piel fría y pienso que debemos estar co-
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nectados. Pero no percibo nada muy especial.
¿Pero podemos irnos y no querer volver, abuela?
Mi abuela está un poco aturdida porque no está acostumbrada a salir de noche
y debe pensar que está muerta o que está soñando o quizás qué cosa. No está
soñando, abuela. Es verdad, su hijo va a volver en cualquier momento, espére-
se.
El barco se llama Ocean Star.
(El joven se alegra, luego se ve algo preocupado)
Abuela, tengo que confesarle algo. ¿Se acuerda que le dije que pondría un le-
trero de una esquina del comedor a la otra que dijera con letras de cartón
¡Bienvenido hijo!
Bueno, es que…
Faltaban letras en el supermercado y no me gusta ir al otro porque usted sabe
por qué entonces no fui al otro y solo compré algunas letras con las que escribí
otra frase pero dice casi lo mismo. ¿No es grave o sí? Igual va a entender lo
mucho que usted lo ha extrañado.
Abuela, despierte. Alegría, alegría, el barco está por llegar. A ver, míreme. A
ver, con el viento se le corrió un poquito el maquillaje de los ojos. Déjeme ayu-
darla. Ahí…eso, eso.
Eso, eso. Mucho mejor.
¿No se enojó conmigo, verdad? que bueno, no quería contarle pero ahora me
siento como liberado. Qué importan unas letras de cartón más, unas menos,
son letras de cartón que alguien inventó. Además que quizás las debería haber
comprado en otro idioma, porque quizás su hijo no habla español. Ahora que
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lo pienso su hijo no debe hablar español entonces estamos salvados, no va en-
tender nada.
Estamos salvados, no va entender nada.
Y yo estaba asustado porque faltaba una I y había cambiado una D por una P y
un par de letras más, qué importa, más original todavía recibirlo con un salu-
do en otro idioma
El barco debería haber llegado, abuela. Están atrasados.
Abuela, ¡deje quieta su mano quiere!
Cuando llegue el barco le voy a sacar el chal para que su hijo la vea vestida co-
mo una reina.
Y le voy a poner la corona de fantasía en vez de ese sombrero de selva que lleva
puesto para que su hijo la confunda con una princesa y se enamore de usted.
Aunque seguramente ya está enamorado de otra mujer.
¿Usted ha perdido alguna vez a un hombre en la guerra?
Aparte de su hijo, claro.
(Silencio)
Yo no, pero una vez perdí una yegua, se llamaba Apocalipsis Now.
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Apocalipsis Now era la yegua favorita de la casa, era mi regalona. Crecimos
juntos. Estoy hablándole de cuando yo era un niño y mi madre había muerto y
vivíamos con mi padre que era un campesino bruto que apenas se le entendía
lo que decía y era fanático de las películas de guerra. Por eso lo del nombre.
Apocalipsis Now era una de sus favoritas. Yo nunca la vi. El tenía muchas, yo
pensaba que las tenía todas pero con el tiempo me he dado cuenta que no.
Cuando Apocalipsis Now estuvo preñada, las crías no nacían nunca y estába-
mos todos preocupados. Mis hermanos apostaban, decían que las había ido a
tener sola a algún rincón y que se habían perdido o que se habían aniquilado
entre ellas en la guata de la madre, como dicen que hacen las crías de los tibu-
rones. Pero yo sabía que era cosa de tiempo. Entonces esperé y esperé y es-
peré, un año y medio y cuando todos pensaban que jamás iba a ocurrir ocurrió
el milagro: Apocalipsis Now dio a luz a treinta y tres caballitos. Fue la cosa
más hermosa que he visto en mi vida.
Infierno en las nubes
Amarga victoria
Desaparecido en acción
Golpe de guerra
La colina de las hamburguesas
Hundan al Bismark
Tora! Tora! Tora!
El día D
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Operación Cachemira
Ha llegado el águila: 1, 2
Y 3
Los cañones de Navarone
Arenas sangrientas
El ataque duró siete días
Así luchan los héroes
Escuadrón 633
Corazón de hierro
Sin novedad en el frente
Tiempo de morir
Armas al hombro
55 días en Pekín
Rescatando al Soldado Ryan
Rambo acorralado
El puente sobre el río Kwai
U-571
Romel, el zorro del desierto
También somos seres humanos
Cenizas y diamantes
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Gallipoli
Capitán Conan
A uno que nació cojo, mi padre le puso Stalin.
Yo le quería poner E.T. a uno que nació de otro color pero mi padre me dijo
que ese no era un buen nombre para un caballo.
Al final decidió ponerle Chile.
(Silencio)
Apocalipsis Now era negra como la noche y sus hijitos eran todos blanquitos,
salvo Chile. Nunca supimos quién era el padre de las criaturas, pero mi padre
dijo que eran crías del diablo así que encerraron a Apocalipsis Now y la deja-
ron sin comer por una semana. Un día le fui a ver y había desaparecido. Nunca
más la volví a ver.
A los pocos días apareció por la casa un caballo blanco y todos entendimos.
Pero ya era tarde. Yo creo que el caballo blanco fue a buscar a sus hijos pero no
se los pudo llevar porque eran muchos. Yo no le culpo.
Mi padre se llamaba Ares.
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(Silencio)
Dicen que ese era el nombre de un Dios.
El Ocean Star ya debería haber llegado, abuela.
(Silencio)
Chile se murió a los pocos días de haber nacido. Yo creo que se murió de pena.
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(El joven y la abuela ven algo a lo lejos y es como si despertaran de golpe de un
letargo)
Le dije que iba a llegar, abuela. ¿Ve? Debe ser esa luz que se ve a la distancia
allá en el océano. Es una luz poderosa, ahí viene su hijo, se lo doy firmado.
Sáquese el chal, abuela. Yo se lo saco. Eso, bien. Abramos con mucho cuidado
la torta para ponerle la vela. Yo traje encendedor, no se preocupe. Espérese,
déjeme ponerle la corona. Eso, así está mucho mejor.
(El joven la observa y luego ambos miran detenidamente el mar durante un
tiempo)
Sí, ahí dice clarito, Ocean Star. Ese es el barco, no hay duda.
(La abuela empieza a gritar, cada vez más fuerte y aprieta la mano del joven
con fuerza)
Yo también me pondría así. Ya va a llegar abuela, están bajándose algunos pa-
sajeros, no…parece que aún no se abren las puertas porque están amarrando
el barco a tierra. Es que es inmenso, abuela.
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(La abuela no deja de gritar. Uno a uno se van bajando pasajeros pero no apa-
rece el hijo de la abuela. La abuela sigue gritando)
Abuela, cálmese, ya va aparecer. O quizás ya apareció y no nos ha reconocido,
eso debe ser. Es que estamos muy lejos, tenemos que acercarnos para que la
vea. Es que ha pasado mucho tiempo y él no debe saber que usted está enfer-
ma. Vamos.
(El joven lleva a la abuela hasta la entrada donde se suben y bajan pasajeros.
El joven se disfraza del hijo de la abuela, tal cual como él lo imagina a partir de
las descripciones que ha escuchado de él. Su abuela no se da cuenta de esto.
Aparece de espaldas, en una posición solemne y se da vuelta)
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(El joven, actuando del hijo de la abuela) Madre, he vuelto para llevármela le-
jos. Afuera he visto la luz, es un lugar lleno de cosas hermosas donde vivire-
mos. La tierra es lejana pero vale la pena visitarla. Me han contado que ha caí-
do enferma pero eso no importa, saldremos adelante juntos. Perdóneme por
no haber vuelto antes, estaba prisionero, incomunicado, comiendo lechuga
hervida, míreme, no soy ni la sombra del que era pero estoy aquí y de su lado
no me moveré jamás. He visto cosas horribles, madre. Me he vuelto un santo
ayudando a los necesitados y he descubierto que aún se puede creer en algu-
nas personas. Tengo amigos de todas partes del mundo. He aprendido hablar
español, en la guerra se aprenden cosas insólitas. Jamás pensé que me crecería
tanto la barba. El joven que la cuidaba me dijo que la extrañaría mucho y que
prefería irse sin despedidas porque es mejor así. Le va a escribir cuando pue-
da, no se preocupe. Está muy triste por dejarla pero él necesitaba volver a su
país.
(El joven le da un abrazo a la abuela) Con cuidado, con cuidado, no me apreté
tanto, aun me duele un poco el brazo y tengo heridas en el ala izquierda. Me
puse el perfume que usted me regaló antes de partir a la guerra. Me lo dio un
amigo prisionero cuando lo ayudé a salvar a toda su familia de una de las tan-
tas catástrofes que me ha tocado enfrentar. Pero ya tendré tiempo de contarle
todo con más detalles. Ahora vámonos. Hay un futuro que nos espera lejos de
aquí. Usted es mi única familia y tenemos que iniciar una nueva vida en otro
lado. No todo el mundo está en guerra, hay países donde podemos estar tran-
quilos y empezar de cero. He comprado dos pasajes en el Ocean Star y está to-
do listo.
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(Al capitán del barco)
¿Está pronto a partir?
Queremos irnos pronto, está congelado aquí afuera.
Sí, lo sé, acaban de llegar y tienen que esperar que se suban todos los pasaje-
ros.
Acá tiene el dinero, pago en efestivo.
Efestivo.
Efectivo, sí, perdón.
Efectivo.
Logré poner en arriendo la casa, es que mi abuela quiere ir a ver unos parien-
tes que tiene allá.
Por un tiempo. No sé bien dónde.
Pero tampoco es tan lejos.
(Vuelve acercarse a la abuela)
¿Y esa torta?
Me encanta el yogurt, ¿es para mí? ¿La idea es que yo apague la vela? Madre,
no debió haberse molestado. Muchas gracias. No es mi cumpleaños pero haga-
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mos como si lo fuera. Voy a pedir un deseo. Pero tiene que ser secreto. Ya, ya
está. Ahora sí, madre.
(El joven apaga la vela)
Ya, voy a ponerle el chal que tiene colgando de la silla porque se nos viene un
viaje muy helado. Y le voy a sacar esa corona, madre. Quizás algunos no les
haga tanta gracia. No se preocupe por la casa, quedará en buenas manos.
(Silencio)
Es bueno volver a verla, madre. Hace muchos años que esperaba este momen-
to y ahora llega y siento que somos afortunados de tenernos los dos. Porque
hay gente que está sola en el mundo y a mí esa gente me conmueve pero no de-
be ser fácil vivir en esa piel. Pero nosotros nos tenemos y eso es lo único que
importa ahora.
Madre, ahora sí, despídase de este pueblo.
(La abuela y el joven se suben al barco. La abuela está callada y mira a quien
cree su hijo con emoción. El joven cierra los ojos. Imagina una canción que le
da tranquilidad. La canción se escucha. Suena el motor de la máquina. Se sube
Trencitas al barco con una mochila de camping y un holograma. Pasa por el
lado del joven, saluda a la abuela y sigue caminando hasta perderse. El joven
canta una canción con los ojos cerrados).
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Madre, he vuelto se estrenó por primera vez en el ciclo de lec-turas dramatizadas Desorientación, producido por el drama-turgo chileno Eduardo Pavez y la norteamericana Sara Rose, en julio del año 2011. En esa oportunidad, la dirección estuvo a cargo de Leonardo González y las actuaciones de Pablo Dubott y Catalina Ramírez. En dicha ocasión, se contó con el apoyo del Instituto Chileno Norteamericano y de Lastarria 90, lugar don-de se realizó la lectura. En agosto del 2012, la obra se estrenó en la Sala La tola o Ker-nel House, bajo la dirección de Catalina Ramírez, en una ver-sión donde todas las voces del texto eran asumidas por el actor Marcelo Gutiérrez, obteniendo un interesante registro actoral. La obra tuvo una temporada de 12 funciones, con lleno total las últimas semanas y excelentes críticas del diario La Nación y la revista Qué pasa.
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© Leonardo González Torres
2013
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