sobre los intereses extranjeros en méxico o como méxico no puede pensarse sin ellos
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Facultad de Filosofía y Letras México y el mundo: historia compartida: 1870-1945Arellano Salazar ErickSobre los intereses extranjeros en México o como México no puede pensarse sin ellos.
Cuando mentamos la llamada “Historia de México” solemos dotarla de un carácter
monolítico, esto significa que aquella historia quedará integrada por sujetos cuya
intencionalidad provendrá de algo llamado “México”, hablar de la historia de
México implica hablar de los mexicanos o lo mexicano. Dicho fenómeno queda
expuesto, sobre todo, cuando estudiamos la historiografía acerca del siglo XIX y
parte del XX, ahí las guerras, intervenciones y expediciones quedaran
enmarcadas como momentos únicos dónde otras voluntades no mexicanas tienen
participación.
Los momentos más representativos de lo anterior son, no cabe duda, la
intervención norteamericana y la francesa. Aquellos dos episodios son incluidos
como excepciones, los sujetos y sus voluntades tienen injerencia en la historia, sin
embargo, no provienen de nada mexicano; sus participaciones toman un tono
“emergente”, la historia de México únicamente los contará hasta que salgan de la
gran narración o los efectos de sus acciones terminen.
La historiografía de la revolución mexicana llega a tomar un tono distinto ante
esas “otras” intencionalidades. Ejemplo paradigmático es La guerra secreta en
México: Europa, Estados Unidos y la revolución mexicana1 (1981), un texto del
historiador mexicano Friedrich Katz, cuyo subtitulo delata interés por, primero, el
exterior o mundo occidental y, segundo, la relación entre esto “fuera” de México
con lo sucedido aquí, en su caso la revolución.
La aportación de Katz es doble, por un lado nos ofrece el reconocimiento de
intereses extranjeros –principalmente económicos o financieros, no neguemos su
posición materialista– durante la revolución y, del otro, la actuación de las
voluntades mexicanas ante aquellos intereses. Se desvanece la diferenciación
total entre voluntades en un mismo escenario, ahora lo que fue o es considerado
un proceso constituido por sujetos o intencionalidades propias, la revolución, pasa
a guardar relación directa con otras de orden ajeno, exterior, en fin extranjero; ya
1 Guerra secreta
no se habla de situaciones dónde unos están y otros no, tampoco de actuaciones
temporales.
¿Quiénes son sus principales “personajes” dentro del texto? Los actores
políticos mexicanos, representantes diplomáticos respectivos de cada entidad
nacional o extranjera, los embajadores, emisarios, enviados especiales y agentes
económicos. La propuesta de Katz nos muestra un rejuego de intereses y
poderes que sucedieron durante aquel proceso, la historia de México torna así su
carácter para quedar constituida por varias voluntades e intencionalidades
internacionales, no solo locales. Se deja atrás la irrupción del otro ajeno
extranjero como elemento nocivo y extraordinario pues Katz hace notar que
aquellas presencias no van ni vienen del todo.
El ofrecimiento temático y metodológico de Katz, que quizá no sea del todo
novedoso en la historiografía mexicana, pese a presentarnos un nuevo sentido de
la revolución mexicana, tiene sus limites. Estos son definidos por la misma historia
diplomática llevada a cabo y aquí cabe cuestionarnos ¿Qué es lo diplomático? La
diplomacia, en términos generales, es la relación entre dos estados, lo cual habla
de un acto de política realizada desde el ámbito gubernamental. La historia
diplomática, por ende, nos hablará de las relaciones entre entidades colectivas
fundadas sobre un derecho, es decir, es una historia puramente política llevada a
un espectro global.
He aquí los limites de la propuesta de Katz. Todo cuanto pueda decir sobre
las relaciones entre intencionalidades mexicanas y extranjeras esta delimitado por
su historia política, es decir, sólo nos dará relación de personajes o entidades
políticas que tuvieron su actuar a nivel gubernamental. Las otras posibles
relaciones entre intencionalidades locales y extranjeras resultan inexistentes o las
subsume su sentido político apremiante.
Toca reflexionar sobre la ruptura de aquellos limites. Durante 2001 John M.
Hart publico un texto intitulado Imperio y revolución: estadunidenses en México
desde la Guerra Civil hasta finales del siglo XX; el mencionado libro no fue una
mera ocurrencia del autor, pues este ya había trabajado la revolución mexicana y,
más importante todavía, las múltiples presencias norteamericanas en territorio
mexicano –además de varias aproximaciones a los anarquistas mexicanos–, la
primera característica notoria del texto es su afán de abarcar una gran
temporalidad, lo segundo y cuanto nos atañe aquí, la presencia de otros sujetos
con sus voluntades e intencionalidades en México.
Tenemos entonces un afán común compartido por Katz y Hart: las relaciones
entre sujetos cuyas intencionalidades son distintas, unas extranjeras otras
nacionales, no obstante, el segundo autor rompe los limites encontrados con el
primero en tanto su investigación discurre sobre casos ajenos a la política
gubernamental, es decir, los norteamericanos de su texto son muchas veces
personas quienes sin guardar ningún enlace directo con las esferas políticas
mexicanas tuvieron también participación en los acontecimientos; dicho de otro
modo, sus intencionalidades tuvieron cabida e influencia.
La metodología de Hart presta atención al extranjero imbuido dentro del
territorio sin más interés que los suyos. Para el historiador norteamericano la
situación política a nivel gubernamental pierde importancia ante las situaciones
comunes, inmediatas, cotidianas –así varias de las situaciones dispuestas como
ejemplo tengan un carácter económico nato. La historia de México tiene en Hart
una presencia constante de intencionalidades extranjeras, sin embargo, ahora no
sólo existen al nivel diplomático –político– sino también social y cultural.
La propuesta de Hart continua lo postulado por Katz, conscientemente o no,
la gran diferencia estriba en que este último presta atención a la revolución
mexicana desde lo político y, al contrario, el primero trata siempre a los
norteamericanos directamente a partir de la cultura y lo social, dando por hecho
muchas cuestiones sobre la revolución. Podríamos reducirlo en los siguientes
términos: Katz estudia al mundo según la revolución política mexicana y Hart
estudia la revolución según los norteamericanos con toda su cultura e intereses.
Sus proyectos tienen coherencia, además, lejos de mi simplificación, ofrecen
varias posibilidades de comprensión. Lo fundamental, parte constitutiva de ambas
obras, sería la capacidad de cortar la historia monolítica usualmente mentada,
darle nombre e intencionalidad a un sin fin de voluntades que muchas veces
terminan relegadas bajo la frase “intereses extranjeros”.
Dichos intereses, lo dejan explicito ambas obras, siempre es posible
encontrarlos, por supuesto, faltaría hacer las preguntas más importantes que van
dirigidas a los fundamentos de ambos historiadores: ¿podríamos hablar de
extranjeros o nacionales sin la definición de nación? ¿Esta historia diplomática de
Katz o el enfoque preciso de Hart son metodologías capaces de dar cuenta de
otras latitudes y tiempos? ¿Bastara distinguir al extranjero conforme diferencias de
nación, raza, cultura?
Hablar de “intereses extranjeros”, aun cuando les pongamos nombre y
apellido, sería dar por sentado bastantes cuestiones, conceptos y modos de
pensar. Se torna urgente para el historiador aclarar el sentido de todo cuanto
denominamos con esos conceptos y sopesar cuan significativo es compartir una
historia con el mundo y viceversa.
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