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XII Jornadas de Historia de las Mujeres/ VII Congreso Iberoamericano de Estudios de Género
Universidad Nacional del Comahue, Marzo 2015
Eje 1- Mesa 3: Imágenes y palabras que interpelan las construcciones de género.
Coordinadoras:
Edda Lía Crespo (Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco/ Universidad Nacional de la Patagonia Austral) Lizel Tornay (APIM-IIEGE-Universidad de Buenos Aires)
MASCULINIDADES EN DISPUTA
UN ENSAYO DESDE LA ANTROPOLOGÍA DEL TRABAJO
Hernán M. Palermo
1. INTRODUCCIÓN
La industria petrolera se caracteriza por ser un ámbito excluyentemente de trabajadores
hombres. Particularmente estamos haciendo referencia al trabajo que se realiza en los
lugares de extracción del crudo que, en Comodoro Rivadavia, suelen hallarse en los cerros
a cierta distancia de la ciudad. En estos lugares de trabajo se valoran modos, formas y
expresiones asociadas con cierta manufactura de la masculinidad. Tal como señala Connel
(1995), el ámbito productivo es una estructura principal de las relaciones de género en las
sociedades modernas, no obstante, nos advierte que el género es una relación que estructura
la práctica social en general. A partir de esta premisa, para abordar el estudio de la
masculinidad, es imprescindible analizar los procesos y las relaciones por las cuales
hombres y mujeres viven ligados al género. Entendemos a la masculinidad(es) como un
ordenamiento social e histórico a través del cual los hombres se comprometen en una
posición de género, configurando efectos concretos en las prácticas, experiencias corporales
y representaciones acerca de lo masculino y lo femenino (op.cit.).
En este sentido, nos interesa analizar las implicancias directas que tienen las formas de
organización del proceso de trabajo de la industria petrolera en los ámbitos más allá del
trabajo. La ciudad elegida para tal estudio es Comodoro Rivadavia, Provincia de Chubut,
dado que es un polo industrial que asume características de enclave, configurando un
territorio atravesado por la industria extractiva desde su radical pertenencia material y
simbólica. Dicho enclave no solo da cuenta de una estructura económica subordinada al
monopolio de una actividad productiva y la dependencia de otras actividades sectoriales a
este monopolio, sino que evidencia procesos sociales que se articulan en torno a dicha
actividad (Salvia, 1997: 21). De esta manera, es necesario referenciar dialécticamente
condiciones materiales/objetivas con las condiciones socioculturales/simbólicas.
La antropología del trabajo cuenta con importantes investigaciones que han develado la
compleja relación entre la esfera del trabajo y la esfera de la reproducción de los
trabajadores/as. En tal sentido, se destacan algunos autores/as -lecturas obligatorias a
nuestro entender- que han puesto de relieve la importancia de problematizar esta
articulación como vínculo orgánico de la tensa relación capital-trabajo (Leite Lopes, 2011;
Federico Neiburg, 1988; June Nash, 1989; Ribeiro, 2006; Rodríguez Sariego, 1988). Estos
autores/as han analizado los condicionantes del trabajo a la dinámica familiar, comunitaria,
barrial, etc. Sin embargo, en la interrelación entre espacio laboral y espacio fuera del
trabajo ha sido poco explorado como se articula la producción de masculinidad.
En cambio, una importante línea de investigación, denominados Men´s studies, han tomado
como campo de problematización a la masculinidad. Surgidos durante los años ´80 en los
países anglosajones, pondrán en cuestión la idea de pensar un modelo de ser hombre
vinculado a la noción del hombre patriarcal. Los Men´s studies van a plantear que no existe
una masculinidad, sino que hay múltiples y variadas masculinidades (Kimmel, 1997).
Fundamentalmente apuntaron a desarticular la persistente noción de una esencia masculina
atada a componentes biológicos y a situar la producción de “virilidad” como parte de
procesos culturales: es decir, las maneras de “hacerse hombre” son variadas y heterogéneas
y se constituyen como fenómenos sociales e históricos (Gilmore, 1994; Laqueur, 1990).
Particularmente los estudios sobre masculinidad han tenido una impronta empirista
analizando variadas sociedades en las que se expresan diferentes formas de ser hombre.
En esta línea de investigaciones Robert Connel (1995) es el que ha tenido una mayor
pretensión analítica, al proponer un marco teórico-metodológico sobre los estudios de las
masculinidades. Yendo más lejos en sus planteos que sus pares, asegura que en todas las
sociedades hay una concepción hegemónica de masculinidad que se sitúa como un modelo
de referencia para los demás. Sin embargo, aclara, que el hecho que exista una determinada
masculinidad hegemónica no significa que lo sustenten los sectores dominantes -de
hombres- de cada sociedad. Es más, muchas veces la masculinidad hegemónica es tan
irrealizable que culmina siendo una presión imposible de alcanzar, un deseo que culmina
siempre insatisfecho.
Estas líneas de investigación han impulsado importantes aportes en Latinoamérica.
Diversos estudios han afirmado que no solo es necesario abordar las masculinidades desde
una perspectiva de clase, sino también a partir de una relación generacional, de etnia y
región para acceder a una compresión particular tanto histórica como social (Viveros
Vigoya, 2001; Fuller, 2001, Bastos, 1998; Fonseca 2003).
Debemos considerar que las empresas petroleras, a través de distintas políticas de
administración, configuran cierta disciplina fabril acorde a los intereses empresarios, la cual
fomenta determinadas relaciones de masculinidad. Es decir, en las formas de contratación y
uso de la fuerza de trabajo se valorizan determinadas actitudes, las cuales se ajustan a la
idea de “buen trabajador”, abonando así, a la afirmación de una masculinidad hegemónica
(Connel, 1995). En otro escrito hemos analizado esta estrecha relación entre masculinidad y
disciplina fabril, afianzando lo que denominamos la configuración de un sujeto fabril-
petrolero-masculino (Palermo, 2015). En tal sentido, debemos considerar a las empresas
petroleras y sus estrategias hegemónicas en la configuración del sujeto trabajador “ideal”.
De esta manera, y por lo dicho hasta aquí, en esta ponencia nos proponemos analizar en la
Ciudad de Comodoro Rivadavia, las relaciones que se suscitan en los ámbitos fuera del
trabajo, enfrentando a ese sujeto fabril-petrolero-masculino a un espacio atravesado por
significantes femeninos. Es decir, nos interesa analizar hasta que punto la hegemonía
empresaria apuntala cierta reconfiguración de las relaciones de género en el ámbito
doméstico y comunitario. Dado que la masculinidad configura posiciones y dinámicas
flexibles, no es de extrañar que lo que hemos observado en el espacio del trabajo (lugar
predominantemente masculino) adquiera nuevas formas fuera del trabajo.
2. ORGANIZADORAS FUERA Y DENTRO DEL ESPACIO DE TRABAJO
El lugar donde trabajan los petroleros son los yacimientos de petróleo, los cuales se
encuentran a varios kilómetros de distancia de la Ciudad de Comodoro Rivadavia.
Generalmente los pozos de petróleo se encuentran en los cerros, siendo que un yacimiento
puede tener una docena o más pozos. Las tareas que se realizan son de perforación
(drilling), terminación (work over) y reparación (pulling). Los puestos de trabajo que
corresponden al proceso central de producción son: operadores de boca de pozo,
enganchadores, maquinistas, encargados de turno, jefes de equipo, supervisores y company
man.
La jornada de trabajo de la industria del oro negro tiene varias particularidades: es una
jornada de 12hs; puede haber permanencia o no en los cerros; los turnos son rotativos; y los
lugares de trabajo se encuentran alejados de la ciudad. Estos factores hacen del trabajo
petrolero un combo particular que obliga, en gran medida, a la conformación de un modelo
tradicional de familia, donde los hombres son los encargados de desempeñarse como fuerza
de trabajo en el espacio de la producción y las mujeres cumplen el rol central de la
reproducción de los trabajadores (con todo lo que ello implica).
Los turnos de trabajo se dividen en aquellos que realizan 12 horas diarias sin permanencia y
aquellos con permanencia en los equipos. Estos últimos suelen ser de “14x14”, es decir, se
trabajan catorce días sin interrupción (en turnos de 12 hs. aunque en la realidad se trabaja
en continuado dado el proceso de trabajo) y luego se tiene catorce días de descanso. La
permanencia también puede ser en turnos de “21x21” y hasta se ha llegado a trabajar en la
época de YPF estatal -en algunos lugares- un turno de 56 x 9 (56 días de trabajo y 9 de
descanso). Los trabajadores que no hacen permanencia (van y vienen todos los días) suman
una jornada de trabajo aproximadamente de 16hs. como consecuencia de las horas de viaje.
Este punto constituye en la actualidad uno de los reclamos más importantes para los
petroleros, dado que no se estaría cumpliendo con las 12 horas de descanso entre jornadas,
tal como lo estipula la Ley de Contrato de Trabajo (20.744). Las empresas petroleras
encuentran vericuetos en la legislación laboral, llamando a este tiempo “horas de viaje”. Es
nuestra intención destacar estos vericuetos legislativos pues el cansancio surge como
problema recurrente en las entrevistas.
En este esquema de trabajo sucede que los petroleros pasan muy poco tiempo en sus casas y
son las mujeres quienes se encargan de toda la logística de aquello que atañe a las
responsabilidades de la casa: cuidado de los hijos, organización y planificación doméstica y
sobre todas las cosas que los trabajadores petroleros tengan todo ordenado para pasar su
estadía en sus casas sin ningún tipo problemas. El siguiente fragmento de entrevista nos da
una idea de la importancia de la mujer en la reproducción de la fuerza de trabajo:
Pregunta: “¿A que hora salís y a que hora volvés a tu casa?”
Respuesta: “Y…desde que yo salgo de la casa, por ejemplo, son las once de la mañana y
hasta que vuelvo acá…se hacen la una y media, las 2 más o menos. Llego tarde!”
Pregunta: “¿Y a esa hora comes”?
Respuesta: “Si, si, ella siempre me guarda algo caliente para después meterme en la cama
de una. Vengo muerto de sueño”
Mujer del trabajador: “Sí, lo espero aunque este feo, llueva o algo. Una, una y pico, lo
espero con la comida y le hago compañía. Si me aguanto, como con él, sino no”.
Investigador: “Ahh, te esperan con la comida…no te podes quejar”
Respuesta: “Claro. Cocina y come conmigo. Y bueno, el sacrificio viene por los dos
lados”. (Encargado de turno y la mujer. Entrevista realizada en 2013)
Ha sido analizada en profundidad la importancia del trabajo de la mujer en la esfera
doméstica, vinculada directamente con la reposición de la fuerza de trabajo (Durham,
1980). La producción de valores de uso en el trabajo de la mujer es estratégica para el
mantenimiento de los trabajadores insertos en diagramas de turnos rotativos. Por lo tanto,
es preciso entender las separaciones, tan cotidianas en el universo petrolero, como una
problemática de cierta gravedad. Tener o no familia se vuelve una polaridad básica que
define estrategias variadas en relación al desarrollo del ámbito extra-laboral. Más de una
vez hemos preguntado a los hombres petroleros cuanto ganaban y nos encontramos con la
sorpresa que no sabían la respuesta e inmediatamente terminaban preguntando a la mujer, la
cual obviamente sí sabía: las mujeres se convierten así en eficientes contadoras del dinero,
lo cual resulta lógico, debido a las ausencias de los hombres y la necesidad de resolver de la
mujeres cuestiones cotidianas vinculadas a la economía del espacio doméstico. Estos roles
bien diferenciados, producto de una organización particular del trabajo en la industria del
oro negro, conllevan a la elaboración de innumerables relatos estigmatizantes en Comodoro
Rivadavia sobre las mujeres de los petroleros.
La entrevista que sigue nos otorga una idea de la importancia de la mujer para el hombre en
esta lógica de trabajo:
Pregunta: “¿Cómo es tu turno esta semana?”
Respuesta: “Y…, termino a las doce. A las once y media de la noche ya me voy preparando
para volver a casa. Me doy otra vuelta antes de irme para cerciorarme de que todo esté en
condiciones: la pileta con buen nivel, la bomba, etc. Me subo en la camioneta y a mi casa
llego tipo una cuarenta o dos, de la noche. Llego y está todo silencioso, todos están
durmiendo. Abro la puerta y tengo la cena ya hecha. Por ahí mi señora antes me manda un
mensaje avisándome que en el micro me dejó la comida, que la caliente si está fría, bla bla
bla bla. Me avisa cuando no me puede esperar porque al otro día entra temprano a
trabajar, me lo escribe. O por ahí si es fin de semana, me espera y no ceno como perro,
solo. Pero bueno, acá están todos durmiendo. Me siento, me pongo cómodo, me lavo las
manos, me saco las botas, me siento a comer… Pico nomás, porque ya es muy tarde.
Además te ponés un poco de tele y cuando estás comiendo ya te agarra sueño. Y bueno,
después me acuesto. Pongo el reloj o si no ella me llama para despertarme a las nueve y
media, porque ella sale antes. Yo no la veo a ella ni a los chicos tampoco. ¿Me entendés?”
Mujer: “Yo ya estoy acostumbrada, toda la familia hace turnos. Lo más difícil que me paso
es cuando el más grande tuvo tos convulsa de chiquito…ahí me tuve que arreglar sola por
que él no podía estar”
(Maquinista y su mujer. Entrevista realizada en 2013).
El universo del oro negro no escapa al dictamen social general de la división de los roles
entre hombres y mujeres. No obstante, las formas que adquieren el trabajo de los varones
refuerza y potencia este mandato general. La mujer -destinada al ámbito doméstico-
desempeña un rol esencial en el sostenimiento de la fuerza de trabajo. Como surge de la
entrevista anterior, sobre las mujeres recae la responsabilidad de la organización del mundo
familiar/doméstico, lo que incluye la crianza de los hijos/as, la logística para que al
momento de su regreso el hombre encuentre todo dispuesto para su descanso, la gestión
económica de la casa, etc. Sumar a estas responsabilidades un trabajo por fuera de la casa
constituye una carga importante en las mujeres: puede suceder que las mujeres trabajen
fuera de la casa, aunque también es frecuente que solo se dediquen al trabajo doméstico.
También como vemos en la anterior entrevista, las mujeres suelen organizar los turnos de
los trabajadores. En tal sentido es significativa la frase “me llama para despertarme a las
nueve y media”. Con frecuencia las mujeres son las que preservan el seguimiento de los
horarios de la jornada para que los trabajadores puedan cumplirla y no sucumban ante el
cansancio. En innumerables reflexiones de los varones petroleros, las mujeres aparecen
como aquellas que lo alejan de las “jodas” y en gran medida son las que ordenan sus vidas:
“Cuando empecé a laburar, el problema fue cuando entré en la joda. Empecé a conocer
gente, a salir con los muchachos del trabajo y ahí empieza el descontrol”.
Pregunta: “En que sentido hablas de descontrol”
Respuesta: “En el sentido que empezás a salir, la bardeas…chupi, noche. Se te desordena
todo, inclusive el laburo”
Pregunta: “¿Y con tu mujer como fue eso?”
Respuesta: “Y con mi señora se pudrió todo. Me dijo que me pusiera las pilas o agarraba a
los chicos y se iba. El problema era yo, no era ella. Me dijo bien clarito: ´te calmás o no
me ves más´. Por suerte fue un tiempo nomás, después me organicé. Me vino bien con el
trabajo que también me organizó. Viste cuando agarrás la joda…se te vuelan los
pájaros…”
La “joda” rompe con las responsabilidades masculinas respecto de la familia, las cuales
implican llevar una vida ordenada y alejarse de actitudes no deseadas tales como las salidas
nocturnas, el alcohol e inclusive una sexualidad promiscua que, en los varones, resulta
menos sancionadas que en las mujeres. Sin embargo, también las mujeres aparecen en los
relatos de los trabajadores como las que organizan de la vida laboral. Son las mujeres
quienes organizan a los trabajadores para que descansen, y en definitiva repongan sus
energías para la siguiente jornada. Son ellas también las que advierten a los varones de las
malas consecuencias que se derivan de “descontrolarse”. La idea de “organizarse”, desde la
perspectiva de los petroleros, se entrama íntimamente con la noción de armar una familia.
Sobre todo porque son las mujeres las que ejercen sobre los hombres las tareas de control
para que se cumplan los requerimientos laborales, dado que no solo cumplen el rol de ser
las organizadoras de la vida doméstica, sino que también, en cierta forma, son
organizadoras de la vida laboral de los petroleros.
En este esquema se configura una noción de masculinidad fuera del espacio de trabajo en el
que el hombre queda excluido de los trabajos propios de la casa. No obstante, muchos de
los trabajadores jóvenes cuestionan este modelo de masculinidad, realizando actividades
domésticas -caracterizadas como femeninas- en los momentos que están de franco laboral.
En efecto, un hombre puede, efectivamente, realizar tareas en conjunto con las mujeres de
forma simétrica cuando se está de franco, aunque es un comportamiento que es presentado
como una forma de concesión, como una renuncia generosa de la cuota de poder que, por el
lugar que ocupa el hombre, le corresponde.
3. “VIVIR DESFASADO”
El trabajo petrolero habilita a un acceso de bienes y consumo elevado por encima de la
media de Comodoro Rivadavia. La industria del oro negro brinda una seguridad en
términos económicos irrefutable. Muchos trabajadores con cierta práctica de ahorro logran,
no solo tener su propia casa, sino también construirse su casa de verano. No obstante, este
bienestar contrasta con el sufrimiento expresado en lo que significa vivir desfasado -o a
contramano- de la familia. Esta aparece para los trabajadores como una frustración
constante. Esta reflexión se fue consolidando a lo largo de nuestro trabajo de campo, en el
momento que observamos que en los relatos de los trabajadores aparecen expresiones que
se reiteran tales como: “no pasás tiempo con la familia”, “toda la familia hace turnos”,
“cuando vuelvo del trabajo todos están durmiendo”, “es mejor ser soltero”, “las fiestas
nunca las pasás con tu familia”, “nunca ves a tus hijos”, etc.
En este sentido, una de las mayores preocupaciones (históricas) de los trabajadores
petroleros tiene relación con el incumplimiento constante y sistemático que se produce con
la familia. Los turnos rotativos hacen de la planificación familiar un caos al momento de
organizar eventos importantes como casamientos, fiestas, cumpleaños, etc. Y asimismo, la
largas jornadas de trabajo, y más aún de aquellos que hacen permanencia en los cerros,
enfrenta a los trabajadores a una dinámica en el espacio doméstico que, más de una vez, les
es ajena.
3. a La familia como pérdida
Una de las preguntas que realizamos con frecuencia a los trabajadores que hemos
entrevistado en sus casas es “¿qué se gana y que se pierde con el trabajo petrolero?” Casi de
forma unánime, se asocia la ganancia con el dinero y la pérdida con la familia. Un
enganchador de un equipo lo sintetizó de la siguiente manera:
“Las ventajas de esto es que te podés dar muchos gustos… que con otros trabajos no te los
podés dar. Yo creo que trabajando de carnicero no podría haber llegado a la casa que
tengo hoy. Ni comprarme el terreno para hacer mi casita en la cordillera. La desventaja,
bueno, como te dije, no podes disfrutar de la familia. A la familia casi la perdés”.
(Enganchador. Entrevista realizada en 2013)
Como hemos dicho, la industria del petróleo otorga salarios muy por encima de la media de
Comodoro Rivadavia y en general de todo el territorio Argentino. Por ello, aparece de
forma frecuente la tajante afirmación que “la elección del trabajo es solo por el dinero”. Y
también se reitera la idea de que “es la familia lo primero que se pierde”, aunque culmina
justificándose por la seguridad económica a largo plazo que otorgan los altos salarios a esa
misma familia que se pierde: gran dilema al que se enfrentan los trabajadores petroleros.
El siguiente relato, seleccionado entre otros muchos del mismo tenor, nos brinda una idea
concisa de la pérdida, en términos históricos y generacionales:
“Mi viejo dejó todo por YPF. Nos crió a nosotros laburando en YPF. Ahora, vos me
preguntás si lo vi, te digo que no..., no lo vi nunca. Cumpleaños míos, mi viejo no estaba.
Sábados o domingos, mi viejo laburaba. Cuando ya empecé a salir de noche, cuando volvía
a eso a las cinco o seis de la mañana, mi viejo ya estaba preparándose para salir. Nos
sentábamos a comer y él nos daba un beso y se iba a laburar. Hoy todo esto que te cuento
lo viven mis hijos conmigo. Ellos vienen, yo me voy; ellos se van, yo vengo. Es una cosa de
locos. Los domingos no estoy, las fiestas capaz zafo y estoy. O no. Y cuando estoy, me
caigo de sueño y no tengo ganas de nada. Ni te digo con mi mujer... Cuando vuelvo le
pregunto: contame rápido lo que hicieron en la semana los chicos”. (Encargado de turno.
Entrevista realizada en 2012).
La continuidad generacional del trabajo petrolero supone también la continuidad en las
experiencias familiares fragmentadas y frustradas. La ausencia de los hombres tiene efectos
concretos en la consolidación de la idea de frustración. Es decir, los trabajadores petroleros
constituyen en sus experiencias un constante sentimiento de incumplimiento respecto de las
obligaciones familiares. Es claro que las formas que adquieren los procesos de trabajo
imponen condiciones en los espacios fuera del trabajo. En la industria petrolera los
condicionantes toman una especificidad particular dada las características históricas de los
turnos rotativos.
Siempre que hemos entrevistado a trabajadores del oro negro nos trasmitieron cierta
sensación de estar ellos en infracción constante dada la imposibilidad de compartir
festividades, recibimientos, casamientos e inclusive tiempo con las mujeres que conviven.
En este sentido, en los pozos de petróleo hemos escuchado un chiste -bastante elocuente y
recurrente- que vincula las largas ausencias con la imposibilidad de tener sexo: este cuenta
que entre los petroleros hay más sexo en el trabajo que en sus casas. Esto es porque de lo
único que se habla en los pozos de petróleo es de sexo y en sus casas no pasa nada. De acá
también se desprende el mito extendido que los petroleros son “cornudos”, dado que no
satisfacen a sus mujeres de forma sexual. Varias cuestiones se desprenden de estas
apreciaciones, las cuales forman parte de las preocupaciones de los trabajadores petroleros:
en primer término, aparece el lugar común en el que se sitúa socialmente a la mujer como
propensa a cometer actos de infidelidad, debido a la falta de control de los hombres. Y
como los hombres están ausentes por mucho tiempo, la infidelidad es una amenaza latente a
la a la virilidad/ honor masculino y a la capacidad de controlar los cuerpos de las mujeres.
En segundo lugar, aparece la jornada de trabajo como elemento frustrante de la capacidad
sexual del hombre. Respecto a esto, en uno de los pozos de petróleo que hicimos trabajo de
campo hemos repetido la pregunta “¿que se pierde con el trabajo petrolero?”: en tono de
auto-ironía uno de ellos, ante la mirada atenta y las carcajadas de otros compañeros,
representó lo que sería un animal con cuernos -simulados por las manos en la cabeza- y con
joroba. En el momento entendimos que las manos hacían alusión a la idea de “cornudo”, no
obstante quedamos atónitos respecto de la representación de la joroba. Mientras este
hombre-animal pegaba saltidos de una pierna a otra, preguntamos por la joroba, y todo el
colectivo de trabajadores que habían comprendido con claridad el chiste, nos respondieron
entre risas que eso no era una joroba, sino como quedas después de trabajar en el petróleo.
Inmediatamente varios nos relataron la cantidad de hernias de disco que tenían; un jefe de
turno de 20 años de antigüedad llego a contabilizar 6 hernias.
Ese animal antropomórfico que represento uno de los trabajadores petroleros revela los
efectos sociales de las largas ausencias de los trabajadores respectos de sus familias. Es
decir, la ausencia de los trabajadores de sus casas se expresa en clave de género, por el
temor de perder el bien más preciado de la masculinidad: el dominio del cuerpo femenino.
Los cuernos del animal representan ese miedo que ataca directamente a la virilidad. El
cuerpo torcido demuestra la plena conciencia de los trabajadores respecto de las largas
jornadas de trabajo y el desgaste prematuro de sus cuerpos. La actuación del animal con
cuernos y doblado, es la personificación penosa de los efectos sociales y disruptivos que
imprime el proceso de trabajo fuera del ámbito laboral y las consecuencias precisas de las
condiciones de trabajo sobre los cuerpos de los trabajadores. Se sintetiza así, la relación
entre jornada de trabajo, desgaste físico y las relaciones familiares.
3. b “Sapos de otro pozo”
En las entrevistas que realizamos, la familia aparece atada a la idea de pérdida o
frustración, y el trabajador siempre se sitúa -al menos ante el investigador que pregunta- en
una situación de infracción respecto de la familia. Esta situación no solo se produce por el
poco tiempo que se pasa en el espacio doméstico, sino también, por los momentos en el que
se está con la familia. Cuando el trabajador retorna aparecen cortos circuitos muy típicos
del universo del oro negro:
“Cuando llego parece que molesto. Al tiempito que estoy de franco ya mi nene me dice
‘papá, cuándo te vas’. No me aguantan, me echan… Y no los culpo, si no estoy nunca en
casa. Y cuando vengo tengo que reconocer que me irrita todo. Quiero silencio, quiero
dormir tres días seguidos y, bueno, ahí es cuando se pudre todo. Vivo desfasado. Lo peor
es cuando quiero opinar sobre algo de la casa, directamente nadie me da bola. (Risas)”.
(Operador de boca de pozo. Entrevista realizada en 2013).
Como los turnos implican ausencias prolongadas de los hombres, cuando estos vuelven a
sus casas se sumergen a una dinámica completamente ajena a la dinámica del mundo del
trabajo. Los petroleros que hacen permanencia en los pozos, en los momentos de franco
laboral, necesitan los primeros días para acostumbrarse a la convivencia con las mujeres y
los hijos/as. Luego de catorce o veintiún días de trabajo en un universo monopolizado por
actividades laborales y significantes masculinos, el espacio doméstico se presenta como un
universo ajeno para los trabajadores del oro negro. Asimismo, sucede también, que las
mujeres toman decisiones en el manejo de los hijos/as y la casa en general sin realizar
ninguna consulta a los hombres. Es claro que la división sexual divide roles, no obstante
aquí, adquiere una contundencia particular producto de la organización de los turnos con
permanencia en los equipos. Esto produce cierta tensión cuando los hombres están de
franco e intentan tomar algún tipo de decisión en las casas. Cabe aclarar que los
trabajadores de cierta jerarquía como encargados de turno, jefes de equipo o supervisores,
por ejemplo, están acostumbrados a tomar todo tipo de decisiones es sus ámbitos de trabajo
y a dar órdenes a otros hombres. En consecuencia, los momentos de franco son tiempos de
tensión y disputa, que más de una vez culmina en episodios de violencia de género. Una
posible explicación de esta situación, sea quizás la confrontación de dos dinámicas: la
esfera doméstica, caracterizada por ser autónoma respectos de los hombres –excepto en la
producción del dinero- y en el que las mujeres toman todo tipo de decisiones; y la esfera
productiva caracterizada por valorizar y fomentar aquellas prácticas y representaciones
vinculadas a la consolidación de un sujeto fabril-petrolero-masculino y con una profunda
organización jerárquica de los roles. La idea de la adaptación a la familia, que aparece con
frecuencia en los relatos de los hombres en los momentos de franco laboral, evidencia ese
desfasaje de una esfera a otra.
En este contexto, algunos expresaron “sentirse sapos de otro pozo” en su misma casa: la
metáfora es elocuente, dado que es en el pozo de petróleo en el que se sienten cómodos. Tal
desfasaje que imprime el trabajo en turno desemboca en el sentimiento de ser un “extraño”
en su propia casa. Los turnos van rotando, por lo que se trabaja de noche y se duerme de
día, a destiempo de toda la familia. Los hábitos a los que están acostumbrados los hombres
en los lugares de trabajo llevan a una tensión constante. En una de las entrevistas que
hicimos a una familia de un petrolero surgió la siguiente cuestión:
“Y por ahí yo vengo y escucho el televisor a un volumen alto”.
[Interrumpe la mujer] “Alto es poco. Yo se lo digo, que lo pone demasiado alto. A veces lo
dejo… Me la banco porque sé que con el ruido del motor y todo él perdió un poco la
audición”.
“Y…, todos estamos medio sordos. Generalmente estamos sordos de la oreja izquierda
porque los equipos están del lado izquierdo”. (Maquinista. Entrevista realizada en 2013).
Las secuelas físicas como la sordera se hacen evidentes en los momentos en que los
petroleros retornan a sus casas y se enfrentan con una dinámica familiar ajena, producto del
prolongado tiempo laboral, que ocupa la mayor parte de sus vidas. Durante el trabajo, dado
el ruido infernal y constante que producen las máquinas de perforación, la sordera no
resulta ser un problema: muchos padecen este mismo problema o mismo el ruido a turbina
de avión constante que hacen las máquinas obliga a andar gritando todo el tiempo.
En el momento del franco, la disminución auditiva expone a los trabajadores a una tensión
lógica con los integrantes de la familia. Uno de los hijos de un petrolero nos relataba que
cuando su papá volvía “jorobaba” a toda la familiar: “para empezar tenes un sordo en casa
mirando televisión al palo...le hablas y no te escucha”. La sordera, como padecimiento
físico, es una de las derivaciones más frecuentes del proceso de trabajo junto con las
hernias de disco anteriormente nombradas.
En definitiva, el espacio doméstico constituye para los hombres un lugar de confrontación,
no solo porque representa el dominio de la mujer que lo cuestiona, sino porque constituye
un espacio virtualmente desconocido en el marco del ethos que conforma al sujeto fabril-
petrolero-masculino. Esta confrontación abona, como hemos resaltado, a situaciones de
violencia hacia las mujeres.
4. “SUCIOS, CORNUDOS Y BORRACHOS”
Comodoro Rivadavia se encuentra partida en dos por el cerro Chenque. Históricamente, de
un lado estaban los barrios petroleros de YPF y las empresas privadas, y del otro, el centro
de Comodoro. Esta partición de la geografía comodorense es la fiel metáfora de una
sociedad dividida. Uno de nuestros contactos claves en la ciudad patagónica, que no
pertenece al mundo del petróleo, lo sintetizó taxativamente: “Acá están ellos y nosotros”.
Al preguntar quiénes son ellos y quiénes nosotros, respondió: “ellos, los petroleros;
nosotros, el resto del mundo que vive acá”.
En el trabajo de campo surgieron con frecuencia estos argumentos. Evidencian una tensión
fácil de apreciar en la ciudad. Con sus matices, se reiteran en entrevistas, charlas
informales, medios de comunicación, intercambios vía redes sociales (aquí más
violentamente dado el inherente anonimato), etc. Esta tensión de la sociedad está
fomentada, en parte, por las diferencias salariales de los trabajadores del oro negro en
relación con el resto de la comunidad. El salario de un “petrolero” puede rondar los 30.000
o 40.000 pesos, lo que le permite un acceso al consumo alto en comparación con lo que
habilita el salario promedio de la ciudad.
Sobre los petroleros, recaen todo tipo de prejuicios y estereotipos. El prejuicio naturaliza la
relación entre grupos (en este caso, entre aquellos que están vinculados con la industria
petrolera y aquellos que no). Es importante afirmar que el prejuicio comprende a la
totalidad de los colectivos en cuestión. Si bien puede dar pie a una situación concreta de
discriminación entre dos personas particulares en una situación puntual, el prejuicio surge
en tanto la persona es miembro de un colectivo, no por sí misma. Por lo tanto no se da entre
individuos sino entre colectivos. En nuestro caso la tensión entre los dos grupos: petroleros
y no petroleros. Los prejuicios que son posibles escuchar acerca de los petroleros es que
son “son negros”, “no saben comprar”, “son ordinarios”, son “negros con plata”, “son
brutos”, “son grasas”, “no saben ni hablar”, etc. Los sentidos encerrados en cada uno de
estos prejuicios estereotipados han sido analizados como parte de una estructura de
relaciones histórica en la ciudad petrolera (Palermo, 2014) y también como un “desacople
entre capital económico y capital cultural” Natalia Barrionuevo (2013). El sentido común
que se cristaliza sobre los trabajadores petroleros abona a un imaginario grotesco de
“macho” fanfarrón como consecuencia del dinero que ganan. El capital económico con que
cuentan los petroleros potencia este prejuicio. Esta mirada no es ajena a la una historia
argentina, sostenida sobre la ficción liberal de un nosotros -ideal- blanco y europeo. En
especial estos sentidos se consolidaron desde el período del primer peronismo y en
particular a partir de la ampliación de derechos y posibilidades a la que pudo acceder la
clase obrera. Este proceso de descalificación hacia los sectores de los trabajadores (el
“aluvión zoológico” por ejemplo) tiene expresiones históricas y más en particular sobre los
trabajadores que realizan tareas manuales.
Ahora bien, nos interesa la mirada que construyen los trabajadores petroleros del resto de la
comunidad de Comodoro Rivadavia y en definitiva del espacio fuera del trabajo. Los
petroleros tienen bastante claridad de esta mirada “grotesca” que se les atribuye. En el
siguiente fragmento de entrevista se aprecia esta reflexión:
“El trabajo te quita mucho, sí. Otra cuestión es la mala imagen que tenemos acá”
[haciendo referencia a Comodoro tenemos]
Pregunta: “¿Como te das cuenta de eso?”
Respuesta: “Y te das cuenta. Cuando te miran con esa cara de mierda y envidiosos…la
opinión pública es malísima…”
Pregunta: “Pero qué les dicen?”
Respuesta: “Y, que ganamos mucha guita, que por culpa nuestra se deforman los precios,
que hay precios altos, que somos unos borrachos. Somos sucios, cornudos y borrachos”
(se ríen)”. Pero que vengan y hagan el laburo que hacemos nosotros…son maricones…no
se la bancan ni a palos lo que hacemos nosotros. No es para cualquiera” (Jefe de campo-
supervisor. Entrevista realizada en 2013)
En este relato se pone en evidencia una tensión que late con fuerza en la estructura de las
relaciones de la sociedad de Comodoro Rivadavia y que expresa un ejemplo paradigmático
para comprender las tensiones que se suscitan en otras ciudades con características de
enclave fabril. Dicha diferencia fomenta la disputa entre unos y otros. Los petroleros
afirman -con mucha razón- que el trabajo que ellos realizan “no es para cualquiera”,
mientras gran parte de la comunidad comodorense deposita en los trabajadores del oro
negro todo tipo de prejuicios que culminan por construir un grotesco de fantasía. Sin
embargo, del fragmento anterior nos interesa resaltar la siguiente parte: “Pero que vengan y
hagan el laburo que hacemos nosotros…son maricones…no se la bancan ni a palos lo que
hacemos nosotros. No es para cualquiera”. Las condiciones de trabajo de los petroleros
son realmente duras: al clima se le suma la peligrosidad de las condiciones laborales, las
cuales se potencian por el uso de componentes inflamables, estructuras tubulares y
herramientas sumamente pesadas. Cualquier golpe o raspón puede ser de mucha gravedad,
siendo que son bastante frecuentes los accidentes aunque no sean abiertamente
contabilizados: en muchos entrevistados se hace evidente amputaciones, particularmente en
las manos. En este contexto, la idea de “bancarse el trabajo” resulta una afirmación
frecuente en el universo petrolero. Más de una vez hemos registrado la frase que estar en
los pozos de perforación es “cosa de hombres” y por eso “hay que bancársela”. Estas
expresiones nos suscitan algunas preguntas: ¿podemos pensar que desde las
representaciones de los trabajadores petroleros el universo de la Ciudad de Comodoro
Rivadavia esta atravesado por sujetos, invariablemente que sean hombres o mujeres,
cargados de significantes femeninos?. Podemos pensar que ser “maricones” como plantea
nuestro entrevistado ¿es feminizar el espacio fuera del trabajo y todos aquellos cuerpos que
lo habitan? Preguntas que, por el momento, quedarán abiertas a un posterior análisis.
5. CONCLUSIONES
En esta ponencia nos interesó reflexionar, desde una mirada situada desde la antropología
del trabajo, problemáticas que fueron, en gran medida, investigadas por los estudios de
género y en particular por los estudios referentes a las masculinidades. Cabe decir que
resulta fructífero, a nuestro entender, nutrir la propuesta de los estudios del trabajo con los
estudios de las masculinidades. Esto nos permite pensar, no solamente como los varones
“se hacen” -y no nacen- sino como juega la organización de los procesos de trabajo en la
configuración de la masculinidad. Pero no desde una mirada ingenua que naturaliza
intereses vinculados con la conflictiva relación capital-trabajo; sino construir una propuesta
analítica que devele las relaciones entre la masculinidad hegemónica y las pretensiones
concretas de las administraciones empresarias.
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