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El tratamiento apropiado de lashipótesis
Charles S. Peirce www.una v.es
http://www.unav.es/gep/TratamientoApropiadoHipotesis.htmlhttp://www.unav.es/gep/TratamientoApropiadoHipotesis.html
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El tratamiento apropiado de las hipótesis(Capítulo preliminar para un examen
del argumento de Humecontra los milagros, en su Lógica y en
su Historia)
Charles S. Peirce (1901)
Traducción castellana de Roberto Narváez(2009)
MS 692. Este texto es el segundo de unaserie de tres que Peirce redactó en susintentos de satisfacer la petición que Samuel
Langley, el entonces secretario del Smithsonian Institute, le hizo a través de unacarta fechada el 3 de abril de 1901, y consistíaen examinar el cambio en la idea de “leynatural” desde la época de David Hume,concretamente desde que éste publicó su
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famoso ensayo sobre los milagros (como el capítulo X de su obra An Inquiry ConcerningHuman Understanding ). El proyecto era
incluir el escrito en el informe anual del Smithsonian. Sin embargo, las formas en que Peirce abordaba el asunto contrariaban unay otra vez las expectativas de Langley. Losdos hombres trataron de conciliar susvisiones en un intercambio epistolar que se
prolongó hasta septiembre. Al final ningunade las diferentes versiones fue aceptada. Esteartículo en particular, no obstante, muestracon claridad el valor que concedía Peirce al estudio minucioso de los métodoshistoriográficos como una instancia crucial
en el desarrollo de la lógica objetiva. La fuente del texto adoptado para estatraducción es Carolyn Eisele (ed.), HistoricalPerspective’s on Peirce’s Logic of Science. A History of Science, Mouton Publishers, Berlin/New York/Amsterdam, 1985, Vol. 2, pp. 890-904.
Los instructores psicológicos de mis días deuniversidad solían decirme que cuando se observa
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a un perro actuar como si razonara, éste actuabaen realidad no a partir de la razón, sino de la"asociación de ideas". Pero un estudio más
avanzado me enseñó que eso era un abusoimpactante de una frase que fue inventada paramarcar el descubrimiento más grande jamásrealizado en la ciencia de la mente, a saber, quetodas las operaciones del alma tienen lugar deacuerdo con una fórmula general que se aplica
tanto al razonamiento como a la acción instintiva.(La edición de Sir William Hamilton de las obrasde Thomas Reid muestra que Aristóteles habíaformulado cuidadosamente la ley de asociación.Pero Aristóteles no percibió que ésta gobiernatodas las operaciones de la mente. Ese gran
descubrimiento fue hecho sólo por Gay —1733 y 1747, siendo la última fecha la de un tratadoanónimo que el Dr. Samuel Parr, en una notataquigrafiada que poseo, atribuye a su autorincuestionable—, a quien se le ha hecho tan escasausticia que no puedo encontrar siquiera su primer
nombre, aunque eso al menos sería fácil deaveriguar en las listas del Sidney Sussex Collegede Cambridge. No me confiaré a mí mismo elcalificar el intento de los alemanes de reclamar eldescubrimiento, bajo un nombre modificado, para
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su propio pueblo). Luego, en 1863 aparecieron lasectures on the Minds of Men and Brutes
("Conferencias sobre las mentes de los hombres y
los brutos") de Wundt, las cuales enfatizabantanto la analogía entre los procesos depensamiento del perro y los del filósofo que yo,por una vez, perdí de vista temporalmente ladistinción que mis viejos profesores habían hecho—una distinción de sustancial importancia, a pesar
de su manera viciosa de expresarla.Ciertamente los perros, en ocasiones, razonan
realmente. Una vez vi al perro de un ciclista correrhacia un camino desconocido detrás de su amo,quien lo aventajaba por varias millas. El perrollegó a una bifurcación en el camino y, perplejo, se
detuvo. Tras examinar primero un camino y después el otro, regresó a la bifurcación, se sentó y esperó. Después de un tiempo, otro ciclista pasópor el camino en la misma dirección, y medianteuna investigación me convencí de que éste eracompletamente desconocido para el perro. Perotan pronto como el perro vio el camino que tomóel segundo ciclista, echó a correr por ese mismocamino a máxima velocidad, dejando muy atrás alciclista de quien había obtenido su información.Ese perro había ciertamente razonado. Por otro
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lado, estoy igualmente convencido de que loshombres a menudo piensan que han actuado porla razón, y se dirán a sí mismos cuál fue su
razonamiento, cuando no han razonado enabsoluto, habiendo sido su presunto procesoinventado con posterioridad.
Rehúso llamar proceso mental alrazonamiento a menos que la conclusión seaaprobada deliberadamente y el procedimiento
entero se halle bajo control consciente, de maneraque esté abierto a la autocrítica. Porque si no esasí, aunque sea satisfactorio o de otra manera,usto como lo es la acción del corazón de un
hombre, no puede sin embargo estar sujeto acensura o alabanza. Ahora, la distinción entre las
acciones que deberían ser ejecutadas de una forma y los movimientos de la mente que no pueden serinfluenciados directamente, es demasiadoimportante para ser dejada sin señalar contérminos apropiados. Lo que yo significaría conrazonamiento es o bien un razonamiento correctoo uno incorrecto. La lógica, en efecto, puede serconsiderada como una rama de la ética. Elrazonador lógico pone una restricción a sustendencias naturales de pensar sobre un principio,igual [que] el hombre moral lo hace con todas sus
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acciones.En ese sentido, cada vez que un hombre
razona realmente es clara u oscuramente
consciente de que su inferencia presentepertenece a una clase general de casos en loscuales podría extraerse una conclusión análoga; y su aprobación de este razonamiento consiste enuna creencia en que actuando sobre el mismoprincipio en todos los casos él estará
incrementando en general su conocimiento másque si no extrajese tales conclusiones. Si esto es
verdadero, como la auto observación del lectorpodrá convencerlo de que lo es, un hombre nopuede realmente razonar sin tener algunasnociones acerca de la clasificación de los
argumentos. Pero la clasificación de losargumentos es el asunto principal de la ciencia dela lógica; así, todo hombre que razona (en elsentido mencionado arriba) tiene necesariamenteuna ciencia rudimentaria de la lógica, buena omala. El argot de las universidades medievalesllamaba a esto su logica utens —una "lógica enposesión"—, en distinción a la logica docens, o ladoctrina legítima que ha de aprenderse porestudio.
Una ciencia de la lógica completamente
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satisfactoria sería uno de los conocimientos más vitalmente importantes de todos losconocimientos posibles referentes a todas las
cuestiones controvertidas y desconcertantes, talcomo la del método apropiado de tratar losdocumentos históricos. Por desgracia, sinembargo, la ciencia aún permanece en ese estadode desarrollo en el que sus primeros principiosestán en disputa entre aquellos que han
consagrado sus vidas enteras a elucidarlos. Esdeseable averiguar las causas de este lamentableestado de cosas, a fin de que se pueda remediar.
lgunas de ellas me parecen manifiestas. Podríamencionar, primero, el hecho de que la prácticadebe preceder en cierta medida a la teoría. ¿Podría
uno, por ejemplo, esperar una buena lógica delrazonamiento científico en la Edad Media, cuandonadie se ocupaba de practicar el razonamientocientífico? Muy bien, es sólo a partir de
Weierstrass, fallecido hace apenas unos años, queincluso los matemáticos han hecho esfuerzos pararazonar con precisión; y en tanto que ni siquieralos pensadores más exactos, como ciertamente y por mucho lo son los matemáticos, no se veían enla dificultad de razonar con precisión ¿cómopodría esperarse que surgiera y creciera una
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ciencia exacta de la lógica? En segundo lugar, unhombre no puede cultivar una ciencia puramenteteorética a menos que sea rico o se halle en una
posición en la cual recibirá comida y atavío acambio del tiempo que consuma en ese empeño.No importa cuán devoto pueda ser a ese estudio,descubrirá —como lo sé yo, para mi desventaja—que los obstáculos materiales son casiinsuperables, especialmente cuando casi todo
hombre en este planeta tiene la presunción de serel único individuo que nunca razona mal. Ahora,las cátedras de lógica han sido usualmentellenadas desde los seminarios teológicos —y nodiré que desde sus posos. Como sea, los escritoressobre lógica principalmente respiran la atmósfera
del seminario, donde la idea de y el sentimientopor la verdad se hallan en un estado retrógrado dedesarrollo. No se requiere de un grandiscernimiento para ver, por ejemplo, que la obradel gran lógico matemático Boole padeció por susnociones teológicas. Las dos causas que hemencionado han sido demasiado reales einfluyentes; sin embargo, han sido débiles encomparación con una tercera.
Si preguntamos por qué la vasta inteligenciade Aristóteles fracasó tan completamente en física
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como lo hizo, en comparación con sus éxitos entodos los demás ámbitos de su actividad, suslibros de física están ante nosotros para
mostrarnos muy claramente la razón: fue quecompartió con casi todos los griegos la opinión deque la física era una ciencia en la que erapeculiarmente deseable adoptar perspectivasamplias y no descender a las minucias. Que esteera el secreto del asunto se demuestra por el
hecho de que los pocos griegos que no estuvieroninoculados con esta noción —Arquímedes,Eratóstenes, Hiparco, Posidonio y Ptolomeo—tuvieron gran éxito en las investigaciones físicas.Galileo y los otros fundadores de la físicamoderna, aunque su objetivo era elevarse hasta
las leyes generales tan rápidamente comopudieran, siempre basaron sus conclusiones en laobservación y el razonamiento minuciosos. Elobispo Berkeley intentó ser sarcástico cuandollamó a los miembros de la Royal Society "filósofos minuciosos" (minute philosophers);pero ellos, por su lado, estaban plenamentecontentos con la designación. Ahora, la opiniónque los griegos tenían de la física es precisamentela opinión general de los modernos sobre la lógica.Para mí es muy asombroso encontrar incluso
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científicos, y hasta físicos, cuyos razonamientosson de lo más exacto y minucioso en sus propiosámbitos, que no sólo razonan vagamente sobre
lógica, sino que se hallan evidentementeimpresionados con la idea de que el razonamiento vago y general es meritorio en lógica. Esta, en miopinión, es la razón principal de que la gran masade lo que ha sido escrito sobre la materia entiempos modernos carece tanto de valor como la
física de Aristóteles. La lógica de los teólogosmedievales, estrecha como era, es en todo casomás sólida hasta donde llega que el volumen de laespuma que el siglo XIX ha condenado alestudiante a atravesar. De los libros inglesespuedo reconocer que, si bien carecen de agudeza
científica, al menos están marcados por el buensentido y gusto literario; pero los de Alemania notienen ninguno de los tres méritos. Si losmodernos estuviesen de acuerdo mutuamente,parecería sin duda presuntuoso de mi parteformular tal juicio; pero ya que hay unas doceescuelas y los partidarios de cada una declaran quetodos los otros se han equivocado completamente,acepto con fe implícita su declaración autorizadasobre el único punto en el que todos ellosacuerdan unánimemente —el del poco valor de
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cualquiera de ellos que puede mencionarse.Mientras tanto ha habido, desde la aurora de
la ciencia moderna, algunos pocos individuos que
han creído en investigar la lógica conminuciosidad y exactitud. En el pasado fueron, porejemplo, Pascal (1623-62), Nicolas Bernoulli(1687-1759), Euler (1707-83), Ploucquet (1716-90),Lambert (1728-77), La Place (1749-1827), DeMorgan (1806-71), Boole (1815-64); y unos pocos
hombres en diferentes países aún continúan, bajotodos los desánimos posibles, los mismosmétodos de estudio. Pocos como han sido, hanlogrado algunos avances, entre los cuales puedemencionarse el origen y el desarrollo de la teoríade probabilidades (que se usa continuamente hoy
en las ciencias exactas y en el negocio de lasaseguradoras), la lógica de relativos (que haarrojado una nueva luz sobre todas las partes de lalógica) y la teoría exacta del razonamientoinductivo, una forma de inferencia previamentedesconocida llamada silogismo de la cantidadtranspuesta, la teoría de la inferencia Fermatiana,un análisis de la lógica del número, la multitudinfinita y la continuidad, pasos considerables engeometría tópica (la cual subyace a la geometríaproyectiva como ésta, a su vez, subyace a la
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geometría métrica), contribuciones a muchasramas de las matemáticas puras, sistemas pararepresentar en formas intuitivas las relaciones
entre premisas y conclusiones, y otras cosas desimilar naturaleza.La franqueza me compele a admitir que la
gran mayoría de los profesores universitarios delógica desdeñan todo esto aún más enérgicamentede lo que se desdeñan unos a otros; y mientras
persista este estado de cosas —como lo hará porotra generación— no puede aseverarse que sehayan establecido los principios de la lógica exacta
y minuciosa. No obstante, podría quizá resultarque las opiniones de un hombre que ha dedicadoaños al estudio arduo y minucioso de los
principios sobre los cuales el testimonio históricodebe ser juzgado no están, después de todo,mucho más alejadas de la verdad del asunto quelas resultantes de ociosas reflexiones ocasionales
y razonamientos vagos; y desde esa perspectiva ellector puede considerarlas dignas de atención, asísea meramente como asunto de curiosidad. Laspruebas de sus alegatos, que el lógico exactoestaría bien preparado para aducir, deben aquísuprimirse porque se las podría encontrardemasiado matemáticas y fatigosas para el lector.
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lgunas pocas consideraciones muy secundariaspueden mencionarse aquí. Tras este prefacio y reconocimiento no se me puede entender mal al
expresar positivamente aquellas posicionesrespecto a las cuales asumo la responsabilidad dedecir que el examen crítico me ha hecho confiaren que están destinadas a la aceptación general,con el tiempo.
En tiempos antiguos la mayoría de los
filósofos solía declarar que el material de nuestroconocimiento es en parte un regalo de nuestrossentidos y en parte del ojo de la razón. Otrosdijeron que proviene exclusivamente de lossentidos, y unos pocos, que el conocimiento
verdadero sólo proviene de un poder innato de
conocer. Hoy parece que la primera opinión esincorrecta y las otras dos correctas en diferentessentidos. Se verá más abajo en qué sentido todoconocimiento es el desarrollo de un poder interiorde conocer. Que todo nuestro conocimiento sefunda en la observación es verdadero en estesentido; que todo depende de la observación es
verdadero en este sentido: que todo depende deerceptos ( percepts), es decir, conocimiento
directo de las cosas percibidas, y que la críticalógica no puede ir detrás de los perceptos. Los
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psicólogos nos prueban que los perceptos sonellos mismos productos de operaciones mentales y muy diferentes de las primeras impresiones del
sentido. Pero esas operaciones están más allá denuestro control y sólo pueden ser criticadas en elsentido en que el funcionamiento óptico del ojopuede ser criticado. Para los propósitos de lalógica, entonces, los perceptos son los primerosdatos del conocimiento.
Ahora, nuestros perceptos y observacionesdirectas se relacionan exclusivamente con lascircunstancias que casualmente existieron cuandofueron hechas, y no con ninguna ocasión futura enla que podríamos dudar sobre cómo actuar. Enconsecuencia, los hechos observados, en sí
mismos, no contienen conocimiento prácticoalguno; y a fin de obtener tal conocimiento sedeben hacer añadidos a los datos de la percepción.Cualquier proposición agregada a los perceptos,tendiente a hacer que tales datos iluminen otrascircunstancias distintas a aquellas bajo las cualesfueron observadas, puede llamarse hipótesis. Porejemplo, es una hipótesis que trece de lospresentes Estados Unidos fueron anteriormentecolonias de Gran Bretaña. Porque [esto] no puedeser directamente observado. Todo lo que podemos
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observar es que se afirma así en los libros y en latradición, y que dicha afirmación se apoya enalgunos monumentos de diversas clases.
Comencemos, pues, examinando losprincipios sobre los cuales se debería tratar a lashipótesis en general; después de esto podemosinquirir hasta qué punto hay algo peculiar sobrelas hipótesis de la historia que demande untratamiento diferente, y llegar así a la
consideración del famoso argumento de Hume. Ahora, en una investigación acerca de una
hipótesis en general hay que reconocer tres etapasclaras, estando tales etapas gobernadas porprincipios lógicos enteramente diferentes. Laprimera etapa consiste en la invención, selección y
consideración de la hipótesis. A esto lo llamoabducción. La segunda etapa consiste en laaplicación a la hipótesis de hechos que,simplemente como hechos —sin importar cómollegaron a presentarse a sí mismos—, tienden afortalecer o debilitar la hipótesis. Llamo a esto ladeducción. La tercera etapa consisteprincipalmente en basar predicciones en lahipótesis, probar esas predicciones mediante elexperimento y, en tanto que sean exitosas,conceder a la hipótesis una cierta medida de
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creencia. Cuando hablo de "predicciones" merefiero a predicciones hipotéticas, pues en tantono nos hallamos aún satisfechos con la verdad de
la hipótesis no debemos enunciar rotundamentelas predicciones basadas en ella. A esto lo llamo lainducción. Difiere de la deducción en esto: en quesi los resultados de los experimentos no sehubieran predecido al menos virtualmente, notendrían la misma fuerza probativa, quizá ninguna
en absoluto. Hablando más generalmente, lafuerza de esta tercera clase de razonamientodepende esencialmente, en parte, del hecho de queel experimentador ha seguido una cierta línea deconducta. Ahora, deductivamente no podríaafectar de ninguna manera a un argumento sobre
un hecho externo de que el argumentador haelegido comportarse de una manera en lugar deotra. Esto sí afecta a la inducción, porque ésta serelaciona con el curso usual de la experiencia, y laconducta del experimentador ha sido tal comopara proporcionarle un ejemplo adecuado delcurso de la experiencia. Por ejemplo, cuandoMendeléiev publicó la ley periódica de laspropiedades de los elementos químicos predijo laspropiedades principales —y algunas de ellas eran
bastante extrañas— de tres elementos
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desconocidos, el galio, el escandio y el germanio,los cuales fueron efectivamente descubiertos pocodespués. Estas predicciones notablemente
exitosas indujeron correctamente a todos losquímicos a creer en la ley. Pero si se hubieraaveriguado más tarde que Mendeléiev habíatenido un conocimiento secreto de esoselementos, y los había adaptado furtivamente a suley de propiedades, esta ley habría sido revertida al
estado de una teoría ingeniosa pero no verificada.No necesito decir, espero, que de hecho ningúntruco semejante fue realizado por el grandescubridor. Un hombre puede ajustar una teoríaa hechos que conoce; pero si la misma teoría sepliega a hechos que no conoce, sólo la naturaleza,
no él, puede haber logrado la conformación.El servicio preciso que presta la inducción, en
todo caso, es mostrarnos el valor que toma unacantidad en el curso presente promedio de laexperiencia. Hace esto, y nada más. No nosproporciona ninguna generalización ni idea nuevade ninguna clase. Es verdad que la cantidad paracuya evaluación apelamos a la inducción puede serla razón de ocurrencias en la cual se verifica unaley hipotética de la naturaleza, y la respuesta de lainducción puede ser que siempre es verificada —o
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más bien, estrictamente hablando,aproximadamente siempre, porque ningún valoraveriguado por inducción puede asumirse como
algo más que una aproximación. En tal caso, hay un sentido en el que puede decirse que lainducción nos proporciona una generalización. Sinembargo, la posibilidad de que la ley pudiera
verificarse siempre estuvo virtualmente latente enla cuestión "¿con qué frecuencia se verifica?", que
es la cuestión que ponemos a prueba; y lainducción sólo nos ha asegurado la realidad deaquello que tratamos virtualmente como posible.
Antes de abandonar el tema de la inducciónserá bueno señalar que las inducciones se separanen dos clases, las cuales se distinguen por sus muy
diferentes grados de definición y confiabilidad.Toda inducción es razonamiento a partir de unamuestra, siendo la conclusión que la clase entera,como se presenta a sí misma en la experiencia,será similar a la muestra extraída de ella bajocondiciones tan cercanamente similares a las delcurso ordinario de la experiencia como podamos.
hora, los dos casos son aquellos en los cuales lamuestra consiste de unidades que pueden sercontadas o medidas (y la medida es tan sólo unmecanismo para hacer aplicable la numeración) y
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aquellas en las que nada parecido es posible.Poner a prueba la ley periódica sería unainducción de la primera clase, porque el asunto
podría ser controlado numéricamente. Perosupongamos que, mientras viajo en un ferrocarril,alguien llama mi atención sobre un hombrecercano y me pregunta si acaso, de algún modo, setrata de un sacerdote católico. A partir de ahíempiezo a repasar en mi mente las características
observables de los sacerdotes católicos ordinarios,a fin de ver qué proporción de ellas exhibe estehombre. Las características no son susceptibles deser contadas o medidas, y su significado relativoen referencia a la cuestión planteada sólo puedeser estimado vagamente. En efecto, la cuestión en
sí misma no admite una respuesta precisa. Noobstante, si el estilo de la vestimenta del hombre—botas, pantalones, abrigo y sombrero— es talcomo suele verse en la mayoría de los sacerdotescatólicos americanos; si sus movimientos soncomo los que caracterizan a dichos sacerdotes —delatando un similar estado de nervios— y si laexpresión de su semblante —que resulta de unacierta disciplina prolongada— es tambiéncaracterística de un sacerdote, mientras que hay una sola circunstancia muy improbable en un
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sacerdote romano —como usar un emblemamasónico—, puedo decir que no es un sacerdote,pero que lo ha sido o que ha estado cerca de
convertirse en un sacerdote católico. A esta clasede inducción vaga la denomino inducciónabductoria.
Consideremos brevemente la deducción. Sihubiera resultado que las propiedades del galio, elescandio y el germanio estaban en conflicto
insalvable con la ley propuesta por Mendeléiev,ese hecho hubiera refutado la teoría de inmediato.Tampoco la circunstancia de que él hubieraefectivamente predecido otros caracteres hubierahecho la refutación más o menos completa. Loshechos en sí mismos, aparte de toda predicción u
otra circunstancia de la conducta de Mendeléiev alatender a su descubrimiento, habrían decidido lacuestión. Eso, entonces, hubiera sido unainferencia deductiva, aunque una deducción queocurre como un incidente o ruptura de unainvestigación inductiva. Frecuentemente, sinembargo, el razonamiento deductivo no esconcluyente. Supongamos así que la cuestión es siuna persona que me escribe cree o no en lainfalibilidad del papa. Si averiguo, no importacómo, que dicha persona cree en las oraciones por
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los muertos, en la confesión, en el celibato delclero, y en el sacramento del matrimonio, estascircunstancias no cerrarán absolutamente la
indagación, ya que podría tratarse de un "Católicoiejo"; pero sí harán su creencia en la infalibilidaddel papa extremadamente probable. O bien, siaveriguo que el hombre en cuestión es un violentopartisano en política y otras direcciones, y másaún, que ha dado dinero a una institución católica,
puedo argüir justamente que es improbable queun hombre de ése carácter haría tal cosa si noabrazara plenamente el catolicismo. Mas esto noexcluiría el que fuera deseable probar la hipótesis.De nuevo, si averiguo que el hombre en cuestiónes uno en un trío de hermanos casi indistinguibles
física y mentalmente, y que los otros dos aceptanla infalibilidad del papa, esa sería una razónfuerte, aunque no concluyente, para pensar que eltercer hermano comparte la misma opinión. Esto,a su vez, sería fortalecido en una cuarta manera sime entero de que los hermanos criados juntos,aunque muy frecuentemente difieren en cuanto apolítica y otros temas, son, en su mayor parte, otodos protestantes o todos católicos. Todos esosmodos de razonar son deductivos, ya que seapoyan exclusivamente en hechos objetivos y no,
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en absoluto, en el hecho de que el razonador haseguido alguna línea particular de conducta, comopredecir la consecuencia de una hipótesis o
extraer una muestra al azar.Debo ya una disculpa a mi lector por forzarloa digerir todo esto tan rápidamente; y ahora eltercer plato, la abducción, tiene que serdespachado aún con mayor prisa. La abducción esuna ensalada singular cuyos ingredientes
principales son su falta de fundamento, suubicuidad y su confiabilidad. Veremos la clase demezcla que hacen, y entonces habrá terminadoeste fugaz bocado de viajero.
La abducción es esa clase de operación quesugiere un enunciado de ningún modo contenido
en los datos de donde brota. Hay un nombre másfamiliar para ella que abducción, y es nada más y nada menos que conjetura (guessing). Un objetodado presenta una extraordinaria combinación decaracteres, de los que deberíamos tener unaexplicación. Que tengan una explicación es unapura suposición; y si la hay, es algún hecho ocultolo que los explica; mientras que hay, acaso, unmillón de otras formas posibles de explicarlos, sitodas ellas no fueran, desafortunadamente, falsas.Se encuentra a un hombre apuñalado en la
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espalda en las calles de Nueva York. El jefe depolicía podría abrir un directorio y poner su dedoen cualquier nombre y conjeturar que ése es el
nombre del asesino. ¿Cuán valiosa podría ser esaconjetura? Pero el número de los nombres en eldirectorio no se aproxima a la multitud de posiblesleyes de atracción que hubieran explicado las leyeskeplerianas del movimiento planetario, y que,anticipándose a la verificación mediante
predicaciones de perturbaciones, etc., las hubieranexplicado perfectamente. Newton, se dirá, asumióque la ley sería simple. Pero, ¿qué fue eso sinoapilar conjetura sobre conjetura? En la naturalezaseguramente son más vastos los fenómenoscomplejos que los simples. Por su misma
definición, la abducción conduce a una hipótesisque es enteramente ajena a los datos. Aseverar la
verdad de su conclusión de manera tan dudosasería demasiado. No hay garantía para hacer algomás que ponerla en forma interrogativa. Estoparecería inocente, mas si la interrogaciónsignifica algo, ese algo es que ha de probarse.
hora, probar por experimento es un asunto muy caro, dado que implica un gran dispendio dedinero, tiempo y energía; de este modo, sólopueden probarse comparativamente pocas
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hipótesis. Así, incluso la admisión de unaconclusión abductiva al rango de interrogaciónactiva es una concesión con la que no se puede
concordar a la ligera.Cualquier novato en lógica podría biensorprenderse de que yo me refiera a la conjeturacomo inferencia. Es igualmente fácil definir lainferencia de manera que la abducción seaincluida o excluida. Pero todos los objetos de
estudio lógico tienen que ser clasificados; y se haencontrado que no hay ninguna buena clase en laque poner la abducción salvo la de las inferencias.Muchos lógicos, sin embargo, la dejan sinclasificar, como una suerte de supernumerariológico, como si su importancia fuera demasiado
pequeña para concederle algún sitio regular.Evidentemente olvidan que ni la deducción ni lainducción pueden agregar nunca lo más mínimo alos datos de la percepción; y, como hemos visto ya,los meros perceptos no constituyen ningúnconocimiento aplicable a ningún uso práctico oteórico. Todo lo que hace al conocimientoaplicable nos viene viâ abducción. Mirando através de mi ventana en esta encantadora mañanade primavera veo una azalea en floración. ¡No, no!No veo eso; aunque tal es la única manera en la
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que puedo describir lo que veo. Eso es unaproposición, una frase, un hecho; pero lo quepercibo no es una proposición, frase, o hecho, sino
sólo una imagen, que hago inteligible en partemediante un enunciado de hecho. Ese es unenunciado abstracto, pero lo que veo es concreto.Realizo una abducción cuando hago tanto comoexpresar en una frase cualquier cosa que veo. La
verdad es que la fábrica total de nuestro
conocimiento es un fieltro enmarañado de purashipótesis confirmadas y refinadas por inducción.No se puede lograr ni el más pequeño avance en elconocimiento más allá de la etapa de la miradaperdida sin efectuar una abducción a cada paso.
Cuando un pollo emerge por primera vez del
cascarón no ensaya cincuenta formas aleatorias deapaciguar su hambre, sino que en cinco minutosestá recogiendo alimento, escogiendo mientraspica y picando lo que se propone picar. Eso no esrazonamiento porque (no se hacedeliberadamente, sino en todos los aspectos,excepto ése) es justo como la inferencia abductiva.En el hombre, dos amplios instintos comunes atodos los animales, el instinto de obtener comida y el instinto de reproducción, son desarrolladoshasta algún grado de penetración racional en la
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naturaleza. Los instintos conectados con laobtención de comida requieren que todo animaltenga algunas ideas justas de la acción de las
fuerzas mecánicas. En el hombre, ésas ideas llegana ser abstractas y generales. Arquímedes y Galileohacen conjeturas correctas sobre mecánica casi deinmediato. Sólo unas cuantas de sus nocionestienen que ser rechazadas, porque ellos sabencómo adivinar por etapas y en una secuencia
ordenada. A partir de sus conjeturas, corregidaspor la inducción y la deducción, se ha construidola ciencia de la dinámica. Guiados por las ideas dela dinámica, los físicos han adivinado laconstitución de los gases, la naturaleza del calor y el sonido, y el experimento sólo ha corregido
errores y medido cantidades. Por procesosanálogos, sugiriendo una ciencia ideas a otra, elentero lado físico de nuestro conocimientoteorético ha crecido desde la semilla original delos instintos alimentarios.
Los instintos conectados a la reproducciónrequieren que todo animal tenga algún tacto y uicio sobre cómo se sentirá y actuará otro animal
bajo circunstancias diferentes. Ésas ideasasimismo toman una forma más abstracta en elhombre, y nos capacitan para efectuar
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exitosamente nuestras hipótesis iniciales sobre ellado psíquico de la ciencia —en estudios talescomo, por ejemplo, la psicología, la lingüística, la
etnología, la historia, la economía, etc.Evidentemente, a menos que el hombre hayatenido alguna luz interior tendiente a hacer susconjeturas sobre estas materias mucho más amenudo verdaderas de lo que lo serían por meroazar, la raza humana habría sido extirpada hace
mucho por su completa incapacidad en la luchapor la existencia, o si alguna protección la hubieramantenido en multiplicación continua, el tiempode la época terciaria a la nuestra habría sido detodo punto demasiado breve para esperar que laraza humana pudiera haber realizado ya su
primera adivinanza feliz en cualquier ciencia. Lamente del hombre ha sido formada bajo la acciónde las leyes de la naturaleza, y por tanto no es muy sorprendente descubrir que su constitución es talque, cuando podemos deshacernos de caprichos,idiosincrasias y otras perturbaciones, suspensamientos muestran naturalmente unatendencia a concordar con las leyes de lanaturaleza.
Pero una cosa es decir que la mente humanatiene un giro magnético suficiente hacia la verdad
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para ocasionar las conjeturas correctas a realizaren el curso de los siglos durante los cuales uncentenar de buenos adivinadores han estado
incesantemente ocupados en el empeño de hacertal conjetura, y otra cosa muy diferente decir quela primera conjetura que casualmente poseenTom, Dick o Harry tiene alguna mayorprobabilidad apreciable de ser verdadera que falsa.
Es necesario recordar que entre las
multitudes que han cubierto el globo, no hahabido más de tres individuos —Arquímedes,Galileo y Thomas Young— cuyas conjeturasmecánicas y físicas fueran en su mayor partecorrectas en la primera instancia.
Es necesario recordar que ni siquiera aquellas
inteligencias sin paralelo habrían ciertamenteadivinado bien si no hubieran poseído un granarte de subdividir sus conjeturas para dar a cadauna casi el carácter de auto evidencia. Así, laprueba por Arquímedes de las propiedades de lapalanca, que constituye el fundamento de laciencia entera de la mecánica, está compuesta deuna serie de abducciones o conjeturas. Pero
veamos el carácter de esas adivinanzas.[Arquímedes] comienza diciendo que pesosiguales colgando libremente de las extremidades
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de una balanza de brazos iguales estarán enequilibrio. Ése era un asunto de conocimientofamiliar, al menos cuando los dos pesos eran
suspendidos a distancias iguales de la balanza.Pero Arquímedes adivinó que la longitud del hilode suspensión no haría diferencia, como no fuerapor su propio peso. No está registrado que él seasegurara de la verdad de esto por experimento,antes de proceder más allá. Debemos esperar que
lo hiciera, pues la lógica lo requiere. A continuación supuso que en tanto la suspensiónfuera libremente flexible, no haría diferenciacómo distribuyera el peso en cada platillo,apilándolo por ejemplo en una columna en mediodel platillo, o dividiéndolo en dos partes iguales y
equidistantes del centro. Sin duda, Arquímedeshabría ensayado ese experimento, pero el estiloclásico de escribir prohibía la afirmación de todosesos pasos intermedios del proceso depensamiento. Se seguía, entonces, de la
verificación que presumiblemente fue realizada,que si cualesquiera pesos asumidos comounidades colgaran mediante hilos sencillos desdelas extremidades de una balanza de brazos iguales,estarían en equilibrio aunque uno de los hilosfuera indefinidamente corto; y más aún, que el
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peso colgante de este hilo corto podía ser divididoen tres partes, de las cuales una, reducida hastacero cuanto fuera posible, formaba una línea de
equilibrio de la misma longitud que la original,mientras que las otras dos eran iguales y pendíande las extremidades de los brazos iguales de estasegunda balanza. Pero esto traería a una de ellasdirectamente debajo del punto de suspensión de laprimera línea, mientras que la otra distaría de ese
punto dos veces la longitud del brazo de la primeralínea. Sin embargo, el todo debe estar enequilibrio. A continuación Arquímedes supuso quesi cualquier aparato articulado estaba enequilibrio, de modo que no hubiera movimientoen ninguna articulación, no sería sacado del
equilibrio aunque dicha articulación se atascara.Esta era una suposición altamente racional, perociertamente requería de verificación experimental.Probablemente Arquímedes debió de haberejecutado tal experimento en la práctica, ya que la
balanza portátil de acero romana difícilmentehabría dejado de hallarse más o menos en uso enSicilia —donde él vivía—, y ésta le habríaproporcionado los medios para someter suconjetura a una prueba fácil. Habiendo sidohallada correcta tal suposición, se seguía que si
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una balanza tenía un brazo dos veces más largoque el otro, pero estaba construida de modo que seequilibrara por sí misma; y si del extremo corto de
esta balanza se suspendía cualquier peso, y lamitad de ese peso del extremo largo, mientras queun segundo medio peso se colgaba del punto desoporte de la balanza, el todo estaba en equilibrio.Finalmente, Arquímedes supuso que un pesocolgado del punto de soporte de la balanza no
afectaría su equilibrio. Habiéndose verificado esto,todo el resto de su razonamiento fue puramentedeductivo y no necesitamos detenernos en élahora. Tal es la clase de suposiciones en las queun intelecto poderoso puede confiar para realizarsobre la naturaleza, siempre que no vaya más allá
de un solo paso, sin aplicar la prueba delexperimento. (Por cierto, aquellos que dudan si elconjeturar es una inferencia ¿estarían dispuestosa decir que Arquímedes no razonó?).
Cuando Galileo, casi el par intelectual derquímedes, tuvo que adivinar en qué proporción
se incrementaría la velocidad de un cuerpo encaída durante su trayecto, adivinó mal al principio;
y Kepler, un desvelador de fenómenos tanextraordinario como jamás ha habido, realizómuchas falsas hipótesis que tuvo que corregir en
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el curso de su gran obra sobre Marte.Claramente, pues, nuestra única expectativa
segura será que cualquier suposición que
podamos adoptar provisionalmente probará sólola primera de una serie total de suposiciones, lascuales tendrán que ser examinadas y rechazadas.
menos que una hipótesis esté apoyada poralgunas evidencias deductivas, la probabilidad deque sea la última que debamos ensayar es casi tan
valiosa de considerar como la probabilidad de queel presente año sea el último del lector en laTierra. Es decir, se trata de una cosa a considerarcomo posible y dotada de lo necesario para serlo,pero una cosa sobre la que sería totalmente necioconstruir.
Incluso si una hipótesis es apoyadadeductivamente, a menos que el argumentodeductivo equivalga casi a una pruebaconcluyente, uno debería ser excesivamentecauteloso para permitirle influenciar alprocedimiento abductivo. Se pueden mencionartres razones para esto. La primera es que laprobabilidad es o bien un hecho objetivoestadístico, tal como aquellos que orientan a lascompañías aseguradoras —en cuyo caso se vuelvede gran valor siempre y cuando uno tenga un
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número enorme de casos estrechamente análogoscon los que tratar, pero de otra manera carece de
valor o significado—, o bien es meramente un
parecer subjetivo (subjective likelihood ), o sea,una mera expresión de nuestras ideaspreconcebidas, que son la gran fuente dedecepciones en la formación de hipótesis. Lasegunda razón es que el argumento deductivorecibirá debida consideración en una etapa
posterior de la investigación, en donde surgiránaturalmente, mientras que considerarlo muy pronto ocasiona inevitablemente unprocedimiento desordenado muy desfavorable a lasuposición acertada. La tercera razón es que en
vista de la ausencia de toda fuerza probativa en la
operación de suponer, la consideracióngobernante al tratar con ella debería ser la de laeconomía, especialmente cuando se considera elserio costo de la inducción.
La primera cosa que prescribe la economía esque toda adivinanza sea fragmentada en suselementos y tomada gradualmente. Por ejemplo,suponer que un fenómeno, en tanto se lo conoce,puede ser explicado por una hipótesis cualquieraen un millón. Probar cada una de éstas en suintegridad requeriría probablemente 500.000
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investigaciones experimentales —suficientes parainundar a un imperio. Pero si se las puedefragmentar de modo que un cierto enunciado
hipotético capaz de prueba experimental esté deacuerdo con 500.000 de ellas, y en conflicto conlas otras 500,000, entonces una inducciónreducirá el número de hipótesis admisibles por lamitad. Bastará repetir este procedimientodiecinueve veces más para reducir la hipótesis a
una sola. Es decir, este método costará sólo1/25,000 lo que el otro.
Existe todo un código sistemático de máximasde economía que deberían ser metódicamenteaplicadas en cada operación abductiva. Peronuestra consideración general del asunto debe
aquí tocar a su fin. En el siguiente capítulo veremos cómo esos principios de la lógicaminuciosa habrán de aplicarse al tratar condocumentos históricos.
Fin de: "El tratamiento apropiado de lashipótesis (Capítulo preliminar para unexamen del argumento de Hume contra losmilagros, en su Lógica y en su Historia)",Charles S. Peirce (1901). Fuente textual enCarolyn Eisele (ed.), Historical Perspective’s
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on Peirce’s Logic of Science. A History of Science, Mouton Publishers, Berlin/New York/Amsterdam, 1985, Vol. 2, pp. 890-904.
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Fecha del documento: 9 de agosto 2009
Ultima actualización: 9 de agosto 2009
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