m r. que eso. mi mejor amigo, la persona con la que me gus- … · 2019. 9. 9. · 1 habló de lo...

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Habló de lo bien que funcionaban sus asuntos, de lo mu. I . .divertía viajando sin cesar, para concluir proporcional u I o n , .mayor naturalidad del mundo, una lista de amigos y cono. 1 . 1los que figuraban los nombres más famosos, ilustres o i i n pdel país. Cuando, por mera cortesía, le llegó el momento . ) .sarse por mi vida, no pude llegar más allá del obligado I -compromiso. Se despidió, me besó en las mejillas y dcsap.u-cuestión de segundos, por uno de los corredores. Sólo despn.sar por caja y asistir al desfile de una serie de productos i u < - • . )me di cuenta de que Jezabel, en la precipitada huida, se l u lfundido de carrito. Pero era ya la hora del cierre. Pagué el imp»imi compra-sorpresa y atribuí a las prisas o al despiste de mi .11amiga el irritante, molesto, pero excusable error. Sin embargo,daba ahora la casi imperceptible expresión de triunfo al de-.p. • !»me asaltaba la duda de si se había tratado, en realidad, de- nú •fusión, o si Jezabel, en uno de sus extraños juegos sólo compn u iMpara sí misma, me había obligado con saña a alimentarme i l n i - u i Muna semana a su gusto y medida. Tal interpretación, a s imple M.Ipodía parecer absurda. Como también la posibilidad opuesta h »»pentina visión de la que fuera mi inseparable compañera de mi m-escrutando el contenido de la bolsa de compra, sonriéndosc a u i i u i i tnecesidades o tomando nota de mis preferencias. Pero lo que .1. i l - tba de ocurrir hacía escasos instantes presentaba cierto parecido .aquel inocente episodio y me obligaba a ponerme en guardia.

-... Y eso es todo -dijo Jezabel.«El retrato oval» formaba parte de un volumen de cuentos > | n »

con motivo de una fiesta de cumpleaños, le había regalado yo MInuestros tiempos de facultad. Por aquel entonces, Jezabel se l i . t l . i .convertido ya, a mis ojos, en una cargante aleación de falsedad y pn»potencia, en un cúmulo de frases hechas dispuesto a provocar a « l m lración a cualquier precio. No me hallaba, por tanto, entusiasm.nliante la idea de la fiesta. Pero no me sentí con fuerzas de declin.n l iinvitación: le compré el libro y, en la dedicatoria -«A mi mejor tun i^del colegio»-, pretendí aprisionar nuestra amistad en un espacio d< l imitado y concreto. Fue, probablemente, mi último regalo. Y al i"i •Jezabel, haciendo gala de un patente desprecio a la memoria, me ! • •devolvía burdamente disfrazado en mi propia casa. Pero había a l p •más. Arganza... ¿Qué conclusiones habría extraído Jezabel de milación con el maduro Arganza? ¿Un novio? ¿Un amante? Arganza ei

m r. que eso. Mi mejor amigo, la persona con la que me gus-H ! u , pasear, a la que respetaba y quería, y junto a quien me

i M . i < l a , protegida y feliz. Sin embargo -y ella no podía igno-i I mes de aquella noche me costana un considerable esfuer-

"inr la expresión de carnero degollado con que el médico,ilel menor gesto de Jezabel, había acogido su asombroso

1 1 .mtigua amiga del colegio se apuntaba un nuevo tanto en su' i eolección de rivalidades y triunfos. Recordé el saludo del

i mso y pálido -«Jezabel me ha hablado mucho de ti»- y pen-

i". probablemente, era merecedora de lástima.

Me 1 1.\o -dijo Laura.1 1 . * peicibí ironía en su voz. Se había aproximado a la narradora" hl l . i s , sin abandonar su posición sobre el taburete, como si se

U M i míe un espectáculo de títeres y quisiera hacerse con un lugar• i - rudo en las primeras filas. El kimono acababa de abrírsele y

i t l - i . t i descubierto un par de muslos orondos y sonrosados. Me pa-ijue el joven de cera y Jezabel intercambiaban una breve mira-

1 i - pulsa. No pude evitar sonreír para mis adentros. Las rollizas-- - n i . « l e Laura se convertían en el más firme atentado contra la ele-

' > y la exquisitez de la presunta bisabuela... ¿Materna? ¿Paterna?IM n l » v u ) que la delicada usurpadora se avergonzaba de la presente

i muestra de su familia, y este pequeño detalle me decidió a in-• M i i . i t * onvertirla en mi cómplice. Iba a proponer a Laura que toma-P Id p.tlabra. Pero ya Mortimer se había puesto en pie.

Voy a contarles algo -dijo.Y se inclinó levemente ante Jezabel, a quien, con toda probabili-

• l i ' l . tomaba por la dueña de la casa.

Alcanza me lo había explicado. Mortimer hablaba a la perfecciónmu o o seis idiomas, unos cuantos dialectos e, incluso, un par de len-|»i,is muertas. No obstante, su envidiable fluidez me sorprendió. Le

mi m he con atención:No sé si saben ustedes que yo nací en el condado de Essex. Puesbien, uno de nuestros condes, Robert de Devereux, favorito de la rei-n i Isabel, fue condenado a muerte por la propia soberana. Sin em-

l'-n}',o, no abrigo la intención de hablarles de él.155

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