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más de lo que nos ocurre. Si estas herma­nas hubieran querido en realidad liberarsedel medio que las hostiliza, lo habrfan he­

cho hace mucho t iempo; en un momentoten ían el dinero para escapar del infiernoen que vegetan e instalarse donde les vi­

niera en gana; además, les quedaba suprofesión de maest ras, pero prefirieron lapasiv idad, esperar eternamente a Godot,culpar a los demás de sus desdichas y vercómo ellas y todo lo que las rodea se mar­chita , se envilece, se dest ruye."

Era una perspectiva del drama que ja­más hab ía yo percibido, ni lerdo en ningu­

no de los comentaristas cuyos juicios re­petra mecánicamente. Era su manerahabitual de tratar un te ma, con entera li­

bertad y candor.La originalidad de Monterroso depen­

de de muchos elementos: de una forma­ción literaria. por ejemplo, hecha por srmismo sobre bases clási cas: una buenadosis de autores lat inos, y Montaigne, yel doct or Johnson y el no menos admira­ble Bosw ell, y Lamb, Steme y Chesterton;

los españoles de los Siglos de Oro: Gón­gora , Gracián, Cervantes siempre, nom­bres que a menudo se repiten en estas enetrevistas, asl cómo los de Kafka, Joyce,Bloy, y los de algunos latinoamericanos:Borges, Torri , Quiroga, Lugones, Onetti,Neruda y Vallejo . Nos queda la impresiónde que sus autores más frecuentados for­man un grupo de ditrcil pero auténtica ho­mogen eidad que, por fo rtuna, deja pocacab ida a los destellos de la moda y a lasexige ncias dei consumo.

Su humor es t riste, bastante melancó­lico, lleno de afecto y com prensión antelas desdichas humanas. Como el de Cer­vantes. Muy lejano de la chabacanerfa delos humorist as españoles de este siglo,Muñoz Seca, Arn iches, Jardiel Poncela.Nada hay en el escritor guat emalteco quepueda asociarse con semejante garbance­rfa, Es t ambién muy diferente al de algu­nos escritores contemporáneos, Waugh,por ejemplo, donde una dosis de crueldadpermea el subsuelo del relato, un despre­cio apenas disimulado hacia aquello queaflige al hombre y le hace cometer las ma­yores tonterías. En el humor de Monterro­so destaca sobre todo la generosidad.

"No creo haber escr it o nada -dice-,ni una sola Ifnea, que no nazca del senti­miento, principalmente el de la compasión.La inteligencia no me int eresa mucho. Elhombre, tan fallido en su capacidad orga­nizativa, en su capacidad de comprensión,me da lástima; yo me doy lástima. Perosiento que hay que ocu ltarlo y por eso mu­chos de mis personajes están disfrazados

tretiene en reseñar un partido de futbolvisto en la televisión o a hablar de óperao de la música de Schubert, pero invaria­

blemente vuelve a la literatura, de dondepuede pasar a las bromas sobre ciertosrasgos de tontería detectada en algún per­

sonaje pomposo conocido durante ése uotros viajes; se refiere luego a la grave si­tuación de Centroamérica, para, sin inte­

rrupción, volver a la literatura. ¿Podrfa des­prenderse entonces que para él fuera dela literatura lo demás es accesorio? Ape­nas enunciada esta interrogeción advier­to que se trata de una soberana tonterfa,porque en Augusto Monterroso la litera­tura no es de ninguna manera ajena a losdemás temas que trata. Sus libros , comosu conversación, se nutren de literatura,pero también de sus preocupaciones so­ciales , de música, de las alegrfas y tribu­laciones que viven sus amigos, del odio yel desprecio a ciertas prácticas aborreci­bles que el hombre perpetra contra el hom­bre, o de las enseñanzas proporcionadaspor un viaje . En fin, que tanto su conver­sación como su literatura se nutren de lavida. Todo está en todo; lo demás es si- .

lencio. El desinterés es una forma demuerte que nunca ha tenido cabida en sumundo.

No ha habido ocasión, en esos via jesen que he tenido la fortuna de coincidircon él y con Bárbara, en que no haya ad­mirado su capacidad de exposición. Mon­terroso sitúa un tema, y poco a poco, connaturalidad pero también con cautela, vadetectando sus Ifmites, deshaciendo suscoberturas, obteniendo sus secretos. Deesa paciente conquista solitaria se des­prende la originalidad de sus conceptos,su ausencia de retórica , la iluminación dezonas donde por lo general los demásacostumbran repetir frases de manera me­cánica, sin estar convencidos de lo que di­cen,-Y sin lograr detectar siquiera la faltade convicción en la reiteración de concep­tos adquiridos. Monterroso, no. Recuerdouna ocasión en que vimos en San Francis­co una puesta en escena bastante acep­table de Las tres hermanas, de Chéjov. Yosalí, como todo el mundo, conmovido an­te el destino de aquellas tres pobres mu­jeres que van dejando la vida y sus idea­les en una oscura población de la estepa,a miles de kilómetros de cualquier lugar el­vilizado, del med io donde nacieron y secriaron, pensando todo el tiempo en queestá próximo el momento de abandonar elambiente envilecedor en el que chapoteany de regresar a su añorado Moscú. Mon­terroso comentó a la salida: "Bueno, siem­pre es muy fácil echarle la culpa a los de-

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Sergio Pitol

ESPERARA GODOTETERNAMENTE

Como el personaje de un cuento de Mon­terroso, también yo me apresuro a acla­rarle al lector que mi intención no es la deengañarlo. No soy un crítlco literario, siacaso un lector que ama la literatura y quecarece de los métodos y del lenguaje es­pecializado con que los crítlcos suelenanalizar un libro. Las escasas veces quehe escrito sobre un autor o sobre algunode sus libros ha sido con el fin de mani­festar mi admiración hacia el primero yagradecerle el placer que su obra me pro"duce. Hablar de algo más, sobre todocuando se trata de un libro de AugustoMonterroso, me parece una de las tareasmás arduas a las que pueda enfrentarme.Mi exposición, por lo mismo, será breve,con lo que, me parece, todos saldremosganando.

Conocr al autor en el ya lejano 1959,en una reunión ofrecida en su honor parafestejar la aparición de Obras completas(y otros cuentos), su primer libro. He leí­do y relefdo ése y los siguientes, conasombro, con deleite, con humildad, ysiempre he sido susceptible a la magia quede ellos se desprende. He conversado conél y con su esposa, la escritora Bárbara Ja­cobs, algu~as veces en México, otras, quecompensan su brevedad con la intensidadque generan los viajes, en San Francisco,Parfs, Barcelona, Moscú, y hasta en Ba­kú. La lectura de las entrevistas que inte­gran este Viaje al centro de la fAbula merecuerda las conversaciones sostenidas enaeropuertos, restaurantes y salas deho­tel de aquellos lugares. Me parece ofrlo.Monterroso habla de literatura, en algúnmomento deriva hacia temas políticos, oa las experiencias de un determinado via ­je y vuelve a la literatura; de pronto se en-

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Libros

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Mi s e e I á n e a

T oda cultura es una respuesta a ios enig­mas de la divinidad y la muerte. En el pri­mer caso , el hombre se enfrenta al miste­rio de aquella fuerza irreductible a lo hu­mano, inexplicable en su grandiosidad, ya la cual él dirige las angustiadas pregun­tas en tomo a su propia existencia y su po­sible devenir. Enel segundo caso, el hom­bre -único ser viv iente que tiene concien­cia de ~a muerte- se enfrenta a la

El libro de los muertos

Gílda Waldman

LA SOLEDAD DE LOSMORIBUNDOS

tos carentes de aquella densa carga telú - evidencia de la finitud de"su vida y al te­rica, me parece un rasgo de indudable va- 1'1'01' de la disolución en lo desconocido.101', un desafro a concepciones hasta hace Negándose a aceptar la muerte como f in,

poco profundamente arraigadas. el hombre la ha negado, la ha desafiado,

Otro rasgo caracterfstico de la obra de o ha creado imágenes de vidas posterio­Monterroso: la absoluta libertad con la que res en un más allá. Ambos enigmas -pór

acata reglas severas y precisas. En varias lo general estrechamente relacionados ade las entrevistas alude a la necesidad de lo largo de la historia- han generado mi­escritor de someterse a cánones estrictos, tologfas, modelado una determinada ac­

de conocer y estudiar .las regla's.y crear- t itud hacia la vida y definido una cierta re­las en el caso déqueno existieran. Sabe " lación con él Universo.

que sin la forma no hay iiteratura posible. . Lanuestra esuna época paradójica . PorSin embargó, através déesas normas, y .una parte, el grito nietzscheano de "¡Diosseguramente graciás a ellas, Monte~roso . ha rnuertcl" se ha ensei'ioreado en nues­ha inventado obras de úna radiante líber- . tras mentes y corazones. 'EI vacío de Dios

tad. Ha creado un género donde diversas es vivido como un atefsmo sustentado enformas tienen cabida ycoexisten entre sf; los dogmas de la razón o como una inmi -

Movimiento perpetuo, un libro admirable , sericorde angustia sin respuesta a la slem>fue su primera incursión en estos experi- pre problemática existencia humana. Elmentos. Cuentos, ensayos, moscas, apun- hombre moderno se ha emancipado de lates literarios o de intención polrtica con - creencia en poderes superiores a él. Alviven y forman una unidad perfeéta. destronar a Dios, ha querido asumir Su pa-

Todo esto, y mucho más, le confiere un pel, otorgáfldole a la ciencia la fuerza decarácter excepcional a la literatura de este la divinidad. Por otra parte, la muerte ha- .notable escritor y la diferencia de la del perdido tamb ién; para el hombre moder-resto que se escribe en nuestra lengua. o . no, su esencia trágica y misteriosa. Ella se

ha convertido, a través de la televisión, enAugusto Monterroso. Viaje a/ centro de /a fá- ' huésped hogareño cotidiano; suplaniflca­bu/a. Ediciones Era, México, 1989. ción cientffica, cada vez más sofisticada,

ha disuelto la sensibilidad que hacia ellamantenía la conciencia occidental; Lanuestra, una sociedad cada vez más ame-

o nazada, banaliza y trivializa a la muerte.En nuestra incapacidad para mirar al fu­turo, también ella es olvidada.

Es este problema, es deci r, cómo en­frenta la moderna sociedad occidental elproblema de la muerte, el tema del esplén­dido ensayo de Norbert Elras, La soledadde los moribundos.

Norbert Elfasescribe desde el ocaso deuna larga vida dedicada a comprender ala sociedad moderna. Autor de textos fun­damentales en este sentido (La sociedadcortesana, Elpr~eso civilizatorio), el te­ma de la actitud de la sociedad modernahacia la muerte se vuelve el hiló conduc­tor de su análisis histórico, a I~ _vez queel pretexto perfecto para desplegar el es­cenario de lo que es, en esencia, esta so­ciedad.EI análisis de Elrastiene un dobleeje. Por una parte, inscribe el problema dela visión moderna de la muerte en un pro­ceso histórico de largo alcance comenza­do en Occidente hace cuatrocientos o qui-"nientos años, y que él ha denominado " elproceso civilizatorio" , en el curso del cual"todos los aspectos elementales, anima ­les, de la vida humana. . . se ven cerca­dos por reglas sociales, y al mismo tiem­po, por reglas de la conc iencia . De acuer­do a las reglas de poder imperantes en

ENIGMAS DE LADIVINIDAD

Puedo asegurar que he dedicado mi vida arealizar el bien, y sin mentiros, oh dioseseternos y bienamados, puedo pronunciar mielogio, porque he sido el mejor entre losmejores.~I ha sido pesado en la balanza. Su corazónes justo porquesu peso no es mayor que elde una pluma.

de moscas, perros, j irafas o simples aspi ­rantes a escritores. ¿Qué he hecho paraque mis dos o t res lectores supongan quepretendo ser intelect ual y que he dedica­do mi vida a burlarme de ellos, de los de­más, cuando en realidad lo que me produ­cen es una profunda simpatía y los

amo? . . Pero insisto : la rnavorra de lasveces la compasión, la temura, son pudo­rosas. De ahf que en muchas ocasiones

- prefieras reirte, o hacer como que ríes envez de adoptar la act it ud mes iánica de unpersonaje de Dostoyevski e hincarte antetu vecino y pedirle perdón por quererlotanto."

Es una autént ica rareza que un autorque le declara a Elda Peralta que cree enel soc ialismo como el experimento másconvincente de organización humana, ja­más cite ninguna de esas~brumadoras no­velas de la selva, del desierto, de las mi­nas, esa opresiva y espesa maleza telúricaque los dogmát icos cult ivaron durante mu­chos años, considerándola como la únicasolución para los mal es de nuestra litera­tura, de la América Lat ina y de la humani­dad entera. Nadie cree hoy en dfa que laliteratura pueda salvar al mundo (IY me­nos que nada ese t ipo de literatura!), peroescribir en 1949 un ensayo de deslumbra­miento ante Sorges es ya correr un riesgoconsiderable. No sólo el hecho de preco­nizar su admiración por un escritor estig­matizado y por toda una serie de a~ores

antiguos y mo dernos que no querfan apo­yarse en recursos ajenos a la literatura,sino, sobre todo, el hecho de escribir cuen-

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